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ANTECEDENTES
“Primero: Declarar no probadas las objeciones que por error grave, formularon
las partes contra la pericia ordenada por la Corte como prueba de oficio, una vez
casó el fallo del Tribunal.
“Si el demandante opta por pagar el referido precio, concrétese su valor mediante
el incidente contemplado en el inciso 2º del artículo 339 del Código de
Procedimiento Civil, el cual deberá promover el demandado dentro del término de
veinte (20) días consagrado en la precitada norma, contados a partir del día
siguiente a la manifestación del actor.
3.1. Sobre el estudio que se hizo del instituto de la “cosa juzgada”, el accionado
reclamó: que se especifique si en su aplicación al caso concreto, hubo un cambio de jurisprudencia
(punto 1º) y el alcance del artículo 333 del Código de Procedimiento Civil (primera parte del numeral
3º y punto 5º); que se aclaren las expresiones “acertadamente”, “que nada distinto a lo decidido en
esos fallos, puede aquí resolverse” y “rasgar el sello de la cosa juzgada con todas sus
consecuencias” (puntos 6º, 7º, 9º y 11); y protestó por la conclusión a la que arribó la Corte en
cuanto hace a la satisfacción del requisito de la identidad de causa, habida cuenta que, en su
concepto, mientras este asunto versó sobre la resolución de un contrato, el proceso ejecutivo que le
antecedió se encaminó a obtener la confección de la escritura pública que perfeccionara la
compraventa prometida (punto 15).
3.2. Respecto del incumplimiento contractual que la Corte dedujo en contra del
demandado, éste cuestionó el escrutinio que sobre el particular se hizo, especialmente, porque, en
su criterio, la Sala desconoció la prueba de confesión del actor, que se desprende del interrogatorio
de parte que absolvió, relativa a que no otorgó la indicada escritura pública por carecer de los paz y
salvos correspondientes y porque, de consuno, ellos, los contratantes, acordaron aplazar la
realización de dicho acto (punto 4°). Más adelante, en los numerales 7º y 8º, el peticionario adujo la
necesidad de aclarar las expresiones “que nada distinto a lo decidido en esos fallos, puede aquí
resolverse” y “que no se satisfizo primeramente la estipulación consagrada en el numeral A de su
cláusula quinta como lo anticipó la Corte”, fincado en que, con la primera, se desconoció el deber de
unificación de la jurisprudencia y, con la segunda, que el demandante aceptó el comentado
aplazamiento. En adición a lo anterior, posteriormente reprochó la expresión “[h]a debido concluir
que se reúnen los requisitos necesarios para decretar la resolución”, postura que tildó de contraria al
artículo 6º de la Constitución Política (punto 10). Insistió en que la Sala pasó por alto la mencionada
confesión, así como que el compromiso de materializar la enajenación debía atenderse antes del
deber del demandado de subrogarse en la obligación a cargo del actor, que era cobrada en el
proceso ejecutivo que en contra de éste adelantó el entonces Banco Ganadero (punto 16).
3.4. Al final del numeral 3º y en los puntos 12 y 14, el demandado Oliveros Gómez
manifestó su inconformidad con la orden que se impartió al actor de devolverle la suma de
$250.000.00 por su valor nominal, condena que por razones de “equidad, igualdad y consonancia”,
consideró, debió comprender la corrección monetaria causada en los 35 años transcurridos, con el
fin de evitar así el enriquecimiento sin causa del accionante.
3.5. En punto de los frutos, el demandado, tras expresar que la Corte pasó por alto
que fue el actor quien ocasionó el cierre del pozo profundo que construyó en el predio y que de esta
manera la ocasionó ingentes perjuicios, por valor superior a los dos mil millones de pesos, fustigó
que se tomara como base para su liquidación un contrato de arrendamiento cuya vigencia duró sólo
ocho meses, de los cuales se pagó la renta únicamente de tres, y que no se hubiera descontado del
canon el valor que, en cuanto a él, representaban las mejoras que plantó en el inmueble (punto 13).
