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máximo Sozzo
Introducción
D
esde mediados de los años 1880 en Buenos Aires es posible observar,
tanto en el campo médico como jurídico, algunos síntomas de la impor-
tación del discurso “en el nombre de la ciencia” acerca de la cuestión
criminal construido en el contexto europeo y, especialmente, italiano, a partir de
las innovaciones teóricas de Cesare Lombroso y sus colegas y discípulos.
En el campo médico, la Revista Médico-Quirúrgica –la revista médica más
importante en el país, que había comenzado a aparecer en 1864– publicitaba en
1885 el Primer Congreso Internacional de Antropología Criminal que se iba a
desarrollar en Roma, a partir del impulso de Lombroso (RMQ, 1885a: 147). Y
publicaba un pequeño artículo sobre los estudios de “antropología criminal” que
Lucio Meléndez y Emilio Coni –el más importante alienista y el más importante
higienista, respectivamente, en la corporación médica bonaerense– estaban lle-
vando adelante en el asilo de locos de la ciudad: “…se han hecho mediciones
antropométricas de un cierto número de alienados criminales; más tarde se harán
las mismas en todos los asilados en el manicomio y, finalmente, para completar
tan interesantes investigaciones, se seguirán los estudios en los criminales de la
penitenciaria” (RMQ, 1885b: 226).
Se destacaba, en el mismo sentido, la tesis de medicina de Samuel Gache,
Estudio de Psicopatología presentada en la Universidad de Buenos Aires (Gache,
1886; ver también, Gache, 1887). La misma Revista Médico-Quirúrgica publicaba
una noticia sobre su presentación y congratulaba a su autor porque demostraba su
competencia en “esa rama nueva y difícil de la ciencia”, “hacemos votos para que
el Dr. Gache continúe en la senda de estudios en que se ha iniciado, para que más
tarde podamos llamarle el Lombroso argentino” (RMQ, 1886: 291).
En el campo del derecho, la Revista Jurídica –la principal publicación perió-
dica de este campo– también publicaba en 1886 un par de textos donde aparecían
referencias sintéticas a las ideas de la “Escuela Positiva” al presentar los debates
28 Historia de la Cuestión Criminal...
2 Esto se reforzó a partir de una segunda generación de intelectuales –y operadores del sistema
penal– encabezada por Francisco de Veyga y José Ingenieros, que comenzó a desarrollar sus ac-
tividades académicas e institucionales hacia fines de la década de 1890. La literatura sobre el
desenvolvimiento de la criminología positivista en la Argentina, especialmente en este segundo
momento, con diversos énfasis, ha venido creciendo en los últimos años, véase Del Olmo (1981:
122-178; 1992); Huertas (1991: 67-198); Geli (1992); Salvatore (1992, 1996, 2000, 2001, 2010,
2013, 2016); Ruibal (1993, 1996); Zimmermann (1995: 126-172); Salessi (1995: 115-176); Scar-
zanella (1999: 13-100); Marteau (2003: 101-143); Caimari (2002, 2004: 75-108, 137-163); Rodri-
guez (2006); Creazzo (2007); Dovio-Cesano (2009); Zapiola (2009); Núñez (2009); Dovio (2010,
2016); Cesano (2005, 2009, 2012, 2015); Núñez y Cesano (2012, 2014, 2016); Núñez y González
Alvo (2015); González Alvo (2013: 61-91); Albornoz (2015: 208-252); Portelli (2016); González
(2016); Olaeta (2016).
3 Este trabajo se inscribe en el marco de una investigación más amplia sobre los usos de Lombroso
en la criminología positivista argentina, que abarca también el momento de su consolidación, a
partir de 1900.
30 Historia de la Cuestión Criminal...
Adopción
Desde el mismo inicio del proceso de importación del discurso criminológico po-
sitivista en Argentina se desataca entre los diferentes participantes la ruptura que
implica esta perspectiva “científica” con respecto a las posiciones “metafísicas”
del pasado, tanto católico como liberal, que caracterizaban al saber local sobre la
cuestión criminal desde su formación en los inicios del siglo XIX (Sozzo 2007,
2009, 2013b; 2015: 59-194).
La imagen de Lombroso, como decíamos, es importante en esta reivindica-
ción general. Encontramos frecuentemente en este marco una adopción de sus
ideas que deriva en una posición apologética acerca de sus aportes en torno a
cuatro ejes fundamentales: a) la necesidad y justificación de la antropología crimi-
nal como ciencia nueva y específica, fundada en el método positivo; b) el deter-
minismo como forma de pensar la comisión de delitos; c) la imagen del “hombre
delincuente” o “criminal nato”; d) el abandono del presupuesto del libre albedrío y
la adopción del imperativo de la defensa social frente a los individuos delincuen-
Los usos de Lombroso 31
4 Estos diferentes ejes tuvieron diverso peso, progresivamente, en el trabajo de Lombroso. Como es
sabido, su libro fundamental L’ Uomo Delinquente fue publicado por primera vez en 1876. Pero
luego tuvo otras cuatro ediciones (1878, 1884, 1889 y 1896-1897). Además, claro está, existió una
vastísima producción intelectual del autor italiano bajo la forma de artículos y otros libros sobre
temas relacionados. Pero restringiéndonos a su libro fundamental y sus diversas ediciones, es
posible señalar que el tópico de la “terapéutica del delito” –asociado al punto d)– aunque presente
en la primera edición comienza a tener claramente más fuerza a partir de la segunda edición de
1878 (Frigessi, 2003: 115). O la imagen del hombre delincuente –asociada al punto c)– empieza
a complejizarse sustantivamente a partir de la tercera edición de 1884 con una incorporación más
decisiva del diálogo con las ideas de la medicina mental acerca de la “locura moral” y la “epilep-
sia” (Frigessi, 2003: 112, 178-188). Sobre el libro y sus vicisitudes y contenidos, ver también Gi-
bson y Hahn Rafter (2007). En los textos producidos en Argentina que analizamos en este trabajo
no siempre es del todo claro a qué edición de L’ Uomo Delinquente tuvieron acceso los autores
–aunque por las fechas de publicación es posible descartar, en algunos casos, la cuarta y siempre,
la quinta edición. En algunos casos no queda claro que hayan tenido un contacto de primera mano
con el libro. Es preciso señalar que no existió una traducción completa al español. La traducción
francesa de A. Bourner y G. Regnier para Félix Alcán se publicó en 1887. En la portada se refiere
que se tradujo la cuarta edición italiana pero dado que la misma es de 1889, resulta más bien po-
sible que haya sido la tercera edición de 1884, lo que se ve ratificado por su contenido (ver sobre
la recepción en Francia de Lombroso, Renneville, 1994). Alguno de los intelectuales argentinos
que escriben posteriormente a esa fecha han empleado dicha traducción francesa. Sobre estos ejes
fundamentales en la obra de Lombroso, ver Wolgang (1960); Darmon (1989: 33-58, 64-65); Pick
(1989: 129-139); Renneville (1994: 107-111); Labadie (1995: 322-345); Gibson (2002: 1-55);
Frigessi (1995: 344-361; 2003: 97-116, 178-188, 197-208); Gibson y Hahn Rafter (2007: 7-15).
