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La fiesta

Este año la fiesta de la piscina estaba siendo un coñazo. Era una comunidad de vecinos
normal, en un barrio normal, en una ciudad cualquiera.

Además, ya no disfrutaba tanto de aquel evento como cuando era niña. Parte de los vecinos
la miraban raro por su atuendo gótico mientras que otra parte de los vecinos la miraban de una
forma en que no se tiene que mirar a una niña, aunque la verdad es que ya era casi una mujer, pero
aún no se había acostumbrado, y aquello la incomodaba.

Así las cosas, Emma decidió que el mejor plan era recorrer los escasos cincuenta metros de
calle que la separaban de su portal.

Era una noche normal en un día normal. Las farolas proyectaban sus haces de luz
mortecina. El cielo estaba levemente encapotado ocultando la luz de la luna, y las sombras se
congregaban entre los arbustos de los parterres que decoraban la calle. Era un país tan seguro
como cualquier otro país de occidente, por lo que el hecho de ver a un extraño de rasgos orientales
que permanecía de pie, quieto, en mitad del recibidor del edificio, la alarmó levemente.

Tratando de no ser descarada, reparó en sus extrañas ropas. Un chándal que le estaba al
menos 3 tallas grandes. Aquella indumentaria, que le hacía parecer un adefesio, habría sido cómica
en otro contexto, pero en la soledad de aquel entorno tan cotidiano, y ahora tan amenazante, la
llenaron de pavor.

El terror se activó como una espoleta y su explosión fue devastadora cuando el hombre, de
forma brusca, se lanzó hacia ella con las manos extendidas.

Corrió como una gacela en peligro, y sin saber como se las arregló para insertar la llave en
la cerradura y abrir en un solo movimiento.

Las manos del intruso se cerraron en torno al aire donde instantes antes había estado el
cuerpo de ella. Traspasado el umbral, trató de cerrar la puerta con todas sus fuerzas, pero el
hombre empujaba, y su mayor potencia muscular le permitió mantener abierta una ranura.

El tipo dio un violento empujón con todo su peso y penetró en el distribuidor de la casa.

Ella corrió gritando por el pasillo y trató de advertir a su padre, que se estaba en la cocina.

Pero el pánico ya se había aferrado a sus entrañas. Corrió atropelladamente. Se sentía como
un conejo en su madriguera perseguido por aquella serpiente de forma bípeda y reptiles
intenciones.

Salió por el patio interior, mientras escuchaba más pasos que entraban en tropel en el piso y
un grito que le heló las venas; un alarido de dolor, y el inconfundible ruido de un líquido
salpicando.

Pudo verlo en su cabeza. Pudo ver la sangre de su padre proyectada contra el espejo del
recibidor, contra el tapiz de la pared; la sangre pegajosa y caliente llenando la estancia con su olor
metálico, chorreando hasta el suelo por las paredes blancas.
Salió al patio interior. Los dos bloques contiguos compartían el patio de luz. Se dirigió hacia
la vivienda de enfrente. Llamó a su prima con gritos desgarradores.

La puerta se abrió y una mujer muy joven le abrió extrañada, tapándose con una toalla.

-¡Corre! -gritó ella a modo de toda explicación.

El terror se congeló en el rostro de su prima cuando vio aparecer por la puerta del patio una
procesión de pesadilla.

Emma giró la cabeza mientras empujaba a su prima por la cocina, y la escena que vio
parecía extraída de un cómic de Junji Ito: Varios individuos, bocas descomunales, dientes afilados,
cabellos erizados hasta lo imposible y de llamativos colores. La piel, tan pálida que parecía
maquillaje; los ojos, tan hundidos que parecían pintados de negro, las córneas blancas como la
leche, y en sus rostros solo encontró la locura.

Emma y su prima recorrieron el pasillo a la carrera y se metieron en el cuarto de baño justo


cuando la manada de maniáticos encuerados aparecía por la esquina.

Echaron el pestillo.

Oyeron pasos, ahora lentos, con una lentitud premeditada, cruel.

Comenzaron a percibir unas tétricas risitas que les pusieron la piel de gallina.

La puerta comenzó a agitarse. Querían tirarla abajo. Emma y su prima gritaron mientras
intentaban sostenerla.

De repente, todo paró. Más pasos. Emma sacó el móvil y comenzó a marcar, entre sollozos,
el número de la policía. Su prima, que pegaba la oreja a la hoja de la puerta tratando de averiguar
algo más, lanzó un grito cuando, entre un rechinar agudo, una enorme broca de taladro atravesó la
puerta a escasos centímetros de su cabeza.

Emma trató de contener el llanto. El móvil se agitaba en su mano temblorosa.

Por fin alguien al otro lado de la línea.

-¡Socorro! Han entrado en casa, quieren matarnos. El número 5 de la calle Escultor García
-gritó con desesperación.