3.6. Se ocupó también de las apreciaciones que la Sala efectuó respecto de las
mejoras que halló comprobadas y, sobre este particular, consideró que era un contrasentido la
autorización que se dio para el retiro de los materiales con que fueron construidos el pozo profundo y
la represa (primera parte del punto 2º); que se contrarió el inciso 2º del artículo 966 del Código Civil,
cuando se negó el pago de las mismas, no obstante haberse reconocido que ellas tenían el carácter
de útiles, decisión que, agregó, genera el enriquecimiento ilícito del actor (parte final del mismo punto
2º y punto 19); que ninguna razón existía para que no se incluyeran como tales los postes de las
cercas, como quiera que la lógica aconseja su cambio cada tres años (punto 20); que se le hubiese
tildado como poseedor de mala fe, sin determinarse desde cuándo (punto 21) y que se desestimaran
las objeciones formuladas contra el dictamen pericial, con el argumento de que los desatinos en que
incurrió el perito, pese a su magnitud, no fueron constitutivos de “error grave” (punto 18).
1.1. A voces del artículo 309 del Código de Procedimiento Civil “[l]a sentencia no es
revocable ni reformable por el juez que la pronunció. Con todo, dentro del término de la ejecutoria, de
oficio o a solicitud de parte, podrán aclararse en auto complementario los conceptos o frases que
ofrezcan verdadero motivo de duda, siempre que estén contenidas en la parte resolutiva de la
sentencia o que influyan en ella” (se subraya).
1.2. Con base en tal precepto, la Sala, de antaño, tiene precisado que el derecho
que de ella surge para las partes para solicitar la aclaración de una providencia judicial, exige las
satisfacción de los siguientes requisitos: “a) Que se haya pronunciado una sentencia susceptible de
aclaración…b) Que el motivo de duda de conceptos o frases utilizados por el sentenciador sea
verdadero y no simplemente aparente…c) Que dicho motivo de duda sea apreciado como tal por el
propio fallador, no por la parte, por cuanto 'es aquel y no ésta quien debe explicar el sentido de lo
expuesto por el fallo...' (G.J., XVIII, pág. 5)…d) Que la aclaración tenga incidencia decisoria evidente,
pues si lo que se persigue con ella son explicaciones meramente especulativas o provocar
controversias semánticas, sin ningún influjo en la decisión, la solicitud no procede. Y…e) Que la
aclaración no tenga por objeto renovar la discusión sobre la juridicidad de las cuestiones ya resueltas en
el fallo, como tampoco buscar explicaciones tardías sobre el modo de cumplir” las decisiones en él
incorporadas (Cas. Civ., auto de 25 de abril de 1990, citado en auto No. 215 de 16 de agosto de 1995,
expediente No. 4355).
En fecha reciente, la Corte insistió en que “[l]a aclaración de una determinada decisión
judicial, tal cual lo ha sostenido reiteradamente esta Corporación, deviene procedente en la medida
en que la providencia adoptada carezca de comprensión y, desde luego, con el objetivo de precisar
su verdadera orientación, dado que, ‘por su redacción ininteligible o por la vaguedad de su alcance
puedan servir para interpretar confusamente la resolución’ (G.J., t. LXXXIII, pag. 599); por supuesto,
siempre que tales expresiones oscuras o confusas aparezcan en la parte resolutiva o influyan en
ella”, en torno de lo cual seguidamente añadió que, “subsecuentemente, repulsa cualquier intento por
crear otra oportunidad para discernir en torno al tema zanjado; deviene, entonces, que todo interés
por estimular de nuevo la controversia sobre el punto sentenciado, no puede ser atendido” (Cas.
Civ., auto de 18 de diciembre de 2009, expediente No. 05736-3189-001-2004-00182-01; se subraya).
1.3. Traduce lo anterior que la aclaración de una providencia judicial sólo procede,
en principio, respecto de conceptos o frases contenidos en su parte decisoria, siempre y cuando
unos y otras evidencien una presentación ininteligible o confusa, que impida comprender el genuino
alcance de la determinación adoptada.
Así las cosas, surge con claridad la improcedencia del señalado pedimento, puesto
que, como se desprende del compendio que de él se dejó registrado, por una parte, ninguno de los
conceptos o frases sobre los que allí se trata denota ambigüedad u oscuridad, ni ofrece dificultad en
su comprensión, ni impide determinar el alcance de las decisiones adoptadas; y, por otra, que con la
referida reclamación su promotor en verdad lo que busca es la reconsideración de las
1.4.1. Al respecto, pertinente es observar que lo atinente a la “cosa juzgada” fue tema
de la sentencia de casación emitida en esta misma controversia con mucha anterioridad al fallo
sustitutivo en cuestión, en la que, respecto de las providencias dictadas en el proceso ejecutivo que
el aquí demandado adelantó contra el señor Castillo de la Parra en época precedente al inicio de
esta controversia, se concluyó la satisfacción de los requisitos previstos en el artículo 332 del Código
de Procedimiento Civil, razón por la cual la Sala, sobre el particular, optó por reproducir en el
proveído de reemplazo aquél pronunciamiento.
