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LOGICA

Y
ARGUMENTACION GENERALIZADA

Una introducción a las ideas de Stephen Toulmin, sobre el modelo jurídico de argumentación
y la contraposición entre una lógica práctica y una lógica teórica

JUAN RIVANO

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INDICE GENERAL

1. EL PROBLEMA: LÓGICA TEÓRICA Y LÓGICA PRÁCTICA


2. EL PUNTO DE PARTIDA: LA ACTIVIDAD ARGUMENTAL
3. DOS COMPONENTES DEL ARGUMENTO: ELEMENTOS VARIABLES Y
ELEMENTOS INVARIABLES
4. ¿QUÉ ES LA LÓGICA? LA EPISTEME DE LA APODEIXIS
5. FUERZA Y CRITERIO: DESPLIEGUE IDÉNTICO Y DIFERENTE DE LAS
CATEGORÍAS LÓGICAS
6. FUERZA Y CRITERIO (CONTINUACIÓN)
7. FUERZA Y CRITERIO: LA CATEGORÍA DE UNIVERSALIDAD
8. LA CUESTIÓN DE LA UNIDAD DE LA LÓGICA:
MODELO MATEMÁTICO Y MODELO JURÍDICO
9. APROXIMACIÓN AL EMPLEO DEL MODELO JURÍDICO
10. APROXIMACIÓN AL MODELO JURÍDICO (CONTINUACIÓN)
11. APROXIMACIÓN AL MODELO JURÍDICO (CONTINUACIÓN)
12. UNA DISTINCIÓN FUNDAMENTAL: RESPALDO-GARANTÍA
13. LA NO EXPLICITACIÓN DEL RESPALDO Y LA GARANTÍA ES EL
HÁBITO TÍPICO DE LA LÓGICA TEÓRICA
15. LÓGICA DE GARANTÍA Y LÓGICA DE RESPALDO
16. LÓGICA DE GARANTÍA Y LÓGICA DE RESPALDO
17. “TODOS LOS X SON Y”: ESQUEMA COMPULSIÓN
18. RAZONAMIENTO DEDUCTIVO Y RAZONAMIENTO INDUCTIVO: UNA
DISTINCIÓN SIEMPRE FIRME Y MUCHAS VECES PEDANTE
19. LOS PRIMEROS ASOMOS Y DESCALABROS DEL MODELO MATEMÁTICO
19. LOS PRIMEROS ASOMOS Y DESCALABROS DEL MODELO MATEMÁTICO
21. RIGOR LÓGICO EN TODOS LOS DOMINIOS DE LA ACTIVIDAD HUMANA
22. LA NATURALEZA ESTA LLENA DE RACIONALIDAD
23. LAS DISTINTAS CULTURAS COMO ESFERAS SEPARADAS DE
RACIONALIDAD
24. ¿QUÉ DECIR DE UNA LÓGICA SIN MODELO?

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1. EL PROBLEMA: LÓGICA TEÓRICA Y LÓGICA PRÁCTICA

Leyendo la novedosa y estimulante defensa que emprende Stephen Toulmin1 de los fueros de
la lógica práctica --tan amplios y varios, diría uno, como las aplicaciones mismas del argumento
racional en todos los dominios de la actividad intelectual-- en oposición a las exigencias,
criterios, normas y categorías de la lógica teórica (lógica matemática, podríamos decir
tranquilamente en los tiempos que corren), lo que viene y vuelve a venir a mi memoria es
aquella famosa imagen pintoresca de Russell donde se describe la lógica como la infancia de las
matemáticas. La recuerdo vivamente sobre todo porque de acuerdo al enfoque de sentido
común que adopta Toulmin habría que correr a cambiarla por otra. Un jardín infantil, más
bien, sería la lógica. Y ciertamente, las matemáticas no serían las únicas pequeñas que acudirían
a sus aulas y patios para cultivar su peculiar sentido de rigor, sino que habría muchas otras
pequeñas --la física, por ejemplo, la biología, la historiografía, la meteorología, la economía, la
ética, la zoología-- que existirían también, cada una con el propósito de cultivar el propio.
O, mejor que mejor, habría que cambiar del todo la dirección de estas representaciones
y --considerando que no son las variadas especies de rigor argumental las que se originan en la
lógica, sino que, justo al revés, ésta derivada y aquellas originales-- sustituir por otra la imagen
de Russell y figurarnos las matemáticas como una nodriza exclusiva que se ha apropiado la
crianza de la lógica teórica, la que tan altiva se ha vuelto por este privilegio aparente a que ha
llegado al extremo de considerar a la lógica práctica como una cenicienta. Porque éste es el
escándalo que Toulmin denuncia, y nada menos que en la época de las apoteosis de la
matematización de la lógica: que al adoptar la forma matemática como modelo o arquetipo de
rigor, la lógica teórica ha cerrado entera y definitivamente el camino a los amplios y variados
sectores en que el argumento racional despliega sus incontables aplicaciones.

De hecho... la ciencia de la lógica a lo largo de su historia ha tendido a desarrollarse en una


dirección que la aleja de las cuestiones prácticas acerca de la manera en que aplicamos y
criticamos los argumentos en los distintos dominios, y la lleva a una autonomía completa en
que se transforma en un estudio teorético en sí, tan libre de cualquiera preocupación
práctica como una rama más de las matemáticas puras. (1958:2)

Claro, uno podría desentenderse del escándalo o reducirlo a nada arguyendo que
igualmente son posibles --y en alguna medida hasta reales-- sendas lógicas teóricas en los
variados campos en que se ejerce la actividad argumental. Del modo como una lógica teórica
se ha desarrollado tomando como arquetipo el razonamiento matemático, así puede
desarrollarse --y de hecho en alguna medida se desarrolla-- una lógica teórica de la forma como
argumentan los físicos; otra, de la forma como argumentan los biólogos; otra, de la forma
como lo hacen los jueces y abogados; otra, de la forma como lo hacen los políticos, los
sacerdotes, los moralistas, los historiadores, los críticos, etc. Desde luego, un argumento así no
resulta muy satisfactorio, puesto que una pluralidad de lógicas no parece el objetivo último de
una ciencia lógica. Pero, tampoco se ve tan mal si se considera el estado de cosas imperante en
la actualidad, en que parece no haber más aplicación estricta de la lógica que la que
encontramos en el dominio de las matemáticas; y en que toda forma de rigor argumental que
pueda encontrarse en otra parte no se considera más que alguna manera o aplicación de las
matemáticas o, de no ser tal aplicación, algo que no es en absoluto rigor lógico.

1 S. Toulmin: The Uses of the Argument, Cambridge University Press, 1958.

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Es la superación de este dilema entre una ciencia lógica única de ancestro matemático y
muchas ciencias lógicas, cada una enraizada en cada uno de los múltiples compartimentos en
que se despliega la actividad argumental --a la que se aplica en los textos de Aristóteles la
denominación de apodeixis--, lo que quisiera esbozar aquí, dilema que se hace presente tan
pronto se da lugar al argumento de Toulmin sobre la aplicación de la lógica. O, mejor quizás, el
dilema se presenta tan pronto se acepta que la lógica opera como tal en todas las esferas de la
actividad argumental; porque la lógica teórica de acuerdo a su status presente y de acuerdo
también a una antigua y muy arraigada tradición contradice aquella aceptación. En cuanto a la
solución del dilema, Toulmin rechaza como inadecuada, abstracta y paradojal, la noción de una
lógica teórica de ancestro matemático. Pero, deja sin responder las cuestiones que crea el otro
término del dilema, es decir, qué noción general de lógica debemos suscribir para hacernos
cargo de las cosas una vez que hemos rechazado las pretensiones exclusivistas de la lógica
teórica de inspiración matemática o, para remitirnos al estado actual de las cosas, de la lógica
teórica sin más.
Una noción general de lógica apropiada a la solución del dilema que surge con el
argumento de Toulmin es lo que trataré de esbozar tomando dicho argumento, a la vez, como
inspiración y como punto de partida. En este intento, además, trataré de contrastar la noción
general de lógica común en textos escolares y también persistente en todas partes. Haré esto
último, tomando como centro privilegiado de referencia las conocidas reflexiones escépticas de
David Hume sobre los límites de nuestro conocimiento. Antes de esto ensayaré una exposición
de las ideas de Toulmin, las que importan aquí y cómo importan aquí.

2. EL PUNTO DE PARTIDA: LA ACTIVIDAD ARGUMENTAL

Lo primero que hace Toulmin para presentar su argumento es despejar el campo, pidiéndonos
que nos olvidemos, si es posible, enteramente de la lógica teórica y de sus categorías y sus
distinciones; que nos concentremos en los requerimientos de una lógica práctica. Si la idea --
vieja como la historia misma de la lógica, y de sello aristotélico-- de la ciencia lógica, una lógica
teórica, es posible y realizable, no lo puede ser de modo alguno con sacrificio de la actividad
argumental –la apodeixis-- que se presenta a vista de todos en distintas y numerosas esferas de la
actividad humana --en los tribunales, por ejemplo, en las asambleas políticas, los foros, los
seminarios, certámenes, congresos, discusiones y polémicas de toda especie--. Pero, como se
ha dicho ya, lo que hasta aquí se ha logrado con la constitución de una ciencia de la lógica de
acuerdo a la demanda aristotélica es, paradojalmente, lo contrario de lo que parece legítimo
esperar: una lógica teórica ajustada al modelo de las ciencias matemáticas que no sólo no
satisface los requerimientos de la lógica práctica sino que deja fuera de su ámbito de aplicación
una extensión tal de la actividad argumental que la sola aplicación suya incuestionable parece
reducirse a la lógica misma y a las matemáticas.
El método a seguir requiere entonces, ante todo, cambiar la orientación que
observamos en los textos aceptados de lógica: no tomamos para nada en cuenta una lógica
general de inspiración matemática, una ciencia lógica cuyas leyes y principios asimilemos
abstractamente y que, eventualmente, apliquemos en tal o cual esfera de la actividad
argumental. Justo al contrario: partimos de las esferas en que en el argumento se practica,
averiguando cómo se presenta el argumento en cada esfera, cuáles son las categorías
argumentales que rigen allí y cómo rigen, cuáles son los procedimientos que allí seguimos al

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argumentar. Sólo un método así puede asegurar un nivel teórico general genuino o, en caso de
no lograrlo, mostrar, también con seguridad, que no lo hay.

3. DOS COMPONENTES DEL ARGUMENTO: ELEMENTOS VARIABLES Y


ELEMENTOS INVARIABLES

Toulmin no es exhaustivo --por lo menos no todo lo deseable-- en la presentación de su


argumento. No se propone serlo, por lo demás. Su perspectiva de los amplios y múltiples
dominios del argumento racional es poco más que un esbozo. Así y todo, la fuerza que
adquiere el caso en sus manos es más que suficiente para convencer al lector de que es con la
vista puesta en una elaboración como la suya que debe desarrollarse el gran tema de la lógica
práctica.
Adoptado el procedimiento que nos pide respetar y considerar cada una de las formas
en que de hecho se presenta el argumento racional en distintas esferas, dominios o campos de
la actividad humana, parece cosa obvia esperar en todo argumento dos especies de
componentes: los campo-dependientes, por un lado (field-dependent los llama Toulmin), y los
invariables, por el otro, aquellos que no tienen que ver con dicha relación (field-invariant). Si no
hubiera en cada caso de argumento práctico estas dos especies de componentes, no podríamos
entender, por una parte, que se hable de argumento en todas estas aplicaciones, ni, por otra,
que estas aplicaciones formen una genuina variedad.
El lógico teórico querrá, probablemente, hacerse oír a propósito de esta distinción
entre los elementos dependientes y los elementos invariables de todo argumento. El lógico
teórico alegará que, justamente, aquellos elementos que permanecen invariables yendo de una
esfera a otra en las aplicaciones del argumento representan el objeto de su ciencia. Y una
noción así del objeto de la lógica teórica acaso tuviera que considerarse, sólo que no en
beneficio de la lógica teórica que conocemos, y no todavía. Porque lo primero es el examen de
las distintas esferas del argumento práctico con vistas a investigar los elementos invariables y
los dependientes, tarea que no demora en producir resultados muy diferentes de los que el
lógico teórico tendría que esperar. Porque de tal examen resulta que los elementos invariables,
los elementos del argumento práctico que no cambian al ir de una esfera de aplicación a otra,
no coinciden con el núcleo de categorías y distinciones en función de la cual se construye la
lógica teórica así como la conocemos en textos y manuales de escuela.
Mejor adelantarse a reconocer que esta separación entre las categorías y distinciones de
la lógica teórica, de una parte, y los invariables del argumento práctico, de la otra, viene ya
impuesta en la distinción que destaca Toulmin entre la parte variable y la parte invariable de la
aplicación del argumento. Esta distinción, como es obvio, se hace presente con la aplicación
misma del argumento, y en toda la aplicación. Sólo que no hay una distinción así cuando (si
existe un cuando como éste) tenemos sólo el argumento, sin aplicación. Aplicar el argumento
es producir ipso facto la distinción. Con lo cual se muestra que una ciencia lógica --si ha de ser la
ciencia de la apodeixis, la ciencia de la actividad argumental que de hecho se produce en las
distintas esferas del obrar humano-- no puede en modo alguno dejar dicha distinción de lado y
antes por el contrario debe tenerla siempre muy a la vista como asunto que le compete
esencialmente. Ciertamente, el lógico teórico actual podrá extraer de todo esto el argumento de
que no es nada asombroso que alguien encuentre argumentos para descalificar la actual lógica
teórica siendo así que comienza descalificándola en el mismo punto de partida, que no puede

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extrañar a nadie que la lógica teórica actual no coincida con demandas que de antemano
deciden su no-coincidencia.

4.¿QUÉ ES LA LÓGICA? LA EPISTEME DE LA APODEIXIS

Lo dicho en el párrafo anterior nos impulsa a precisar mejor la cuestión de la lógica teórica y la
lógica practica como parece implicada ya en los inicios mismos de la elaboración de Toulmin.
No hay nada de complejo en la formulación del alegato. Como está a la vista ya en las primeras
líneas de los Analíticos de Aristóteles, desde sus primeros asomos como ciencia, la lógica fue
concebida como ciencia de los principios y leyes por que se rige el debate racional --el debate
racional sin más calificación así como se presenta en las asambleas, los tribunales, las
discusiones e intercambios argumentales de todos los días--. El debate racional es apodeixis.
Apodeixis es el nombre para “hacer ver”, “mostrar”, “sacar a luz”. Aristóteles nos llama la
atención sobre el hacer ver, el sacar a luz, en la forma de prueba. A cada rato, impedidos de
mostrar la validez de nuestras proposiciones, debemos demostrarlas o probarlas con ayuda de
otras. De esta apodeixis que es la demostración o prueba que nos dice Aristóteles es que se
ocupa la ciencia de la lógica. La lógica es la ciencia de la apodeixis. O también: “episteme de la
apodeixis”, “ciencia de la demostración” son frases que definen nominalmente la expresión
“lógica”. Lo que Toulmin nos dice --lo que Toulmin se atreve a decir-- es que esta tarea
concebida por Aristóteles, una ciencia de la demostración, no ha sido cumplida. Por el
contrario, la ciencia lógica, la lógica teórica, ha llegado al extremo de desentenderse de esta
tarea; de negarla, incluso, reclamando para sí el status de ciencia pura, ciencia sin compromisos
con aplicaciones suyas en el dominio ordinario del debate racional, ni en dominio alguno de
materias factuales.
No hay que decir que es el rechazo de esta extrema postura lo que forma la base de
toda la elaboración de Toulmin. Y tal rechazo no puede menos que partir exigiendo que la
lógica responda continuamente y como asunto esencial a lo que la actual lógica teórica no
quiere responder --que se haga cargo sin defecto de sus aplicaciones prácticas a riesgo de dejar
de ser lógica en cualquiera acepción que el sentido común pueda reconocer--.
En materia de aplicación --importa agregar aquí-- la lógica teórica no debe considerarse
una ciencia como, por ejemplo, la física. Hay una distinción significativa que hacer entre física
aplicada y lógica aplicada. Si observamos un aeroplano, observamos un artefacto hecho por el
hombre mediante la aplicación de las leyes descubiertas por la ciencia física. Cuando, por el
contrario, consideramos un argumento, no estamos considerando algo hecho mediante
aplicación de leyes que, previamente, una ciencia lógica estableció. Dicho de otra manera:
mientras el físico se encuentra investigando las leyes que se aplican para construir aviones, no
hay aviones todavía; en tanto que mientras el lógico se encuentra averiguando las leyes que se
aplican cara construir argumentos, hace ya mucho ya que hay argumentos, todos los que se
quiera y de todas las especies que se quiera. La lógica teórica no puede aspirar a ninguna
especie de aplicación que no esté ya en existencia. Ella surge como ciencia del debate racional
y es pura tautología hablar de sus aplicaciones en dicho dominio: tales aplicaciones ya han sido
hechas y los principios que se trata de investigar son principios que se encuentran en práctica
en dichas aplicaciones. En cuanto a las diversas especies de aplicación --lo que se nombra aquí
dominios o esferas de la actividad argumental-- están dadas también y no parece admisible

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ninguna concepción de la lógica que implique la eliminación de alguna de estas esferas de
aplicación.
¿Cómo se garantiza esta exigencia? A mí me parece que Toulmin se asegura una
garantía así con la introducción fundamental de la distinción entre los componentes variables y
los componentes invariables de todo argumento. Con una doctrina así, en todo argumento se
incluirá la parte que responde al dominio en que se hace y, de este modo, no habrá argumento
sin el respeto de su aplicación como algo esencial. La unidad de la ciencia lógica --si existe tal
ciencia y existe tal unidad-- no podrá establecerse en ningún nivel abstracto que prescinda de
su aplicación y la variedad de su aplicación.

5. FUERZA Y CRITERIO: DESPLIEGUE IDENTICO Y DIFERENTE DE LAS


CATEGORIAS LOGICAS

El contexto básico – la realidad y variedad de las esferas del argumento- suministra todo el
sostén a la distinción de Toulmin entre la parte variable y la parte invariable de todo
argumento. Algo que se precisa y establece mejor todavía cuando a dicha distinción se agrega
otra muy afín que también introduce este autor: la entre la fuerza y criterio. Se puede decir en
general (aunque Toulmin pone el énfasis en las categorías lógicas modales) que una categoría
lógica --por ejemplo necesidad, posibilidad, imposibilidad, probabilidad, existencia,
generalidad, deductibilidad, universalidad, cualidad, definición-- comprende dos aspectos en su
significado: uno invariante, que es su fuerza; otro dependiente, que es el criterio de aplicación.
Mejor abundo en ejemplos para precisar y también propiciar esta distinción
fundamental. Por su frecuencia y popularidad, categorías como las de necesidad, posibilidad,
imposibilidad se prestan mejor para ejemplificar. Pero, no sólo por eso. En el empleo que
hacemos a diario de estas categorías puede observarse que la lógica teórica ha puesto ya una
impronta de no escasa implicación. No hay que recurrir un manual, por ejemplo, ni acudir al
estudio de un universitario para oír que cosas imposibles son las que no podemos afirmar sin
contradecirnos y cosas necesarias las que no podemos negar sin igual resultado. Sin embargo,
es cierto también que dichas categorías se emplean en los discursos y argumentos de todos los
días con significado distinto del que adopta la lógica teórica. La fácil confrontación de estos
dos significados en las aplicaciones ordinarias del argumento es lo que mejor que nada se
presta para introducir y auspiciar el argumento de Toulmin.
Por ejemplo, de alguien podemos escuchar que un ser mitad hombre y mitad caballo es
cosa perfectamente posible; pero un zoólogo dirá que no lo es, categóricamente y por toda la
eternidad. De alguien podemos escuchar que no hay nada de imposible en que la bola de la
ruleta caiga en el número 37; pero un jugador de ruleta rechazará una ocurrencia así como cosa
absurda. De alguien podemos escuchar que no es del todo seguro que dos y dos sumen
cuatro; pero un aritmético afirmará que no sólo es probable que ésa sea la suma, sino
necesario. De alguien podemos escuchar que muy bien podría ocurrir que mañana no salga el
sol; pero un astrónomo no querrá ni perder un segundo con tamaña estupidez. De alguien
podemos escuchar que un ladrillo dejado en el aire muy bien pudiera quedarse allí sin moverse;
pero un físico pedirá que le repitan la proposición, seguro de no haber oído bien. De alguien
podemos escuchar que la vida entera perfectamente podría no ser más que un sueño; pero el
hombre de la calle que lo escuchara se llevaría el dedo a la sien como toda respuesta.

