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Diseño interior y cubierta; RAG José Guadalupe Gandarilla (coordinador)

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra —incluido el diseño.tipográfico


y de portada—, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento
por escrito jJel editor.
La crítica en el margen
Hacia una cartografía conceptual para
rediscutir la Modernidad

La edición del presente libro ha contado con el apoyo que, desde la dgapa - unam , se
otorgó al proyecto papmt IN400814 “El programa de investigación modernidad/
colonialidad como herencia del pensar latinoamericano y relevo de sentido en la "Teoría
Crítica" (responsable: José Guadalupe Gandarilla Salgado). Los textos incluidos fueron
sometidos al dictamen académico correspondiente. *

©José Guadalupe Gandarilla, por la selección, 2016

© los autores, por los textos, 2016

D.R. © 2016, Edicionesakal, S. A. de C. V.


traite Tejamanil, manzana 13, lote 15;
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ISBN: 978-607-95641-7-9 ARGENTINA
ESPAÑA
Impreso en México MÉXICO
'Xeoría crítica y contra-Modefnidad
El color negro: de cómo una singularidad histórica deviene en
dialéctica crítica para “nuestra América” y algunas modestas
proposiciones finales

- Eduardo Grüner
3
4j ' El mundo de hoy se nos aparece horrible ,
malvado, sin esperanza. Esta es la tranquila
desazón de un hombre que morirá en ese mundo.
No obstante, es justamente a eso a lo que me resisto.
Ysé que m oriré esperanzado.
Pero es necesario crear
un fundamento para la esperanza.
- Jean-Paul Sartre

En nuestro título figura un neologismo^ue no pretendemos ha­


ber inventado, pero al que quisiéramos darle una inflexión especial:
contra-M odemidad, sobre el que ya tendremos que arriesgar algo.
También está allí el sintagma “Teoría crítica”, es una designación
con mayor prosapia en el pensamiento del siglo xx, normalmente
asociada —y con razón— a la obra múltiple de la llamada primera
Escuela de Francfort (fue en efecto uno de los miembros más cons­
picuos de ese agrupamiento, Max Horkheimer, el que acuñó el con­
cepto para diferenciarlo de la “teoría tradicional”1), pero cuyos al­
cances filosófico-culturales y políticos pueden extenderse tanto
hacia atrás'—!por ejemplo, al Lukács de Historia y, conciencia de cla­
se— como hacia adelante —por ejemplo al Sartre de Crítica de la
razón dialéctica—. Ello sin olvidar que el sustrato teorético de estos
desarrollos del siglo xx sería impensable sin sus basamentos en au­
tores como Hegel, Marx, Nietzsche y Freud.

1 M. Horkheimer, “Teoría crítica y teoría tradicional”, en Teoría crítica,


Buenos Aires, Amorrortu, 1974.
r r " n r fl n ir r r a y ^
20 Eduardo Griiner Teoría crítica y contra-Modernidad 21
El de teoría crítica es, por lo tanto, un concepto inequívocamente mos de renunciar a ellos? ¿por qué habríamos de abandonarlos al'
europeo. Ello no significa' por supuesto, que no pueda existir, como pensamiento europeo? ' (( ,
sin duda existe, una(s) teoríá(s) crítica(s) específicamente latinoa- F pero el hecho es que hemos enunciado, también, teoría cnoca
'mericana(s) (o más en general “tercermundista”, “periférica”, aún , erjférica y antes que nada) latinoamericana”, Eso habla de una per­
con todos los problemas que convocan estas denominaciones): para tenencia territorial pero simbólica, cultural, (geopolítica. ¿Tam­
nombrar sólo a mis contemporáneos, de Bolívar Echeverría a Dus- bién teórica, también “filosófica”? Eso ya es más difícil. Y no es que
sel, de Darcy Ribeiro a Quijano, de Fernández Retamar a (el euro- las pertenencias anteriores que hemos nombrado sean tanto más
latinoamericano) Hinkelammert,2 y tantos otros, ¿cómo llamar si fáciles o más evidentes: finalmente, no es que hayamos tenido ni
no a ese heteróclito conglomerado de inputs filosófico^ antropoló­ en los “orígenes” ni en nuestro desarrollo histórico poscolonial—
gicos, político-culturales, estético-literarios, etc., que apuntan a plena libertad de elección para asumirlas. Y ésto se puede decir a ma­
producir la crítica teórica —con aspiraciones de consecuencias prác­ yor título de nuestras “teorías”, de nuestras “filosofías” (palabras
ticas— del trabajo y las lógicas de la colm ialidad de poder / saber en griegas, conviene recordarlo): ellas siempre emanaron de una suer­
nuestro continente? Me desentiendo, por el momento, de las eti­ te de encrucijada indecídible, problemática, contradictoria, conflic­
quetas al uso académico que procuran (como lo hacen siempre, para tiva, probablemente irresoluble, entre un adentro y un a fu era . Desde
tranquilizarse) encuadrar en respectivos corralitos neo-disciplinarios ya no estoy inventando nada: esta encrucijada laberíntica se le ha
a textualidades de difícil clasificación: ¿sonport-coloniales? ¿^-colo­ presentado dramáticamente a todo pensador latinoamericano que
niales? J e m'en fous, como dirían nuestros colegas franceses. Lo se precie de serlo. Pero, ¿y si la cuestión, así, estuviera —no digo
cual, como es obvio, no implica desconocer la especificidad e im­ “incorrectamente”, sino— insuficientem ente planteada? ¿Si hubiera
portancia de lo que ha dado en llamarse el “giro de-colonial”: es tan de situarse nuestra mirada en otro ángulo, en el ángulo del um bral
sólo que queremos ampliarlo para su inclusión en aquella teoría ’ o del linde, entre ese “adentro” y ese “afuera”, atendiendo a aquella'
crítica que, a falta de mejor significante, llamaremos “periférica”. célebre idea de Borges de que basta abrir una puerta para estar ya
Me desentiendo incluso (aunque J é reden fo u sp a s de ellos, va de del otro lado (pues, al abrirse, la puerta hace que el espacio “exte­
suyo) de esos nombres particulares y del análisis de sus obras espe­ rior” ingrese al nuestro, mientras que el “interior” se derrama sobre
cíficas que otros han hecho, o harán, con harta mayor competencia.
el afuera)?
Doy un paso atrás, me coloco a sus espaldas para intentar pensar De acuerdo. Pero con una condición: la de tener siempre pre­
una cuestión más general —quiero decir, tratar de em pezar a pen­ sente que el umbral no es sólo un lugar de parifico pasaje: es un
sarla por algún lado, ya que el tema es inagotable y quizá imposi­ campo de batalla. La posibilidad de que su cruce nos resulte produc­
ble—: ¿qué hay por detrás, 9 modo de “origen”, o de condición tivamente crítico depende de las relaciones de fu erz a —incluso las
fundacional de posibilidad, de una Teoría crítica latinoamericana / “teóricas”— que seamos capaces de establecer con el “afuera” (o el
periférica? El problema no es sencillo: por lo pronto, al decir “teo­ afueradentro, si puedo decirlo así), incluso con esas teorías criticas
ría crítica me coloco inevitablemente, como acabamos de ver, en europeas que en su momento fueron producidas como crítica de la
una perspectiva europea. Y es así: confieso que a estas alturas me cultura europea. En suma: que hagamos el esfuerzo de aprender a
sería imposible pensar n afa sin aquellos autores europeos que he pensarlas y a “usarlas” en situación (para apelar a una idea de Sartre,
nombrado (y tantos otros, claro). Por otra parte, ¿por qué habría­ ese europeo tan “tercermundista”, hombre del umbral por excelen­
cia). Una “situación” que implique, entonces, lo que podamos ensa­
2 Europeo por nacimiento, latinoamericano por honor”, así escuché per­ yar desde aquí, haciendo equilibrio inestable y peligroso, a horcaja-
sonalmente, autodefinirse a Franz Hinkelammert. -
das en un umbral que se mueve bajo nuestros pies, pensando, como

A
22 Eduardo Griiner Teoría crítica y contra-Modernidad 23
•se dice, “a ia intemperie” y sin garantías. Y en ese umbral borrasco­ crítica de la cultura, en el estricto sentido etimológico de una puesta
so está asimismo, no hay que olvidarlo,, aquel atrás, aquello singular­ en adsis de la imagen ideológica dominante, y por supuesto de las
m ente “latinoamericano” que autoriza, leído retroactivamente, que estructuras “de base”, de esa cultura.
podamos imaginarnos un nuevo “umbral” para la construcción de Una fa lla constitutiva, decíamos antes. La palabra fa lla es harto
una teoría crítica desde aquí. sugestiva. Puede escucharse (en castellano, al menos) en un doble
Ensayemos, pues. sentido, donde el primero es un error, una equivocación, un malen­
tendido tal vez, pero que al final resulta en un fracaso ; en un cierto
nivel, esa falencia es inevitable, es una contradicción íntima de la
I misma ley de la cultura (por eso, con un cierto lapsus, se dice que ál
aplicar la ley, el jPez por definición fa lla ). En segundo lugar, una
Contra-M odernidad. Empecemos por aquí,, aclarando un punto falla es —ya usamos esta otra palabra— una fractura, una hendidu­
crucial: contra”, en nuestra intención, no es un mero adversativo o ra, un desajuste, un desnivel potencialmente catastrófico, como
un prefijo de oposición externa/ajena a una o t r e d a d - t n este caso la cuando se habla de una faíla geológica (como la de San Andrés) que,
Modernidad—; “contra” es la contra-stñz, la taquigrafía de una con­ dadas determinadas condiciones, puede provocar un terremoto o un
trariedad interna a la propia Modernidad en la que seguim os estando: tsunami. Esta fa lla (fractura / hendidura / desajuste) le otorga a la
una_fractura, si se quiere, al interior de una Modernidad cuya crítica cultura, “subterráneamente”, un cierto estatuto trágico en el sentido
radical supone, precisamente, colocarse en el lugar de esa fractura más originario posible, si se nos acepta que una definición mínima y
interna, señalándola como aquello que la Modernidad quisiera olvi­ genérica de lo trágico es “aquello en lo que se presenta un conflicto
dar o “pasar por alto”. dilemático que no tiene resolución posible dentro de los límites lógi­
Valga un símil para ilustrar la idea. En los años sesenta se puso cos del espacio (cultural, para el caso) en el que se plantea”.
de moda hablar de la contra-cultura (una versión algo vulgarizada de Y bien: quisiéramos que se pudiera escuchar todo esto en el pre­
la impronta marcusiana en la Escuela de Fráncfort tuvo algo que fijo “contra” (rowíra-Modernidad, en nuestro tema): la falla / fractu­
ver en eso). Es obvio que con esa modulación no se pretende estar ra / hendidura / desnivel catastrófico o, en última instancia, la tra ­
fu era de la cultura —¿cómo sería tal cosa posible para los animales gedia de una cultura y una época que no han podido ni podrán
parlantes que llamamos hombres?—, ni militar a favor de alguna for­ resolver sus conflictos internos; en primer lugar porque para ello
ma de barbarie —que sigue siendo una invención de la cultura que _aun cuando pudieran pensarse como resolubles tendrían que
no tiene “lado de afiiera"—. “Contra” es aquí, en primer término, empezar por reconocerlos. Sin embargo, la “Modernidad” —quiero
un apuntar el dedo hacia una fa lla constitutiva de la cultura —en el decir: lo que el sentido común, la “ideología” dominante entiende
propio Marcuse, por ejemplo, la inspiración originaria era Ja pulsión como tal— ha llegado a consistir justamente en la negación de sus
de m uerte freudiana, constitutiva de cualquier cultura, pero instru- conflictos internos. Por muchas y complejas razones, entré las cua­
mentalizada con especial y pavorosa eficacia por la cultura capitalis­ les nombro sólo una, que es necesario atraer porque frecuentemen­
ta —. Es, pues, una recusación interna de la propia cultura [el gran te es ella misma negada o “distraída”, la Modernidad es, entre mu­
rechazo, se lo llamó en su momento; pero hay que entender esto, y chas otras cosas (y no puede redu cirse a lo que voy a decir, pero esto
más tratándose de Marcuse, en su acepción hegeliana de (auto)we- no puede faltar en su definición) el continuum colonialismo / capita­
gación como momento del. propio .movimiento de la cultura]. Una3 lismo mundializado. Y esté “núcleo duro” de la Modernidad debe
'ser negado por el discurso dominante —y lo digo.no porque no sea
3 Cfr. H. Marcuse, Erosy civilización, Barcelona, Seix Barra!, 1969. aludido, pues hasta sus beneficiarios lo hacen— incluso sin privarse
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24 Eduardo Qriiner Teoría crítica y contra-Modernidad 25
de admitir en ella algunos puntos “críticos”, tales como los excesos de Va (in)“consistencia” como Cultura está 'dada por aquella gigan­
las distintas formas de dominación (los resortes estructurales de la tesca (y, dentro de sus límites, necesaria e inevitable) negación de la
dominación como tal no están en cuestión), ,1a igualmente excesiva que hablábamos. '
mala distribución de la riqueza (la lógica de la explotación en la H Teoría crítica periférica y caraira-moderna, entonces. Con el te­

