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ACOMPAÑANTES TERAPÉUTICOS

Actualización teórico- clínica


Susana Kuras de Mauer y Silvia Resnizky

Capítulo II
Abordajes múltiples. El lugar del acompañante terapéutico
Acompañamiento Terapéutico: Una experiencia intersubjetiva
Es en la “clínica del desvalimiento” donde anida el acompañamiento
terapéutico. Las patologías del desamparo lo alojaron desde el comienzo. En su
territorio, el de la indefensión humana, de perímetros borrosos en el inicio, se fue de
marcando escribiendo con nitidez creciente un espacio para el Acompañante
Terapéutico. Su dialecto fue construyendo su propia especificidad desplegando un
alfabeto inconcluso aún hoy.
Actualmente, de regreso de aquella Cruzada épica de los orígenes, persistimos
en el intento de darle al acompañante terapéutico la carta de ciudadanía que merece.
En el decurso zigzagueante de la praxis clínica fue definiendo una vocación una
vocación; entendida como bien dice Santiago kovadloff, “como aquello que nos elige.
Que dispone de nosotros que se nos impone”·1
La valoración subjetiva de la profesión ha cambiado. Rescribir y actualizar los
problemas y los alcances que plantea la integración del acompañante terapéutico en el
abordaje de paciente de difícil acceso, es un compromiso que nos sigue involucrando;
imprime a la tarea sentido y, a su vez, en tanto fundamentación conceptual, nos
expone a precisar y a revisar incesantemente el quehacer clínico.
De aquella experiencia ágrafa de los comienzos, el entretejido del trabajo
asistencial, la formación de acompañantes, junto con las supervisiones. grupos de
reflexión, jornadas congresos, “escribieron” proyectos, artículos y libros, de los cuales
éste aspira ser un nuevo aporte.
Posiblemente ya estemos en condiciones de recrear el concepto de
acompañante terapéutico, tallando con más rigor su singularidad.

1
Kovadloff, S. (1992) La nueva ignorancia. Buenos Aires: Rel.

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¿De qué índole es la disponibilidad con la que trabaja el acompañante
terapéutico? La idea de una disponibilidad móvil, como estado mental, desplegado en
el seno de una experiencia intersubjetiva, es quizás una de las características comunes
a diferentes variantes de aplicación del acompañamiento terapéutico.
El desafío consiste en decidirse a ser acompañante en el encuentro con otro,
disponerse a escuchar al paciente en su desolación, interrogarnos acerca de qué está
necesitando el paciente y qué puede eventualmente resultarle terapéutico del
acompañamiento.
El acompañamiento no es necesariamente terapéutico por definición. Puede no
serlo si el posicionamiento del acompañante terapéutico frente al quehacer clínico,
frente al paciente y/ o frente el equipo con quién trabaja, no está lo suficientemente
articulado.
La palabra terapéuticos tiene una impronta médica, asociada los remedios y
preceptos indicados para el tratamiento de las enfermedades. El diccionario alude a
este término como aquello que “cuida de algo o alguien”.
¿De que cuidado hablamos cuando pensamos en el acompañamiento
terapéutico? Una pregunta si no lleva necesariamente a plantearnos el problema en
plural, ya que nos resulta insuficiente pensar el acompañamiento terapéutico en
singular; pero no sólo porque sus aplicaciones son múltiples, sino porque las
acepciones del cuidado son disímiles.
Hablar de “patologías del desamparo” abarca un espectro muy vasto de
posibilidades. Pero en el recorrido por estos diferentes universos donde el dolor y el
padecimiento psíquico han cobrado protagonismo central, la subjetividad está
amenazada, cuando no abolida. Nos referimos especialmente a la psicosis, a la clínica
de las impulsiones, de las depresiones y de las perturbaciones severas en la infancia.
Insistimos en la insuficiencia de los enfoques fragmentarios. Disciplinas afines
como el psicoanálisis, la psiquiatría, la neurología, la psicopedagogía, nos ofrecen y nos
desafían a una articulación que no subvierte sus respectivas identidades. Los abordajes
múltiples, donde se combinan intervenciones que integran discursividades diversas,
enriquecen sin necesariamente recubrirse ni yuxtaponerse.
Interdisciplinarias son aquellas experiencias que buscan articular lo diverso con

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la propio, tomando en cuenta las múltiples encrucijadas que desafían la convivencia
productiva de distintas perspectivas y diferentes profesiones y profesionales.
Pulsear por el patrimonio de la verdad y la posesión del paciente, ha dañado
considerablemente la posibilidad del trabajo interdisciplinario productivo.
La inserción del acompañante terapéutico ha tenido en sus orígenes, en
Argentina, mayor difusión en el ámbito de la práctica clínica privada. Hace sólo uno
pocos años que las instituciones estatales han comenzado a incorporar acompañantes
terapéuticos a sus servicios de psicopatología. Estos, salvo honrosas excepciones,
siguen en el mismo destino lamentable que en la Argentina corren la mayoría de los
trabajadores de la salud que persisten en defender y conservar la práctica institucional.
Los acompañantes son incorporados y nombramiento y ad honorem y recargados de
tareas por la carencia de personal suficiente y por falta de entrenamiento adecuado en
el trabajo de equipo. La formación de un agente terapéutico no puede ser
esquemática, debe incluir necesaria y responsablemente los elementos que le
permiten trabajar en forma interdisciplinaria. Necesitamos una universidad que
prepare profesionales diestros en el trabajo comunitario, e instituciones asistenciales
que favorezcan su inserción.
Es la dimensión intersubjetiva el rasgo definitorio del acompañamiento. Se trata
de una profesión doblemente esperanzada, tanto en sus potencialidades terapéuticas,
como la posibilidad devenir un “mejor inquilino” de las de las disciplinas donde habita.
¿Hasta cuándo seguirá el acompañante terapéutico en calidad de indocumentado?