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Todos, más o menos, han conocido alguna variedad del “alguien” que aparece en todos
estos ejemplos. Van desde el alumno del curso elemental de filosofía, pasando por todos los
grados de la perplejidad y la pedantería hasta alcanzar las alturas de la especulación filosófica.
Para el “alguien” de nuestros ejemplos, la simplicidad y contundencia de las reglas de la lógica
escolar, son asunto fuera de cuestión. El criterio de imposibilidad, para él, se reduce a una
contradicción tan estricta como la que encontramos en la esfera de las ciencias matemáticas,
donde el rechazo de una proposición por imposible se establece mostrando que si la
aceptáramos tendríamos que aceptar al mismo tiempo su negación. Haciendo valer por todas
partes el mismo criterio, el “alguien” de nuestros ejemplos colma el mundo de curiosas
posibilidades. Para reducirnos a los ejemplos que hemos dado, no hay, en efecto nada de
imposible (es decir, de acuerdo a la lógica escolar, de contradictorio) en una fisiología y
anatomía humanas combinadas bajo una misma piel con una fisiología y anatomía caballunas;
nada de imposible en una ruleta con 38 divisiones; nada de imposible en que un genio astuto y
maligno nos engañe y todos anotemos cuatro en vez de cinco cada vez que sumamos dos y
dos; nada de imposible en que mañana no salga el sol; en que un ladrillo abandonado en el
espacio se quede allí en vez de caer; en que toda mi experiencia no sea más que un sueño.
La oposición entre el “alguien” de nuestros ejemplos y cada uno de los que cada vez lo
contradicen deja a la vista todo lo que nos importa aquí sobre la categoría de imposibilidad.
Mientras que el primero la entiende de una única manera que aplica igualmente en todas partes,
los otros la entienden cada uno en un ámbito determinado y de modo que se ajusta a las
condiciones de ese ámbito. O se puede decir también que mientras el primero sólo atiende a
un criterio de imposibilidad --el mismo que comúnmente emplea el matemático-- aplicándolo
igualmente por todas partes --y así identificándolo con la fuerza de la categoría--, los otros
están exigiendo con su mera reacción que se respete el criterio de imposibilidad que rige en
cada ámbito y que es el mismo que emplean el matemático y el lógico teórico. “Lo que ocurre
con quienes no ven más lógica en el mundo que la lógica escolar” (así estarían dispuestos a
argumentar estos últimos) “es que confunden el criterio matemático de imposibilidad con la
fuerza de esta categoría, de manera que donde quiera que esta categoría se aplique no esperan
encontrar otra cosa que imposibilidad matemática. De donde resulta que si las cosas no son
matemáticamente imposibles, entonces, son posibles. Y el mundo se llena de disparates
posibles como cuerpos abandonados en el espacio que no caen y días de mañana en que no
sale el sol”. En los ejemplos que pusimos más arriba es obvio que los oponentes de ese
“alguien”, los que exigen que se apliquen los criterios adecuados de imposibilidad en sus
respectivas esferas, van a exigir otro tanto respecto de la categoría lógica de necesidad. Así, la
bola de la ruleta caerá necesariamente en 0 y 36, o en uno de los números enteros
comprendidos entre 0 y 36; así, también, dos más dos suman necesariamente cuatro; mañana,
necesariamente, saldrá el sol; un cuerpo abandonado en el espacio necesariamente cae; la
noción de centauro --siendo imposible combinar bajo una misma piel la anatomía y fisiología
de un hombre y un caballo-- es necesariamente falsa; y es, asimismo, necesariamente falsa la
noción del mundo y los demás como una ilusión o nada más que un sueño mío.
Si preguntamos por la fuerza de las categorías de imposibilidad y necesidad, y por los
criterios empleados en su aplicación en los distintos ejemplos que hemos dado --es decir, los
criterios que emplean apara aplicar las categorías de imposibilidad y necesidad,
respectivamente, el zoólogo, el jugador, el matemático, el astrónomo, el físico y el hombre de
la calle-- encontraremos que, variando todos respecto de los principios que aducen, todo los
aplican de la misma manera. Así, el jugador nos explicara que hay 37 entradas distintas --de 0 a
36-- para la bola de la ruleta; de manera que considerar el número 37 como número de una de
esas entradas es asunto excluido, y así imposible. El zoólogo despachará las pretensiones del

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centauro de la misma manera --como una posibilidad excluida-- pero no por razones de
convención, como es el caso de la ruleta, sino por el conocimiento que él posee de los animales
que le permite excluir el caso del centauro como imposibilidad de cabo a rabo. El astrónomo --
como el lógico o el matemático-- podría considerar que la proposición “mañana no saldrá el
sol” es una contradicción en sus mismos términos, puesto que no se puede emplear el sujeto
“mañana” sin implicar el predicado “sale el sol”; pero, también, y más apropiadamente, puede
aludir a un criterio especifico de imposibilidad: las reglas que suministra el movimiento de los
astros excluyen de antemano y absolutamente la proposición negativa en cuestión. Y otro tanto
hará el físico, alegando la validez de la gravedad terrestre. Y el hombre de la calle --de avenirse
a dar explicaciones de su rechazo-- nos dirá que bajo ningún respecto entre en su conducta la
suposición de que el mundo y los demás son un sueño suyo.
Los criterios de imposibilidad, entonces, son diferentes al ir de una esfera de aplicación
de la categoría a otra. Pero, su mera explicitación ha servido ya para mostrar que mientras el
criterio de imposibilidad varia, la fuerza de la categoría es la misma y consiste en excluir, no
admitir o rechazar, todo aquello a lo cual se antepone la formula “Imposible”. En otras
palabras, aplicar la formula “Imposible” a una proposición o una noción tiene el sentido de la
indicación “no se considere en absoluto” --de donde las razones o criterio para tal exclusión
varían de una esfera a otra--.
Así, también, vale para la categoría de necesidad, en contraste con el uso que se inspira
en los manuales de lógica teórica. La fuerza de la categoría de necesidad tiene el sentido general
de imponer la aceptación de aquello a los que se aplica. Pero las razones de esta imposición
varia de una esfera otra. Por ejemplo, la proposición “Dos más dos son cuatro” impone su
aceptación por razones de identidad; la proposición “Mañana sale el sol” lo hace recurriendo a
la rotación terrestre; la proposición “La bola de la ruleta caerá en algún número de 0 a 36” lo
hace por relación a una convención; la proposición “Un ladrillo abandonado en el espacio
cae”, por relación a la gravitación terrestre, etc.
No hay casi mostrar que cosa análoga de lo que hemos señalado respecto de las
categorías de imposibilidad y necesidad vale para la categoría de posibilidad. En los ejemplos
presentados, el empleo de “posible” significa lo mismo que frases como “no contradictorio”,
“no incompatible”, “no inconsistente” aplicadas con toda la liberalidad que permite la noción
según la cual todo lo que no es estrictamente una contradicción es, “por todo lo que sabemos”,
posible. Tal empleo de la expresión “posible” muestra la inmensidad de su extensión cuando --
recurriendo a la suposición de un genio poderoso y maldadoso-- nos diga alguien que es
posible que todos nos equivoquemos cuando sumamos dos y dos o cuando contamos los lados
de un cuadrado, argumento éste como para dar cabida en el mundo de lo posible a cuanto
disparate se nos pase por la cabeza.
Por el contrario, las distinciones de Toulmin entre elementos variables y elementos
invariables, de una parte, y fuerza y criterio, de la otra, cumplen aquí la función de asignar al
termino “posible” una misma fuerza en todo los dominios en que se aplica y, a la vez,
distinguir dicha aplicación de acuerdo al dominio en que se haga.
“Posible”, por otra parte, puede introducirse con la vista puesta en “imposible” y
“necesario”. Cuando en un dominio cualquiera ni estamos obligados a aceptar una proposición
ni tampoco forzados a excluirla, decimos que es una proposición posible en dicho dominio y
sobre la cual se ha decidido mediante los criterios de posibilidad (o, si se prefiere, de
imposibilidad y necesidad) propios de ese dominio. Por ejemplo, hablando del juego de ruleta,
que la bola caiga en un número de 0 a 36 es necesario; que caiga en 37, es imposible; que caiga
en 22 no es necesario, y es posible. Así también; que un ladrillo dejado en el aire allá en lo alto

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de una terraza caiga, es necesario; que no caiga es imposible; pero que, dejado al borde de la
terraza caiga, no es ni necesario ni imposible.

6. FUERZA Y CRITERIO (CONTINUACIÓN)

Si consideramos palabras como “deducir”, “deductivo”, “deducción”, encontramos también


ya en su empleo ordinario la impronta muy marcada en la lógica escolar. Esta nos tiene
habituados a un sentido tan restringido del termino “deducción” que debemos suponer que no
es propio emplearlo fuera del ámbito de las ciencias; y no en todo este ámbito; sino
rigurosamente en el dominio de las ciencias deductivas --es decir, en las esferas de la lógica
misma y las matemáticas. De acuerdo a este empleo, una proposición se deduce de otra (u
otras) cuando es imposible negarlas sin negar esta última. Este concepto de deducción (que así
como esta hasta aquí parece inofensivo y aceptable para todos) deja a la vista la necesidad de
proposiciones que sean verdaderas sin ser deducidas. Solo a partir de proposiciones verdaderas
no deducidas se puede generar propiamente un sistema deductivo. Proposiciones que son
verdaderas sin ser deducidas forman la base última de toda deducción. Pero la lógica teórica
tiene todavía una palabra importante que agregar sobre estas proposiciones verdaderas no
deducidas en que se basa toda deducción: y es que tales proposiciones o pertenecen a su esfera
o pertenecen a la esfera de las matemáticas. De donde resulta que el empleo de palabras como
“deducción”, “deducir”, “deductivo” en otras esferas del argumento que las propias de la
lógica teórica y las matemáticas se considere como uso lato, uso impropio y hasta uso abusivo
de dichas expresiones. De acuerdo a esta opinión común --y para tomar un ejemplo
provocativo-- Sherlok Holmes no deduce cosa ninguna investigando sus crímenes; no deduce
cosa ninguna porque en el territorio en que investiga no hay nada que deducir. O, si se prefiere,
Sherlok Holmes deduce sus proposiciones, pero no en el sentido propio del termino
“deducir”, porque tan solo las obtiene a partir de hipótesis, anticipaciones y barruntos, no a
partir de proposiciones auto-evidentes, firmes en sí mismas. Así, si se quiere conservar la
palabra “deductivo” para aplicarla a argumentos como los de Sherlok Holmes, habría que
decir que son hipotéticos-deductivos. Y otro tanto tendría que hacerse con todo argumento --
sea en esferas de la vida ordinaria, de los asuntos públicos, administrativos, políticos, culturales,
o de la actividad científica misma-- que proceda a partir de premisas hipotéticas siendo en todo
lo demás igual al discurso que hacen los lógicos y los matemáticos. En este sentido entonces, y
de acuerdo a una tradición muy arraigada en los ámbitos de la teoría y de la ciencia, o
epistemología, lo común es rechazar que las conclusiones que se obtienen a partir de premisa
que expresan leyes de la naturaleza, o generalizaciones de la vida diaria, la sabiduría popular, la
“opinión pública” u otras fuentes de este estilo, sean estrictamente deducciones. Si, por
ejemplo, se anticipa la preposición “Si se abandona este ladrillo en el espacio libre caerá” como
una aplicación de la ley de la gravitación terrestre, no se acepta --de acuerdo a las doctrinas
epistemológicas corrientes-- que se diga que tal proposición ha sido deducida. No hay nada de
contradictorio --así se arguye-- en que a un pueblo abandonado en el espacio caiga; pero una
proposición estrictamente deducida (así se sigue arguyendo) no pude negarse sin ir a parar a
una contradicción.
Pero, también en el caso de la deducción, como en el caso de las categorías modales de
que se habló más atrás, existen hábitos lingüísticos seguramente de muy superior extensión, de
arraigo muy hondo y de sentido contrario a este que acabamos de exponer y que inspira la

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lógica formal. De acuerdo a estos hábitos, Sherlok Holmes se caracteriza, si por algo, por su
gran poder deductivo; y así también todas las ocasiones --no solo en aquellas en que asistimos
a la aplicación de un principio científico, a un caso a particular -en que se emplean
proposiciones generales aplicándolas como fundamento de otras particulares son otras tantas
ocasiones en que nos es presentado un caso de deducción. Así, de acuerdo a estos hábitos
muy arraigados en el lenguaje de todos los días, el carácter deductivo no lo adquiere un
argumento por la naturaleza de sus premisas sino por la forma en que éstas y la conclusión
aparecen --forma que se resuelve en la conclusión de las premisas.
Por ejemplo, cuando una dueña de casa echa las papas a la basura después de escuchar
las noticias de la mañana en que la radio informó que las papas que entraron a mercado al día
anterior fueron cultivadas en terreno contaminado, su acción esta fundada en una fácil y pronta
deducción. Su vecina, que la observa a través de la verja trasera, seguro que va pedirle la
“razón” (que es la premisa mayor, ¿verdad?) de lo que hace; y cuando se la diga, va a salir
volando a eliminar también las papas suyas. Y otro tanto va hacer, cuando la vea así de agitada
y conozca la razón la vecina de la casa opuesta; y la de la que sigue y la de más allá. Y una ola
deductiva va invadir todo el barrio y todas las papas van a ir a parar a la basura.
Este ejemplo ¿podría bastar para orientarnos sobre la extensión del termino “deducir”
de acuerdo a hábitos populares opuestos a los que por todas partes patrocina la lógica escolar?
Cuando alguien deja de fumar al enterarse de que la nicotina produce cáncer, su decisión se
apoya en una deducción, cuando la empleada de la casa saca el tarro de la basura al oír la
campanilla, no se esta moviendo como un perro de Pavlov si no haciéndolo de acuerdo a una
deducción que se funda a su vez en el acuerdo de anunciar el carro de la basura haciendo sonar
una campanilla. El que ordena a su corredor vender sus acciones, por las cotizaciones que
vienen en el diario, está aplicando una regla general al caso suyo. El que revisa el techo de su
casa a fines de otoño, lo hace aplicando un principio general acerca de las cosas que ocurren en
invierno. ¿Y qué decir del que --casi todo en una fracción de segundo-- mira por el espejo
retrovisor, inspecciona el velocímetro, gira el volante y presiona el acelerador? ¿Cuántas leyes y
cuántos silogismos van como engarzados en secuencia sinóptica y en un lapso tan breve? Se
trata de adelantar un vehículo en el camino. La mirada al espejo retrovisor es un gesto
automático, no cabe dudas. Pero hay una regla tras el gesto. No sólo una en verdad --yendo
desde las reglas del tránsito en las carreteras hasta terminar en las de la reflexión en espejos en
relación con el espejo retrovisor. La inspección del velocímetro se relaciona con el máximo de
velocidad en la carretera --porque hay que acelerar--, con la velocidad del vehículo que corre
delante, con el control de la operación por realizar. Como digo, todos los pasos de la entera
operación pueden considerarse como movimientos automáticos. Pero fueron aprendidos, una
vez, y al aprenderlos los percibíamos como aplicaciones de reglas generales, reglas que han
quedado ahora fuera de la zona consciente de la operación, pero que no por eso son menos los
principios en que se apoya la operación entera. ¿Y qué decir del que riega las plantas, el que
poda sus árboles, el que corta sus uñas, el que echa café en el platillo, el que abre su paraguas,
el que se lanza a la piscina, el que corre para alcanzar el bus, el que busca la sombra de los
árboles, el que saca su perro a caminar, el que paga sus deudas, el que estaciona su coche, el
que gira la llave para abrir la puerta, el que presiona el interruptor para encender la luz, el que
arregla sus bigotes, plancha sus pantalones y lustra sus zapatos? Ninguno piensa seguramente
en las reglas generales que implica y aplica mientras actúa. Pero, todos seguramente también,
sabrían exponerlas si les preguntáramos, diciendo, por ejemplo, que todas las plantas necesitan
agua, que las uñas crecen sin cesar, que el calor se pierde en proporción de la superficie, que la
tela del paraguas es impermeable, que el encierro torna agresivos a los perros, que las deudas
impagas incrementan el interés, que los coches estacionados pagan multa, que al girar la manilla

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retrocede el picaporte, que al cerrar el circuito eléctrico la ampolleta se enciende, que el pelo
(como las uñas) crecen sin cesar, que la humedad, la presión y el calor estiran la ropa, que el
betún limpia y buñe el cuero. Y claro, estos son principios generales que se ofrecen los
primeros cuando uno considera los ejemplos anteriores; pero hay muchos más, tantos que no
es seguro que termine uno de enumerarlos. Lo que importa aquí es la de colegir su vastísima
extensión y su presencia implícita muchas veces, explícita otras, entre implícitas y explícita
muchas otras también. Eso y, además, la seguridad y firmeza de su empleo y status. Porque
sería ridículo siquiera considerar que intervengan en nuestra conducta de todos los días como
los abogados de la lógica teórica quisieran hacernos creer que intervienen --es decir, como
meras probabilidades, como si muy bien pudiera ser que las plantas un buen día requirieran
arena en vez de agua para crecer o que la lluvia subiera en vez de bajar o que los espejos
absorbieran la luz en vez de reflejarla (por lo cual tendríamos que pretender que hay deducción
alguna en nuestro comportamiento de todos los días sino puro instinto, costumbre y cálculo
práctico)
Pero sea de esto lo que sea, lo que nos interesa es apuntar a una extensión inexhaustible
de operaciones implícitas, semi-explícitas o explícitas en nuestras acciones que, así como el
tejido de esos enormes gobelinos en que se nos presenta una historia llena de personajes y mil
detalles pero toda construida con elementos simples y siempre los mismos, así también hasta
en los últimos más imperceptibles detalles de nuestra actividad de todos los días y todos los
lugares se encuentran reiterados y vueltas a reiterar, las cuales operaciones consisten en una
muy simple combinación de algo universal y algo particular que bien merece el nombre de
deducción que ordinariamente recibe.
En este reconocimiento de los usos en el lenguaje de todos los días de palabras como
“deducción”, “deducir”, “deductivo”, --como se habrá notado ya-- está operando la distinción
que Toulmin identifica con los nombres de fuerza y criterio. En todos los dominios, la fuerza
de expresiones como “deducir” y “deducción” es la misma y consiste en imponer una
proposición particular desde que se acepta una proposición universal o general. La generalidad
de una proposición --su forma de proposición general-- es todo lo que necesita para inferir una
proposición particular subordinada. Tal inferencia es deductiva por la generalidad de la
proposición, independiente de cómo se origine o establezca esa generalidad. Cómo se origine o
establezca una proposición general es asunto que se refiere al dominio de la proposición, y que
cambia de naturaleza yendo de un dominio a otro.

7. FUERZA Y CRITERIO: LA CATEGORÍA DE UNIVERSALIDAD

El último punto del párrafo anterior se refiere explícitamente a la distinción de fuerza y criterio
aplicada a las categorías de universidad y generalidad. Sí, por ejemplo, comparamos
proposiciones como “Todos los días sale el sol”, “Todos los hombres son mortales“, “Todos
los mamíferos son vertebrados“, “Todos los infractores del tránsito son multados“, “Todos los
asesinos tienen un motivo”, encontramos que la fuerza de la palabra “todos“ es la misma en
todos los casos, y se refiere a la distribución del predicado --es decir, que el predicado se aplica
idénticamente a cada uno de los individuos que forman la totalidad abarcada en el sujeto. La
fuerza es la misma, pero el criterio no. En el primer caso, el empleo de “todos“ se funda en la
rotación de la tierra y su posición respecto del sol; en el segundo, el ejemplo de “todos“ se
funda en la experiencia ordinaria; en el tercero, en la inclusión de una especie en un género o

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en un puro arreglo clasificatorio; en el cuarto, en un estatuto legal; en el quinto, en una obvia
constatación de sicología.
El caso de la particular lógica “todos” se presta muy bien para comenzar a atender el
argumento de Toulmin. Sus varios usos son populares, por una parte. Pero, sobre todo, siendo
esta partícula algo así como la materia básica del razonamiento silogístico, el hecho patente de
que se preste a la aplicación de la distinción fuerza-criterio adquiere notable significación
cuando se enfrenta el gran tema de la lógica teórica o pura y la lógica teórica o aplicada. En la
escuela nos enseñan que todas las operaciones del silogismo se reducen a una sola: al famoso
esquema argumental que conocemos con el nombre de Barbara, y que se anota así:

Todos los M son B


Todos los A son M
Todos los A son B

La simplicidad, elegancia y evidencia del esquema argumental Barbara, junto con la


prueba dada por Aristóteles de la reducción de todas las formas silogísticas a este esquema y,
así, --de acuerdo a una explicable y arraigada aspiración intelectual-- la reducción de todas las
formas de todos los argumentos a un simple principio, me parece un factor de primera
magnitud en el surgimiento de una lógica teórica o pura, en oposición a una lógica práctica o
aplicada. Si, por otra parte, se considera este esquema argumental, Barbara, con ayuda de la
distinción fuerza-criterio, resulta obvio que la partícula “todos” en él está reducida a la
abstracción de su mera fuerza, con prescindencia de los criterios de aplicación. El modo
Barbara, entonces, no es más que una implicación de lo que hemos dicho de la fuerza de la
partícula lógica “todos”. De acuerdo a la fuerza, de la partícula “todos” requiere que el
predicado se aplique idéntico a todos los miembros del sujeto, lo que es la esencia misma del
modo Barbara (Todos los A, siendo un parte de todos los M, tienen el predicado B que es el
predicado de todos los M). Decimos, pues, que una abstracción así, Barbara, ha suscitado la
noción de lógica pura y ha concentrado las esferas en que al aplicarse este esquema argumental
queda como intocado --por ejemplo, de los objetos matemáticos, la esfera de las especies
naturales, la de las clasificaciones convencionales-- con otras en que el criterio de aplicación se
hace sentir frente a la fuerza --por ejemplo la esfera de las ciencias naturales, las ciencias
sociales, la práctica cotidiana en general.
En otras palabras, una vieja tradición lógica de la que se origina la lógica teórica ha
puesto sistemáticamente el énfasis sobre la fuerza de la partícula “todos” (y no sólo sobre la
partícula “todos” sino sobre la constelación entera de las categorías argumentales, como irá ya
percibiendo el lector) con el resultado de dejar de lado, olvidados y abandonados, los criterios
legítimos de aplicación de esta partícula en distintas esferas y niveles en beneficio tan sólo de
los que mejor calcen con su abstracta condición de pura fuerza. Así enfatizada la fuerza y
desalojado el criterio, los casos en que la partícula lógica “todos” aparece empleada más allá de
los ámbitos abstractos de la clasificación y las ficciones (matemáticas, zoología, botánica,
disciplinas clasificatorias en general) son considerados como “aplicaciones” de dicha partícula,
como formalizaciones imperfectas en un dominio factual, empírico, aleatorio, reacio en última
instancia a la realización de la forma lógica pura.
Por todo lo cual se puede percibir --por el reverso como si dijéramos-- la importancia
de la distinción fuerza-criterio para una representación más adecuada inteligente y coherente,
de la lógica. Porque, haciendo la distinción, no nos queda más que tener siempre a la vista sus
dos miembros. Separarlos estrictamente es pura abstracción, y en última instancia falsificación.
Pero, teniéndolos siempre a la vista, el segundo de ellos, el criterio, va a impedir que la

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partícula “todos” (y no sólo ella, como ya dijimos, sino la constelación entera de las categorías
lógicas) se levante a las alturas de la pura abstracción y, por el contrario, la va a obligar a
identificarse con sus presentaciones en las distintas esferas y niveles argumentales,
considerándolas como presentaciones suyas y considerándose a sí mismas nada más y nada
menos que la totalidad de esas presentaciones, como el conjunto de sus manifestaciones
alternativas en las distintas esferas en que real y concretamente nos encontramos con el
argumento lógico.

