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PSICOANALISIS Y CIENCIA (Texto preliminar)

Alfredo Lugo Nava


Ciencia la de Freud, rara y nueva,
cuyo inusitado objeto, el inconsciente,
provoca todos los intentos del hombre
para acallarlo.

Pedro Oyervide Crespo

“El inconsciente”: respondía Freud cuando era cuestionado por el objeto de


estudio que permitiera pensar al psicoanálisis como una ciencia. Y bien,
reflexionar sobre lo que este término designa –y sobre sus consecuencias en
un marco de reflexión más amplio– implica idealmente un regreso a los
textos fundadores, un recorrido por los tropiezos y virajes teóricos que se
produjeron durante la elaboración del edificio teórico, sin olvidar nunca la
dimensión peculiar y casi privada que impide, a los psicoanalistas por lo
menos, nuestro delirio: la clínica, el síntoma encarnado en el ser viviente. Y
esto es fundamental, pues son las estructuras subjetivas –neurosis,
perversión, psicosis– y sus particularidades las que hacen que el pensador y
escucha, el psicoanalista, ejerza un silencio elocuente ante quienes esperan
que su disciplina sea un acto liberador o normativo. Nada más falaz. El
psicoanálisis no cura: enferma poéticamente a través del lenguaje o, en otras
palabras, devuelve al lenguaje la capacidad de hacer del viviente metáfora.
¿Cómo? Para explicar esta afirmación, es necesario pensar a Lacan en
relación al psicoanalista alemán. Como teórico, ¿qué es el intelectual francés
con respecto a Freud?
A pesar de la reconocida filiación intelectual con Freud, la propuesta
lacaniana se gesta a partir del encuentro fallido; no únicamente Lacan no
perteneció, de no ser tangencialmente, al círculo intelectual francés cercano
a aquél, sino que sus reflexiones encontraron impulso a partir del desacuerdo
con los llamados “pos-freudiano”, entre los que se encontraba la mismísima
Ana Freud. Esta lejanía, sin embargo, parece haberle posibilitado una lectura
y un análisis minucioso de la obra del vienés, cosa que en los discípulos, por
cercanía, por identificación y una inercia inadvertida de sostener a Freud
como Amo, fue lamentable. Debemos reconocer que Lacan no es un pos-
freudiano, en el sentido de ser un continuador de la obra psicoanalítica
fundacional, sino ante todo un articulador teórico; lo que hizo el psicoanalista
galo con el pensamiento freudiano no tuvo precedentes: articuló el
descubrimiento del inconsciente con la Lingüística, con la Antropología, con
la Filosofía, con el Mito, con la Historia, con la Literatura, etc., y desde allí dijo
lo freudiano lacanianamente: ¿Cuál es el objeto de estudio del psicoanálisis?
Es el lenguaje… que habita al Sujeto. Eso es el inconsciente.
II
Para entender un concepto en psicoanálisis, máxime se es bajo la lupa
lacaniana, es necesario ejercer una mirada estructural y asumir los procesos
que llevan a alguna afirmación –aquí una de las dificultades para leer a
Lacan–; pensar un concepto es ejercer un contrasentido. Esto nos hace
pensar, con Lacan, que la “metapsicología” de Freud es el delirio de Freud;
con esto, por supuesto, no se quiere desconocer ni desdeñar el esfuerzo
teórico ni la nobleza intelectual del “padre del psicoanálisis”, sino hacer
hincapié en las señalizaciones lacanianas que, en última instancia, aclaran
significativamente lo descubierto por Freud. Al respecto, “Ciencia y Verdad”,
publicado en Escritos,1 es emblemático; allí, el francés insiste en cómo el
“concepto positivo”, cartesiano, comporta cierto parangón con la manera en
que el lenguaje se hace escuchar en un delirio.
Surgido de una atmósfera cultural positivista, Freud no escapó a la
intención de articular su descubrimiento a la constelación de disciplinas
reconocidas como científicas, y en su pretensión creo un discurso
particularmente didáctico, donde la positivización de sus conceptos fue
evidente y terrible para el psicoanálisis. En efecto, la necesidad de transmitir
el saber ganado dio como resultado textos que a intervalos enunciaban
conceptos acotados y aparentemente claros, valles de descanso mental para
los lectores, anclajes que hicieron olvidar el proceso de construcción y, en
cambio, ganaron una popularidad que provocó y provoca hasta hoy un
malentendido pasmoso: el yo. el ello, el súperyo, el preconsciente, el
consciente y, por supuesto, el inconsciente.

