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Los usos de Lombroso

Tres variantes en el nacimiento de la criminología


positivista en Argentina

máximo Sozzo

Introducción

D
esde mediados de los años 1880 en Buenos Aires es posible observar,
tanto en el campo médico como jurídico, algunos síntomas de la impor-
tación del discurso “en el nombre de la ciencia” acerca de la cuestión
criminal construido en el contexto europeo y, especialmente, italiano, a partir de
las innovaciones teóricas de Cesare Lombroso y sus colegas y discípulos.
En el campo médico, la Revista Médico-Quirúrgica –la revista médica más
importante en el país, que había comenzado a aparecer en 1864– publicitaba en
1885 el Primer Congreso Internacional de Antropología Criminal que se iba a
desarrollar en Roma, a partir del impulso de Lombroso (RMQ, 1885a: 147). Y
publicaba un pequeño artículo sobre los estudios de “antropología criminal” que
Lucio Meléndez y Emilio Coni –el más importante alienista y el más importante
higienista, respectivamente, en la corporación médica bonaerense– estaban lle-
vando adelante en el asilo de locos de la ciudad: “…se han hecho mediciones
antropométricas de un cierto número de alienados criminales; más tarde se harán
las mismas en todos los asilados en el manicomio y, finalmente, para completar
tan interesantes investigaciones, se seguirán los estudios en los criminales de la
penitenciaria” (RMQ, 1885b: 226).
Se destacaba, en el mismo sentido, la tesis de medicina de Samuel Gache,
Estudio de Psicopatología presentada en la Universidad de Buenos Aires (Gache,
1886; ver también, Gache, 1887). La misma Revista Médico-Quirúrgica publicaba
una noticia sobre su presentación y congratulaba a su autor porque demostraba su
competencia en “esa rama nueva y difícil de la ciencia”, “hacemos votos para que
el Dr. Gache continúe en la senda de estudios en que se ha iniciado, para que más
tarde podamos llamarle el Lombroso argentino” (RMQ, 1886: 291).
En el campo del derecho, la Revista Jurídica –la principal publicación perió-
dica de este campo– también publicaba en 1886 un par de textos donde aparecían
referencias sintéticas a las ideas de la “Escuela Positiva” al presentar los debates
28 Historia de la Cuestión Criminal...

del I Congreso Internacional de Antropología Criminal celebrado en Roma (Piñe-


ro, 1886; Brusa, 1886; Anónimo, 1886). Al año siguiente, la cátedra de Derecho
Criminal y Comercial –creada en 1856– de la Facultad de Derecho y Ciencias So-
ciales de la Universidad de Buenos Aires se dividió, autonomizándose un espacio
curricular exclusivamente dedicado al derecho criminal. Se designó como Profe-
sor Titular a Norberto Piñero, quien adoptó inmediatamente un programa com-
pletamente fundado en las enseñanzas de la “Escuela Positiva” (Piñero, 1887a;
ver Del Olmo, 1992: 3-5; Creazzo, 2007: 39-41; Sozzo, 2015: 223-224). En ese
mismo año se publica en la Revista Jurídica el “discurso inaugural” del curso por
parte de Piñero en que enfatiza la necesidad de partir del “método positivo”, seña-
la el carácter “anómalo” del “hombre delincuente” –especialmente del “criminal
nato”– la necesidad de determinar las causas del crimen e introduce el concepto de
“criminología” –a partir del uso de Garófalo (Piñero, 1887b; ver también Piñero,
1888).
En febrero de 1888 se fundó en la ciudad de Buenos Aires, con la participa-
ción de destacados profesionales del campo de la medicina y el derecho –entre
otros, el mismo Norberto Piñero–, la Sociedad de Antropología Jurídica, con el
objetivo de “estudiar la persona del delincuente, para establecer su grado de te-
mibilidad y su grado de responsabilidad, aspirando al mismo tiempo a la reforma
gradual y progresiva de la ley penal de acuerdo con los principios de la nueva
escuela”.1
Su presidente, Francisco Ramos Mejía, dictó la primera conferencia de dicha
Sociedad en mayo de ese año, Antropología Jurídica. Principios fundamentales
de la Escuela Positiva de Derecho Penal, que es publicada inmediatamente como
folleto (Ramos Mejía, 1888; ver al respecto Del Olmo, 1981: 135; 1992: 5-6;
Scarzzanella, 1999: 13; Creazzo, 2007: 44-45). En junio de ese mismo año, tam-
bién en el marco de la Sociedad, otro de sus miembros, Luis M. Drago, dictó una
conferencia titulada Los Hombres de Presa que luego, en un formato ampliado, se
transformó en el primer libro de “criminología” publicado en Argentina, con un
prólogo del mismo Ramos Mejía (Drago, 1921).
Como vemos, las ideas de la criminología positivista producidas en el contex-
to europeo se difundieron y debatieron rápidamente en el campo de la medicina y
el derecho en Buenos Aires, dando lugar a uno de los más veloces y contundentes

1 La cita sobre el objetivo de la sociedad, traducida al italiano, aparece en la noticia acerca de su


fundación que se publica en 1888 en Archivio di Psichiatria, Scienze Penali ed Antropologia Cri-
minale (Fratelli Bocca, Torino, Vol. 9: 335), la revista especializada dirigida por Cesare Lombroso.
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procesos de importación cultural de estas específicas maneras de pensar la cues-


tión criminal que se haya registrado a nivel global. La criminología positivista se
transformó velozmente en un vocabulario teórico de extraordinario peso cultural
y político en el escenario argentino –especialmente en la ciudad y provincia de
Buenos Aires (Del Olmo, 1982, 1992: 1-12; Marteau, 2003: 103-109; Creazzo,
2007: 29-57).2
Si bien Lombroso nunca viajó a Argentina –como sí lo hicieron en la primera
década del siglo XX personas allegadas a su trabajo como su hija Gina Lombroso,
Guglielmo Ferrero y Enrico Ferri (Salessi, 1995: 175; Scarzanela, 1999: 87-100;
Levaggi, 2009)– su presencia fue central en el nacimiento de la criminología posi-
tivista en este contexto. Sus conceptos y argumentos se transformaron en un mate-
rial básico en la construcción de este tipo de vocabulario teórico desde mediados
de la década de 1880. Ahora bien, esta presencia de Lombroso no estuvo siempre
vinculada a una actitud apologética, como sería posible pensar a partir de una mi-
rada superficial acerca de este momento crucial en la historia de los saberes sobre
la cuestión criminal. Esa mirada superficial sobredimensiona el impacto de esta
figura intelectual y al mismo tiempo lo vuelve monovalente. Y produce una ex-
traordinaria simplificación de los rasgos de las producciones intelectuales locales.
En este trabajo diferenciaremos tres actitudes de los intelectuales locales en
relación con los conceptos y argumentos de Lombroso en la literatura producida
en los inicios de este proceso de importación cultural.3 Estas tres actitudes tuvie-
ron un peso relativamente equivalente y articularon una gradación del impacto de
su presencia y al mismo tiempo le dieron valencias diferentes. En primer lugar,
identificaremos una actitud de adopción, que implicó un ejercicio de apología.

2 Esto se reforzó a partir de una segunda generación de intelectuales –y operadores del sistema
penal– encabezada por Francisco de Veyga y José Ingenieros, que comenzó a desarrollar sus ac-
tividades académicas e institucionales hacia fines de la década de 1890. La literatura sobre el
desenvolvimiento de la criminología positivista en la Argentina, especialmente en este segundo
momento, con diversos énfasis, ha venido creciendo en los últimos años, véase Del Olmo (1981:
122-178; 1992); Huertas (1991: 67-198); Geli (1992); Salvatore (1992, 1996, 2000, 2001, 2010,
2013, 2016); Ruibal (1993, 1996); Zimmermann (1995: 126-172); Salessi (1995: 115-176); Scar-
zanella (1999: 13-100); Marteau (2003: 101-143); Caimari (2002, 2004: 75-108, 137-163); Rodri-
guez (2006); Creazzo (2007); Dovio-Cesano (2009); Zapiola (2009); Núñez (2009); Dovio (2010,
2016); Cesano (2005, 2009, 2012, 2015); Núñez y Cesano (2012, 2014, 2016); Núñez y González
Alvo (2015); González Alvo (2013: 61-91); Albornoz (2015: 208-252); Portelli (2016); González
(2016); Olaeta (2016).
3 Este trabajo se inscribe en el marco de una investigación más amplia sobre los usos de Lombroso
en la criminología positivista argentina, que abarca también el momento de su consolidación, a
partir de 1900.
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En segundo lugar, una actitud de transacción, en la que la adopción de ideas lom-


brosianas se balancea con críticas sobre elementos importantes de su producción
intelectual. Y, por último, una actitud de rechazo, en la que la figura de Lombroso
es leída en términos negativos, aun en el marco de la reivindicación de una pers-
pectiva “científica” sobre la cuestión criminal. De este modo, mostraremos que la
presencia de Lombroso en el primer momento de nacimiento de la criminología
positivista en Argentina resultó polivalente y compleja. En síntesis, se podría sos-
tener que la criminología positivista en Argentina nació, simultáneamente, gracias
y a pesar de Lombroso.

Adopción
Desde el mismo inicio del proceso de importación del discurso criminológico po-
sitivista en Argentina se desataca entre los diferentes participantes la ruptura que
implica esta perspectiva “científica” con respecto a las posiciones “metafísicas”
del pasado, tanto católico como liberal, que caracterizaban al saber local sobre la
cuestión criminal desde su formación en los inicios del siglo XIX (Sozzo 2007,
2009, 2013b; 2015: 59-194).
La imagen de Lombroso, como decíamos, es importante en esta reivindica-
ción general. Encontramos frecuentemente en este marco una adopción de sus
ideas que deriva en una posición apologética acerca de sus aportes en torno a
cuatro ejes fundamentales: a) la necesidad y justificación de la antropología crimi-
nal como ciencia nueva y específica, fundada en el método positivo; b) el deter-
minismo como forma de pensar la comisión de delitos; c) la imagen del “hombre
delincuente” o “criminal nato”; d) el abandono del presupuesto del libre albedrío y
la adopción del imperativo de la defensa social frente a los individuos delincuen-
Los usos de Lombroso 31

tes en función de su peligrosidad como justificación de una reforma radical del


derecho penal.4
Ahora bien, en general dicha recepción no implicó que los conceptos y argu-
mentos lombrosianos fueran profundamente expuestos. Más bien se observa, una
utilización liviana. Veamos algunos ejemplos en esta dirección.
En el campo de la medicina, Samuel Gache –quien, como vimos, era anun-
ciado como una promesa de “Lombroso argentino”– presentó una tesis de gra-
do sobre “psicopatología” en la que se destacan las referencias teóricas a Morel,
Despine y Maudsley, todos autores del mundo de la medicina mental con los que
el intelectual italiano dialogó más o menos intensamente (ver al respecto Coffin,
1994: 100-102; Frigessi, 2003: 101-106). Gache introduce brevemente las ideas
de la “antropología criminal” –“teoría bellísima”– reconociendo que el criminal
posee “caracteres esenciales, orgánicos y psíquicos” que hacen posible distinguir-
lo, mencionando –entre otros– la foseta media en el occipital y su descubrimiento
por Lombroso (1886: 150, 152). También apunta que esto vuelve al “tipo crimi-
nal” una “variedad patológica” que representa “una desviación en el tipo humano