Dispositivos clínicos en el múltiple abordaje


Enriquecido por su heterogénea aplicación a campos clínicos muy diversos y
disímiles, el acompañamiento terapéutico fue conquistando territorios donde habilitó
desafíos teórico- clínicos que continúan abiertos aún hoy.
Las múltiples aproximaciones al tema fueron imprimiendo a su especificidad
profesional una creciente consistencia conceptual.
Pensamos los dispositivos como montajes completos, construcciones conjuntas
equipo tratante- paciente donde, el vínculo es el que va haciendo aparecer las
diferentes figuras del dispositivo. Es desde esta perspectiva que proponemos

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considerar la variación de los dispositivos como variación en la producción de
subjetividad.
El dispositivo es una construcción con los pacientes, y su “ingeniería” promueve
la creatividad del conjunto generando combinatorias variadas. La regla consiste en
construir la regla. Jean Laplanche plantea la distinción entre el concepto de diferencia
qué se refiere la polaridad entre dos términos y el de diversidad, relación entre más de
dos elementos, que admite la multiplicidad.
Los dispositivos pueden considerarse Entonces como una diversidad de
instrumentos a disposición del equipo tratante, dentro de un marco estipulado por los
acuerdos del contrato terapéutico. Favorecen la disponibilidad para propiciar
condiciones de simbolización y subjetivación aptas para el despliegue del trabajo
psíquico.
Ya en 1913 Freud sostenía que “la extraordinaria diversidad de las
constelaciones psíquicas intervinientes la plasticidad de todos los procesos anímicos y la
riqueza de los factores determinantes, se oponen, por cierto, a una mecanización de la
técnica y hacen posible que un proceder de ordinario legítimo no produzca efecto
algunas veces, mientras que otro habitualmente considerado erróneo lleve en algún
caso a la meta”.2

Concepto de Tramo-Módulo- Proceso


Cada dispositivo se construye como tramos de una trama en una labor- con; en
un trabajo conjunto y en colaboración. No es fijo, sino que puede variar en función de
una regla inmanente. Un “entre varios” que habilita la producción de aperturas
inéditas. La clave de la validación se encuentra la lectura a posteriori y a través de sus
efectos.
En la noción de proceso, el tramo es un segmento que forma parte de una recta
que está configurada como parte de una totalidad. En un proceso se integran
momentos lógicos 1, 2, 3, etcétera; ésto supone una secuencia continuada porque, por
definición, proceso significa que todo varía, menos una condición que es la que
permite que todo varíe. En el proceso se van enhebrando sucesivos momentos de una

2
Freud S. Sobre la iniciación del tratamiento. Nuevos consejos sobre la técnica psicoanalítica, en AE

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serie a partir de un comienzo y hasta su finalización.
Pero el tramo también puede ser un módulo, una unidad que forma parte de
una trama. Este modo de concebir el tramo implica una ruptura epistemológica con la
idea de la continuidad sustancial. Cada tramo tiene valor de producción por sí mismo.
A cada tramo corresponde una construcción del dispositivo. Así resulte evidente que
las ideas del tramo- trama y construcción del dispositivo resultan solidarias.
Pero un tramo no es una parte de un todo, ni el segmento de una recta, de
modo tal que se puede variar el dispositivo sin que el abordaje clínico pierda
consistencia, dado que su coherencia estratégica está regulada por el principio del a
posteriori.
La multiplicación de los dispositivos es simultáneamente la multiplicación de los
instrumentos de lectura y de las capacidades para interpretar cada tramo.
Sin embargo, tanto el indicación de tratamiento como la responsabilidad y el
compromiso con el mismo es competencia exclusiva del equipo tratante.
De la diversidad de prácticas clínicas surgen especificidades que complejizan los
modos de pensar la terapéutica. Por ejemplo, disponernos a construir dispositivos de
abordaje a partir del andamiaje psicoanalítico clásico es abrir las tramas de las clásicas
intervenciones clínicas.
El sustrato de este modo de pensar la clínica estriba en la construcción de una
operación no anticipable ni predeterminada, que permitirá la instrumentación de
diversas estrategias utilizadas, sucesiva y simultánea mente, atendiendo los
requerimientos de cada consulta.3

El Equipo Terapéutico
Refiriéndose a los casos difíciles que ponen a prueba al profesional, dice André
Green, que tratamos de ser políglotas, pero nuestras fuerzas son limitadas. Para
comprender sus dialectos es necesario hablar varios idiomas. Dispositivos clínicos de
múltiple abordaje, son propuestas clínicas que se ofrecen buscando integrar las
diversas lenguas en un cuerpo de equipo. Nuestras limitadas fuerzas nos impulsaron en
1971 a trabajar en esta dirección, en un equipo especializado en las denominadas
3
Moscona, S.; Mauer, S.; Resnizky, S. (2002) Psicoanalistas. Un autorretrato imposible, Buenos Aires:
Lugar.