tifi nW'tfiiirfiii tTtúiflfTfcrii


producción de la riqueza no está en cuestión), el racismo (la lógica lón de fondo de todo lo anterior, nos atreveremos a postular dos
colonial / neocolonial / poscolonial como origen del racismo mo- gruesas hipótesis —o menos: dos ocurrencias— para enmarcar lo que
, derno tampoco está en cuestión), la guerra (la violencia como nece­ sigue:
sidad intrínseca a la expansión o a la defensa del sistema no está en
cuestión), y así sucesivamente. 1. Una teoría es realmente crítica cuando apunta sin concesio
Es una operación bien ingeniosa. Todas estas “críticas” _algu­ nes a desnudar esa falla, esa contrariedad trágica ál interior de
nas sinceramente progresistas; las otras, ya sabemos...— a los efectos , una cultura; no sólo cuando se limita a señalarla, como decía­
de la Modernidad, son justamente las que sirven para impedir una mos, sino cuando hace de ese señalamiento el eje central, her-
crítica (teórica y práctica) radical a las causas que están detrás de los menéutico y analítico para interrogar críticamente a la cultu­
efectos. Y es precisamente la sinceridad de las críticas la que repre­ ra. Seguramente los mayores (no los únicos) modelos de este
senta una gigantesca negación de la necesidad de la crítica, de la ne­ estilo de interpretación en la Modernidad plena son Marx,
cesidad de poner el dedo en la constitutiva falla del sistema de la j Nietzsche y Freud, los grandes “hermeneutas de la sospecha”,
Modernidad. Funciona aquí a la perfección esa lógica estructural- jj en el canónico etiquetamiento de Paul Ricoeur.5 Se trata, en
ment£ “perversa” del desmentido que Octave Mannoni sintetizaba a • los tres —cada uno a su muy distinta manera y con diferentes
la perfección con Ja fórmula del “Ya lo sé, pero aun así...”4: los J - objetivos— de una interpretación activa que, al contrario de la
abusos (como decían los defensores indirectos de la dictadura mili­ pasiva —cuyo objetivo e5 “restaurar” el texto u objeto origi-
tar genocida de la Argentina: los “errores y excesos”) de la Moder­ 7 nario sometido a simbolización— produce un texto / objeto
nidad, e incluso del capitalismo,'deben “corregirse”; pero los lími­ nuevo sobre la base de una interrogación crítica aplicada / obje-
tes de su lógica de base son infranqueables. Para decirlo en los • to en cuestión. En este sentido cumplen consecuentemente
términos de Adorno, puede que la realidad no esté todavía plena­ ; con el condensado “programa” establecido por Marx en la
mente reconciliada” (hay problemas, cómo no, faltan cosas para tesis XI sobre Feuerbach, tan frecuentemente malentendido.
llegar a la plenitud de la felicidad), pero es potencialmente reconci­ : Allí no es cuestión, en efecto, de renunciar a toda interpreta­
liable con los propios mecanismos del sistema. ción a favor de no se sabe qué transformación “salvaje” del
Pero no. Esto significa no poder ver (y en efecto, la “Modernidad” ' ' mundo, sino de asumir el hecho de que una interpretación
dominante n o puede verlo, porque sería equivalente a suicidarse) que ) crítica y activa es ya una cierta transformación de lo real, en la
dentro de esos Emites, respetando a rajatabla su lógica fundante — medida en que altera radicalmente la relación del sujeto con
que es la del continuum colonial / capitalista— su sistema es el de un ; la cultura y, viceversa, que la transformación de la realidad es,
conflicto irresoluble, trágico. “Su sistema”, aclaremos, no es el de la objetivamente, una condición de una “buena” interpretación.
Modernidad en general, que es una abstracción vacía, es el de una ‘ Ese acto hermenéutico transformador es crítico en tanto, dia­
Modernidad —y el de sy imagen ideológicamente dominante— lécticamente, muestra que la “realidad” es siempre pasible de
transformación, es decir, lejos de estar “reconciliada”, está en
4 O. Mannoni, “Ya losé, pero aun así...”, tnLa Otra Escena, Buenos Aires
Amorrorcu, 1973. 5 P. Ricoeur, El conflicto de las Interpretaciones, México, FCE, 2003.
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26 Eduardo Griiner Teoría crítica y contra-Modernidad 27
permanente conflicto consigo.misma. La imagen de la “recon- un cráneo; y entonces entendemos que de poco les servirá
. ciliación”, como sostiene Adorno,6 es una de las herramientas , todo'su poder, ya que su destino es el mismo al de cualquier
centrales de la ideología dominante, o de la hegemonía cultu­ mortal.
ral. La Teoría crítica, mediante la interpretación que hemos
llamado activa, subvierte ese imaginario apuntando siempre a Establecidos entonces estos basamentos mínimos de una teoría
la ífer-conciliación. crítica, procuremos retomar nuestra discusión sobre la contra-M o-
2. Todo lo anterior, propondremos, se vuelve más eficaz cuando dernidad.
se hace desde una “mirada” que llamaremos lateral, sesgada,
en cierto sentido una mirada barroca. Es decir: una mirada
oblicua que se sitúa en la “periferia” de la visión, por fuera de ' n
—para mantener la metáfora pictórica— la perspectiva lineal
renacentista (que es a su vez una buena metáfora de la reali­ Cowínz-Modernidad, subrayábamos; no, en absoluto, post-Mo­
dad reconciliada”, simétrica, sin fisuras; para colmo, esta dernidad. Eso fue una ilusión seudo-teórica efímera que pretendió
perspectiva lineal pretende ser la única forma “natural” de construir una artificiosa discontinuidad con la “Modernidad” aun
mirar, con lo cual cumple además la otra condición básica de la más “oficial”— para intentar demostrar que estábamos en otra
la ideología: hacer pasar la parte por el todo). La mirada crí­ cosa, en otra época. En los más ramplones de sus teorizadores (diga­
tica desde la periferia permite percibir lo que la mirada cen­ mos, los que no alcanzaron siquiera las módicas sutilezas baudrillar-
tral disimula: como dice el refrán (toda una postura “de-co- dianas o lyotarcfianas) la operación ideológica era implícita pero
lonia! >por cierto), “Desde el centro sólo se ve el centro, transparente: si la “Modernidad” se había identificado con el capita­
desde la periferia se ve la periferia y también su relación con lismo, la “ruptura” postmodema ya no era “capitalista” estrictamen­
el centro . Por otra parte, ya tenemos varias interpretaciones te hablando (o al menos, esa discusión carecía de importancia); en la
que tienden de manera constante a demostrar que el estilo “Modernidad” una de las hipótesis de trabajo aún podía ser la de
barroco tal como se da característicamente hacia mediados pasar a otra cosa, post-capitalista. Pero, puesto que la “Moderni­
del siglo xvii es en buena medida un producto del “mestiza­ dad” había quedado atrás... del capitalismo, señores, ya no sabemos
je o hibridación cultural del colonialismo en América,7 con nada. No es más necesario pensar en transformaciones radicales:
lo cual el barroco europeo mismo se situaría en un linde con la estamos en el puro post, una suerte de eterno presente (no hace falta
América hispano-lusitana. Como sea, la alegoría paradigmá­ decir que no es para nada azaroso que simultáneamente pudiera
tica de esa mirada oblicua sigue siendo Los embajadores de concebirse la regocijante hipótesis japonesa de un “fin de la histo­
Holbein: sólo mirando la base del cuadro, nó mediante la vi­ ria”, débilmente apoyada en una falseada y grotesca caricatura de
sión central sino desde el costado, oblicuamente,’ podemos Hegel).
percibir que ese extraño, enigmático objeto blancuzco caído Un muy valioso heredero de la Teoría crítica, Fredric Jameson,
a los pies de los dos orgullosos señorones es la anamorfosis de sin desentenderse de los cambios producidos respecto de la “M o­
dernidad” clásica, avanzó su rigurosa respuesta: de ninguna manera;
seguim os estando en el capitalismo y él sigue requiriendo ser “revo-
6 T. W. Adomo, Dialéctica negativa, Madrid, Akal, 2010.
Cff., por ejemplo, B. Echeverría, La modernidad de lo barroco, México, Era,
2000; S. Gruzinsky, El pensamiento mestizo, Barcelona, Paidós, 2007, y J. L. 8 E Jameson, Postmodemism, or tbe Cultural Logic ofLate Capitalista, Lon­
Mzrzo, La memoria administrada^ Buenos Aires, Katz, 2010. i
dres, Verso, 1991

