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Nanis
ilenna
El momento perfecto de un cuento de hadas está atado a su tragedia…
1 En francés: Claro.
—Éramos gemelas idénticas, nuestras personalidades eran tan
parecidas como nuestra apariencia. Y tú no eres exactamente el tipo de
persona que considero digno de mis más pulidos comportamientos.
Los ojos de Vincent se clavaron en ella, pero Meadow no pudo evitar la
sensación de que estaba mirando directamente a través de ella.
—No tengo dudas de que eres tan delicada como Penélope, a pesar de
tu falta de savoir-faire2. —Su voz profunda tenía un toque de su acento
francés, todavía una entonación rodante a pesar del tono brusco de su inglés
americano.
—Penny —dijo Meadow, haciendo hincapié en el nombre que su
hermana prefería—, era cualquier cosa menos delicada.
Él sonrió, la crueldad de la expresión infiltrándose en la habitación.
—Por dentro, ella era tan delicada como una flor. Incluso si intentaba
disimularlo con su rebelión. —Observándose las uñas, un gesto superficial
que desentonaba con los grilletes esposados a sus muñecas, murmuró—:
Una rebelión que no duró mucho.
La sangre de Meadow hirvió. Vincent levantó la vista y sonrió.
—Deberías sentarte así podemos comenzar. Solo quedan setenta y dos
horas de mi vida, y esta historia es bastante larga. ¿Por qué venir si solo
tienes la intención de mirarme como un gato al que le acariciaron el pelaje
de la forma equivocada?
Ignorando su intento de manipular sus emociones, Meadow preparó
lentamente su grabadora, colocando la cinta y cerrando la tapa antes de
tocar el botón para grabar. Se volvió y miró al hermoso hombre encadenado
a una mesa y luchó contra el tirón que tenía hacia él.
—Me gustaría discutir lo que ya sé sobre ti primero. Aunque no lo traje
hoy, quiero comenzar esta entrevista con una pregunta. Específicamente,
¿por qué sentiste la necesidad de que alguien me entregara el diario de mi
hermana?
No necesitaba responderle para que Meadow supiera exactamente por
qué Vincent había hecho que ese regalo le fuera entregado poco después de
su arresto, pero quería la confesión grabada, quería asegurarse de que, de
hecho, lo conocía tan bien como creía. Hasta donde Vincent sabía, su único
conocimiento sobre él provenía de ese diario, pero había otras
comunicaciones, otros medios para que ella entendiera la naturaleza del
3 En francés: Mi querida.
4 En francés: No es cierto.
—Gracias —dijo Vincent, y sus dedos se entrelazaron sobre la
superficie de la mesa—. Si vamos a comenzar en la noche que conocí a tu
hermana, entonces puedo decirte que no te agradará saber por qué decidí
tomarla bajo mi protección. El romance se pierde en esos detalles.
Mirándolo fijamente, Meadow cruzó los brazos sobre su pecho,
sabiendo completamente que el lenguaje corporal no pasaría desapercibido
para Vincent. Sus ojos se lanzaron a sus brazos y de vuelta a su rostro, y
una pequeña sonrisa se extendió en sus labios. Ignorando su
comportamiento, él desplegó sus dedos a los lados.
—Como es cierto con muchas historias, la mía comienza con una
conversación con un amigo, y debo confesar que el único interés que tenía
en Penny, la única razón por la que me acerqué a ella en esa solitaria calle
empapada por la lluvia, fue por una apuesta.
Con los ojos muy abiertos, la furia recorrió las venas de Meadow.
—¡Una apuesta! ¿Mi hermana está muerta por una apuesta?
Frunciendo los labios, Vincent chasqueó la lengua.
—Quizás esta entrevista debería terminar. Parece que ya tienes un
problema.
—No —respondió rápidamente—. Quiero saber.
Sus labios se estiraron.
—Entonces comenzaré como debería comenzar cualquier buena
historia.
Vincent se acomodó en su asiento, y sus grilletes se sacudieron.
—Había una vez una chica sucia en las calles y el hombre que la haría
su...
Vincent
N
unca he amado Estados Unidos. Al país le faltaba algo, carecía
de una cierta joie de vivre5, la falta de historia, el alma que
había sido arrancada del cuerpo de personas que corrían de un
lugar a otro, sin detenerse nunca a experimentar los momentos de su día.
En cada acera los observaba moverse afanosamente, negándose a reducir la
velocidad, ni siquiera para comer. Se apresuraban con un bagel en mano, o
algún otro almuerzo portátil que sabía a cartón o almidón de una semana.
De vez en cuando exclamaría Bonne Appétit6, la reprimenda mordaz de un
francés hacia aquellos que ni siquiera podían reducir la velocidad el tiempo
suficiente como para disfrutar de la comida.
Nunca era así en París, y a menudo me encontraba mirando fijamente
fuera de las ventanas del café anhelando la ciudad donde me crie, odiando
a mi padre por arrastrarme a un país de cemento y acero, y por morir y
dejarme atado al negocio que había creado en un estado extranjero.
Sin embargo, aquí estaba, mirando fijamente por otra ventana al azar,
recostado en mi asiento mientras mi amigo y conocido comercial hablaba
sobre algún trato que había hecho esa tarde. El sol se había puesto hacía
mucho tiempo, y el cielo no estaba iluminado por estrellas sino por las luces
brillantes que salpicaban los altos edificios del horizonte de la ciudad.
Dentro, la cafetería olía a café y productos horneados, y fuera sabía que me
esperaban el smog y el hedor de los húmedos callejones, que serpenteaban
su camino entre autos y cuerpos sudorosos. No había nada de interés aquí,
no en esta calle, no fuera de las paredes de The Wishing Well, el único hotel
que poseía que había diseñado para recordarme a casa.
—¿Me estás escuchando, Vincent? He terminado con mi historia y he
estado recitando tonterías durante los últimos cinco minutos. Sin embargo,
no has dicho nada.
Barron rio, su cabello rubio estaba recogido y peinado
profesionalmente, y sus ojos grises se agudizaron a pesar del humor detrás
8 En francés: No sé qué.
Te dejaré conocerla para que puedas evaluar su comportamiento antes de
mi entrenamiento.
Su expresión era de desconcierto.
—Diviértete en la ducha, mi amigo.
Con risa en mi voz, le dije: “Au revoir9”, antes de salir a la tormenta con
pasos apresurados, sin importar el hecho de que no estaría buscando
refugio hasta que hubiera asegurado mi captura. Odiaba admitir que la
apuesta de Barron le agregó velocidad a mi carrera, una ligereza sobre mis
hombros que no había sentido en mucho tiempo.
Al cruzar la calle, hice una mueca ante la humedad en mis zapatos, y
mi traje pegado a mi piel, la tela ya estaba empapada y posiblemente
destruida. Sin embargo, el traje era un pequeño sacrificio para esta misión,
no era un problema en contraste con la chica a la que me acerqué con pasos
apresurados. Ella me lanzó una mirada fulminante mientras yo disminuía
la velocidad, mis talones apenas audibles contra el concreto debajo del
tamborileo de la lluvia.
Al llegar a ella, miré hacia abajo con expresión divertida mientras ella
me miraba por debajo de su sudadera empapada de agua.
—¿Puedo ayudarte? —prácticamente gruñó. Tal vez sería un gran
desafío, ya que su comportamiento brillaba por su ausencia.
Dando un paso debajo del saliente, puse los ojos en blanco ante la
lluvia lateral por la cual el pequeño techo hacía muy poco para protegernos.
—Me preguntaba si disfrutas durmiendo en las calles.
—Vete a la mierda, viejo. No soy una prostituta. Ve a experimentar tus
emociones en otro lado.
Sorprendido por el comentario, me concentré en la única palabra que
me golpeó profundamente.
—No soy viejo.
—Las canas dicen lo contrario —respondió, y la satisfacción brillaba en
su mirada.
—Mademoiselle10, tal vez tú…
Su cabeza se inclinó hacia arriba, y sus ojos marrones se clavaron en
los míos.
9 En francés: Adiós.
10 En francés: Señorita.
—¿Cómo me llamaste?
Una lluvia punzante asaltó mi piel, el viento feroz como el hielo.
—Me disculpo, mi idioma nativo tiende a interferir cuando soy
sorprendido. Pero volvamos a lo que me dijiste, no soy viejo, Chica Sucia,
solo soy…
—¿Chica Sucia? ¿Hablas en serio ahora? —La ira cubrió su voz, y sus
ojos se estrecharon en rendijas mientras su boca formaba una línea para
igualar su furia—. Lárgate, idiota. No me gusta lo que sea que estés
ofreciendo.
Sonriendo a pesar de su creciente ira, me agaché frente a ella,
nivelando mis ojos con su expresión torcida.
—¿Qué tal un lugar cálido y seco para dormir…?
—En tu cama, supongo. No, gracias —interrumpió ella, pateando su
pie como para derribarme. Agarré su tobillo fácilmente, dándole un apretón
firme con mis dedos hasta que ella gritó y se apartó. Lamentaba tener que
causar dolor, pero un hombre como yo solo toleraría un poco antes de perder
la paciencia.
El miedo ensanchó sus ojos.
—¡Me hiciste daño!
—Sí —respondí, y mi diversión desapareció a medida que la frustración
se hacía cargo—. Solamente porque me interrumpiste tan groseramente. Si
no me hubieras acusado de llevarte a casa para follarte, podría haber
terminado mi oración. Te estoy ofreciendo habitación con pensión completa,
así como un trabajo. —Extendiendo la mano, pasé el dedo por la mancha de
suciedad en su mejilla—. ¿Cuándo fue la última vez que te encontraste con
una ducha?
Encogiéndose en respuesta al tono brusco de mi voz, Chica Sucia me
devolvió una mirada fulminante, y su miedo se perdió por la lluvia que nos
golpeaba.
—¿Cuándo fue la última vez que conociste a una persona a la que le
importara una mierda tu opinión o cualquier cosa que tuvieras para ofrecer?
—Justo esta mañana, en realidad. —Le di una sonrisa rápida y levanté
la voz para ser escuchado sobre la lluvia fuerte—. Puedes tomar mi oferta o
dejarla. Pero no voy a esperar en esta tormenta a que respondas. Si quieres
un trabajo decente, y salir de este callejón, puedes seguirme. De lo contrario,
bonne soirée11. Quizás la lluvia pueda limpiar la suciedad de tu cuerpo.
Poniéndome de pie, me negué a mirar a la chica grosera acurrucada
sobre sí misma en un patético esfuerzo por mantenerse seca. Ella aceptaría
la oferta. No tenía razón para no hacerlo, solo necesitaba convencerse de
que era más dura de lo que parecía. Había hecho una cuadra sin mirar
atrás, y estaba a punto de doblar una esquina cuando una pequeña voz me
llamó desde atrás. El viento casi arrebató el sonido lejos de mí, pero había
atrapado lo suficiente como para mirarla por encima de mi hombro, y
quedarme parado en un aguacero que había sacado a los residentes de la
ciudad fuera de las calles.
Acercándome la mano a la oreja, le grité.
—¿Qué fue eso? Necesitarás acercarte para que pueda escucharte.
Estamos en medio de una tormenta por si no lo has notado.
La comisura de mi boca se arqueó. Un trueno rodó por encima
amenazando con sacudir los edificios desde sus cimientos. Ella arrastró los
pies, insegura de acercarse.
Chica inteligente. Si yo fuera ella, me daría la vuelta y huiría de un
hombre como yo. Pero el dinero es siempre el mejor señuelo.
Finalmente dando pasos medidos hacia adelante, inclinó la barbilla y
cruzó los brazos sobre su pecho empapado.
—¿Cuál es la trampa?12 —gritó sobre la lluvia torrencial.
Tú lo eres, ma trésor13...
—No estoy seguro de lo que quieres decir —le respondí, caminando
hacia ella, de talón a pie, tan lentamente como si ella se fuera volando si me
moviera demasiado rápido—. Mi oferta es como dije. Un trabajo y un lugar
cálido para dormir.
La consternación arrugó su frente, las gotas de lluvia goteaban de sus
pestañas.
—¿Por qué te acercarías a un extraño y le ofrecerías algo así? Tiene que
haber alguna razón. Los hombres no se acercan a mujeres sin hogar
simplemente para darles trabajo. No funciona así.
14H. H. Holmes: Herman Webster Mudgett, también conocido como doctor Henry Howard
Holmes o simplemente «doctor Holmes», fue un asesino en serie estadounidense que confesó
hasta veintisiete asesinatos y cincuenta intentos de asesinato; investigaciones modernas
calculan el número de sus asesinatos en unos trecientos.
—Nada, solo... no importa.
No era del tipo de mendigar.
—Que tengas una buena noche entonces. Espero que la lluvia te siente
bien.
No había terminado de girar antes de que ella gritara:
—¡Espera! —Haciendo una pausa, la observé correr en mi dirección—.
¿La comida está incluida en este trato? Estoy hambrienta.
Y ahí estaba, el momento en que supe que era mía para tomar. El
momento en que su capa de rebelión se tambaleó lo suficiente como para
que yo alcanzara el interior y tomara la desesperación dentro.
—Puedo arreglarlo. Pero solo si nos damos prisa. —Un rayo quebró el
cielo, el momento era casi demasiado perfecto.
De mala gana, ella asintió.
—Sí, vamos.
No era el nivel de entusiasmo que esperaba, pero funcionaría. Parecía
que Chica Sucia había aceptado el desafío de confiar en mí, mientras que yo
había aceptado el desafío de transformarla y ser su dueño.
—N
i siquiera sé tu nombre.
Era la primera vez que hablaba desde que aceptó
mi oferta, y su voz sonaba débil e insegura. Con mi
mano cerrada sobre la manija de la puerta que
conducía a la pared de entrada privada del Wishing Well, me di vuelta y miré
una cara que estaba teñida de rosa de vergüenza... o algo más.
La lluvia seguía golpeando nuestras cabezas, y los vientos desgarraban
nuestra piel con helados aguijones. Soltando el mango, me volví
completamente para mirarla, metí mi brazo debajo de mis costillas e hice
una profunda reverencia antes de alcanzar su mano para colocar un beso
en sus nudillos. Ella la apartó antes de que mis labios pudieran tocar su
piel.
Sonriendo ante su continua rebelión, respondí:
—Mi nombre es Vincent Mercier. ¿Y el tuyo?
—Penny —respondió, sin ofrecerme un apellido para ir con el nombre.
Cuando enderecé mi postura, ella envolvió sus brazos alrededor de su
abdomen, y sus hombros temblaban en respuesta al viento que nos
tironeaba el cabello. Solo podía ver los largos extremos que colgaban de la
abertura de su sudadera, y mis ojos trazaron el profundo color caoba.
—Encantado de conocerte, Penny. ¿Entramos?
Levantando la mirada, miró hacia la cima del hotel de seis pisos. Todo
lo que le devolvía la mirada eran ventanas. Me aseguré de que los discretos
jardines y los pequeños rincones de jardines privados estuvieran fuera de la
vista en el diseño.
—No estoy vestida para un lugar como este —admitió.
—Estoy de acuerdo, por eso estamos entrando por una entrada privada,
una utilizada por el personal y yo. Puedo darte el gran recorrido una vez que
estés... respetable.
Sus ojos se clavaron en los míos.
—Estas son las únicas prendas que tengo. No estoy segura de cómo
puedo estar respetable.
Asintiendo, respondí:
—Tenemos algunas pequeñas boutiques en el vestíbulo. Puedo
comprarte algo de ropa.
Abriendo la boca para discutir, levanté la mano para silenciarla.
Cuando cualesquiera que fueran las palabras que quería decir quedaron
atrapadas en su garganta, hablé tan suavemente como fue posible, pero lo
suficientemente fuerte como para ser escuchado por la lluvia.
—Puedes pagarme con el primero de tus varios cheques. Eso es, si
aceptas el trabajo que te estoy ofreciendo.
—¿Qué tipo de trabajo es este?
La risa me sacudió el pecho.
—¿Podemos hablar adentro? Más tiempo fuera en estas condiciones y
ambos estaremos enfermos para mañana.
A regañadientes, ella asintió, siguiéndome dentro una vez que había
desbloqueado y abierto la puerta. Me tomó toda mi fuerza de voluntad no
mirar hacia atrás y evaluar su reacción a los jardines interiores, no mirar
fijamente el reflejo de las luces centellantes en sus ojos. Durante el tour que
planeaba darle una vez que el clima mejorara, memorizaría cada reacción,
cada cambio sutil en su expresión cuando descubriera el país de las
maravillas que había creado en memoria a mi primer hogar.
Por ahora, la llevaría adentro, le asignaría una habitación y disfrutaría
vistiéndola para la cena.
—Por aquí —le dije, abriendo una puerta de entrada lateral y
topándome con Émilie mientras doblaba una esquina hacia el pasillo.
—¡Monsieur Mercier! —Corriendo hacia mí con en el uniforme de criada
blanco y negro que era popular en el salón kitsch del primer piso, Émilie
dirigió sus manos a la solapa de mi traje empapado—. Está empapado —se
quejó, su acento era marcado porque no había estado en los Estados Unidos
por más de un año. La había contratado directamente, la importé como me
gustaba pensar, solo porque los empresarios disfrutaban escuchando su voz
y mirando todos sus activos mientras se relajaban por la noche.
Empujándola suavemente con mis manos sobre sus hombros, sonreí.
—Está bien, Émilie. Tengo ropa seca arriba. Deberías apresurarte a
volver al salón. Theresa se pondrá furiosa contigo si llegas tarde otra vez.
Ella dio un paso hacia mí, su labio brillante rubí atrapado entre sus
dientes. Insegura de qué hacer, echó un vistazo detrás de mí para ver a
Penny parada silenciosamente. El asco arrugó la frente de Émilie. Los celos
colorearon sus mejillas. Yo sabía que era mejor no dormir con mis
empleadas, pero a veces un hombre disfrutaba del sabor a casa.
—Debería irme —finalmente estuvo de acuerdo ella, sus palabras eran
cortadas y apresuradas. Esperé hasta que estuviera fuera de la vista antes
de volverme hacia Penny.
—Hay habitaciones disponibles en el quinto piso. Agarraré una llave
del lobby y te escoltaré.
Penny no respondió de inmediato, en lugar eligió encogerse de
hombros, la costumbre ineludible.
—¿Debería quedarme aquí o lo que sea?
Arqueando una ceja, respondí:
—Lo que sea que funcione. Solo quédate ahí y... gotea... o lo que sea.
Ella me miró, obviamente no satisfecha con mi tono burlón. Moldearla
sería una tarea divertida, aunque quería patearme por elegir una joya aún
no tallada. Alguien como Émilie habría sido un proyecto mucho más simple,
pero la simplicidad nunca es tan divertida. Haciendo un trabajo rápido de
los pasillos, me acerqué al escritorio del vestíbulo y recibí la misma reacción
del personal que la que había obtenido de Émilie. Haciendo un ademán con
la mano, expliqué:
—Parece que olvidé llevarme un paraguas.
John, el gerente del hotel se acercó al mostrador.
—¿Qué puedo hacer por usted, señor Mercier?
—Necesito una llave para una de las habitaciones en el quinto piso. He
traído un nuevo empleado.
Su mirada pasó por encima de mi hombro, y al no encontrar a nadie
cerca, me devolvió su mirada confundida. Sacudiendo la cabeza, le expliqué:
—Ella estaba atrapada en la lluvia también. La dejé en la sala de
empleados ya que no parecía seguro que los dos goteáramos por el vestíbulo.
La cara de John estaba tallada en piedra. Raramente sonreía, su
profesionalismo era una máscara constante.
—Sí, ya he llamado al servicio de limpieza para limpiar su rastro. No
querríamos que nuestros huéspedes se resbalen y se lastimen.
Inclinando la cabeza de acuerdo, tamborileé el mostrador con los dedos
mientras él tecleaba un código para seleccionar una habitación para Penny.
Mirándome, preguntó:
—¿Cuál es el nombre del nuevo empleado? Le asignaré una habitación
ahora.
—Ah, bueno, todavía no tengo esa información.
Con los ojos muy abiertos, John abrió la boca para quejarse, pero hablé
antes de que él tuviera oportunidad.
—Solo ponla bajo mi nombre por ahora. Después que ella se instale y
coma algo, me aseguraré de darte toda la información que necesites.
John finalizó la asignación de la habitación rápidamente,
entregándome una tarjeta clave antes de marcharse para inspeccionar el
trabajo del personal de limpieza al limpiar mi desorden. Riendo al pensar
que tendrían otro lío que atender una vez que hubiera ido a la boutique, me
dirigí a la tienda, ignorando la sorpresa de la vendedora al verme en un
estado de vestimenta tan deprimente.
—Señor Mercier, qué bueno verle.
No conocía a la mujer, pero su cabello era gris y su mano tenía una
alianza lisa de oro.
—Señora, espero que pueda ayudarme a seleccionar algunas ropas
para una amiga que me gustaría llevar a cenar esta noche. Como puede ver,
quedamos atrapados bajo la lluvia y ella necesita cambiarse para que su
atuendo actual pueda ser lavado.
—Por supuesto, señor Mercier. ¿Conoce su talla?
—Desafortunadamente, no —admití—, aunque, supongo que tiene de
altura al menos un metro setenta, y es delgada, pero con curvas. Desearía
tener más para ofrecer en la descripción, pero...
... pero su sudadera holgada no me había dado un vistazo adecuado
para adivinar mucho más...
La mujer sonrió.
—En ese caso, ¿por qué no miramos algunos vestidos tipo tubo?
Mientras tengamos la longitud correcta, el ajuste es lo suficientemente flojo
como para funcionar para muchos cuerpos. No necesitaremos medidas
exactas para seleccionar uno.
Tomó menos de treinta minutos seleccionar un vestido verde esmeralda
que halagaría el cabello de Penny. Con la compra realizada, regresé a la sala
de empleados para encontrarla agachada contra una pared, como lo había
estado en el callejón cuando la vi desde la ventana del café.
—¿Estás lista para ir a tu habitación?
Encogiéndose de hombros otra vez, se puso de pie en toda su altura.
—Sí, supongo. ¿Qué hay en la bolsa?
Resistiendo la necesidad de poner los ojos en blanco por su tono de voz,
sostuve la bolsa para que ella la tomara.
—Te compré algo para ponerte en la cena. La vendedora me dijo que
debería quedarte.
Mirando rápidamente en la bolsa, los ojos de Penny se redondearon y
una sonrisa burlona curvó su boca.
—Esto no es exactamente algo que normalmente usaría. ¿No tenían
nada menos… de zorra?
La paciencia es una virtud. Mi madre siempre me lo había recordado
antes de que ella falleciera cuando yo tenía siete años. Repetí la frase ahora
en un intento de no enojarme por la falta de gratitud de Penny.
—Estoy seguro de que podríamos haber encontrado algo a tu gusto,
pero no tengo tu talla. Esto debería funcionar por ahora.
—Está bien —murmuró, obviamente no convencida.
Ignorándola, la llevé a un elevador de servicio y presioné el botón para
su piso. Llegamos a su puerta en un minuto.
—Aquí está tu tarjeta llave. Te daré tiempo para bañarte y vestirte.
¿Será suficiente media hora?
Penny movió su peso de un pie al otro, la bolsa de compras
balanceándose debajo de su codo donde estaba enganchada.
—Supongo que sí.
Forzando otra sonrisa, tuve que luchar para no corregir su
comportamiento. Comprendiendo que era joven, y recordándome que la
había sacado de las calles específicamente para este desafío, forcé una
sonrisa.
—Muy bien. Disfruta tu ducha.
Me aparté mucho antes de que pudiera responder, y mientras estaba
parado frente al elevador esperando que las puertas se abrieran, miré hacia
atrás para encontrarla mirándome fijamente. Sin molestarme en decir una
palabra, entré en el elevador, desesperado por tomar el ascensor hasta mi
suite en el sexto piso y cambiarme a ropa limpia y seca. No fue hasta que
las puertas se hubieran cerrado que solté un suspiro y me pregunté qué se
necesitaría para entrenar a esta chica en particular para que se comportara
adecuadamente.
Prisión de Faiville, 10:08 a.m.
—Y
a estás mintiendo.
Meadow cambió su posición en la silla para
inclinarse hacia adelante y cruzar los brazos sobre la
superficie de la mesa, sus ojos clavados en los de
Vincent, desafiándolo a discutir. En cambio, una sonrisa lobuna partió sus
labios. Imitando su postura, se deslizó hacia adelante, y sus grilletes
traquetearon mientras colocaba sus brazos sobre la mesa.
—¿Y qué te hace estar tan segura de eso, Meadow? —La vibrante
entonación de su voz era más pesada, su intención de seducir era clara con
cada sílaba en la profundidad de su tono.
Al negarse a responder al desafío que había presentado, Meadow
respondió:
—Penny contó la historia de manera diferente. Leí su diario, memoricé
cada palabra, de hecho. Prácticamente he dormido con él debajo de la
almohada. Conozco tus juegos, Vincent, y no jugarás conmigo.
—¿Eso es así? —Como una serpiente que se demora en la hierba
iluminada por el sol, envolvió su voz suave alrededor de ella, sus piernas
estirándose más debajo de la mesa hasta que su pie rozó el de ella. Meadow
acercó las piernas más a su silla, ignorando la sonrisa más amplia que
adornaba sus rasgos.
—Comencemos con lo que le hiciste en ese callejón —argumentó—,
cuando le agarraste el tobillo. Cuando la lastimaste y te reíste de eso.
Lentamente, él parpadeó, su mirada arrolladora pesada, e
inquebrantable.
—¿Ella escribió eso? ¿Recordó la primera vez que me complació su
dolor? Era solo una pequeña prueba, tan pequeña que no estaba seguro de
que ella lo hubiera notado en absoluto. De hecho —sugirió, sus dedos
extendiéndose en un barrido dramático—, habría asumido que ella no se
había dado cuenta.
Inclinándose más cerca, bajó la voz haciéndola imposiblemente más
profunda:
—¿Qué tipo de mujer sería lastimada por un extraño y aun así lo
seguiría a su casa?
Cuando Meadow no respondió, cuando su ira era tan fuerte que no
podía formular una palabra en defensa, él se alejó, poniéndose cómodo
antes de adivinar:
—Una mujer que disfruta del tormento. Esa es quien. Penélope tenía
un secreto que mantenía oculto. Diría que ni siquiera tú sabías de su
necesidad de dolor, pero ya admitiste que tu gemela y tú son iguales.
El toque burlón de placer perverso entrelazó sus palabras.
—Dime, Meadow, ¿tú me hubieras seguido también?
—No —respondió sucintamente—, pero Penny estaba desesperada,
¿no? No tenía hogar, estaba hambrienta, atrapada en la lluvia fría sin ropa
excepto la que llevaba, y no tenía esperanza de escapar de la vida en la que
había caído. Era el blanco perfecto para una víbora como tú, una chica que
no podía decir que no.
Sus labios se curvaron.
—Siempre pueden decir que no, chérie15. La diferencia en este caso es
que ella no quería hacerlo.
Igualando su sonrisa, Meadow dijo:
—Mi nombre es Meadow. Puedes referirte a mí como tal.
—¿Lo es? —respondió, la pregunta rodando de sus labios con afecto—
. Tendrás que disculparme, a veces los términos de cariño tienden a
deslizarse. Me recuerdas tanto a Penélope, es como un espejo, realmente,
solo sin el dolor que recuerdo en sus ojos.
Su mirada trazó la línea de sus labios, sus manos apretando los puños
sobre la superficie de la mesa. Tirándolas a su regazo para evitar que
Vincent detectara fácilmente los signos visibles de lo que estaba sintiendo,
se relajó en su asiento, e hizo que pareciera que no estaba afectada, incluso
mientras su corazón martillaba en su pecho y su pulso revoloteó justo
debajo de su piel.
—Hablemos de la segunda mentira que has dicho. Específicamente,
Émilie.
Las cejas de Vincent se arquearon lo suficiente como para que ella
supiera que había recuperado su atención.
15 En francés: Cariño.
—Dijiste que ella simplemente se acercó a ti en el pasillo la primera vez
que Penny entró al edificio, pero Penny escribió que ocurrió de manera
diferente. Lo que ella vio en el saludo entre ustedes dos la llevó a creer que
estaban involucrados románticamente, que ella no tenía nada de qué
preocuparse porque tu mirada estaba puesta en alguien más. En ese
momento, estoy segura de que Penny creía que el encuentro no significó
nada, pero sabiendo lo que ahora sé, habiendo diseccionado esta historia
todos los días de mi vida desde que recibí su diario, creo que ese encuentro
fue calculado, que tu comportamiento con Émilie fue intencional. Desde el
principio, estabas intentando engañar a mi hermana para que creyera que
eras seguro, que eras simplemente un empleador benevolente que deseaba
ayudar a una chica perdida a salir de las calles.
Era regio, este hombre, realmente intoxicante, independientemente de
si él hacía el esfuerzo. Incluso en ese momento, Meadow se encontró
mirando hacia otro lado como para romper un hechizo secreto que él había
tejido alrededor de ella, necesitaba distanciarse para no sentir que era una
luna orbitando su espacio. Ella sabía que las mujeres acudían a él, sabía
que incluso algunos hombres habían sido incapaces de negar el atractivo
que lanzaba Vincent. Recuerdos como carretes de película se reprodujeron
en su cabeza, las palabras del diario susurrando en sus pensamientos.
Tomándose su tiempo, Vincent pasó los ojos por la línea de su
mandíbula y los dejó caer para seguir la longitud de su cuello, para barrerlos
sobre la curva de su hombro. Tierna y provocativa, solo su mirada era el
toque de un amante, yemas de dedos provocando la piel, un cálido aliento
poniéndole la piel de gallina.
—Émilie era demasiado fácil, ¿sabes? La había contratado
directamente de las calles parisinas, me compadecí de su deseo de viajar a
pesar de la ilícita elección de profesión de su madre y la triste falta de fondos.
Me dijo que su madre había muerto y que no le dejó nada más que el
conocimiento de cómo seducir a un hombre. Creí que ella sería un activo
perfecto en el salón, un toque de casa que atraería a los clientes que
adoraban al Wishing Well por su sabor.
—Como recuerdo haber leído, a Émilie tampoco le fue muy bien. Al
menos, no por mucho tiempo. ¿Qué le pasó, Vincent? ¿Qué pasó con la rubia
rolliza que podía sacarle todo el dinero del bolsillo a un hombre y hacer que
le agradeciera por el robo?
Su mirada nunca vaciló.
—¿Cómo debería saberlo? Que yo sepa, ella se fue una vez que tuve un
nuevo interés. Los celos son un asunto tan feo. Vuelve loca a la gente, ¿no
es así?
—¿No te condenaron por el asesinato de Émilie?
Vincent sonrió.
—Llegaremos a eso. Te estás adelantando.
Alzando una ceja, Meadow sonrió.
—Entonces contratas a esta mujer, la llevas hasta tu hotel, ¿y qué? ¿La
pruebas antes de lanzarla a los lobos?
Los segundos pasaron silenciosamente entre ellos.
—Creo que necesito recordarte el poco tiempo que tenemos juntos.
Mientras hablas de mujeres con poca importancia, el reloj avanza.
Deberíamos volver a mi historia con Penélope. Tengo curiosidad por saber
qué escribió sobre nuestro primer encuentro. ¿Me lo contarás?
Confundida, Meadow arrugó la frente, odiaba haber cometido el error
de dejar caer su máscara de superioridad, de haber perdido ser la persona
con un pie un paso más adelante. Ahora sabía que la había sorprendido,
que la había atrapado con la guardia baja.
—¿No leíste el diario?
Sus dedos se movieron de nuevo, un síntoma común de sus
pensamientos.
—Por desgracia, ya estaba en la cárcel cuando fue encontrado. Solicité
que te lo enviaran inmediatamente. Mi personal es leal, Meadow. Dudo que
incluso hayan visto sus páginas.
No tenía sentido. Vincent era demasiado fanático del control para no
preguntar qué había escrito Penny sobre él. Era demasiado coleccionista
para permitir que incluso uno de los pensamientos de ella escapara de su
alcance. En todo caso, le gustaría disfrutar de la confusión que había creado
en su cabeza, querría deleitarse con el botín de sus juegos psicológicos. Si
fuera cierto, si el diario no se hubiera descubierto hasta después de que fue
arrestado, entonces tal vez había descuidado preguntar sobre su contenido,
había temido que las llamadas grabadas y las conversaciones en la cárcel
capturaran algunos detalles en el diario que aseguraran su convicción.
Siempre estaba la posibilidad, pero Meadow lo dudaba.
—¿Tenemos tiempo para siquiera discutirlo? —preguntó—. ¿Qué pasa
con tu inminente muerte acercándose tan rápido?
Su sonrisa se ensanchó, sus perfectos dientes blancos y rectos brillaron
como los de un chacal a punto de morder.
—Cualquier buena historia está bien redondeada. Quizás algo en su
memoria sacudirá algo en la mía, y lo soltará para que pueda entregarlo
para ti como un regalo envuelto en el mejor papel.
Sardónicamente, ella respondió:
—O tal vez simplemente quieres disfrutar sabiendo lo que le hiciste en
todos los niveles imaginables. Especialmente ahora que no hay escape del
verdugo.
—Quizás —estuvo de acuerdo—. Pero esa es tu decisión.
Preguntándose cómo reaccionaría él ante lo que ella sabía, por lo que
el diario contenía, Meadow cedió.
—Bien, te contaré su lado de la historia. Hablaré en lugar de la mujer
que no puede. —Acercándose, agregó—: Y estaré feliz de divulgar cuánto te
odió al final.
Penny
L
a vida comenzaba y terminaba con Blake Jameson, mi novio, mi
mejor amigo, el alma gemela con la que comía pasteles de barro
en el jardín de infantes y a quien le di mi virginidad en décimo
grado. Con su cabello rubio salvaje, siempre largo y azotado por el viento
como un surfista y la piel bronceada que resaltaba el azul de sus ojos, Blake
era una constante para mí, una pieza de un rompecabezas que encajaba,
una extensión de lo que siempre he sido.
Colgó la luna y dispersó las estrellas. Él era el sol y yo era la tierra
absorbiendo su calor.
Blake estaba allí cuando la gente había intentado intimidarme. Me
había protegido y había golpeado algunas cabezas. Me había amado incluso
más que mi propia familia. Era más cercano a mí que mi propia gemela
idéntica, Blake era el pacífico centro en mi caótica tormenta. Él era la isla
en mi mar turbulento, el oasis dentro de mi desierto. Él era mi vida y mi
protector, cada uno de mis sueños y mi refugio.
Había estado a mi lado cuando murió mi padre, me había abrazado y
me había mecido cuando grité. Su presencia me tranquilizó en el funeral
cuando mi padre fue enterrado para descansar, y sus palabras me calmaron
cuando mi madre conoció a un hombre al otro lado del Atlántico, que creía
que podría reemplazar al hombre que me crio.
Y cuando llegó el momento de que mi madre se desarraigara y viviera
en una tierra extranjera, fue Blake quien me convenció de quedarme. Tanto
mi madre como Meadow habían odiado mi decisión, pero no podían entender
quién había sido Blake para mí.
Así es como me había quedado en los Estados Unidos cuando mi madre
y mi hermana se fueron, es por eso que dejé que mi familia se fuera volando
mientras yo me quedaba enraizada. Realmente creía que Blake sería el
hombre con el que me casaría, creía que tendría sus hijos y nos volveríamos
viejos juntos, nuestro cabello se volvería plateado mientras las diferentes
partes de nuestros cuerpos se marchitaran en descomposición.
Solo un año después de que mi familia me dejó, Blake decidió dejarme
también.
Había conocido a alguien más. Se disculpó y lloró. Pero ni siquiera mis
lágrimas, mis palabras hirientes, mis ruegos y súplicas habían sido
suficientes para convencerlo de que estaba arruinando toda mi vida.
Así de simple.
Blake era la razón por la que me había quedado en los Estados Unidos
un año. Y Blake era la razón por la que me quedé sin hogar al siguiente.
Demasiado avergonzada, demasiado herida, y demasiado destruida
como para llamar a mi familia y pedir ayuda, me convencí de que podía
hacerlo sola. Pero sin experiencia laboral, apenas con educación secundaria
y ninguna dirección permanente que pudiera llamar mía, encontrar empleo
había sido imposible. No es que pudiera haber logrado realizar un trabajo.
Estaba demasiado desconsolada para ser algo más que un caparazón inútil,
un fantasma caminando por la acera, una mujer que no acababa de perder
al amor de su vida, sino que también había perdido todo lo que poseía.
La calle no es exactamente un lugar acogedor, y en el momento en que
cierras los ojos, lo poco que tienes es arrancado por los buitres, robado e
ido.
Así es como terminé caminando por la Avenida Stratford bajo la lluvia
torrencial. Es por eso que no tenía dos monedas de diez centavos para unir,
no tenía un teléfono, no tenía una esperanza de salvación más allá del
pequeño saliente andrajoso que encontré que no hacía nada por protegerme
de la tormenta.
A los diecinueve años, ya era un fracaso.
Había estado tan ocupada congelando mi trasero y frunciendo el ceño
a los idiotas bien vestidos que me miraban como si fuera la escoria que
manchaba sus bonitos mocasines de cuero, que ni siquiera había notado a
Vincent Mercier cuando se acercó por primera vez. No fue hasta que su
sombra cayó sobre mí, bloqueando la única luz de la calle que iluminaba las
agujas de lluvia que levanté la mirada para espiar uno de los ejemplos más
bellos de la forma masculina que había visto en mi vida. Si no fuera por la
lluvia que goteaba de su espeso cabello castaño y el traje gris carbón pegado
a cada superficie dura y ancha de su cuerpo, habría creído que había salido
del set de algún programa de televisión popular o tal vez que había salido
directamente de las páginas de una revista de moda.
Y cuando habló por primera vez, cuando noté por primera vez el suave
toque rodante de una lengua extranjera, fue música para mis oídos.
Decir que estaba confundida por qué me estaba mirando era quedarse
corta. No fue hasta que me propuso como si fuera una puta de callejón que
mi ira estalló hacia la superficie. No mentiré y diré que no me dio placer
llamarlo viejo. Tenía un don para identificar el punto débil de una persona,
y la vanidad era el suyo.
Debo haber tocado un punto sensible porque pasó de llamarme con un
nombre sacado directamente de un romance francés del siglo XVII a
llamarme Chica Sucia, como si el significado implícito se perdiera bajo la
lluvia.
Maldito pervertido.
Se lo dije, lo acusé de solo querer meterme en la cama, y luego había
hecho algo tan fuera de lugar que había vacilado entre noquearle los dientes
o aceptar la oferta que rápidamente recitó en su lugar.
No mentiré, no tiene sentido cuando la única audiencia para esta
confesión soy yo misma. Vincent me sorprendió desde el momento en que
mis ojos se encontraron por primera vez con su hermoso rostro. Sus ojos
eran del color de brillantes esmeraldas, un tesoro con el que tropecé en las
profundidades de alguna cueva escondida, un rayo solitario de obstinada
luz del sol encontrando su camino a lo largo de la pared para tocar esas
enormes gemas y divulgar su belleza y secretos.
Enmarcando su rostro tenía cabello oscuro, que estaba segura de que
era desarreglado cuando estaba seco. A pesar de que estaba pegado a su
cabeza por la implacable lluvia, todavía podía ver las capas, todavía podría
imaginar a una mujer envolviendo los suaves hilos de seda entre sus dedos.
Y la lluvia, oh, cómo me había sentido celosa de las gotas que podían tocar
sus mejillas y trazar los contornos tallados en piedra, una valiente gota que
siguió la curva de sus labios burlones para convertirse en una con la sal de
su piel de cobre. Si alguna vez la tentación fuera a caminar este plano tan
terrenal, estaría en los zapatos de Vincent... lo que hacía que fuera una
lástima que fuera el idiota más grande que tuve el disgusto de encontrar.
Al elegir patearlo, entendí mi error en el instante en que atrapó mi
tobillo con sus manos, y con los pocos segundos que había disfrutado
castigando los huesos con la fuerza de sus crueles dedos. Mierda, dolió, el
dolor aplastante fue suficiente para enviar una corriente eléctrica que me
subió por la pierna hasta la cadera. Había mirado sus ojos en el momento
en que había causado ese dolor y eran hambrientos, duros, pero risueños.
Debería haber sabido entonces qué tipo de hombre era.
Pero me estaba muriendo de hambre. Tenía frío. Estaba mojada, y no
en el buen sentido de la palabra. La desesperación es un olor muy pútrido,
pero rezumaba de todos mis poros.
Me ofreció un trabajo. Me hizo daño. Se marchó. Y yo era la chica tonta
que lo siguió.
Debería mencionar el hotel.
El Wishing Well era uno de los hoteles más famosos de la zona. No tan
grande como los rascacielos que eran dedos de acero y vidrio que alcanzaban
el cielo, la propiedad modesta, privada y algo exclusiva exigía mucha más
moneda que incluso los Hilton podrían pedir. El lujo no se perdía en este
paraíso amurallado y si alguna vez existió un castillo en una ciudad, era
este hotel.
Con seis pisos, solo había visto los pisos superiores sobre las paredes
que lo rodeaban, solo podía imaginar lo que se encontraría detrás de la
hiedra que se aferraba a la piedra. Era un pequeño bloque solo con luces
que centelleaban desde las ramas de árboles altos, y con la música suave
que a menudo escapaba los fines de semana cuando los empresarios
acudían a una convención en el centro ridículamente grande en la calle.
Ni siquiera sabía su nombre cuando nos acercamos al hotel, y casi lo
había olvidado cuando abrió la puerta y me permitió entrar para ver qué
había hecho del lugar después de derribar lo que una vez estuvo aquí para
construir su “hogar lejos de su hogar”.
Era como si hubiera salido de los Estados Unidos directamente a un
jardín francés escondido lejos de las calles de París, las luces, las glicinias,
las calles empedradas todo a mi alcance sin necesidad de un avión o un
bote. Aunque, corrimos para evitar la lluvia, todavía pude ver el pozo, un
gran círculo de piedra entre flores, haciéndome señas para que mirara
dentro.
Nunca tuve la oportunidad de explorar antes de entrar al edificio y me
quedé helada y mojada, observando cómo la novia de Vincent se acercaba.
Ambos hablaron francés y no pude entender nada de lo que dijeron, pero
debieron haber sido palabras de adoración, de amor o de anhelo, porque
Vincent la apoyó contra una pared lejana, y sus voces roncas cayeron a
susurros, y sus labios trazaron la línea de su mandíbula mientras sus dedos
agarraban su cadera.
Incómoda, me rodeé con los brazos, sin saber si debía apartarme para
darles privacidad. A ninguno de los dos pareció importarle la audiencia y
eso me hizo preguntarme. Sin embargo, tan fuera de lugar como me sentía,
tan confundida, asustada y sola, me quedé mirando mientras su mano se
arrastraba por el costado de su cuerpo para palmear su pecho por encima
del escaso traje de sirvienta francesa que llevaba. Al principio, me hice la
promesa de rechazar el trabajo si eso es lo que me pedirían que me pusiera,
pero la idea se disolvió cuando las caderas de la mujer se apretaron más
cerca de Vincent.
Blake nunca me había hecho moverme así.
Oh, ser una mosca en la pared de este hombre cuando hacía gemir a una
mujer. Se me secaba la boca solo de imaginarlo.
La risa se filtró de los labios de la mujer, algunas palabras roncas más
que no pude entender fueron susurradas hasta que Vincent retrocedió
abruptamente y la mujer se fue corriendo por un pasillo, sus piernas bien
formadas se movían con fluidez a pesar de los tacones de diez centímetros
que usaba.
Cuando se volvió hacia mí, me estremecí físicamente en reacción al
calor hipnótico que ardía detrás de sus ojos verdes.
Enderezando su chaqueta empapada (no es que ayudara), sonrió, el
mismo tipo de expresión que asumirías que usaría un zorro al alejarse de
un gallinero.
Dando un paso hacia mí, su voz era una vibración profunda contra mis
huesos congelados cuando explicó:
—Tendrás que disculpar la interrupción, Émilie es bastante...
apasionada.
Sin saber cómo responder, prácticamente murmuré mi respuesta.
—Así parece.
Un destello de algo parpadeó detrás de sus ojos.
—Te mostraré tu habitación, pero primero necesitaré una llave. Puedes
esperar aquí mientras voy al vestíbulo.
Apenas asintiendo porque todavía estaba demasiado conmocionada
para pensar, esperé lo que se sintió como una eternidad, y el cansancio de
mis piernas finalmente me llegó mientras me agachaba y me acurrucaba
contra una pared. Al principio, creía que él me había olvidado, pero luego
regresó con una bolsa en una mano y una tarjeta llave en la otra.
—¿Vamos a subir?
—¿Qué hay en la bolsa? —pregunté, temerosa de que hubiera elegido
un traje de mucama para que yo usara, como el de Émilie.
—Ropa que compré en la boutique. Podemos hacer que lo que llevas
puesto sea lavado y secado mientras tanto.
Vincent me tendió la bolsa y apreté los dientes para mirar dentro y
descubrir una masa de material sedoso verde que no parecía cubrir mucho.
Debería haber sabido que este hombre encontraría algo para mí que
fuera más parecido a un negligé que a ropa real.
Cuando me llevó a un elevador de servicio, me quedé callada, insegura.
Estuvimos en silencio durante todo el camino a la habitación 504 donde me
depositó para que pudiera ducharme y vestirme. No pude evitar mirarlo
mientras se alejaba, con su ropa empapada, su cabello desordenado, y su
estado descuidado que no hacía nada para interrumpir su pavoneo
seductor.
Me miró una vez antes de volver a entrar en el ascensor, y la expresión
en su hermoso rostro hacía que fuera demasiado obvio que mi nuevo jefe, el
extraño que me hizo daño antes de atraerme desde las calles, era más
problemas de lo que había entendido que estaba asumiendo.
L
a habitación que me dio Vincent no era simplemente una basura
de espacio de cuarenta y cinco metros cuadrados con una cama
cuestionable, sábanas ásperas y una cocina americana en la
esquina completa con un microondas sucio y un pequeño refrigerador en un
mostrador. Este lugar era una suite completa, un paraíso para una chica
que había dormido en las calles, un bastión de esperanza que no estaba
segura de cómo interpretar.
Mirando hacia una sala de estar con alfombras blancas, sofás blancos
y cortinas blancas de gasa que colgaban a los lados de las ventanas que
iban del piso al techo, sentí como si hubiera pisado el cielo, como si hubiera
muerto y Vincent hubiera sido el ángel para sacarme de esta vida y
entregarme al paraíso sin mencionar que ahora era un fantasma. La
confusión que sentí se mezcló con euforia, mis pies ligeros se arrastraron
hacia una puerta abierta, y un jadeo escapó de mis pulmones mientras
miraba con los ojos muy abiertos una cama que podría acomodar
cómodamente a tres personas o más. Mucho como el salón, la habitación
era toda blanca con toques de colores pastel, el papel de las paredes tenía
un patrón de buen gusto con toques plateados. Recordando mi ropa mojada,
entré en pánico y miré detrás de mí, agradecida de no haber dejado huellas
de lodo por los pisos prístinos.
Quitándome los zapatos, salté sobre un pie y luego sobre el otro
mientras despegaba los calcetines empapados de mis pies, corriendo de
nuevo para mirar dentro de un baño que pondría celosos a los diseñadores
de baños romanos.
En un tema a juego en blanco y plata, los accesorios brillaban debajo
de una pequeña araña de cristal que colgaba delicadamente del techo, la
bañera grande y la ducha vidriada me hacían señas con la promesa de
calidez para mis huesos congelados. Alfombras suaves cubrían los pisos de
baldosas, y había toallas gruesas perfectamente dobladas y colgadas para
mi uso. A la derecha había un tocador con un gran espejo y enormes
bombillas como esas en el vestidor de un actor, y el baño en sí era más
grande que el pequeño departamento que compartí con Blake antes de que
me dejara.
Hubiera creído que estaba soñando si no fuera por la forma en que mi
cuerpo temblaba por la lluvia y el frío. Fuera de las ventanas, la tormenta
seguía, pero aquí adentro, en este paraíso, estaba a salvo de los truenos, la
lluvia y de los rayos que atravesaban el cielo.