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terapia de abordaje múltiple.4 dicho equipo tomaba su cargo paciente severamente
perturbados que, por lo general, promovían las consultas en momentos de crisis.
Muchos de ellos presentaban historias de tratamientos anteriores fracasados, y oponía
marcadas resistencia a someterse a cualquier tipo de psicoterapia.
Luego de varios años probando diferentes recursos, descartando algunos y
criando otros, pudimos empezar a ordenar la tarea y, simultáneamente a
conceptualizar y delimitar los alcances de esta promesa.
Para que el abordaje múltiple sea factible es necesario, por un lado, que el
profesional al que consulta el paciente y/ o su familia puede instrumentar múltiple
recursos y, a su vez, que ambos, paciente y familia, se presten a ello.
Cuando hablamos de abordaje múltiple lo hacemos en un doble sentido: en
relación al múltiple sujeto de la enfermedad y de las múltiples formas de abordarlo.
Cuando mencionamos al múltiple sujeto de la enfermedad nos referimos al hecho de
que el profesional no sólo recibe a un paciente grave en crisis, sino Igualmente a una
familia que también está en crisis desde el momento en que no le bastan los recursos
propios de contención. En síntesis, consideramos el paciente que enferma no sólo
como una estructura individual, sino también como síntoma de una estructura familiar
Igualmente comprometida. El abordaje múltiple lo realiza un equipo terapéutico que
desempeña diferentes funciones en distintas áreas. El equipo se transformará en una
red terapéutica y es por eso que la relación entre sus miembros adquirida enorme
significación en el curso del proceso terapéutico. Las funciones y responsabilidades de
los miembros de un equipo son interdependientes pero no simétricas. Trabajar en
equipo no es sinónimo de co-terapia. Las áreas de trabajo, deben estar claramente
diferenciadas. La heterogeneidad y la cooperación entre los miembros de un equipo
terapéutico son los factores fundamentales que permitirán operar a lo largo y en pro
del proceso de curación del paciente. Siendo un equipo el que se hace cargo de la
situación crítica, todos los integrantes se vuelven responsables directos o indirectos del
(o de los) pacientes; y el secreto profesional, tradicionalmente diádico, pasa a ser
parcialmente compartido por todos los miembros del equipo. La circulación fluida de

4
CETAMP: Centro de Estudio y Tratamiento de Abordaje Múltiple en Psiquiatría, dirigido por el Dr.
Eduardo Kalina.

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información entre los integrantes de un equipo resulta indispensable para el
funcionamiento del mismo y, a la vez, neutraliza los intentos de manipulación y los
pactos perversos a los que pueden inducir, tanto el paciente como los familiares, en el
curso de la experiencia clínica.
El equipo está integrado básicamente por un psicoterapeuta, que se hace cargo
del abordaje familiar; un administrador psiquiátrico, que coordina la tarea médica si
ello es necesario; un psicoterapeuta individual; uno o más acompañantes terapéuticos
de acuerdo a los requerimientos del paciente. Más adelante, cuando el paciente está
en condiciones de comenzar a responder las propuestas terapéuticas que se le
formulan, podrán incluirse profesores especializados para alentar encauzar sus
inquietudes. Conviene que los profesores tengan una preparación especial -es decir
que está en psicoterapéuticamente capacitados- ya que no deben encarar el suministro
de su asignatura sino como una actividad dirigida a organizar el aprendizaje mediante
un nuevo lenguaje dirigido al paciente psicótico. Éste sufre generalmente severos
trastornos y requiere, por ende, de la instrumentación de técnicas especializadas para
poder superar sus dificultades de asimilación.
Desde que comenzamos nuestra tarea, trabajamos con la idea de abordar a los
pacientes en diferentes aspectos de su vida diaria, intentando crearles un medio
ambiente terapéutico, participando activamente en sus diferentes grupos de
pertenencia, visitando sus casas, conociendo sus amigos, reuniéndonos con los
maestros o directores de escuela cuando lo consideramos oportuno.
Dada la complejidad de su trama y los múltiples recaudos que exige, es fácil
advertir que el abordaje múltiple se aplica pacientes graves con tendencia interrumpir
el tratamiento.
El acompañante terapéutico asiste el paciente en crisis y puede hacerlo desde la
fase diagnóstica y/ o a través de todo el proceso terapéutico. Su labor no puede
cumplirse en forma aislada. Ella está siempre inscripta en el seno de un equipo. Es la
pertenencia al mismo y la identificación con el esquema referencial y las pautas de
trabajo que de él emanan, lo que permitirá perfilar su quehacer clínico con claridad.
“Para que exista un equipo psicoterapéutico es necesario que por lo menos dos
personas se ocupen de un paciente o -más exactamente- del paciente y de su entorno,