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28 Eduardo Griiner Teoría cn'ticay contra-Modemidad 29
lucionado”, y el posmodernismo no es otra cosa que Ja lógica cul ’ Pero vayamos despacio, comportémonos como sobrios filólogos
i* t í 1? t 'r ° T rdio (™ a expres>ón>ia ^ la p it a u L :::!. en busca del origen de una palabra. Es njuy difícil determinar cuán­
, ’ ? u e y 3 babla S]do utilizada por Adorno y Horkheimer en la do apareció ese término por primera vez, pero es seguro que no
saltó a un primer plano antes del siglo xvii (casualmente el siglo
S » C om !0’9 anteS.de que Emest Mandel la « la de
h K' , me,0rpensamientoinsPiradoen M arxyase “barroco”: es decir, la palabra M odernidad es ella misma un produc­
abia percatado del fenómeno m ucho antes que los “posmodernos" to “moderno”), en el contexto de la célebre Q uerelle entre los “anti­
solo qUe Sln abendonar el análisis crítico, y por c o n s ie n t e radi^ guos” y los “modernos” de la Academia de Port-Royal. Esa querella
cálmente transformador. Es decir: sin abandonar la h,Zria)__ enfrentó a los escritores y poetas que seguían sosteniendo el valor
De todos modos, como, decíamos, la ilusión duró poco- si el cer de imitar a los grandes modelos clásicos (en especial los grecolati-
a ñ a d o emblemático de consagración de la “posmodernidad" suele nos es claro) vetsus^os que abogaban por la creación de estilos nue­
fecharse en la caída del Muro de Berlín; su trafic ad o de d e L d ó n vos más “actuales”. Otra vez: no deja de ser,sintomático que el
concepto de “Modernidad” surja a raíz de una controversia litera­
Nueé York T i ) d" ^ *°n *S Semelas en la ™ dad d<=
- 3 York el 1 i de sepnembre de 2001: allí se hundieron las en ria, vale decir, en el ámbito de lo ficcional. En efecto, se trataba (no
sonaaones ideológicas a propósito de un mundo “reconciliado” importa si se lo hacía conscientemente o no) de construir la ficción
T / 7 /m7 / ad° m,Undlal’ la “Slobalizac>ón” {mundializacián de la ley de una definitiva discontinuidad con el pasado, para acentuar la ple­
d el valor d el cap,,tal, como traduce Samir Amin con menor eufem f na novedad de la nueva época: con ese gesto, podríamos decir, que­
mo y mayor rigor teórico)", el “multiculturalismo", etc y S o daron sembradas las semillas para pergeñar —aunque mucho des­
sea de paso, no deja de ser una sintomática ironía que el “posmo- pués— la idea de una vanguardia literaria o estético-cultural.
dernismo nazca y se derrumbe junto con unas construcciones ar Ahora bien, al decir “ficción” no estamos mentando una mera y
quitectómcas, cuando recordamos que el propio término se había falaz "mentira. No tiene ningún sentido calificar una ficción (una no­
vela, digamos, o un film ) en términos de la oposición moral (o epis­
temológica) entre verdad y falsedad. Una ficción —incluso si además
es un discurso ideológico en el mal sentido del término-—puede
contener indiscutibles m om entos de verdad, como hubiera dicho He-
gel: eso es precisamente lo que le otorga su particular eficacia —tan­
to estrictamente artística como “ideológica”—. Otra discusión es,
desde ya, la de la articulación de esos “momentos” con la totalidad de
t r n o °rra mdqUde * *“ ^
“K L d a d " e redundante 65 menos inveniente de recordar: la la construcción. Ya volveremos sobre'esto. Digamos por ahora que
Modernidad es un concepto europeo. Para ser más precisos- es el “momento de verdad” de la producción ideológica del concepto
concepto euro-centrado que la historia hace devenir f e m í n e o Z Z e de “Modernidad” es que efectivamente, llegado el siglo xvii, m ucho
parece muy im p o n » * establecer esta extinción, ya se ve^por había cambiado en el mundo. La ficción verdadera del concepto de
“Modernidad” consistió en ser un intento de respuesta a una nece­
sidad histórica: en Europa se estdba constituyendo de a poco, con
Aires, Su^J97^eimer V TH' W' Adorn0: La í c t i c a de ¡a ilustración, Buenos marchas y contramarchas y con realidades muy diversas según los
n s ’a I T ^ /’ ^ caP faíiSTm'tnrdío>México; Era,'1968 contextos nacionales, pero en conjunto se estaba constituyendo, una
'nueva y pujante gran hegemonía cultural que brevemente denomi­
R. Ventun, Api-endiendo de Las Vegas, Barcelona, Gu^avo^iH^OOO. * naremos burguesa, a modo de “réplica” a la creciente hegemonía
30 Eduardo G ribter Teoría crítica y contra-Modemidad 31
econom ía y social de las nuevas clases que le disputaban su posi­ c- ' mbargo '^transformación de esa “auto-conciencia” en lo que
ción dominante a las aristocracias aún semi-feudales. Ese proceso Sm,ef os llamar una cápsula “yoica” solipsistá, solamente podría
que en el siglo x v u y a es, aún en su estado de consolidación, el del P° f jjga “moderna”, montada sobre la premisa individualista
continúan colonialismo / capitalismo, aunque por supuesto el tér- T am isa inimaginable tanto para el zoon politikón aristotélico como
mmo Modernidad” nada dice de ello— requirió necesariamente ® el miembro de la ciudad de Dios agustiniana). El uso ideológico
una también nueva narrativa que argumentara aquella “discontinui- d e ific o podrá ser, como decíamos, una caricatura; pero, precisa-
ad radical . Insistamos: no es que en muchos sentidos no exista ente el sentido común ideológico se construye, por así decirlo,
realmente esa discontinuidad; es más que obvio que la nueva hege­ Caricaturescamente”. Y por otra parte, las caricaturas por defini­
monía burguesa ha comenzado a hacer que buena parte de lo ante­ ción guardan siempre un parecido con el original.
rior se disuelva en el aire”, para apelar a la famosa expresión de Tenemos pues, nueva époóa y nuevo sujeto. El conjunto esta,
Marx. Pero lo que aquí nos importa examinar es cómo la lógica de como si dijéramos, completo. Pero no es tan seguro
ese relato construye una serie de operaciones ideológicas que van En verdad, la imagen de nueva “Totalidad” de la era moder­
a marcar fuertemente al concepto dominante de “Modernidad”. no-burguesa necesariamente se dibuja sobre un fondo de exclusiones
Se trata pues, en la narrativa, de una nueva, novísima época (y de todo tipo, de las cuales Foucault ha investigado varias, como la
aunque no es ésta la ocasión de hacerlo, mucho habría que discutir locura la delincuencia, ciertas formas de la sexualidad, etc.14 (no
ese propio concepto, el de “época”, que en un cierto sentido es menciona en cambio la exclusión “explotativa” del proletariado, de
también una invención moderna) a la que le corresponde una igual­ la fuerza de trabajo esclava, de las sociedades colonizadas o de cier
mente nueva, novísima imagen de Sujeto. Todos conocen^ la su­ tas culturas y etnias, que dentro de poco nos interesará examinar).
cinta formula que, también en pleno siglo xvn, sostiene a ese nuevo El dibujo debe en efecto dejar blancos, puntos ciegos para que el tra­
Sujeto: Cogito-, ergo Sum. Aparece a la faz de la Tierra una nueva y zo'sea más nítido y parezca más evidente —y ya lo dijimos: todo
gloriosa nocion: el “sujeto cartesiano”, ese abstracto In-dividuo (eti­ discurso ideológico consiste en que esos blancos, esos “agujeros no
mológicamente: no-dividido, entero, completo y autoconsistente), se vean, como si no formaran parte del diseño total—. La presunta
fuente transparente de todo saber y conocimiento, y pleno de su “completitud” de la imagen depende entonces de una sene de am ­
propia auto-evidencia, garantizada por la Divinidad que lo ha crea­ putaciones de partes que son constitutivas del Todo pero que, si rea -
do; sobre todo, el Sujeto, hecho —o descubierto— de una vez por mente figuraran, significarían una puesta en cuestión radical de la
todas, ahistórico y eterno, monádico y “total”. auto-imagen que ese Todo se ha dado: lo mostrarían como lo que
Desde luego, no se nos escapa que ésta es, hasta cierto punto, Adorno llama u m falsa “Totalidad” (invirtiendo la célebre afirma­
una caricatura: el buen Descartes es un pensador bastante más com­ ción de Hegel de que “la Verdad es el Todo”). Paradójicamente, el
plejo de lo que ese esquema deja ver, y además es menos “original” Todo sólo puede aparecer como tal Todo... porque le falta una(s)
y tal vez, incluso, menos “moderno” de lo que lo ha presentado la’
historia oficial de la filosofía; como ha mostrado Enrique Dussel, el P Por supuesto, la matriz modélica para una crítica de esta confi­
cogito le debe muchísimo a una noción de auto-conciencia que le llega guración es la que construye Marx en su archiconocido análisis del
® y \t . ____rAetie ac to r / in e ifl
de la Etica de Aristóteles reinterpretada pór Agustín de Hipona.13

. !'J¡T dussel, “Meditaciones anticartesianas: sobre el origen del antidisóirso h Cfr. entre otros textos de Foucault, tales como Historia de la locura.en la
dHaM odm udad” e " j. G. C l a r i l l a S .y J . Zúñiga (comps ) , U filosofía Jeta época clásica, Vigilary castigar, OHistoria de la sexualidad.
liberación, hoy. Sus alcances en la ética y la política, México, unam, 2013. i> K. Marx, El capital, 1.1, Madrid, Akal, 2000.
32 Eduardo Griiner Teoría crítica y contra-Modernidad 33

burguesía —y por cierto la econorhía política burguesa— obtura, , escondidas de alguna manera); uii historiador más socio- •
desplaza, no toma en cuenta la esfera de las relaciones de producción “ • lector de Max Weber, tal vez nos citaría la Reforma protes-
que puede afirmar (y creer honestamente) que las ganancias capita­ logic°, cuaJ -era de estos casos hablamos, erí términos de fe-
T T de acontecimientos situados entre fines del siglo xv y principios

J j.fih ü i in iia t n f
listas se generan en el mercado, en la esfera del intercambio, y no en
la plusvalía producida por la explotación de la fuerza de trabajo S xvi. Para simplificar la discusión, redondeamos convencional-
asalariada (y por otro lado, Marx ya tiene esra intuición sobre la mente V decimos-año 1500.
centralidad del mecanismo de “la parte por el todo” desde mucho Si ahora le preguntáramos a un profesor de filosofía - o de his-
antes; recuérdese_su afirmación de que una clase se vuelve realmen­ ■ de la filosofía— cuándo fecharía él la emergencia del concepto
te dominante cuando logra persuadir al conjunto de Ips individuos 1 Sujeto moderno, en la aplastante mayoría de los casos se nos re­
de. que sus intereses particulares, son los intereses generales de la so­ mitirá a aquello qué discutíamos más arriba: el Sujeto cartesiano.
ciedad entera16). T&l vez alguno un poco más “rebuscado”, o más concernido por la
Es nuevamente cuando el concepto de “Modernidad” realiza — filosofía política, se animaría a citamos a Hobbes, cuya canónica
porque tiene que realizarla— esta operación ideológica típica que } obra Leviatán representa la primera teoría sistemática sobre el orí-
ese concepto euro-centrado se desliza aí euro-centrismo. Porque, claro * eeu del Estado moderno, apoyada en el famoso “contrato celebra­
está, una de esas partes amputadas al Todo es la que le permite a la do por individuos plenamente libres y racionales, es decir “moder­
Europa moderna ser lo que es: a saber, la parte de la dominación del \ nos” Tendría que ser m uy audaz el que se animara a citamos a
continuum coloníal-capítaiista. Y es una amputación, una exclusión < Spinoza y su propia imagen de Sujeto, hecha con elementos mez­
que afecta tanto a la definición de la “Modernidad” en tanto época, clados de racionalidad y “afectos” pasionales. Pero, quizá, buscando
como a la imagen del sujeto que corresponde ese momento. M ire­ mucho, lo encontraríamos. , ,, .
mos esto un poco más de cerca, pero, ya fo dijimos, con una mirada i Ahora, un momento: en todos estos casos estamos hablando, si
“periférica”. * hemos de fechar, de mediados del siglo xvn. Siempre simplificando,
volvamos a redondear: 1650. ¿Se entiende nuestra sobresaltada ex-
trañeza? jEl “Sujeto moderno” parece estar un siglo y m edio “retrasa­
do” respecto de la “Modernidad”! Y nuestro asombro no puede sino
aumentar cuando de repente nos recordamos a nosotros mismos
Cuando le pedímos a un historiador o a un profesor de historia que las narrativas filosófico-políticas de ese siglo (que, repetimos, es
más o menos convencional que nos fech e el inicio de Ja Modernidad también el del barroco), esas grandes teorizaciones contractualistas
(porque, como es sabido, los historiadores, usan fechas como hitos e iusnaturalistas como la de Hobbes o Locke,argumentaban que el
simbólicospara separar una “época” de otra, invocando ciertos acon­ Estado y la “sociedad civil” —el Commomvealth, la cqmm unitas polí­
tecimientos, procesos o transformaciones), normalmente nos citará tica, etc.— eran el producto, mediado por el contrato, de aquella
la captura de Constantinopla por el Imperio otomano (la así llama­ voluntad libre y racional de los individuos que habían acordado
da “caída del imperio Romano de Oriente”) o quizá el encubridora- , pactar entre ellos para salir del problemático estado de naturale­
m ente denominado Des-cubrimiento de América (porque antes, al za”. O sea: en buena lógica, los sujetos modernos deberían ser pre­
parecer, las tierras que luego se llamarán América estaban cubiertas,6 vios a la Modernidad, puesto que son ellos quienes la construyen. Y
’ bien, no: como hemos visto, el concepto filosófico dominante
—“oficial”, por así decir— del Sujeto moderno es al menos 150
6 K. Marx, y Friedrich Engels, La ideología alemana, Madrid, Akal, 2014. años posterior a la Modernidad.

