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Familia y discapacidad
Distintos momentos del ciclo vital de la familia con un hijo con discapacidad
Los estadios del desarrollo en una familia que tiene un hijo con discapacidad serán
atravesados por este hecho. Esta familia se enfrenta al estrés de la cronicidad a lo largo del
ciclo vital.
Se comparte con Fleixa Niella que “el mayor estrés del ciclo vital para estas familias es el
futuro. La falta de servicios para los disminuidos mentales adultos y de la tercera edad cada
vez más numerosas por el aumento de la esperanza de vida, la incertidumbre y la poca
experiencia en un auténtico miedo”.
Cada etapa de transición ofrece así la oportunidad de resignificar la crisis inicial.
La familia y el hijo con discapacidad desde el segundo año de vida hasta los
cinco años
En este período, en todo niño, se producen sucesivas adquisiciones madurativas que llevan
a su autoafirmación y a su mayor independencia: adquisición de hábitos alimenticios,
autonomía en la marcha y gran control y dominio de objetos de su entorno; logro del control
de esfínteres, amplio desarrollo de sus capacidades intelectuales y lingüísticas,
reconocimiento de lo espacial y del propio cuerpo, descubrimiento de las diferencias
anatómicas de sexos, que se acompaña del reconocimiento de la incompletud, mayor
conciencia de su cuerpo y de las diferencias con otros cuerpos, etc.
Generalmente el hijo con una discapacidad, dependiendo del tipo y grado de ésta, no
consigue estas adquisiciones evolutivas en todas las áreas, o las logra en forma mucho
más lenta, demandando de parte de todos, tiempo, esfuerzo y energías.
Suele suceder que estos logros van apareciendo progresivamente como resultado de los
tratamientos especiales.
Es durante este estadio cuando las diferencias del niño con relación a los otros que no
presentan deficiencias, no sólo los padres se le hacen notorias las diferencias, también los
niños comienzan a descubrirlas con relación a otros niños.
El pequeño ya en esta etapa tiene una mayor conciencia de su cuerpo y de las diferencias
con otros cuerpos.
Atraviesa en este momento la denominada desde el psicoanálisis, etapa fálica, en la cual
hace el descubrimiento de las diferencias anatómicas entre hombres y mujeres, lo que
origina en los niños la angustia de la castración y en las niñas el complejo de castración.
El niño con discapacidad, en esta fase hace una toma de conciencia de las funciones
corporales que tiene, o de las que carece: audición, visión, locomoción, etc. es un período
de descubrimiento de la discapacidad, de la falta que podrá ser decodificada como
castración.
El inicio de distintos tratamiento de estimulación temprana lo expone a situaciones de
desprendimiento precoz a una edad en la que cualquier niño sin un déficit orgánico todavía
permanece cobijado en el confortable ámbito de su hogar.
Los niños con discapacidad muestran la necesidad de concurrencia a centros de
rehabilitación desde edades muy tempranas puede llevarlos a afrontar separaciones
forzadas de su madre antes de tiempo, sin estar preparados para ello desde el punto de
vista emocional.
Esto conduce a conductas de sobreadaptación. Es decir, una adaptación exagerada
basada en el sometimiento a una exigencia externa.
Por otro lado, el hecho de que el niño con trastornos del desarrollo esté expuesto a
diversas intervenciones tempranas diagnósticas o terapéuticas lleva a que en su vida
ingresen precozmente diferentes figuras significativas (médicos, estimuladores tempranos,
kinesiólogos, educadores especiales, psicopedagogos, etc.) generalmente ausentes en la
vida de un niño sin deficiencia orgánica.
En la crianza de un niño sin discapacidad, la familia funciona con un poder de decisión con
relación a cómo y cuándo se dará la apertura del niño a otros contextos, en cambio, en el
caso del niño con alguna deficiencia ya no son los padres los que se hallan en libertad de
decidir el momento de incorporación del niño al medio extrafamiliar.
El rol fundamental que los especialistas deberían asumir en esta fase, habitualmente
descalificado; ser sostenedores de la función materna y paterna.
