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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACIÓN CIVIL

Magistrado Ponente:
ARTURO SOLARTE RODRÍGUEZ

Bogotá, D. C., primero (1º) de diciembre de dos mil ocho


(2008).-

Ref: 41298-3103-001-2002-00015-01

Decide la Corte el recurso de casación interpuesto por el


demandado señor JOSÉ DE JESÚS SALAS CASTRO,
respecto de la sentencia proferida el 17 de febrero de
2006, por la Sala Civil - Familia - Laboral del Tribunal Superior
del Distrito Judicial de Neiva, en el proceso ordinario
adelantado en su contra por la sociedad AGROINDUSTRIAS
RAMÍREZ GUZMÁN LTDA. “RAMGUZ”.

ANTECEDENTES

1. Mediante escrito que por reparto correspondió al


Juzgado Primero Civil del Circuito de Garzón, Huila, militante a
folios 17 a 22 del cuaderno principal, la citada demandante
solicitó, en síntesis, que se declare que “sufrió lesión enorme
en el contrato de dación en pago” que celebró con el
demandado, contenido en la escritura pública No. 1017 del 14
de septiembre de 2000, otorgada en la Notaría Primera de ese
mismo municipio; en consecuencia, que se disponga la
rescisión del mismo o que el señor José de Jesús Salas
Castro, si así lo prefiere, “complete el valor hasta ajustar al
precio real determinado por los peritos”; que de ordenarse la
rescisión, se impongan al nombrado señor las obligaciones de
restituir el inmueble objeto de la negociación y de sanear los
gravámenes que haya constituido sobre el mismo; y que se le
condene a pagar las costas procesales.

2. Tales súplicas se fundamentaron en los hechos que


pasan a compendiarse:

a) Mediante la escritura pública mencionada en las


pretensiones y para poner fin a la acción ejecutiva que el
demandado le adelantaba en el Juzgado Noveno Civil del
Circuito de Bogotá, la sociedad actora le transfirió a aquél, en
dación en pago, un predio urbano del municipio de Garzón,
Huila, ubicado sobre la carrera 4 Este, identificado solamente
como “LOTE 3 LA FLORESTA”, distinguido con los linderos
relacionados en el hecho primero del libelo introductorio, el cual
le entregó inmediatamente.

b) Las partes, para los efectos del memorado negocio,


acordaron como precio del bien, la suma de $30.000.000.oo.

c) El referido predio tiene una extensión superficiaria de


dos (2) hectáreas, está ubicado en la zona urbana de Garzón,
Huila, y se halla “rodeado de las mejores propiedades e
inmuebles que valorizan de manera envidiable los terrenos”, de
forma que en ese sector, desde hace más de diez años, su
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precio no se fija por hectárea sino por metro cuadrado, el cual,
para la época de la indicada transacción, ascendía a
$8.000.oo.

d) En la fecha de la aludida escritura pública, el inmueble


dado en pago tenía un valor superior a $100.000.000.oo, “lo
cual hace que el precio acordado contenga una desproporción
tal que de él se pueda tipificar LESION ENORME…” a favor de
la actora, quien “ha sufrido grandes perjuicios económicos”,
representados en lo exiguo del monto por el que lo transfirió.

3. Admitida la demanda por auto fechado el 19 de marzo


de 2002 (fl. 24, cd. 1), se realizó su notificación personal al
demandado en diligencia surtida el 17 de octubre siguiente (fl.
26, cd. 1), quien, por intermedio del apoderado judicial que
designó, le dio contestación, en la que se opuso al acogimiento
de sus pretensiones, respondió de distinta manera los hechos y
solicitó la práctica de pruebas (fls. 28 a 30, ib.).

4. Verificada la audiencia de que trata el artículo 101 del


Código de Procedimiento Civil y agotadas las fases probatoria
y de alegaciones, el Juzgado del conocimiento puso fin a la
instancia con sentencia de 11 de marzo de 2004, en la que
negó la totalidad de las súplicas del libelo generador de la
controversia y condenó en costas a la demandante (fls. 126 a
130, cd. 1), en pro de lo cual consideró, por una parte, que “la
dación en pago no es una compraventa ni una permuta” sino
“un acto jurídico de naturaleza convencional, pero que solo se
perfecciona y produce efectos mediante la ejecución de la
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prestación sustitutiva” y, por otra, que no tiene aplicación “la
acción de lesión enorme en los negocios jurídicos de dación en
pago, por ser esta institución propia de negocios específicos,
cabe repetir compraventa, permuta, aceptación de herencia,
partición de bienes entre otros”.

5. Inconforme con el fallo de primer grado, la demandante


lo apeló ante el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Neiva,
Corporación que mediante el suyo de 17 de febrero de 2006, lo
revocó en integridad y, en su defecto, declaró que “existió
lesión enorme en el contrato celebrado…” por las partes, el
cual, por ende, rescindió; brindó al demandado la opción de
restituir a la actora el inmueble materia de la negociación,
previa devolución “de los dineros cancelados aumentado (sic)
en una décima parte”, o de “completar el justo precio con
deducción de una décima parte, conforme a los valores
determinados en la parte motiva”; e impuso las costas del litigio
al sujeto pasivo de la relación procesal, proveído contra el que
éste interpuso el recurso extraordinario de casación que se
examina.

LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL

1. De entrada, el juzgador de segundo grado se ocupó


de establecer “si es pertinente la lesión enorme en la figura de
la dación en pago” y con ese fin trajo a colación los fallos de
esta Corporación del 16 de septiembre de 1909, 24 de mayo
de 1926 y 31 de mayo de 1961, así como la sentencia T-578
de 2001 de la Corte Constitucional.
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Con trascripción parcial del primero de los memorados
pronunciamientos, el ad quem destacó que las diferencias
existentes entre la compraventa y la dación en pago no son
suficientes para desvirtuar “la similitud perfecta que guarda la
naturaleza íntima y jurídica de estos dos fenómenos. La cosa
dada en pago ocupa el lugar de la cosa vendida, y la suma
que se paga ocupa el lugar del precio pagado por el
comprador”; y del segundo, enfatizó que “[s]i la dación se
hace en lugar de una suma de dinero, es sabido que tal acto
constituye una venta y se rige por las leyes relativas a este
contrato”.

Del proveído del 31 de mayo de 1961, compendió las tesis


que él contiene sobre la naturaleza de la dación en pago, esto
es, que constituye una “novación de la primitiva obligación por
una nueva, que el deudor satisface con la entrega de la cosa”,
o “un modelo de extinguir las obligaciones equivalente al
pago, con caracteres propios, o como una simple variación
del pago”, o “una compraventa en que el deudor vende al
acreedor la cosa que da en pago, por el crédito debido, que
resulta compensado por el precio de la venta, a cargo del
mismo acreedor”. Precisó, además, aquellos argumentos que
apuntan a asimilar la dación en pago y la compraventa y que,
por consiguiente, defienden la aplicación del régimen legal
disciplinante de éste último negocio al primero, incluidas las
consecuencias regulatorias previstas para la venta cuando
haga presencia el fenómeno de la lesión enorme.

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En cuanto hace a la indicada sentencia de tutela de la Corte
Constitucional, reprodujo los apartes en que se reconoce que
esta Corporación “ha asimilado la dación en pago a la
compraventa” y admitido “la procedencia de la acción
rescisoria por lesión enorme a estos negocios jurídicos”.

2. Afincado en tales antecedentes jurisprudenciales, el


Tribunal puntualizó que “no encuentra ninguna razón validera
(sic) para apartarse de la constante jurisprudencia sobre el
punto expuesto (sic) por la H. Corte Suprema de Justicia y
corroborado recientemente por la Corte Constitucional y en
consecuencia considera que el Juzgado Primero Civil del
Circuito de Garzón (H), al negar la lesión enorme en este
caso concreto, es decir por tratarse de Dación en pago, viola
por interpretación errónea los artículos 1946, 1947 del código
civil y por falta de aplicación el artículo 8º de la Ley 153 de
1887, por lo que debe revocarse la providencia objeto de
alzada y por consiguiente se entra a estudiar si en el sub – lite
se cumplen los requisitos para decretar la lesión enorme
deprecada en el libelo introductorio”.

3. En tal orden de ideas, el ad quem fijó su atención en


el artículo 1946 del Código Civil y en la sentencia de la Sala
adiada el 14 de octubre de 1976, luego de lo cual indicó que
los elementos que configuran la acción de rescisión por lesión
enorme, son los siguientes: “a.- Que verse sobre inmuebles y
que la venta no se haya hecho por ministerio de la ley”; “b.-
Que el engaño sea enorme”; “c.- Que no se trate de un
contrato de carácter aleatorio”; “d.- Que después de la
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celebración del contrato de compraventa no se haya
renunciado la acción rescisoria por lesión enorme”; “e.- Que la
cosa no se haya perdido en poder del comprador”; y “f.- Que
la acción se instaure dentro del término legal”.

4. Seguidamente, el sentenciador descendió al caso


llevado a su conocimiento e infirió que el bien materia de la
negociación celebrada por las partes corresponde a un
inmueble ubicado en la zona urbana del municipio de Garzón,
Huila; que dicho contrato no es aleatorio; y que la acción se
promovió dentro de los cuatro años de que habla el artículo
1954 del Código Civil.

En consideración al mandato del artículo 1947 de la obra en


cita, resaltó que el precio fijado en la cláusula cuarta de la
escritura pública 1017 de 14 de septiembre de 2000 fue de
$30.000.000.oo y que en ese mismo instrumento se expresó
que “la SOCIEDAD AGROINDUSTRIAL RAMIREZ GUZMAN
LIMITADA ‘RAMGUZ’ debe a JOSE DE JESUS SALAS
CASTRO, la suma de TREINTA MILLONES DE PESOS
($30.000.000) por concepto de capital e intereses dentro del
proceso ejecutivo que cursa en el juzgado Noveno Civil del
Circuito de Bogotá”.

De otro lado, aseveró que como en el dictamen pericial


rendido en el proceso se avaluó el inmueble dado en pago en
la suma de $66.033.900.oo, ello “sin duda deja ver que el
vendedor recibió una suma inferior a la mitad del justo precio,
presentándose la lesión enorme deprecada por el actor en su
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demanda”.

5. Así las cosas, reiteró que “se hace necesario revocar


la sentencia impugnada” y “dar aplicación a lo dispuesto en el
artículo 1948, es decir, el comprador podrá a su arbitrio,
consentir en la rescisión del contrato o completar el justo
precio con deducción de una décima parte”. Precisó, además,
que en caso de tomarse la segunda opción “el aquí
demandado, deberá cancelar los siguientes valores
actualizados a partir de los $30.000.oo (sic) ya aportados”, lo
que lo condujo a la realización de las operaciones
matemáticas que estimó pertinentes, con base en las cuales
llegó a la suma $74.581.793,02, a la que le restó una décima
parte ($7.458.179,30), para arribar así al total de
$67.123.613,72.

6. Por último aseveró que “dentro de la cuantificación


del valor en cuestión, no se incluyeron los frutos percibidos
desde el tiempo en que el demandado adquirió la propiedad
el (sic) bien, puesto que en el Dictamen Pericial se precisa:
‘…RENTA QUE PUEDE PRODUCIR: No produce ninguna
renta’ (Fl. 42 C. 2). Por ello no habiendo probado los frutos,
no puede existir manifestación al respecto”.

LA DEMANDA DE CASACIÓN
CARGO ÚNICO

1. Con respaldo en la causal primera de casación, el


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demandado denunció la violación directa de los artículos 1946,
1947 y 1948 del Código Civil y 8º de la Ley 153 de 1887, por
aplicación indebida, y 1626 y 1627 de la misma obra, por
interpretación errónea.

2. En desarrollo de la acusación, el censor centró su


atención, en primer término, en la dación en pago, sobre la
que, en esencia, manifestó lo siguiente:

a) Empezó refiriéndose al concepto, naturaleza, clases y


función del pago en general. Destacó que dicho medio extintivo
consiste en la prestación de lo debido, conforme el título
contentivo de la obligación; que su realización no requiere del
consentimiento del acreedor; que éste no puede ser obligado a
recibir nada distinto de lo adeudado, así sea de mayor valor; y
que puede ser efectuado por un tercero, incluso sin el
conocimiento o contra la voluntad del deudor.

b) Diferenció la extinción ordinaria o normal de la


obligación, que equivale al pago efectivo, esto es, a la entrega
o realización de lo debido, de las anormales, que a su vez
clasificó en las que conllevan satisfacción de la pretensión y las
que no producen tal efecto. Sobre las primeras, citó el pago por
consignación, la subrogación, la compensación y la confusión;
y respecto de las segundas, reseñó como tales la condición
resolutoria, la prescripción liberatoria o extintiva, la caducidad,
la remisión y la novación. Por último, aludió a las formas
anormales “con satisfacción plena o parcial, en los casos de los
procesos concursales y de liquidación forzosa del patrimonio
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del deudor (…), el remate de bienes (…), la transacción (…) y
la dación en pago”.

c) De la función del pago destacó su carácter extintivo,


“en tanto aniquila, ipso jure, el vínculo obligatorio que a las
partes de la relación ataba”; liberatorio, “por cuanto la ruptura
tempestiva de la relación asegura, al deudor, una situación de
no serlo ya, al punto de contar con la excepción de pago”; y
satisfactorio, “como quiera que el accipiens ha visto colmado el
interés [patrimonial o no] que subyace en su pretensión, de
conformidad con el tenor literal del título que para su
exigibilidad le servía”.

d) En cuanto a la dación en pago propiamente dicha, el


censor se ocupó de su naturaleza jurídica, tópico que analizó
desde el punto de vista histórico, doctrinal y jurisprudencial.

Sobre lo primero -tratamiento histórico- precisó, por una parte,


que “la dación en pago se tuvo, desde siempre, como un
incumplimiento del deudor” y, por otra, que “no otorgaba al
deudor actio para impugnarla”, lo que consideró “apenas
lógico, pues si el deudor no pudo pagar con la cosa debida, no
podía luego, extinguida la obligación, formular pretensiones
relativas a la cosa entregada, dado que la datio in solutum no
configuraba negocio vinculante”.
En relación con las diferentes posturas doctrinales, las comentó
diciendo que se ha considerado a la dación en pago como
“idéntica a la compraventa, ya semejante a ella; bien una
novación objetiva; o un subrogado del pago o, en fin, como
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figura autónoma extintiva de la obligación”, tesis que calificó de
disímiles y contradictorias. En sintonía con el objetivo de la
acusación, el recurrente dirigió sus comentarios a contradecir el
primero de tales criterios, para lo cual reprodujo el pensamiento
de un autor nacional.

Imbuido en la jurisprudencia patria, el casacionista observó que


ella “en el último decenio ha evolucionado, de manera
coherente, hacia el concepto de modo anormal y autónomo de
extinción de la obligación, con sustento volitivo, desde luego
[como que deudor y acreedor así lo acuerdan] mas no como un
negocio jurídico, strictu sensu”. De otro lado, se refirió a cada
uno de los fallos citados por el Tribunal en la providencia
impugnada; planteó diversos interrogantes sobre su validez
jurídica; y enfatizó sus críticas contra la teoría de la identidad o
asimilación de la dación en pago y la compraventa, posición
que consideró superada por la Corte en sus sentencias, de
casación, de 2 de febrero de 2001 y, de tutela, de 13 de
noviembre del mismo año, que reprodujo en lo pertinente.

3. En segundo lugar, la acusación se ocupó de la lesión


enorme.

a) Igualmente, el recurrente se refirió al tratamiento que


históricamente se ha dado a dicha figura, análisis que lo
condujo a aseverar que ella “en el código civil colombiano… es
acogida con reserva, con carácter excepcional”, particularidad
que mereció la ampliación de sus comentarios con ayuda de
distintos pronunciamientos de la Sala, en los cuales,
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precisamente, se ha advertido que tal fenómeno sólo tiene
cabida en frente de determinados y precisos negocios jurídicos.

b) Resaltó, así mismo, su naturaleza sancionatoria, de


manera que, afirmó, “la lesión de ultra dimidium es una
sanción-remedio, por vía de acción, que busca, en lo posible,
mantener el negocio jurídico, restableciendo el equilibrio
económico, otorgando al demandado [comprador o vendedor,
según fuere el demandante] el derecho potestativo de optar
entre completar el justo precio o restituir el exceso del precio
recibido sobre el que se probó como justo, si del comprador o
del vendedor, en su orden, se trata, y uno u otro, consentir en
la rescisión, con las secuelas que le son propias”.

4. Seguidamente el censor aludió a la “integración


analógica” y coligió que su aplicación no permite arribar a
“conclusiones verdaderas o falsas”, en tanto que “una de sus
premisas no contiene un juicio ontológico o de realidad”, sino a
una inferencia “más o menos razonable, más o menos
acertada, acorde con los respectos en que semejan en relación
con otro respecto”. Recordó, además, “que interpretación
extensiva e integración analógica difieren. Aquella no es, en
definitiva, sino una discordancia exclusivamente verbal entre la
definitio iuris y la intención de la propia norma. El legislador no
ha dicho lo que quería decir a diferencia de la analogía (el
legislador no pensó en lo que debió pensar […]). Es un
problema de semiología, y no de lógica”.