_
■ n

34 Eduardo Giiiner
Teoría crítica y contra-Modernidad 35
La cuestión es más complicada, sin diidg. Esa imagen del Sujeto
que tanto la imagen de época como de Sujeto de la Modernidad son
moderno tiene aspectos potencialmente positivos, “emancipatorios”
dS factura anglo-francesa. En aquella hipotética coincidencia que su­
' (que en el siglo siguiente serán ampliados por Kant), en la medida en
geríamos entre el Sujeto y los orígenes históricos de la Moderni­
que su mismo aislamiento es una condición para sustraerse por ejem­
dad, deberíamos incluir el hecho de que el primer gran debate “mo­
plo a la heteronomía opresiva del dogma religioso tradicional, o de
derno” no fue la Q uerelle del siglo xvn, sino el de Bartolomé de las
la autoridad despótica en el ámbito político. Por otro lado, sin em­

cviYijy. riifhWiKvii
Casas con Juan Ginés de Sepúlveda, a mediados del siglo xvi (otra
bargo; esa imagen de aislamiento a-histórico sirve para barrer de la
vez, un siglo y medio antes), donde también él se refiere, en térmi­
escena otra posibilidad para la construcción de la imagen.
nos teológicos —que son los de la filosofía de la época— a “choques
En efecto: ¿qué sucedería si, cerrando esa enigmática brecha de
de civilizaciones” y a “subjetividades colectivas”. Y también éste —
150 años, hiciéramos coincidir el origen del Sujeto moderno con
referido como se sabe a la psyché “indígena”— es un conflicto en el
esos acontecimientos que el historiador nos indicaba como el ori­
umbral entre, España y América, pero es que el eurocentrismo lo es
gen de la Modernidad? Piénsese: caída de Constandnopla, “descu­ doblemente: también Europa tiene sus periferias internas. Y ese
brimiento” (y consiguiente conquista / colonización) de América,
gran debate “teórico-crítico” inaugural de la Modernidad, enton­
Reforma protestante (y consiguientes grandes guerras religiosas) *
ces, fue sometido asimismo a un olvido “renegador” al que se le
Son todos eventos de una violencia extrema que comprometen a negó pertenecer ya plenamente a la “auto-conciencia” moderna.
grandes masas de individuos, incluso a grandes civilizaciones ente­
Es una renegación que rápidamente entró en complicidad con
ras. Tendríamos, entonces, multitudinarios Sujetos “colectivos” en otra categoría característicamente moderna, la de progreso. También
situación ¿ensangriento conflicto.. Pero, claro, esa otra imagen es in­
ésta, como veremos, implica sus propias “forclusiones”. Digamos
tolerable e inutilizabk para las necesidades ideológicas de la bur­
por ahora que es otro de esos conceptos que se corresponden con la
guesía en ascenso y su nueva hegemonía políticocultural. El carác­ etapa de ascenso y consolidación de la pueva clase proto-dominan-
ter “colectivo” del Sujeto (aun cu'ando fuese una “colectividad” te; el progreso como idea se inscribe en/ se desprende de una concepción
genérica, sin las determinaciones concretas de, digamos, las clases del tiempo lineal y ascendente, que es la ae la línea de marcha y
sociales en Marx) desmentiría la premisa del individualismo posesivo ascenso de la nueva clase. Sin embargo, tratándose del ascenso de
que está en el cimiento mismo de la construcción burguesa;17 y la una clase, se presenta como concepción del tiempo como tal (“parte
situación de violento conflicto (religioso, colonial, social, racial) que
por el todo”, otra vez). Es lógico: las clases en ascenso, en la perse­
es la “partera de la historia” de esa nueva sociedad, desmentiría el cución de su dominio particular, se visualizan a sí mismas —y bus­
ideologema de un Estado burgués que viene z pacificar lo s horrores can, como parte de su construcción hegemónica, que las otras lo
del mítico “estado de naturaleza” de los contractualistas.
acepten así— como representantes del ascenso universal de la hu­
Recapitulando: la noción “oficial” de la Modernidad supone una manidad.
obturación y una renegación (una forclusión,, suponemos que diría Pero esa idea no puede ser tomada como una evidencia. Aun
un psicoanalista) del hecho de que ella misma ha surgido y se ha cuando aceptamos ser partícipes de un espíritu “progresista”, es ne­
desarrollado sobre la base de violentos conflictos entre subjetivida­ cesario calificar la idea; vale decir, devolverla a l campo de tensiones en -
des colectivas —lo cual no anula el lugar del individuo, pero* le da * tre sus componentes histérico-concretos. Allí tenemos, por ejemplo —
otra dimensión, no “cartesiana”— Y es aquí donde debe aclararse aunque no es un ejemplo cualquiera—, la inquietante admonición
, de Benjamín, cuando nos dice que el progreso es la filosofía de la
Cfr., para esto, C. B. Macpherson, La teoría política del individualismo po­ historia de los vencedores de esa historia; para los vencidos (los escla­
sesivo. De Hobbesa Locke, Barcelona, Fontaneüa, 1979.
vos, los oprimidos, los dominaídos, los colonizados) la historia, lejos
ij
i, !

y
36 Eduardo Grüner Teoría crítica y contra-Modemidad 37
de ser un progreso, es una permanente y catastrófica regresiónJ 8 La ' ¿to de otros modos de producción— que su desarrollo, su “pro-
' noción moderna (y sólb podíá ser moderna) de progreso se levanta P » sea el de unas fuerzas productivas alimentadas a su vez por
pues sobre otra gigantesca amputación, ya que éste es la cara visible desarrollo tecno-científico. En una nueva vuelta de tuerca de
—el rostro central, diremos— de la invisibilización de las enormes ^la-parte-por-eTtodo, la totalidad de la noción de “progreso” queda
masas, de las inmensas periferias sometidas al “estado de emergen­ reducida a lo que Adorno y Horkheimer hubieran llamado la racio­
cia” (siempre Benjamín) de la regresión perpetua. El concepto do­ nalidad instrum ental, o Heidegger la metafísica, de la técnica. No hay
minante de la Modernidad, se sigue, desplaza a un ju era de la escena mayor criterio para saber si se está en la “Modernidad” que la
a los pilares siniestramente regresivos sobre los que se levanta su subordinación, la obediencia al macro-dispositivo de la técnica
“progreso”. “ _^y, solidariamente, de la acumulación capitalista—. La universali­
A decir verdad, la operación es aún más insidiosa. No ps que no zación naturalizada de este pensamiento hace estrictamente in co n-,
se reconozca la existencia de esos “otros” periféricos que todavía'no cebible la posibilidad de que otros pueblos, otras sociedades, res­
han alcanzado el progreso. Ellos son en efecto los que no han podi­ pondan a otra lógica de su desarrollo, a otros ritmos históricos, a
do ingresar plenamente en el curso lineal y ascendente de la historia otros objetivos comunitarios; en definitiva, a otra “cultura”. Si no
(en algunos casos se han quedado “estancados”, en otros, jamás lo han ingresado al “progreso”, tiene que ser por su incapacidad, por
harán, y esto puede leerse en el mismísimo Hegel: ¿vale la pena su ignorancia, por su “salvajismo”. La carga del hombre blanco
preguntarse por el azar de que estos últimos coincidan con los con­ será entonces obligarlos a ingresar, y si es necesario por la fuerza: así
tinentes colonizados como Africa y América?19). Esa diferencia se de sencillo. E igualmente fácil es, también, el tránsito de un con­
traduce como natural inferioridad: puesto que el “progreso” es la cepto de “Modernidad” eurocentrado a un concepto eurocéntrico.
Historia misma, todo pueblo que no haya alcanzado esos criterios Conclusión: la falsa Totalidad m oderna d é l a idea de “p rogreso” es la
eurocentrados debe necesariamente ser defectuoso, debe ser ¿re-his­ otra 'cara del racismo.
tórico, incluso no-histórico, debe estar en un eterno “estado de na­ Hay que ser muy cautelosos, entonces, con la noción “moderna”
turaleza” y, con este razonamiento, es fácil, demasiado fácil desli­ de diferencia (y con su radicalización ¿orí-moderna, por más que se
zarse hasta el extremo de la pre-humanización de esos pueblos. pretenda también aquí una discontinuidad). Con esto tampoco esta­
El reconocimiento de la diferencia (otro concepto moderno) es mos descubriendo nada: ya es un lugar común alertar sobre la posi­
inmediatamente indiscernible del “conocimiento” de la inferiori­ ble confusión entre diferencia y desigualdad, pero nos da la impresión
dad, decíamos. Esto también tiene su “lógica”. Permítasenos incu­ de que se ha explorado menos la relación entre diferencia y exclusión
rrir en un pleonasmo: el sistema que la burguesía eurocentrada conceptual. ¿Qué queremos decir con esto? Simplemente el hecho de
construye, es decir, el sistema de lg “Modernidad”, es el capitalismo. que otra ingeniosa operación ideológica de la colonialidad d el pod er /
Y para éste es una necesidad —-un rasgo diferencial axiomático res- saber es que con frecuencia —incluso, y quizá sobre todo, desde una
perspectiva “progresista”— el “Otro” es reconocido e incluso “res­
petado” en su diferencia, pero ésta es considerada como una com­
benjamín, Sobre el concepto de historia, Santiago de Chile, Arcis, 2001. pleta ajenidad-. el “Otro” es una plena exterioridad respecto de la cul­
G. W. E Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid,
Alianza, 1980. Nótese, por favor, el calificativo “universal”: Hegel, el pensador
tura propia (la cultura eurocentrada dominante), como si su “Otredad”
de la Totalidad por excelencia, hace una de las más descomunales reducciones' específica, histórico-concrqta, no fuera un producto de la domina­
de la parte por el todo” que'conozca la historia de la filosofía; lo cual, desde ción; como si no se hubiera transformado —vía la dominación colo-
ya, no quita un ápice de interés a esta obra monumental, simplemente hay que ' nial, por ejemplo— en un “diferente” respecto de m i igualdad con­
tener presentes todos los aspectos de ese “interés”. migo mismo, en una “otredad” respecto de mi “mismidad”. De esa
38 Eduardo Griiner Teoría crítica y contra-Modernidad 39
manera se obtura simultáneamente ia percepción de que esa “dife­ Marx / Nietzsche / Freud. Los tres, decíamos, apuntan su foco a
rencia” es un efecto del poder (el Ótro ha 'devenido Otro mediante su distintas manifestaciones “subterráneas” de lás fracturas forcluidas
incorporación violentamente forzada a la íógica eurocentrada del de la Modernidad: la lucha de clases, la lucha entre lo “apolíneo” y
“progreso” en condiciones de inferiorización), y la percepción de lo “dionisíaco”, la división del Sujeto entre la conciencia y el in­
que la propia cultura dominante se ha conformado a sí misma me­ consciente. Se puede decir que, en su propia situación de pensa­
diante esa incorporación violenta de —lo que ahora es— el Otro. miento eurocentrado, ellos generan un “modo de producción” de
El Otro aparece entonces como si hubiera sido desde siem pre una pensamiento crítico cuya lógica permite el desmontaje del pensa­
“periferia” externa a mi cultura, que es el “centro”. Es una nítida miento eurocéntrico, ya que no permite el cierre, la sutura simétrica
inversión —típicamente fetichista— de la relación causa / efecto que 1 de la equivalencia entre Modernidad y,Europa, al mostrar que la
impide observar que sólo porque he “periferizado” al O,tro es que yo - Modernidad está fallada en la propia Europa.
me he transformado en “centro”, y viceversa. La relación con el Son al mismo tiempo pensamientos “periféricos”, no solamente
Otro no es entonces de lo que llamábamos amenidad, sino que es un por el relativo grado de marginalidad (cuando no de abierta perse­
linde, o un umbral, o un borde (todas traducciones imperfectas pero cución y censura) que sufrieron en su propia sociedad, sino —y más
aproximadas del complejo término in-between, acuñado por Homi ' importante desde el punto de vista teórico— porque adoptan el
Bhabha20), en el que el “ser” de uno se constituye con ese Otro que •• punto de vista “periférico”, la mirada oblicua, “barroca”, de los “ven­
se pretende expulsar a un pleno exterior. Pero se constituye no de : cidos”: el proletariado, lo dionisíaco, el inconsciente y sus pulsiones
una manera cualquiera, sino en el espacio tenso de un linde conflic- i son —cada una en su propio registro— las instancias reprimidas /
tivo, de una relación histórica de fuerzas, en el que esa expulsión con- i renegadas / forcluidas por la Modernidad “oficial” europea*(otra
ceptual del Otro busca, a fin de cuentas, disimular el ejercicio de un % instancia es, por supuesto, la constituida por los pueblos coloniza­
poder de extrema violencia. Esto es lo que la “Modernidad” domi- ; das y su esclavitud, sobre la cual volveremos). Complementaria­
nante no puede comprender. ;• mente, los tres rompen con el centramiento en el Yo solipsista del
Bien. Hasta aquí hemos revisado sucintamente, desde lo que as- cogito-*la clase marxista, el Übermensch nietzscheano, el triángulo edí~
piramos que sea una teoría crítica situada, con mirada asumidamente -i pico detrás de la división del sujeto ffeudiana son otras tantas recusa­
“periférica”, las fallas (en todos los senados definidos más arriba) de ciones radicales al individualismo “yoico” moderno; aunque, al final,
la categoría “Modernidad”. Veamos si podemos concentrarnos, en lo los tres subvierten “desde adentro” la lógica dominante de una linea-
que sigue, en la idea de una awíra-Modemidad igualmente crítica. { lidad temporal asociada a la Modernidad: los “tiempos” de la revolu-
ción proletaria, de la repetición dionisíaca y de las pulsiones del incons­
ciente conviven, pero en estado de conflicto .permanente, con la
IV marcha “evolutiva” del progreso burgués, del desarrollo acumulativo
de la cultura, de los aprendizajes del Yo.
Siempre hubo algunas —pocas pero distinguidas— voces que, i Marx, Nietzsche y Freud, evidentemente, no son los únicos ni
aún en su euro-centramiento, levantaron sus cuestionanúentos crí- i los primeros. También podríamos citar, en los albores mismos del
ticos a esa noción “oficial” de la Modernidad, mostrando sus fallas, > Estado y la política modernos, a un Maquiavelo (pensador sombrío
sus contrariedades y fracturas. Ya hemos aludido a ese trípode para- de la burguesía que ésta quisiera poder olvidar) y su desmontaje
digmático de pensadores críticos'de la segunda mitad del siglo xix, 3 cínico, lúcido, posiblemente prematuro —pero también premoni­ i
torio— de la escisión típicamente capitalista entre ética y política,
20 H. Bhabha, The Location o f Culture, Londres, Roudedge, 1994 entre la racionalidad de los valores y la de los fin es (como hubiese
1

