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INICIATIVA EMPRENDEDORA
CURSO
INICIATIVA EMPRENDEDORA
MÓDULO 1.
INTRODUCCIÓN A LA INICIATIVA EMPRENDEDORA
El término emprender, para el que no existe una definición única, ha estado asociado
en sus inicios con la realización de actividades propias de la construcción, pero
también se ha entendido que tiene relación con la tendencia a crear, y otras veces se
le ha encontrado similitud con el mundo de los negocios (Briasco, 2014).
Emprender es, ante todo, una actitud personal ante la vida, ser positivo, activo,
mostrar liderazgo. No depende, por lo tanto, de que se trabaje por cuenta ajena o
propia (Giner de la Fuente, Gil Estallo, & Martí Pidelaserra, 2013).
Pero si se habla de habilidades, podría pensarse que no todo el mundo cuenta con
ellas. De hecho, se ha llegado a indicar que tener un espíritu emprendedor es algo
innato a los individuos, siendo ello por lo que se presumiría que dichas habilidades no
pueden ser adquiridas o fomentadas mediante la enseñanza y el aprendizaje. Nada
más lejos de la realidad. La orientación para emprender, esto es, las habilidades
necesarias para ello, se pueden enseñar y, por lo tanto, aprender, aun cuando los
métodos utilizado para ello no sean únicos (Briasco, 2014).
Emprender es, por lo tanto, la búsqueda y posterior creación de algo para solucionar
un problema. La solución al pain point de un cliente. De este modo, se emprende
cuando se pone en marcha, algo que no se había realizado anteriormente, pero
también cuando algo que se estaba haciendo habitualmente de algún modo es posible
mejorarlo, y se aplica dicha mejora. En suma, emprender es crear una empresa que
tenga por objeto el desarrollo de productos o servicios, o de ambos, capaces de
solucionar un problema o de satisfacer una necesidad. Esto es, centrarse en la
identificación y explotación de oportunidades aún sin explotar (Esteban, 2014).
Las cuestiones que resultan de los párrafos anteriores parecen evidentes. ¿Por qué se
emprende?, ¿tiene ventajas frente a una actitud pasiva en el ámbito laboral?, ¿quién
puede ser realmente un emprendedor?, ¿hay algún proceso que seguir para
emprender?, ¿qué cualidades tiene un verdadero emprendedor? En las líneas que
vienen a continuación se tratará de dar respuesta a todas ellas.
Un 95% de los individuos que emprenden fracasan antes del quinto año, con el
consiguiente sufrimiento personal y familiar. Entonces, ¿por qué emprender? Una
respuesta puede ser el hecho de que, si se es capaz de saber en qué fallaron otros, es
probable que se consiga evitar el fracaso (Trías de Bes, 2007).
En una explicación más idealista, Esteban (2014) considera que el mundo necesita a los
emprendedores, a gente que genere riqueza, por lo que en sí misma, sería una razón
adicional para emprender.
Oportunidad de aprender.
Oportunidad laboral.
Sin embargo, pocos factores puedan ser tan determinantes a la hora de emprender
como la actitud con que el individuo emprendedor se enfrenta a la realización de una
actividad, y la autoevaluación que realiza el mismo de sus habilidades y destrezas, esto
es, de su capacidad emprendedora (Sánchez Aguilar, 2013). Esta capacidad
emprendedora, además, debería permitir no cometer el error más grave de todos: el
no emprender (de Pablos Heredero & Blanco Jiménez, 2013).
Así pues, y solo cuando a un conocimiento fiel y objetivo de las propias capacidades se
le acompaña la actitud adecuada, se estará en disposición de descubrir el verdadero
potencial emprendedor con que se cuenta (Sánchez Aguilar, 2013).
El propio Sánchez Aguilar (2013) señala algunos de los principales motivos para
emprender, recogidos en la tabla 1.
Superación personal
Realización personal
Tradición familiar
Servir a la sociedad
Independencia
Nótese que en la tabla 1 no aparece la idea de negocio como una de las razones para
emprender, quizás en concordancia con lo expuesto por Trías de Bes (2007), quien no
lo señala como un motivo válido al entender que la idea es el vehículo de la actividad
emprendedora en sí misma. En consecuencia, este autor también define una lista de
razones o motivos que denomina “lamentables” (véase la tabla 2) al ser sintomáticos
de la ausencia de un auténtico emprendedor. Ello es así por cuanto tras ellos parece
ser que se esconde una especie de “huida hacia adelante” como solución ante
situaciones personales o familiares amargas.
Pérez Aguilera (2013), por su parte, coincide en la mayoría de las razones señaladas en
la tabla 1 anterior cuando propone las suyas:
Odiar al jefe
Para Villagrá (2009) la persona que emprende aplica sus capacidades, convierte una
idea en un proyecto económico específico y genera algún tipo de innovación,
beneficios económicos y sociales.
Hoy día el término emprendedor se aplica a las personas que cuentan con una especial
sensibilidad para la detección de oportunidades y la capacidad para movilizar recursos,
por lo general, propiedad de otras personas, con el objeto de explotar aquellas. Ser
emprendedor es, por lo tanto, descubrir oportunidades y lanzarse a su transformación
mediante una empresa (Setó Pàmies, 2009).
