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SOCIOLOGIA

SEGUNDO PARCIAL
TEXTOS
7- Resumen texto Bauman: Una sociedad de consumidores
Cultura consumista: es la forma en que los miembros de una sociedad de
consumidores actúan “irreflexiabamente” es decir sin pensar en aquello
que consideran el propósito de sus vidas y en los medios más adecuados
para alcanzarlo
Sociedad de consumidores: Conjunto especifico de condiciones de
existencia bajo las cuales son muy altas las probabilidades de la que la
mayoría de los hombres y mujeres adopten el consumismo antes que
cualquier otra cultura, así como las de que casi siempre hagan todo lo
posible por obedecer sus preceptos
La sociedad de consumidores es un tipo de sociedad que interpela a sus
miembros fundamentalmente en cuanto a su capacidad como
consumidores. Al hacerlo de este modo la “sociedad” espera ser
escuchada, atendida y obedecida. Evalúa recompensa y penaliza a sus
miembros según la rapidez y calidad de su respuesta a dicha interpelación
Implica un tipo de sociedad que promueve, alienta o refuerza la elección
de un estilo y una estrategia de vida consumista y que desaprueba toda
opción cultural alternativa
La sociedad de consumidores concentra sus fuerzas de coerción y
entrenamiento, ejercidas sobre sus integrantes desde la mas tierna
infancia y a lo largo de toda su vida, en el manejo del espíritu.
Aparece un nuevo hábitat natural: los centros comerciales
Ni bien aprenden a leer o quizás incluso desde antes, se pone en marcha
la “adicción a las compras”
En una sociedad de consumidores todos tienen que ser, deben ser y
necesitan ser “consumidores de vocación”. La vocación consumista
depende finalmente de un desempeño personal. La selección de los
servicios ofrecidos por el mercado y necesarios para un desempeño
eficiente recae inexorablemente sobre la responsabilidad de cada
consumidor, una tarea que debe realizarse individualmente y con la ayuda
de habilidades de consumo y patrones de decisión adquiridos también
individualmente.
Al haber transferido la responsabilidad y preocupación de la “aptitud
social” a los individuos, los mecanismos de exclusión de la sociedad de
consumidores son mucho mas duros, inflexibles e inquebrantables que en
la sociedad de productores.
En la sociedad de consumidores, los “inválidos” marcados para su
exclusión son los “consumidores fallados”
Toda invalidez social seguida de exclusión solo puede ser resultado de
falencias personales. Todo indicio de una falla debida a “causas externas”
al fracaso, causas que exceden lo individual o son de raíz social, es
descartado de antemano o resulta dudoso e inaceptable como defensa
Entonces consumir significa invertir en la propia pertenencia a la sociedad,
lo que en una sociedad de consumidores se traduce como “ser vendible”.
Consumir es invertir en todo aquello que hace al “valor social” y la
autoestima individuales
El propósito crucial y decisivo del consumo en una sociedad de
consumidores no es satisfacer necesidades o apetitos sino convertir y
reconvertir al consumidor en producto, elevar el estatus de los
consumidores a de bienes de cambio vendibles.
Los miembros de una sociedad de consumidores son ellos mismos bienes
de consumo y esa condición los convierte en miembros de buena fe de la
sociedad. El principal motivo de desvelo de los consumidores es
convertirse en productos vendibles y lograr mantenerse así
Hoy en día el cuerpo humano es algo que “debe ser superado” y dejado
atrás. Los cuerpos “en crudo” sin adornos, no reformados ni intervenidos,
son vergonzantes, ofensivos para la vista y siempre dejan mucho que
desear, pero por sobre todas las cosas son la prueba viviente del fracaso la
ineptitud, la ignorancia y la impotencia y la falta de recursos del “yo”
El miedo a no adaptarse ha sido desplazado por el miedo a ser
inadecuado. El mercado de consumo deseoso de capitalizar ese miedo y
las compañías que fabrican productos de consumo rivalizan entre sí por
convertirse en guías de sus clientes que se esfuerzan por enfrentar el
desafío. Suministran las “herramientas” de los instrumentos necesarios
para el bricolaje privado de la “auto-fabricación”.
Se busca en todo momento “estar a la altura” y los mercados a la vez
intentan seguir siendo deseables al para satisfacer las ganas de algún
consumidor
Se creía que el paso a la sociedad del consumo seria la “emancipación”
definitiva de una multiplicidad de restricciones externas. Se afirmaba que
ese pasaje representaba el triunfo final del derecho del individuo, es decir
que podía elegir libremente.
En cambio, ese pasaje solo nos mostrara la conquista, anexión y
colonización de la vida por parte de los mercados. Las leyes del mercado
se aplican equitativamente sobre las cosas elegidas t sobre quienes las
eligen. Solo los bienes de cambio pueden entrar por derecho propio en los
templos del consumo ya sea por la puerta de los “productos” o por la de
“clientes”. En el interior de esos templos, tanto los objetos de adoración
como los devotos son bienes de cambio.
La vida política ha sido desregulada, privatizada y confinada así también al
ámbito de los mercados, característica que distingue a la sociedad de
consumidores de toda otra forma de comunidad humana. Los miembros
de una sociedad de consumidores están obligados a seguir los mismísimos
patrones de comportamiento que los objetos de su consumo.