El período que abarca desde el segundo año de vida hasta los cinco plantea a los padres
una situación de gran complejidad, que es la elección del jardín de infantes para el hijo.
En un niño sin discapacidad habitualmente el ingreso al jardín de infantes constituye la
primera forma de alojamiento transitorio de la familia y la oportunidad de un
enriquecimiento de su mundo social. en cambio, en el niño con discapacidad el momento
del inicio del jardín va precedido de diferentes desprendimientos previos. Los padres
deben a su vez definir entre el ingreso al jardín común o el ingreso al jardín especial.
Otro punto en relación al ciclo vital familiar es la actitud paterna ante las manifestaciones de
negativismo e impulsividad de todo niño en estas edades. Una de las dificultades con que
tropieza toda familia en este período evolutivo es cómo manejar las manifestaciones de la
creciente autonomía del niño expresadas muchas veces como negativismo, berrinches,
caprichos, etc. generalmente los padres responden con conductas ambivalentes, que
oscilan entre conductas de extrema tolerancia y otras de excesivo rigor.
En esta etapa, de parte de los padres, el establecimiento de límites. En el caso del niño con
discapacidad se han registrado dificultades en la puesta de límites. En la base de la actitud
paterna está la culpa frete a este hijo diferente.
Habitualmente los padres sienten que ya son muchas las exigencias a las que se somete,
como para decirle además “no” a requerimientos que plantea.
Habitualmente hay una ambivalencia en la conducta paterna hacia él, así como, por un
lado, no se le exige el cumplimiento de normas relativas a la vida diaria, por otro lado, se lo
somete a muchas exigencias, limitaciones y obligaciones vinculadas con sus tratamientos
de rehabilitación.
Las situaciones de dependencia, sometimiento, falta de espacio para la creatividad y la
exploración, o la sobreprotección, pueden conducir al desarrollo en una dirección negativa,
con predominio de la desconfianza y las dudas en las propias capacidades, en lugar de la
conquista de un sentimiento de autonomía y de iniciativa.
Los padres deben ser puestos en conocimiento de que para el niño ésta es una etapa de
toma de conciencia de la discapacidad y por lo tanto de enfrentamiento a un duelo, con la
consiguiente movilización de una amplia gama de emociones y sentimientos y de diferentes
conductas como: mayor irritabilidad, agresividad, conductas de retracción y aislamiento,
vergüenza, etc.
La pareja paterna debe estar atenta al hecho de que su hijo con discapacidad tiene una
demanda mayor de energía psíquica en relación a otro niño sin déficit para acomodarse a
la situación.
También los padres requieren ser sometidos a fin de que su función paterna no quede
limitada a cumplir solamente el rol de “reeducadores” y puedan asumir otras funciones
esenciales en este período para el crecimiento afectivo de su hijo, como por ejemplo, la
puesta de límites, que ayude al niño a una conquista progresiva del principio de realidad
con la postergación de la satisfacción de sus impulsos.
También se hace necesario alentar a los padres para que puedan recuperar los espacios
de recreación y tiempo libre compartidos con su hijo.
Esta también en manos de los padres y profesionales lograr que se lleven adelante los
tratamientos requeridos sin obstaculizar los logros que generalmente esta etapa trae
aparejados en cuanto a autonomía. Sabemos que la autonomía ganada en este estadio
permitirá orientar al niño en edades posteriores a la exploración de nuevos dominios y en la
aventura por la conquista de nuevos logros.
Puede ocurrir también que recién el descubrimiento del trastorno acontezca en este
período del ciclo familiar que abarca desde el segundo año de vida hasta los cinco años. La
crisis que acompaña al diagnóstico, será vivida en este momento con toda la incidencia de
la misma en la trama vincular familiar. La familia enfrentará, además, la elaboración del
duelo por el “hijo sano” que creía tener y que ahora ya no está.
En muchas circunstancias también el arribar al diagnóstico puede traer alivio a la familia,
ya que comienzan a encontrar algún significado a las conductas “raras” que hasta el
momento mostraba el niño y que ahora recién son entendidas como consecuencia de
conocer su discapacidad.
