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Di Ciaccia Antonio Una práctica al revés 10

Antonio Di Ciaccia

Una práctica al revés*

J. Lacan: (Los niños autistas) no llegan a escuchar lo que


usted tiene para decirles en tanto usted se ocupa de ellos.
Dr. Cramer: Pero también nos cuesta trabajo escucharlos.
Su lenguaje sigue siendo algo cerrado.
J. Lacan: Es muy precisamente lo que hace que no los
escuchemos. El hecho de que ellos no nos escuchan. Pero
finalmente sin duda hay algo para decirles1.

Una viñeta

El mar era hermoso. La arena cálida y fina. Bajo las sombrillas se


entrecruzaban las conversaciones más banales. Solo, apartado de un
conjunto de cuerpos al sol cubiertos de crema, un niño daba vueltas
incesantemente alrededor de un pequeño bote de salvamento vigilado
por un socorrista. Su boca emitía un sonido que no llegaba a ser una
palabra y su mirada no se cruzaba jamás con la mirada de nadie.
Una mano de madre le volvía a poner en la cabeza una gorra, que él
tiraba nuevamente al suelo. Nadie le dirigía la palabra a esta mujer ni
al hombre, el padre del niño sin duda, que leía el periódico dirigiendo,
de vez en cuando, una mirada desesperada al niño.

Antonio Di Ciaccia es psicoanalista en Roma, AME de la ECF y de la SLP, miembro de la AMP. Presidente
del Istituto Freudiano per la Clinica, la Terapia e la Scienza con sede en Roma. Fundador de Antenne 110 en Bruselas.
* Publicado originalmente en Desarrollos actuales sobre el autismo y la psicosis infantil en el área mediterránea. Ministero
Affari Esteri.Ambasciata. Italia. Madrid.
1 Lacan, Jacques. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”. Intervenciones y textos 2. Manantial, Buenos
Aires, 2007.
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“Filippo”.

El niño, llamado de repente, mientras daba vueltas alrededor del bote


dándome la espalda, se detuvo bruscamente. Después, poco a poco, se
dirigió hacia mí y me miró fijamente por un instante. Luego reanudó
su recorrido en torno al bote sin responder a ninguna llamada.
Fue la ocasión para intercambiar con esta mujer al principio, y
después con el hombre del periódico, unas palabras acerca del niño.
En efecto, y casi enseguida, ella se dispuso a contarme las peripecias
de una ya larga historia —a pesar de que el niño no tenía aún cuatro
años— en la cual ella y su marido habían sido colocados en el
banquillo de los acusados.
Resumiendo, era como si hubieran sido golpeados por una doble
desgracia: la primera concernía al hecho de haberse dado cuenta, poco
a poco, y contra la opinión de los pediatras, que su hijo noera
como los demás; la segunda consistía en el hecho de que los
especialistas consultados —todos de orientación psicoanalítica—
habían decretado que era necesario en primer lugar poner al niño
en análisis, y segundo, que la madre restableciera con el niño una
relación suficientemente buena. Solo de esta forma los especialistas
consideraban estar en condiciones de tratar, quizás de curar, el autismo
del niño. Para poderlo llevar a cabo, los especialistas esperaban que la
madre renunciara a su trabajo, con el fin de poder ocuparse del niño,
y se les había aconsejado a ambos padres que ellos mismos debían
someterse a un psicoanálisis. La indicación no pudo llevarse a cabo
por falta de medios. Y el consejo, no del todo grato, aceptado. Pero en
la medida que el análisis del niño no aportaba ningún cambio, excepto
por unos repentinos accesos de automutilación fuera y después de las
sesiones, los padres decidieron desistir. Al menos en lo que concierne
al enfoque psicoanalítico.
Cito un ejemplo reciente. Un ejemplo que retoma los mismos
problemas a los que, hace tiempo, tuve que enfrentarme cuando puse
en marcha Antenne 110, en 1974 en Waterloo, Bélgica. Sin querer ser
exhaustivo, desearía destacar algunos puntos.
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Algunas referencias