5. En tal orden de ideas, el recurrente puntualizó que


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como “la sentencia acusada tiene fundamento en la supuesta
semejanza que la dación en pago guarda con la compraventa,
a este campo queda limitado el análisis de si existe identidad
de razón y, si la hay, concluir en que, una y otra, son
susceptibles de rescisión por causa de lesión enorme y si no la
hay, obvio que tal aplicación analógica es improcedente”.

6. Llegado a este punto, el censor abordó la


demostración del error denunciado en el cargo y explicitó las
razones que sustentan su trascendencia.

a) Luego de recordar que el Tribunal en su fallo afirmó


que no hay razones legales para apartarse de la constante
jurisprudencia de esta Corporación encaminada a defender la
procedencia de la rescisión por lesión enorme en la dación en
pago, el recurrente reprochó la debilidad de esa conclusión,
toda vez que, en su concepto, “ha sido variopinta la
fundamentación que jurisprudencia y doctrina, tanto nacional
como extranjera, han procurado darle” a esa tesis y porque la
postura asumida por el ad quem comporta “desconocer -y,
mucho- la historia jurisprudencial, pues una indagación -más o
menos seria- en las fuentes y no en los referentes, le hubiere
llevado al Tribunal a la conclusión opuesta y a descubrir que
otra orientación y por otro mejor sendero anda la más reciente
jurisprudencia civil de la Corte”.

b) En armonía con lo hasta aquí expuesto, el casacionista


especificó que la providencia impugnada se sustenta en dos
pilares: “[u]no, el de la naturaleza de la dación en pago y, dos,
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el carácter de la lesión enorme”.

c) Sobre el primero estimó que ese fundamento


descansa, a la vez, “en dos tesis o vertientes”, a saber: la “de la
identidad”, que apunta a reconocer que la dación en pago
constituye una venta y, por tanto, se rige por las normas de
este contrato (sentencias de la Sala de 19 de septiembre de
1909 y 24 de mayo de 1926, citadas por el Tribunal); y la “de la
semejanza”, conforme la cual los referidos negocios guardan
tal proximidad que, por analogía, es aplicable al primero el
régimen legal del segundo (sentencia de esta Corporación de
31 de mayo de 1961 y fallo de tutela T-578 de 2001 de la Corte
Constitucional, igualmente invocadas por el ad quem).

Con base en ese esquema que hizo de la sentencia de


segundo grado, el casacionista tildó de ser “una falacia
mayúscula de hermenéutica” que el Tribunal hubiese optado
por la referida tesis de la identidad, como quiera que “no es de
recibo la integración analógica cuando no hay término medio,
pues esta supone una identidad parcial. Dos objetos son
análogos cuando presentan algunas notas comunes; idénticos,
cuando todas sus notas coinciden”, de donde, agregó, que “si
idéntico, acorde con su significado, es lo mismo que otra con
que se compara, ostensible que dación en pago y
compraventa, al comparárseles, no resultan ser lo mismo,
idénticos,…”, puesto que “[e]s incontrastable, que en la
compraventa hay cambio de cosa por precio; ánimo de
enajenar o traditar, por un lado, y concurrente ánimo de
adquirir, por el otro; es título y, por ende, fuente de
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obligaciones. En la dación en pago, ánimo recíproco y común
de extinguir una obligación aliud pro alio; no es título; hay cosa
pero no hay precio, si de obligación dineraria a extinguir se
trata; y no hay cosa ni precio, si lo debido es un hacer; y no hay
cambio de cosa por cosa, si una cosa por la otra debida
entrega el solvens”.

Sobre este particular, terminó diciendo el censor que “recurrir al


artículo 8º de la ley 153 de 1887, como norma medio para
hallar la identidad entre compraventa y dación en pago,
constituye petición de principio -en el plano lógico- e indebida
aplicación -desde la perspectiva jurídica-, a esta última [dación
en pago], de las disposiciones 1946 y 1947 del código civil, por
la potísima razón que estas normas tienen como campo de
acción a la compraventa, de modo específico, y no a la dación
en pago; y no a esta también, por otra razón adicional evidente:
su atipicidad legal, que no social”.

d) Pasó el recurrente a combatir la postura del Tribunal,


de entenderse afincada en la tesis de la similitud entre la
dación en pago y la compraventa. En aras de identificar los
aspectos comunes entre ellas y de evaluar su “pertinencia
significativa”, señaló que el único elemento que califica como
tal “es la cosa, siempre y cuando que en la primera no se
sustituya la cosa debida por dinero. Y esto no es suficiente
para establecer la analogía”, ya que la circunstancia de que
“tanto en la dación en pago por obligación dineraria como en la
compraventa esté presente una cosa y su entrega y la
obligación dineraria equivalga al precio, no permite establecer
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que una y otra sean semejantes; sería tanto como aseverar
que compraventa y arrendamiento son similares, porque hay
cosa y entrega a cambio de precio (tres elementos: cosa,
entrega y precio), por lo que del canon puede predicarse lesión
enorme. Tan solo que el de la entrega no es pertinente, dado
que en la compraventa es traditio y en el arrendamiento,
factum traendi… El animus que a una y a otra asiste, son
disímiles y esto, per se, impide establecer la analogía. Valga
reiterar que en la dación en pago tiene el carácter de solvendi,
y en la compraventa, de traditio”.

e) En suma a los argumentos expresados, y en relación


con el otro pilar del fallo que antes se anunció, el demandado
criticó severamente la decisión del Tribunal, habida cuenta del
“carácter excepcional y sancionatorio” de la lesión enorme,
condiciones que ese sentenciador vio, pues hizo alusión a la
sentencia del 14 de octubre de 1976, en la cual, precisamente,
se advirtió sobre ellas, pero que “esquivó, sin más, para
continuar andando por movedizas arenas”, en tanto que “[e]s
verdad averiguada que las normas que tienen carácter ora
taxativo, ya excepcional, son de aplicación restringida” y que ya
“[s]e ha acreditado, con respaldo en la jurisprudencia nacional,
que la figura de la lesión enorme está limitada a los específicos
actos y contratos que el código señala”, por lo que “no es de
recibo argumento que prevalido de la semejanza -admitida que
sea, en gracia de discusión- entre un contrato que, de modo
expreso, es susceptible de rescisión por tal causa (la
compraventa, C.C., 1946), la traslade al convenio -que no
contrato- de la dación en pago, pues implica desconocer el
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carácter de norma general exclusiva, que las exceptivas, las
específicas, las taxativas y las sancionatorias ostentan”.

Añadió el censor, que “[f]alta, entonces, la identidad de razón,


como que la disciplina normativa de la lesión enorme [supuesta
la semejanza entre la dación en pago y compraventa] es
excepcional y, por lo tanto, de interpretación no integrativa, es
decir, tiene carácter restrictivo”.

Tras recordar que a voces del artículo 1627 del Código Civil, el
acreedor no puede ser compelido a recibir cosa distinta a la
debida, así la ofrecida tenga un mayor valor, afirmó el
recurrente que si la recibe, “aquel [el deudor] no puede alegar
que dio algo de mayor valor a lo, acorde con el título, debido”,
lo que al tiempo traduce que “el solvens no puede exigir del
accipiens creditoris que le reembolse el exceso que lo otro
dado tiene en relación con lo debido, como tampoco demandar
la rescisión, a pretexto de ser de (…) mayor valor y haber
‘sufrido’ lesión enorme”, como quiera que su propósito, el del
deudor, no fue el de enajenar un bien sino el de “solventar” o
extinguir la deuda preexistente, comportamiento que
indiscutiblemente debe considerarse realizado de “buena fe y
con inequívoco alcance: solucionar la obligación”.

Así las cosas, en torno del significado de la comentada regla


del inciso 2º del artículo 1627 del Código Civil, el casacionista
apuntó que ella concierne, en primer lugar, con “el respeto al
principio de identidad de la prestación” y, en segundo término,
con “el acatamiento pleno a la autonomía de la voluntad, efecto
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primordial de obligarse: el contrato es una ley para las partes
(C.C., 1602)”, de forma que “si el acreedor acepta la propuesta
y oferta de su deudor, que pretende extinguir la obligación con
otra cosa a la debida, que de mayor valor aquella es, este
asume, por razón y causa de su interés de liberarse del débito,
lo que de oneroso tiene pagar aliud pro alio. Entonces, el pago
le resulta, objetivamente, más oneroso, pero se libera, de
manera definitiva, de la obligación, en tanto que así la
extingue”.

Luego de contemplar la hipótesis contraria, en la que el valor


de la cosa dada en pago sea inferior en más de la mitad al del
crédito, y de precisar que en este supuesto “el deudor tendrá, a
su favor -a semejanza de la exceptio doli del derecho romano-
la excepción de pago: Extinción de la obligatio ope
exceptionis”, el impugnante concluyó que la correcta
interpretación del precitado inciso 2º del artículo 1627 del
Código Civil, en concordancia con el artículo 1626 de la misma
obra, “es inferir que la datio solutum (sic) no da lugar a la
rescisión por lesión enorme, por cuanto, además de ser un
modo autónomo y, de suyo, sustantivo de extinguir la
obligación, el mayor valor de la cosa alium (sic) pro alio
pertenece al acreedor que ve su pretensión de modo anormal
satisfecha, en tanto el pago no fue efectivo (1626)”.

f) Para establecer la trascendencia del yerro denunciado,


el censor señaló que la indebida aplicación del artículo 8º de la
Ley 153 de 1887 devino de la incorrecta identidad o semejanza
que el ad quem encontró entre la dación en pago y la

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compraventa; que a la utilización de dichas teorías no hubiese
podido llegar, si no hubiere considerado la primera de tales
figuras como contrato, lo que, al tiempo, lo condujo al equívoco
de haber hecho actuar en el sub lite los artículos 1946 a 1948
del Código Civil; que ese mismo error tiene su fuente en haber
desconocido el carácter excepcional y sancionatorio de la
lesión enorme; y que “[s]i el Tribunal hubiere entendido, de
manera correcta, que el artículo 1626 del Código Civil refiere al
pago efectivo, como un modo normal de extinguir las
obligaciones y que el artículo 1627-2 lo es a la dación en pago,
como forma anormal pero autónoma y sustantiva de extinguir
las obligaciones,…” no habría aplicado ninguna de las normas
atrás mencionadas.

7. En definitiva, el recurrente solicitó casar la sentencia


del Tribunal y, en sede de instancia, confirmar el fallo del primer
grado.

CONSIDERACIONES

1. El recurso extraordinario en estudio somete


nuevamente a evaluación de la Corte el tema de la
procedencia de aplicar la figura de la rescisión por lesión
enorme a la dación en pago.

2. La problemática expuesta, de siempre, ha sido


controversial, tanto a los ojos de los doctrinantes más
autorizados, nacionales y extranjeros, como de las decisiones
judiciales, vernáculas y foráneas. Ello explica que los
conceptos elaborados al respecto y las soluciones adoptadas,
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 19
se caractericen por hondas vacilaciones que, a la vez, denotan
una gran variedad de posturas que bien pueden conducir a una
de las dos soluciones posibles: habilitar la lesión enorme en la
dación en pago o negarla.

3. El caso de la jurisprudencia colombiana es claro


ejemplo de la situación descrita. Es que la posición de la Corte
frente al tema de que se trata no ha sido uniforme ni constante.
Sólo con carácter ilustrativo baste señalar que su criterio,
fundamentalmente, ha transitado por el camino de considerar
inicialmente la dación en pago como una verdadera
compraventa y, por esta vía, deducir la aplicación de la
normatividad prevista para ella, a dicho negocio jurídico;
igualmente, por el de reconocer una marcada semejanza entre
tales figuras negociales y, en consecuencia, estimar que, por
analogía, el régimen legal de la una puede ser aplicado a la
otra; y, finalmente, por el de atribuirle a la datio in solutum
naturaleza autónoma, como una forma especial de extinguir
obligaciones, lo que la aleja de la compraventa -y de otras
figuras con las cuales ha querido asimilársele- y, por
consiguiente, pone en entredicho que pueda ser objeto de
rescisión en el supuesto de establecerse un marcado
-enorme- desequilibrio entre el valor del crédito que se
soluciona y la cosa -o en general, la prestación acordada-dada
con el propósito de extinguir la obligación primigeniamente
acordada.

4. Sin desconocer ninguno de los antecedentes


jurisprudenciales relacionados con la cuestión auscultada,
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 20
necesario es poner de presente que ella, en oportunidad
reciente, fue analizada por la Sala en sentencia proferida el 6
de julio de 2007 (expediente No. 1998-00058-01), proveído en
el cual no se casó el fallo de segundo grado recurrido,
desestimatorio de una acción de rescisión por lesión enorme
propuesta, precisamente, en relación con una dación en pago.

La providencia a que ahora se alude, en la que la Corte asumió


de fondo y con amplitud el tema que en esta ocasión
igualmente ocupa su atención, por tanto, recoge la posición
actual de la Sala que, como en precedencia se indicó, apunta a
negar la viabilidad de aplicar a la dación en pago las reglas de
la compraventa inmobiliaria que permiten rescindirla en
presencia de una lesión enorme.

5. Siendo ello así, bueno es traer a colación, por lo


menos, las más importantes apreciaciones y conclusiones que
la Corporación consignó en el memorado fallo.

a) En lo que refiere a la naturaleza jurídica de la dación


en pago, luego de examinar sus orígenes desde el derecho
romano mismo, su desenvolvimiento en el derecho comparado
antiguo y la evolución del tema en la jurisprudencia
colombiana, reiteró el criterio que la Sala adoptó en sentencia
de fecha 2 de febrero de 2001 y, por tanto, sostuvo que ella,
por una parte, “es un mecanismo autónomo e independiente”
enderezado a finiquitar un crédito y, por otra, que “va
exclusivamente dirigida a extinguir el vínculo obligatorio que
une a acreedor y deudor”.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 21
b) Con tal base y luego de analizar las semejanzas y
diferencias predicables entre esa especial forma de extinción
de las obligaciones y la compraventa, coligió “que en la hora de
ahora no luce exacto afirmar, como antaño se sostuvo, que
dare in solutum est vendere” y que “[n]o cabe persistir,
entonces, en la idea de la dación como partícipe, tanto de la
compraventa, como de la permuta, según que se cambie
dinero por un bien o cosa por cosa, y en relación con la cual se
hacen concurrir para su operancia tanto la novación, por la
satisfacción de la obligación con un objeto distinto al
convenido, como la compensación del precio, en el primero de
esos supuestos, lo que ha originado, no sin razón, el
calificativo a esta singular postura de monstrum iuris… Se
impone, por el contrario, reconocerle su propia y particular
naturaleza, como una forma autónoma y especial de solución
de obligaciones”.

c) Destacó con amplitud el carácter excepcional y


sancionatorio de la lesión enorme.
En pro de lo primero, consignó un esbozo histórico de la
institución y refirió los antecedentes que rodearon la
implantación del sistema por el que, en últimas, optó Don
Andrés Bello en el Código Civil colombiano, al igual que en el
chileno. En alusión a los artículos 1946 y 1947 de la legislación
sustancial civil patria, la Corte sostuvo que “[s]on ellos muestra
de un régimen que, ab antique, es de suyo excepcional,
restrictivo y tasado”. Más adelante aseveró, que el nombrado
codificador “ex professo, renunció a conferirle carácter general
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 22
y totalizador, por manera que lo consagró en precisos y
puntuales casos. Tanto que, ni siquiera, finalmente, le otorgó
status de vicio de la voluntad, como sí lo hizo el artículo 1118
del Código Civil francés de 1804,…, a lo que hay que agregar
que, a diferencia de ese y otros códigos de la época, no
consagró la lesión en la parte general o introductoria de los
contratos, pues cuando de ella se ocupó,…, in concreto, lo hizo
en cada acto o contrato, en particular”.

