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Yo era un hombre bueno, así había dicho mi padre, mi familia y mis amigos,
pero para este mundo no soy más que una lacra que carcome la razón y
destruye la conciencia, soy la bestia que arruina vidas y desata violencia, soy el
cuello, era repasado junto con sus nuevos compañeros por las miradas de los
reos más antiguos que buscaban alguna señal de debilidad con la cual sacar
torsos desnudos cubiertos con ciento de tatuajes exhibidos con orgullo cual
antes de que “los jefes” se le adelantaran. El guardia que dirigía la marcha los
detuvo casi al final del patio, justo en frente de una ancha puerta de barrotes
circulo se hacía cada vez más reducido y amenazante, uno de los presos
fila fue conducido a rastras detrás del portón de barrotes, ahogado sus gritos
de desesperación en la euforia del momento; desapareció en una celda.
agolpada, pero Umpari, como los cinco que restaban tuvieron que soportar las
risas, burlas, palabras grotescas, maldiciones que era el lenguaje casi universal
de aquel tumulto impestivo, hasta que una voz ronca y lejana los apaciguo,
había llegado uno de los jefes; custodiado por tres hombres caminaba un poco
encorvado, era alto y delgado, traía puesto una camisa de mangas largas y
lentamente y luego de dar una mirada fría y penetrante señalo a dos hombres
jóvenes, que sin decir palabra le siguieron perdiéndose entre los pasillos del
deprimente asió a Umpari del brazo, este lucho para librarse, pero un empellón
por la espalda lo derribo, mientras estaba en el suelo, otro fue cogido pero este
camión usado como banco y unos cuantos clavos apuntados en desorden que
multitud que empezó a huir ante la inminente llegada de los guardias, que entre
pitidos, mentadas de madre y varazos rescato al preso que casi habían matado
pueblo, alguien golpeaba una botella plástica contra los barrotes produciendo
un sonido estridente que ascendía y descendía y que nadie osaba parar, dentro
de la celda el olor era insoportable, tanto así que Umpari descendió del
la frazada conservada trato de dormir, pero no le era posible, a parte del olor
baño; pero no quería salir a buscar una, enfrentarse otra vez y ser presa de
esas voces endemoniadas, pensaba para sí mismo que era imposible que los
de esa manera, analizaba estos detalles sin imaginar que la brutalidad en una
sanguiolentas manchas rojas, aturdido por los golpes lloraba en medio del
detuvieron la furia de los comuneros, fue paseado con las manos amarradas;
aún era muy joven cuando presencio todo ello, el común denominador de las
reglas para con su pueblo solo lo ejercía la autoridad del comunero que era lo
pobre mujer de facciones cadavéricas que se arrastraba asida a las piernas del
Se juró así mismo no deshonrar a la suya; antes de ello prefería morir como los
perros envenenados que se podrían a las orillas de las acequias y que eran
El incómodo dolor hincho su abdomen, sumado a los espasmos del frio suelo,
miedo le invadió, acrecentado aún más por los bombillos eléctricos que
proyectaban una luz amarillenta que formaba siluetas degradantes que daban
porque sus ojos fueron asaltados por la mirada hiriente de un preso que
emergió del oscuro umbral para suprimir una común necesidad, le miro un rato,
hizo un gesto de sorpresa y cruzo el pasadizo, por entre los hombres que
protestaron con resondras vulgares, Umpari se sintió abatido, otra voz más lo
había descubierto, se quedó oculto al filo del umbral, amparado en la oscuridad
desecho de Umpari, que sin vencer el miedo de cruzar el pasadizo, opto por
usar una esquina de la celda como urinario improvisado, lo que no calculo fue
ello, la luz del día apenas perceptible, formaba siluetas que a duras penas
podía distinguir, las voces cobraron fuerza, eran sonidos vivos de hombres que
también estaban los sonidos de las rejas al abrirse, de las sillas arrastradas por
apresuraba el paso para ganar la cola del desayuno. Umpari los miraba
sentado en el catre, con los ojos horrorizados, aterrado ante aquellas voces
sus garras. Pero el también formaba parte de esa necesidad, se recordó que
no había comido nada desde que lo transportaron, la vianda con comida que su
mujer a duras penas le había alcanzado había sido confiscado por un policía de
camino relegado, marcando los pasos que distanciaban del resto, no entendía
dispensa posible y se esparcían en cualquier rincón del patio, una mesa larga y
sin cubrir sostenía las ollas de aspecto asqueroso, ennegrecidas por el calor de
la cocina, chorreaban en sus bordes gruesas gotas de avena que los más
desesperados lamian al rozar con sus manos, uno de los tres cocineros recibía
los platos que variaba en sus formas desde simples tazones hasta
improvisados platos, mientras que otros dejaba caer los panes sobre manos
alimento, le hicieron señas de avanzar y solo le toco dos panes, el mayor de los
soportes de madera que algunos presos habían construido con las tablas
de espaldas y empezó a probar el primer bocado del día, los trozos de pan
apenas eran suaves, se dio cuenta que eran los mismos panes que los pitucos
porquerizas de los barrios pobres, la mañana era fría, el cielo cubierto de nubes
pálidas, dejaba caer una leve llovizna que muchos ignoraron, el piso del patio
oscurecido el color sin vida del cemento, a tal punto que resulto incomodo, las
cartón donde yacían como cobertores, y los más desgraciados como Umpari no
tenían más remedio que seguir comiendo bajo las lágrimas de dios.