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comunicándose con regularidad constante y confiable. Además esta comunicación
intraequipo debe ser conocida por el paciente y su familia”.5
En este sentido la formulación de un contrato claro de trabajo Evita
malentendidos y favorece la discriminación.
En los comienzos, Eduardo kalina -como subrayó en la entrevista- los llamó
“amigos calificados”.
El cambio de denominación no fue un hecho trivial. Implicó un cambio en
cuanto la delimitación y los alcances del rol. Fundamentalmente, la nueva asignación
surgió a partir de la experiencia clínica de las personas que comenzamos a trabajar en
esta tarea. Cuando se empleaba la expresión “amigo calificado”, se acentuaba, como es
evidente, el componente amistoso del vínculo; mientras que al reemplazarlo por la
denominación actual, se destaca lo terapéutico desde este de este tipo de función
asistencial. Esta nueva nomenclatura tiene, a su vez, la ventaja de encuadrar mejor la
tarea, y fortalecer el sentido interaccional del vínculo. La condición de “amigos”
implica, desde el punto de vista, del vínculo, simetría de sus participantes y, desde el
punto de vista tempo- espacial, una frecuentación no delimitada de antemano y librada
los deseos de los participantes. En cambio, el encuadre de trabajo del Acompañante
Terapéutico es, desde el punto de vista vincular, asimétrico. El AT no es un amigo
aunque puede establecer lazos afectivos muy fuertes con el paciente. Forma parte de
un equipo psicoterapéutico, realiza una tarea asistencial y, además, es remunerado por
su trabajo. Desde la perspectiva tempo- espacial, la frecuentación (cantidad de horas,
horarios) se estipula y se mantiene, y no se toma como variable para su organización el
deseo de sus participantes aunque sí se considere como emergente significativo el
hecho de que haya, o no, un vivo interés, recíproco, en el desarrollo de la relación.
Lo expuesto hasta aquí muestra no son las ventajas del cambio de
denominación, sino también evidencia las desventajas que puede acarrear la tentación
(muy frecuente en el acompañante desprevenido) de presentarse frente al paciente
como un amigo más, para allanar las dificultades que, inevitablemente, aparecen en el
establecimiento de todo vínculo terapéutico. Lo que en un principio se perfila como un

5
Korin, Santiago: “Equipos Psicoterapéuticos para pacientes críticos”, Revista de Psicoanálisis,
Asociación Psicoanalítica Argentina, Buenos Aires.

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componente que propende a facilitar el vínculo, se torna, luego, un elemento
distorsionador del proceso terapéutico. Puede, incluso, conducir a la interrupción del
mismo. Creemos que cuando el acompañante terapéutico, ya sea consciente o
inconscientemente, da lugar a que se borren las diferencias mutuas, genera un tipo de
vínculo ilusorio, con alto grado de ambigüedad, que a la larga o a la corta, resiente el
trabajo. Consecuentemente, lo que aquí conviene poner en juego es la habilidad
personal necesario para poder establecer un buen vínculo con el paciente, desde el
posicionamiento que se tiene y desde el lugar que realmente se ocupa, y no desde el
lugar en el cual el paciente desea situarnos.

Funciones del Acompañante Terapéutico


1. CONTENER AL PACIENTE
La contención de fundamental y constituye la primera función del acompañante
terapéutico, cualquiera sea el momento del proceso en que se hallen los pacientes. El
acompañante terapéutico se ofrece como sostén, auxiliando al paciente en su
imposibilidad de delimitarse a sí mismo. Acompaña y ampara al paciente en su
desvalimiento, su angustia, sus miedos, su desesperanza, e incluso en aquellos
momentos de mayor equilibrio.
El concepto Winnicottiano de “holding”, o la idea de “escucha invistiente” de
Piera Aulagnier, aluden de modos diversos a esta necesidad de contención, propia de
patologías graves.
Los aportes de Didier Anzieu, en torno a las “envolturas psíquicas”, como
planos de demarcación entre mundo interno y externo, entre mundo psíquico interno y
mundo psíquico de otro, se inscriben también en la serie de instrumentos conceptuales
a este planteo.

2. OFRECERSE COMO REFERENTE


Más allá de las vicisitudes transferenciales que se dejan en cada vínculo
intersubjetivo, el acompañante terapéutico es para su paciente un “referente”,
incluyéndose como tercero. Cuando hablamos de “terceridad”, lo hacemos aludiendo a
un posicionamiento del acompañante terapéutico que opera en el vínculo a la manera

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de organizador psíquico que lo ayuda a regularse.
Cuando comenzamos a perfilar las funciones del acompañante terapéutico
planteamos que podría devenir para el paciente un posible “modelo de identificación”.
Hoy, pensamos que hablar de modelo puede prestarse a equívocos ideológicos, donde
la idea de “ejemplaridad” desvirtúa el sentido de alternativas, de posibles variantes
que quisimos transmitir en aquel momento.
Por eso preferimos hablar de referentes, por su connotación de mera
orientación, por su condición relativa. Los modos de intervención en distintos
dispositivos clínicos nos plantean el desafío de situarnos como referentes
identificatorios con el cuidado suficiente de no ser tomados como el único modelo y,
peor aún, protésico, al cual habría que adherir.
El acompañante terapéutico, al trabajar en un nivel dramático vivencial, no
interpretativo, intenta y muestra el paciente, in-situ, modos diferentes de actuar y
reaccionar frente a las vicisitudes de la vida cotidiana. Esto resulta terapéutico.
Primeramente, porque propone una ruptura con los modelos estereotipados de
vinculación que lo llevaron a enfermar. En segundo término porque ayuda al paciente
aprender a esperar y a postergar.

3. AYUDAR A “REINVESTIR”
En virtud del grado de vulnerabilidad del show en la psicosis el acompañante
terapéutico Se ofrece a la manera de un organizador psíquico motor con combustible
capaz de intervenir operativamente y decidir por el paciente En aquellos órdenes
donde éste no es aún capaz de hacerlo por sí mismo ASUME por momentos funciones
que el show del paciente por estar comprometido y debilitado por enfermedad no
puede desarrollar la fragilidad extrema del paciente se manifiesta con frecuencia en
inadecuación y desajustes falta de dominio retracción Y hasta desinvestidura de
aspectos vitales que no pueden cargar por sí mismo.