Y sobre el carácter sancionatorio de la lesión enorme, señaló


que la comentada excepcionalidad “encuentra su razón de ser
no sólo en los orígenes que históricamente inspiraron la figura,
como se refirió en precedencia, sino también en su naturaleza
jurídico-sancionatoria -cabalmente entendida-, que hace su
campo o radio de acción restringido y que, per se, excluye toda
aplicación extensiva o analógica”, naturaleza que no se
desvanece o desdibuja por “la opción o remedio equilibrante y
justiciero que se brinda al contratante beneficiado con el
desequilibrio de impedir su materialización, completando o
devolviendo, según fuere el caso, el justo precio”.

d) En tal orden de ideas, la Corte enfatizó que “es deber


de los jueces respetar -inicialmente- la libertad de configuración
que tiene el legislador para establecer en qué casos es
conducente la lesión”, puesto que “es a él a quien le
corresponde precisar el alcance y proyección de esa
institución; si aplicable a toda clase de negociaciones, o sólo a
algunas de ellas, como sucede en tratándose del derecho
nacional vigente”.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 23
e) De igual modo, en cuanto a los argumentos aducidos
en ese proceso por el recurrente en casación, dirigidos a que
por analogía se dispusiera la rescisión por lesión enorme de la
dación en pago materia de esa controversia, decisión con la
cual se pondría a tono el sistema patrio con otras legislaciones
que sí la autorizan en ese supuesto, la Sala destacó que si bien
esa tesis “puede estar más en consonancia con dicha
tendencia reformadora que la Corte no desconoce”, ella no
podía ser acogida debido al “resaltado carácter excepcional
que en el medio colombiano, entre otras naciones, se
reconoció a la lesión enorme, de forma que su operancia se
circunscribió a unos específicos negocios jurídicos, dentro de
los cuales, precisamente, no se encuentra la dación en pago”.

Y agregó: “Es ese, por tanto, el marco legal atendible para


definir, en el ámbito nacional, la cuestión aquí discutida.
Soslayarlo, ni más ni menos, implicaría derruir la plataforma
preceptiva existente, por más argumentos y raciocinios que en
la esfera de la conveniencia se hicieren, o por más ingeniosos
planteamientos que se esbozaren, a pretexto de una aplicación
extensiva, analógica, amplificada o, en fin, irradiadora de los
efectos –ex lege- asignados a la compraventa, todo en nombre
de la ‘justicia contractual’, tan en boga”.

f) Luego de poner de presente que de un tiempo a esta


parte ha sido creciente el “rol asignado al juzgador” y que su
función, hoy en día, está caracterizada “por una activa y
protagónica participación del iudex en diversos campos”,
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 24
concluyó que, de todas maneras, en lo que hace a la rescisión
por lesión enorme, “no es entonces aconsejable amplificar su
radio hermenéutico, por plausible que, prima facie, pudiere
resultar”, lo que tampoco encontró posible a la luz de la
Constitución Política de 1991, en tanto que ella reconoce “al
hombre como persona libre y autónoma, capaz de decidir
sobre sus propios asuntos” sin ingerencias indebidas del
Estado, lo que guarda armonía con su artículo 333, de lo que
se sigue “que los contratos no se puedan sancionar, impugnar
o eclipsar más que por causas legales, la cuales, como es
sabido, son restrictas y limitadas, en la medida que el
legislador reconoce que toda intervención en los procesos de
contratación traduce, en mayor o menor grado, la reducción de
la libertad económica y, por su puesto, negocial, con la
incidencia que ello tiene en el campo de la iniciativa privada,
que se podría ver seriamente afectada, así como el desarrollo
económico individual y colectivo, según fuere el caso”.

g) En definitiva, la Corporación precisó que “[e]n


compendio, la Corte no oculta que, in abstracto, en pro de la
tesis delineada por el recurrente, pueden militar razones que
le sirven de apoyatura, máxime cuando en este tema se
evidencia una diáfana tensión entre la apellidada justicia
conmutativa y el respeto prudencial a la autonomía negocial,
bien entendidas una y otra. Sin embargo, in concreto,
tampoco puede desconocer sus limitaciones, competencias,
ni el carácter manifiestamente restringido y taxativo de la
lesión enorme en el ámbito legislativo colombiano, lo que
impide su extensión a otros supuestos, en particular a la
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 25
dación en pago, a lo que se agrega la existencia de un
número apreciable de institutos y mecanismos existentes en
el derecho nacional e internacional encaminados a paliar la
desproporción prestacional, el abuso y el engaño, entre
varias disfunciones, anomalías y vicisitudes que pueden
rodear una determinada negociación, lo que pone de
presente que al lado de la lesión, ello es importante,
convergen herramientas que, ministerio legis, propenden por
asegurar o reestablecer el equilibrio roto o erosionado y por
conjurar la injusticia contractual. De ahí que no se pueda
aseverar que el no acogimiento de la tesis propuesta
signifique, ora directa, ora indirectamente, la impunidad
contractual o el estímulo a la materialización de conductas
ajurídicas en el plano convencional, específicamente en el
ámbito de la dación en pago, habida cuenta que como
negocio jurídico autónomo que es, conforme se señaló a
espacio, es susceptible de ser cobijado por toda la gama
tuitiva prevista por el ordenamiento jurídico, según se
puntualizó precedentemente, por vía de ejemplo, por el
régimen que gobierna a los vicios de la voluntad, según sea
el caso, por manera que no puede traerse a colación, per se,
el escueto y generalizador argumento de la desprotección”.

6. Sopesados los argumentos que se dejan


compendiados, así como los restantes de ese
pronunciamiento, del mismo modo contundentes y, por lo
mismo, de gran importancia, que en gracia de la brevedad, y
solo por ello, no se reprodujeron, en consonancia con los que
soportan el cargo en estudio, concluye la Sala que no hay
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 26
motivo para variar el criterio que en dicha oportunidad anterior
adoptó, sino que, por el contrario, se impone su reiteración,
como pasa a explicarse.

6.1. En materia contractual, hay que decirlo desde ya, es la


regla la prevalencia -y preeminencia- del principio de la
autonomía privada -autorregulación de intereses, obviamente,
en el marco de ciertos límites-, del que, a la vez, se
desprenden otros, entre los cuales brilla por su significación, el
de la obligatoriedad de los contratos legalmente celebrados
para quienes son parte en ellos -postulado de la
normatividad de los actos jurídicos-, principios estos que
constituyen la base fundamental del propósito legislativo de
brindar seguridad jurídica al tráfico de bienes y servicios y que,
al tiempo, se erigen en pilares que soportan el sistema de la
propiedad privada, claro está, interpretados en la época
presente, de conformidad con los principios y valores del
Estado Social de Derecho.

Es así como, para el caso colombiano, la primera parte del


artículo 1494 del Código Civil consagra que “[l]as obligaciones
nacen, ya del concurso real de las voluntades de dos o más
personas, como en los contratos o convenciones; ya de un
hecho voluntario de la persona que se obliga, como en la
aceptación de la herencia o legado y en todos los
cuasicontratos;…”; y el artículo 1602 de la misma obra dispone,
que “[t]odo contrato legalmente celebrado es una ley para los
contratantes y no puede ser invalidado sino por su
consentimiento mutuo o por causas legales” (se subraya).
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 27
En relación con el último de tales preceptos, la Corte, de forma
constante, ha sostenido que “[e]n el ámbito del derecho
privado, como bien se sabe, campea el principio de la
autonomía de la voluntad, por el cual se permite a los
particulares darse las reglas rectoras de sus relaciones
económico sociales, ordenando su voluntad a la obtención de
determinados efectos jurídicos. Las manifestaciones de
voluntad legalmente expresadas, gozan entre las partes
contratantes de fuerza vinculante… (art. 1602 C.C.)” (Cas. Civ.,
sentencia de 26 de noviembre de 1997, expediente No. 4671;
subrayas fuera del texto).

Se desprende de lo anterior, que la invalidación o supresión de


efectos del negocio jurídico, en general, es cuestión puramente
excepcional y, por ende, que corresponde únicamente a la ley,
por una parte, concebir los mecanismos que conduzcan a ese
resultado, por otra, determinar los requisitos para que cada uno
de ellos opere y, finalmente, consagrar los efectos que su
reconocimiento produce, sin que, por fuera de esos supuestos
normativos, pueda lograrse que un determinado acto pierda la
fuerza vinculante de que lo reviste el propio ordenamiento
jurídico.

6.2. En ese contexto se ubica, sin duda, la rescisión por


lesión enorme, forma ésta de privación de efectos negociales
propia de los contratos conmutativos, es decir, de aquellos en
que “cada una de las partes se obliga a dar o hacer una cosa
que se mira como equivalente a lo que la otra parte debe dar o
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 28
hacer a su vez”, según el concepto que de ellos expresa el
artículo 1498 del Código Civil, y que, precisamente, tiene lugar
cuando se rompe o desvirtúa notoriamente -en más de la
mitad- la reciprocidad de las prestaciones surgidas con ocasión
de la respectiva convención.

Evidente es, pues, que la figura en comento, participa de la


naturaleza sancionatoria, excepcional y restringida que
caracteriza todas las formas de invalidación o de privación de
efectos de los actos y negocios jurídicos y, por lo mismo, que
su aplicación está condicionada a los límites y requisitos
impuestos por el legislador, como se ampliará más adelante.

Es que conforme el sistema jurídico imperante y según lo


tiene por averiguado la Corte, “[e]l instituto jurídico de la
lesión enorme es restringido y no se aplica de manera
absoluta y general a toda clase de negociaciones, sino que
por el contrario es una figura exceptiva que únicamente es
predicable de algunas, tales como la compraventa común de
bienes (artículo 1946), permuta de bienes de la misma
especie (art. 1958), partición (art. 1405), aceptación de una
asignación sucesoral (art. 1291), estipulación de intereses en
el mutuo (art. 2231), estipulación de los mismos en la
anticresis (art. 2466) y cláusula penal (art. 1601)” (Cas Civ.,
sentencia de 29 de noviembre de 1999, expediente No.
5327).

6.3. Por consiguiente, aflora con claridad que ninguna


norma jurídica previó expresamente que la referida figura y su
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 29
correspondiente sanción, tenga cabida en frente de la dación
en pago, aspecto este que, por tanto, se torna en el punto del
que habrá de partirse para lo que aquí debe definirse y que
traduce que la eventual aplicación de aquel fenómeno, el de
la lesión enorme, al indicado negocio jurídico, al no encontrar
sustento en expreso mandato de la ley, obliga a una
argumentación distinta, como en efecto lo entendió el Tribunal
en el fallo objeto de la impugnación extraordinaria que se
desata.

Ciertamente, como quedó anteriormente compendiado, el ad


quem, para rescindir por lesión enorme la dación en pago
celebrada por las partes, luego de ocuparse de la
jurisprudencia nacional apuntada a defender la notable
semejanza entre la dación en pago y la compraventa y, con
ese fundamento, de admitir que el régimen legal de la
segunda, por analogía, es aplicable a la primera, coligió que
“el Juzgado Primero Civil del Circuito de Garzón (H), al negar
la lesión enorme en este caso concreto, es decir por tratarse
de Dación en pago, viola por interpretación errónea los
artículos 1946, 1947 del código civil y por falta de aplicación
el artículo 8º de la ley 153 de 1887,…”.

Con otras palabras, el Tribunal recurrió a la analogía, por la


proximidad que encontró entre los indicados negocios
jurídicos, para inferir viable la rescisión por lesión
enorme -prevista en la ley para la compraventa (arts. 1946 a
1954, C.C.)- respecto de la convención ajustada por los
litigantes (dación en pago).
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 30
Y es allí, precisamente, donde el censor ubicó el reproche
jurídico que hizo al sentenciador, pues, en su concepto, no es
de recibo tal aplicación analógica, por cuanto no se dan los
supuestos legales para ella, como quiera que en el punto no
hay una omisión legal, que entre los fenómenos asimilados no
se aprecia, en verdad, una similitud jurídicamente significativa
y porque utilizó para el efecto normas de naturaleza
sancionatoria, excepcional y restrictiva.

6.4. A voces del artículo 8º de la Ley 153 de 1887,


“[c]uando no hay ley exactamente aplicable al caso
controvertido, se aplicarán las leyes que regulen casos o
materias semejantes, y en su defecto, la doctrina
constitucional y las reglas generales del derecho”.
Al respecto tiene dicho la Sala, que “[e]l principio de la
analogía o argumento simili consagrado en el artículo 8º de la
Ley 153 de 1887, supone estas condiciones ineludibles: a)
Que no haya ley exactamente aplicable al caso controvertido;
b) Que la especie legislada sea semejante a la especie
carente de norma, y c) Que exista la misma razón para
aplicar a la última el precepto estatuido respecto de la
primera: Ubi eadem legis ratio ibi eadem legis dispositio”
(Cas. Civ., sentencia de 30 de enero de 1962).

A ellas se suma, como ahora lo puntualiza la Sala, el requisito


de que la norma seleccionada para aplicar al caso concreto
no ostente naturaleza taxativa, exceptiva o sea de aquellas
que establezcan una sanción, en sentido amplio, toda vez que
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 31
su operatividad está siempre limitada al caso para el cual
fueron previstas por la ley. Por eso, “[se] estima como
ilegítimo el empleo de la analogía cuando se trata de
sanciones. Nuestro orden jurídico ha aceptado como regla
fundamental el postulado de que sin texto legal claro y preciso
no puede existir sanción. Ese postulado tiene vigencia no solo
en el derecho penal (nulla poena sine lege), sino también en
el derecho civil. Todo se reduce a saber qué debe entenderse
por sanción en derecho civil. En general, es sanción civil todo
perjuicio que haya de sufrir uno de los contratantes. Así, la
nulidad de un contrato constituye sanción, pues al ser
anulado el contrato, la parte beneficiada de él sufre un
perjuicio” (Arturo Valencia Zea. Derecho civil. Tomo I. Parte
general y personas. Bogotá, Temis, 1981, pág. 186).
6.5. Se impone, por consiguiente, analizar la satisfacción
de esos requisitos en el presente asunto, en consonancia con
las acusaciones que fueron formuladas a la sentencia de
segundo grado, en el entendido de que el incumplimiento de
uno sólo de ellos, cualquiera que sea, sería suficiente para
colegir el desacierto de la aplicación analógica a que recurrió
el Tribunal para arribar a la decisión estimatoria con la que
resolvió el litigio y, por consiguiente, para deducir la
prosperidad de cargo que en casación le enrostró el
recurrente.

6.6. Pertinente es resaltar, en primer término, que la


puerta de acceso a la utilización de la analogía es la
existencia de una verdadera laguna o vacío normativo,
requisito que debe diferenciarse del silencio intencional que
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 32
en la regulación de una determinada materia, hubiere
guardado el legislador.

En efecto, una cosa es que la ley no se ocupe de disciplinar


completamente un específico instituto jurídico y que, como
consecuencia de ello, uno o varios aspectos de él carezcan
de normatividad, derivándose de esa omisión, total
incertidumbre sobre el tratamiento o manejo que debe darse a
los mismos; y otra, bien diversa por cierto, es que en la
reglamentación de un tema, el legislador, a propósito, no
hubiese previsto para él determinadas consecuencias, sin que
su silenció, por tanto, signifique vacío legal alguno.

De suyo, que sólo en el primero de esos supuestos, cabría


recurrir a la analogía para encontrar la solución aplicable, mas
no en el segundo, pues si en un evento con esas
particularidades así se obrara, el intérprete haría suya la
función legislativa y, por esta vía, idearía una norma
precisamente no querida por el legislador, lo que conllevaría
un claro desconocimiento del genuino sentido de la ley,
además de una vulneración a las reglas de la competencia,
grosso modo consideradas.

Como lo ha explicado la doctrina, mediante la analogía “no se


trata de establecer el significado de una norma, sino de suplir
o salvar un defecto del material normativo del que de modo
inmediato se dispone. Por ello, el tema general de la
integración de las normas se conoce en la técnica con el
nombre de lagunas del Derecho, y abarca también el modo o
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 33
procedimiento para ampliar o llenar tales lagunas”, que se
presentan “cuando existe una deficiencia en la ley o… cuando
nos encontramos con una inexistencia de ley aplicable al
punto controvertido. Es un hecho que la ley presenta estas
deficiencias en todo tiempo y lugar, porque no puede abarcar
en su supuesto de hecho general y abstracto todos los
posibles casos que nacen durante su vigencia y que no
pudieron ser previstos por el legislador…Aquí nos basta con
consignar que estamos en presencia de una laguna de la ley,
cuando carezca un supuesto de hecho concreto y
determinado de regulación legal…” (Luis Díez-Picazo y
Antonio Gullón. Sistema de derecho civil. Vol. I. Madrid,
Tecnos, 2003, pág. 178).

6.7. Examinado el ordenamiento civil patrio, se establece


con meridiana claridad que en él se especificaron
expresamente, uno a uno, los actos y contratos en que la
lesión enorme tiene cabida, así como el régimen a que
quedaba sometida dicha institución, en cada supuesto.

a) Para el caso de la compraventa, el artículo 1946 del


Código Civil consagra que dicho contrato “podrá rescindirse
por lesión enorme”; el 1947 de la misma obra precisa que “[e]l
vendedor sufre lesión enorme cuando el precio que recibe es
inferior a la mitad del justo precio de la cosa que vende; y el
comprador a su vez sufre lesión enorme, cuando el justo
precio de la cosa que compra es inferior a la mitad del precio
que paga por ella”; por otro lado, el artículo 1948 ibídem
determina cómo las partes pueden impedir la rescisión,
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 34
completando el comprador el justo precio o restituyendo el
vendedor lo que exceda de él, en ambos casos con
deducción o incremento, respectivamente, de una décima
parte del correspondiente valor.