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5 Esta referencia a la “ausencia de sentido moral” como rasgo distintivo podría vincularse al diálogo
con las teorizaciones acerca de la “locura moral” que el mismo Lombroso desarrolló. Pero también
puede originarse en las mismas exploraciones de Gache sobre textos claves de la medicina mental
europea. En el campo médico en Buenos Aires existían desde hacía tiempo incursiones sobre este
tema que se plasmaron en diversas tesis de grado de la Universidad de Buenos Aires y en diversos
libros significativos (Córdoba, 1855; de la Reta, 1855; Mallo, 1864; Costa, 1876; Wilde, 1877; Ra-
mos Mejia, 1915 [1878/1882]; Figueroa, 1879; Gache, 1884, 1886; Acevedo, 1886; ver al respecto
Sozzo, 2015: 279-280, 351-367).
6 Cita luego la difusión de estas ideas en Buenos Aires. Además de su tesis de grado, Gache mencio-
na y analiza la tesis en derecho de Magnasco (1887), sobre la que volveremos más adelante. Sobre
este otro precedente, señala sus puntos de disidencia y proclama que le gustaría verlo sostener “sin
temor, las ideas de la escuela antropológica” (Gache, 1887: 411-414).
Los usos de Lombroso 33
7 Sobre las ideas de Ferri y Garófalo, ver Sellin (1960); Allen (1960); Digneffe (1998); Gibson
(2002: 40-54, 151-153); Frigessi (2003: 197-229).
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8 Esto no le impide reconocer que: “Contiene todavía muchas aventuradas o incompletas generali-
zaciones poco fundadas que no revisten el carácter de certidumbre y evidencia necesarias para ser
admitidas como verdades científicamente demostradas” (Ramos Mejía, 1921: 126). En la misma
dirección se orienta en el prólogo del mismo año al libro de Luis M. Drago (Ramos Mejía, 1921:
8). También le atribuye a la Sociedad de Antropología Jurídica porteña la tarea de ayudar a su
consolidación. Dice: “Ella contribuirá con los datos de la antropología y la sociología argentina
indígena, de que Europa carece” (1888: 126).
9 Ramos Mejía cita la traducción francesa del libro de Lombroso de 1887 (1888: 116). Es probable
que tuviera también acceso a textos menores del autor italiano que se orientaban en la dirección de
un diálogo con los conceptos de locura moral y epilepsia. Pero también que esta referencia naciera
del contacto directo con las ideas de Maudsley al respecto y el debate que habían generado en el
contexto europeo. Ya en el mundo del derecho es posible observar el impacto del autor inglés en
relación con sus ideas acerca de la epilepsia y, en general, de la relación entre la locura y el crimen,
en la tesis de Berho (1884; ver al respecto Sozzo, 2015: 208-221). Además es posible subrayar en
este sentido la inclusión de la noción de degeneración en el texto de Ramos Mejía, elaborada por
Morel y retomada por Maudsley y en principio, ajena al vocabulario lombrosiano. Por ejemplo,
sin dar mucho cuenta de las posibles contradicciones el autor argentino señala: “El atavismo, pri-
mer fundamento de la inclinación innata al crimen, la suspensión del desarrollo, la degeneración”
(Ramos Mejía, 1888: 119). Esta noción de degeneración tenía ya una cierta presencia en el campo
médico en Buenos Aires (Giraud, 1876; Ramos Mejía, 1915; Güemes, 1879; Korn, 1883; ver al
respecto Sozzo, 2015: 343-344; 403-404)
Los usos de Lombroso 35
10 Aquí se observa un rastro del peso dado a estas formas de delincuentes no atávicos desde la segun-
da edición de L’ Uomo Delinquente de 1878 (Frigressi, 2003: 115).
36 Historia de la Cuestión Criminal...
absoluta y perpetua”, para los segundos “la segregación temporaria y parcial, más
o menos graduada” (1888: 125).
Transacción
El texto tal vez más significativo de este momento de nacimiento de la crimino-
logía positivista en Argentina fue el libro publicado en 1888 por Luis M. Drago,
Los Hombres de Presa (véase al respecto, Rodriguez, 2000: 47-49; Marteau, 2003:
106-109; Creazzo, 2007: 48-49, 54-55; Salvatore, 2016). Este texto, originado
también en una conferencia dada el 27 de junio de 1888 en la Sociedad de An-
tropología Jurídica, vehiculiza una fuerte recepción de las ideas de Lombroso en
lo que se refiere a algunos de los ejes fundamentales mencionados en el apartado
precedente –y muchos otros componentes menores– pero al mismo tiempo plantea
algunas impugnaciones con respecto a elementos importantes de los aportes del
autor italiano, activando una suerte de transacción, que no compromete completa-
mente el lazo especial que plantea con el autor italiano –y más en general con la
Escuela Positiva italiana– contribuyendo también, pero de un modo más comple-
jo, a ensalzar la centralidad de su figura en este campo de saber en formación en
estas latitudes.
