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ANTROPOLOGICO

Por Felipe MONTEMAYOR

LA APORTACIÓN fundamental de Jiménez es la de un investigador de campo que ha traído un material selecto, abundante,
inapreciable, para ser analizado concienzudamente por todos los estudiosos interesados en el tema.

El contenido de este libro representa una muestra significativa de ex. presiones usadas por gente de diversas regiones de nuestro
país; expresiones que no tienen su origen en clases acomodadas, sino por el contrario, en las humildes, pero que son empleadas en
todos los estratos sociales.

Sobre esta aportación de Jiménez se pueden decir tres cosas:

1)-La tónica emocional es agresiva. 2)-La temática es fuertemente sexual y escatológica. 3)--Es habla de hombres.

Respecto a la primera, consideramos frases tales como "Ábranla, piojos, que ahí va el peine", "¿Qué te pareció el sentón?", "Viejito
pero muy cumplidor". "Aquí está tu querido capitán". En las dos primeras es evidente una dosis agresiva y en las otras dos, cierta
forma de compensación.

Respecto al segundo punto, la temática de las expresiones es predominantemente sexual y escatológica, como dijimos. Algunas
tienen cierto dejo de donjuanismo, de burlador y de falta de discriminación sexual: "Muchachas que sepan amar no pagan boleto: el
cobrador". "TBC y TDG 1 BB", "Señorita: pida su parada, el chofer se la dará con gusto", "Pásame por la izquierda, nomás tócame el
pito", "La vida es un camote, agarre su de recha". En otras predomina lo escatológico; ejemplos suficientes, y de sobra, en ese "Sólo
para hombres" titulado Carácter y temperamento según el pedo.

Acerca del tercer punto debe aclararse que el lenguaje con frecuentes e innecesarias alusiones sexuales y escatológicas, en los
grandes centros urbanos, y muy particularmente en la Ciudad de México, es común, en las clases económicas bajas, entre hombres,
entre mujeres y entre hombres y mujeres. En las clases media y alta, lo es entre casi la totalidad de los hombres, cuando entre ellos
media confianza. En las clases media y alta lo usan muchas mujeres cuando hay familiaridad, pero sólo en ocasiones especiales.

Las canciones del mexicano son abiertamente lloronas y dirigidas a la mujer que se fue "sin duda con otro más hombre que yo", "El
abandonado" y muchas más en las que confiesa paladinamente su frustración y fracaso; el resto son una sarta de frases típicas del
despechado, de quien pretende encubrir su humillación o el desprecio de que es víctima recurriendo a for

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mas agresivas o compensatorias. Esto en cuanto se refiere a su vida, digamos sentimental, pero a su situación como hombre, son
incontables las canciones que mencionan sus hazañas, sus tropelías, su franqueza, de que "no se muer de la lengua para decir la
verdad” (por esto debe entenderse, los defectos de los demás). Y así tenemos desde la inocente "Feria de las flores" hasta "El
aventurero", pasando por "Traigo mi 45", todo ello para culminar en una declaración tan rotunda como la que corre por sus "venas
sangre de indio y español, una paʼ morir cantando y otra pa' vivir peleando".

Separar las canciones de nuestra peculiar producción cinematográfica es imposible, puesto que ambas expresiones tienen la misma
dinámica. Cuando se hace un esfuerzo por ser imparcial al mirar una película mexicana típica, hay que contenerse para no llorar de
vergüenza. Esos charros llenos de bordados, con caballos finísimos, enamorados de una pueblerina casquivana o ingenua cuyo amor
conquistan con tequila, canciones y balazos; que, desde luego, no trabajan, sino que viven de un puñado de peones, uno de los
cuales alcanza el honroso papel de alcahuete y bufón, representan los medios catárticos con que el mexicano libera su frustración
identificándose con la imagen agresiva y de perdonavidas del héroe.

Las figuras más amadas de los mexicanos, nada tienen que ver con la paz o la concordia: son boxeadores - ¿puede haber algo más
agresivo? o lo son también toreros que matan toros.

