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Manifiesto

DESDE BUENOS AIRES. RETORNO A LACAN·JUEVES, 11 DE ENERO DE 2018

Hace algo más de un siglo, Sigmund Freud abrió un continente jamás hollado. Lo
nombró Inconciente. Un antes y un después marcaron la cultura del siglo XX. El
síntoma encontró su causa bordeada por la palabra mal-dita. El psicoanálisis ofreció un
alivio: podría deshacerse por la palabra, lo que por la palabra estaba mal enhebrado.
Cincuenta años, medio siglo, bastaron para imponer su hallazgo. También para que
desde el corazón de la nueva disciplina surgieran los que arropados en la consigna de
lo nuevo –era el Yo de la síntesis, era el instinto y su base innata– se intentara una
regresión oscurantista.

Fue Lacan quien denunció el error y consagró su vida y su obra a construir la lógica de
las grandes tesis freudianas: con “El estadío del espejo” distinguió la dimensión
imaginaria del Yo; la metáfora paterna articuló la lógica y la topología del complejo de
Edipo no reductible al cuento, al relato; con la conjunción impensada hasta entonces
de la lógica aristotélica y estoica en pliegue con el enigmático texto de Totem y Tabú,
expuso el abanico de los goces, sus enlaces y desenlaces. Nombró su propuesta: la
llamó Retorno a Freud.

El seminario, ámbito preferido de su enseñanza, se reiteró en más de treinta años,


donde confesó que se desvivía por decir lo mismo de otro modo: que el Inconciente
está estructurado como un lenguaje; que no hay discurso que no reenvíe a su causa,
que es producto y que se ofrece como semblante; que lo real se nombra castración del
Otro, o con su aforismo reiterado “no hay relación sexual”; que lo Real, lo Simbólico y
lo Imaginario también son los nombres del padre; que el analista se inscribe en una
ética del no-todo y tantos otros capítulos que extendieron el horizonte del
descubrimiento freudiano.

La repetición nos encuentra hoy con quienes se dicen herederos de su palabra, algunos
fueron analizantes o acudieron durante años a su seminario y que nos proponen la
caducidad de casi toda su enseñanza en nombre del “ultimísimo Lacan”. Ya en mayo
de 1963 decía Lacan en su seminario sobre la angustia: “… la experiencia analítica
debe a su vez ser orientada a falta de lo cual se extravía. Ella se extravía si se
parcializa, como en diversos puntos del movimiento analítico no hemos cesado desde
el comienzo de esta enseñanza de señalarlo. En especial en lo que lejos de ser una
profundización o un complemento aportado a las indicaciones de la última doctrina
de Freud… el estatuto del Yo, lejos de ser una continuación de su trabajo, es
propiamente una desviación, una reducción, una verdadera aberración del campo de
la experiencia, sin duda forzada por una especie de espesamiento que se produjo en el
campo de la primera exploración analítica… que sigue acompañando a los primeros
decenios de la difusión de la enseñanza freudiana y a la forma de las investigaciones
de la primera generación”[1].

Hoy la desviación se muestra en el desdén de la palabra, devaluación del deseo,


rechazo del valor del Inconciente en la estructuración del sujeto, sustentados en la
inconfesada dificultad en situarse ante la castración del Otro, que los habita aunque no
les guste. Su práctica, degradada a psicología de las masas, acompaña a la numerosa y
alardeada concurrencia con la ausencia de la escucha, el cercenamiento de la ocasión
para el despliegue del decir. No se igualan una práctica de discurso fundada en la
existencia de un goce, al decir de Lacan, con una práctica que invierte la relación y
funda un goce.

Retorno a Lacan: es nuestra invitación ante este desvío que se autoanuncia como “la
extraterritorialidad del psicoanálisis”.

Invitación que extiende la serie de las reuniones Lacanoamericanas y las múltiples


actividades y publicaciones de Convergencia.

Una enorme y grata tarea nos aguarda: el pliegue de los seminarios de los distintos
tiempos, del comienzo y del final, de sus articulaciones con la lógica, la lingüística, la
topología y los nudos, su lazo indisoluble con la obra de Freud señala hitos para una
tarea de pura ganancia: para el psicoanálisis y para la cultura de nuestro tiempo.

Tarea colectiva, nos aguarda y a ella convocamos por el deseo que nos habita, el goce
que nos aguarda y una ética a la que no renunciamos.

Benjamín Domb Norberto Ferreyra Isidoro Vegh

[1] Lacan, Jacques: Seminario de La angustia. Clase del 22 de mayo de 1963.

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