Freud no consideró esencial reunirse con los padres de las personas a


las que analizaba. A pesar de ello, alguna vez, lo hizo. Había conocido
al padre de la joven homosexual sin que ello, si no me equivoco,
tuviera consecuencias sobre un tratamiento concluido demasiado
rápidamente. Conocemos los elementos de sombra, pero también de
luz, que el tratamiento en pareja de Freud y el padre del pequeño Hans
dejaron en el niño. Y Lacan no deja de recordarlos. El tercer ejemplo
es ciertamente el más relevante: en la trampa que había preparado,
como una Dama del Renacimiento italiano, Dora hace desparecer,
uno tras otro, a sus hombres. Freud habría hecho mejor
desmarcándose del señor K. y de su amigo, el padre de la señora K.
A través de los ejemplos de Freud, se podría decir que la transferencia
se gestiona mejor cuando los personajes que animan el mundo
imaginario del sujeto son mantenidos aparte. Un analista se las arregla
mejor si el analizante no viene con sus fantasmas imaginariossino tan
solo con su fantasma. El fantasma, ya se sabe, es la lente a través de
la cual el sujeto tiene acceso y goza de su mundo. Y muchaspersonas
han contribuido a la composición de esa lente. De ninguna manera el
sujeto debe llevar de la mano a la consulta del analista a todos esos
artesanos de su fantasma. Es suficiente llevarlos a través dela palabra.
En el lugar del análisis, por la palabra, el analizante sabe darles un
lugar a todos esos artesanos de la construcción que le han orientado
en su modo de goce. El analista, por el contrario, por la interpretación
de ese lugar, lo vacía. Uno lo llena y el otro lo vacía. Para que esta
operación se efectúe, hace falta que uno hable desde la modalidad de
la demanda y que el otro intervenga con una palabra que no sea
demanda, pero tampoco respuesta, que es simétrica ala demanda,
sino con una palabra disimétrica, despreocupado del objeto que el
deseo busca o cree buscar, con una palabra que apunta de manera
excéntrica al objeto que causa este deseo. Una palabra, por lo tanto,
que no intenta canalizar la cuestión del sujeto en un valle, sino que la
aísla, por el contrario, en un monte. Esta operación exige una
condición: que, entre la palabra libre del analizante y la palabra
calculada del analista, se teja el hilo de la tercera instancia,
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que Lacan llama el sujeto supuesto saber, que no es “nada real”2, que no es
otro que el efecto de la cadena significante. Este sujeto supuesto saber,
“pivote de la transferencia”3 encuentra su causa en lo real del goce del
sujeto en cuestión. El sujeto supuesto saber es por lo tanto el nombre del
inconsciente freudiano en ejercicio.

Límites de la utilización del discurso analítico

Lo que se ha dicho es tan solo la referencia del paradigma según el


cual se desarrolla lo que llamamos psicoanálisis. Ahora bien, este
paradigma funciona con la condición de que todos y cada uno de los
elementos necesarios para la experiencia sean ubicados realmente en
su correspondiente lugar. Si esto no ocurre, conseguiremos otra cosa.
Tendremos un retorno a una variante de otros discursos, por ejemplo,
al discurso del amo o al discurso universitario, aunque camuflados
como si fueran analíticamente correctos.
Lacan, en el seminario El reverso del psicoanálisis, nos proporciona una
enseñanza precisa: a pesar de que todos los vínculos humanosse
pueden deducir de la estructura —que es estructura del lenguaje,
condición del inconsciente— no todo se puede reducir a la experiencia
analítica propiamente dicha. Depende del proceso analítico tan solo
ese vínculo que Freud había caracterizado como profesión imposible
que es la del Kurieren, es decir del Analyzieren, y que Lacan llama
“discurso del analista”4. Para que este discurso sea posible, son
necesarias algunas condiciones precisas, deducibles del matema en
cuestión. Matema que no se encuentra necesariamente operando en
las situaciones estándar: por ejemplo, no opera en lo que se denomina
una terapia, ni en la emergencia de la sugestión, a pesar de que esté
presente en toda pregunta dirigida al Otro, que se supone que trata
y cura. En efecto, el desplazamiento hacia el discurso analítico no
se encuentra marcado por la emergencia de la sugestión, sino por
la emergencia de la transferencia, que es el análisis de la sugestión
misma.
2 Lacan, Jacques. “Intervención sobre la transferencia”. Escritos 1. Siglo XXI, Buenos Aires, 2008, p. 219.
3 Lacan, Jacques. “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”. Otros escritos.
Paidós, Buenos Aires, 2016, p. 266.
4 Lacan, Jacques. El Seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 2017.
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El niño autista y el psicoanálisis