7<a
40 Eduardo Griiner Teoría crítica y contra-Modemidad 41
dicho Max Weber). O podríamos citar —en pleno sigJo xvn, e] siglo Ahora bien, todos los que hemos noiñbrado son intelectuales •
barroco de los contractualistas y el individualismo posesivo, del su­ , centrados cuyo pensamiento constituye (objetiva, y a veces tam-
jeto cartesiano— a Spinoza, el filósofo de la potencia de la m ultitud, Kéit subjetivamente) una crítica potencial de la cultura euro-m oder-
que de ninguna manera despacha ai individuo, pero lo piensa siem­ ** céntrica. Su visión “periférica”, absolutamente indispensable
pre, por un lado, escindido entre su razón y sus afectos (el anteceden­ la construcción de una teoría crítica en cualquier p a rte, es no
te para Freud es innegable), y por otro alimentando su propio cona­ A ta n te una “visión interior”. Se trataría ahora de examinar la po­
tos —su deseo de “persistir en el ser”— del conatus de la m ultitudo, sibilidad de una crítica (objetiva o subjetiva) construida desde lo que
sin la cual su potencia individual se debilita y apaga. Ambas son ya ¡Intes denominábamos el linde o el umbral: un lugar de entrecruza-
posturas coKíra-modernas de una “Modernidad” alternativa, pero se' m iento conflictivo entre Europa y sus “Otros” que es estructuralm ente
sitúan históricamente en la fase de ascenso del poder burgués; más “periférico” —incluso por tazones geográficas— y cuya mirada es
aún, en un momento fundacional de ese poder. .necesariamente oblicua, “barroca”, puesto que es en ese umbral don­
• Marx, Nietzsche y Freud, en cambio, son pensadores de la crisis, de se articulan —de forma desigual y combinada— la historia de los
de la fase del declive, que puede ser muy prolongada —de hecho, vencedores y la de los vencidos. Y cuando decimos la “posibilidad” no
como sabemos, aún estamos en ella— pero que no tiene retorno, y nos referimos a la plena actualidad de ese posible, pues es obvio que
no porque su tiempo sea “lineal”, sino porque ha alcanzado (de /hopesa posibilidad existe; la cuestión es más bien cómo ubicar las
acuerdo con las razones que aportan por separado los tres) la satu­ condiciones originarias dentro de cuyos parámetros históricos todavía
ración de sus contradicciones, su “techo” catastrófico. Por ello en su rigentes contamos hoy con esa posibilidad. La constatación de esas
pensamiento se verifica la ya aludida insistencia en una tragedia de la condiciones históricas objetivas para una teoría crítica de la «Mi­
_ como la denomina otro cuasi contemporáneo de todos tra-Modernidad quizá nos permitiría —dado que no creemos en la
ellos, Georg Simmel— en la que las formas^-“universales” y anquilo­ linealidad de la historia moderna-4- operar asimismo subjetivam ente,
sadas de la cultura son impotentes para contener las particularida­ “conscientemente”, una repetición de esas condiciones conceptuales,
des múltiples de lo viviente y entonces amputan estas últimas. Un claro está que en un contexto muy distinto, aunque no completa­
lugar intermedio, habría que añadir, lo ocupan —entre fines del si­ mente ajeno, al del origen.
glo xvni y principios del xix— el Starm und D rang y los románticos, Para hacer esa constatación debemos nuevamente su m a ria r—en
sobre todo los alemanes, que olfatean la crisis de la Modernidad en el doble sentido del término— la definición “oficial” de la Moder­
un momento y lugar que no les permite concebir todavía una ver­ nidad.
dadera alternativa, y por ello su borrador conti'a-m oderno mira ha­ Como hemos recordado antes, el uso del vocablo M odernidad fue
cia atrás y se reviste con un ropaje “reaccionario”, de ensoñaciones asociado a ciertos acontecimientos o procesos “emblemáticos”: el
semifeudales e idealismos utópicos que no es posible realizar. No Renacimiento, .la. Reforma protestante, las “revoluciones burgue­
obstante, no son fácilmente descartadles como m eros reaccionarios; sas” (y, particularmente para nosotros, por sus supuestos efectos so­
el anticapitalismo romántico, además de haber producido maravillosa bre las independencias americanas, la Revolución llamada “france­
poesía y nada despreciable filosofía, tiene un valor “sintomático” sa”), la Revolución industrial, el surgimiento y consolidación de los
que hoy bien podría informar, en una suerte de “retorno de Jo re­ grandes Estados nacionales, el constante progreso científico-técni­
primido”, la teoría crítica “periférica”21. co, el individualismo, la “desácralización” y “laicización” de la vida ,
social, la progresiva “democratización” de la esfera dé lo público (y
. Para est0> Lówy y R. Sayre, Révolte et mélancolie. Le ramantime la propia división de las esferas de lo público y lo privado), etcétera.
a contre-courant de la modernité, París, Payot, 1992. Todo ello —más un sinnúmero de estructuras semejantes vincula.-
42 Eduardo Giiiner Teoría crítica y contra-Modernidad 43
das constituye, como es sabido, la totalidad compleja,que se deno­ mente “oj-ales”, sino con otra(s) “escrituras”, que entonces no supo­
miné “Modernidad”. Para un pensamiento crítico “periférico”, si­ nen una [alta, o u n '‘Vefra.ro”, sino “la coronación de un proceso que
tuado no afuera sino en el linde de la Modernidad —recordemos a conduce desde las relaciones imagen/palabra más simples... a ver­
Borges: el umbral es el punto de encuentro entre dos espacios—, se daderas y propias artes no occidentales de la memoria”23. Es decir,
trataría de ubicar las fallas (otra vez, en todos los sentidos en que no se trata de “etapas” más avanzadas o más atrasadas de una misma
hemos usado esa palabra) de tal definición. Empezando, por ejem­ lógica, sino de lógicas y “temporalidades” diferentes.
plo, por una pregunta muy simple, y que puede parecer obvia — Ésta parece ser una manera de apartarse de lo que en los últimos
pero que justamente por su obviedad, suele despacharse sin mayores cinco siglos se ha vuelto la filosofía de la historia dominante: el con­
. interrogantes : a saber, ¿qué puede significar cada una de esas cosas cepto de una historicidad única, lineal, evolutiva, “etapista” y id eo ­
—no digamos ya todas ellas juntas— para, por ejemplo, un bantú lógica (ese tiempo “homogéneo y vacío” del que habla Walter Ben­
del Africa subsahariana, un chipaya del altiplano andino, un dogón jamín) que ha naturalizado a la Modernidad occidental como meta
de Malí, ún náhuatl de México, un tuareg del Rjf magrebí o para un o punto de llegada al cual todas las sociedades deberían haber arriba­
tungús de las estepas siberianas? Evidentemente, nada. O, en todo do. Y no estamos hablando de un pensamiento cualquiera, su más
caso, si abora significan algo es sólo porque esas culturas fueron “in­ sofisticada culminación es, como ya hemos mencionado, la filosofía
corporadas por no decir tragadas— por la cultura occidental / de la historia de Hegel, para la cual la historia (occidental), como es
eurocéntrica moderna; una cultura que logró, en los últimos 500 sabido, es la historia de la mismísima razón como tal. Estamos, aquí,
años un grado de hegemonía tal que puede “verosímilmente” apare­ en el pleno reinado de una gigantesca operación fetichista (en el sen­
cer como la cultura, sobre cuyo paradigma se miden —normalmen­ tido de un Marx, pero también de un Freud), a través de la cual la
te en menos^- los logros y carencias de todas las demás. pa r te —una historia, una concepción de la temporalidad, una cultu­
Normalmente en menos”, dijimos. Hace ya unas cñatro déca­ ra_sustituye a (y se hace sinónimo de) el in co m p lejo Aorlas his­
das que el notable antropólogo francés Pierre Clastres señaló, agu­ toricidades diferenciales.
damente, que la cultura occidental tiene el hábito de calificar a las No es, desde ya, una operación meramente “filosófica” o ideoló­
otras por su falta: sociedades sin Estado, sociedades sin producción de gica, sino fundada en un ejercicio del poder real que redibujó el
excedente para el intercambio, sociedades sin acumulación de capi­ mapa del mundo a partir de 1492. Pero ese poder persiste, pese a
tal, sociedades de subsistencia, y así siguiendo. Pero —se pregunta que el colonialismo ya no exista form alm ente. ¿O acaso en nuestras
Clastres— ¿y si las calificáramos, al revés, por la positiva? Es decir, escuelas secundarias no se sigue enseñando la historia universal bajo
sociedades no sin, sino contra el Estado (pues se resisten a diferenciar las etiquetas periodizadoras de las edades “antigua”, ‘media , mo­
una esfera de la vida social que domine políticamente a las otras), o derna” y “contemporánea”, que son etapas identificadas mayorita-
sociedades contra la producción de excedente (pues no les’ interesa riamente con la historia europea? No basta entonces con la crítica
acumular más de lo necesario para satisfacer sus necesidades de repro­ del colonialismo. Hay que sumarle la crítica de lo que Aníbal Qui-
ducción), sociedades no de subsistencia sino, al contrario, de superabun­ jano, célebremente, denominara la colonialidad del poder/saber. En
dancia (pues, por las mismas razones, su “tiempo socialmente nece­ palabras de W alter Mignolo, “la lógica de control que conecta a
sario de trabajo es mucho menor que el nuestro, y viceversa, su todas ‘esas instancias (coloniales) desde el siglo xvi hasta hoy , y
tiempo libre” mucho mayor)22. Y algo similar propone Cario Seve- cuya máscara es precisamente el concepto" de modernidad.
ri cuando postula que no se trata de sociedades sin escritura, pura-
» C. Severi, El sendero y la voz. Una antropología de la membria, Buenos Ai­
22
P. Clastres, La Sacíete' contre l ’État, París, Minuit, 1974. res, SB, 2010.
44 Eduardo Gtiiner Teoría crítica y contra-Modemidad 45
Retomemos, pues, “Modernidad”, para saltearnos los eufemis­ El proceso conjunto de colonización y colonialidad tuvo, para lo
mos, es un concepto que se recubre con la emergencia del modo de que aquí nos interesa, tres enormes consecuencias interrelaciona­
producaon capitalista, el primero de la historia que, como ha mos
trado Marx, nene la tendencia constitutiva a volverse mundial por das:
sus propias necesidades de reproducción “ampliada”. El capitalismo a) la detención de los procesos de desarrollo autónomo de las so­
es mseparable de lo que ya vimos que Samir Amin llama la mundiali ciedades colonizadas bajo sus propias lógicas wo-capitalistas
z m rn i t la ley del valor de) capital. Es inseparable, por lo tanto del (y no prc-capitalistas, lo que supondría recaer en la teleología
cohntahsnu, (y de la “colonialidad”) bajo cualquiera de sus d
lineal); _
rectas o indirectas fya hiera colonialismo puro, o bien s e m i ^ S b) la incorporación violenta y subordinada de esas sociedades a la
e m ) \ T T '°m'a l' ' in /’ “i|mpena,ÍSm° ”>“p°s-coloniabsmo” etcé- lógica instrumental de la acumulación mundial de capital
ter ). La colonización / colonialidad es entonces un factor d e cid o para beneficio de las clases dominantes europeas —y también
en la propia conformación de la “modernidad”
las “periféricas” subordinadas— y, por último,
c) la invisibilización y fagocitación de las historias diferenciales y/o
«. 2 ¡ í S ;■‘g s r t s s t T “ “ dr “ ' - -
los ritmos temporales distintos de esas sociedades ante la “li-
queda palmariamente claro ya en el ánálisi¡ q u ed are'M a^ eT e'l nealidad” del llamado progreso.
femoso capitulo XXIV de El capital, la explotación de iffo” “ d
traba,o esclava o sem,-esclava en América es absolutamente l i t a Éstos son los (sustantivos) momentos de barbarie inseparables de
para el proceso de la así llamada “acumulación originar a” de « p i ese documento de civilización que es la Modernidad —=para decirlo
tal, que, como también o dice Mar* va í 1 , 7 api~
con la ya canónica fórmula benjaminiana.
del capitalismo. Aquella c o l o n i z ó ^ X ^ n s h'St°ria
Pero7SÍ lo anterior es mínimamente plausible, entonces la M o­
de la "base económica” de la Modernidad ñor Jo P SOn parte
dernidad, decididamente, no es una “exportación” occidental a las
sociedades “atrasadas”. Para empezar, porque no había tales; existían
atender lo dicho sobre la tendencia e s tn u tu r a lm lu mundLl de ca sociedades con lógicas y ritmos históricos diferentes a los de Euro­
piral,smo, tomamos como “unidad de análisis” ya no los estados' pa, y sólo pueden aparecer como atrasadas cuando la lógica lineal de
europeos sino -c o m o lo ha propuesto Im m an u eíW allem d n - e la Modernidad occidental se impone como la única y “natural” con
rm ana-ntundo global « la aludida explotación de la fuerza de maba base en su dominación sobre las otras. Y, para continuar, porque son
los “vencidos” de la historia —retomando el lenguaje de Benja­
mín— los que han hecho una contribución forzada, pero también
la separación a escala mundial entre el productor
decisiva, según hemos visto, a la construcción de la Modernidad. La
Modernidad cresta “totalidad” fallada¡ fracturada, constitutivamen­
te conflictiva, desgarrada, y no solamente una pa rte que pasa por ser
una suerte de esfera armónica preconstituida y cerrada sobre sí mis­

««satssssaáíis ma, de la cual la otra parte, la “alteridad” extraña, debe “aprender”.