4 Estos diferentes ejes tuvieron diverso peso, progresivamente, en el trabajo de Lombroso. Como es
sabido, su libro fundamental L’ Uomo Delinquente fue publicado por primera vez en 1876. Pero
luego tuvo otras cuatro ediciones (1878, 1884, 1889 y 1896-1897). Además, claro está, existió una
vastísima producción intelectual del autor italiano bajo la forma de artículos y otros libros sobre
temas relacionados. Pero restringiéndonos a su libro fundamental y sus diversas ediciones, es
posible señalar que el tópico de la “terapéutica del delito” –asociado al punto d)– aunque presente
en la primera edición comienza a tener claramente más fuerza a partir de la segunda edición de
1878 (Frigessi, 2003: 115). O la imagen del hombre delincuente –asociada al punto c)– empieza
a complejizarse sustantivamente a partir de la tercera edición de 1884 con una incorporación más
decisiva del diálogo con las ideas de la medicina mental acerca de la “locura moral” y la “epilep-
sia” (Frigessi, 2003: 112, 178-188). Sobre el libro y sus vicisitudes y contenidos, ver también Gi-
bson y Hahn Rafter (2007). En los textos producidos en Argentina que analizamos en este trabajo
no siempre es del todo claro a qué edición de L’ Uomo Delinquente tuvieron acceso los autores
–aunque por las fechas de publicación es posible descartar, en algunos casos, la cuarta y siempre,
la quinta edición. En algunos casos no queda claro que hayan tenido un contacto de primera mano
con el libro. Es preciso señalar que no existió una traducción completa al español. La traducción
francesa de A. Bourner y G. Regnier para Félix Alcán se publicó en 1887. En la portada se refiere
que se tradujo la cuarta edición italiana pero dado que la misma es de 1889, resulta más bien po-
sible que haya sido la tercera edición de 1884, lo que se ve ratificado por su contenido (ver sobre
la recepción en Francia de Lombroso, Renneville, 1994). Alguno de los intelectuales argentinos
que escriben posteriormente a esa fecha han empleado dicha traducción francesa. Sobre estos ejes
fundamentales en la obra de Lombroso, ver Wolgang (1960); Darmon (1989: 33-58, 64-65); Pick
(1989: 129-139); Renneville (1994: 107-111); Labadie (1995: 322-345); Gibson (2002: 1-55);
Frigessi (1995: 344-361; 2003: 97-116, 178-188, 197-208); Gibson y Hahn Rafter (2007: 7-15).
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normal”, en la que destaca la “ausencia de sentido moral” (1886: 152).5 Señala


asimismo el peso de la “herencia” como causa, aunque a su vez apunta el peso del
“medio social y familiar” como potencial “ortopedia cerebral” que podría impedir
en ciertos casos las “monstruosidades cerebrales” que nacen de las propensiones
hereditarias con distinto nivel de intensidad (1886: 153). Gache enfatiza la nece-
sidad de que el derecho penal tenga en cuenta las enseñanzas de la “antropología
criminal” que “está destinada a modificar profundamente las disposiciones de los
Códigos y la filosofía del derecho penal” (1886: 159-160).
Posteriormente, en un artículo dedicado especialmente al tema, Gache desta-
ca que la “antropología criminal” como “nueva ciencia” cuya “utilidad es inmen-
sa y su porvenir imposible de calcular”, está difundiéndose “por todo el mundo
civilizado”,6 y enfatiza que la “organización imperfecta de los criminales es un
hecho ya fuera de duda” (Gache, 1887: 410-411). Sostiene que la misma está des-
tinada a “conmover muchos puntos importantes de la legislación penal y asentar
a la misma sobre una base nueva” (Gache, 1887: 405), entonces no se castigará al
delito “sin antes examinar al delincuente” (1887: 410).
En el mismo sentido y momento, desde el campo del derecho, Norberto Pi-
ñero en el discurso inaugural de su primer curso sobre Derecho Criminal señala
resumidamente los aportes de la “escuela positiva”, “que dará la vuelta al mundo
para bien de la humanidad”:
“Por una parte, cesa de verse en el delito un ente jurídico abstrac-
to, dejan de despreciarse sus elementos naturales y sus causas;
al contrario se estudia el crimen en toda su realidad, como fenó-
meno social, se averiguan sus factores y se indagan las leyes que
dirigen su movimiento. Por otra parte, se abandona la idea de que
los delincuentes son seres normales, nada diferentes de los demás
hombres y se les examina en sus instintos, en sus tendencias y en

5 Esta referencia a la “ausencia de sentido moral” como rasgo distintivo podría vincularse al diálogo
con las teorizaciones acerca de la “locura moral” que el mismo Lombroso desarrolló. Pero también
puede originarse en las mismas exploraciones de Gache sobre textos claves de la medicina mental
europea. En el campo médico en Buenos Aires existían desde hacía tiempo incursiones sobre este
tema que se plasmaron en diversas tesis de grado de la Universidad de Buenos Aires y en diversos
libros significativos (Córdoba, 1855; de la Reta, 1855; Mallo, 1864; Costa, 1876; Wilde, 1877; Ra-
mos Mejia, 1915 [1878/1882]; Figueroa, 1879; Gache, 1884, 1886; Acevedo, 1886; ver al respecto
Sozzo, 2015: 279-280, 351-367).
6 Cita luego la difusión de estas ideas en Buenos Aires. Además de su tesis de grado, Gache mencio-
na y analiza la tesis en derecho de Magnasco (1887), sobre la que volveremos más adelante. Sobre
este otro precedente, señala sus puntos de disidencia y proclama que le gustaría verlo sostener “sin
temor, las ideas de la escuela antropológica” (Gache, 1887: 411-414).
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su organización toda. Se llega así a la adquisición de esta gran


verdad: el criminal, particularmente el criminal nato o por instin-
to es un ser más o menos anómalo” (Piñero, 1887b: 175).
En este discurso inaugural se hace ya evidente el carácter de lector activo de Lom-
broso, pero también de otros autores de la Escuela Positiva como Garófalo y Ferri
(Creazzo, 2007: 40-41). De hecho, del primero, Piñero rescata la idea de “crimi-
nología” para definir este nuevo campo de saber que incluye, pero excede, a la
“antropología criminal”. Y del segundo, recupera la idea de la existencia de una
familia de tipos delincuentes, del que el criminal nato es solo una especie parti-
cular aunque muy importante (Piñero, 1887b: 169). En general existe una fuerte
reivindicación de la necesidad de adoptar el “método positivo” que “se impone
y tiene forzosamente que imperar en el derecho criminal” (Piñero, 1887b: 174).
Esto se ve también ratificado en un trabajo posterior titulado Problemas de Cri-
minalidad. Sobre las causas del delito, un texto de inspiración ferriana, en el que
explícitamente se hace alusión a la combinación de causas físicas, individuales
o antropológicas y sociales de este autor italiano, como la “clasificación” que ha
sido aceptada “por la escuela positiva de derecho criminal” (Piñero, 1888: 17).7
En este texto cita en diversas ocasiones a Lombroso –“el ilustre antropólogo ita-
liano”– hace referencia a la tercera edición de L’Uomo Delinquente de 1884 y al
vínculo entre delincuente y loco moral (1888: 21, 24). Explícitamente vuelve so-
bre la relación entre la herencia y el medio en la causación del delito (1888: 20-21)
y abunda sobre las necesidades de prevenir y reprimir el delito a partir del saber
del “hombre científico” que determinará cuáles son las medidas más adecuadas
para cada caso de acuerdo a su “peligrosidad”, especialmente en lo que hace a la
“eliminación” de los “incorregibles” (1888: 25-26).
Por su parte, Francisco Ramos Mejía, presidente de la Sociedad de Antropo-
logía Jurídica, publicó, como decíamos, un texto titulado Antropología Jurídica.
Principios fundamentales de la Escuela Positiva de Derecho Penal que constituye
un aporte más elaborado en la traducción de las ideas de Lombroso. Encarna una
defensa de esta “ciencia especial” fundada en el “método positivo” que ha demos-
trado que el “hombre delincuente” tiene unas “anomalías somáticas y psíquicas de
carácter determinado” y constituye “una especie, una variedad anormal” y al mis-

7 Sobre las ideas de Ferri y Garófalo, ver Sellin (1960); Allen (1960); Digneffe (1998); Gibson
(2002: 40-54, 151-153); Frigessi (2003: 197-229).
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mo tiempo, ha reivindicado el carácter de “fenómeno natural” del delito –como el


nacimiento o la muerte (Ramos Mejía, 1888: 114-116).8
Existe “un tipo humano dedicado al crimen” que posee “anomalías anató-
micas, fisiológicas y fisiognómicas” y “en cuya escala ocupa el primer grado el
epiléptico, el segundo el loco moral y el tercero el criminal nato reunidos todos
por un elemento degenerativo” (1888: 117-119).9 Enfatiza que la pregunta central
de esta nueva ciencia se construye en torno a cuáles son las causas que dan naci-
miento a “este producto anormal”, a este “ser inferior al tipo medio de la huma-
nidad”. Y entre ellas subraya el “atavismo”, “primer fundamento de la tendencia
innata al crimen”: “El criminal es un ser retrovolativo, un habitante de las selvas
cuaternarias perdido en la civilización del siglo XIX y es a la vez un enfermo o un
degenerado” (1888: 119). Describe luego con gran detalle los logros de Lombroso,
a quien sostiene que debe dársele el “título de jefe de la escuela”, en la demostra-
ción del “atavismo” y del parentesco del “hombre delincuente” con el “salvaje”
(1888: 120-122). Pero luego señala que los criminales no son siempre “criminales
natos” y de allí que la antropología criminal no se circunscribe solo a ellos, com-
prendiendo también a los,
“…criminales por causas externas al organismo, como son las in-
fluencias sociales y morales de la familia y de la sociedad, las del
clima, la de una alimentación excesiva o insuficiente, los excesos