Dejando caer la bolsa de compras en una silla de felpa cuando pasé,
tuve dificultades en quitarme la ropa empapada, dejándola caer en el lugar
mientras me dirigía a la ducha. El agua y el vapor surgieron de múltiples
cabezales, y mis músculos se relajaron en el instante que entré. Me hubiera
quedado debajo del chorro si no fuera por mi límite de tiempo antes de que
Vincent regresara, y con la promesa de tomar un largo baño antes de
quedarme dormida esa noche, de mala gana salí de la ducha, envolví una
gran toalla alrededor de mi cuerpo y descubrí un pequeño problema que no
había considerado hasta ese momento.
Todo lo que poseía estaba empapado, incluida mi ropa interior, mi
sostén y mis zapatos. No tenía nada más que un vestido elegante para cubrir
mi cuerpo, y solo el pensamiento de deslizarme en cualquier cosa que
hubiera usado antes hizo que mi labio se curvara con disgusto.
Tirando el vestido sobre mi cabeza, me miré en el espejo. Mis senos
sobresalían contra el material suave, mientras que la longitud de la seda
verde caía sobre mis rodillas. Esta no era la impresión que quería darle a un
hombre que apenas conocía. Cuando escuché un ligero golpe en la puerta,
supe que no tenía otra opción.
Al abrir la puerta, sostuve un brazo sobre mi pecho, y mis rodillas se
unieron por miedo a que Vincent pudiera ver que no llevaba nada debajo.
—Hola —dije, con voz suave y mis mejillas calentadas por la vergüenza.
Sus ojos recorrieron mi cuerpo, haciendo que brotara piel de gallina
sobre mi carne.
—Hola —respondió Vincent, sus palabras oscuras... crudas—. Veo que
el vestido te queda.
A diferencia de mí, la apariencia de Vincent era impresionante, su
cabello peinado hacia atrás, las puntas apenas tocando el cuello de su
chaqueta de traje negro. Debajo de su traje, llevaba una camisa negra, los
botones superiores sueltos, revelando un triángulo de piel bronceada, y un
toque de fuertes pectorales sobre su amplio pecho. Parecía más grande de
alguna manera, la intimidación la sentí penetrante y evasiva, el temblor de
nerviosismo extraño después de haber sobrevivido varias semanas en las
calles sin nada más que mi ingenio para protegerme.
—Tengo un problema —confesé tímidamente, incapaz de levantar la voz
por encima de un susurro.
Aprovechando la oportunidad para acercarse, como si no pudiera
escuchar a mi voz pequeñita, sus ojos recorrieron el escote de mi vestido, y
mi brazo se apretó contra mis senos en respuesta. Odiaba que mi cuerpo
reaccionara, y mis muslos se apretaran mientras un escalofrío recorría mi
columna vertebral.
—Tal vez tengo una solución —susurró. De alguna manera sonaba
incluso más peligroso cuando su voz apenas era un aliento.
Mis mejillas ardieron más.
—No tengo nada que ponerme con el vestido, como en nada... —Con
los ojos muy abiertos, traté de transmitir lo que quería decir sin realmente
decirlo.
Los ojos de Vincent recorrieron mis piernas para aterrizar sobre mis
pies descalzos.
—Ya veo —comentó, y una sonrisa maliciosa estiró su boca—.
Normalmente, encontraría la información atractiva, una invitación para
saber más, pero viendo que nos acabamos de conocer...
—Deja de ser un pervertido —solté, la censura gruesa en mi tono.
Su sonrisa se ensanchó, y su mano se extendió sobre su pecho como
si realmente hubiera sido ofendido por mis palabras.
—No soy más que un hombre, ma chérie16. No puedes sostener eso en
mi contra.
Sin saber cómo responder al encanto que era como una segunda piel
envolviendo a este hombre, murmuré:
—Tal vez debería pedir servicio de habitación y quedarme dentro.
—O —respondió él—, puedes darme tu ropa mojada, puedo enviarla
para que sea lavada, y podemos volver a la boutique donde podemos
comprar lo que sea que necesites para completar tu atuendo. Zapatos, tal
vez.
Mis cejas se juntaron.
—No estoy tan preocupada por los zapatos como por las otras cosas.
—Y yo no estoy tan preocupado con las otras cosas como tú.
16 En francés: Mi querida.
Poniendo los ojos en blanco, abrí la puerta y agité la mano para que él
entrara.
—Necesito agarrar mi otra ropa.
Una risa suave se filtró por la habitación.
—Tómate tu tiempo. Nuestra mesa en el comedor ya ha sido reservada.
Tomando asiento en el sofá, con sus brazos extendidos sobre el
respaldo, su postura era la de un hombre que era dueño del lugar.
Rápidamente corrí al baño, odiando cómo mis pechos temblaban debajo del
vestido, y haciendo una mueca ante la corriente susurrando entre mis
piernas. Siempre fui una chica modesta, del tipo de vaqueros y camisetas
que pasaba más tiempo ocultando su figura que mostrándola. Mi hermana
gemela siempre había sido la que iba a la moda, y había disfrutado la
atención que recibía por su apariencia que era idéntica a la mía. Por el
contrario, me sentía expuesta si mi camiseta era demasiado ajustada o si
mis vaqueros no eran lo suficientemente holgados como para ocultar la
curva de mis caderas, o el peso de mi trasero cuando caminaba dentro de
una multitud.
Soltando el aliento en un esfuerzo por estabilizar el latido de mi corazón
acelerado, metí mi ropa mojada en la bolsa de compras que una vez sostuvo
mi vestido y regresé a la sala de estar donde Vincent permanecía sentado,
con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados. Era ridículo pensar
que parecía un hombre recibiendo una mamada perezosa en una tarde
cálida y soleada.
—Estoy lista para partir, supongo.
Sin molestarse en abrir esos impresionantes ojos verdes, habló
lentamente, su acento una película que cubría sus palabras.
—¿Supones? ¿O lo sabes?
A pesar de la flojera de esas palabras, sonaban como una advertencia,
una regla contra los nudillos, un recordatorio de que no era tan elegante o
educada como él. Solo conocía a Vincent por dos horas y ya quería evitarlo
tanto como fuera posible. El doctor Jekyll y el señor Hyde parecían mejor
equilibrados en comparación.
Caliente y luego frío. Gracioso y luego cruel. Amable y desconcertante.
Vincent Mercier era un rompecabezas de opuestos, el tipo de persona que
constantemente te mantenía en guardia.
—Si es un problema, podríamos suspenderlo por esta noche.
Sus ojos se abrieron, el abanico de sus pestañas oscuras enmarcando
sus orbes verdes observantes.
—¿Por qué sugieres eso? Solo estaba haciendo una pregunta.
—Parece que... —Mi voz se apagó.
Inclinando la cabeza hacia un lado, me miró.
—¿Parece que qué?
V
incent fijó sus ojos en Meadow, su mirada inquebrantable, sus
labios torcidos en las esquinas como si guardara algún secreto
que nunca diría.
—¿Por qué haces eso, Meadow? ¿Y justo cuando comenzábamos este
baile?
El humor afilaba su voz, la seda y el pelaje una caricia contra la piel de
Meadow en el ritmo indolente de su tono. Sin sorprenderse de cómo este
hombre usaba todas las herramientas a su disposición para atraerla,
resistió la tentación natural, y apartó el deseo que no podía evitar sentir.
Vincent era un medallista de oro en atracción, tentación personificada;
un arma de seducción cruel que había sido afilada hasta ser perversamente
aguda. Era a través del deseo que distraía y confundía la mente, sin
arrepentirse por el uso barato del instinto humano.
—¿Por qué iba a hacer qué? —Finalmente se las arregló para
pronunciar.
—Revelar una parte de la historia que aún no había contado —
respondió sus cejas elevándose muy ligeramente con desafío—. Supuse que
venías aquí para aprender lo que yo creía que sucedió, para diseccionar los
detalles que no descubriste con los pensamientos privados de tu hermana.
Dejando escapar un suspiro entre sus labios apenas separados,
Meadow notó cómo la mirada de él trazó la línea de su boca. Dos podían
jugar a la seducción, la verdad de los anhelos de Vincent estaba registrada
en el diario escrito apresuradamente. Penny se había convertido en su
obsesión tanto como él se había convertido en la de ella.
A propósito, girando hacia atrás sus hombros, Meadow permitió que
sus ojos se volvieran pesados, y disfrutó de la forma en que él no pudo
resistirse a estudiar la insinuación de sus senos donde se asomaban por
encima del escote de su camisa.
—No pensaba que la parte que conté fuera de mucha importancia. La
recogiste de su habitación, y desafiaste su independencia mostrándole cómo
un hombre podría elegir ser amable o grosero.
Sus ojos nunca dejaron su pecho, la punta de su lengua se asomaba
muy ligeramente entre sus labios carnosos. ¿Cuánto tiempo había pasado
desde que se había sentado en la misma habitación que una mujer? Meadow
lo usaría para su ventaja.
Distraído, preguntó:
—¿Recordó lo que le dije en el pasillo? —La mirada se alzó—. ¿Lo
suficiente como para escribirlo? Ella nunca aprendió a hablar mi idioma. —
Un ladrido de risa suave sacudió sus hombros—. Bueno, al menos ese
lenguaje particular mío. Ella fue una mejor estudiante en otros más
adelante.
—Eso leí —respondió Meadow mientras se inclinaba hacia adelante, su
voz suave, sus hombros cayendo hacia adelante, permitiendo
intencionalmente que el material de su camisa cayera más abajo y le diera
a Vincent una mejor vista—. Penny escribió todo sobre ese lenguaje
particular en su diario.
El orgullo masculino brilló en sus ojos.
—¿Lo hizo?
Redondeando sus labios, y apretando sus brazos para forzar su escote
más hacia arriba, ella respondió:
—Oh, sí. Con exquisito detalle.
Pasaron unos tensos segundos, y sus ojos se deslizaron hacia abajo
para aceptar la oferta visual que Meadow le había hecho. Cuando se
encontró con su mirada de nuevo, él estaba prácticamente riendo.
—Buen intento, Meadow, pero tendrás que ser mucho más convincente
que eso.
Ella enderezó su postura.
—Bien. Valió la pena el intento. Y no, en respuesta a tu pregunta,
Penny nunca aprendió francés mientras vivía en Wishing Well. Todo lo que
anotaba en su diario, lo hacía fonéticamente. Fui capaz de interpretar lo que
significaban las palabras después de repasar las páginas en los últimos
meses. No fue fácil.
—Supongo que no —estuvo de acuerdo, su respuesta sin compromiso,
sus pensamientos en otra parte—. Me divierte que Penélope haya peleado
tanto al principio. No —dijo, reconsiderando—: Quizás pelear es la palabra
equivocada. Penélope no peleó, eludió. Saltó, haciendo tanto ruido que
disfrazó lo que estaba sintiendo. En un segundo me acusaba de ser un
pervertido, una palabra que solía usar generosamente, podría agregar, y en
el siguiente, sonreía, casi hasta el punto donde sospechaba que realmente
apreciaba y creía en la oferta que le hice. Cuando la recogí de la habitación
del hotel, asumí que se había olvidado de la trampa, asumí que podría
llevarla por cualquier camino que eligiera sin que sospechara. Penélope era
buena en esconder sus pensamientos, al menos al principio. Pero no era
una chica tonta, ¿verdad? Por lo que me acabas de decir, ella sabía qué tipo
de hombre era yo desde el principio, y el grado de peligro en el que había
estado desde el momento en que me acerqué a ella bajo la lluvia.
Sorprendida por su rara honestidad, Meadow admitió:
—No, Penny no era tonta en lo más mínimo. Ingenua tal vez. Joven e
inexperta. Pero no tonta.
Vincent sonrió.
—Y, sin embargo, aun así me siguió a casa.
—Un error que le costó a Penny la vida —le recordó Meadow.
—Lamento eso. Una belleza como la de ella nunca debería perderse tan
descuidadamente —reflexionó, un toque de emoción jugando con sus
palabras suavemente pronunciadas. Por supuesto, lo arruinó con lo que dijo
a continuación—. Supongo que es algo bueno para este mundo que haya un
duplicado exacto... tú.
La ira era un maremoto que la atravesó.
—Eso no minimiza mi pérdida. Todavía perdí a mi hermana. Todavía
siento el dolor de que ella ya no esté en este mundo.
Se inclinó hacia ella.
—Y llevarás ese dolor toda la vida. Mi nombre, mi rostro, grabado en el
recuerdo, vigente, incluso si ya no estoy respirando. —Era una puñalada
directa al corazón, sus palabras retorcían el cuchillo para forzar el impacto
total de la agonía.
Meadow se negó a liberar las lágrimas que amenazaban sus ojos.
—¿Es eso realmente todo lo que ella era para ti? ¿Un juego? ¿Una pieza
de ajedrez que tiraste a un lado como basura?
Un encogimiento de hombros negligente fue su respuesta, un
movimiento de su mano como si eso fuera a apartar lejos el recuerdo de una
vida humana.
—La vida no tiene sentido sin la muerte. Y aunque Penélope vivió una
corta, ella ardía intensamente. No mucha gente puede afirmar eso. Ella era
como el fuego.
—Y tú eras el agua que la mojó —reprendió Meadow—. Eso no es nada
de que estar orgulloso. Pero, de nuevo, en cierto modo, ella fue el agua que
te mojó a ti. En tres días, recibirás una aguja en el brazo por matarla. Es
una pena que la persona que te la clave no pueda usar una máscara que
luzca exactamente como ella.
Sus ojos se inclinaron para capturar los de ella.
—Pero tú eres una copia exacta. Quizás ellos te permitirán pincharme
la vena. Te gustaría eso, ¿no?
Aclarando su garganta por el nudo de emociones que ella no quería
admitir que la había ahogado, Meadow sugirió:
—Deberíamos seguir adelante, Vincent. Ya han pasado tres horas y
apenas hemos arañado la superficie.
Su rostro era una máscara inescrutable, regia, divina, melancólica
como recordaba al peón que había hecho de la hermana de Meadow.
—¿Debería comenzar donde tú lo dejaste?
Entrelazando sus dedos sobre la superficie de la mesa, parpadeó
lentamente, el abanico de sus pestañas espolvoreando su piel, y la curva de
su boca atrayendo la atención de Meadow. Ella sabía que él estaba luchando
contra una sonrisa, sabía que él disfrutaba atormentándola con el lento
arrastre de su memoria. Él no estaba solo contando una historia, la estaba
reviviendo, experimentándola de nuevo para arañar la superioridad que
había ganado jugando con Penny.
Por mucho que eso molestara a Meadow, su curiosidad era demasiada.
Aún había muchas preguntas sin responder, demasiadas capas que debían
ser separadas para que ella entendiera completamente lo que se había
hecho.
Se negaba a creer que él no sintiera nada por la mujer que tan
insensiblemente había destruido.
—No —respondió Meadow—, por lo que sé, no pasó nada más esa noche
más allá de comprarle ropa adicional, conseguir su información personal
para el trabajo y llevarla a cenar. No estoy segura de que eso sea importante.
Deberíamos pasar a la mañana siguiente, cuando la presentaste a Barron
por primera vez.
Alzando los ojos hacia Vincent, Meadow notó que su sonrisa se estiraba
y vio el parpadeo de humor en una mirada verde que no se perdía nada.
—¿Qué? —preguntó, sabiendo que cuando su boca tomaba esa curva,
había algo que había enterrado saliendo a la superficie, algún secreto,
alguna broma que nadie más que él había sabido. Todo sobre este hombre
estaba grabado en el diario, casi como si Penny, al escribirlo, hubiera
intentado descifrar todas las peculiaridades, todo el lenguaje corporal,
expresiones y palabras de Vincent Mercier para atraparlo y revelar que no
era tan escurridizo como todos creían.
A pesar de todas las veces que había leído las páginas del diario, a pesar
de lo andrajosas que esas páginas se habían vuelto, Meadow todavía no
podía sacudir el misterio que rondaba alrededor de este hombre como una
nube.
Hablando despacio para que cada sílaba de sus palabras pudiera ser
captada y examinada mientras caían sin esfuerzo de sus labios, Vincent
reflexionó:
—Quizás el diario no es tan completo como crees. —Haciendo una
pausa, jugueteó con la esposa trabada en su muñeca y pasó la punta del
dedo por el borde—. Algo sí sucedió esa noche, pero necesitarías mi
perspectiva para descubrirlo.
Su corazón dio un vuelco con un doloroso y poderoso latido, el clic de
la grabadora se detuvo agregando el sonido perfectamente sincronizado a su
reacción física. Sus ojos parpadearon una vez antes de que recuperara la
capacidad de pensar, de actuar, de levantarse de su asiento y girarse para
cambiar la cinta.
Al presionar grabar, se preguntó por qué Vincent estaba tan silencioso
detrás de ella. Balanceándose con las palmas de las manos contra la
superficie de la mesa, se tomó un momento en el que no podía ver su rostro
para controlar sus emociones. ¿Qué había hecho él que no había sido
registrado en el diario? ¿Qué detalle se había perdido?
—Bien —susurró, sintiendo su mirada trazar los contornos de su
trasero, sabiendo que miraba cada activo que podía encontrar en una mujer
que era igual a la que había destruido—. Dime qué pasó esa noche.
Los segundos pasaron en silencio, el reloj avanzó, el tiempo avanzaba
hacia el final de los finales, y luego:
—¿Estás segura de que quieres saber? Apenas hemos comenzado y ya
no puedes mirarme, ma belle18.
La calidad áspera de su voz no ayudó, la pérdida de fluidez del lenguaje,
la facilidad de las palabras cariñosas que normalmente rodarían de su
lengua caliente se fueron mientras él hacía su pregunta.
—No hubiera venido aquí si no hubiera querido saber —respondió,
luchando, peleando desesperadamente para no sonar afectada.
—Entonces te diré —hizo una pausa—, pero solo si retomas tu asiento,
solo si puedo mirar tu rostro mientras escuchas la verdad, los detalles
íntimos, el dominio de un juego diseñado para transformar a una niña en
mujer.
Apretando los dientes, los dedos de Meadow se tensaron en puños, su
postura se enderezó, y su cabeza giró lo suficiente como para poder ver a
Vincent en su visión periférica.
—Ella no era una niña. Ya era adulta cuando la conociste.
—Oui19, tienes razón... pero no era una mujer. En esa sola palabra yace
la distinción.
Dedos helados recorrieron su columna vertebral, el frío se extendió
como una telaraña envolviéndola, capturándola, haciendo que lamentara
haber aceptado esta entrevista en primer lugar.
Meadow se preguntó si era lo suficientemente fuerte como para seguir
adelante, si podía manejar los intrincados detalles... si podía tragarse la
verdad y no ahogarse con el grosor de sus mentiras.
Cerrando los ojos con fuerza, luchó contra el deseo de correr, irse, huir
de la habitación y abordar un avión para regresar a Alemania y nunca mirar
hacia atrás. Tenía su carrera, su hogar, y una vida que no incluía a Vincent
Mercier.
Pero entonces, la historia estaría incompleta, ¿no? Las razones
perdidas, la muerte sin sentido.
Meadow no podía permitir eso. Necesitaba saberlo. Se volvió y se negó
a encontrarse con su mirada mientras tomaba asiento, se negaba a
renunciar a la pequeña cantidad de control, de independencia, que tenía. Él
le había dicho que se sentara, y ella lo cumpliría, pero no porque fuera una
mujer siguiendo sus órdenes. Estaba aquí para diseccionarlo, para
18 En francés: Mi bella.
19 En francés: Sí.
destrozarlo, para hacerle sentir el mismo dolor que había sentido desde el
día que murió su hermana.
Jugaría sus juegos y se alejaría victoriosa.
—Dime, Vincent. —Su mirada finalmente se clavó en la de él—. Dime
lo que sucedió esa noche que crees que yo no sé ya.
Vincent
D
e vez en cuando, el destino tiene una mano en la oportunidad.
Con un toque de dedos delicados, hace girar el aire alrededor
de tu existencia, creando tentaciones que son demasiado
grandes, desafíos que parecen ser insuperables. Pero en esos momentos en
que dudas sobre cómo una simple coincidencia podría haberte llevado a
aguas claras cuando tienes sed, a un banquete cuando te mueres de
hambre, al calor del fuego cuando tus huesos gritan por calor y tu corazón
late débilmente debajo del hielo que lo recubre, entiendes que ciertos
eventos estaban destinados a ser, estaban escritos en las estrellas, eran
considerados dignos por los dioses de tu vida incluso antes de que fueras
un destello entre la humanidad.
Estaba experimentando ese momento mientras observaba a Penny
caminar por el pasillo, sus piernas desnudas fuertes y bien formadas, su
culo en forma de corazón rebotando con cada paso, burlándose de mí e
invitándome a tocarlo. Mis dedos se curvaron en mi palma, el interior de mi
mejilla atrapado entre mis dientes, y mi cuerpo se tensó cuando ella miró
de vuelta con ira en su mirada para preguntarme si había apreciado la vista
mientras ella se alejaba.
Y le respondí en un idioma que sabía que no podía entender, porque si
hubiera podido interpretar las palabras como lo que eran, habría entrado
en ese elevador, salido del edificio en pasos apresurados y permanentemente
fuera de mi vida.
El deseo es una cosa resbaladiza, que se metía dentro de la piel de una
persona para capturar, para burlarse, para fortalecer y extenderse hasta
que tu mente se volviera barro y tu corazón se acelerara en un esfuerzo por
escapar de tu pecho. De un momento a otro, era hombre y era bestia, porque
esta chica grosera y poco elegante que había sacado de las calles revelaba
ante mí todo su potencial.
¿Cómo había sabido por una simple mirada por la ventana de un café
que una chica solitaria caminando bajo la lluvia sería exactamente la mujer
que cumpliría cada una de mis necesidades? Su rostro había estado
cubierto, su cabello había estado disfrazado, su cuerpo había estado
escondido debajo de ropa que no daba pistas de lo que iba a ser descubierto,
pero ahora, en este momento, entendí que ese instinto, ese destino, me
había llevado a la mujer que más deseaba.
La emoción susurró para mezclarse con el calor que fluía por mis venas.
Su cabeza se asomó por el elevador.
—¿Nos vamos o qué?
Sonriendo ante su pregunta, metí mis manos en los bolsillos de mis
pantalones y me acerqué a ella, disfrutando de la forma en que retrocedió
hacia el extremo izquierdo del ascensor mientras yo me paraba a la derecha.
No era solo mi instinto el que gritaba en este momento, era el de ella, pero
ella apenas escuchaba.
Al llegar al primer piso, la conduje por el vestíbulo, ignorando las
miradas puntiagudas que la gente le daba por su falta de zapatos o mucho
más. Sus ojos se habían desviado hacia mí a medida que pasábamos, y las
preguntas permanecían en silencio sobre por qué el dueño del hotel estaba
con una mujer que no se había molestado en ponerse los zapatos.
Sabiendo que Penny se sentía insegura, expuesta, y desnuda ante los
ojos de los huéspedes del hotel mientras caminábamos hacia la boutique,
reduje mi ritmo para estirar los segundos, complaciéndome en la forma en
que gimió al darse cuenta de que no me apuraría. La desgracia tiene sus
ventajas, y la humillación puede desgastar incluso la más enérgica de las
rebeliones.
Penny debe haber creído que simplemente estaba cansado o prefería
un paso perezoso, pero en esa suposición ella estaba equivocada. La trampa,
como ella había redactado tan apresuradamente comenzó en el segundo en
que accedió a seguirme a casa, y su nombre es el de dominación.
Cada decisión, cada expresión, cada palabra, gesto y anormalidad
deliberada eran solo piezas diminutas de un artilugio experto, una acción
desencadenando la siguiente, un resultado y una reacción determinando
cuál sería el siguiente paso, la elección de la dirección. La trampa ya había
comenzado, pero Penny todavía seguía sin enterarse.
Mientras ella intentaba apurarme, yo me quedaba merodeando. Su
descontento era obvio.
Finalmente llegando a la boutique, se escabulló dentro, echando una
última mirada al vestíbulo antes de esconderse detrás de un estante de ropa.
La mujer que antes me había ayudado se perdió a la chica apenas vestida
que había corrido hacia dentro, pero levantó la cabeza cuando paseé por las
puertas.
—¡Señor Mercier, ha regresado! —Apresurándose a salir de detrás del
mostrador de la caja, se acercó a mí—. ¿El vestido no le quedó a su amiga?
¿Tal vez no fue de su agrado?
Con gracia, sonreí.
—Ese no es el caso, en absoluto. El vestido le quedó perfecto y fue de
su gusto. De hecho, se ve mucho mejor en ella que en la percha. Pero ella
tiene otro problema que debe abordarse. Por desgracia el vestido era todo lo
que tenía para ponerse, y la dejó mucho más expuesta de lo que le gustaría.
Comprendiendo lo que quise decir, los ojos de la mujer se abrieron de
par en par, con una pequeña sonrisa adornando sus delgados labios antes
de que pudiera ocultarla detrás de una mano.
—Bueno —respondió finalmente—. Creo que no habíamos considerado
la modestia al elegir un vestido. ¿Le dijo su talla? Puedo encontrar algunas
prendas que se adapten a ella.
—La traje, en realidad. —Girándome, apenas pude contener mi risa al
ver los ojos de Penny mirando por encima del estante de la ropa. La
vendedora había dado en el clavo al mencionar la modestia. Al parecer,
Penny prefería esconderse. Lo que significaba que desafiaría esa inseguridad
cada vez que pudiera, solo por el gusto de hacerlo—. Ven aquí, Penny —le
dije, mi voz divertida y vengativa—. No hay necesidad de ser tímida.
Si las miradas mataran, acababa de morir tres veces. Sin moverme por
miedo a tener que perseguirla en la tormenta que continuaba surcando la
noche, esperé a que ella se decidiera y saliera de detrás del estante. La
vendedora jadeó desde donde estaba parada a mi lado, sin duda notando
que los activos de Penny eran demasiado notables en el vestido que
habíamos elegido. El material no dejaba nada a la imaginación.
—Oh, querida —dijo la mujer—, parece que olvidamos algunas cosas.
—Acercándose a Penny, le tocó el hombro y la giró en dirección a la
trastienda—. Te conseguiremos ropa interior y unos zapatos. Señor Mercier
no había mencionado cuán... bien formada... estás.
No lo sabía en el momento en que compré el vestido. La figura de Penny
había sido una sorpresa agradable.
—Solo esperaré aquí —dije antes de seleccionar un asiento que estaba
convenientemente ubicado para darme una vista sin obstáculos de los
espejos en la trastienda.
Las dos mujeres se apresuraron a regresar y yo observé desde mi silla,
decidiendo no girar la cabeza cuando la mujer le entregó a Penny ropa
interior. Penny dudó en ponérsela, y la otra mujer se rio entre dientes antes
de darse la vuelta para darle a Penny la privacidad que ella creía que tenía.
Tan pronto como se movió para subir la ropa interior por sus muslos,
sus dedos arrastraron el vestido por su piel para revelar más de su cuerpo
a mis ojos, un jadeo rodó sobre mis labios, y mis pantalones se volvieron
incómodamente apretados. Su piel era pálida, pero sin marcas en su
perfección, las mejillas de su trasero eran firmes y redondas. Apretando las
manos, podía imaginar cómo se sentirían contra mis palmas, podía saborear
la sal de su piel en mi lengua si tuviera que morder, podía ver el contorno
rosado de mi mano si tuviera que castigar.
Echando un vistazo por encima del hombro para asegurarse de que la
vendedora todavía le daba la espalda, Penny deslizó los tirantes del vestido
de sus hombros, y yo me pregunté cuántas veces podría morir un hombre y
volver a la vida. Sofocando un gruñido que amenazaba con sacudir mi
pecho, observé como ella sostenía el vestido en su lugar con los codos,
mientras se inclinaba para atrapar el peso de sus senos con el sujetador,
mientras se enderezaba para abrocharlo detrás de su espalda, la plenitud
de sus pechos empujados hacia arriba y en su lugar... no es que necesitaran
la ayuda. Había algo que decir sobre la juventud, especialmente en el cuerpo
femenino. Mi lengua trazó mis dientes, y los bordes afilados agradables
contra el músculo blando.
Después de recolocar las correas del vestido sobre sus hombros, Penny
habló con la vendedora, y juntas salieron del vestidor y entraron en la parte
trasera de la tienda. Rápidamente volví la cabeza, para que pareciera como
si algo fuera de las puertas de la boutique me llamara la atención. En
verdad, me estaba mordiendo la lengua para no exigir una repetición.
Seleccionar los zapatos tomó poco tiempo, y Penny regresó a mí con
más color adornando sus mejillas, su cuerpo exquisito debajo del vestido,
su confianza impulsada.
—Me siento mejor ahora —admitió.
Inclinando mi cabeza, me aclaré la garganta.
—Es un placer hacerte el favor.
Una sonrisa torcida adornó sus labios, y luego desapareció.
—Dices eso como si tuviera que devolver el favor algún día.
Oh, lo harás...
—Ya te dije que podrás pagarme con tus cheques de pago. ¿Por qué
asumirías algo diferente?
Ella se encogió de hombros.
—Solo fue el tono de tu voz, supongo.
No me molesté en responder.
—¿Vamos a cenar? Nuestra mesa espera, y estoy seguro que querremos
llegar antes de que la cocina se quede sin ciertas selecciones. El comedor
está abierto no solo al hotel, sino también a cualquier persona que pase por
la puerta. Es bastante popular en la ciudad.
Penny asintió, su cabello todavía húmedo por la ducha; la longitud se
arrastraba hacia abajo por su espalda.
—Seguro. Después de la noche que tuve, en realidad me muero de
hambre.
Mis ojos se cerraron y se abrieron de nuevo.
—Entonces estamos iguales, ma belle, porque después de la noche que
tuve, yo también.
Su risa en respuesta era insegura.
—Supongo que quedar atrapado en una enorme tormenta eléctrica
tiene ese efecto en una persona, ¿eh?
Mi risa era cualquier cosa menos insegura.
—Podemos culpar a la lluvia —respondí poniéndome de pie.
Pero, no es exactamente comida por lo que me muero de hambre...
A
l entrar en el comedor, casualmente coloqué mi mano sobre la
pequeña espalda de Penny, mis esfuerzos por parecer un
caballero mientras la acompañaba el escritorio de la anfitriona
se frustraron cuando ella silenciosamente se hizo a un lado, permitiendo
que mis dedos rasguñaran su cadera hasta que mi mano cayó por completo.
Ella no se quejó abiertamente o se molestó en mirar en mi dirección, pero
no dejé de notar la distancia que mantenía, la negativa de su parte a permitir
incluso esa pequeña parte de conexión física.
Penny no solo tenía paredes que la encerraban, sino que también había
construido un foso. Mis pensamientos derivaron sobre las posibles razones
de por qué.
—Señor Mercier, llega justo a tiempo. Tenemos su mesa lista para
usted.
Genevieve era una mujer dulce, aunque un poco lenta en el
departamento de los pensamientos. Sabía de hecho que mi mesa había
estado lista por más de dos horas, pero aun así la mujer rubia con nariz en
forma de botón y ojos azules, que eran demasiado redondos para su cara,
había usado un saludo para mí destinado a los clientes del restaurante que
en realidad no eran dueños del establecimiento.
Las primeras veces que me saludó de esa manera, supuse que estaba
practicando el comportamiento esperado, asegurándose de acostumbrarse
a saludar a los otros invitados de esa manera, pero después de meses de
uso continuado de la frase de cortesía, había determinado que ella realmente
no entendía que era una estratagema que usábamos con nuestros clientes,
una formalidad que debía ser olvidada para el empleador que había
acordado el hábito con el maître.
Exhalando, sonreí cortésmente, inclinando la cabeza mientras ella
sacaba dos menús del escritorio y nos acompañaba a Penny y a mí a
nuestros asientos.
Como el caballero que quería que Penny creyera que era, aparté su
asiento por ella, negándome a tomar el mío hasta que se acomodara y se
sintiera cómoda. La mayoría de las mujeres me hubieran agradecido, tal vez
batido las pestañas, o me hubieran dado una sonrisa recatada que me decía
exactamente cómo me mostrarían su agradecimiento más tarde. Penny
simplemente frunció el ceño.
Si tendría que meter a golpes algunos modales en esta joven para
arrastrarla a ser dócil, lo haría con el mayor placer y entusiasmo.
Alejándome de la silla, ignoré cómo Penny tomó su asiento tan pronto
como yo estaba fuera de una distancia de alcance. Genevieve miraba la
escena con consternación apenas oculta, sus ojos lanzándose hacia mí en
pregunta mientras me acomodaba en mi silla y deslizaba la servilleta de tela
de la mesa para acomodarla sobre mi regazo.
—El mismo Matthew le servirá esta noche. Le haré saber que ha llegado
—explicó Genevieve antes de salir corriendo, sin duda para decirle a quien
sea que escuchara que estaba cenando con una mujer que me había dicho
que me largara.
—Siento lo de la silla —murmuró Penny mientras recuperaba su menú
de donde Genevieve lo había dejado sobre la mesa. No me molesté en agarrar
el mío, sabía de memoria lo que ofrecía el restaurante—. Es simplemente
extraño. No estoy acostumbrada a todas estas cosas elegantes.
—Cosas elegantes —repetí; la incredulidad cubría mi voz. Ella me miró
tímidamente, se encogió de hombros y escondió su rostro detrás de su
menú. No pude evitar mi curiosidad—. ¿Cuánto tiempo, exactamente, has
vivido en las calles?
—Dos semanas —respondió sin molestarse en bajar su menú.
Mi teoría de que habían sido las calles las que la criaron salió volando
por la ventana. ¿Qué había causado que esta chica fuera tan maleducada?
Antes de que pudiera considerar más la pregunta, Matthew se acercó a la
mesa, con su uniforme perfectamente planchado y su delantal de un blanco
cegador.
—Bonsoir20, monsieur Mercier. —Sus ojos se dirigieron a Penny—. Y
para usted, mademoiselle.
Penny lo ignoró y él volvió su atención hacia mí. Simplemente ladeé
una ceja y omití las formalidades típicas.
—Tomaré mi bebida habitual de la tarde, Matthew, y Penny aquí
querría un...
Permitiendo que mi voz se apagara, esperé su respuesta. Dejando caer
su menú sobre la mesa, miró a Matthew y respondió:
—E
lla no era tan mala.
—Lo era —respondió Vincent, sin tener en cuenta
la defensa trivial que Meadow había hecho hacia su
hermana mientras la risa susurraba en su aliento—.
Si no hubiera hecho planes para Penélope, la habría echado del hotel de
vuelta a la tormenta en el instante en que demostró lo mala que era
realmente. La chica no tenía modales. —Sus ojos se levantaron para fijarse
en Meadow—. ¿Es así como ustedes dos fueron criadas?
Insultada por la pregunta, respondió:
—¿Porque observar a una mujer vistiéndose mientras ella no tiene
conocimiento son mejores modales? No tienes mucho espacio para hablar,
Vincent.
Su sonrisa era maliciosa y tentadora. Un hombre sin reparos por el
dolor que causaba, por los juegos que jugaba, por las vidas que manipulaba;
Vincent estaba orgulloso de sus logros, si pudieran llamarse así. Otras
personas se referían a él como sádico, una plaga, un flagelo que debía ser
erradicado del mundo por haber contaminado tan a fondo a los hombres y
mujeres con los que se topó, pero era simplemente un sinvergüenza, alguien
que podía tentar con una sonrisa secreta, alguien que sabía acariciar y
besar, moldear y dar forma a quienes tuvieran la desgracia de conocerlo.
Penny se había preocupado por este hombre... eventualmente. Y ahora
Meadow lo miraba con ojo crítico, buscando alguna pista de su humanidad.
Ella abrió la boca para hacerle una pregunta, pero antes de que las palabras
pudieran caer de sus labios, la puerta de la sala de entrevistas se abrió de
golpe y entró una guardia femenina, sus ojos se dirigieron a Vincent por solo
un segundo antes de mirar a Meadow.
—Es mediodía, lo que significa que es hora del cambio de turno. Tendrá
que salir de la habitación mientras aseguramos al señor Mercier en una
ubicación alternativa durante la próxima media hora.
—¿Realmente soy tan peligroso? —preguntó, su voz insidiosa y
coqueta—. Vamos, Lisa, nunca he hecho nada para que te preocupes por mi
comportamiento durante la próxima media hora mientras todos abandonan
sus puestos.
Meadow no podía creerlo cuando las mejillas de la guardia se tiñeron
de rosa, y sus ojos se suavizaron. Querido Dios, ¿este hombre se las
arreglaba para seducir a las mismas personas que se suponía que lo
mantenían encerrado y encarcelado del resto del mundo?
—Conoces las reglas, Mercier. No estoy dispuesta a perder mi trabajo
cuando tú no seas nada más que un recuerdo en tres días.
—Eso no fue lo que dijiste la última…
—No es gracioso. —El pánico afiló la voz de la guardia, sus ojos azules
se movieron entre Vincent y Meadow mientras sus labios se contraían en
una línea afilada—. Te escoltaré de la habitación yo misma... a los dos.
Al estudiar a la guardia, Meadow tomó nota de su baja estatura, su
figura más similar a un hombre que a una mujer, su cabello corto pegado
cerca de su cráneo y las líneas de la edad que estropeaban su rostro.
Poniéndose de pie como para prepararse para irse, Meadow se inclinó sobre
la mesa, bajando la voz para que solo Vincent pudiera escuchar:
—Ella no es tu tipo habitual.
Él sonrió.
—Haces lo que puedes con la selección que se te ofrece. —La mirada se
deslizó de lado para atraparla en su visión periférica—. Te veo en media
hora, Meadow.
Echó otro vistazo a la guardia para encontrar a la mujer mirándola
directamente a ella. Sonriendo mientras se giraba para recuperar su
grabadora, fue detenida por la guardia.
—Puede dejar sus cosas. Lo traeremos de vuelta aquí cuando hayamos
terminado.
Asintiendo, Meadow odió tener que dejar sus cintas. Esta era su última
oportunidad de grabar su confesión, las palabras que ya había dicho
quedarían potencialmente perdidas si algo le sucedía a las grabaciones.
Mordiéndose el labio soltó un suspiro, lanzando una última mirada en
dirección a Vincent para darse cuenta que él la estaba estudiando. ¿Sabía
lo importante que eran estas entrevistas?
Forzando un pie delante del otro, pasó a la guardia cuando salía de la
habitación, se estremeció cuando escuchó la puerta cerrarse detrás de ella,
y caminó en dirección al pasillo que recordaba de cuando la habían
conducido.
—La dejaremos justo fuera del primer conjunto de puertas. Hay baños
si necesita usar uno y una máquina expendedora si tiene sed o hambre.
La guardia se movió como para irse, pero se volvió de nuevo, buscando
la cara de Meadow.
—¿Cómo puede sentarse allí y escucharlo? ¿No mató a su hermana?
Debería odiarlo.
—Lo hago —respondió Meadow, cruzando los brazos sobre el pecho.
Burlándose, la guardia sacudió la cabeza.
—No lo parece. Si tuviera que preguntarme, yo diría que tiene algo por
él.
—Supongo que es bueno que no le pregunte —espetó Meadow—.
¿Quizás usted solo está proyectando sus propios sentimientos sobre mí?
La guardia se echó a reír.
—No puede culparme. No es frecuente que tengamos a los lindos aquí.
Con eso, la guardia se fue y Meadow eligió un asiento en un banco
utilitario, levantando sus pies para poder envolver sus brazos sobre sus
espinillas y acostar la cabeza sobre sus rodillas. El cráneo le palpitaba de
ira, emoción, agonía y preguntas, y soltó su disgusto con la guardia para
concentrarse en lo que Vincent había implicado sobre su hogar familiar.
Estaba equivocado al suponer que Meadow y Penny habían sido criadas
sin etiqueta, sin haber sido enseñadas qué estaba bien y qué estaba mal,
sin hacerles taladrar en la cabeza los méritos de los modales elegantes y el
comportamiento adecuado. Pero a diferencia de las vidas que algunos
llevaban cuando el dinero nunca era un problema, o cuando estaban
constantemente en el ojo público, su hogar de la infancia había sido cómodo,
un ambiente construido sobre un ingreso modesto donde el amor había sido
más valioso que los diamantes.
Penny sabía cómo comportarse, pero mientras que ella había asumido
más de los rasgos de personalidad de su padre, un hombre severo que
todavía sabía cómo hacer una broma oportuna y quien solía soltarse para
eludir el estrés de la responsabilidad, Meadow se había parecido más a su
madre. Refinada. Educada. Recatada.
Habían sido gemelas idénticas en apariencia, en fuerza, en fortaleza,
pero en personalidad, había algunas sutiles diferencias. Penny era la más
relajada de las gemelas, la que creía que la vida se podía vivir
espontáneamente, que las decisiones no siempre traían resultados
permanentes, que la diversión y la relajación eran más importante que
preocuparse constantemente de lo que depararía el futuro. Ella era
divertida, mientras que Meadow era responsable. Ella era descarada,
mientras que Meadow era reservada.
Si Meadow hubiera sido la que terminara en las calles, habría
terminado sofocada bajo la presión en lugar de soportarlo el tiempo
suficiente para descubrir un nuevo hogar.
Si es que el Wishing Well podría haber sido considerado un hogar.
Según el diario, era más como una prisión. Pero a diferencia de en la que
Meadow se encontraba ahora sentada, el Wishing Well había sido construido
con la simple idea de la opulencia y el lujo excesivo. En eso, el hotel de
Vincent había sido una mentira destinada a depositarse en la mente de sus
huéspedes, un sueño destinado a engañar la mente de una chica caprichosa
y rebelde.
¿Cómo sería Meadow imparcial contra un hombre del que ni siquiera
Penny había podido adivinar su intención?
No lo sabía, pero lo intentaría. Se mordería la lengua cada vez que
quisiera felicitarlo, se clavaría las uñas en la piel cada vez que sintiera que
se deslizaba en su órbita.
Perdida en sus pensamientos, la media hora pasó rápidamente, y
Meadow fue escoltada de vuelta a la sala de entrevistas tres, y de vuelta a
un hombre que la siguió con sus ojos observadores, su postura relajada, y
su aura aún más atractiva ahora que su hambre había sido saciada por una
guardia femenina.
Meadow no tuvo que preguntar para saber qué había hecho en el poco
tiempo que había sido llevado a un lugar alternativo, su sonrisa burlona y
su mirada arrolladora lo decían todo. Podía verlo claramente estirado
perezosamente sobre las sábanas blancas de una gran cama cómoda, su
piel bronceada golpeando contra las suaves sábanas.
Apartando la imagen, presionó grabar en su máquina y tomó asiento.
—Quiero hablar de la mañana siguiente, la primera vez que presentaste
a Penny a tu amigo, Barron.
La sonrisa perezosa de Vincent se hizo más amplia.
—Sabía que preguntarías por esa mañana siguiente Ese día. Ese...
encuentro.
Meadow se mordió el interior de la mejilla para no gritar.
—Encuentro no es exactamente la palabra que usaría. Por lo que sé,
fue más como un ataque. Una mentira. Una prueba que Penny no sabía que
estaba tomando.
—Fue una probada —dijo, corrigiéndola. Sus grilletes se sacudieron
cuando se movió solo una fracción para estirar la anchura de sus fuertes
hombros—. ¿Cómo va a saber un hombre qué tan lejos ha llegado una mujer
si no determina quién era antes del entrenamiento?
Plantando sus palmas en la superficie de la mesa, Meadow tuvo que
luchar para no pararse para poder ser más grande que él mientras
argumentaba:
—Tú la engañaste intencionalmente, haciéndole creer que eras
inocente. Qué te importaba un comino lo que le pasara. ¡Qué la protegerías
de hombres como tú!
Un simple encogimiento de hombros y una sonrisa que no reveló nada.
—No entiendo por qué te molesta tanto, Meadow. —Subrayando su
nombre, la miró a los ojos, retándola a alcanzarlo con los brazos y dedos
temblorosos que querían estrangularlo—. Tú no eras la mujer que fue
llevada por mal camino, ¿verdad? No habías sido la que había sido
engañada.
—Ella era mi hermana…
—Con la que no habías hablado en más de un año cuando la encontré.
Cuando le había roto el corazón su novio, ¿dónde estabas? Cuando ella
estaba durmiendo en la calle, cuando tenía frío, miedo y estaba sola, ¿qué
hiciste para salvarla?
Sabiendo que la había acorralado fácilmente, cruzó las manos sobre la
mesa, y enderezó su postura.
—Quizás estás aquí para acusarme solo de su muerte porque intentas
deshacerte del papel que jugaste en su destrucción.
Las palabras aguijonearon, un comentario cruel que se instaló
profundamente en su corazón tan fácilmente como un cuchillo caliente
cortando mantequilla. Tragando el nudo que este hombre con tanta
frecuencia evocaba en su garganta, respiró hondo, deseando que su pulso
se ralentizara, y sus músculos se aflojaran.
—No sabía que Blake la había dejado. No tenía conocimiento que Penny
estaba en la calle. Por lo que yo sabía...
—Tú eras feliz en la nueva vida que habías creado en un país extranjero
—dijo Vincent, interrumpiendo su tren de pensamiento—. ¿Por qué
amenazar esa felicidad con desesperanza?
Haciendo una pausa, dejó que las palabras quedaran allí, le dio unos
momentos tranquilos para que se calmara.
—Estoy de acuerdo en que deberíamos discutir lo que sucedió la
mañana siguiente porque es el punto donde la historia se vuelve más
interesante, más inquietante, más divina. Penélope tuvo una noche de
seguridad, una noche para dormir, comer, y creer que no estaba siendo
perseguida a través de un laberinto de mi diseño. Pero cuando salió el sol a
la mañana siguiente, toda la apariencia de paz quedó perdida para mis
antojos. El juego que puse en marcha había comenzado.
Vincent
A
las siete de la mañana siguiente, estaba sentado detrás del gran
escritorio de cerezo oscuro que ocupaba una parte considerable
de mi oficina. Un fuego ardía, lamiendo suavemente el aire en la
chimenea que tenía una repisa de roble tallada a mano. A través de las
ventanas detrás de mí los jardines estaban a la vista, las flores florecidas
del invierno todavía recibían atención mientras que las que recuperaban la
vida en primavera apenas estaban en ciernes, con sus hojas de color verde
brillante saboreando el calor de los vientos bañados por sol, probando y
aprendiendo si podían explotar a plena vista.
La rama de un pequeño árbol golpeaba mi ventana con cada suave
brisa que soplaba al pasar, y la música clásica sonaba ligeramente de mis
altavoces para agregar una sensación de calma y maravilla a mi mañana. Y
mientras estaba inclinado sobre el papeleo, garabateando mi firma en varias
páginas, esperaba la aparición de una chica hermosa a través de mi puerta.
El golpe llegó a las ocho y cinco, y la mañana se hizo más intrigante
cuando le dije que entrara. Levantando los ojos sin enderezarme en mi
asiento, me mordí el labio para no felicitar el estado de su vestimenta.
—Veo que recibiste mi nota —comenté casualmente, mi pluma todavía
trabajando sobre el último de mis papeles.
Se sentó en una de las sillas de cuero frente a mi escritorio; su
comportamiento era tranquilo e inseguro.
—Sí. Me encontré con Theresa después de despertar y me dio el
uniforme que se supone que debo usar. No es tan malo como pensé que
sería —admitió, una risa tímida provocando su voz.
El vestido sin forma no hacía mucho para mostrar su figura, pero
todavía sabía lo que podría ser descubierto, todavía anhelaba lo que estaba
escondido debajo del material gris y del delantal blanco que se había
agrupado alrededor de sus rodillas cuando se sentó.
Inclinándome en mi silla, pasé el bolígrafo entre mis dedos,
observándola con ojo críptico.
—¿Supongo que esto significa que elegiste trabajar en la limpieza?
Más risas suaves sacudieron sus delgados hombros.
—Adivinas bien. Theresa me mostró los otros uniformes usados en el
salón, y aunque me contó que ganaría más dinero trabajando allí, no me
podía imaginar usándolos. No en público.
¿En privado, tal vez?
La pluma cayó sobre la superficie de mi escritorio.
—Me alegro de que hayamos encontrado algo que funcionara para ti.
La limpieza no es el trabajo más fácil, pero te mantendrá ocupada.
Como lo haré yo...
—¿Cuándo comienza tu primer turno? —pregunté, queriendo
asegurarme de que Theresa había seguido mis instrucciones y mantenido a
Penélope disponible para mí por la mañana.
—Al mediodía. No necesito usar el uniforme ya, pero mi única otra
opción de ropa era lo que me compraste anoche. Mi atuendo todavía está en
la lavandería. No tengo nada más que ponerme.
