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Caso II
G. es un hombre de 59 años que ha padecido un ictus cerebral hace tres meses, el cual le ha
afectado al habla, le produce visión doble y le ha disminuido la capacidad de andar y moverse
con soltura. Acaba de repetirle otro ictus que le ha afectado de la misma forma, con lo que
está absolutamente decaído y decepcionado. Tenía costumbre de tomarse unas tapas con
compañeros de trabajo todos los días antes de ir a comer a su casa, algo que llevaba haciendo
43 años, comía excesivamente y abusaba de grasas y alcohol, lo que le había llevado a tener un
sobrepeso considerable, filmaba unos 25 cigarros diarios y su vida era muy sedentaria. El
médico le recomendó un cambio radical en su vida, para convertirla en más saludable, y con
mucho esfuerzo y pena A. G. deja el tabaco y deja de ir a tomarse las tapas después de
trabajar, ya que coincide que está de baja laboral. Como consecuencia de su enfermedad y sus
cambios de hábitos, A.G. ha comenzado a padecer depresión, no quiere acudir a ningún acto
social y, en caso de relacionarse, se muestra abstraído durante las conversaciones con sus
conocidos, no participa en ellas, estando como ausente. Tampoco quiere acudir a la
rehabilitación logopédica ni tiene motivación por ninguna actividad. Dice sentirse muy apático
y sin ganas de seguir viviendo. Su esposa acude a consulta psicológica porque no sabe cómo
ayudarle, y A. G. no siente necesidad de acudir a la misma.
Caso III
M. H. es mía mujer de 26 aüos de edad que acude al hospital por pérdida repentina de la
movilidad y fuerza de la mano derecha. Esta pérdida coincide con un accidente de trabajo en
unos almacenes, en el que la paciente lesionó gravemente a un compañero, aunque se
recuperó satisfactoriamente. Tras haberle realizado pruebas exhaustivas y estudios clínicos
reglamentarios, se pudo descartar una enfermedad médica
Caso IV
Paciente mujer, de 33 años, acude a consulta porque dice encontrarse con poca esperanza
respecto a su futuro. La paciente cuenta cómo su vida siempre se caracterizó por experimentar
cambios en su estado de ánimo. Incluso en su adolescencia nos cuenta cómo algunas veces se
sentía con una gran energía y vitalidad, con gran capacidad de hacer amigos y unas ganas
inmensas de pasarlo bien, mientras que en otras ocasiones la vida no le resultaba tan
optimista, se sentía rara e inadecuada y recordaba experimentar períodos de fuerte
melancolía. En el momento que acude a consulta se puede comprobar la alternancia de
períodos breves de euforia con períodos breves de ánimo deprimido (que nunca llegaron a
satisfacer los criterios de un episodio depresivo mayor). Así, en ocasiones decía sentirse
optimista respecto a su futuro, mostraba una actitud enérgica, decidida y parecía querer ver
soluciones a sus problemas económicos en negocios arriesgados, a pesar de que sus familiares
y amigos le alertaban de las posibles consecuencias negativas. En estos períodos necesitaba
dormir menos horas, su capacidad de generar ideas era sorprendente y mantenía relaciones
sexuales con cierta ligereza y sin preocuparse excesivamente por su seguridad. Por el contrario
en otras ocasiones su ánimo era triste, se mostraba pesimista y desesperanzada respecto al
futuro y sus sentimientos de culpa respecto a las fases de euforia se hacían evidentes. En estos
períodos se sentía carente de valor y decía preferir aislarse del mundo