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Unidad 1 / Escenario 1

Lectura fundamental

Historia de la opinión pública

Contenido

1 La opinión pública en la Grecia clásica y el Imperio romano

2 La opinión pública en la modernidad

3 Medios de comunicación y la nueva opinión pública

4 Consideraciones finales

Palabras clave: opinión pública, democracia, Grecia clásica, Imperio romano, modernidad.
Introducción
Todos los días escuchamos hablar de la opinión pública en los noticieros de televisión y radio, también
leemos la palabra en los medios impresos. Los periodistas y políticos nos recuerdan que hacemos
parte de ese concepto. Por esa vía, empezamos hacer uso constante del derecho a hablar con otros
de esos sucesos que nos afectan a todos, de manera directa o indirecta. Volvemos tan frecuente tal
acción, que la naturalizamos, es decir, nos cuesta creer que siglos atrás no era válida la posibilidad de
comentar las decisiones de los gobiernos, porque, entre otras cosas, las personas nunca se enteraban
de ellas. Por lo anterior el desarrollo de este Escenario inicia con la pregunta: ¿cuál es la historia de la
opinión pública?

1. La opinión pública en la Grecia clásica y el Imperio romano


En la Grecia clásica (siglos V-IV antes de Cristo [a. C.]) estaba establecida la asamblea, la cual era
un espacio en el que se conectaba el poder político y la ciudadanía. Era el escenario para proponer,
debatir y preguntar por las cuestiones que afectaban a los ciudadanos.

La asamblea constituía un tipo particular de esfera pública, en la que el espacio público o visibilidad
del poder se basaba en la capacidad para debatir en un mismo espacio y tomar decisiones colectivas, a
través de un acuerdo a mano alzada o por procedimientos similares (Thompson, 1998, p.166).

Los libros de historia plantean que esa asamblea era restringida. Solo podían entrar los hombres
atenienses que tenían más de 20 años. Sin embargo, no se hablaba aún de opinión pública. La
asamblea tenía lugar en el ágora, el cual era un espacio en el que se desarrollaba la vida pública de los
griegos. Allí estaba el mercado, el gobierno, los tribunales y los templos. Era considerado como un
espacio sagrado dentro de la polis (ciudad), que era un escenario que permitía la construcción política
de los ciudadanos.

De esta manera, apareció la idea de lo público y lo privado. Lo primero estaba relacionado con el ágora,
donde las personas podían expresar sus ideas y llevar a cabo discusiones políticas sobre los temas que
afectaban a todos. No obstante, lo privado obedecía a la familia, ese espacio cerrado en el que imperaba
la voluntad del padre en beneficio de la subsistencia de la familia. Es en esta etapa que aparece el
término doxa. Sobre este concepto el profesor español José Luisa Dader (1992) plantea que:

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Al hablar de doxa los grandes conformadores de la filosofía clásica (Platón y Aristóteles, sobre todo)
se referían despectivamente al conocimiento aproximativo, propio del hombre común, distinto del
conocimiento cierto y verdadero, propio del filósofo. (…) Sin embargo, hay por lo menos un término
mucho más ajustado a lo que en realidad entendemos hoy por opinión pública y que frente al sentido
ontológico e individual de doxa, ofrece un sentido mucho más psicosociológico y colectivo. (…) La
‘dogma poleon’ de Protágoras (sofista del siglo IV a. C.) (…) Este término es traducible a ‘la creencia de
las ciudades’ y en un sentido menos literal, pero más fiel a su contexto, como ‘creencia pública’ (p.224).

En 146 (a. C.), después de múltiples batallas, Grecia se vuelve una provincia de Roma, lo que
aumenta el poder del entonces naciente Imperio romano, cuya base política se formó desde las
monarquías; es decir, el poder de un soberano: el rey. El gobierno estaba conformado por el rey,
el senado y la asamblea. Esta trilogía se vuelve excluyente, en tanto que serían solo los integrantes
de las instituciones nombradas los que podrían opinar sobre política. El rey contaba con poder
legislativo, religioso y militar; el senado estaba conformado por las principales familias; y la asamblea la
constituían los descendientes de los fundadores de Roma, quienes eran llamados gentes y eran dueños
de grandes latifundios.