Para ingresar en la sociedad de consumidores y obtener un permiso de


residencia permanente, hombres y mujeres deben alcanzar los estándares
de elegibilidad que define el mercado. Deben estar disponibles para la
venta y conseguir en competencia con el resto de sus integrantes, el
“valor del mercado” más favorable posible.
El consumo es el mecanismo fundamental de transformación del
consumidor en producto. El impulso del consumidor se alimenta de la
búsqueda individual de un óptimo valor de venta de sí mismo, el ascenso a
una categoría diferente, escalar posiciones en algún ranking o avanzar
casilleros en esta o aquella tabla.
Todos los miembros de la sociedad de consumidores son, de la cuna hasta
la tumba, consumidores de jure, aunque el jus que los define como
consumidores jamás ha sido votado por ningún parlamento ni ha sido
consignado en los compendios de las leyes.
El verdadero poseedor soberano en la sociedad de consumidores es el
mercado de bienes y servicios. Es allí donde se realiza la tarea cotidiana de
seleccionar y separar a los consumidores hechos y derechos de los
“fallados”
El estado pierde soberanía sobre los mercados. Es despojado
progresivamente de su libertad de maniobrar y su poder para fijar las
reglas y arbitrar el juego. El estado debería trazar la línea entre incluidos y
excluidos y de otorgar el derecho a la rehabilitación y futura readmisión.
Los consumidores “fallados”, es decir esas personas que no disponen de
recursos suficientes para responder adecuadamente al “saludo” o para ser
más exactos a los guiños seductores de los mercados, es la gente que la
sociedad de consumidores “no necesita”. La sociedad de consumidores
estaría mejor si no existiesen.
La presunción tacita que subyace a todo este razonamiento es
nuevamente la formula “para ser consumidor, primero hay que ser
producto”. Antes de consumir, hay que convertirse en producto y es esa
transformación la que regula la entrada al mundo del consumo.
En una sociedad de productores, se daba preferencia al “largo plazo”
sobre el “corto plazo” y las necesidades de “todos” tenían prioridad frente
a la necesidad de las “partes”. Pero en la sociedad moderna solemos
evitar este modo de accionar. En ninguna parte y bajo ninguna
circunstancia, concluye Freud, los hombres aceptarían de buena gana
renunciar al llamado de sus impulsos. Una sustancial mayoría de los seres
humanos obedece a los preceptos y necesarias prohibiciones culturales
“solo bajo coerción externa”. Toda civilización se sostiene con represión,
ya que es inevitables que ciertos volúmenes de disenso y rebelión estén
cociéndose a fuego lento todo el tiempo y se manifiesten
esporádicamente, como son también inevitables los esfuerzos continuos
por desactivarlos y controlarlos. El disgusto y los motines no pueden
evitarse, ya que toda civilización implica la contención represiva de los
impulsos humanos y toda represión es repulsiva
Toda civilización debe descansar en la coerción, o al menos en la amenaza
de que se utilizara la coerción si no se acatan escrupulosamente las
restricciones impuestas a los impulsos instintivos.
Para que la convivencia humana persista, se debe asegurar, por las buenas
o por las malas que el “principio de realidad” se imponga al “principio del
placer”.
Eso no implica que la conducta “normal” del día hábil de los individuos se
haya vuelto errática, aleatoria o carente de coordinación. Solo indica que
es posible lograr que las acciones individuales sean previsibles,
coordinadas y reguladas por mecanismos diferentes a los que, de las
modernidades sólidas, que usaba dispositivos de coerción y vigilancia y
una cadena de mano aplicada por una totalidad abocada a ser “mayor que
la suma de sus partes” y a inculcar es sus “unidades humanas” la
disciplina.
En una moderna sociedad liquida de consumidores, la multitud reemplaza
al grupo, así como a sus líderes, jerarquía y escalafón de autoridades.
La multitud no es un equipo, las multitudes nada saben de división del
trabajo. A diferencia de los grupos de buena fe, no son más que las “suma
de las partes” o conglomerados de unidades autopropulsadas, unidas
exclusivamente por la “solidaridad mecánica”, que se manifiestan
reproduciendo patrones de conducta similares y moviéndose en la misma
dirección.
En una multitud no hay especialistas, ni poseedores de habilidades
individuales (y raras) o recursos cuyo destino sea ayudar a otras
incapacidades.
En el caso de unidades humanas, que piensan y sienten igual la comodidad
de moverse en la multitud es consecuencia de la tranquilidad que otorga
el número. La suposición de que tantos seres humanos con sentimientos
ideas y libertad de acción no pueden estar simultáneamente equivocados
La sociedad de consumidores tiende a romper los grupos a hacerlos
frágiles y divisibles y favorece en cambio a la rápida formación de
multitudes como también su rápida desagregación.

La virtud fundamental de un miembro de la sociedad de consumo es su


activa participación en los mercados
No es de extrañar entonces que la tarea de hacer que los miembros de la
sociedad sean dignos de crédito y se muestren deseosos de hacer uso del
hasta el límite que les han ofrecido se haya convertido en una empresa
nacional que encabeza la lista de obligaciones patrióticas y esfuerzos de la
socialización
Se espera que la vida a crédito obligada dura lo suficiente como para
convertirse en habito, borrando la idea de crédito de consumo todo
vestigio remanente de oprobio. Lo suficiente para que la idea de la deuda
impaga sea una buena estrategia de vida, que se merece ser elevada al
rango de “operación razonable”, ser parte del “sentido común” y
convertirse es un sabio de axioma de vida incuestionable. Lo suficiente por
cierto para transformar ese “vivir a crédito” y darle una segunda
naturaleza.

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