8 Esto no le impide reconocer que: “Contiene todavía muchas aventuradas o incompletas generali-
zaciones poco fundadas que no revisten el carácter de certidumbre y evidencia necesarias para ser
admitidas como verdades científicamente demostradas” (Ramos Mejía, 1921: 126). En la misma
dirección se orienta en el prólogo del mismo año al libro de Luis M. Drago (Ramos Mejía, 1921:
8). También le atribuye a la Sociedad de Antropología Jurídica porteña la tarea de ayudar a su
consolidación. Dice: “Ella contribuirá con los datos de la antropología y la sociología argentina
indígena, de que Europa carece” (1888: 126).
9 Ramos Mejía cita la traducción francesa del libro de Lombroso de 1887 (1888: 116). Es probable
que tuviera también acceso a textos menores del autor italiano que se orientaban en la dirección de
un diálogo con los conceptos de locura moral y epilepsia. Pero también que esta referencia naciera
del contacto directo con las ideas de Maudsley al respecto y el debate que habían generado en el
contexto europeo. Ya en el mundo del derecho es posible observar el impacto del autor inglés en
relación con sus ideas acerca de la epilepsia y, en general, de la relación entre la locura y el crimen,
en la tesis de Berho (1884; ver al respecto Sozzo, 2015: 208-221). Además es posible subrayar en
este sentido la inclusión de la noción de degeneración en el texto de Ramos Mejía, elaborada por
Morel y retomada por Maudsley y en principio, ajena al vocabulario lombrosiano. Por ejemplo,
sin dar mucho cuenta de las posibles contradicciones el autor argentino señala: “El atavismo, pri-
mer fundamento de la inclinación innata al crimen, la suspensión del desarrollo, la degeneración”
(Ramos Mejía, 1888: 119). Esta noción de degeneración tenía ya una cierta presencia en el campo
médico en Buenos Aires (Giraud, 1876; Ramos Mejía, 1915; Güemes, 1879; Korn, 1883; ver al
respecto Sozzo, 2015: 343-344; 403-404)
Los usos de Lombroso 35

alcohólicos, del tabaco, etc, que producen la rama de importan-


cia no menor de los criminales por pasión y de ocasión. Todos
aquellos anormales que sin poseer los caracteres antropológicos
de los demás criminales, poseen sin embargo los psíquicos que
entran en actividad bajo la acción de las causas morales o socia-
les” (1888: 123).10
Reconoce de este modo el autor, la labor de clasificación de los criminales que
venían llevando adelante diversos partidarios de la escuela positiva habilitada y
promovida por el mismo Lombroso –Garófalo, Poletti, Ferri, Tamassia– pero sos-
tiene, al mismo tiempo, que entre todas estas especies hay un elemento en común
que es el “determinismo”: “el delito no es el producto de una voluntad autónoma,
sino un fenómeno necesario rejido por leyes determinadas a que se halla sometido
el hombre” (1888: 123).
A partir de este reconocimiento de que el delito es producto de “causas ma-
teriales múltiples a las que el hombre se halla sometido bajo cuya influencia obra
sin saberlo”, señala Ramos Mejía que es evidente que la pena no puede sostenerse
sobre “el concepto de que el hombre moralmente libre y conociendo sus deberes
y derechos, falta a unos e infringe otros consciente y deliberadamente”. Esto im-
plica negar la idea de responsabilidad penal tal como la tradición jurídica la venía
sosteniendo, fundada en el principio “metafísico” del “libre albedrío”. Pero aclara
Ramos Mejía que no implica negarle a la “sociedad” el derecho de defenderse
como “función social”, como sostenían algunos críticos de la “nueva escuela” que
afirmaban que aseguraba la “impunidad” de los delincuentes. Por el contrario, se
trata de combatir el mal del delito sobre “una base racional”, “positiva”, tomando
en cuenta “los caracteres personales del delincuente que lo hacen más o menos
peligroso para la sociedad en que vive”; se “reprime el delito no porque el hom-
bre sea moralmente libre” sino para “defender a la sociedad”. De este modo, la
“sociedad lo elimina temporal o perpetuamente, según la naturaleza más o menos
peligrosa” que implica el individuo y las causas que los han llevado fatalmente a
obrar (1888: 124). La “pena” es entonces entendida como un “medio de elimina-
ción de los miembros inaptos a la vida social”, inaptitud que puede ser “absoluta y
perpetua en los reos locos, en los necesariamente criminales y habituales que son
reos por anomalías psíquicas, congénitas e incurables” o “transitoria en los delin-
cuentes por pasión y de ocasión”. De ahí que para los primeros, “la segregación

10 Aquí se observa un rastro del peso dado a estas formas de delincuentes no atávicos desde la segun-
da edición de L’ Uomo Delinquente de 1878 (Frigressi, 2003: 115).
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absoluta y perpetua”, para los segundos “la segregación temporaria y parcial, más
o menos graduada” (1888: 125).

Transacción
El texto tal vez más significativo de este momento de nacimiento de la crimino-
logía positivista en Argentina fue el libro publicado en 1888 por Luis M. Drago,
Los Hombres de Presa (véase al respecto, Rodriguez, 2000: 47-49; Marteau, 2003:
106-109; Creazzo, 2007: 48-49, 54-55; Salvatore, 2016). Este texto, originado
también en una conferencia dada el 27 de junio de 1888 en la Sociedad de An-
tropología Jurídica, vehiculiza una fuerte recepción de las ideas de Lombroso en
lo que se refiere a algunos de los ejes fundamentales mencionados en el apartado
precedente –y muchos otros componentes menores– pero al mismo tiempo plantea
algunas impugnaciones con respecto a elementos importantes de los aportes del
autor italiano, activando una suerte de transacción, que no compromete completa-
mente el lazo especial que plantea con el autor italiano –y más en general con la
Escuela Positiva italiana– contribuyendo también, pero de un modo más comple-
jo, a ensalzar la centralidad de su figura en este campo de saber en formación en
estas latitudes.
En 1887, Drago ya había publicado un pequeño libro, El Procedimiento Cri-
minal en la Provincia de Buenos Aires, en que analizaba críticamente los procedi-
mientos penales en ese contexto e introducía una alabanza a la Escuela Positiva:
“Es sabida la revolución que han producido los trabajos del ilus-
tre antropólogo Lombroso y como, de 1880 acá, ha surgido la
escuela positiva italiana cuyos más ilustres representantes son
Garófalo y Ferri, creadores de una nueva ciencia, la criminolo-
gía. Dentro del nuevo sistema, el delincuente es solo una entidad
anómala, ya se trate de un lunático arrastrado al crimen por una
lesión patológica, ya de un degenerado en estado de salud que,
por atavismo, viene a quedar en retardo en la evolución progresi-
va de la moral, especie de salvaje que estalla dentro de la civili-
zación o ya, por último, se esté en presencia de un individuo que
teniendo la aptitud para el delito en estado latente, es impelido
a él por la pasión o por circunstancias especiales del ambiente
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en un momento dado (delincuentes natos, instintivos, fortuitos


en los cuales se comprende los por hábito adquirido). Una serie
interminable de experiencias ha demostrado que el delincuente
por fuerza irresistible ofrece caracteres especiales físicos y psi-
cológicos capaces de distinguirlos de los autores ocasionales de
determinados rezagos, por mas que como hemos dicho exista en
unos y otros la aptitud especial para el delito, incoercible en los
primeros, capaz de aminorar o adormecerse en los segundos, así
que desaparezcan los motivos externos que los llevan a delinquir.
De ahí la necesidad de que el juez estudie cuidadosamente los
antecedentes personales del procesado y haga el examen antro-
pológico y psiquiátrico que le ponga en condición de apreciar su
temibilidad y consiguientemente, la naturaleza de la pena que
ha de aplicarse […] partiendo de la base de que la sociedad no
castiga el delito según la vieja idea teológica, como no premia la
virtud, sino que con la pena se defiende de los que la ponen en
peligro imposibilitando o haciendo dificultosos sus ataques, tan-
to mas ocasionados a repetirse cuanto menos responsables sean
sus autores desde el punto de vista de la libertad moral” (Drago,
1887: 23-24).11
Sin embargo, más allá de esta breve consideración, es en su libro de 1888 donde
este autor ingresa de lleno en la constelación de conceptos y argumento propios
de la Escuela Positiva.
Drago, como Piñero y Ramos Mejía, parte de enfatizar la “revolución” que
implica la adopción del “método positivo” en las “ciencias represivas” (1921: 29).
Señala como precursores de este cambio de rumbo que se hacía cada vez más im-
perioso a Prospere Despine y a Cesare Lombroso, “cuyo nombre resuena en todo
el mundo civilizado”, quien en L`Uomo Delinquente –haciendo referencia a la
tercera edición italiana de 1884– agregó al estudio de las anomalías psíquicas del
delincuente propuesto por el médico francés, el estudio de las anomalía somáticas,
generando un “movimiento” que se ha extendido rápidamente a nivel internacio-
nal (1921: 31-32).12

11 Este libro fue positivamente reseñado en 1888 por Raffaele Garofalo en los Archivi di Psichiatria,
Scienze Penali ed Antropologia Criminale. También es reseñado positivamente por Lombroso en
la introducción a la edición italiana del libro de Drago del que nos ocuparemos en este apartado
(1890: XXXII-XXXIV).
12 Reconoce, como lo hacía Ramos Mejía, que la “nueva escuela” –entre cuyos “apóstoles” menciona
a Garófalo y Ferri– está aún en sus comienzos y “faltan datos y observaciones” que “permitan
38 Historia de la Cuestión Criminal...

Drago afirma que los rasgos morfológicos, somáticos y fisionómicos –a los


que describe con cierto detalle– pueden constituir un indicio importante para la
identificación del “hombre delincuente” pero que como la “nueva escuela” ad-
vierte solo se presentan en 40% de los casos observados” (1921: 38). De los datos
craneométricos, sostiene con Benedikt y Rüdinger que solo “en raras ocasiones se
presentan como un signo seguro para la diagnosis del delito” (1921: 43). 13 Pero
señala que esto se debe a que se trata de una “ciencia en comienzo” y que no debe
inferirse de ello que los “caracteres somáticos tengan escaso valor”, como lo se-
ñala el mismo Lombroso (1921: 44).14 Pero resulta indudable, a los ojos del autor
argentino, que las “anomalías psíquicas”, “por el momento”, “ofrecen una garantía
mayor de verdad y constituyen, por consiguiente, un elemento más completo de
convicción para llegar al averiguamiento de la constitución criminal”, apuntando
centralmente a la “ausencia de sentido moral”15 –ilustrándola con referencias a
casos de criminales locales como Castro Rodríguez, Bergallo y Castruccio (1921:
46-48).16
Marteau ha afirmado sobre este punto: “Drago hace suya a toda voz la tesis
lombrosiana de que el origen del delito debe buscarse más allá de las manifesta-
ciones psíquicas anómalas, en las degeneraciones somáticas del hombre y ello
bajo la consideración de sus características hereditarias” (2003: 107). Sin embar-
go, Drago dice algo muy distinto aún cuando no por ello se deba entender que se
separe completamente del autor italiano (Creazzo, 2007: 48; Salvatore, 2016: 2).
El mismo Marteau luego señala, en esta dirección, que para Drago el delincuente

grandes generalizaciones”, pero ya se “divisan amplios horizontes en un porvenir no lejano” (Dra-


go, 1921: 32-33).
13 Refiere al pasar, el envío por parte de Lombroso de fotografías de cráneos de criminales a la
Sociedad de Antropología Jurídica de Buenos Aires (Drago, 1921: 38) y reproduce luego en un
anexo una carta de Lombroso a Moleschott acerca de su utilidad publicada en La Nación (1921:
154-155). Ver también Salvatore (2016: 2-3).
14 Incluso Drago, que había sido juez, sostiene la posibilidad de que se empleen como indicios judi-
ciales (Drago, 1921: 44). Las referencias a su experiencia judicial son un componente fundamental
de su argumentación a lo largo del libro (Salvatore, 2016: 3-4).
15 También destaca, siguiendo a Lombroso, otras peculiaridades psíquicas como la imprevisión, la
imprudencia y la vanidad, refiriendo diversos casos locales (1921: 67-70).
16 Esta apreciación de los casos locales es luego amplificada en el apéndice con un análisis muy deta-
llado de Castro Rodríguez y Castruccio, en el que el primero es calificado de “criminal nato” y el
segundo de “loco moral” (1921: 162-176) –ver respecto de estos casos judiciales Ruggiero (2004:
146-158).
Los usos de Lombroso 39