Las normas subsiguientes refieren la improcedencia de la


lesión en tratándose de bienes muebles, de ventas hechas
por ministerio de la ley (1949) o en el caso de que la cosa
vendida se haya perdido en poder del comprador (1951); la
ineficacia de las cláusulas que se incluyan en el contrato y
que apunten a impedir la rescisión (1950); a sus efectos (arts.
1952 y 1953); y a la caducidad de la acción (art. 1954).

b) Ahora bien, el artículo 1958 del Código Civil consagra


que “[l]as disposiciones relativas a la compraventa se
aplicarán a la permutación en todo lo que no se oponga a la
naturaleza de este contrato; cada permutante será
considerado como vendedor de la cosa que da, y el justo
precio de ella a la fecha del contrato se mirará como el precio
que paga por lo que recibe a cambio”.

Significa lo anterior, que para el legislador patrio, la aplicación


extensiva de las normas de la compraventa al contrato de
permuta requería de norma positiva y que, además, para
garantizar la correcta utilización de ese régimen, estimó que
no era suficiente con efectuar la remisión pertinente, sino que
de forma expresa atribuyó a cada permutante la calidad de
vendedor y fijó pautas para establecer el “justo precio”.

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 35


Tal explicitación de la ley, es la que permite colegir que la
institución de la lesión enorme tiene lugar en frente del
contrato de permuta, toda vez que, gracias a las destacadas
aclaraciones del comentado precepto, es viable reconocer, en
dicha tipología contractual, la existencia de “precio”; que
quienes la celebran, ostentan calidad de vendedores de la
cosa que dan y, coetaneamente, de compradores de la que
reciben; y que el “justo precio… a la fecha del contrato se
mirará como el precio que [se] paga por lo que [se] recibe en
cambio”.

Así lo ha entendido la Sala al sostener, de antaño, que “…si


en el contrato de permuta, lo mismo que en el de venta hay
precio; si en tal contrato es posible determinar si el precio
fue justo o injusto; si la acción rescisoria por lesión enorme
procede no sólo a favor del vendedor sino también a favor del
comprador; si en la permuta cada permutante es a la vez
vendedor y comprador; y si por lo dicho, la rescisión por
lesión no es en materia alguna incompatible con el contrato
de permuta, es necesario llegar a la conclusión de que,
conforme a lo dispuesto en el artículo 1958 del C.C., las
disposiciones de los artículos 1946 y 1947 del mismo Código
son aplicables al contrato de permuta… No se trata, como lo
cree el recurrente, de extender la aplicación de disposiciones
excepcionales a casos no comprendidos en los respectivos
textos legales. Las disposiciones de los artículos 1946 y 1947
del Código Civil se aplican en el contrato de permuta por
ordenarlo así el artículo 1958 del mismo Código” (Cas. Civ.,
sentencia de 21 de septiembre de 1945, G.J. LXXVIII, pág.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 36
640; se subraya. Vid: sentencia de 29 de septiembre de 1970,
G.J. CXXXV, pág. 183).

c) En lo que hace a la partición de bienes, el artículo


1405 del Código Civil establece que “[l]as particiones se
anulan o se rescinden de la misma manera y según las
mismas reglas que los contratos… La rescisión por causa de
lesión se concede al que ha sido perjudicado en más de la
mitad de su cuota”. Los siguientes preceptos perfilan, para
ese caso, un régimen especial, definiendo la forma de evitarla
(art. 1407), la imposibilidad de su ejercicio en el supuesto de
que el afectado haya enajenado “su porción, en todo o en
parte” (art. 1408) y lo tocante a la extinción de la acción por el
transcurso del tiempo (art. 1410).

d) Sobre la aceptación de la herencia, el artículo 1291


del Código Civil enseña que “una vez hecha con los requisitos
legales, no podrá rescindirse, sino en el caso de haber sido
obtenida por fuerza o dolo, y en el de lesión grave, a virtud de
disposiciones testamentarias de que no se tenía noticia al
tiempo de aceptarla”, regla que el inciso segundo extiende “a
los asignatarios que no tienen la libre administración de sus
bienes”. Señala al final la norma, que “[s]e entiende por lesión
grave la que disminuye el valor total de la asignación en más
de la mitad”.

La redacción misma de la disposición deja en claro, como


anteriormente se analizó respecto de los contratos, que la
regla, en cuanto hace a la aceptación de la herencia, es
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 37
también la de la prevalencia de la autonomía de la voluntad y
que la rescisión, en el supuesto de “lesión grave”, es
eminentemente excepcional.

e) Finalmente, cabe acotar que “[e]l interés convencional


que exceda de una mitad al que se probare haber sido el
interés corriente al tiempo de la convención, será reducido por
el juez a dicho interés corriente, si lo solicitare el deudor” (art.
2231, C.C.); que a esa misma regla remite expresamente el
inciso final del artículo 2466 ibídem, en el caso de la
anticresis; y que, respecto de la cláusula penal, el artículo
1601 ejusdem contempla que si en virtud del pacto principal
“una de las partes se obligó a pagar una cantidad
determinada, como equivalente a lo que por la otra parte debe
prestarse, y la pena consiste así mismo en el pago de una
cantidad determinada, podrá pedirse que se rebaje la
segunda de todo lo que exceda al duplo de la primera,
incluyéndose ésta en él”.

6.8. Es corolario del análisis expuesto, que el legislador


colombiano, como ya se anticipó, consagró la figura de la
lesión enorme en determinados eventos en los que estimó
indispensable efectuarlo y que, al hacerlo, fue su designio
autorizar dicho fenómeno solamente en esos específicos
casos, de forma directa -compraventa, partición de bienes,
aceptación de una asignación sucesoral, estipulación de
intereses en el mutuo y la anticresis y cláusula penal- o por
asimilación expresa a la compraventa –permutación-.

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 38


Entonces, mal puede afirmarse la existencia de un vacío
legislativo por el hecho de que tal sanción no se hubiera
previsto de manera generalizada para los actos y negocios
jurídicos, o para todos los contratos conmutativos, o, en
concreto, para la dación en pago, actitud que, se reitera,
encuentra perfecta consonancia con los principios que
gobiernan las manifestaciones de voluntad, a los que atrás,
aunque someramente, se hizo alusión.

Al fin de cuentas, como lo expresó la Corte en la ya memorada


sentencia de 29 de septiembre de 1970, “[l]as legislaciones
que, como la nuestra, siguen la concepción objetiva, tienen el
defecto de que al indagar el fundamento jurídico de la lesión,
solo se le encuentra en un favor arbitrario del legislador
para ciertos actos jurídicos” (se subraya y destaca).

No obstante que el sistema legal colombiano en torno de la


lesión enorme pueda ser merecedor de severas críticas, las
deficiencias que se le atribuyan no pueden ser corregidas
avistando, donde no lo hay, un vacío de la ley y, con esa base,
optando por un proceso de integración normativa -analogía-
que no se ajusta a las exigencias legales, para, por esta vía,
deducir su pertinencia -la de la lesión enorme- respecto de
actos o contratos para los cuales el legislador, decidida e
intencionalmente, no la consagró.

Se insiste: la modificación de ese sistema normativo, sólo


compete al órgano legislativo, único facultado para revisarlo y
para disponer un régimen distinto, si se quiere amplio o
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 39
comprensivo de actos jurídicos, como la dación en pago, que
hoy no abarca, acogiendo así las tendencias actuales que
sobre este particular se aprecian en el concierto del derecho
comparado, tal y como ha ocurrido con las legislaciones más
modernas, en donde, es la constante, la inclusión de normas
positivas -ello es toral- que consagran la rescisión por lesión
enorme para un mayor número de relaciones jurídicas o que,
por remisión expresa, la extienden a otros contratos o actos
diversos de aquellos para los que aparecía desde un principio
prevista, comportamiento que, lejos de contradecir, ratifica el
criterio aquí expuesto, que aboga por la necesaria intervención
del legislador para que esos sean los alcances que deban
reconocérsele a la referida institución.

6.9. Es que en tratándose de analogía, deben distinguirse


los genuinos vacíos normativos que, de forma legal, activan
ese mecanismo de integración del derecho -laguna auténtica-,
de aquellas situaciones en que, “desde la perspectiva
valorativa nos encontramos frente a una laguna -llamada
también laguna político jurídica, laguna no auténtica, laguna de
lege ferenda, laguna ideológica o laguna crítica-”, consistente
en que “existiendo una norma en el derecho positivo que
comprende y soluciona un caso determinado, esta solución se
presenta como injusta o poco conveniente; y que se puede
abreviar llamándola como una ausencia de regulación
satisfactoria. Esta última clase de laguna es una falsa laguna
porque -como lo apuntamos anteriormente- aquí existe una
expresa regulación, pero lo que falta es una norma mejor o una
disposición más justa. Si la ley no es incompleta sino
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 40
defectuosa (laguna axiológica), entonces no está permitida una
integración del orden jurídico, sino un desarrollo del derecho
superador de la ley. Aquí el juez no se enfrenta a la necesidad
de integrar el ordenamiento jurídico, ni se halla ante una
genuina laguna que lo pueda inducir a aplicar la analogía. El
único expediente válido es respetar el derecho vigente sin
excusa y dilación alguna, aunque atemperado por la idea de
una justicia flexible: la equidad. El principal peligro de las
denominadas lagunas axiológicas es subvertir el concepto
técnico de lagunas, identificándolas con las lagunas
normativas, lo que no sólo implica un grueso error conceptual,
sino un procedimiento encubierto caracterizado por pretender
llenar una laguna cuando en realidad se busca alterar el
derecho vigente” (José Luis Castillo Alva, Manuel Túpez Luján
y Roger Zabaleta Rodríguez. Razonamiento Judicial.
Interpretación, argumentación y motivación de las
resoluciones judiciales. Ara Editores – Axel Editores, Bogotá,
2007, págs. 134 y 135; se subraya).

En situaciones como la descrita, no pueden los jueces, ni la


Corte como uno de ellos, abrogarse para sí la función de
modificar o sustituir el ordenamiento jurídico vigente, así
procuren que esa actividad quede disimulada con el ropaje de
la aplicación analógica, menos cuando el fruto de ese laborío
desemboque en una regla que contraría abierta y frontalmente
el querer del legislador, que en el caso de la lesión enorme no
fue otro que autorizarla sólo para ciertos actos y contratos y,
por consiguiente, impedir su utilización en los restantes, entre
ellos, la dación en pago.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 41
6.10. Pese a que, como se dijo, la insatisfacción de uno sólo
de los requisitos que se estudian, conduciría a quebrar el
raciocinio en que se soporta la sentencia del Tribunal, y que, en
precedencia, además, se dejó establecido el incumplimiento
del primero de ellos, propio es ver que la segunda de tales
condiciones -semejanza de las figuras asimiladas- tampoco
concurre en el sub lite, sobre lo que debe observarse:

6.10.1. Lo primero, que la sentencia del Tribunal no está


fundamentada en la plena o total identidad entre la
compraventa y la dación en pago, puesto que si esa hubiese
sido la comprensión del ad quem, no habría respaldado su fallo
en el artículo 8º de la Ley 153 de 1887 sino que, por el
contrario, hubiese procedido a la aplicación directa de los
artículos 1946 y 1947 del Código Civil.

Por tanto, si como ya se auscultó, la citada Corporación, para


arribar a la decisión a que llegó, recurrió a la aplicación
analógica de las normas de la compraventa, propio es entender
que el verdadero sustento de su fallo fue la semejanza que
avizoró entre ese negocio y la dación en pago.

6.10.2. Lo segundo, que mirada la esencia de cada uno de los


aludidos negocios jurídicos, afloran trascendentales diferencias
que impiden admitir su asimilación, de las cuales se encuentra
pertinente comentar aquí las siguientes:

a) Primordial es destacar la diversa función que


A.S.R. EXP. 2002-00015-01 42
caracteriza tanto a la compraventa, como a la dación en pago.

La primera sirve al propósito del intercambio de bienes, con


todo lo que ello implica, por lo que se ha considerado a la
compraventa como el principal exponente de los contratos que
tienen función de cambio. Nótese que en los términos del
artículo 1849 del Código Civil, el vendedor se obliga “a dar una
cosa” (se subraya) y el comprador “a pagarla en dinero”, que se
denomina “precio”.

En contraste, a la dación en pago le corresponde una función


distinta. Sus celebrantes no buscan con ella comercializar
bienes, sino extinguir una obligación preexistente entre ellos
-función solutoria-. El deudor persigue liberarse del deber a su
cargo, aunque con un objeto distinto al convenido. El acreedor,
al consentirla, permite que su derecho de crédito finalice,
mediante la aceptación de una prestación diversa a la
primigeniamente acordada.

b) Se subrayó atrás, que el dinero que paga el comprador


corresponde al “precio” de la venta, elemento de la esencia del
contrato de compraventa, en tanto que su oportuna satisfacción
se erige en la principal obligación del adquirente. Tal elemento
no hace presencia en la dación en pago, en ninguna de sus
posibles modalidades (v. gr. cosa por dinero, o cosa por cosa,
o dinero a cambio de una obligación de hacer, etc.). Es que en
la dación en pago, el acreedor a nada se obliga y, por ende,
nada entrega, a título de contraprestación, al deudor. El, como
ya se registró, simplemente acepta que su derecho de crédito
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 43
se extinga con un objeto diferente al inicialmente establecido.

c) Surge de lo en precedencia anotado, que mientras la


compraventa es un típico contrato conmutativo, en donde
hacen presencia prestaciones mutuas entre los contratantes,
en la dación en pago esa correspondencia de obligaciones no
existe. Aquí, únicamente el deudor ejecuta una prestación
diferente de la originalmente definida con el objetivo de
extinguir el crédito a su cargo. El acreedor, itérase, a nada se
compromete.

d) En adición, conveniente es recordar lo que sobre el


particular se expuso en la sentencia de 6 de julio de 2007. Dijo
en tal oportunidad la Corporación:

“1. Ahora bien, como el casacionista aboga por la


aplicación analógica a la dación en pago, de las
normas de la compraventa que regulan la lesión
enorme, imperioso es señalar las inocultables, a
fuer de palmarias, diferencias que existen entre
esos dos negocios jurídicos, disimilitudes que, por
sustanciales, aconsejan su escisión tipológica.

“2. Sea lo primero destacar, que es incontestable


que en la datio in solutum el acreedor no tiene la
voluntad de comprar, ni el deudor la de vender
(animus negocial); aquél, tan sólo quiere que le
paguen y este, correlativamente, quiere pagar. El
único tropiezo es que el deudor no puede dar, ni
hacer, ni dejar de hacer lo que debe, por lo que
espera que su acreedor, soberanamente, asienta
en ‘recibir otra cosa que lo que se le deba’ (art.
1627 C.C.). De aceptarlo, habrá dación en pago,
pero no compraventa, al punto que el acreedor no
contrae obligaciones, como si lo hace el deudor.

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 44


“3. Que la dación en pago es negocio jurídico
unilateral, lo confirma, de cara a la compraventa,
que el acreedor que consiente en aquella no
contrae la obligación de pagar precio alguno:
apenas conviene en que se de una cosa diferente
por la debida (rem pro re o rem pro pecunia), o
que en lugar de ella se haga (factum pro re), o se
deje de hacer (non facere pro re); o que a cambio
de hacer, se de (rem pro facto o pecunia pro
facto), o se ejecute un hecho distinto (factum pro
facto), o se deje de hacer (non facere pro facto); o
que por no hacer, se de dinero u otra cosa, o se
haga o se modifique el deber de abstención, entre
muchas otras opciones. Por el contrario, el
deudor sí se obliga para con su acreedor a dar,
hacer o no hacer, según se hubiere acordado,
para de esa manera extinguir su primigenio deber
de prestación, todo lo cual corrobora que la
dación en pago, en sí misma, es un prototípico
negocio jurídico extintivo (art. 878 C. de Co.). Al
fin y al cabo, esa es su razón de ser, ese su
cometido basilar.

“4. En adición a lo ya señalado, son diversas las


diferencias, amén de apreciables entre uno y otro
negocios jurídicos: (a) la venta, por regla, es
consensual, mientras que la dación se
perfecciona a partir del momento en que el
deudor da, hace o deja de hacer la prestación
sustitutiva; (b) si la deuda extinguida no existía,
no puede hablarse de pago por compensación
con la obligación de pagar el precio, la cual sería
exigible, pues la venta se habría perfeccionado y,
por tanto, pervivido la transferencia del dominio
de la supuesta cosa vendida; en cambio, si se
toma como lo que es, es decir, una dación de lo
que no se debía primitivamente, habrá acción de
repetición (art. 2313 C.C.); (c) afirmar que la suma
debida se compensa con el precio de la cosa
vendida, implica sostener que las garantías de
aquella quedaron definitivamente extinguidas por
efecto de la compensación, así resulte luego que
la cosa no le pertenecía al deudor, efecto ese que
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 45
únicamente ocurre cuando de la fianza se trata
(art. 2407 ib.), por cuanto en los demás casos,
ellas subsistirán sobre la base de que el pago fue
nulo, de conformidad con lo previsto en el artículo
1633 del C.C.