En 1887, Drago ya había publicado un pequeño libro, El Procedimiento Cri-
minal en la Provincia de Buenos Aires, en que analizaba críticamente los procedi-
mientos penales en ese contexto e introducía una alabanza a la Escuela Positiva:
“Es sabida la revolución que han producido los trabajos del ilus-
tre antropólogo Lombroso y como, de 1880 acá, ha surgido la
escuela positiva italiana cuyos más ilustres representantes son
Garófalo y Ferri, creadores de una nueva ciencia, la criminolo-
gía. Dentro del nuevo sistema, el delincuente es solo una entidad
anómala, ya se trate de un lunático arrastrado al crimen por una
lesión patológica, ya de un degenerado en estado de salud que,
por atavismo, viene a quedar en retardo en la evolución progresi-
va de la moral, especie de salvaje que estalla dentro de la civili-
zación o ya, por último, se esté en presencia de un individuo que
teniendo la aptitud para el delito en estado latente, es impelido
a él por la pasión o por circunstancias especiales del ambiente
Los usos de Lombroso 37
11 Este libro fue positivamente reseñado en 1888 por Raffaele Garofalo en los Archivi di Psichiatria,
Scienze Penali ed Antropologia Criminale. También es reseñado positivamente por Lombroso en
la introducción a la edición italiana del libro de Drago del que nos ocuparemos en este apartado
(1890: XXXII-XXXIV).
12 Reconoce, como lo hacía Ramos Mejía, que la “nueva escuela” –entre cuyos “apóstoles” menciona
a Garófalo y Ferri– está aún en sus comienzos y “faltan datos y observaciones” que “permitan
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“más allá de las anomalías físicas que pueda padecer, es sobre todo un sujeto al
que le falta de manera absoluta toda noción de sentido moral” (2003: 108).17
Drago rescata –como hacía Ramos Mejía– el parentesco establecido por
Lombroso entre el criminal nato, el loco moral y el epiléptico como “parte de una
misma familia natural”. Sin embargo, reseña las críticas que dicha relación suscitó
por parte de otros positivistas como Garófalo, Jacoby o Bendickt, planteando la
dificultad que sigue reinando en la nueva escuela sobre el punto (1921: 55-63). Se-
ñala incluso la contradicción en la que incurre, Lombroso que pese a afirmar este
parentesco también señala en la introducción a la traducción francesa de 1887: “el
criminal no es un enfermo, sino un cretino del sentido moral”. Pero en todo caso,
sostiene que no es posible ser concluyente al respecto (1921: 63).18
Drago también discute afirmaciones de Lombroso acerca de las peculiarida-
des de los criminales relacionadas con la inclinación a formar asociaciones des-
tinadas a practicar el mal, la utilización de la jerga y el argot y el tatuaje –que los
emparentaría con los pueblos primitivos– la tendencia al juego de azar, al alcohol
y a las orgías. Para ello utiliza otras fuentes teóricas –especialmente, el trabajo de
Gabriel Tarde– pero también observaciones sobre el contexto local –especialmen-
te sobre los “lunfardos”, señalando haber conversado con algunos de “los princi-
pales y más conocidos” (1921: 71-83).19
Pero tal vez el punto más importante en el que Drago se separa de Lombroso
es en la “embriología del crimen”, al poner en cuestión como factor causal al “ata-
vismo”, al que la “nueva escuela” le da la mayor importancia, señalando que el
delincuente “es un tipo regresivo de salvaje que estalla dentro de la civilización”
(1921: 85), planteando una larga cita de la traducción francesa de 1887 (1921:
86-87). Drago considera que las anomalías somáticas que llevan a Lombroso a
sostener “la hipótesis de una regresión específica” –y que, como ya había sosteni-
20 De nuevo Marteau incurre en una imprecisión al decir respecto de Drago que toma “como base la
teoría lombrosiana del atavismo…”, aunque luego aclara que también considera las críticas que
le fueron realizadas (2003: 108). En la misma dirección, parece orientarse Rodriguez (2006: 65).
Es claro que Drago se despega fuertemente de esta tesis (en el mismo sentido, Creazzo, 2007: 48;
Salvatore, 2016: 2, 11-12).
21 Sobre los “indios de museo” y la discusión del “atavismo” y el evolucionismo en Drago, ver Sal-
vatore (2016: 5-6).
Los usos de Lombroso 41
que se halla en uno de los estadios anteriores del desenvolvimiento de las actuales
naciones civilizadas” (1921: 97-98).
Por otro lado, Drago sostiene que la “civilización” no es un patrimonio de
la “familia indoeuropea” y se refiere para probarlo a los “Incas”, “raza con carac-
teres étnicos semejantes a los que acostumbramos considerar peculiares del tipo
salvaje” que habitó América del Sud y alcanzó “un grado tal de desenvolvimiento
que apenas si logramos darnos cuenta de él por un poderoso esfuerzo de la imagi-
nación, nosotros los descendientes de los conquistadores europeos, acostumbrados
a buscar en otra parte los orígenes de toda civilización” (1921: 99).22 En torno
al “atavismo”, concluye Drago, “la teoría por probar demasiado, nada probaría”
(1921: 108).
A partir del rechazo del “atavismo” –citando a Tarde (1921: 120)– Drago
argumenta que la “degeneración” es el producto combinado de factores heredi-
tarios y ambientales, cuyo peso relativo es difícil de precisar en el “estado actual
de los conocimientos”. Sin embargo, afirma la posibilidad de que “las influencias
hereditarias” sean “anuladas” por la “falta de condiciones apropiadas para su des-
envolvimiento”, de modo que “el factor biológico existe tal vez pero es menester
el reactivo que produzca el movimiento” (1921: 121-122). Y aclara luego: “El fac-
tor biológico y el sociológico se combinan y compenetran tan íntimamente en la
producción del delito que no es posible prescindir del uno ni del otro” (1921: 123).