8. LA CUESTIÓN DE LA UNIDAD DE LA LÓGICA:


MODELO MATEMÁTICO Y MODELO JURÍDICO

Como la distinción entre los aspectos invariables y los aspectos variables del argumento, así
también la distinción entre la fuerza y criterio se pone a la vista gracias al cuidado de mantener
frente a nosotros y sin pérdida el despliegue del argumento en sus instancias prácticas. Sí no
hiciéramos distinciones como éstas estaríamos auspiciando lugar a la noción del argumento
como una forma idéntica y única en cada instancia de aplicación y en cada esfera de aplicación.
La lógica sería la ciencia cuyo objeto es esta forma única e idéntica de todo argumento y el
modo diferente como esta forma aparece ante nuestros ojos en las distintas esferas del
argumento ya no sería cuestión que compitiera al lógico teórico. Esta es la seducción, obvia y
explicable, que Toulmin trata de inhibir desde el inicio mismo de su elaboración recurriendo a
las dos distinciones fundamentales entre los elementos invariables y variables del argumento,
de un parte, y la fuerza y el criterio, por la otra. Su razón para intentar algo así --como ya se ha
dicho-- tiene que ver con los resultados de aplicar aquella noción del argumento como forma
única e idéntica, que no han sido otros que la separación de la lógica teórica, su altanería y
desdén de la practica argumental.
Así, entonces, la búsqueda de un lugar para la lógica práctica --la lógica que emplean el
humanista, el científico, el jurista, el político, el periodista, el educador, el escritor, el hombre
de la calle--, un lugar que le niega la lógica teórica elevada al rango de lógica matemática, al
Olimpo de las paradojas sin respuestas y las discusiones inútiles, lleva, en primer lugar, al
abandono de esta misma lógica; enseguida, a la aceptación de un mismo plano de atención de
todas las esferas de la práctica argumental; a continuación a una distinción básica entre los
elementos invariables y los elementos variables de todo argumento; y, finalmente, a la
distinción fuerza y criterio, que Toulmin destaca en algunas categorías modales --posibilidades,
probabilidades, imposibilidad-- pero que ciertamente vale en general para todas las categorías
lógicas (algo que hemos comenzado a mostrar y que seguiremos mostrando cuando la ocasión
se presente).
Para insistir con toda esta secuencia metodológica Toulmin tiene que ver con las
exigencias del punto mismo de partida: las que se refieren a la lógica, a las aplicaciones del
argumento en nuestra práctica de todos los días. La distinción entre elementos invariantes y
elementos dependientes en todo argumento no es más que una expresión técnica y operatoria,
de la relación que no debe por nada removerse entre una lógica general y sus especificaciones
en las distintas esferas del argumento. Y otra expresión de lo mismo es la distinción entre la
fuerza y el criterio en el empleo de las categorías lógicas. No hay una esfera del argumento (por
ejemplo, las matemáticas) que posea el monopolio de las categorías lógicas de necesidad,
imposibilidad, deducción, demostración, etc. Necesidad, imposibilidad, deducción,

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demostración, etc., están distribuidas en todas las esferas del argumento; y todo lo que pueda
mostrarse como diferencia yendo de un esfera a otra, dice relación con la esfera en que dichas
categorías se aplican --es decir, con los criterios de aplicación y no con la fuerza que es la
misma en que todas partes. Así y todo, parece cosa innegable que no podemos hablar de las
distintas esferas del argumento sin implicar algo común a todas ellas. ¿Cómo, si no, podíamos
hablar de argumento? De manera que parece seguro decir: la lógica como ciencia, tiene por
objeto el argumento qua argumento. Toulmin no esta en desacuerdo con una noción así. Sólo
que no está de acuerdo con una generalización de la lógica que la deje reducida a un capítulo de
las matemáticas --de manera que al devolvernos del plano teórico al práctico sólo aceptemos
los argumentos matemáticos, o lo que hay de matemático en los argumentos que practicamos.
Con un rechazo así, surge la noción de la lógica como una generalización que comprende su
forma general misma la entrada para cada una de las distintas esferas del argumento, de modo
que no se considere cada esfera articulada en la forma general por lo que tiene de matemático
sino que la forma general la articule directamente, con toda su especificidad. Parece simple de
decir, pero ¿cómo se logra una forma general de estas características? Esto por lo menos es
seguro: que para lograrla es necesario tener a la vista todas las esferas prácticas de la actividad
argumental.
La tarea parece una más de nuestros años de escuela elemental: ¿Qué ocurre cuando
argumentamos? ¿En que consiste argumentar?. La respuesta tiene que ser tan articulada como
para que ninguna de las esferas de la actividad argumental se desvanezca para siempre en la
abstracción. Veamos que sugiere Toulmin.

“La lógica se ocupa de la legitimidad (soundness) de las demandas (claims) que hacemos --
de la solidez de los argumentos a que recurrimos para sostenerlas, la fuerza del apoyo
(backing) que les damos-- o, para cambiar de metáfora, de la causa (case) que
representamos en defensa de nuestras demandas. La analogía implicada en esta última
manera de presentar el asunto puede ser una real ayuda. Olvidémonos, pues, de la
sicología, la sociología, la técnica y las matemáticas dejemos de la lado los ecos de ingeniería
de estructuras y de collage de palabras como “fundamentos” (grounds) y “apoyo” (backing)
y tomemos como modelo la disciplina de la jurisprudencia. La lógica (podemos decir) es
jurisprudencia generalizada. Los argumentos se pueden comparar con las causas (law suits)
presentadas en los tribunales; y las demandas que hacemos y en favor de las cuales
argüimos en contextos extra legales con las demandas que se hacen en los tribunales. Las
causas que se presentan justificando cada demanda se pueden comparar unas con otras.
Una tarea principal de la jurisprudencia es caracterizar los fundamentos del proceso legal:
los procedimientos mediante los cuales las demandas legales se plantean, disputan y deciden,
las categorías que al respecto se emplean. Nuestra investigación: trataremos, de modo
similar, de caracterizar lo que puede llamarse el “proceso racional”, los procedimientos y
categorías en que las demandas en general se esgrimen y deciden.” (p.7)

Toulmin habla de modelo matemático a propósito de los intentos contemporáneos de


la lógica teórica. En relación con otros intentos de más dudoso prestigio, habla de modelo
psicológico, sociológico, y técnico (este último en relación con la concepción de la lógica como
arte de pensar). En la cita hecha, describe su propio enfoque con la frase “analogía legal”. El
mismo, además, en la cita que hacemos, habla de tomar la disciplina de la jurisprudencia como
modelo. Todo esto podría indicar, también en este autor, una concepción general de la lógica
en términos de modelos, metáforas y analogías, como si la lógica fuera, si no una abstracción

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matemática, de todos modos una abstracción. El texto que sigue al recién citado, en que la
noción de la lógica como jurisprudencia generalizada se enfatiza:

“En verdad, puede uno preguntarse: ¿es esto propiamente analogía? Cuando hayamos visto
hasta dónde puede llevarse el paralelo de ambos estudios (lógica y jurisprudencia), podemos
sentir que el término “analogía” es demasiado débil, y el término “metáfora” positivamente
engañoso; incluso, que los procesos judiciales son un tipo especial de disputa racional en que
los procedimientos y reglas del argumento se han consolidado en instituciones. Ciertamente,
nadie se sorprende de encontrar un profesor de jurisprudencia considerando --como
cuestiones de su especialidad-- problemas que nos son familiares por los tratados de lógica --
por ejemplo, problemas sobre la causalidad-- y para Aristóteles, en Atenas, la distancia
entre los argumentos en los tribunales y los argumentos en el Liceo o el Ágora debe haber
parecido aún más escasa de lo que nos parece a nosotros.” (p. 7 y 8)

El pasaje parece no admitir dudas: aunque Toulmin emplea expresiones como


“analogía”, “paralelo”, “modelo” para referirse a la relación entre la lógica y la jurisprudencia,
esta última es más que todo eso. Diciéndonos que el término “analogía” es débil para expresar
la relación entre lógica y jurisprudencia, diciéndonos que los procesos judiciales son un tipo
especial de disputa racional y que los profesores de jurisprudencia tratan como propias
cuestiones que a nosotros nos son familiares por los tratados de lógica, ¿qué más puede estar
diciéndonos Toulmin si no que la lógica y la jurisprudencia son idénticas? Pero ¿cómo se
presenta esta identidad? No parece haber una respuesta precisa a esta cuestión en los textos de
esta autor. Por una parte, sin discusión. La jurisprudencia es lógica; por otra, la lógica es
jurisprudencia generalizada.
De acuerdo a la primera proposición --la jurisprudencia es lógica-- uno podría
representarse las cosas así: la lógica, si prescindimos de las esferas en que aparece como
aplicada, no existe en absoluto. Esto quiere decir: no hay una suerte de entidad sistemática, un
cuerpo o estructura de categorías --la lógica-- que se aplique en una variedad de dominios, un
tema, para ejemplificar la imagen de H. H. Joachin, que recorra inmodificado la multitud de sus
variaciones. Lo único que hay son las aplicaciones de la lógica (sus especificaciones,
manifestaciones o expresiones, como sería más propio decir). De éstas, unas despliegan de
modo más entero --más complejo, articulado, libre y coherente-- lo que exhiben de lógico.
Eventualmente --y de acuerdo a una tradición muy favorecida por siglos-- la más perfecta
aplicación (especificación, manifestación) de la lógica estaría representada por las ciencias
matemáticas. Pero, de acuerdo al autor que nos importa aquí, la manifestación más entera de la
lógica se encontraría en las ciencias y artes del derecho y la jurisprudencia. Por lo cual,
estudiando la lógica en este nivel suyo de aplicación estaríamos haciéndolo con toda la ventaja
posible, en el más alto grado de extensión articulación y coherencia. Lo que no quiere decir que
con ello tendríamos el todo de la lógica bajo nuestra atención: porque la lógica es
jurisprudencia, cierto, pero es también todo el resto de sus aplicaciones en las ciencias, las artes
y las esferas todas en donde se despliega la actividad argumental.
De acuerdo a la segunda proposición --la lógica es jurisprudencia generalizada-- la
relación entre jurisprudencia y la lógica ya no es la misma. La jurisprudencia sería más que
meramente el medio (elemento o materia) óptimo de la aplicación de la lógica sino que,
además, como una base o punto de partida de generalización de la lógica. La noción es la de un
campo o dominio del argumento --la jurisprudencia, la actividad en los tribunales, las
discusiones y resoluciones sobre el curso propio de la ley-- en que la lógica se despliega y desde
donde se extiende a todos los dominios restantes en que la encontramos aplicándose. De

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donde resulta una situación que no puede menos que recordarnos la que estamos criticando y
desalojando. Porque, así como la lógica de modelo matemático postula que donde quiera que
se aplique o despliegue el argumento lógico es por relación al modelo matemático que se lo
mide y considera, así también la noción de la lógica como jurisprudencia generalizada postula
que son las formas jurídicas del argumento las que empleamos para apreciar lo que hay de
lógico donde quiera que el argumento se despliegue. La lógica, en esta versión no es un género
del que la jurisprudencia es una especie. Toda la lógica que hay esta en la jurisprudencia.
Investigar el aspecto lógico de la jurisprudencia es lo mejor puede hacer un lógico y, en verdad,
es todo lo que puede hacer.
Sea todo esto como sea, es la segunda versión de la relación entre lógica y
jurisprudencia (de la primera algo hemos dicho ya y más seguiremos diciendo) la que se
muestra más consistente con toda la elaboración de Toulmin. La impresión que recoge el lector
en estas páginas es de pugna abierta entre dos especificaciones o modelos --el matemático y el
jurídico-- ubicados en niveles de abstracción todo lo opuestos que se quiera: muy levantado el
matemático, muy a ras del suelo el jurídico. La lógica, en el nivel matemático de abstracción,
despliega de modo restringido sus categorías. Por el contrario, la jurisprudencia, despliega
todas las categorías lógicas y exhibe todas las distinciones, dando lugar a una aplicación o
especificación de la lógica menos rígida y más articulada. Seguramente es recomendable aquí
citar por extenso.

“Desde Aristóteles, es costumbre analizar la micro-estructuración de los argumentos de


manera muy simple: premisa mayor; premisa menor; luego conclusión. La cuestión se refiere
a si esta forma corriente es suficientemente elaborada o completa. Desde luego, la
simplicidad es un mérito. Pero, en este caso, ¿no será demasiado alto el costo? Podemos
propiamente, clasificar todos los elementos de nuestros argumentos bajo las rúbricas
“premisa mayor”, premisa menor, y “conclusión” o son estas categorías engañosamente
escasas? ¿Hay siquiera suficiente semejanza entre la premisa mayor y la premisa menor
como para juntarlas bajo la denominación común de premisa?
La analogía con la jurisprudencia arroja luz sobre estas preguntas. Dicha
analogía nos conduce de modo natural a adoptar un padrón de mayor complejidad que la
habitual; porque las cuestiones que estamos formulando aquí son versiones más generales ya
familiares en jurisprudencia, y en este dominio más especializado se ha elaborado una
batería completa de distinciones. Un filósofo jurídico se pregunta: ¿qué especies diferentes de
proposiciones surgen en el curso de una causa legal y en que diferentes sentido pueden ellas
adquirir la legitimidad de una demanda legal? Esta ha sido y sigue siendo una cuestión
central para los estudiosos de jurisprudencia, y pronto veremos que la naturaleza de un
proceso legal no puede ser comprendida sin desplegar un gran número de distinciones. Las
expresiones legales tienen muchas distintas funciones. Declaraciones de demanda, evidencias
e identificación, testimonios sobre los hechos en disputa, interpretaciones de un estatuto, o
discusiones sobre su validez, demandas de excepción respecto de la aplicación de una ley,
prueba de atenuantes, veredictos, sentencias. Todas estas especies diferentes de proposiciones
tienen su parte que desempeñar en el proceso legal, y las diferencias entre ellas en la práctica
distan mucho de ser insignificantes. Cuando nos volvemos desde el caso especial de la ley
para considerar los argumentos racionales en general, enfrentamos inmediatamente la
cuestión de si estos no deben ser analizados en términos de un igualmente complejo conjunto
de categorías. Si hemos de poner a la vista nuestros argumentos con entera abertura, y
entender adecuadamente la naturaleza del “proceso lógico” no cabe dudas de que para ello

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se requiere un padrón argumental en ningún caso menos complejo que el requerido por la
ley”. (p.96)

He aquí un pasaje que se presta muy bien para apreciar el sentido en que, de acuerdo a
Toulmin, la jurisprudencia es lógica. Pero, mi interés al citarlo aquí se refiere a la cuestión más
general que estoy empezando a presentar (y que por ahora dejo de lado) sobre la naturaleza de
la lógica.
Reiterando y resumiendo nuestras apreciaciones de las nociones de este autor sobre
dichas materias: para él, las distintas esferas del argumento --que aquí identificamos sin más
cuidado como la esfera de las ciencias matemáticas, naturales, sociales, la técnica, la
administración, etc.-- son, en cuanto esferas del argumento, especificaciones del género
“lógica”. Pero, no lo son en un sentido que a nosotros nos importa identificar y presentar --es
decir, no lo son en el sentido en que la lógica sólo consiste en estas especificaciones y no hay
más lógica que la totalidad de las especificaciones de la lógica-- sino que estas especificaciones
se contrastan con un dominio genérico, el dominio de la lógica propiamente tal, y respecto del
cual todas las leyes inferenciales que podamos recolectar en las distintas esferas del argumento
no son más que casos especiales de leyes más generales y puramente lógicas. Eso, en primer
lugar. En segundo, estas esferas del argumento aparecen como en escalas o niveles de
abstracción. En cada uno de estos niveles, la lógica se presenta (especifica, actualiza, expresa,
manifiesta, determina, son expresiones que se pueden emplear también sin entrar en
precisiones) en diferentes grados de complejidad. Por lo menos, Toulmin destaca dos de estos
niveles: el nivel de la jurisprudencia y el nivel a que tradicionalmente se recurre para presentar
la lógica y que --aunque no es, ni con mucho, detallado en esto-- Toulmin identifica como el
nivel de las abstracciones matemático-lógicas. Nos dice este autor que el número de categorías
y distinciones lógicas en este nivel de presentación de la lógica teórica es escaso en
comparación con el número que se presenta en el nivel jurídico; y que un estudio de la lógica
que sea el más adecuado, el más completo que podamos obtener tiene que emplear un patrón
argumental no menos sofisticado que el que se emplea en jurisprudencia.
Diciéndolo más brevemente todavía: el género “lógica” se especifica en esferas
alternativas --matemáticas, física, sociología, etc.-- con variable restricción de sus categorías y
distinciones propias. El estudio más adecuado de la ciencia lógica, por tanto, debe tomar como
punto de partida aquella especie en que el género “lógica” encuentre el medio (elemento,
materia) más propicio para expresar a su través las categorías y distinciones propias del genero
--y esta especie (nos dice Toulmin) es la jurisprudencia. Sólo el estudio de la forma argumental
propio de la jurisprudencia asegura estas dos cosas: primero, una aproximación lo más entera a
la lógica como tal; y, segundo, una garantía en lo más apropiada de la aplicación de la lógica.

9. APROXIMACIÓN AL EMPLEO DEL MODELO JURÍDICO

Aunque lo que Toulmin propone no viniera en última instancia a parar en otra cosa que en la
sustitución del modelo matemático por el jurídico y, así, no significara todavía otra cosa que la
restricción de la lógica a sólo una de las esferas de su aplicación, todavía tendríamos que
reconocer que la actividad jurídica es (si no la que más) una entre las aplicaciones de la lógica
que mejor se prestan para una captación detallada y comprensiva de la “disputa racional”. Ni
en ciencias ni en matemáticas quedan tan a la vista como en los tribunales las múltiples fases,

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los principios y categorías las antítesis y divisiones, en fin, toda la dialéctica del proceso
racional; y no tiene la expresión “disputa” --de aplicarse en le caso de los certámenes
científicos-- la adecuación y el colorido que adquiere cuando se la aplica (por nombrar una
parte del fenómeno entero) a los alegatos que presenciamos en los tribunales. Quizá otro
candidato de parecidas cualidades se presente en las actividades de las distintas instituciones
que resuelven cuestiones políticas --administrativas-- congresos, senados, consejos, asambleas,
gabinetes, etc. en tales casos, también las proposiciones que terminan por imponerse lo logran
solamente después de un examen racional meticuloso de acuerdo a procedimientos y reglas que
han alcanzado muchas veces el status de sólidas instituciones. Pero hay tal riqueza de
distinciones, tal variedad de detalles, tal amplitud de casos y todo ello tan diversa y
detalladamente codificado en los procedimientos de la ley en los tribunales y además tan
específica y concretamente aplicado, tan próximo a la vida y la practica de las personas reales,
que es dudoso que en ninguna otra esfera se de lugar a la encarnación de todo el rigor de la
lógica como en la jurídica.
La contraposición entre el modelo matemático y el jurídico comienza a hacerse sentir
tan pronto tenemos a la vista el esquema argumental que Toulmin construye partiendo de su
analogía jurídica y con vistas a ser aplicado en todas las esferas del argumento.
La escuela de todos lo días nos tiene habituados a considerar cada vez que
argumentamos la siguiente y muy simple figura inferencial:

A implica B;
A;________
Luego B.

Esta figura operaría más o menos así: requeridos de dar razón o prueba de una
proposición que hemos afirmados sin más preámbulos (por ejemplo, la proposición “B”), lo
hacemos recurriendo a otras proposiciones (en este caso, las proposiciones “A” implica “B” y
“A”). Por ejemplo, si digo “Ole no es católico” y la persona a quién me dirijo se queda
mirándome como a la espera de confirmación, puedo agregar “¡Bueno!... Es sueco. ¿no?” Ante
lo cual mi interlocutor puede insistir: “Pero,... ¿no hay suecos católicos? Todo este
intercambio, en lo que importa a la lógica, supone que mi interlocutor implica de parte mía un
argumento así:

(1) Los suecos no son católicos;


Ole es sueco;____________
Luego, Ole no es católico

Pero, no sólo eso implica con su intervención mi interlocutor. Implica, además, que mi
inferencia no le parece lógica o --lo que es lo mismo para él --que no le parece inferencia en
absoluto. Y la razón es que la parte universal de las premisas (la llamada premisa mayor) le
parece de muy dudoso status.
Q, en lugar de considerar la parte universal del argumento (que los suecos no son
católicos) mi interlocutor puede atacar la particular, (la llamada premisa menor) y preguntar:
“¿Y como sabe ud. que Ole es sueco?”; y mi respuesta “Acabo de leerlo en la prensa” puede
contrarreplicar sin darse mucho trabajo. “¿Así que da ud. por sentado lo que lee en el diario?”
Implicando esta vez de mi parte (y acatando, de parte suya) algo como:

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(2) Lo que se lee en el diario es verdadero
Leí en el diario que Ole es sueco_____
Luego, Ole es sueco

Se observará que el ataque de mi interlocutor sobre la premisa menor de mi argumento


(1) se transforma en el ataque de la mayor del argumento (2).
No hay que decir que, en vena de desarmar todo lo que pueda presentar como prueba
de la premisa menor “Ole es católico” mi interlocutor puede desbaratar todo intento de parte
mía con agudezas como “¿De modo que vió Ud. su pasaporte?” “¿Y va decirme que toma Ud.
por auténtico todos lo pasaportes que ve?” o “¿Así que el mismo Ole se lo dijo?” “¿y toma Ud.
a la letra todo lo que la gente el diga?” Las suyas son preguntas retóricas, como se las llama,
con las que mi interlocutor declara ineptas sucesivamente, las premisas mayores de los
argumentos:

(3) Lo que dice el pasaporte de Ole es verdadero;


El pasaporte de ole dice que Ole es católico;_
Luego, Ole es católico

(4) Lo que dice de Ole de sí mismo es verdadero;


Ole dice de sí mismo que es católico;_______
Luego, Ole es católico.

