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Marina Garcés: "Filosofar siempre ha sido un acto

subversivo"
Irene Hernández Velasco
Especial para BBC Mundo, HayFestivalCartagena@BBCMundo - 23 enero 2018

Filosofía es una palabra de origen griego que, literalmente, significa


"amor por la sabiduría".
Desde hace al menos 2.600 años, los seres humanos se interrogan sobre sí
mismos y sobre el universo, reflexionan sobre las cuestiones existenciales,
sobre los problemas que nos atañen.
Sin embargo en los últimos tiempos la filosofía está de capa caída, arrinconada
cada vez más en los planes de estudios, tachada injustamente de inservible e
improductiva.
Marina Garcés (Barcelona, 1973) es filósofa y, entre otras cosas, defiende que
pensar siempre ha sido un acto subversivo, que la filosofía cambia el mundo y
que no sólo no es inútil sino algo vital y necesario.
Esas son algunas de las cosas que les dice a sus alumnos en la Universidad
de Zaragoza, donde imparte clases de Filosofía.
Garcés habló con BBC Mundo en el marco del Hay Festival Cartagena, que se
celebra en Colombia esta semana.

¿Es la filosofía necesaria? ¿Ahora más que nunca?


La filosofía siempre ha sido igualmente necesaria, pero cada contexto histórico
y social percibe esta necesidad de formas distintas.
Estamos en un momento de crisis, no sólo económica sino política y
civilizatoria, y frente a los abismos que se abren, reaparecen las preguntas
radicales.
¿Por qué la filosofía cada vez se ve más relegada en la inmensa mayoría
de los planes de estudio?
El poder se protege de la radicalidad del pensamiento como una potencia
compartida. Lo convierte en una exquisitez para unas élites pensantes bien
integradas en el sistema académico competitivo y expulsa a los demás.
Para el resto, ofrece una educación cada vez más basada en entrenar la
adaptabilidad.
¿Filosofar, pensar, es hoy en día un acto subversivo? ¿Puede ese ser el
motivo por el que esa disciplina se vea cada vez más arrinconada, más
relegada?
Siempre lo ha sido. En occidente partimos de la figura de Sócrates, que murió
condenado por las leyes de la ciudad. Y en oriente hay otras figuras, como la
de los sabios taoístas, que siempre estuvieron en conflicto con las figuras del
poder.
Pensar por uno mismo es poder preguntar acerca de lo que la realidad
establecida da por obvio. Tan sencillo y tan peligroso como esto.
La filosofía es concebida por muchos como algo inútil, como un puro
ejercicio mental sin capacidad de tener efectos en la realidad o en la
propia existencia. ¿Es así?
El utilitarismo ha colonizado la idea de lo útil. La filosofía no sólo es útil sino
que es vital y necesaria, si entendemos que la vida en común tiene como
condición poder ser transformada colectivamente.
Obviamente, no me estoy refiriendo a determinadas maneras de enseñar
filosofía, convertida en una colección de obras y autores muertos. Me refiero a
la capacidad de problematizar, argumentar y conceptualizar de forma
autónoma.
La filosofía se hace preguntas, pero con frecuencia no ofrece
respuestas…
Hacer buenas preguntas es más importante que tener respuestas para todo.
Actualmente, la esfera pública está dominada por la opinión rápida (tertulias,
columnistas, redes sociales, etc.) y por el solucionismo, esa ideología según la
cual sólo se valoran las soluciones rápidas a problemas muy concretos.
Si se pierde la capacidad de elaborar los problemas verdaderos, caemos en
manos de los falsos problemas y de los vendedores de recetas.
¿La filosofía puede ser una forma de vida, como usted sostiene?
La filosofía es una forma de vida. No lo tiene que ser para todo el mundo, pero
la filosofía sólo está activa bajo la condición de asumir que el pensamiento
transforma la vida.
Por eso no hay filosofía sin enseñanza, que no quiere decir dar clases en una
escuela o en una universidad, sino la posibilidad de transmitir a otros
posibilidades de vida y maneras de estar en el mundo.
¿Puede la filosofía cambiar el mundo? ¿Cómo?
La filosofía cambia el mundo, otra cosa es que esté en sus manos hacer
sociedades más justas. La batalla es dura y las fuerzas desproporcionadas.
La filosofía no es la solución, pero creo que sí es parte de la condición para
encontrar soluciones políticas, culturales, económicas, ambientales, etc.
Usted afirma que la filosofía nace en la calle. ¿Significa eso que todos
somos —o podemos ser— filósofos?
Todos podemos tener relación con la filosofía, lo que no significa que todos
deseemos ser filósofos. Igual que todos podemos tener relación con la música
y eso no quiere decir que todos nos dediquemos profesionalmente o de manera
muy central a ella.
Cuando digo que la filosofía nace en la calle, lo que quiero decir es que las
