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Este documento explora el concepto de silencio y su relación con la memoria. Discute cómo el silencio puede representar formas de expresión, estrategias comunicativas y sentidos políticos, culturales y religiosos. También examina cómo el silencio puede ser una respuesta a situaciones traumáticas o una forma de proteger la intimidad. El silencio no es lo opuesto a la memoria, sino que más bien los complementa, permitiendo la construcción de narrativas sobre experiencias extremas de maneras activas y estratégicas.
Este documento explora el concepto de silencio y su relación con la memoria. Discute cómo el silencio puede representar formas de expresión, estrategias comunicativas y sentidos políticos, culturales y religiosos. También examina cómo el silencio puede ser una respuesta a situaciones traumáticas o una forma de proteger la intimidad. El silencio no es lo opuesto a la memoria, sino que más bien los complementa, permitiendo la construcción de narrativas sobre experiencias extremas de maneras activas y estratégicas.
Este documento explora el concepto de silencio y su relación con la memoria. Discute cómo el silencio puede representar formas de expresión, estrategias comunicativas y sentidos políticos, culturales y religiosos. También examina cómo el silencio puede ser una respuesta a situaciones traumáticas o una forma de proteger la intimidad. El silencio no es lo opuesto a la memoria, sino que más bien los complementa, permitiendo la construcción de narrativas sobre experiencias extremas de maneras activas y estratégicas.
El concepto silencio designa maneras de expresión, estrategias
comunicacionales, sentidos políticos, religiosos, culturales y judiciales, así como formas de relaciones sociales. Este esfuerzo de comprensión del silencio como relación y no como substancia, nace de los complejos análisis en torno al concepto memoria y situación límite. Frente a las masacres, tragedias, catástrofes el silencio adquiere un sentido político y enfrenta a los individuos a la demanda de decirlo todo, denunciar, hablar o silenciar y olvidar. Esto no significa que silencio se oponga a memoria, ambos procesos no son contrarios sino complementarios. Se puede distinguir entre políticas del silencio (POLLAK, Michael. Memoria, silencio y olvido. La construcción social de identidades frente a las situaciones límite. Al Margen Editorial. 2006), donde lo no dicho traduce diferentes maneras de expresión, como una estrategia frente a la saturación de memorias dominantes o como una condición necesaria para mantener la comunicación con el entorno y evitar los malentendidos. El silencio en su uso político expresa acciones y prácticas que unen o separan, revelan o disimulan, marcan acuerdos o profundizan conflictos, limitan fronteras o definen comunidades de pertenencias y de afectos. El silencio ligado a las acciones políticas puede representar, tanto prácticas que simbolicen el respeto por el “otro” o la denuncia de injusticias o situaciones de impunidad. En relación a los usos culturales del silencio (LE BRETON, David. El silencio, aproximaciones. Ediciones Sequitur. 2006), este no está atado a una significación fija, está construido en torno a una multiplicidad de sentidos sociales y sobre todo, a las maneras y usos culturales de la palabra. En la producción de sentidos puede estar simbolizando un control de la interacción con el otro, definiendo límites en la alteridad, tanto como un control de uno mismo en la definición de procesos de identidad/identificación. Al estar atado a las formas culturales del uso de la palabra el mismo puede revelarse desde múltiples maneras, como secreto, tabú, pacto. Tanto en sus formas políticas como culturales el silencio ligado a los procesos de construcción de memorias constituye una de las formas de gestión de la identidad y de ubicación en las estructuras de poder que tornan legítimas ciertas palabras sobre otras. Como afirma Le Breton (2006: 6) “no hay palabra sin silencio”.
Podemos rastrear el concepto de silencio en su relación con las nociones de
trauma (JELIN, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Madrid y Buenos Aires: Siglo Veintiuno de España y Argentina Editores) y subjetividad (JELIN, Elizabeth y KAUFMAN Susana, Subjetividad y figuras de la memoria. Madrid y Buenos Aires: Siglo Veintiuno de España y Argentina Editores). Los silencios traumáticos están constituidos como efecto de situaciones de violencias que no han podido superarse. Estos silencios son delimitados como “huecos traumáticos” producidos por el sufrimiento que genera en la víctima la imposibilidad de transmisión de su experiencia por falta de una escucha o por el retorno literal y ritual de la misma, sin posibilidad del trabajo de la memoria social y política. Por otro lado, el silencio y los procesos de subjetividad, son producto del trabajo de resguardo de la intimidad de las personas o como afirma Jelin (2002: 96) pensados como “espacios de intimidad que no tienen por qué ser expuestos a la mirada de los otros”.
Silencio y memoria se complementan en la posibilidad de construcción de una
narrativa sobre las experiencias extremas. El silencio no es una vasija vacía de contenido, es una práctica activa, estratégica, una resistencia al poder, a la palabra legitimada, una experiencia voluntaria o una protección frente al trauma. Es la posibilidad de que haya memoria, demarcando su espacio y su temporalidad. Nunca es definitivo, siempre parcial y estratégico, activo y selectivo. El silencio es una pausa simbólica en la construcción de la memoria, lleno de sentidos y símbolos a desentrañar.