Llegados a un extremo como éste podemos encontrarnos a punto de llevar el asunto a


otro plano, alegando que con personas como este interlocutor mío simplemente no es posible
ninguna “disputa racional”. Pero, mucho más que de un estallido así resultará de armarse de
paciencia y hacerse cargo uno mismo del principio que pone en juego nuestro interlocutor.
Supóngase que un mismo va a todas las parroquias católicas que hay en le mundo y revisa
exhaustivamente los archivos de todas sin dejar uno, de modo que puede construir un
argumento así:

(5) Todos los católicos están inscritos en parroquias católicas;


Ole no está inscrito en ninguna parroquia católica;_______
Luego, Ole no es católico.

Pero, ahora haciendo funcionar también por nuestra cuenta las categorías y distinciones
lógicas de mi interlocutor, ¿quién nos dice que todas las personas católicas están inscritas en
parroquias católicas? ¿Quién nos dice que hemos visto todas las parroquias católicas? ¿Quién
nos dice que hemos visitado todas las parroquias? ¿y qué decir de los archivos, de todas las
veces cansado de atender pude saltarme el nombre Ole sin darme cuenta? Y suponiendo que
Ole no estuviera inscrito en ningún archivo de ninguna parroquia católica, ¿no podría así y
todo ser tan católico como el que más?
Parece claro, las dificultades de mi argumento con la proposición “Ole no es católico”
tienen que ver con el esquema argumental mismo que invita a su propia reiteración, entre
mecánica e impotente, escéptica y frívola. La sospecha surge de un énfasis en la fuerza de la
expresión “ argumento” con detrimento del criterio de aplicación. Como se dijo más atrás una
generalización de los esquemas lógicos debe comprender en sí misma la entrada para cada una
de las distintas esferas del argumento. Dicho con la distinción fuerza-criterio la palabra

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“argumento” debe aplicarse de modo que fuerza y criterio se equilibren, de modo que valga
igual por todas partes combinándose en todas partes con los criterios de aplicación. ¿Tiene
algo que ofrecernos al respecto el modelo jurídico de Toulmin?
Para la presentación del esquema argumental que Toulmin propone, mejor exponer el
ejemplo que él mismo emplea. Supongamos que declarando yo que Harry es súbdito británico,
mi conocido interlocutor frunza el entrecejo; y que arguyendo yo ahora que Harry nació en
Bermudas, lo frunza más todavía, como implicando que es justamente por eso que comenzó a
fruncirlo. Supongamos, además, que un poco más allá de la mesa en que conversamos mi
interlocutor y yo hay un amigo nuestro, justo abogado y británico, al que nos dirigimos para
que decida entre nosotros con más autoridad. Su discurso sería más o menos así: ”Lo más
probable es que, habiendo nacido en Bermudas, Harry sea en efecto un súbdito británico; por
que todos los nacidos en Bermudas lo son, de acuerdo a la ley británica. Tal conclusión, sin
embargo, no tendría curso en caso de excepción, rechazo o suspensión de la ley como, por
ejemplo, si ninguno de sus padres es súbdito británico, o Harry ha optado por otra
nacionalidad”. ¿Qué podría emprender aquí mi interlocutor en contra de la prueba lógica de la
proposición “Harry es súbdito británico”? Si pregunta si estoy seguro de la conclusión, lo
remitiré a la palabra “probablemente”, que encabeza la conclusión; si pregunta de donde
obtengo la premisa según la cual las personas nacidas en Bermudas son súbditas británicos, lo
remitiré e un estatuto legal; si pregunta si estoy seguro de que no hay excepciones, lo remitiré a
la enumeración explícita de los casos de excepción. La conclusión podemos decir, se ha
establecido con amplitud suficiente de cualificaciones como para satisfacer al más reacio. La
sola parte del argumento que un escéptico podría cuestionar se refiere al hecho en el
contenido: que Harry nació en Bermudas. Pero, teniendo criterios firmes para decidir que es un
hecho más allá de toda cuestión (en este caso, por ejemplo, el certificado de nacimiento de
Harry emitido por el registro correspondiente de Bermudas) el argumento en cuanto
argumento queda firme también en este respecto. Con una persona que duda de la realidad de
un hecho sin tener en cuenta los criterios por los cuales un hecho es un hecho --por ejemplo,
certificaciones, testimonios, manifestación a la vista de todos-- sencillamente no vale la pena
argumentar.
Si tomamos como guía este ejemplo de prueba de la proposición “Harry es súbdito
británico”, encontraremos que es bien adecuado a la analogía jurídica, puesto que se puede
decir, en general, que toda la actividad en los tribunales se reduce a establecer que ciertos
hechos caen bajo la aplicación de una ley y que implican así con consecuencias legales
estipuladas en el acta legal, estipuladas como necesarias a partir de estos, aunque sujetas a
condiciones de excepción también estipuladas o a estipular bajo la acción de la judicatura. La
analogía jurídica, entonces, permitiría pasar desde esta figura del argumento legal al dominio
legal del argumento práctico. La figura del argumento legal se puede abstraer a partir del
ejemplo de Harry, súbdito británico. Procederíamos así: Harry nació en Bermudas; este hecho
tiene por consecuencia que Harry es súbdito británico; ¿por qué? Porque las personas nacidas
en Bermudas son súbditas británicos; ¿por qué? Porque un estatuto legal así lo estipula; pero,
¿es un hecho que Harry es súbdito británico? No, es sólo presumible que lo es; ¿por que solo
presumible? Porque hay casos en que la ley se exceptúa, como cuando nuestro Harry opta por
otra nacionalidad o sus padres no son, ninguno de ellos, súbditos británicos.
Las partes que intervienen en el argumento son, entonces: el hecho (Harry nació en
Bermudas); la consecuencia o conclusión (Harry es súbdito británico); la garantía o
autorización (Las personas nacidas en Bermudas son súbditos británicos); el respaldo (la ley
británica que establece que las personas nacidas en Bermudas son británicas); el cualificador

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modal (en este caso, “presumiblemente”); y las condiciones de excepción (en este caso,
excepciones como haber optado otra nacionalidad o ser hijo de padres no británicos).
En todo argumento, entonces, hay una conclusión que se obtiene a partir de un hecho
(o, mejor, un dato, o más de uno) mediante una garantía que autoriza el paso del dato a la
conclusión, garantía a la que corresponde un especifico respaldo, respaldo que determina la
modalidad de la conclusión y las condiciones de excepción a que esta se encuentra sometida.
Esquematizando de acuerdo a lo anterior y anotando las partes del argumento con la
iniciales de los nombres dados, queda lo siguiente:

D; luego, M C --debido a G (basada en R)-- a no ser que E2

No cuesta darse cuenta que este nuevo esquema argumental de procedencia jurídica
comprende dentro de sí la venerable figura argumental a que todos estamos habituados y de la
que tratamos al comienzo de este capitulo --es decir, con la simbología aquí empleada, la figura
(D, G, C): dato, garantía, conclusión. Solo que aquí dicha esta incorporada en otra,
ostensiblemente más adecuada a las variaciones del argumento en las distintas esferas de
aplicación.

10. APROXIMACIÓN AL MODELO JURÍDICO (CONTINUACIÓN)

Tomemos, una vez más, la proposición “Ole no es católico”. Para establecerla, en el punto
anterior, recurrimos al dato “Ole es sueco” y a la garantía “Los suecos no son católicos”; y a
nada más. El argumento, entonces, quedaba así:

(1) Ole es sueco; luego, Ole no es católico (debido a que los suecos no son católicos).

Si, ahora, atendemos a la formula o esquema argumental propuesto por Toulmin


veremos que (1) llena solamente las entradas para D, C, y G, en ese orden. Falta llenar las
entradas para M, R, y E. Mientras no cumplamos esto último, la prueba (1) “Ole no es
católico” va a quedar expuesta a las objeciones esbozadas en el punto anterior. Si, por el
contrario, presentamos el argumento con ayuda del esquema de Toulmin y llenando todas las
entradas que dicho esquema trae, la prueba de “Ole no es católico” queda así:

(2) Ole es sueco, luego, seguramente ole no es católico –debido a que los suecos no son
católicos (proposición basada en estadísticas que muestran que no más de un 5% de los
suecos pertenece a esta religión)—a no ser que caiga en el 5% de los suecos católicos.

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Toulmin dispone las partes en un arreglo diferente. Donde hemos puesto D, significando “dato”, él pone D, significando
“data”; donde hemos puesto C, significando “conclusión”, él pone C, significando “claim”; donde hemos puesto M,
significando “modalidad”, él pone Q, significando “modal qualifier”; donde hemos puesto G, significando “garantía”, él
pone W, significando “warrant”; donde hemos puesto R, significando “respaldo”, él pone B, significando “backing”.

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Y vemos, entonces, que las objeciones que se exhibieron en el punto anterior contra la
prueba “Ole no es católico” ya no tiene curso. Como se ve, examinando los argumento (1) a
(5) del capítulo anterior, dichas objeciones se reducen todas al cuestionamiento de lo que en la
figura tradicional del argumento se lama “premisa mayor” y que aquí recibe el nombre de
“garantía” (o, también, “autorización”). Dicho discurso de cuestionamiento parece fácil
mientras la universalidad de la premisa mayor no vaya cualificada. Pero, en el nuevo esquema
argumental que Toulmin propone no ocurre así. La garantía es la función más formal de todo
el esquema: estipula que una condición acarrea otra (si A nació en Bermudas, entonces, A es
súbdito británico) y todo cuestionamiento de su estipulación es asunto que nada tiene que ver
con ella sino con el resultado suyo. Así se resuelve el viejo problema de la premisa universal:
explicitando la función respaldo en el esquema argumental mismo. Mientras la función
respaldo, en su fuerza, es algo invariable y consiste en todas las esferas del argumento en el
suministro del fundamento de la garantía, su criterio de aplicación cambia de nivel argumental
a otro. Cuando, entonces, un objetante del argumento que prueba la proposición “Ole no es
católico” se propone cuestionar su garantía hay que decirle que está equivocado, que lo que
tiene que cuestionar no es la garantía sino el respaldo de la garantía. Pero, cuando se dirija al
respaldo con su cuestionamiento, va a encontrarse con que el respaldo de la proposición “Los
suecos no son católicos” consiste en averiguaciones estadísticas hechas al respecto con todo el
rigor que quepa exigir; y que por tanto no hay nada que cuestionar.
Desde luego, tenemos que contar con la posibilidad de un objetante que después de
todo esto, igual quede mirándonos como si no hubiésemos probado nada. Lo que tiene, en
primer lugar, que considerarse con las mismas distinciones que hemos estado ensayando aquí.
Porque “probar” es expresión a la que debemos aplicar también la distinción fuerza-criterio.
Probar es establecer una proposición a partir de otras. Tal es el sentido de la expresión
“probar” cualquiera sea la esfera de la prueba. Pero, los criterios de prueba varían de una esfera
a otra. El que nuestro objetante se quede mirándonos después de la prueba que le ofrecemos
de la proposición “Ole no es católico”, mirándonos como si no hubiésemos probado nada, no
es más que otra muestra de la persistencia del modelo lógico tradicional que sólo entiende de la
fuerza de las categorías y funciones lógicas y que prescinde sistemáticamente del criterio. La
conclusión del argumento es “Presumiblemente Ole no es católico”. Nuestro objetante no se
siente satisfecho. No se aviene a la noción de que tales son las proposiciones que se prueban
en la esfera argumental correspondiente. Confunde la esfera de las matemáticas, la esfera de las
abstracciones puras, con la esfera de los argumentos lógicos. Pide que la proposición “Ole no
es católico” se pruebe como la proposición “La tangente es perpendicular al radio de
contacto.” Insiste en el modelo matemático y, así, decide de antemano que no hay aplicación
de la lógica.
La garantía o autorización representa la función más característica del argumento
lógico. Así, la que más llama nuestra atención. El argumento lógico nos permite establecer una
proposición sin recurrir a la experiencia. Hay algo de prodigio en su operación, que nos atrae,
es la función garantía a la vista, puesto que ella consiste justamente en eso: autorizar el paso de
una proposición a otra. Pero, si la garantía es así, no es difícil ver que el respaldo es su
fundamento. No sólo en el respaldo se basa entera de la garantía, sino que por él se determina
todo el resto de las funciones que intervienen en un argumento. Cuando preguntamos por el
respaldo no solo estamos haciendo valer una cuestión de fuerza --en sentido de que en todo el
argumento debe haber un respaldo de la garantía-- sino, por sobre todo, una cuestión de
criterio. Puesto a la vista el respaldo, queda igual a la vista toda la especificación del argumento
--dicho que está estadísticamente establecido que no más de un 5% de los suecos son católicos,
esta dicho todo el resto sobre las funciones del argumento que permite ir desde “Ole es

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sueco”: la validez de la garantía, la relevancia del dato, el carácter del cualificador modal, la
especie de las condiciones de excepción.
El respaldo de la garantía puede variar al ir de una esfera a otra del argumento. Pero,
también, puede variar respecto de una misma garantía. Por ejemplo, la garantía “Los suecos no
son católicos” puede --en el caso de ser yo el que la respalda-- basarse en mi experiencia de
ocho años viviendo en Suecia y durante los cuales no he tenido ocasión de encontrarme con
un sueco que sea católico.

11. APROXIMACIÓN AL MODELO JURÍDICO (CONTINUACIÓN)

Está a la vista el fuerte contraste entre el esquema argumental ofrecido por Toulmin y los a que
estamos habituados por nuestros cursos y manuales de lógica. La oposición, como hemos
dicho y vuelto a decir, se origina en el propósito y la metodología de Toulmin: investigar si es
posible una lógica teórica --una lógica general o ciencia lógica-- partiendo de la exigencia y
manteniendo en todo punto la exigencia (ya desde los comienzos mismos de la investigación
lógica implicaba algo así al definir la lógica como la ciencia de la apodeixis, es decir, de los
debates y la demostración racional) de un contacto nunca cuestionado con las múltiples
esferas del argumento práctico. Es función de una exigencia así que Toulmin puede alegar por
qué su esquema argumental (o en todo caso algo de su especie) sea considerado, e incluso
preferido a las formas lógicas de empleo usual. Y es también a partir de una experiencia así que
el esquema argumental que resulta --si de verdad resulta uno-- puede dar lugar adecuadamente
a todas las formas como de hecho y en la práctica se presenta el argumento.
De donde, también, como hemos dicho ya, parece cosa a priori que el esquema que
resulte tiene que dar lugar al juego de dos especies de elementos presentes en toda instancia de
argumentación: los que dependen de la esfera en que el argumento se hace; y los que son
independientes de esta relación. ¿Cómo podría no ser así si el esquema argumental es abstraído
con la vista puesta en todas las esferas del argumento? En unas funciones, sin embargo, la
invariancia será más sensible que en otras. La función garantía, por ejemplo, como ya se señaló,
consiste en una regla automática de conexión que autoriza el paso del dato a la conclusión. Es
la función característica del esquema argumental y no varía todo ella entera al ir de una esfera a
otra. La función respaldo tiene el sentido invariante de dar soporte o fundamento a la garantía;
pero mientras la garantía opera siempre igual --vale en todas las esferas como una regla que
autoriza el paso del dato a la conclusión --el respaldo no es respaldo de la misma manera sino
que puede cambiar de una esfera a otra, e incluso dentro de una misma esfera. Por ejemplo, las
proposiciones “Todo chileno es latinoamericano” y “Todo árabe es mahometano” funcionan
igualmente como garantías, en el sentido en que haciéndolas funcionar, respectivamente, con
los datos “José es chileno” y “Kamal es árabe” permiten concluir igualmente “José es
latinoamericano” y “Kamal es mahometano”. Pero, si atendemos al respaldo, este no es de la
misma especie en ambos casos: Mientras en el primero, el respaldo proviene de la inclusión
clasificatoria de un conjunto en otro; en el segundo, el respaldo proviene de una averiguación
estadística --o, porque el respaldo puede variar respecto de una misma garantía, de una
inducción empírica o una implicación cultural. Por esto último, queda también a la vista como
el respaldo afecta el modo de la conclusión y a las condiciones de excepción. “José es
latinoamericano” es una proposición que resulta necesariamente del dato y el respaldo, y no
hay excepción que valga; “Kamal es mahometano”; en cambio, es, aunque casi segura, tan sólo

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presumible, cualquiera sea el respaldo a que recurra. Si, por otra parte, tomáramos como
respaldo para “José es latinoamericano” que todos los latinoamericanos hablan el inglés con
cierto acento, ya no sería una conclusión necesaria sino probable, y surgirían sin números las
condiciones de excepción.

12. UNA DISTINCIÓN FUNDAMENTAL: RESPALDO-GARANTÍA

No es nuevo lo que Toulmin nos dice sobre fuerza y criterio en nuestro empleo de los
cualificadores modales. Frases como “Físicamente imposibles”, “moralmente necesario”,
“estadísticamente irrefutable” se escuchan por todas partes, mostrando que la distinción, sino
la hace el lógico teórico, no escapa al hombre de la calle. Lo que sí es nuevo, o nada de
frecuente, es que llame la atención sobre una distinción con amplia y arraigada vigencia popular
y, sobre todo, que se la haga explícita y se detallen y establezcan sus implicaciones.
Tal cumplimiento acarrea la igual aplicación del vocabulario modal --posible, necesario,
imposible, probable, presumible, etc. en las distintas esferas del argumento-- es decir, la igual
fuerza de dicho vocabulario donde quiera se emplee-- al tiempo que su cualificación por los
criterios de aplicación que difieren de acuerdo a la esfera. Pero, la lógica teórica (y la lógica
tradicional) quiere necesidad sin cualificación. Así, la lógica teórica se reduce ella misma a la
vaciedad tautológica, a la necesidad hipotético-deductiva de las matemáticas. La lógica práctica,
por el contrario, cualifica la necesidad (y así hace uso instintivo y adecuado de la distinción
fuerza-criterio) diciendo: “físicamente imposible”; “moralmente necesario”, “estadísticamente
posible”, etc.
Nada muestra mejor la impotencia de aplicación de la lógica teórica que esta demanda
de una modalidad sin cualificación. Desde que se exige una proposición necesaria lo sea sin
cualificación se ha desterrado del mundo a la lógica para siempre y jamás. Dice Toulmin:

“Allí donde la posibilidad, la necesidad, y los términos afines se tratan en la práctica como
elementos dependientes, los lógicos teóricos reaccionan tratándolos como elementos
invariantes o, a lo sumo, conceden de mala gana que puede haber otros sentidos menos
rigurosos de palabras como “necesidad” que se emplean al hablar de causalidad, de moral y
cosas semejantes”.
(p.147-8).

Con respecto a la distinción entre garantía (o autorización) y respaldo, vale algo


parecido. En general, tiene sentido esperar que las distinciones que Toulmin introduce,
teniendo por base la práctica real del argumento en toda su variedad de aplicaciones y en
oposición a la lógica teórica de curso ordinario, no puedan menos que encontrarse bien a la
vista en esa práctica. La distinción respaldo-garantía se manifiesta en la interrelación coloquial
cada vez que damos lugar a expresiones como “especular”, “especulativo”, “especulación”, o
cuando pedimos por “más sustancia, menos palabras” o “hechos, no palabras” --significando
que la conversación está tomando una orientación puramente formal, vacía, hipotético-
deductiva, donde una garantía se combina con otra, y con otra y con otra, en un engarce de
nociones que nadie puede cuestionar en el nivel de la garantía pero que también nadie se
encarga de examinar en el nivel del respaldo. He aquí un impacto dramático enorme de los
hábitos que induce en el nombre de todos los días la lógica escolar: dejando inexplícita la

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distinción respaldo-garantía nos empuja a ver en el argumento pura garantía sin respaldo. ¿Qué
artefacto más apropiado para las operaciones y sutilezas de la desinformación, la propaganda,
la demagogia que esto justamente: garantía sin respaldo?
Acaso, la parte más original (pero, ciertamente, la más fundamental e instructiva) del
esquema argumental ideado por Toulmin sea ésta que explicita y pone en juego la distinción
respaldo-garantía. Como ya hemos visto, es gracias a esta separación de las dos funciones que
estamos en condiciones de aplicar el esquema argumental en las distintas esferas sin tener
problemas con los distintos criterios de aplicación válidos en cada una de ellas. La figura
argumental habitual

(1) A implica B;
A;_______
Luego B

resulta (como hemos insistido ya) demasiado estrecha para la variedad y modalidad de los
argumentos así como se preparan en la práctica de todos los días. Si por el contrario, aplicamos
un esquema argumental con entrada para el respaldo para la garantía, no tendremos problemas,
y más, hasta nos veremos naturalmente conducidos a explicitar los cualificadores modales de la
conclusión. Asignar el respaldo de la garantía es demandar que en todo el argumento se haga
explícito su fundamento, fundamento que variando de una esfera a otra asegurará que en cada
aplicación quede a la vista el argumento entero, con la modalidad de la conclusión y sus
condiciones de excepción. Se muestra así que la explicitación, distinción e inclusión del
respaldo en el esquema general del argumento es el acierto de Toulmin, puesto que evita y de
una vez para siempre la caída en alguna forma específica de rigor argumental --el rigor
argumental de las matemáticas, o el que sea-- con exclusión de los otros y el cual se propone
como si fuera el ideal de rigor del que todos los demás debieran tomar ejemplo y medida. No
sólo evita este extremismo la ingeniosa innovación de Toulmin sino que establece el vínculo
abandonado entre las formas generales del argumento y sus distintas esferas de aplicación. Para
insistir una vez más con ejemplos:

(2) Las personas que exceden el límite de velocidad son multadas;


José excede el limite de velocidad;_____________________
Luego, José es multado.

(3) Los mamíferos son vertebrados;


José es mamífero; _____
Luego, José es vertebrado.

(4) Los hombres son racionales;


José es racional;_________
Luego, José es racional.

(5) Los españoles son católicos;


José es español;_________
Luego, José es católico.

(6) Los católicos se bautizan de acuerdo al día en que nacen;


José es católico;_______________________________

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Luego, José nació el día de San José.