En relación al niño autista, Lacan no dice que se pueda aplicar el


análisis en un caso similar. En efecto, la simple referencia al matema
del discurso analítico nos muestra que no le conviene. Al menos
porque, normalmente, no hay en una posición autista la instauración
de ese efecto de la cadena significante que es el sujeto supuesto saber. Si
después, por una maniobra más o menos calculada por el partenaire
—analista, terapeuta o educador— esta significación es impulsada a
emerger, el niño autista tendrá que arreglar cuentas con un Otro nada
pacificante que le intimidará a hacer frente a sus exigencias en lo real
y no ya en el registro simbólico.
¿Hemos, pues, de declararnos vencidos? ¿Abandonar la empresa?
Esta no parece ser la elección indicada por la enseñanza de Lacan.
¿Qué es, en efecto, lo que preconizaba Lacan en su conferencia acerca
del síntoma dictada en Ginebra? Respondiendo a una pregunta con
relación al niño autista, no le ha dicho a su interlocutor: “Analícelo”,
sino que ha dicho que los autistas “no llegan a escuchar lo que usted
tiene para decirles en tanto usted se ocupa de ellos”. Pero finalmente
concluye, “sin duda hay algo para decirles”5.
¿Qué es lo que quiere decir todo esto si no que los niños autistas
están en el lenguaje —hasta tal punto que Lacan los califica como
“personajes más bien verbosos”6 — pero que la palabra permanece más
acá de su —y de nuestra— comprensión? Esto es debido al hecho de
que son objeto de una atención, de un cuidado. Como si una cura no
fuera aceptable si es solo real, mientras que se convierte en aceptable
cuando es tejida de simbólico. Por otro lado, también en un análisis la
emergencia de lo real se consigue sirviéndose de lo simbólico.
Esta base simbólica falta en el niño autista. O, para ser más precisos, lo
simbólico no produce en él más falla que en otro sujeto: también él
está, en efecto, en el lenguaje. Debemos todavía constatar que, en su
caso, lo simbólico no es operatorio para tratar lo real.
¿Pero por qué lo simbólico no tiene este poder? Me parece que,
con Lacan, podemos contestar: porque la palabra se le revela, al niño
autista, en toda su crudeza. No está vestida de semblante. Es real.
5 Lacan, Jacques. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, op. cit.
6 Ibíd.
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En definitiva, la palabra no muestra su poder benéfico y, en lugar


de significar para el sujeto su distancia en relación al goce, por el
contrario, es por ella misma que el sujeto se encuentra confrontado
al goce mortífero, al goce en exceso, al goce no regulado y no
normalizado. El niño autista se encuentra por lo tanto enfrentado
al hecho de que la palabra no sirve tanto para decir cuanto para gozar.
Nosotros sabemos que la separación entre el decir y el gozar es un
efecto del Nombre del Padre. Es como si —normalmente— el
Nombre del Padre nos distrajera del hecho de que el lenguaje y el goce
hacen una sola cosa. Hacemos como si, a través del Nombre delPadre,
el lenguaje y el goce fueran dos. El niño autista no está en esteengaño:
para él tan solo hay Uno7.

El niño autista está trabajando

Tomado en el registro del Uno, constatamos que el niño autista está


ocupado en una doble operación: una operación de autodefensa y
una operación de autoconstrucción.

Una operación de autodefensa

Adoptando lo simbólico un valor de real, algo en el niño autista se


“congela”8, para utilizar un término usado por Lacan en este sentido.
Se hace difícil entenderle y, además, la palabra dirigida al niño puede
adquirir el valor de un goce descontrolado: palabra que se convierte
entonces en eminentemente traumática. Aquí se perfila que, si hay
sustancia de la palabra, esta no podría ser si no de orden sexual,
entendido en el sentido freudiano. Ahora, esta autodefensa del niño
autista anula —al menos a primera vista— todo aquello que es del
registro del Otro. Es por ello por lo que la cura por parte de otros no es
aceptable. No resulta aceptable porque este Otro o es tan sumamente
Otro que no resulta asimilable al Uno, o bien, por falta de separación,
se reduce a ser lo mismo que el Uno. Nosotros encontramos en el
7 Miller, Jacques-Alain. “La sigla misteriosa”. El lugar y el lazo. Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 388.
8 Lacan, Jacques. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, op. cit.
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segundo caso el estatuto que normalmente es el de la madre del niño


autista y, en el primer caso, el estatuto que suele ser el del padre.
Por lo tanto, toda atención dirigida al niño o es inoperante o es pura
agresión. Siendo uno lo simbólico y lo real, el primero no sirve para
frenar el goce en exceso. Al contrario, lo simbólico es un medio de
goce.

