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Semblante: el arco iris del cuerpo

Tal como adelantamos la cuestión convoca el abordaje del semblante: una nodal
categoría propuesta por Lacan tras la elaboración de sus cuatro discursos durante El
reverso del Psicoanálisis y desarrollada un año después en su seminario no por nada
titulado De un discurso que no fuera del semblante. Se trata de una noción cuya
complejidad nos permitirá entrever la concepción del cuerpo que Lacan desplegará en los
últimos tramos de su enseñanza.
Por lo pronto, la confluencia más arriba mentada entre lo virtual y lo real que
presta la imagen del otro sólo posible merced a la intervención del significante, no deja de
producir consecuencias tras el giro efectuado en el texto de Radiofonía en que el registro
simbólico sin necesidad de agente externo alguno se in-corpora, con la consecuente
equiparación de los tres registros y el retiro del Gran Otro a cuarteles de invierno Vaya
como contraejemplo la experiencia del sujeto esquizofrénico, cuyo desmembramiento del
cuerpo en virtud de la dimensión real que en esta estructura adquiere lo simbólico, le
priva de la consistencia que brinda un semblante en tanto articulación simbólico
imaginaria al servicio de preservar al sujeto del Otro gozador.
Ahora bien, nos interesa dejar sentado que nuestra consideración sobre lo virtual
y real que desemboca en la categoría del semblante no pretende conformarse en modelo
ni constituirse como única vía de acceso a esta compleja noción, pero dado que en
nuestro previo relevamiento hemos constatado la mención de meteoros tales como el
arco iris que Lacan formula en la experiencia del ramillete invertido y en este seminario
titulado De un discurso que no fuera del semblante, nos pareció oportuno servirnos de
esta mixtura entre virtual y real para dar cuenta de aquello que, por estar en la naturaleza,
bien puede asimilarse a un simulacro o una apariencia del cual se nutre el discurso para
incidir en lo real, de hecho Lacan ubica al analista en el lugar del semblante.
Es que el cuerpo que habla se conforma a partir de componentes virtuales –es
decir: lo que está en potencia-, eso que tal como refiere Santo Tomás resulta “algo que sin
ser real produce el mismo efecto que si lo fuera” (Biosca I Bar, 2009, p. 35). No por nada,
en su seminario 1 Lacan desafiaba a su auditorio cuando decía:
“Cuando ustedes ven un arco iris ven algo totalmente subjetivo. (…) Sin embargo
gracias a una cámara fotográfica pueden registrarlo objetivamente. ¿Qué es entonces? Ya
no sabemos muy bien - ¿verdad?- dónde se encuentra lo subjetivo y dónde se encuentra
lo objetivo.” (Lacan, 1953-1954, p. 124)
No por nada, tras varios años de enseñanza, Lacan dirá que los semblantes están
en la naturaleza: por eso un cuerpo que habla también: “Todo lo que es discurso solo
puede presentarse como semblante, y nada se construye allí sino sobre la base de lo que
se llama significante” (Lacan, 1971, p. 15), para luego referirse a su título De un discurso
que no fuera del semblante y precisar que la frase: del semblante no se agota con la
referencia discurso. Dice: “El semblante en el cual el discurso es idéntico a sí mismo –es
un nivel del término semblante- es el semblante en la naturaleza” (Lacan, 1971, p. 15)
Al respecto, Miller observa:
Que hay semblante en la naturaleza no implica que haya real. Realidad, toda la
que se quiera, ¡pero no real! El uso idiosincrásico que hace Lacan del término real –y que
sin duda se extendió- implica, por el contrario, que no hay real en la naturaleza, que este
se presenta en ella cuando los semblantes se ordenan, se coordinan de modo tal que
llegan a prescribir lo imposible. (…) Por eso digo De la naturaleza de los semblantes.
Cuando se introduce la dimensión de lo imposible y, con ella, lo real, hay estructura y ya
no naturaleza. Según lo utiliza Lacan, lo real aparece como consecuencia de lo imposible
(Miller, 2001, p. 14)
Para más datos, en su seminario 18 De un discurso que no fuera del semblante,
Lacan deja en claro esta perspectiva cuando señala:
Descartes escribió un tratado sobre los meteoros. El paso decisivo, uno de los
pasos decisivos, concierne a la teoría del arco iris, y cuando hablo de un meteoro, hablo
de algo que se define por estar calificado como tal como un semblante. Aún entre la gente
más primitiva, nunca nadie creyó que el arco iris fuera algo que estaba allí, curvado y
trazado.
(Lacan, 1971, p. 15)
Para luego precisar con un ejemplo paradigmático la emergencia que lo simbólico
imprime en la naturaleza: “El meteoro más característico, más original, ése que sin duda
se liga a la estructura misma de lo que es discurso, es el trueno. Si terminé mi ´ Discurso
de Roma` recordando el trueno, no fue en absoluto por capricho. No hay Nombre-del-
Padre que se sostenga sin el trueno” (Lacan, 1971, p. 15)
Al respecto se hace interesante, por ejemplo, considerar el valor que adquiere la
sombra. En efecto ¿quién podría desconocer la relevancia de esa compañía que para
bien o mal nos asiste como vivo testimonio de que nos sostiene un cuerpo? Una vez más,
para el habla ser: ¿qué es más real: el cuerpo o su sombra? ¿Hay uno sin la otra? Por lo
pronto, ésta última no deja de ser una oportuna pregunta para lo que de la relación entre