Los ejemplos (2)-(6) son aplicaciones de la figura argumental (1). De acuerdo a esta
relación, no hay qué hacer entre los argumentos; son formalmente idénticos, y toda
consideración sobre las respectivas conclusiones atañe a la materia, al contenido, no a la forma.
Si por el contrario, se modifica el esquema argumental tradicional dando lugar explícito a la
función respaldo, o lo que es lo mismo, dejando a la vista la distinción entre respaldo y
garantía, queda incorporada al argumento mismo la distinción materia-forma y ya no hay más
este encierro del argumento lógico en la impotencia de lo estrictamente formal. Esto de
acuerdo al esquema de Tolumin, se logra detallando en cada caso el respaldo de la garantía así:
en (2), el respaldo de la garantía consiste, sencillamente, en una disposición reglamentaria del
tránsito de vehículos; en (3), en la inclusión clasificatoria de una especie natural en otra; en (4),
en la implicación de un predicado en una definición; en (5), en una generalización estadística;
(6), en una convención o costumbre. Con tal explicitación del respaldo e incorporación del
mismo en el argumento, éste queda en cada caso adscrito a su esfera, tan válido dentro de sus
condiciones como otro argumento cualquiera dentro de las suyas.

13. LA NO EXPLICITACIÓN DEL RESPALDO Y LA GARANTÍA ES EL


HÁBITO TÍPICO DE LA LÓGICA TEÓRICA

Los problemas que crea en lógica teórica (escolar, tradicional, que no estamos haciendo aquí
distinciones entre estas expresiones) el descuido de la distinción garantía-respaldo pueden
explicarse por énfasis en la garantía y descuido del respaldo; pero también porque la distinción
no se hace y las dos funciones quedan confundidas en una misma operación. Considérese la
figura:

A es X;
Todos los X son Y;
Luego A es Y

La forma “Todos los X son Y” es una forma proporcional especial que llamamos
“premisa mayor universal afirmativa”. La forma negativa sería:

A es X;
Ningún X es Y;
Luego A no es Y

La premisa mayor universal aparece en esta especie de argumento sin indicación


ninguna sobre la distinción entre respaldo y garantía, de modo que podemos interpretarlas en
un sentido u otro. Es decir, así como aparece en los argumentos de texto, “Todos los X son
Y” puede interpretarse en sentido categórico (respaldo), como afirmando que hay evidencia
suficiente para atribuir a cada X el predicado Y; o en sentido hipotético (garantía), como
autorizando el paso desde la premisa menor (el dato) a la conclusión. Pero, si puede
interpretarse igualmente en estos dos sentidos, es claro que en tal forma argumental, las dos
funciones (garantía y respaldo) están en una misma expresión (premisa mayor).

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También, la simplificación que produce la lógica escolar, al hacer empleo uniforme de
expresiones como “Todos los X son Y” produce paradojas que desaparecerían tan pronto
explicitáramos en la forma argumental la distinción garantía-respaldo. El caso de fama más
larga sostenida (examinado también por Toulmin) es el de la no explicación existencial de las
proposiciones de la forma “Todos los X son Y”; un ejemplo favorable a esta doctrina podría
ser “Todos los centauros son bienamados de los lógicos”, proposición a la que probablemente
todos los lógicos van a dar su aceptación, pero que al mismo tiempo ninguno de ellos va
aceptar que existan los centauros. Seguramente, es una paradoja demasiado irritante que se
pueda amar una cosa que no existe; pero la noción es esa, que las proposiciones de la forma
“Todos los X son Y” pueden ser todo lo verdaderas, sin que ello signifique por sí sólo la
existencia de siquiera un X. Las disposiciones municipales suministran buenos ejemplos a
quienes sustentan esta doctrina. “Los que crucen con luz roja son multados”, por ejemplo, o
“Los que pisan el césped impiden el ornato público”, son sentencias que no vamos a dejar de
aceptar como sanas porque nos traigan la noticia de que jamás nadie ha cruzado con luz roja,
ni que nadie ha pisado jamás el césped. Pero, por otra parte, y reconociendo que el mundo de
las agitaciones sociales, políticas, la propaganda y medios de comunicaciones está poblado de
centauros, hay que reconocer también que lo normal es que empleando ordinariamente la
forma que “Todos los X son Y” para expresar una verdad estamos implicando muy
esencialmente que los X del caso existen a riesgo de no estar diciendo más que una estupidez.
Un sacudón así puede ilustrarse, por ejemplo, cuando habiendo dicho o escuchado a otro que
dice “Todo ciego tiene dificultades para desplazarse” alguien interviene comentando que ello
es así con toda seguridad aunque haya o no haya ciegos y que por lo tanto la cuestión de su
existencia es asunto aparte.
Las paradojas de la interpretación no existencial de la forma proporcional “Todos los X
son Y” desaparecen tan pronto se escinden en la estructura del argumento la función garantía y
la función respaldo --mostrándose así que es de su confusión de donde resultan. Por ejemplo,
“Todo ciego tiene dificultad para desplazarse” no podrá dar asidero a dicha interpretación no
existencial, porque haciéndose mención explícita del respaldo de la garantía, éste deja explícita
la información que tenemos --es decir, la reiterada una y cien veces y que muestra que las
personas ciegas tienen que ser asistidas cuando van de un punto a otro, o que lo hacen con
dificultad. Desde luego, el respaldo de la garantía, puede ser otro: en lugar de poner nuestra
experiencia como la base de la proposición universal “Todos los ciegos tienen dificultades para
desplazarse”, podemos alegar un vínculo formal entre visión y desplazamiento y deducir a
priori las dificultades del desplazamiento por la carencia de la visión. En este caso --y todos
vamos a estar de acuerdo sin impresión alguna de paradoja-- aunque no haya existido ni exista
una persona ciega, igual estaría respaldada la garantía “Todos los ciegos tienen dificultades para
desplazarse”. Dicho de otra manera, considerada la forma proporcional “Todos los X son Y”
como mera garantía, alguien puede sostener que la existencia de los objetos denotados por el
símbolo X no está implicada en dicha forma; pero, sería preferible decir que dicha cuestión de
existencia no tiene que suscitarse en este nivel del argumento; que justamente por hacerlo así
resultan las paradojas que es común encontrar en los manuales de lógica; y que si por el
contrario se planteara la cuestión en el nivel de las paradojas --que es el del respaldo de la
garantía-- ya no hay más paradojas.
La rigidez escolar que busca reducir todas las proporciones generales a la forma
proposicional “Todos los X son Y” (o “Ningún X es Y”) vale también en el caso de nuestra
lengua. Tenemos muchas maneras de expresar una relación general, y el intento de reducirlas
todas a una, no sólo atenta contra el vocabulario argumental sino que termina por encubrir
enteramente la distinción respaldo-garantía. Como dice Cook Wilson, debemos atender a las

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distinciones que aparecen en los niveles ordinarios del discurso, porque el hecho de que allí
aparezcan es un signo seguro de su realidad. Si en lógica teórica pusiéramos bien a la vista esta
norma, no tendríamos los problemas que tenemos entre lógica y práctica del argumento en el
caso de la distinción respaldo-garantía; por ejemplo, atenderíamos a las formas en que de
hecho se presenta la proposición general, y no fallaríamos en colocar la distinción en el lugar
debido. Nos dice, por ejemplo, un moralista, suspirando: “¡Los hombres son vanidosos!”; o un
escritor que describe para nosotros el barrio en que vive la heroína, dice: “Cada casa tiene
antejardín”, o uno que se acerca en la calle durante el estado de sitio nos advierte: “Cualquier
soldado puede disparar”; o un editorialista puede escribir con la autorización de la “opinión
pública” que siempre está detrás de sus proposiciones que “los políticos son acólitos de
poder”, “cada ciudadano está consciente de lo que el momento requiere”, “nadie ha dejado de
interpretar con patriotismo las sanas intenciones del presidente”, etc. etc.; o el maestro de
escuela de nuestros años de niño puebla el pizarrón con “Todos los mamíferos son
vertebrados”, “Todos los triángulos son polígonos”, “Todos los planetas giran entorno al sol”.
Si atendemos en cada caso a la manera y contexto de la proposición general con la distinción
respaldo-garantía a la vista, no tendremos dificultades en percibir que:

(1) En el caso “los hombres son vanidosos” el énfasis está puesto en el respaldo;
(2) En el caso “Cada casa tiene un antejardín” la proposición es toda entera respaldo;
(3) En el caso “Cualquiera soldado puede disparar” la proposición es toda entera garantía (el
respaldo es el estatuto de estado de sitio que así lo garantiza);
(4) En los casos “Los políticos son acólitos del poder”, etc., etc., las proposiciones no son
garantía, puesto que no hay respaldo (la retórica --se puede decir-- es por definición la
palabra sin respaldo);
(5) En el caso “Todos los planetas giran en torno del sol” podemos aceptar que se trata de
una garantía respaldada por las observaciones astronómicas;
(6) En el caso “Todos los triángulos son polígonos” la proposición es ora garantía ora
respaldo --es decir, podemos interpretarla como significando la relación hipotética
(garantía) “si algo es triángulo, entonces ello es también polígono” o como significando la
afirmación categórica (respaldo) “La clase de los triángulos es una parte de la clase de los
polígonos”.

14. LÓGICA DE GARANTÍA Y LÓGICA DE RESPALDO

Una consideración que hace Toulmin en relación con la fijación obsesiva de la lógica teórica
con las formas proposicionales “Todos los X son Y” como cuños pluscuamperfectos de la
proposición general, merece consideración aparte. Mejor damos la palabra a nuestro autor:

“Allí donde los lógicos exigen la forma “Todos los que mienten son reprensibles” o “Todos
los que mantienen sus promesas son justos” el idioma ordinario responde con expresiones
como “La mentira es reprensible” y “mantener la promesa es justo”. El “Todos” de los
lógicos introduce expectativas desafortunadas que en la práctica suelen acarrear decepciones.
Incluso, las garantías más generales en los argumentos éticos son susceptibles, en situaciones
extraordinarias, de aceptar excepciones y, así, en el mejor de los casos no ir mas allá de
autorizar conclusiones presuntivas. Si insistimos en la expresión ”todos” van a surgir

29
conflictos de deberes que nos conducirán a paradojas. Mucha teoría moral no tiene más
objeto que sacarnos de un atolladero así. Pocas son las personas que se aplican a poner en
práctica las consecuencias de insistir en que se respete rigurosamente la expresión “todos”.
Si lo hicieran tendrían que recurrir a medidas desesperadas: sólo puede lograrse adoptando
posiciones morales excéntricas –como el pacifismo absoluto, por ejemplo, en que un principio
y sólo un principio se considera genuinamente universal, principio que se defiende contra
viento y marea, enfrentando todos los conflictos y contra demandas que, normalmente, su
aplicación tendría que cualificar. El camino que va desde los asuntos refinados de la lógica
y el lenguaje ordinario a las más difíciles cuestiones de la conducta no es, después de todo,
tan largo como pudiera pensarse “. (p.117-8)

Este es un texto cuyo comentario no va a encontrar jamás espacio suficiente. La


prevalencia indiscutible (y quizás debamos decir también imbatible) de ciertos criterios y
modelos lógicos se presta para la entrada en escena de doctrinas que no tienen nada más
respaldo que el descuido del respaldo instituido y negando lugar a toda forma de expresar esta
categoría, la forma “Todos los X son Y” deja fuera de perspectiva su relación con el respaldo,
dejándonos la impresión de una universalidad sin excepción. Así, muchas veces, en contextos
concretos, insistimos en esta forma abstracta de universalidad, nos olvidamos de mirar del lado
del respaldo y quedamos a merced de corrientes que nos arrastran a extremos de rigor
prácticamente insostenibles --y más que meramente insostenibles--; decimos, por ejemplo,
“Todos los actos de guerra son repudiables”, sentencia confusa en sus dos componentes, la
garantía y el respaldo, este último tendría el efecto obvio de cualificar toda conclusión por él
respaldada; porque un mero vistazo al respaldo de una garantía como “Si algo es un acto de
guerra, entonces, ello es repudiable”, pondría a la vista distinciones como guerra ofensiva o
guerra defensiva, o guerra de expansión y de sobrevivencia, guerra preventiva, guerra
provocada, etc. Si, por el contrario, dejamos --como pide el modelo lógico tradicional
para el empleo de la forma constitucional "Todos los X son Y"-- el respaldo fuera de
perspectiva, nuestros silogismos sobre la guerra serán tan sorprendente como vacíos.
Y a propósito de la observación de Toulmin sobre el camino después de todo no tan
largo entre los temas refinados de la lógica y las difíciles cuestiones prácticas, considérese
siquiera al pasar el encuentro entre algo tan abstracto y académico como la versión escolar de
la forma proposicional “Todos los X son Y” y los otros cuerpos culturales enteros --
regímenes políticos, sistemas ideológicos, doctrinas morales, sectas religiosas. Aunque no se
pueda claramente decir qué va primero, si las simplificaciones y abstracciones de la lógica --de
la forma “Todos los X son Y, “ningún X es Y”, “No hay más Y que A”, “Cualquiera sea A, o
es Y o no es Y”-- o las generalizaciones de los sistemas políticos, religiosos, económicos e
ideologías de toda especie, no cuesta nada darse cuenta de su mutua afinidad. Nada más
cómodo que dividir a los hombres en explotadores y explotados, fieles e infieles, bárbaros y
civilizados, progresistas y reaccionarios, y pasar después juicios sin cualificación y sin respaldo
sobre el que vive al lado. Se cuenta que con la premisa “Todas las proposiciones verdaderas
están en el Corán” se destruyó la invaluable biblioteca de Alejandría argumentando que en sus
volúmenes no podía haber proposiciones verdaderas que no estuvieran en el Corán y que todas
las que hubieran en ellos sin estar en el Corán eran falsas y no merecían más que el fuego. Así,
de acuerdo a una simplificación sin respaldo (como no se llame respaldo a la fuerza) que dice
“Todas las proposiciones verdaderas están en el Corán”, un tesoro inabarcable de experiencia,
tradición y sabiduría se lanza a las llamas como si fuera justo lo contrario de lo que es. En
cuanto a mí, cuando en mis años de escuela escuché esta historia del califa Omar y la Biblioteca
de Alejandría, había en torno un clima de superioridad iluminista y murmullos de asombro ante

30
las simas hondísimas del oscurantismo. También había un supuesto de distancia infinita entre
el lugar de los hechos y el de su narración, como sí barbaridades de este tamaño no fueran
concebibles en medios culturales como los nuestros. Ni por un instante iba a pasar por la
cabeza de uno que en ese mismo momento --como otro cualquiera, por lo demás-- y hasta
aceptados, aplaudidos o fomentados por uno mismo, operaban con el celo de Omar enormes
aparatos de poder --educacional, político, ideológico, cultural-- para los cuales, ni que decir,
todas las proposiciones verdaderas habían sido incorporadas ya en su funcionamiento y que
permanente y sistemáticamente estaban lanzando a las llamas los volúmenes de la Biblioteca de
Alejandría.

15.-LÓGICA DE GARANTÍA Y LÓGICA DE RESPALDO (CONTINUACIÓN)

Toulmin rechaza el modelo matemático y propone el modelo jurídico con vistas a una
comprensión y práctica menos rígidas del argumento racional. En el esquema argumental que
resulta como forma alternativa de las usuales y familiares en los cursos de lógica surge como
distinción fundamental la que separa y explicita las funciones de respaldo y garantía. Una
implicación inmediata de este cuidado es la identificación de los argumentos que emplean pura
garantía, sin respaldo, o que suponen una combinación confusa y descuidada de ambas
funciones. De entre éstos destacado, por su frecuencia, familiaridad y relevancia, los que
comprenden esquemas proposicionales universales --como “Todos los X son Y” y “Ningún X
es Y”. Hemos indicado más atrás, como al pasar, la novedad (si es propio nombrarla así) de un
eventual (si es propio decir eventual) sustituto de la garantía: la fuerza, o el poder. Es claro
como el día que con la sola y mera garantía “Todas las proposiciones verdaderas están en el
Corán” no se puede llegar al extremo de incendiar la Biblioteca de Alejandría. El último de sus
custodios y conservadores, para empezar, no sería un imbécil del tamaño que requiere un
argumento así. Es claro también (aunque, seguramente, no tanto como el día) que respaldo
lógico (o racional, objetivo, científico) para la garantía “Todas las proposiciones verdaderas
están en el Corán” no hay en absoluto. Así y todo, el argumento se hace y pone fuego a la
Biblioteca de Alejandría. Es decir: el argumento no puede tener curso sin respaldo; no hay
respaldo; y sin embargo, el argumento tiene curso. ¿Cómo se sale de este embrollo? No cuesta
nada. Por si sola surge la solución en la figura del califa Omar con su alfanje al cinto, y se
vislumbra así este grupo especial, y de tanta consecuencia, de argumentos lógicos de modelo
tradicional: los que en términos formales son pura y elegante garantía que no quiere más
respaldo que el orden y la conexión de las ideas, pero que en términos reales están garantizados
por la capacidad de dañar amplia e impunemente y por el temor de ser así dañado.
Con esta sustitución --tan común en regímenes totalitarios, dictatoriales, absolutistas, o
en toda organización social que implique apropiación y monopolio del poder-- de la función
lógica del respaldo por la fuerza, el intento de Toulmin de sustituir el modelo matemático por
el jurídico comienza a revelar elementos dramáticos que la mera perspectiva académica de la
lógica teórica tradicional puede pasar por alto. No son el matemático y el jurista los que se
enfrentan aquí, sino el jurista y el director. La forma lógica destacada por Toulmin, la forma
articulada y flexible como para abarcar todas las especificaciones de la discusión racional y que
se despliega con toda libertad en los tribunales de justicia, no conviene a los regímenes
totalitarios y dictatoriales. Para estos nada como estructuras vacías de la especie “Todos los X
son Y” que la de poner fuera de juego la distinción garantía-respaldo, y que permita obrar

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como si el respaldo fuera pleno y la garantía absoluta y torturar, encarcelar y asesinar como si
estuvieran asistidos por la misma Razón cuando lo hacen. Si ello es así (y así parece), si es
efectivo que la práctica jurídica pone el énfasis en el respaldo mientras que la práctica
totalitaria trata de abolirlo, se desprende entonces la importancia de la independencia de los
tribunales y las dificultades en que se encontrarán éstos de ejercer con libertad sus funciones
cuando imperan regímenes políticos de naturaleza totalitaria y dictatorial.
Y de la simpatía entre totalitarismo y lógica escolar se pasa, sin forzar nada, a la entre
lógica escolar y militarismo. En lugar de inspirarse en los géneros, especies y subespecies del
mundo animal (que es allí donde parece haberse inspirado antes que en el modelo matemático)
para construir sus figuras silogísticas, pudo hacerlo también Aristóteles por las clases y
subclases en que se ordena el personal de ejército. Nociones como las de género, especie,
diferencia, subordinación, coordinación, pueden también resultar aquí sin más expediente que
la mera observación. El arma que se emplea, el medio de locomoción, el medio de acceso, la
función que se cumple son principios de especificación; el modo de comando, la relación
jerárquica coordina y subordina las diferentes unidades; lo que una unidad cumple en general
se realiza en especificaciones que son la tarea de las subunidades. Así como una noción
universal transita sin pérdida de identidad de especificación en especificación hasta alcanzar el
ínfimo, así desciende la orden desde el alto mando hasta su nivel de ejecuciones. Nadie más
afín que el militar a la formulación inequívoca de la definición formal.

16. LA FORMA "TODOS LOS X SON Y" Y LA MATEMATIZACIÓN


DE LA LÓGICA.

No es tampoco asunto de pasar por encima, en relación con el empleo tradicional de formas
como “Todos los X son Y” y “Ningún X es Y”, la cuestión de la matematización de la lógica
en sentido estricto. Tratadas sin más cualificación, tales formas adquieren como de suyo el
impulso de transformarse en algoritmos semejantes a los que se emplean en álgebra. Por
ejemplo, dividiendo para todos los objetos del universo en dos clases, los que tienen la
propiedad Y y los que no la tienen, se pueden interpretar la forma proposicional “Todos los X
son Y” como significando que todos los objetos que tienen la propiedad X tienen también la
propiedad Y; esto último se puede expresar de forma equivalente diciendo que no hay objetos
que tengan la propiedad X sin tener la propiedad Y. Anotando Y para simbolizar la negación
de Y, se puede expresarla relación así: “No hay objetos que sean X y Y” o, también, “el
conjunto de los objetos que son al mismo tiempo X y Y es nulo”. Esta última forma, anotando
la combinación de las dos propiedades en un mismo objeto de modo análogo a como se anota
el producto de dos cantidades en álgebra, puede expresarse como una igualdad así:

XY=0
De donde resulta que un silogismo como:

Todos los Y son Z


Todos los X son Y
Luego, Todos los X son Z

podría expresarse así, mediante esta especie de igualdades:

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(1) Y Z = 0
(2) X Y = 0
(3) X Y = 0

Con un poco de ingenio, se pueden construir las reglas que permiten la igualdad (3) de
las igualdades (1) y (2) logrando así una versión matemática del principio silogístico. La lógica
manifestó siempre la tendencia a transformarse en un cálculo; pero tal tendencia, tuvo siempre
su fundamento en abstracciones de la especie “Todos los X son Y” --lo que quiere decir que la
lógica manifestó siempre la tendencia a materializarse mientras tuvo la matemática como
modelo. Una tautología como se ve. Por el contrario, con modelos alternativos, como el
jurídico, no cuesta nada darse cuenta de las dificultades y limitaciones de un intento de
formalización matemática de la lógica. Por ejemplo, tan pronto sustituimos la abstracción
“Todos los X son Y” por dos formas vinculadas, una expresando la garantía y otra expresando
el respaldo, no tiene más sentido como no sea en el dominio restringido de un respaldo
incondicional expresar la garantía mediante la igualdad X Y = 0.

17. “TODOS LOS X SON Y”: ESQUEMA COMPULSIÓN.