Levantando una ceja curiosa, le pregunté:
—¿No tienes otra ropa además de lo que llevabas anoche bajo la lluvia?
Sacudiendo la cabeza, sus ojos miraron por la ventana a mi espalda.
—No. Tenía una bolsa de ropa cuando me quedé sin casa, pero me la
robaron la primera noche que me quedé dormida. Supongo que por eso vi a
otras personas sin hogar durmiendo prácticamente encima de sus cosas.
Lección aprendida.
Chasqueando la lengua, pasé la esquina de una página con el dedo.
—Eso no funcionará. Puedo darte algo de dinero.
Sus ojos se clavaron en los míos.
—Ya te debo demasiado.
—Lo tengo para dar, y no me importa. Puedes usarlo en lo que
necesites. Estoy seguro que se aprovechará aún más en una tienda fuera
del hotel, la boutique es bastante costosa.
—Vi eso —admitió—. Mientras me escondía detrás del estante, miré
algunas de las etiquetas de precios. Lo que gastaste en el vestido, la ropa
interior y los zapatos habría pagado un mes de alquiler en mi antigua casa.
Gracias por cierto. No estoy segura de haberlo dicho anoche.
Una brisa errante atravesó una ventana abierta, y el aire frío levantó
los papeles en mi escritorio hasta que me vi obligado a golpearlos con la
palma de mi mano para evitar que salieran volando. Penélope se echó a reír.
—Un pisapapeles ayudaría a evitar que eso suceda.
Mi mirada se alzó hacia la de ella, notando la sonrisa fácil que tenía.
—Sucede que no tengo uno en este momento.
—Cualquier cosa pesada serviría —sugirió.
¿Incluso tu trasero? ¿Mientras me tomo el tiempo para abrirte las piernas
y explorar cada rincón?
—O simplemente podría cerrar la ventana —mencioné, parándome
para hacer eso, mientras tomaba una respiración para evitar que el calor de
mi emoción coloreara mi cara. Me molestaba darme cuenta de lo ronca que
había sido mi voz.
Barron debía llegar en cualquier momento, y luego de su presentación
a Penélope, yo sabría exactamente qué tipo de chica era. Hasta dónde podía
ser empujada. Si era una arpía la que yacía debajo de su piel o una damisela
incapaz de manejar la angustia.
Cuando retomé mi asiento, Penélope admitió:
—Theresa me dijo que me necesitabas llenar algunos documentos
antes de que yo comenzara a trabajar. Puedo darte toda mi información,
pero no tengo identificación ni nada más. Todo fue robado con mi ropa.
Capté sus ojos marrones con los míos, admirando los hilos dorados y
verdes que se destacaban a través del marrón claro. Sus pestañas oscuras
enmarcaban la forma almendrada, y sus pómulos se erguían altos y anchos.
Ahora que su cabello estaba seco, podía ver las ondas naturales que eran
suaves, y la longitud que caía en cascada sobre sus hombros y por su
espalda.
—Vamos a arreglárnoslas con lo que tenemos por ahora. Te daré
quinientos en efectivo. Eso debería ayudarte a comprar más ropa y
reemplazar tu identificación. Puedes usar la dirección del hotel, si es
necesario.
—Gracias —respondió suavemente. Moviéndose nerviosamente en su
asiento, agregó—: Todavía no entiendo por qué haces esto por mí. Casi se
siente como si fueras mi padre, tomándome bajo tu ala y todo eso.
Sus palabras fueron más profundas de lo que estaba seguro que
entendía.
—No tengo la edad suficiente para ser tu padre. —Y no tengo las mismas
intenciones de un hombre que te cuidaría con lo que es mejor...
La risa curvó sus labios, pero antes de que pudiera responder, un golpe
en la puerta llamó nuestra atención. Puse los ojos en blanco como si no
hubiera esperado la interrupción.
—Adelante.
Barron entró por la puerta, con su traje perfectamente hecho a medida,
su cabello rubio estilizado hacia atrás y fuera de la cara. Permitiendo que
sus ojos se posaran en Penélope por solo un segundo, desvió su atención
hacia mí, haciendo su papel perfectamente sin necesidad de mi instrucción.
—Pido disculpas por interrumpir. No sabía que tenías a alguien contigo
ya.
Poniéndome de pie, extendí la mano para estrechar la suya.
—No hay problema, Barron. Solo estaba repasando información con un
nuevo empleado.
Soltando su mano, esperé a que se sentara al lado de Penélope.
—Barron, esta es Penélope Graham. Penélope, este es mi amigo y socio
comercial, Barron Billings.
—Hola —dijo ella, su simple saludo atrajo una mirada curiosa de
Barron. No le tomó más de un minuto deducir que Penélope no era el tipo
estándar de mujer que yo trataría de entretener. Una sonrisa inclinó sus
labios.
Durante los siguientes minutos tuvimos una charla trivial, discutiendo
temas tan ridículos como el clima y tan aburridos como nuestros negocios
y propiedades financieras. Penélope se movía en su asiento de vez en
cuando, callada y obviamente queriendo una excusa para dejarnos a los dos
solos, pero esa nunca había sido mi intención. Cuando ella pareció lista para
dar una excusa para salir de la habitación, yo presioné un botón en el
teclado de mi computadora y fingí haber notado un mensaje que realmente
nunca llegó.
—Parece que me necesitan en otro lugar por un momento. Si ustedes
dos me disculpan, haré que mi partida sea breve.
Nunca le di a Penélope la oportunidad de quejarse. Simplemente salí
de la habitación y di un paseo por el hotel. Me molestaba no saber cómo la
pondría a prueba Barron. No vería el intento, no sabría lo que él diría o haría
para probar su sabor, pero tuvo diez minutos para poner sus manos en ella,
lo que significaba que si cronometraba mi llegada justo a tiempo, sería
testigo de los resultados de su juego.
Sonriendo y saludando con la cabeza a las personas que pasaba, hice
que pareciera que estaba simplemente revisando los acontecimientos del
hotel, y no encontrando nada que requiriera mi atención o intervención,
regresé a mi oficina a tiempo para escuchar un chillido silenciado, algunas
maldiciones que salieron de la garganta de una mujer enojada y la palmada
inconfundible de una mano contra la piel. Abriendo la puerta, entrecerré los
ojos con ira al ver a Penélope apoyada contra mi escritorio, y la mano de
Barron envuelta sobre su hombro mientras ladeaba un brazo para devolverle
la bofetada que le dejó una marca notable en su mejilla.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —exigí, mi voz se elevó por
encima de la conmoción, mi reacción de enojo sorprendido bien
interpretada.
Sin darles tiempo a ninguno de los dos a responder, aparté a Barron
de Penélope, y mi ira se despejó cuando lo empujé hacia la puerta de mi
oficina y gruñí:
—Nunca más vuelvas a mi hotel. ¿Me entiendes? Mis empleados no
están aquí para que los maltrates.
—No hice nada —argumentó—. Ella es una jodida provocadora que se
enojó porque la desafié al ofrecerle follarme y luego...
—¡Mentiroso! —gritó Penélope detrás de mí. Me volví para verla colocar
su falda de vuelta en su lugar, las lágrimas goteaban de sus ojos para caer
por sus mejillas—. Él me pidió que le entregara un bolígrafo y luego trató de
sostenerme contra el escritorio y tocarme debajo de la falda.
Apretando la mandíbula, agarré el brazo de Barron e hice una
demostración en forzarlo a salir a través de la puerta de mi oficina.
Continuando con la demostración por si Penélope echaba un vistazo para
verme caminar con él por el vestíbulo, no me relajé hasta que estuvimos
fuera de Wishing Well y completamente fuera de la vista.
Soltándolo, sonreí.
—¿Bueno, qué te pareció?
Frotándose la mejilla, que estaba de un rosado abrasador, sacudió la
cabeza.
—¿Dónde encontraste a esa chica? Es prácticamente salvaje.
—En la calle. Pensé que si esto fuera un verdadero desafío, debería
hacerlo impresionante comenzando desde cero.
—Buena suerte con ella. Tengo la sensación de que seré un hombre
más rico cuando fracases con este desafío particular.
Inclinando la cabeza, dije:
—Has tenido tu primera probada. La volverás a ver en tres meses.
Espero que te sorprendas desagradablemente al descubrir que me debes las
ganancias de un año de The Castle. Asegúrate de ponerte hielo en la mejilla.
No quisiéramos que se hinche.
Tuve que hacer un esfuerzo coordinado para borrar mi sonrisa cuando
volví a entrar en el hotel, tuve que fingir continuar con ira cuando entré en
mi oficina para encontrar a Penélope en su asiento, con sus brazos envueltos
alrededor de su cuerpo mientras lloraba suavemente.
Arrodillándome frente a ella, apoyé una mano sobre su hombro.
—¿Estás bien? Durante todos los años que conozco a Barron, nunca
antes había actuado así. No lo habría dejado solo contigo si lo hubiera
sabido.
Atrapando una lágrima, sorbió la nariz.
—Está bien. No es la primera vez que un imbécil piensa que podría
tratarme de esa manera. No tener hogar tiende a hacer que las personas
crean que eres menos que humano.
—Le dije que ya no es bienvenido en el Wishing Well. Si lo ves o si él
alguna vez te molesta de nuevo, asegúrate de hacérmelo saber. No toleraré
que un hombre trate a ninguna mujer de esa manera.
Estirándome, rocé mi pulgar sobre una lágrima que se deslizó a lo largo
de su mandíbula, y por primera vez desde que la conocí, Penélope no se
apartó de inmediato de mi toque.
Era evidente que estaba en camino a ganar su confianza, en camino a
enseñarle por qué era el último hombre que debería haber dejado cerca de
ella.
—¿Por qué no te lavas la cara en mi baño, y luego te llevaré en un
recorrido por el hotel y los jardines circundantes antes de comenzar tu
turno? Te dará tiempo a recuperarte antes de regresar a Theresa.
Con una pequeña sonrisa, Penélope asintió y se levantó para caminar
hacia el cuarto de baño. Antes de cruzar la puerta, se volvió hacia mí.
—Oye, Vincent —prácticamente susurró.
Mis ojos se encontraron con los de ella, pero no dije nada.
—Gracias —exhaló—, por todo.
—Ha sido un placer.
Ella silenciosamente cerró la puerta del baño, y yo me quedé parado
sabiendo muy bien que en tres meses, ya no me estaría agradeciendo.
E
l sol brillante luchaba por calentar la brisa que soplaba a través
de los jardines del hotel, y el cabello de Penélope, como una
cascada de suaves olas, revelaba notas de rojo dentro del
marrón e insinuaciones de dorados, que combinaban con sus ojos, cuando
eran atrapadas por la luz brillante. Paseando por debajo de un cielo que era
una impresionante franja azul claro, crucé las manos en mi espalda
mientras le permitía que descubriera en silencio las diferentes áreas de
asientos y fuentes, y los espacios secretos que permitían privacidad a
aquellos que deseaban estar fuera pero no a simple vista.
—Los jardines son hermosos, Vincent. ¿Tú los diseñaste?
Sonriendo, respondí:
—Ojalá pudiera tomar el crédito, pero me temo que no tengo mano para
la jardinería. Contraté profesionales para crear y cuidar los jardines,
mostrándoles fotos de mi antigua casa, con la esperanza de que el clima
fuera el correcto para recrear lo que recordaba de mi infancia.
Sus ojos se encontraron con los míos, la luz del sol brillaba contra el
marrón, burlándose de mí con cómo se verían esos ojos cuando estuvieran
llenos de pasión, de lujuria, de devoción.
—¿Creciste en un lugar como este? ¿Era así de pacífico?
No siempre, pensé mientras recordaba: a mi familia, a los problemas
que había tenido en casa al crecer, a la muerte de mi madre, a los problemas
que siguieron. Eligiendo guardar esos secretos para mí, decidí una
respuesta mucho más simple.
—Sí. París, como muchas ciudades, es un lugar lleno de gente,
actividad, y ruido. Pero hay lugares donde uno puede escapar, refugios
privados como la casa donde me criaron.
—Debe haber sido agradable —reflexionó, con los ojos brillando cuando
vio el pozo ubicado en el centro de los jardines, la característica por la cual
el hotel había ganado su nombre21—. ¿Eso es real? —Su mirada se dirigió
hacia mí—. ¿Es un pozo real?
22 Vincent hace alusión a la abreviatura de Penélope, Penny, que en inglés significa centavo.
—¡Vincent!
Justo a tiempo...
La cabeza de Penélope se volvió hacia el sonido, la voz de una mujer
con un espeso acento francés. Llamando de nuevo, Émilie se estaba
acercando con cada segundo, dándome el tiempo suficiente para agarrar a
Penélope por las caderas, ignorando su chillido sorprendido mientras la
arrastraba hacia atrás en un pequeño rincón privado que estaba bordeado
por altos setos de camelias, sus flores rojas todavía en plena floración. Un
pequeño columpio colgaba justo dentro, la cadena se movía suavemente
contra la brisa, y justo antes de que Penélope pudiera preguntar por qué la
había robado, presioné mi mano sobre su boca, y llevé mis labios a su oído
para susurrar:
—No quiero que me encuentre.
Penélope intentó girar su cabeza para mirar en mi dirección, pero
apreté mi mano libre sobre su cadera, tirando de su espalda contra mi pecho
y apretando solo lo suficientemente fuerte como para forzar un pequeño
sonido de protesta de sus labios. Mis dedos se apretaron sobre sus mejillas,
y antes de que ella pudiera entrar en pánico y luchar, le expliqué con una
voz que solo ella podía oír.
—Émilie y yo tuvimos una pequeña discusión anoche. Te agradecería
enormemente si soportaras esconderte el tiempo suficiente para que ella se
vaya.
Permití que su cabeza girara lo suficiente para que nuestros ojos
pudieran encontrarse, y una palabra cayó de mi boca que la ayudó a
relajarse contra mí.
—Por favor.
Un solo segundo tenso llevó a una decisión en su cabeza. Su cuerpo se
relajó más en respuesta a mi palabra de apaciguamiento. Sería la última vez
que ella escucharía esa palabra particular caer de mis labios. Pero por el
momento era un medio para un fin, y por un momento me pregunté
brevemente si Penélope la recordaría como el comienzo de su caída.
De gracia.
De independencia.
De una vida vivida con sus propios pensamientos y deseos guiándola.
Un momento en que el calor de nuestros cuerpos estaba en oposición
al viento frío. Un momento en que nuestro silencio compartido nos
consolidó, dejándola creer que podríamos ser una unión irrompible en
desacuerdo contra el mundo.
Había plantado una semilla que algún día florecería, las raíces
penetrarían profundamente en la tierra mientras nos mirábamos,
escuchando y riendo en silencio mientras Émilie continuaba llamando, su
voz sobre la distancia mientras Penélope se presionaba más contra mi
pecho. Mis dedos se aferraron a su cadera, nuestro aliento compartido
mezclándose cuando este interludio dio un giro hacia el tipo de calor que
estaba seguro de que ella nunca había encontrado.
La flor florecería, y Penélope confiaría en su aroma. Era una lástima
que el tallo estuviera firmemente arraigado en un suelo de deshonestidad y
mala intención.
Donde me tocó, me convertí en piedra, y cuando mis dedos rozaron la
curva de su cadera, ella tembló. La voz de Émilie estaba perdida y su
búsqueda, olvidada, pero aun así me quedé en el espacio privado
sosteniendo a una chica que no permitiría huir de mí mucho más tiempo.
—Gracias —exhalé, mi aliento caliente contra su piel, la punta de mi
nariz se deslizó contra su cabello mientras respiraba el aroma. Divertido por
la forma en que ella no se alejó inmediatamente, deslicé mi mano de su boca
después de tomarme un último segundo para sentir sus jadeos por aliento
contra mi piel—. Ese era un encuentro para el que no estaba preparado. Me
salvaste.
—Eso nos pone a la par —respondió ella, su voz ronca con un toque de
sexo—. Me salvaste. Te salvé. —Inmóvil, nos quedamos parados, espalda
contra pecho, una delicada flor envuelta dentro de la mano cruel que la
arrancaría de su tallo.
Cuando no me moví, ella finalmente dio un paso adelante, y la
decepción se filtró para acariciar los lugares donde su cuerpo ya no tocaba
el mío. Girando, preguntó:
—¿Cuál fue la discusión? Por lo que vi ayer, Émilie estaba más que feliz
de verte.
—Parece que yo no compartía el mismo entusiasmo, al menos no de su
agrado. Yo tuve una gran tarde ayer y estaba cansado.
Penélope se rio entre dientes.
—¿Qué pasó con esa resistencia de la que te jactabas? Un hombre como
tú debería poder toda la noche.
Conteniendo el aliento, tuve que agarrar la pierna de mis pantalones
para no alcanzarla y arrastrarla hacia mí. Patadas y gritos incluidos, si eran
necesarios.
—Quizás se necesita a la mujer adecuada para sacarme la resistencia.
Y Émilie ha perdido mi interés.
Los ojos de Penélope se redondearon, mi comentario demasiado cerca.
—Debería irme —dijo rápidamente, sus paredes erigiéndose una vez
más en un esfuerzo por expulsarme. No importaba si ella usaba cemento o
piedra, hierro o titanio, yo encontraría la debilidad para romper su fortaleza,
de una forma u otra.
—Se está haciendo tarde —estuve de acuerdo—. Tu turno comenzará
pronto.
La vi salir corriendo, un papillon dans le vent23. Una sonrisa tiró de mis
labios mientras ella giraba a la derecha, tomando un camino que la llevaría
más profundamente en los jardines. Al darse cuenta de su error, se detuvo,
giró a la izquierda y salió corriendo en sentido contrario en dirección hacia
la entrada del hotel.
Su mente estaba confundida, eso era obvio. Y yo había sido quien giré
mis dedos a través de sus aguas tranquilas para crear esa confusión, para
perturbar la superficie lo suficiente como para que la verdad se disfrazara
bajo las ondas.
Hubiera sido bueno centrarse en ella por completo, pero otros asuntos
requerían mi atención, un cierto problema que me había seguido desde casa
y permanecía oculto a la vista. Metiendo mis manos en mis bolsillos, amaba
y lamentaba ese problema. Era mi carga a soportar.
C’est la vie24, murmuré para mí.
Dando los primeros pasos hacia una vida que me encadenaba, incliné
mi rostro hacia el sol antes de sacar una moneda de mi bolsillo para tirarla
al pozo, un centavo que se hundió mientras empujaba y giraba para
aterrizar entre cientos de otros.
Solo el tiempo diría si ese deseo se haría realidad.
I
ncapaz de mirar los ojos fríos y crueles de Vincent, Meadow observó
las yemas de sus dedos golpear lentamente la superficie de la mesa.
Sabía que él la estudiaba, sabía que detrás de su brillante mirada
verde, la satisfacción acechaba, la verdad de sus juegos burbujeaba hacia
la superficie, la victoria de la rendición que había sacado tan fácilmente de
Penny en un hermoso día de primavera.
Meadow quería creer que Penny había sabido de todos los momentos
que habían sido una puesta en escena, que de alguna manera había intuido
la manipulación que Vincent había fácilmente dominado. Pero el diario no
contenía ninguna pregunta sobre su intención, ningún pensamiento
emergente de que, tal vez, su encuentro con Barron había sido intencionado,
que la llegada de Émilie al jardín había sido planificada en lugar de ser mera
coincidencia. El diario dejaba en claro que Penny, en verdad, había sido
engañada para creer que un hombre como Vincent Mercier podría ver el
valor de una chica sucia cuando la mugre había sido lavada.
—¿Y si Barron la hubiera lastimado? —preguntó Meadow después de
aclararse la garganta—. ¿Y si no hubieras regresado a tiempo?
—No había preocupación por eso —respondió, su voz cuidadosa y suave
en una forma que no era propia de él.
—Pero él iba a lastimarla eventualmente, ¿no? No deberías haber creído
que él podría contenerse luego.
Silencio, y luego:
—Te estás adelantando, ma belle. No estamos en ese punto todavía.
Simplemente estoy señalando lo que era al principio. El tiempo comienza a
moverse rápido ahora, pasaron unas pocas semanas en las que permití que
la semilla germinara, permití que el comienzo de su amor surgiera del suelo.
—Vincent hizo una pausa, considerando. Dejando caer la voz en un susurro
conspirador, preguntó—: ¿No me mirarás mientras hablamos?
—Estoy enojada contigo —admitió Meadow—. Tan enojada que apenas
puedo permanecer sentada frente a ti en esta mesa, apenas puedo
permanecer en la habitación.
—No te he hecho nada. No en ese sentido, al menos. ¿Por qué te haces
cargo de la ira y la traición, de tu hermana? No vale la pena tu tiempo.
Levantando los ojos, lo miró por encima de la mesa.
—Tal vez porque ella no está aquí para sentir esas emociones. Murió
antes de saber la verdad.
—¿Lo hizo? —preguntó, con una sonrisa curiosa inclinando las
comisuras de sus labios perfectos.
—Según su diario, lo hizo. Pero tienes razón. Nos estamos adelantando.
—Ordenando sus pensamientos, Meadow se recostó en su silla, esquivando
su mirada sobre la habitación, la presencia de Vincent era demasiado para
ella. Ella no se iría. Volvería durante los próximos dos días para completar
la entrevista.
Y regresaría un día después de eso para ver a este hombre morir por
sus crímenes. Un parte de ella muriendo con él al ver el espectáculo.
—Hablemos de Émilie. Mencionaste que su aparición fue en el
momento perfecto, así que pretendías tener una excusa para arrastrar a
Penny a ese nicho. Habías querido la excusa para tocarla de esa manera.
¿Émilie sabía lo que estabas haciendo? ¿Cuántas personas sabían del juego
que estabas jugando?
Reflejando su postura, Vincent se relajó en su asiento, estirando sus
largas piernas debajo de la mesa hasta que su pie tocó el de ella. Ella apretó
más las piernas contra la silla, sabiendo que incluso ese mínimo toque
estaba destinado a distraerla.
—Émilie no sabía lo que estaba haciendo. Nadie excepto Barron lo
sabía. Cada día alrededor de esa hora, Émilie tenía la costumbre de venir a
mi oficina a escondidas por una o dos horas conmigo mientras me tomaba
mi tiempo con ella en mi escritorio. Ella se había enamorado fuerte a pesar
de mis advertencias, había creído que podría darle vida al corazón de un
hombre que se había enfriado. La mayoría de las mujeres quieren creer que
pueden cambiar a un hombre, que hay algo de magia dentro de ellas, algún
rasgo que lo hará alterar sus formas. Pero las personas no cambian, a menos
que quieran.
—Eso no responde la pregunta.
Vincent parpadeó.
—No había terminado de hablar. Debes ejercer la paciencia. Todas las
cosas buenas vienen con el tiempo.
Meadow tuvo una reacción visceral a las palabras. Él las había dicho
muchas veces. Quizás tal frase debería ser cincelada en su lápida.
—Sabiendo que Émilie llegaría al mismo tiempo que yo le estaba dando
a Penélope el recorrido por los jardines, le había enviado un correo
electrónico a mi asistente antes de irme de mi oficina pidiéndole que enviara
a Émilie a los jardines cuando llegara. Su presencia era una excusa para
arrastrar a Penélope a ese rincón, pero también era un catalizador de otra
cosa. Las mujeres, a pesar de sus objeciones y declaraciones de lo contrario,
disfrutan ganando lo que perciben como competencia. Las hace sentirse
especiales, preferidas, por así decirlo. Y con mi rechazo a Émilie, una mujer
que Penélope había visto y sabía que era bastante hermosa, hacía que
Penélope se sintiera excepcionalmente deseable. Era un impulso a su
autoestima.
Inclinándose hacia adelante, preguntó:
—Si algo te hace sentir bien contigo mismo, especialmente en un
momento en el que habías estado dudando, ¿no querrías gravitar cerca de
su órbita para poder seguir sintiéndote bien?
—¿Qué te hizo pensar que ella dudaba de sí misma? Apenas sabías
nada sobre ella en ese punto.
Él sonrió, la alegría escrita en la curva perezosa de sus labios carnosos.
—He pasado toda la vida estudiando a las mujeres. Sus
comportamientos y gestos. Su lenguaje corporal revela sus secretos sin tener
que decir una palabra. Penélope no necesitaba decirme por qué se sentía
insegura para que yo supiera que lo hacía. —Aleteando los dedos como si
fuera un simple conocimiento que cualquier persona debería tener, dijo—:
Le di una razón para encontrar orgullo dentro de sí misma. Era su culpa la
incapacidad de dejar de lado la necesidad de continuar experimentando el
sentimiento.
Cuando Meadow no respondió, Vincent inclinó la cabeza.
—Oh, vamos, ¿no puedes decirme que no sabes que los hombres han
estado haciendo esto durante siglos? Es todo parte del juego.
Apretando los dientes, Meadow preguntó:
—¿Qué le pasó a Émilie?
Su frente se arrugó.
—¿Cómo debería saberlo?
Orgullosa de que lo hubiera acorralado con la pregunta, Meadow pensó
de nuevo en el diario, en la noche que Penny vio por primera vez los peligros
que acechaban al Wishing Well. Por una vez, Meadow sintió que tenía la
ventaja.
—Tú estabas allí la noche que murió, ¿no? Según el diario estabas allí.
Además, fuiste acusado de su muerte. ¿Cómo es que no lo sabes?
Su sonrisa burlona se ensanchó, y sus cejas se alzaron sorprendidas.
—Ahora eso, no lo sabía. ¿Penny presenció esa noche?
Como todavía no estaba lista para revelar lo que sabía, Meadow
preguntó:
—¿Es esa la razón por la que me enviaste el diario? ¿Por miedo a que
al enviártelo a ti o incluso que te lo leyeran por teléfono le diera a la policía
más cargos con los que acusarte? ¿Les diera más evidencia para apoyar tus
crímenes?
Vincent vaciló, dibujando una sonrisa en los labios de Meadow.
—Oh, vamos —dijo ella, repitiendo sus palabras—, ya estás
programado para morir. ¿Qué es admitir una mentira más? No es que
puedan matarte dos veces.
Sus grilletes se sacudieron, por su mínimo movimiento.
—Me estás empezando a gustar. Es una pena que nunca tuve la
oportunidad de tenerte a ti y a Penélope al mismo tiempo.
—Oh, por favor. Como si eso pudiera pasar alguna vez. Soy un poco
demasiado inteligente para tus juegos.
Él se rio, el sonido oscuro, engañoso.
—¿Estás diciendo que Penny era estúpida? —Chasqueando la lengua,
dijo—: Tu propia hermana. Es de mal gusto hablar mal de los muertos.
—Dime, Vincent, ¿qué pasó la noche que murió Émilie?
Exhalando, estiró el cuello de un lado a otro, con los párpados pesados.
Meadow sabía que no estaba cansado, era simplemente una ilusión que
quería retratar.
—Ambos tenemos información sobre esa noche, aparentemente. Y
tengo curiosidad por saber lo que vio Penélope. Si me cuentas lo que ella
creyó que vio, te diré lo que realmente pasó. Quid pro quo, Meadow.
—Eso es latín —comentó Meadow—. ¿La sorpresa de lo que sé te forzó
a cambiar de idiomas?
Un lento movimiento de cabeza.
—El francés puede ser mi lengua materna y el inglés mi segunda
lengua, pero no son las únicas que conozco. ¿Quieres que te diga qué acabo
de decir?
—Algo por algo —respondió ella—. Puedes ahorrarte la saliva, ya lo
sabía. Bien, te diré lo que vio Penny, pero una vez que termine, es tu turno.
Y quiero la verdad, Vincent. Nada de pintar cuadros bonitos para disfrazar
tus demonios. Esta es tu última oportunidad para confesar la verdad de tus
crímenes, para que el mundo pueda saber cuán astuto y monstruoso fuiste.
Su expresión estaba en blanco, ilegible.
—Ten cuidado con las palabras que eliges, Meadow. Puede que tengas
que comértelas más tarde. —Rodando sus hombros, se recostó en su
asiento—. Ahora, por favor, dime lo que Penny recordaba de esa noche y te
diré lo que realmente sucedió.
Penny
E
l servicio de limpieza no era tan malo, si no te importaban las
tareas monótonas. Aspirar, barrer, vaciar cada pequeño cubo
de basura, tratar de no pensar en lo que había en las sábanas
cuando las quitabas de las camas. Uno pensaría que los empresarios serían
un grupo ordenado, pero a juzgar por el desorden que dejaban atrás en sus
habitaciones, te equivocarías al creerlo. Cada habitación era igual, papeles
arrugados y arrojados al azar, algunos en el cubo de basura y otros en el
piso cerca de él, como si hubieran estado disparando tiro al blanco y su
puntería hubiera empeorado a medida que avanzaba la noche.
Probablemente eso tenía algo que ver con el alcohol que estarían bebiendo,
porque esa era el otro tipo de basura que encontrabas esparcida por todas
partes: pequeñas botellas de diferentes licores sacadas de los mini-bares,
que estaba segura que costaban una fortuna.
Pero mientras que el servicio de limpieza era una tarea extenuante,
especialmente cuando subías sobre las camas para meter las sábanas y
asegurarte de que las esquinas estuvieran bien, no hacía mucho para
ocupar la mente. No, ese trabajo había sido únicamente de Vincent, mi
cerebro repasaba todo lo que había ocurrido esa mañana tanto en su oficina
como en el jardín, cada expresión que me había dado y cada palabra que
había dicho.
Mentirme era una pérdida de tiempo. Cada intento que había hecho
para convencerme de que no me atraía se encontraba con un salto del latido
de mi corazón, y un suspiro que tomaba un poco más de esfuerzo al inhalar
cuando recordaba cómo se sintió tener su mano envuelta sobre mi boca y la
otra agarrando posesivamente mi cadera. Era una niña estúpida al pensar
que él había querido decir cualquier cosa con eso, pero no podía dejar de
pensar, “pero ¿y si lo había hecho?”.
Él era todo lo contrario de lo que conocía en la vida, un contraste
perfecto con Blake. Donde Blake carecía de experiencia, Vincent era un
experto en la vida. Y donde Blake había sido una luz en la oscuridad, Vincent
era una sombra que podría consumirme entera. Solo pensar en él me
emocionaba, y reaccionando como lo hice me hacía sentir como la chica más
ridícula del mundo.
Yo no era su tipo. Solo era una patética desgraciada que había
terminado en las calles y de alguna manera había logrado llamar la atención
de un hombre que quería ayudar. Me sentía mal por asumir que tenía malas
intenciones cuando me trajo por primera vez al Wishing Well. En todo caso,
Vincent había sido un perfecto caballero, a diferencia de ese imbécil amigo
suyo. Esa sanguijuela viscosa no había perdido el tiempo tratando de tomar
ventaja tan pronto como Vincent no estaba cerca para detenerlo.
Pero Vincent lo había detenido, ¿no? Un acto que le valió puntos
brownie25 conmigo. Después de darme tiempo para calmarme, y antes de
llevarme a los jardines, también me había dado suficiente efectivo para
comprarme algo de ropa nueva y reemplazar mi licencia. Me ofrecí a
devolverle el dinero eventualmente, pero él se negó rotundamente y dijo: di
gra-tis, lo que sea que eso significara. Iba a tener que comprar un diccionario
de francés a español pronto, solo para poder entenderlo. Por lo que sabía, él
podría estar llamándome puta sucia y yo sonreiría como una idiota porque
sonaba bonito.
Mi turno terminó alrededor de las seis de la tarde y corrí a mi habitación
del hotel para encontrar mi único juego de ropa colgado en una bolsa en la
puerta, recién lavado, secado y doblado. Podría acostumbrarme a que otras
personas me lavaran la ropa, pero asumí que eventualmente sería mi trabajo
también, ya que técnicamente era una empleada en lugar de un huésped.
Me duché rápidamente y me vestí, eligiendo retorcer mi cabello en un
nudo en lugar de secarlo, y en cuestión de minutos me dirigía por el
vestíbulo de camino a los grandes almacenes donde podría comprar más de
un atuendo con el efectivo que Vincent me había dado. Prácticamente había
llegado a las puertas cuando una cierta voz profunda llamó mi atención, y
mi cabeza giró a la derecha para ver a Vincent parado cerca del mostrador
central hablando con un grupo de mujeres que debían ser huéspedes.
Mi corazón se agitó como si tuviera pequeñas alas, y mientras me
maldecía por la reacción instantánea, vi con interés como Vincent cortejaba
a las mujeres, su actitud, sus miradas oscuras, su voz tan suave que se
derretía en la lengua como el mejor chocolate, consiguiendo fácilmente
sonrisas y risas suaves de los labios de las mujeres, con dos de ellas incluso
atreviéndose a alcanzarlo y tocarlo.
25Puntos Brownie: en el uso moderno son una moneda social imaginaria, que se puede
adquirir haciendo buenas acciones o ganándose el favor de otro, a menudo superior.
Me preguntaba si estaba desarrollando un problema mental cuando los
celos erigieron su fea cabeza verde, y mis dedos se curvaron en mis palmas
al ver a esas mujeres coquetear tan desagradablemente. No estaba segura
de qué atrajo la atención de Vincent en mi dirección, pero tan pronto como
me vio, me guiñó un ojo y volvió su atención a las mujeres que estaba
escoltando desde el vestíbulo hasta los ascensores en el pasillo de atrás.
Preguntándome brevemente si las dejaría en las puertas o si las
seguiría a su habitación para participar en una orgía, apreté los dientes.
Sabía que no tendría problema en tentarlas de que se quitaran su ropa cara,
una por una.
Había algo en él que se había metido dentro de mí tan fácilmente como
asumí que se había metido dentro de todas sus admiradoras.
Un fuerte suspiro sopló sobre mis labios. Me forcé a salir por la puerta
y más lejos por la puerta del gran muro circular que protegía los terrenos
del hotel de la vista.
Las compras no tomaron tiempo en absoluto, y tuve cuidado de ahorrar
lo suficiente para mi identificación que tendría que conseguirla en un día
libre del trabajo. Me compré algunos artículos de tocador y otros
cachivaches para mantenerme hasta que recibiera mi siguiente sueldo,
derrochando en un diario encuadernado de cuero que podría usar para
guardar mis pensamientos. Ya no tenía con quien hablar, así que decidí
hablar conmigo misma. Regresé al hotel alrededor de las diez de la noche.
Recogiendo otra hamburguesa con queso y papas fritas del comedor (para
consternación del chef), llevé la cena a mi habitación, y me dormí a las once.
Me sorprendió despertar esa noche antes de que el sol brillara en el
horizonte. Mi despertador indicaba que eran las tres y cuarto cuando se
escuchó un ruido afuera que captó mi atención. Al principio pensé que
algunos huéspedes se habían vuelto demasiado ruidosos, pero luego una
voz aguda con un acento reconocible me hizo abrir los ojos y me aceleró el
corazón.
La curiosidad me arrastró fuera de la cama, sosteniendo mi mano
mientras caminaba descalza sobre la suave alfombra blanca para apartar la
cortina a un lado y mirar hacia abajo, al pozo de los deseos que había visto
esa mañana cuando Vincent me estaba dando el recorrido. Justo como
sospechaba, vi a Émilie sentada en uno de los bancos circulares, su boca
abierta mientras hablaba con Vincent en francés. No podía entender una
maldita palabra que decía, pero por su tono sabía que sus palabras no eran
amigables.
Vincent se había quitado la chaqueta del traje que había usado ese día,
y estaba vestido solo con una camisa blanca abotonada con las mangas
enrolladas hasta los codos, y pantalones oscuros. Se paseaba de un lado a
otro enojado frente a ella, deteniéndose cuando ella decía algo más, una
sonrisa estirando su rostro. Sintiéndome como un voyeur, me removí
inquieta, sin saber si debía seguir mirando. Pero no podía evitar mirar hacia
abajo preguntándome si él estaba rompiendo con ella por mí. Una pequeña
sonrisa separó mis labios, no por el dolor que ella estaba experimentando,
sino por la pequeña cantidad de confianza que me daba su atención.
La escena terminó tan rápido como había comenzado cuando Vincent
se marchó, dejando a Émilie llorando en el banco. Los segundos pasaron
mientras esperaba que Vincent regresara. Cuando volvió a la vista, miró
hacia el hotel, y mi corazón saltó en mi garganta por miedo a que me
hubieran atrapado espiando. Cerrando rápidamente la cortina, me presioné
contra la pared, respirando agitadamente. Más ruidos suaves se filtraron
hasta mi ventana, y aunque luché para no mirar, me encontré espiando de
nuevo desde detrás de una cortina que había movido solo unos milímetros.
La confusión se filtró cuando noté que Vincent se había cambiado la
camisa, el blanco que había usado antes, ahora era azul. Tenía que ser él,
pensé. El cabello era el mismo, la constitución, el color de su piel, pero aun
así había algo diferente que no podía identificar.
Mientras entrecerraba los ojos tratando de ver su rostro en las
sombras, Émilie se limpió las lágrimas de los ojos antes de levantarse del
banco. Lentamente, se giró, y sus manos temblorosas subieron su falda
mientras se presentaba al hombre a su espalda. Con la falda levantada
hasta la cintura colocó sus manos sobre el banco para sostenerse mientras
él se acercaba a ella.
Me quedé boquiabierta cuando Vincent, o quienquiera que fuera el
hombre, abrió sus pantalones, agarró sus caderas y se empujó dentro de
ella.
Luchando contra el impulso de chillar, llorar, o gritarme por
preocuparme, intenté, pero fracasé miserablemente en ignorar la forma en
que reaccionó mi cuerpo. Los gemidos de los labios de Émilie, sus ojos
apretados cuando la mano de Vincent le dio una palmada en el culo, cada
fuerte embiste de sus caderas que la empujaba hacia adelante mientras ella
sostenía el banco para mantenerse estable.
Había sido tan jodidamente estúpida como para creer que en realidad
la dejaría por mí. Merecía este dolor incómodo por incluso querer un hombre
que saltaba de una mujer a otra. ¿En qué clase de perra me convertía eso?
Soltando la cortina, corrí a mi cama, me tiré sobre el colchón y agarré
las sábanas mientras enterraba mi cabeza en una almohada. Ya no
necesitaba ver, no quería admitir que solo verlo follarla era suficiente para
lastimarme.
Maldición, estaba siendo estúpida. Estaba siendo ingenua. Estaba
siendo…
Un grito ahogado desde afuera llamó mi atención, y un chapoteo me
obligó a ponerme de pie. Mis dedos volvieron a abrir la cortina. Me asomé
desde detrás de la separación para ver a Vincent mirando hacia el pozo.
¿Qué demonios estaba pasando?
Inclinándose sobre el borde de piedra, tiró de algo, y finalmente
apareció un brazo del agua, y el cuerpo de Émilie emergió lentamente.
Después de tirar de ella sobre el lado, la dejó en el suelo junto al pozo,
dejando pasar unos segundos antes de levantarla y llevarla hacia el camino
que conducía de regreso al hotel. Su cabeza estaba floja contra su hombro
y no podía decir si estaba respirando. Pero antes de que pudiera adivinar,
Vincent levantó la vista hacia mi ventana, y sus ojos apenas se perdieron
los míos. Permití que la cortina volviera a caer en su lugar.
Ella no podía estar muerta.
No podía.
¿Quizás solo tropezó y se cayó dentro?
Vincent caminaba demasiado lento para cualquier otra cosa. Tenía
sentido que hubiera sido un accidente porque si Émilie hubiera muerto,
Vincent habría estado corriendo o gritando por ayuda.
Mi corazón se aceleró como si fuera a salirse de mi pecho, y mi
respiración estaba tan agitada que me quedé congelada en un lugar sin
saber si arrastrarme hacia atrás hacia la cama o llamar a la policía.
Respirando hondo, intenté calmar mi corazón, obligándome a gatear de
vuelta a la cama por miedo a oír que llamaran a mi puerta en cuestión de
minutos. ¿Me había visto observando? ¿Émilie se había ahogado? No lo
sabía y dormí horriblemente el resto de la noche, cada pequeño ruido me
obligaba a despertarme, aterrorizada de que él supiera que estuve espiando
y que me despidiera.
El sol acababa de empezar a salir cuando finalmente me di por vencida
y me senté en el borde de la cama, con la cabeza acunada en mis manos.
En una hora, me había convencido de que mi imaginación estaba sacando
lo mejor de mí, que tal vez toda la cosa había sido un mal sueño. Y con esos
pensamientos en mente, me levanté y me vestí, no queriendo llegar tarde a
mi segundo turno.
Después de tomar el ascensor hasta la sala de empleados del primer
piso, zigzagueé a través de los laberínticos corredores, dejándome entrar en
el departamento de limpieza donde Theresa se encontraba doblando
sábanas. Mirándome, ella sonrió.
—Llegas justo a tiempo. Es bueno tener un empleado que se preocupe
por su trabajo.
El pánico atravesó mi corazón, mi pulso como un insecto atrapado
debajo de mi piel. Caminando hacia la mujer mayor con cabello gris y una
figura delgada, miré sus cansados ojos azules con los míos.
—¿Hay algún problema con otro empleado?
Tal vez Émilie nunca había aparecido, no es que el salón se abriera
antes de las seis de la tarde. Estaba siendo ridícula, seguía insistiéndome.
—Es Émilie —exhaló—, una de mis camareras de cóctel en el salón.
Supongo que la historia de amor que estaba teniendo con otro... —hizo una
pausa, buscando la palabra—... empleado no funcionó. Ella renunció
temprano esta mañana.
Dejando a un lado la sábana, ella se perdió la forma en que mi cuerpo
prácticamente se derritió con alivio. Una persona muerta no renuncia,
simplemente no aparece, y si Theresa ya había tenido noticias de Émilie,
significaba que estaba muy viva. Mientras silenciosamente agradecía a Dios
que no había presenciado nada que no debería, me incliné contra una pared
por apoyo.
Dirigiéndose a mí, Theresa preguntó:
—No conoces a nadie que necesite un trabajo, ¿no? Necesito ocupar el
puesto de Émilie rápidamente. Estamos cortos de personal, tal y como
estamos.
Mi mano todavía estaba sobre mi pecho cuando su mirada inquisitiva
se encontró con la mía. Empujándome sobre piernas inestables, sacudí la
cabeza, intentando no sonar tan sin aliento como lo estaba.
—No. Lo siento. Pero si me encuentro con alguien que esté buscando,
me aseguraré de enviártelo.
Theresa me dirigió una mirada extraña, pero decidió no hacer
preguntas.
—Está bien, bueno, estamos esperando que llegue el resto del personal
de limpieza de hoy. Una vez que lleguen aquí, repartiré las tareas de las
habitaciones y podremos seguir adelante con nuestro día.
—Suena bien —respondí, estudiando mis pies mientras me esforzaba
en mantenerme bajo control. Después de esa noche en particular, me
preguntaba si podría mirar a Vincent a los ojos si lo veía, y si me habría
visto mirando por detrás de la cortina.
La mejor apuesta, me dije, era evitar a Vincent por completo, no solo
porque quería evitar meterme en problemas por espiar, sino porque mi
corazón se saltó un latido al saber que Émilie había sido echada a la calle.
Vincent
D
espués de salir del jardín, hice mis recorridos normales por el
hotel, saludando huéspedes mientras deambulaban, me reuní
con el gerente para ayudar con cualquier problema que debiera
abordarse, y luego me dirigí a los ascensores para llevar el auto al sótano
que había diseñado para ser una jaula práctica cuando el hotel fue
construido.
No era un ambiente sombrío bajo ningún concepto, pero por el
ocupante que vivía dentro de sus muros, quería asegurarme de que no
hubiera ninguna posibilidad de una fuga accidental en un momento
inoportuno. El Wishing Well fue construido con la idea del lujo y una
sensación de paz, opulencia y un ambiente elegante. Y si un determinado
problema fuera a salir del sótano para escapar a través de los pasillos,
estaba bastante seguro de que tendría que responder numerosas preguntas
que nunca quisiera que me hicieran.
No era que no amara a Maurice, de hecho, lo contrario era cierto. Le
amaba demasiado, razón por la cual no escatimaba en gastos en búsqueda
de su comodidad, no dejaba piedra sin remover cuando se trataba de
proporcionarle los mejores médicos, enfermeras y terapeutas que el mundo
tenía para ofrecer, pero como había sabido desde que me crie con un chico
con sus problemas peculiares, nunca habría una cura real.
Había sido normal hasta los dos años, excepto por los berrinches que
culpaban a la edad y la incapacidad para comunicarse. Para cuando él
debería haber conseguido ciertos hitos, surgió un problema que lo
distinguió. Los doctores afirmaron que era lento, al principio, algunos
incluso sugirieron que estaba malcriado. Después de las constantes
llamadas telefónicas de mi madre, la ira de mi padre y el tiempo dedicado
donde Maurice pudo ser observado, mi hermanito fue diagnosticado con
autismo severo.
Las señales estaban allí, la incapacidad para comunicarse, la negativa
a sostener la mirada, la desesperada necesidad de una rutina constante
donde solo un pequeño cambio podría llevarlo a un estado de pánico
explosivo que era mucho más violento de lo que mi querida maman podría
aguantar. Mi padre a menudo estaba lejos, sus hoteles y otros negocios lo
mantenían ocupado, así que fuimos maman y yo quienes atendimos a un
niño que, aunque inteligente, no podía comportarse como lo haría cualquier
niño normal.
No fue hasta que fue mayor que el diagnóstico cambió.
Deslizando una llave en el panel del elevador y tecleando un código que
me llevaría al sótano que solo usaba Maurice, me apoyé contra la pared del
fondo y cerré los ojos. Mis pensamientos se dirigieron a la casa de mi
infancia, a los gritos, el llanto, los cristales rotos, los susurros de una madre
que estaba perdiendo su propio control sobre el mundo. Maman era tan
delicada como la cáscara de un huevo hueco, tan fácilmente aplastada por
el estricto pánico de su hijo que ni siquiera las enfermeras y los maestros
podían aliviar su dolor.
Al final, ella había muerto de cáncer, pero siempre supuse que fue por
tristeza. Decir que me sentí amargado sería un eufemismo. En todo el tiempo
que le dio a Maurice, ella nunca pudo dejar algo de tiempo para mí. La
habría hecho orgullosa si me hubiera prestado esa atención, le habría leído,
me habría comportado para ella, le habría mostrado que no todos los niños
eran indómitos. Podría haberla salvado, había creído, cuando su ataúd fue
bajado a la tierra, que podría haberle proporcionado luz incluso en sus días
más oscuros.
La odiaba por morir cuando no le había dado permiso, estaba resentido
con Maurice por forzarla fuera de mi control. Comprendí que las mujeres
eran simplemente flores que se podían cultivar para florecer, o para quitarle
los pétalos.
Para cuando mi padre nos mudó a Maurice y a mí a Estados Unidos,
yo no tenía respeto por la fuerza de una mujer, porque mi madre no tenía
ninguno propio.
El ascensor se detuvo, las puertas se abrieron tan silenciosamente
como una exhalación de aliento, una gran sala de entrada se abría para mí,
tan oscura y elegante como Maurice había preferido. Las paredes estaban
pintadas de un negro profundo con bordes de un prístino color blanco.
Muebles de madera oscura complementaban los asientos de cuero, los
jarrones de cristal brillaban bajo la luz, dejando una estela de color rojo
sangre con las rosas que los llenaban. Respirando el rico aroma, salí del
auto, giré a la izquierda y caminé casualmente hasta una sala de estar que
sabía que Maurice solía usar. Había sido diseñada para parecerse al salón
de nuestra casa de la infancia, con la paleta de colores brillante, justo como
nuestra madre lo había querido.
Permaneciendo en la puerta, observé a Maurice teclear en su
computadora, sus ojos moviéndose rápidamente mientras su mente
fracturada absorbía cualquier información que estuviera estudiando.
—Pensaba que tenías una sesión de terapia hoy.
Este era uno de los problemas por el que me llamó la atención el gerente
de mi hotel: cierta terapeuta yéndose corriendo, prometiendo que nunca
más volvería a este hotel. Aunque John sabía que algo la había asustado,
ella se negó a revelar qué había ocurrido exactamente.
—La terapeuta se fue —explicó Maurice, sus dedos moviéndose
rápidamente sobre su teclado.
En los veintisiete años posteriores a la muerte de maman, se descubrió
que la aflicción de Maurice no era en realidad autismo, sino un grave caso
de esquizofrenia. Había adquirido la capacidad de comunicarse, podía mirar
a cualquier persona a los ojos, pero detrás de esa mirada de ojos verdes que
se parecía mucho a la mía, la cordura estaba notablemente ausente. Los
medicamentos lo mantenían parcialmente contenido, pero solo cuando
cumplía.