Desde una perspectiva semántica, la figura del emprendedor está representada por
aquella persona que lleva a cabo acciones difíciles. Bajo una perspectiva práctica, sin
embargo, el individuo emprendedor es la persona que pone en marcha su propio
negocio. En un ámbito operativo, por su parte, la persona emprendedora es la que
aplica su talento a la innovación, en su propia empresa o en otras organizaciones.
Además, y como definición popular del término, se podría asumir que se trata de
aquella persona que hace que las cosas simplemente ocurran. Finalmente, y como
definición ideológica del término emprendedor, se asocia con la persona que convierte
sus sueños en realidad (Lobato Gómez, 2009).
El emprendedor también ha sido definido como aquella persona que inicia una
organización, o que, trabajando dentro de los confines de una de ellas, persigue
oportunidades sin necesidad de relacionarlas con los recursos que actualmente pueda
controlar (Stevenson & Jarillo, 1990). Esta asimilación de emprendedor con el inicio de
una organización también es compartida por Sharma y Chrisman (1999), autores para
los que el concepto de emprendedor estaría relacionado con las empresas de nueva
creación. Es por ello que, coloquialmente, el término emprendedor se viene utilizando
para definir a la persona que desarrolla un proyecto económico (Sánchez Almagro,
2003).
Shane (2012), por su parte, sugiere que más que la formación de nuevas empresas, el
concepto clave para la identificación del concepto de emprendedor es la evaluación y
la explotación de oportunidades que esta persona lleva a cabo.
Un emprendedor es aquel individuo que, ante todo, forja su propio destino en la vida
haciendo realmente lo que quiere hacer en ella. En suma, hace aquello con lo que
disfruta y se siente a gusto y libre (Giner de la Fuente et al., 2013).
Emprendedor es aquella persona que detecta una oportunidad y que organiza los
recursos necesarios para ponerla en funcionamiento bajo la forma de empresa,
caracterizándose por ser innovadora, esto es, ser capaz de generar bienes o servicios
de un modo creativo (Sánchez Aguilar, 2013).
Ahora bien, innovar no siempre implica crear algo nuevo (innovación radical) y, de
hecho, en la mayoría de las ocasiones tan solo supone mejorar algo ya existente
(innovación incremental) significando, de hecho, la base del progreso y desarrollo
humano (Hernando Polo, 2013).
“1. adj. Que emprende con resolución acciones o empresas innovadoras. Es una
mujer muy emprendedora. Apl. a pers., u. t. c. s. Un negocio para emprendedores.
cuando, para cada autor, serán esenciales unas y no otras características, por lo que
nunca existirá acuerdo.
De este modo, las personas emprendedoras pueden crear su propia empresa para
convertirse en empresarios, pero también pueden ser trabajadores por cuenta ajena o
intra-emprendedores ─corporate entrepreneurs (Sharma & Chrisman, 1999)─,
resultando de gran valía en las empresas debido a que vuelcan su potencial creativo y
su iniciativa en la compañía de la que perciben su sueldo (Hernando Polo, 2013).
Además de lo ya expuesto, no hay que olvidar que todos y cada uno de los atentos
lectores tendrán en la mente la imagen de lo que puede ser un emprendedor, por lo
que resulta aún más difícil ofrecer una definición universal del mismo (González
Domínguez, 2012).
Para ciertos autores (Giner de la Fuente et al., 2013), seis son las circunstancias clave
que pueden dar lugar al nacimiento del emprendedor:
Así las cosas, el 18,8% de los adultos en México tiene la esperanza de iniciar un negocio
en los próximos tres años. Si se considera a los que actualmente no son parte de la
actividad emprendedora, la cifra desciende al 13,7%. El promedio de intenciones
emprendedoras de América Latina está en torno al 29,9% de la población adulta.
La tasa de actividad emprendedora temprana (TEA, por sus siglas en inglés), que
incluye a las empresas nacientes y a las que llevan operando menos de 3 años y medio,
se duplicó al pasar del 10,5% en 2010 al 21% de la población adulta en 2015. De igual
modo, la tasa de empresas establecidas llegó a alcanzar el 6,9% de la población.
Por otra parte, y aun cuando los datos ofrecidos por el GEM señalan que la experiencia
es un valioso activo para emprender, esta no garantiza el éxito. Esto es, los errores del
emprendedor vienen de la mano del mismo factor que le induce a emprender: su
ilusión (Trías de Bes, 2007). Y es que con ideas, pero sin ilusión, no hay empresa, pero
con ilusión y sin ideas, estas terminarán por aparecer (Campa Planas, 2009).
El proceso emprendedor se puede entender como aquel que integra todas las
funciones, actividades y acciones que están asociadas con la identificación y con la
explotación de oportunidades (Urbano & Toledano, 2008).
La creación de empresas puede definirse como un proceso que está constituido por
etapas que, de forma racional, permiten al emprender ir tomando las decisiones
precisas de una manera secuencial y con un nivel de riesgo moderado (Weinberger
Villarán, 2009).