“más allá de las anomalías físicas que pueda padecer, es sobre todo un sujeto al
que le falta de manera absoluta toda noción de sentido moral” (2003: 108).17
Drago rescata –como hacía Ramos Mejía– el parentesco establecido por
Lombroso entre el criminal nato, el loco moral y el epiléptico como “parte de una
misma familia natural”. Sin embargo, reseña las críticas que dicha relación suscitó
por parte de otros positivistas como Garófalo, Jacoby o Bendickt, planteando la
dificultad que sigue reinando en la nueva escuela sobre el punto (1921: 55-63). Se-
ñala incluso la contradicción en la que incurre, Lombroso que pese a afirmar este
parentesco también señala en la introducción a la traducción francesa de 1887: “el
criminal no es un enfermo, sino un cretino del sentido moral”. Pero en todo caso,
sostiene que no es posible ser concluyente al respecto (1921: 63).18
Drago también discute afirmaciones de Lombroso acerca de las peculiarida-
des de los criminales relacionadas con la inclinación a formar asociaciones des-
tinadas a practicar el mal, la utilización de la jerga y el argot y el tatuaje –que los
emparentaría con los pueblos primitivos– la tendencia al juego de azar, al alcohol
y a las orgías. Para ello utiliza otras fuentes teóricas –especialmente, el trabajo de
Gabriel Tarde– pero también observaciones sobre el contexto local –especialmen-
te sobre los “lunfardos”, señalando haber conversado con algunos de “los princi-
pales y más conocidos” (1921: 71-83).19
Pero tal vez el punto más importante en el que Drago se separa de Lombroso
es en la “embriología del crimen”, al poner en cuestión como factor causal al “ata-
vismo”, al que la “nueva escuela” le da la mayor importancia, señalando que el
delincuente “es un tipo regresivo de salvaje que estalla dentro de la civilización”
(1921: 85), planteando una larga cita de la traducción francesa de 1887 (1921:
86-87). Drago considera que las anomalías somáticas que llevan a Lombroso a
sostener “la hipótesis de una regresión específica” –y que, como ya había sosteni-

17 En la misma dirección, analiza Drago críticamente la afirmación de la insensibilidad física del


“hombre delincuente” de Lombroso, sosteniendo con Garófalo que eso no puede darse por proba-
do, y señalando que los ejemplos más notables de la resistencia al dolor, desde su punto de vista, se
encuentran generalmente en las “clases militares”, aportando anécdotas de “héroes” de la historia
local que ponen en cuestión dicha asociación (Drago, 1921: 51-53; ver también Salvatore, 2016:
6-7).
18 En un sentido similar se orienta en el mismo año Osvaldo Piñero –quien era profesor suplente
de Norberto Piñero en la cátedra de Derecho Penal de la Facultad de Derecho de la Universidad
de Buenos Aires, a quien reemplaza en 1898– en un artículo titulado “Criminalidad y represión”
(1888: 294).
19 Esto es algo que resalta también Francisco Ramos Mejía en el prólogo de este libro, agregando
incluso con respecto al uso del argot una referencia autobiográfica (Ramos Mejía, 1921: 9-12).
Sobre la exploración del lunfardo de Drago, Salvatore (2016: 4-5).
40 Historia de la Cuestión Criminal...

do precedentemente, solo tienen un “valor relativo” en muchos casos– más que a


la “influencia de remotos antepasados en la evolución de las generaciones” debe
atribuirse a “causas más directas”, a una “degeneración adquirida o congénita de la
masa encefálica”, que en el segundo caso no se debe a “influencias lejanas” (1921:
88). De este modo “quedaría excluido el atavismo” y la “semejanza psíquica con
los lejanos antecesores sería puramente ilusoria” (1921: 89).20
Además impugna la afirmación que se encuentra en la base de la tesis del
“atavismo” acerca del carácter “antisocial y sanguinario” de todas las “agrupacio-
nes primitivas”, que se funda en los relatos de viajeros (1921: 90-91). Esos relatos,
salvo “muy raras excepciones”, provienen de “hombres que han recorrido preci-
pitadamente los países que describen e ignorando el lenguaje de las agrupaciones
estudiadas han carecido de la preparación suficiente” (1921: 93). En particular,
dice Drago, “los americanos tenemos” “motivos especiales para dudar de algunas
de las maravillosas referencias, comúnmente aceptadas como verídicas. ¡Se ha
mentido tanto respecto de nosotros y las falsas afirmaciones han sido recibidas tan
sin control por autores respetables!” (1921: 93).
A continuación cita ejemplos de referencias risueñas sobre Argentina plan-
teadas en libros publicados en Estados Unidos y Francia –incluyendo al “conoci-
do antropólogo francés”, Topinard (1921: 93-95). Para Drago las “agrupaciones
primitivas” “en igual periodo de evolución” a veces presentan “tendencias san-
guinarias y crueles” y a veces tienen un carácter “manso y humano”. Y funda esto
en diversos ejemplos de “las costumbres y tendencias nativas de los aborígenes”
que habitan la Argentina y la referencia a la “propia experiencia” y a lo observado
“por nuestros propios ojos” –al visitar el Museo de La Plata donde “viven” una
docena de “fuegueños” “traídos recientemente de sus wigams” (1921: 95-97).21
Esto prueba, desde su punto de vista, “que los diversos agregados humanos no
pueden clasificarse por series progresivas”, “las agrupaciones sociales están lejos
de seguir en su evolución una marcha homogéneamente uniforme de tal suerte
que al estudiar una tribu salvaje contemporánea, pueda concluirse con seguridad

20 De nuevo Marteau incurre en una imprecisión al decir respecto de Drago que toma “como base la
teoría lombrosiana del atavismo…”, aunque luego aclara que también considera las críticas que
le fueron realizadas (2003: 108). En la misma dirección, parece orientarse Rodriguez (2006: 65).
Es claro que Drago se despega fuertemente de esta tesis (en el mismo sentido, Creazzo, 2007: 48;
Salvatore, 2016: 2, 11-12).
21 Sobre los “indios de museo” y la discusión del “atavismo” y el evolucionismo en Drago, ver Sal-
vatore (2016: 5-6).
Los usos de Lombroso 41

que se halla en uno de los estadios anteriores del desenvolvimiento de las actuales
naciones civilizadas” (1921: 97-98).
Por otro lado, Drago sostiene que la “civilización” no es un patrimonio de
la “familia indoeuropea” y se refiere para probarlo a los “Incas”, “raza con carac-
teres étnicos semejantes a los que acostumbramos considerar peculiares del tipo
salvaje” que habitó América del Sud y alcanzó “un grado tal de desenvolvimiento
que apenas si logramos darnos cuenta de él por un poderoso esfuerzo de la imagi-
nación, nosotros los descendientes de los conquistadores europeos, acostumbrados
a buscar en otra parte los orígenes de toda civilización” (1921: 99).22 En torno
al “atavismo”, concluye Drago, “la teoría por probar demasiado, nada probaría”
(1921: 108).
A partir del rechazo del “atavismo” –citando a Tarde (1921: 120)– Drago
argumenta que la “degeneración” es el producto combinado de factores heredi-
tarios y ambientales, cuyo peso relativo es difícil de precisar en el “estado actual
de los conocimientos”. Sin embargo, afirma la posibilidad de que “las influencias
hereditarias” sean “anuladas” por la “falta de condiciones apropiadas para su des-
envolvimiento”, de modo que “el factor biológico existe tal vez pero es menester
el reactivo que produzca el movimiento” (1921: 121-122). Y aclara luego: “El fac-
tor biológico y el sociológico se combinan y compenetran tan íntimamente en la
producción del delito que no es posible prescindir del uno ni del otro” (1921: 123).
Drago considera que esto es verdad para los distintos tipos de criminales, siguien-
do en esta argumentación a Ferri –aunque no lo cita– y diferenciando el “criminal
nato o instintivo”,23 el “criminal fortuito o de ocasión”, el “criminal de profesión o
por hábito adquirido” y el “criminal por ímpetu de pasión” (1921: 122-123).
Por último, Drago se refiere con alarma al crecimiento del crimen en Buenos
Aires y atribuye un rol preponderante en esta situación a la “benignidad de nues-
tras leyes, a la insuficiencia de las penas” (1921: 126). Señala, en la misma di-
rección que Ramos Mejía –y siguiendo a sus maestros italianos– que sostener “la
doctrina científica que considera al criminal como el producto de una influencia
biológica derivada o actualizada por circunstancias sociales o famílicas”, argu-

22 A pesar de sus constantes referencias a lo “salvaje”, se pregunta Drago luego de dar cuenta de
algunas características de la “civilización” de los Incas: “si no hay en todas las razas, cualesquiera
que sean sus caracteres étnicos, la potencialidad de desarrollo a que, por circunstancias especiales,
solo algunas han podido llegar” (1921: 104) -ver sobre este punto, Salvarote (2016: 7, 12).
23 Señala aquí que pese a que en este tipo de criminal las “circunstancias externas” parecen no jugar
ningún rol, es preciso tener en cuenta que la “degeneración hereditaria” de donde nace su “anoma-
lía” ha sido preparada “por el ambiente social a través de varias generaciones” (Drago, 1921: 122).
42 Historia de la Cuestión Criminal...

mentar esa “semifatalidad” del delito, no implica abrazar el camino de la “clemen-


cia” sino todo lo contrario (1921: 131). Cita aprobatoriamente en este sentido una
sentencia judicial dictada ese mismo año en La Plata por el juez José N. Matienzo
–otro miembro de la Sociedad de Antropología Criminal– en la que reconoce las
“anomalías” del imputado detectadas por la “antropología criminal” como típi-
cas del “hombre delincuente” pero que no deben ser consideradas “síntomas de
locura” pues de este modo se libraría del castigo a “los más grandes y peligrosos
criminales” (1921: 132).24 Drago sostiene que “la represión debe proporcionarse
al peligro que entraña el delincuente” y que aquí reside la utilidad de la “nueva
ciencia represiva” capaz de apreciar “el peligro de cada delincuente” de acuerdo a
la categoría a la que pertenece –apoyándose en Ferri (1921: 134). De este modo,
dicha escuela le brinda a la “sociedad” nuevas “armas de precisión” en el marco de
“una estrategia científica en su lucha secular contra el delito” (1921: 138).
Hombres de presa generó un diálogo directo con Lombroso y sus colegas
que derivó en que el libro fuera traducido y publicado en italiano en 1890 –por el
impulso del intelectual turinés– con el título I Criminali Nati, con una nota intro-
ductoria de casi 40 páginas de Cesare Lombroso mismo sobre “la difusión de la
antropología criminal”, dando lugar a un primer ejercicio de reversión del flujo de
circulación de las producciones discursivas en este campo de saber entre centro y
periferia (Drago, 1890; Lombroso, 1890).
Un año antes en Archivio di Psichiatria, Antropologia Criminale e Scienze
Penali, Enrico Ferri comenta este libro reconociendo “ideas originales sostenidas
por el autor, con mucha sagacidad y elocuencia y con un conocimiento perfecto

