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Son datos de sobra conocidos, pero que resultan especialmente sangrantes teniendo en
cuenta que la mujer inventó la cocina, una labor que ejercía en exclusiva, y fue
separada de ella solo cuando esta adquirió importancia simbólica o económica. En
otras palabras: la mujer ha sido siempre la encargada de cocinar, para todo el mundo,
menos cuando la actividad era pública o se remuneraba.
Existe una relación directa que explica por qué los musulmanes siguen sin comer cerdo,
los cristianos no consumen carne los viernes de Cuaresma, los judíos no toman marisco,
y apenas hay mujeres con estrellas Michelín: los hombres dictaron las leyes, las
costumbres religiosas y la historia, y en ella no tenían cabida las mujeres.
En esta época se empezaron a popularizar los libros de recetas y fue a través de esta vía
cuando las mujeres encontraron un espacio público en el mundo de la gastronomía. En
1913 Emilia Pardo Bazán escribió dos libros de cocina: La cocina española
antigua y La cocina española moderna. Después vendrían históricas pioneras de la
literatura gastronómica como María Mestayer de Echagüe (que escribió bajo
seudónimo una decena de libros) y Simone Klein Ansaldy, más conocida por todos en
España como Simone Ortega, que escribió el libro de recetas más vendido de la historia
de nuestro país –3,5 millones de ejemplares– firmando con el apellido de un hombre: el
de su marido, José Ortega Sppotorno, fundador de Alianza Editorial y el Grupo
PRISA.
Como apunta Azcoytia, cocinar no solo es alimentarse, es un mundo de cultura,
costumbres e historia, donde nos sentimos identificados como grupo y como pueblo. Un
pueblo que ha estado dominado durante 4.000 años, siendo generosos, por el hombre. Y
ya va siendo hora de que esto cambie. De verdad.