Es justamente con el derecho romano que nace la distinción entre lo público y lo privado, debido a
que desde la construcción de las leyes se diferencian las dos esferas. La ley privada se limita al ámbito
de potestad de una persona sobre los bienes o los individuos a ella sometidos (en esta época había
esclavos); y la ley pública proviene de un organismo gubernamental (los comicios, el senado) y su
trabajo está pensado para todos los ciudadanos. El derecho público se divide en tres partes, según
Elvia Arcelia Quintana, profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México: 1) sacro, se refería
al culto de los dioses, a sus diversos ritos y sacrificios; 2) sacerdotes, se refería a su organización,
funciones, y privilegios; y 3) magistratus, que regulaba su número, naturaleza y atribuciones (s.f.
p.408).

Jürgen Habermas, quien logra un acertado mapa del surgimiento y desarrollo de la opinión pública
en el clásico libro Historia y crítica de la opinión pública, afirma que la esfera pública que había nacido
en la Grecia clásica muere en la Edad Media (época en la que se desarrolla el Imperio romano),
debido a que se asentaría un régimen de publicidad1 representativa, en el cual la nobleza dominante se
contentaba con ofrecer al pueblo el espectáculo del poder.

1 Cuando Habermas utiliza el concepto de publicidad lo hace para referirse a todo lo que se desarrollaba en el contexto público. Es decir, aquello que se
hace visible al pueblo. No lo hace en el sentido mercantil.

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John Thompson, sociólogo norteamericano, lo explica así:

Cuando los reyes, príncipes y señores aparecían ante sus súbditos, lo hacían con el fin de afirmar su
poder público (visibilidad) no para revelar de manera pública las bases sobre las que fundaban sus
decisiones y sus políticas (…) la propiedad pública estaba ocupada, no con el ejercicio de poder, sino con
su exaltación (1998, p.167).

2. La opinión pública en la Modernidad


La lenta caída de la Edad Media, a través de las transformaciones sociales, políticas, económicas,
artísticas, religiosas y científicas que dieron lugar al surgimiento del Renacimiento (siglo XV y XVI) y
de la Modernidad (a partir del siglo XVIII), fueron sustanciales en la constitución de la nueva opinión
pública, o de lo que podríamos llamar la opinión pública moderna. Esa nueva opinión pública vino de la
mano de la democracia y, por lo tanto, de la construcción de los Estado-nación. En la Modernidad, la
opinión pública no estaba relegada a círculos exclusivos, sino que empezó a ser integrada por la masa,
ese fenómeno social que se formó después de la Revolución Industrial. La masa es una composición
de obreros, campesinos y artesanos. Los siguientes factores influyeron en la generación de la masa:

• La creación de las industrias.

• El surgimiento del sistema económico capitalista.

• La organización industrial a gran escala.

• La producción automatizada de mercancías.

• Las densas concentraciones de población urbana.

• El crecimiento de las ciudades.

• El aumento de movimientos políticos masivos basados en la extensión de votos a las clases


trabajadoras.

Para comprender mejor el concepto y el fenómeno de la masa es necesario entender, en primer lugar,
cómo se da el fenómeno a partir de los ítems planteados. Todo inició con la Revolución Industrial en
Inglaterra, en el siglo XVIII. La invención de la máquina a vapor permitió que los talleres de artesanos
se tecnificaran, al implementar máquinas que aceleraron el trabajo de los hombres.

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Con ellas los niveles de producción aumentaron y se dio la serialización de las mercancías. Se pasó,
por ejemplo, de producir un par de zapatos a producir 50 pares iguales en una semana; de esta
manera se dio una masificación del producto. En este escenario, el sistema económico feudal2 murió
y dio lugar al nacimiento del capitalismo; es decir, al intercambio de productos o servicios por una
unidad monetaria.

Los talleres de artesanos, que se convirtieron en industrias, empezaron a crecer vertiginosamente y


para ello contrataron mano de obra campesina. Estas personas, antes siervos del señor feudal, fueron
nombrados obreros. A este fenómeno social se suma la invención del tren, el barco y los puentes,
que dio lugar al nacimiento de la ciudad moderna, y con ella al concepto de lo cosmopolita. En estos
nuevos espacios urbanos se produjo un crecimiento demográfico importante de todas las clases, pero,
sobre todo, de la clase obrera, debido a que ellos empezaron a habitar alrededor de las industrias, lo
que les dio cercanía y unas nuevas formas de relacionarse. De esta manera fue notorio un fenómeno
social que las clases aristocráticas nominaron multitud. Una multitud que era despreciada por ser
‘inculta’; es decir, no letrada y, por lo mismo, carente de conocimientos sobre el arte y los modales
propios de las clases dominantes.