La forma “Todos los X son Y” empleada sin relación con el distingo respaldo-garantía se
presta también para un enfoque de ciertas experiencias a las que se conoce popularmente con
la designación “conflicto de valores”. Bajo este rótulo caen otras como “crisis de
adolescencia”, “crisis de identidad”, “crisis religiosa”, “conflicto generacional”. Tales
fenómenos, en un punto o más de uno, suponen la combinación imposible de la realidad tal
como es con alguna proposición de la forma ”Todos los X son Y” (o “Ningún X es Y”). El
joven adolescente exige todo o nada respecto de la conducta de su padre, todo o nada respecto
de los hechos de su amada, todo o nada respecto de sus guías espirituales; y al menor asomo de
incompatibilidad entre el comportamiento de los seres que admira y la forma proposicional
“Todos los X son Y” aplicada a ese comportamiento el mundo se llena de hipocresía y
falsedad. La fórmula “Todos los X son Y” como un instrumento de apropiación --un
concepto-- cuyo empleo ha sido descuidado al no incorporar las instancias de cualificación, se
revela impotente al primer contacto con “las cosas del mundo”. El adolescente reacciona
contra el mundo sin detenerse a considerar las limitaciones del instrumento que emplea para
aprender las cosas y que una educación formalista y descuidada no le ha enseñado a calibrar.
O considérese el alegato de las nuevas generaciones contra la guerra nuclear. Se toma
como cosa que va de suyo sin cualificación que nadie quiere la Guerra nuclear (algo que
recuerda esa otra obviedad en que Sócrates insistía, que nadie quiere el mal) y se procede luego
a denunciar contradicciones, inconsistencias, mala fe, hipocresía, cinismo, con los silogismos
impecables en que la proposición “Ninguna persona quiere la guerra nuclear” desempeña el rol
de piedra angular. El colmo de todos los absurdos está representado por los miles y miles de
cabezas nucleares, misiles, submarinos atómicos que se construye y se desplazan por mares y
continentes para una guerra que nadie quiere pelear. De donde resulta que, de acuerdo a
nuestros hábitos lógicos-formales, no nos queda más que concluir que vivimos en un
manicomio poblado de sujetos que están gastando presupuestos inconmensurables para hacer
algo que nadie en absoluto quiere hacer. O, cambiando el enfoque, podemos comenzar a
darnos cuenta que algo anda mal con nuestros hábitos lógicos puesto que de acuerdo a ellos

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tendríamos que concluir que el mundo esta lleno de sujetos irracionales, conductas irracionales
y actos irracionales. ¿Qué significa concretamente y detalladamente, por ejemplo, esto: que
ninguna persona quiere la guerra nuclear? Si, haciéndonos cargo de este nuevo enfoque,
desarrollamos esta proposición de acuerdo a la distinción garantía-respaldo, encontramos que
bajo ciertos respectos nadie quiere la guerra nuclear, en tanto que bajo otros hay muchos que la
quieren. En este último caso unos la quieren en defensa del “mundo libre”; otros la quieren
con el mismo entusiasmo en defensa de las ”democracias populares”. Asimismo, otros, entre
los muchos que no quieren la guerra en absoluto, no pueden menos que justificar su conducta
y su política respecto de las armas nucleares diciendo que aunque no quieren la guerra se
preparan para responder a agresor potencial, que sí quiere la guerra. En casos así, uno quiere
en última instancia la guerra, sólo que como un mal todavía preferible ante la certeza de
perecer con todo su pueblo ante un ataque nuclear del enemigo. También, uno la quiere como
“guerra potencial”, como certeza en la cabeza del agresor de que se responderá con voluntad
resoluta de destrucción en caso de ataque. Volviéndonos de otro lado, mal podríamos hacer
valer como cosa entera y segura la proposición “Ninguna persona quiere la guerra nuclear”
cuando ya los políticos, los propagandistas, los demagogos sino científicos, técnicos, militares y
cuerpos de servicio y administración --millones de seres humanos-- se dedican diaria y
puntualmente a la tarea de construir y multiplicar la cabezas nucleares; a la tarea aplicada,
minuciosa o intensa de mejorar su poder destructivo, su eficacia y puntería; a la tarea de
almacenarlas, conservarla, desplazarlas, distribuirlas, instalarlas, ensayarlas; a la tarea de
extender, enriquecer y renovar la infraestructura gigantesca que supone estar en condiciones de
iniciar en cualquier minuto una guerra desvastadora como el apocalipsis: bombardeos,
torpederas, submarinos, y todo el sistema de comando y comunicaciones cuya prontitud de
respuesta se ensaya minuto a minuto. Dicho de una vez: millones y millones de personas, bajo
un respecto u otro, quieren la guerra nuclear. Nadie va a aceptar que se diga a él una cosa así,
desde luego; son los otros, los adversarios, los que quieren la guerra nuclear. Y como los
adversarios reaccionan de la misma manera, la mejor descripción de la disposición al respecto
sería decir que “Todos quieren la guerra nuclear” y “Nadie quiere la guerra nuclear”. Que
millones y millones de personas se conduzcan voluntariamente de cierta manera (sea
construyendo bombas, sea perfeccionándolas, desplazándolas, ensayándolas, manteniéndolas,
sea aprobando los presupuestos que exigen las técnicas costosísimas; sea impidiendo todo
advenimiento diplomático entre las potencias nucleares; sea predicando la incompatibilidad
mortal de dos sistemas políticos) no significa claro, que sin cualificación quieran la guerra
nuclear; la quieren bajo cualificación, pero la quieren.
Lo que apunta, también, a la relación --bajo este respecto de garantía y respaldo-- entre
lógica común y demagogia. Seguramente, el demagogo conoce tan bien como el que más y
emplea a su antojo la ambigüedad de las proposiciones expresadas mediante la forma “Todos
los X son Y”. El famoso discurso de Marco Antonio en la obra de Shakespeare “Julio César”
puede emplearse aquí (aunque sería deseable olvidarse de los ejemplos clásicos inofensivos ya,
y recurrir a materiales más frescos y provocadores). “Bruto es un hombre honorable” suena
como una consideración cierta que Marco Antonio adjunta a cada uno de los pasos de su relato
de la conjura y asesinato de César. El resultado que busca es sustituir una simplificación por la
contraria: “Todos los actos de Bruto son honorables” por “Ningún acto de Bruto es
honorable”. Si (por la más sana de las disposiciones y por la más fantástica también) estuviera
prohibido formular garantías sin explicitar el respaldo que las autoriza, las proposiciones
universales no rendirían lo que rinden y seguramente no existiría la profesión de demagogo.
Desde luego, las cosas se presentan de otra manera y no cuesta nada hacer maravillas con la
abundancia de garantías sin respaldo. Un discurso igual de efectivo que el de Marco Antonio y

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con efecto contrario puede imaginarse sin dificultad yendo justo al revés, desde la proposición
“Ningún acto de Bruto es honorable” a la proposición “Todos los actos de Bruto son
honorables”. Otro ejemplo lo suministra la doctrina política-económica internacional bautizada
con el nombre “desarrollo del subdesarrollo” así como se presenta en notas de prensa y, sobre
todo, en los argumentos de política y demagogos. De acuerdo a esta presentación de la
doctrina todos los países deben alcanzar la meta nunca especificada del pleno desarrollo. Como
tampoco nos dedicamos a buscar respaldo para esta proposición universal incualificada y
evidente en oídos de cientos de millones de seres que viven en la miseria, nos encontramos con
la evidencia contraria y esta vez muy real de que no tiene sentido pretender que todos los
países del mundo alcancen niveles de vida como, por ejemplo, los de Alemania Occidental,
Japón o Estados Unidos, resulta entonces que lo mejor parece a muchos dejarla como está,
pura garantía que se presta a las más extravagantes especulaciones.
Poner el énfasis en un principio universal con descuido y desconsideración de otros, es
inclinación que no podría presentarse si existiera el hábito de poner siempre la vista al respaldo
de las afirmaciones que hacemos. El excentricismo en todas sus formas --políticas, ideológicas,
culturales, económicas-- comienza a aparecer allí donde no hay cautela sobre lo que afirmamos
ni implicación inmediata de lo que hagamos. A ello contribuye, sin duda, el hábito fácil que
suponen esquemas de aprehensión como “Todos los X son Y”, manera simplista y también
riesgosa de expresarnos. Asimismo, la futilidad del excentricismo puede revelarse fácilmente
contrastando sus propios extremos: sin casi esfuerzo podemos, por ejemplo, encontrarnos
afirmando que todo acto de autodefensa es legítimo y ningún acto de guerra es justificable.
La común problemática de los llamados “conflictos de valores” no existiría si se
desarrollara y formara en nosotros el hábito de averiguar con cuidado cuál es en cada caso el
respaldo que autoriza las garantías que empleamos. Asimismo, en términos de esta explicación
mediante la distinción respaldo-garantía parece claro que la misma denominación “conflicto de
valores” no es tan apropiada: si la explicación de un conflicto proviene de una confusión, más
vale hablar de embrollo que de conflicto.
Existe, pues, una obvia relación entre muchas formas de “conflicto de valores” y
abstracciones lógicas de la especie “Todos los X son Y” o “Ningún X es Y”. Así se explica la
solución desesperada de estos “conflictos” que consiste en saltar bruscamente de “Todo” a
“Ningún” o viceversa. Los psicólogos y pedagogos saben de estos saltos bruscos. Los
demagogos también. Los misioneros de todas las ideologías los conocen y no vacilan en
suscitarlos en provecho propio. Las relaciones entre los hombres aparecen así sofocadas e
inhibidas por el empleo de formas que las tergiversan y caricaturizan.

18. RAZONAMIENTO DEDUCTIVO Y RAZONAMIENTO INDUCTIVO: UNA


DISTINCIÓN SIEMPRE FIRME Y MUCHAS VECES PEDANTE.

Nadie, supongo, va a cuestionar la existencia de una separación tajante entre la lógica teórica y
lógica práctica --hecho que motiva y justifica toda la elaboración de Toulmin--. Bastan nuestras
lecciones elementales de filosofía para dejar a la vista una doctrina general, muy difundida y
arraigada que pone, de una parte, una extensión lógico-matemática donde se construyen los
argumentos rigurosamente tales y, de otra, una segunda extensión casi sin límites formada por
las ciencias naturales, ciencias sociales, históricas, culturales, las artes, las técnicas de toda
especie y (último e infinitamente mayor en amplitud) el intercambio intelectual cotidiano de los

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hombres en su ordinario ajetreo. En esta segunda extensión, el carácter factual --empírico,
positivo, natural, sintético, son las expresiones que suelen emplearse-- de los contenidos y
relaciones excluyen por su naturaleza la aplicación rigurosa en el sentido estricto. Mientras la
primera extensión --empleando una distinción también arraigada y popular-- es el dominio de
la deducción propiamente tal, la prueba, la demostración y la argumentación deductiva; la
segunda comprende dentro de sí todos los grados y formas de la inducción que aún cuando
muy elaboradas --como en las ciencias físicas-- nunca dejan de quedar al margen del rigor
estrictamente lógico.
Vale la pena citar aquí un pasaje de W. Kneale seleccionado por el mismo Toulmin, y
como no puede pedirse mejor, para ilustrar la doctrina popular y arraigada a que nos estamos
refiriendo:

“Es ya un lugar común en epistemología considerar los resultados que se logran en ciencias
como la física, la química, la biología y la sociología como cosa de carácter
fundamentalmente diferente de las conclusiones de las matemáticas puras. En un tiempo, la
diferencia no fue conocida ni por los filósofos ni por los científicos como lo es hoy. Pero ha
sido establecida más allá de toda duda por los empiristas británicos, Bacon, Berkeley y
Hume y como otros logros del análisis filosófico ha llegado a tan firme establecimiento en
nuestra tradición intelectual que apenas podemos entender que hombres inteligentes puedan
jamás dejar de apreciarla. Las ciencias mencionadas se dicen inductivas; y sus conclusiones,
contrariamente a las matemáticas puras, se dice que sólo tienen un alto grado de
probabilidad, puesto que no son evidentes en sí mismas ni pueden ser demostradas por
razonamientos concluyentes. Algunos de los resultados de la introducción, las
generalizaciones de la química elemental, por ejemplo, están en verdad tan bien establecidas
que sería una pedantería emplear la palabra “probablemente” toda vez que las
enunciamos; pero siempre podemos concebir la posibilidad de experiencias que nos
obligarían a revisarlas”.(Probability and Induction, p.21)

La distinción, pues, en que se basa la separación entre el argumento riguroso, el


argumento propiamente lógico, el que sólo cabe esperar en las esferas del rigor matemático en
oposición al argumento inductivo, probabilístico, siempre sujeto en principio a revisión, está
fundada en una diferencia firmemente establecida, ampliamente reconocida, un lugar común
de nuestra era que ninguna persona educada se puede justificar de desconocer. Fue
argumentada y establecida por pensadores de alto rango que --podemos decir sin lugar a
equivocarnos-- la consideraban también tal como lo hace Kneale (y con él la totalidad,
seguramente, de quienes la hacen): como una distinción impecable en términos teóricos, pero
también pedante en términos prácticos. Dicho de otra manera: ninguna persona educada va a
ignorar que la proposición “La sal se disuelve en agua” es sólo probable; pero, también,
ninguna persona educada va a cometer la pedantería de decir “La sal, probablemente, se
disuelve en agua”. Seguramente, en este insignificante detalle literario que encontramos por
todas partes, en esta cualificación como al pasar y en la cita que hemos hecho de Kneale,
aparece la palabra “pedantería”, está resumida toda la cuestión de la lógica teórica de modelo
matemático y sus relaciones imposibles con la lógica práctica --es a saber, que allí donde
hacemos valer la distinción inmediatamente nos retractamos, tan pedante y ridícula suena en la
realidad. Dicho de una vez: sentirnos ridículos de hacer valer en términos prácticos una
distinción que nos parece bien establecida y que justamente se refiere al status práctico del
argumento lógico suena como cosa paradojal, como si no hubiéramos llevado a término la
tarea de establecer la distinción del caso.

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19. LOS PRIMEROS ASOMOS Y DESCALABROS DEL MODELO MATEMÁTICO.

No sabemos cuando empezó a hacerse sentir esta separación entre lógica teórica y lógica
práctica. Pero sí es indudable que la atracción de lo que Toulmin llama modelo matemático
siempre estuvo presente en la práctica del argumento desde los albores de la ciencia. Se dice,
por ejemplo, que Anaximandro afirmaba que el universo era una esfera y que la tierra reposaba
en el centro; y argumentaba que no se caía porque equidistando de todos los puntos de la
periferia no había ninguna razón para que cayera de un lado más bien que del otro. Este
argumento combina el principio de la razón suficiente con la geometría de la esfera y parece
concluir algo sobre la tierra en la medida en que se representa el universo tomando la esfera
como modelo. Zenón negaba la realidad del movimiento con varios argumentos todos los
cuales aplicaban el principio de la no realidad de lo contradictorio. No sólo este principio se
origina en un modelo matemático aplicado a los fenómenos sino toda la construcción de las
famosas paradojas. Por ejemplo, un móvil no se puede ir de la posición A a la B sin tener que
encontrarse antes de lograrlo en una cantidad infinita de lugares. Del mismo modo que con un
universo perfectamente esférico y una tierra perfectamente en le centro del universo no hay
más conclusión que el reposo perfecto de la tierra, así también con un espacio geométrico no
queda más que concluir que un móvil antes de alcanzar una posición debe alcanzar un número
infinito de previas posiciones, por lo cual el fenómeno físico del movimiento, de acuerdo a tal
modelo, resulta imposible. Se dice que Platón exigía el conocimiento de la geometría a quienes
aspiraban a ingresar a su academia; y sabemos también que las conclusiones de este filósofo
sobre la realidad de las cosas del mundo son de la misma especie que las de Zenón sobre la
realidad del movimiento. De los estoicos sabemos también que atendían al engarce de las
proposiciones como lo hacen geómetras y se preocupan de las leyes que regulan este engarce.
Además, para ellos, este engarce de las proposiciones era un reflejo del engarce de los hechos
de modo que las leyes del engarce proposicional eran leyes que varían en la realidad. Así, los
hechos podían considerarse en conjunción, en alternación o en consecuencia, y aplicarse a ellos
argumentos formalmente impecables. Por ejemplo: los hechos o están bajo mi esfera de
control o no lo están; si lo primero soy agente; si lo segundo, paciente; o soy agente o soy
paciente; si lo primero, responsable; si lo segundo, indiferente.
Toulmin, por su parte, encuentra en Aristóteles los gérmenes de la separación entre
lógica teórica y lógica práctica. Piensa que en el acto mismo de fundar la lógica, Aristóteles
concluyó dos formulaciones divergentes: de una parte, estableció que había que entender la
lógica como ocupada tanto de la práctica argumental como de los principios y leyes de esa
práctica (es decir, respectivamente, como arte y ciencia); de otra parte, con su preferencia por
el silogismo categórico (Toulmin lo llama “silogismo analítico”) Aristóteles logró que éste se
transformara en un paradigma lógico que sería imposible de alcanzar como no fuera en los
niveles abstractos del razonamiento matemático. Toulmin no separa la noción del modelo
matemático de esta otra de silogismo categórico. Podría, sin embargo, sostenerse que el
modelo Aristotélico no es matemático sino que se inspira en las especies naturales --que es
algo como el sistema clasificatorio ostensible en le plano de las especies naturales lo que
sugiere la elaboración aristotélica de una lógica silogística. Así y todo, es cierto también que tras
el cuadro de una clasificación de las especies naturales se puede suponer un orden matemático

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que puede asimilarse a la teoría de los conjuntos, y así mostrar al fin de cuentas un modelo
matemático operando en el fondo de la elaboración aristotélica.
Pero, si no estamos en condiciones de decir algo preciso sobre dónde y cómo comenzó
la prevalencia de una lógica teórica de modelo matemático, si estamos en condiciones --aunque
pocos se inclinen en esta dirección-- de señalar momentos en la historia del argumento lógico
en que la sumisión al modelo matemático ha quedado expuesta al ridículo, arrastrando consigo
a extremos del fracaso y frustración el ejército de la filosofía entera. El ejemplo antes aludido
de los argumentos de Zenón sobre la irrealidad del movimiento es un ejemplo a punto; y lo es
también la célebre separación platónica entre un mundo irreal de fenómenos y un mundo real
de esencias. En ambos casos, la conducción del argumento lógico a tan absurdos extremos
tendría que bastar para advertirnos sobre los principios y reglas del argumento mismo --sobre
las categorías y distinciones que estamos empleando como forma del argumento--. Si, por
ejemplo, tomamos los principios:

(a) Es necesario que lo que es sea;


(b) Es necesario que lo que no es no sea;
(c) Es imposible que lo que es no sea;
(d) Es imposible que lo que no es sea;

y luego tomamos un objeto cualquiera, por ejemplo, mis anteojos, y considerando que mis
anteojos no son mi reloj concluyo que son (mis anteojos) y no son (mi reloj) --es decir, que su
realidad es imposible puesto que contravienen los principios (c) y (d); si a este argumento
agregamos el otro según el cual lo que concluimos para mis anteojos vale igual para cualquier
objeto que podamos separar de la diversidad enorme de objetos que hay en el universo; de
donde resulta que no hay ninguna diversidad en el universo --puesto que cada uno de los
objetos que forman su extensión es imposible; digo, si todo esto lo hacemos, probablemente
hemos argumentado bien, pero el resultado de nuestra argumentación es tan ridículo que no
hay más que devolverse a examinar las categorías, distinciones y principios que hemos
empleado al elaborarlo.
No tenemos un cuadro muy vivo del impacto cultural que en su época tuvieron los
argumentos de hombres como Parménides, Zenón, Protágoras, Gorgias. A través de Platón
recibimos en nuestros años de educación una asimilación sistemática de toda esta conmoción,
dada toda entera en ese artefacto cultural o intelectual que nombramos platonismo. El sistema
de Platón --o más ampliamente el platonismo-- aparece así como la presentación del mundo
más amplia y consistente que se haya construido de acuerdo al modelo matemático de la lógica.
Su prestigio e influencia a través de siglos de historia es tan grande como para en gran medida
desalentar la crítica del modelo (el matemático) adoptado en su construcción, de esta manera
su prestigio e influencia igualmente pesa en la separación entre lógica práctica y lógica teórica,
dándola por cosa casi necesaria, imponiéndola en nuestro currículum escolar y contribuyendo
no poco a esa imagen popular de la filosofía como una actividad que se ejecuta en lo alto de
una torre de marfil.