los sexos se trata. Para decirlo de una vez: más allá del sexo anatómico, hombre y mujer
no son más que semblantes con que abordar la No relación Sexual: ese hueco donde
naufraga toda esperanza de complementariedad. No por nada, Slavoj Zizek arroja esta
por demás lúcida observación sobre la castración que afecta a todo habla ser, cualquiera
sea el soma que le haya tocado en suerte: “Así pues, si la mujer no existe, el hombre tal
vez sea simplemente una mujer que cree que ella sí existe” (Zizek, 2003, p. 111)
El semblante es una suerte de velo dispuesto para ocultar una nada. En definitiva
una máscara que por cubrir no deja de mostrar, secreto de toda seducción cualquiera sea
el semblante elegido por un sujeto en la comedia que da cita al encuentro con el Otro
sexo. No por nada, el falo es el semblante que por excelencia construye ese juego de
miradas, presencias y ausencias, obstáculos y permisos a través de los cuales el pudor
desliza las claves por donde lo real de los cuerpos se viste de deseo. Según Silvia
Tendlarz:
El falo así planteado queda articulado a la negatividad propia del deseo y de la
castración. El ser se inscribe del lado del semblante y ambos se oponen a lo real y, al
mismo tiempo, el ser no se opone al parecer sino que se confunde con él. El velo ocupa
así un lugar esencial en medida en que esconde, disimula la castración, el velo mismo
cure la nada.
(Tendlarz, sin fecha)
Lo cierto es que en 1972 Lacan inventa el neologismo parêtre para dar cuenta de
esta condición por la cual un cuerpo que habla es un puro ser de semblante. En efecto,
durante El Atolondradicho señala que: “El dicho primero , idealmente espontáneo, del
analizante solo tiene sus efectos de estructura en tanto “ parsea” [ parsoit] el decir, dicho
de otra manera que la interpretación haga apareser [parêtre]” ( Lacan, 1972, p. 512). Es
decir, que la interpretación haga presente en el Hablaser su condición de puro semblante.
De manera contemporánea, durante el seminario 20 “Aún” Lacan precisa:
“¿acaso no es verdad que el lenguaje nos impone el ser y nos obliga como tal a admitir
que del ser , nunca tenemos nada? Hay que habituarse a sustituir este ser que huye por
el para-ser, el para ser, el ser de al lado” (Lacan, 1972-1973, p. 58) Y ya durante el
seminario 24 Lo no sabido que sabe de la Una equivocación se ampara en la morra ,
refiere:
`La ortografía que di al nombre ´paraître` [parecer, aparecer] que escribo
´parêtre` [paraser]. Sólo hay ´parêtre` del que podemos saber, [dado que] el ser, llegado el
caso, no es sino una parte del ´parlêtre` [habla – ser, ser – hablante], es decir, de lo que
está hecho únicamente de lo que habla [de ce qui parle] (Lacan, 1976-1977, clase del 15
de febrero de 1977, inédita)
Al respecto, Miller recapitula todo este movimiento cuando dice:
Lacan consideraba que esta relación entre los sexos se estructuraba por un eres
mi mujer. Cuando, en realidad, este eres mi mujer solo se sostenía si recibía del otro lado
la respuesta de un no lo eres (no eres el falo); lo tienes, quizás, pero no lo eres. En otras
palabras (…): el falo me importa un carajo. Y Lacan podía destacar, desde ´La
Significación del Falo`, que la función de la máscara domina las identificaciones. Estas
identificaciones que constituyen el carácter cómico de las relaciones entre los sexos,
están completamente ligadas al fracaso o al rechazo de la demanda” (Miller, 2001, pp.
158 y 159)
Para ilustrar el punto bien podemos servirnos de los ejemplos que brinda el arte.
Tomemos por caso “El baile” de Ettore Scola, una película de señero linaje cuya sola
escena consiste en un salón de baile donde los cuerpos dejan mostrar la tensión, angustia
y ansiedad previa a la aceptación o rechazo del partenaire anhelado. “No hay diálogos.
Sólo el duelo que unos seres muy particulares sostienen con su propia imagen en el duro
trance de abordar al Otro sexo. Como si cada uno bailara con su propia soledad”
(Zabalza, 2010)
Al respecto, nada mejor que citar la denominada “previa” en que los adolescentes
–y muchos que ya no lo son- construyen una escena con que luego salir al mercado
erótico: sea una rave; un boliche; o la esquina donde tomar cerveza. Decimos que:
La previa”, ese espacio de tiempo anterior al programa elegido, se da en un
adentro, generalmente un hogar, propicio para generar cierto tono donde, aunque no se
escatime el entusiasmo, prevalece una reserva, una discreción e intimidad opuestas al
carácter público y anónimo del afuera, la salida propiamente dicha. La previa pude durar
horas. En forma velada o explícita, se dirimen allí intensos conflictos, se establecen
alianzas, jerarquías y subordinaciones, se miden fuerzas, se formulan promesas y
confesiones, se renuevan rituales y también se previenen traiciones, al resguardo de la
privacidad que brinda el ensayo. Se organiza todo un sistema de defensa, mediatizado
por la mera confrontación de los `semblantes`: qué te pusiste, qué te ponés, qué te hiciste
y qué te hacés”. ( Zabalza, 2010)
Lo llamativo es que tanto la extensión como los hábitos de consumo de esta
denominada “previa” dejan ver “la inhibición generalizada” ( Zabalza, 2018, p. 107) propia
de la subjetividad de nuestros días. En definitiva una suerte de estética que, lejos de
propiciar el encuentro de los cuerpos, obedece al empuje a gozar que nuestra época