24 Dicha sentencia penal constituye uno de los primeros impactos de las ideas de la Escuela Positiva
en la justicia penal en Argentina (Matienzo, 1888: 307-308). Otro efecto aun de mayor importancia
se dio en la causa judicial contra Ignacio Monjes acusado de haber intentado matar al presidente
de la República, Julio A. Roca en 1886, en la que otro miembro de la Sociedad de Antropología
Jurídica, Antonio Piñero, va a llevar adelante en 1888 una pericia muy compleja y articulada que
declara el carácter anormal del imputado pero, al mismo tiempo, reconociendo la paradoja de que
la legislación vigente lo declaraba como tal irresponsable y mandaba dejarlo en libertad pese a su
carácter peligroso, por lo que realiza un alegato a favor de la reforma del derecho penal en función
de los principios de la nueva escuela (JCC, 1890; sobre este proceso judicial, ver Sozzo, 2013a;
2015: 413-457). Dicho informe pericial fue resumido, traducido y publicado en italiano bajo el
título “Delinquente politico ed assasino” en Archivio di Psichiatria, Antropologia Criminale e
Scienze Penali (Piñero, A., 1888), con una nota a pie de página del mismo Lombroso que señalaba:
“Estamos orgullosos de esta pericia antropológico-psiquiátrica tan completa y perfecta que hace
empalidecer las que se publican en Europa”. Lombroso se refirió también elogiosamente a este
informe pericial en la Introducción a la traducción al italiano del libro de Luis María Drago, califi-
cándolo de “tan perfecto” “que no se suele ver ciertamente en Europa” (Lombroso, 1890: XXXII).
El caso de Monjes va a ser referido brevemente por Lombroso en su libro Gli Anarchici de 1894.
Los usos de Lombroso 43

de todas las publicaciones no solo de la antropología criminal, sino también de la


filosofía científica” (Ferri, 1889: 102). Concluye: “No podemos sino alegrarnos
con el autor del brillante ensayo que nos ha dado, de su valentía no solo para di-
fundir las nuevas teorías críticas sino también para someterlas a críticas originales
y fecundas y por tanto, corregirlas y completarlas” (Ferri, 1889: 103).
En la introducción al libro de Drago, Lombroso señala con respecto a la difu-
sión de la antropología criminal que:
“Un fenómeno que tal vez dentro de algunos siglos atraerá la
atención de los historiadores del pensamiento humano es la ex-
traña diferencia que se observa, entre los países por el número y
valor de los cultores de la nueva escuela penal –así mientras sus
creadores surgieron casi todos en el norte, en cambio sus segui-
dores faltan casi completamente en el norte y centro de Italia, las
Romagnas excluidas, y abundan, en cambio en las partes más
meridionales e insulares de Italia” (Lombroso, 1890: V).
Lo mismo, dice, sucede a nivel de Europa, donde son escasísimos los creadores y
pocos los cultores de la nueva escuela penal. Pero es en la “raza ibérica”, en Espa-
ña y en Portugal y sobre todo en la América española y portuguesa que esta ideas
“han adquirido un gran desarrollo” (1890: VII).
Luego de analizar la situación de la “nueva escuela” en España y Portugal
con un gran nivel de detalle (1890: VII-XXXI), dedica un apartado a “América
del Sud” que se refiere casi exclusivamente a Argentina, subrayando la difusión
“extraordinaria” de las nuevas ideas. Con respecto a la obra de la Sociedad de
Antropología Jurídica –a la que nomina como “Sociedad de estudios psiquiátricos
y antropológicos”– afirma:
“Le corresponde a América del Sud haber fundado una Sociedad
antropológica criminal cuando en Europa se batalla incluso para
concederle un nombre…y ésta tiene el honor de estar presidida
por el alienista más insigne del nuevo mundo –nueva lección para
el viejo en el que la lucha más viva y tenaz parte de aquellos que
llamo pseudo-alienistas” (Lombroso, 1890: XXXIV-XXXV).25

25 Confunde aquí a Francisco Ramos Mejía –que era abogado y había sido juez del crimen en la
ciudad de Buenos Aires– con su hermano José María Ramos Mejía –medico, alienista e higienista.
A este último lo había elogiado como “uno de los más potentes pensadores y de los más grandes
alienistas de los dos mundos”, haciendo referencia a su libro La Neurosis de los Hombres Ilustres
de la República Argentina de 1878 (Lombroso, 1890: XXXI).
44 Historia de la Cuestión Criminal...

Y anuncia:
“Y he aquí la obra verdaderamente magistral de Drago, prece-
dida del genial prefacio de Ramos Mejía, que demuestran cómo
la aceptación de las nuevas ideas no produce daño alguno a la
originalidad de la investigación y a la perfecta independencia del
juicio, porque si muchas son las confirmaciones de nuestra teoría,
no son pocas las críticas” (1890: XXXV).
En una nota a pie de página, Lombroso se dedica a responder algunas de estas
críticas:
“Les faltaría el respeto a estos ilustres escritores si no les respon-
diese con algunas palabras. Es verdad lo que dicen: que la jerga
es hasta cierto punto adoptada por todas las clases, especialmen-
te por los jóvenes, pero más allá de que difiere en estos por la
intensidad y la ausencia de cinismo, crueldad, etc., el hecho de
estar difundidas entre los jóvenes confirma la tendencia embrio-
nal, infantil, del delito. Pero el delincuente no la usa solo en la
juventud sino hasta la extrema vejez e incluso la emplea contra
suyo. El tatuaje puede bien explicarse como consecuencia del
ocio pero solo hasta un cierto punto porque en los manicomios no
es nunca practicado y también en los hombres normales (mari-
neros) en los que se encuentra, no tienen nunca el carácter cínico
y obsceno ni la difusión enorme que tiene entre los criminales”
(1890: XXXV).
No parece casual que en la “respuesta” del maestro turinés se haga caso omiso al
rechazo de Drago del “atavismo” en la explicación de la “embriología del deli-
to”, de sus dudas acerca del peso de las “anomalías somáticas” como síntoma del
“hombre delincuente”, o de la puesta en cuestión de la existencia de un único pro-
ceso de “civilización” en el mundo ligado a la “familia indoeuropea”, que consti-
tuyen, sin dudas, diferencias más importantes. Lombroso elige enfatizar el terre-
no en común, busca trazar, mantener y promover el lazo intelectual entre lo que
visualiza como el centro y la periferia, reforzando la jerarquía más bien explícita
que describe en su texto en la distribución geográfica de “creadores” y “cultores”
Los usos de Lombroso 45

de este nuevo saber sobre la cuestión criminal.26 Un rastro de este gesto se revela
en el título elegido para traducir el libro al italiano, I Criminali Nati, reforzando la
conexión lombrosiana (Rodriguez, 2006: 266).
En el libro de Drago, este juego de la transacción puede dar lugar a impug-
naciones más o menos contenidas de conceptos y argumentos del vocabulario
lombrosiano. Estas impugnaciones pueden estructurarse apelando a información
empírica del contexto local para sostener la falta de verificación de un enunciado
general elaborado “allá”, en los países centrales. A su vez, esa información em-
pírica puede ser de primera o segunda mano –apelando a otros autores que han
generado observaciones de distinto tipo. Aquí el contexto, los problemas y las pre-
guntas locales juegan un rol muy relevante (Salvatore y Aguirre, 1996: 33; Sozzo,
2006: 380-381, 383; Salvatore, 2016: 1, 10-11). Pero también puede construirse
sobre la base de observaciones realizadas en los contextos centrales, articulando
la importación de otras voces gestadas en dichos escenarios. También puede dar
lugar, más ambiciosamente, a la elaboración –más o menos tentativa– de un enun-
ciado general alternativo. En muchos casos, este enunciado general alternativo
también se nutre de otros ejercicios de traducción, de otras visiones generadas
igualmente en los países centrales. En todo caso, en la operación de la transacción
se genera un espacio de inventiva e innovación para los intelectuales locales que
vuelve al proceso de importación más complejo que una mera adopción. Esto no
impide que se reconozca y mantenga el vínculo con lo importado –en este caso la
obra de Lombroso– pero se vuelve más elemental y sus contornos más sinuosos y
flexibles. Drago, a su vez, podría incluso vanagloriarse de que precisamente por
esto se hace posible la reversión del flujo de circulación, dando lugar a su turno a
una traducción en sentido estricto que permite que su perspectiva viaje desde la
periferia hacia el centro.

Rechazo
Los tentativos de importación del vocabulario criminológico positivista en Argen-
tina, y especialmente los conceptos y argumentos de Lombroso, inmediatamente
chocaron –como en otros contextos nacionales– con el rechazo radical de ciertos
juristas de derecho penal de orientación católica o liberal como Godofredo Lozano

26 Incluso, más en general, Lombroso dice explicar esta distribución en relación con la “senilidad de
la raza”. Cuanto más vieja, paradojalmente, tantas más fuentes de “neurosis” y de “genialidad”.
De ahí que en América del Sud, una “raza más joven”, no haya habido “grandes revolucionarios
religiosos, científicos, sino que rápidamente afirmaron los descubrimientos y las ideas revolucio-
narias de los otros” (Lombroso, 1890: XXXV, XXXVIII).
46 Historia de la Cuestión Criminal...

