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“Conectar o Enloquecer”:

Vivencias de un Psiquiatra en formación.

Pseudónimo: Lalimo Rogé

Eje Temático: Trabajos Libres.

Línea Teórica: Psiquiatría Psicodinámica, Narrativa Médica,


Literatura y Psiquiatría.
INTRODUCCIÓN

La inmersión en el campo de la Psiquiatría implica adentrarse en una nueva dimensión

del campo médico, e incorporar aristas desconocidas para los profesionales que realizan sus

primeros pasos en la formación. A diferencia de otras especialidades, la Salud Mental conlleva

el acercarse al padecimiento del otro desde una perspectiva bio-psico-social, debiendo

trascender el modelo biomédico clásico (1).

Resulta frecuente de ver entre los jóvenes profesionales la falta de “insight” del impacto

psicológico que puede generar enfrentarse con el sufrir de los pacientes psiquiátricos: suicidios,

automutilaciones, historias desgarradoras, pasan a formar parte de la cotidianeidad del recién

graduado. Mostrar sensibilidad ante dicho padecimiento puede llegar a ser concebido como

una amenaza a la percepción de la idoneidad profesional (2).

A propósito de nuestra propia experiencia como psiquiatras en formación, y tomando

como disparador las novelas “La Casa de Dios” (3) y “Monte Miseria” (4) de Stephen Bergman1

, nos propusimos reflexionar acerca de las vicisitudes del primer contacto con la locura.

Desde que comenzamos nuestra carrera de grado, se nos insta a abrazar la concepción

omnipotente del médico, tan instalada en el imaginario colectivo: certeros, inequívocos, y

ajenos a las propias emociones que se suscitan en el contacto con el paciente severamente

perturbado. Aprendemos pronto a esquivar nuestra angustia, a minimizar nuestras

limitaciones, y esperamos ser poseedores de todas las respuestas. Colocados en ese lugar, no

resulta extraño notar que el panorama que planteaba Bergman hace ya más de cuarenta años

se continúa perpetuando en la formación médica.

1
​Director del departamento de Psiquiatría Clínica en la Universidad de Harvard. Escribe bajo el
pseudónimo de Samuel Shem.
LA CASA DE DIOS

En el primero de los libros que decidimos poner en valor, “La casa de Dios”, Stephen

Bergman narra en primera persona la historia de un interno en un hospital general de agudos, y

retrata -con un ojo clínico avezado- los vericuetos de la intensa vida de los recién llegados al

nuevo mundo de una medicina en el auge del capitalismo.

La historia de un neófito dando sus primeros pasos, es narrada de tal manera que

impresiona ser uno mismo quien se encuentra recorriendo de madrugada los pabellones

oscuros del hospital y las salas gélidas nosocomiales con sus interminables pasillos. En tanto la

indiferencia, la impostura y el cientificismo más cruel, logran mezclarse con las burocracias de

las obras sociales, la vocación de servicio, y con lo ineludible de la enfermedad y la muerte.

Elegimos a La Casa de Dios, no solamente para jerarquizar la relevancia de una obra que

consideramos de crucial lectura para todo profesional en formación, sino también para rescatar

planteos que que Bergman supo cuestionar ya en el ocaso de los setenta. En plena ebullición

del movimiento civil en contra de la Guerra de Vietnam, y empapado de una visión crítica del

status quo, el autor utiliza la ficción como resistencia. De acuerdo con sus propias palabras, la

novela surgió como mecanismo de defensa a la brutalidad, deshumanización, y aislamiento por

los que transitó durante su primer año de práctica médica. Durante el desarrollo de la novela,

el autor realiza un trabajo prolífico en mostrar el proceso por el cual los jóvenes idealistas, que

habían comenzado su primer año con expectativas de ayudar a las personas a sanar, pronto se

chocan con una realidad muchos más ardua y extenuante, que los lleva a atravesar por

períodos de creciente cinismo, arrebatos emocionales, y un escepticismo desintegrador, con el


objeto de sobrellevar la presión, las largas horas sin dormir y el contacto constante con el

sufrimiento y la muerte.

A través del relato, el protagonista, Roy Basch, comienza a entender que antes de poder

ayudar a otros deberá poder dejar atrás las reglas de la academia médica, e inteligir aquello

que no se enseña en los libros de texto: sólo se puede ser buen médico en la medida en que

nos permitamos conectarnos con el dolor del otro.

En sus propias palabras, el autor señala: “Todo lo que escribo es sobre una cosa: el

peligro del aislamiento y el poder curativo de una buena conexión mutua. Si te aíslas, como en

"La casa de Dios", puedes volverte loco. Puedes suicidarte. Sucede en medicina. En pocas

palabras, durante el internado, cada uno de nosotros se aisló."