imprime al ritmo de una imperativa e inmediata satisfacción. Se trata del “Uno solo. Solo
en su goce (radicalmente autoerótico) tanto como en su significancia (fuera de la
semántica)” (Miller, en Lacan 1971-1972, 2012, contratapa). Al respecto, en un artículo
publicado en el año 2016 bajo el título “Cuerpos sin agua, aire ni tiempo”, redactado a
propósito de la muerte de cinco jóvenes acaecidas durante una fiesta electrónica en la
ciudad de Buenos Aires, tuvimos oportunidad de señalar que:
De hecho, la propuesta estética de la música tecno: ese pum, pum, uno, uno, que
golpea en el cuerpo como un mantra a lo largo de la noche, conforma un ritmo que invita a
centrarse en la propia percepción. Una suerte de éxtasis cuyo efecto de empatía con el
entorno no hace más que acallar la diferencia y el límite que encarnan tanto el semejante
como las posibilidades del propio cuerpo. Se trata de un fenómeno de iteración percusiva
que no establece lazo; es decir: si la repetición convoca al estribillo en que cantan los
nosotros, aquí cada Uno se basta a sí mismo, apoyado en la Uniformización que borra al
Otro. Así: no hay historia. (Zabalza, 2016)
Como dice el filósofo Byung Chul Han, se trata del tiempo atomizado, en el que
“No hay nada que ligue los acontecimientos entre ellos generando una relación”.(Han,
2015, p. 37)
Desde este punto de vista bien podríamos concluir en que el consumo de drogas
reemplaza a la virtualidad con que los semblantes visten un cuerpo, es decir: las palabras,
los gestos, el movimiento, la memoria, insinuación y seducción con que un cuerpo
adquiere consistencia.
De hecho, quizás no deje de ser oportuno recordar que una de las últimos
versiones de las drogas de diseño lleva como título “Sound cloud” (El Español, 2019),
cuya traducción por hacer referir un sonido de nubes nos resulta por demás vecina al arco
iris, paradigma del semblante si los hay.
En definitiva, para decirlo de una vez: lo que un cuerpo logra reservar en potencia
preserva al sujeto de la irrupción del pasaje al acto. De hecho, así parece señalarlo Lacan
cuando observa que:
En los límites del discurso, por cuanto éste se esfuerza en sostener el semblante
mismo, hay de tiempo en tiempo real. Lo llamamos pasaje al acto, y no veo mejor lugar
para designar lo que esto quiere decir. Observen que en la mayoría de los casos el pasaje
al acto es cuidadosamente evitado. Solo ocurre por accidente (Lacan, 1971, p. 32)
Se advierte de esta manera la aguda observación que Lacan vierte en La Tercera
(Lacan, 1974b, p. 27) según la cual la angustia es el sentimiento de verse reducido a su
propio cuerpo, es decir, cuando se disipa el semblante y el sujeto se asimila a un puro
objeto, cosa que la breve novela El arrebato de Lol V. Stein (Duras, 1964) de Marguerite
Duras describe de manera prodigiosa al dejar en claro la manera en que un cuerpo se
hace cargo de las palabras que una boca ha renunciado a pronunciar. Quizás por eso,
“No hay que jugar con los semblantes” (Miller, 2001, p. 12) recomienda Miller. Y no es
para menos, en tanto seres que hablamos con el cuerpo, no contamos con otro recurso
que el semblante.
Ahora bien, en su texto sobre La categoría lacaniana de semblante, Santiago
Thompson refiere:
Entendemos que Lacan lo extiende a la representación del cuerpo: el semblante
es el cuerpo en lo que tiene de representación. El cuerpo parece algo que no es (aquí
tenemos toda la vertiente de su unidad imaginaria, que vela el organismo) y es soporte de
un discurso, que está regulado por el semblante que lo soporta. Que un discurso este
regulado por un semblante, quiere decir entonces: regulado por el cuerpo que hace de
soporte a ese discurso. A partir de sostener un discurso, un cuerpo se subjetiva: la
posición subjetiva es entonces un efecto del semblante. El semblante como categoría
tiene relación con el soporte corporal que da, justamente, cuerpo a un discurso.
(Thompson, 2014, p. 572)
Así parece sostenerlo Lacan cuando en su clase del 21 de junio de 1972, no por
nada titulada Los cuerpos atrapados en el discurso, juega con la homofonía significante
para referir que: “ si existe algo denominado discurso analítico, se debe a que el analista
en cuerpo [en corps y encore: “aún”, “otra vez”] con toda la ambigüedad motivada por ese
término, instala el objeto a en el sitio del semblante” ( Lacan, 1971-1972, p. 226, los
corchetes son nuestros) para luego precisar “lo que está en juego en el semblante de
cuerpo. Es el discurso en su relación (…) con la nada” (Lacan, 1971-1972, p. 227) .
Ahora bien, pocas referencias podrían ser tan amables con nuestra hipótesis
según la cual la concepción del cuerpo determina la dirección de la cura cuando, luego de
todo este recorrido por el semblante y el cuerpo, Lacan afirma: “Lo Real, es el sentido en
blanco ( le sens en blanc) , dicho de otro modo el sentido-blanco ( sens-blanc) por el cual
el cuerpo hace semblante ( semblant), semblante por el que se funda todo discurso”
( Lacan, 1974-1975, inédito, clase del 11 de marzo de 1975, p. 113) Si el cuerpo hace
semblante de una nada, veamos entonces cómo opera el analista en el dispositivo para
hacer lugar al real que alberga el cuerpo del sujeto.
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Las dificultades en la terapia con jóvenes por medios virtuales