(1889) o Guido Prack (1892). En estos textos es posible observar algo parecido a
un “choque de escuelas” (Creazzo, 2007: 50).
Sin embargo, también existieron esfuerzos intelectuales en este primer mo-
mento construidos desde un punto de vista positivista, que abrazaron la necesi-
dad de fundar un enfoque “científico” acerca de la cuestión criminal pero que
lo hicieron rechazando ejes fundamentales antes señalados de la perspectiva del
precursor italiano, traduciendo ideas de otros autores europeos relevantes que, en
sus propios escenarios, habían articulado dicho tipo de reacción. Estos esfuerzos
van más allá de la transacción que se observa en el libro de Drago –y que el mismo
Lombroso como otros autores claves de la Escuela Positiva italiana como Ferri y
Garófalo elogian– avanzando en una confrontación más clara que incluso compro-
mete una reinterpretación de lo que constituye el núcleo mismo de una perspectiva
“positivista” sobre el delito y la pena. Veremos dos ejemplos significativos.
En este sentido se destaca tempranamente la tesis de grado presentada en
la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en 1887 de Osvaldo
Magnasco, Sistema de Derecho Penal Actual. En la literatura sobre la historia del
saber sobre la cuestión criminal local, este trabajo es presentado frecuentemente
como una mera exposición de las ideas de la Escuela Positiva (Del Olmo, 1992: 5;
Creazzo, 2007: 29). Sin embargo, resulta un texto más complejo.
Magnasco ataca el “sistema metafísico que desprecia o vacila temeroso ante
las enseñanzas fecundas de la ciencia esperimental y desconoce el dogma cientí-
fico de actualidad” (1887, 14). Sostiene que este sistema es el que funda la legis-
lación y el saber penal de su presente –y del pasado-, lo que constituye a su juicio
un “lamentable absurdo” (1887: 16,18). Pero, al mismo tiempo, afirma: “No se
crea que nos dejamos alucinar por la eficacia –desgraciadamente no siempre efec-
tiva– del sistema científico positivo; no se crea que nos dejamos arrastrar de puro
orgullo por la corriente de las nuevas ideas que vienen señalando otros rumbos al
espíritu humano” (1887: 17).
Plantea, entonces, la necesidad de establecer “justas limitaciones” de este
“nuevo trascendental método” que está generando en la “ciencia penal y peniten-
cial” una “tendencia positivista bien fecunda por cierto” (1887: 17, 26).27
Magnasco considera al delito y al delincuente como fenómenos patológicos
de carácter moral, “enfermedad” y “enfermo”, respectivamente (1887: 14, 18, 45-

27 Específicamente menciona las dificultades para aplicar este método experimental en el contexto
local, por la carencia de precedentes y la ausencia de datos y observaciones (Magnasco, 1887: 23-
4, 86-87).
Los usos de Lombroso 47

47). Pero, desde el inicio aclara que esta calificación no lo lleva a declarar la “irres-
ponsabilidad absoluta del criminal basado en la fatalidad del mal”. Esto llevaría,
a su juicio, a afirmar que todos los delincuentes deben ser enviados a un “asilo de
enfermos” (1887: 19) –idea que luego atribuye a algunos “discípulos de la escuela
positiva” (1887: 122).
Para Magnasco, el delito tiene su “etiología”. Pero sostener la existencia de
causas individuales o sociales no implica “negar el libre albedrío, pues que si el
acto es el resultado fatal de la causa correspondiente ya sabemos que la facultad
volitiva puede obrar en la elección de la causa” (1887: 76). Como vemos, se trata
de una versión explícitamente débil del discurso etiológico, por oposición a la que
constituye el núcleo del trabajo de Lombroso –y de la Escuela Positiva, en general.
Aquí la imagen del delito como algo causado no anula la imagen del delito como
algo elegido, uniéndose estos dos elementos en forma compleja, más allá del “de-
terminismo”, lo que tiene una valencia teórica dada por el rescate de nociones tra-
dicionales como “libre albedrío”, “voluntad criminal” o “responsabilidad” (1887:
54-56, 113-114), pero también práctica, ya que esto implica mantener la división
de las personas que cometen delitos entre aquellos que son definidos como “insa-
nos” y los que no lo son, generando respuestas alternativas por parte de la justicia
penal (1887: 109-145).
Magnasco reconoce la existencia de criminales “por instinto” o “natos”, “que
obran arrastrados por tendencias o inclinaciones congénitas generalmente heredi-
tarias”, pues “está claramente demostrada por la observación y lo ha comprobado
la ciencia positiva”. Pero aclara inmediatamente, en relación con su argumento
etiológico débil, que ello no implica descartar su responsabilidad subjetiva ya que
“las tendencias son perfectamente resistibles por regla general”. También recono-
ce otros dos tipos de delincuentes: por “hábito” y “por ocasión” (1887: 81).
Estos tres tipos de criminales implican tres clases de “causas inmediatas”
de este “estado patológico moral”, que incluso pueden actuar conjuntamente:
herencia, costumbre y circunstancia (1887: 83-84). Con respecto a la herencia,
en particular, sostiene que la “ciencia ha constatado ya perfectamente el hecho
de la transmisibilidad efectiva de las aptitudes y defectos morales” y por ende,
la existencia de “infractores con tendencias innatas, naturales al delito”, citando
a Lombroso (1887: 84, 87). “La categoría de los criminales natos, con tenden-
cias naturales poderosas a la infracción se halla pues justificada” (1887: 90). Pero
también afirma –en una dirección contraria a Lombroso– que estas “tendencias
congénitas” pueden ser contenidas e incluso destruidas a través de un “régimen
48 Historia de la Cuestión Criminal...

preventivo” conveniente ligado a la “educación moral” (1887: 154-157). Dicho


régimen resulta más fácilmente efectivo en los otros tipos de delincuentes y es, a
su vez, la base de la “terapéutica” destinada a la “reforma del preso” –que es, sin
embargo, valorada un tanto escépticamente (1887: 187-188).
A pesar de que esta diferenciación de tipos de delincuentes –y la categoría del
“criminal nato”–resulta inspirada en el trabajo de Lombroso –como lo reconoce
indirectamente (1887: 90)– Magnasco va a dedicarse a criticar la visión etiológica
de la “antropología criminal”. Describe las afirmaciones lombrosianas –tal como
aparecen en la segunda edición de L’Uomo Delinquente de 1878 y en las presen-
taciones en el Primer Congreso Internacional de Antropología Criminal– en torno
a las características físicas del cráneo de los criminales, de su fisonomía, su sen-
sibilidad y su escritura (1887: 95-99).28 Impugna lo que a su juicio es el principio
fundamental de la aproximación de Lombroso, ya que niega que a partir de las
“peculiaridades de la conformación exterior” de un individuo se pueda “asegurar”
“cual sea su estado intelectual y moral”: “En el estado actual de la ciencia, la
mayor parte de las afirmaciones antropológicas o son evidentemente falsas o son
una verdad bien dudosa, por el sencillo motivo de que son erigidas sobre bases
indiscutiblemente fútiles, no comprobadas al menos” (1887: 103).
Magnasco dice haber observado 87 criminales en la Penitenciaría Nacional
y en comisarías y haber notado en 28 de ellos conformaciones “especialísimas”
en el cráneo por lo que considera que esto último sí puede ser una verdad probada
pero su significado en lo que hace a las facultades intelectuales y morales es lo que
le resulta poco fundado en la antropología criminal (1887: 100). Específicamente
hace referencia a su examen del cráneo del famoso bandido Cirilo Medina, que
“no presentaba una sola de las peculiaridades señaladas por Lombroso” (1887:
103). Y refuerza su opinión con citas de Mantegazza sobre las “divagaciones lite-
rarias”, lo “temerario” y “fantástico” de mucho de lo afirmado por la antropología
criminal y hace referencia a las disputas al interior de la misma escuela sobre ele-
mentos fundamentales que si hubieran sido el resultado de “observaciones correc-
tas y fundadas en la ciencia experimental” deberían ya gozar de consenso y no dar
lugar a “afirmaciones categóricas diametralmente opuestas”. Y sostiene que esos

28 Magnasco señala que este énfasis representa una continuidad y ampliación de los estudios freno-
lógicos de Gall y sus discípulos y apunta que aquella doctrina primitiva resultó desacreditada pues
su presupuesto fundamental de la localización cerebral de las facultades psicológicas, afectivas o
morales era “puramente arbitrario” –aun cuando reivindica que “estas tendencias instintos y cua-
lidades tengan un centro cerebral” pero que aún no ha sido “localizado y delimitado” (Magnasco,
1887: 99-101).
Los usos de Lombroso 49

desacuerdos han contribuido al “desprestigio y al ridículo que hoy gravita” sobre


estas ideas (1887: 104-105).29
Como vemos, Magnasco se presenta adoptando una posición positivista, fun-
dada en la apelación a la ciencia de acuerdo al molde de la ciencia natural, pero
que se separa de la figura de Lombroso de dos modos fundamentales. Por un lado,
rompe con una idea de causalidad en sentido fuerte, asociada al “determinismo”,
que le posibilita rescatar nociones tradicionales como “libre albedrío”, “voluntad
criminal” y “responsabilidad”, y argumentar acerca de la necesidad de que la jus-
ticia penal mantenga la diferenciación clásica entre “insanos” y “delincuentes”
estructurando respuestas alternativas. Al mismo tiempo, esto lo lleva a sostener
crucialmente que aún en el caso del “criminal por instinto” o “nato” se puede
evitar que la tendencia heredada se transforme en acto delictivo, a través de un
“régimen preventivo”. Por otro lado, rompe radicalmente con la idea clave en el
proyecto de una “antropología criminal” de que los rasgos físicos externos de la
constitución del individuo puedan considerarse un signo de su estado intelectual y
moral y por ende, de su criminalidad como “estado moral anormal”.30
Algunos de estos elementos son rescatados en otra contribución fundamen-
tal en este primer momento del nacimiento de la criminología positivista en Ar-
gentina. Antonio Dellepiane, en otra importante tesis de grado en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Buenos Aires de 1892 titulada Las Causas del De-
lito, aborda más profundamente que Magnasco la revisión crítica de las diversas
teorías producidas en el marco de la Escuela Positiva y, en particular, del enfoque
de Lombroso (Creazzo, 200: 117-123). Dellepiane opera muchas veces a partir
de la argumentación de los autores franceses e italianos críticos de Lombroso, a
quienes cita seguida y explícitamente. Aparece especialmente como un receptor

29 Sin embargo, Magnasco afirma que es posible encontrar tras “la densa nebulosa de afirmaciones
audaces, de caprichosas conclusiones, exageraciones, ridiculeces y bizarras extravagancias, un
núcleo de verdad segura, consistente, inconmovible”. Sostiene que resulta “imposible afirmar hoy
categóricamente que existe una causa del delito en el individuo que presente tal o cual conforma-
ción”, pero que la antropología ha apuntado un principio, “para nosotros indudable”: “es posible
que por regla general a conformaciones semejantes correspondan caracteres o inclinaciones seme-
jantes”. Sobre este principio el futuro “progreso científico” seguramente generaría, de acuerdo a su
visión, bases más firmes que las disponibles (1887: 107). Pero mientras esto no se produzca, hay
que evitar en la “etiología del delito” la idea de que la misma puede ser “obtenida exclusivamente
mediante el examen de las características físicas de los sujetos” (1887: 108).
30 Esto no impide que comparta otros elementos con Lombroso –además de la fe en el método posi-
tivo– como la posibilidad de clasificar tipos de delincuentes y el reconocimiento del tipo de “cri-
minal nato o por instinto”, dándole peso a la herencia como factor causal (aunque con la limitación
señalada más arriba).
50 Historia de la Cuestión Criminal...