Drago considera que esto es verdad para los distintos tipos de criminales, siguien-
do en esta argumentación a Ferri –aunque no lo cita– y diferenciando el “criminal
nato o instintivo”,23 el “criminal fortuito o de ocasión”, el “criminal de profesión o
por hábito adquirido” y el “criminal por ímpetu de pasión” (1921: 122-123).
Por último, Drago se refiere con alarma al crecimiento del crimen en Buenos
Aires y atribuye un rol preponderante en esta situación a la “benignidad de nues-
tras leyes, a la insuficiencia de las penas” (1921: 126). Señala, en la misma di-
rección que Ramos Mejía –y siguiendo a sus maestros italianos– que sostener “la
doctrina científica que considera al criminal como el producto de una influencia
biológica derivada o actualizada por circunstancias sociales o famílicas”, argu-
22 A pesar de sus constantes referencias a lo “salvaje”, se pregunta Drago luego de dar cuenta de
algunas características de la “civilización” de los Incas: “si no hay en todas las razas, cualesquiera
que sean sus caracteres étnicos, la potencialidad de desarrollo a que, por circunstancias especiales,
solo algunas han podido llegar” (1921: 104) -ver sobre este punto, Salvarote (2016: 7, 12).
23 Señala aquí que pese a que en este tipo de criminal las “circunstancias externas” parecen no jugar
ningún rol, es preciso tener en cuenta que la “degeneración hereditaria” de donde nace su “anoma-
lía” ha sido preparada “por el ambiente social a través de varias generaciones” (Drago, 1921: 122).
42 Historia de la Cuestión Criminal...
24 Dicha sentencia penal constituye uno de los primeros impactos de las ideas de la Escuela Positiva
en la justicia penal en Argentina (Matienzo, 1888: 307-308). Otro efecto aun de mayor importancia
se dio en la causa judicial contra Ignacio Monjes acusado de haber intentado matar al presidente
de la República, Julio A. Roca en 1886, en la que otro miembro de la Sociedad de Antropología
Jurídica, Antonio Piñero, va a llevar adelante en 1888 una pericia muy compleja y articulada que
declara el carácter anormal del imputado pero, al mismo tiempo, reconociendo la paradoja de que
la legislación vigente lo declaraba como tal irresponsable y mandaba dejarlo en libertad pese a su
carácter peligroso, por lo que realiza un alegato a favor de la reforma del derecho penal en función
de los principios de la nueva escuela (JCC, 1890; sobre este proceso judicial, ver Sozzo, 2013a;
2015: 413-457). Dicho informe pericial fue resumido, traducido y publicado en italiano bajo el
título “Delinquente politico ed assasino” en Archivio di Psichiatria, Antropologia Criminale e
Scienze Penali (Piñero, A., 1888), con una nota a pie de página del mismo Lombroso que señalaba:
“Estamos orgullosos de esta pericia antropológico-psiquiátrica tan completa y perfecta que hace
empalidecer las que se publican en Europa”. Lombroso se refirió también elogiosamente a este
informe pericial en la Introducción a la traducción al italiano del libro de Luis María Drago, califi-
cándolo de “tan perfecto” “que no se suele ver ciertamente en Europa” (Lombroso, 1890: XXXII).
El caso de Monjes va a ser referido brevemente por Lombroso en su libro Gli Anarchici de 1894.
Los usos de Lombroso 43
25 Confunde aquí a Francisco Ramos Mejía –que era abogado y había sido juez del crimen en la
ciudad de Buenos Aires– con su hermano José María Ramos Mejía –medico, alienista e higienista.
A este último lo había elogiado como “uno de los más potentes pensadores y de los más grandes
alienistas de los dos mundos”, haciendo referencia a su libro La Neurosis de los Hombres Ilustres
de la República Argentina de 1878 (Lombroso, 1890: XXXI).
44 Historia de la Cuestión Criminal...
Y anuncia:
“Y he aquí la obra verdaderamente magistral de Drago, prece-
dida del genial prefacio de Ramos Mejía, que demuestran cómo
la aceptación de las nuevas ideas no produce daño alguno a la
originalidad de la investigación y a la perfecta independencia del
juicio, porque si muchas son las confirmaciones de nuestra teoría,
no son pocas las críticas” (1890: XXXV).
En una nota a pie de página, Lombroso se dedica a responder algunas de estas
críticas:
“Les faltaría el respeto a estos ilustres escritores si no les respon-
diese con algunas palabras. Es verdad lo que dicen: que la jerga
es hasta cierto punto adoptada por todas las clases, especialmen-
te por los jóvenes, pero más allá de que difiere en estos por la
intensidad y la ausencia de cinismo, crueldad, etc., el hecho de
estar difundidas entre los jóvenes confirma la tendencia embrio-
nal, infantil, del delito. Pero el delincuente no la usa solo en la
juventud sino hasta la extrema vejez e incluso la emplea contra
suyo. El tatuaje puede bien explicarse como consecuencia del
ocio pero solo hasta un cierto punto porque en los manicomios no
es nunca practicado y también en los hombres normales (mari-
neros) en los que se encuentra, no tienen nunca el carácter cínico
y obsceno ni la difusión enorme que tiene entre los criminales”
(1890: XXXV).