academias y las instituciones del saber, que son imprescindibles, lo son en la
medida que recogen el impulso de lo que en la vida que compartimos
necesitamos pensar y conocer. No es al revés.
¿Cómo definiría, en términos filosóficos, al individuo moderno, al ser
humano del siglo XXI? ¿Cuáles son sus principales virtudes, sus grandes
defectos, sus mayores miedos?
Somos individuos precarizados. El individuo es una figura del siglo XVIII que se
conceptualiza para imaginar la emancipación respecto a órdenes sociales de
tipo estamental y comunitario (en torno a la familia, la religión, el vasallaje,
etc.).
Su potencialidad liberadora (igualdad, libertad, autonomía…) se convierte
también en una potencialidad productiva y consumidora.
Es decir, en la pieza clave del capitalismo. Actualmente, este individuo se ve
expuesto a multitud de violencias, entre ellas la propia violencia monetaria que
lo obliga a ser deudor o emprendedor, o las dos cosas a la vez.
¿Cuáles son en su opinión los grandes temas de los que se debería de
ocupar en estos momentos la filosofía?
Los temas son muchos, porque vivimos en sociedades muy complejas. Pero si
tuviera que situar unos ejes, diría que la primera gran cuestión de nuestro
tiempo es el paso de la globalización económica a la planetarización de la vida
y de los problemas comunes (medio ambiente, recursos, vida en el planeta,
etc.).
En segundo lugar, la feminización de las relaciones (más allá del feminismo de
la reivindicación de la igualdad, estamos hoy en un conflicto abierto entre
visiones del mundo).
Y un tercer gran asunto es la relación de los saberes con la emancipación
(sabemos muchas cosas pero podemos hacer muy poco con ellas, hay que
repensar este vínculo transformador entre el conocimiento y sus consecuencias
liberadoras).
¿Las redes sociales son un medio de distracción o de intercambio
intelectual? ¿Se puede hacer filosofía a través de ellas?
Las redes sociales en sí mismas no son nada. Es muy obvio decir que las
tecnologías son el uso que hagamos de ellas.
Sin embargo, hay que ir con cuidado porque ninguna tecnología es neutra. En
este caso, hablamos de redes construidas por grandes corporaciones y según
unos determinados parámetros de espacio/tiempo.
Son rápidas, premian la visibilidad en términos cuantitativos, se basan en
relaciones construidas desde la autoafirmación… Pueden servir para entrar en
contacto con formas de pensar, pero no sé si como herramientas de
pensamiento.
Usted, que es catalana, ¿cree que la filosofía puede ayudar por ejemplo a
resolver el conflicto de soberanía entre Cataluña y España?
Lo que está ocurriendo en Cataluña pone sobre la mesa la dificultad para
pensar más allá de lo que somos, o de lo que creemos que somos.
Las colectividades son conjuntos vivos de relaciones, que temporalmente se
han dado la forma de estados-nación y se han conquistado y colonizado bajo
esa forma.
El drama es convertir esta contingencia histórica en esencialidades eternas. No
creo en ellas, ni en una esencialidad catalana ni en una española, como en
ninguna otra.
La libertad de pensamiento que nos da la filosofía es la de poder preguntarnos
sin miedo: cómo hemos llegado hasta aquí y cómo podríamos ser de otra
manera.
En un mundo globalizado e hiperconectado, ¿cuál es su concepto de
identidad?
Siguiendo con la respuesta anterior, las identidades son elementos y rasgos
singulares que nos sirven para reconocer la proximidad con otras personas o
colectividades. Son entidades abiertas y vivas, expuestas a su continua
recomposición.
Eso no quiere decir que no existan, sino que debemos plantearnos cómo poder
hacer una experiencia libre y abierta de las identidades que nos componen y
nos atraviesan.
Esto implica desbordar la lógica monolítica y monogámica de la identidad, que
nos condena a ser una sola cosa por encima de todas las demás
Hace unos años usted hizo un llamamiento a sus estudiantes a rebelarse,
a no asistir a sus propias clases. ¿Contra qué nos deberíamos de rebelar
en estos momentos? ¿ Y por qué no lo hacemos?
(Se ríe). No les invitaba a no venir a mis clases, sino a venir solo si
verdaderamente lo necesitaban o deseaban. Era una carta en la que les pedía
que pensaran qué hacíamos allí, por qué nos convocábamos cada semana
para aprender filosofía y si eso se podía convertir en una rutina o en un trámite.
Incluso peor: en una obligación.
Rebelarse no es romper con todo porque sí: es interrogarnos acerca del
sentido de lo que hacemos y asumir las consecuencias de esa reflexión.

Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena, un


encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad colombiana
entre el 25 y el 28 de enero.

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