Los pueblos, las sociedades, las culturas colonizadas, a partir de
1492, no son más una exterioridad respecto de la Modernidad occi­
1979. L WallerSteÍn> El fnoden» ™ndial, voí. I, México, Siglo x», dental, sino todo lo contrario: la Modernidad misma se construye
mediante su incorporación violenta y genocida / etnocida.
46 Eduardo Giiiner Teoria crítica y contra-Modernidad 47
Pero entonces, cuando se aborda por ejemplo la cuestión de los anidad que logrój en su momento, vencer, tomar el poder, decre­
movimientos independentistas del siglo xix, y para completar la crí­ ta abolición de la esclavitud y fundar una hueva ilación, la prime­
tica de la colomahdad, ¿no deberíamos pensar también los efectos que ra independiente de América “Latina” y el Caribe.
estos movimientos tuvieron sobre la configuración de esa segunda pero además, decíamos —y esto seguramente tiene mucho que
modernidad política (y, ya lo dijimos, filosófico-cultural), y no ver­ ver con aquel “ninguneo”— fue por lejos, incomparablemente, la
los exclusivamente como “efectos” a ellos mismos? Exploremos, más radical desde un punto de vista social, étnico-cultural e incluso,
hipotéticamente, un ejemplo histórico de esa vía «»»z?7z-modema. ' ló veremos, “filosófico”, ya que fue la única de las revoluciones
emancipadoras en la cual fue directam ente la clase (y “etnia”) explo­
tada por excelencia —los esclavos de origen africano— la que tomó
■ ' V el poder, mientras que en los restantes (y posteriores) movimientos
independentistas, fueron las nuevas burguesías “criollas” emergen­
Una demostración fehaciente de la persistencia de la colonialidad tes las que conformaron los elencos políticos dominantes, y Sobre
del saber es precisamente el hecho de que en el año 2010 se haya ce­ todo las que se beneficiaron económica y socialmente con la inde­
lebrado, en el conjunto del continente americano, al sur de Río pendencia formal. Solamente la haitiana fue una revolución no sólo
Grande, el bicentenario de las gestas de emancipación anticolo­ protagonizada, sino dirigida “desde abajo”. Excelente motivo para
nial. Nada tenemos en contra de esa celebración, y hoy existen en olvidarse de ese “mal ejemplo”.
América Latina algunas buenas razones para festejarla, pero es igual­ Si se nos permite una pequeña boutade “decolonial” y “contxa-mo-
mente justo recordar que —para el conjunto del continente, ñus allá dema”, de la Revolución haitiana puede decirse que fue tan “moder­
de que cada una de nuestras naciones celebrara en sil fecha corres­ na” que fue más francesa que la “francesa”. .. pero porque fue haitiana.
pondiente— ésta debió llevarse a cabo en 2004. ¿Por qué? Recorde­ Tratemos de explicamos, aunque sea muy esquemáticamente:
mos que fue en 1804, y no en 1810, que se declaró la primera de esas « f La Revolución “francesa” producida en 1789 emite ese magnífi­
independencias, después de trece años de una violentísima guerra co documento titulado Declaración de los derechos del hombre y del ciu­
revolucionaria que costó la friolera de 200,000 vidas (una suma in­ dadano. Haití, por entonces llamada Saint-Domingue, colonizada
audita para las revueltas de la época). por Francia desde fines del siglo xvn, era la colonia comparativa­
Nos referimos, por supuesto, a la Revolución haitiana, estallada mente más rica de todas las colonias americanas, y quizá del siste-
en 1791, la primera —y por lo tanto la fu n dante del movimiento que jma-mundo en su conjunto (algo que hoy suena sencillamente in­
en las primeras décadas del siglo xix recorrió toda la región— y la creíble, dada la situación abyecta de ese pobre país). Proporcionaba
más radical, por muy lejos, de aquellas gestas emancipadoras. Sus más de la tercera parte de la totalidad de los ingresps de su potencia
efectos sobre la constitución de lo que dio en llamarse la “segunda colonial. Por lo tanto, los esclavos de origen africano —medio mi­
modernidad (signada por las grandes revoluciones burguesas y las llón de humanos sobre cuya explotación indescriptible se levantaba
transformaciones político-culturales a partir de 1789) fueron des­ esa inmensa riqueza proveniente del azúcar, el café, el tabaco y el
comunales, como intentaremos mostrar enseguida. Por ello mismo, índigo— rápidamente tuvieron que enterarse de que, como era “ló­
fueron también virulentamente ninguneados -«-para recurrir al habla gico”, la universalidad de los Derechos del hombre tenía límites par-
. popular mexicana o forcluidos —para recurrir a la jerga psicoana- úculares muy precisos; tan particulares que tenían un color igual­
lítica de Lacan . La excepcionalidad impensable de la Revolución mente preciso: el color negro. , '
haitiana proviene, en primer término, del hecho insólito de ser la Fue eso lo que provocó el estallido de la Revolución, hasta lo­
prim era y única revolución de esclavos en toda la historia de la hu- grar que, en 1794, luego de tres años de violentísima lucha, y recién
ftfrilífttrtifrii
48 Eduardo Grüner
Teoría crítica y contra-Modernidad 49
f los anco anos de la Declaración, Robespierfe decretara la abolición de y . ^ está funcionando a pleno, de'nuevo, lá colonialidad d el po-
la esclavitud en las colonias francesas. Es decir: fue la Revolución derfsaber. si uno piensa la Modernidad como un exclusivo “produc-
, haitiana la que literalmente obligó a la francesa a. ser consecuente ■ de exportación” de Europa al resto del mundo, es obvio que le
con sus propios principios iniciales de libertad “universal”. ¡Menú : ttsultará inconcebible que unos esclavos desarrapados (y para col­
da muestra de una flagrante/**? de la Modernidad m rocm trada™ ' i mo -negros!) que están “fuera de la historia”, hayan sido capaces de
La Revolución haitiana hace, pues, una contribución sustantiva a ? esa contribución descomunal, no solamente a la Modernidad polí­
la Mpdemidad política, Modernidad que, sin embargo, ha quedado ■- tica sino a h filosófica, como es la monumental F enom enología hege-
exclusivamente identificada con la Revolución francesa. La lucha de liana. Esta renegación es par-te del des-conocim iento —que no es lo
los exesclavos, desde yartuvo que continuar. En 1802, el primer cón mismo que la ignorancia— a que fue sometida la Revolución hai­
sul Napoleón Bonaparte restaura la esclavitud en las colonias france- tiana y todas sus enormes consecuencias; de su impensabilidad,
sas (que no volverá a Ser abolida hasta 1848: Francia ostenta el “me­
cómo dice el gran historiador haitiano Michel-Rolph Trouillot.*S.27
mo de ser la «m ea potencia colonial que tuvo que abolir la esclavitud inimaginable, en efecto —y éste es otro y central tema de la
dos veces). La restaura, entiéndase, en casi todas las colonias: en Hai- Teoría crítica desatado, y pensable a partir de la Escuela de Franc­
o (todavía Sainr-Dommgue) las tropas de Napoleón sufren la derro­ fort o de Sartre—, esa dialéctica negativa y esa destotalización que
ta mas ignominiosa de toda su carrera hasta Waterloo. Conclusión- 0pera la Revolución haitiana de la modernidad, al confrontarla con
Ios pandes imperios pueden ser derrotados por sus “victim as” cuan­
¡m conflicto irresoluble que desgarra a la misma Modernidad desde
do estas logran, por su propia acción, des-victimizarse.
su propio interior: es una época que consagra los principios de la
Las contribuciones de la Revolución haitiana a la Modernidad libertad individual, la igualdad y la fraternidad... pero cuya “base
no se detienen allí. Nada menos que Hegel publica su Fenommolo-
económica” es la esclavitud más degradante, el genocidio, el etno-
gtS del espm tu (que incluye la famosa sección IV sobre la “dialéctica
cidio. “Documento de civilización » dócumento de barbarie”, para
de amo y el esclavo”) en 1807, apenas tres años después de la Re­
volver a Benjamín. La Revolución haitiana, por ello, es entre otras
volución haitiana. No es un azar. Es sabido, incluso por las declara­
cosas una declaración ara ira-moderna hecha desde el linde “perifé­
ciones del propio Hegel, que era un pensador extremadamente
rico” de la Modernidad, y Hegel, al contrario de sus intérpretes,
tentó y oonocetfar de todos los acontecimientos políticos de su
advirtió perfectamente este dilema trágico, si bien en su obra pos­
época. Susan Buck-Morss (y en su s huellas varios otros autores) en
terior contribuyó a “oscurecerlo". Hay entonces también una gi­
su ya pequeño clasico H egel y Haití, demuestra sin duda posible que
gantesca contribución filosóftco-crítica de la Revolución haitiana que
j , 3 Re™*UCIOn haitiana la que inspira esa “alegoría” filosófica he- incluso anticipa en un par de siglos todos nuestros debates actuales
ge lana. Pero antes, generaciones enteras de exégetas de Hegel
sobre el “multiculturalismo”, las “políticas de la identidad” o el
tributarios inconscientes del eurocentrismo, dieron por sentado qué
“poscolonialismo”. . ,
np " f V * ReV° 'UC‘on francesa años anterior a la inde­ ¿Por qué nos atrevemos a decir esto? Para empezar, H aití no es,
pendencia hamana), aduciendo que Hegel jamás menciona la Revo-
curiosamente, una palabra africana, sino taina, la lengua de los pue­
¡uaon haitiana. ¡Pero - p o r lo menos a l l í - tampoco menciona a la
blos originarios de la isla, que habían sido prácticamente extermi­
nados ya a principios del siglo xvi, antes de que llegaran los esclavos
africanos. Los afroamericanos, pues, recuperan un nombre abori-
i0 P°T Í,0r’,Sef 1imOS en esencia !os argumentos expuestos en E '
f a oscundady las luces, Buenos Aires, edhasa, 2010.
S. Buck-Morss, Hegely Haití, Buenos Aires, Norma, 2005. 27 M.-R. Trouillot, Sileneing the Past. Power and the Production o f History,
Boston, Beacon Press, 1995.
50 Eduardo Grüner Teoría crítica y contra-Modernidad 51
gen, en homenaje a aquéllos, para nombrar a la nueva nación que Es,o en el mejor de los casos. En el peor, está .por supuesto la
están fundando. Es para quitarse el sombrero. cuestión del racismo, que es también un invento de la Modernidad,
Pero hay más. La primera Constitución haitiana de 1805 (pro­ con el cual mucho tiene que ver la esclavitud. En efecto, se puede
mulgada por Jean-Jacques Dessalines sobre esbozos anteriores del decir que la ideología racista —y sobre todo a partir de su “cientifi-
gran líder revolucionario Toussaint Louverture) decreta, en su artí­ zación” en los siglos xvm y xix— es una respuesta ideológica a la
culo 14, que todos los ciudadanos haitianos serán denominados “n e­ contradicción insoluble que señalábamos más arriba entre la premi­
gros”: es un cachetazo irónico a la falsa universalidad moderna. Es sa filosófica de la libertad individual y la realidad material de la
como si los exesclavos dijeran: ¿De modo que nosotros éramos el “base económica” esclavista. Una respuesta que se adecúa perfecta­
particular que no entraba en vuestra universalidad! Pues bien, ¡ahora mente a la célebre definición de Lévi-Strauss del mito traspuesto a
el universal somos nosotros: todos negros! Eso instala en la “agenda”, la ideología política de los dominadores: un discurso que busca re­
incluso europea, la discusión, antes invisibilizada, sobre la esclavitud y solver en el plano de lo imaginario los conflictos que no tienen so­
la negritud, que atraviesa todo el siglo xix y sobre todo el xx, con hue­ lución posible en el plano de la realidad.28
llas —aunque frecuentemente subterráneas— en la filosofía, la litera­ Esa radicalmente m oderna revolución está, ai mismo tiempo,
tura y el arte. Hemos registrado esas huellas en la narrativa, la poesía atravesada por elementos que —si nos atuviéramos al “tiempo ho­
y el teatro de autores capitales de la Modernidad: Víctor Hugo, mogéneo” de las concepciones de la historia dominantes en la mo­
Prosper Mérimée, Eugéne Sue, De Lamartine, Rimbaud, pasando dernidad— son notoriamente “pre-modemos”, y aún “arcaicos”.
por el gran debate sobre la N égritude lanzado en la década de 1930 por Por ejemplo, la religión vodu, o vudú, ese complejísimo sincretismo
Aimé Césaire y continuado en los 50 por Frantz Fanón (para los entre ciertas formas religiosas africanas tradicionales —fundamen­
cuales Sartre escribió famosos prólogos) hasta llegar hoy a Edouard talmente provenientes de Dahomey— y componentes del catolicis­
Glissant o al premio Nobel de literatura Derek Walcott, cuyo mo­ mo, y que cumplió un rol esencial como aglutinadora “espiritual* de
numental poema épico Omeros es una trasposición de la litada a la las masas esclavas durante la revolución. O el no menos notable caso
historia de la esclavitud afroamericana y la Revolución haitiana. Y de la lengua creóle, una “lengua” en buena medida “inventada” por
no hace casi falta mencionar las novelas de Alejo Carpen tier El reino los colonialistas franceses para entenderse con esclavos africanos
de este m undo y El siglo de las luces, ambas directamente vinculadas a que hablaban una veintena de lenguas diferentes, y que luego —
la “ficcionalización” de este hecho revolucionario, sin olvidar la gran como suele suceder— cumplió la función inversa de ser la lengua en
trilogía “tolstoiana” del narrador e historiador norteamericano Ma- la que podían entenderse entre ellos los esclavos rebelados. O el caso
dison Smartt Bell, A N ovel o f Haití. de la tradición cim arrona, vale decir de las comunidades de esclavos
Todo $sto está muy negado. Ni siquiera muchos de los más im­ fugitivos de las plantaciones, que buscaban reconstruir “míticamen­
portantes historiadores y teóricos marxistas (consúltese % Eric te” las (reales o imaginarias) tradiciones de sus tierras africanas.
Hobsbawm, o a grandes historiadores de la Revolución francesa' O sea: nuevamente nos encontramos aquí con el símbolo de esa
como Albert Soboul y Georges Lefebvre) se hacen cargo del tema. conflagración de temporalidades históricas diversas y encontradas,
A través de la historia de la Modernidad, el “negro” fue construido “desigualmente combinadas”, que hacen de la Modernidad un cal­
como pna especie de alteridad exótica, como si nada hubiera teni­ dero múltiple y con polifonía, algo que el pensamiento hegemónico
do que ver con la propia constitución de, la Modernidad, y de la quisiera a cualquier precio reprimir.
peor manera (incluso “el indio” ocupa hoy en Latinoamérica un
lugar comparativamente más reconocido, al menos -en términos ?8 C. Lévi-Strauss, “La estructura de los mitos”, en Antropología 'estructural,
simbólicos). Buenos Aires, Eudeba, 1967.
52 Eduardo Griiner Teoría a itica y contra-Modemidad 53
. Estratégicamente, pues, se trata de mostrar que lo que llamamos , ' jg |a figura del umbral a 1^ del triángulo: figura altamente
la “Modernidad” es una versión eurócéntrica de la historia de los ^ b ó lic a , por otra parte, si recordamos que fue fundamentalmente el
últimos 500 años, tributaria de una teoría de la temporalidad evolu­ ráfico de*esclavos operado por los europeos entre África y América
cionista, teleológica, “etapista” o “progresista”; ese tiempo “homo­ lo ue hizo que el eje de la economía mundial en la Modernidad se
géneo y vacío” que fagocito las historicidades paralelas y autónomas desplazara del Mediterráneo al llamado “triángulo atlántico”.^Do­
de las sociedades colonizadas y explotadas desde el propio surgi­ blemente “periférico”, asimismo, en otro sentido: si tanto África
miento del capitalismo. Esta versión “oficial” postula entonces, ob­ como América son ya periferias en el nuevo sistema-mundo de la
jetivamente, una suerte de ideología de la transparencia, en la que la Modernidad, los esclavos africanos en América son la p eriferia de la
Modernidad europea proyecta sus “luces” sobre la “oscuridad” del periferia- Su lugar triangular evoca todas las aporías y contradiccio-
mundo hasta entonces desconocido (por Europa, se entiende). Ha­ íifetf ocultas de la Modernidad, y su objetiva crítica de las fa lla s de la -
cer la crítica de esa ideología implica entonces devolverle una opaci­ nüsma, a partir de la Revolución haitiana, se hace desde la singula­
dad a esa historia que se presenta tan “clara”, y demostrar que la ridad ahora irónicamente totalizada (“Somos todos negros...”) me­
conformación misma de la Modernidad supone un conflicto de his­ diante una inversión de la fetichista identificación parte/todo, que es
toricidades y de ritmos temporales diferenciales y contrapuestos, y la lógica de la Modernidad eurócéntrica. Incluso los hoy tan discuti­
que no es que de un lado estén las “luces” y del otro la “oscuridad”, dos problemas “identitarios” y “multiculturales” fueron ya enuncia­
sino que lo que hay es un remolino de claroscuros violentos. dos y trastocados por esa Revolución hace más de 210 años. Por
Como el pre-texto historiográfico para todo esto han sido los es­ ejemplo, los descendientes de los esclavos africanos que empezaron
clavos africanos en América, y en particular la Revolución haitiana allegar a América hace unos cinco siglos, ¿son o no pueblos origina­
de 1791-1804, la oposición entre los colores negro y blanco se vuelve rios? Darcy Ribeiro, en un texto ya clásico, los denominó “pueblos
simbólica. Edouard Glissant, un importante filósofo y poeta antilla­ * trasplantados”20; pero ¿cuántos siglos de “trasplante” son necesarios
no negro, reivindica ese “derecho a la opacidad” de lo que se ha pata que se los considere ya nuestros?
dado en llamar la créolité (la “criollidad”), como alternativa a la ne­ En todo caso, la primera de nuestras revoluciones independen-
gritud defendida por pensadores anteriores como los igualmente tistas (que, como decíamos, fue una revolución a la vez política, social
antillanos Aimé Césaire y Frantz Fanón.29También Glissant piensa y étnico-filosófico-cultural) abrió para la Modernidad una serie de
desde el linde, desde el umbral. cuestiones que en nuestra propia actualidad están muy lejos de ha­
Pero lo importante a tomar en cuenta aquí es el valor enorme ber sido cerradas. En conjunto, éstas cuestionan, ya desde el origen
(político, social, étnico-cultural y filosófico) del color negro como de lo que hoy se llama “América Latina”, el imaginario ideológico
nudo metafórico que, en la historia de una Modernidad que es cons­ eürocéntrico de la Modernidad, y lo hacen en'el momento mismo de
titutivamente colonial, sirve para problematizar y cuestionar crítica­ la constitución de la “segunda Modernidad”, de esa “Modernidad
mente las pretensiones de (falsa) universalidad de aquella Moderni­ de la Modernidad” que se nos había dicho quedaba inaugurada con
dad pretendidamente “totalizadora”. El negro se vuelve entonces la Revolución francesa. Si, como hemos visto, dicha revolución
una suerte de analizador semiótico contra-moderno y doblemente túvo que ser empujada por la haitiana para ser verdaderamente “mo­
“periférico”, pues no se trata ya únicamente del linde América / Eu­ derna”, eso significa que la Modernidad 'no es un “invento” exclusi­
ropa, sino también África / Europa. Una manera de decirlo es que vamente europeo, y s í es una “Totalidad” trunca, múltiple, desigual,
contradictoria, fallada, y en estado de permanente conflicto consigo
' ” E- Glissant, El discurso antillano, Caracas, Monte Ávila, 2005; cfr. tam­
bién Pbilosopbie de la relativa, París, Gallimard, 2009. 50 D. Ribeiro, Las entéricas y la civilización, Buenos Aires, ceal , 1969.
54 Eduardo Griiner Teoría crítica y contra-Modernidad 55
misma. Es en este sentido que se puede arriesgar la hipótesis de que 1 nn nodemos darnos el lujo de perder ningún potencial aliado.
CtOUf 11Ur . . i i ' • j
—como condensación de lo que hemos intentado'decir en esta sec­ í. Sería necio de nuestra parte, partiendo como debemos parar de
ción— el artículo 14 de la Constitución Im perial de Haití\ de 1805, es el j ¿uestro am ericano-centramiento,, ofuscarnos en un am ericano-centris-
prim er ensayo crítico contra-moderno de la historia de la Modernidad. # 10 que replicara, aunque fuera por una comprensible política reac­