Una operación de autoconstrucción

Se trata de intentos por parte del niño autista, sin ningún otro recurso
que el sí mismo, para instaurar un mínimo de vida. Porque la vida
—toda la vida humana— está regida por lo simbólico. Ciertamente,
no se trata de un mundo regido por el Nombre del Padre, sino que se
trata de un mundo regido por la estructura elemental de lo simbólico.
De esta manera el niño autista proporciona, también él a su manera,
la prueba de que lo simbólico es el padre del hombre.
¿Pero cómo se introduce este mínimo ajuste simbólico? Se introduce
a través de un cierto movimiento que el niño autista hace a partir
de sus objetos. En concreto, se trata de una serie de intentos de
construcción realizada por el niño autista en los que aquello que
pertenece al orden significante —el más y el menos, el ir y el volver,
el abrir y el cerrar, es decir, un latido en dos tiempos— se aplica de
forma automática al objeto que le es propio —a su cuerpo o bien a un
apéndice cualquiera que funcionalmente forma parte del cuerpo. Esta
aplicación proporciona una mínima, pero eficaz, regulación del goce.
Este trabajo entonces —puesto que se trata de trabajo— se produce a
través de toda una serie de manipulaciones o ajustes del cuerpo. Pero
el medio de la operación no es el significante que se sirve del cuerpo
sino, por el contrario, el medio de la operación lo constituye el cuerpo
mismo, o un objeto que se añade al cuerpo, y que se regula sirviéndose
de ciertas propiedades —un latido, una alternancia binaria, por
ejemplo— en donde reconocemos una estructura que se desprende del
orden del significante, pero que se presenta al observador como una
estereotipia.
Todo este trabajo el niño autista lo lleva a cabo por sí solo. Poco
le importa el Otro. Pero esta anulación del Otro se paga con la
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no desaparición del objeto y tiene, como consecuencia, la no


elevación del objeto al estatuto de significante. Al no entrar el Otro
simbólicamente en el juego, la alternancia impresa en los objetos se
encuentra congelada. El objeto no cae y su repetición no se manifiesta
como una concatenación significante, en la forma del Fort/Da del niño
freudiano. A pesar de todo este trabajo producido, los resultados no
están a la altura del esfuerzo, y el niño autista permanece así apartado
de ese efecto extremadamente importante del lenguaje que es el
vínculo social.

Las dos caras de lo simbólico

Las dos operaciones del niño autista nos ofrecen un panorama sobre
las dos caras de lo simbólico: normalmente, hay una cara que aparece
en primer plano, que es la cara que frena el goce, y hay una cara
escondida que es de goce. Podemos decir que para el niño autista —y
probablemente para toda psicosis— estas dos caras se invierten: la
que aparece en primer plano es la cara del goce, mientras que la otra
cara es relegada a un nivel de pura sucesión de significantes que no se
encadenan aunque se repiten.
Ahora bien, si por un lado el niño autista se defiende de lo simbólico,
por otro lado, no puede evitarlo. Y el recurso a este funcionamiento
mínimo de lo simbólico es su trabajo cotidiano. Para comprender el
impacto de este funcionamiento, escindimos lo simbólico, en el niño
autista, en estas dos valencias: lo simbólico como real y lo simbólico
como barrera al goce.
¿De qué modo esta segunda valencia se connota en el niño autista?
Lo hace a través de la aplicación al objeto de un funcionamiento, que
pertenece al registro del significante y produce un efecto de regulación
y de estabilización. Pero en el trabajo que el niño autista realiza por sí
solo, con el fin de que esta aplicación mínima del significante pueda
tener un cierto efecto de pacificación, toda sorpresa o novedadresultan
proscritas: por lo general, resulta necesario que el latido se produzca
como una simple repetición.
¿Cómo se connota, en cambio, la primera valencia? A través de una
solución de continuidad de lo simbólico con lo real y lo imaginario.
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En el caso del niño autista no solamente lo simbólico es real, sino que


también lo imaginario pierde su diferenciación y se hace real. Por
lo tanto, lo imaginario no viene —como ocurre a veces en las otras
psicosis— a suplir la función que normalmente cumple lo simbólico,
ofreciéndole al sujeto un punto de fijación9, algunas veces bien sólido
y operativo, como ya señala Lacan en El Seminario 3.

Disyunción del lugar y el sitio

Creo que estas dos valencias de lo simbólico pueden aclararse con


un pasaje del curso de Jacques-Alain Miller del año 2000-2001 en el
que se realiza una distinción entre el lugar y el sitio10. El niño autista
es aquel que —como todos y cada uno— recurre a lo simbólico en
tanto lugar: incluso si no es para él esta red simbólica que con Lacan
denominamos “el lugar del inconsciente”11. Este lugar es, sin embargo,
aquel que pone en juego con el golpear repetitivo sobre sus objetos,
su propio cuerpo o su apéndice. Así, en el fondo, para que el niño
autista pueda vivir con una cierta pacificación, necesita que su lugar
de vida esté regido, regulado, por un funcionamiento simbólico que
le coloque al reparo del capricho del Otro. Ya conocemos, por otra
parte, el derrumbamiento que a menudo acompaña al niño autista solo
por el hecho de cambiarle el lugar de vida o cuando se le obliga a un
cambio no regulado.