Introducción
El momento de la sospecha y posterior confirmación del diagnóstico de discapacidad de un
hijo puede darse durante el período de gestación, al nacer, en momentos posteriores al
nacimiento, durante el primer año de vida o en otras etapas de ciclo evolutivo.
Cualquiera que sea, este momento siempre promueve una crisis familiar.
Los sentimientos que acontecen ante el nacimiento del hijo con un daño y las vicisitudes,
sobre todo, del vínculo madre-padre-hijo: el rechazo, la vergüenza maternos ante el hijo
defectuoso que no responde a sus ideales; el resentimiento del hijo ante este rechazo; el
esfuerzo compensatorio de él para superar su defecto; la búsqueda laboriosa del ansiado
reconocimiento de su madre y sus esfuerzos por ser valorizado por ella; la necesidad de
“sujetar” a la madre y retenerla a su lado y para que no vuelva a abandonarlo; la exclusión
de la figura paterna, apareciendo el hijo con déficit como un producto materno, etc.
Las familias refieren que “hay un antes y un después” de este sucedo de diagnóstico.
Varias son las razones que explicarían esta reiterada manifestación: la ruptura de
proyectos, expectativas e ideales familiares, mayor incertidumbre, preocupación e
inseguridad con relación al futuro, la modificación de hábitos y costumbres que
caracterizaban a la dinámica familiar hasta entonces, etc.
Señalamos la diferenciación que hacen muchos autores de crisis evolutivas o crisis del
desarrollo respecto de las crisis accidentales.
Las crisis evolutivas en las familias las podemos relacionar con el pasaje de una
etapa del ciclo vital familiar a otro: la formación de la pareja, el nacimiento del hijo,
su entrada al jardín y a la escolaridad primaria, la adolescencia, la llamada “edad
media de la vida”, el envejecimiento de los padres, y otras. Cada una de estas
etapas implican ciertas tareas de reacomodación y ajuste, y cuando hay
interferencias en su realización, es probable una crisis.
Las crisis accidentales o circunstanciales que pueden sufrir las familias, se
caracterizan porque tienen un carácter de urgente, imprevisto, inesperado como por
ejemplo, la muerte súbita de uno de los integrantes de la familia. Podríamos
encuadrar dentro de estas crisis a aquellas que se desencadenan a partir de la
confirmación del diagnóstico de la disminución del hijo. Esta crisis produce un fuerte
estrés e todos los integrantes de la familia. Está expresada por los padres en frases
como las siguientes: “fue como un terremoto” “es como si nos hubiera caído una
bomba encima”, etc.
En toda crisis será indispensable la elaboración de duelos a fin de poder poner en marcha
el proceso de cambio, de crecimiento y de adquisiciones de nuevos logros por parte del
grupo familiar como sistema total, y de cada uno de sus integrantes.
La crisis ante el daño orgánico del hijo implica la ruptura de todo lo depositado en él desde
antes de su nacimiento.
Ya desde el momento del embarazo en la cabeza de cada futuro padre se va armando el
croquis del hijo ideal, que colmaría todas estas expectativas parentales; es el hijo que
asegura una buena representación en el futuro. Sin embargo, este hijo ideal nunca llega a
nacer. El hijo real nunca es el hijo soñado.
Cuando el hijo tiene una deficiencia se produce una brecha mayor con el hijo desead. Y
cuanto mayor sea la distancia entre la representación ideal del hijo y del hijo real, mayor
será también el esfuerzo y trabajo psíquico que le demandará la situación a la pareja
parental.
La confirmación del diagnóstico de discapacidad hacia añicos fantasías ideales, proyectos,
deseos, expectativas depositaciones en ese hijo.
Se requerirá que ellos puedan tramitar, procesar esta diferencia con el ideal a fin de que
puedan llegar a vincularse con el hijo real.