4. REGISTRAR Y AYUDAR A DESPLEGAR LA CAPACIDAD CREATIVA DEL PACIENTE

Desde la fase diagnostica, el acompañante terapéutico trataré de auscultar las


capacidades manifiestas y latentes del paciente. A lo largo del proceso terapéutico,
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alentará el desarrollo de las áreas más organizadas de su personalidad neurótica en
desmedro de sus aspectos más desajustados.
La canalización de las inquietudes del paciente cumple un doble objetivo: sirve
para liberar la capacidad creativa inhibida y tiende la estructuración de la personalidad
alrededor de un eje organizador. Al proponer y ayudar investir tareas acorde con los
intereses del paciente, se lo ayuda a reencontrarse con la realidad y se promueve y
refuerza en el la noción de proceso, opuesta a la concepción mágica del tiempo y el
espacio, cuyo rasgo distintivo es la dilución a una inmediatez y la negación de lo
procesual.

5. APORTAR UNA MIRADA AMPLIADA DEL MUNDO OBJETIVO DEL PACIENTE

Al establecer un contacto cotidiano con el paciente, del acompañante


terapéutico dispondrá de información ampliada sobre su mundo de discurrir en
ámbitos diversos, sobre los vínculos que mantiene con los miembros de su familia, el
tipo de personas con las que prefieres relacionarse, las emociones que lo dominan.
Registrará también conductas llamativas de la vida diaria en relación a la alimentación,
el sueño, la higiene personal. Ser voceros de ese mapa ampliado permitirá alcanzar, en
un tiempo relativamente corto, una mirada integral del paciente y servirá como
indicador diagnóstico y pronóstico de inapreciable valor. A su vez, son fundamentales
los cambios observados en los vínculos significativos del paciente. Todo ello contribuirá
a una mejor evaluación de las alternativas a la hora de trazar una estrategia clínica.

6. HABILITAR UN ESPACIO PARA PENSAR

El tratamiento de abordaje múltiple exige trabajar con el paciente algunas horas


diarias. El acompañante se incluye entre las actividades terapéuticas del paciente y lo
hace con disposición dialógica. No fórmula interpretaciones de formaciones del
inconsciente de su paciente. Pero, en muchos sentidos, resulta ser “su intérprete”. El
espacio discursivo que se habilita en el vínculo, ensancha las fronteras del intercambio
comunicativo del paciente. Se legitima así un ámbito más de procesamiento y
metabolización.

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7. ORIENTAR EN EL ESPACIO SOCIAL

El paciente perturbado psíquicamente se encuentra perdido en un espacio


social que no domina. Sufren importante desconexión del mundo que lo rodea. En la
medida en que el tratamiento lo permita, el acompañante tendrá por función paliar
esta distancia facilitándole el reencuentro, en forma paulatina y dosificada, con algo de
lo que perdió.
Por ejemplo, fue tarea de un acompañante terapéutica ayudar a una mujer
joven que sea externaba a retomar la organización de su casa y hacerse nuevamente
cargo del cuidado de sus hijos pequeños. Su responsabilidad incluida tareas que iban
desde la confección de la lista de compras diarias para la casa hasta la orientación
concreta en cuanto al manejo de los niños. Y también debió ayudarla metabolizar las
ansiedades que le produjeron todos esos cambios (externación, vuelta al hogar y
asunción del rol materno) una lucha en dos frentes, realidad psíquica y realidad
exterior.

8. INTERVENIR EN LA TRAMA FAMILIAR

El acompañante terapéutico puede contribuir, además, a descomprimir y


amortiguar ciertas interferencias en la relaciones del paciente con su familia. Demos un
ejemplo: la mamá de Pedro, un adolescente de 17 años, internado en una comunidad
terapéutica que concurría visitarlo con anteojos oscuros, un pañuelo en la mano y la
nariz enrojecida, siempre lo saludaba de esta manera: “¿Qué te pasa? Te veo muy mala
cara. ¿Estás deprimido? ¿No te gusta estar acá?”. El acompañante terapéutica observó
que al presentarse de esta manera la madre promovía elijo una actitud en espejo. Para
desvirtuarla debió funcionar como un pararrayos, absorbiendo parcialmente la
descarga masiva que paralizaba afectivamente al paciente.

Devenir Acompañante Terapéutico


El rasgo definitorio de esta profesión es la dimensión intersubjetiva en la que se
juega una responsabilidad ética y un posicionamiento profesional, esto requiere, de