No parece casual que en la “respuesta” del maestro turinés se haga caso omiso al
rechazo de Drago del “atavismo” en la explicación de la “embriología del deli-
to”, de sus dudas acerca del peso de las “anomalías somáticas” como síntoma del
“hombre delincuente”, o de la puesta en cuestión de la existencia de un único pro-
ceso de “civilización” en el mundo ligado a la “familia indoeuropea”, que consti-
tuyen, sin dudas, diferencias más importantes. Lombroso elige enfatizar el terre-
no en común, busca trazar, mantener y promover el lazo intelectual entre lo que
visualiza como el centro y la periferia, reforzando la jerarquía más bien explícita
que describe en su texto en la distribución geográfica de “creadores” y “cultores”
Los usos de Lombroso 45
de este nuevo saber sobre la cuestión criminal.26 Un rastro de este gesto se revela
en el título elegido para traducir el libro al italiano, I Criminali Nati, reforzando la
conexión lombrosiana (Rodriguez, 2006: 266).
En el libro de Drago, este juego de la transacción puede dar lugar a impug-
naciones más o menos contenidas de conceptos y argumentos del vocabulario
lombrosiano. Estas impugnaciones pueden estructurarse apelando a información
empírica del contexto local para sostener la falta de verificación de un enunciado
general elaborado “allá”, en los países centrales. A su vez, esa información em-
pírica puede ser de primera o segunda mano –apelando a otros autores que han
generado observaciones de distinto tipo. Aquí el contexto, los problemas y las pre-
guntas locales juegan un rol muy relevante (Salvatore y Aguirre, 1996: 33; Sozzo,
2006: 380-381, 383; Salvatore, 2016: 1, 10-11). Pero también puede construirse
sobre la base de observaciones realizadas en los contextos centrales, articulando
la importación de otras voces gestadas en dichos escenarios. También puede dar
lugar, más ambiciosamente, a la elaboración –más o menos tentativa– de un enun-
ciado general alternativo. En muchos casos, este enunciado general alternativo
también se nutre de otros ejercicios de traducción, de otras visiones generadas
igualmente en los países centrales. En todo caso, en la operación de la transacción
se genera un espacio de inventiva e innovación para los intelectuales locales que
vuelve al proceso de importación más complejo que una mera adopción. Esto no
impide que se reconozca y mantenga el vínculo con lo importado –en este caso la
obra de Lombroso– pero se vuelve más elemental y sus contornos más sinuosos y
flexibles. Drago, a su vez, podría incluso vanagloriarse de que precisamente por
esto se hace posible la reversión del flujo de circulación, dando lugar a su turno a
una traducción en sentido estricto que permite que su perspectiva viaje desde la
periferia hacia el centro.
Rechazo
Los tentativos de importación del vocabulario criminológico positivista en Argen-
tina, y especialmente los conceptos y argumentos de Lombroso, inmediatamente
chocaron –como en otros contextos nacionales– con el rechazo radical de ciertos
juristas de derecho penal de orientación católica o liberal como Godofredo Lozano
26 Incluso, más en general, Lombroso dice explicar esta distribución en relación con la “senilidad de
la raza”. Cuanto más vieja, paradojalmente, tantas más fuentes de “neurosis” y de “genialidad”.
De ahí que en América del Sud, una “raza más joven”, no haya habido “grandes revolucionarios
religiosos, científicos, sino que rápidamente afirmaron los descubrimientos y las ideas revolucio-
narias de los otros” (Lombroso, 1890: XXXV, XXXVIII).
46 Historia de la Cuestión Criminal...
(1889) o Guido Prack (1892). En estos textos es posible observar algo parecido a
un “choque de escuelas” (Creazzo, 2007: 50).
Sin embargo, también existieron esfuerzos intelectuales en este primer mo-
mento construidos desde un punto de vista positivista, que abrazaron la necesi-
dad de fundar un enfoque “científico” acerca de la cuestión criminal pero que
lo hicieron rechazando ejes fundamentales antes señalados de la perspectiva del
precursor italiano, traduciendo ideas de otros autores europeos relevantes que, en
sus propios escenarios, habían articulado dicho tipo de reacción. Estos esfuerzos
van más allá de la transacción que se observa en el libro de Drago –y que el mismo
Lombroso como otros autores claves de la Escuela Positiva italiana como Ferri y
Garófalo elogian– avanzando en una confrontación más clara que incluso compro-
mete una reinterpretación de lo que constituye el núcleo mismo de una perspectiva
“positivista” sobre el delito y la pena. Veremos dos ejemplos significativos.
En este sentido se destaca tempranamente la tesis de grado presentada en
la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en 1887 de Osvaldo
Magnasco, Sistema de Derecho Penal Actual. En la literatura sobre la historia del
saber sobre la cuestión criminal local, este trabajo es presentado frecuentemente
como una mera exposición de las ideas de la Escuela Positiva (Del Olmo, 1992: 5;
Creazzo, 2007: 29). Sin embargo, resulta un texto más complejo.
Magnasco ataca el “sistema metafísico que desprecia o vacila temeroso ante
las enseñanzas fecundas de la ciencia esperimental y desconoce el dogma cientí-
fico de actualidad” (1887, 14). Sostiene que este sistema es el que funda la legis-
lación y el saber penal de su presente –y del pasado-, lo que constituye a su juicio
un “lamentable absurdo” (1887: 16,18). Pero, al mismo tiempo, afirma: “No se
crea que nos dejamos alucinar por la eficacia –desgraciadamente no siempre efec-
tiva– del sistema científico positivo; no se crea que nos dejamos arrastrar de puro
orgullo por la corriente de las nuevas ideas que vienen señalando otros rumbos al
espíritu humano” (1887: 17).
Plantea, entonces, la necesidad de establecer “justas limitaciones” de este
“nuevo trascendental método” que está generando en la “ciencia penal y peniten-
cial” una “tendencia positivista bien fecunda por cierto” (1887: 17, 26).27
Magnasco considera al delito y al delincuente como fenómenos patológicos
de carácter moral, “enfermedad” y “enfermo”, respectivamente (1887: 14, 18, 45-
27 Específicamente menciona las dificultades para aplicar este método experimental en el contexto
local, por la carencia de precedentes y la ausencia de datos y observaciones (Magnasco, 1887: 23-
4, 86-87).