Adolescentes al teléfono, un desafío de la gran cuarentena


Considerando que los teen viven en el celular y las redes sociales, podría
pensarse que son el paciente perfecto para las sesiones online. Nada más alejado de la
realidad. Una indagación en la complejidad de esa experiencia.
El aislamiento social, preventivo y obligatorio al que la pandemia conmina ha
hecho que la práctica psicoanalítica se desarrolle a través de medios digitales, sea para
atender consultas puntuales o para continuar los tratamientos que ya estaban en curso.
En definitiva, una modalidad a la que los analistas de alguna u otra manera ya estábamos
familiarizados, aunque no con la masividad que la actual situación impone. Por tratarse de
una franja etárea en que la problemática del cuerpo está en primer plano haremos aquí
algunas reflexiones sobre las particularidades de la clínica con adolescentes por medios
virtuales. Se trata de que la compleja asunción de una imagen corporal que distingue a tal
período suele traducirse en la singularidad con que un sujeto se apropia de la palabra. De
hecho, nada más ilustrativo de la tesis según la cual una persona “habla con el cuerpo” (1)
que el tránsito de un adolescente hacia la adultez, cuestión por demás evidente en las
limitaciones a las que los medios virtuales nos condicionan. Comenzaremos entonces por
señalar la función de los cuerpos en el dispositivo para luego adentrarnos en la
problemática virtual anunciada.

Los cuerpos en el dispositivo


La actualidad de los cuerpos in situ ofrece múltiples formas de intervenir de las
que la comunicación virtual carece, para no hablar de los inestimables datos que su
efectiva presencia suele aportar. Basta recalar en los historiales freudianos para verificar
la riqueza significante de los movimientos de un paciente. Sean los dedos de la joven
adolescente Dora jugando con su “carterita” (2), acción sintomática de la que el analista
extrae importantes conclusiones para el análisis de un sueño; o el episodio en que el
Hombre de las Ratas “se pone de pie y me ruega dispensarlo de la pintura de los
detalles”, según relata Freud respecto de una práctica de tortura que atraía toda la
atención y angustia del paciente. Este último caso aporta una especial significación a
efectos de las líneas que aquí desarrollamos.
Es que en aquel famoso historial, una vez invitado el paciente para que continúe
el relato, Freud precisa que el analizante “se expresaba de manera tan poco nítida (3) que
no pude colegir enseguida en qué postura” se practicaba el tormento, para luego deslizar
esta frase cuya sola mención abarca todo el aporte que el psicoanálisis ha vertido sobre la
controvertida naturaleza del ser hablante. Dice Freud respecto del Hombre de las Ratas:
“En todos los momentos más importantes del relato se nota en él una expresión del rostro
de muy rara composición, y que sólo puedo resolver como horror ante su placer ignorado
(unbekennen) por él mismo” (4). Desde ya una apreciación sobre el goce a la que
difícilmente podría haber arribado si esta sesión hubiera tenido lugar por vía telefónica u
otro medio.
Bien, tan cierto es que hoy el deseo del analista se pone a prueba al enfrentar las
dificultades que la contingencia de la pandemia impone, como poco efectivo resulta negar
lo que se pierde con la ausencia de los cuerpos en el dispositivo. Para intentar, aunque
sea en parte, compensar, atenuar o reemplazar --según los casos-- la presencia de los
cuerpos es menester estimular nuestra creatividad a partir de la reflexión clínica que
supone el intercambio de experiencias entre pares. Lejos de posiciones nostálgicas, se
trata de avizorar nuevas vías de intervención; en todo caso: hacer del obstáculo un
recurso para la invención. Desde este punto de vista nos gustaría compartir algunos
comentarios sobre las dificultades y posibilidades que arroja la práctica clínica con
adolescentes por medios virtuales.

