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Melchor
Las representaciones del narcotráfico y las distintas violencias que engloba han
aumentado considerablemente durante estos últimos años. Tal fenómeno parece estar
relacionado con las nuevas formas de producción simbólica que las plataformas digitales
y los medios de comunicación transmiten día con día. Si bien en los años noventa
comenzaba a cobrar relevancia la figura del capo por la emergencia y la rápida expansión
televisión abierta o en Netflix de series que, a forma de biopic, van trazando la vida de
los grandes narcos desde que eran unos mozalbetes hasta que, luego de grandes periplos
a través de la delincuencia (El Chapo, El señor de los cielos, Narcos, etc). La popularidad
de dichos programas no parece sino remarcar algo bastante desagradable: el narco llegó
para quedarse.
durante estas dos últimas décadas que personajes como el Chapo Guzmán y Pablo
Escobar ya no nos parecen personajes deleznables u objetos de crítica, sino símbolos del
leer titulares que hablan sobre otra matanza u otros descabezados, o de cómo el crimen
organizado ha penetrado y desmantelado la idea que se tiene acerca del estado, nos
centroamericanos masacrados por los zetas o de las miles de personas que son
desplazadas año con año por la violencia del narco) forma parte de nuestra realidad. Una
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realidad que, simplificada u obviada por algunas de las series mencionadas, se vuelve
capture la brutalidad que brilla, justamente, por su carencia de límites?; ¿cómo exponer
el despojo paulatino de los espacios públicos en manos de los cárteles y los logros
mínimos por parte de las autoridades en su recuperación?; ¿cómo hablar, en fin, de los
muertos y no de sus verdugos, de las pérdidas que han sufrido y siguen sufriendo
Han sido notables los casos en la literatura mexicana cuyas páginas exponen las
las ventajas de la ficción, traza una cronología que abarca desde la década de los setenta
Como muchos de sus lectores, el primer libro que leí de Melchor fue Temporada
desaforada, me encontraba con una de las mejores escritoras jóvenes del panorama
mexicano. Como casi todos, fui hechizado por una prosa que, sin desdeñar la oralidad y
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párrafos inmensos una danza de imágenes prodigiosas. Como algunos de los que
sucumbieron bajo el efecto “Melchor”, busqué rápidamente otro libro para suplir la falta
que padecen todos los libros buenos: finalmente se acaban. Y otra vez fue grata la
sorpresa.
y por indagar en los elementos que la propician. Para fortuna nuestra, las crónicas que
contrario: destacan por la fuerza del lenguaje y sus personajes, los cuales, por alguna u
otra razón, se ven arrastrados por la fuerza de la violencia, llámese esta social, política,
familiar o económica. A lo largo de sus páginas, los lectores compartimos el asombro que
se lleva la narradora al enterarse de que los supuestos ovnis que veía de niña
sobrevolando Boca del Río no eran más que avionetas de narcotraficantes (“Luces en el
faltan, a su vez, las crónicas que abordan las razones o las circunstancias de alguien que
decide meterse al narcotráfico (“Un buen elemento”), así como aquellas que narran los
(“Insomnio”). En todos estos relatos, destacan los inicios que obligan al lector a seguir
con la crónica para descubrir por qué esa primera escena, qué sigue a continuación:
Algunos presos ni siquiera alcanzaron a vestirse por completo cuando los agentes
en los corredores, a cubrirse el rostro con los brazos desnudos, a desfilar frente a
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una valla de soldados que amenazaban con dispararles si se atrevían a alzar la
vivir al norte (2013), las crónicas de Melchor nos permiten trazar una cartografía de su
ciudad y de su estado, de cárceles que son desocupadas para grabar la nueva película de
Mel Gibson (“Una cárcel de película”) y de aquellos lugares del puerto donde,
antiguamente, hubo un gran negocio de mercancías robadas de los barcos (“El cinturón
del vicio”). No es vana la comparación entre ambos autores: al igual que Velázquez,
otros (“La casa del estero”). A propósito de lo anterior, Melchor escribe al final del
sacudir el mecanismo del relato para darles a los hechos humanos un sentido
hallará ficción ni fantasía, sólo historias que pudieron ocurrir en cualquier otra
parte pero que, quién sabe por qué destino inexorable, no pudieron sino nacer en
De acuerdo con Ricardo Piglia, sólo se pueden narrar crímenes o viajes. Si ese es
el caso, son muchos crímenes los que se narran en este libro (el de la impunidad, el de
los asesinatos, el de la indiferencia) y muchos también los viajes (los que realiza la
autora para recabar información sobre un crimen, los que se ve obligada a realizar a
través de los testimonios de los demás). La “subjetividad”, esa palabra tan denostado por
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cierta clase de periodismo ―aquella que se limita a mostrar cifras, a contabilizar los
muertos, a señalar eventos sin reparar en sus circunstancias y las motivaciones de sus
encuentran una de sus mejores armas: el mundo es ancho y ajeno, afirmó Ciro Alegría,
y, por ende, los mexicanos, ha sido una tarea que Fernanda Melchor ha logrado con gran
maestría y, sobre todo, con gran inteligencia. Es motivo de celebración encontrarnos con
libros que nos sacuden de la atrofia con la cual vivimos la mayor parte del tiempo. Sólo
algo se espera: que Fernanda siga escribiendo y publicando, seduciéndonos con sus
narraciones y obligándonos a explorar esta realidad tan sinsentido donde nos tocó
habitar.