2.1. Masa, política y opinión

A pesar del rechazo que la multitud recibió de la aristocracia, no puede dejarse de lado que fue
fundamental para los proyectos políticos europeos de otra clase social, que nace en la Edad Media,
pero que logra un importante lugar social en la Modernidad: la burguesía.

En las postrimerías de la Edad Media, este término de origen francés comenzó a utilizarse para designar
a aquellos habitantes urbanos que realizaron las primeras actividades comerciales de cambio, como ser
mercaderes y artesanos. Luego, ya en pleno Renacimiento, el término comenzó a usarse para referirse a
los comerciantes que durante esta época alcanzaron un importantísimo apogeo que los llevó a cosechar
incalculables riquezas, que eran producto de los negocios que llevaban a cabo. Este grupo marcó
el nacimiento de una nueva clase social, ya que ostentaba nuevas características que las clases que
predominaban en aquel momento no tenían (Definición de Burguesía, s.f.).

2 El feudalismo es un sistema económico y social que se desarrolló durante la Edad Media, en el que el señor feudal mide su riqueza en las tierras que
posee, y los siervos y colonos trabajan para él en esas tierras para obtener, a cambio, comida y un lugar para vivir.

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Los burgueses eran dueños de fábricas y empezaron a ser parte de los círculos letrados porque
pudieron educarse, derecho que antes correspondía solo a la aristocracia y a la Iglesia. En
consecuencia, se convirtieron en un grupo con poder económico y cultural, pero carente de
poder político, porque dicho poder se encontraba en manos de los reyes y la Iglesia. Sin embargo,
gracias a los movimientos intelectuales que dieron lugar a la Modernidad -como los ilustrados y los
románticos- se originó la idea de los Estados-nación. Con esto se pretendía que los gobernantes
fueran escogidos por el pueblo; así nació la idea de la democracia moderna. Para ello, los burgueses
asumieron la representación de las clases obreras; es decir, pretendieron ser su voz como gobernantes
y luchar por sus derechos. Claro está que era la clase obrera, que constituía la mayoría del pueblo,
quienes debían escogerlos a través del ejercicio de la democracia.

Uno de los teóricos más reconocidos en este tema es el aristócrata Alexis de Tocqueville, quien
percibe que en la masa reside una clave del comienzo de la democracia moderna. Pero él siente que
la democracia de masas porta en sí misma el principio de su autodestrucción, porque viene a tener
importancia lo que es querido por la mayoría, y no aquello en lo que hay razón y virtud (Barbero,
2003, p.29). Es decir, la mayoría puede escoger a un gobernante en el que cree, pero este puede
después tomar decisiones que van en contra de todo el pueblo. Para Tocqueville, el problema de la
mayoría reside en que no es educada y por ello no se encuentra preparada para realizar elecciones
políticas. En consecuencia, podía ser fácilmente engañada por cualquier habilidoso que simplemente
tuviera ansias de poder.

Es importante anotar que antes de que la idea sobre el Estado y democracia aparecieran, los
burgueses iniciaron la consolidación de la opinión pública a través de las discusiones sobre las medidas
del rey que los afectaba; por ejemplo, las relacionadas con el comercio. “De acuerdo con Goethe, la
burguesía no puede conseguir una representación desde su casa; por lo tanto, lo define así: el noble es lo
que representa, el burgués lo que produce” (Habermas, 1981, p.69).

Las discusiones, entonces, estuvieron motivadas por la circulación de información noticiosa, que iba
en aumento por la necesidad que sentían estos dueños de industrias de tener información de lugares
distantes. Habermas plantea que, de esta manera, se convierte el pueblo en público. Sin embargo, en
esta época las personas privadas no estaban autorizadas a emitir juicios públicos, porque no tenían un
conocimiento completo de las circunstancias. Por lo general eran los sabios los que daban a conocer
al naciente público las verdades susceptibles de aplicación. Pero es allí, precisamente, donde empieza
a producirse un concepto de lo público, debido a que las personas recibían las ideas del rey, las
convertían en propias y las volvían contra aquel.

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Con el despliegue de la prensa nació un público lector y juez, que se reunía en el salón (originario del
salón del cortesano de los palacios) para discutir lo que la naciente prensa mostraba. Pero en busca
de privacidad, los burgueses crearon sus propios lugares de encuentro, allí donde la conversación se
transformaba en crítica: los cafés. En esas esferas se cree que la racionalidad no deriva de principios
abstractos absolutos, sino que se desarrolla en la contrastación de opiniones sobre la verdad y la
justicia, en la discusión intelectual con otros.