1
Lacan, Jacques, Escritos, Siglo XXi, México, 2003.
Con un discurso barroco y enigmático aparece Lacan para acusar la
tergiversación del psicoanálisis, no ya por parte de los lectores comunes, sino
por los “herederos oficiales”, incluyendo a Ana Freud. “Les doy la invaluable
oportunidad de que me escuchen para que no entiendan lo que digo”,
afirmaba Lacan durante sus Seminarios, dejando mostrar cierta arrogancia,
pero, fundamentalmente, señalando con su decir que en psicoanálisis los
conceptos no se entienden, sino que se re-piensan en un movimiento
dialéctico con la clínica, pues el psicoanalista, si bien piensa rigurosamente
como un matemático, interviene ante el ser viviente como un poeta.
“Lo que un significante representa para otro significante”, eso es lo que
para Lacan es el Sujeto, “eso” que se produce como “lo que falla” en un ser
viviente cuando trata de decirse. Bajo esta advertencia, debemos estar
atentos a la positivización/no positivización de las cosas que el psicoanálisis
enseña. Sabemos, pues, que la definición antes citada –por más que nos deje
momentáneamente en absoluta posesión de lo que no nos dice– nos coloca
en la ruta adecuada para saber escuchar. ¿Qué? Justo lo que no se dice, lo
que no se articula, lo entre-dicho a partir de lo que sí se dice y sí se articula.
¿A dónde con esto?
Si bien distintas líneas de reflexión se dibujan, aquí pretendo insistir en
la importancia de pensar con una lógica estructural, donde la “causa” y el
“efecto” se desvanecen en pro de un “producto”, de algo que se produce a
partir de algo, y donde ese “algo” es, a su vez, “producto” de lo que produce.
Detenerse en esto y asumir sus consecuencias, implica no desesperar con la
escritura lacaniana y, en cambio, dilucidar lo que entendemos por estructura
y falta:
Si para el psicoanálisis la estructura es el modo en que un conjunto de
elementos organiza un vacío, una falta, donde ésta es fundante de la
estructura, el objeto funciona como una falta.2
Nótese la imbricación entre “estructura” (lo Simbólico), y falta
(producto de la organización de la estructura). Desde esta articulación
intentemos abordar el concepto de inconsciente; para ello, reflexionemos
rápidamente los elementos siguientes: Pulsión, Deseo, Otro y Castración.
2
Bauab de Dreizzen, Adriana. De la angustia al deseo. Clínica Lacaniana, Letra Viva.
III. Pulsión.
Uno de los escritos metapsicológicos esenciales para el psicoanálisis es
“Pulsiones y destinos de pulsión”; en éste Freud señala la peculiaridad
energética que caracteriza al humano y lo distingue del reino animal.
Mientras el autor descompone a la pulsión en sus partes constitutivas –
fuente, meta, objeto, impulso–, afirma algo enigmático: “con respecto a la
pulsión, el objeto es indiferente”. Lacan nos invita a no perder de vista esta
afirmación, pues de ello depende reducir el equívoco: la pulsión no tiene
objeto de satisfacción, lo cual significa que la Trieb (pulsión) no es instinto,
sino una constante de búsqueda.
En el cachorro humano, aún carente de lenguaje, se registra la
primigenia experiencia de satisfacción a través de la intervención de un Otro
no ubicable en lo Simbólico (como otredad) sino en los bordes del cuerpo. En
Freud, el modelo regio para este proceso es el amamantamiento, en donde
un objeto (pecho) inaugura un agujero (boca) hasta entonces no percibido,
con la peculiaridad siguiente: del lado de la amamantadora, el objeto es “un
niño/hijo” que “necesita alimento y cuidado”; del lado del “cachorro
humano”, dado que se encuentra en la antesala del lenguaje, no hay pecho,
ni madre, ni nodriza ni nombre… sino un puro registro “a-simbólico” de
satisfacción. La separación, la desaparición del objeto activa a la pulsión,
actividad que consistirá en que, del lado del psiquismo, queda la huella de un
objeto mítico que en adelante será El objeto perdido, y del lado del escenario
cultural un catálogo de objetos que hacen de señuelo para la pulsión oral
(pecho, pulgar, mamila, paleta, cigarro, botella, etc.). En otras palabras, el
objeto de la pulsión, hecho de “anti-materia” (objeto “a”), permite la
aparición de objetos imaginarios para la pulsión (i[a]), la cual, por lo tanto,
queda sempiternamente insatisfecha y condenada a la búsqueda sin colmo.
El juego circular del engaño pulsional es lo que hace libido. Así pues, decimos
lo siguiente: objeto a, causa de deseo; i(a), objeto de deseo.
IV. Necesidad, Demanda y deseo.
La puntuación de estos tres niveles es uno de los grandes aportes de
Lacan al psicoanálisis, pues aunque Freud sugería la distinción nunca logró
señalarla teóricamente. La necesidad se ubica del lado de la satisfacción
orgánica en donde el objeto adecuado existe: al imperativo nutrimental le
corresponde el objeto nutricio, y ya. La pulsión, sin embargo, busca El objeto
de la satisfacción primigenia, satisfacción que roza tangencialmente vía el
objeto que alimenta (i[a]), pero que al cabo será insuficiente, dimensionando
así la frustración y la carencia. Así, el cachorro se ve obligado a reproducir los
trazos acústicos del Otro, los significantes del Otro, a través de lo cual
intentará Demandar-le al Otro devuelva El objeto perdido “a”. Este momento
es crucial, pues hace “nudo” en la estructuración del futuro sujeto. El
escenario cómico en donde el cazador pretende dar muerte a un oso con una
caña de pescar, es pertinente aquí; de eso se trata: ¿cómo nombrar vía el
lenguaje, vía los Significantes a aquello que se ha inaugurado en la antesala
del discurso, en el registro de lo a-Simbólico, de lo Real? Entrampado en el
lenguaje, en lo sucesivo el cachorro humano no hará sino mortificar El objeto
Real en sus renovados esfuerzos por nombrar-lo, y viceversa, desde lo
inefable de lo Real, el objeto “a” no cejará en sus aspiraciones de ser
simbolizado hasta, en algunos casos, crear un lenguaje a-Simbólico: el
síntoma en el cuerpo. Es la insuficiencia de lo Simbólico ante lo Real la que
dimensiona una falta que, como tal, motoriza al deseo.
V. El Otro y el Sujeto.
El discurso social que se hereda de generación a generación,
evidentemente, no pertenece a nadie, sino que, podríamos decir, coapta a
los vivientes para ordenarlos en una lógica estructural que posibilita el lazo
social.3 Evocamos el poder subjetivizador de los distintos discursos creados
por el hombre: el mito, la religión, la ciencia. Al ser estructura lenguajera,
estos discursos ubican u logizan, pues ser, por ejemplo, “escucha” supone a
un “hablante”; “hombre”, a una “mujer”; “padre”, a un “hijo”…
En psicoanálisis la aparición del Sujeto responde, con respecto al
lenguaje, a dos momentos: la virtualidad del significante y el encuentro del
viviente con el lenguaje. Si los discursos ordenan, ello significa que si fallan
éstos en el Sujeto también falla la ubicación de éste en la estructura. Así,
cabe preguntarse, ¿qué es una madre o un padre o un hijo? Para el
psicoanálisis nada importa si una mujer es embarazada y al cabo pare a un