“5…

“En la actualidad, ciertamente, un reducido y


minoritario sector de la doctrina sostiene que la
dación es una venta –o que se asimila a ella-, y
aunque un respetable grupo de autores considera
que sus reglas pueden ser aplicadas por analogía
o por extensión, dada su proximidad, no es
posible pasar por alto las acentuadas e
irreductibles diferencias que existen entre ambas;
tantas que, como bien lo anota don Luis Claro
Solar, ‘esta semejanza es más aparente que real’,
por lo que concluye el doctor Pérez Vives,
‘constituye un error querer asimilarla
exclusivamente a uno de los actos jurídicos
anteriormente referidos (pago, novación,
compraventa). Las reglas hay que desprenderlas
de su propia naturaleza, sin perjuicio de que
coincidan con algunas de las que el Código da
para los citados actos’, tal y como lo ha puesto de
presente esta Sala (Vid, sentencia de 2 de febrero
de 2001).

“No cabe persistir, entonces, en la idea de la


dación como partícipe, tanto de la compraventa,
como de la permuta, según que se cambie dinero
por un bien o cosa por cosa,…

“Se impone, por el contrario, reconocerle su


propia y particular naturaleza, como una forma
autónoma y especial de solución de
obligaciones”.

d) En relación con las anteriores apreciaciones,


pertinente es aclarar que ellas se afincan en la hipótesis
básica y, por ende, más frecuente de los negocios jurídicos
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 46
con finalidad solutoria, la dación en pago, en la que el deudor,
al no poder cumplir la prestación debida, propone al acreedor
recibir como pago cosa diferente, ofrecimiento que éste
acepta, y no en supuestos más intrincados, con especiales
particularidades, como aquellos en los que no sea la intención
del acreedor que se le pague la deuda preexistente, sino
hacerse al dominio de un bien, ni la del deudor la de liberarse
de la obligación, sino primordialmente la de transferir la
propiedad de la cosa que ofrece a cambio; o que éste -el
deudor- no se encuentre imposibilitado de honrar su deber en
la forma que desde un principio convino, sino que pudiéndolo
hacer, de todas maneras, por efecto del acuerdo a que llega
con su acreedor, termina finiquitando el crédito con un objeto
diferente; o, en fin, que el acreedor, a más de tener por
satisfecha la deuda, se obliga a pagar una suma de dinero, en
razón a que el valor de aquella es inferior al de la cosa dada,
cuya adquisición es el propósito que determina su voluntad.

La verdad, casos como esos, en muchos de los cuales no


existiría propiamente una dación en pago sino una efectiva
compraventa, una transacción o, incluso, un negocio jurídico
atípico, por sus características, exigen consideraciones
especiales, de las que no se ocupó la Corte en la sentencia
que se comenta, y que en esta oportunidad tampoco
abordará, por desbordar los perfiles del presente asunto, así
como los alcances de la censura que se desata.

6.11. Con todo, al margen del sinnúmero de posibilidades


que, teóricamente, pudieran contemplarse, es lo cierto que en
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 47
el presente caso, las partes -el demandado representado por
el señor Anastasio Pinzón Mendigaño, según el poder
especial que le confirió-, en la segunda parte de la escritura
pública No. 1017 del 14 de septiembre de 2000 de la Notaría
Primera de Garzón, Huila, con total y absoluta nitidez,
manifestaron “su intención de celebrar un convenio de dación
en pago que se regulará por las disposiciones legales
aplicables” y por las cláusulas que seguidamente
consignaron, según las cuales, en lo que aquí interesa
destacar, la sociedad demandante, al momento del
otorgamiento de dicho instrumento, debía “a JOSE DE
JESUS SALAS CASTRO, la suma de TREINTA MILLONES
DE PESOS ($30.000.000.oo), por concepto de capital e
intereses dentro del proceso ejecutivo que cursa en el
Juzgado Noveno Civil del Circuito de Bogotá” (primera); “[q]ue
debido a su situación económica, EL DEUDOR, se encuentra
imposibilitado para cubrir la suma que adeuda en dinero
efectivo” (segunda); “[q]ue como consecuencia de lo dicho y
para dar por terminado…” el mencionado proceso, la actora
“ofrece a título de dación en pago el siguiente bien inmueble:
…”, esto es, el terreno identificado en la demanda (tercera); y
que “para efecto del presente acto se estima el valor del
inmueble entregado por el DEUDOR en TREINTA MILLONES
DE PESOS ($30.000.000) MONEDA CORRIENTE quedando
en consecuencia, extinguida toda clase de deuda que exista
entre el ACREEDOR Y SU ABOGADO con el DEUDOR”
(cuarta; subrayas fuera del texto).

Se sigue de lo anteriormente advertido, por una parte, que la


A.S.R. EXP. 2002-00015-01 48
convención ajustada por los aquí litigantes, corresponde a lo
que atrás se denominó “hipótesis básica” de la dación en
pago y, por otra, que esa manifestación de voluntad es
extraña a un supuesto diferente, de donde no hay duda que la
causa de esa concreta negociación fue la imposibilidad en
que se halló la sociedad deudora de cumplir en su forma
original la obligación a su cargo, que el animus que llevó a su
celebración fue liberarse de su obligación y que, por
consiguiente, la finalidad alcanzada consistió en la extinción
de la misma.

Tal entendimiento de la analizada convención permite,


entonces, descartar que ella, la dación en pago celebrada por
las partes de este proceso, no guarde semejanza
jurídicamente significativa con el contrato de compraventa,
que habilite la aplicación analógica del régimen legal de éste
a aquella, en tanto que los elementos esenciales que la
caracterizan no corresponden, ni se aproximan, a los que
confluyen en la citada forma de enajenación de bienes, los
cuales la Corte estudió con detalle en su providencia de 6 de
julio de 2007.

6.12. Se ha indicado en precedencia que otro requisito


indispensable para la adecuada aplicación de la analogía
consiste en que en el procedimiento de integración normativa
no se pueden utilizar normas de carácter sancionatorio,
excepcional y restringido.

El carácter normativo antes mencionado, en lo que refiere a la


A.S.R. EXP. 2002-00015-01 49
lesión enorme, como tuvo oportunidad de exponerlo la Sala en
el fallo a que aquí se ha hecho mérito, se avizora desde sus
mismos orígenes, en tanto que desde cuando dicha institución
“despuntó…en el derecho griego…, y también en el romano,
…, la autorizaron únicamente frente al vendedor, por cuanto en
el período clásico, de hecho previo y de corte más
individualista, obtener una ganancia era una ‘prueba de
habilidad que en nada se opone a la buena fe: es un dolos
bonus’ concepción que fue atemperada en el período post-
clásico…”.

Con el tiempo, “se consolidó el concepto de lesión” y fue así


como en épocas de Justiniano y “bajo el acentuado influjo del
cristianismo” surgió la idea que aún en la actualidad se tiene de
ella, es decir, que “…‘[n]i la buena fe permite, ni razón alguna
concede, que se rescinda un contrato ultimado por el
consentimiento; a no ser que se haya dado menos del justo
precio que había sido al tiempo de la venta, debiéndose
reservar al comprador la elección ya concedida’” (se subraya).

De seguro, que sólo fue hasta el “tardo-medioevo” que se


amplió el campo de acción de la lesión a otros contratos y que,
en cuando hace a la compraventa, se concedió la acción
igualmente al comprador, extensión que fue recogida en Las
Siete Partidas, el Ordenamiento de Alcalá y las Recopilaciones
de Castilla.

Con esos antecedentes, indefectiblemente conocidos por Don


Andrés Bello, éste, en principio, contempló la idea de consagrar
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 50
la rescisión por lesión enorme para todos los contratos
conmutativos, pero sujetando su procedencia a que quien la
alegara, demostrara ignorancia del valor de la cosa al tiempo
del contrato, desconocimiento que carecía de eficacia si
provenía de negligencia, incluso leve -proyectos de 1842, 1847
y 1853-, lo que denota que la postura del insigne codificador,
desde sus inicios, también estuvo determinada por el carácter
excepcional y restringido de la figura de que se trata, a que ya
se hizo referencia, debiéndose observar, ello es crucial, que de
todos modos, tal extensión no se materializó en los Códigos
Civiles de Colombia y Chile, en donde se conservó la
institución de la lesión enorme pero para específicos actos o
contratos y siempre y cuando concurrieran las múltiples
circunstancias a que se condicionó su acaecimiento.

Así las cosas, no se encuentra admisible, desde ningún punto


de vista, que el ejercicio analógico elaborado el Tribunal
hubiese recurrido a las normas de la rescisión por lesión
enorme, cuando ellas ostentan la advertida naturaleza
restringida, postura ésta que la Corte ha sostenido de forma
invariable y que, bueno es anotarlo, no ha sido objeto de
cambio o alteraciones, toda vez que la generalidad de sus
pronunciamientos, inclusive los más recientes, sólo han
permitido la aplicación de dicha institución en los actos y
contratos para los que la estableció expresamente la ley y, al
tiempo, ha sujetado su ocurrencia a los requisitos que ella
misma impone.

Es así como en los fallos de 17 de julio de 2006 y 30 de enero


A.S.R. EXP. 2002-00015-01 51
de 2007 no se concibió infracción alguna a las expresadas
reglas, puesto que en el primero se accedió a la rescisión
solicitada de un contrato de compraventa de bien inmueble y
se reiteró lo dicho en anteriores pronunciamientos, sobre que
el concepto de “justo precio” contenido en el Código Civil no
ha sido suprimido o alterado en tratándose de adquisiciones
hechas por entidades públicas, pese a las especiales normas
que regulan su sistema de contratación; y en el segundo, la
desestimación que se hizo de una pretensión de ese linaje,
formulada también respecto de un contrato de venta de una
finca, derivó de la circunstancia de que el primigenio
comprador, con anterioridad al ejercicio de la acción, se
desprendió el dominio de la cosa, al transferirla a favor del
Resguardo de la Comunidad Indígena Páez de Coconuco,
habiendo centrado la Sala su análisis, en los alcances del
artículo 1951 del Código Civil.

7. Las anteriores consideraciones dejan al descubierto el


yerro jurídico denunciado por el censor, consistente, como se
ha advertido, en la indebida aplicación por parte del Tribunal
Superior de Neiva, al caso sub lite, de los artículos 8º de la Ley
153 de 1887, 1946 y 1947 del Código Civil, lo que traduce la
necesidad de casar su fallo.

8. Ahora bien, como la sentencia de primera instancia


fue desestimatoria de las pretensiones de la demanda,
precisamente porque no era aplicable a la dación en pago
celebrada por las partes la lesión enorme sustentante de la
rescisión deprecada en el libelo introductorio, la Corte, en
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 52
sede de segunda instancia, confirmará el proveído del a quo,
con apoyo en las consideraciones que respaldan la anunciada
determinación de casar la providencia impugnada mediante el
recurso extraordinario analizado, que descartan toda
prosperidad a la apelación que interpuso la actora contra el
fallo emitido por el juzgado del conocimiento.

DECISION

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia, en


Sala de Casación Civil, actuando en nombre de la República y
por autoridad de la ley, CASA la sentencia de 17 de febrero de
2006, proferida por la Sala Civil - Familia - Laboral del Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Neiva en este proceso
ordinario, identificado al inicio, y, en sede de segunda instancia,
CONFIRMA la que en ese mismo asunto dictó, el 11 de marzo
de 2004, el Juzgado Primero Civil del Circuito de Garzón,
Huila.

Se condena en costas de la alzada, a la actora. Liquídense en


oportunidad.
Sin costas en el recurso de casación, por la prosperidad del
mismo.

Cópiese, notifíquese, cúmplase y, en oportunidad,


devuélvase el expediente al Tribunal de origen.

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 53


ARTURO SOLARTE RODRÍGUEZ

JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR

RUTH MARINA DÍAZ RUEDA

PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA


Con salvamento de voto

WILLIAM NAMÉN VARGAS

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 54


CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE

EDGARDO VILLAMIL PORTILLA


Con salvamento de voto

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 55


SALVEDAD DE VOTO

Ref.: Exp. No. 41298 3103 001 2002 000 15 01

Con el natural respeto por la decisión mayoritaria, a


continuación expongo las razones por las cuales disiento de
ella.

En atención a la coincidencia conceptual con el caso


resuelto en el expediente No. 11001-3103-037-1998-00058-
01, reproduzco en la fundamental las notas que ilustran esa
discrepancia.

El problema se limita de este modo a establecer la


posibilidad de aplicar la lesión enorme a la dación en pago,
indagación que suscita a mi juicio una respuesta afirmativa,
pues encuentro que existen razones bastantes para hacer
operar la función correctora de la lesión enorme, en tanto ella
transparenta la necesidad de intervenir en las negociaciones
privadas, en procura de buscar la anhelada equidad entre los
seres humanos, todo sin desdeñar el principio de libertad
contractual.

Sobre la jurisprudencia. La lectura de la jurisprudencia


me lleva a pensar que no se ha producido un cambio en la
tendencia en las decisiones anteriores de la Corte, pues las
sentencias que originalmente dictó la Corte, es carecen del
alcance suficiente para erigirse en precedente que gobierna
este caso.

Así las cosas, considero que la línea jurisprudencial


apunta a que la postura inveterada de la Corte no es
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 56
exactamente la expuesta en la decisión mayoritaria de hoy. El
análisis puede iniciarse en la sentencia de 16 de septiembre
de 19091, en que la Corte sostuvo que la lesión enorme debía
aplicarse al negocio de dación pago. En dicha ocasión se dijo
que “las diferencias accidentales que separan la compraventa
de la dación en pago, no son suficientes a destruir la similitud
perfecta que guarda la naturaleza íntima y jurídica de estos
dos fenómenos la cosa dada en pago ocupa el lugar del
precio pagado por el comprador” (subrayas fuera del texto).
Igualmente, en otro tramo del itinerario jurisprudencial se
encuentra una decisión que ratifica la semejanza esencial
entre las dos categorías negociales, pues en sentencia de 24
de mayo de 19262, la Corte afirmó que “si la dación se hace
en lugar de una suma de dinero, es sabido que tal acto
constituye una venta y se rige por la leyes relativas a este
contrato”.

Desde otra perspectiva, las sentencias de 24 de marzo


de 19433 y 12 de mayo de 19444 no pueden ser consideradas
como pronunciamientos que hubieren variado la posición de
la Corte, pues en la primera decisión el debate tuvo como
horizonte la acción reivindicatoria y, en especial, la suficiencia
de los títulos a partir del certificado de los registradores de
instrumentos públicos; y en la segunda, el conflicto surgió
cuando el deudor pretendió la restitución de dineros pagados
de más, porque sostuvo que remuneró en exceso su
obligación original; no obstante, la Corte sostuvo que si no se
había pagado con dinero, desaparecía uno de los extremos
1
G.J. t. XIX, pág. 198.
2
G. J. t. XXXII, pág. 331.
3
G. J. t. LV, pág. 242.
4
G. J. t. LVII, pág. 367.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 57
esenciales de la acción ejercitada – pago de lo no debido-, sin
adentrarse en la especificidad de la lesión enorme respecto
de la dación en pago.

Un nuevo episodio relevante, que abona a la


continuidad del genuino precedente, se encuentra en la
sentencia de 31 de mayo de 19615, pues allí la Corte se
ocupó específicamente del problema jurídico planteado ahora,
a cuyo propósito expresó que “la analogía entre la dación en
pago de una cosa por un crédito de dinero, y la venta es
generalmente reconocida, sin exceptuar a quienes se
pronuncian por la tesis del pago o la novación. Se habla de
analogía y no de identidad. Si se tratara de identidad el
problema no existiría, y no hay jurisprudencia ni doctrina que
la sostenga. Debe tomarse en este sentido la expresión de
‘similitud perfecta’ que emplea la citada casación de la Corte,
de 16 de septiembre de 1909, y la de que si la dación se hace
por un crédito en dinero, ‘tal acto constituye una venta’ de
que se vale la sentencia de 24 de mayo de 1926, también
mencionada anteriormente. La ley civil no ha definido la
naturaleza de la dación en pago; tampoco ha regulado
expresamente todos sus efectos; es decir, no hay ley
exactamente aplicable al caso aquí controvertido, en el cual
se discute sobre el alcance jurídico de la dación en pago, y
en concreto si en ella funciona la acción de la lesión enorme.
Mas, dado el paralelismo existente entre los elementos
esenciales de la compraventa y los que se destacan en la
dación en pago de una cosa mueble o inmueble por un
crédito de dinero, y el carácter conmutativo de ambas
operaciones, la Corte, sin desconocer a las demás tesis
5
G. J. t. XCV, pág. 933.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 58
expuestas el mérito de sus fundamentos, y siguiendo la
enseñanza de algunos de sus fallos, reconoce que hay una
clara analogía entre las expresadas convenciones, y que son
aplicables, por tanto, las normas que rigen la venta y sus
efectos, a la dación de cosas en pago de obligaciones de
aquella especie. La Corte se apoya para ello en la disposición
del artículo 8º de la Ley 153 de 1887, que así provee a la
función de la doctrina como fuente de Derecho Positivo,
encargada de actualizar la ley y renovar la jurisprudencia”.
Concluyó la sentencia transcrita que “el fenómeno de la
dación en pago no puede sustraerse al estatuto de la lesión
enorme de la venta”.