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quiénes se forman y se deciden ejercerla, una vocación asistencial altamente
comprometida tanto con los pacientes como con el equipo al que se integra. Junto a la
vocación asistencial debe haber también madurez para compartir y planificar la tarea
de un equipo multidisciplinario y, a la vez, autonomía y sentido de la oportunidad para
asistir a pacientes graves que requieren decisiones rápidas, precisas y a veces
inesperadas.
Es frecuente que se produzcan situaciones imprevisibles que deban ser
resueltas en el momento, sin posibilidad de consulta con el equipo tratante.
La capacidad de empatía, es decir, la actitud de coincidir con el otro suscitando
su interés y por lo tanto la convergencia, es imprescindible para el desempeño
adecuado en esta tarea. Ese otro, en nuestro caso, el paciente es abordado por la
violencia psíquica que lo aqueja. Para él su acompañante terapéutico se desempeña
como soldado de la primera línea de fuego, y ello por dos razones: por la frecuencia del
vínculo y por el tipo de actividades que realiza, relacionados con la vida cotidiana del
paciente, con su familia, con sus amigos, con su trabajo. -cuando lo tiene-.
Para contener el paciente, el acompañante necesita reconocer claramente su
alteridad. La flexibilidad es la posibilidad de adecuarse a condiciones cambiantes sin
perder de vista las pautas y el encuadre de trabajo; a ella se opone la rigidez que
empobrece los vínculos por la aplicación de modelos estereotipados. El acompañante
terapéutico implicado con su quehacer demarcará límites claros, firmes pero no rígidos
y, en consecuencia, permitirá un juego amplio de movimientos entre las posiciones
extremas.
Realizará un pasaje permanente desde la teoría la práctica, es decir desde lo
que teóricamente convendría hacer con un determinado paciente dada su patología, a
lo que prácticamente resulta factible, dadas sus características personales y el medio
en el cual está inmerso. Es por esto que los conocimientos teóricos y técnicos que el
acompañante posee sólo podrán servir como una base a partir del cual crear, imaginar,
inventar, o promover los recursos adecuados para diversos pacientes.
Hay a un otro sentido importante de concepto de flexibilidad. Éste no sólo a
Tania la posibilidad de acercarse el paciente con el menor número posible prejuicio y
estereotipos, sino a la facultad de aproximarse con un otro discriminado. El

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acompañante terapéutico se implica en el mundo del paciente, escuchándolo sin
miedo, sin emitir juicios valorativos, sin apresurarse indicar si lo que dice se
corresponde o no con la realidad y sin interpretar. Debe, a la vez situarse a una
distancia prudencial para poder pensar con autonomía. Uno de los riesgos más
frecuentes que corre el acompañante terapéutico es el de identificarse con el paciente
en los momentos en que éste se siente víctima, incomprendido o maltratado por
quienes lo rodean. Un acompañante terapéutico confundido con su paciente puede
obrar por lo menos de dos modos igualmente erróneos: uno, es viendo la realidad tal
como la describe el paciente; otro, es rechazándolo violentamente para eludir la
confusión. En ninguno de estos dos casos podrá ayudarlo a integrar los aspectos
escotomizados de la realidad ni a producir las modificaciones necesarias para romper
con los estilos de estereotipados dos y alienantes de vinculación.
Es una paradoja y los requisitos para la selección de acompañantes terapéuticos
sean un tan laxos, siendo las condiciones de trabajo tan estrictas. Se trata con
pacientes graves, que tienen una tolerancia mínima a la frustración y a quienes no se
les puede “fallar”. Los que a la vista de un observador ingenuo podrían pasar como
detalles intrascendentes, tales como el atraso de algunos minutos, un cambio de
horario a una ausencia sin aviso con suficiente anticipación, suelen general en el
paciente intensas reacciones de odio. Estas pueden ser autodestructivas (por
considerarse culpable y merecedor de esos “castigos”, incapaz de ser querido) o
pueden ser hetero- destructivas (porque reviven situaciones primitivas de abandono y
reaccionan actuando, vengándose, atacando los vínculos). Es fundamental mantener
en forma estricta el compromiso asumido porque el paciente nos pone
permanentemente a prueba. La carencia, y la intolerancia a la frustración que lo
atraviesa, lo lleva a establecer relaciones de necesidad que incluyen alejamientos y
acercamientos repentinos torpes y poco previsibles. Necesita comprobar una y otra vez
que cuenta con la presencia, el apoyo, y la escucha del acompañante.
La constancia de los vínculos es lo que va a posibilitar el desarrollo de los
sentimientos tiernos que, a su vez, permitirán que se invista la relación y se produzca
algún intercambio. Es importante, por todo esto, que se realicen entrevistas
exhaustivas y admisión a los futuros acompañantes terapéuticos.

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Existen contraindicaciones específicas para realizar esta tarea: que el aspirante
esté atravesando un momento vital crítico (por ejemplo, un duelo reciente) o que no
tenga disponibilidad afectiva suficiente por hallarse todo su interés primordialmente
centrado en algún otro vínculo (por ejemplo, una mujer con un bebé en la época de la
lactancia).
Las entrevistas de admisión son instrumentos son un instrumento que sirve
para proteger al paciente del riesgo de establecer vínculos frustrantes, y al
acompañante terapéutico de realizar una tarea que pueda resultarle perjudicial.

El vínculo acompañante terapéutico paciente


En la experiencia asistencial se ha ido gestando a un estilo propio en lo que
hace la modalidad del vínculo acompañante terapéutico- paciente. En ella puede
distinguirse aperturas, desarrollos y desenlaces que intentaremos describir.