20. HUME COMO CRÍTICO DEL MODELO LÓGICO TRADICIONAL.

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Las dificultades que el empleo del modelo matemático muestra a través de la historia moderna
de la filosofía no son ya tan difíciles de hacerse sentir para nosotros. La manifestación más
completa y también conocida de esas dificultades está representada en los argumentos célebres
e imbatibles del famoso David Hume acerca de la naturaleza y límites de nuestro
conocimiento. Lo que hizo Hume fue mostrar que la relación de causa a efecto --que se
encuentra por todas partes en le mundo natural, el mundo de los hechos y relaciones de
hechos-- no es una relación lógica en le sentido escolar y tradicional de relación lógica; y que
por tanto los argumentos que se apoyan en esta relación pueden tener curso en nuestra vida
práctica, pero nunca pueden aspirar a tener la garantía que suministran los argumentos
propiamente lógicos.
Las secuelas de este impacto crítico de Hume permanecen todavía con nosotros. Quizá
existió una dinámica, un proceso histórico subyacente al colosal descalabro que produjeron los
análisis, argumentos y conclusiones escépticos de Hume; quizás dicho descalabro pudo tan
sólo producirse después de una acumulación lenta y desaprensiva de lo que se obraba en le
transcurso de siglos aplicando un modelo lógico de origen matemático. Lo que sí está a la vista
es que, de pronto, alguien supo llevar a sus extremos a la vez obvios e insostenibles los que
hasta entonces parecía un procedimiento firmemente establecido y claro como el día. De
acuerdo a una común opinión, las argumentaciones de Hume son a la vez obvias y
desquiciantes; de acuerdo a otra que no lo es tanto, son obvias y ridículas. Y esto último,
porque de verdad nada se desquicia en la realidad al hacerlas, sino tan sólo en la cabeza de los
filósofos (y ello de tal manera que el más famoso de los que experimentaron este
desquiciamiento describió el impacto que Hume le causó como si lo sacaran de un sueño en
que se había pasado toda su vida).
Como decimos, sabemos por supuesto por nuestros cursos de filosofía elemental de
Hume y su famoso argumento que destruyó la noción, común en su tiempo, según la cual la
relación causal de los hechos naturales responde cabalmente a las condiciones de una relación
lógica --es decir, necesidad, universalidad y univocidad. Conocemos las consecuencias de la
crítica de Hume: de una parte, escepticismo sobre los alcances de la razón; de otra, valoración
meramente probabilista de nuestro saber; de una tercera, búsqueda de nuevas fórmulas que
permitieran salvar las demandas de un saber “lógicamente necesario y universalmente válido”.
De lo que no sabemos mucho es del descalabro mismo, del fracaso de un modelo argumental
puesto a la vista en el acto mismo de elaborar Hume sus argumentos escépticos; y de lo que
no sabemos nada es del Hume del que tendríamos que saber si alcanzáramos, impulsados por
el impacto de su crítica, más allá del escepticismo de Hume, más allá del probabilismo de
Hume, más allá de la filosofía trascendental (la respuesta kantiana a las dificultades escépticas
de Hume). O no más allá, si se prefiere, sino más acá, hacia el reverso de la crítica hecha por
Hume. Porque la crítica hecha por el Hume tiene anverso y reverso, y sólo el anverso de esa
crítica es lo que ordinariamente nos enseñan a apreciar.
Podemos nombrar “ciclo crítico” a la resonancia completa que una crítica encuentra en
su auditorio. Ciclo crítico, porque como onda comprende un alto y un bajo. En todo ciclo
crítico hay una primera fase de reacción: perplejidad, decepción escepticismo; y una segunda
fase: desalienación, realismo, renovación. Ambas muchas veces como sobrepuestas. En todo
caso, su expedición no es la misma, y no es raro que la segunda fase del ciclo crítico no llegue
jamás a presentarse o sólo lo haga mucho después de haberse presentado y vuelto a presentar
hasta el fastidio la primera fase. Puede también ocurrir que ni siquiera la primera fase de un
ciclo crítico se desenvuelva entera, y ello porque la reacción que provocaría es tan violenta que
el impulso crítico inicial es inhibido apenas se inicia. Puede ser también que la primera fase se
desarrolle de modo imperfecto, de modo que se inhibe todo despliegue de la segunda fase, con

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lo cual la crítica se resuelve en mera negación, en negación que ni se desarrolla, ni se analiza,
sin se asimila, ni se supera. Puede darse también que la segunda fase no se desarrolle entera,
que se presente tan sólo como asimilación y superación a medias.
Hume es un autor que bien se presta para la aplicación de esta noción de crítico que
esbozamos aquí. Hume, en primer lugar (y casi en único lugar para muchos) es el escéptico;
más que eso, el destructor, el materialista; más todavía, el nihilista al que hay que destruir antes
que él nos destruya. En segundo lugar, Hume es el crítico del conocimiento, el arquitecto de la
dicotomía moderna fundamental que separa las conexiones de ideas --firmes,
necesarias-- de las conexiones de hechos --contingentes, probables-- distinción que pasó a ser
conocida en la nomenclatura positivista con los nombres de proposiciones analíticas versus
sintéticas, o proposiciones tautológicas versus factuales. Ateniéndonos a su presencia en
amplias esferas de la vida intelectual moderna y contemporánea, no vamos muy más allá de
estas nociones modernas en nuestra asimilación de Hume: las proposiciones que son firmes
deben su firmeza a que en ellas se forman relaciones de ideas avaladas por los principios de
identidad y de no-contradición; y las proposiciones que formulan relaciones de hechos no son
firmes más que como relaciones probables. Y así ésta es nuestra asimilación de Hume, parece
claro que no hemos alcanzado todavía el punto en que el crítico se cierra.
Diciéndolo de otra forma más positiva: en el caso de Hume, asimilamos su crítica de la
relación causal que, siendo una relación entre hechos, se refiere a relaciones puramente
probables; y asimilando esta crítica separamos los argumentos que comprenden relaciones de
hechos de los argumentos que comprenden relaciones de ideas. Separamos, dicho de otro
modo, los argumentos que se apoyan en el principio de contradicción de los que se apoyan en
le principio de causalidad. Así, damos por cosa establecida que hay dos esferas del
conocimiento: el conocimiento lógico-matemático (conexiones de ideas) y el conocimiento
científico-natural (conexiones de hecho, o causales). Todo esto es lo que hacemos; pero no
alcanzamos el extremo de dejar explícito que el argumento de Hume (el carácter no
demostrativo, no formal, no lógico y por el contrario meramente probabilístico del silogismo
causal) no hace más que llevar a su aplicación entera y poner bien a la vista las implicaciones o
consecuencias de una doctrina lógica de larga historia según la cual la relación lógica es
justamente eso que la relación causal no es --a saber, conexión de ideas, relación formal,
analítica, tautológica, etc. Puesto en otros términos: lo que Hume hace con su argumento es
mostrar que de acuerdo a lo que en un tiempo se considera una relación lógica, la relación
causal queda excluida del ámbito de las relaciones lógicas. O transformando todavía lo que
decimos con vistas a que aparezca más clara la segunda fase del ciclo crítico del argumento de
Hume, lo que este autor hace es mostrar que de acuerdo a la concepción tradicional de la
lógica no hay propiamente lógica en la relación de las cosas. O, todavía de otra manera, que
nuestra concepción de lo lógico es tal que no se aplica a la relación de las cosas.
Esto último representa la segunda fase del ciclo crítico en Hume. Y nuestra
proposición es que no hemos alcanzado esta fase en la asimilación de Hume. Si efectivamente
la hubiéramos alcanzado, Hume más que el crítico de la relación causal sería para nosotros el
crítico de la concepción tradicional de la lógica. Es decir, si hubiéramos alcanzado esta fase
segunda del ciclo crítico en Hume, no nos sentiríamos ante él como ordinariamente nos
sentimos: ante un pensador escéptico que reduce el saber a mera probabilidad, sino por el
contrario, frente a un pensador que a su manera nos muestra que las categorías y criterios
propios del modelo lógico tradicional no nos alcanza para argumentar sobre todas las cosas
que hay en el mundo.
Así desde una nueva perspectiva, la denuncia de Hume no tiene sentido ya en el
sentido primerizo, sensacional y escandaloso de desalojar la relación de causalidad del terreno

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de las relaciones lógicas sino más bien, y a fondo, el de arrebatar a la lógica de modelo
matemático el monopolio de la racionalidad. Pero esto, ciertamente, no es el resumen del
significado y balance de lo efectivamente obrado por Hume en la historia del pensamiento
filosófico, aunque su famoso argumento escéptico pueda desarrollarse así.
Por su parte, Toulmin se esfuerza por mostrarnos a un Hume en actitud despejada y
entera frente a toda la implicación de su argumento. Pero, a pesar de su simpatía y generosidad,
no logra convencernos. El ciclo crítico representado por Hume no termina de cerrarse; y si
surge una posibilidad al respecto es justo ahora, con planteamientos de la especie que ventila
Toulmin subsiguientes al fracaso del más amplio y decidido intento del proyecto lógico
matemático: el contemporáneo.

21. RIGOR LÓGICO EN TODOS LOS DOMINIOS


DE LA ACTIVIDAD HUMANA.

Podemos, también, considerar los planteamientos de Toulmin desde una perspectiva general
como la siguiente: no hay una “escala de rigor argumental”, una escala cuyos primeros
peldaños se formen, por ejemplo con los argumentos que hacemos en el mercado
cuestionando el precio de las lechugas o con nuestro vecino anticipando si va a llover o no, y
cuya culminación se despliega en las esferas abstractas de las matemáticas puras. No hay
tampoco un “desarrollo del rigor argumental”, una serie que se desenvuelve en etapas por las
que pasa la forme lógica y que va desde su aparición en las formas toscas y confusas de la
habladuría cotidiana hasta culminar en las proposiciones “lógicamente necesarias y
universalmente válidas” de las matemáticas. No hay escala, ni grados del rigor argumental. Lo
que hay son especies suyas. Como tales, especies de un género, sin duda; pero no graduadas o
escalonadas bajo el género sino todas en igual status, en igual nivel de actualidad; ninguna más
o menos verdadera que otra, todas igualmente incorporadas, igualmente requeridas en la
conformación del género como totalidad de sus especies.
Cuando la joven va a solicitar empleo de servicio doméstico antes de tocar el timbre de
la mansión, revisa por última vez las partes más conspicuas de su apariencia ajustándose la
falda, la blusa, ordenándose el pelo, dejándose un último vistazo en los vidrios de la mampara,
podemos clasificar su comportamiento en los apartados del capricho y la vanidad y dejar en la
sombra toda la lógica que hay en lo que hace. Desde luego, no es nada improbable que alguien
que pasa, percibiendo de una vez toda la situación apremiante de nuestra pobre amiga (el
letrero incluso que cuelga en la ventana “Niña para el aseo necesito”) le murmure que el hábito
no hace al monje o que bajo una mala capa se esconde un buen torero. Pero, dado el caso,
tampoco es improbable que nuestra aspirante le responda: ”¡Aquí te quisiera ver!” dejando con
ello en claro que, puestos en la instancia real, todos vamos a conducirnos de la forma como
ella lo hace --es decir, dando por seguro que el juicio de los otros va a ser adverso si
descuidamos nuestra apariencia--.
O, considérese la dueña de la casa que comprando papas en el mercado no quita el ojo
de las manos y operaciones con la balanza del comerciante. Este puede resentirse y exclamar:
“¿Qué le pasa, señora?¡” Y el lógico más exigente no tendría tilde que agregar si la dama

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respondiera (como a mí me ocurrió oír una vez): A los dos nos pasa algo muy simple: “A mí
que le estoy comprando; a usted, que me esta vendiendo”.
También, cuando en la cola del cine nos acercamos al señor que está ya a un paso de la
ventanilla pidiéndole (lo que no es infrecuente) que compre también un par de boletos para
nosotros, podemos encontrarnos con que alguien que nos hace un argumento justamente con
la regla que tratamos de romper aplicándola de tal manera que por simple reiteración iremos
donde corresponde, al final de la cola. El argumento es muy simple: “Antes, pida autorización
al de atrás”:
¿Y qué diremos de los recursos --expresiones, gestos, movimientos-- de un
pordiosero?. Hay una “premisa mayor” para el que quiera verla esperándolo, dispuesta y pronta
a cerrarse en torno a nuestro corazón como un puño. O, más bien, varias “premisas mayores”,
para abarcar la concurrencia entera y se refieren a nuestra simpatía, nuestra identificación,
nuestras aprehensiones y temores de ir a pasar una condición semejante. Con sus movimientos,
ademanes y frases el pordiosero agrega a su tinglado la “premisa menor”. El que pasa, alarga su
limosna como si fuera una conclusión. “¡Gracias!” dice el pordiosero, pero igual pudiera decir
“¡Lógico!”.
O el ratero --ya que andamos por estos lados-- ¿no está operando con una ley
psicológica firme como la que más y haciendo también su silogismo cuando desvía nuestra
atención con una mano mientras nos birla la billetera con la otra? Uno se imagina a papá ratero
(como en una página de Dickens) enseñándole a raterito: “Lo esencial, hijo mío, es la atención.
Pero, si logras que el dueño de la billetera desvíe su atención hacia otra cosa, tampoco hay que
ser en ningún caso Caco para despojarlo”. (A mí me ocurrió una vez en un bus repleto de
pasajeros que uno de estos cacos se puso a inflar un globo en mis narices mientras la mano
desocupaba mi bolsillo. Inflar un globo en mis narices era, sin duda, llevar el asunto del desvío
de la atención demasiado lejos. No parecía un caco listo, aunque en su descargo debo decir que
olía más a ebrio que a sobrio. A la maquinaria de leyes, antecedentes, implicaciones, empleadas
por el caco que me tocó en suerte aquella vez, respondió pronta de mi parte la misma
maquinaria, sólo que al revés: como si me dijera yo, aunque tan rápido que no alcance a
decírmelo: “Pero, ¿qué es esto? ¿Qué le ocurre a este señor? ¿Vendrá de algún cumpleaños? ¿A
sus años? ¿Y dónde están, entonces, el gorro, la serpentina, el pito? ¿Será exhibicionista?
¿Querrá llamar la atención? ¿Cómo dije? ¿La atención? ¿Llamar la atención? ¡Desviar la
atención querrás decir, pedazo de borrico! ¡Ojo con la billetera!. Llevar mi mano al bolsillo
apenas un segundo antes de que volara mi billetera, ¿no era tan lógico como concluir que
Sócrates es mortal, porque es hombre y todos los hombres son mortales?).
De tales ejemplos pueden tomarse muestras a granel mostrando una extensión de
lógica y racionalidad muy diferente de la que sugieren nuestros manuales. Hume --porque esto
es siempre Hume, por más que nosotros encontremos otro Hume en el reverso de su
argumento-- nos enseño a separar entre causalidad y lógica, llevando a sus extremos obvios lo
que el modelo tradicional de lógica implicaba. Después de Hume (como dice Kneale) parece
cosa obvia que no hay nada ilógico en la noción de un bloque de acero que dejado caer se
queda quieto en el aire, nada ilógico en un río que comience a fluir al revés, en un peñasco que
se deslice montaña arriba o un tiburón que se disuelva en agua temperada. Ese es el Hume
acostumbrado. Sin embargo, inspirándonos en la rebeldía de Toulmin, podemos leer con más
profundidad en la crítica de Hume; podemos leer su argumento famoso no ya como la
elaboración sofisticada de un filósofo profesional sino como una figura invertida, un poco una
ironía, dirigida contra la estrictez infecunda de la lógica académica. Lo que diremos, por el
contrario, es que la lógica de la relación causal --la lógica de las relaciones factuales-- no la
lógica de la relación matemática --la lógica de la relación de ideas--. En una palabra, dos

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apartados del rigor: el de la identidad y el de la causalidad. Pero, extendido así el rigor del
campo de las relaciones factuales ¿por qué no habría de extenderse a todos los dominios en
que aparece la actividad argumental?

22. LA NATURALEZA ESTA LLENA DE RACIONALIDAD.

Los ejemplos dados en el capítulo anterior sobre conductas que implican un argumento lógico
pueden multiplicarse hasta prácticamente cubrir toda la esfera de nuestro comportamiento. Si
ya no hay reparo a los argumentos que hacemos apoyándonos en conexiones causales --como
no sean los reparos que respondan a la especie de rigor que corresponde a la relación causal
misma-- entonces, la racionalidad se expande hasta abarcar los más insignificantes detalles de
nuestra vida de todos los días. Por ejemplo, voy a salir de mi estudio a dar su comida de todos
los días del largo invierno sueco a los gorriones y tordos ya que revolotean frente a mi ventana
dándome señas de que me estoy atrasando con su desayuno. Para alzarme, me apoyo con
ambas manos en los dos brazos de mi silla, la empujo hacia atrás, me dirijo a la entrada lateral
de mi estudio, abro y camino hacia la cocina. Ahora, con la expansión de la categoría de rigor
argumental, una secuencia de movimiento tan simples como acabo de describir se llena de
lógica. Desde luego, yo no hago razonamiento ninguno mientras me muevo. Pero están como
implícitos en los pasos que doy. Si --como dice Toulmin, y en buena medida tiene razón-- la
tarea de la lógica es retrospectiva y se refiere ante todo a dar razón o justificar lo que ya se ha
tomado como firme y verdadero, aquí hay una buena oportunidad para aplicar esta noción
(aunque de verdad tal ocasión no se presente ordinariamente en niveles tan menudos y obvios
de nuestro comportamiento).
Hagamos todavía el contraste, tomando el ejemplo anterior, entre el Hume
acostumbrado y el nuevo Hume. Si interrogamos a nuestro Hume acostumbrado, de dónde
tengo fundamentos para apoyarme en los brazos de mi silla seguro de que van a resistir mi
peso, de dónde saco razón para empujar mi silla hacia atrás seguro de que va a ceder a mi
impulso, de dónde caso principios para pisar en el suelo seguro de que no me voy a hundir, en
qué me afirmo para hacer girar el tirador confiado en que la puerta se va abrir, nos responderá
que razones en sentido “filosóficos”, razones en sentido de una secuencia necesaria y unívoca
de hechos que la mente humana está en condiciones de aprehender y así garantizar, razones
como ésas ciertamente no tenemos; y que lo que más podemos argüir para esta transición
segura de nuestra expectación es, exteriormente, la regularidad de la naturaleza y, en nuestra
intimidad, el acostumbramiento que tales regularidades producen. Así respondería el Hume
acostumbrado. Si por el contrario, preguntamos al nuevo Hume (al Hume al que tendríamos
que empezar por fin a acostumbrarnos, es a saber, el eventual crítico de la lógica tradicional, la
racionalidad matemática, y el restaurado de la racionalidad natural y hasta la racionalidad de la
vida de todos los días) no habría problemas en justificar con firmeza cada uno de los pasos que
doy con toda seguridad del mundo al salir de mi estudio para llevar su alimento a los gorriones

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y tordos que aguardan en mi jardín. Ello mediante la aplicación sucesiva de silogismo causales
(matters of fact arguments, como se diría en inglés). En este intento parece seguro que el más feroz
de mis objetantes será precisamente el discípulo de Hume acostumbrado que hará discurso
como el siguiente: ”Usted no puede estar absolutamente seguro al alzarse apoyándose en los
brazos de su silla de que éstos van a resistir su peso. Si usted, por lo demás tuviera que decidir
la cuestión en términos de seguridad lógica, lo único seguro es que nunca se alzaría”. Y la
respuesta al discípulo de Hume acostumbrado tendría que dársela --no hay ni que decir-- el
discípulo del nuevo Hume, diciéndole que se trata precisamente de eso, de abolir de una vez
por todas esa noción de seguridad lógica, ese concepto de racionalidad de acuerdo al cual
tengo que recurrir a un ciego instinto, a puro hábito psicológico, a un mecanismo mental
hecho con la concurrencia, la mera sucesión y yuxtaposición de los fenómenos, para
reemplazar lo que no por no ser la especie de la racionalidad matemática es menos racional en
el más propio de los sentidos. Desde luego, en condiciones normales, ordinarias, yo no hago
ningún razonamiento para alzarme de mi silla; pero si ese discípulo de Hume acostumbrado
me detuviera antes de alzarme, pidiéndome que atienda a la naturaleza de la seguridad con que
me propongo hacerlo, ciertamente (aunque a algunos siga pareciendo increíble por ridículo)
una proposición surgirá como los “Los brazos de esta silla resisten mi peso” antes de alzarme
apoyándome en brazos. Y una proposición general, si se ofrece el caso, como “Los brazos de
las sillas resisten el peso de quienes las emplean”. Y otro tanto valdrá la seguridad con que
camino por el piso de mi estudio sin cuidado de hundirme, para el caso en que aquel discípulo
de Hume acostumbrado indagara por ella --es decir, que mientras es cierto que puedo imaginar
un objeto de tal peso y forma de posarse allí se hundiría como un alfiler en un pote de
mantequilla, ni por asomos me viene a la mente que algo así vaya a ocurrir cundo soy yo el que
camina por el piso de mi estudio, y si alguien me hiciera una consideración así tendría que
decirle que los pisos de una casa resisten con exceso el peso de quienes la habitan. ¿Y por qué
no podría mi discípulo de Hume acostumbrado alegar que no puedo estar racionalmente
seguro de poder adelantar mi brazo para poder alcanzar el tirador? “Después de todo”, me
dirá, “no hay nada de contradictorio en suponer que en el momento mismo en que va usted a
adelantar el brazo encuentra que no puede hacerlo. Hasta podría ocurrir, justo ahora”. “Pero”,
replicaría yo, “nada, en mi mente ni en mi comportamiento tiene relación con tal relación, con
tal eventualidad”. Cierto, no muevo el brazo luego de alcanzar una conclusión obtenida como
el resultado de un razonamiento; pero, desafiado a dar cuenta de la seguridad con que la
adelanto no recurriría a una explicación a la vez floja y sofisticada de que hasta ahora siempre
he podido adelantarla sino a la más obvia y a la vez más racional que un organismo como el
mío tiene la capacidad de un movimiento así.
Conviniendo con Toulmin en que la lógica tiene que ver con los procedimientos que
empleamos para hacer valer fuera de dudas una proposición que ha sido cuestionada, cambia
significativamente la perspectiva de la práctica lógica. Si alguien arruga el entrecejo cuando me
apoyo en los brazos de mi silla para alzarme, significando así sus dudas sobre la proposición
“los brazos de mi silla resisten mi peso”, ¿a qué recurro por encima de todo para salir de
dudas? Parece obvio: recurro a la racionalidad propia del mundo de las sillas. Incluso, mi
argumento puede asumir la forma de una perplejidad elemental: “Pero, ¿qué no sabe ustedlo
que es una silla?” Así se articula la lógica en las diversas esferas del argumento: por la
racionalidad que se despliega en cada esfera.
Y así se llena de lógica el mundo: por lo lleno que está de racionalidad. Por ejemplo,
hay un principio de lógica de proposiciones de acuerdo al cual si dos proposiciones forman
una disyunción y una de ellas es falsa, entonces, la otra es verdadera. Los estoicos formularon
este principio; y al hacerlo agregaron el comentario que hasta los perros lo conocen. La