En pocos lugares del mundo los escaparates de las armerías despiertan tanto interés como en México. El andar armado proporciona
seguridad y categoría. Hay humildes policías auxiliares que viven de la limosna del automovilista; sin embargo, portan un arma (que
no necesitan para su trabajo), y cuyo precio es superior al de su paupérrima morada. El mexicano ha trascendido al extranjero como
"Pancho Pistolas” y nos atribuyen cuentos como éste:

- ¿Te gustan las flores? -Sí. ---Bueno (Saca su revólver y ¡pum, ¡pum!), ¡que te lleven coronas! O como este otro:

-Mira, ése es mi papá. - ¿Cuál? --El del sombrero de charro. -Los dos llevan sombrero de charro.
El de la camisa blanca. --Pero si los dos la traen blanca. -Te voy a indicar cual. (Apunta y ¡pum, pum!) -El que cae.

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POSTEMIO ANTROPOLÓGICO

Si las redadas que hace la policía en los centros de vicio de baja categoría y en las que decomisa docenas de pistolas y cuchillos, las
efectuara en lugares de postín, la cosecha sería igualmente próvida: la agresividad y la desconfianza del mexicano son generales.

- ¿Puede ponerse en duda nuestra agresividad crónica cuando los estudios de especialistas demuestran que poseemos el récord
mundial de criminalidad? La "bravura" llena páginas de los diarios: un individuo mató a otro porque "le cayó gordo" o porque no le
invitó una copa o porque se le quedó viendo. Es que el mexicano está "como agua pa' chocolate" o "a como le pongan".

Los hombres lastimados o frustrados "desde arriba" desplazan su agresividad con sus iguales o con los débiles. Si el patrón los
regaña o el jefe los desprecia, dirigen su resentimiento contra sus semejantes y hasta contra su propia mujer y sus hijos.

La agresividad es más notoria en el sitio donde se resuelven estas frustraciones; se puede comprobar en la cantina, el cabaret, la
piquera, el boxeo.

Si a un mexicano se le acerca un extranjero que le pregunte cualquier cosa, se vuelve afable y atento; hasta se atreve a contestar en
inglés, no por cortesía, sino por ver si "va de gane". Pero cuando se le acerca otro mexicano, se pone en guardia inmediatamente y
piensa "¿Por qué trais?" ¿Quién que haya ido con una mujer guapa a los toros, no ha escuchado surgir de la multitud?: "Qué buena
la llevas!", "Chútala!”, “¡Combina!", o bien en la calle, desde un camión carguero que va de paso: "¡Déjala, güevón!” o de una
palomilla de vagos: "Pásame... las pinzas!"

¿Qué cosa es el machismo para el antropólogo, sino una expresión de agresividad generada por la frustración?

Cada hombre, tras una ventanilla para atender al público, sobre una tarima para dirigir el tránsito, o dentro de un uniforme
cualquiera, con una credencial o con un pariente o compadre bien colocado, es un foco de intolerancia, de abusos y de agresividad
para los demás.

Ahora bien, ¿cuál es la fuente generadora de esa frustración que nos hace agresivos o tomar el camino de la autoadulación o la
sublimación? Este asunto ocupará seguramente durante un lapso dilatado a los estudiosos de distintas esferas del pensamiento y de
diversas disciplinas.

Mientras algunos sicoanalistas postulan que la agresividad es un instinto o una herencia, como el impulso de matar y destruir, y por
medio de él explican las crueldades contra los seres vivientes y el arrasamiento de bienes materiales, o sea la guerra, otros
estudiosos, por su parte, consideran la agresividad como consecuencia del bloqueo o la frustración para conseguir la satisfacción de
una necesidad emocional, biológica o social. La con

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ducta agresiva puede ir desde estar siempre en guardia contra los demás hasta el homicidio, pasando por la ironía, la burla o el
insulto, ya sea a las personas, a los grupos o a las instituciones.

Algunas razones por las cuales el mexicano está frustrado en sus necesidades básicas: mal comido, vestido y alojado; al mismo
tiempo carga el embuste de que nuestro país es rico, que progresamos a pasos de gigante y que constituimos una gran nación. Por lo
que toca a sus dramáticos aspectos emotivos podemos recurrir para su explicación a las bien fundadas proposiciones de Santiago
Ramírez, en su libro El mexicano.

Los legos en cuestiones antropológicas quizá supongan, después de leer estos renglones, que están escritos con ánimo pesimista,
alarmante, que valemos nada. No es así.

Pretender que las expresiones de picardía y agresividad como producto de la frustración son privativas del mexicano, sería ir muy
lejos. Cuando más podría decirse que tienen singularidades nuestras. Todos los pueblos, grandes y pequeños, poseen su talón de
Aquiles, a la vez que una particular manera de compensar esa falla o de ignorarla.