—¿Por qué se fue? —pregunté, luchando por mantener mi voz paciente.
—Le dije que quería comerla.
Cerrando los ojos y volviéndolos a abrir, recordé haberle dicho a
Penélope lo mismo, pero en un idioma que no la haría salir corriendo.
—¿E intentaste comértela?
Su mirada se alzó, clavándose en la mía.
—Lo hubiera hecho si ella hubiera extendido sus piernas. Ha pasado
un mes.
—Maurice…
—Tienes muchas —dijo, interrumpiendo—. Dame una. No es como si
yo pudiera cazarlas cuando estoy atrapado en esta jaula.
Suspirando, respondí:
—No es exactamente como si pudiera robar una y mantenerla atrapada
aquí contigo. Estoy seguro de que tus enfermeras harían preguntas sobre
los gritos.
Sus ojos estudiaron mi rostro, su inteligencia tan clara mientras su
caos era penetrante.
—Una —ladró—. Esta noche. O ahuyentaré a las enfermeras.
—Siempre podemos mantenerte encadenado —canturreé.
—Ya estoy encadenado —replicó, su atención volviendo a la pantalla de
su computadora. Sin volver a mirarme, exigió—: Una, Vincent. Esta noche.
Soltando el aliento, cedí.
—Bien. Veré qué puedo hacer cuando te saque a caminar por los
jardines, pero debes prometer que te comportarás.
Me dio un asentimiento de acuerdo y supe que sería el final de la
conversación. Maurice no era del tipo de charlas triviales.
Dejando su espacio, volví al elevador mientras decidía a quién tiraría al
lobo. Para cuando llegué al piso del vestíbulo, mi decisión estaba tomada, la
cara bonita que apareció en mis pensamientos esperaba que fuera
susceptible a las demandas de mi hermano.
El día pasó rápidamente a partir de entonces, la monótona tarea de ver
un hotel que funcionaba como una máquina finamente aceitada dentro de
mi mundo. Cuando el sol se puso detrás de un horizonte brillante, saludé a
un grupo de mujeres que se habían registrado recientemente, coqueteando
con ellas, ganándome su simpatía. Fue cuando me volví para escoltarlas al
elevador que las llevaría a su piso, que mi atención fue atraída hacia una
cara única, y mi cabeza giró para ver a Penélope observándome desde donde
estaba parada cerca de las puertas de entrada. Ella estaba usando la ropa
que llevaba la noche que la había descubierto en las calles, y los celos
parpadeaban detrás sus ojos marrones con manchas doradas.
Nuestro momento en el jardín había sido bien gastado, al parecer, y la
semilla que había plantado estaba creciendo fuerte. Guiñándole un ojo, me
obligué a volver mi atención a los huéspedes porque pasarían unos días al
menos antes de probar las aguas de la mente de Penélope para descubrir si
mi ausencia había hecho que su corazón latiera más fuerte.
Disfruté la cena solo esa noche mientras los huéspedes seguían su
rutina, y después de atiborrarme de aperitivos y buena cocina, me salté el
postre para pasear por el salón. Como de costumbre a esa hora de la noche,
el salón estaba lleno de hombres ebrios, sus ojos siguiendo a las diferentes
camareras de cócteles en varios disfraces y estados de vestimenta.
Émilie, sin embargo, fue la mujer que me llamó la atención. Al verme
sentado en una mesa trasera iluminada solo por la vela que estaba en el
centro, sonrió perversamente y agregó un balanceo a sus caderas mientras
se acercaba para descubrir lo que quería.
—Bonsoir, Vincent. ¿Sigues cansado?
Mis ojos se levantaron hacia los de ella.
—Me gustaría verte esta noche. En los jardines, pero será bastante
tarde. Tengo compromisos de antemano y esperaba que evitaras acostarte
temprano después del cierre del salón.
—¿A qué hora? —preguntó, su voz sensual, sus labios brillando bajo la
luz de las velas por el brillo de labios que llevaba.
—¿Me verías en el pozo alrededor de las tres?
Su sonrisa se estiró, el sexo escrito en la curva apasionada.
—Cualquier cosa por ti, Vincent.
Nunca se habían hablado palabras más desafortunadas. Sabía que los
gustos de mi hermano seguían la misma línea que los míos, pero mientras
que yo era capaz de refrenar mis instintos, Maurice aún no había aprendido
el autocontrol.
Cuando yo mordía, una gota de sangre se derramaba, pero cuando
Maurice lo hacía, la piel era desgarrada, las lágrimas se volvían rojas, y las
mujeres perdían la vida. A menos que, por supuesto, la mujer supiera cómo
jugar el juego, siempre y cuando estuviera perfectamente lista y fuera capaz.
Seguir las instrucciones al pie de la letra era una necesidad cuando se
trataba de nuestros juegos compartidos, pero la forma de castigo de Maurice
podría ser mucho más permanente.
Esperaba que el entrenamiento de Émilie por parte de su madre puta
hiciera más fácil para mi hermano echar un polvo sin hacer daño.
Yéndome poco después de que ella aceptara, subí a mi ático en el último
piso, instalándome en las teclas de un piano que disfrutaba tocando en las
noches que el estrés era una presión constante en mi cabeza. Y mientras
que las notas intrincadas flotaban en el aire como luciérnagas en una cálida
noche de verano, permití que mis pensamientos escaparan hacia una chica
cuya habitación estaba situada debajo de la mía.
Émilie había sido una distracción para un hombre como yo, una cara
bonita, un cuerpo sano, un poco de calor para calmar el frío de las noches
solitarias, pero Penélope, esa chica sucia, rebelde, y de cabeza dura, se
había convertido en una canción de sirena, une idée fixe26, una obsesión.
La apuesta no significaba nada, el dinero no era sino un adorno en la
comida que haría de ella. Me imaginaba las yemas de mis dedos explorando
su cuerpo, encontrando todas las notas correctas, los bemoles y los
sostenidos, que la harían cantar como al piano. Mi cuerpo era todo tensión
y piedra toscamente cortada cuando recordé su reflejo en el espejo de la
boutique. Llegaría el día en que ya no podría resistirla; mis dientes dolían
por hundirse en su modesta carne.
¿Moldearla en la dama que ansiaba ahuyentaba la rebelión que me
atrajo como una polilla a la llama? ¿Podría diseñarle para que sea a la vez
infernal y esclava?
Eso esperaba mientras me perdía entre una nota y otra, y las horas
pasaban mientras planeaba cómo ganar su corazón mientras la veía crecer.
Arrancaría su belleza de la vida de su tallo para que solo yo pudiera conocer
su fuego.
Émilie era prescindible mientras Penélope era el premio.
Las tres en punto llegaron rápidamente esa noche, y dejando la
chaqueta de mi traje sobre el respaldo de mi sofá, salí de mi habitación,
tomé el ascensor y recuperé a Maurice del sótano.
Mientras subíamos, mencioné:
—Necesitaré que permanezcas oculto en la sala de empleados mientras
le explico a Émilie lo que ella permitirá. Ella servirá tus necesidades,
Maurice, de forma regular siempre y cuando evites lastimarla demasiado.
—¿Cómo es? —preguntó, la anticipación grabada en su tono.
—Ella es hermosa. Cabello rubio. Ojos azules…
Un siseo salió de sus labios.
—¿A quién le importa eso? ¿Sus tetas?
—Grandes —respondí.
—¿Su trasero?
—Divino.
—La has probado —dijo, una declaración pero aún una pregunta.
Echando un vistazo en su dirección, asentí.
—N
o estás diciendo nada. He estado en silencio durante
unos minutos ya.
Meadow intentó desplegar sus dedos del borde de
la mesa, intentó silenciar sus pensamientos, ralentizar
su corazón, y respirar por completo después de escuchar su sórdida
confesión.
—No estoy segura de qué decir —admitió con una apurada exhalación.
Vincent guardó silencio por un breve momento antes de susurrar:
—¿Te gustaría un poco de sal para sazonar esas ridículas palabras que
ahora te tendrás que comer?
Su mirada se alzó y sus ojos se encontraron.
—¿Ridículas palabras?
El verde de sus hermosos y fascinantes ojos brillaba. Suavemente, él
explicó:
—Me acusaste de matar a Émilie, pero como puedes ver ahora, no
fueron mis manos las que la llevaron a la muerte. Fue un accidente, uno
desafortunado. Creo que ella podría haber satisfecho a mi hermano si solo
hubiera aprendido a comportarse.
Sin argumentar que él, de hecho, había sido responsable, ella eligió
hacer una pregunta que gritaba en su cabeza.
—¿Penny estaba destinada a Maurice? ¿Ese había sido tu plan
principal para ella?
Los segundos pasaron, y el zumbido silencioso del aire acondicionado
era el único ruido en la habitación.
—Ahí vas, adelantándote de nuevo. —Los grilletes de Vincent se
sacudieron cuando se recostó en su asiento—. Deberíamos contar esta
historia en el orden en que ocurrió, y todavía no he llegado al entrenamiento
de Penélope.
—Entrenamiento —repitió Meadow, la palabra repugnante resonando
en su cabeza—. ¿Entrenamiento para qué?
—Para ser la dama principal, una mujer de tan alta estima que incluso
un hombre como yo nunca podría olvidarla. Era tan descarada cuando la
encontré, arcilla húmeda lista para una mano hábil mientras la giraran en
un torno de alfarero y le dieran forma.
—¡Era un ser humano, Vincent! —La voz de Meadow subió de volumen,
su ira aplastante apenas contenida—. Sigues refiriéndote a ella como una
flor, como arcilla, como un rompecabezas o un jodido juego, ¡pero nunca por
lo que realmente era! Lloraba lágrimas, podía sentir amor, podía expresarse
a través de risas, sonrisas o palabras, pero nunca en toda esta entrevista
has admitido eso.
La crueldad estiró sus labios carnosos, y las esquinas se alzaron con
diversión.
—Ella era mía para jugar como quisiera, Meadow. Penélope me dio ese
permiso finalmente. Admitió que sin mí, ya no podría continuar viviendo.
Rogó ser transformada en lo que la ayudé a convertirse. —Haciendo una
pausa, estudió su rostro—. Y ella se convirtió en algo realmente especial,
una rareza en un mundo de facsímiles y réplicas, de personas que no tienen
las bolas para ser quienes son. Estaba y sigo estando, orgulloso de ella.
Su corazón dio un vuelco al escuchar el cumplido, y la rabia era algo
tenue. La grabadora de Meadow hizo un fuerte clic detrás de ella para
advertirle que cambiara su cinta. Después de hacerlo, retomó su asiento y
miró a un hombre que la observaba desde demasiado cerca. ¿Podía él notar
todos los sentimientos que ella albergaba en su interior? ¿Sabía más de lo
que dejaba ver?
—Solo tenemos otras dos horas hoy, y nos hemos desviado.
Asintiendo una vez, comentó:
—Las emociones intensas hacen eso a veces.
Meadow se aclaró la garganta y echó los hombros hacia atrás.
—A pesar de tu renuencia a admitirlo, la muerte de Émilie fue tu culpa.
Tú sabías que Maurice era un peligro para cualquier persona que se
acercara demasiado a él.
—Y le advertí de eso —argumentó—. No es mi culpa que ella no
escuchara. Aunque, después de escuchar lo que me dijiste sobre el recuerdo
de Penélope de esa noche, lo que Maurice me dijo cuando volví de
deshacerme de su cuerpo ahora tiene significado. No pude entenderlo
mientras le enviaba el correo electrónico a Theresa para que pareciera que
Émilie misma había renunciado.
—¿Y eso fue?
—Que él ya había descubierto otro juguete con el que quería jugar. Yo
estaba tan enojado con él en ese momento que no me molesté en preguntarle
qué quería decir, pero si él la había observado espiando desde la ventana
esa noche, sus palabras ahora tienen sentido.
—¿Se la hubieras entregado si le hubieras preguntado en ese momento
y hubieras descubierto que era Penny a quien había visto?
—Deja de adelantarte —le recordó—. La siguiente parte de esta historia
es bastante encantadora, en realidad, un cuento de hadas para Penélope y
para mí. Fue dentro de las siguientes semanas que su amor por mí floreció
y la perseguí a través de un laberinto de engaños. —Inclinándose hacia
adelante, agregó—: Tenía sentimientos por ella más allá de los ordinarios,
Meadow. El deseo no era unilateral.
Parpadeando, Meadow luchó contra las lágrimas que amenazaban con
escaparse.
—¿Por qué crees que eso me importa?
Él se rio.
—Es solo una corazonada. —Esperando que Meadow encontrara su
mirada severa, preguntó—: ¿No querría cualquiera saber que su familiar era
amado?
—Bien, iremos en orden de eventos. Pero primero, quiero saber por qué
mantenías a Maurice escondido. Hay muchas personas en el mundo con
problemas psiquiátricos, algunos de los cuales son capaces de adaptarse y
tener vidas perfectamente normales. ¿Por qué mantenerlo encerrado?
Una sombra oscureció la expresión de Vincent. Meadow sabía que
Maurice era un tema que afectaba a Vincent más de lo que quería admitir.
Era raro para cualquiera decir que algo hacía que Vincent Mercier se
retorciera.
—Maurice nunca viviría una vida normal. Supimos eso cuando tenía
doce años. No eran solo sus ataques perturbadores, sus alucinaciones o
delirios. Había algo más dentro de él que nunca fue diagnosticado
oficialmente. Creo en mi padre tuvo que ver con eso. Ya sea porque no quería
que su hijo llevara otra etiqueta, o porque creía que podría curar el problema
él mismo, mi padre fue la primera persona que mantuvo a Maurice
encerrado. Él fue educado como cualquier niño normal, recibió tutores,
libros y todo lo demás, pero nunca se le permitió salir de las instalaciones
de cualquier hotel en el que estuviera viviendo en ese momento.
Meadow percibió el quiebre en la voz de Vincent, la sutil sonrisa
burlona de su boca cuando mencionó a su padre.
—¿Tu padre fue abusivo contigo y tu hermano?
La sombra se había ido; estaba allí y luego ya no era una máscara obvia
sobre su piel.
—No conmigo. Posiblemente con Maurice, pero con sus ataques siendo
tan violentos como eran, nunca se sabía de dónde sacaba los moretones. Él
no era una persona fácil de manejar. Pero lo amábamos. Lo cuidábamos y
lo manteníamos lo más cómodo posible.
No queriendo abandonar el tema, Meadow preguntó:
—¿Dónde está Maurice ahora?
Su mandíbula se contrajo.
—¿No deberíamos estar hablando de Penélope? Eso es lo que viniste a
discutir, ¿no es así? Odiaría quedarme sin tiempo por cosas triviales para
que nunca descubras la historia completa.
Con habilidad, Vincent desvió la pregunta, cambiando el tema tan
suavemente como la noche se convierte en amanecer.
—Sí. Supongo que tienes razón. ¿Qué pasó después?
Satisfecho de que volvían a la historia del malvado juego jugado contra
Penny, Vincent respondió:
—Las siguientes dos semanas, fueron negocios como siempre. Me
propuse permanecer ocupado, mientras lograba estar siempre dentro de la
vista de Penélope. Al principio ella había actuado de manera extraña, pero
a medida que pasaban los días, se volvió amigable conmigo de nuevo,
sonriendo cuando me veía, sus mejillas ardiendo con color si nuestros
cuerpos se rozaban demasiado. Supongo que se podría decir que había
jugado el juego de ser difícil de conseguir hasta que ella me estuviera
persiguiendo. No fue hasta ese hermoso día en el jardín que finalmente hice
un movimiento.
Pasando la punta del dedo por una cicatriz en la superficie de la mesa,
preguntó:
—¿Habló de esas semanas en su diario? ¿Registró lo que mi falta de
atención le hizo sentir? —Levantando la mirada, transfirió a Meadow a su
lugar, algo crudo y desnudo persistiendo detrás de esos ojos esmeralda
sorprendentemente verdes.
—Sí —logró decir—. Mientras leía el diario por primera vez, fue durante
esas páginas que quise gritarle para que huyera. Sabía que una vez que
hundieras tus garras dentro de ella, ya no habría oportunidad para escapar.
Odié esas páginas más que nada.
—¿Me hablarás sobre ellas?
En verdad, Meadow odiaba darle a Vincent los pensamientos privados
de Penny, pero no podía negar que no disfrutaba viendo sus expresiones
cambiantes como lo hacía. Algunas partes obviamente lo tocaban, algunas
palabras lo sorprendían porque revelaban la humanidad en Penny que
Vincent había evitado o ignorado tan obviamente.
Cuando ella no respondió de inmediato, él le ofreció:
—Si me dices qué fue escrito sobre esa época, prometo contarte
exactamente lo que sucedió en los días que siguieron. Ya deberías saber que
soy un hombre que mantiene sus promesas.
Asintiendo, Meadow trabajó para tragarse el nudo en la garganta.
—Quid pro quo29, ¿Vincent?
Su sonrisa era perezosa y sincera.
—Sí, Meadow, quid pro quo.
29Quid pro quo: Expresión del latín que significa “una cosa por otra” y hace referencia a
una equivocación que consiste en tomar una cosa por otra o a una persona por otra.
Penny
L
os siguientes días después de presenciar a Émilie y Vincent en el
pozo fueron pasados activamente evitando a mi empleador tanto
como fuera posible. Cuando no estaba limpiando las
habitaciones de hotel, estaba en la oficina de empleados preguntando a
Theresa si había otras tareas que necesitaba que hiciera. Ella creía que yo
era una tremenda empleada, mientras buscaba alguna excusa para
permanecer oculta. Demasiado temerosa de que Vincent me hubiera visto
mirando y me acorralara con preguntas, también me tomé mis días libres
para ir al Departamento de Vehículos Motorizados para que reemplazaran
mi identificación, y logré ver una película o dos cuando en realidad no tenía
el dinero extra para ello.
Pero después de cuatro días de hacer lo que pude para evitarlo, llegó el
día en que ya no podía permanecer fuera de la vista.
—¿Has estado disfrutando de tu trabajo en el Wishing Well? —susurró
una voz profundamente masculina contra mi oído. Saltando en el lugar, mi
espalda se encontró con un pecho fuerte, y mi cuerpo giró para encontrar
que Vincent estaba demasiado cerca para que yo respirara con facilidad.
Había estado tan atrapada puliendo las puertas de latón del ascensor del
tercer piso, que no lo había escuchado acercarse. Una bola de miedo se alojó
en mi garganta, y mi respuesta salió entrecortada y rota.
—Sí. Es genial. Paga las facturas.
El nerviosismo era obvio en mi voz. Vincent, notando la reacción, sonrió
mientras daba un paso atrás para darme espacio.
—No quise asustarte. Estaba pasando y me di cuenta de que no te
había hablado en varios días. Estoy feliz de escuchar que el trabajo está
funcionando. Sería una pena perder a un empleado… tan... diligente.
Podía sentir mis mejillas enrojeciéndose, y mis muslos apretándose un
poco también. Agradeciendo a Dios que este hombre no pudiera leer mis
pensamientos, traté de ignorar la forma en que mi mente evocaba imágenes
de lo que había visto esa noche en el pozo.
—¿Diligente? —pregunté tragando saliva.
Risas sensuales flotaron de sus labios, el sonido profundo, oscuro y
embriagador. Mierda, estaba en problemas. No había nada en este hombre
que no me atrajera y yo tendría que intensificar mi juego de esconderme solo
para evitar estar en problemas de un tipo solo para meterme en problemas
de otro tipo.
—Hablé con Theresa. Está muy impresionada con tu comportamiento
obediente. Como yo. Sigue con el buen trabajo, Penélope.
Se dio la vuelta para marcharse, y espeté:
—¿Vas a bajar?
Sin molestarse en cambiar de rumbo y volverse hacia mí, se limitó a
mirar sobre su hombro ancho y fuerte.
—Puedo tomar las escaleras.
—Pero, el ascensor sería más fácil.
Sus labios se arquearon, y la diversión hizo que sus ojos brillaran.
—No has terminado de pulirlo. Y solo son tres pisos. Estoy seguro de
que puedo arreglármelas.
Con eso, se fue en silencio, y su poderoso paso atrapó mi mirada hasta
que me encontré recostada contra las puertas del ascensor. No recordaba
que todavía había esmalte húmedo en el latón hasta que desapareció por el
hueco de la escalera. Girando, vi que tendría que comenzar de nuevo.
—Mierda —murmuré, incapaz de atrapar las mariposas revoloteando
en mi estómago para poder triturar sus pequeñas alas.
Pasaron tres días más, cada uno tan lento como una tortuga
discapacitada arrastrándose a través de varios metros de barro blando.
Mantenerse oculta y fuera de la vista se estaba volviendo mucho más difícil
de lo que imaginaba. Parecía que cada vez que me daba la vuelta, Vincent
estaba cerca. Mi corazón tartamudeaba al verlo, y luego se desplomaba a
mis pies cuando él miraba en mi dirección sin molestarse en decir una
palabra en saludo. Especialmente me molestaba cuando tenía una mujer
hermosa en su brazo porque nunca sabía si ella era una socia de negocios,
una huésped o una amiga especial que estaba entreteniéndolo durante la
noche.
¿Por qué me importaba? Él era mi jefe, y obviamente también había
leído demasiado de lo que había ocurrido entre nosotros en el jardín.
Los siguientes días apenas vi a Vincent en absoluto. De vez en cuando,
me encontraba asomándome por la ventana de mi habitación para mirar el
pozo preguntándome si volvería a atraparlo en algún enlace romántico. Se
me ocurrió que extrañaba mirarlo fijamente mientras pasaba. Extrañaba
esas oportunidades de fracción de segundo para que él me mirara, incluso
si no reconocía mi existencia. Al salir de mi habitación para dar un paseo
por el jardín sola, tuve que admitir que había creado una fantasía de un
hombre en mi cabeza que no tenía esperanza de hacerse realidad.
Nunca había estado tan golpeada por la lujuria mientras salía con
Blake, pero de nuevo, él siempre había sido tan fácilmente accesible. Tal vez
esto era lo que significaba ser un adulto: una vida vivida con cero
posibilidades de tener un día o un momento, de saber cómo resultarían tus
sueños. Simplemente tenías que barajar a través de ello, esperando lo mejor
mientras te preparabas para el día en que finalmente cayeras.
La luna estaba recibiendo atención, y se me ocurrió que no había
verificado la hora antes de salir de mi habitación. No importaba lo tarde que
era, no tenía programado trabajar a la mañana siguiente.
Mientras paseaba por los largos y sinuosos caminos de adoquines, noté
caminos de guijarros más pequeños que conducían a rincones y lugares
para sentarse para estar tanto a la vista como fuera de ella. Un coro de
insectos nocturnos era una suave canción de cuna en el aire, y sin decidir
conscientemente el camino a seguir, me encontré acercándome al pozo.
Fue allí donde Vincent y yo habíamos compartido un momento privado,
allí donde presencié un evento que me había asustado durante unos días
después, y mientras me volvía hacia mi izquierda para mirar un tramo más
oscuro, vi el hueco donde Vincent me había arrastrado, y recordé el
columpio solitario que colgaba de una rama de un árbol que sobresalía de
los altos arbustos que proporcionaban intimidad al hueco.
Caminando hacia el columpio, me senté en el asiento de madera,
escuchando el suave crujir de las cadenas sobre mi cabeza. No estaba
segura de cuánto tiempo pasó mientras pensaba en todo lo que había
sucedido desde la muerte de mi padre, que me encontré con una suave
sonrisa en el rostro, agradecida por la dirección que mi vida había tomado
desde que Blake dejó mi vida. Todavía no había contactado a mi madre o a
mi hermana para hacerle saber los cambios que había experimentado, pero
tal vez…
Dos voces masculinas flotaron en mi dirección, una que no reconocí y
otra ricamente exótica y familiar. La belleza del francés que hablaban me
atrajo del columpio para pararme cerca de la entrada del hueco. Debajo de
un millón de estrellas y luces débiles que salpicaban los jardines para
iluminar los caminos, Vincent y un hombre que se parecía a él caminaban
lado a lado, sus voces bajas, sus palabras rápidas.
Por lo que pude entender por sus gestos con las manos y tonos
cortantes, estaban discutiendo. Entrecerrando los ojos como si eso los
hiciera enfocarse mejor, miré al hombre al lado de Vincent. No era una
réplica del hombre con el que había estado fantaseando durante más de una
semana, pero estaba lo suficientemente cerca en parecido para asumir que
había una relación familiar. Hermanos tal vez, o primos. No estaba segura,
pero ambos eran del tipo que evocaba fantasías ilícitas en la cabeza de una
mujer.
Tuve que sacudirme para apartar la idea.
Atreviéndome a salir más lejos de los setos que me ocultaban a simple
vista, reconocí al segundo hombre cuando se acercaron para sentarse cerca
del pozo. Él era el hombre de la camisa azul, el que había tenido sexo con
Émilie a plena vista. Aunque no podría envidiar a la mujer por querer a
cualquiera de estos hombres, tenía que preguntarme qué tipo de sórdido
arreglo tenían los tres entre manos.
Obviamente, lo que sucedió esa noche fue lo suficientemente molesto
como para que Émilie renunciara a su trabajo. ¿Qué había sido? ¿Qué
habían hecho estos dos hombres?
La curiosidad me empujó un paso más, y mis ojos se clavaron en sus
cuerpos mientras ellos se acurrucaban cerca para hablar. Debería haber
prestado más atención a donde estaba parada. Tan pronto como una ramita
se rompió bajo mi pie, el hombre con Vincent levantó la mirada. Sus ojos se
clavaron en mi cara, su cuerpo se puso rígido, y sus palabras se aceleraron
tanto que obligaron a Vincent a girarse en mi dirección. Me quedé congelada
cuando ambos hombres se callaron y me miraron.
La irritación estaba escrita sobre la expresión de Vincent, y la fuerza
de la misma era un latido en mi garganta.
—Um —tartamudeé, con una necesidad inquebrantable de llenar el
silencio de la noche—, lo siento. Estaba aquí en el columpio cuando salieron.
No quería…
Y así, la molestia desapareció, y la cortés profesionalidad suavizó las
líneas de la cara de Vincent. El hombre a su lado dijo algo que no pude
entender. Sin responder, Vincent se levantó del banco y caminó hacia mí,
las sombras del jardín cortaban bordes rasgados sobre su cara.
—Penélope, estábamos sorprendidos, eso es todo. ¿Estás teniendo
problemas para dormir?
—No tengo que trabajar mañana —respondí, como si eso fuera excusa
para acechar en las sombras.
Desde el banco, el otro hombre habló con dureza, e incluso la belleza
de la lengua extranjera se perdió en su tono. La cabeza de Vincent se giró
para mirarlo, su boca tenía una línea tan afilada como una cuchilla.
—Parece que a mi hermano le gustaría conocerte —explicó, apretando
sus dedos sobre mi hombro mientras me empujaba más adentro del rincón.
Bajando la voz a apenas un susurro, se inclinó hacia mí, y las notas de su
colonia flotaron debajo de mi nariz—. Hazme un favor y di muy poco cuando
te presente. Después de eso, deberías darte prisa y volver a tu habitación.
—Está bien —susurré, un dedo helado trazando mi columna vertebral.
Recordando que el hermano de Vincent había sido el hombre que estaba con
Émilie antes de que ella terminara en el pozo, la aprensión me ahogó.
Di un paso, pero Vincent envolvió sus largos dedos alrededor de mi
bíceps, tirándome hacia él. Un jadeo de aliento escapó de mis pulmones en
el instante en que mi espalda se encontró con su pecho. Inclinando la cabeza
para que sus labios estuvieran peligrosamente cerca de mi oído, él susurró:
—No te muevas demasiado rápido a su alrededor. Sujetaré tu brazo.
Una vez que digas hola, te alejaré de él. Asegúrate de ir directamente a tu
habitación después.
La aprensión se convirtió en un nudo de pánico en lo profundo de mi
pecho.
—Vincent, ¿qué está pasando?
—Te lo explicaré más tarde. Solo sigue las instrucciones, Penélope. Haz
exactamente lo que te digo.
Sin gustarme el sonido de eso, apreté los dientes, mis piernas no del
todo receptivas cuando intenté poner un pie delante del otro. El hermano de
Vincent me miraba fijamente mientras avanzábamos, sus ojos
ensombrecidos, su cuerpo tan quieto que podía imaginar a una serpiente
perfectamente enrollada para atacar. Solo el calor de la mano de Vincent en
mi brazo me impidió gritar y salir corriendo.
Sin embargo, a medida que nos acercamos, pude ver los rasgos de su
hermano más claramente, pude relajarme solo una pequeña fracción para
descubrir que el hombre era tan hermoso como Vincent. La única diferencia
que podía ver claramente era que el hermano tenía un vacío detrás de los
ojos que no se notaba en Vincent.
—Maurice —dijo Vincent mientras nos acercábamos lo suficiente como
para hablar en voz baja y ser escuchados—, esta es Penélope Graham.
Penélope, este es mi hermano menor, Maurice.
—Bonsoir... —dijo Maurice, su cuerpo rígido.
—Elle ne parle pas français30 —respondió Vincent.
Simplemente tragué, mucho, encontrando que era imposible desalojar
la inquietud que obstruía mi garganta. Reprimir un grito de sorpresa era
casi imposible cuando la serpiente finalmente golpeó. De un segundo al
siguiente, él estaba parado a centímetros de mí y estaba inclinado sobre mí,
el calor de su pecho chocaba con el mío mientras la punta de su nariz rozaba
mi cabello. La mano de Vincent se tensó en mi brazo.
Me estremecí al darme cuenta de que Maurice estaba inhalando mi
aroma, y bajé los ojos para mirar sus manos apretándose en puños a sus
costados. Con una voz divertida, él susurró:
—¿Es-tu diabolique ou divine?31
Aclarando su garganta, Vincent dijo:
—Penélope solo saludaba antes de subir a su habitación. ¿No es así,
Penélope?
—Sí —me las arreglé para ahogarme—. Hola, Maurice.
—Hola —me saludó a cambio, con su acento espeso, su voz penetrante.
Sin esperar otro segundo, Vincent me alejó de Maurice, empujándome
ligeramente hacia el camino empedrado que me llevaría a la entrada trasera
del hotel.
—Te lo explicaré mañana —prometió antes de volverse para regresar
con su hermano. No lo dudé, y prácticamente estaba corriendo cuando doblé
una esquina para estar fuera de la vista.
Mi oficina. 11 a.m.
~Vincent
Nunca era una solicitud con él, siempre una orden. Maldiciendo la
forma en que mi aliento quedó atrapado, y mi corazón se aceleró, miré un
reloj para ver que tenía quince minutos para estar en su oficina a tiempo.
Me vestí rápidamente con vaqueros y una camisa negra suelta que había
comprado con el dinero que Vincent me había dado para usar. Me puse las
Converse que había usado la noche en que me conoció, y fui hacia los
ascensores, apoyando mi cabeza contra la pared mientras me llevaba al
primer piso. Mis pies se arrastraron cuando crucé el vestíbulo, y mis ojos se
lanzaron a la secretaria de Vincent mientras me acercaba.
Ella simplemente sonrió y dijo:
—Puedes entrar. Te está esperando.
Abrí la puerta y lo encontré de pie detrás de su escritorio, con las manos
cruzadas detrás de su espalda, sus piernas separadas al ancho de los
hombros y su atención enfocada en la ventana que iba del piso al techo.
Incapaz de hablar sin graznar, elegí aclararme la garganta. No se molestó en
volverse para mirarme.
—Toma asiento, Penélope. Necesitamos hablar.
—¿Estoy en problemas? —pregunté, mi voz suave, ronca.
Mirando por encima del hombro, sacudió la cabeza ligeramente.
—No hay nada por lo que estés en problemas.
Girando lentamente para mirarme, presionó sus palmas contra la
superficie de su escritorio, exponiendo sus hombros anchos mientras su
camisa blanca y apretada se estiraba para abarcar la anchura de su pecho.
—Quería disculparme por Maurice —explicó mientras yo me deslizaba
en mi asiento—. Mi hermano es como una espina en mi costado y nunca
quise que lo conocieras. —Haciendo una pausa, exhaló—. Ahora que lo has
hecho, debo pedirte que nunca digas una palabra de su existencia a nadie.
—¿Qué hay de malo con él?
No respondió de inmediato, y cuando finalmente abrió la boca, fue para
hacer su propia pregunta.
—¿Te asustó?
—Sí —confesé, la palabra se deslizó tan fácilmente de mis labios que
no pude evitar decirla si lo hubiera intentado.
Sus ojos verdes brillaron, atrayéndome.
—Maurice tiene algunos problemas, por decirlo levemente. Ninguno del
que tengas que preocuparte. Solo estoy pidiendo que lo mantengas en
silencio. No mucha gente sabe de él y prefiero mantenerlo así. Parece que
ahora compartimos un secreto.
—Está bien —estuve de acuerdo, y mi estómago se apretó cuando
Vincent enderezó su postura, rodeó su gran escritorio y se apoyó contra él
para pararse frente a mí. Su rodilla rozó la mía y una chispa me atravesó.
Él era el hombre más hermoso que había visto.
—Me impresionó tu comportamiento, Penélope. Tanto es así que... —
Su voz se apagó antes de que pudiera terminar el pensamiento. Por varios
segundos, nos miramos el uno al otro, mi corazón latía erráticamente.
Rompiendo el tenso silencio, Vincent preguntó:
—¿Por qué tengo la sensación de que yo también te asusto?
Me había atrapado desprevenida con la pregunta, y mis mejillas se
calentaron, y el color rosa se extendió por mi cuello y pecho.
—Porque lo haces —admití. Intentando ocultar la verdadera razón de
mi reacción hacia él, rápidamente expliqué—: Eres mi jefe. Puedes
despedirme en cualquier momento y necesito este trabajo.
—¿Eso es todo? —Sus labios se estaban estirando en una sonrisa de
complicidad, me observó, veía través de mí, me tocaba sin siquiera mover
un dedo.
Si el deseo mismo tuviera voz para hablar, sonaría como este hombre.
—Deberías irte —sugirió suavemente—. Antes de que cualquiera de los
dos termine cometiendo un error.
Excepto que no estaba segura de nada que pudiéramos hacer cuando
nadie estaba mirando fuera un error. Sabía en el fondo que, aunque no
significara nada, solo tener un momento de estar con Vincent sería como
morir y atravesar las puertas del cielo.
—Debería irme —exhalé, repitiendo sus palabras mientras me
empujaba de mi asiento, con cuidado de no tocarlo mientras pasaba. Al
llegar a la puerta, no pude evitar mirar hacia atrás para ver que todavía me
estaba mirando. Mi pulso revoloteó debajo de mi piel cuando nuestros ojos
se encontraron.
33Hor d'oeuvres: Son los aperitivos se pueden servir en la mesa como parte de la comida,
o se pueden servir antes de sentarse, como en una recepción o cóctel.
embelesaba. Había un hombre de pie frente a ellos en el frente a la sala; su
esmoquin a medida mostraba perfectamente hombros anchos que se
reducían a un pecho fuerte y una cintura delgada, su rostro completamente
cubierto por una máscara negra que no tenía adornos excepto sombras.
Debe ser él, pensé, pero luego un par de manos fuertes me agarraron,
y un cálido pecho se presionó contra mi espalda mientras la superficie fría
de la máscara de un diablo se rozaba contra mi mejilla. Girando para poder
ver al hombre que me sostenía, unos brillantes ojos verdes me devolvieron
la mirada.
—Vincent —susurré, incapaz de ver si sonreía esa sonrisa
peligrosamente diabólica que encajaba perfectamente con su máscara verde
y plateada. Su mano encontró la mía y antes de que pudiera pronunciar otra
palabra, estaba siendo conducida fuera del salón de baile por un hombre
cuyo esmoquin negro no hacía nada para ocultar la fuerza masculina de su
cuerpo.
Estaba prácticamente corriendo para seguirle el ritmo mientras íbamos
por los pasillos, y cuando estábamos solos juntos mientras el ascensor
subía, me reí y alcancé su máscara.
Su agarre fue doloroso cuando me tomó la muñeca para evitar que se
la quitara.
Las puertas del ascensor se abrieron y él me levantó en sus brazos,
acunándome contra su pecho mientras comía la distancia del pasillo con su
paso largo y poderoso. Él no me volvió a bajar hasta que estuvimos en la
privacidad de mi habitación.
Se quedó quieto mientras nos mirábamos el uno al otro, nuestras
máscaras en el lugar y nuestros pechos agitados. Fue el movimiento de su
brazo lo que me llamó la atención, la longitud de sus dedos deslizándose en
su bolsillo para extraer un largo tramo de seda negra.
Creo que es justo que te advierta que en el dormitorio soy un hombre con
gustos particulares.
Mi corazón era un pájaro atrapado batiendo sus alas
desesperadamente debajo de mis costillas.
Levantando una mano enguantada en negro, giró su dedo en el aire,
exigiendo en silencio que me diera la vuelta. Le obedecí sin pronunciar una
queja.
Sin hacer un sonido más allá del ruido sordo de sus zapatos contra la
alfombra, Vincent se colocó detrás de mí, tan cerca que el calor de su pecho
era un horno contra mi espalda. Sus manos eran gentiles mientras
desataban la cinta que sostenía mi máscara en su lugar. Cayó al suelo tan
silenciosamente como una pluma. La seda suave fue estirada sobre mis ojos,
y la poca luz en la habitación desapareció, y después de asegurar la venda
en su lugar, la punta de su dedo trazó la forma de mi boca, su aliento era
un susurro de sonido cerca de mi mejilla cuando su otra mano agarró mi
cadera y tiró de mí contra él.
Podía sentir la dura longitud de su excitación contra las mejillas de mi
trasero, y un violento temblor me recorrió. Su dedo se deslizó dentro de mi
boca y succioné la punta sin pensarlo. El gruñido receptivo que sacudió su
pecho estaba lleno de satisfacción masculina. Su mano era una dolorosa
presión sobre mi cadera, presionando su cuerpo más cerca, y sacando su
dedo de mi boca se arrancó la máscara de la cara. Sentí la piel de su mejilla
contra la mía, sentí la abrasión del rastrojo cuando su cara cayó y sus
dientes se clavaron en el tierno lugar donde mi cuello se unía con mi
hombro.
Toda la respiración que había estado contenida en mis pulmones salió
de inmediato.
Mi cabeza cayó hacia atrás cuando su mano se extendió sobre mi
estómago, moviéndose lentamente hacia arriba hasta que palmeó el peso de
mi pecho sobre mi vestido y rasgó el corpiño de mi vestido. El material se
hizo jirones, y la belleza de la seda quedó destrozada mientras me
desnudaba a excepción de las bragas que llevaba y los tacones que aún
sostenían mis pies a diez centímetros del suelo. Mientras sus dientes
rozaban mi hombro, las puntas una línea afilada contra la piel sensible, una
de sus manos me sostenía en el lugar por la cadera, mientras que la otra se
zambullía debajo de mis bragas.
Mis rodillas no resistieron y me habría caído si no me hubiera estado
sosteniendo. Hizo círculos con la punta del dedo sobre mi dolorido clítoris,
sin nunca haberse molestado en sacarse los guantes. La tela tenía una
textura áspera contra ese lugar pulsante, y el movimiento de su mano era
tortuoso y exigente. Su pie se movió para apartar y separar más mis piernas
y bajó el dedo para empujarlo dentro de mí.
Un gemido sobresaltado salió de mis labios, y mi cuerpo parecía masilla
cuando sus dientes se hundieron de nuevo, su lengua lamiendo la piel para
probarla. No me importaba el dolor que causaba, no me importaba si me
rompía la piel para lamer la sangre, todo lo que tenía mi atención en ese
momento era la forma en que me tocaba su dedo. Cada músculo debajo de
mi piel se tensó cuando una tormenta se encendió en mi cuerpo, y los
susurros de un orgasmo lamieron mi cerebro hasta que mis caderas se
movieron para rogar que él fuera más profundo.
Estaba tan cerca de desmoronarme cuando soltó el agarre que sus
dientes tenían sobre mi hombro, presionó su boca contra mi oreja y susurró
con la voz más inquietante que alguna vez escuché:
—Du sang pour le plaisir, ma chérie. Je suis à genoux mais je te
possède.34
No importaba lo que había dicho. Yo estaría de acuerdo con cualquier
cosa solo para sentir su pulso dentro de mí.
Su mano se apartó cuando su brazo se movió para trabarse sobre mi
abdomen y levantarme del piso. De un segundo al siguiente estaba parada
en mi sala de estar y siendo arrojada sobre mi estómago sobre la cama.
Intenté girarme, pero su mano golpeó mi espalda hasta que cedí, las puntas
de sus dedos se arrastraron hacia abajo para ahuecarme entre las piernas
hasta que tomó mis dos piernas en su agarre, tiró de mi cuerpo hasta el
borde y separó mis rodillas.
Su aliento caliente era un murmullo entre mis muslos, enviando un
violento temblor por mi cuerpo. Lentamente, oh tan jodidamente lento, pasó
los labios por el interior de mi muslo, sus dientes mordiendo suavemente la
piel empapada cuando llegó al ápice, y su lengua salió para saborearme. Un
grito de desesperación salió de mis labios, y su palma golpeó mi culo para
silenciarme. Me mordí el labio para no gritar de nuevo, la piel de mi mejilla
ardía por lo fuerte que me había golpeado.
Su lengua se hundió dentro de mi cuerpo, y su pulgar encontró la
entrada a mi trasero y mientras me trabajaba convirtiéndome en un juguete
llorón, deshaciéndome en la cama. Incapaz de dejar de liberar la fuerza del
placer violento e implacable, un gemido fue arrancado de mis labios y llenó
la habitación a pesar de presionar mi cara contra la cama para silenciarlo.
Él se detuvo tan repentinamente como había comenzado... hasta que
sus dientes se hundieron en el interior de mi muslo, y otro grito fue forzado
de mis labios para encontrarse con el sonido de su oscura risa.
Una ráfaga de aire frío entró cuando se alejó, la habitación estaba en
silencio y quieta hasta que el sonido del roce de la tela fue un susurro para
mis sentidos, otra bofetada contra mi trasero dividió el aire. Antes de que
pudiera alejarme, Vincent había atrapado mis muslos en su agarre,
P
or primera vez desde que Meadow había comenzado la entrevista
con Vincent Mercier, la última confesión que daría antes de su
muerte letal por inyección, el hombre que había dirigido tan
fácilmente el baile en el que ella había entrado, se quedó en silencio y
contrito.
No era que él le hubiera dicho una palabra para expresar lo que sentía,
era que podía ver un cambio sutil en su expresión, un suave dolor debajo
de su mirada normalmente cortante, que traicionaba su agotamiento. Algo
que ella había dicho cuando le había ofrecido el recuerdo de Penny de los
acontecimientos, había llegado dentro de ese cuerpo frío y cruel, y tocado el
corazón descuidado dentro para que volviera a latir.
—Creo que es mi turno de decirte que he dejado de hablar y, sin
embargo, te has quedado callado. Una promesa es una promesa, Vincent.
Es tu turno de decirme qué sucedió.
Sin levantar la mirada para encontrarse con la de ella, intentó sonreír,
pero el esfuerzo se perdió cuando sus ojos no pudieron reclamar su brillo
siempre presente.
—Me pregunto por qué seguiste adelante —admitió, su voz vacía, sin
inflexión—. El trato que habíamos hecho era que me contaras su perspectiva
hasta esa tarde en el jardín, sin embargo, nos llevaste más allá del baile,
hasta el momento…
Su voz se fue apagando, él sacudió la cabeza, deslizando el dedo contra
el borde de la mesa. El silencio de la habitación fue interrumpido por el
suave traqueteo de sus cadenas.
—¿Es eso todo lo que escribió sobre esa noche? —Sus ojos finalmente
se inclinaron para capturar los suyos, y le preguntó—: ¿Mencionó lo que
sintió en su corazón?
No. Meadow no le había dicho lo que sabía sobre eso. A propósito evitó
describir la adoración, la extraña seguridad, la desesperanza de enamorarse
de un hombre que Penny sabía que nunca podría tener.
El ser entero de Penny había cambiado esa noche, una chica
independiente que había aceptado el vaso de un maestro, bebiendo el
veneno que le ofrecía para convertirse en una esclava que le daría todo. Su
corazón. Su alma. Su vida. Tan fácilmente robado por un hombre que había
estado jugando juegos. Todo por una apuesta, al parecer, por eso Meadow
se abstuvo de decirle a Vincent que, en la noche que le había dado vida a
Penny Graham, también la había destruido al dejarla en silencio.
—Creo que sabes cómo se sintió esa noche. Estuviste allí con ella. Tú
la alejaste de ese salón de baile para dar el primer mordisco... literalmente.
—Haciendo una pausa, Meadow deseó tener un bolígrafo que pudiera usar
para ocupar sus manos, algo que pudiera girar o hacer clic, una distracción
del dolor que sentía—. No para adelantarte, pero habías dejado tu huella.
Los moretones que dejaste atrás desaparecieron antes de que sintieras la
necesidad de probarla de nuevo.
Era esa imagen en particular lo que cambió la expresión de Vincent, la
vida derramándose de vuelta en los ojos de un sádico y asesino. Con los
labios levantándose en las esquinas, él canturreó:
—He dejado muchas marcas, Meadow. No solo en Penélope, sino en
cualquier mujer que vino a mi cama. Nadie se ha quejado nunca. —Cuando
ella no respondió, cuando su ira estaba clara en su rostro, Vincent se inclinó
para susurrar—: También los dejaría contigo, ma belle, si mi situación
actual no me impidiera que eso sucediera.
—¡Nunca dejaría que me tocaras!
Su sonrisa maliciosa se ensanchó.
—¿No lo harías?
Meadow quería arrancar la nota burlona de su voz y metérsela por su
arrogante trasero.
Sonriendo con suficiencia, él chasqueó la lengua y le recordó su
pregunta anterior.
—¿Qué sintió Penélope esa noche? ¿Fue amor?
Irritada por su negativa a abandonar el tema, Meadow preguntó:
—¿Por qué quieres saber? ¿No será solo otra muesca en tu cama, otra
victoria que tan fácilmente barres a un lado junto con el resto de los
corazones destrozados que has dejado al despertarte?
—Es importante para mí —admitió, sin decir nada más sobre por qué
los sentimientos de Penny esa noche importaban.
Cediendo, solo porque sentía curiosidad por la razón por la que a
Vincent le importaba, Meadow confesó:
—Fue la primera sensación de amor, al menos hasta que te fuiste en
silencio sin decirle, hasta que la torturaste manteniendo la distancia
durante las semanas que siguieron. —Parpadeando las lágrimas que
amenazaban con escaparse, e ignorando los susurros de dolor de Penny,
Meadow preguntó—: ¿Esas semanas fueron parte de tu juego?
Su mandíbula se apretó justo cuando la puerta de la sala de entrevistas
se abrió de golpe, y un guardia masculino entró para anunciar:
—Son más de las cinco. Tendrá que concluir la entrevista por hoy.
La irritación por la interrupción se sintió como garras raspando la
columna vertebral de Meadow. Vincent no dijo nada mientras Meadow
luchaba por ponerse de pie, mientras giraba para detener la cinta y recoger
sus cosas. No fue hasta que estaba caminando hacia la puerta para ser
escoltada fuera de la habitación que Vincent volvió a hablar.
—Dime, Meadow, ¿por qué pasaste el punto de la historia que
acordamos? ¿Por qué sentiste la necesidad de contarme la perspectiva de
Penny de la noche del baile?
Parada en la puerta de la habitación, con el guardia esperando no tan
pacientemente en el pasillo, fue el turno de Meadow de darle una sonrisa
irónica.
—Porque sabía que esa noche fue la primera vez que la tuviste, fue la
primera vez que conquistaste a Penny y le atravesaste el corazón. No quería
escucharlo de ti al principio. No quería escucharte presumir. Arranqué el
momento de tus manos, Vincent. —Meadow bloqueó su mirada con la de
él—. Seguí para poder quitarte mérito.
La sonrisa receptiva de Vincent coincidía con la de ella, la mano del
guardia envolviendo su bíceps para llevarla fuera.
—Es una pena que lo veas así, Meadow, porque no fue mi mérito el que
robaste, era el de otra persona.
Con los ojos muy abiertos, Meadow solo tuvo tiempo de gritar:
—¿De qué estás hablando? —Antes de que el guardia tirara de su brazo
y levantara la voz en señal de advertencia.
—Es hora de irse. Continúe resistiéndose y no le permitiremos volver
durante los próximos dos días.