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consideración era que siguiendo a su presa, si llegan a una parte en que el sendero se bifurca,
olfatean en una dirección y si no hay olor allí, echa a correr por la otra, sin hacer más
averiguaciones. De donde resulta además que los perros tendrían que conocer el otro silogismo
con disyuntivas también: que si de dos proposiciones que forman una disyunción una es
verdadera, entonces, la otra es falsa. Por que si el perro al llegar a la encrucijada encuentra el
olor de su presa en la primera ruta en que husmea, por esa ruta va a echar a correr
inmediatamente, sin ocuparse de la otra.
Esta consideración acerca del comportamiento de un perro en que de alguna manera
(como es costumbre expresarnos cuando no sabemos) va implicando el saber de una relación
lógica puede ampliarse al mundo de la naturaleza y llevarse más allá de la lógica ordinaria. Loa
animales, por ejemplo, que al salir del agua se sacuden, ¿no conocen el principio de inercia?
Los hindúes formulaban como arquetipo de silogismo causal la regla “donde hay humo hay
fuego”. ¿No tendrían que haber agregado el comentario que los animales la conocen? ¡Y cómo!
No hay predador que no la esté aplicando a cada instante y de mil maneras para saber si hay
presa a la vista; y la posible presa está haciendo permanentemente otro tanto para averiguar lo
contrario. Las múltiples maneras del mimetismo pueden considerarse como un despliegue
prodigioso de la naturaleza para frustrar la aplicación de dicho principio. Y no solamente la
relación causal de dos hechos tienen en cuenta los animales para orientarse, sino también la
que permite anticipar un hecho mediante el signo que representa otro. Y no sólo la articulación
de causa a efecto, de efecto a causa, de signo a significado ponen en obra en su
comportamiento, sino que como el mejor estudiante de lógica operan con la transitividad de la
implicación. Como si no hubiera ningún misterio y más bien fuera una obviedad que si un
hecho implica otro y este otro un tercero, entonces, el primero implica el tercero. Se sabe, por
ejemplo, que la osa madre antes de enfrentar un peligro avisa con un gruñido que sólo ella sabe
hacer a sus oseznos y que éstos, tan pronto oyen un gruñido así, suben inmediatamente al
árbol más próximo. Se puede especular que los oseznos lo único que saben es que al gruñido
especial de su madre hay que responder subiéndose a toda prisa al primer árbol a mano; se
puede especular también que el enemigo que se avecina lo único que percibe es que su
presencia es saludada con un gruñido. Lo que es más complejo y parece cosa sobre la que no
hay que especular mucho es que la osa madre se ha dedicado a dejar bien instalada en la
reacción de sus pequeños la segunda parte de una regla de transitividad que los lógicos
conocen con el nombre de “principio de silogismo” y según la cual si un hecho implica otro y
este un tercero, entonces, el primero implica el tercero. En nuestro ejemplo, el peligro avisado
por la osa madre implica, mediando su gruñido, la pronta subida a un árbol de sus pequeños.
Desde luego, ningún animal hace argumentos en el sentido de defender a partir de
premisas la proposición implícita en la conducta que adopta. Y para hacer silogismos hay que
emplear el lenguaje, no hay ni que decir que ningún animal silogiza, por mucho que ejemplos
como los de un perro barruntando en la encrucijada de la ruta seguida por su presa o el
polluelo tanteando por dónde ir para llegar al lugar en que cacarea su madre, nos incline a
pensar que si lo hacen.
Pero, así y todo, si ni argumentan ni silogizan en sus conductas los animales, ¿no lo
hacen por ellos las personas que estudian sus hábitos y formas de vida preguntándose por qué
hacen lo que hacen? Porque con tales propósitos dichas personas buscan también las premisas
o principios de los que fluyen los comportamientos animales tal como la conclusión fluye de
las premisas. No silogizan ni argumentan los pingüinos sobre la conservación del calor cuando
forman sus aglomeraciones famosas en las regiones antárticas. Pero su conducta implica una
secuencia en la racionalidad de los fenómenos, términos que los zoólogos y etólogos hacen por
ellos y un argumento que también hacen cuando alguien pide una explicación. Así es un

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dominio de racionalidad éste que estudian zoólogos y etólogos, en el sentido de que las
conductas tienen también una razón de ser en este caso. El que estudia esta conducta, como va
de suyo, puede considerar que los animales se conducen como lo hacen porque están
hereditariamente determinados de conducirse así y que la adecuación de lo que hacen --sea con
vistas a procurarse alimento, a procrear, a defenderse no es más que el resultado del
mecanismo selectivo que conserva de las mutaciones genéticas las adecuadas y elimina las que
no lo son. Pero --va de suyo también-- lo que importa aquí es un porqué diferente, un porqué
previo a la adaptación evolutiva, un porqué de la condición formal de la adaptación misma. No
hay adaptación --diciéndolo por el revés-- que suponga que donde hay humo no hay fuego,
que cuatro es más que tres, que a la sombra hace más calor, que las piedras suben montaña
arriba, etc., etc. La adaptación combina con todas las formas de la racionalidad tan en todos
sus detalles que ello sólo basta como argumentos a favor de la tesis de que hay en existencia
mucha más racionalidad de la que se puede reunir en todos los tratados de lógica, y tan buena
como ésta, sin más.
Quizás algo como lo que estamos arguyendo valga también como un punto nuevo
sobre la distinción que hemos hecho hablando del Hume acostumbrado y un nuevo Hume
--es decir, un Hume que hace valer el modelo lógico tradicional y Hume que remueve tal
modelo por reducción a lo absurdo--. Porque ¿cómo vamos a entender el fenómeno de
adaptación de las especies naturales si no empezamos por dar por seguro que las leyes
naturales relevantes en cada caso de adaptación son tan firmes como la más firme de las
relaciones meramente formales las de la lógica formal y las matemáticas? Si, por cambio del
pelaje, un ejemplar de lobo se adapta mejor a un cambio del clima, la relación entre el pelaje y
la conservación del calor del organismo no va a ser aquí asunto de examen previo. A nadie se
le pasaría por la cabeza adoptar el propósito de una adaptación como ésta las maneras de
Hume acostumbrado y argüir que no hay nada de necesario en la relación entre el pelaje y el
calor del cuerpo y que, por todo lo que sabemos (es la frase de rigor en estos casos), muy bien
pudiera ocurrir un bien día que a pelo más largo y más tupido correspondiera desde el punto
de vista de la conservación del calor justo lo contrario de lo que ha ocurrido hasta ahora.
Precisamente, que las especies naturales se adapten suscribiendo, por decirlo así, sin
condiciones las relaciones que nosotros conocemos con el nombre de “Leyes naturales” es una
prueba tan contundente sobre la firmeza de estás, que decir como Kneale que aunque es
ridículo no hay nada de ilógico en cuestionarlas, es sumar al ridículo la estupidez. ¿Cómo
pretender, por ejemplo, que la medida en que la ley de la osmosis --que el solvente fluye a
través de la membrana desde el lado de menor concentración al de mayor concentración--
puede un día, “por todo lo que sabemos” invertirse, es así también posible (ese mismo día,
como se entiende) que todo obrado en la naturaleza sobre el cimiento de esa ley se descalabre
enteramente?

23. LAS DISTINTAS CULTURAS COMO ESFERAS SEPARADAS DE


RACIONALIDAD

Esta idea de Toulmin (mucho más antigua que Toulmin ni que decir y que encontramos en
textos tan lejanos como la “Etica Nicomaquea”, de Aristóteles, y en frases tan populares y
frecuentes como “físicamente imposible”, “moralmente necesario”, “estadísticamente
incuestionable”, “políticamente absurdo”, etc.) de distintas especies de rigor manifiestas en

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sendos campos de la actividad humana como los análisis matemáticos, las ciencias físicas, la
ingeniería, las ciencias históricas, la ética, la jurisprudencia, las artes, etc., etc., hasta ir a
desembocar en el siempre último y humilde extremo de los intercambios humanos de todos los
días nos inspira sobre el rigor y la racionalidad en el campo de las distintas culturas que tan
vivo y extendido interés suscita en las últimas décadas en todo el mundo del desarrollo. Si no
sus filósofos de décadas pasadas, sí en sus empresas económicas de décadas recientes han
iniciado a las sociedades industriales en el entendimiento de las distintas culturas (todas ellas,
prácticamente, puesto que con todas ellas tienen que negociar) llevándolas mediante la
experiencia muy concreta y muy urgente de las transacciones comerciales en alta escala a la
conclusión (una y mil veces argumentada sin muchos resultados para etnólogos, filósofos y
viajeros) que consideran las culturas como universos cerrados, como esferas, como estructura
en términos de principio y reglas específicas. En especial, la importación de fuerza de trabajo a
los centros de producción industrial, la expansión mundial americana subsiguiente a la segunda
guerra mundial, la conmoción postcolonial de África y Asia con toda su escuela de
emigraciones masivas, la organización transnacional de la producción y la explotación de
mercados han tenido por resultado una experiencia más rica y un examen más directo del
argumento cultural esgrimido desde la Antigüedad por pensadores y viajeros, pero hasta no
hace mucho (y en buena medida hasta ahora mismo) cosa exótica o velada para el gran público.
Siendo las culturas universos cerrados, el comportamiento racional en cada una se
presta, quizá, para aplicar algo parecido a la distinción que hace entre Toulmin entre las partes
de un argumento que dependen del campo o esfera en que el argumento se hace y las que valen
independientemente de esta relación. En este caso, una parte sería culturalmente dependiente;
y la otra transcultural. Para tomar ejemplos extremos, que fijen bien la distinción que nos
importa aquí, considérese el caso, real, de una cultura con normas jurídicas de acuerdo a las
cuales al ladrón se le corta la mano con que robó, al que es sorprendido bebiendo alcohol se le
azota en la plaza pública, a la adultera y al homosexual se les corta la cabeza. Toulmin --hay que
recordarlo aquí y aunque no se ocupe él de elaborar esta noción satisfactoriamente-- considera
que el modelo jurídico de la lógica es de tal manera más adecuado que todos los otros hasta
aquí ofrecidos para presentar los mecanismos, categorías y distinciones que intervienen en el
proceso argumental, que llega a preguntarse si expresiones como modelo o “analogía jurídica”
describen adecuadamente la relación por él destacada entre lógica y jurisprudencia y si no más
bien los procedimientos que se siguen en los tribunales con vistas a decidir un juicio, la
persona misma de la lógica, la más adecuada y completa expresión de la noción de disputa
racional. En tal caso --llevando nuestra atención a la ley islámica-- la relación entre
delito y la pena --entre el adulterio y la decapitación, por ejemplo-- y una vez cumplidos a
satisfacción cada uno de los pasos del procedimiento legal, tendría que considerarse establecida
con la mejor especie de rigor lógico disponible. Pero, también, en otras culturas puede ocurrir
(y ciertamente ocurre) que ni siquiera sea posible configurar un caso ante los tribunales por el
mero hecho de adulterio; y puede ser también (y así es) que no haya tránsito legal (o racional)
posible entre adulterio y decapitación. El adulterio podrá llevar a cierta especie atendible de
conmoción, pero no a cosa que se parezca remotamente a la pena capital. La divergencia
entonces se trataría así: mientras no haya diferencia en el trato jurídico del delito, la divergencia
cultural no interviene; pero si la hay, no se la puede cuestionar sin cuestionar la cultura del
caso.
¿Vamos a quedar satisfechos con esta noción de rigor lógico? Parece obvio que no, y la
reacción frente a tal procedimiento --que racionalmente desde el adulterio a la decapitación y
que supone la aplicación de leyes previamente argüidas y sancionadas y el ejercicio profesional
de la jurisprudencia, la operación ancestral de costumbres y tradiciones, la aceptación por parte

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de tal moral y tal religión, y en fin todo un trasfondo que supone el cuerpo cultural entero de
una sociedad-- va a ser (en lo que nos importa aquí y en lo que más nos impacta y mejor se
percibe) de rechazo cerrado, en el sentido de que no se puede pretender que haya ninguna
lógica (y no hablemos ya de lógica por excelencia) en un procedimiento que tiene por resultado
decapitar a una persona por razones de homosexualidad o adulterio. Ninguna lógica, como no
se trate de una tan formal, tan vacía y abstracta como la lógica de modelo matemático de cuya
impotencia de aplicación se ha partido.
Tocamos con tales consideraciones terrenos extremos desde los cuales puede
proyectarse una diferente perspectiva sobre el argumento de Toulmin. En primer lugar, está la
intuición según la cual lo que es racional y lógico no puede sin más aparecer en dependencia de
una cultura. La lógica, de acuerdo a esta intuición, debe ser la misma prescindencia del
contexto en que, bien o mal, se aplica. En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, resalta
aquí la significación del modelo matemático y se explica su universal predilección. Como si se
conviniera en aceptar la universal vacuidad de las “conexiones de ideas” y, al mismo tiempo, la
impertinencia del que va a meter sus narices en la forma como una sociedad se las arregla con
sus adulteras y sus homosexuales. Diciéndolo con otra perspectiva: la lógica de modelo
matemático tiene la ventaja de quitar el sello de lo racional a lo culturalmente divergente y de
quitarse así de encima un proyecto más complejo de comprensión. La neutralidad cultural del
modelo matemático asegura que no haya conflictos en términos de divergencias culturales, que
la “razón” aparezca por sobre las diferencias de esta especie y no como dispersa en formas
diferentes y hasta incompatibles. En tercer lugar, y en oposición a lo anterior, resalta también la
revelación que producen artefactos distintos, como este modelo jurídico que nos ofrece
Toulmin. Justamente, la aplicación del modelo jurídico como paradigma lógico permite dar
lugar aun juego o articulación de la diversidad cultural, divergencia a la que nos torna ciegos o
indiferentes nuestro acostumbramiento al paradigma matemático. En resumidas cuentas, el
modelo jurídico nos pide con una especie de más dramática vehemencia que nos hagamos
cargo de lo que tendría que ser un mensaje claro y definitivo del modelo matemático --es, a
saber, el carácter meramente formal de la lógica. Las cosas, entonces, parecen ocurrir así: que
mientras empleamos el modelo matemático, éste puede ser formal o sin que importe mucho,
puesto que el dominio de la aplicación lógica así entendida se reduce casi enteramente a las
mismas matemáticas. La lógica entonces, encuentra su resonancia universal, transcultural; su
prestigio y su curso se tornan incuestionables; pero, también, su campo de aplicación
desaparece de la vista. Por su parte, cuando --si se nos ocurre hacerle caso a Toulmin--
aplicamos el modelo jurídico, entonces parece necesario que la lógica --ocurriendo como
efectivamente ocurre que los principios, doctrinas y leyes de la jurisprudencia varían de una
cultura a otra-- aparezcan como una aplicación de algo formal. Tan sólo así se entiende, por
ejemplo, que decapitar a una persona por prácticas homosexuales, por mucho que no sea
frecuente en otras culturas, resulte perfectamente racional en alguna.
Y si en tal coyuntura nos rebelamos, parece no quedar más que una alternativa: que la
lógica no sólo se encuentra por sobre las culturas sino que además tienen por objeto algo
sustantivo --la razón, por ejemplo, la verdad, la inteligencia, el entendimiento-- algo que no va
funcionar como puro mecanismo, con independencia del contenido a que lo apliquemos.
Dicho con los ejemplos que hemos tenido a la vista, no puede bajo ningún respecto, en
relación con ningún procedimiento la aplicación de ninguna “regla cultural” resultar lógico,
racional que a uno le corten la cabeza por prácticas homosexuales o adúlteras.
Pero ¿a dónde iremos a buscar los principios de esta ciencia lógica? ¿Y cómo no
obrarían firmes e impositivos --así como los sentimos obrar en nosotros cuando nos llevan a
rechazar que pueda haber ninguna relación racional entre adulterio y decapitación-- también en

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el caso de quienes establecen que el adulterio implica decapitación, y que pueda decapitar sin
vacilar a la mujer adúltera? No sólo es esto último así, sino que argüir lo contrario --es decir, la
irracionalidad de tales procedimientos, la arbitrariedad, el revestido legal del asesinato con que
se mofan de la humanidad los que decapitan a una sola persona por al sola razón de una acción
de adulterio-- sería considerado como argumento de insensatos por quienes pertenecen a la
cultura que sancionan tales prácticas.
Como se entiende, los ejemplos de divergencia cultural que hemos empleado son sólo
un detalle del vasto campo de racionalidad que una cultura comprende y que tan fuerte
contraste puede revelar con otras culturas. La guerra de Vietnam, los conflictos de la
descolonización africana, las guerras y revoluciones del Cercano y Medio Oriente, la llamada
crisis de la energía de los últimos años, pero también, como se dijo, la importación masiva de
fuerza de trabajo, la emigración de millones de seres perseguidos por los cambios políticos,
todo ello ha configurado un cuadro grandioso y universal de abertura y perspectiva cultural
nunca antes igualado. El argumento cultural ha dejado de serlo para transformarse en mera
experiencia, directa verificación, y la prensa se ha llenado de descripciones de hechos y
costumbres que parecen disparates, brutalidad e irracionalidad pura cuando se los enfoca bajo
el supuesto de un estándar universal de humanidad y racionalismo (como, por ejemplo, la carta
de los derechos humanos, el sermón de la montaña o algún discurso de Sócrates). Tales
realidades, sin embargo, ya no tienen que temer prueba ninguna --por lo menos, no en los
niveles oficiales. En el caso de culturas diferentes (sobre todo allí donde el asunto implica
petróleo, uranio, diamantes, mercados actuales y futuros) la distinción entre racionalidad
universal y racionalidad local parece cosa firme en la orden del día.
No hace mucho me tocó ver en un reportaje de la televisión sueca a una periodista de
visita en Irán entrevistando a personeros de gobierno, líderes revolucionarios, líderes religiosos
y personajes de la oposición en la clandestinidad. La periodista (por todo lo que se, una
feminista de primera línea) iba de un lado a otro; y era toda una experiencia verla con la cabeza
y el rostro casi enteramente cubiertos por un chal. Su conducta oscilaba entre la absurda
superchería y la astucia profesional, aunque parecía también que la entrevistadora no estaba en
absoluto enterada entre lo absurdo de su situación bajo un respecto y lo racional de la misma
bajo otro. Más todavía: su comportamiento parecía racional en un plano en que las dos
racionalidades incompatibles (las dos culturas incompatibles), la irania y la sueca, no eran más
que avalorios de su cálculo. Este simple botón de muestra nos lleva entonces a la cuestión de la
medida en que este reconocimiento del argumento cultural por parte de las sociedades
industriales no sea genuino sino pura simulación y hasta concesión causada por el temor de
una relación que puede echar a perder los negocios. Tal sugestión adquiere cierta fuerza con la
primera noticia de la conducta de gobernantes, diplomáticos, políticos y periodistas durante los
largos años de la crisis del petróleo. El argumento de la divergencia cultural adquirió una
sospechosa fuerza en esos años, y abundaron las intervenciones, discursos, entrevistas y
artículo que pedían dejar a cada sociedad obrar de acuerdo a su propia noción de “derechos
humanos” --si es que una noción con ese nombre podía en cualquier sentido aplicarse.
Pero, en fin, suscriban o no la distinción entre racionalidad universal y racionalidad
regional (o cultural) los líderes políticos, gobernantes y administradores de la sociedad
industrial, el hecho es que la lógica de la producción y el comercio los hace conducirse
puntualmente como si nadie mejor que ellos la suscribiera. La distinción de Toulmin entre
fuerza y criterio --entre principios que van más allá de las esferas argumentales y principios que
son específicos de una esfera-- tendría que combinarse con el argumento de la divergencia
cultural. Tendríamos, parece, que estar de acuerdo en que hay racionalidad en la relación o
proceso jurídico que va del adulterio a la decapitación: “En todas partes”, así tendríamos que

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pontificar, “vale la noción de una relación necesaria entre delito y pena. Cuáles son los delitos,
cuáles las penas, eso depende de la latitud del lugar”.

24. ¿QUE DECIR DE UNA LÓGICA SIN MODELO?

La idea de Toulmin de investigar la lógica mediante la analogía o paralelo con la jurisprudencia


tiene, no sólo la consecuencia de cambiar la atención llevándola desde la lógica tradicional (la
lógica de modelo matemático) a la lógica como se despliega en lo que se conoce como
procedimiento judicial, sino también la peculiaridad de un énfasis nuevo, un análisis más rico y
penetrante de los principios, fundamentos o supuestos de cierta especie relevante de
argumentos: justamente aquellos que abundan en los tribunales, en las secretarías de gobierno y
en las regiones todas donde se toman las decisiones políticas y administrativas, donde la última
instancia es el poder. Para Toulmin, una ventaja importante del modelo jurídico reside en que
despeja y deja a la vista el ejercicio de la razón. Ateniéndonos a este modelo dejamos en el
centro la facultad crítica, en cuanto no se trata aquí de otra cosa que ejercer la facultad racional
en el examen de los méritos de una proposición. En los tribunales no se trata más que de eso:
examinar rigurosamente los méritos de una demanda. Pero, podemos ver, toda demanda en los
tribunales termina en lo que termina, sustantivamente, por la relación en que se encuentra con
la ley. Quitadas, o mejor, reducidas a su correcta relación, las excepciones, atenuantes,
agravantes, etc., que atañen a la justicia, lo que queda en el centro de todo el procedimiento es
la cuestión de si la demanda se ajusta o no a la ley. Y la ley es... la ley. La analogía o paralelo
jurídico termina aquí. Sin embargo, si es cierto (y parece que sí lo es) que mediante el modelo
jurídico ponemos en el centro de la atención la función crítica de la razón, entonces, ésta
tendría que hacernos sentir mucho más que un barrunto sobre la ley: impulsarnos con su
hábito propio, su hábito crítico, al examen de la ley, a la indagación de su naturaleza y sus
fuentes. ¿Y que si, pongamos por caso, la razón tuviera que aceptar que la ley no es más que un
expresión del poder? ¿Terminaría en este punto la función crítica de la razón? ¿O habría la
pretensión de que no es la fuerza lo que nos obliga en los tribunales? Quizá surgiría aquí una
división, en el sentido de que la fuerza establece la ley, confiada en que ejercida es una
actividad en que más bien que mal se va a desplegar cierta racionalidad que encontramos en
tribunales y en cuyo despliegue observamos los cuidados, distinciones y sutilezas que llamamos
”ejercicio crítico de la razón”, ejercicio para el cual hay un obvio límite representado por el
punto donde ya no hay nada más razones que esgrimir sino tan sólo fuerza que aplicar.
Consideraciones como ésta, acaso, impliquen el énfasis sobre otra especie de límite: el
que acarrea la noción misma de modelo lógico. El modelo matemático nos aísla en las
abstracciones de la lógica; el jurídico, nos enfrenta a la relación forjada en el marco del poder
que se impone por encima de toda crítica racional. Es como si todo modelo llevara algo
limitante, propio de su esfera y que va a plantearse como un non plus ultra a los ejercicios libre
de la razón. Pero, ¿por qué tendríamos que dar preferencia a una esfera de actividad
argumental sobre otras? La actividad argumental, la crítica, el ejercicio de la facultad racional,
se despliega en una variedad de dominios. ¿Por qué tendría que ser la lógica la ciencia de una
abstracción a partir de esa variedad y no todo concreto de la variedad misma? Y si, haciendo
valer una vieja tradición sobre la naturaleza del saber científico, se argumenta que no hay otra
alternativa para una ciencia de la lógica, entonces, ¿por qué tendría que ser la lógica una
ciencia?

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