Y basta revisar la demanda que abrió aquel proceso,


para corroborar que el asunto allá tuvo relación directa con la
lesión enorme en el negocio de dación en pago, pues el
demandante pretendió en aquella oportunidad, que se
declarara “que sufrió lesión enorme en la celebración del
contrato a que se ha hecho referencia [dación en pago] y se
condene a (…) a restituir los bienes enajenados; y
subsidiariamente, para que se disponga que el demandado
complete el precio justo de los bienes inmuebles deducida
una décima parte”; por su parte, el Tribunal negó tales
súplicas y la Corte casó la sentencia para, previo el avalúo
pericial de los bienes dados en pago, decretar la rescisión por
lesión enorme en la dación en pago.

Nótese que la providencia comentada lejos estuvo de


desconocer las diferencias que existen entre el contrato de
compraventa y el acuerdo de dación en pago, sin embargo,
tomó partido por la tesis que ahora reproduce este voto
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 59
disidente.

Otra sentencia importante en este repertorio, es la de 9


de julio de 19716, en que la Corte defendió la tesis de que “el
fenómeno de la dación en pago no puede sustraerse al
estatuto de la lesión enorme”, pues consideró allí que “sin
desconocer a las demás tesis expuestas [sobre la naturaleza
de la dación, “un modo de extinguir las obligaciones, idéntico
al pago, y, en otras que implicaba una verdadera novación”]
el mérito de sus fundamentos, y siguiendo la enseñanza de
algunos de sus fallos, reconoce que hay una clara analogía
entre las expresadas convenciones [compraventa y dación] y
que son aplicables, por tanto, las normas que rigen la venta y
sus efectos a la dación de cosas en pago de obligaciones de
aquella especie” 7.

No hay duda entonces que la sentencia aludida


también milita en la tendencia reiterada de la Corte y por tanto
constitutiva de precedente para el caso de ahora, pues el
Tribunal accedió a la acción rescisoria por lesión enorme en
un contrato de dación en pago, decisión que la Corte respaldó
con apoyo en los argumentos expuestos en la decisión de 31
de mayo de 1961, todo a partir de reconocer que existe una
“secular disputa sobre la naturaleza de la dación en pago.
Desde la época de los romanos ya se discutía si puede
asimilarse al contrato de compraventa, y algunos sostuvieron
que sí, mas solo en el evento en que la dación tuviera por
objeto una cosa por una obligación pecuniaria (rem pro
pecuniaria), pues encontraban que, entonces, ‘dare in
6
G. J. t. CXXXIX, pág. 46.
7
Fuentes formales de la sentencia: artículo 8o de la Ley 153 de 1887, 1946, 1947,
1948 del Código Civil.

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 60


solutum est quasi vendere’”.

Ese nuevo hito que asoma en el panorama


jurisprudencial, deja ver que esta Sala estimó aplicables las
normas de la compraventa a la dación en pago, tal como
podría esperarse que el legislador se comportara ante la
sensible ausencia de regulación de dicho negocio extintivo.
Nuevamente, la Corte no fue ajena a las diferencias que
pueden averiguarse entre los instituciones, sin embargo,
atribuyó semejanzas que bien justificaron la remisión
regulativa, desde las normas del contrato típico
(compraventa) al negocio asimilado (dación en pago), con
todo lo que ello apareja, incluida desde luego la posible
injerencia judicial en la autonomía privada, que venida del
otro valor –la equidad- justifican a fortiori la intervención del
Estado en tales acuerdos.

No obstante, es importante detener aquí un momento


el análisis, con el fin de hacer una coda para descartar que
cualquier argumento de una sentencia pueda ser tomado
como precedente, pues la prohibición de proveer por vía
general implica que sólo constituyen precedente, los
argumentos que directamente se vinculan con la decisión de
los casos sometidos a consideración de los órganos fuente de
jurisprudencia, de donde viene que cualquier otro contenido,
aunque pueda estar tenuemente vinculado con las
motivaciones que impulsaron a la decisión final, no puede ser
tomado como verdadera doctrina oficial de la Corte8.

8
El alcance de la doctrina legal probable puede verse en sentencia de C-836 de 2001,
en que se definió sobre la inexequibilidad del artículo 4º de la ley 169 de 1.896,
norma que modificó el artículo 10º de la Ley 153 de 1887.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 61
La digresión anterior es pertinente, porque en
apariencia hubo cambio en el parecer de la Corte a partir de
la sentencia de 31 de marzo de 19829, para negar desde ahí
la lesión enorme en la dación en pago. No obstante, la
realidad es bien otra, porque, sin desconocer que
efectivamente allí la Corporación negó que hubiera acción
rescisoria en la dación en pago, lo cierto es que vistos los
perfiles del asunto que entonces fue debatido, ellos no
permiten tomar tal negativa como precedente. Acontece que
ese litigio giró alrededor de un acuerdo concordatario que la
demandante celebró con sus acreedores, mediante el cual
éstos autorizaron la venta de los activos de la concursada a
otra sociedad, que asumió el pago total de los pasivos de la
deudora, circunstancia que difiere con mucho de un litigio
sobre lesión enorme en el contrato de dación en pago; tanto
es así, que el estudio probatorio de la Corte concluyó que los
bienes de la concordada “pasaron a ser de propiedad de un
tercero, Los Tigrillos Limitada, que a su vez asumió la
obligación de recoger un pasivo por valor de $2.431.404,90”;
todo lo cual permite inferir que el negocio allí juzgado dista,
como se ve, de aquel en que se transfieren bienes a los
acreedores con el fin de extinguir una obligación anterior. Por
lo demás, aunque la sentencia en sus consideraciones alude
a la exclusión de la lesión enorme en la dación en pago, el
recurso de casación fracasó por razones de técnica como
puede verse en los literales 6, 7, 8, y 9 del fallo que ahora se
evoca como guía de interpretación. Entonces no estaríamos
hoy en posibilidad de saber si los magistrados que
suscribieron la sentencia lo hicieron inspirados por el

9
Gaceta Judicial CLXV, Pág. 64.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 62
argumento de que la lesión enorme es ajena a la dación en
pago, regla que en verdad se enunció pero que jamás se
aplicó, o con fundamento en la falta de técnica de la
demanda, defecto este que excluyó el estudio de fondo del
asunto.

En ese contexto, mal puede entenderse que allí la


Corte abdicó de su inequívoca posición anterior, si es que el
fracaso de la acusación vino de cuestiones de pura técnica.
Por el contrario, lo usual es que la jurisprudencia sea recogida
de manera consciente, y que el punto inaugural de la nueva
tendencia no sea fruto de un mero accidente argumental de
algo dicho al pasar a manera de apostilla posiblemente
innecesaria.

Tampoco constituye precedente, la sentencia de 29 de


septiembre de 198710, porque las pretensiones y la médula de
la controversia tuvieron que ver allí con la rescisión de la
partición efectuada en un proceso sucesoral, en que, según la
Corte, “la causa de donde deriva el derecho el demandado no
proviene de la sucesión misma sino del pago de las
acreencias, es decir, de la satisfacción del pasivo, atendida
su relación circunstancial con el sucesorio. El demandado
llegó al proceso exclusivamente para procurar que se le
cubriera su crédito. Esto es, operó la típica dación en pago.
En esas condiciones no se puede aplicar el artículo 1405 del
Código Civil, por cuanto la acción allí consagrada frente al
desequilibrio en el grado previsto, solamente es pertinente
entre partícipes; y sabido es que el acreedor no tiene esa
calidad”; por esta específica razón se produjo la ruptura de la
10
G.J. T. CLXXXVIII, Pág. 208
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 63
sentencia del Tribunal, y la sustitutiva finalizó con decisión
desfavorable a las pretensiones de la demanda, pues, dijo la
Sala, en sede de instancia, “la dación en pago es
independiente de la partición propiamente dicha, la partición
de una herencia no es más que la división y distribución de
los efectos hereditarios entre coherederos o coasignatarios
quienes derivan su título del causante, en tanto los
acreedores, que no son parte sustancial de ese acto,
intervienen para que se les reconozcan los derechos
personales en su favor”. Pero miradas atentamente las
consideraciones del fallo mencionado, se observa que dentro
de la sentencia sustitutiva, la Corte afirmó que “la sentencia
del juzgado aplica las disposiciones correspondientes a la
lesión enorme de la partición, a hechos que corresponde a
una supuesta lesión enorme en la dación en pago, que como
se ha dicho no es de recibo”, por supuesto, lo que descartó
entonces fue la pertinencia de aplicar las normas sucesorales
al negocio de dación en pago, pues esa era la base del
conflicto de allá, y nada decidió esta Corporación acerca de la
lesión enorme en el contrato de dación en pago, ningún
problema jurídico semejante se atendió entonces; de lo cual
se sigue que lo allí dicho carece de alcance como precedente
judicial, menos para cambiar implícitamente el derrotero
histórico de la Corte.

Igual ocurre con la sentencia de 2 de febrero de 2001,


Exp. No. 5670, pues en ella, aunque se alude a la dación en
pago, ningún problema jurídico se resolvió concerniente a la
lesión enorme en ese contrato, porque la controversia giró
sobre las consecuencias de la “resolución” del contrato de
suministro cuyo pago se hizo a través de la “compraventa” de
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 64
unos apartamentos ubicados en la ciudad de Cali, pero sin
disputas sobre la desproporción en las prestaciones, de
donde emerge que los temas analizados en tal oportunidad
no enmarcan como precedente en razón de su desemejanza
fáctica. Es cierto que la Corte mencionó a manera de coda
que “la jurisprudencia y la doctrina –vernácula y foránea-, al
pretender explicar la intrincada naturaleza jurídica de la dación
en pago, no le atribuyen, en todos los casos o en forma
indefectible, el efecto señalado [ser modificatoria del negocio
jurídico genitor de la obligación], en consideración a que le han
reconocido una fundamentación variopinta”, y luego dijo esta
Corporación que “luce más acorde con el cometido que le
asiste al deudor para efectuar una dación y al acreedor a
aceptarla, estimar que se trata de un modo o mecanismo
autónomo y, de suyo, independiente de extinguir las
obligaciones (negocio solutorio), en virtud del cual el solvens,
previo acuerdo con el accipiens, le entrega a éste un bien
diferente para solucionar la obligación, sin que, para los efectos
extintivos aludidos, interese si dicha cosa es de igual o mayor
valor de la debida, pues una y otra se deben mirar como
equivalentes. Como el deudor no satisface la obligación con la
prestación –primitivamente- debida, en sana lógica, no puede
hablarse de pago (art. 1626 C.C.); pero siendo la genuina
intención de las partes cancelar la obligación preexistente, es
decir, extinguirla, la dación debe, entonces, calificarse como
una manera –o modo- más de cumplir, supeditada, por
supuesto, a que el acreedor la acepte y a que los bienes objeto
de ella ingresen efectivamente al patrimonio de aquel. No en
vano, su origen y su sustrato es negocial y más
específicamente volitivo. Por tanto, con acrisolada razón,

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 65


afirma un sector de la doctrina que ‘la dación en pago es una
11
convención en sí misma, intrínsecamente diversa del pago’ ,
agregándose, en un plano autonómico, que se constituye en un
‘modo de extinguir las obligaciones que se perfecciona por la
entrega voluntaria que un deudor hace a título de pago a su
acreedor, y con el consentimiento de éste, de una prestación u
12
objeto distinto del debido’” . No obstante, si se observa con
detenimiento el caso en cita, se deduce sin más que hasta las
mismas partes de aquel proceso, consideraron tan acorde su
consentimiento con la compraventa, que no paliaron el acto con
otros ropajes sino que acudieron de modo explícito a la
compraventa, en la cual no se quejan por la asimetría de las
prestaciones.

Y finalmente, en la providencia de 24 de mayo de 2005,


Exp. No. 7197, la Corte aunque se planteó el problema, dirigió
su atención exclusivamente hacia el asunto probatorio que
había en medio, tras lo cual desestimó los yerros fácticos
denunciados, porque al margen de las posibilidades de
demandar la acción rescisoria en los eventos de dación en
pago, el desequilibrio prestacional en aquel caso no tuvo lugar.
Así, la Sala advirtió en el preámbulo de las consideraciones
que “para el Tribunal, la rescisión por lesión enorme
predicada por la demandante en el asunto sometido a su
conocimiento no podía ser deducida, por cuanto: a) la misma
no procedía en tratándose de daciones en pago, naturaleza
que asignó a la negociación celebrada entre las partes; b) la
susodicha dación tenía carácter aleatorio y c) porque, con
11
Siro Solazzi. Della revocabilita dei pagamanti, delle dazioni in pagamento e dello
constituzioni di garanzie. Milán. Pág. 41.
12
Hernán Barrios Caro y Gabriel Valls Saintis. Teoría General de la Dación en Pago.
Ed. Jurídica de Chile. 1961. Pág. 53.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 66
total prescindencia de las precitadas circunstancias y así se
asumiera que la acción rescisoria sí procedía frente a la
señalada dación, el importe de ésta no excedió de la mitad de
la cifra en que los peritos calcularon el precio del predio, para
la fecha de otorgamiento de la escritura pública que recogió
la controvertida negociación ($27’225.000.oo).

“Con todo, la censura, que en su única acusación


denunció la vulneración directa de los preceptos relacionados
al presentar su cargo, combatió profusamente las
conclusiones aludidas en los precedentes literales a. y b.,
dejando por fuera la del literal c., la que, como resulta obvio,
sería suficiente para sostener la concluida improcedencia de
la rescisión implorada por la demandante, desde luego que la
misma estaría llamada a ser desestimada, indefectiblemente,
si se tiene por cierto que el precio de la negociación no
superó la mitad del valor real del inmueble en disputa,
calculado para la época de la convención (art. 1947 del C.
Civil)”.

Como se ve, en esta última ocasión la Corte se mantuvo


silente sobre la procedencia de decretar la lesión enorme en la
dación en pago. Y no podía ser de otra manera, pues ningún
rédito obtendría el impugnante de entonces, si luego de triunfar
en el terreno jurídico, faltare la prueba de los supuestos
empíricos de su pretensión. Entonces, todo indica que el fallo
de 24 de mayo de 2005 tampoco sirve como precedente que
autorice para descartar la acción rescisoria por lesión enorme
en la dación en pago, pues las cosas que en ella se dijeron son
apenas una digresión marginal.

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 67


La anterior retrospectiva de la jurisprudencia muestra a
las claras que la tendencia más sólida apunta a permitir la
lesión enorme en la dación en pago, y que no todo cuanto se
diga en una sentencia puede ser tomado como precedente,
pues en la arquitectura de un fallo hay elementos que aunque
necesarios para enmarcar la actividad heurística, no operan
como regla que gobierna el caso. Así mismo, hay componentes
que sólo contribuyen para exponer los argumentos pero que no
son la razón fundamental que impulsa la decisión y que por lo
mismo tampoco pueden ser tomadas como precedente para
futuras decisiones.

Corolario parcial es que sobre la acción rescisoria por


lesión enorme en la dación en pago, no hubo cambio
jurisprudencial luego de la sentencia de 9 de julio de 1971,
porque las providencias que se aluden con el propósito 13 de
mostrar la nueva tendencia jurisprudencial, no son respaldo
para la decisión hoy mayoritaria, en atención a que no se
solucionaron problemas semejantes al de ahora, de donde
emerge con claridad que la verdadera modificación de la
postura de la Corte se presenta en la sentencia de 6 de julio
de 2007 que se cita en el actual proyecto y respecto de la
cual me separé en su oportunidad.

No sobra añadir de otro lado, que la Corte Casación


Francesa decidió un evento semejante al de ahora, con
fundamento en la tesis que a lo largo del siglo pasado
mantuvo nuestra Corte y que inspira esta salvedad de voto.
En efecto, sostuvo aquella entidad que admitía el
13
Sentencias de 31 de marzo de 1982, 29 de septiembre de 1987, 2 de febrero de
2001, Exp. No. 5670, e inclusive la más reciente de 24 de mayo de 2005, Exp. No.
7197.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 68
razonamiento del Tribunal en el sentido de que “la dación
pago sigue las reglas de la venta en lo relacionado con la
rescisión por lesión”14, cita que ilustra con suficiencia, que
allende las fronteras el problema jurídico que se comenta ha
recibido la misma solución que tradicionalmente le ha dado
nuestra Corte.