Llevándose los dedos a los labios, Vincent le lanzó un beso a Meadow,
lo último que ella vio antes de ser arrastrada por el pasillo.
Lo último que escuchó fue la voz de Vincent persiguiéndola por la
prisión.
—Te veré mañana, Meadow. Duerme bien esta noche.
M
antenerse alejado de Penélope después de nuestro encuentro
en el jardín era mucho más difícil de lo que debería haber
sido. Yo era un hombre acostumbrado a manejar a las
mujeres, un seductor que se había cansado de los juegos fáciles, pero con
esa mujer en particular no podía librarme de la pregunta constante de si
aceptaría o no mi invitación y me llevaría a su cama.
Verla en los pasillos del Wishing Well no era fácil, verla mientras
empujaba su carrito de limpieza y pasaba su tiempo puliendo y barriendo,
con su culo en forma de corazón rebotando con cada paso y cada golpe de
tela en alguna superficie sucia. Me divertía demasiado cuando pasaba y veía
sus ojos siguiendo mis pasos, las sonrisas tímidas que me daba que nunca
devolvía. Era siempre más divertido mantener a una mujer pensando.
Para pasar esos días sin rendirme a la necesidad de probarla, pasé algo
de tiempo visitando mis otros hoteles y propiedades que nunca me traerían
tanta alegría como el Wishing Well. Varias noches, había llevado a diferentes
mujeres a la cama cuando no estaba a la vista de una mujer joven que
todavía estaba decidiéndose. Ninguna de esas mujeres podía complacerme.
Eran demasiado fáciles. Demasiado codiciosas. Demasiado experimentadas
para lo que tenía en mente.
Solo Penélope satisfaría ese deseo dentro de mí, solo sus grandes ojos,
sus jadeos sobresaltados, su introducción a un estilo de vida que pondría a
prueba cada límite y la haría mía.
Quedaba un día antes de la noche del baile y estaba sentado en el
escritorio en mi oficina en el Wishing Well cuando mi puerta se abrió y John
echó un vistazo dentro.
—¿Tienes un minuto para hablar?
—¿Hay algún problema? —pregunté, mis ojos se centraron en los
documentos financieros que me estaban dando un masivo dolor de cabeza.
—Es Maurice —dijo con calma mientras cerraba la puerta detrás de
él—. Ahuyentó a otra terapeuta.
Recostándome en mi asiento, solté un profundo suspiro.
—¿La terapeuta está herida en alguna forma?
John sacudió la cabeza.
—No. Esta no se acercó lo suficiente como para que Maurice la tocara,
pero antes de salir del hotel, me dijo que Maurice exigía hablar contigo. Ella
afirmó que se estaba quejando de que no lo habían dejado salir del sótano
por más de una semana. Se ha negado a trabajar con nadie hasta que
bajaras a verlo.
Pellizcando la piel entre mis ojos, apreté los dientes. Después de la
noche en el jardín cuando Penélope nos encontró a Maurice y a mí cerca del
pozo, había estado evitando a mi hermano. Él insistía en que le diera a
Penélope como si ella fuera un regalo, pero me negaba a entregar a la chica
solo para que pudiera destruirla como fácilmente lo había hecho con otras.
—Iré a verlo, John. Gracias por dejármelo saber.
Inclinando la cabeza, John se fue sin decir una palabra más. Pasé
varios minutos en el silencio de mi oficina antes de encontrar la fuerza para
dejar mi asiento y dirigirme al sótano para enfrentar a mi hermano.
Al entrar en la entrada que era tan oscura y elegante como la tumba de
un hombre rico, noté que las luces habían sido apagadas en aras de los
apliques de llamas, y las sombras danzantes atravesaban la cara de Maurice
donde estaba sentado en el sofá de cuero marrón esperándome.
—La quiero —ladró, sin tomarse el tiempo para volver a la última
discusión que habíamos tenido esa noche en el jardín.
Pacientemente, respondí:
—Ya te lo dije, ella no es ese tipo de chica. Terminarás matándola
cuando ella se defienda. No puedo permitirme perder a otra empleada,
Maurice. Los cuerpos se están apilando.
La rabia torció su expresión.
—Ella —dijo simplemente, negándose a escuchar cualquier cosa que yo
dijera.
Apoyando un hombro contra la pared, lo miré, con cuidado de no
mostrar mi frustración. Se tomaba lo que consideraba rechazo demasiado a
pecho y podría reaccionar sin pensar.
—Es por esto que no te he llevado al jardín durante una semana.
Tendrás que dejarla ir. ¿Cómo puedo confiar en que no hagas una escena si
ni siquiera te calmas mientras estás en tu jaula? Ahuyentaste a otra
terapeuta.
—Y seguiré haciéndolo hasta que me dejes tenerla. No la mataré. —Su
voz bajó de volumen como si se estuviera hablando a sí mismo y no a mí—.
No lo haré.
Levantando sus ojos verdes hacia los míos, argumentó:
—Las otras fueron un accidente.
Mi corazón se apretó ante la tristeza en su tono. Maurice nunca podía
controlarse. No era su culpa que ocurrieran esos accidentes. Tan inteligente
como era con educación formal, era terrible cuando se trataba de las
emociones o las normas sociales. Es por eso que teníamos que mantenerlo
encerrado como un animal. No sabía hacerlo de otra manera.
—Lo sé —respondí—. Por eso tienes que confiar en mí que Penélope es
la mujer equivocada para ti.
Lo que no le dije era que gran parte de mi negativa era el hecho de que
quería a Penélope para mí. Nunca podría revelar esa verdad particular. Eso
lo llevaría a la violencia.
Me rompió el corazón ver caer su expresión, ver la vergüenza que
Maurice sentía. Independientemente del difícil problema que él había sido
en mi vida, realmente amaba a mi hermano.
—Lo siento —susurré, cruzando la habitación para tomar asiento a su
lado. Él apuntó sus ojos a las puertas del ascensor, negándose a encontrarse
con mi mirada. Llenando el silencio, ofrecí—: Puedo encontrar a alguien
más. Solo necesitas darme algunos días. El baile anual de disfraces es
mañana y está ocupando la mayor parte de mi tiempo, pero después de que
termine, te encontraré otra mujer. ¿De acuerdo?
—D’accord35 —respondió, volviendo a nuestro idioma nativo.
Con pura verdad en mi corazón, dije:
—Je t’aime, mon frere36.
Él asintió, todavía negándose a mirarme y también negándose a
decirme que también me quería.
35 En francés: De acuerdo.
36 En francés: Te quiero, hermano.
Como un conejo evitando a un lobo hambriento, se dispersaba cada vez que
captaba un vistazo de mí dentro del hotel, y mi deseo se profundizó porque
eran las asustadas las que atraían mi atención, las mujeres tímidas que
florecerían completamente bajo la dirección de una mano experta. Sabía en
mi corazón que cuando terminara con Penélope Graham, su cuerpo cantaría
y perdería sus inhibiciones de convertirse exactamente en lo que cualquier
hombre sensual desearía en una esclava.
El baile ya había comenzado en el primer piso cuando me arrastré lejos
de mi piano para vestirme con mi esmoquin y máscara para hacer acto de
presencia entre la multitud adinerada que podía pagar el costo de la
entrada. No tenía intenciones de permanecer en el baile por mucho tiempo,
pero esperaba con ansias el momento en que pudiera permanecer de
incógnito viendo a una mujer encontrar su camino dentro de un evento
diferente a todo lo que supuse que había experimentado antes. Por lo que
sabía de Penélope, por el comportamiento que había visto, no fue criada
entre los privilegiados y la élite; ella había pasado de humildes comienzos a
las calles. Observarla cuando no sabía qué hombre era yo sería un placer
porque ella no escondería la cola y huiría.
La única pregunta era: ¿usaría el rojo o usaría el verde? No me
preocupaba que ella eligiera el color incorrecto. Su comportamiento durante
los últimos días había estado hablando.
Tirando de mi chaqueta negra sobre mi camisa negra y pajarita negra,
coloqué mi máscara sobre mi cara, atando mi cabello hacia atrás en la nuca
para mantenerlo cuidadosamente fuera de lugar. Los extremos rozaron mi
cuello y consideré recortar la longitud cuando salí de mi suite y me dirigí al
ascensor, admirando mi reflejo en las puertas de bronce pulido cuando me
llevaron al lobby y al baile.
La música se extendía para susurrar contra mis oídos y atraerme en
su dirección, el sonido se hacía más fuerte con cada paso que daba hacia el
gran salón de baile. No vi a Penélope inmediatamente una vez que me uní a
la fiesta, pero después de rodear el evento varias veces para asegurarme de
que todo se estaba moviendo como se esperaba, la vi dentro de una pequeña
multitud a la derecha de la pista de baile, con una amplia sonrisa estirando
su hermoso rostro.
Me quedé sin aliento al ver el color del vestido que había elegido, mi
cuerpo se puso rígido y tenso al saber que esta noche sería mi primer
degustación. No podía esperar a quitarle el vestido de su cuerpo perfecto, y
apenas podía contener el impulso que tenía de inclinarla y azotar su culo
perfecto hasta que toda la rebelión hubiera abandonado su mente. Ella se
había calmado un poco desde que la traje por primera vez al Wishing Well,
pero todavía tenía esa vena de desafío y desobediencia que sabía que llevaba
dentro.
Pero primero, la miraría, la estudiaría y la observaría para ver si se
mezclaba bien dentro de una multitud de personas que no se parecían en
nada a ella. Miraría con qué frecuencia me buscaba para intentar
encontrarme. Y luego, después de que el espectáculo hubiera terminado, el
baile terminara, y la noche terminara mientras los invitados continuaban
bebiendo champaña, llevaría a Penélope a su habitación en el quinto piso y
le mostraría qué esperar de un hombre con mis gustos.
Dos horas no eran demasiado tiempo para esperar.
Tomando a una mujer de la mano, la invité a bailar, y mientras la
guiaba con cada vuelta y giro, mantenía a Penélope dentro de mi visión
periférica, disfrutando de cómo ella tomaba un sorbo de su copa de
champán observando el evento. Me equivoqué pensando que sus humildes
comienzos evitarían que se mezclara... era su sorprendente belleza la que
atraía la atención de todos los hombres lo que lograba su incapacidad para
pasar desapercibida. Déjalos mirar, dejemos que sus ojos se llenen.
Penélope sería guiada por mi mano esta noche.
La música en el salón de baile quedó en silencio cuando las luces de la
lámpara se atenuaron. Bailarines profesionales vestidos con sus mejores
trajes tomaron su lugar en el centro cuando la multitud se separó para
darles el espacio adecuado. Después de este espectáculo, después de
permitir que Penélope viera un baile que despertaría el deseo dentro de ella,
planeaba llevarla del salón de baile hasta su habitación y mostrarle cómo el
placer podía mezclarse con el dolor.
Retrocediendo, vi a los bailarines moverse en su lugar, y sentí que mi
corazón latía debajo de mis costillas, sentí la música fluir a través de mí
mientras la iluminación de la habitación se movía para enfocarse en la
rutina de baile. Sus cuerpos se movían en un ritmo perfecto, sus disfraces
provocativos y atractivos, pero para cuando terminaron sus movimientos
coordinados, Penélope no se veía por ninguna parte.
Mirando alrededor, me pregunté a dónde se había escapado mi
hermosa niña, pensé que tal vez había ido al baño o a buscar otra bebida.
Cuando no regresó durante más de media hora, la sospecha se apoderó de
mis pensamientos. ¿Se había ido sola a su habitación? ¿Había pasado
demasiado tiempo disfrutando de observarla cuando no sabía que era yo?
Necesitaba encontrarla. Necesitaba decirle que ella no era un error en
absoluto, sino el sueño de un hombre sádico.
Dejando el salón de baile, caminé por los pasillos hacia los baños, y no
la encontré, tomé un ascensor hasta el quinto piso. La ira me atravesó,
cegándome de ira, cuando doblé una esquina.
Con el esmoquin en su lugar y máscara en mano, un hombre caminaba
por el pasillo desde la habitación de Penélope, un hombre que nunca debería
haber abandonado su jaula. Debajo del ardiente calor de mi furia, corría
una fría línea de miedo.
—Maurice —dije, mi voz suave, mi mente reacia a creer que estaba
viendo a mi hermano caminando por allí sin mí para controlarlo. Mi corazón
tropezó, se tambaleó, y destellos de imágenes de mujeres rotas y sangre
derramada pasaron por mi cabeza—. ¿Ella está…? —No pude terminar la
pregunta, mi terror era demasiado intenso.
—No la maté —dijo, acercándose a mí, y sus ojos verdes se clavaron en
los míos, sus hombros anchos rodaron hacia atrás, con un comportamiento
triunfante, retándome a decir algo.
—¿Cómo saliste del sótano?
Estaba tan sorprendido por su apariencia que apenas podía formular
un pensamiento lógico. La preocupación goteó por mi columna vertebral
seguida de decepción. ¿Había matado a Penélope y me estaba mintiendo
justo ahora? ¿Había destrozado a la chica hermosa que estaba mostrando
tanto potencial?
—De la misma manera que tú entras —respondió, con un desafío en su
sonrisa—. Y tampoco maté al hombre que enviaste con mi cena. Pero ha
estado atado durante una hora ya. Tenía que asegurarme de que no viniera
corriendo para decirte que había escapado de mi prisión.
—Tenemos que bajar las escaleras, Maurice. Antes de que alguien te
vea.
No había fuerza en mi voz, mis hombros se marchitaban con el peso de
mi ansiedad, y el miedo de que Penélope Graham ya no respirara.
Como si intuyera mis pensamientos, repitió:
—No la maté.
Parpadeé lentamente y tragué el nudo que me tapaba la garganta.
—¿Ella se comportó para ti? ¿Estaba asustada?
La ira brilló detrás de sus ojos, vergüenza, satisfacción y algo más.
—Ella me llamó Vincent. Eso no me gustó. Pero fue mi polla con la que
se corrió, ¿no? Mi lengua, mis palabras, mis manos, mis dientes.
Con una sonrisa cada vez más amplia sabiendo que me había ganado
de mano con ella, se movió para pasar junto a mí hacia el ascensor, sin
luchar por permanecer libre de su jaula.
Me di vuelta y vi a mi hermano alejarse, y me di cuenta mientras se
movía con soltura por el largo pasillo que esta era la primera vez que lo había
visto tan calmado.
P
asé dos semanas evitando a Penélope después de la noche del
baile, dos semanas evitando a Maurice, dos semanas lejos del
Wishing Well tanto como era posible para no tener que enfrentar
lo ocurrido. La mañana después del baile, había revisado con Theresa para
asegurarme de que Penélope se presentara a trabajar, y después de
descubrir que estaba viva y bien, me había ido para quedarme en una de
mis otras propiedades, evitando todo menos los correos electrónicos del
trabajo.
Desquitar mi ira hacia las mujeres en la cama no había hecho nada
para calmar mi furia, y no importaba cuánto me ocupara, cuánto me
atiborrara de comida, de alcohol, de sexo y de entretenimiento, no podía
sacar a Penélope de mis pensamientos.
Esa noche se suponía que sería mía. La primera degustación de ella
debería haber sido por mi boca y no por la de mi hermano, pero Maurice me
había demostrado que su prisión no era tan segura como siempre había
pensado que lo era.
¿Por qué esa noche? ¿Por qué ella? ¿Por qué Maurice no se había
liberado antes de ese momento y me alertó de su capacidad de escapar? Fue
mi propia arrogancia lo que lo había encerrado lo suficiente como para
dirigirlo a una noche en la que rechinaron sus dientes y se liberó de sus
cadenas.
Había querido darle la mayor libertad posible al modificar el sótano del
Wishing Well para su uso, y al hacerlo, había puesto vidas en riesgo. Había
puesto mi negocio en riesgo. Y había puesto en riesgo mi propio bienestar.
Después de tres semanas, sin embargo, no podía soportar estar lejos
por más tiempo, y por lo que me dijo el gerente de mi hotel, Maurice no
había vuelto a intentar escapar. Me preguntaba sobre su repentino buen
comportamiento después de descubrir que había formas de romper su jaula.
Al regresar al hotel, había trabajado la mayor parte del día antes de
decidir tomar un paseo por el jardín. Mientras deambulaba por el camino,
no estaba sorprendido de encontrar a Penélope parada junto el pozo,
abriendo su mano para dejar caer un centavo al fondo, la moneda de cobre
parpadeando bajo la luz del sol de la tarde mientras caía de su palma.
Incapaz de resistir la canción de la sirena, me paré detrás de ella en silencio,
inclinándome para poder susurrarle al oído:
—Si pudieras desear cualquier cosa en el mundo, Penélope, ¿qué
desearías?
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Extendió la mano para
limpiarlas, pero yo atrapé su muñeca con una mano mientras usaba la
punta del dedo de la otra para atrapar la lágrima para mí.
—¿Por qué estás llorando?
Penélope sollozó, y el sonido rompió el silencio.
—Por nada —respondió, su voz cortante, defensiva—. Acabo de tener
un mal día, eso es todo. No es nada importante.
Intentando alejarse de mí, jadeó cuando me negué a liberar su muñeca,
tiré de ella más cerca y la giré para mirarme. Sabía por qué estaba llorando.
Sabía que tenía que ver conmigo. Pero quería escuchar las palabras caer de
sus labios. A pesar de todo, seguía siendo un bastardo cruel y codicioso.
—Dime por qué estás llorando.
—¿Por qué te importa? —siseó, queriendo gritar pero manteniendo su
voz baja para no molestar a las otras personas que deambulaban por los
caminos. Más lágrimas se derramaron sobre las mejillas que estaban
manchadas de rosa, y como la primera vez cuando le había dado un
recorrido por los jardines, la arrastré lejos del pozo y hacia el rincón privado.
No mentiría y afirmaría que su enojo no me encendía, era solo otro
ejemplo de la naturaleza rebelde que albergaba dentro de su hermoso
cuerpo.
—¿Por qué no me importaría? —le pregunté, mi mano todavía se
envolvía firmemente sobre su muñeca. Cuando me miró con el ceño
fruncido, tuve que luchar para no hacerla girar y doblarla sobre mi rodilla.
Tres semanas no habían sido suficientes para librarme de la obsesión que
tenía por ella. En todo caso, solo la habían profundizado.
¿Cómo había sido cuando Maurice la engañó? ¿Qué había tomado él
que era mío?
Después de varios intentos fallidos de liberar su brazo, Penélope cedió,
se rindió, y prácticamente se marchitó bajo el entendimiento de que estaba
luchando con un oponente mucho más fuerte. La admiraba por la pelea y la
quería por la habilidad acceder y someterse.
—Me usaste —admitió finalmente, con un borde áspero en cada
palabra empapada de tristeza, ira e inseguridad. Tan confundida por mi
comportamiento, ella estaba perdida, y no sería yo quien ahuyentaría las
sombras que la sostenían, todavía no. No hasta que supiera exactamente lo
que había sucedido la noche del baile.
—Nunca te prometí nada. Solo un error, solo una noche.
Las lágrimas se deslizaron de su rostro para caer al suelo, regando la
hierba, empapando el suelo, su dolor alimentando la vida de la tierra debajo
de nosotros. Tanto como me nutría a mí.
—Lo sé, y es por eso que debo irme antes de decir o hacer algo que haga
que me despidan. Necesito este trabajo.
—¿Qué estabas deseando cuando te encontré hace un momento? ¿Qué
representaba la moneda que dejaste caer?
—¿Qué importa? —preguntó, su voz rota, derrotada.
—A mí me importa. Quizás pueda ayudarte a lograr lo que deseas.
Parpadeando ante las palabras, sacudió la cabeza.
—No. No voy a pasar por eso de nuevo. No lo haré. —Finalmente
logrando sacar su muñeca de mi agarre, cruzó los brazos sobre su pecho, y
sus paredes se reestablecieron. Y con honestidad eso arrastró el aliento de
mis pulmones, ella trabó sus brillantes ojos marrones con los míos, las
manchas doradas brillantes en pequeñas corrientes de luz—. Hiciste que mi
cuerpo cantara como un pájaro. No lo negaré. ¿Pero luego te marchaste sin
decir una palabra? Sin un gracias o un adiós… ¡sin nada! No puedo, no lo
haré, yo…
Atrapando su barbilla con los dedos, detuve su cabeza, acercándome a
ella mientras sus ojos se agrandaban, sus fosas nasales se dilataban
ligeramente por miedo, por necesidad, por incertidumbre.
Mi voz era un susurro desnudo mientras mis labios se cernían unos
provocativos centímetros sobre los de ella.
—¿Te besé esa noche? ¿Te acuerdas?
—No —respondió, la única palabra atrajo más ira, cortando más
profundamente su corazón.
Al menos este primer, esta dosis, será mía. Por lo que mi hermano me
robó, él no tomó esto...
Suavemente, presioné mi boca contra la de ella, permanecí inmóvil,
poco exigente, mientras un escalofrío recorría su cuerpo, el temblor
disminuía mientras se relajaba en el beso, y un suspiro lastimero escapaba
de sus pulmones para que me lo tragara.
Maurice pudo haber robado el cuerpo de este ángel, pero su alma me
pertenecía.
Mitos. Leyendas. Cuentos de hadas. Todos traicionaban la verdad sobre
los labios de una persona, que su beso es el medio por el cual se puede dar
o quitar la vida. Nunca es en el acto físico de dominación y aniquilación,
está en la sumisión al capricho, la simple caricia de una boca contra otra,
el deslizamiento de una lengua, la pasión que se enciende cuando dos
personas comparten ese único momento de pura dicha.
Incluso una puta abriría las piernas para lo que un cliente le ofrezca,
pero ella no le daría su boca, solo porque los secretos de una persona, sus
esperanzas, sus sueños, y su corazón se pueden encontrar en un beso.
Yo había tomado eso de Penélope mientras presionaba su cuerpo contra
el mío, mientras sus labios se separaban para permitirme entrar, mientras
mi puño se apretaba en su cabello y yo entregaba la promesa del dolor. Ella
tembló de nuevo, pero no por miedo, y fue entonces cuando supe que era
mía.
Podría perdonar a Maurice por lo que había robado porque, en verdad,
el corazón de Penélope todavía estaba firmemente sujeto en mis manos.
Apartándome, la dejé sin aliento, vi como sus ojos se abrían, notando
el toque rosa que coloreaba su piel, la distancia que ella había colocado entre
nosotros ahora se ha ido.
—Quiero que vengas a mi suite esta noche. —Mi voz era más ronca de
lo que me gustaba, la verdad de mis sentimientos saliendo en la textura
áspera, la pérdida de fluidez en el habla.
—Está bien —fue su simple respuesta, sus ojos se cerraron de nuevo,
sus labios se separaron ligeramente, invitándome a probar de nuevo. Sonreí,
siempre divertido por esta belleza enigmática.
—Diez en punto. Tengo trabajo que hacer antes. Todo el sexto piso es
mío. El ascensor te llevará directamente a mi puerta.
Alejándome, me detuve, girándome lo suficiente para mirarla por
encima de mi hombro. Ella estaba extasiada, un poco borracha, hechizada.
—Nunca me dijiste lo que deseaste.
El calor coloreó sus mejillas, y una expresión tímida cambió su rostro.
—Deseé felicidad.
Penélope era una horrible mentirosa. Mis labios se curvaron en las
esquinas.
—¿Eso es todo?
Pasaron unos segundos antes de que ella soltara un fuerte suspiro.
—Deseé amor.
Inclinando la cabeza, le lancé una última sonrisa antes de alejarme. Me
hubiera gustado poder ir a un lugar tranquilo, a un lugar silencioso donde
pudiera disfrutar del momento que compartí con una mujer que atrapaba
mis pensamientos expertamente. Pero en cambio, estaba de camino al
sótano para enfrentar a Maurice por primera vez desde la noche del baile.
Ya sabía lo que me exigiría, y después de mi tiempo con Penélope en el
jardín, ya sabía cómo respondería. Esta reunión no sería agradable.
En absoluto.
Prisión de Faiville, 10:37 a.m.
—T
e ves cansada.
Meadow se recostó en su silla, y su intento de
seducir a Vincent quedó ahogado por su vehemencia e
ira. Perdiendo la batalla que pretendía librar contra un
hombre acostumbrado a la refriega emocional, ella hizo algo que él no
esperaría: le respondió honestamente.
—Estoy cansada. Pero también estoy enojada contigo. Estoy triste por
Penny. Me siento perdida, lo cual supongo que es como ella debe haberse
sentido durante toda su estancia en tu hotel. —Otra pregunta molestaba en
su mente, pero no era una que ella declararía en voz alta, todavía no de
todas formas.
Vincent la observó atentamente, su atención enfocada era inquietante
porque Meadow sabía que podía ver cada emoción que golpeaba sus
defensas. Ella quería ganar contra él, hacer lo que Penny no podía, pero
incluso ahora se sentía hundiéndose bajo la superficie de las turbulentas
olas.
Vincent había creado una tormenta, y como Penny, Meadow estaba
atrapada en su violencia, en su desesperanza, en sus lluvias torrenciales. A
pesar de los secretos que ella aún no había descubierto, armas que planeaba
usar contra un hombre que estaba desgarrando su corazón en dos, Meadow
no pudo evitar entender eso, que en este juego, no había ganadores ni
perdedores.
—Nunca le dijiste que fue Maurice esa noche del baile. Ella nunca lo
supo.
Con los ojos buscando en su rostro, su expresión estaba en blanco,
ilegible.
—¿Cómo lo sabes?
Atreviéndose a mirar a Vincent a los ojos, Meadow curvó los dedos en
la palma de su mano haciendo que sus uñas cortaran media lunas en su
piel, apenas sacando sangre. Necesitaba el dolor físico para deshacerse de
las emociones que se apoderaban de ella con un sádico abrazo. ¿Cómo
podían las emociones hacerte daño en todas partes? ¿Cómo podían
estrangularte la vida desde dentro? No eran más que químicos siendo
arrojados en tus venas, pero aun así te congelaban más rápido que incluso
la mirada depravada de un hombre que sabía que te tenía en el lugar. Penny
a veces se culpaba por el tormento que había sufrido, y como Penny, Meadow
se culpaba a sí misma ahora.
—Ella nunca lo escribió en el diario. Tengo que asumir que fue porque
no lo sabía. —Una risa amarga cayó de sus labios—. Tal vez si lo hubiera
hecho, se habría ido de ese maldito hotel. Se habría dado cuenta de que se
había convertido en el único foco del monstruo que creaste tan
expertamente.
Fue el turno de Vincent de estremecerse. Maurice era la única debilidad
en su armadura, el único arrepentimiento que llevaba. Meadow podía ver,
claro como el día, cuán verdadero era el amor de Vincent por su hermano.
Y ahora que el punto débil había sido expuesto, Meadow metía la mano con
dedos codiciosos para arrancar el corazón de un bastardo que había
disfrutado destruyendo las vidas de otros.
Inclinando su cabeza, como lo haría Vincent cuando sabía que te tenía
acorralado, Meadow sonrió.
—¿Qué pasa, Vincent? ¿Duele saber lo que le hiciste a Maurice? ¿Cómo
lo torturaste y lo empeoraste manteniéndolo separado del mundo?
¿Manteniéndolo enjaulado? —Vincent simplemente le devolvió la sonrisa,
pero Meadow sabía que había clavado la espada profundamente, y quería
darle vueltas, vueltas y vueltas hasta que este hijo de puta estuviera
gritando—. Tú creaste un monstruo. Tomaste a una persona que podría
haber tenido éxito a pesar de sus problemas, y solo lograste empeorarlo. —
Chasqueando la lengua Meadow admiraba el borde azotado de la sonrisa de
Vincent. Por una jodida vez ella lo tenía acorralado a él.
Pero no sería la última vez, y solo por esa razón ella continuaría esta
pelea. Por Penny. Por su hermana gemela. Por cada persona que Vincent
había lastimado y destruido.
—No estamos aquí para hablar de Maurice —respondió Vincent, con
voz tranquila, segura, y tan practicada que Meadow sabía que estaba
esforzándose para mantenerla controlada. No había humor coloreando su
tono, ninguna satisfacción ahora que era la destrucción de Maurice lo que
estaba bajo el foco.
Después de la muerte de Penny, y después de recibir el diario que había
quedado en la estela de Vincent, Meadow se había embarcado en la tarea de
encontrar al misterioso hermano mantenido en una jaula del sótano.
Negándose a abandonar el tema, Meadow comentó:
—En realidad creo que estamos aquí para hablar de Maurice. Él fue
otra de tus víctimas. No habrás sido quien lo mató, pero ciertamente fuiste
la causa. —Haciendo una pausa, disfrutó ver destellar su dolor detrás de
sus ojos verdes—. Y no olvidemos lo que le hiciste a Penny. Arrojándola
hacia él como un trozo de carne. —Inclinándose hacia adelante bajó la voz—
. ¿Lo observaste?
Mordiendo el anzuelo, Vincent se inclinó hacia adelante también, sus
labios a solo centímetros de los de ella. Se habría sentido asustada si no
hubiera sido por sus cadenas.
Su voz era igualmente suave.
—Te estás adelantando de nuevo. Y justo cuando estábamos llegando
a las verdaderas pruebas de la fuerza de Penélope.
Poniendo los ojos en blanco, Meadow se recostó en su silla. Vincent no
le daría nada, su máscara estaba de nuevo en su lugar, con su aparente
afán de regodearse. Ella no le daría esa oportunidad. Claro, él disfrutaría
saber exactamente cómo Penny se había sentido durante la siguiente
semana de sus juegos, pero no lo dejaría jactarse. Y cuando terminara de
informarle sobre esta pequeña porción de la historia, sobre esta perspectiva
desgarradora, ella disfrutaría al ver su sonrisa vacilar cuando le clavara el
cuchillo en el pecho más profundo con cosas que ella sabía pero que él no.
Puede que Vincent hubiera tenido sus secretos, pero Penny también
tenía los suyos. Al igual que Meadow.
—Sé que este es el punto en la historia donde finalmente tienes sexo
con Penny. Y sé que has estado muriéndote de ganas por contarme todos
los sórdidos detalles de lo que le hiciste en la privacidad de tu suite. Cómo
le gustó. Como ella pidió más. Cómo la descartaste una vez que te cansaste
de tus juegos, solo para arrastrarla de nuevo para más de tu entrenamiento
íntimo. Lo has estado insinuando durante toda esta entrevista.
Relajándose contra el respaldo de su asiento, Vincent preguntó:
—¿Y tu punto es?
—No te dejaré alardear, Vincent. Y mientras sé escuchar acerca de
cómo hiciste sentir a Penny durante las noches y los días en los que la
entrenaste, la usaste, la follaste y, bueno, le mostraste lo bien que podrías
atormentarla, voy a tomar el control en este punto de la historia para ofrecer
la perspectiva de Penny. Podría ser reveladora.
La risa, oscura y sensual, rodó sobre sus labios.
—Chapeau37, Meadow. Era hora de que me sometieras bajo tu control.
Estaba empezando a pensar que eras tan débil como Penélope.
Estirando las piernas debajo de la mesa, él apoyó la punta de su bota
contra el zapato de Meadow, excepto que esta vez, Meadow se negó a apartar
su pie, se negaba a darle la más mínima indicación de que la había afectado.
Vincent sonrió a sabiendas, y sus grilletes se sacudieron.
—Comencemos, ¿de acuerdo? O más bien, debería decir que es hora de
que tú comiences. Por favor, Meadow, enséñame todos los detalles horribles
que me harán repensar mis malos actos. Tengo mucha curiosidad sobre
saber en qué dirección va esto.
—Sabes lo que dicen sobre la curiosidad —bromeó Meadow.
—Ah —respondió, con voz resbaladiza—, pero entonces Penélope
también lo descubrió, ¿no es así?
Bastardo. El maldito bastardo. Estaba jugando con ella incluso ahora.
Vengativa por la facilidad con la que untó el destino de Penny en su
rostro, Meadow atacó con un golpe bajo.
—Antes de comenzar, me gustaría hacer un balance de todos los
jugadores en esta parte de la historia.
Vincent arqueó una ceja, esperando.
—¿Dónde está Maurice en este momento?
Meadow estaba desesperada por la respuesta a esa pregunta. Tenía sus
sospechas, pero quería que Vincent lo dijera, que admitiera cómo había
jodido y dejado que su hermano se marchitara y se pudriera; quería que él
sintiera la misma agonía que ella sintió en ese momento. Quería
confirmación de que Maurice estaba muerto.
Su mandíbula se apretó una vez, la furia y molestia escritas en esa sutil
exposición que no creía que él se diera cuenta que tenía.
—¿Volvemos a él de nuevo? No estoy seguro de por qué Maurice
importa. —Sonrió—. A menos que, por supuesto, solo estés tratando de
molestarme. —La exagerada censura formaba una línea en su frente—.
37 En francés: Bravo.
Vamos, Meadow, ¿no somos más maduros que esto? Esperaría más de una
mujer que tuvo tiempo de prepararse para enfrentarme. Viniste aquí para
averiguar sobre Penny, y aun así estás dando golpes bajos…
—¿Dónde está? —chilló, interrumpiéndolo—. Quiero saber qué le pasó
a tu hermano.
Sus hombros se sacudieron con una risa silenciosa.
—Oh, estoy seguro de que sí, pero no te daré esa información. Ahora
no. Quizás pueda ser convencido de decírtelo después de que me digas la
versión de Penélope de los eventos. Dame algo para llevarme conmigo a
dormir esta noche y te daré lo que buscas.
Ella suspiró, sabiendo que él había emitido su demanda y no se movería
hasta que le hubiera dado lo que quería.
—Está bien. Pero después de decirte esto, me dices qué le pasó a
Maurice. ¿Trato?
Su lengua trazó su labio inferior.
—Trato.
Penny
E
nferma del estómago, me paseé por mi habitación en el quinto
piso, mordiéndome las uñas hasta las puntas de mis dedos, mis
pensamientos acelerados, y mi corazón latiendo a un ritmo
frenético de autodesprecio y advertencia.
Sabía que no debía confiar en Vincent después de lo que había hecho
antes, pero a pesar de todas las preguntas gritando en mi cabeza, y todos
los inquietantes susurros, todavía no podía quitarme la necesidad que tenía
de sentirme viva otra vez.
Había quedado aplastada la noche del baile después de haber volado
tan alto, había sentido que caí de golpe al suelo cuando Vincent se fue sin
decir adiós; pero luego ser arrastrada por el barro, y que me restregaran en
la cara la fea verdad de que no le importaba un comino, había hecho que
pasara totalmente de cada deseo que tenía por el hombre, eligiendo dejar
pasar mis esperanzas de que podría haber algo.
Y sin embargo, él había regresado y me había encontrado en el
momento exacto en el que pedí un deseo mientras arrojaba un centavo al
fondo del pozo. Bien podría haberme tirado yo dentro por lo conveniente que
había sido su llegada.
Era como si el destino hubiera intervenido y empujado todos mis
instintos para que tomaran un asiento, delantero y central, mientras me
mostraban un letrero que decía “tal vez”.
Tal vez es una palabra tan jodida.
Sin importar cómo tratara de convencerme de que no debería ir a la
suite de Vincent, había una pequeña parte de mí merodeando en ese rincón
donde él me había arrastrado, aún derritiéndose por la forma en que nos
habíamos besado. Fue esa parte la que me obligó a vestirme. Esa parte la
que me llevó a peinarme cuidadosamente y dejar mi cabello suelto en mi
espalda. Esa parte la que me obligó a salir por la puerta de mi habitación,
ir al final del pasillo, y entrar en el ascensor. Fue esa parte la que presionó
el botón marcado con el número seis.
Como Vincent había dicho, las puertas del ascensor se abrieron
revelando otro conjunto de puertas de madera oscura, tan intrincadamente
talladas que el patrón en sí era suficiente para hipnotizar. Esas puertas
hablaban de dinero, hablaban de gusto masculino, hablaban del hombre
que estaría esperando al otro lado por una chica pequeña y estúpida que no
había aprendido la primera vez, que su interés era volátil en el mejor de los
casos.
Mi elección era dar un paso adelante o dar un paso atrás, eligiendo de
qué lado de las puertas del ascensor debía estar cuando estas se cerraron
con un silbido electrónico y silencioso.
Di un paso adelante y levanté la mano para tocar la puerta de madera
oscura, mi corazón haciendo ruidos sordos dentro de mi pecho. Vincent
abrió la puerta, su chaqueta de traje había desaparecido, y su camisa color
crema estaba desabrochada en el cuello, con las mangas enrolladas para
revelar sus fuertes antebrazos.
—Me alegro que hayas venido —me saludó y la cadencia rodando de su
voz creó pequeños temblores en mi núcleo.
Con la boca seca, y el corazón palpitante, no sabía qué decir.
Afortunadamente, él llenó el incómodo silencio.
—Deberías entrar. ¿Quieres un trago?
—Creo que sí —murmuré, siguiéndolo con piernas temblorosas.
Aunque habíamos pasado un momento juntos después del baile, no se había
sentido tan profesional, tan planificado. No sabía en qué estaba entrando
ahora y por qué Vincent se sentía tan frío.
Su suite era exactamente como había imaginado que sería: opulenta,
elegante, tan impresionante como el hombre que la poseía. Unas cortinas
con un diseño rojo oscuro y otros accesorios, alfombras y paredes de rico
cuero marrón y crema, tenía cuadros artísticos colgados para acentuar el
entorno y accesorios de cristal y plata que brillaban bajo una suave
iluminación. Había estanterías alineadas en una pared mientras que
ventanas que iban del suelo al techo alineaban la otra, y en el centro de la
habitación con velas encendidas brillando contra su superficie había un
piano de cola negro.
—¿Eso crees? —repitió, sin esperar mi respuesta antes de cruzar el
espacio con su poderosa arrogancia para comenzar a mezclar bebidas en
una barra lateral.
—No sé qué esperar —admití, la honestidad me salió sin importar
cuánto deseaba que se detuviera.
Mirando por encima del hombro, arqueó una ceja.
—Asumo que has tenido sexo antes. Una vez ya conmigo. La mecánica
es casi la misma, aunque la experiencia puede ser dramáticamente
diferente.
—Tal vez es la experiencia lo que me preocupa. La última vez fue... —
mis mejillas se sonrojaron—... fue memorable, pero el final me dejó
colgando.
Girando con dos tragos en la mano, me miró fijamente mientras se
acercaba. Entregándome uno, me preguntó:
—¿No te corriste?
—Se trató más de la abrupta salida —admití.
Mis mejillas brillaron más y llevé el vaso a mis labios sin importarme
qué demonios me había servido. Vincent sonrió al ver que lo había
terminado. Mirando su vaso, le pregunté:
—¿Vas a beber eso?
Me lo entregó.
—Es posible que desees controlar el ritmo. No puedo dejar que te
desmayes durante las mejores partes. —Corrigiéndose, agregó—: Bueno, no
por el alcohol de todos modos.
Me tomé a tragos el vaso, y el alcohol se filtró rápidamente en mis
venas. Sintiéndome un poco más relajada, me lamí los labios y pregunté:
—Entonces, ¿cómo funcionará todo esto? ¿Me vas a vendar los ojos
como la última vez?
Sus ojos verdes brillaron con un pensamiento tácito. Tomando el vaso
de mi mano, lo estaba llevando hacia la barra lateral cuando dijo:
—Quítate la ropa, Penélope.
¿Qué? De alguna manera, el sentimiento no era tan romántico como él
arrancándome la ropa del cuerpo. Cuando estuve con él después del baile,
había sido un calor desnudo, crudo, sofocante. ¿Y ahora? Era distante,
calculado, frío.
Colocando el vaso sobre la barra, echó un vistazo; el hielo golpeó dentro
de un vaso nuevo que él estaba preparando.
—No estaba bromeando. Si estás aquí para aprender cómo es ser mi
amante, te sugiero que aprendas a seguir instrucciones. No te gustarán los
castigos que tengo para ofrecer.
¡¿Castigos?! Mis ojos se redondearon.
—No hiciste esto la última vez —tartamudeé, aceptando la bebida de
su mano después de haber cruzado la habitación con pasos delicados para
pararse frente a mí.
Tomando un sorbo de su vaso, respondió:
—La última vez fue una presentación. Esta noche es lo real.
Su sonrisa era lasciva.
—Te advertí que soy un hombre con gustos particulares. No actúes tan
sorprendida. —Levantando la barbilla, ordenó—: Termina tu bebida,
Penélope, y desnúdate. Si no te gustan los términos de este acuerdo, sabes
dónde puedes encontrar la puerta.
Mi primer instinto fue arrojarle la bebida a la cara y salir corriendo. El
segundo, sin embargo...
No podía olvidar cómo había hecho cantar a mi cuerpo. Los recuerdos
de eso me habían mantenido despierta todas las noches durante las últimas
tres semanas. ¿Esto? Esto se sentía más como un acuerdo de negocios.
Exhalando, me tragué la bebida, coloqué el vaso en una mesa cercana
y miré para ver a Vincent sentándose en el banco del piano. Sus ágiles dedos
tocaron suavemente las teclas mientras tomaba mi decisión sobre qué haría.
No era como si tuviera que hacer esto de nuevo si no me gustara. Tal
vez el calor crudo que recordaba volvería una vez que me quitara la ropa y
mi cuerpo estuviera desnudo. Lentamente, me quité la ropa que había
seleccionado cuidadosamente más temprano, y la inseguridad rugió a través
de mí mientras Vincent tocaba el piano tranquilamente. Las notas que
flotaban no hacían nada para aliviar mi ansiedad. Él no se molestó en
levantar la vista hasta que me acerqué para pararme a su lado.
Incluso entonces, le tomó otro minuto o dos darme su atención, y
cuando lo hizo, su mirada recorrió lentamente mi cuerpo, comenzando
desde los dedos de los pies y terminando con mis ojos.
—Eres hermosa —dijo, su voz suave, ronca—. Espero que lo sepas.
Una oleada de timidez me mareó. Me sentía expuesta. Estudiada. Una
rata de laboratorio esperando que el científico caliente como el infierno me
clavara un tortuoso instrumento u otro. Ignorando el escalofrío que me
recorrió la columna, respondí:
—Gracias.
—De nada. —Su cabeza se inclinó hacia la izquierda—. Segunda puerta
de la ventana. Entra en la habitación, párate frente a la Cruz de San
Andrés38 y espérame hasta que vaya por ti.
Mi corazón dio un vuelco, y luego se sacudió, volviendo a la vida con
un ritmo irregular.
—¿La qué?
Levantando una mano, agarró mi barbilla entre sus dedos y me hizo
inclinar la cabeza hacia abajo para mirarlo.
—El objetivo de estos ejercicios es aprender la sumisión total. Debes
hacer lo que te dicen sin dudar. Debes aceptar el dolor. Debes evitar gritar
y llorar a menos que te pida que lo hagas. —Haciendo una pausa, dejó que
esos pensamientos se asentaran antes de añadir—: Debes confiar en mí,
Penélope, y sé que al final me lo agradecerás.
—Tengo miedo —susurré.
Me enfrentó por completo y se puso de pie en toda su altura, su
proximidad me recordó cuán pequeña era comparada con él. Eso no me hizo
sentir mejor.
Sin embargo, su comportamiento se suavizó cuando llegó a ahuecar mi
mejilla con su palma, y su pulgar acarició mis labios con una asombrosa
gentileza que no había esperado de él. El calor volvió con una dinámica que,
hasta ese momento, había estado desprovista de sentimiento.
—Sé que tienes miedo. Deberías estar asustada. Y no es así como
quiero que te sientas. Pero en esto, no tienes idea de cuán importante es
que confíes en mí sin importar lo que sientas. Solo quiero lo mejor para ti.
Pero debes someterte y debes obedecer.
Inclinándose, me besó, y el calor de sus labios hizo que mi cuerpo se
derritiera contra él, el calor de sus manos se deslizó cuidadosamente por
mis costados, nunca tocando mis senos, pero deteniéndose justo debajo de
ellos. La necesidad penetrante era un maremoto chocando contra mí, y los
38Cruz de San Andrés: La cruz de San Andrés, crux decussata, X-cross, X-frame o saltire
cross es un equipo común en las mazmorras BDSM. Por lo general, proporciona puntos de
restricción para tobillos, muñecas y cintura.
recuerdos de la primera vez que habíamos estado juntos se convirtieron en
calor líquido entre mis muslos.
—Tu es ma seule chagrin39 —susurró alejándose de un beso que me
dejó sin aliento. El significado de las palabras se perdió para mí, pero no el
tono triste.
—¿Qué dijiste?
Con los ojos recorriendo mi cuerpo, respondió:
—Confía en mí, Penélope. Y haz lo que yo diga. Entra en la habitación
y espérame.
Dudando de mi decisión, asustada por lo extraño que era todo, me
concentré en el beso, en la forma en que se sentía mi cuerpo cuando me
tocaba, en la liberación que me había dado la última vez que confié en él
para mostrarme que podía hacerme derretir. Y por esas razones, a pesar de
lo ridículas que eran, a pesar de que la lógica interna me gritaba que me
vistiera, saliera, y me fuera corriendo tan lejos del Wishing Well como era
posible, puse un pie delante del otro y le obedecí.
Al abrir la puerta, me paré confundida por un momento, porque a pesar
de que había una cama, esto no era lo que esperaba de un dormitorio.
Las alfombras eran de felpa gruesa y negra; las fibras eran suaves
contra mis pies mientras daba un paso al frente. En el lado derecho de la
habitación había una cama grande vestida con sábanas de seda rojo sangre,
y había pequeñas cadenas colgando sobre ella en la pared, el metal plateado
reluciendo contra la pintura oscura. En su base había cuerdas atadas a dos
postes altos, los bucles en sus extremos casualmente colocados sobre el
colchón como si hubieran quedado en su lugar después de su último uso.
Quería salir corriendo, pero no lo hice. No sé por qué no lo hice, el
banco de cuero en el lado izquierdo de la habitación debería haberme
ahuyentado, especialmente con la variedad de correas, látigos y paletas que
colgaban de la pared sobre él. Arrastrándome cuidadosamente hacia
adelante, miré la gran cruz de madera y cuero que estaba unida a la pared
frente a mí. No era realmente una cruz como Vincent la había llamado, sino
más bien una X con esposas unidas en la parte superior e inferior. Al
acercarme, pude oler el barniz de la madera, y el cuero… me pude imaginar
la impotencia que uno sentiría cuando estaría sujeto a él, la renuncia
absoluta del control.
Mi miedo...
Su miedo...
Nuestro miedo...
Era hipnótico e intoxicante.
Con la boca alejándose, el apretón de su mano se apoderó de mi otro
seno, su dedo todavía moviéndose dentro de mí, más rápido, más duro, más
profundo, hasta que este hombre poderoso perdió el control.
No tengas miedo...
Una voz deslizándose a través del silencio. La voz de Vincent.
Obedece...
Estaba siendo estudiada. Podía sentir sus ojos mirándome con hambre
codiciosa. Sabía que con un movimiento equivocado, la gentileza que estaba
luchando por darme se perdería con su moderación.
¿Por qué la idea de que él perdiera el control hacía que mi cuerpo
suplicara más?
Su toque desapareció repentinamente... hasta que ambas manos se
cerraron sobre mis muñecas, sobre la cruz, encerrándome en el lugar.
Incapaz de evitar llorar, me tragué el miedo, temblando cuando esas manos
castigadoras se arrastraron por mis brazos, sobre mis senos, bajando por
mi cintura para agarrar mis caderas, y luego su boca estaba entre mis
piernas.
Lengua, dientes, hambre viril, me poseía mientras estaba de rodillas.
Mi cabeza cayó hacia atrás, y sus manos soltaron mis caderas para palmear
mi trasero, sus dedos agarrándome hasta que me estremecí por el dolor.
Como un hombre hambriento, él me probaba, se atiborraba de mí, metiendo
su lengua adentro para tragar mi liberación. Y cuando él se apartó de mí
suavemente, lentamente, con pesar, sentí un claro cambio en el aire.
Donde había habido moderación, ahora no existía ninguna. Donde
había habido cuidado, la crueldad reinaba ahora. No me dieron la menor
advertencia antes de que él embistiera dentro de mí, las esposas sobre mis
tobillos clavándose en mi piel. Sus uñas se arrastraban por la parte posterior
de mis muslos con cada golpe de cuerpo, agarrándome detrás de las rodillas
para separar mis piernas a pesar de los grilletes que me sujetaban.