Los usos de Lombroso 47
47). Pero, desde el inicio aclara que esta calificación no lo lleva a declarar la “irres-
ponsabilidad absoluta del criminal basado en la fatalidad del mal”. Esto llevaría,
a su juicio, a afirmar que todos los delincuentes deben ser enviados a un “asilo de
enfermos” (1887: 19) –idea que luego atribuye a algunos “discípulos de la escuela
positiva” (1887: 122).
Para Magnasco, el delito tiene su “etiología”. Pero sostener la existencia de
causas individuales o sociales no implica “negar el libre albedrío, pues que si el
acto es el resultado fatal de la causa correspondiente ya sabemos que la facultad
volitiva puede obrar en la elección de la causa” (1887: 76). Como vemos, se trata
de una versión explícitamente débil del discurso etiológico, por oposición a la que
constituye el núcleo del trabajo de Lombroso –y de la Escuela Positiva, en general.
Aquí la imagen del delito como algo causado no anula la imagen del delito como
algo elegido, uniéndose estos dos elementos en forma compleja, más allá del “de-
terminismo”, lo que tiene una valencia teórica dada por el rescate de nociones tra-
dicionales como “libre albedrío”, “voluntad criminal” o “responsabilidad” (1887:
54-56, 113-114), pero también práctica, ya que esto implica mantener la división
de las personas que cometen delitos entre aquellos que son definidos como “insa-
nos” y los que no lo son, generando respuestas alternativas por parte de la justicia
penal (1887: 109-145).
Magnasco reconoce la existencia de criminales “por instinto” o “natos”, “que
obran arrastrados por tendencias o inclinaciones congénitas generalmente heredi-
tarias”, pues “está claramente demostrada por la observación y lo ha comprobado
la ciencia positiva”. Pero aclara inmediatamente, en relación con su argumento
etiológico débil, que ello no implica descartar su responsabilidad subjetiva ya que
“las tendencias son perfectamente resistibles por regla general”. También recono-
ce otros dos tipos de delincuentes: por “hábito” y “por ocasión” (1887: 81).
Estos tres tipos de criminales implican tres clases de “causas inmediatas”
de este “estado patológico moral”, que incluso pueden actuar conjuntamente:
herencia, costumbre y circunstancia (1887: 83-84). Con respecto a la herencia,
en particular, sostiene que la “ciencia ha constatado ya perfectamente el hecho
de la transmisibilidad efectiva de las aptitudes y defectos morales” y por ende,
la existencia de “infractores con tendencias innatas, naturales al delito”, citando
a Lombroso (1887: 84, 87). “La categoría de los criminales natos, con tenden-
cias naturales poderosas a la infracción se halla pues justificada” (1887: 90). Pero
también afirma –en una dirección contraria a Lombroso– que estas “tendencias
congénitas” pueden ser contenidas e incluso destruidas a través de un “régimen
48 Historia de la Cuestión Criminal...
28 Magnasco señala que este énfasis representa una continuidad y ampliación de los estudios freno-
lógicos de Gall y sus discípulos y apunta que aquella doctrina primitiva resultó desacreditada pues
su presupuesto fundamental de la localización cerebral de las facultades psicológicas, afectivas o
morales era “puramente arbitrario” –aun cuando reivindica que “estas tendencias instintos y cua-
lidades tengan un centro cerebral” pero que aún no ha sido “localizado y delimitado” (Magnasco,
1887: 99-101).
Los usos de Lombroso 49
29 Sin embargo, Magnasco afirma que es posible encontrar tras “la densa nebulosa de afirmaciones
audaces, de caprichosas conclusiones, exageraciones, ridiculeces y bizarras extravagancias, un
núcleo de verdad segura, consistente, inconmovible”. Sostiene que resulta “imposible afirmar hoy
categóricamente que existe una causa del delito en el individuo que presente tal o cual conforma-
ción”, pero que la antropología ha apuntado un principio, “para nosotros indudable”: “es posible
que por regla general a conformaciones semejantes correspondan caracteres o inclinaciones seme-
jantes”. Sobre este principio el futuro “progreso científico” seguramente generaría, de acuerdo a su
visión, bases más firmes que las disponibles (1887: 107). Pero mientras esto no se produzca, hay
que evitar en la “etiología del delito” la idea de que la misma puede ser “obtenida exclusivamente
mediante el examen de las características físicas de los sujetos” (1887: 108).
30 Esto no impide que comparta otros elementos con Lombroso –además de la fe en el método posi-
tivo– como la posibilidad de clasificar tipos de delincuentes y el reconocimiento del tipo de “cri-
minal nato o por instinto”, dándole peso a la herencia como factor causal (aunque con la limitación
señalada más arriba).
50 Historia de la Cuestión Criminal...
del verdadero cisma que en el marco del discurso en el nombre de la ciencia sobre
la cuestión criminal, se produce en el contexto europeo a partir del II Congreso
Internacional de Antropología Criminal realizado en París en 188931 –ver al res-
pecto, Pick (1989: 139-152); Darmon (1989: 89-113); Beirne (1993: 143-185);
Renneville (1994); Mucchieli (1994a, 1994b); Digneffe (1998); Debuyst (1998);
Gibson (2002: 55-62; 158-160), Frigessi (2003: 208-229).32
Ahora bien, su punto de partida –como Magnasco– es reconocer la “revo-
lución que trabaja en estos momentos las entrañas mismas del derecho penal”,
nacida de la tendencia a la extensión del “método positivo” al “estudio de los he-
chos sociales y humanos”, el “positivismo”, “que está en el aire que respiramos”
(1892: 7, 9). Dellepiane se afirma partidario de la utilización de este “método de
investigación” y afirma la necesidad de conocer las causas del delito (1892: 9,
12-5). Pero, al mismo tiempo, reconoce la pluralidad de perspectivas que se han
producido en este ejercicio y afirma que no tienen prácticamente nada en común,
distinguiendo la “tendencia antropológica o patológica” –que se ocupa “más del
delincuente que del delito”, nutrida de los “estudios médicos o antropológicos”– y
la “tendencia sociológica” –que se ocupa “menos del delincuente que del delito”,
más bien de la “delincuencia”, “el delito considerado en masas” como “función
morbosa del organismo social” (1892: 15-17).33
Desde el inicio, Dellepiane se pronuncia contrario a la primera variante
(1892: 23). Desarrolla detalladamente las críticas a dicha tendencia, dándole un
tratamiento especial a las ideas de Lombroso.34 Por un lado, descarta absolutamen-
te la tesis del atavismo sostenida en L’Uomo Delinquente –nuestro autor emplea
31 Cita explícitamente los debates producidos en ese Congreso, especialmente las críticas de Ma-
nouvrier a las ideas de Lombroso (Dellepiane, 1892: 43-44, ver también 36, 50-51).