tiva la lógica unilateral del adversario. Sería no reconocer nuestro


v lugar de conflictivo linde, nuestro problemático umbral; una teoría
VI { crítica “periférica” es ese umbral problemático.
j) ic h o esto, y aunque insistiremos en que aún no sabemos plena-
Pensar hoy la Modernidad así —bajo la lógica «mira-moderna í ¿ente qué es esa teoría crítica, nos atreveremos a balbucear provi-
del artículo 14, para retomar,nuestra metáfora— sería quizá una • sóriamente algunas proposiciones sobré las cuales ésta podría “estar
manera de'“desautomatizar” la colonialidad del saber y de operar siendo”:
lo que Octave Mannoni llamaba “la descolonización de mí mis­
mo”31. Para citar nuevamente a Benjamín, sería una manera de 1 Es una teoría de la contra-Modernidad. Creemos entender
recuperar la historia tal como relampaguea, hoy, en un instante _y compartir en lo esencial— la postulación dusseliana acer­
de peligro”32. Son las premisas básicas de lo que hemos denomina­ ca de una transmodemidad,33 Nos empeñamos, no obstante,
do una teoría crítica “periférica” y no eurocéntrica. Todavía no en el prefijo contra. Consideramos que da cuenta más explíci­
sabemos bien qué es —o qué será, cuando se constituya— eso. Pos­ tamente de una mirada de oposición “periférica” y de señala­
tulamos, por ahora, que sea una repetición de la lógica del artículo" miento crítico de las fallas de la Modernidad, pero que se
14 (y, por supuesto, de tantas otras que se podrían citar, pues el ya - hace cargo de que estamos aún en el um bral conflictivo de la
mencionado artículo tan sólo tiene la ventaja de haber sido un hito Modernidad, si bien —y precisamente ésta es la condición de
fundacional). posibilidad de tal teoría— se trata de una fase de crisis aguda,
Aquí usamos el término “repetición” en el sentido aproximado y posiblemente terminal, de lo que hasta aquí se conoció
de Kierkegaard —otro “contra-moderno” que valdría la pena releer como la Modernidad. No estamos todavía m ás allá de ella,
y reinterpretar hoy—, cuando dice que una auténtica repetición sino en el linde catastrófico de su estallido, y queremos situar­
aparece siempre como una novedad. La repetición del artículo 14 lo í nos en esa perspectiva, sin renunciar a los impulsos fallados de
interpreta retroactivamente como un comienzo, aunque no como emancipación / liberación de la Modernidad “clásica”. Pero
una permanencia igual a sí mismo: hoy, en nuestro propio contexto I. cabe aclarar, a este respecto, que de ninguna m anera creemos,
histórico-concreto, debe ser releído incorporando los insumos de . como Habermas, que haya un “proyecto inconcluso” de la
todos los autores que hemos citado aquí, y tantos otros que hemos Modernidad: ese “proyecto” está plenamente concluido, justa­
■ m mente porque su propia lógica internamente contradictoria
tenido que dejar afuera. Algunos de esos autores son eurocentrados
pero no eurocéntricos. Otros no son ni lo uno ni lo otro, pero —hay (básicamente, la contradicción necesaria entre un proyecto
que ser realistas, recusar todo exotismo ingenuo— son muchos más, .-¿¿¡■tí" • emancipatorioy el continuum colonial-capitalista) lo paralizó,
;i.'j11 *
en nuestra América, los que sin ser eurocentrados siguen siendo pro­ m -
fundamente eu r océntricos. Por lo tanto, y desde nuestra propia situa- 33 E. Dussel, Materiales para una Política de la liberación, México, uanl /PyV,
2007. Esta propuesta dusseliana es, casi no hace falta aclararlo, perfectamente i
31 O. Mannoni, “La descolonización de mí mismo”, en La otra escena, cit. complementaba con la de la contra-Modernidad: se trata de una cuestión de
33 En Sobre el concepto de historia, op. cit. ' maúces dentro del mismo campo semántico.
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56 Eduardo Griiner Teoría crítica y contra-Modernidad 57