Ahora bien, si como se decidió en el memorado fallo de casación, los proveídos con los
que se finiquitó el mencionado proceso ejecutivo definieron que Oliveros Gómez se sustrajo al deber
de pagar el precio convenido en la promesa de compraventa base de esa acción -y de ésta- y que él
incurrió en dicha omisión con anterioridad a la fecha en que debía suscribirse la escritura pública
mediante la cual se perfeccionaría el negocio prometido, ninguna confusión ofrece lo señalado en la
sentencia sustitutiva cuando, en primer lugar, determinó que quien incumplió primero el referido
negocio preparatorio fue el aquí demandado y, aparejadamente, el fracaso de la excepción de
“contrato no cumplido” que en este asunto el citado accionado formuló y, en segundo término, se
abstuvo de aplicar el artículo 333 del Código de Procedimiento Civil.
Lo expuesto en precedencia descarta la procedencia de la aclaración solicitada en los
numerales 1º, 3º, 4º a 10º, 11, 15 y 16 de la primera parte del memorial de que se trata, todos
concernientes con los mencionados temas.
Con tal fundamento y previa trascripción de otro de sus fallos, la Sala estableció, en
relación con dicha norma, “por una parte, que ‘[n]o puede el comprador entonces recibir el
tratamiento de poseedor de buena fe, que sí se merece el que cumplió o estuvo allanado a cumplir lo
de su parte’ (Cas. Civ., sentencia del 29 de noviembre de 1963) y, por otra, que ‘…‘...en el contrato
de compraventa [igual en el de permuta], la legislación colombiana previó en forma específica sus
consecuencias jurídicas, que no permiten, so pena de sustituir al legislador, incluir dentro de ellas el
fenómeno de la corrección monetaria para la restitución del precio pagado y de los frutos percibidos’
(Sent. 21 marzo 1995, Exp. 3328)…Y ello es así, porque la materia relacionada con las restituciones
mutuas, en el evento de incumplimiento del precio pactado, gira exclusivamente en torno de lo
dispuesto en el artículo 1932 antes citado y no alrededor de lo reglado en el artículo 1746 del mismo
estatuto, ‘de allí que para el juzgador de una resolución por mora en el pago del precio, sea
imperativo sujetarse no solo a lo normado por aquel precepto, sino también a su espíritu’ (Sentencia
antes citada)….En esas condiciones, el vendedor o permutante cumplido tiene derecho a retener las
arras que le hayan sido pagadas, o a exigirlas dobladas, y el comprador o permutante incumplido a
retener los frutos percibidos en la parte proporcional del precio o su equivalente pagado, así como la
carga de restituir los frutos en el faltante, y a recibir el precio que hubiere pagado, entendiéndose,
claro está de conformidad con la interpretación armónica de dicha regulación legal, la restitución
nominal del mismo’ (Cas. Civ., sentencia del 15 de enero de 2004, expediente No. 6913; se
subraya)”.
Tales razonamientos explican, por sí solos, con meridiana claridad, la aplicación que en
el presente asunto la Corte hizo del artículo 1932 del Código Civil; que para efectos de las
prestaciones mutuas, hubiese tenido al demandado como poseedor de mala fe; y que no accediese
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a reconocer corrección monetaria e intereses respecto de la parte del precio que ordenó al actor
devolver a aquél y de los frutos, de lo que se sigue la improcedencia de las aclaraciones
peticionadas al final de los puntos 2º y 3º y en los numerales 12, 14, 17 y 21 de la primera parte del
escrito contentivo de la solicitud que se resuelve.
Seguidamente, con miras a fijar su cuantía, asumió el estudio del dictamen pericial
inicialmente rendido, de la aclaración y complementación que del mismo se presentó, de las
objeciones que contra dicha experticia plantearon las partes y de la probanza de similar linaje que
como prueba de la objeción se decretó, examen que le permitió, por una parte, desestimar las
objeciones, toda vez que los reproches que las sustentaron no eran constitutivos de “error grave”,
según el concepto que de dicho yerro tiene elaborado la jurisprudencia de la Corte, y, por otra, no
apreciar esos medios demostrativos, por carecer de suficientes y adecuados fundamentos.