Clínica con adolescentes por medios virtuales: obstáculos


Desde cierto punto de vista, alguien podría concluir que los adolescentes
componen el segmento más dispuesto para abordar la práctica analítica en el
ciberespacio. De hecho, les pibes transcurren gran parte de su vida en las redes,
conectados, frente a las pantallas, practicando juegos, etc. Bien, tan cierto es esto como
que el ciberespacio es uno de los medios que más contribuyen a la inhibición y encierro
que padecen muchos jóvenes, hoy sometidos al mandato de no perderse nada y, por
ende, renuentes al riesgo que supone el encuentro con la alteridad que encarna, vaya
paradoja, un semejante. Por su parte, en lo que hace a la sesión analítica, un chico, chica
o chique se enfrenta al desafío que supone hablar de su propia diferencia: esa
singularidad que no encaja con sus ideales o con las expectativas que impone el entorno.
Esto es: hablar de los conflictos con su cuerpo, de sus temores, fallas, decepciones,
humillaciones y fantasmas, acto ante el cual de poco sirven las horas con la play, la
compu o el celu. Desde ya, en la clínica con adolescentes el analista se sirve de la
posición de semblante para así desempeñar el rol de compinche, maestro, alumno o
cualquier otro que, dadas las circunstancias, facilite las palabras necesarias para tramitar
tal o cual sinsabor, amargura o malestar.
Ahora bien, para citar tan sólo algunos avatares del dispositivo virtual, dado que
muchos pibes hablan de manera muy particular, sea por la velocidad con que frasean, por
la jerga que utilizan o por lo cerrado de su vocalización: ¿Qué pasa cuando la angustia es
tanta que --como cuenta Freud en el ejemplo más arriba mentado-- la verbalización
resulta tan “poco nítida” que el teléfono no permite entender lo que llega del otro lado?
(eso sí tenemos la suerte de no padecer problemas de conexión y otros avatares
similares). ¿Qué hacemos si el paciente habla tan rápido que resulta imposible apreciar la
narración de tal o cual episodio? ¿Cómo posicionarnos ante chicxs que tras saludar se
quedan callados, por no decir mudos? (sabido es que muchos llegan por decisión de los
padres y no por iniciativa propia). ¿Qué decimos si mientras el paciente nos habla por el
celu se escucha que está usando el teclado de la compu con otro fin muy distinto al que la
sesión convoca? Cuando estamos en efectiva presencia podemos cambiar de posición,
sentarnos al lado del paciente si la angustia o el desconsuelo se presenta de manera
desgarradora, o en el caso del renuente a hablar, arrojar una pelota de tenis cuyo ritmo de
ida y vuelta convoque a la palabra, para citar tan solo un ejemplo. Pero a falta de todo
esto, ¿qué hacemos?

El recurso a la invención
Sin pretender agotar los innumerables avatares y recursos que puedan aparecer
en estas circunstancias, comento diferentes maniobras pasibles de ser ensayadas para
sortear las dificultades mencionadas. (Aquí el recurso a la invención es nuestra mejor
aliada). Por ejemplo, en los casos en que la angustia del paciente amenaza desbordarse,
se le puede pedir ayuda. Esto es: sin dejar de mencionar su nombre u apodo, en forma
pausada decir: “ayudame a ayudarte: contame un poquito más despacito”; también en
esas circunstancias resulta factible solicitar que --durante la sesión-- escriba dos o tres
frases y las envíe por mail para hablar sólo sobre ellas; en los casos en que el paciente
está usando el teclado para otro fin que el de la sesión, también es posible intentar
introducirse en el diálogo: “Ah!, ¿es fulanito?, decile que...”; de la misma forma que con
aquellos poco dispuestos a conversar se les puede proponer --tal como en el dispositivo
presencial-- que nos enseñe algo: un juego en la compu, el celu, o buscar cosas en
internet. Claro que para estos casos es menester contar con más de un dispositivo virtual.
De lo contrario se puede proponer escuchar música o ver algún video para luego reanudar
y hacer algún comentario sobre tal o cual aspecto de lo visto o escuchado.
Por último, al ilustrar la asunción del cuerpo por parte de un sujeto, Lacan apela a
la experiencia del ramillete invertido, en el cual --artilugio óptico mediante-- un florero real
se engalana con la imagen –virtual-- de un ramillete de flores. De la misma forma, el
cuerpo del ser hablante se articula en el ensamble que imaginario y real logran a partir del
significante, registro cuya incidencia va mucho más allá de la verbalización de una
palabra. Cuestión a tener en cuenta, dado que si la sesión se da en una pantalla, la
posición que el sujeto adopta respecto del marco de la misma, los objetos que en ella
aparecen y su relación con el entorno que el sujeto opta por dar a ver (hasta el fondo
virtual elegido, si ése fuera el caso), pueden aportar indicios para una intervención sobre
ese cuerpo por advenir. Como para considerar que, si es cierto “que el estadio del espejo
no es simplemente un momento del desarrollo” (5), hoy el mismo acontece también en el
marco que otorga la virtualidad del ciberespacio.
A modo de provisoria conclusión
Tal como Lacan indica, los practicantes del psicoanálisis somos libres en nuestra
táctica pero no en nuestra política. Esto es: apostar al compromiso subjetivo con el deseo
de analista como único baluarte de nuestra práctica. La clínica en pandemia adquiere
visos particulares cuyo mantenimiento en el tiempo ya constituye un capítulo aparte en la
historia de la práctica psicoanalítica del siglo XXI. En lo que al adolescente respecta, se
trata de acompañar a un sujeto en la construcción del juicio íntimo por el cual la prudencia
deja de ser un modelo de conductas estereotipadas para constituirse como la distancia
con que un cuerpo, abierto a la invención, elige plantarse frente a la novedad, cualquiera
sea la connotación que la misma arrastre consigo, y las consecuencias que de ella se
deriven. Apostemos toda nuestra energía para que esta experiencia propicie esos
hallazgos con los que el futuro, por más impredecible que se nos insinúe, arroje algún
indicio de lo aún, siempre por advenir.

