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Aparentemente hay una conocida condición psicológica, Trastorno Afectivo Estacional (TAE), en
donde la gente se deprime en invierno dado a la falta de luz solar. La presencia de luz y fuego en
todo su esplendor, calor y belleza influencian directamente sobre nuestros sentimientos, salud y
alegría.
Tenemos una misión similar en nuestras peleas diarias en este mundo pesimista: transmitir el
fulgor de Di-s de dentro de nosotros, iluminar nuestro alrededor e iluminar las vidas de nuestras
familias, amigos y compañeros.
Aaron fue encargado de encender las mechas “hasta que las llamas ardan por si mismas”. Como
cualquiera que haya luchado con una parrilla a carbón o trabajado para encender una fogata sin
kerosén pueda testimoniar, que hay algo más en el encendido que simplemente sostener un
fósforo cerca del combustible. Lleva su tiempo encontrar el lugar indicado, determinación para
mantener el encendedor quito hasta que se prenda fuego y a veces hay que intentarlo varias veces
(usar quizá media docena de fósforos) para garantizar que se propaguen las llamas. Una vez que se
haya encendido correctamente, el nuevo fuego es incomparablemente más poderoso y útil que el
fósforo insignificante que había sido encendido al principio.
No es fácil alcanzar a otros. A veces nos sentimos con vergüenza o extraños, preocupados por si
interferimos, y no muy convencidos de que nuestra habilidad sea de utilidad. Es mucho más fácil
esconderse en nuestro pequeño rincón y dejar que el mundo se cuide por sí mismo.
No podemos, no debemos. El efecto exponencial de inspirar a otros, el bien que se engendra y la
inspiración afectada tienen consecuencias tan poderosas, que abnegar nuestras responsabilidades
nos condenaría tanto a nosotros como a los otros, a una experiencia estéril y congelada.