Con esa nueva publicidad reglamentada por los poderes públicos surge, lo que denomina Habermas, la
publicidad crítica, que proclama la necesidad del enjuiciamiento público de los intereses generales y las
actuaciones gubernamentales. Los argumentos que se discuten en una publicidad política activa son
argumentos privados, los cuales son producto de la lectura de la prensa, que se colocan en consenso
para tomar posiciones políticas.

No obstante, la discusión que se desarrolla en el parlamento no manifiesta la razón de todos los


afectados por la legislación, sino la voluntad de los grupos dominantes; es decir, siguen primando
las decisiones privadas de los reyes. Frente a esta situación, los Ilustrados se enfrentaron al poder
absoluto y, de ese modo, plantearon conceptos para la estructuración de un nuevo orden social: el
Estado democrático (Estado-nación), tal como ya se había mencionado.

Con el desarrollo del Estado constitucional moderno, la invisibilidad del poder quedó limitada en
varios aspectos. El gabinete secreto (de la Edad Media) fue reemplazado o complementado por un
conjunto de instituciones más abiertas y con mayor representatividad; las decisiones y asuntos políticos
importantes estaban sujetos al debate dentro de los cuerpos parlamentarios; y se concedían ciertos
derechos básicos a los ciudadanos, en algunos casos formalmente reconocidos por la ley, lo que
garantizaba, entre otras cosas, la libertad de expresión y asociación (Thompson, 1998, p.168).

En consecuencia con ayuda de la prensa, se genera un poder público desconocido hasta entonces.
En pleno desarrollo de la Modernidad, el intelectual adscrito a los ilustrados, Jean-Jacques Rousseau
–filósofo, pedagogo y escritor- fue el primero en utilizar la expresión opinión pública en su destacado
Discurso sobre las artes y las ciencias. En él manifiesta que hay un tránsito de la opinión a la opinión
pública. La opinión, a diferencia de la opinión pública, no está ligada a los presupuestos de instrucción
y propiedad; es decir, no requiere raciocinio. No obstante, la opinión pública equivale a la opinión del
pueblo que, a través de la discusión crítica en espacios públicos, logra develar una opinión verdadera.
Tal opinión no domina al gobierno “pero el poderoso ilustrado se verá obligado a seguir su visión de
las cosas” (Habermas, 1981, p.240). De esta manera lo que la gente pensaba, discutía y manifestaba
sobre sus gobernantes empezó a ser tenido en cuenta.

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A principios del siglo XIX, pensadores liberales, como Jeremy Bentham, James Mill y John Stuart Mill,
hicieron una elocuente defensa de la libertad de prensa y una sugerente explicación de su papel en el
cultivo de la vida pública más allá del Estado; es decir, donde la gente podía participar. Vieron la libre
expresión de las opiniones, a través de los órganos de una prensa independiente, como uno de los
principales medios a través de los que se podían expresar puntos de vista variados, para formar una
opinión pública ilustrada, intelectual.

3. Medios de comunicación y la nueva opinión pública


Con la llegada del siglo XX, la prensa se masificó y aparecieron la radio y la televisión. A ello se sumó
la popularización del cine. En este nuevo contexto la postura de quienes cuestionan y desprecian a la
masa encontrará a un nuevo grupo de intelectuales que entrará a defenderla como fenómeno social
sustancial, para el establecimiento de culturas nacionales sólidas; esto se da con mayor fuerza en
Estados Unidos. Es Gabriel Tarde, padre de la psicología social, quien hará parte de este significativo
cambio:

Recién cruzado el siglo aparece publicado un libro que, retomando las cuestiones de Le Bon, les dará
un giro diferente, inaugura la psicología social con que el funcionalismo norteamericano de los años
treinta-cuarenta condimentará la primera teoría de la comunicación. Se trata de L’Opinionel la Foule en
el que (…) la masa es convertida en público y las creencias en opinión. El nuevo objeto de estudio será
pues el público como efecto psicológico de la difusión de opinión, esto es: aquella colectividad cuya
adhesión es solo mental (Barbero, 2003, p.36).