1. Jacques Lacan, “Joyce el síntoma”, Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012,
p. 592.
2. Sigmund Freud, “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, en Obras
Completas, A. E. Tomo VII, p. 61.
3. La cursiva es del autor.
4. Sigmund Freud, “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”, en Obras
Completas, (el “Hombre de las Ratas”), A. E. Tomo X, p. 133.
5. Jacques Lacan, El Seminario: Libro 1, “Los Escritos Técnicos de Freud”,
Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 121.
3
El cuerpo del analista: una realidad virtual que no es on line

En su exhaustiva investigación publicada bajo el nombre Mil años de virtualidad:


origen y evolución de un concepto contemporáneo (2009), Antoni Biosca I Bar señala que
el término virtualis adquiere cierta estabilidad tras la obra de Santo Tomás de Aquino, en
la que el adjetivo virtualis y el adverbio virtualiter dejan de hacer referencia a lo ético o
moral para significar aquello “que tiene la capacidad de funcionar como algo aunque
realmente –o ´actualmente`, dirían Santo Tomás o Aristóteles– no lo sea, algo que sin ser
real produce el mismo efecto que si lo fuera” (Biosca I Bar, 2009, p. 35).
Biosca I Bar aporta un precioso antecedente con la obra de Antonin Artaud “El
teatro y su doble” (1938) en la que el poeta describe al teatro como una “realidad virtual”:
Todos los verdaderos alquimistas saben que el símbolo de la alquimia es un
milagro como el teatro es un milagro y esta perpetua alusión a las cosas y al principio del
teatro deben ser entendidas como el sentimiento de identidad que existe entre el plano
sobre el que evolucionan los personajes, los objetos y las imágenes, y de una manera
general, todo lo que constituye la realidad virtual del teatro (Artaud, 1938, p. 168, la
traducción es nuestra)
Ahora bien, este empleo de la palabra virtual coincidente con la perspectiva
tomística ha sido progresivamente reemplazado por el uso que se otorga a todo aquello
que es gestionado por Internet o una computadora. Pareciera evidente –señala el
investigador- que el significado actual del término virtual, al que se lo vincula con internet
y la más sofisticada tecnología informática, procede del empleo que a principios de los
años 80´ realizó el informático Jaron Lanier al hablar de “realidad virtual”. Expresión que
marcha junto a otras tales como “realidad artificial” –atribuida al artista informático Myron
Krueger- o “ciberespacio”, acuñada por el escritor canadiense William Gibson en su
novela Neuromancer (1984)
Nuestra conjetura es que el empleo de la palabra virtual que hace Lacan para
componer su perspectiva del cuerpo coincide con el significado tomístico, cuestión a tener
en cuenta dada la masividad del empleo de medios digitales al que, por ejemplo, la
pandemia confinó la práctica analítica. En lo que sigue brindaremos un análisis de la
función del cuerpo del analista en el dispositivo y los alcances de la práctica por medios
informáticos.