Primer movimiento: inicio de la relación


Las actitudes dominantes, al comienzo de la relación del paciente con su
acompañante, pueden ser de sospecha y desconfianza o de transferencia masiva,
abrupta y prematura.
Cuando el sentimiento predominante es el primero -es decir el de malestar,
sospecha y desconfianza, se evidencia un marcado predominio de ansiedades
persecutorias que generan conductas tendientes a acentuar la distancia y a poner
freno a todo lo que pueda propiciar un proceso de integración y colaboración con el
tratamiento.
Cuando predomina la transferencia masiva, abrupta se produce una relación
con características casi simbióticas, donde predomina una marca de idealización de la
persona acompañante. EJEMPLO: Frente a una consulta por un adolescente de 16 años,
en crisis, que acababa de ser salvado de su intento de suicidio, el director del equipo
propuso que un acompañante terapéutico acudiera a su domicilio. Al entrar a la
habitación del futuro paciente, éste abrazó al acompañante terapéutico diciéndole en
medio de un llanto desconsolado: “Viste, ¡me mate!”. El acompañante aún no había
alcanzado a presentarse.

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Segundo movimiento: mayor aceptación del vínculo
Luego de un tiempo de reconocimiento y mutuo ajuste, la relación
acompañante- paciente comienza a hacerse más accesible para ambos.
La empatía y el sentido común del acompañante se hacen aquí necesarios para
desplegar las distintas maniobras terapéuticas fijadas en la estrategia de abordaje que
el equipo establezca.
En esta etapa, las actividades ya pueden planificarse junto con el paciente,
siempre que éste manifieste una actitud de mayor compromiso con el tratamiento.
A medida que el acompañante desarrolla su tarea, el paciente va
comprendiendo los roles que aquél cumple dentro del equipo. “Cuando te conocí -le
dice Cecilia, paciente de 17 años a su acompañante- creí que eras una espía-
psiquiátrica, que te ponían para vigilarme y que tendrías que pasar un informe donde
figurase todo lo que hacía bien y lo que hacía mal. Ahora me doy cuenta que vos no sos
una amiga como cualquier otra, sino que estás conmigo para que yo haga mejor las
cosas”.
Carlos, adolescente también, dijo una vez a su acompañante: “Vos pareces mi
agenda, porque yo para organizarme soy un desastre”. Carlos percibió que en ese
momento su acompañante actuaba como alguien capaz de ayudarlo a administrar su
temporalidad alterada, tanto por su condición de adolescente, como por el derrumbe
psíquico que lo llevó a su enfermedad.

Tercer movimiento: consolidación del vínculo


Es difícil hacer una división en etapas de la evolución de una relación que es
afectiva y, a la vez, terapéutica. Pero aludiendo a un período de consolidación del
vínculo nos referimos al momento del proceso en que el paciente y su acompañante
terapéutico comparten algo más que un contrato de trabajo como objetivos a cumplir.
La frecuencia del vínculo y las características de esta convivencia gestan relaciones de
alto compromiso recíproco. Este hecho suele promover tanto en el acompañante como
en el paciente constantes replanteos respecto del significado de sus roles.
“¿No estará contraindicado que el paciente venga caso y conozca mi familia?”.

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“Y si nos encontramos con mis amigos, ¿cómo se los presentó?”. “Quisiera que Andrea
(mi paciente) viniera a escuchar mi concierto de flauta, pero ¿no será eso un trago
difícil de digerir para ella?”.
Por supuesto, no hay una respuesta única estos cuestionamientos. Sí hay, en
cambio, un compromiso constante y es el de asumir tal responsabilidad con criterio
profesional una y otra vez. Se trata de que tanto el paciente como el acompañante
hagan lo posible para no confundirse.
Otros elementos a tener en cuenta son los altibajos en evolución clínica del
paciente. Dentro de los periodos de franca mejoría, de buena colaboración con el
proceso, suelen aparecer momentos de descompensación, que alteran
circunstancialmente la marcha del tratamiento.
Frente a actigns o momentos regresivos del paciente, las vivencias
contratransferenciales de los acompañantes suelen ser verdaderamente tormentosas.
Sensaciones de rabia, decepción, culpas, contra identificaciones, etcétera, se agolpan
en sus cabezas, sobre todo cuando hay una relación consolidada con el paciente.
Estudiamos la contra transferencia en un apartado especial, no obstante
insistimos en que la evaluación periódica de la tarea del acompañante facilita la toma
de una distancia prudencial, que lo protege de la contra identificación con el paciente.

Cuarto movimiento: Finalización del acompañamiento


Podemos distinguir básicamente dos modalidades en el cierre de un proceso de
acompañamiento. La primera es aquella que desearíamos De antemano: una
separación planificada, gradual, respetuosa del tiempo del paciente y elaboradora del
duelo por la despedida.
Pero, lamentablemente, trabajando con familia psicóticas, pocas fueron las
veces en que pudimos alcanzar esta suerte de “despedidas de lujo”. Fueron más
frecuentes las separaciones abruptas, en situaciones en la que el paciente era
“arrancado” del tratamiento, sin un espacio ni tiempo siquiera para explicitar las
sensaciones que despertaba en él dicha interrupción. En estos casos, la despedida era,
más que un proceso, “un hecho consumado”.
Quisiéramos incluir algunos fragmentos de un interesante material clínico en el