Por el contrario, el niño autista no recurre, sin daño, a lo simbólico


en tanto sitio. Normalmente para él lo que es esencial es que el
lugar esté separado del sitio, porque es a este nivel donde para el niño
autista —y sin duda para todo psicótico— lo simbólico adopta
eminentemente el valor de real: la represión, e incluso el fracaso de la
represión están relacionados con el sitio. En efecto, recuerda Millerque
“Lacan tradujo la represión en términos de sitio”12, como se

9 Lacan, Jacques. “Acerca de los significantes primordiales y de la falta de uno”. El Seminario, libro 3, Las
psicosis. Paidós, Buenos Aires, 2017, p. 284.
10 Miller, Jacques-Alain. “La tentación del psicoanalista”. El lugar y el lazo. Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 11.
11 Lacan, Jacques. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”. Escritos 2. Siglo
Veintiuno, Buenos Aires, 2014, p. 525.
12 Miller, Jacques-Alain. “La tentación del psicoanalista”, op. cit., p. 11.

El Seminario, libro 3, Las psicosis


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puede constatar por el hecho de que Lacan sitúa la operación del


Nombre del Padre como una sustitución que viene “en el sitio”13 de la
madre, que “ocupa el sitio de la Cosa, de das Ding”14.
Lo simbólico, pues, a nivel del lugar mantiene una distancia respecto
a lo real, mientras que, por el contrario, la coalescencia del Otro del
lenguaje y del goce se produce y se manifiesta a nivel del sitio.

El Otro de la palabra y el Otro del lenguaje

Volvamos a Lacan. La respuesta, dada a un interlocutor en la


conferencia de Ginebra, no excluye en absoluto que el niño autista
pueda tener un otro como partenaire. Pero este partenaire, si no es
excluido estructuralmente, lo es funcionalmente. Por lo tanto, es
necesario inventar una modalidad tal que la palabra —palabra del
niño autista y palabra dirigida al niño autista— pase.
Me parece que es el mismo Lacan quien nos proporciona una
pista a seguir, por lo menos en la aclaración aportada por Miller en
la diferenciación que realiza entre el Otro de la palabra y el Otro
del lenguaje15. El sujeto, a nivel de la ley de la palabra intenta ser
reconocido, mientras que por el contrario las leyes del lenguaje
revelan por una parte al sujeto en tanto barrado y, por otra parte,
revelan su ser como resto, como residuo, que desde una posición
éxtima causa un deseo subjetivo, deseo que no espera ser reconocido,
sino interpretado.
Es verdad que el psicótico nos enseña que en su caso el reconocimiento
simbólico no tiene lugar porque carece de la inscripción significante
del Nombre del Padre. El Otro de la palabra, que es el Otro del
reconocimiento y del don otorgado al sujeto de una posición subjetiva,
es inoperante. Por el contrario, el lenguaje opera, sobre todo en su
estatuto real y el Otro del lenguaje adopta así su aspecto mortífero y
persecutorio. Sin embargo, en lo que respecta a la psicosis, creo que
Lacan nos indica que el hecho de posicionarse como otro podría ser
abordada desde la perspectiva que vincula el otro como semblante
13 Lacan, Jacques. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, op. cit. , p. 533.
14 Lacan, Jacques. “Das Ding II”. El Seminario La ética del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 2020, p. 86.
15 Miller, Jacques-Alain.“Lacan contro Lacan”. En Lacan, Jacques y otros, Il mito individuale del nevrotico, una
compilación de Antonio Di Ciaccia. Astrolabio, Roma, 1986, p. 94.
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con el Otro de la palabra, con la condición de que este Otro, aunque


simbólico, excluya su relación con el goce en exceso.
Aquí es donde vemos perfilarse una posición desde donde hablar y
escuchar al niño autista: se trata de una posición que se apoya en el
binomio compuesto por la serie de los otros imaginarios y del Otro
simbólico, pero que no se apoya en el binomio compuesto por el Otro
simbólico conectado al goce. Se trata, por lo tanto, de hacer funcionar
el Otro de la palabra, vaciado sin embargo de aquello que de la palabra
se transforma en un goce excesivo. Esta palabra vaciada es correlativa
a la posición de Otro, regulado por lo simbólico y limitadoen lo que
respecta al goce.