12.1. La Pantalla
El confinamiento al que los cuerpos han sido conminados en virtud de la
pandemia suscitada por el virus Cors-19 a lo largo y ancho del planeta nos brinda un
oportuno escenario para abordar la función del cuerpo del analista en el dispositivo y los
usos y alcances de la práctica por medios digitales. Por lo pronto, si damos por cierto que
el practicante opera con lo simbólico sobre lo real, a saber: el goce del síntoma, para que
su operación adquiera cierta eficacia la presencia del cuerpo del analista se justifica por
efectivizar una ausencia –una abstinencia- que causa el trabajo psíquico del paciente.
¿En qué consiste tal ausencia? ¿Existe la virtualidad en presencia de los cuerpos? ¿Un
cuerpo presente sólo es pura actualidad? ¿Es la virtualidad equivalente al modo on line?
Son algunas de las preguntas que guían nuestro breve recorrido.
Va de suyo que dada una situación de fuerza mayor tal como la que una
pandemia impone, los tratamientos deben continuarse por el medio que convenga a las
partes: teléfono, zoom, skype, etc., lo cual de ninguna manera excluye precisar qué se
pierde o se gana con el uso de las tecnologías que permiten tratamientos de manera
remota. Por lo pronto, nuestra hipótesis considera que la abstinencia del analista en el
tratamiento es condición para que la angustia del sujeto se constituya como causa del
trabajo analítico. Dicha abstinencia sólo cobra pleno efectividad con la presencia de los
cuerpos en el dispositivo. No por nada dice Lacan que: “una alcoba donde no pasa nada
más que el acto sexual que se presenta como preclusión (Verwerfung), es lo que se llama
comúnmente el consultorio del analista” (Lacan, 1966-1967a, clase del 21 de junio de
1967, inédito).
Con todo, cierto sesgo de la teoría psicoanalítica nos revela algunas condiciones
subjetivas pasibles de ser aprovechadas en aras de que el dispositivo por medios digitales
brinde alguna chance de intervención a la práctica analítica. En efecto, si bien el enfoque
tradicional indica la presencia actualizada de los cuerpos en el dispositivo analítico, basta
recordar el supuesto auto análisis de Freud -realizado en diálogo epistolar con su
entonces amigo Fliess-, para matizar la exigencia de la condición in situ en la pareja
analítica.
De hecho, tal como hemos señalado en el capítulo anterior, la intimidad de un
cuerpo de goce habita más en el Otro que en la ficción provista por el narcisismo de la
imagen: esa alteridad que habita en los orificios del cuerpo, allí donde las sustancias, la
visión y la materialidad de la Voz dan cuenta de la eminente condición social de nuestra
subjetividad. En efecto, ya sea en la boca, el ano, los ojos o las orejas, transcurre la
oscura corriente de afecto que signa y determina las huellas constitutivas de una
satisfacción singular cuyas marcas- si bien imborrables- resultan pasibles de ser
reescritas en un análisis. ¿Cómo juega este cuerpo de goce en el marco de una pantalla?
Al respecto, no debe ser casualidad que sea en el seminario sobre La Angustia
(1962-1963) donde Lacan asimila el fantasma – a saber: el guión que alimenta la realidad
psíquica de un sujeto- al marco de una ventana, ese ángulo o perspectiva por la cual cada
sujeto construye una realidad según las particulares noticias que el Otro primordial dejó
en su cuerpo. Dice: “…la función del marco –entiéndanlo como ventana- que traté de
definir en la estructura del fantasma no es una metáfora” (Lacan, 1962-1963, p. 305) Vale
destacar que se trata del mismo marco que señalamos en nuestro análisis del cuadro de
Las Meninas ( cf. supra p. 143 ) como así también al que más abajo nos referimos a
propósito de la “lógica de bolsas y cuerdas” ( Lacan, 1975-1976, pp. 144 y 145) que
Lacan elabora a partir de la escritura de Joyce ( cf. infra 278 )
Desde este punto de vista, el empleo de medios digitales como el Skype, si bien
ausentan los cuerpos in situ, no dejan de aportar la presencia de un marco o ventana en
la pantalla del equipo. Basta evocar el recurso de retirarse oportunamente del campo de
visión del sujeto para hacer presente por un instante esa necesaria ausencia que agita el
deseo; la misma con la que nos “cagamos” de risa o de miedo; la misma que -ante el
estereotipado chiste con que el sujeto pretende escaparse del compromiso de un decir- el
analista actualiza con la modulación de la voz o el empleo de un silencio en la línea
telefónica.
Todo esto para no hablar de aquellos pacientes que se presentan a tres metros
del equipo; los que se esconden detrás de algún libro o almohadón; hasta los que se
presentan en ropa interior porque “en casa me estoy cagando de calor”, signos evidentes
del marco fantasmático que la pantalla actualiza durante una sesión.