Se deja a un lado el encuentro con otros en un espacio real (cara a cara), desde el que se generaba
opinión pública a partir de discusiones políticas, artísticas y hasta científicas, porque no se requiere
del espacio público, sino de los nuevos medios de comunicación y de la privacidad del hogar. A esto
contribuye que los encuentros en los cafés mueren, tanto en Europa como en América Latina, a
partir de la Segunda Guerra Mundial y la división de los países occidentales en capitalistas y socialistas.
De modo que los países capitalistas, liderados por Estados Unidos, se ensañaron en destruir cualquier
grupo o persona que defendiera las ideas socialistas. Para tal fin, se prohibieron las reuniones de
políticos, artistas, entre otros.

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Esta nueva circunstancia servirá a los gobiernos para intentar homogenizar a la sociedad, tal como
lo expresa Gabriel Tarde al plantear que la colectividad tendrá una adhesión solo mental. Para
comprender el planteamiento del teórico basta mirar el antes y el después de la llegada de los medios
de comunicación al universo político. Antes, los gobiernos se inquietaban por conocer el estado
de la opinión pública; esto es, saber si la gente estaba de acuerdo o no con las decisiones que se
tomaban; otros ni siquiera se interesaban en lo que la gente pensaba con respecto a sus decisiones y
se limitaban a hacerlas cumplir. Pero con la llegada de los medios, y su uso a través de la propaganda,
los gobiernos se interesaron en construir el estado de la opinión pública; lo que implica hacer uso de los
medios para convencer a los ciudadanos de las decisiones tomadas.

Una década después de que finaliza la primera Guerra Mundial (1929) todos los países capitalistas del
mundo vivieron una gran crisis económica. En consecuencia, en Estados Unidos durante el año 1933,
bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, se inicia un nuevo proyecto conocido como New
Deal, que exige, entre otras cosas, el replanteamiento de la política de opinión pública.

El New Deal trató de relanzar la economía americana por medio de la ayuda inmediata a los millones
de trabajadores que se habían quedado sin empleo y que ya no podían contar con la ayuda pública,
ni siquiera con la caridad privada; un amplio programa de obras públicas y planes a largo plazo que
incentivaban la inversión privada para recuperar la actividad económica en el comercio o la industria y
los servicios (NEW DEAL - Enciclopedia de Economía, s.f.).

A esta explicación hay que sumar que el proyecto político en cuestión incluía una fuerte política
internacional y un programa de defensa de la nación. Esto generó nuevas preguntas a la entonces
naciente investigación de la comunicación de masas: se pasó de la pregunta ¿cómo convencer a la
opinión pública nacional para que apoye las decisiones del gobierno? al interrogante ¿cómo convencer a la
opinión pública internacional para que apoye las políticas norteamericanas?

Las preguntas planteadas en el párrafo anterior encontrarán sus respuestas en las primeras teorías
de la comunicación de masas, las cuales se concentran, sobre todo, en el poder de los medios y en
la búsqueda por comprender los mecanismos de acción de estos sobre la gente, para de así poder
instaurar una opinión pública que apoye las decisiones del gobierno. De esta forma nacen los estudios
sobre la propaganda política.

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Habermas lamenta que el raciocinio de los ciudadanos desaparezca luego del velo de las decisiones
internas, que se tomaron en las salas de redacción de los medios masivos. Ahora son ellos los
encargados de decir las cuestiones públicas. En esa medida, la publicidad (lo visible), que es manejada
por los medios de comunicación, se convierte en la esfera en la que las vidas privadas adquieren
máxima notoriedad y las cuestiones públicas (aquello que afecta a todos los ciudadanos) queda
relegada a planos inferiores. Así, por ejemplo, se muestra desde la historia privada del hombre de la
calle, hasta la vida de las estrellas y políticos. En consecuencia, se da una presentación publicista de
intereses privados privilegiados. Es decir, la sociedad concentra su opinión en cuestiones de poca
relevancia para el progreso.

En ese sentido, Habermas expone que en el siglo XX se abren dos caminos para definir opinión
pública: en el primer concepto, la opinión liberal (determinada por Rousseau), se refiere a un público
que razona en el ambiente del público; asume que con los nuevos medios se van popularizados los
puntos de vista entre la sociedad civil, pero es más difícil que tal opinión pública consiga imponerse.
El segundo concepto no requiere de criterios materiales, como la racionalidad y la búsqueda de
representación, sino que se limita a criterios institucionales; es decir, la opinión pública da a conocer
sus deseos y el gobierno pone a esta en conocimiento de su política. En consecuencia, el autor
plantea lo siguiente:

Ambas versiones cuentan con el hecho de que en el proceso de formación de la opinión y la voluntad
en las democracias de masas, la opinión popular independiente de las organizaciones -que la movilizan
e integran- apenas conserva una función políticamente relevante. Ese concepto de opinión pública se
hace neutral (…) es la degradación de una opinión muy capaz de ilustración (1981, p.264).