El ejemplo al derecho

Tomemos como contraste lo que aparece en la experiencia analítica


propiamente dicha. El juego de la demanda del sufriente y de la oferta
del analista instaura —instauración que no es siempre de derecho
pero sí de hecho— una concatenación de elementos discretos en los
que se reconoce el funcionamiento del inconsciente como “discurso
del Otro”16. Este Otro, en el caso de la neurosis, se localiza en
la posición de la represión. Es en esta posición del Otro donde el
analizante instaura a su partenaire como analista, cargándole, aunque
no necesariamente, con la vertiente imaginaria del sujeto supuesto saber.
Los cuerpos reales del sujeto y del partenaire son requeridos en
el proceso, sin lo cual ningún trabajo analítico sería posible, y la
transferencia quedaría diferida a un ideal o relegada en una relación
de sugestión.
Es a partir de esta posición que el análisis inviste y trasforma toda la
vida del analizante. Todo lo que ocurre durante el análisis y sin duda
después, lleva la marca del análisis, a menudo la huella propia del
psicoanalista. A tal punto que, no sin humor, Lacan pudo decir que un
niño nacido durante el análisis tiene claramente un “padre real”17,que
difiere del padre biológico.
Todo este proceso puede tener lugar si el analista ocupa una posición
16 Lacan, Jacques. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, op. cit., p. 525.
17 Lacan, Jacques. El Seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis, op. cit. p. 135.
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determinada. En el fondo esta posición no será, según la enseñanza,


la del Nombre del Padre, ni la de una madre suficientemente buena,
sino la posición del mas allá del Edipo, la del objeto causa del deseo,
soportado por el saber inconsciente. Por lo tanto, todo lo que ocurre
en el lugar del Otro es imantado por esta posición determinada.
Subrayamos también otro aspecto: el tiempo y el espacio están
sometidos a esta posición. Podemos decir que un análisis puede
llevarse a cabo, sin tener en cuenta patrones vinculados al tiempo y al
espacio, ya que, por el contrario, son el tiempo y el espacio mismos los
que se pliegan a las exigencias de la transferencia.
También en el caso de la psicosis en un sujeto adulto hay que tener
en cuenta la escisión entre el lugar y el sitio, y entre el Otro de la
palabra y el Otro del lenguaje, el primero revistiéndose gustosamente
de la potencia de Eros y, el segundo, de Thanatos. Pero, en este caso,
generalmente, es el analista mismo quien llega a mantener separados,
por una parte, el lugar de la articulación significante, reducida a veces
a la pura sucesión de sesiones y, eventual y prudentemente, articulada
en saber y, por otro lado, la posición desde la que él habla y desde
la que ofrece al psicótico una posición de sujeto. Se supone que el
analista no ignora los efectos nocivos en el tratamiento del psicótico
cuando la concatenación significante instala el saber en una posición
en la que colisiona con la verdad18. Si esto ocurre, el psicótico se
precipitará en su estatuto de objeto, que es exactamente lo opuesto a
la posición de sujeto.
También el espacio y el tiempo, en el caso de psicosis del adulto,
permanecen vinculados a la función del sitio y son susceptibles de
variar de forma correlativa a esta función. Justamente debido a que,
generalmente, para el psicótico el espacio y el tiempo están sometidos
a la función del sitio, es posible, para un analista, operando con la
cautela necesaria, no solamente acompañar al psicótico sino también
desarrollar con él un verdadero trabajo analítico.
No ocurre lo mismo en el caso del niño autista. No es cuestión de
proponerle un lugar, un lugar de palabra, por ejemplo, que podría
hacer surgir, sin precaución alguna, la posición del Otro. En el mejor
de los casos no pasaría nada. En el peor, el Otro intimaría al niño
18 Laurent, Éric. En Miller, Jacques-Alain y otros. “Del psicótico al analista”. La psicosis ordinaria. Paidós,
Buenos Aires, 2017, p. 314.
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autista a no ser otra cosa que aquello que la lógica de la estructura,


en su caso, impone. Teniendo como consecuencia, en la vertiente del
Otro, el surgimiento de su rostro persecutorio y, en la vertiente del
sujeto, la puesta en un primer plano de no ser más que el objeto del
Otro. Hecho que, a veces, es seguido por la tentativa de significar al
Otro la propia posición subjetiva a través de una separación que, no
pudiendo tener lugar en lo simbólico, intenta inscribirse en lo real.
Como nos enseña la automutilación del niño autista.
Es precisamente a nivel de tiempo y de espacio que el niño autista es
diferente del neurótico y también, de manera sensible, del psicótico:
para el autista el tiempo y el espacio nunca llegan a estar imantados
por el sitio, incluso si se trata del sitio de un Otro carente de un goce
excesivo. Hace falta, al contrario, que sea asegurada una continuidad
espacial y temporal a partir de este Otro pacificante, con el fin de
hacerle llegar al niño autista una oferta de hacerse sujeto.