“En dicha convención se estipuló, por una parte, que ‘[e]l término de duración del
presente contrato es de 10 años, contados a partir del 10 de enero del año 2002’
(cláusula quinta) y, por otra, que ‘[c]omo precio del canon se ha determinado la
suma de $36.000.000.00 TREINTA Y SEIS MILLONES DE PESOS ANUALES,
siendo pagaderos en forma anual y por adelantado dentro de los cinco días
primeros del mes en que empiece cada vigencia o anualidad, por los
arrendatarios al arrendador…, pactándose un incremento anual del 15% del valor
del canon anual inmediatamente anterior, renunciando a cualquier otro beneficio o
mejor porcentaje que determinen los gobiernos o las leyes….’ (cláusula octava).
“Siendo ello así, la Sala, con base en la fecha de vigencia de dicho negocio
jurídico, el canon fijado y el índice de precios al consumidor, calculará el valor que
tendría el canon de arrendamiento en el período comprendido entre 1975 y 2001,
para lo cual, año a año, restará al precio de la renta la cantidad que resulte de
aplicarle el índice de precios al consumidor del año anterior. En lo tocante con los
años posteriores a 2002, incrementará, también año a año, el canon en el
porcentaje que en ese negocio fue estipulado por los contratantes”.
Por consiguiente, ninguna duda existe sobre las razones que condujeron a la
Corporación a soportar en el mencionado contrato el cálculo que hizo de los frutos civiles; el valor
demostrativo del documento en que se recogió dicho negocio jurídico; y la forma como fijó el monto
del arrendamiento, año a año, desde 1975 hasta 2010, operaciones que compendió en los cuadros
que incluyó en la parte motiva de su fallo, los cuales le permitieron totalizar los frutos en la suma que
en últimas concretó como tales.
Así las cosas, deben desecharse los reproches planteados en los puntos 13 y 18 del
segmento relativo a la solicitud de aclaración, objeto de este pronunciamiento.
2.1. Prevé el artículo 311 del Código de Procedimiento Civil que “[c]uando la
sentencia omita la resolución de cualquiera de los extremos de la litis, o de cualquier otro punto que
de conformidad con la ley debía ser objeto de pronunciamiento, deberá adicionarse por medio de
sentencia complementaria, dentro del término de ejecutoria, de oficio o a solicitud de parte
presentada dentro del mismo término (…). El superior deberá complementar la sentencia del a quo
cuando pronuncie la de segunda instancia, siempre que la parte perjudicada con la omisión haya
apelado o adherido a la apelación; pero si dejó de resolver la demanda de reconvención o la de un
proceso acumulado, le devolverá el expediente para que dicte sentencia complementaria” (se
subraya).
2.2. El primer motivo de adición aducido por el demandado consistió en que “la
sentencia no contempla un extremo de la litis, como es la retención solicitada hasta el pago de las
mejoras” (puntos 1° y 7° de la solicitud).
La observación precedente obedece a que, por una parte, para la época en que se
contestó la demanda en el presente proceso, el régimen aplicable era el anterior a la comentada
reforma; y, por otra, a que el fallo sustitutivo, como era lo lógico, se sometió al sistema legal
actualmente imperante, de modo que en él se concretaron las condenas que se impusieron, en
atención al mandato del artículo 307 del Código de Procedimiento Civil vigente, modificado también
por el ya invocado Decreto 2282 de 1989.
Por otra parte, el demandado aseveró que no se decretaron pruebas de oficio, con
miras a obtener la comprobación de las expensas que invirtió en el predio (punto 8º); que “la
sentencia excede lo probado” y, por lo mismo, “debe ajustarse”, “más cuando se parte de un error
aritmético y funcional que debe ser corregido, ya que lo que no se produjo no puede ser
determinante de las consecuencias que en su fallo la Corte ha cuantificado” (punto 12); y que se
dejaron de apreciar, conforme la sana crítica, algunas de las pruebas por él aportadas (punto 13).
