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Hace algo más de un siglo, Sigmund Freud abrió un continente jamás hollado. Lo
nombró Inconciente. Un antes y un después marcaron la cultura del siglo XX. El
síntoma encontró su causa bordeada por la palabra mal-dita. El psicoanálisis ofreció un
alivio: podría deshacerse por la palabra, lo que por la palabra estaba mal enhebrado.
Cincuenta años, medio siglo, bastaron para imponer su hallazgo. También para que
desde el corazón de la nueva disciplina surgieran los que arropados en la consigna de
lo nuevo –era el Yo de la síntesis, era el instinto y su base innata– se intentara una
regresión oscurantista.
Fue Lacan quien denunció el error y consagró su vida y su obra a construir la lógica de
las grandes tesis freudianas: con “El estadío del espejo” distinguió la dimensión
imaginaria del Yo; la metáfora paterna articuló la lógica y la topología del complejo de
Edipo no reductible al cuento, al relato; con la conjunción impensada hasta entonces
de la lógica aristotélica y estoica en pliegue con el enigmático texto de Totem y Tabú,
expuso el abanico de los goces, sus enlaces y desenlaces. Nombró su propuesta: la
llamó Retorno a Freud.
La repetición nos encuentra hoy con quienes se dicen herederos de su palabra, algunos
fueron analizantes o acudieron durante años a su seminario y que nos proponen la
caducidad de casi toda su enseñanza en nombre del “ultimísimo Lacan”. Ya en mayo
de 1963 decía Lacan en su seminario sobre la angustia: “… la experiencia analítica
debe a su vez ser orientada a falta de lo cual se extravía. Ella se extravía si se
parcializa, como en diversos puntos del movimiento analítico no hemos cesado desde
el comienzo de esta enseñanza de señalarlo. En especial en lo que lejos de ser una
profundización o un complemento aportado a las indicaciones de la última doctrina
de Freud… el estatuto del Yo, lejos de ser una continuación de su trabajo, es
propiamente una desviación, una reducción, una verdadera aberración del campo de
la experiencia, sin duda forzada por una especie de espesamiento que se produjo en el
campo de la primera exploración analítica… que sigue acompañando a los primeros
decenios de la difusión de la enseñanza freudiana y a la forma de las investigaciones
de la primera generación”[1].
Retorno a Lacan: es nuestra invitación ante este desvío que se autoanuncia como “la
extraterritorialidad del psicoanálisis”.
Una enorme y grata tarea nos aguarda: el pliegue de los seminarios de los distintos
tiempos, del comienzo y del final, de sus articulaciones con la lógica, la lingüística, la
topología y los nudos, su lazo indisoluble con la obra de Freud señala hitos para una
tarea de pura ganancia: para el psicoanálisis y para la cultura de nuestro tiempo.
Tarea colectiva, nos aguarda y a ella convocamos por el deseo que nos habita, el goce
que nos aguarda y una ética a la que no renunciamos.