del verdadero cisma que en el marco del discurso en el nombre de la ciencia sobre
la cuestión criminal, se produce en el contexto europeo a partir del II Congreso
Internacional de Antropología Criminal realizado en París en 188931 –ver al res-
pecto, Pick (1989: 139-152); Darmon (1989: 89-113); Beirne (1993: 143-185);
Renneville (1994); Mucchieli (1994a, 1994b); Digneffe (1998); Debuyst (1998);
Gibson (2002: 55-62; 158-160), Frigessi (2003: 208-229).32
Ahora bien, su punto de partida –como Magnasco– es reconocer la “revo-
lución que trabaja en estos momentos las entrañas mismas del derecho penal”,
nacida de la tendencia a la extensión del “método positivo” al “estudio de los he-
chos sociales y humanos”, el “positivismo”, “que está en el aire que respiramos”
(1892: 7, 9). Dellepiane se afirma partidario de la utilización de este “método de
investigación” y afirma la necesidad de conocer las causas del delito (1892: 9,
12-5). Pero, al mismo tiempo, reconoce la pluralidad de perspectivas que se han
producido en este ejercicio y afirma que no tienen prácticamente nada en común,
distinguiendo la “tendencia antropológica o patológica” –que se ocupa “más del
delincuente que del delito”, nutrida de los “estudios médicos o antropológicos”– y
la “tendencia sociológica” –que se ocupa “menos del delincuente que del delito”,
más bien de la “delincuencia”, “el delito considerado en masas” como “función
morbosa del organismo social” (1892: 15-17).33
Desde el inicio, Dellepiane se pronuncia contrario a la primera variante
(1892: 23). Desarrolla detalladamente las críticas a dicha tendencia, dándole un
tratamiento especial a las ideas de Lombroso.34 Por un lado, descarta absolutamen-
te la tesis del atavismo sostenida en L’Uomo Delinquente –nuestro autor emplea

31 Cita explícitamente los debates producidos en ese Congreso, especialmente las críticas de Ma-
nouvrier a las ideas de Lombroso (Dellepiane, 1892: 43-44, ver también 36, 50-51).
32 Rastros de algunos de estos intelectuales europeos críticos de Lombroso se encontraban también
en Drago y Magnasco, pero adquiere una centralidad mayor.
33 Dellepiane distingue de estos ejercicios, aquellos que frecuentemente se han orientado a extraer
consecuencias normativas para la reforma del derecho penal, mostrándose escéptico acerca de
que las aplicaciones del método positivo hayan dado bases suficientes para hacerlo. Y elogia en
este sentido el proceder cauteloso de la Comisión para la Reforma del Código Penal en Argentina
integrada por Rivarola, Matienzo y Piñero, que produjo el proyecto de 1891 (1892: 17-21).
34 Dellepiane ataca aquí también otras construcciones teóricas que considera que van en una direc-
ción semejante aunque no se relacionan fuertemente con el trabajo de Lombroso, como la iden-
tificación del delito y el delincuente con la enfermedad y el enfermo (Dellepiane, 1892: 53-56),
con la locura (1892: 57-66), con la neurastenia (1892: 67-76) –incluyendo una referencia crítica al
vínculo de estas ideas con las posiciones de Lombroso (1892: 73)- y con la degeneración (1892:
77-85).
Los usos de Lombroso 51

la tercera edición italiana de 1884 (1892: 28).35 Señala: “Es hoy una teoría muer-
ta y enterrada. El mismo que le dio el ser no intenta ya salir en su defensa […]
Combatir el atavismo es casi como ensañarse con un cadáver” (1892: 26). Luego
de describir pormenorizadamente el argumento y las evidencias del autor italiano
(1892: 28-37), impugna diversos aspectos, siguiendo a Aramburu, Joly, Tarde y
Colajanni. En primer lugar, la afirmación lombrosiana de una ausencia de diferen-
cia cualitativa entre el hombre y el animal en cuanto a la producción del delito,
es contestada reivindicando la libertad, la racionalidad y los motivos humanos
frente a la necesidad y los instintos del animal –una contestación que tiene luego
efectos muy significativos, como tendremos ocasión de mostrar (1892: 38-39). En
segundo lugar, la aserción lombrosiana de que el delito es un hecho normal en los
pueblos salvajes, es contestada señalando que también en dichos pueblos existen
definiciones acerca de lo que está bien y lo que está mal, aunque sean diferentes
a las de los pueblos civilizados y que acciones desarrolladas en esos contextos
que son crímenes para los pueblos civilizados se estructuran en realidad sobre
la base de “ideas y sentimientos fundamentales de la naturaleza humana” –como
ciertas formas de canibalismo (1892: 39-42). En tercer lugar, la idea lombrosiana
de que el niño tiene siempre en su carácter los rasgos típicos del loco moral o
criminal nato, es contestada por su exageración que vuelve constantes y generales
elementos que se han sido observados solo excepcionalmente (1892: 42). En cuar-
to lugar, la afirmación lombrosiana de que existe “un tipo criminal” en función
de sus rasgos físicos a partir de los resultados de observaciones experimentales
(con respecto al cráneo, la estatura, los brazos, etc.) que demostrarían su analogía
con el hombre salvaje y primitivo, es contestada por numerosas observaciones y
experimentaciones que han puesto de manifiesto las “contradicciones cualitativas,
étnicas, históricas y sexuales” de estas conclusiones (1892: 43-48). En quinto lu-
gar, la afirmación lombrosiana sobre el argot y el tatuaje como síntomas del tipo
criminal relacionables con el tipo salvaje, es contestada utilizando los argumentos
de Tarde que explora las diferencias de ambos entre los delincuentes y entre los
salvajes (1892: 48-50).36

35 Aunque en algún caso también cita la segunda edición de 1878 (Dellepiane, 1892: 61). También
cita L’ Uomo di Genio publicado en 1888 (1892: 67-68) y un texto en francés de Lombroso de
1892 titulado Nouvelles Recherches de Psychiatrie et d’Anthropologie Criminelle (1892: 89).
36 Como Magnasco, esto no lleva a Dellepiane a declarar completamente inútil una antropología
criminal que en el futuro podría dar nuevos frutos, pero refuerza la impugnación de las conclusio-
nes de esta empresa hasta el momento –rescatando la conclusión del II Congreso Internacional de
Antropología Criminal de 1889 acerca de la necesidad de continuar este género de investigaciones
“con una atención minuciosa y un criterio severo” (1892: 51).
52 Historia de la Cuestión Criminal...

Por otro lado, pero en la misma dirección, Dellepiane critica las nuevas ideas
de Lombroso37 presentadas en la tercera edición de L’Uomo Delinquente que aso-
cian la criminalidad a la epilepsia –“todo epiléptico no sería un criminal […] pero
todo criminal sería un epiléptico más o menos disfrazado” (1892: 87). Sostiene
que no puede ser puesto en duda que la epilepsia sea “un factor de la delincuencia”
en ciertos casos más o menos raros –como la “alienación mental”– pero el hecho
de que existan “delincuentes epilépticos” no autoriza a sostener que “todos los
delincuentes sean epilépticos” (1892: 89). Señala que muchas de las similitudes
identificadas entre epilépticos y criminales –impulsividad, irascibilidad, fanatis-
mo religioso, etc.– nacen de observaciones de epilépticos realizadas en cárceles
y hospitales, “lugares poco frecuentados sin duda por las clases más acomodadas
de la sociedad”, por lo que se podrían deber en realidad a las “condiciones que
son peculiares de las clases inferiores de la sociedad” (1892, 90). Reconoce luego
que el autor italiano solo plantea “la identidad perfecta entre el epiléptico y el
delincuente nato”, señalando luego que el resto de los delincuentes –pasionales,
de ocasión, profesionales– serían “epileptoides” que divide en diferentes grupos o
grados, afirmando que en todos ellos hay “vestigios del temperamento epiléptico”.
Pero aclara: “Esta manera de torturar los hechos para que se acomoden a la teoría
ha encontrado entre los sabios la más viva resistencia” (1892: 91). Luego de referir
las críticas de Lacassagne, Tarde y Colajanni, concluye: “La flamante hipótesis
lombrosiana es pues una generalidad inaceptable” (1892, 92).38
Dellepiane considera, en cambio, que es posible explicar el delito apelando a
causas sociales y psicológicas. Enmarca dicha tarea en una “sociología criminal”
como parte de una “patología social” de la que reconoce como predecesores a
autores como Quetelet, Colajanni, Garraud, Lacassagne, Tarde y Ferri –a quien
destaca por su esfuerzo de sistematización. Critica a este último –y en general a
la Escuela Positiva italiana– por su “determinismo” que lo lleva a negar el “libre
albedrío” (1892: 106). Para Dellepiane –como para Magnasco– es posible cons-
truir un discurso científico acerca de las causas del delito que no anule el recono-
cimiento de la “voluntad libre”, del “libre albedrío” de los individuos –citando

37 Dice de Lombroso que resulta “tan paciente en la observación de los hechos como precipitado en
la generalización de principios eminentemente relativos” (Dellepiane, 1892: 87-88).
38 En otro momento, Dellepiane discute también las ideas acerca de la predisposición de ciertas
razas al delito planteadas por Lombroso, señalando que implican una “exageración” y que las
“diferencias que se notan entre los pueblos, del punto de vista de la moralidad, no son sustanciales
y se deben más a la acción de circunstancias sociológicas que a la influencia de la raza” (1892,
157-160).
Los usos de Lombroso 53

el precedente de Quetelet (1892: 103, 127-128). Se pueden reconocer “circuns-


tancias”, “condiciones” o “factores” “que influyen sobre la actividad voluntaria”,
pero que no la anulan “hasta el punto de aniquilarla”, “convirtiendo al hombre en
un mero resultado del juego de las fuerzas naturales” (1892: 113, 126). Para Delle-
piane, aun cuando se suponga que la “regularidad de las acciones humanas es un
hecho constante y general”, esto no importaría como lo pretenden los teóricos de
la Escuela Positiva “la destrucción completa del libre albedrío” pues nunca puede
implicar “para un determinado individuo, la necesidad de una acción, de un delito
cualquiera” (1892: 129-130). Pero además sostiene que “las investigaciones esta-
dísticas han demostrado que dicha regularidad de los fenómenos sociales no es tan
constante como se creyó en principio siguiendo a Quetelet” (1892: 132). De allí
sostiene que las “leyes sociales” son diferentes de las “leyes físicas o fisiológicas”
ya que están “lejos de presentar el carácter de fatalidad” de estas últimas (1892:
133). De este modo concluye:
“Las diferencias fundamentales que acaban de señalarse demues-
tran el error en que están los partidarios del determinismo cuando
confunden la manera de obrar de ambas clases de leyes y atribu-
yen a la ciencia social el mismo carácter de certidumbre positiva
que ofrecen las ciencias físicas o naturales. Los hombres no están
regidos en las relaciones que mantienen por leyes de un carácter
absoluto e inflexible. Es imposible prescindir en este punto de la
personalidad humana y la libertad” (1892: 134).
Esto lo lleva a afirmar que “la explicación sociológica del delito es insuficiente”.
Las influencias sociales –como las biológicas– en la producción del delito existen
pero “no son irresistibles”: “El hombre no va fatalmente al delito, en virtud de esas
influencias como la piedra que cae, cuando se la abandona a la acción de la gra-
vedad” (1892: 139). “¿Dónde está entonces, la causa de los delitos? La causa esta
simplemente en la perversión del criminal, en su voluntad depravada”, que se deja
vencer y arrastrar por “las pasiones” que constituyen los “móviles eternos de todos
los delitos” (1892: 140). Dellepiane argumenta que no existe ninguna diferencia
morfológica o fisiológica entre el hombre delincuente y el hombre honrado, pero
tampoco existe ninguna diferencia psíquica ligada a la ausencia de sentido moral
–como lo sostuvieron Despine y Garófalo. Y cita textualmente a Tarde al respecto:
“La psicología del asesino es en el fondo la psicología de todo el mundo y, para
descender a su corazón, nos basta sondear el nuestro”, para concluir que el crimi-
nal “psíquicamente considerado”, no constituye “una especie dentro de la especie”
54 Historia de la Cuestión Criminal...