4. La fase de reorganización
Esta fase se caracteriza por una atenuación gradual de las intensas reacciones
emocionales que distinguieron las etapas previas. Es un momento en el cual se llega a un
lento reconocimiento y aceptación de lo irreparable de la pérdida.
Los padres comienzan a encontrarse con sus propios recursos y logran armar un nuevo
orden familiar, sobre la base de una aceptación de ese hijo con sus limitaciones, “tal cual
es” y no “tal cual se deseaba que fuera”.
Cuando se produce esta aceptación, el hijo logra ocupar un lugar en esa trama familiar
como “niño” y no como “el problema”, el Down por ejemplo.
Es decir, la familia logra incorporar al niño a la vida del grupo, rearmando una nueva
organización en la que se le da a este hijo un lugar.
Esta fase de reorganización lleva consigo una redistribución de roles y funciones familiares:
la atención especial del discapacitado en cuanto a cuidados físicos, traslados a los
servicios donde reciba tratamientos, la provisión de dinero para la manutención de la
familia, la puesta de límites, etc.
A modo de síntesis, el duelo puede verse interferido en algunas de sus etapas, en cuyo
caso hay una persistencia prolongada de ellas, lo que es indicador de detención del
proceso. También puede darse la ausencia de una o varias etapas como, por ejemplo, que
la familia llegue a una reestructuración precoz.
Por otra parte, el duelo no se elabora de una vez para siempre, sino que, ante cada nueva
situación de crecimiento del hijo, se da una reactualización del mismo.
El lugar asignado al hijo: ¿Había un lugar asignado para él? Sabemos que todo
hijo tiene un lugar asignado de acuerdo a las características de cada pareja. Es lo
pensado, lo deseado. Sobre ese hijo pesan valores, creencias, ideologías propias de
la familia y de la cultura a la que pertenece; sobre él se depositan también
expectativas, deseos, esperanzas.
En muchas circunstancias el hijo que va a nacer, o que nace, no tiene un lugar
asignado donde alojarse en la estructura familiar, falta el deseo del hijo por parte de
la pareja parental.
El grado de discrepancia entre el hijo deseado y el hijo real: cuanto mayores
hayan sido las expectativas, deseos, ilusiones y esperanzas proyectados en el hijo,
más difícil será la aceptación de la deficiencia.
Cómo es significada la discapacidad: la carga de ideales, deseos y fantasías
puestos en el hijo; las creencias familiares en torno a la enfermedad, salud, curación,
muerte, etc., explican las significaciones diferentes que adquiere la discapacidad
para las diversas familias. Esta singular significación va a determinar las
características particulares del proceso de duelo que se afronte.
La personalidad de los padres: por ejemplo, características de personalidad
narcisistas de los padres dificultarán seriamente el proceso de duelo. En la medida
en que para las personalidades narcisistas lo central es la valoración de sí mismas,
o sea que todo lo que acontece es codificado en términos de valer mucho o no valer
nada, el tener un hijo con déficit implica un fuerte ataque a ese narcisismo.
las características particulares de ese núcleo familiar: ¿responde a los
parámetros de flexibilidad o rigidez? La flexibilidad de un sistema familiar permite
diversidad de interacciones, intercambio de opiniones, búsqueda de nuevos
sentidos, respuestas y soluciones a las dificultades que se enfrentan. En cambio, la
rigidez familiar se manifiesta en el estancamiento, la repetición de viejos e ineficaces
parámetros de respuesta que dificultan la búsqueda de nuevas salidas creativas.
Otras características familiares que tendrán incidencia es el predominio o no de
emociones vinculadas con el optimismo y la esperanza que no implican una
negación de la situación que se vive, sino la habilidad de poner el acento en los
aspectos positivos de la situación que se afronta, minimizando el lado negativo o
aquello que “falta”.
La capacidad de cooperación, solidaridad, colaboración y asunción de
responsabilidades compartidas a nivel de todos los integrantes del grupo familiar son
características familiares que contribuyen al afrontamiento de la situación.
