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Se encontraba rodeada de decenas de bocas suplicantes por libertad y vida.

Eran tiempos

difíciles y había llegado su momento de estar ahí, donde muchas personas habían estado

antes y estarían después de ella. La verdad era que no había logrado entender por qué

sucedía eso: qué pasaba por la cabeza de la gente al hacer un acto tan sádico y por qué lo

sentían tan redentor. Las crisis económica y social habían llegado a sus máximos límites

con la violencia desatada, sin seguridad de ningún tipo y los gobiernos sin ejercer la justicia

(no es que lo hayan hecho antes). La ciudad era como una pequeña Alemania nazi en la que

las clases dominantes y aquellos que preferían convertirse en victimarios a ser víctimas,

secuestraban a las personas que no podían demostrar una posición que los hiciera dignos de

permanecer en ese mundo en reconstrucción. Sólo se sabía de desaparecidos y el rumor

contaba que hacían sacrificios como los prehispánicos en los que corrían ríos de sangre.

Pero, ¿para qué dios eran? Salir representaba un acto de supervivencia. Muchos años de una

feliz vida se le vinieron encima al momento de recordar el error que la llevó ahí: era

necesario que buscara la medicina de su madre pero olvidó su arma de defensa, el hecho de

no haberla necesitado antes la hizo seguir su camino. No pudo escapar. Corrió y corrió pero

las piernas de una señora rubia despeinada y del que parecía un ex licenciado corrupto la

alcanzaron. Ahora se encontraba en medio de esa muchedumbre condenada. -¿A los

cuántos años llegaste?, preguntó una voz femenina a su derecha. Le pareció una pregunta

bastante buena, de hecho. -29, respondió sin voltear para conocerla, ¿para qué? -Estás bien

chiquita, espero que hayas vivido muchas cosas en tan pocos años. Pensó en su madre, su

padre, su novio, sus mascotas y todo el amor que dio y el que tenía aún dentro. -Quizá

podemos escapar, dijo otra voz agradable y baja que venía de atrás. Ambas voltearon y era

la de un hombre delgado que parecía no haber comido en mucho tiempo, pero que tampoco

tenía planeado dejar de hacerlo.


-Podemos aprovechar que estamos casi en la entrada, hay ruido y desorden, uno puede

fingir histeria y los otros dos que tratan de controlarlo, ya en la entrada, corremos, tengo

una navaja. -Hay que hacerlo, respondió la otra mujer, si no lo logramos, nuestro destino

no cambia mucho pero si lo hacemos sería al revés. Sin aviso el hombre empezó a gritar y

retorcerse en el suelo como si se encontrara ya en el infierno y se rasguñaba la cara sin

piedad. Sus cómplices empezaron su tarea deteniendo sus brazos y piernas que se

empujaban entre la multitud que como si fuera magia se apartaba. Abrían un camino para

ellos mientras que el viento se sentía más puro. Ella estaba lista para correr como nunca

antes porque podía sentir los brazos de su madre rodeándola. La sensación imaginaria de

unas manos en la espalda se convirtió en un ardor de arriba a abajo. Todo sucedió tan

rápido que lo siguiente que vio fue el techo de esa bodega fría. Estaba en medio de sus

nuevos amigos, recostados sobre una plancha de piedra. La masa miraba con horror su

destino. Les preguntaron que quién quería ser el primero pero lo único que se escuchó eran

los llantos y rezos vacíos de fe. Nuestra chica lamentó el basurero en el que se había

convertido el mundo y vio como una ventaja que su hora le hubiera llegado. –Yo primero,

indicó. Comprobó lo del método prehispánico. La rubia despeinada (desquiciada) tomó una

especie de pica hielo ancho, el cual colocó sobre la línea que marcaba su clavícula y lo

enterró con fuerza mientras en su mente tachaba a otra más. La sangre le inundaba la boca y

nariz y formaba una cascada caliente con rumbo a su nuca. Era tan raro tener la certeza de

su muerte, sentir sus últimos respiros burbujeantes. No era invento eso de que en tus

postreros momentos ves pasar tus vivencias más significativas al cerrar los ojos. Tenía

miedo pero deseaba sentir cómo sacaban su corazón pero no sabía si alcanzaría a hacerlo,

antes quiso abrir sus ventanas color café al tiempo que inhalaba su final. Encontró el cielo

de su habitación, ella desnuda entre sus sábanas secas y blancas, más vivas que nunca.

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