Perdida por el ritmo depredador, y la crueldad de sus embestidas, gemí
por el perverso placer, aliviando la presión que se acumulaba dentro. Mi
espalda se estrellaba contra la cruz acolchada, mi corazón martilleaba, y
mis músculos se apretaban mientras él se conducía imposiblemente más
profundo, mientras su naturaleza salvaje me devoraba.
Había sido una chica estúpida por delatarme tan fácilmente, pero si
este era el castigo que recibiría, lo haría una y otra vez.
Se produjo un cambio, el placer implacable, y un orgasmo surgió a
través de mí tan violentamente que grité en libertad.
Eso solo lo volvió más fuerte. Solo lo obligó a alejarse, a quitarme los
grilletes de las muñecas y tobillos, para romper el agarre que habían tenido.
Caí hacia adelante, incapaz de mantenerme de pie, pero fui atrapada sobre
un hombro fuerte, fui levantada y llevada antes de ser bajada y colocada con
mi estómago sobre un banco acolchado.
Con una mano fuerte, sujetó mis muñecas a la pared frente a mí y él
empujó dentro de mí otra vez. Él me poseía mientras se forzaba más
profundo, me atormentaba mientras sus dientes se arrastraban por mi
espalda y su palma se cerraba sobre el peso de mi trasero, deslizando su
pulgar entre las mejillas y empujando el ancho dentro de la abertura
apretada, reclamando posesión de mí enteramente.
Otro orgasmo cuando su pecho vibró contra mi espalda, otro grito
cuando sus dientes se clavaron en la unión de mi hombro y cuello, y una
oleada su poder me atravesó cuando cerré los ojos y me desmayé.
Tal vez el alcohol había sido demasiado, o tal vez era simplemente él.
Pero cuando mis ojos se abrieron para encontrar que la venda se había ido,
estaba descansando sobre una cama suave y sedosa, la habitación vacía,
las paredes silenciosas, y mi agotamiento tan incómodo que sonreí y me
quedé dormida de nuevo.
No conoces el miedo hasta que has atravesado la oscuridad. No conoces la
desolación hasta que hayas sido arrojado a los lobos.
N
unca supe de dónde habían salido esas palabras, esas
advertencias, esos susurros, durante las tres semanas que
Vincent me reclamó como suya. Estaba dándome cuenta que
debería haberlas escuchado. Estaba dándome cuenta que debería haber
salido corriendo.
—Voy a necesitar maquillaje para los moretones. Theresa sigue
haciendo preguntas.
Sentada en uno de los asientos de cuero que daban al escritorio de
Vincent, contemplé el perfil de su rostro mientras él leía su papeleo. No se
molestó en mirarme, en cambio levantó un dedo para pedir otro momento
de silencio mientras leía algún documento que estuviera estudiando.
Las semanas habían pasado, cada noche traía más dolor, cada día traía
más angustia y humillación cuanto más me exponía a sus gustos. Estaba
comenzando a creer que estaba intentando descubrir hasta dónde podía
empujarme antes de que me rindiera y huyera. Hombre tonto, nunca
consideró que me convertiría en adicta a su peculiar sabor.
Ser poseída se había convertido en una droga.
¿Qué pensaría mi madre? ¿Mi hermana? En los dos meses que había
pasado en el Wishing Well, todavía no las había contactado. Estaba
avergonzada, pero ellas seguían escribiéndome, seguían pidiendo
información a través de una dirección de correo electrónico que había tenido
desde antes de que mi madre se volviera a casar y se fuera. Tendría que
responder eventualmente. Simplemente no sabía lo que diría.
¿Ayuda?
¿Todo está estupendo?
¿Estoy soportando látigos, azotes y recorridos desnuda por un jardín
durante la noche mientras mi jefe, y amante, me sigue con su cuerpo
completamente vestido?
Solo la venda que amaba usar conmigo me impedía saber si los
huéspedes pasaban a mi alrededor mientras la hierba me hacía cosquillas
en los pies descalzos y era llevada a bancos y columpios.
De alguna manera no creía que lo aprobarían, así que no había
respondido a pesar de que mi hermana contactó a Blake para saber que ya
no estaba con él.
Sin embargo, aquí estaba, sabiendo cómo reaccionarían ante este estilo
de vida que había elegido, mirando fijamente a un hombre que no se
molestaba en dirigirme la mirada después de que yo le hablara. Como
siempre, esperé hasta que estuviera listo para reconocer mi presencia en la
habitación. Esperé hasta que me consideró lo suficientemente importante
como para saludarme. Me preguntaba cuándo llegaría el día en el que no
esperara la oscuridad de la noche para hacerme desfilar a través del jardín,
para alardear frente a todos los ojos aprobadores de los huéspedes de lo
bien que había aprendido a obedecer.
¿Estaba mal que el pensamiento causara que mis muslos se apretaran
más? En los meses que había estado aquí, estar expuesta había adquirido
un significado completamente nuevo.
Arrastrando el bolígrafo sobre el papel con una floritura dramática y
masculina, él firmó lo que sea que había estado estudiando y se recostó en
su asiento, empinando sus dedos debajo de la barbilla mientras me
estudiaba.
—¿Qué le has dicho a Theresa sobre los moretones?
Removiéndome en mi asiento para quedar atrapada por su mirada
insondable e implacablemente verde, respondí:
—Puedo cubrir la mayoría, son solo los que tengo en las muñecas los
que son un problema.
Alguna decisión tácita era obvia en su mirada.
—Entonces te encontraré una nueva posición en el hotel. Un nuevo
trabajo con mejor paga. Le explicaré a Theresa que has demostrado
adecuadamente tu valía y, como recompensa, te he cambiado a un nuevo
departamento.
—¿De verdad? —La sorpresa levantó mis cejas—. ¿Más dinero?
—Sí —dijo, abriendo un cajón a su lado y extrayendo una pequeña
anilla, adjunta a la cual había una sola clave—. Recientemente hubo una
salida abrupta y necesito llenar el puesto. No hay ninguna razón por la que
no debería dártelo. —Lanzando la llave en mi dirección, sonrió cuando la
atrapé.
—¿Cuál es el nuevo trabajo?
—Discutiremos eso en un minuto. —Empujando su asiento lejos de su
escritorio, ordenó—: Ven aquí.
Parándome de mi asiento, rodeé su gran escritorio sabiendo que él
quería que tomara asiento en la superficie frente a él. Obviamente, lo hice,
sabiendo que esa queja llevaría a que su palma golpeara mi trasero. No era
que me importara el dolor, él tenía formas de calmarlo.
Su voz oscura, profunda y áspera, ordenó:
—Quítate la camisa, Penélope.
Aunque las ventanas detrás de él no tenían cortinas, y aunque en los
jardines más allá podía ver a los huéspedes caminando, hice exactamente
lo que él había dicho. Mis pechos se tensaron tan pronto como estuvieron
expuestos a sus ojos, necesitados, palpitantes, desesperados por su toque.
Él me miró fijamente en su lugar.
—De rodillas.
Me deslicé fuera del escritorio y me dejé caer al suelo.
—Llévame a tu boca.
La comisura de mi boca se arqueó, una sonrisa malvada solo para él.
Desabrochándole el cinturón y el botón que le abrochaba los pantalones,
liberé su erección, aseguré mis labios y lo tomé dentro. Los dedos de ambas
manos se apretaron en mi cabello mientras él me dirigía hacia abajo y
marcaba el ritmo que quería.
Solo habían pasado unos segundos succionando, lamiendo y probando
la sal de su piel antes de que él comenzara a hablar.
—Quería que tu boca estuviera ocupada mientras te digo esto. No te va
a gustar y no quiero que me respondas, no hasta que hayas tenido tiempo
de considerar tu decisión.
Mientras el miedo recorría mi columna vertebral, produciendo lágrimas
en mis ojos, tuve que luchar para no apretar los dientes. Cualquier rasguño
lo enojaría, y tenía formas de regresar ese disgusto, formas de mostrarme
eso, y tan gentilmente como podía otorgarme su atención, podía fácilmente
quitármela.
—Cuando hayas terminado de chuparme la polla, y cuando hayas
tragado la liberación que me darás, quiero que te vuelvas a poner la camisa,
tomes la llave que te lo he dado, y vayas a las cocinas para recoger una
comida que estará esperando.
Mis dientes rozaron su piel, y las lágrimas cayeron más rápido cuando
su mano apretó mi cabello más fuerte.
—No haría eso otra vez, Penélope. Estoy tratando de salvar tu trabajo.
¡¿Qué?! La ira se filtró para mezclarse con el dolor y el terror de que
estaría sin hogar de nuevo, ¿y por qué razón? ¿Porque me había lastimado
y alguien lo había notado?
Con el corazón martilleando debajo de mis costillas, bajé los labios para
proteger mis dientes.
Una risa oscura flotó sobre mi cabeza; sus manos conducían mi boca
más rápido.
—Eso está mejor. Por un segundo, pensé que lamentaría tener que
despedirte.
Nunca había llorado antes mientras le chupaba la polla, nunca lo odié
mientras lo obedecía. Pero ahora, lo que quería hacer era alcanzarlo y
sacarle los ojos. No necesitaba decir una palabra más para demostrar lo fácil
que me había arrinconado. Necesitaba este trabajo. No tenía a dónde ir, y
ahora él daría y tomaría lo que quisiera.
Su agarre se aflojó en mi cabello solo un poco, y el ardor a lo largo de
mi cráneo se relajó.
—Una vez que hayas recogido el plato cubierto que se reservará para
ti, tendrás que tomar el ascensor hasta el sótano con la llave que te he dado
y el código numérico que está pegado a su lado.
Sin previo aviso, sus caderas se sacudieron y disparó su liberación por
mi garganta.
—Traga, Penélope. No te gustarán los resultados de enojarme.
Haciendo lo que dijo, aún podía saborearlo en mi lengua cuando le
pregunté:
—¿Qué hay en el sótano?
No necesitaba responder para que lo supiera. Los pensamientos sobre
Émilie en el pozo pasaron por mi cabeza, los ojos vacíos de un hombre que
había conocido antes me miraban fijamente en mis pensamientos. ¿Es esto
lo que Vincent le había hecho a Émilie en aquel entonces? ¿Lo que me estaba
haciendo ahora?
Mi pecho se estremeció con un sollozo desgarrador. Qué chica tan
estúpida había sido.
—Mi hermano Maurice. Parece que su último cuidador renunció de
repente, y necesito que una nueva persona le lleve sus comidas.
El terror tensó mis músculos sobre cada hueso. Todavía arrodillada en
el suelo, no podía mirar a Vincent mientras se abrochaba los pantalones.
—¿Por qué me estás haciendo esto? Pensaba que era peligroso.
—Lo es —respondió en voz baja—, por lo que debes seguir mis
instrucciones al pie de la letra.
—¿Y si me niego?
Presionando un dedo debajo de mi barbilla, inclinó mi cabeza para
obligarme a mirarlo. No había ningún indicio de arrepentimiento o
preocupación en su hermoso rostro.
—Entonces lamento informarte que tu tiempo en el Wishing Well ha
terminado.
Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas, un dolor tan penetrante en
mi corazón que pensé que se partiría en mi pecho. Vincent chasqueó la
lengua y sacudió la cabeza. Con una voz sedosa, dijo:
—No podrías haber creído sinceramente que me quedaría contigo para
siempre, ¿o que te amaría? ¿Qué tan tonto es eso, Penélope? Eras una chica
sucia que saqué de las calles y te di un trabajo. No tienes voz en qué
consistirá ese trabajo y si rechazas lo que ofrezco, te reemplazaré. Es así de
simple.
¿Por qué no había ahorrado dinero? ¿Por qué había creído en el cuento
de hadas que me había dado? ¿Por qué me había metido en la telaraña
cuando no había hecho nada más que doblar su cruel dedo para invitarme?
Era como si las últimas semanas hubieran matado a la chica que solía
ser. Me había vuelo débil en el regazo del lujo. Y ahora, demasiado temerosa
de volver a lo que había sido antes de que me encontrara, asentí con la
cabeza.
—¿Cuáles son las instrucciones?
Sonriendo, respondió:
—No hagas movimientos bruscos a su alrededor. No grites o digas nada.
No te resistas si te asusta. Y si quieres salir del sótano ilesa, solo haz lo que
él quiera.
—¿Cualquier cosa? —exhalé.
Él asintió.
—Voy a triplicar tu salario. Y en lugar de fregar, pulir y terminar
exhausta, puedes pasar tus días relajándote cuando no estés en mi suite.
Serás consentida por entregar tres comidas al día.
El dinero era difícil de rechazar. Y en un mes podría ahorrar suficiente
para escapar, ahora que sabía que mi trabajo aquí y mi aventura con
Vincent no eran confiables.
—Bien —respondí mientras el odio me recorría. Pero a pesar del feo
sentimiento, y la traición, solo pensé en la recompensa que recibiría cuando
Vincent me tomara en su suite otra vez.
¿Qué mierda me pasaba?
Me puse de pie, me puse la camisa sobre la cabeza y agarré de un tirón
la llave donde la había dejado en el escritorio. No me molesté en mirar hacia
atrás cuando salí de su oficina y me dirigí a las cocinas para encontrar un
plato con una cúpula plateada como él había dicho. Mis piernas apenas me
sostenían mientras me dirigía al elevador, insertaba la llave y marcaba el
código de seis dígitos.
Quería vomitar por el miedo consumidor, quería gritar por la forma en
que estaba dejando que Vincent me usara.
¿Por qué no había visto venir esto?
El ascensor se deslizó suavemente hasta el piso del sótano, y las
puertas pulidas se abrieron para revelar un vestíbulo de entrada con
paredes negras, pisos negros, asientos de cuero y jarrones de cristal llenos
de rosas. Al pasar, apenas podía ver por la luz parpadeante de los apliques
de llamas en la pared.
Mi miedo me consumió y tuve que respirar para no dejar caer el plato
y huir.
—¿Hola? —llamé, sin estar segura de dónde dejar la comida, sin estar
segura de nada ya.
Un ruido en un pasillo lateral me llamó la atención, el camino
iluminado solo por el parpadeo de la luz de las velas. Hubiera pensado que
la escena sería romántica si no temiera al monstruo oculto de la vista.
Quizás nada sucedería. Se me ocurrió la idea de que, como todos los
juegos que Vincent había jugado conmigo durante las últimas semanas, esto
era solo otro, una prueba para ver cuán verdaderamente obediente podría
ser. Debía haber estado realmente enferma de la cabeza cuando el
pensamiento de la recompensa que vendría, me emocionó.
Respirando profundamente, giré a la izquierda para caminar por el
pasillo, moderando el ritmo de los pasos mientras me asomaba dentro de
habitaciones oscuras esperando que algo saltara hacia mí. Al llegar a la
última puerta, miré dentro esperando ver una cámara de tortura o algún
tipo de mazmorra, pero en su lugar encontré una sala de estar de colores
brillantes con paredes amarillas y luz brillante y eléctrica. Fue el golpeteo
de dedos contra un teclado, lo que atrajo mi mirada hacia la derecha, y el
hombre sentado detrás de una computadora me devolvió la mirada igual de
sorprendido mientras yo lo miraba fijamente.
Esto no era lo que esperaba. Maurice parecía... normal.
El alivio era como un globo desinflándose dentro de mí.
Quería reírme de lo estúpida que había sido al pensar que Vincent
realmente me arrojaría a un perro rabioso. Ese salario extra que me había
prometido se veía mucho mejor ahora que entendía la mentira que había
dicho.
—El almuerzo está aquí —anuncié con una sonrisa—. ¿Dónde quieres
que lo deje?
Maurice parpadeó, y sus labios formaron una sonrisa insegura. Había
algo extraño en él, pero no daba miedo, no como había imaginado que lo
haría después encontrarme con él en el jardín. Era como si quisiera expresar
emoción, pero no pudiera.
—Mesa —dijo con una voz tan profunda como la de Vincent—. A tu
izquierda.
Eché un vistazo y vi la pequeña mesa redonda que no había visto la
primera vez que entré en la habitación. Maurice no dijo otra palabra
mientras me dirigía al otro lado de la habitación para dejar el plato
abovedado. Un grito salió de mis labios cuando volví a girar para encontrar
a Maurice parado detrás de mí. Su mano voló para cubrir mi boca mientras
la mía voló hacia mi pecho para evitar que mi corazón se me saliera del
pecho. El terror visceral había regresado en una fracción de segundo al ver
cuán silenciosamente Maurice se había movido, al comprender que, tal vez,
Vincent no había estado mintiendo.
Mi cuerpo tembló cuando Maurice me empujó hacia atrás, clavando
sus dedos en mis mejillas mientras bloqueaba sus ojos con los míos con
letal curiosidad. Se sentía como ser mirada fijamente por un depredador que
decidía si comerte rápidamente o tomarse su tiempo. Mi trasero se deslizó
sobre la mesa y no pude detener las lágrimas que brotaron en mis ojos.
Las palabras de Vincent eran un susurro en mi cabeza.
No hagas movimientos bruscos a su alrededor. No grites o digas nada.
No te resistas si te asusta. Y si quieres salir del sótano ilesa, solo haz lo que
él quiera.
Recordando sus instrucciones, me congelé en el lugar. Maurice se
inclinó hacia delante, colocando su nariz en mi cabello mientras tomaba
una inspiración para olerme. Temblé bajo su mano, con mis ojos muy
abiertos, y mis músculos tan rígidos que el dolor se ampollaba sobre mis
huesos. Apenas capaz de contener el aliento, me esforcé para no gritar.
Los ojos de Maurice se encontraron con los míos, su expresión era
ilegible. No fue hasta que habló de nuevo que me di cuenta de cómo luchaba
por controlarse.
—Gracias —dijo como si las palabras fueran extrañas en su lengua—.
Por la comida.
Era como ver a una criatura salvaje intentando usar la piel de la
civilidad. Él no estaba acostumbrado a comportarse con tanta cautela.
En ese momento se me ocurrió que, por más aterrador que fuera este
hombre, también era hermoso. Tenía los mismos ojos verdes y piel
bronceada que su hermano, los mismos hombros anchos y cabello oscuro y
rebelde, pero también había una vulnerabilidad en él que nunca había visto
en Vincent. Eso no ayudó a aliviar lo acelerado que estaba mi corazón, la
tensión de mi cuerpo o el miedo que me ahogaba, pero estaba allí.
—De nada —murmuré debajo de su mano, pensando que, tal vez, él me
soltaría.
Nuestros ojos permanecieron en el otro por lo que parecieron horas, mi
pulso revoloteando debajo de mi piel, hasta que su mirada finalmente
recorrió mi rostro para ver el latido en el punto blando de mi cuello.
—Estás asustada.
Lentamente, asentí, atrapando el interior de mi mejilla entre mis
dientes para no gritar.
—Je suis désolé.41
Todavía con la boca atrapada por su mano, murmuré:
—No sé lo dijiste.
—Lo siento —respondió. El inglés no era tan fluido en sus labios como
lo había sido el francés. Este hombre estaba luchando por comportarse y
comunicarse.
Salté cuando los dedos de su otra mano se apretaron sobre mi rodilla,
y cuando su brazo se flexionó para forzar mis piernas a separarse
lentamente.
Las lágrimas en mis ojos cayeron por mis mejillas. Las miró con la
cabeza ladeada a un lado con confusión.
—No quiero forzarte.
—¿Pero lo harás? —murmuré por debajo de su mano.
El movimiento de su cabeza era desigual, apenas controlado como él.
El remordimiento brilló en sus ojos, un dolor tan profundo que lo sentí en
mi pecho.
—J'aime quand tu me regardes comme ça.42 —Sacudió la cabeza como
si estuviera alejando el idioma—. No puedo evitarlo. No estoy... —Su voz se
apagó, avergonzada.
Asumiendo un riesgo que sabía que podría poner en peligro mi vida,
me estiré para tocar la mano que había presionado sobre mi boca. Rizando
mis dedos sobre ella, intenté alejarlo. Sus cejas se juntaron en pregunta,
pero me dejó.
Había pasado de asustada, a sentirme tonta por ese miedo, a regatear
por mi vida. La secuencia de emociones me había mareado.
Con la voz temblorosa, y con el volumen apenas de un susurro,
pregunté:
—¿Será menos violento si coopero?
No es de extrañar que su último cuidador hubiera huido, el hombre era
devastador y aterrador al mismo tiempo. Solo la vergüenza era una capa que
llevaba, tan obvia a simple vista como su lucha por seguir siendo civilizado.
41 En francés: Lo siento.
42 En francés: Me gusta cuando me miras así.
Temía por mi vida al estar sola con él, pero tenía esta necesidad compulsiva
de acercarme y decirle que estaría bien. Y mientras soportaba el choque de
esas emociones, maldije el calor extraño entre mis piernas. Algo sobre él era
tan familiar, pero no entendía por qué.
—Oui.
Durante mi tiempo con Vincent, aprendí el significado de esa simple
palabra. Tragando el nudo que me tapaba la garganta, dije:
—Promete no lastimarme demasiado, y te daré lo que quieres.
Sorpresa. Frustración. Euforia. Tristeza y vergüenza. Todas se podían
ver claramente en las sombras detrás de sus hermosos ojos. Me dolía el
corazón por él a pesar de solo conocerlo por segunda vez.
Asintiendo, soltó mi rodilla, retrocediendo lo suficiente para que me
bajara de la mesa y me pusiera de pie. Mis piernas apenas podían
sostenerme de pie.
No tuve que preguntarle qué quería que hiciera, el entrenamiento de
Vincent me vino a la mente, con las reglas que él había establecido para que
yo siguiera cada vez que iba a su suite. Solo podía esperar que fueran iguales
para la bestia que me miraba ahora.
Lentamente, para no moverme bruscamente, agarré el borde de mi
camisa para tirarla sobre mi cabeza. Tan pronto como mis pechos estuvieron
expuestos a sus ojos, sus manos se apretaron en puños, y una rigidez se
instaló sobre sus hombros mientras sus ojos se fijaban en mi pecho. Cuando
su mandíbula se movió, mi corazón latió como un tambor de guerra debajo
de mis costillas.
Me temblaban las manos mientras me desabrochaba los pantalones y
los deslizaba sobre mis caderas. El material se agrupó en mis tobillos sobre
el piso, y tan suavemente como pude me las arreglé para patearlo. No estaba
usado ropa interior debajo de mi ropa porque pensaba que sería Vincent a
quien entretendría.
El pecho de Maurice latía con fuerza, y emanaba un sonido salvaje que
me sacudió en algunos lugares que no sabía que existían. Dio un paso hacia
mí y me estremecí, y la inseguridad inundó sus ojos como si la pequeña
reacción hubiera sido una bofetada en su rostro. Era ese miedo al rechazo
dentro de él que me hizo lamentar mi terror hacia él.
—Recuerda no lastimarme, ¿de acuerdo?
Sorprendida de que pudiera escuchar las palabras a pesar de lo
extremadamente bajo que las había dicho, intenté sonreír y tranquilizarlo.
Pero antes de que pudiera poner una mano sobre mí, extendí la mano,
notando la forma en que hizo una mueca antes de obligarse a quedarse
quieto y dejarme palmear su mejilla. El rastrojo de su piel era áspero contra
mi mano, y la vulnerabilidad en él impactante. Podría haber estado tocando
un tigre hambriento y me habría sentido menos asustada.
—Eres hermoso —confesé—. ¿Lo sabías?
—No lo soy —dijo, la verdad de su creencia se hundió en lo profundo
de mi corazón—. Soy…
Sacudiendo su cabeza otra vez, agarró mi muñeca en su agarre para
apartar mi mano de su cara, dando un paso adelante para obligarme a volver
a la mesa, la superficie fría contra mi piel, cuando soltó mi muñeca para
envolver su mano sobre mi garganta y obligarme a acostarme. Me congelé
en el lugar, negándome a moverme, a hablar, a respirar, mientras él me
sostenía en el lugar y levantaba mis piernas para colocar mis pies en el
borde de la mesa. Apartando mis piernas, su pecho latía con aliento excitado
al mirar mi cuerpo tan expuesto.
No podía dejar de temblar. No podía evitar sentir que me mataría sin
querer hacerlo. Vincent mantenía a este hombre enjaulado por una razón y
yo estaba descubriendo esa razón ahora. Maurice no se comportaba como
un hombre común. Él se comportaba como un animal, un animal que había
perdido sus restricciones.
Soltando mi garganta, se dejó caer de rodillas, agarró mi cintura y tiró
de mí hacia el borde de la mesa. Y antes de que pudiera procesar lo que
estaba haciendo, agarró mis tobillos y llevó mis pies a sus hombros,
sosteniendo mis piernas en su lugar mientras sus dientes pellizcaban el
interior de mi muslo, mordiendo una vez áspera antes de que su boca cayera
en el ápice y su lengua lamiera dentro de mi cuerpo.
El placer fue instantáneo, su fuerza divina. Era como si el miedo me
hubiera dejado tropezando, demasiado sensibilizada y su boca me hubiera
llevado demasiado alto. Mi miedo al dolor ahora era un miedo al clímax que
se estaba formando jodidamente rápido y que sabía que me fracturaría una
vez que la fuerza explotara en mi núcleo. Tenía razón al temer esa liberación,
la ola excepcional se extendía bajo la violencia de su tormenta,
arrastrándome tan alto que floté solo por un momento antes de
derrumbarme nuevamente.
Como si supiera lo que me había hecho, Maurice se sacudió lo último
de su control, se puso de pie, se abrió los pantalones y con las piernas aún
bloqueadas sobre sus hombros, agarró con sus manos mis caderas y metió
su polla dentro de mí.
El ritmo era brutal, la fuerza sin disculpas, su reclamo logrado
mientras sus dientes rechinaban con cada violento empuje, mientras yo
miraba hacia arriba a una cara que se negaba a mirarme. Los gemidos salían
de mis labios tan fuertes como la palmada de sus caderas contra la parte
posterior de mis piernas, pero a pesar de la construcción de mi próxima
liberación pude ver que se sentía mal por lo que estaba haciendo.
¿Estaba mal que si no estuviera agarrando el borde de la mesa para
sostenerme, habría levantado la mano para tocar su rostro nuevamente y
decirle que no tenía la culpa?
Alguien había roto a este hombre, lo había fracturado mientras lo
mantenía enjaulado y sabía que ese alguien estaba arriba ahora mismo
disfrutando de lo que me había hecho. No había sido amor lo que había
sentido por Vincent antes, ahora podía verlo en las profundidades de mi odio
emergente.
Todos esos pensamientos fueron destrozados cuando mi cuerpo tembló
con la avalancha de un orgasmo, cuando abrí la boca para soltar un grito
tan salvaje como el de Maurice. Ambos nos encontramos atrapados en la
mano cruel pero amorosa de una liberación que fue tan aterradora como era
natural. Y cuando volví a un plano terrenal, abrí los ojos para encontrar a
Maurice observándome con sudor goteando por su fuerte pecho.
Se alejó de mí rápidamente, abrochándose los pantalones, sin
molestarse en ayudarme a levantarme antes de salir completamente de la
habitación.
Un sentimiento de arrepentimiento y vergüenza había quedado en su
estela cuando un pensamiento se me ocurrió, un susurro en mi mente. Sin
embargo, me sentía tan sorprendida y tan sin aliento en ese momento que
no podía señalar lo que mi mente intentaba decirme.
Las réplicas se desvanecieron después de un minuto o dos, y mi ira
surgió hacia la superficie. No con Maurice, no con un hombre que
obviamente estaba tan torturado y roto, sino con el arrogante bastardo que
sabía que me estaría esperando tan pronto como volviera arriba.
Bajé de la mesa, tomé una respiración profunda y me vestí, mientras
un millón pensamientos corrían dentro de mí, chocando contra la ola de
emociones que sentía.
Maurice no estaba a la vista mientras volvía al ascensor, insertaba la
llave, tecleaba el código y presionaba el botón del piso del vestíbulo. Y justo
como sabía que lo haría, Vincent estaba esperando afuera de las puertas.
Excepto que, en lugar de una sonrisa viscosa, me miraba con
preocupación.
—¿Te lastimó?
—No —escupí, girando a la izquierda por el pasillo de los empleados.
Debería haber ido a mi cuarto pero necesitaba salir, dar un paseo por el
jardín y calmarme.
—¿Entonces te entregaste? —Vincent me siguió. Si no tuviera tanto
miedo de ser despedida, me habría dado la vuelta y me hubiera lanzado
hacia él para golpearle la cara. En cambio, ignoré su pregunta—. ¿Vas a
renunciar?
—No lo sé —respondí, todavía furiosa.
—¿Vendrás a mi suite esta noche?
Deteniéndome de repente, giré sobre mis talones para enfrentarlo.
—Vete a la mierda. Te dejaré saber mañana si todavía sigo trabajando
aquí. Hasta entonces, déjame jodidamente tranquila.
Sorprendentemente, dejó de seguirme y golpeando mis manos contra
la puerta trasera, salí al jardín sola.
P
asé varias horas de esa tarde decidiendo qué haría con las cartas
que me habían repartido. Una hora en el jardín, y luego saliendo
por la puerta trasera de los empleados, pasé más tiempo
caminando por las calles de la ciudad, parando eventualmente dentro de
una pequeña cafetería para tomar algo de comer. Eligiendo una mesa
tranquila junto a la ventana, envolví mis manos alrededor de una taza de
café, dejando colgar mi cabeza mientras contemplaba el cambio repentino
en Vincent, la forma despiadada en la que me había dicho que si no aceptaba
este nuevo trabajo que me ofrecía, no tendría un lugar para dormir.
Levantando los ojos para ver el tráfico en las calles y las multitudes
moviéndose por las aceras, me di cuenta de que durante mis divagaciones
había regresado al lugar donde todo comenzó: a un café frente a un callejón
particular donde me había refugiado de la lluvia. ¿Vincent había estado
sentado en este mismo lugar la primera vez que me vio?
Un escalofrío de asco me atravesó, pero mientras miraba la pequeña
saliente que no había hecho nada para protegerme de la lluvia helada, me
di cuenta que nunca podría volver a las calles. Por un momento fui
aplastada por la dura verdad de que no tenía opciones... hasta que recordé
una.
Sería una admisión de derrota, un arrastre figurado, pero había una
puerta más que podía abrir, simplemente no quería dar ese paso y admitir
que me había equivocado.
Dios, cómo habíamos peleado cuando les dije a mi madre y a Meadow
que no me mudaría con ellas a Alemania. En su enojo, mi madre había
gritado que yo era una niña estúpida, una adolescente atrapada en lo que
creía tontamente que era amor. Y si bien había tenido razón al señalar que
Blake y yo éramos demasiado jóvenes para usar palabras como “para
siempre”, no había tenido razón al decirme cada horrible palabrota que
existía.
Solo Meadow había sido lo suficientemente fuerte como para
permanecer en silencio, se había negado a juzgarme por mi decisión, y me
había deseado suerte el día que la abracé antes de acompañarla a la puerta
del aeropuerto. Si tuviera que abrir esa puerta, si tuviera que probar las
aguas, sería Meadow con quien debería contactar.
Parándome de mi asiento, dejé mi café medio lleno en la mesa, dejé caer
algo de dinero para la camarera y me dirigí a la puerta. Una mano agarró mi
bíceps mientras intentaba pasar, y una voz familiar dijo:
—Te debo por la bofetada, ¿sabes? —Su voz se convirtió en un
susurro—. Y te lo devolveré en poco tiempo.
Alzando la vista hacia la cara de Barron, fruncí el ceño.
—Si no sacas tu asquerosa mano de mí, gritaré mientras araño tu
bonita cara con mis uñas.
Barron se echó a reír y sacudió la cabeza mientras me soltaba.
—No has cambiado en absoluto. Vincent me deberá mucho dinero.
Se marchó como si el intercambio no hubiera sucedido, con su traje
caro perfectamente adaptado a su cuerpo. Mirando hacia atrás, lo vi tomar
asiento. La repugnancia era tan profunda que no presté atención a lo que
había dicho. Irrumpiendo por la acera resistí el impulso de regresar al hotel
y llorar en mi almohada. En cambio, me forcé a caminar otras tres cuadras
hasta un café con internet donde podría usar sus computadoras. Después
de pagarle al cajero por media hora, seleccioné un escritorio vacío y abrí el
correo electrónico que había mantenido activo desde antes de que Meadow
y mi madre se hubieran mudado.
Abriendo el último correo electrónico que Meadow envió, el que usaba
todas mayúsculas para decirme que sabía que ya no estaba con Blake, hice
clic en el botón para responder y me detuve porque no tenía idea de lo que
quería decir. En ese momento no estaba segura que quería dejar el Wishing
Well todavía. Tenía demasiados pensamientos que ordenar antes de poder
tomar una decisión tan importante como esa.
Recordándome que simplemente estaba abriendo una puerta a través
de la cual podría escapar, escribí una respuesta sin compromiso
disculpándome por estar fuera de contacto e informándole que había
encontrado un trabajo en un hotel maravilloso que también me
proporcionaba un lugar para quedarme. Al principio, dudé en nombrar el
hotel, pero encogiéndome de hombros, decidí que evitar el nombre solo haría
que Meadow sospechara. No era como si fuera a dejar la universidad en
Alemania para venir corriendo a investigar. A lo sumo, se sentiría aliviada
al saber que estaba bien y nos enviaríamos correos hasta que tomara mi
decisión.
Al enviar el correo electrónico, me sentí un poco mejor sobre mi
situación y volví al hotel para pensar en lo que quería hacer dada la dirección
que mi trabajo había tomado.
Acostada en la cama, no podía silenciar mi ira hacia Vincent, pero aún
más inquietante era que no podía dejar de pensar en lo rota que me había
sentido al mirar a Maurice. Había algo tan profundamente triste en él que
seguía atrayendo mi atención hacia pensamientos sobre él. Y ni siquiera
intentaría mentir y afirmar que lo que habíamos hecho juntos no había sido
asombroso. Un fastidioso susurro seguía filtrándose en mi cabeza, una
familiaridad que no podía precisar del todo sin importar cómo me enfocara
en ello.
Quizás era ese misterioso pensamiento lo que me ayudó a tomar la
decisión de quedarme. Necesitaba saber por qué sentía lo que sentía
alrededor de Maurice. No el miedo. No la pena. No la comprensión de que
había algo roto en él que podría ser que nunca pudiera ser reparado.
No. Quería saber por qué me sentía tan unida a él cada vez que
nuestros ojos se encontraban.
Iría a Vincent por la mañana y le diría que mantenía el trabajo, y
pasaría suficiente tiempo con Maurice para desentrañar el misterio de por
qué me estaba afectando de una manera tan permanente.
Un monstruo...
Una bestia...
Un hombre demasiado peligroso para el mundo...
—E
s mediodía —dijo un guardia mientras entraba por la
puerta de la sala de entrevistas—. Tendremos que
esperar fuera de la habitación mientras los guardias
cambian de turno.
A pesar de las palabras del guardia, Meadow y Vincent se miraban
fijamente, ambos bloqueados en un momento donde la verdad había sido
revelada, donde los secretos estaban comenzando a emerger.
Antes de que Meadow pudiera responder al guardia, y mientras ella
estaba segura de que sabía más de esta historia de lo que incluso Vincent
sabía, Vincent sacudió la cabeza y se rio.
—Deberías escuchar al guardia, Meadow. No se sabe qué podría
suceder si nos quedáramos juntos, solos, durante un cambio de turno.
Independientemente de la amenaza despreocupada, Meadow sonrió,
creyendo que había acorralado a Vincent con detalles del diario de Penny
que estaba segura que Vincent no tenía forma de saber. Hubo momentos en
que su expresión cambió, y la sorpresa dibujó líneas en su frente. La ira
trazó una línea entre sus ojos.
Reacia a irse, se convenció de que era un momento tan bueno como
cualquier otro para tomar un descanso. Esperaba que dejar que Vincent
absorbiera su participación en la destrucción de varias vidas lo debilitara.
O bien, le daría tiempo para fortalecer sus mentiras.
Al final, no importaba mucho. Penny estaba muerta. Maurice estaba
muerto. Émilie estaba muerta, junto con varias otras mujeres que habían
tenido la desgracia de conocer al monstruo que Vincent creó.
Porque, lo que Meadow sabía que ni la policía ni los fiscales lo hacían,
era que aunque Vincent había sido responsable de todas las vidas perdidas,
él no había sido quien los mató. Algunos, tal vez. Pero no todos. Y ese hecho
atrajo la atención de Meadow más de lo que había tenido la oportunidad de
admitir.
La pregunta ahora era: ¿Por qué Vincent no había dicho la verdad y
había arrojado a su hermano tras las rejas?
—Te veré cuando regrese —dijo Meadow, parándose de su asiento y
disfrutando del chirrido metálico de las patas de la silla contra el suelo.
Vincent simplemente la observó pararse, ignorando el ruido discordante
mientras sostenía su expresión cuidadosamente en su lugar.
Dejando que el guardia la guiara, Meadow pasó la media hora que tenía
que esperar mordiéndose las uñas entre los dientes, royendo los bordes
mientras consideraba su próximo paso. Quedaba un día y medio, y aún
había más de esta historia que ella no había revelado.
Más importante aún, había más que Vincent aún no había confesado.
Queriendo guardar las mejores partes para el último día de la entrevista,
Meadow formuló las preguntas que haría, se preparó para las respuestas
que no estaba segura que podría soportar escuchar.
Su corazón se rompía cada vez que pensaba en el hombre sobre el que
Penny había escrito en su diario, la criatura confundida y triste a la que no
se le había dado una oportunidad. Meadow quería odiar a Maurice por matar
a Penny, quería maldecir su alma después de descubrir que él había muerto
después de que Vincent fuera a la cárcel. Pero las imágenes en su cabeza
que Penny había pintado de él, los susurros y recuerdos que venían a
Meadow en sueños, hacían imposible no sentir lástima por el hombre.
Vincent era una cosa por completo. Un sinvergüenza que disfrutaba los
juegos que jugaba. ¿Pero Maurice? ¿No era solo otra víctima, otro peón
atrapado en la enmarañada red de Vincent?
—¿Está lista?
La cabeza de Meadow se levantó para ver a un nuevo guardia esperando
en las puertas. Forzando una sonrisa educada, ella se puso de pie y lo siguió
a la sala de entrevistas tres donde Vincent estaba sentado esperando.
Paciente como siempre, Vincent no dijo nada mientras Meadow
preparaba su grabadora y se volvía para tomar su asiento.
—Entonces, sobre Maurice, creo que me debes una explicación sobre
cómo murió.
—Todavía no —respondió Vincent, la nota de humor que siempre tenía
su voz estaba ausente—. Quiero preguntarte qué escribió Penny sobre su
primer encuentro con mi hermano. No esa noche en el jardín, sino cuando
la envié abajo con su almuerzo. No... —Su voz se fue apagando, sus ojos se
negaron a encontrarse con los de ella mientras estudiaba un rayón que
cruzaba la mesa donde estaban sentados—. No entonces, tampoco. Quiero
hablar sobre cuando ella le llevó el desayuno a la mañana siguiente.
Levantando la mirada, preguntó:
—¿Escribió ella algo más allá de lo que me dijiste? ¿Más allá de que
estaba asustada? ¿Más allá de sentir lástima por Maurice?
Enderezando su postura, Meadow pensó un poco en la pregunta.
Revelar demasiado traicionaría el secreto que había estado guardando, y
quería guardar el aguijón de eso para el último día de la entrevista.
—No estoy segura de qué más habría escrito. Tu hermano era un
hombre aterrador, pero Penny lo veía de otra manera. Vio a un hombre no
acostumbrado a las gracias sociales, a las reglas de interacción entre dos
personas.
—Entonces, ¿no lo vio como un monstruo?
—No —respondió Meadow con confianza—, nunca lo hizo.
Vincent asintió, su garganta trabajando para tragar el sabor acre de la
admisión de Meadow. Debía haberlo quemado saber que su intento de
torturar a Penny obligándola a servir a Maurice no la había asustado tan
profundamente como había supuesto.
—¿Cómo murió Maurice, Vincent?
Trazando la punta de un dedo por el rayón que había estudiado antes,
Vincent respondió con verdadero remordimiento en su tono.
—Después de que me arrestaron, contraté a una administración de
empresas para mantener mis propiedades, incluido el Wishing Well.
También contraté a un abogado, que creía que podía confiar para encargarse
de la atención continua de Maurice. La compañía y el abogado estaban
destinados a trabajar juntos para ver que nada cambiara para Maurice.
—¿Por qué importaba eso?
—Estaba salvando vidas —admitió Vincent, su voz hueca, vacía—.
Después de la muerte de Penny, Maurice quedó devastado…
—¿Porque mató a la mujer que amaba?
Al encontrarse con su mirada una vez más, Vincent sonrió, la expresión
tensa. Meadow creía que él había forzado el estiramiento de sus labios, que
era un mal intento de disfrazar sus verdaderos sentimientos.
—¿Por qué dirías que él la mató cuando yo soy el que será ejecutado
por ello? —La comisura de su boca se torció, un desafío emitido en la leve
sonrisa.
Acorralada por la pregunta, Meadow dejó el tema.
—Entonces, tenías un abogado a cargo de Maurice. ¿Qué pasó? Él era
joven. Saludable en el sentido físico. ¿Fue una enfermedad lo que lo mató?
Había un destello de culpa, de secretos y remordimientos, y sus ojos se
ensombrecieron antes de que él admitiera:
—Maurice se suicidó. Fue encontrado balanceándose de una soga que
había fabricado y colgado en la habitación que había pedido que fuera
diseñada para parecerse a nuestro hogar de la infancia.
Un verdadero dolor atravesó el pecho de Meadow, y el impacto
desgarrador de ello la aturdió en silencio. Vincent observó su reacción con
ojos curiosos antes de aclararse la garganta y cambiar de tema.
—Deberíamos volver a la historia. El tiempo continúa corriendo.
Sacudiéndose de la agonía que sintió al conocer el destino de Maurice,
y luchando contra las lágrimas que amenazaban sus ojos, apenas pudo
hablar con voz firme.
—Sí, deberíamos. Supongo que a estas alturas me gustaría que
expliques por qué seguiste persiguiéndola, incluso después de lanzársela a
Maurice. He pensado un poco en ello desde lo que me admitiste ayer y la
única razón por la que puedo entender es que tenía que ver con la apuesta.
Inclinando su cabeza de lado a lado, Vincent estiró los músculos de su
cuello.
—¿Honestamente crees que el dinero es mi única preocupación?
¿Incluso después de lo que ya te he contado?
—¿Qué más podría ser? Obviamente te importaba muy poco Penny.
Ella era una mujer con la que estabas jugando desde el principio. Y aunque
creo que realmente amabas a tu hermano, no creo que lo amaras lo
suficiente como para mantenerte alejado de una mujer que quería que fuera
suya. A menos que, por supuesto —supuso, golpeando sus dedos contra la
mesa—, que realmente sintieras algo por Penny. ¿Te molestó que ella cortara
la relación sexual que tenía contigo después de que le exigieras que tuviera
el mismo tipo de relación con Maurice? ¿Es esa la razón de que la forzaras?
Una risa suave sacudió sus anchos hombros.
—Nunca le dije que se follara a Maurice.
—Lo implicaste. Al enviarla allí, sola, sabías que él tomaría lo que
quería.
Vincent se relajó en su asiento.
—Has descuidado concentrarte en un detalle importante en lo que
hemos explorado hasta ahora.
—¿Y eso es? —Sus dedos detuvieron su ritmo, y la habitación se quedó
en silencio.
Dándole tiempo a que su pregunta quedara en el aire, Vincent
finalmente separó los labios para responder.
—Mientras que Maurice tenía relaciones sexuales con Penélope tan
pronto como tuvo la oportunidad, había una parte de ella que era mía.
Fue el turno de Meadow de reír.
—Por favor, dime que no te refieres a su corazón.
Su sonrisa sarcástica volvió.
—No, claro que no. No estoy seguro de que eso perteneciera a nadie
excepto a ella misma. Penélope era bastante voluble. La parte de ella que me
pertenecía era su boca. Yo fui quien la besó. Fue mi polla alrededor de la
que envolvió esos bonitos labios. De esa manera, tomé su parte más íntima,
a pesar de lo que Maurice había hecho. No importa cuántas veces separaba
sus piernas para mi hermano, esos labios siempre serían míos.
Oh, cómo quería adelantarse Meadow, quería atacarlo para dejar una
cicatriz profunda, pero con una profesionalidad tranquila, respiró hondo y
contuvo esos secretos para sí misma. Recordando que quedaban menos de
veinticuatro horas para aplastar la arrogancia de este hombre malvado,
entrelazó sus dedos sobre la superficie de la mesa.
Inclinándose hacia adelante, Vincent miró a Meadow como si él
estuviera sosteniendo sus pies sobre un fuego. A ella no le gustaba la
sensación de que todo lo que tenía que hacer era aflojar sus dedos y dejarla
caer para que se quemara.
—¿Y qué curioso es eso? ¿No te parece? Penélope era una chica rebelde.
Te tenía a ti y a tu madre a las que podía ir corriendo y evitar terminar de
nuevo en las calles, pero se quedó en el Wishing Well incluso cuando se le
hicieron demandas que no le gustaban. Incluso cuando se vio obligada a
participar. ¿Quizás la respuesta a esa extraña pregunta fue escrita en el
diario que tienes? ¿Quizás está atrapada dentro de tu cabeza? Por una vez,
es posible que sepas algo que yo no, así que, como siempre en este juego
que estamos jugando, te daré mi perspectiva si quieres darme la suya.
—Bien —acordó Meadow—. Continuaremos este baile. Ahora, comienza
a hablar.
Vincent
—N
o estoy herida —escupió Penélope mientras pasaba
junto a mí, su cuerpo se movía rápidamente para
escapar por la sala de empleados. Levantando una ceja,
la observé hasta que dobló una esquina, y luego entré en el ascensor,
tecleando el código para bajar al sótano y hablar con mi hermano.
Mientras Penélope había estado fuera tranquilizándose la noche
anterior, le había llevado a Maurice su cena. Fue una sorpresa encontrarlo
de buen humor, su comportamiento no del todo, pero casi normal.
Habíamos hablado de lo que ocurrió cuando Penélope le trajo el almuerzo,
y extrañamente había dejado fuera la mayoría de los detalles sórdidos. La
exclusión de información pertinente me pareció extraña para un hombre
que normalmente trataba a las mujeres como objetos que usaba para
correrse.
Tetas. Culo. Y un coño. Eso era todo lo que le importaba, todo lo que le
interesaba. Pero con Penélope, un cambio curioso había ocurrido en su
pensamiento.
Primero noté el cambio en la noche del baile de máscaras, había
descuidado prestar mejor atención durante las semanas posteriores a eso
cuando me había mantenido alejado, pero después de regresar, y en las
semanas que siguieron, respiré con más facilidad con lo sereno que se había
vuelto. Pensaba que, tal vez, él mejoraría incluso más si pudiera admirar la
cara de Penélope durante los encuentros que tenía con ella.
Pero lo que encontré cuando bajé del ascensor a su jaula era un
completo revés en un hombre que, hasta ahora, había luchado por
comportarse.
El sonido de los cristales rotos me llevó hacia la izquierda por el largo
pasillo. Entrando a la única habitación alegre que se podía encontrar en este
oscuro laberinto, me quedé mirando mientras Maurice destruía gran parte
de ello. Curiosamente, noté que no había destruido su desayuno o la mesa
donde estaba puesto.
—¿Hay algún problema? —pregunté, manteniendo intencionalmente la
voz tranquila.
Se giró para mirarme, con un vacío en sus ojos que no había visto en
semanas. La regresión me asustó. ¿Qué había hecho Penélope?
—Ella no va a volver —gruñó, la frase una mezcla de francés e inglés
que no estaba acostumbrado a escuchar.
—Un idioma, Maurice. —Aunque metí mis manos dentro de mis
bolsillos, y aunque había hecho mi pregunta como si su elección de palabras
no me hubiera sorprendido, estaba asustado por mi hermano. En algún
lugar de esa retorcida mente suya, Penélope había logrado desordenar aún
más sus pensamientos.
Golpeando sus palmas sobre la superficie de su escritorio, ignoró los
destrozos que había hecho en la habitación. No era como si fuera la primera
vez y, como siempre, yo limpiaría el desorden y recrearía el recuerdo de
nuestra casa de la infancia. Cuando no dijo nada, le pregunté:
—¿Qué quieres decir con que no volverá? ¿Ella te dijo eso?
—No. —Su ladrido de respuesta fue seguido por el deslizamiento de su
mano, tirando el teclado lejos de su computadora—. La lastimé.
Mis cejas se juntaron.
—Acabo de hablar con ella en el vestíbulo. Me dijo que no estaba herida.