- Y tú, ¿Cómo te llamas? – no contesto, esa voz que formaba parte de las
sonaba tan cerca, que percibía el aliento de sus palabras; ni siquiera volteo el
de todo su ser, el mismo miedo cuando encontró aquel hombre desnudo que se
abalanza sobre una muchacha desmayada, y que al ser descubierto solo sonrió
desagravio, sin atinar reacción alguna en todo su ser, hasta que la voz de un
cara desconocida, demacrada por el paso del tiempo y las malas comidas, lo
ojos apenas sostenidos por el brillar de la vida, y unas cejas y barba poblada
peruanos.
- Si sigues con esa cara, te van a comer vivo – volvió el extraño a decirle, quien
Sostenía un tazón de plástico blanco, adornado con dibujos de flores rojas, que
efectuaban los patos cuando metían el pico en los charcos pantanosos que
destructiva, lejos del fin y del principio; y el mundo no sobreviviría. Sin el bien y
el mal, seriamos como una gota hueca, una cascara frágil que se desintegraría
al menor soplo, iríamos por nuestro destino, errantes; entre tanta agua pero sin
tuvo más remedio que acostarse en el primer nivel del camastro, pero ni bien
deposito su cansado cuerpo, los resortes chirriaron con mayor fuerza que la
primera vez. Amoldo su masa corpórea lo más que pudo al desbalance del
colchón que se deformaba incómodamente y a pesar del olor pútrido, cada más
fuerte al tener que usar los trapos como sabanas se quedó profundamente
dormido.
llenaban las celdas del hastió nocturno, el callejón se hallaba vacío de los
por las celdas y encontraban ecos en las paredes de aquella enorme prisión,
Se supo por los soplones la noticia que llegaría un traslado especial, los presos
oxidadas, sus luces amarillas iluminaban el rostro de los guardias que la abrían
prisa cuando el alma se abandona. Ya se había corrido la noticia entre los reos,
enemigos por contar y hasta de las mujeres por montar, los jefes tramaban
fila de diez guardias armados los recibieron, algunos presos bajaban con la
cabeza envuelta en sus frazadas, talvez para evitar el choque traumático del
de preso porque en los reclusorios del Perú, la ropa es una moda muda que
guardias que quitándoles las cadenas de ley; los conducían del brazo por el
callejón, hasta su celda asignada, eso fue todo el proceso que se realizó en
el silbar del viento, escondiendo sus sombras entre las paredes de las rocas y
el follaje del escaso arbusto andino, se veía así mismo libre como los cóndores
del apu, aquel ser vivo y majestuoso que Crispin Lluyo cazo para la fiesta del
arrojándolo al vacío para que volase libre, sin tener la consideración que las
entre las piedras que en sus mejores días surfeaba como señor de los cielos.
máximo precio y por cuyo procedimiento mataban el rio y las acequias con el
Aun recordaba la escena del cóndor, cuando despertó por unos pasos pesados
por el inquilino, dando a conocer que era el dueño; no obtuvo respuesta, solo
hombre supo que el invasor estaba atormentado por el miedo y atino a decir:
llamas?
- eres nuevo verdad, la cama de abajo es mia, asi que te me vas, o duermes
levantó muy temprano, antes de que Umpari le sintiera, levanto los periódicos
- Es necesario que sepas que aquí la vida es una completa mierda, ese miedo
que tienes solo te va llevar a la tumba, tú no sabes las bestias que aquí se
crían, dentro de estas paredes nuestras vidas solo nos pertenecen cuando
muchos cholos, atrevidos y arrogantes como los de las pampas de Junín, o los
tercos y curtidos de Bolivia, dices que eres de Puno, hazle honor al apellido
olas, llevan más años que los abuelos de nuestros abuelos y siguen golpeando
la tierra eternamente, el sol brilla todos los días, aun a sabiendas que algún día
de cuidar, si no crees en dios, pues al menos cree en que estas aquí por un
- ¡Tú no has visto tanta plata como yo! – grito al mismo tiempo que recordaba
costillas pronunciadas que balaba por comida, eso fue todo Yuracuchi
la espesa selva, siguiendo los pasos del enganchador que sorteando abismos,
alma en todo ese trayecto, una noche el enganchador los despertó de forma
en sus mochilas cada uno partía por caminos diferentes, Yuracuchi nunca
había visto un arma, pero esa mañana tuvo que aprender de improviso el uso
casi nada partió con ella y su mochila cargada de dinero, le habían advertido de
mismo que una cosa era degollar un toro o un par de cabras para comer y vivir
y otra matar un semejante; pero no tenía tiempo para pensar en esas cosas; y
como todo buen hombre tenía que cumplir con su trabajo. Cuatro días después
por el paisaje la casa era enorme, con puertas y ventanas por doquier, una
con piel de borrego que usaba en su casa, tampoco olvidaría las mujeres que
diminutas prendas y que se encerraban con los pilotos en orgias que duraban
lo mismo que el sol hasta ponerse rojo, entregaba los paquetes de aquel
finísimo polvo blanco por lo que tanta plata se ganaba y se retiraba a la ciudad
más próxima donde junto a otros compañeros armaban su propia orgia en los
bares citadinos, nunca uso su arma ni siquiera para un disparo al aire pero fue
testigo del uso de muchas en su presencia, era normal que aquellos días
escondía en sus caudales hasta pudrir sus entrañas. También era normal que
HUATUCO
CHARAPA
VICTOR
VOLVITO
LOS OSITOS
EL CHINO
VETETA
EL POLLO
TIGRE
YURACUCHI
SHANDU
DORIA
HAPIYUYO
Ayacucho, Huanta, Chincha y Cerro Lindo, primeros meses del 2014.