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4. Consideraciones finales
La idea de la opinión pública defendida por los liberales del siglo XIX se modifica por cuenta del
desarrollo de la sociedad de masas del siglo XX. Thompson explica que sería erróneo sugerir que la
teoría liberal tradicional de la libertad de prensa del siglo XIX, pudiera ser transpuesta o aplicada a las
condiciones de finales del siglo XX y principio del siglo XXI, sin una sustancial modificación. Esto se
debe a que encontramos dos desarrollos del mundo actual que son particularmente significativos: el
primero, es la creciente concentración de los recursos en las industrias mediáticas, convirtiéndolas así
en empresas comerciales, cuyo interés, más allá de la construcción de opinión pública, es acumular
dinero3. El segundo desarrollo es la intensificación de los procesos de globalización, por lo que el
mundo está cada vez más interconectado. Es decir, ahora todos accedemos a la información de otras
ciudades y otros países gracias a Internet. Como consecuencia de los dos desarrollos mencionados,
la configuración de temas que despiertan el interés de la sociedad desde finales del siglo XX
es totalmente distinta de lo que se plantearon los pensadores liberales hace dos siglos, cuando
defendieron la libertad de expresión.

Esos intelectuales asumían que la libre expresión de ideas se alcanzaba solo en la medida en que
la prensa fuera independiente del Estado. En la teoría liberal tradicional la contraparte natural de
la libertad de pensamiento y expresión era una aproximación de tipo laissez-faire4 a la actividad
económica. Sin embargo, hoy en día, con la transformación de las organizaciones mediáticas en
organizaciones comerciales a gran escala, la libertad de expresión fue enfrentándose de manera
progresiva a una amenaza que no procedía del excesivo uso del poder estatal, sino, por el contrario,
del libre crecimiento de las organizaciones mediáticas convertidas en empresas comerciales.

Por lo tanto, el mercado no necesariamente cultiva la diversidad y el pluralismo en la esfera de la


comunicación; es decir, no le interesa crear una opinión pública intelectual y crítica. Como otros
dominios de la industria capitalista, las mediáticas se guían por las lógicas del beneficio económico y
no existe necesariamente una correlación entre la lógica del beneficio y el cultivo de la diversidad de
pensamiento que acreciente el debate social.

3 Para comprender mejor este fenómeno véase todo el concepto de industria cultural de los teóricos Adorno y Horkheimer, representantes de la
Escuela Crítica.
4 La expresión es de origen francés y significa “dejad hacer”, “dejad pasar”. Se refiere a la economía y todas sus libertades para un mejor desarrollo del
capitalismo.

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Referencias
Dader, J. (1992). El periodista en el espacio público (1. ed.). Barcelona: Bosch.

Definición de Burguesía. (n.d.). Recuperado el 14 de mayo de 2017, de http://www.definicionabc.


com/social/burguesia.php

Habermas, J. (1981). Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona: Gustavo Gili.

Martín Barbero, J. (1991). De los Medios a las Mediaciones. Comunicación cultura y hegemonía. México:
Gustavo Gili.

NEW DEAL - Enciclopedia de Economía. (n.d.). Recuperado el 14 de mayo de 2017, de http://www.


economia48.com/spa/d/new-deal/new-deal.htm

Quintana, E. (s.f.). Derecho Público y derecho privado. Universidad Nacional Autónoma de México.
Recuperado el 14 de mayo de 2017, de https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/4/1855/26.
pdf

Thompson, J. B., & Colobrans Delgado, J. (2010). Los “media” y la modernidad: una teoría de los medios
de comunicación. Barcelona; Buenos Aires; México: Paidós.

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INFORMACIÓN TÉCNICA

Módulo: Opinión pública


Unidad 1: Definición de opinión pública
Escenario 1: Historia de la opinión pública

Autor: Juliana Castellanos Díaz

Asesor Pedagógico: Luisa Esperanza Rincón Jiménez


Diseñador Gráfico: Carlos Montoya
Asistente: Laura Andrea Delgado

Este material pertenece al Politécnico Grancolombiano.


Prohibida su reproducción total o parcial.

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