2.3. Conforme se desprende del resumen que se realizó de las restantes razones en
que el accionado fincó su aspiración a que el referido fallo se complemente (puntos 2º a 6º y 8º a 14
de la segunda parte de la respectiva petición), constata la Sala que ellas recaen sobre tópicos cuyo
estudio es impertinente por la vía de la adición, como son que la Corte se hubiere abstenido de
decretar pruebas de oficio (punto 8º), o la supuesta incursión en errores aritméticos, que no se
precisaron (punto 12), o la indebida valoración de los medios de convicción existentes en el litigio
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(punto 13); o que fueron decididos en ella (puntos 2º a 6º y 9, 10, 11 y 14), lo que se desprende del
hecho de que tales motivos de inconformidad corresponden a los reproches con base en los cuales
el demandado Oliveros Gómez elevó la solicitud de aclaración ya desestimada.
En tal orden de ideas, propio es concluir, entonces, que ninguna de las quejas de que
ahora se trata, son omisiones decisorias subsanables mediante la complementación de la sentencia
sustitutiva, por lo que no están llamadas a acogerse.
Al respecto, pertinente es memorar que la Corte tiene determinado que uno de los
supuestos en que hay lugar a reconocer el mencionado derecho es cuando “lo concede la ley, fuera
ya de todo vínculo contractual entre el dueño de la cosa y el retenedor” por existir un “debitum cum
re junctum, es decir siempre que el crédito haya tenido su origen con ocasión de la cosa retenida”
(se subraya), como acontece en la hipótesis desarrollada por el artículo 970 del Código Civil, que
“consagra un caso en que el derecho de retención es un desarrollo inmediato del principio debitum
cum re junctum, pues sin mediar contrato entre el poseedor o el retenedor vencido y el verus
dominus que reivindica, aquél puede oponerle a éste el derecho de retención como un medio para
hacerse pagar el valor de las expensas y mejoras hechas por él en el inmueble con ocasión de la
cosa retenida” (Cas. Civ., sentencia del 26 de mayo de 1936. G.J. XLIV, págs. 50 a 57). Así mismo,
corresponde tener presente que esta Corporación ha señalado que “siguiendo lo que sin duda es
una afianzada tradición jurisprudencial, se tiene que el derecho de retención está caracterizado por
ser una facultad que corresponde a quien es detentador físico de una cosa ajena para conservarla
hasta el pago de lo que, por razón o en conexidad con esa misma cosa le es adeudado,
convirtiéndose en “retenedor” de esta hasta (...) [que] se le pague la suma de dinero objeto de dicha
deuda, o se le asegure a satisfacción la acreencia que justifica tal retención; se parte de la base,
entonces, de que exista una condena judicial al pago de las mejoras por quien tiene derecho a la
restitución del inmueble y a cargo de quien lo conserva en su poder y opera frente al reclamo hecho
por aquél para que el bien le sea entregado, ante lo cual el acreedor mejorante puede rehusarse a
restituirlo hasta (…) [que] le sea cubierto el valor de las mejoras que ha plantado (…) (Cas. Civ. Sent.
De 17 de mayo de 1995. Exp. 4137).
En el entendido de que el derecho de retención es excepcional (art. 2417, inc. 2°, C.C.)
y que, por lo tanto, su ejercicio sólo procede en los supuestos expresamente previstos por la ley, sin
que haya lugar a aplicaciones analógicas o extensivas, es del caso poner de presente que, conforme
se desprende del propio fallo de reemplazo de que se trata, apreciado en todo su contexto, ninguna
condena se hizo allí en favor del demandado por concepto de expensas o mejoras, toda vez que las
primeras no se encontraron demostradas y que, en relación con las segundas, no se autorizó su
pago por haberse calificado a aquél como poseedor de mala fe (art. 1932, C.C.), limitándose la
providencia a brindarle la posibilidad, según la escogencia que haga y manifieste el actor, de retirar
los materiales con que fueron construidas o de que éste le pague el valor que tales materiales
tendrían después de separados (art. 966, inc. 6° C.C.).
En tal orden de ideas, se concluye que no es dable, por lo tanto, acceder a la retención
reclamada por el accionado, puesto que no se cumplen las exigencias fijadas por el citado artículo
970 del Código Civil, como quiera que, en los términos del propio fallo sustitutivo, no existe en su
favor un crédito por concepto de “expensas o mejoras” que pudiera ser garantizado con el derecho
de retención alegado en la contestación de la demanda.