Otras características familiares favorecedoras de la adaptación positiva a la
situación, son las actitudes de los miembros de la familia de confirmarse, alentarse,
reconocerse, estimularse en lo que cada uno está haciendo, dejando de lado el
reproche, la queja, la recriminación y el abandono de los miembros más quebrados.
¿A quién se entrevista?
A ambos padres en forma conjunta, y si es posible a todos los demás integrantes de la
familia. Muchos padres, al recordar el momento del diagnóstico, dicen que “hubieran
querido en ese momento que el profesional reuniera a toda la familia para discutir entre
todos los aspectos vinculados a la discapacidad”.
La transmisión de información a un solo padres, lleva a que éste deba luego transmitirle al
otro la información recibida. Esta transmisión suele estar llena de omisiones y distorsiones.
b) Entrevistas posteriores
No debe transcurrir mucho tiempo entre la primera entrevista y la/s subsiguientes. El
objetivo de esta (o estas) entrevistas es dar continuidad al trabajo iniciado en la primera.
En el transcurso de las entrevistas posteriores es probable que los padres estén más
abiertos para formular nuevas preguntas y recibir información más precisa sobre el
diagnóstico, curso y pronóstico de la deficiencia.
Tienen escasa información o poseen conocimientos distorsionados sobre etiología de la
deficiencia, posibilidades terapéuticas, pronóstico, recursos sociales, etc.
Por otro lado, cotejar los datos recogidos en la primera entrevista con los aportados en las
posteriores, posibilita comprobar si se mantiene la modalidad de respuesta emocional de
los padres.
Es frecuente observar respuestas desorganizadas durante la primera entrevista, seguidas
de una recuperación del equilibrio psíquico.
Resulta de gran utilidad el realizar estas entrevistas posteriores de información y
seguimiento; las mismas posibilitan acompañar a la familia en este proceso de adaptación
a la realidad que afrontan. Este acompañamiento significa respecto frente a la familia en
cuanto a su modalidad y tiempo particular para la elaboración de la crisis.
Las intervenciones en crisis con familias que afrontan el diagnóstico
El objetivo central de estas intervenciones es ayudar a la familia a mejorar su capacidad de
respuesta ante la situación que atraviesa.
Son intervenciones de corto plazo. Los terapeutas tienen un rol más activo, directivo y
orientado hacia la consecución de objetivos precisos, diferente al instrumentado en
situación de no crisis.
La atención se centra en el aquí-ahora de la intervención sobre los individuos en crisis.
El enfoque de la intervención tiene como un objetivo básico el acrecentar las fuerzas de
la/s persona/s involucrada/s hacia el dominio de la situación.
Introducción
Cabe señalar que cuando abordamos una familia con un hijo discapacitado es necesario
orientar nuestra mirada a la interacción entre todos los miembros de la familia y a su vez, a
la interacción del sistema familiar con los otros sistemas: la familia extensa, el equipo
profesional y el sistema social más amplio. En este interjuego relacional se pueden
presentar conflictos.
Un modelo patológico sobre la familia está basado en la idea de negatividad, conflicto y
carencia que la adversidad impone al crecimiento y al desarrollo de una familia o un sujeto
humano.
La experiencia nos muestra a diario familias que pese a tener un miembro con
discapacidad no se quiebran; por el contrario, se sobreponen, enriquecen, maduran, se
vuelven más fuertes.
O sea, la familia que tiene un hijo con discapacidad no va a presentar necesariamente
trastornos.
Vinculo padres-hijo con predominio de sentimientos de culpa, vínculo
acreedor-deudor con una deuda insaldable
El vínculo madre-hijo
Es común como modalidad de respuesta que la madre establezca un vínculo simbiótico con
ese hijo. El niño es criado por la ley materna, no siendo incorporado a una situación
verdaderamente triangular. Es un hijo de patrimonio materno.
La madre aparece como una proveedora de “amor sublime”, conducta que en muchas
circunstancias es reactiva a fuertes sentimientos de culpa. Como una forma de manejar
esta culpa la madre se exige dedicar a su hijo todo su tiempo y energía. Otras veces la
entrega sublime al hijo es una respuesta reactiva a sentimientos de indiferencia, hostilidad,
rechazo e ideas de muerte, sentimientos éstos generalmente inconscientes.