32 Rastros de algunos de estos intelectuales europeos críticos de Lombroso se encontraban también
en Drago y Magnasco, pero adquiere una centralidad mayor.
33 Dellepiane distingue de estos ejercicios, aquellos que frecuentemente se han orientado a extraer
consecuencias normativas para la reforma del derecho penal, mostrándose escéptico acerca de
que las aplicaciones del método positivo hayan dado bases suficientes para hacerlo. Y elogia en
este sentido el proceder cauteloso de la Comisión para la Reforma del Código Penal en Argentina
integrada por Rivarola, Matienzo y Piñero, que produjo el proyecto de 1891 (1892: 17-21).
34 Dellepiane ataca aquí también otras construcciones teóricas que considera que van en una direc-
ción semejante aunque no se relacionan fuertemente con el trabajo de Lombroso, como la iden-
tificación del delito y el delincuente con la enfermedad y el enfermo (Dellepiane, 1892: 53-56),
con la locura (1892: 57-66), con la neurastenia (1892: 67-76) –incluyendo una referencia crítica al
vínculo de estas ideas con las posiciones de Lombroso (1892: 73)- y con la degeneración (1892:
77-85).
Los usos de Lombroso 51
la tercera edición italiana de 1884 (1892: 28).35 Señala: “Es hoy una teoría muer-
ta y enterrada. El mismo que le dio el ser no intenta ya salir en su defensa […]
Combatir el atavismo es casi como ensañarse con un cadáver” (1892: 26). Luego
de describir pormenorizadamente el argumento y las evidencias del autor italiano
(1892: 28-37), impugna diversos aspectos, siguiendo a Aramburu, Joly, Tarde y
Colajanni. En primer lugar, la afirmación lombrosiana de una ausencia de diferen-
cia cualitativa entre el hombre y el animal en cuanto a la producción del delito,
es contestada reivindicando la libertad, la racionalidad y los motivos humanos
frente a la necesidad y los instintos del animal –una contestación que tiene luego
efectos muy significativos, como tendremos ocasión de mostrar (1892: 38-39). En
segundo lugar, la aserción lombrosiana de que el delito es un hecho normal en los
pueblos salvajes, es contestada señalando que también en dichos pueblos existen
definiciones acerca de lo que está bien y lo que está mal, aunque sean diferentes
a las de los pueblos civilizados y que acciones desarrolladas en esos contextos
que son crímenes para los pueblos civilizados se estructuran en realidad sobre
la base de “ideas y sentimientos fundamentales de la naturaleza humana” –como
ciertas formas de canibalismo (1892: 39-42). En tercer lugar, la idea lombrosiana
de que el niño tiene siempre en su carácter los rasgos típicos del loco moral o
criminal nato, es contestada por su exageración que vuelve constantes y generales
elementos que se han sido observados solo excepcionalmente (1892: 42). En cuar-
to lugar, la afirmación lombrosiana de que existe “un tipo criminal” en función
de sus rasgos físicos a partir de los resultados de observaciones experimentales
(con respecto al cráneo, la estatura, los brazos, etc.) que demostrarían su analogía
con el hombre salvaje y primitivo, es contestada por numerosas observaciones y
experimentaciones que han puesto de manifiesto las “contradicciones cualitativas,
étnicas, históricas y sexuales” de estas conclusiones (1892: 43-48). En quinto lu-
gar, la afirmación lombrosiana sobre el argot y el tatuaje como síntomas del tipo
criminal relacionables con el tipo salvaje, es contestada utilizando los argumentos
de Tarde que explora las diferencias de ambos entre los delincuentes y entre los
salvajes (1892: 48-50).36
35 Aunque en algún caso también cita la segunda edición de 1878 (Dellepiane, 1892: 61). También
cita L’ Uomo di Genio publicado en 1888 (1892: 67-68) y un texto en francés de Lombroso de
1892 titulado Nouvelles Recherches de Psychiatrie et d’Anthropologie Criminelle (1892: 89).
36 Como Magnasco, esto no lleva a Dellepiane a declarar completamente inútil una antropología
criminal que en el futuro podría dar nuevos frutos, pero refuerza la impugnación de las conclusio-
nes de esta empresa hasta el momento –rescatando la conclusión del II Congreso Internacional de
Antropología Criminal de 1889 acerca de la necesidad de continuar este género de investigaciones
“con una atención minuciosa y un criterio severo” (1892: 51).
