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El cuerpo del analista en tiempos de aislamiento social obligatorio.

Sergio Zabalza* 23/04/2020 facebook

Las medidas de prevención adoptadas a causa de la irrupción del Covit -19 ha suscitado un
interesante debate en la comunidad psicoanalítica en torno a preguntas tales como: ¿Por qué se
consideraba necesaria la presencia de los cuerpos en el dispositivo? ¿Cuál es la función del cuerpo
del analista? ¿Qué es un cuerpo? ¿En qué casos contemplar modalidades virtuales? Bien, va de
suyo que la indispensable cuarentena dispuesta por el gobierno nacional amerita el uso de medios
digitales: teléfono, video llamadas o skype. Sin embargo, algunos señalan que es más correcto el
uso del teléfono que la video llamada o el skype. Aducen que estas dos últimas se pueden tornar
intrusivas y que el teléfono –por poner en juego sólo el objeto Voz- se asemeja al empleo del
diván. Disiento de medio a medio con esta posición que confunde la visión con la Mirada, el sonido
con la Voz y el yo con el sujeto. Es aquí donde, en primer término, se hace oportuno abordar la
función del cuerpo del analista en el dispositivo.

Si tal como indica Lacan, la intervención se orienta de forma tal de irrealizar el referente,
propongo considerar que -habida cuenta de la transferencia de amor y saber que el paciente
deposita en el Otro- la principal función del cuerpo del analista en la sesión es la de ausentarse, la
de hacerse un hueco, la de no ser más que semblante. Incluso hoy que se practica el psicoanálisis
por medios virtuales, basta verificar la sorpresa que experimenta el sujeto cuando -durante una
sesión por Skype, por ejemplo- el practicante corre la pantalla del campo de visión, o deja ver una
mano, un zapato o una lapicera. Es que de alguna manera se trata de hacerse objeto, una suerte
de objeto vacío para que así tome cuerpo lo imposible de decir: esa incompatibilidad del deseo
con la palabra a la que Lacan hace referencia en Dirección de la Cura. Desde esta perspectiva, así
como la palabra del analista instala el sujeto supuesto saber que constituye la transferencia
simbólica, su abstinencia habilita el “Otro supuesto gozar” de la transferencia real, el mismo que al
Hombre de las Ratas lo hace levantarse por temor a que Freud -sereno y quieto allí en su asiento-
le pegue, tal como en su fantasía amenazaba hacerlo el Capitán Cruel y antes, su propio padre.

Esta posición, que requiere de una presencia al solo efecto de hacerla sustraer, se hace sentir
desde los más mínimos, aunque no por ello, menos significantes detalles. Desde correr la mirada
cuando la persona se quita el saco o acomoda el portafolios, hasta evitar que el sujeto se vea
mirado cuando el analista se in-corpora (precisamente!) para atender un timbre; y desde la
decisión de estrechar la mano o dar un beso hasta cortar la sesión cuando el impudor insinúa su
sombra ( por ejemplo, en el intento reiterado de la bulímica por contar todos los vómitos de la
semana). De esta forma el cuerpo del analista juega una partida de presencias y ausencias cuyo
propósito no es otro que el de propiciar un vacío para aquello que no tiene respuesta. De hecho,
Lacan elige la frase “No es eso” para ilustrar ese hueco desde siempre insalvable que un análisis
debe hacer presente, de forma tal de propiciar un cambio de posición ante una demanda pulsional
que, por imposible de satisfacer, da lugar al síntoma analítico.

Entonces, si algo justifica la presencia de los cuerpos en el dispositivo analítico es que de esa
manera el practicante cuenta con la posibilidad de intervenir sobre los objetos de goce
privilegiados en cada sujeto, si es cierto que el discurso está hecho de significantes y no sólo de
palabras, es decir: gestos, silencios, miradas, etc. Así, a grandes trazos, aquel paciente que no bien
llega pide un vaso de agua, para luego sentarse y decir que no sabe de qué hablar bien podría
hablar del predomino del objeto oral; de la misma forma que quien -en el momento de abonar la
sesión- recorre los bolsillos del pantalón, campera y portafolio para luego preguntar una vez más
por el importe de los honorarios, daría cuenta de la posición retentiva propia del objeto anal, cuya
traducción sería el lugar de mierda que el sujeto se otorga a sí mismo. Ni hablar de quien se
presenta tras un mechón de pelos, gruesos anteojos negros, mira para los costados o solicita
sentarse de espaldas al analista para contar algo cuyo valor de intimidad no se soporta si no es al
resguardo de la mirada del Otro.

Toda la cuestión está en que sin visión no hay Mirada, es decir, sin la presencia del analista allí, la
persona jamás podría poner en juego el rasgo invasivo que tiene el Otro en su fantasía. Es que – tal
como Lacan refiere en la clase 10 del seminario de los cuatro conceptos- la presencia del analista
está para causar al analizante, en este caso: interrogarse por su posición goce. Así, lo oral, lo anal,
la Mirada y la Voz hablan para enmascarar la posición de objeto a la que está identificada una
persona. De esta manera, a falta del efectivo encuentro entre los cuerpos -y sin que esto
desestime el estilo del practicante y el caso por caso que cada paciente supone-, cuanto más
chances de presencia nos brinde un dispositivo digital más oportunidad de intervención tendrá el
analista.

*Psicoanalista.

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