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El libro X de la república de Platón.

Es la ciudad la que hace al hombre, y en la ciudad fundada sobre la idea de justicia, La República,
no hay lugar para los artistas.

Escrito #1. Escribir un pequeño ensayo sobre el siguiente tema:

¿Por qué en la República, la ciudad perfecta, no hay lugar para los artistas?

1. Leer el texto.

2. Seleccionar las citas que incorporará a su ensayo.

3. Desarrollar los argumentos de Sócrates/Platón.

Platón empieza contándonos que, si bien los artesanos construyen cosas, ninguno de ellos
crea a la idea en sí de las cosas que fabrican. Aquello está reservado solo para la divinidad,
que es la creadora natural de todo. “Se engañase quien sostuviera que la obra de un
artesano es completamente real”, pues, a su criterio, ellos hacen cosas que, si bien
parecen reales, no lo son completamente.

Esto tiene una explicación en que, para el idealismo platónico, las ideas, que existen
independientes de la realidad sensible, y con una existencia eterna e inalterable, son los
modelos originales de las cosas del mundo sensible, o también las cosas mismas en su
estado de perfección, su versión ideal. Como los objetos que construyen los artesanos son
versiones a partir de una idea primaria, están alejados en cierto grado de la esencia, de la
verdad.

En cuanto a los artistas entonces, Platón los considera “autores de productos alejados en
tres grados de los naturales”. Al basar sus creaciones en la obra de los artesanos, imitan a
la apariencia. “El arte imitativo toma muy poco de cada cosa y aún ese poco que toma no
es más que una simple apariencia, por lo que está muy lejos de lo verdadero”. Esta
conclusión es efectuada en el contexto del arte mimético contemporáneo al filósofo, un
arte reproductivo que buscaba la duplicación armónica de los rasgos de las figuras del
mundo sensible.

Según Platón, por este motivo, si bien los artistas “se permiten tratar temas tan
importantes como la guerra, la estrategia, la administración de las ciudades y la educación
del hombre”, sus consejos no conducen batallas con fortuna, ninguna ciudad les debe su
reforma, no son autores de hábiles inventos, ni dirigen la educación de ningún joven.
Cuando los artistas hablan de virtudes, “no hacen otra cosa que imitar su apariencia y no
alcanzan nunca a la verdad”.

La percepción que nuestros sentidos tienen de las cosas no siempre va de la mano con la
medida, el número, o el peso de estas. Para Platón, “es imposible que una misma parte del
alma haga al mismo tiempo estimaciones contrarias sobre las mismas cosas”. “La parte
que juzga en nuestra alma fuera de la medida no ha de ser la misma que juzga conforme a
la medida”. “Pero la que presta fe a la medida y al cálculo ha de ser la mejor”. Por ende,
“la que se opone a ella será alguna de las partes inferiores que hay en nosotros”.

Habiendo precisado las partes del alma con claridad, la decisión del autor de prohibir al
arte imitativo se torna una necesidad absoluta y evidente. Los artistas explotan la
fragilidad de esta parte inferior que hay en las personas y “ejercen sobre ella todas las
seducciones de la magia”. Ellos tienen un conocimiento superficial de lo que imitan (si
tuvieran uno más profundo preferirían consagrarse a algo mejor), pero “valiéndose de
frases, metro, ritmo, armonía, o los colores que les convienen”, convencen a quienes les
prestan atención, de que están perfectamente instruidos en las cosas de las que hablan.

En una situación de desgracia, la mejor parte de nuestra alma nos lleva a conservar la
tranquilidad, pues a nada conduce la amargura y a nada humano debemos apegarnos
grandemente. La parte irracional de nuestra alma nos trae sin cesar el recuerdo de la
desgracia, nos induce a lamentarnos y no halla nunca consuelo. “La aflicción es un
obstáculo para que acuda lo más pronto posible la reflexión”.

Para un artista, el carácter reflexivo y sosegado, siempre igual a sí mismo, no es fácil de


imitar, y, para su público heterogéneo, la imitación de un estado del alma que ignora es
difícil comprender. Sin embargo, el carácter voluble e irascible se presta a múltiples y
variadas imitaciones. En consecuencia, las obras de los artistas no son solo viles si se las
juzga con relación a lo esencial y verdadero, sino también por el vínculo que generan con
nuestro lado irracional.

Pero el mayor y más terrible daño que causan los artistas, según Platón, es que corrompen
a la mayor parte de hombres honestos, al elogiar talentosamente emociones y
comportamientos que, al imitarlos, nos causarían tragedias y desdicha. Los artistas
“despiertan la parte vil del alma y, al fortalecerla, destruyen su parte racional, a semejanza
de lo que ocurriría en una ciudad en que se fortaleciera a los malvados, entregándoles el
poder, y se hiciera perecer a los hombres honestos”.

Dice Platón que las recompensas más grandes están reservadas a la virtud. Pero la batalla
entre la virtud y el vicio es más grande y difícil de lo que parece, de suerte que “ni los
honores, ni la riqueza, ni mando alguno, ni la poesía misma, merecen que descuidemos
por ellas a la justicia ni a las demás virtudes”. Por los motivos anteriormente mencionados,
los artistas constituyen una amenaza para las virtudes que residen en las personas con las
que el filósofo ideó formar la más perfecta de las ciudades. Es por esto que, en la
República de Platón, no hay lugar para los artistas.

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