Creemos que la mayor virtud del texto consiste en la claridad con la que transmite una

vivencia. La mayor parte del cuerpo de saber médico consiste en repetir datos y saberes

estériles, desjerarquizando el peso de las emociones, ajenos a la escucha empática de las

historias individuales, que por regla general suelen quedar por fuera de lo que debe ser

consignado en la historia clínica. Se minimiza el peso de la experiencia del relato atravesando al

paciente.

La esencia curativa de la ficción es crear un puente entre lo vivenciado por el autor y lo

experimentado por el lector. Uno de los grandes temas en la ficción es la vida y la muerte. La

muerte es siempre un tema en medicina. Pero así también lo es, en muchos sentidos, el amor.

Estamos convencidos de que solamente cuando se logra transmitirle a los profesionales

en formación la importancia de poder resonar con la individualidad del otro, hacerse eco de sus
historias vitales, y acompañar desde la empatía tanto al paciente como a su familia en su

devenir, es que verdaderamente se está enseñando a hacer buena medicina.

Si bien la novela, editada en 1978, despertó una intensa polémica y fue criticada por los

sectores más conservadores de las sociedades de medicina, el metamensaje de la obra no es

otro que aprender a profundizar el contacto con el paciente. En palabras del héroe de la novela,

El residente gordo, "Les hago sentir [a los pacientes] que todavía son parte de la vida, parte de

un gran plan de locos, en lugar de estar solos con sus enfermedades. Conmigo, todavía se

sienten parte de la raza humana."

MONTE MISERIA

En Monte Miseria, el protagonista de la Casa de Dios ha terminado su internado en

medicina interna: recién graduado, decide dedicarse a la delicada tarea de sanar el espíritu y

comenzar su especialización en psiquiatría en el renombrado hospital Monte Miseria.

La novela relata el acaecer de Basch por los diferentes pabellones psiquiátricos, donde a

pesar de sí mismo, sucumbe a cada método obstinado de las diferentes corrientes teóricas: el

culto al yo y a las clasificaciones, la psicoterapia freudiana a ultranza, o la psicofarmacología

compulsiva. En el transcurso de la obra se muestra a un Basch que se torna progresivamente

sádico, respaldado por sus maestros quienes aseguran que cuanto peor está un paciente, en

realidad más se progresa en su tratamiento; que el diagnóstico de un paciente se puede hacer

en 5 minutos; y que para ser un gurú de la farmacología, debe convertirse en prescriptor hasta

que sus pacientes se encuentran en estados casi-comatosos. El autor evoca con humor cómo la

industria farmacéutica marca la agenda en el quehacer del diagnóstico y tratamiento de los

pacientes, mientras que las compañías de seguros médicos condicionan la calidad de la

atención que los profesionales pueden brindar.


El talento de Shem en caricaturizar los exponentes de las diferentes corrientes teóricas

de la psiquiatría es catastróficamente divertido e inquietantemente incisivo. En medio del

panorama desolador que va encapsulando al protagonista sobre sí mismo, afortunadamente se

introduce la figura de un compañero residente mayor, Leonard Malik, quien le muestra a

Basch que el único tratamiento verdaderamente efectivo no es otro que conectar con los

pacientes y con sus padeceres.

Malik conversa con Basch luego de haber tranquilizado a una paciente que ingresó a la

guardia por un intento de suicidio, dice: “La gente piensa que en medicina puedes curar a las

personas y que en psiquiatría simplemente te burlas. El hecho es que es lo contrario. No se cura

la enfermedad cardíaca o renal, se alivia. Con una mujer joven y básicamente sana como esta

que quiere suicidarse, si puedes conectarte con ella ahora mismo, en este momento de mierda

en su vida, ¡probablemente nunca intente suicidarse de nuevo! Si eso no es cura, ¿qué es?”.

REFLEXIONES

Utilizando ambos textos como gatillo, y a propósito de nuestros primeros años como

profesionales en formación en Psiquiatría, no podemos sino cuestionarnos en relación a la

disonancia con la que muchos recién graduados se chocan en el primer contacto con la Salud

Mental.

La transición de la carrera de medicina al trabajo con pacientes psiquiátricos requiere un

particular esfuerzo de adaptación; especialistas en el abordaje de pacientes con afecciones

mentales graves, los psiquiatras -paradójicamente- subestiman sus propias experiencias


subjetivas en el trato cotidiano con la locura, y niegan el impacto en su desarrollo profesional y

personal.