Además, no puede perderse de vista que si la


controversia planteada concita la atención de los estudiosos
del Derecho desde Roma hasta hoy, es porque nada hay de
pacífico en ella, pues desde aquellas épocas y recientemente,
han tenido especial valía las interpretaciones que promueven
el equilibrio en los contratos, por encima de aquellas que
promulgan el apego simétrico a la ortodoxia jurídica15, de
donde puede seguirse que, en estas circunstancias, la tarea
humana del juzgador será la de entregarse a la denodada
búsqueda de soluciones equitativas a la injusticia que grava a
una de las partes y que crea incertidumbre entre los
asociados.

2. De otro lado, la sentencia de la que me aparto


sienta algunas premisas fundamentales que exigen dar por
aceptado aquello que se quiere demostrar con el razonamiento.

2.1. Así, no parece incontrovertible que en el acto de


dación en pago el acreedor carece de la voluntad de comprar,
y el deudor la de vender, cuando precisamente lo que se
averigua y se intenta demostrar es aquello que el argumento

14
En sentencia de 4 de julio de 1968, caso de Ladureau Vrs. Gibello-Meto, la Corte
de Casación Francesa sostuvo: “attendu, d’autre part, que les juges dáppel, apres
avoir admis, a bon droit, que la dation en payement suivait les regles de la vente
quant a la rescisión pour lesion” .
15

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 69


rechaza de entrada.

Entonces, el compromiso que se hace en la sentencia,


por el cual se excluye que el acreedor pueda tener la voluntad
de comprar y el deudor la de vender, descarta de plano varias
hipótesis y crea supuestos implícitos ajenos a la realidad,
pues nada impide ni muestra que las partes tengan
respectivamente la voluntad de comprar y vender .

El criterio de la decisión mayoritaria de que el acreedor


jamás quiere comprar, tampoco el deudor vender, supone
varias cosas por lo menos discutibles. Así, presume que la
obligación es de plazo vencido, que el deudor se halla preso
de la exacción del acreedor (en cuyo caso debería operar la
justicia correctiva de la lesión enorme), que éste nunca puede
tener la iniciativa de comprar y que el único objeto a
disposición del deudor es aquel que se entrega al acreedor
para pagar la deuda.

Rechaza la tesis de la mayoría que las partes puedan


convenir una compra y presenta el acto como una
claudicación en la que fatalmente los sujetos, especialmente
el deudor, son víctimas de una situación insuperable
gobernada por la idea que restringe la voluntad de las partes
a sólo el pago y nada más.

Por el contrario, creemos que puede suceder que el


acreedor convenga comprar, que tome la iniciativa con este
propósito aunque la deuda aún no sea de plazo vencido y que
ese impulso lleve a la culminación feliz de un negocio jurídico.

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 70


No es entonces concino afirmar que entre acreedor y
deudor la única expresión de voluntad posible es la extinción
de la deuda, y que nada más entre ellos cabe, pues tal
restricción se avecinaría sin razón al pago con cesión de
bienes.

La providencia de la cual respetuosamente me separo


afirma que la única expresión de la soberana voluntad del
acreedor “es recibir otra cosa que lo que se deba”, lo cual
implica que ese señorío de la voluntad no alcanzaría en
ningún caso para convenir una compraventa, conclusión que
parece dudosa, en tanto en la práctica implica encauzar la
autonomía privada dentro de unos precisos límites que
impone la interpretación. Dicho sincopadamente, no hay
argumento legal para restringir la autonomía, y tal cosa se
hace cuando se afirma que el acreedor no puede expresar su
voluntad como comprador y que el deudor no puede, siquiera
por un momento, obrar como vendedor.

2.2. Sobre el carácter unilateral del acto

No es la dación en pago un negocio jurídico unilateral


diferente de la compraventa, tampoco es cierto que el acreedor
que consiente en ella no adquiere obligación alguna, y que en
especial no asume la carga de pagar el precio.

Esta conclusión parte de un supuesto que acomoda


toda la teoría a una situación concreta que no es la única
posible. Así, la fundabilidad del carácter unilateral de la
dación en pago, parte de un supuesto de hecho derivado, del

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 71


cual se funda otro concepto que no es tan universal como a
primera vista parece. Efectivamente, en la dación en pago el
acreedor-comprador no asume la obligación de pagar el
precio, pero ello sucede en aquella situación particular en la
que la deuda y el valor de la cosa son exactamente iguales.
Pero basta que la cosa entregada por el deudor supere el
valor de la deuda, para ver cómo la hipótesis del negocio
jurídico unilateral se fractura y hace crisis. En esta situación,
en que el valor de la cosa entregada es mayor que el monto
del crédito, no puede negarse que el acreedor, que es
verdadero comprador sí asume obligaciones y el negocio
jurídico es bilateral y como tal puede ser incumplido por el
comprador, que además asume la obligación de recibir.

La tesis de que el acreedor no contrae la obligación de


pagar precio alguno y más adelante (folio 45) hace eco de la
apreciación de Federic Bicheron, según la cual en la dación
en pago “no existe precio”. Como quedó demostrado, si la
deuda es menor o no coincide con el valor del bien, no hay
forma de negar la existencia del precio, ni vedar que el
vendedor (deudor) pueda acudir a la acción de resolución o la
ejecución a la luz del artículo 1546 del C.C.

A ello se añade que negar la existencia del precio es


confundir la esencia de este elemento con la forma y tiempo
en que se paga. Según el artículo 1849 del Código Civil, el
dinero que el comprador da por la cosa vendida se llama
precio. Igual fórmula repite el artículo 905 del Código de
Comercio que además establece que los títulos valores de
contenido crediticio equivalen a dinero. Se resalta esto último,
para significar que la experiencia actual en que las
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 72
comunidades ya no son ágrafas, lo usual es que las
obligaciones se hallen documentadas en títulos valores de
contenido crediticio. Por tanto, y en lo que atañe a la dación
en pago, cómo decir que en ella no hay precio si es de
esperarse que como resultado del acuerdo, el acreedor
tomando el ropaje del comprador, restituya al deudor, aquí
obrando como vendedor, los títulos valores de contenido
crediticio, que a luces del artículo 905 del Código de
Comercio son equivalentes del dinero y por lo mismo del
precio. Cómo negar la abundancia de esta práctica en la
experiencia social y cómo desconocer que esa restitución del
título valor de contenido crediticio, hasta entonces en poder
del comprador, opera como pago del precio, así la moneda
empleada sea el título como equivalente de dinero; estas
circunstancias de hoy, muy distintas a las del derecho
romano, ratifican la sabiduría del apotegma según el cual la
datio in solutum es una venta o guarda con ella paralelismo o
similitud esencial.

De otro lado, el argumento que apela a la


consensualidad de la venta y al carácter real de la dación en
pago, no es un rasgo distintivo de las dos figuras, sino una
consecuencia de haber hecho previamente la distinción de este
modo; no obstante, si partimos del principio contrario, según el
cual dare in sulutium est vendere que viene desde Justiniano,
la identidad de esencias entre las dos figuras hará que la
dación en pago se repute perfecta del mismo modo que la
venta lo sería, según fuera el caso.

Por lo demás, el razonamiento que recurre a la

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 73


consensualidad de la venta como el rasgo determinante de la
autonomía de la dación en pago, en verdad es aquí un tanto
extraño, pues tratándose de compraventa de inmuebles,
prototipo de la lesión enorme, no hay manera de invocar la
consensualidad como argumento fundante de la distinción
entre la venta y la dación en pago.

Otro argumento que se esgrime usualmente atañe a lo


que acontecería si la deuda extinguida mediante la dación en
pago no existiera. A este propósito el profesor Álvaro Pérez
Vives, tras mencionar que a pesar de la posición favorable de
Pothier acerca de la identidad entre compraventa y dación en
pago, recuerda que el autor francés mostró su preocupación
acerca del caso en que la deuda pagada mediante la dación no
existiera. No obstante la autorizada voz que acompaña el
argumento, no parece muy adecuado explicar la naturaleza de
una institución a partir de un caso de excepcional ocurrencia,
que además opera apenas como una conjetura hecha ad hoc
para tratar de hallar diferencias sustanciales entre compraventa
y dación a partir de un simple accidente que por su
excepcionalidad creemos no podría fundar una tesis general.

Esa rarísima hipótesis cuestiona que si la obligación


extinguida por la dación no existiera, el vendedor (deudor)
estaría pagando lo no debido, por lo mismo, el comprador no
habría pagado el precio. El dilema que acompaña a esta
situación reside en que si se trata de una dación en pago, el
vendedor –deudor- que nada recibe a cambio, pues la deuda
no existe, podría acudir a la figura del pago de lo no debido
(conditio in debiti) de que trata el artículo 2313 del Código Civil.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 74
Pero vistas las cosas desde otra perspectiva, si la
deuda pagada mediante la dación no existe, se concluiría que
el deudor (vendedor) no fue satisfecho en el precio y por lo
mismo nos hallaríamos en una situación de incumplimiento del
contrato, pues el comprador (acreedor que en verdad no lo era)
nada pagó. Entonces si el vendedor no recibió el precio de la
cosa vendida puede, ¿qué se lo prohíbe?, acudir a la acción
resolutoria prevista en los artículos 1930 del Código Civil y 870
del Código de Comercio o reclamar que el precio le sea
pagado, todo con beneficios enormes frente a la figura del pago
de lo no debido.

En este caso la injusticia visita al vendedor, pues por


pagar una deuda inexistente queda despojado de la cosa que
pasó a manos del comprador sediciente acreedor de deuda
inexistente. En semejante hipótesis, no hay iniquidad en
otorgar al vendedor las acciones que consagran los artículos
1930 del Código Civil y 870 Código de Comercio para pedir el
precio o la resolución de la venta. Y de todos esos caminos
que brinda la ley, el que más conviene al vendedor es acudir a
la reclamación del precio, lo cual le brinda las cautelas de la
ejecución, o pedir la resolución de la compraventa con
indemnización de perjuicios, acompañada de la medida
cautelar de inscripción de la demanda si se tratara de bienes
sujetos a registro.

Por el contrario quien acude a la actio in rem verso del


artículo 2313 del Código Civil, carece en principio de la
posibilidad de pedir medidas cautelares eficaces lo cual merma
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 75
su posición, de lo que se sigue la utilidad en tomar el camino
de la venta y la resolución eventual, y no el de la actio in rem
verso.

Una segunda situación hipotética que se debate, atañe


al caso en que el objeto con el cual se hizo el pago resulte
evicto en manos del comprador, otrora acreedor. Ante este
cuestionamiento el profesor Luis Claro Solar expresa que
“prácticamente el Código [chileno], siguiendo el ejemplo del
Código francés, ha resuelto la cuestión relativamente a la
fianza. El artículo 2382 concordante con el art. 2038 del
Código de Napoleón, acaba la disputa por lo que toca al
fiador, expresando que ‘si el acreedor acepta voluntariamente
del deudor principal en descargo de la deuda un objeto
distinto del que este deudor estaba obligado a darle en pago,
queda irrevocablemente extinguida la fianza, aunque después
sobrevenga evicción del objeto”. Como se ve, la norma del
código citado es similar al artículo 2407 del Código Civil
colombiano, luego la conclusión también debe ser que ningún
problema queda por resolver en cuanto a la evicción de los
bienes dados en pago, pues dicho acto extingue la obligación
del acreedor, que en adelante cuenta con las acciones que
corresponden a cualquier comprador cuando la cosa sufre
vicios de derecho.

2.3. Si en Colombia la lesión enorme quedó rezagada


del panorama mundial, como renunciar a la posibilidad de
ampliar los moldes de la lesión enorme, y por el contrario, y
cómo exhortar a estrechar lo que ya estrecho estaba,
cortedad injusta, que no da espera a que el legislador

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 76


acometa la labor correctora de esa injusticia, con mayor razón
si para hacer justicia basta con preservar la tesis de la Corte
de 1909, que halló una “similitud perfecta” entre la
compraventa y la dación en pago.

Además de lo anterior, el argumento podría chocar con


decisiones recientes de la Corte en que se ensanchó la
aplicación de la lesión enorme16. Sostuvo la Sala que a pesar
de que los bienes ya no estaban en poder del comprador, por
haber dispuesto de ellos para la constitución de un resguardo
indígena, sí procedía la lesión enorme, no obstante la
restricción impuesta por el artículo 1951 del Código Civil que
excluye la institución cuando el comprador se ha desprendido
de los bienes. Allí la Sala consolidó una tendencia expansiva
de la lesión enorme, que parece ser contraria a la visión
restrictiva del fallo de ahora y el de 6 de julio de 2007.

Dejo así pergeñadas las razones que fundamenta esta


salvedad de voto, por el convencimiento de que la acción
rescisoria por lesión enorme prevista por el artículo 1948 del
Código Civil, procede en la dación en pago, y aquí nadie puso
en duda que se probó el desequilibrio prestacional por encima
de la proporción legalmente establecida, todo lo cual me lleva
a disidir de la decisión mayoritaria.

Fecha ut supra,

16
Sentencias de 17 de julio de 2006, Exp. No. 17191 y 30 de enero de 2007, Exp. No
2889-01.
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 77
EDGARDO VILLAMIL PORTILLA
Magistrado

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 78


SALVAMENTO DE VOTO

Como, en lo medular, las razones en las que


sustenté en pasada ocasión mi salvedad de voto, vienen al
caso, reitero lo que en esa oportunidad expuse para
apartarme del criterio mayoritario de la Sala:

1. No existe, ciertamente, en nuestro


ordenamiento una regulación integral y explícita de la dación
en pago, pero su tutela legal puede inferirse de las mismas
voces del inciso segundo del artículo 1627 del Código Civil,
pues es diáfano allí que si bien el acreedor no puede ser
obligado a recibir cosa distinta de la que se le debe, nada se
opone a que voluntariamente acepte recibir otra diferente de
la inicialmente pactada. También aluden a ella, entre otros,
los artículos 1971 y 2407 ejusdem, para precisar sus alcances
en materia de retracto en la cesión de bienes, el primero, y
sus efectos frente al fiador, el segundo.

De ese haz normativo puede inferirse que la


dación en pago es un acto jurídico por medio del cual el
acreedor consiente en recibir del deudor una cosa distinta de
aquella que debía en virtud de una obligación preexistente. Y
si bien la doctrina discute la existencia de otras
manifestaciones de la misma, tórnase menester puntualizar
de una vez, que su más importante y cabal expresión se
encuentra en la entrega de una cosa en lugar de otra de
distinta naturaleza o del dinero debido, “rem pro re” o “rem
pro pecunia”; ámbito este dentro del cual se examina la
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 79
cuestión en el asunto de esta especie, porque éste así lo
impone.

Al respecto, débese advertir que la dación


presupone invariablemente, como ya quedara dicho, la
existencia de un acuerdo entre el acreedor y el deudor de
dinero u otra cosa, en virtud del cual la prestación se satisface
con la entrega de un bien, mueble o inmueble; esto es, que
en el plano subjetivo debe mediar necesariamente, por
mandato del artículo 1627 del Código Civil, el consentimiento
del acreedor; y en el objetivo, la tradición de la cosa que se
da en pago, de modo que “si la cosa que se da es mueble,
pueden llegar a ser simultáneos acuerdo y tradición; si
inmueble, no, porque la convención demanda escritura
pública, que antecede necesariamente a la tradición, que sólo
realiza el registro” (G.J. XCV, pág. 931).

Varias son las tesis que se han adoptado para


explicar su naturaleza. Y, ciertamente, a ellas se refirió esta
Sala en sentencia del 2 de febrero de 2001, diciendo que “…
se la ha asimilado –con matices- a una compraventa (Pothier,
Troplong, Laurent), en la medida en que el pretendido
comprador, se dice, recibe la cosa por un precio que soluciona
por compensación la deuda que el vendedor tiene a su cargo
(dare en solutum, est vendere); o considerada como una
novación objetiva (Baudry-Lacantinerie, Aubry-Rau, Planiol,
Estevill), en atención a que la obligación primitiva, puntualizan
sus seguidores, se extingue sustituyéndose por otra (arts. 1687
y 1690 nral. 1, ib.), la que a su vez se soluciona –ahí sí- con la
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 80
ejecución de la nueva prestación debida (art. 1626 C.C.); o
como una simple modalidad de pago (Somarriva, De Segogne),
pues se está dando cumplimiento a la obligación adquirida,
sólo que -con la aquiescencia del acreedor- de manera diversa
(inc. 2 art. 1627 ib.); o como un acto complejo –o mixto- que
participa, en tal virtud, de algunas de las características de las
anteriores instituciones (Josserand, Mazeaud, Marty-Raynand,
Weill-Terré y Léoty), toda vez que, por vía de ejemplo, al igual
que la compraventa, la dación es título traslaticio de dominio,
asemejándose también a la novación por cambio de objeto,
puesto que en ambas varía la prestación; y, finalmente, se la
ha entendido como un modo autónomo y, de suyo, sustantivo
de extinguir las obligaciones (Polacco, Solazzi, Abeliuk, Catala,
Barrios y Valls), el que presupone un acuerdo según el cual se
habilita al deudor para que, ex profeso, satisfaga el derecho
crediticio, con un objeto distinto del acordado, pero que se tiene
como su equivalente –para todos los efectos”-.