Estas divagaciones son producto y consecuencia del libro de Jiménez, cuyo singular valor reside en que, a más de ser fuente de
investigación, lo es de reflexiones y comparaciones. Su lectura entre amigos de cantina, entre esposos, entre amantes, entre
señoras, entre señoritas, dará lugar a reticencias, a saltos de páginas, a rubores, a cinismos, a problemas de buen gusto, a
represiones en nombre de la moralidad y la religión.
Mas no hay por qué alarmarse. Es el mismo caso que el de un libro de medicina que trate de la natalidad o el de una obra de arte
que presente al David de Miguel Angel, la Victoria de Samotracia o la Venus del Milo, que la ignorancia y el falso pudor (pudor
"cholista" se le llama en México) no tolera. Este libro, al igual que aquellos, no andará en las manos de los niños y de los
impreparados por una sola razón: su elevado contenido. Para el antropólogo que busca las raíces del mexicano con el fin de lograr su
superación, Picardía mexicana le abre caminos amplísimos. Ojalá cunda entre otros estudiosos el ejemplo que nos ha dado Jiménez,
de valentía y dedicación.

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FILOSÓFICO

Por Jorge PORTILLA

El lenguaje, al igual que la corteza terrestre, tiene muchas capas. Ortega señalaba ya en algún ensayo, como cúspide de la pirámide
lingüística, el término técnico, de significación unívoca, exacta. El término técnico es puramente significativo, es la significación por
excelencia. En la zona más inferior, dice Ortega en su ensayo (creo que es un ensayo sobre Baroja), encontramos el improperio. Éste
es el polo opuesto del término técnico. El improperio es la partícula más insignificante del lenguaje; la partícula no significativa, sino
puramente expresiva. El término técnico sería puro concepto, y el improperio pura emoción.

Pero el reino del lenguaje no significativo admite muchos cortes ana líticos. Detrás de la emotividad explosiva del denuesto podemos
advertir un sentido que puede aparecer ante una mirada atenta, aunque escape a su primer agente: el hombre que lo usa con
ingenuidad.

Un corte posible en el lenguaje es el sicosocial, una de cuyas capas abarcaría todo el reino de la injuria más el lenguaje coprológico y
sexual: todas las alusiones o menciones directas a partes, relaciones y sucesos humanos que generalmente permanecen en la
penumbra de la conciencia.

Una compilación metódica y sistemática de este lenguaje en México es lo que ha hecho aquí Jiménez. Compilación tan difícil y
laboriosa de reunir como de presentar; tan difícil y laboriosa que, por ello, quizá, no se había hecho y que constituía una barrera
para el estudio filosófico integral del mexicano.

Debemos agradecérselo. Nos tiende un espejo en que nuestra figura adquiere perfiles imprevistos que debemos conocer, aunque
algunos probablemente no gustarán de su visión. Porque resulta que esta antología de expresiones, dichos, relatos, dibujos, arroja
luz sobre nuestra propia sombra y al destacar sus perfiles revela una parte importante de nosotros mismos.

Aquí está el conjunto de reprensiones, hostilidades, sarcasmos, odios, que aquejan a nuestro inconsciente colectivo, traídos a la luz
en la jerga en que se expresan, una verdadera exploración de nuestro paleozoico síquico.

He aquí una serie de formas expresivas que, como una colección de grabados de Goya, nos presenta nuestras propias jorobas,
verrugas y narices ganchudas; henos aquí, volando sobre las escobas de la irracionalidad y la ignorancia, acompañados por el macho
cabrío de los instintos olvidados.

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He aquí nuestra figura de mendigo, cuidadosamente apuntada trazo a trazo por este hombre que ha decidido hacernos tan proficuo
servicio. Agradezcámoslo. Pocos están dotados, como él, para realizar empresa semejante, pues se requieren no sólo conocimientos
profundos de lo nuestro, objetividad excepcional, constancia y valentía a toda prueba, sino también cultura general amplísima,
disciplina para el estudio y la recopilación, criterio para la selección y la ordenación (aunque este libro esté, aparente mente, en
desorden) y habilidad para presentar lo grosero, lo soez, lo bajo, con delicadeza, gracia y amenidad.

Los estudiosos de la filosofía del mexicano obtendrán jugosos frutos de este trabajo.

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