lo “castró”, y eso ya no es reversible a menos de producirse , ; l ■ , caDitalista es la colonialidad y viceversa: no se puede criticar a
upa transformación radical y el pasaje a otra lógica. La teoría f r ^ T (y luchar contra) una, sin hacerlo simultáneamente contra la
crítica awzíra-moderna sería la fase de “las armas de la crítica”
de esa potencial transformación (cuyo completamiento, va de & una teoría, como hemos dicho, que instala su plataforma
suyo, no podría ser obra de la pura Teoría crítica, sino de su crítica en el maelstrom mismo de los conflictos irresolubles de la
articulación con la praxis multitudinaria-popular). ' Modernidad. Su papel es el de interrogar las razones proftin-
2. Es una teoría (ya no “contra”, sino) anti-colonial, por supuesto l & L í r das de esa “irresolubilidad”. En ese sentido tiene una impron-
—y por ello se nutre también de los estudios post y d e-colo- ta trágica, aunque de ningún-modo “fatalista” (son dos cosas
niales, así como de la^Filosofía de la liberación”—, y p o r }0 ' - s l S ? que suelen confundirse): en todo caso, en tanto teoría, se ubica,
tanto es también anti-capitalista —y, por ello se nutre 'de lo —" ¿ V ^ del lado del “pesimismo de la inteligencia”. Se propone des-
mejor de las teorías marxistas—. Esto debería resultar casi ocultar—para decirlo con una palabra filosóficamente presti-
autoévidente: si, como hemos intentado mostrar, hay una so­ giosa—, mediante su hermenéutica activa, las pretensiones
lidaridad y mutua correspondencia dialéctica —un contmuum, “totalizadoras” de la Modernidad hegemónica, evidenciando
lo llamábamos— entre el colonialismo (y sus metamorfosis su carácter de falsa Totalidad y sus conflictos no-reconcilia-
neo , semi ’, “post” y así de seguido) y el capitalismo mun- bles con las partes que han sido excluidas para que la “Totali-
dializado, sería inconsistente, y utópico en el peor sentido del j, dad” aparezca como tal. Su “método” es pues el de la dialécti­
término, pretender superar la colonialidad por fuera de la “ca­ ca negativa en sentido adorniano: la reconstrucción del exceso
pitalidad . -Como sostiene el propio Dussel, hay una estricta que los “objetos” histérico-concretos representan respecto
articulación (una simultaneidad y una co-implícación) entre del concepto abstracto (para el caso, el concepto ‘Naturaliza­
la Modernidad, los imperios europeos, el colonialismo y el l ^ ‘ do” de Modernidad). Por las mismas'razones, se coloca por
capitalismo.3334 Se podría incluso ir más lejos y decir que la definición del lado de las víctim as de la Modernidad, pero, al
Modernidad eurocéntrica —el calificativo es necesario porque »ír mismo tiempo, no las continúa victim izando en la teoría;
ya vimos que la Modernidad no es un bloque homogéneo— piensa su carácter de vencidas como transitoriedad, y apuesta
es, en lo sustantivo, esa articulación. El punto de la simulta­ , H- —es su lado “optimismo de la voluntad”— por la energía
neidad de la oposición al colonialismo^ al capitalismo es im­ subterránea que los “vencidos” siempre, a través de la histo­
llH:
portante y posiblemente polémico: a veces no podemos evitar tafc: ria, supieron encontrar para (volvamos a Benjamín) cepillar a
la impresión de que ciertos (no todos, desde ya) análisis post- contrapelo la historia de los vencedores. Como teoría, pues, es
o ^-coloniales no la subrayan con el énfasis necesario. Esta­ irjfr una antología histérico-crítica', piensa que el ser es su propia
mos de acuerdo con José Gandarilla cuando advierte que la “(auto)revolución permanente”.
Teoría crítica, hasta fechas recientes, ha prestado más aten­ wt; 4. Es una teoría situada, pero —en términos estrictamente teó-
ción a la irracionalidad capitalista que a la cuestión de la co­ u. _ __ • 1:__C u in c ic t o m n c

lonialidad,JS pero habría que advertir asimismo sobre el ries­ .**.! férica”. Lo es por destino histórico, pero más aún porque su
go opuesto, y no olvidar el hecho de que la irracionalidad carácter lindero se transforma en,una ventaja crítica para la
percepción de las contradicciones que se juegan en los um-
34 Ibid. ' brales dé la Modernidad. Por ello es constitutivamente an-
33 J. G. Gandarilla Salgado, Asedios a la totalidad. Poder y política en la moder­ ti-eurocéntricá, pero sabe distinguir entre la ideología euro-
nidad desde un encare de-colonial, Barcelona, Amhropos, 2012. céntrica y un pensamiento crítico eurocentrado que tiene
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mucho de aprovechable, si bien la situación particular-concre­ expresión misma haya quedado identificada con el nombre
ta a Ia que se incorpora ese pensamiento crítico indefectible­ de Cari Schmitt), que tuvo toda una línea de presencia inclu­
mente ló transform a según sus propias necesidades. Para so en lo mejor áe\ marxismo “herético” (Walter Benjamín,
abreviar: actúa antropofágicam ente (en la acepción del movi­ Emst Bloch, el último Horkheimer, etcétera).
miento brasileño de ese nombre).
5. Es una teoría desprejuiciadamente abierta a las complejida­ Todas estas proposiciones son discutibles, y deberían ser discuti­
des, incluso a las contradicciones de la realidad y de otras das, corregidas, aumentadas, refutadas. Sobre lo que descontamos
teorías críticas concernidas con esa realidad. A este respecto, que pueda haber un acuerdo básico es acerca de la necesidad , incluso
una cuestión que no puede darse él lujó de despachar alegre­ ¡a urgencia , de la reconstitución de una teoría crítica “periférica”. Ello
mente es la del reto m o de lo religioso en el mundo de hoy. Es / ocurriendo, como lo demuestra que en este breve ensayo haya­
un tema enormemente difícil que no podemos abordar aquí, mos podido —hayamos tenido que— citar a tantos autores —que re­
pero que será necesario hacer. Su “síntoma” teórico más im­ sultan unos pocos—. No obstante, parecería que hay que acelerar el
portante es el auge, en las últimas décadas, de la denominada paso. Nuestro mundo está atravesado por una crisis catastrófica. Es, en
teología política. Muchos de los desarrollos en ese terreno, con primer lugar, sin dudas, la crisis (por lo visto interminable) del capi­
la debida cautela, son perfectamente utilizables, y aún indis­ talismo. Pero no es sólo ella; o, en cualquier caso, ella arrastra mu­
pensables, para una teoría política conjra-m oá& rm , puesto chas otras crisis, empezando por lo que podríamos llamar un colapso
que dan cuenta de otra fa lla en la versión hegemónica de la í antropológico-, ya no sabemos bien, hoy, qué es exactamente la huma­
Modernidad (que a veees incluye algunos desarrollos del pro- \ nidad. Y por momentos nuestras teorías, aún las mejores, dan la sen­
pió marxismq): n o hubo tal pretendida “laicización” definitiva. - sación de atrasar, o de no-poder llevar el paso de esas inminencias.
La concentración excluyente de la Modernidad colonial-ca- Esa crisis todavía no es tan aguda en Latinoamérica y-al menos
pitalista en la racionalidad in stru m en ta l y en la m etafísica d e la si la comparamos con, digamos, África, e incluso con algunas regio­
técnica , conjuntamente con el retroceso de la izquierda du­ nes de Europa (allí está Grecia, por ejemplo)—, pero llegará á serlo,
rante las décadas de los 80 y 90, aunados a la degradación y a no tan largo plazo. Algunas transformaciones que se han produ­
mundial del liberalismo democrático, hizo mucho para reti­ cido en la última década en parte del continente están mostrando
rarle al mundo todo sentido de alguna “trascendencia ” (aunque signos de agotamiento. Los gobiernos “reformistas ( progresis­
este significante no sea del todo satisfactorio). Eso redundó * tas”, “populistas” o “post-neoliberales”, como se quieran llamar)
en el aludido “retomo” de lo religioso, tanto en el mejor chocan con los límites que les impone su renuncia a traspasar las
como en el peor (los terrorismos fúndamentalistas —no sólo fronteras del sociom etabolism o d el Capital.*6 En esos términos, y pues­
islámicos—, por ejemplo) de sus registros. Como decíamos, to que hemos visto la imbricación entre ambos, tampoco pueden
no es algo que una teoría crítica pueda darse el lujo de pasar romper consecuentemente con la colónidlidad, pese a ciertos gestos
por alto. Por otra parte, en especial en Latinoamérica, conta­ apreciables. Aun para llevar adelante sus políticas más defendibles,
mos con la tradición de la teología de la liberación (aunque prefieren movilizar a las masas populares —cuando lo hacen desde
hoy $us huellas parecen un tanto confusas). Y además, es in­ arriba , antes que confiar en su iniciativa y organización autónoma.
teresante que buena parte del actual pensamiento crítico eu- Si esta lógica política no se transforma radicalmente y desde el
* rocentrado (pensemos en nombres como Badiou, Zizek, mero Estado np se hará, constreñido como está por sus limitaciones56
Agamben, Jacob Taubes, etc.) haya recogido una impronta de
la teología política “de izquierdas” (áunque en el siglo xx la 56 1. Mészarós, Para alé?n do capital, Sao Paulo, Boitempo, 2006.
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de (posición) de clase—, deberán terminar sometiéndose a la volun- r


tád globalizada del gran capital, como le acaba de ocurrir al gobier-.^
no de Syriza en Grecia. En ausencia de una izquierda decidida y ’i
masiva a nivel mundial, toda la ganancia es para la derecha, y la 1
“alternativa” de (falsa) resistencia es la perversión política del térro- 3
rismo fundamentalista, perfecto complemento del terrorismo im- |
perial que ha transformado el mundo en un abyecto campo de bata- 5
lia de una crueldad inaudita. Nunca antes se había visto tal reducción 3
de la política a la gu erra perm anente. ■ 1
Nuevamente, estas contradicciones irresolubles dentro de los *
límites del sistema-mundo harán reiniciarse el ciclo m ás capitalismo i
/ m ás colonialidad. Por supuesto, no es un problema solamente eco- »
nómico y político, sino profundamente ideológico-cultural y aún •
civilizatorio. La completa degradación de las políticas a nivel mun- ;
dial —y su sustitución por el reinado omnisciente del fetichismo de <
la mercancía y el consumismo de “cultura” de baja estofa, con su '
consiguiente producción de una subjetividad de masas vacía e indi­
ferente, más la totalitaria administración de los cuerpos mismos por-
lo que se ha llamado el biopoder— imponen una redefinición de lo
político, entendido como re-anudamiento del lazo social, o como
re-fundación de la polis humana, de una ekklesta que recupere el sen­
tido del com ún (material, cultural e incluso “espiritual”), hoy expro­
piado, secuestrado por un poder que para colmo está en avanzado
estado de putrefacción.
Esto, repitamos, no lo hará por sí misma ninguna teoría, por más
crítica que sea. Sin embargo, no se hará tampoco sin pasar por el
momento teórico-crítico “periférico” y contra-moderno. Y a pesar de
todo, Latinoamérica está hoy, quizá, en mejores condiciones que
nadie para buscar los fundamentos de esa esperanza a que se refiere
Sartre en nuestro epígrafe. Para recuperar la alegría exaltada de un
“lanzarse al ruedo” de nuevo, profiriendo la exclamación del entra­
ñable Sherlock Holmes cuando, calzándose la gorra y las botas, de­
cía “jVamos, Watson! ¡La partida comienza!»”.

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