Más adelante acotó la Corte que luce más acorde


con el cometido que le asiste a las partes “… estimar que se
trata de un modo o mecanismo autónomo y, de suyo,
independiente de extinguir las obligaciones (negocio solutorio),
en virtud del cual el solvens, previo acuerdo con el accipiens, le
entrega a éste un bien diferente para solucionar la obligación,
sin que, para los efectos extintivos aludidos, interese si dicha
cosa es de igual o mayor valor de la debida, pues una y otra se
deben mirar como equivalentes. Como el deudor no satisface
la obligación con la prestación –primitivamente- debida, en
sana lógica, no puede hablarse de pago (art. 1626 C.C.); pero
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 81
siendo la genuina intención de las partes cancelar la obligación
preexistente, es decir, extinguirla, la dación debe, entonces,
calificarse como una manera –o modo- más de cumplir,
supeditada, por supuesto, a que el acreedor la acepte y a que
los bienes objeto de ella ingresen efectivamente al patrimonio
de aquel.

No en vano, su origen y su sustrato es negocial y


más específicamente volitivo. Por tanto, con acrisolada razón,
afirma un sector de la doctrina que ‘La dación en pago es una
convención en sí misma, intrínsecamente diversa del pago’,
agregándose, en un plano autonómico, que se constituye en un
‘modo de extinguir las obligaciones que se perfecciona por la
entrega voluntaria que un deudor hace a título de pago a su
acreedor, y con el consentimiento de éste, de una prestación u
objeto distinto del debido’”.

2. No obstante que las cosas puedan ser de ese


modo, es decir, que examinada con detenimiento la naturaleza
jurídica de la dación en pago pueda resultar razonable y
convincente calificarla como un mecanismo autónomo de
extinción de las obligaciones, lo cierto es que, de un lado, tal
concepción constituiría una construcción dogmática realizada a
posteriori por la doctrina y la jurisprudencia, enderezada a
explicar, actualmente, del mejor modo posible la institución,
pero sin que ello signifique que es o hubiese podido ser la
visión del legislador cuando aludió, parcamente, por cierto,
como ha quedado dicho, a la materia; y, de otro, y esto resulta
verdaderamente significativo, que es una cuestión jurídica que
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 82
no está íntegramente reglada por el ordenamiento.

Por el contrario, aun cuando existen en el sistema


algunas normas que aluden a ella, entre otras las ya
mencionadas, lo cierto es que su regulación jurídica es mas
bien insular y fragmentaria, de modo que al respecto se impone
concluir sin vacilación que es un negocio atípico, cabalmente,
porque, como en su oportunidad lo precisara esta Corporación,
cuando un acto jurídico “no se encuentra descrito en un tipo
legal y, subsecuentemente, no está especialmente regulado
por el ordenamiento, se denomina atípico. Por consiguiente,
dada esa peculiaridad, las dificultades que rodean los contratos
atípicos son fundamentalmente dos: de un lado, la de precisar
su admisión y validez, habida cuenta que es necesario
establecer que su función económico – social se encuentra
conforme con los principios ético- jurídicos rectores del
ordenamiento; y, de otro, la de establecer las reglas jurídicas
que los disciplinan” (Casación del 22 de octubre de 2001).

Relativamente a este último aspecto, esto es, el


relacionado con la determinación de las reglas que gobiernan
la institución, y siguiendo de cerca los derroteros trazados por
ésta Sala en la reseñada sentencia, cabe señalar que además
de tomar en consideración las estipulaciones de las partes,
siempre y cuando, claro está, ellas no sean contrarias a
disposiciones de orden público, también es preciso acudir,
tanto a las normas generales previstas en el ordenamiento
como comunes para todas las obligaciones, pactos y contratos,
como las originadas en los usos y prácticas sociales; como,
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 83
también, “mediante un proceso de auto integración, los del
contrato típico con el que guarde alguna semejanza relevante”
(ibídem).

Y justamente se impone realzar acá, en el ámbito


atrás anotado, esto es, en el evento de sustitución “rem pro
pecunia”, su innegable afinidad, en diversos aspectos, con el
contrato de compraventa, cuya reglamentación,
subsecuentemente, podrá colmar algunos de los vacíos
normativos en la materia, justamente, en aquellas aristas en
donde se evidencien apreciables similitudes. No se trata de
afirmar, entiéndase bien, que la dación sea una especie de
compraventa, ni de reconducir en esa dirección el examen de
su naturaleza jurídica, sino la de admitir como un hecho
incontrastable el parecido entre ambas, con miras a deducir,
ante el vacío legislativo, las reglas que en ciertos puntos
deben gobernar la institución.

Por supuesto que así empecinadamente quisiera


afirmarse lo contrario, es innegable la similitud de esta
modalidad de dación en pago con la compraventa, pues en
ella el deudor obra como si estuviese vendiendo la cosa al
acreedor mediante un precio igual al monto de la deuda. “Por
eso el Derecho romano, a propósito de la datio in solutum
había formulado la regla que ejusmodi contractus vicem
venditionis obtinet y Pothier decía, en tesis entonces en boga
y de la que muy posiblemente abrevó el legislador patrio, que
‘este acto es muy parecido al contrato de venta. La cosa que
es dada en pago ocupa el lugar de la cosa vendida; y la suma
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 84
en pago de la cual la cosa es dada hace las veces de precio.’”
(…) “La analogía entre la dación en pago de una cosa por un
crédito de dinero, y la venta, ha dicho la Corte, es
generalmente reconocida, sin exceptuar a quienes se
pronuncian por la tesis del pago o de la novación. Se habla de
analogía, no de identidad. Si se tratara de identidad el
problema no existiría, y no hay jurisprudencia ni doctrina que
la sostenga.” (XCV, pág. 932).

De ahí que Pothier, autor que en alta estima tuvo


don Andrés Bello, hubiese aseverado que:

“En la dación en pago deben existir las


mismas cualidades de buena fe que existe
en el contrato de compra y venta. El que
otorga una cosa en pago no debe ejercer
presión para que sea aceptada ni ocultar
con frases ambiguas y reticencias,
defectos, que a saberlos el acreedor, le
hubieran hecho desistir de admitirla.
Tampoco debe dar en pago una cosa por
una cantidad que exceda el justo precio, a
no ser en el caso de que el acreedor,
sabiéndolo admita por liberalidad por un
precio mayor del que tenga. Al contrario, el
acreedor no debe recibir en pago una cosa
en menos de lo que vale. En el caso de que
por parte de uno y otro la lesión llegase a
más de la mitad de su justo precio, goza el
que lo sufrió, la acción rescisoria, del mismo
modo que tiene lugar en el contrato de
compra y venta.

Como consecuencia de la semejanza de la


dación y compraventa, tiene lugar en
aquella el laudemio y el retracto.”

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 85


Esa innegable analogía entre la venta y la dación
conduce derechamente a inferir que en aquellos aspectos de
esta última en los que no exista regulación explícita del
legislador, que son muchos, y en los cuales la similitud con
aquélla sea incuestionable, el intérprete deberá colmar los
vacíos normativos con la reglamentación que le es afín. Y
desde ya debo advertir que así sucederá cuando la
jurisdicción enfrente ciertos problemas jurídicos de la dación
(la evicción y, de ser el caso, las medidas de saneamiento,
por ejemplo), respecto de los cuales no hay una solución
legislativa específica.

Precisamente, esa es la razón por la que las


legislaciones foráneas optan por colmar los vacíos normativos
de la dación en pago con las reglas jurídicas que gobiernan la
compraventa. Así, por ejemplo, el Código Civil de Paraguay
dispone en su artículo 601 que: “determinado el precio de la
cosa dada en pago, las relaciones entre las partes se
regularán por las normas del contrato de compraventa”. A su
vez, el Código Civil de Perú (Decreto legislativo No. 295),
prescribe en su artículo 1266 que “si se determina la cantidad
por la cual el acreedor recibe el bien en pago, sus relaciones
con el deudor se regulan por las reglas de la compraventa”.

El Código Civil de Uruguay (Ley No. 16.603), a su


vez, señala en el artículo 1491 que “si la cosa recibida por el
acreedor fuese un crédito a favor del deudor, se juzgará por
las reglas de la cesión de derechos. Si se determinare el
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 86
precio por el cual el acreedor recibe la cosa en pago, sus
relaciones con el deudor serán juzgadas por las reglas del
contrato de compraventa”.

El Código Civil de Argentina dispone en el artículo


1325 que “Cuando las cosas se entregan en pago de lo que
se debe, el acto tendrá los mismos efectos que la compra y
venta. El que la entrega está sujeto a las consecuencias de la
evicción, de los vicios redhibitorios, y de las cargas reales no
declaradas; mas la deuda que se paga será juzgada por las
disposiciones del título “Del pago”.

El artículo 357 del Código Civil de Brasil (Ley No.


10.406) precisa que “Determinado el precio de la cosa dada
en pago, las relaciones entre las partes se regularán por las
normas del contrato de compraventa”.

En fin, como se ve, es generalizada la remisión a


las normas de la compraventa para colmar la regulación legal
de la dación en pago.

3. Establecida, pues, la similitud existente en


varios aspectos entre la dación en pago sustitutiva de dinero
con la compraventa, se impone determinar si por virtud de tal
similitud cabe en la primera de ellas la lesión enorme, en las
mismas circunstancias y condiciones en las que procede en
la segunda.

Al respecto conviene recordar que, como ya lo ha


A.S.R. EXP. 2002-00015-01 87
puntualizado la Corte (Casación del 23 de septiembre de
2002), la lesión enorme ha tenido a través del discurrir de los
tiempos, periodos de ensanchamiento y contracción;
precisamente, en el Derecho Intermedio y con mayor razón
en el Derecho Francés de la revolución, se reaccionó contra
la aplicación extensiva de la institución, a fin de no socavar la
libertad individual de contratar; desde luego que aquél tomó
como principio indisputable el que la simple igualdad jurídica
entre las partes era garantía de la justicia del acuerdo
ajustado, tanto más en cuanto debía protegerse el contrato
como instrumento idóneo e insustituible para la circulación de
la riqueza, de modo que no podría ser afectado por
regulaciones estatales. Esto es, que apuntalándose en los
principios racionalistas esbozados en los siglos XVIII y XIX,
según los cuales la libertad hace del individuo su propio y
único señor, de cuya voluntad libre todo provenía y a ella todo
conducía, se coligió que no era posible interferir en sus
designios sin atentar contra su libertad individual. Por tal
razón, el Código Napoleónico, y con él los que le siguieron,
fundado como se encuentra en la tutela máxima de la
voluntad, dejando de lado cualquier cuestionamiento social de
la misma, prescribe que el contrato es “ley” para las partes,
no sólo para denotar su vigoroso efecto vinculante, sino,
además, para destacar que ellas actúan como legisladores de
sus propias relaciones, por manera tal que les incumbe
determinar de manera soberana cómo, cuando, con quien y
en donde contratan.

En medio de este contexto es obvio, que


A.S.R. EXP. 2002-00015-01 88
difícilmente podían tener generalizada cabida figuras tales
como la lesión enorme, que presuponen una “intromisión”
dentro del acuerdo negocial, razón por la cual en el Código
Civil colombiano, que sigue en cierta forma tales
lineamientos, la lesión sólo fue consagrada con un carácter
marcadamente excepcional. Es palpable, empero, que la
consideración según la cual el contrato por sí mismo
garantiza la justicia entre quienes lo celebran encierra una
falacia, puesto que la afirmación de la igualdad de los
hombres solamente tiene validez en el ámbito de los
principios, pues en la práctica es patente su desigualdad.
Aquellos mandatos del liberalismo inclemente, se encuentran
hoy claramente matizados por principios moderadores propios
del Estado Social de Derecho, que implican que éste
intervenga o dirija las relaciones contractuales, ya sea
mediante autorizaciones administrativas a las cuales
subordina la eficacia negocial; o suprimiendo o adicionando
imperativa y automáticamente ciertas cláusulas; fijando
precios; prorrogando la vigencia del contrato, etc., todo ello
con miras a equilibrar las cargas contractuales y, desde
luego, regulando la economía para evitar graves iniquidades.

Desde otra perspectiva, tampoco puede dejarse


pasar desapercibidamente el que “...la búsqueda del espíritu y
la finalidad de la norma que guarde justa correspondencia con
las exigencias de cada conflicto particular, no puede quedarse
en el escueto señalamiento de la intención de la ley o del
legislador al adoptar dicha norma, utilizando para el efecto
instrumentos gramaticales o de simple lógica formal de
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 89
acuerdo con métodos por los que propugnó la escuela
exegética francesa durante el siglo XIXI. Se trata, por el
contrario, de prohijar una perspectiva hermenéutica integral
de mayor profundidad que en cada momento histórico
asegure la interpretación científica y sana de las leyes, lo que
de suyo supone poner en práctica, con prudente sentido de
juricidad, un procedimiento intelectual que sin desestimar a la
ligera ninguno de los criterios de investigación conocidos
(literal, contextual, histórico, sociológico y sistemático), tienda
a obtener un resultado que sea acorde, tanto con los datos
ideológicos, morales y económicos que ofrece la realidad
social al tiempo en que el precepto ha de ser aplicado, como
con los dictados de la equidad cual lo impone hoy en día el
artículo 230 de la C. N. en cuanto estatuye que ella - la
equidad - está llamada a ser objeto de ponderación en la
actividad jurisdiccional esparciendo su bienhechora influencia
de manera generalizada, ponderación que por su propia
índole se refiere sin duda, como pauta dominante al menos ‘...
al fin de la norma, es decir, a una aplicación justa, según las
circunstancias, de ella después de haberla leído literal,
contextual e históricamente y conjugar la realidad social con
el espíritu y finalidad de la misma, por lo que la equidad viene
a ser así una especie de entramado humanitario (...) para
evitar que, pese al esfuerzo interpretativo realizado mediante
el uso de otros criterios, el resultado de la norma sea
injusto’...” (Casación del 8 de junio de 1999).

Subsecuentemente, dada la singular semejanza


existente entre los elementos esenciales de la compraventa y
A.S.R. EXP. 2002-00015-01 90
los de la dación en pago “rem pro pecunia”, y habida cuenta
que de esta no existe una reglamentación sistemática en el
ordenamiento civil colombiano que lleve a pensar que está
dotada de una regulación típica plena que excluya
perentoriamente, por ende, la procedencia de la lesión
enorme, se impone colegir, siguiendo por demás, el criterio
expuesto en fallos anteriores de esta Corporación (XCV, pág.
932 y LXXXVI, pág. 554), cuya vigencia hoy se ratifica y que,
por las razones explicadas en el salvamento de voto que
precede y que tornan innecesario cualquier nuevo
ahondamiento aquí sobre el punto, constituyen el verdadero
precedente de la Corte en la materia, que tal especie de
dación en pago no puede sustraerse al estatuto de la lesión
cuando no existe la debida equivalencia entre el crédito
debido y la cosa que se entrega, quebrantándose,
subsecuentemente, la simetría prestacional entre los
contratantes, originándose de esa forma un odioso
desequilibrio que no puede ser tolerado por la ley, la cual, por
el contrario, ha sido permeable en la materia a criterios
moralistas y justicieros (v. gr., los contenidos en el decreto
2331 de 1998), encaminados a impedir el abuso y a rescatar
el equilibrio real, no meramente formal, entre los estipulantes,
equilibrio que suele estar en entredicho en la dación en pago
habida cuenta que es común que una parte se encuentre a
merced de la otra.

Dadas, pues, las singulares características de la


institución en estudio que permiten, sin necesidad de acudir a
intrincadas elucubraciones o a forzadas argumentaciones, dar
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cabida en ella a la figura de la lesión enorme, cuyos
bienhechores efectos, superado el exacerbado individualismo
de épocas ya lejanas, hoy nadie discute, al punto de que la
tendencia generalizada de los códigos contemporáneos es la
de ampliar su espectro, y estando de por medio la apremiante
urgencia de impedir enriquecimientos torticeros, deploro que
teniendo la Sala, una vez más, las herramientas jurídicas
necesarias para hacer justicia, hubiese sacrificado esa
valiosa oportunidad por defender a ultranza, no la ley que a
mi juicio, rectamente entendida, conduce a una solución
contraria, sino un férreo e inflexible dogmatismo y una
obsoleta visión de la lesión enorme.

PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA


Magistrado

A.S.R. EXP. 2002-00015-01 92

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