(1892: 146-147). Para Dellepiane el delito es el producto de un “decaimiento”,


de una “perversión”, de una “depravación”, de una “degradación” que puede ser
estimulada “por influencias del orden físico y social” pero es en su mayor parte
“un producto de la libre voluntad del individuo” (1892: 148). Esta sería “la expli-
cación psicológica del delito” de la que incluso sostiene que es “la única que puede
admitirse, en nuestro concepto, en el estado actual de la ciencia” (1892: 152).39
Como se observa, Dellepiane al igual que Magnasco, se define inicialmente
como un partidario del “método positivo”. Pero, como aquel precedente, se separa
de la perspectiva de la antropología criminal de Lombroso a la hora de pensar la
etiología del delito. Dellepiane lo hace más drásticamente que Magnasco, pues en
este último quedan vestigios de lo que aquel llamaría una “tendencia antropológi-
ca o patológica” –la presencia de la analogía entre delito y enfermedad y la afirma-
ción de la existencia de un “criminal por instinto” o “nato”, aunque definido a tra-
vés de rasgos psíquicos más que físicos. En este sentido, su operación de rechazo
de Lombroso es más marcada y radical, e involucra descartar más explícitamente
el proyecto de una “antropología criminal”. Pero ambos coinciden en distanciarse
de un supuesto crucial de la perspectiva de Lombroso y en general, de la Escuela
Positiva, que está dado por una idea fuerte de causalidad que se asocia al “deter-
minismo” o “fatalismo”. Para estos dos autores argentinos la exploración de las
causas del delito no anula el reconocimiento del lugar de la libertad y la voluntad
del individuo en su producción, lo que les permite incluso rescatar la idea tradicio-
nal de “libre albedrío”, articulando una versión explícitamente débil de causalidad
para este discurso en el nombre de la ciencia sobre la cuestión criminal. Esto a su
vez, les abriría todo un juego de transacciones con los enfoques católicos y libera-
les presentes en el saber penal en el contexto local. Estas operaciones de rechazo
son producidas en estos dos autores locales introduciendo conceptos y argumentos
producidos por otros autores de los países centrales, dando lugar a procesos de
selección y subrayado específicos que son alternativos a Lombroso. A diferencia
de Drago, en esta actitud de rechazo no aparece en un primer plano la información
empírica del contexto local, aun cuando vimos cómo tanto en Magnasco como

39 En la segunda parte de su libro, Dellepiane utiliza las exploraciones teóricas realizadas en la pri-
mera parte para dar cuenta de las “causas del delito en la Argentina”, poniendo el énfasis, sin
embrago, en las “condiciones sociológicas” (1892: 274). De este modo se refiere al impacto de
la crisis económica en el aumento de la criminalidad (1892: 281-285), al impacto de la guerra
(1892: 286-289), etc. No faltan, sin embargo, algunas referencias introductorias a la composición
étnica de la población argentina, pero para afirmar la falta de influencia de la raza (1892: 249-257).
También hay referencias a las condiciones de vida y las características de la psicología del gaucho
(1892: 264-274).
Los usos de Lombroso 55

Dellepiane juega un cierto papel, menos como fuente para la elaboración de enun-
ciados generales alternativos a Lombroso que como ilustraciones a posteriori de
dichos enunciados gestados de otro modo y en otro lugar –de allí, en Dellepiane la
ubicación de casos locales en el final del libro.

A modo de cierre
A lo largo de este trabajo he tratado de analizar el rol que jugaron los conceptos
y argumentos de Lombroso en el nacimiento de la criminología positivista en Ar-
gentina. Sin duda se trató de una presencia central. Pero la misma no se tradujo
en una única actitud de los intelectuales locales que articularon este proceso de
importación cultural. Se abrieron diferentes posibilidades que hemos tratado de
anatomizar.40
En primer lugar, es posible identificar –como hemos hecho en el segundo
apartado de este trabajo– una actitud de adopción, en que los conceptos y argu-
mentos lombrosianos son trasladados al contexto local y se busca que los mismos
permanezcan intocados a pesar de este viaje que les hace atravesar fronteras y
lenguas. Ahora bien, esa actitud de adopción implica un proceso de selección de
lo que se pretende importar y de subrayado y marcaje de su relevancia que resulta
en sí misma una operación creativa por parte de los intelectuales locales invo-
lucrados. Entre un cierto cúmulo de posibilidades –los conceptos y argumentos
generados “allá”– el intelectual local elige qué adoptar para su propio contexto
local, “acá”, en relación con los problemas y preguntas que visualiza como signi-
ficativos –en este caso elementos del vocabulario lombrosiano. Al mismo tiempo,
esta actitud de adopción no puede nunca conjurar completamente el hecho de que
los conceptos y argumentos producidos “allá” al ser puestos en circulación “acá”,
aun cuando se pretenda mantenerlos inalterados, producen una serie de efectos en
relación con los dinámicas en el contexto de recepción, como red de intercambios
comunicativos histórica y espacialmente situados, que difieren –al menos parcial-
mente– de aquellos generados en su contexto de producción. Esto hace que aun

40 He rescatado, reelaborado y desarrollado aquí una primera aproximación a las diferentes operacio-
nes de importación cultural de vocabularios criminológicas entre el centro y la periferia que había
planteado en Sozzo (2006: 379-382). Considero que existen fuertes similitudes con los argumentos
en torno a la “recepción” –más allá de las preocupaciones sobre la “originalidad” y la “contradic-
ción”– que se están dando en la historia intelectual argentina. Ver para una presentación reciente,
Tarcus (2014: 50-78).
56 Historia de la Cuestión Criminal...

en la actitud de adopción, lo importado se vea inmerso en una metamorfosis, “una


dialéctica de lo igual y lo diferente” (Sozzo, 2006: 375-379).41
Ahora bien, también es posible con respecto a la figura de Lombroso, identifi-
car otras actitudes de los intelectuales locales. En el tercer apartado de este trabajo
definimos una actitud de transacción, en la que el importador, Drago, adopta ele-
mentos importantes del vocabulario de Lombroso pero al mismo tiempo rechaza
otros igualmente relevantes. El proceso de selección y despliegue de operaciones
antagónicas por parte del intelectual local es evidente. Lo hace de un modo tal
que no implica comprometer totalmente el lazo que une su propia producción a
la del intelectual italiano, lo que a su vez se evidencia en los elogios mutuos de
los dos lados del océano –y, en este sentido, reproduce un efecto que es posible
observar como consecuencia de la actitud de adopción. Esto posibilita incluso,
crucialmente, una reversión del flujo de circulación a través de la traducción del
libro de Drago al italiano y su publicación con un prefacio del mismo Lombroso.
En la mirada del intelectual italiano, como vimos, esto no pone en cuestión una
jerarquía en la que se distinguen “creadores” y “cultores” del saber científico sobre
la cuestión criminal que tiene una distribución espacial que se corresponde con
el centro y la periferia –para lo cual debe, a su vez, seleccionar a qué prestarle
importancia del libro traducido proveniente de la periferia. Las contestaciones de
elementos importantes del trabajo de Lombroso por parte de Drago se realizan en
algunos casos utilizando información empírica nacida del propio contexto local –
de primera o segunda mano. Pero también importando otras voces que son críticas
de dichos aspectos y que se han estructurado apelando a observaciones empíricas
o argumentos teóricos producidos en los contextos centrales. En todo caso, esta
actitud de transacción se abre más claramente a la inventiva y la innovación local,
mostrando una más evidente metamorfosis de lo importado culturalmente. Y en
este juego, la matriz discursiva que se comparte, entre centro y periferia, se afirma
pero al mismo tiempo se vuelve sinuosa y flexible.
Por último, identificamos en el último apartado una actitud de rechazo. Aquí
predomina en los textos locales la contestación de elementos fundamentales del
vocabulario de Lombroso, aunque en los ejemplos que hemos presentado podría
establecerse una gradación del peso de esta actitud, menor en Magnasco y mayor
en Dellepiane, lo que implica a su vez una menor o mayor diferenciación con res-
pecto a la actitud de transacción. A diferencia del caso de Drago, la información

41 Esto es válido, incluso, para las traducciones en sentido estricto, tradutore traditore (Sozzo, 2006:
377).
Los usos de Lombroso 57

empírica del contexto local no juega un rol tan relevante en la estructuración de


esta operación de rechazo. Más bien, lo hacen otros conceptos y argumentos ges-
tados por otros autores en los contextos centrales que funcionan como alternativa
a Lombroso y que los intelectuales locales seleccionan, subrayan y traducen en su
propia producción intelectual. También aquí es posible registrar el despliegue de la
inventiva y la innovación local bajo esta modalidad. El lazo con Lombroso, a di-
ferencia de en las dos actitudes anteriores, se presenta maltrecho, incluso roto. Sin
embargo, eso no impide reivindicar una perspectiva igualmente científica sobre la
cuestión criminal, a partir del despliegue del método positivo que, sin embargo,
permite afirmar desde el punto de vista normativo ideas que abren todo un juego
de articulaciones posibles con las perspectivas católicas y liberales. Lombroso
también es empleado activamente en estas producciones intelectuales locales, pero
“en negativo”.
Estos diversos usos de Lombroso permiten a los intelectuales locales que rea-
lizan estas distintas operaciones de adopción, transacción y rechazo recortar sobre
el fondo de la genérica actividad intelectual una incipiente identidad y jurisdicción
en el mundo del saber como autoridades o expertos sobre la cuestión criminal.
Además este uso, en sus diversas variantes, permitía recubrirse del prestigio social
y cultural asociado a lo europeo y a la ciencia, como fuentes de lo “civilizado” y
lo “moderno” en el contexto local, en el marco de un proceso cultural más amplio
(Salvatore y Aguirre, 1996: 5; Salvatore, 1996: 195; Sozzo, 2006: 382-384). Este
revés de la trama de la importación cultural es crucial para la comprensión de
su producción y reproducción –¿incluso hasta el presente? (Carrington, Hogg y
Sozzo, 2016).
Lombroso es usado en forma polivalente en el nacimiento de la criminolo-
gía positivista en Argentina. Por tanto, este vocabulario teórico sobre la cuestión
criminal nace, como lo anticipábamos, gracias y a pesar de Lombroso. Y adquiere
por lo tanto una pluralidad que no está exenta de conflictos y luchas intelectuales.
En gran medida, consideramos que este legado se transporta a la fase de consoli-
dación de la criminología positivista argentina que se abre a partir de 1900, cosa
que nos dedicaremos a mostrar en exploraciones ulteriores.
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