—Lo intenté —admitió con dientes apretados antes de alejarse de su
escritorio para dejar caer su cuerpo sobre el sofá de cuero.
—¿Ella se entregó? —pregunté con calma.
Hizo un fuerte movimiento con la cabeza.
—Yo no quería que lo hiciera.
Mis ojos se redondearon al escucharlo. Por primera vez me di cuenta
de que mi hermano podría en realidad amar a la mujer por la que había
desarrollado una obsesión. Con el corazón golpeando con fuerza, intenté
convencerme de que era posible que él sintiera tal emoción, a pesar de lo
que todos sus médicos y terapeutas me habían dicho.
—P
ara.
La mirada de Vincent se movió para rozar la de
Meadow, sin prestarle toda su atención, solo una burla
de que estaba preocupado por lo que ella tendría que
decir. La arrogancia le cubría el rostro, el conocimiento de que él sabía algo
que ella no sabía, que en sus juegos, la había llevado a creer que ella podía
lastimarlo.
—¿Es algo que dije? —preguntó, el humor volviendo a su voz, y la
victoria infectando su tono—. Y yo aquí que pensaba que continuarías esta
discusión como habíamos acordado. Te di mi parte de la historia, ahora me
debes la de Penélope.
Meadow estaba a escasos centímetros de arañarle el hermoso rostro
con sus uñas. Si lo que le acababa de decir era cierto...
—La empujaste intencionalmente hacia Maurice. Sabías muy bien que
lo que le dijiste, que haciéndola odiarte y luego despojándola de elección, la
haría rebelarse contra ti eligiendo a Maurice. ¿Por qué hiciste eso?
Inclinando la cabeza de un lado a otro, consideró su pregunta.
—Lo has entendido a medias. —Haciendo una pausa, extendió sus
manos sobre la superficie de la mesa, su boca fruncida por el pensamiento,
y sus ojos dirigidos a cualquier cosa menos a ella.
Meadow sabía que era intencional por la dirección de su mirada. No
había nada interesante en la sala, solo paredes blancas y dos mesas. Él
estaba dejando en claro que ella también tenía un poco de interés.
Finalmente, fijando sus ojos en los de ella, comentó:
—La gente es tan fácil, ¿no? Se necesita práctica y control para poder
ver a través de la ira de uno, paciencia que no mucha gente posee. Tan
embarrados por sus propias emociones, la mayoría de la gente no se detiene
a pensar, a tramar, antes de reaccionar. Son como un toro cargando hacia
la capa roja de un matador, su casco raspando el suelo antes de lanzarse.
Pero es el matador quien tiene la ventaja, las armas escondidas que
detendrán al toro en su camino.
Él parpadeó lentamente, dándole una sonrisa perezosa.
—Si Penélope se hubiera tomado el tiempo para pensar lo que yo estaba
haciendo, podría haber visto lo fácil que estaba siendo guiada. Pero estaba
demasiado enojada, ¿no? Y con esa racha de rebelión que llevaba dentro,
era demasiado fácil adivinar cuál sería su próximo movimiento.
Meadow se negó a responder, estaba demasiado encerrada en la
frustración de que Vincent hubiera logrado sacarle la alfombra de debajo de
ella en este tema, en este secreto. No era la mejor carta que pretendía jugar,
la carta más grande, pero era una con la que había esperado atravesar su
corazón retorcido para cortarlo profundamente. Queriendo abofetear la
diversión de su cara, Meadow apretó las manos en su regazo.
Vincent la miró durante varios segundos antes de que la risa saliera de
sus labios.
—Oh, vamos, Meadow, no podrías haber creído que no sabía lo que
estaba pasando en mi propio hotel, con mi propio hermano. —Sus hombros
temblaron cuando la risa se desvaneció, sus ojos se posaron en los de ella
antes de inclinar su cabeza—. ¿Creías que ibas a sorprenderme con el hecho
de que Penny amaba a Maurice más de lo que ella me amaba a mí?
Suspirando, Vincent sacudió la cabeza.
—Diría que lo siento por haberte robado ese momento, esa revelación,
pero no lo siento. En todo caso, es bastante divertido ver la ira en tu cara.
No puedes lastimar a un hombre que hizo bailar a los títeres tirando de sus
cuerdas. Por supuesto, Penny se preocupaba más por Maurice, yo me había
asegurado de eso.
Meadow apretó los dientes, odiando la satisfacción detrás de sus
brillantes ojos verdes.
Cuando ella permaneció en silencio, Vincent se recostó en su asiento,
y sus grilletes se sacudieron.
—Es tu turno de decirme la perspectiva de Penélope.
Finalmente, Meadow espetó:
—¿Por qué te importa o quieres saber? No es como si la información
fuera nueva para ti.
Él sonrió.
—Eso no es del todo cierto. Mientras que sabía que Penny continuaba
en su relación con Maurice, nunca supe cómo se sentían ninguno de los dos
por el otro. De una pequeña manera, ya has respondido esa pregunta con
la ira que ahora me estás mostrando, con el hecho de que esperabas
sorprenderme o lastimarme con la profundidad de los sentimientos entre los
dos. Pero me gustaría saber.
—¿Por qué? —preguntó Meadow de nuevo.
La resignación suavizó las líneas de risa de su rostro, un suave aliento
susurrando entre los labios separados.
—Porque Maurice era mi hermano, la única persona que me importaba
en este mundo…
—Está muerto por tu culpa —escupió, interrumpiéndolo, haciendo todo
lo posible para clavar un cuchillo en su corazón podrido.
Levantando un dedo, dijo:
—Llegaremos a eso. Pero primero, me debes una historia, y me gustaría
escuchar eso; en la vida de Maurice, encontró algo de luz dentro de la
oscuridad, un poco de esperanza de poder ser un hombre normal por una
vez. Haría que su muerte fuera menos trágica el saber que había
experimentado alegría real solo una vez. Tenía una vida tan difícil, estaba
tan amurallado y fuera de control. Sería una lástima si nunca hubiera tenido
un día, una hora de paz y alegría.
—Todavía no entiendo por qué te importa.
Vincent suspiró ruidosamente, su voz suave mientras confesaba:
—Porque si no te has dado cuenta ya, Meadow, entonces debes estar
ciega. Si alguna vez tuve una debilidad, un punto débil que podría haber
sido usado para golpearme, era Maurice. Puede que haya resentido a mi
hermano por el problema que había sido en mi vida, pero eso no significa
que no lo amaba.
—Y aun así lo tratabas como basura —afirmó.
Asintiendo, su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido.
—Pensaba que lo que hacía para mantenerlo fuera de problemas era lo
mejor para él. Mirando hacia atrás, lamento esas decisiones. Lamento la
jaula que había construido para él, y haberlo mantenido solo y separado de
la sociedad.
La honestidad de esa declaración, la admisión, sorprendió a Meadow.
—¿Me estás diciendo que sabes que ayudaste a crear los problemas que
tenía Maurice?
Vincent se tragó la culpa que sentía.
—No diría que yo creé los problemas, eso era una cuestión de
naturaleza y química cerebral. Pero no ayudé a mejorar la situación, y por
eso, me culpo. En mi prisa por protegerlo, nunca le di la oportunidad de
crecer.
Meadow consideró cómo abordar un tema sobre el que no estaba segura
si Vincent respondería honestamente, pero le quedaba un día y medio para
preguntar, para confirmar lo que ella había sabido todo el tiempo. Sabiendo
que ella había hecho la demanda de que la prisión no grabara la entrevista,
diciéndoles que podían mirar las cámaras de seguridad, pero no escuchar,
se inclinó hacia delante con poca preocupación de que si Vincent admitía la
verdad, eso le salvaría la vida.
—Quiero que seas honesto conmigo por una vez. Esta información no
se escribirá en mi artículo sobre ti, Vincent. Es solo para que yo la sepa.
Él la miró curioso.
—Tú no mataste a Penny, ¿verdad? Fue Maurice.
Moviéndose, él se inclinó hacia adelante para que sus caras estuvieran
juntas, bajando su voz a un susurro mientras hablaba.
—¿Por qué iba a renunciar a mi vida por un asesinato que no cometí?
Las cejas de Meadow se juntaron.
—Eso no responde mi pregunta, Vincent.
—No es mi turno para responder preguntas —respondió con calma—.
Dime lo que quiero saber, y quizás podamos reconsiderar tu pregunta
cuando hayas terminado.
Sabiendo que había golpeado una pared, Meadow se recostó en su
asiento, feliz por la distancia que puso entre ellos. Esta parte de la historia
se había vuelto más deprimente para que ella la contara ahora que sabía
que no tendría el efecto que había esperado.
Una vez que Vincent también se recostó en su silla, Meadow respiró
hondo antes de admitir lo que sabía del amor que compartieron Penny y
Maurice.
Penny
P
asé el resto de la mañana furiosa con Vincent, tan jodidamente
indignada que no podía quedarme quieta, no podía evitar
caminar por los senderos del jardín considerando mi próximo
movimiento.
Me rompía el corazón pensar en cómo trataba a Maurice, recordar el
dolor que veía en los ojos de ese hombre cada vez que se sentía rechazado o
perdía el control. ¿Qué tipo de la vida puede llevar una persona cuando se
ahoga constantemente en vergüenza, en duda, en pena? No es que mi vida
fuera mejor en este momento, pero al menos había experimentado
momentos felices en los que podía pensar.
Había tenido una familia que me amaba incluso si mi padre murió y no
me había mantenido en contacto con mi madre y mi hermana. Y aunque
Blake eventualmente me rompió el corazón y me dejó sin nada, nunca
perdería los años que habíamos compartido juntos.
Había experimentado momentos tumbada al calor del sol. Me habían
permitido reír, ser tonta, bailar y cantar. Había sentido que el amor expandía
mi corazón tanto con alegría como con tristeza, y me había aferrado a
amistades en momentos que habían significado más para mí que el mundo.
Incluso en los momentos más oscuros, podía recordar que alguna vez
hubo luz, e incluso cuando las pesadillas me perseguían y sentía que me
rompería, podía escapar a los recuerdos de tiempos más felices.
¿Qué tenía Maurice para recordar, excepto un hermano que lo
mantenía encerrado en una jaula? ¿Cuándo había caminado alguna vez bajo
el calor de la luz del sol? ¿Cuándo había mirado a una persona directamente
a los ojos y supo que era amado?
Sospechando que Maurice nunca había experimentado las mejores
partes de la vida, tomé una decisión con mi corazón antes de que fuera un
pensamiento obvio en mi mente. Y cuando llegó el mediodía, y los relojes de
sol escondidos a lo largo de los senderos del jardín se ensombrecieron,
encontré el camino de regreso al hotel y recuperé el almuerzo de Maurice.
Decir que estaba emocionada de regresar al sótano era una mentira.
En verdad, una vez más estaba aterrorizada. No porque pensara que
Maurice me lastimaría, aunque eso siempre era una posibilidad, sino porque
me preocupaba que yo pudiera lastimarlo. Nunca había tratado con una
persona tan sensible, tan angustiada. Nunca había tenido que caminar
sobre cáscaras de huevo por miedo a que una mirada equivocada, o una
palabra que pudiera ser tomada de la manera incorrecta, rompiera cada
pedacito de autocontrol que una persona luchaba por tener.
Ser un catalizador para la ira de Maurice, para su dolor y su falta de
moderación, no era lo que quería ser. Pero como ya había descubierto esa
mañana, él me había hecho exactamente eso.
Las puertas del ascensor se abrieron a una entrada iluminada solo por
velas, y se me ocurrió que cuando su mente estaba sumida en la oscuridad,
también lo estaba su espacio circundante.
El tecleo llamó mi atención hacia el pasillo izquierdo, y el sonido me
llevó a una habitación que estaba en perfecta oposición con el resto del
sótano donde estaba Maurice atrapado. Y como ayer a esta hora, lo encontré
sentado en su escritorio. Aunque no estaba desordenada, la habitación
estaba prácticamente vacía de muchas de las decoraciones y muebles que
habían estado aquí esta mañana. Apenada por haberlo empujado al punto
de destruir una habitación que era obvio que él prefería, me aclaré la
garganta y forcé una sonrisa.
—El almuerzo está aquí. ¿Dónde te gustaría?
Su hermoso rostro se inclinó para mirarme, la vergüenza manchaba
sus mejillas.
—La mesa, como siempre —respondió, y la restricción era evidente en
sus palabras cortantes.
Al cruzar la habitación, mis ojos vieron algunos fragmentos de vidrio
que él había olvidado al limpiar la habitación. Simplemente los rodeé y no
dije nada. Dejando el plato cubierto sobre la mesa, cambié mi peso entre
mis pies, sin saber qué hacer a continuación. Pero en lugar de huir como
mis instintos me gritaban que hiciera, me di vuelta y caminé para pararme
delante de su escritorio.
Tap, tap, tap…
Sus dedos sobre las teclas se movían rápidamente, y me pregunté
brevemente qué hacía en su computadora todo el día. Negándome a hacer
la pregunta, me quedé parada y esperé a que me mirara de nuevo. Cuando
lo hizo, tuve que agarrarme el costado del pantalón para evitar extender la
mano para limpiar las líneas de dolor.
—¿Disfrutaste tu desayuno? —pregunté, decidiendo que mantener
nuestra conversación contenida en temas seguros era la mejor manera de
comunicarse con Maurice.
Él asintió lentamente, un pequeño movimiento mientras sus ojos me
miraban con sospecha.
—¿Qué te enviaron? Nunca miro debajo de la cubierta, así que...
Mi voz se apagó, y de repente me sentí estúpida por lo ridículamente
aburrida que era la pregunta.
—Lo de siempre —respondió en voz baja. Sacudiendo la cabeza,
agregó—: Tocino, panqueques, huevos.
Mi estómago gruñó al escuchar sobre comida. Con la ira que había
sentido hacia Vincent, me había olvidado de comer algo.
Las cejas de Maurice se levantaron sobre sus ojos.
—¿Tienes hambre?
—Estoy bien —respondí un poco demasiado rápido. Él arqueó una ceja
y yo me reí. El sonido de mis labios hizo que su boca se torciera con una
sonrisa insegura.
Dándome cuenta de que me gustaba estar cerca de él cuando estaba
tranquilo, exploré mis pensamientos por más temas seguros para discutir.
—Estuve caminando en el jardín esta mañana después de traerte el
desayuno. Me gusta acostarme en los columpios y mirar los pájaros volar
por encima. Es tranquilo.
Las palabras eran una mentira. En verdad, había estado saltando
alrededor quemando la ira que Vincent había conducido profundamente
dentro de mí. Pero no le admitiría eso a Maurice.
—No veo muchos pájaros en la noche. Supongo que todos están
durmiendo —respondió. Sus palabras aplastaron mi corazón. Este hombre
merecía explorar el fuera mientras el sol estaba alto y brillante.
Girándome para mirar su comida esperando, le pregunté:
—¿Quieres que me vaya así puedes comer?
Sacudió la cabeza.
—No. —Su expresión se tensó, como si estuviera intentando conjurar
palabras que no estaba acostumbrado a hablar—. Me gustaría que comieras
conmigo. —Un destello de vergüenza rodó por su expresión, inclinando su
cabeza hacia abajo mientras sus ojos se inclinaban hacia arriba, como un
perro esperando ser golpeado. Yo no sería la que lo golpeara.
—¿Crees que hay suficiente?
Maurice asintió.
No del todo segura de qué hacer ahora que habíamos llegado tan lejos,
tomé la decisión de ser la primera en hacer contacto físico con un hombre
que obviamente tenía miedo de lastimarme. Lentamente, para no asustarlo
o dar la indicación equivocada de que me estaba yendo, me moví por el borde
de su escritorio, acercándome lo más que pude a él mientras extendía mi
mano. La miró como si no supiera qué hacer a continuación.
—Te estoy ofreciendo llevarte a la mesa —le expliqué—, sosteniendo tu
mano. Todo lo que tienes que hacer es alcanzarla y tomarla.
Sus ojos permanecieron fijos en mi palma como si fuera a estirarse y
golpearlo. Eventualmente, sin embargo, levantó esos hermosos ojos verdes
hacia los míos, con la inseguridad escrita detrás de ellos mientras levantaba
su mano y la envolvía en la mía. Su piel se sentía que estaba ardiendo, y su
calor me ayudó a alejar la ira fría de mis huesos.
Tirando suavemente para que se levantara de su asiento, lo conduje a
través de la habitación donde esperaba su comida. Tomando una silla, solté
su mano y pacientemente esperé a que se sentara. Ninguno de nosotros se
estiró para quitar la cúpula de su plato de inmediato, nos quedamos
mirándonos el uno al otro mientras los pensamientos corrían en nuestras
cabezas. Después de unos segundos, finalmente él rompió nuestra mirada
para levantar la cúpula del plato y liberó un aroma que hizo que mi estómago
se revolviera con otro fuerte gruñido.
Maurice se rio entre dientes, el sonido no era tan fuerte ni lo
suficientemente bullicioso como para ser llamado una verdadera risa, pero
sonreí de todas formas porque era un comienzo. Era la primera vez que veía
incluso un pequeño rastro de felicidad en sus ojos.
El único problema que enfrentábamos era que había solo un plato y un
juego de cubiertos. Tendríamos que encontrar una manera de compartir y
Maurice parecía confundido en cuanto a qué hacer.
Decidiendo hacer esto divertido, bromeé:
—Puedes alimentarme si quieres.
Sus ojos se levantaron para encontrarse con los míos.
—¿Qué quieres decir?
Tomando el tenedor y desenvolviéndolo de la servilleta de tela, lo deslicé
hacia él.
—Tomas un bocado, y luego puedes darme un bocado a mí. De ida y
vuelta, así es justo.
—Justo —repitió, más para sí mismo que para mí. No se necesitaba ser
un genio para descubrir que este hombre hermoso y solitario no tenía idea
de cómo manejarse alrededor de compañía. Claro, puede haber estado
acostumbrado a médicos y terapeutas, Vincent y otras personas que lo
estudiaban como a un animal en un zoológico, pero él no entendía qué hacer
cuando una persona se sentaba a su lado con la intención de ser su amigo.
La comprensión solo consolidó mi decisión de convertirme en todo lo
que él necesitara. Si Vincent no dejaba que Maurice subiera las escaleras
para ver la luz del sol, yo traería la luz del sol a él.
—¿Quieres que te enseñe?
Él asintió, sus mejillas sonrojadas. Era tan intrigante ver a un hombre
que tenía la fuerza y la agresión para arrancarme la cabeza del cuerpo
luchando por comportarse como una persona común. Era como ver a un
león meter una servilleta en su collar mientras estaba sentado en una mesa
compartiendo el almuerzo con la gacela en lugar de comérsela.
—Está bien. —Deslizando el tenedor hacia mi lado de la mesa, lo
levanté y recogí un poco del bistec picado y las cebollas salteadas antes de
estirarme con cuidado a través de la mesa y ofrecérselo a Maurice. Lo miró
por unos segundos, sus ojos moviéndose rápidamente hacia los míos antes
de abrir la boca y usar los dientes para deslizar la comida fuera del tenedor.
Sonriendo, recogí otro bocado y me lo comí. Después de gemir
suavemente por lo increíble que sabía la comida, mastiqué, tragué y luego
deslicé el tenedor de nuevo hacia él.
—Ahora inténtalo tú.
Maurice recogió el tenedor y lo cargó cuidadosamente con comida
mientras yo intentaba no pensar que esto podría salir muy mal. ¿Y si la
comida se caía antes de que pudiera llegar hasta mí? ¿Qué pasaba si no
tomaba el bocado lo suficientemente rápido como para tranquilizarlo de que
seguía siendo su amiga? ¿Qué pasaba si me apuñalaba el ojo con el tenedor
para enseñarme una dolorosa lección de que era más un animal salvaje que
un hombre civilizado?
Esto podía salir de cualquier manera, me di cuenta, pero aun así me
quedé sentada y esperé a que él me alcanzara y me ofreciera un bocado de
comida.
Trabando mi mirada con la suya, sonreí tímidamente antes de abrir la
boca para tomar el bocado. La forma en que sus ojos bajaron para estudiar
mi boca, la forma en que sus fosas nasales se ensancharon ligeramente, el
calor que vi irradiando de su rostro, le hizo cosas divertidas a mi cuerpo
mientras tomaba la comida del tenedor.
Después de masticar, tuve que luchar para tragar, y la comida chocó
con el frenético aleteo de las mariposas en mi estómago.
El resto de la comida se acabó de la misma manera, los hombros de
Maurice se fueron relajando con cada minuto que pasaba, con cada sonrisa
tímida que compartíamos. Una vez que el plato estuvo limpio, Maurice me
miró, sin saber qué hacer a continuación. Luchando para no suspirar
cuando me di cuenta de la distancia que tenía que recorrer para actuar
normal alrededor de otra persona, intensifiqué mi juego haciendo otra
sugerencia.
—¿Te gustaría sentarte en el sofá conmigo?
Sus cejas se juntaron con confusión.
—¿Por qué?
Encogiéndome de hombros, respondí:
—¿Para hablar?
—¿Hablar?
Asentí.
—¿Sobre qué?
—No lo sé. Sobre cualquier cosa.
Lo consideró por un segundo y luego sacudió la cabeza.
—Preferiría follar.
Abriendo la boca para descartar de inmediato esa idea, o al menos la
forma en que lo había sugerido, la cerré y recordé que Maurice no estaba
acostumbrado a cómo se manejaba esa parte particular de una relación.
¿Cómo diablos iba a moverme para salir de esto sin activarlo?
—Deberíamos ir al sofá primero y luego decidir qué hacer.
—D’accord.
Parpadeé, sonriendo cuando le recordé:
—No hablo francés.
Sus ojos rodaron.
—Significa que está bien.
Antes de que pudiera levantarme de mi asiento, él se levantó y rodeó la
mesa. No mentiré y afirmaré que no me preparé para un ataque repentino.
Pero en lugar de forzarse sobre mí o levantarme de mi asiento para sentarme
en la mesa y follarme a lo loco, Maurice simplemente me ofreció su mano.
Mis ojos se ampliaron ante el gesto.
Tomándola, lo dejé ayudarme a levantarme de mi asiento y me llevó al
sofá donde él se sentó en un extremo y yo tomé el otro.
Esto va bien, pensé.
Para qué lo habré dicho.
Antes de que se me ocurriera un tema del que hablar, Maurice me
agarró de los tobillos y me arrastró por el sofá. Envolviendo mis piernas
alrededor de su cintura, maniobró hábilmente su cuerpo sobre el mío,
clavando mis hombros hacia los cojines con sus manos, mientras su boca
bajaba para morder la punta de mi pecho por encima de mi camisa y
sujetador.
—¡Maurice! —grité, pero suavicé mi voz para recordar cómo había
reaccionado esta mañana cuando le había gritado—. Pensé que íbamos a
hablar.
La punta de su nariz trazó la línea de mi cuello.
—Entonces habla, si eso es lo que quieres hacer. Pero no es lo que yo
quiero hacer.
Los dientes se hundieron en el lóbulo de mi oreja y mi cuerpo se arqueó
contra el suyo. No había duda de lo excitado que estaba, la cresta de su
erección se estaba presionando entre mis piernas. A pesar del
estremecimiento de mi cuerpo y el acelerado latido de mi corazón, logré
responder:
—Así no es como funciona hablar.
Su pecho vibró con un gruñido profundo, una risa oscura filtrándose
más allá de sus labios. Su aliento caliente se deslizó por mi cuello para
rozarme el hombro cuando respondió:
—Entonces no hables y te follaré en su lugar.
Antes de que pudiera pronunciar una palabra en protesta, su mano
izquierda se movió para cubrir mi boca, mientras que su mano derecha se
deslizó entre nuestros cuerpos para desabrocharme los pantalones. Él logró
desabrocharlos, bajarlos hasta mis rodillas y meter un dedo dentro de mí
antes de que pudiera tomar mi próximo aliento.
Aparentemente, aprender las señales de cuándo una mujer estaba
interesada en tener sexo tendría que pasar otro día. En ese punto, no había
forma de detenerlo. Recordando la última vez que estuvimos juntos, también
sabía que no había posibilidad de que esto fuera suave y dulce. Y como
estimulado por ese pensamiento, Maurice se apartó lo suficiente como para
darme la vuelta y que mi estómago estuviera sobre el sofá, levantando mis
caderas para estar de rodillas, mis piernas aún atrapadas por los pantalones
que se agrupaban alrededor de ellos y mi cara presionada contra los cojines
cuando él plantó una mano en la parte superior de mi espalda para evitar
que me alejara.
Sabía que no debía pelear, pero no pude evitar el chillido cuando él se
inclinó para morderme el culo. Más risas profundas mientras el sonido de
una cremallera abriéndose fue la nota distinta sobre el silencio de la
habitación.
La mordedura le trajo un recuerdo a mi mente, pero desapareció
nuevamente cuando su polla empujó en mi cuerpo, y mi boca se abrió en
un gemido sensual en el instante en que su anchura me llenó. Uno de estos
días iba a convencerlo de que me follara dulcemente, pero por ahora, me
sometería a su antojo y disfrutaría del viaje.
Cuando sus caderas embistieron y se empujó más profundo, sus
manos se deslizaron por el frente de mi camisa para empujar mi sostén
sobre mis pechos para que pudiera agarrarlos posesivamente. Mucho más
alto que yo podía inclinarse sobre mí, y presionar su boca en mi oreja. Su
voz era un susurro áspero cuando dijo:
—Creo que es curioso que ya estuvieras mojada. En realidad no querías
hablar, ¿verdad?
No pude encontrar la fuerza para responderle, estaba demasiado
ocupada tratando de no explotar por la oleada de placer que estaba forzando
a través de mi cuerpo. Puede que Maurice no fuera experto en comunicación
normal, pero el hombre tenía una medalla de oro en el área de la tortura
sensual.
Con cada poderoso empuje de sus caderas, su aliento latía contra mi
cuello, y cuando mis músculos se tensaron para agarrarlo y jalar su polla
más profundamente, los sonidos saliendo de su boca se volvieron salvajes.
No estaba simplemente follándome, estaba reclamándome como suya.
Fue un poco vergonzoso lo rápido que me hizo venir. Y tan pronto como
mi cuerpo se tensó con mi liberación, Maurice empujó más duro para
encontrar la suya. No pasó mucho tiempo hasta que nuestros cuerpos
cayeron del momento, su erección todavía dentro de mí cuando se suavizó.
Cerré los ojos y escuché su respiración rítmica, pensando que cuando
le trajera la cena, le mostraría lo que significaba ser dulce.
D
espués de dejar a Maurice en su escritorio y abstenerme de
escabullirme detrás de él para ver lo que hacía en la
computadora todo el día, me di una ducha en mi habitación y
me fui del hotel para caminar por las calles de la ciudad y pensar en todo lo
que había ocurrido en los últimos días.
Recordando el correo electrónico que le había enviado a mi hermana,
me detuve en el cibercafé, pagué al empleado por media hora y abrí mis
mensajes para ver que ella me había respondido casi de inmediato. Si no
hubiera estado de tan mal humor cuando envié el correo electrónico, y si no
hubiera apagado la computadora casi tan pronto como pulsé enviar, habría
escuchado el sonido de su respuesta.
Abriendo el correo electrónico, me reí al ver las primeras líneas escritas
en mayúsculas. Déjenle a Meadow encontrar una manera de gritarme desde
el otro lado del océano.
Pasaron las semanas, cada día traía más del lado juguetón de Maurice
para que yo viera. Claro, todavía había ataques de ira, días en que le
preocupaba que yo lo rechazara y huyera. Había días que me levantaban el
ánimo alto para que pudiera romperse. Pero había otros días que
comenzaban en los brazos de Maurice y se construían en el más asombroso
de los crescendos.
En esas semanas que pasé atrayendo la verdad del espíritu de Maurice
desde debajo de la sombra que lo sostenía, me di cuenta de que Vincent se
había alejado de sus juegos. Y después de que Maurice comenzó a mostrar
una mejora real, Vincent no solo felicitó lo que estaba haciendo, sino que se
dispuso a ayudarme.
Durante el día, pasaba la mayor parte del tiempo en el sótano de
Maurice, ya sea sentada en silencio mientras él escribía en su computadora
o hablando con sus terapeutas para aprender lo que podía hacer para
ayudar a romper su caparazón. Y por supuesto, mi cuerpo estaba siempre
adolorido por las innumerables horas que habíamos pasado explorando el
cuerpo del otro para encontrar alguna forma de cielo dentro de su constante
infierno.
Ni una sola vez me había permitido besarlo, y en raras ocasiones me
dejaba tocarle la cara. Todavía no entendía por qué exigía esa barrera, pero
sabía que no debía presionarlo haciendo demasiadas preguntas.
La mayoría de las noches, Vincent nos acompañaba hasta el jardín,
quedándose atrás mientras Maurice y yo deambulábamos por los senderos.
Y aunque siempre estaba lo suficientemente cerca para ayudar en caso de
que Maurice perdiera el control, Vincent también estaba eufórico de que
Maurice nunca lo hizo. Era un punto de inflexión en la vida de su hermano,
y por el papel que yo había interpretado, Vincent me recompensó
convirtiéndose en un humano más tolerable.
Eso no quería decir que Vincent todavía no hacía sus comentarios
sórdidos y chistes groseros cuando Maurice no estaba cerca para escuchar,
pero no hizo demandas sobre mí que me parecerían inapropiadas, y no me
amenazó con que volvería a quedarme sin vivienda por no jugar sus juegos.
Pude respirar mejor en esas semanas, y en los correos electrónicos que
seguía enviándole a mi hermana, finalmente fui honesta cuando le dije lo
feliz que había sido. Me sentía mal que los correos electrónicos eran cada
vez menos frecuentes y por períodos más largos entre cada uno, pero
Maurice estaba ocupando gran parte de mi tiempo.
En una tarde brillante con el sol radiante en olas de delicioso calor,
estaba dando un paseo por el jardín preguntándome si llegaría el día cuando
Maurice podría estar caminando a mi lado. No pensé que reaccionaría
demasiado al ver pasar a los huéspedes, no pensé que entraría en pánico
por estar fuera entre la sociedad cuando el velo oscuro de la noche no estaba
allí para mantenerlo oculto. Pero cada vez que le sacaba el tema a Vincent,
él siempre se apresuraba a cerrarse en banda.
Entonces, mientras estaba parada junto al pozo y mirando el brillo de
las monedas debajo de la superficie del agua, consideré cómo convencería a
Vincent de dejar salir a Maurice solo una vez. Como era siempre costumbre
con mi sádico jefe, solo pensar en él era como susurrar su nombre,
llamándolo a donde quiera que estuviera parada.
—Tu faites un voeu, et espérons que cela devienne réalité 44.
Reconociendo la voz profunda en mi oído, ignoré el calor del pecho de
Vincent contra mi espalda.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no hablo francés?
La risa masculina era una nota profunda que vibraba contra mi cuerpo.
—Solo dije que me gustaría recogerte, hundir tu cabeza en el pozo y
reír mientras luchas por respirar.
Finalmente volviéndome, lo fulminé con la mirada hasta que dio un
paso atrás, y sus ojos verdes brillaron bajo la luz del sol. Levantando una
ceja, le pregunté:
—¿Eso es realmente lo que dijiste?
Su sonrisa se enroscó.
—Tu nombre es Penny, ¿no es así? O al menos ese es el nombre ridículo
por el que te gusta que te llamen. Lo que dije fue apropiado.
Sacudiendo la cabeza, vacilé entre abofetearlo y reír. Vincent Mercier
merecía un duro golpe, pero estaba de muy buen humor para ponerme
violenta.
Con la ligereza perdida, confesó:
—He estado pensando en lo que dijiste. Y mientras que todavía no me
siento cómodo llevando a Maurice al jardín durante el momento más
ocupado del día, tal vez se puedan dar pequeños pasos.
—¿De verdad? —Mi corazón casi estalló en mi pecho—. ¿Qué tipo de
pasos?
Vincent ladeó la cabeza y miró a una atractiva pareja que pasó del
brazo. Después de saludarlos con la mano, sus ojos volvieron a los míos.
—Podemos intentar sacarlo alrededor del atardecer por primera vez.
Habrá unos pocos rezagados deambulando, pero la mayoría estará adentro.
Veremos cómo reacciona.
E
stirando su cuello para aliviar los músculos, Meadow dejó
escapar un fuerte suspiro, relajándose en su silla mientras
Vincent digería la parte de la historia que ella le había contado.
Estudiando su rostro, se preguntó por las sombras debajo de sus ojos, el
agotamiento de un hombre que, hasta entonces, se había conformado con
no verse afectado.
No queriendo darle el tiempo para recuperarse, para colocar su
máscara profesional de nuevo en su lugar, ella hizo una pregunta simple.
—He pensado en esa parte de la historia con bastante frecuencia.
Penny estaba muy feliz de saber que Maurice podría ver una puesta de sol,
que en el progreso que había hecho, ganaría nuevas experiencias en su vida.
Pero como me dijiste ayer en nuestras conversaciones, Maurice había
escapado del sótano la noche del baile de máscaras. No solo escapó, sino
que había estado rodeado de un gran grupo de personas sin atacar.
Vincent levantó los ojos para darle su atención. El verde era plano, la
sonrisa normal que curvaba sus labios, ausente.
—¿Por qué podría manejar el baile y no un paseo por el jardín entre
otras personas? ¿Cuál era la diferencia?
No fue hasta que Meadow recordó esta parte particular de la historia
que ella había conectado los dos eventos, pero ahora que sabía que Maurice
había salido solo previamente, no pudo evitar su curiosidad.
Rodó los hombros, el peso de los problemas de Maurice era pesado
sobre el pecho de Vincent.
—A menudo me preguntaba eso yo mismo. Fue la razón por la que
estaba tan sorprendido de encontrarlo en el pasillo la noche del baile.
Supongo que nunca consideré su fuga porque sabía, que con el cuidado que
tenía de mantener a Maurice separado de la sociedad, él había internalizado
mi miedo y se consideraba a sí mismo indigno de la interacción humana. No
era que él quisiera atacar a las personas, era simplemente que no podía
manejar la atención o percibir su rechazo. Quizás la máscara en el baile le
hizo más fácil estar entre la multitud. Nadie podía rechazarlo si no sabían
quién era.
No queriendo ver ninguna luz dentro del alma séptica del hombre al
otro lado de la mesa, Meadow no pudo evitar creer que, a pesar de los juegos
de Vincent, a pesar de los errores que había cometido, había una chispa de
compasión dentro de él. Era esa chispa la que le hacía imposible celebrar
su muerte como los demás lo harían en dos días.
Sin embargo, tampoco podía permitir que la debilidad que él mostraba
cuando se trataba de su hermano la distrajera de las respuestas por las que
había acudido a esta entrevista. Una pregunta que todavía no había
respondido, una que ella necesitaba saber para poder calmar su corazón
maltratado.
—¿Quién mató a Penny? —preguntó, su voz tranquila, su
comportamiento practicado.
Sus fosas nasales se dilataron con una inhalación profunda, y la cabeza
de Vincent se inclinó hacia atrás, cerrando sus ojos.
—Si lees los informes policiales verás que yo lo hice. A ella y a varias
otras personas. La policía hizo un excelente trabajo investigando el jardín
alrededor del Wishing Well, los perros de la policía científica desenterraron
el pasado.
Meadow golpeó su mano contra la superficie de la mesa.
—¡Maldición, Vincent! Esa no es una respuesta.
La puerta se abrió a la izquierda de Meadow, y un guardia entró a
anunciar:
—Se acabó el día. Deberá finalizar la entrevista de hoy y comenzar de
nuevo mañana.
Podía ver la lenta sonrisa extenderse por la cara de Vincent.
—Por una jodida vez en el tiempo que llevo aquí, estoy realmente feliz
de ver a un guardia. —Su cabeza bajó nuevamente, y sus ojos se abrieron
mientras entrelazaba sus dedos sobre la mesa—. Te veré mañana, Meadow.
Te sugiero que uses el tiempo que tienes esta noche para enfocar tus
pensamientos y determinar qué preguntas deben hacerse. Solo nos quedan
unas pocas horas antes de que me claven una aguja en la vena, y cualquier
respuesta que luego recuerdes que necesitabas será enterrada para siempre
conmigo en mi tumba.
Mirando la pomposa expresión de su rostro, se levantó un poco de su
asiento con demasiada fuerza antes de girarse para detener la cinta y
recuperar su grabadora. Ella no se molestó en mirar hacia atrás mientras
dejaba que el guardia la guiara fuera de la habitación.
—L
o digo en serio, Maurice, deja de intentar meter comida
en mi boca delante de Vincent. ¡El idiota de tu hermano
conseguirá ideas y pretenderá probarlo él mismo
mientras que en realidad solo me apuñala con un tenedor!
La risa de Penélope era una alegría contagiosa que iluminaba el rostro
de mi hermano, y mis ojos estaban clavados en su expresión con absoluta
incredulidad. En cuestión de semanas, Penélope había logrado lo que todos
los demás no habían logrado: ella le había mostrado a un hombre que estaba
atrapado por su propia agitación emocional cómo llegar a salir de debajo de
ese peso y aprender a vivir de nuevo. Los terapeutas, los médicos, ni siquiera
mi madre, habían podido lograrlo. Y por lo que había hecho Penélope,
siempre estaría en deuda con ella.
No es que admitiría esa deuda. No con ella, al menos. Dios sabe que
ella esperaría el momento más inoportuno para exigir cobrarlo con creces.
Aunque Maurice la amaba más de lo que él podría amarse a sí mismo,
todavía la veía por la Chica Sucia rebelde que había descubierto en las
calles. Pero eso no significaba que podría ignorar la gratitud que tenía por
su capacidad de devolverme a un miembro de mi familia.
Los labios sonrieron, Maurice empujó el tenedor hacia ella una vez más,
y la comida se derramó para gotear por su barbilla.
—Lo mataré si te apuñala. Él lo sabe. —Girándose para lanzarme un
gruñido falso, Maurice preguntó—: ¿Cierto, Vincent?
—C’est vrai, mon frère45.
Era en momentos como este, que me preguntaba si estaba soñando.
Este cambio en él no era posible.
Habían pasado dos semanas desde que acepté llevar a Maurice al jardín
al atardecer, catorce días donde Penélope me persiguió exigiéndome cumplir
mi promesa. Admitiré que el nerviosismo me había impedido ceder
finalmente, y durante esas dos semanas, encontré excusas de por qué no
—¿Qué quieres decir con que uno de nosotros tomará la culpa por esto?
Fue Barron quien mató a Penélope. Solo lo ataqué porque después fue tras
mi hermano.
—Eso no es lo que siete huéspedes tenían para decir. No estoy al tanto
de sus declaraciones exactas, pero de lo que estoy recopilando sobre lo poco
que la policía me ha contado, los huéspedes están fijando las muertes del
hombre y la mujer sobre ti o tu hermano. —Stephen Chase, el hombre que
había sido mi abogado durante más tiempo del que podía recordar se relajó
en su asiento, obviamente incómodo con las sillas de plástico en la sala de
espera de la estación de policía local.
Según él, me quedaría a pasar la noche para asistir a mi lectura de
cargos en la mañana.
—¿Cuáles son mis posibilidades de salir bajo fianza mañana? —
pregunté, odiando el mono que me habían dado para usar después de tomar
mi ropa como evidencia.
—Escasas, considerando la brutalidad del crimen. Ese hombre fue
destrozado, Vincent. El cuerpo de la mujer aplastado en partes. ¿Qué
demonios pasó?
—Ya te lo dije…
—Me dijiste que mataste a un hombre por atacar a una mujer en tu
jardín, ¡pero por el amor de Dios! ¡La escena era un baño de sangre! —Su
palma golpeó la mesa con frustración antes de que él se estirara para
pasársela por el cabello. Después de liberar una profunda respiración,
dirigió su mirada hacia mí y bajó la voz—. Sé que tú no podrías haber hecho
eso. No eres un jodido loco. Tu hermano, sin embargo…
—No tuvo nada que ver con eso —insistí. No había forma de que les
dejara arrastrar a Maurice en esto. Si se descubriera que mi hermano
cometió un asesinato, terminaría en un centro psiquiátrico estatal. Me
negaba a dejar que eso le pasara—. Hablando de eso, ¿te pusiste en contacto
con John? ¿Cómo está mi hermano?
—¿Estás preocupado por tu hermano? ¿Me estás tomando el pelo?
Simplemente lo miré fijamente.
—Tu gerente dijo que lo llevaron al sótano. Lo que sea que eso
signifique.
Cuando el alivio marchitó mis hombros, apreté los dientes.
—Me estás matando, ¿sabías eso? Esto es serio, Vincent. Tienen perros
de la policía científica buscando las piezas del hombre que fue asesinado.
Esa información no era un buen augurio. Frotándome la palma por la
cara, pregunté:
—Solo por curiosidad, ¿qué tan profundo pueden oler esos perros?
Sus ojos se redondearon.
—No estoy seguro. ¿Por qué?
Sacudiendo la cabeza, respondí:
—Por nada. —Excepto tal vez los otros dos cuerpos que había dispuesto
cuando ocurrieron los accidentes.
Maldición, esto era malo.
—¿Y ahora qué? ¿Pasamos por la lectura de cargos? ¿El juez me pone
la fianza? ¿Qué pasa entonces?
Maldiciendo bajo, Stephen hizo clic con su bolígrafo, y el ruido era un
síntoma externo de su incredulidad y enojo.
—Entonces permitimos que la policía concluya con su investigación y
decidan los cargos. Como tu abogado, te recomiendo extremadamente que
confieses quién destrozó realmente a ese hombre y mató a la mujer.
—Penélope —dije, y una verdadera pena cubría mi voz—. Su nombre
era Penélope Graham.
—No me importa cómo se llamaba. Todo lo que sé es que si no
confiesas, ella será la mujer por la que recibirás la pena de muerte.
Prisión de Faiville, 12:01 p.m.
M
eadow estaba llorando cuando el guardia la condujo fuera de
la sala de entrevistas para el cambio de turno, su mandíbula
prácticamente se estaba arrastrando sobre la mesa después
de escuchar la descripción de los eventos de Vincent. Ella no tuvo ni un solo
segundo para preguntarle más al respecto antes de que la puerta se abriera
y le informaran que tendría que irse por una media hora.
En verdad, y por primera vez desde que había comenzado esa entrevista
con Vincent, ella agradecía la interrupción. Meadow se sentía rota,
aplastada, sufriendo las mismas heridas que sufrió su hermana cuando
estalló la pelea a su alrededor.
Después de ser conducida a la sala de espera donde se sentó en los
bancos que eran tan incómodos y tan inhospitalarios, como todos los
sentimientos dentro de ella, deseó haber traído los informes policiales y los
informes de autopsia, aunque solo fuera para confirmar lo que pensaba que
sabía.
Barron había sufrido lesiones tan brutales que el médico forense solo
pudo adivinar cuál había sido el trauma que lo mató. Como si una manada
de animales lo hubiera arrollado, su cuerpo estaba destrozado, desgarrado
por la ira de un hombre que, hasta ahora, Meadow creía que había estado
celoso. Ella había adivinado, ella había SABIDO, que Vincent no pudo haber
sido el que lo hizo, dejando solo a Maurice para haber perdido el control.
Pero en todos los días que había pasado estudiando esos informes, en
todos los años que había pasado pensando en lo que había leído, nunca
había considerado la posibilidad de que la ira del hombre que mató a Barron
había sido para proteger a su hermana del hombre que pretendía hacerle
daño.
¿Qué tan estúpida había sido?
En cuanto al cuerpo de su hermana, las lesiones tampoco eran
concluyentes. Huesos rotos, cráneo aplastado, piel rasgada y desgarrada.
Había varias conjeturas sobre cuál había sido el golpe fatal. Meadow asumió
que las heridas habían sido intencionales, no que hubieran ocurrido cuando
un hombre intentó proteger su cuerpo de otro hombre a quien no podría
haberle importado menos.
Al final, tenía razón, Vincent no había sido el agresor, no había sido el
villano en este trágico final de cuento de hadas. Y no se había equivocado al
decir que era el momento demasiado perfecto lo que hizo posible que la
historia terminara de esta manera. Como si el destino mismo hubiera
bailado en las calles de la ciudad, y la influencia de sus caderas hubiera
soplado vientos suaves, empujando a todos los personajes a su lugar.
Demasiado perfecta, esa perra que llamamos destino y su momento.
Pero incluso en eso, Vincent no lo sabía todo. No entendía cuán perfecto
había sido el momento. Solo Meadow lo sabía, y era su turno para
contárselo. Había sido su única carta: el as que lo enviaría a la muerte
gritando.
Ya no. Ahora era un hecho patéticamente triste ya que, si no hubiera
estado tan enojada y asustada, podría haber evitado la tragedia y la muerte
sin sentido.
—¿Está lista para volver? ¿O necesita unos minutos más?
Limpiando las lágrimas que salpicaban sus mejillas, Meadow levantó
la vista hacia la adusta cara del guardia junto a la puerta. Parado al otro
lado, la miró desde entre las pesadas barras, sus manos envueltas alrededor
de una a cada lado de su cuerpo. Su expresión debía haber disparado
señales de advertencia en su cabeza.
—¿Le dijo algo allí que le molestó tanto? No tiene que terminar esto,
¿sabe? Puede irse y dejar que ese bastardo muera solo.
Sus palabras la hicieron llorar más fuerte. A pesar de todos sus juegos,
de las redes enredadas que él había tejido y la alegría que sentía al atrapar
a su presa, Vincent Mercier no merecía morir en absoluto.
Todo había sido sobre su hermano. Sobre Maurice. Las muertes, los
accidentes, las jaulas y las cadenas: todo había ocurrido porque un hombre
no sabía cómo para ayudar a otro. Pero no porque no lo hubiera intentado.
La gente celebraría la muerte de Vincent mañana.
Meadow no sería uno de ellos.
Limpiando la última lágrima, Meadow respondió:
—Estoy lista. —Mientras odiaba lo rota que sonaba su voz. Parándose
del banco, que ella nunca calentaría de nuevo, dio pasos medidos hacia la
imponente puerta, e hizo una mueca ante el sonido del silbido neumático y
entró para terminar una entrevista deseó haber realizado años antes.
Antes...
Habría hecho cualquier cosa en su poder para salvarlo.
Dirigida dentro de la sala de entrevistas tres, no levantó la cabeza, no
se atrevió a encontrarse con los ojos de Vincent hasta que endureció su
columna y estuvo lista. Lo que ella encontró cuando finalmente miró por
encima de la mesa la rompió aún más. Por primera vez desde que
comenzaron este baile, Vincent la miraba con lástima detrás sus ojos verde
esmeralda.
—Lo siento —dijo, su voz un susurro suave.
—¿Por qué?
Vincent estaba demasiado quieto en su asiento, demasiado arrepentido
y tranquilo. Por alguna extraña razón ella de repente echó de menos la
arrogancia, el humor, el ingenio afilado del hombre ahora la miraba con
aguda comprensión en su expresión.
—Acabas de escuchar los detalles de la muerte de tu hermana. Eso no
puede ser fácil para nadie.
Si tan solo él supiera...
Envolviendo sus brazos alrededor de su abdomen, intentó mantenerse
unida. Y con una fuerza mínima en su voz, dijo:
—No eras el villano en esta historia. Quiero decir... lo eras... pero al
mismo tiempo, no lo eras.
Un rápido movimiento de cabeza, solo un movimiento suave.
—No, no en esa parte, al menos. ¿En otras? —Se encogió de
hombros—. Quizás lo era.
Un periodista no debería perderse de esta manera, no uno de verdad,
no uno del tipo que es duro como las uñas, que podría apartarse de la
historia y mirarla desde un lugar objetivo.
Ella no podía. Había perdido la capacidad de pelear.
—¿Cómo? —preguntó ella, con la garganta tapada por la emoción, y
sus pulmones luchando por tomar un aliento estabilizador—. ¿Cómo
terminó Barron en el jardín con mi hermana?
Los segundos pasaron en silencio, Vincent la estudió, diseccionándola,
antes de exhalar y admitir:
—Eso, no lo sé. Por lo que mi abogado me dijo, la policía revisó las
cintas de seguridad del hotel. Vieron llegar a tu hermana, vieron a Barron
ir y venir, pero cómo esos dos terminaron juntos es un misterio que me temo
que nunca resolveremos. Es el momento justo que mencioné.
Levanté la vista hacia él para verlo estirar los dedos con resignación.