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que Marisa Pujés recorre las vicisitudes de un acompañamiento terapéutico que ya
llevaba 5 años de duración.6
La paciente vivía lejos de su familia (y de su hermana gemela) y su red de apoyo
estaba limitada a un par de amigos. Augusta, ya estaba en análisis y su psicoanalista
plantea la inclusión de un acompañante terapéutico del siguiente modo: “por la
complicación que suponen el dispositivo analítico el hecho de que no se puede ir de la
sesión -se siente abandonada, excluida, echada- decido incorporar un recurso como
recurso un acompañante terapéutica. Ésta tendrá como función recogerla al finalizar la
sesión, ayudarla incorporarse si lo precisa y estar con ella alrededor de una hora, en un
bar. Concibo este recurso como un holding materno. Asimismo intento distribuir la
masiva transferencia de Augusta, que a veces me pide que la adopte, o que la deje
quedarse a vivir en la consulta. La acompañante terapéutica será también como una
hermana gemela, pero sin los locos reclamos de aquella”.7
Nuestro interés el retomar este material clínico consiste en que resultan muy
claros y elocuentes los movimientos y tramos que definen la evolución, tanto del
vínculo paciente- acompañante terapéutico cómo los cambios clínicos en Augusta.
La apertura de la relación está descripta así:
“Trabajamos cara a cara en la mesa de un bar. El acompañamiento, los
primeros días, se desenvuelve en un campo de batalla: continuos ataques al vínculo,
huidas, patadas, mordiscos, intentos de autoagresión, pretende que yo me cansé y no
vuelva, se muestra muy agresiva, quiere corromperme, pervertir el dispositivo: ‘no le
decimos nada, tú no vienes y te sigo pagando’.”8
La fuerte resistencia, acompañada de agresiones y desconfianza, resultan
difíciles de sobrellevar en un comienzo, pero constituyen una “prueba de fuego”
inevitable. De esta manera, la paciente testea la resistencia de su acompañante
terapéutico y sus posibilidades de soportar sus desbordes. De cualquier modo, como
decía Jorge Luis Borges en el Aleph: “…los actos de Los socos exceden las previsiones de
los cuerdos” y, a menudo, quedamos descalificados en el comienzo mismo del

6
Pugés, M. “Un cambio de posición: desde el otro lado del espejo”, en Eficacia clínica del
acompañamiento terapéutico. Buenos Aires: Polemos, 2002.
7
Idem
8
Idem
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acompañamiento.
Relata más adelante la analista de Augusta: “Tras muchas sesiones cortadas por
las marchas antes de la hora, y complicadas, donde el acompañante no sucumbe a sus
intentos de boicot, no la abandona a pesar de todo, no se asusta de su agresividad.
Augusta se va sintiendo más segura, más contenida y puede ir aceptando poco a poco
la relación, aunque su miedo al abandono aparece a cada situación de cambio.”9
Aún sin poder renunciar a aquel modo espectacular de posicionarse la relación,
algo en la calidad del encuentro se anuncia como diferente. Lo amenazador alterna con
momentos de sintonía, donde la paciente puede reconocer un esbozo de alteridad en
la experiencia emocional con su acompañante terapéutico.
La condición gemelar de Augusta parecía reforzar más aún la tendencia a
preservar la ilusión de que la completud narcisista es posible. Quizás por eso no
admitía moverse de aquella mesa del bar. Allí, ambas sentadas y enfrentadas podían
ser una. No cabían hasta entonces otros ángulos posibles, divisiones multifocales.
Augusta estaba algo confiada, pero necesitaba un estar sostenida por la mirada de su
acompañante terapéutico en forma constante y desde una sola perspectiva.
Sobre el final del trabajo, la autora citó una frase de la paciente, que podría
pensarse como una evidencia de haber accedido a un tercer momento en la evolución
del vínculo:
“Augusta sigue funcionando a nivel imaginario (…). Es muy difícil desmontar su
imaginario, introducir algo diferente, pierde los límites, se pierde. (…) La descoloca que
no sea como su hermana, como su madre, como sus amigas, que no la ataque, que no
abuse de ella, que no la rechace cuando ‘falla’. Eso la descoloca pero, poco a poco, le va
permitiendo encontrar otro lugar, un lugar de sujeto. En la despedida antes de las
vacaciones dice: ‘ESTOY MUY CONFUNDIDA, EL ESPEJO SE HA VUELTO HACIA MÍ Y NO
CONSIGO VERME’.”10

9
Idem
10
Idem
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Bibliografía
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técnica psicoanalítica, en AE Tomo XII p. 620.
Greee, A. (1990) De locuras privadas, Buenos Aires: Amorrortu.
Hornstein, L. y otros (1991) Cuerpo, historia e interpretación. Buenos Aires:
Paidós.
Hornstein, L. (1993) Práctica psicoanalítica e historia, Buenos Aires: Paidós.
___ (2003) Intersubjetividad y clínica, Buenos Aires: Paidós.
Kalina, E. Kovadloff. S. (1991) El dualismo humano, Buenos Aires: Nueva Visión.
Korin, Santiago: “Equipos Psicoterapéuticos para pacientes críticos”, Revista de
Psicoanálisis, Asociación Psicoanalítica Argentina, Buenos Aires.
Kovadloff. S. (1992) La nueva ignoracia. Buenos Aires: Rel.
Kuras de Mauer, S.; Resnizky, S. (1985) Acompañantes terapéuticos y pacientes
psicóticos, Buenos Aires: Trieb.
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Manson, F.; Rossi, G,; y otros (2002) Eficacia clínica del acompañamiento
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Moscona; S.; Mauer, S.; Resnizky, S. (2002) Psicoanalistas. Un autorretrato
imposible, Buenos Aires; Lugar.
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Pulice G.; Rossi G (1994) Acompañamiento Terapéutico, Buenos Aires: Polemos.

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