Tomando el problema al revés

Para el niño autista, hay que tomar el problema al revés. Es necesario


inventar una modalidad de trabajo tal que: primero, haya disyunción
entre el lugar y el sitio; segundo, que se haga un lugar al Otro
simbólico privado del goce en exceso; tercero, que se asegure al Otro
regulado y limitado una continuidad en tiempo y en espacio; y cuarto,
es necesario que haya otros que acepten convertirse en partenaires del
niño autista interviniendo con los datos citados anteriormente. En mi
opinión, solo con estas condiciones puede llegar a buen puerto una
oferta de posición de sujeto.
Una doble operación se presenta por lo tanto a los partenaires del niño
autista. Por una parte, deben inventar la puesta en marcha de la cadena
de trabajo ya iniciada por el niño autista a partir de las modalidades
en dos tiempos que él hace con su propio cuerpo y con sus objetos
para elevarlos a la dignidad de significantes. Por esta razón, el recurso
a la interpretación debe ser desterrado. Porque no se trata de dar un
sentido o una significación cualquiera a la concatenación convertida
en significante. Al contrario, es necesario elevar las manipulaciones
del niño autista a la dignidad de metáforas de su posición subjetiva.
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Por lo tanto, es preciso prestarse para inventar una puesta en serie


de las manipulaciones del niño autista tratándolas como elementos
discretos, pero sin sentido. Esta concatenación es una oferta realizada
al niño, pero es también un forzamiento respecto a la inercia de su
repetición. A partir de esta concatenación existe la posibilidad de que
surja la producción de un sujeto19, retomando una expresión de Miller.
Esta operación tiene posibilidades de éxito solo si los partenaires del
niño autista se sostienen a partir del Otro regulado y limitado, sin
concesión alguna respecto de ningún desbordamiento hacia un Otro
que sabría y gozaría de él. Al contrario, los partenaires deben incluso
colocarse transversalmente entre el niño autista y su Otro destructor,
para ser, según la expresión de Virginio Baio, “dóciles con el sujeto e
intratables con el Otro”20.
Para los partenaires del niño autista hay que desechar la vía de la
suposición de saber, porque este camino o es impracticable o conduce
directamente al goce mortífero. Es en este contexto que debemos
entender el saber-no-saber: saber que un camino conduce al desastre, y
que la enseñanza de Lacan nos ha abierto otro camino, que confía en
la palabra agujereada, en el Otro regulado y limitado, pero que
desconfía de los recorridos habituales, que van del saber al goce.

La práctica à plusieurs

Ahora bien, estas dos operaciones requieren de muchas condiciones.


Condiciones de continuidad: continuidad para un trabajo en el tiempo
y en el espacio tan perseverante como la forma de trabajar del niño
autista, continuidad estando siempre preparados a ser convocados
por sus exigencias, continuidad en la instauración del Otro regulado
y limitado que hace de barrera al Otro destructor. Condiciones de
discontinuidad: discontinuidad en presencia de los partenaires del niño
autista cuyo funcionamiento permutativo pero regulado facilita la
instauración del Otro regulado y limitado que impida, por otra parte,
la emergencia de un Otro perseguidor.
19 Miller, Jacques-Alain. “Los seis paradigmas del goce”. Revista Freudiana, Nº29, mayo/agosto 2000.
20 Expresión atribuida a Virginia Baio y retomada repetidas veces en la Conversación de Roma, dirigida
por Jacques-Alain Miller. Cfr. Miller, Jacques-Alain. Il Sintomo psicotico. La conversazione di Roma. Astrolabio,
Roma, 2000.
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Para que se pueda realizar este trabajo, se requiere que los