—¿Cómo aparece el leñador justo a tiempo para salvar a Caperucita del
lobo? ¿Cómo hacen los príncipes de cada cuento de hadas para aparecer
exactamente en el momento en que se los necesita? Solía pensar que esas
historias eran cómicas por la forma en que todo caía perfectamente en su
lugar. Solía pensar que eran tan opuestas a la realidad. Pero después de
esta historia, después de innumerables otras tragedias donde la gente
simplemente está en el lugar equivocado exactamente en el momento
equivocado, ya no me río de los cuentos de hadas. Incluso la vida tiene
finales limpios y ordenados los cuales no tenemos más remedio que aceptar.
Otro corto período de tiempo en el que el único sonido en la habitación
era el suave zumbido del aire acondicionado. Meadow se perdió en ese
momento, al menos hasta Vincent sacudió sus cadenas.
—Pero eso no es todo lo que hay que saber sobre este final en particular,
¿verdad?
Levantando los ojos, lo encontró inclinándose hacia ella, cerrando la
distancia que ella necesitaba tan desesperadamente.
Meadow necesitaba espacio de la tragedia, de las vidas destrozadas, de
los secretos y el dolor.
Oh, Dios, el dolor...
—No sé a qué te refieres —respondió ella débilmente, sus propias
mentiras aplastándola bajo su patético peso.
—No mientas —respondió suavemente—, no ahora, no después de que
hayamos llegado al final.
La tensión recorrió sus huesos. Él no puede saberlo. No hay manera
posible.
Estirándose todo lo que le permitían los grilletes, Vincent solo podía
tocar su barbilla con la punta de su dedo. Ella quería enderezar su postura,
detenerse de doblar su cuerpo sobre el borde de la mesa solo para poder
salir de alcance. Pero, sin embargo, ese pequeño contacto la consoló más de
lo que quería admitir.
—¿Cómo pudiste dejar morir a Maurice? —preguntó ella, y la pura
agonía cubría sus palabras.
—No quise hacerlo. Hice todo lo que pude para ayudarlo. Es por eso
que camino voluntariamente a mi muerte. Pero eso no es lo que necesitamos
discutir en este momento, ¿no es así? Tenemos tiempo para eso después de
encajar la pieza final de este trágico rompecabezas.
Meadow levantó los ojos, la verdad de su secreto escrita claramente en
su rostro.
—Que Barron encontrara a tu hermana, la elección de qué noche
Maurice y yo iríamos al jardín, esos no fueron los únicos factores con el
tiempo perfecto, ¿verdad? Hubo un factor más que se agregó a este final de
cuento de hadas, y creo que es justo que me lo digas.
Sus ojos se clavaron en los de él, con manchas marrones doradas que
se encontraron con el verde esmeralda cuando todos los velos y las
pretensiones se desgarraron, y los secretos finalmente se revelaron.
Vincent parpadeó, sus pestañas oscuras un abanico en su piel por un
momento antes de que el verde la inmovilizara de nuevo.
—¿Cómo es que tu hermana estaba en el hotel esa noche? ¿Y por qué
elegiste salir corriendo después de presenciar lo que pasó, Penélope?
Con el corazón acelerado, ella cerró los ojos con fuerza, abriéndolos de
nuevo para verlo mirándola con conocimiento escrito en el color.
—¿Lo sabes? —preguntó, su mente ahogándose con incredulidad.
Vincent simplemente asintió.
—Lo supe desde el primer momento que entraste en esta sala para
comenzar la entrevista. Lo he sabido todo el tiempo.
Penny
V
incent salió de la habitación con los hombros sacudiéndose.
Últimamente parecía que ya no disfrutaba torturándome con
juegos, sino torturándome haciendo sugerencias que Maurice
tomaría en serio. Hacía cinco segundos simplemente habíamos estado
almorzando, aunque fuera desordenadamente debido a la diversión de
Maurice en vigor de alimentarme. Pero ahora, el hombre hermoso con
brillantes ojos verdes me miraba como si fuera la comida que él comería, la
comida de la mesa ya no tenía su interés.
—¿Qué es una vaquera inversa? —preguntó, con la cabeza ligeramente
inclinada hacia un lado.
Mi cara cayó en mis palmas. Murmurando contra mis manos, respondí:
—No es nada. Solo olvida que Vincent alguna vez dijo eso.
Una risa profunda flotó sobre la mesa, mientras extendía la mano para
apartar la mía de mi cara.
—No suena como nada.
Sacudiendo la cabeza con incredulidad, me reí junto con él.
—Te enseñaré lo que es, después de nuestro paseo por el jardín esta
noche. ¿Trato?
Levantando una ceja, sonrió con satisfacción.
—Trato. ¿Pero qué puedes enseñarme ahora?
Cuando me miraba así, no quería nada más que agarrarle la cara entre
las manos y besarlo hasta que ambos nos quedáramos sin aliento. Pero a
pesar de que éramos “amigos”, todavía no me había permitido esa intimidad.
El sexo, Maurice podría manejarlo. De hecho, era una demanda que hacía
varias veces al día. Pero besar, todavía no estaba allí. No sabía si tenía que
ver con la confianza y le había preguntado a Vincent si entendía por qué
Maurice tenía ese problema. Incluso Vincent no lo sabía. La única
suposición que pudo hacer fue que la última persona que Maurice
voluntariamente había dejado besarlo, había sido su madre.
Y luego, unos meses después, ella había muerto.
Entonces, tal vez era miedo, un miedo que estaba decidida a
demostrarle que estaba fuera de lugar. Vincent me había dado un discurso
ridículo sobre cómo un beso daba vida o traía muerte, lo que sea que eso
significara, pero me negaba a dejar que Maurice continuara alejándose de
cualquiera de las mejores experiencias de la vida.
Entonces, por la noche mientras dormía, lo besaba en toda la cara. Y
un día, lo haría cuando sus ojos estuvieran abiertos, cuando me estuviera
mirando como si yo fuera su mundo, cuando finalmente llegara a un punto
con él en el que pudiera confiar en que nunca me iría de su lado.
—Puedo enseñarte paciencia —respondí, sonriendo como una idiota al
ver la expresión contenta de su rostro ridículamente hermoso. No era justo
lo apuestos que eran Maurice y Vincent, y quizás los problemas de Maurice,
esos problemas que lo mantenían apartado, habían sido un favor para las
mujeres del mundo. Tratar con uno era suficiente para sumergirte en un
vórtice sensual de confusión y dejarte con la incapacidad de respirar, pero
si estos dos alguna vez hubieran salido juntos por la ciudad, sabía que
habría habido una gran cantidad de corazones rotos siendo dejados a su
paso.
—¿Paciencia? ¿Por qué?
—Porque necesito ducharme y tengo que hacer recados, tengo que irme
corriendo hoy —expliqué con mi hermana en mente.
Habían pasado unas pocas semanas desde la última vez que le envié
un correo electrónico y después de pasar por el cibercafé para responder
cualquier mensaje que Meadow me hubiera enviado, tenía intención de
pasar por una tienda para comprar un teléfono con las ganancias de mi
último sueldo. Ya no me preocupaba que Vincent me diera una patada y me
enviara a la calle, y quería hacer mi vida más conveniente. Por qué no había
comprado uno hacía semanas estaba más allá de mi comprensión, pero tal
vez mi propio miedo a lo que podría suceder con el estado de ánimo
mercurial de Vincent me había hecho demasiado recelosa de agotar mis
ahorros.
Su estado de ánimo ya no importaba. Nada me despegaría de Maurice.
La preocupación bordeó sus ojos.
—¿Volverás a tiempo para la caminata?
Sonriendo para consolarlo, quería extender la mano para borrar las
líneas preocupadas de su rostro, pero sabiendo que solo se alejaría,
enrosqué mis dedos en mis palmas.
—No me lo perdería por nada. Ni una maldita cosa. ¿De acuerdo? Y si
no llego al sótano a tiempo, te esperaré junto a la puerta de empleados que
da al exterior.
Maurice asintió antes de volver a acomodarse en su asiento.
—Está bien.
Y si quería cumplir esa promesa, tenía que ponerme en marcha. Ya el
día se estaba haciendo tarde. Parándome de mi asiento, presioné dos dedos
contra mis labios y le lancé un beso.
—Volveré, Maurice, y luego descubriremos lo que puedo enseñarte más
tarde.
Él asintió y me mató no poder abrazarlo y sostenerlo de una manera
que todavía no me permitiría. La idea del afecto físico de Maurice a menudo
conducía al sexo salvaje, y no había tiempo para eso, no si quería enviarle
el correo electrónico a mi hermana, comprar un teléfono y regresar a tiempo.
No solo eso, sino que necesitaba ducharme. Hacerlo en el sótano solo
llevaba a que Maurice entrara para ensuciar mi cuerpo después de limpiarlo.
—Te veré cuando regrese —grité, dejando la sala amarilla para correr
por el pasillo hasta el ascensor. Después de ir a mi habitación en el quinto
piso, ducharme y vestirme, salí del hotel por la puerta trasera de los
empleados al jardín.
No tardé mucho en llegar al cibercafé, y ahora el empleado me reconocía
lo suficientemente bien como para gritar mi nombre cuando entraba.
—¡Penny! ¿Cómo estás hoy?
—Bien —respondí, arrojando suficiente dinero para comprarme media
hora.
Sacudiendo la cabeza, abrió la caja registradora y me entregó un recibo
con el código de inicio de sesión.
—¿Por qué no has comprado un teléfono todavía? Venir aquí todo el
tiempo tiene que ser un dolor de cabeza.
—Compraré uno después de salir de aquí hoy.
El cajero sonrió.
—Bueno, en ese caso, te extrañaré. El escritorio tres está abierto.
—¡Gracias!
En cuestión de segundos, estaba en el escritorio tres, iniciando sesión
en mi proveedor de correo electrónico para encontrar docenas de correos
electrónicos que abarcaban las últimas semanas, cada línea del asunto
sonaba más en pánico y urgente. Cuando llegué al correo electrónico con el
asunto “¡¡MAMÁ ESTÁ MUERTA!!” mi corazón era un redoble en mi
garganta, por lo que hice clic para abrirlo.
Las lágrimas brotaron de mis ojos, y mi mano voló a mi boca como si
eso detuviera los fuertes sollozos que escapaban de mis labios. Apenas podía
leer las palabras a través de las lágrimas que no paraban de fluir, apenas
podía entender lo que decía el correo electrónico de Meadow.
Aparentemente, ella me había estado enviando correos electrónicos
durante más de una semana para informarme que mi madre y su nuevo
esposo habían tenido un accidente automovilístico, y que ninguno de los dos
había sobrevivido. Cuando no respondí, ella había perdido la paciencia y
había escrito este correo electrónico con el horrible asunto, esperando que
captara mi atención.
Meadow era una chica inteligente. Tenía una buena cabeza sobre los
hombros. Ella sabía dónde encontrarme. ¿Por qué no había llamado al hotel
para darme las noticias? Tal vez, su sorpresa, su dolor, su agonía por perder
a su madre habían hecho imposible que ella pensara lógicamente.
Diciéndome que le preguntaría eso cuando tuviera la oportunidad, me
desplacé por los siguientes correos electrónicos con los detalles del funeral
que estaba planeando. Negándose a tenerlo sin mí allí, hizo planes para
venir a la ciudad a buscarme, y su último correo electrónico, fechado de esa
mañana, me decía que había llegado sana y salva a la ciudad.
Ella se estaba quedando con su mejor amiga, Gia, en su casa en
nuestro viejo barrio. Mirando el reloj en la pantalla de la computadora,
calculé la distancia del viaje y determiné que podía llegar allí para verla y
volver al hotel a tiempo.
El pánico y el dolor tienen una forma de revolver los cables mentales, y
la lógica se vuelve ausente cuando la emoción toma el control. Debería haber
regresado al hotel y llamado Gia. Meadow debería haber llamado al hotel
para ponerse en contacto conmigo. Cuando tomas todos los “debería haber”
y los envuelves en un paquete pequeño y ordenado, ves cuán ridículos
habían sido los errores. ¿Pero quién tiene tiempo para eso cuando su
corazón se está rompiendo a la mitad? Mi hermana me necesitaba igual de
desesperadamente como yo la necesitaba a ella.
Al salir corriendo del café, llamé a un taxi y, después de saltar en la
parte de atrás sin preocuparme por el costo, recité la dirección de Gia.
El taxista se volvió hacia mí, juntando las cejas.
—Ese es un viaje de cuarenta y cinco minutos en coche. ¿Sabe cuánto
costará?
—No me importa —le grité prácticamente, las lágrimas aún fluían—.
¡Solo lléveme allí ahora!
Después de mirarme como si estuviera loca, se encogió de hombros y
se puso en marcha. El viaje se sintió como si hubiera tomado días en lugar
de menos de una hora.
La casa de Gia era exactamente como la recordaba, un estilo rancho de
una sola planta con persianas azules y una puerta roja. El patio que su
madre siempre había mantenido meticulosamente estaba en plena floración
ahora que estábamos en medio de la primavera, y por lo que podía ver, la
cerca blanca acababa de recibir una nueva capa de pintura. Le arrojé algo
de dinero al conductor cuando me dijo la ridícula tarifa, pero antes de salir
y dejar que se fuera, un momento de lógica se hizo cargo.
—¿Puede esperar a que vuelva? Necesitaré un viaje de regreso a la
ciudad.
Sacudiendo la cabeza con incredulidad, sacó su teléfono y comenzó a
desplazarse por él.
—Lo que quiera. La tarifa es la misma si el auto se mueve o no.
—Gracias —dije, mi voz distraída mientras corría por la pequeña acera
que llevaba a la puerta de Gia. Tocando el timbre, golpeé mi pie esperando
ansiosamente para que alguien contestara. Gia finalmente abrió, y la
confusión arrugó su frente.
—¿Meadow? Podrías haber entrado directamente.
—No. Soy Penélope.
—¡Mierda! —dijo riendo—. Todavía es imposible distinguirlas. ¿Pero
qué haces aquí? Meadow fue a la ciudad a buscarte. Dijo que has estado
fuera de contacto las últimas semanas.
—¡Maldición! —Las lágrimas brotaron de mis ojos. No estaba de humor
para esto—. Recibí sus correos electrónicos y vine aquí buscándola. Ni
siquiera sabía que ella vendría a la ciudad.
Levantando una cadera, Gia apoyó un hombro contra la puerta.
—Yo tampoco hasta ayer. Me llamó en pánico cuando estaba
abordando el avión. Todo lo que trajo con ella fue un pequeño equipaje de
mano, que…
Mirando por encima del hombro, dijo:
—Maldición, debe haber salido corriendo cuando se fue hace un rato.
Ella olvidó sus cosas. ¿Estás regresando a la ciudad?
Su mirada pasó por mi hombro para ver el taxi que esperaba.
—Eso parece. ¿Por qué no llevas su bolso contigo? Tengo la sensación
de que una vez que ustedes dos se encuentren, ella no querrá venir hasta
aquí.
—Sí, está bien. Realmente necesito volver.
No solo para encontrar Meadow, sino para estar en el hotel a tiempo
para el atardecer. Maurice tendría un ataque de pánico si no estaba allí. No
sabía lo que él pensaría que me habría pasado.
Me entregó el bolso cruzado, que no era más grande que una cartera
de mujer, y ella me tocó el hombro cuando me giré para irme.
—Oye, Penélope. Realmente lamento lo de tu mamá. Meadow estaba
inconsolable. Nunca la he visto así de nerviosa y fuera de sí. Realmente no
lo está tomando bien.
Asintiendo porque no sabía qué decir, me fui, pero me giré antes de
llegar al taxi.
—Gia, si Meadow dejó sus cosas aquí, ¿cómo se fue a la ciudad? No
hubiera podido pagar un taxi.
—Mi madre dijo que la dejaría, ya que se dirigía allí por una reunión de
negocios. Probablemente ni siquiera se haya dado cuenta de que lo dejó
aquí. Como dije, ella está realmente mal ahora.
—Gracias. —Todavía me estaba saludando cuando subí al taxi.
—¿De vuelta a donde la recogí? —preguntó el conductor.
—Sí. Y dese prisa.
Debería haber recordado el tráfico al decidir si podría llegar a la casa
de Gia y volver a la ciudad a tiempo. Debería haber recordado que a las cinco
de la tarde, las calles que conectan la ciudad y los suburbios se convertían
prácticamente en un estacionamiento. Aquí estaba nuevamente
enumerando los “debería haber”, los errores que hicieron posible una noche
como esta.
Para cuando pudimos acercarnos remotamente al Wishing Well, el sol
ya se estaba asentando en el horizonte; mis manos se apretaron
dolorosamente sobre la correa de la bolsa de Meadow. Incapaz de soportar
estar sentada en la parte trasera de un taxi haciendo nada, exploté, más
preocupada por Maurice que cualquier otra cosa. A pesar de que sabía que
Meadow estaba de luto, a pesar de que Gia había mencionado que Meadow
no había sido ella misma, sabía que no podía ser tan mala que ella
simplemente no esperaría en el hotel a que regresara. Si ella fue allí, la gente
de la recepción habría contactado a Vincent…
Mierda, pensé. Él no sabía que tenía una gemela idéntica. Le había
mencionado a mi familia, pero nunca que Meadow fuera mi gemela.
No quería pensar qué diría o haría Vincent después de pasear por el
lobby para descubrir a Meadow parada allí. Solo podía esperar que él se
controlara lo suficiente como para no decir ni hacer nada para asustarla,
que él le mostraría mi habitación para que ella pudiera esperar allí, o tal vez
que la llevara a una mesa en el comedor.
¿Por qué demonios no tenía un teléfono? Habría evitado todo esto.
No podía quedarme sentada en el taxi por más tiempo. Correr el resto
del camino era más rápido en ese punto.
—¿Cuánto cuesta que me baje aquí? —pregunté, la urgencia afilando
mi voz.
Las sirenas cortaban el aire nocturno, con un volumen tan grande que
el conductor no podía hablar lo suficientemente alto como para ser
escuchado por encima de ellas. Las luces azules brillaban mientras los autos
de la policía luchaban para adelantarnos, y el tráfico eventualmente se
movía lo suficiente como para que pudieran pasar. A medida que el sonido
disminuía con su distancia, el conductor finalmente me dijo la cantidad.
Haciendo una mueca por el costo, le tiré el dinero y salí fuera del auto.
Todavía a varias cuadras de distancia, vi las luces de los vehículos de
emergencia luchando contra los colores brillantes del sol poniente, y
después de girar varias esquinas, escuché los gritos a la distancia, los
murmullos, los gritos de la policía, y un rugido desgarrador de puro dolor
elevándose por encima de todo. No pude recuperar el aliento, no podía reunir
mis pensamientos, no podía hacer nada más que seguir corriendo hacia el
hotel. Y al acercarme, supe que algo terrible había ocurrido.
Lo que no sabía era que toda mi vida se había desmoronado. No hasta
que abrí la puerta de empleados del jardín. No hasta que me puse a un lado,
junto a un gran arbusto en flor que me ocultaba de la vista fácil cuando
presencié la escena que se estaba desarrollando frente a mí.
La lógica se perdió para mí, la agonía se deslizó para ocupar su lugar
en mis pensamientos. Y mi corazón no solo se astilló, sino que falló y se
detuvo. Mi mano voló hacia mi boca para evitar el grito que nunca llegó.
Primero vi a Vincent siendo esposado y llevado lejos, su ropa ensangrentada,
con heridas manchando su cuerpo y cara.
Más allá de él, más allá del hombre que me había sacado de las calles
y de alguna manera, le había dado un nuevo significado a mi vida, vi el
cuerpo de mi hermana siendo arrancado de los brazos de Maurice. John
tuvo el tiempo justo para inyectarle a Maurice la medicina que Vincent había
usado en él antes, y cuando el cuerpo de Maurice se desplomó, mientras
Meadow yacía sin vida sobre un lecho de hierba y sangre, mientras los
huéspedes seguían insistiendo a la policía que Maurice y Vincent la habían
matado, yo ya no tenía la capacidad de pensar racionalmente.
Entonces, en lugar de correr hacia la escena para descubrir lo que
había sucedido, en lugar de tomarme un solo puto segundo para
recuperarme y pensar, reaccioné con mi miedo e instinto saliendo por la
puerta trasera. Mirando al coche de policía donde se habían llevado a
Vincent, me di vuelta y corrí.
Prisión de Faiville, 2:07 p.m.
S
ilencio.
Silencio puro, agravante, hipnotizante, agonizante,
penetrante.
Vincent y Penélope estaban atrapados en su esclavitud.
Ninguno se movía, ninguno parpadeaba, ambos apenas respiraban mientras
absorbían los hechos de la historia que había destruido tantas vidas. Y
colgaba sobre el horror de los acontecimientos como una mortaja persistente
que aún no había sido barrida para revelar la última parte de la tragedia a
ser encontrada, era el reloj contando las horas el que diría cuándo ocurriría
el último acto de injusticia.
Vincent iba a ser ejecutado a las seis en punto de la mañana siguiente,
y no había una maldita cosa que ninguno de los dos pudiera hacer para
detenerlo.
Uno pensaría que el hombre con la muerte cerniéndose sobre él estaría
más perdido que la mujer que podía alejarse, pero en testimonio de su
fortaleza, de su aceptación del destino, Vincent fue el primero en romper el
silencio duradero cuando cerró los ojos, los abrió y habló.
—Te hiciste cargo de la identidad de tu hermana. Al principio me dije
que estaba loco por siquiera pensarlo, pero desde hace un año, me lo he
preguntado. Te ofrecí la entrevista para poder confirmarlo de una forma u
otra.
La mirada moteada de lágrimas de Penélope se encontró con la suya.
—¿Cómo? ¿Por qué? —preguntó; la confusión dibujaba líneas en su
frente.
Para esas preguntas, ella tenía una respuesta simple.
—Temor. —Sacudiendo la cabeza por su propia estupidez y pensando
en todos los errores, los “debería haber”, se pasó el dorso de la mano sobre
la cara para ahuyentar las lágrimas que se deslizaban lentamente por sus
mejillas—. Después de salir corriendo, no sabía qué hacer. Lo último que
quería era regresar al hotel y, como no tenía otro lugar a donde ir, me
registré en un motel barato en las afueras de la ciudad. Lo que pasó... estaba
por todas las noticias locales esa noche, así que me senté pegada al televisor
con una horrible recepción en mi habitación y traté de ver a través de lo que
estaba siendo reportado. Quería la verdad, pero estaba en un estado mental
demasiado pobre para procesar nada de eso. Tomé decisiones irracionales y
horribles en las semanas que siguieron.
—Ambos lo hicimos —ofreció Vincent, sus palabras tenían la intención
de consolar cuando ellas solo hacían más profundo el peso de la tragedia.
—Ambos lo hicimos —estuvo de acuerdo, su voz carecía de convicción
y fuerza. Una risa triste escapó de sus labios—. Quizás fue tu error lo que
causó el mío. Te culparé a ti si me dejas.
Con los grilletes arañaron la mesa, y Vincent la alcanzó. Por primera
vez, Penélope alargó la mano. Sus dedos se entrelazaron cuando dijo:
—Tienes mi permiso para culparme por lo que quieras. Pero al menos
explícame qué culpa estoy tomando.
Recordando de nuevo, Penélope respiró profundamente, y el dolor, el
miedo, la confusión y el odio que había sentido, regresaron en olas
rompientes.
—Las noticias esa noche no eran más que especulaciones.
Entrevistaron a algunos de los huéspedes que lo presenciaron y solo
pudieron adivinar qué causó la pelea. Lo único que los huéspedes pensaban
que sabían con certeza era que tanto tú como Maurice había sido los
agresores. No fue hasta tu lectura de cargos que empecé a juntar las piezas.
Lo televisaron, ¿sabías?
Asintiendo con la cabeza, admitió:
—Sabía que lo harían. Aparentemente la brutalidad de la muerte de
Barron fue excelente para la televisión. Las personas son buitres.
Penélope, disfrutando del calor de su mano, y consolada por el
contacto, admitió:
—Cuando afirmaste en la acusación que habías perdido el control por
los celos, que era un crimen pasional, o lo que sea, yo lo sabía mejor. Tú no
tenías motivos para estar celoso. Maurice, por otro lado, tenía motivos. Ellos
no habían revelado los nombres de las víctimas, ya que estaban esperando
contactar con parientes cercanos, y aunque sabía que una había sido
Meadow, no estaba segura sobre la otra. Para cuando finalmente nombraron
a las víctimas como Penélope Graham y Barron Billings, ya había tomado
una decisión sobre lo que haría.
—¿Y por qué tomaste esa decisión? ¿No te preguntaste por qué Meadow
estaba con Barron? ¿No querías hablar conmigo, al menos, sabiendo que no
había sido yo quien había causado esa pelea?
Es una locura lo que las emociones le hacen a una persona. Algunos
pueden pensar racionalmente. Son capaces de calmarse y decidir un curso
de acción que ayude a mejorar una situación en lugar de empeorarla. Pero
Penélope, en ese momento, no podía darle sentido a nada. Todo lo que sabía
era que toda su familia se había ido, solo tenía mil dólares a su nombre, y
estaba una vez más desempleada y sin hogar. Si tan solo se hubiera detenido
a pensar en otra forma de manejarlo.
—Estaba enojada y asustada. Con el corazón roto. Sé que te liberaron
bajo fianza, pero lo último que quería hacer era regresar al hotel. Me
asustaba pensar que Maurice había matado tanto a Barron como a Meadow.
Él podría haberme matado a mí. Por cómo mi hermana estaba con Barron...
Penélope se encogió de hombros, soltando un suspiro antes de decir:
—El tipo era un imbécil. Yo sabía eso sobre él, pero no lo consideraba
peligroso. Lo había visto en público desde ese incidente en tu oficina y no
me había atacado. Me dejó ir y no fue violento. No se me ocurrió que él había
intentado herir a Meadow. Pensé que tal vez solo la estaba acosando como
lo hizo conmigo. Pensé que Maurice los había visto juntos y se había vuelto
loco, y que tú asumiste la culpa para protegerlo. Tenía razón en esa última
parte. Tú siempre lo protegiste, incluso si mantenerlo en el sótano estaba
mal.
Asintiendo, Vincent le apretó la mano.
—Estaba mal. Lo que hizo mi padre estaba mal. Lo que hice después
de la muerte de mi padre aún más. Hubo un grupo de médicos y terapeutas
que me dijeron que no había esperanza para Maurice, y otro grupo que me
dijo que podría vivir una vida normal si solo cumplía con un horario de
medicamentos y terapia, pero estaba demasiado asustado por él. Y ese
miedo, esa falta de confianza lo contagió hasta que ni siquiera él podía creer
en sí mismo. Quizás, si yo hubiera tomado decisiones diferentes, Maurice
podría haber vivido una vida diferente. Sé de hecho que fueron mis acciones
las que evitaron que se convirtiera en lo que debería haber sido. Fue mi
culpa que no hubiera llegado a su verdadero potencial.
Las lágrimas corrían por la cara de Penélope.
—Él solo estaba tratando de protegerme, y ahora está muerto y te
matarán por eso.
Sin responder a lo que ella había dicho, Vincent preguntó:
—¿Cómo te convertiste en Meadow?
—Después de la lectura de cargos, después de creer en mi cabeza que
Maurice había matado a Meadow y a Barron por celos, compré un boleto de
avión y volé a Alemania usando su identificación. Tenía su bolso, y como
éramos idénticas, nadie lo cuestionó. Hasta donde el mundo sabía, Penélope
Graham había muerto esa noche, no Meadow. Y como no tenía nada, ni
familia, ni trabajo, ni dinero, ni hogar, me hice cargo de lo que ella tenía.
Continué el programa de educación en el que ella estaba. Manejé el
patrimonio de mi madre y tomé la casa y las cuentas bancarias. Me convertí
en otra persona y olvidé todos los errores que había cometido como
Penélope. Empecé de nuevo como mi hermana ya que ella nunca había
tenido los mismos problemas que yo. Y aquí estoy. Una periodista que vive
en otro país.
Él dejó que la declaración se asentara antes de preguntar:
—¿Pero eres feliz?
—No —confesó, la simple palabra era como quitarse un peso de encima
de los hombros. Todos los días trataba de convencerse de que no era cierto,
que había encontrado la felicidad en una vida que nunca quiso. Pero a pesar
de las mentiras que intentaba decirse a sí misma, Penélope sabía que era
miserable—. Ser periodista era el sueño de Meadow, no el mío.
Absolutamente lo odio. Mirar a los constantes males del mundo es horrible.
¿Y en cuanto a una vida personal? —Se rio—. No he estado con otro hombre
desde Maurice.
La sorpresa arrugó las cejas de Vincent.
—¿Nadie más? ¿Durante los siete años que pasaron desde esa noche?
—Lo amaba —dijo, y la tristeza cubría cada sílaba—. A pesar de sus
problemas, a pesar de lo que había hecho, lo amaba. Todavía lo hago, y
descubrir que murió solo, que él…
Incapaz de terminar el pensamiento, contuvo un sollozo.
Liberando su mano, Vincent se recostó en su asiento.
—Lo siento. Por todo. Por lo que has perdido.
Apartándose las lágrimas, ella se rio patéticamente.
—Este es realmente un cuento de hadas de mierda.
Sonriendo, Vincent respondió:
—La mayoría de los verdaderos lo son. No fue hasta que la gente les
buscó un final mejor y los cambió, que ellos tuvieron personajes cabalgando
hacia el atardecer para vivir felices para siempre. La mayoría de las fábulas
y cuentos de hadas eran historias de advertencia cuando se contaban por
primera vez. Hace que esta en particular encaje, ¿no te parece?
—Al menos puedo alejarme de todo esto. Tú eres el que está perdiendo
la vida. —El pánico la atravesó, y el dolor persiguió su estela—. ¿Por qué no
dices la verdad ahora que Maurice se ha ido? ¿Por qué no intentas salvar tu
propia vida? No deberías morir por lo que sucedió.
Su sonrisa estaba llena de melancolía y arrepentimiento.
—Estás molesta por mí en lugar de conmigo. —Una declaración más
que una pregunta, Vincent parecía divertido por la reacción de Penélope—.
Nunca pensé que vería ese día.
—No quiero que mueras.
Sus ojos verdes se suavizaron.
—Ma chérie, sois forte. Aie un peu de valor.46
—No soy fuerte, Vincent, y mi coraje está agotado —respondió.
Su risa atrajo su mirada sobre la mesa.
—Entonces, ¿has aprendido francés? Ya era hora. Tu negativa siempre
nos volvía locos a Maurice y a mí.
Débilmente, ella sonrió.
—Y aprendí alemán. No fue fácil. —Volviéndose callada, preguntó—:
¿No intentarás salvarte?
Vincent sacudió la cabeza.
—Me temo que es demasiado tarde para eso. Tomé la culpa por esas
muertes en un intento de salvar a mi hermano, y no me arrepiento de haber
ido a mi muerte. Si él hubiera sido culpado, sus últimos años habrían sido
más torturados que los míos. Lo habrían puesto en una institución
psiquiátrica estatal en lugar de una prisión regular. No quería eso para él.
Y, en verdad, esas vidas fueron perdidas por mi culpa. La vida de Maurice
estaba retenida por mi culpa. Él pasó demasiados años en esa jaula. Puede
que yo mismo no haya matado a esas personas, ni a tu hermana, ni a
Barron, ni a Émilie, ni a la otra mujer que fue encontrada, pero yo fui la
causa indirecta. Morir mañana es apropiado por los errores que cometí, y
E
l sol no había alcanzado el horizonte cuando me senté en el
balcón de mi pequeño hotel a la mañana siguiente, mis ojos
prácticamente hinchados por las lágrimas que no dejaban de
caer, y mi corazón apenas latiendo mientras mi mente rogaba que este día
nunca comenzara. Si fuera posible detener el tiempo, lo habría hecho,
quedando en éxtasis permanente, abandonando el próximo sol naciente, la
próxima hora, el próximo segundo solo para evitar que Vincent Mercier
nunca fuera ejecutado.
La ciudad ya aplaudía su muerte, los medios de comunicación
establecían sus campamentos fuera de la prisión de Faiville, y los reporteros
se mantenían en contacto dando breves transmisiones en vivo, detallando
la ansiosa energía de las personas acampadas fuera de las puertas de la
prisión.
Y los reporteros que no contaban sus historias en vivo desde la escena
estaban ocupados detrás de sus escritorios recordando a sus televidentes
por qué Vincent Mercier estaba siendo ejecutado.
Cuatro vidas perdidas: Barron Billings, Émilie Lapierre, Penélope
Graham y otra mujer que les había tomado meses y registros dentales
identificar. Su nombre era Candace Ray, una bailarina exótica que había
dado un espectáculo en el Wishing Well en la noche de su baile anual, y
quien había desaparecido cuatro días después cuando nunca más se supo
de ella. Al menos hasta que los perros de la policía científica habían
olisqueado sus huesos. Su desaparición inicial nunca había estado
relacionada con el Wishing Well ya que había dado otras dos actuaciones
desde esa noche, pero los medios de comunicación habían especulado que
Vincent la había invitado a que volviera, se había acostado con ella y la había
matado antes de enterrarla en el jardín.
Sus padres asistirían a la ejecución, felices por la justicia que recibiría
su hija. Era una pena que no supieran que la justicia ya había sido dada la
noche en que Maurice Mercier se había quitado la vida. Los padres de
Barron también estarían allí, sin ninguna idea de que su precioso hijo era
un maldito violador.
No creía que Maurice matara a Candace a propósito, y estaba segura
de que su muerte ocurrió durante uno de sus ataques, pero Vincent había
tomado la culpa de esa muerte sobre sí mismo para proteger a su hermano
menor, y había afirmado ante el tribunal que había disfrutado quitarle la
vida.
Cualquier cosa para distraer a la policía, los abogados, los jueces o el
jurado de mirar en dirección a Maurice. Vincent se hizo un monstruo ante
sus ojos para que no tuvieran motivos para sospechar de otro hombre.
Quería abofetearlo por su estupidez y besarlo al mismo tiempo por el
desinterés de lo que había hecho. Cuando conocí a ese hombre, él estaba
centrado en sí mismo. La gente no era más que peones para jugar. Nada
importaba excepto lo que lo beneficiaba. El mundo giraba en torno a Vincent
Mercier y el valor de cualquier otra persona no valía nada a menos que
tuvieran algo que pudiera contribuirle.
Había sido un juego cuando me sacó de las calles, un medio para ganar
algo de dinero fácil y mantenerse entretenido. Se suponía que yo solo era un
trofeo que él podría colocar en su estante y permitir que se le acumule polvo
hasta que otra persona viniera a desempolvarlo.
Pero Vincent, a pesar de su actitud egoísta, tenía una debilidad en su
hermano, Maurice. Era la única razón por la que Vincent se dignaría a
renunciar al mundo que creía que poseía, a renunciar a la vida que había
construido sobre las espaldas de cada persona que había usado para lograr
sus sueños ridículamente lujosos.
Como de costumbre, sin embargo, Vincent tenía razón en lo que dijo.
Si Maurice hubiera sido arrastrado a la refriega, si la policía hubiera
sospechado de su parte, lo habrían encerrado en un centro psiquiátrico
estatal con todos los demás locos criminales. Sus últimos años habrían sido
horrendos. Él hubiera sufrido esos años aún más amargamente de lo que
sufrió su prisión del sótano debajo del vestíbulo del Wishing Well.
Vincent parecía convencido de que la mayor parte de los problemas de
Maurice habían sido la culpa de su familia y de él. Y no dudaba que Vincent
entraría a esa sala de ejecución esta mañana creyendo que se estaba
muriendo no solo porque había intentado salvar a Maurice de ser culpado,
sino también creyendo que él merecía morir porque se sentía culpable por
haber arruinado la vida de su hermano al nunca creer que Maurice podría
haber sido más de lo que era.
La primera creencia era un acto de puro amor por su hermano. La
segunda, bueno, eso era simplemente un hombre expiando sus pecados. Se
estaba condenando a muerte por no saber hacer lo mejor que podía por
Maurice, incluso si había pasado su vida tratando de hacer lo correcto.
El pensamiento rompió mi corazón, rompiéndolo en un millón de
pedazos y dispersando los fragmentos.
Independientemente de cómo me sintiera, estaría allí hasta el final, solo
para asegurarme de que Vincent no moriría solo.
La primera neblina de fuego en el horizonte me hizo levantarme de mi
asiento para entrar dentro y vestirme. Solo quedaban dos horas de la vida
de Vincent Mercier.
A pesar de saber que no importaba cómo luciera en este evento, me
tomé el tiempo al seleccionar ropa bonita; un top blanco suelto con una
falda azul marino, en mis pies me coloqué tacones y me recogí el cabello en
un nudo profesional. Me tomé el tiempo de esconder mis ojos rojos e
hinchados debajo de una generosa cantidad de corrector, y me tomé el
tiempo de aplicar rímel y brillo de labios para terminar el look.
Para todos los asistentes, me vería como la periodista no afectada, allí
para registrar los hechos y nada más. Pero para Vincent y para mí, yo sería
la Chica Sucia de las calles cuyo corazón se estaba rompiendo.
El viaje a la prisión no tardó mucho, la mañana era tan joven que el
tráfico aún no se había acumulado en las calles. Al acercarme a las puertas
que conducían al área de estacionamiento, sin embargo, era una historia
completamente diferente. La adición de paseos, puestos de juego y
vendedores ambulantes de comida, habría sido un buen toque para que se
viera más como el carnaval que era.
Las camionetas de noticias llenaban el área del estacionamiento, sus
reflectores brillaban, y sus antenas rascaban el cielo mientras reporteros,
camarógrafos, ingenieros de sonido y otros equipos técnicos cubrían los
terrenos a su alrededor.
Supuse que no era muy frecuente que el mundo fuera testigo de un
millonario siendo ejecutado. Al pasar el caos, me di cuenta rápidamente de
cuánto odiaba a esas personas, los buitres, como Vincent los había descrito
con tanta precisión.
Después de mostrar mis credenciales a uno de los guardias de la
prisión, me dirigieron a estacionar en un lote más pequeño reservado para
las personas a las que se les permitía entrar. Una línea se había formado
afuera de la puerta; dos padres afligidos estaban abrazados mientras
esperaban y varios reporteros de alto poder los observaban a unos metros
de distancia preguntándose si debían darles privacidad o debían acercarse.
Al final, supe que esos imbéciles no podrían evitar darse un festín de la
angustia y dolor que los padres darían.
Yo no. Estaba allí con un solo propósito, incluso si no fuera el propósito
que había previsto antes de comenzar la entrevista. Originalmente había
querido mirar a Vincent a la cara como la marioneta que se había liberado
de sus cuerdas, pero ahora observaría cómo le clavarían la aguja en sus
venas y le haría saber que había al menos una persona que se afligiría.
Al acercarme a la línea, recordé otro rol que originalmente tenía
destinado a interpretar: el de la hermana gemela de duelo.
No era que no estuviera llorando por la pérdida de Meadow, era
simplemente que no culpaba a Vincent por ello. La única persona a la que
culpaba por eso era a Barron. Entonces cuando sus padres me miraron, y
cuando los reporteros vinieron corriendo, simplemente los fulminé con la
mirada, incluso si no merecían mi ira.
—¡Señorita Graham! —gritaron los periodistas—: ¿Cómo se siente
saber que el asesino de su hermana está siendo ejecutado hoy? ¿Está
esperando la ejecución? ¿Es cierto que Vincent Mercier pasó los últimos tres
días dándole una entrevista exclusiva?
Malditos buitres…
Pegando una sonrisa profesional en mi rostro, respondí:
—Si no les importa, me gustaría estar sola por el momento, como estoy
segura de que todos pueden entender. Quizás después de la ejecución, podré
responder mejor a sus preguntas.
Retrocedieron, pero solo después de que uno de los guardias se acercó
para dirigirme a donde estaban los otros miembros de la familia. Nos darían
una fila de asientos en el frente, como si eso compensara las pérdidas que
habíamos sufrido.
Después de unos minutos, se nos permitió entrar, y después de pasar
por dos puertas grandes y pesadas y otros dos juegos de puertas, entramos
en una habitación con tres filas de asientos plegables frente a una gran
ventana de vidrio con la partición cerrada. Por suerte, me dieron el asiento
que estaba en el centro de la primera fila, metida entre dos pares de padres
que estarían animando al verdugo.
Ya, sus susurros me hacían morder el interior de mi mejilla para evitar
decirles lo equivocados que estaban sobre Vincent. ¿Era un imbécil? Sí. ¿Se
merecía esto? No. En absoluto.
Supuse que algunos argumentarían que enterró los cuerpos de
Candace y Émilie. Que les robó un entierro apropiado. Y con Candace, al
menos, sus acciones los habían dejado sufriendo sin saber lo que le pasó a
su hija. Pero, incluso en eso, él estaba protegiendo a Maurice. Había tomado
decisiones estúpidas, pero no había sido un monstruo desalmado.
Los padres de Barron podían simplemente irse a la mierda por todo lo
que pensaba sobre su hijo, y evitar girarme hacia ellos y admitir la verdad
sobre lo que él había hecho, era extremadamente difícil. No es que nadie me
creería si decía la verdad. No había evidencia para probar las afirmaciones
de Vincent de lo que ocurrió esa noche para desencadenar la furia de
Maurice.
La partición se abrió revelando una habitación estéril con un banco
médico, una máquina con varios diales y tubos, y tres paredes blancas lisas
con una puerta de acero en una de ellas. Cerré los ojos, traté de esconderme
de lo que estaba sucediendo, e intenté respirar cuando supe quién entraría
pronto por esa puerta.
Mierda, no estaba segura de poder verlo. No sin gritar, no sin golpear
el cristal y decirles que se detuvieran. Vincent no había entrado dentro de
la habitación y yo ya estaba llorando.
Una mano me palmeó la espalda.
—Sé que es difícil, cariño. Pero terminará pronto.
Abrí los ojos para ver a la anciana madre de Candace intentando
consolarme. Apartando una lágrima, forcé la mayor sonrisa posible y redirigí
mis ojos a la ventana.
La puerta de acero se abrió, y el cuerpo musculoso de un metro noventa
y cinco de Vincent fue conducido a través de ella, con sus manos esposadas
detrás de la espalda, sus hombros estirados de par en par y su cabello un
desastre oscuro y ondulado tocando su traje blanco de prisión... y sus ojos
verdes se clavaron en mí donde estaba sentada.
Un sollozo me estremeció, tan violento que sacudió las patas de mi silla.
La madre de Candace tomó mi mano entre las suyas, acariciando la parte
superior como lo haría una madre para consolar a un niño molesto. Ella
tenía buenas intenciones, así que no quité mi mano. Fingí que era mi madre
o mi hermana sentadas a mi lado y que me consolaban para mirar este
evento.
Dirigido por dos oficiales para pararse frente a la ventana de vidrio,
Vincent fue colocado en el centro, y un intercomunicador se encendió con
algo de estática. Cuando el director en la parte de atrás de la habitación
comenzó a hablar, fue como un estruendo contra el silencio en la habitación
donde estábamos sentados.
—Vincent Mercier, ha sido condenado a muerte por los asesinatos de
cuatro personas. Habiendo sido declarado culpable por un jurado de
iguales, su castigo por esos crímenes se llevará a cabo hoy. Antes de la
ejecución, ¿hay alguna última palabra que le gustaría decir?
Mis ojos se clavaron en los suyos, y sentí que era la única persona en
la habitación. El brillo habitual estaba en el verde de su mirada, el humor,
la arrogancia, la risa que recuerdo haber visto en él cuando ambos
compartimos la alegría de ver mejorar a Maurice. A pesar de saber que
tomaría su último aliento, él no rogó ni lloró, no perdió ninguna parte de
quien siempre había sido. Vincent se mantuvo en pie, orgulloso.
Todavía mirándome solo a mí, Vincent abrió la boca para decir:
—Tu faites un voeu, et espérons que cela devienne réalité.47
Era exactamente lo que me dijo en el pozo del jardín el día que me dijo
que sacaríamos a Maurice para ver una puesta de sol. En aquel entonces,
no tenía idea de lo que significaba, pero ahora lo sabía.
Pides un deseo y esperas que se haga realidad...
Mis lágrimas no paraban de caer, y mi mundo entero se desmoronaba
sobre mí cuando lo alejaron de la ventana, lo acostaron en el banco y lo
conectaron a la línea de goteo.
No peleó. Simplemente cerró los ojos.
Y a las 6:27 a.m., en la fría mañana de un jueves, Vincent Mercier era
oficialmente declarado muerto.
Sentí que había muerto a su lado.
Penélope,
Si estás leyendo esto, entonces debo estar muerto. Bien, esa es una
forma horrible de comenzar una carta, pero mis dones en la vida nunca
habían sido en la escritura. Mi punto en la frase es que sé que esta carta no
te hubiera sido dada a menos que mi ejecución hubiera tenido lugar y
hubieras ido al Wishing Well como esperaba que lo harías.
También quiero que no esperes alguna disculpa de pura palabrería o
alguna otra tontería similar. Todo lo que tenía que decirte, estoy seguro, que
se dijo en nuestra entrevista. Pero conociéndome y conociendo mi negativa a
darle a cualquier persona influencia sobre mí mientras todavía estoy vivo y
respirando, sé que hubo una cosa que no me hubiera atrevido a decirte.
Quiero agradecerte, Penélope, por todo lo que fuiste para Maurice y para
mí. A pesar de las razones menos que honorables para sacarte de ese callejón
la noche que te conocí, y a pesar de tus atroces modales y rebelde
comportamiento, resultaste ser una bendición que nunca vi venir.
Como bien sabes, tanto la vida de Maurice como la mía habían estado
sumidas en muchas tragedias. Ambos sufrimos el dolor de sus problemas, y
la soledad no solo lo afectó a él, sino a mí también. Puede que haya tenido
riqueza, mujeres y negocios para hacerme compañía, pero nunca fui
realmente feliz hasta que llegaste. He pasado muchos años tratando de
descubrir qué hiciste por nosotros dos, y entonces una noche mientras
recordaba una tarde que pasé en la habitación amarilla en la que había visto
sonreír a mi hermano mientras te molestaba, me golpeó.
Nos devolviste a ambos el sentido de familia. Y mientras te convertiste
en la luz que brillaba en la oscura prisión de Maurice, también te convertiste
en la figura de una hermana para mí. Por todo el dinero, por el lujoso estilo de
vida que llevaba, por todas las comodidades que tenía en la punta de mis
dedos en la vida, tú fuiste más valiosa que todo eso. Esas tardes que pasé
contigo y mi hermano es lo que me llevo conmigo a la tumba. Puedo prometerte
que mientras esperaba en la camilla que las drogas me robaran el aliento, era
esa habitación amarilla lo que imaginé por última vez, era tu cara mirándome
con molesta exasperación y la sonrisa radiante de Maurice mientras nos
observaba hablar.
Él siempre tuvo fe en ti. Él sabía desde el primer segundo que te vio esa
noche junto al pozo, que le pertenecías, y que él te pertenecía a ti.
Te debo todo por el papel que interpretaste en nuestras vidas.
Si este fue nuestro cuento de hadas, Penélope, entonces tú fuiste el héroe
que entró en el caballo blanco para rescatarnos a ambos, a Maurice y a mí.
Pero incluso más que eso, tú eras la belleza que calmaba la violencia de la
bestia, eras el amanecer y el atardecer en nuestras dos vidas.
Quiero que sigas siendo el héroe, en cada elección que hagas y en todo
lo que hagas. Realmente creo que fuiste puesta en la Tierra para hacerla un
mejor lugar, y creo que cualquier hombre que termine contigo será el hombre
más afortunado por eso.
Continúa calmando a la bestia, Penélope. Incluso cuando ruge.
Especialmente cuando ruge. E incluso cuando te diga que interpretes a la
doncella para que él pueda ser el héroe, tú continúa siendo simplemente tú.
Mi corazón te pertenece, en esta vida y en lo que sea que venga después.
Estoy en deuda contigo para siempre,
Vincent Mercier
Nos volveríamos locos, cada día y cada hora, por el resto de nuestras
vidas de cuento de hadas.
FIN
Lily White es una autora muy vendida a la que le gusta meterse en el
lado oscuro del romance. Ella es más conocida por su serie Masters, Target
This, Wishing Well y The Five.
Cuando no está escribiendo como Lily White, pueden encontrar otros
libros suyos bajo el nombre de M.S. Willis, donde escribió la Serie Control,
la Serie Estate y Because of Ellison (romance contemporáneo).
A Lily le gusta estirar sus músculos de la escritura al continuar
desafiándose a sí misma con cada libro que publica.