12.2. La función del otro humano en la adecuación de lo imaginario y lo real


Ahora bien, con la salvedad que la singularidad del caso por caso requiere,
intentemos cernir en función de nuestra investigación las razones por las cuales, para
llegar a su término, una experiencia analítica requiere de la presencia actualizada de los
cuerpos en el dispositivo.
Por lo pronto, la actualidad de los cuerpos ofrece múltiples formas de intervenir de
las que la comunicación digital carece, para no hablar de los inestimables datos que su
efectiva presencia suele aportar. Basta recalar en los historiales freudianos para verificar
la riqueza significante de los movimientos de un paciente. Sean los dedos de la joven
adolescente Dora jugando con su “carterita” (Freud, 1905 [1901] p. 61) , acción
sintomática de la que el analista extrae importantes conclusiones para el análisis de un
sueño; o el episodio en que el Hombre de las Ratas “se pone de pie y me ruega
dispensarlo de la pintura de los detalles” (Freud, 1909, p. 133), según relata Freud
respecto de una práctica de tortura que atraía toda la atención y angustia del paciente.
Este último caso aporta una especial significación a efectos de las líneas que aquí
desarrollamos.
Es que en aquel famoso historial, una vez invitado el paciente para que continúe
el relato, Freud precisa que el analizante “se expresaba de manera tan poco nítida que
no pude colegir enseguida en qué postura” (Freud, 1909, p. 133, la cursiva es nuestra) se
practicaba el tormento, para luego deslizar esta frase cuya sola mención abarca todo el
aporte que el psicoanálisis ha vertido sobre la controvertida naturaleza del ser hablante.
Dice Freud respecto de su paciente Hombre de las Ratas: “En todos los momentos más
importantes del relato se nota en él una expresión del rostro de muy rara composición, y
que sólo puedo resolver como horror ante su placer ignorado (unbekennen) por él mismo”
(Freud, 1909, p. 133).
Desde ya una apreciación sobre el goce a la que difícilmente podría haber
arribado si esta sesión hubiera tenido lugar por vía telefónica u otro medio. Intentemos
avanzar por la vía que esta satisfacción insensata que habita Más allá del principio de
placer (Freud, 1920) nos brinda.
Al respecto, Lacan se formula una temprana y decisiva pregunta que apunta al
corazón de nuestra indagación: “¿De qué se trata sino de ver cuál es la función del otro,
del otro humano, en la adecuación de lo imaginario y lo real?” (Lacan, 1953-1954, p. 211)
Para responder a este interrogante acudimos una vez más a la experiencia del
ramillete invertido en la cual, merced a la confrontación de un espejo cóncavo y uno
plano, la imagen real de un florero vacío se engalana con la imagen virtual de un ramillete
invertido. Tal como más arriba detallamos, para que tal efecto visual sea posible el ojo del
sujeto debe estar ubicado en el cono que abarca el campo de reflejos determinado por la
posición de los objetos. Ahora bien, lo que cuenta es la conclusión a la que aquí arriba
Lacan, a saber:
El aparato que he inventado muestra pues que, estando colocado en un punto
muy cercano a la imagen real, puede vérsela no obstante en un espejo en estado de
imagen virtual. Esto es lo que se produce en el hombre. ¿Cuál es el resultado? Una
simetría muy particular. En efecto, el sujeto virtual, reflejo del ojo mítico, es decir, el otro
que somos, está allí donde primero hemos visto a nuestro ego: fuera nuestro, en la forma
humana. (Lacan, 1953-1954, pp. 212 y 213)
Y aquí el punto que, de manera más implícita o explícita, o más o menos ajustada
según los períodos de su enseñanza, resume toda la clave de la concepción del cuerpo
en Lacan. Dice:
Esta forma está fuera nuestro, no en tanto está hecha para captar un
comportamiento sexual, sino en tanto está fundamentalmente vinculada con la impotencia
primitiva del ser humano. El ser humano sólo ve su forma realizada, total, el espejismo de
sí mismo, fuera de sí mismo. (…) Pueden comprender entonces que la regulación de lo
imaginario depende de algo que está situado de modo trascendente (…) siendo lo
trascendente en esta ocasión ni más ni menos que el vínculo simbólico entre los seres
humanos. (Lacan, 1953-1954, p. 213)
Palabras más, palabras menos, Lacan está diciendo que lo más íntimo e
inquietante de un cuerpo –tal como atestigua la anécdota del Hombre de las Ratas-, está
en el afuera que la imagen del otro alberga. ¿Esta imagen es la que aparece en una
pantalla o en un teléfono o, por el contrario, es necesaria la presencia del otro humano
allí actualizada?
Por lo pronto, Lacan puntúa el rol decisivo que el registro simbólico comporta en
la regulación de lo imaginario y lo real, cuando detalla que “La distinción se efectúa en
esta representación entre el Ideal-Ich y el Ich –Ideal, entre yo ideal e ideal del yo. El ideal
del yo dirige el juego de relaciones de las que depende toda relación con el otro”. (Lacan,
1953-1954, p. 214)
Tras lo cual, extrae una conclusión cuya relevancia explica la atracción o rechazo
con que un cuerpo afecta a otro, cuestión clave para nuestro desarrollo acerca de la
función del cuerpo del analista en el dispositivo y, por ende, sobre las consecuencias,
derivaciones y alcances de la práctica analítica por medios digitales.
Los objetos reales, que pasan por intermedio del espejo y a través de él, están en
el mismo lugar que el objeto imaginario. Lo propio de la imagen es la carga por la libido.
Se llama carga libidinal a aquello por lo cual un objeto deviene deseable, es decir, aquello
por la cual se confunde con esa imagen que llevamos en nosotros, de diversos modos, y
en forma más o menos estructurada. (Lacan, 1953-1954, p. 214)
Es aquí donde señalamos que si el registro de lo real se entremezcla con el
propio de lo imaginario en virtud de que el otro que somos está fuera nuestro, bien
podemos concluir –tal como señala Lacan tiempo después en La lógica del fantasma
( 1966-1967) - que gozamos de nuestro propio cuerpo en el lugar del otro. Cuestión que el
cuerpo del analista pone en acto con su abstinencia, de forma tal que la angustia motorice
el trabajo psíquico en el transcurso de una experiencia analítica. ¿Podemos seguir
hablando de lo virtual como equivalente a lo on line?
Si bien admitimos que la práctica analítica puede transcurrir durante cierto tramo
por medios digitales y que toda consideración sobre la experiencia analítica debe
considerar la singularidad del caso por caso, opinamos que un tratamiento no puede
llegar a su conclusión, esto es: incidir de manera definitiva e inédita en la repetición
insensata que distingue al exceso de satisfacción de la pulsión [léase goce, ese “placer
ignorado” del que más arriba habla Freud] sin la presencia efectiva de los cuerpos en el
tratamiento. Al respecto, dice Lacan: “que nada puede ser captado, destruido, quemado
sino, como se dice, de manera simbólica, in effigie, in absentia.” (Lacan, 1964, p. 58).
Nuestra impresión es que esta modalidad simbólica a la que aquí hace referencia Lacan –
lejos de asimilarse a lo on line- es lo propiamente virtual, cuya efectividad, vaya paradoja,
no es posible sin la presencia de los cuerpos.

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