3
Leer “La eficacia simbólica” de Levi-Strauss.
cachorro humano; el acento se coloca en que el Sujeto esté en posesión, o
no, de discursos en donde los significantes “madre”-“hijo”-“padre” se
articulen y condicionen. Esto es medular: cuando nos encontramos en
presencia de una niña de, digamos, 7 años que juega a la familia y alimenta a
su muñeco porque está en posición de “su hijo”, y hace el llamado al
compañero de juegos porque está en posición de “su esposo” y “padre” del
“hijo”, ella queda en posición de “madre”, es decir, dentro de una estructura
(poco importa si ella sabe de los quehaceres de la procreación); pues bien,
esa niña ya es “madre”, por lo menos en lo Simbólico y el “hijo” ha nacido ya
en la estructura. Que tengan que pasar diez o quince o veinte años para que
el parto suceda, es una eventualidad. El “protosujeto”, por lo tanto, habita en
el lenguaje que habita al Sujeto, esto es, al cachorro humano que vendrá ya
le espera lo Simbólico para acunarle. Lo Simbólico acuna, no la madre, pues
ésta nunca recibe al cachorro entre sus brazos, sino al significante “hijo”
encarnado. Del segundo momento –el encuentro del viviente con el
lenguaje– ya se ha hablado: ante la pérdida de El objeto, el protosujeto se ve
obligado a usar los significantes del Otro para Demandar la restitución. Doble
lazada al lenguaje: por un lado, el viviente, representado en el lenguaje del
Otro, se identifica a un significante; por otro, Sujeto al lenguaje del Otro, no
encontrará el significante con el cual designar a El objeto perdido.
VI. El narcisismo.
El atolladero es múltiple en la subjetividad: 1) el Sujeto es vuelto
significante por el Otro, 2) los significantes utilizados por el Sujeto no pueden
nombrar a El objeto de la satisfacción primigenia (a), 3) el Otro es incapaz de
devolver El objeto, 3) en su insuficiencia, el Sujeto constata que el Otro está
incompleto, pues ni está en posesión de El objeto ni tiene el significante que
lo designe (S[O]). El narcisismo, mecanismo psíquico propio del registro
Imaginario, permite que el Sujeto, ante el agujero producido por el imposible
acoplamiento de lo Real (a) y lo Simbólico (S[O]), permite negar, siempre de
manera insuficiente, la falta. ¿Cómo? Allí donde el Otro muestra su falta, el
Sujeto se coloca, a manera de corcho, para taponar; se vuelve lo que supone
que al Otro le hace falta, vale decir: “si el Otro no devuelve El objeto, yo me
vuelvo el objeto que le falta al Otro” (este es el caso de algunas psicosis).
VII. Castración
La castración es el mecanismo que permitirá que el Sujeto-objeto logré
mutilarse en lo Simbólico y de desarroparse de las Demandas del Otro,
proceso que implicará que los significantes primarios (S1) sean reprimidos en
pro de una metáfora, es decir, que en lugar de aquéllos se coloquen otros
(S2). Esto es el Inconsciente: el discurso del Otro que nos habita y en su
retorno promete volvernos El objeto para la pulsión.

-Lingüistería: la metáfora del Ser (metáfora paterna) y la metáfora sistemática.

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