-Sí, lo sabemos - La voz que contestó fue demasiado fría, demasiado tranquila. Fue entonces
cuando Emma casi enloqueció de horror -. Habéis sido elegidas. Terminará pronto.

La señal de finalización de la llamada nunca había tenido un tono tan siniestro como lo
tuvo en aquel instante.

La cerradura de la puerta reventó a su espalda. El tropel de esperpentos que se apretujó en


la estancia lanzó contra la pared.

Sintió como varias manos la aferraban con fuerza antes de perder la consciencia.

Despertó. Dejó escapar un alarido, no de dolor, sino ante la terrible escena que le reveló la
consciencia.

Su prima estaba atada a una silla. Su cabeza colgaba, indicando que estaba
semiinconsciente, y su cuerpo sangraba, plagado de desgarros y terribles heridas, que se extendían
por su piel como un grotesco estampado de tonos rojos, morados y negros. El suelo estaba
empapado de sangre. La estancia estaba oscura.

Trató de liberarse de sus correajes, pero fue en vano.

Uno de aquellos horrores con forma de persona se le acercó. Tenía en la mano un punzón
afilado. Le acarició la cara.

Ella gritó hasta quedarse ronca.

-No deberías tomártelo así. Esto es un privilegio -dijo aquel individuo de pesadilla -. Habéis
sido elegidas por ellos.

Casi sin fuerza para hablar, Emma sorbió y habló de forma entrecortada por el llanto:

-¿Quiénes son ellos? ¿Por qué nosotras?

-Ellos son Los Que Vienen De La Oscuridad. Al principio, los líderes de las sociedades
conocieron de su existencia, e intentaron expulsarlos, pero vieron que ellos eran poderosos. Al final
les ofrecieron un trato. Los dirigentes dominarían el mundo, con un poder hasta entonces
insospechado. Serían un gobierno global en la sombra. Sus familias serían la oligarquía que
dominaría el mundo. A cambio solo tenían que dejar que Ellos, cada cierto tiempo, fueran
huéspedes en sus cuerpos, para poder satisfacer sus ansias materiales de sexo y violencia…

-¡No podéis hacer esto! -trató de negar Emma al ver que su concepto de la realidad no
podía asimilar aquellas revelaciones.

-Sí, sí podemos. Lo hacemos. Desde hace décadas, todos los desaparecidos, todos los
asesinatos inexplicables, son víctimas propiciatorias que van a parar a sus insaciables fauces. Nadie
puede impedirlo, controlamos las leyes, controlamos a sus ejecutores, controlamos el orden
establecido.

Tras decir esto clavó el punzón en el ojo de Emma, que gritó y sintió un dolor atroz, y
manar la sangre, a la vez que la lengua larga y retorcida de aquel ser se contoneaba como una
serpiente en la cuenca vacía, como una manguera que colea a punto de reventar por la presión,
lamiendo restos de humores y fluidos.

Y ese fue solo el principio del dolor.

Las noticias fueron concluyentes. Dos toxicómanos habían penetrado en un piso y raptado
a dos chicas.

La policía había encontrado sus cuerpos y había reconstruido la historia en una sagaz
retrospectiva.

El hecho de que fueran confidentes de la policía y habituales de la comisaría ayudó. La


circunstancia de que uno de ellos hubiera dejado en la fosa en que aparecieron los cadáveres un
resguardo de un albarán con su nombre, también.

Ya era lo habitual en estos casos. Parecía que había preestablecido un guión macabro. No
importaba la falta de antecedentes de crímenes sexuales en el historial penal de aquellos
individuos.

Algo debía haberles cambiado en la cabeza, aunque todos sabían que los sádicos y los
necrófilos no se gestan de un día para otro, y que no existe un delito puente entre los pequeños
hurtos y el menudeo de estupefacientes y este tipo de cuestiones.

Pero a ojos de los medios de comunicación y las autoridades la actuación de la policía fue
ejemplar y la versión oficial incuestionable.

Las pocas voces críticas que intentaron levantarse fueron condenadas al ostracismo,
ridiculizadas y tildadas de desvaríos conspiranóicos de cuatro inadaptados.

No importaban los cientos de inconsistencias del sumario ni las contradicciones entre la


autopsia oficial y la autopsia independiente encargada por la familia a un especialista, que
indicaba que las víctimas habían sido torturadas necesariamente por más de dos personas, y que
las habían estado manteniendo con vida durante varias semanas a pesar de las terribles heridas, lo
que requería de unos conocimientos de de medicina y una infraestructura de las que carecían un
par de delincuentes comunes. Ahora, las personas de aquel país normal, en aquel barrio normal de
esa ciudad normal, podían dormir tranquilas, aunque su subconsciente se revelara, de vez en
cuando, causándoles pesadillas.

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