Es una madre que prioriza la postergación sacrificada de ella como mujer, esposa, madre
de los otros hijos. La maternidad queda reducida a cargar con una mochila muy pesada,
que agota física y psicológicamente.
En muchas ocasiones la madre deja de trabajar, renuncia al ejercicio de su profesión,
abandona proyectos personales, etc.
En otras ocasiones esta dedicación exclusiva al hijo encubre una necesidad de ella de
llenar un vacío personal, una soledad de pareja, o la posibilita ocultar una vivencia de
fracaso como persona, o bien encubrir inseguridades y temores.
Se cumple o no se cumple con el ideal del sacrificio: esta es una situación llena de
ambivalencia para la madre.
El no cumplimiento de este ideal del sacrificio se acompaña de una vivencia de estar en
falta y es fuente de acusaciones y autorreproches.
Por otro lado, la madre sometida a este ideal del sacrificio tiene la vivencia de esta
tiranizada y esclavizada por él.
La madre está entrampada: si ella se desarrolla, cree estar fallando en su función de madre
de este hijo débil y frágil y se siente culpable. Si, por el contrario, ofrece su renuncia
personal y sacrificio, cree estar cometiendo algo contra sí; es la responsable de su propia
mutilación.
Este modelo del sacrificio es favorecido y legitimado por todos los que rodean a esta
madre: médicos, estimuladores, docentes y el propio esposo.
Es una observación diaria el hecho que se hace recaer en ella la responsabilidad de toda
desmejoría o estancamiento de los tratamientos. Además, aunque el niño progrese, los
terapeutas hacen hincapié en todo “lo que a la madre aún le falta por hacer”, sin alentar los
logros ya obtenidos.
Generalmente hay de parte de toda una falta de signos de reconocimiento por los
sacrificios. Esto genera quejas y reproches de ella hacia los demás integrantes de la
familia, especialmente hacia el padre.
La madre puede quedar, además, atrapada en la función de reeducadora del hijo en
detrimento de las funciones maternas.
¿A esto queda reducida su función materna? En este caso se pierde la naturalidad y la
espontaneidad en el vínculo madre-hijo. Quedan anulados el goce y el placer (las caricias,
los juegos, los mimos, etc.).
Muchas veces para llegar a que esta delegación ocurra es necesario un largo trabajo previo
de elaboración del sentimiento de culpa que se reactiva ante la situación de separación, las
fantasías de “madre abandónica”, “mala madre”, “persona insustituible”, etc.
El vínculo padre-hijo
La clínica es reveladora de que ley del padre suele estar ausente. Es decir, la marca
orgánica traba el ejercicio de la función paterna de interdicción. Esto puede ser
consecuencia de una madre que no posibilitó la entrada del padre, que obturó ese lugar.
El padre suele sentir al hijo como una herida en su virilidad en la medida en que la
descendencia, que es portadora del apellido del padre, ha quedado como algo trunco; más
aún cuando se trata del primer hijo varón, la descendencia suele ser significada como una
falla en la línea generacional.
El padre puede quedar ocupando el lugar de un competidor celoso frente a la estrecha
relación madre-hijo.
El padre suele hacer una delegación de la mayor parte de las responsabilidades de la
crianza en la madre. En una división rígida de roles sexuales, queda haciéndose cargo en
forma exclusiva del aporte económico de la familia, poniendo la mayor parte de sus
energías en el exterior.
Se muestra que la mayor distancia vincular padre-hijo disminuido se debe a la falta de
estímulo que encuentra el padre en la interacción con él.
Nuestra experiencia muestra también que se produce un gran acercamiento del padre al
hijo cuando se fomentan encuentros entre ambos. Vemos que son muy significados los
cambios a partir de concurrir el padre solo con su hijo a entrevistas vinculares padre-hijo en
las cuales la consigna básica es que juegue con el niño.