partenaires del niño autista cumplan algunas condiciones:
condiciones que les afectan particular y colectivamente. La primera
condición es la de saber hacer en primera persona, consu propio
estilo, sabiendo poner en juego su propia imagen, supresencia, sus
propios intereses y, sobre todo, su propio cuerpo ysu propio sentido
del humor. Ponerse en juego en primera persona quiere decir saber
asumir la propia responsabilidad sin escabullirseni descargarla sobre
otros.
La otra condición es la de saber destituirse de ser el único partenaire
del niño autista, sabiendo recurrir a otros partenaires a través de un
juego permutativo, regulado y calculado, que ponga en movimiento
una cadena de intereses y de deseos. Este juego regulado y calculado
—e inventivo— es fundamental, para que el niño autista puedacaptar
el beneficio que puede obtener si cambia lo real por el semblante.
Evidentemente este trabajo en grupo requiere coordinación,
disciplina y un granito de ascesis. A tal fin, para todos los miembros
del equipo, cabe recordar dos puntos de anclaje: la reunión y el
responsable terapéutico.
La reunión: no se trata de poner a cielo abierto las cuestiones que
el niño autista produce en el adulto —aunque las haya, pero deben ser
trabajadas en otro lugar— sino, fundamentalmente, de una
elaboración y una invención de cada uno de ellos en relación al saber,
no sobre la vertiente de un saber sobre el niño, sino sobre la vertiente
de un saber que se convierte en ocurrencia graciosa, Witz.
El responsable terapéutico: es el garante de que el funcionamiento
siga siendo freudiano. Su lugar no es el de saber, ni de saber para
los demás, sino que es la posición que preserva un agujero central que
permita a cada uno y a todos, destituirse, aun siendo totalmente
responsables del acto que el trabajo con el niño autista comporta.
Esta modalidad de trabajo, que ha sido denominada pratique à
plusieurs por Miller, no se reduce solo a un trabajo de equipo. No era
ciertamente necesario esperar las enseñanzas de Lacan para inventar
el trabajo de equipo. La práctica entre varios es un bricolaje puesto en
marcha para permitir que el niño autista diga “no” al Otro del goce y
diga “sí” al Otro de la concatenación significante, duplicado sin
embargo, por otro —con sus connotaciones imaginarias— que
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otorga un lugar al niño autista reconociéndole su estatuto de sujeto.


Se trata por lo tanto de ofrecer al niño autista una posibilidad de
que siga los meandros de la estructura, con el fin de que pueda
inscribirse, como cualquier sujeto, con un rasgo propio en el vínculo
social.

Vuelta a los padres

Desde el comienzo hemos creído que era necesario que los padres
de los niños autistas tuvieran un papel en nuestro trabajo. No como
pacientes ni como co-terapeutas. Tampoco para culpabilizarles o
desculpabilizarles. Nosotros hemos pensado que ellos tuvieran su
parte en nuestro trabajo como sujetos informados —a veces sin que
ellos mismos lo supieran— de los significantes que habían presidido
la lógica que había producido un niño autista: como dice Lacan, a
veces es necesario el trabajo de tres generaciones para producir un
niño autista21.
Básicamente, nuestro objetivo ha sido desplazar a los padres de
los niños autistas de una posición en la que ellos mismo estaban
abandonados a merced del real, hacia otra posición, cargada de
sentido, y de la que por fin ellos detentan las claves. Se les invitaba,
por lo tanto, a ofrecer su saber. Para que, diluyéndolo en la palabra,
ellos tomaran posición como sujetos, ofreciendo finalmente también a
su hijo una posición de sujeto, sujeto del inconsciente.
Al cabo de un tiempo, es necesario que ellos sepan dejar caer este
saber. Pero para que esto ocurra, este saber, desde lo real, no debe
adoptar otra consistencia que aquella del semblante.
Llegado este momento para los padres —verdaderamente raro— es
posible que un velo cubra el lugar del niño y que su saber se transforme
entonces en una cuestión cada vez más privada y personal. El destino
de este saber se verifica y se mide a partir de la estructura propia de
los padres.

21 Lacan, Jacques. "Alocución sobre las psicosis del niño”. Otros escritos. Paidós, Buenos Aires, 2016, p. 382.
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Nuestras instituciones

En mi opinión, es en este contexto que debemos situar la función de nuestras


instituciones. Las mismas no están hechas para aplicar laexperiencia analítica propiamente
dicha. Están dedicadas a favorecerlo que hemos llamado el trabajo del niño autista y para
proponer un trabajo diferente respecto del suyo, que es incesante. La práctica entrevarios,
incluido el trabajo con los padres, tiene solo esta finalidad.
Las instituciones como las nuestras tienen su razón de ser si responden a las exigencias
de la estructura, exigencias que han sido destacadas —también en el caso del niño autista—
por el psicoanálisis en la enseñanza de Jacques Lacan.

a.diciaccia@institutofreudiano.it

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