No solo deben ​los residentes de primer año ​interiorizarse con el vocabulario de la

psicopatología -casi siempre desatendido durante la carrera de grado- y con las diferencias

discursivas de las múltiples corrientes teóricas, sino que además se les exige responder a un

entorno con reglas distintas al resto de las especialidades médicas. Los que recién comienzan

su formación en Salud Mental transcurren por un cisma en relación al modelo médico

aprendido, enfrentándose a una re-elección vocacional que implica dudas y la noción de

pérdida de identidad como médicos​. ​El psiquiatra en formación sale al encuentro de su

vulnerabilidad, las propias debilidades y el dolor personal (5, 6).

Ahondando en nuestra vivencia personal, es frecuente transcurrir durante los primeros

meses de formación por un claro período de crisis, en la que se combinan una serie de factores

que pueden dar como resultado “la tormenta perfecta”: la escasez de los recursos técnicos con

los que cuenta el recién graduado; el duelo por la “pérdida del estetoscopio” y el menoscabo

de otras especialidades más “médicas”; dudas con respecto a la propia capacidad para ayudar

a pacientes severamente perturbados; intolerancia a la incertidumbre y a la ambigüedad ante

la cantidad de teorías en relación a la conducta humana y su complejidad.

El reconocimiento de semejanzas con los pacientes, que enturbia la capacidad de

identificar problemas, puede plantear dudas respecto a la idoneidad profesional: es frecuente

el temor entre los iniciados: ¿voy a perder el control? ¿voy a enloquecer? Por otro lado, el

jóven se encuentra dando sus primeros pasos en el ámbito laboral, teniendo que perfilar
relaciones con jefes y pares, y transcurriendo muchas veces el final de su dependencia

económica.

La práctica es mucho más difícil de lo previsto. Tal situación conlleva riesgos potenciales

como el posicionamiento de una postura defensiva, pérdida de entusiasmo o cinismo.

Este escenario así planteado comienza a resolverse a medida que transcurren los

primeros meses, cuando el residente se afianza en su rol y se apropia del quehacer de la

especialidad. Con el correr del tiempo, adquiere confianza en el vínculo terapéutico con sus

pacientes, gana solidez como profesional de salud y abraza una visión más realista del

padecimiento mental. Ahondando en nuestra propia experiencia, recalcamos la relevancia que

tiene el grupo de pares en dicha resolución. La interacción con otros colegas en formación

permite no sólo compartir experiencias y supervisar casos, sino también visibilizar inquietudes

que suelen repetirse, así como permitir una apertura emocional colectiva. Jerarquizamos en

este sentido, la importancia de la contención por parte del grupo de pares como factor

protector al deterioro emocional producto del proceso de adaptación inicial.

Agregamos también la importancia de la psicoterapia personal como parte de la

formación y para aliviar el padecimiento psíquico. Es preciso dejar de lado la concepción de la

que los profesionales de la salud nos hacemos eco tan frecuentemente: lejos de mostrarnos

vulnerables, el reconocer las dificultades que surgen en el trato con nuestros pacientes, nos

hace mejores profesionales y nos permite empatizar con su sufrimiento desde otra perspectiva.

Queremos concluir con una cita de Shem en una entrevista publicada en 2017, en una

revista de atención primaria inglesa: "Uno se olvida del conocimiento, todos lo hacemos (yo me

olvidé todo), pero nunca te olvidas aquello que comprendes, ese es el punto. La cuestión acerca
de cómo aprendes la empatía es sencilla: la aprendes en el contacto con el otro, en un buen

vínculo. Cuando te sientes contemplado, y la otra persona se siente contemplado por vos. Y

cada uno siente al otro contemplandolo, y hay un click".

BIBLIOGRAFÍA

1)_ Wynn J, Davies, Wm Barnet Nemeroff C, Sorel E, Avery M, Nassir G. Biopsychosocial

Psychiatry: 21st Century Psychiatry or Empty Slogan? Congreso de la American Psychiatric

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2)_ Cotton , P.G., and K.D. Pruett. “The Affective Experience of Residency Training in

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3)_ Shem, S., & Goicoechea Jesús Zulaika. (2003). La casa de Dios. Barcelona: Anagrama.

4)_Shem, S., & Goicoechea Jesús Zulaika. (2004). Monte Miseria. Barcelona: Anagrama.

5)_ Pasnau, R. O., & Bayley, S. J. (1971). Personality Changes in the First Year of Psychiatric

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6)_ Deary, I. J., Agius, R. M., & Sadler, A. (1996). Personality and Stress in Consultant

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Psychiatrists' transition from training to career: stress and mastery.

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