La presencia de la madre en las entrevistas, en cambio, lleva a que el padre tome una
actitud más pasiva y de observación, y a que delegue y confíe en los recursos de ella,
quien asume la actitud más activa.
Muchas veces la no intervención paterna se debe a falta de confianza en sus propios
recursos y en sus conocimientos acerca de cómo tratar al niño, o al temor a la censura de
la madre, más entrenada por el trato diario con el niño y por el cúmulo de instrucciones que
recibe del equipo de profesionales tratantes.
Vínculo caracterizado por la sobreprotección: pueden adoptar hacia ese hermano sin
limitación, una conducta de sobreprotección, eximiéndolo de responsabilidades y
preocupaciones en torno a la difícil situación que vive la familia. Se lo aísla para que no se
involucre, argumentando que de este modo se le evitan los problemas que acarrea el niño
diferente.
Entrevistas diagnósticas
En las entrevistas diagnósticas se trata de recrear y revisar minuciosamente la historia de
la pareja, de su relación de alianza, que es la piedra fundamental de la creación de esta
familia. También se indaga en la historia individual de cada miembro de la pareja. En esta
revisión histórica indagamos cuáles ha sido las situaciones de duelo vividas previamente, y
qué respuestas se han instrumentado ante las mismas.
Nos aportan datos diagnósticos de mucho valor dentro de la historia familiar las
experiencias pasadas con la enfermedad, la pérdida, la crisis y la adversidad, y cómo se
organizó el sistema familiar en ese momento para afrontarlas, o sea, cuáles fueron las
estrategias de respuestas que se han utilizado en el pasado frente a estas situaciones.
Resulta un elemento diagnóstico fundamental conocer cuáles son los recursos con los que
cuenta la familia, tanto internos como externos.
Consideramos que resulta, además, enriquecedor registrar en las entrevistas el sistema de
creencias de la familia, en especial, las que tienen que ver con la salud y la enfermedad, ya
que entendemos que determinan profundamente cómo la familia ha significado la
deficiencia, la capacidad de respuesta y la adaptación familiar a la situación que les ha
tocado vivir.
Refiriéndose a este tema J.Rolland considera que una evaluación exhaustiva en este tipo
de familias incluye el rastreo de creencias sobre:
La normalidad
La relación mente-cuerpo.
Control y buen manejo de las situaciones
Optimismo/pesimismo.
Significados que la familia atribuye a la enfermedad o la discapacidad.
Legados multigeneracionales, historias y libretos que dan forma a las creencias de
la familia referidas a la salud y su respuesta a la enfermedad/discapacidad
Rituales familiares, etc.
También se indagará acerca de los cambios que sucedieron en la dinámica familiar desde
el enfrentamiento al diagnóstico.
Principio de semejanza: los grupos integrados por sujetos padecen la misma enfermedad
o comparten una situación común funcionan de acuerdo al principio de semejanza, que
plantea la relación directamente proporcional entre semejanza de la problemática y
posibilidad de eficacia terapéutica del grupo, y se basa en el desarrollo de identificaciones
primarias y en la producción de un alto nivel de cohesión grupal.
Existe un valor terapéutico en lo que es el pasaje del “a mí me pasa” a el “a nosotros nos
pasa”. De todos modos, la semejanza no implica desconocimiento de las diferencias.
Este principio se cumple en la medida en que se desarrollan allí los siguientes cinco
factores curativos:
Cohesión: atracción que mantiene a los integrantes de un grupo como
pertenecientes al mismo. Implica interés en mostrarse frente al otro y que el otro se
muestre frente a uno en un ambiente protegido.
Universalidad: sensación de compartir padecimientos, situaciones problemáticas
y/o características con otros integrantes del grupo.
Esperanza: valor terapéutico de ver que otros han cambiado o mejorado. Se
produce una inoculación de la esperanza.
Altruismo: la posibilidad de ayudar a otro que ofrece a un grupo posibilita elevar la
autoestima de quien brinda la ayuda.
Imitación: como primer ensayo en el desarrollo de procesos de cambio.