52 Historia de la Cuestión Criminal...
Por otro lado, pero en la misma dirección, Dellepiane critica las nuevas ideas
de Lombroso37 presentadas en la tercera edición de L’Uomo Delinquente que aso-
cian la criminalidad a la epilepsia –“todo epiléptico no sería un criminal […] pero
todo criminal sería un epiléptico más o menos disfrazado” (1892: 87). Sostiene
que no puede ser puesto en duda que la epilepsia sea “un factor de la delincuencia”
en ciertos casos más o menos raros –como la “alienación mental”– pero el hecho
de que existan “delincuentes epilépticos” no autoriza a sostener que “todos los
delincuentes sean epilépticos” (1892: 89). Señala que muchas de las similitudes
identificadas entre epilépticos y criminales –impulsividad, irascibilidad, fanatis-
mo religioso, etc.– nacen de observaciones de epilépticos realizadas en cárceles
y hospitales, “lugares poco frecuentados sin duda por las clases más acomodadas
de la sociedad”, por lo que se podrían deber en realidad a las “condiciones que
son peculiares de las clases inferiores de la sociedad” (1892, 90). Reconoce luego
que el autor italiano solo plantea “la identidad perfecta entre el epiléptico y el
delincuente nato”, señalando luego que el resto de los delincuentes –pasionales,
de ocasión, profesionales– serían “epileptoides” que divide en diferentes grupos o
grados, afirmando que en todos ellos hay “vestigios del temperamento epiléptico”.
Pero aclara: “Esta manera de torturar los hechos para que se acomoden a la teoría
ha encontrado entre los sabios la más viva resistencia” (1892: 91). Luego de referir
las críticas de Lacassagne, Tarde y Colajanni, concluye: “La flamante hipótesis
lombrosiana es pues una generalidad inaceptable” (1892, 92).38
Dellepiane considera, en cambio, que es posible explicar el delito apelando a
causas sociales y psicológicas. Enmarca dicha tarea en una “sociología criminal”
como parte de una “patología social” de la que reconoce como predecesores a
autores como Quetelet, Colajanni, Garraud, Lacassagne, Tarde y Ferri –a quien
destaca por su esfuerzo de sistematización. Critica a este último –y en general a
la Escuela Positiva italiana– por su “determinismo” que lo lleva a negar el “libre
albedrío” (1892: 106). Para Dellepiane –como para Magnasco– es posible cons-
truir un discurso científico acerca de las causas del delito que no anule el recono-
cimiento de la “voluntad libre”, del “libre albedrío” de los individuos –citando
37 Dice de Lombroso que resulta “tan paciente en la observación de los hechos como precipitado en
la generalización de principios eminentemente relativos” (Dellepiane, 1892: 87-88).
38 En otro momento, Dellepiane discute también las ideas acerca de la predisposición de ciertas
razas al delito planteadas por Lombroso, señalando que implican una “exageración” y que las
“diferencias que se notan entre los pueblos, del punto de vista de la moralidad, no son sustanciales
y se deben más a la acción de circunstancias sociológicas que a la influencia de la raza” (1892,
157-160).
Los usos de Lombroso 53
39 En la segunda parte de su libro, Dellepiane utiliza las exploraciones teóricas realizadas en la pri-
mera parte para dar cuenta de las “causas del delito en la Argentina”, poniendo el énfasis, sin
embrago, en las “condiciones sociológicas” (1892: 274). De este modo se refiere al impacto de
la crisis económica en el aumento de la criminalidad (1892: 281-285), al impacto de la guerra
(1892: 286-289), etc. No faltan, sin embargo, algunas referencias introductorias a la composición
étnica de la población argentina, pero para afirmar la falta de influencia de la raza (1892: 249-257).
También hay referencias a las condiciones de vida y las características de la psicología del gaucho
(1892: 264-274).
Los usos de Lombroso 55
Dellepiane juega un cierto papel, menos como fuente para la elaboración de enun-
ciados generales alternativos a Lombroso que como ilustraciones a posteriori de
dichos enunciados gestados de otro modo y en otro lugar –de allí, en Dellepiane la
ubicación de casos locales en el final del libro.
A modo de cierre
A lo largo de este trabajo he tratado de analizar el rol que jugaron los conceptos
y argumentos de Lombroso en el nacimiento de la criminología positivista en Ar-
gentina. Sin duda se trató de una presencia central. Pero la misma no se tradujo
en una única actitud de los intelectuales locales que articularon este proceso de
importación cultural. Se abrieron diferentes posibilidades que hemos tratado de
anatomizar.40
En primer lugar, es posible identificar –como hemos hecho en el segundo
apartado de este trabajo– una actitud de adopción, en que los conceptos y argu-
mentos lombrosianos son trasladados al contexto local y se busca que los mismos
permanezcan intocados a pesar de este viaje que les hace atravesar fronteras y
lenguas. Ahora bien, esa actitud de adopción implica un proceso de selección de
lo que se pretende importar y de subrayado y marcaje de su relevancia que resulta
en sí misma una operación creativa por parte de los intelectuales locales invo-
lucrados. Entre un cierto cúmulo de posibilidades –los conceptos y argumentos
generados “allá”– el intelectual local elige qué adoptar para su propio contexto
local, “acá”, en relación con los problemas y preguntas que visualiza como signi-
ficativos –en este caso elementos del vocabulario lombrosiano. Al mismo tiempo,
esta actitud de adopción no puede nunca conjurar completamente el hecho de que
los conceptos y argumentos producidos “allá” al ser puestos en circulación “acá”,
aun cuando se pretenda mantenerlos inalterados, producen una serie de efectos en
relación con los dinámicas en el contexto de recepción, como red de intercambios
comunicativos histórica y espacialmente situados, que difieren –al menos parcial-
mente– de aquellos generados en su contexto de producción. Esto hace que aun
40 He rescatado, reelaborado y desarrollado aquí una primera aproximación a las diferentes operacio-
nes de importación cultural de vocabularios criminológicas entre el centro y la periferia que había
planteado en Sozzo (2006: 379-382). Considero que existen fuertes similitudes con los argumentos
en torno a la “recepción” –más allá de las preocupaciones sobre la “originalidad” y la “contradic-
ción”– que se están dando en la historia intelectual argentina. Ver para una presentación reciente,
Tarcus (2014: 50-78).
56 Historia de la Cuestión Criminal...
41 Esto es válido, incluso, para las traducciones en sentido estricto, tradutore traditore (Sozzo, 2006:
377).
Los usos de Lombroso 57
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