Pero si un emprendedor es, por lo tanto, aquella persona que supera un proceso, las
etapas que componen el mismo pueden variar según el autor que se considere
(Schnarch Kirberg, 2014). Así, para Rodríguez y Moreno (2013), las ideas son el punto
de partida, seguido de la visualización del negocio y, en tercer lugar, la definición del
plan de vuelo o explicitar la empresa en que se quieren volcar dichas ideas de negocio.
Urbano y Toledano (2008), por su parte, señalan que este proceso emprendedor está
formado por tres elementos: la oportunidad, la figura del empresario, y los recursos.
De este modo, suele iniciarse con la detección de la oportunidad de negocio, cuya
forma, tamaño y alcance determinarán las características de los individuos destinados
a su aprovechamiento y explotación, así como los recursos necesarios para ello.
Para Weinberger Villarán (2009), a su vez, el flujo de este proceso (véase la Ilustración
1) estaría constituido por las etapas que, enumeradas a continuación, se expondrán
brevemente:
Debe estar basada en una idea claramente formulada para establecer los marcos entre
los que actuará la futura empresa a crear. ¿Qué hace la empresa?, ¿qué bienes o
servicios produce o presta?, ¿qué actividades serán subcontratadas en el exterior?,
etc., son algunas de las cuestiones que el emprendedor debería plantearse en esta
etapa porque se trata de indicar cómo se conseguirán ganancias con los productos o
servicios ofrecidos (Weinberger Villarán, 2009).
Tras identificar una oportunidad, decidir explotarla, así como elaborar una idea de
negocio y proponer un modelo de negocio para la misma, y después de formular un
plan de negocios, el siguiente paso es la búsqueda de los recursos necesarios
(humanos, materiales, financieros, etc.) para poner en marcha la actividad empresarial
(Weinberger Villarán, 2009).
El mayor reto del emprendedor, en esta etapa, es conseguir individuos que crean en su
proyecto, que compartan el modelo de negocio planteado y que estén dispuestos a
trabajar en una empresa cuya marca todavía no está posicionada en el mercado y a la
que hay que dedicarle muchas horas de trabajo en ambientes aún desordenados y
caóticos. Por otro lado, y dado que en etapa inicial de un negocio no se pueden pagar
sueldos competitivos en el mercado, los empleados deben tener fe en la empresa, y
los posibles inversores habrán de confiar en la capacidad de dirección del futuro
empresario para alcanzar el éxito y obtener una rentabilidad atractiva por su inversión
(Weinberger Villarán, 2009).
Tras conseguir identificar y adquirir los recursos necesarios para la puesta en marcha
de la empresa, es fundamental decidir la estrategia más adecuada para el acceso al
mercado y competir con las empresas que ya se encuentran posicionadas (Weinberger
Villarán, 2009).
Este es un aspecto crítico, que podría marcar la diferencia entre el éxito o el fracaso de
la iniciativa empresarial porque el futuro empresario está tan preocupado por crear
productos y servicios innovadores, que olvida que debe enfrentar a la competencia
(Weinberger Villarán, 2009).
La decisión de poner en marcha el plan de negocios no es una tarea fácil, pues si bien
el empresario tiene mucho entusiasmo, optimismo y ganas de trabajar, también se
requiere de gran coraje y mucha dedicación.
En muchas ocasiones, una vez que la empresa está operando con eficiencia, el
empresario contrata a un administrador para que se haga cargo de la organización, y él
nuevamente se dedica a descubrir oportunidades y formular un plan de negocios para
una nueva aventura empresarial.
1
El acrónimo original era GOEI (Global Opportunity and Entrepreneurship Index). El nombre de GEM fue
propuesto por Erkko Autio, quien de forma anecdótica acababa de comprar las gemas para el anillo de
compromiso con su futura esposa.
Por lo tanto, se puede decir que el GEM es una iniciativa multinacional con el objetivo
explícito de facilitar la comparación de la actividad empresarial entre países, utilizando
la misma medida para todos y cada uno de ellos (Reynolds et al., 2005).
El GEM es un proyecto académico a gran escala diseñado para estudiar las causas y las
implicaciones del comportamiento empresarial. Dicho de otro modo, estima las tasas
de actividad emprendedora en su etapa más temprana a lo largo de varios países
(Minniti & Nardone, 2007).
Es por ello que el GEM, a diferencia de cualquier otro proyecto en el que no existe una
medida estándar o referencia de comparación, puede utilizarse como una base para la
realización de comparaciones internacionales fiables (Acs, Arenius, Hay, & Minniti,
2005). No existe otra medida que pueda ser usada en este sentido, ni tampoco para
determinar y analizar las motivaciones que dirigen a los agentes económicos
individuales, así como tampoco ninguna otra medida puede ser utilizada para informar
a los gestores políticos acerca de cómo promover el desarrollo del capital humano
empresarial (Reynolds, Bygrave, Autio, Cox, & Hay, 2002).
Aun siendo muchos los estudios que lo han intentado, es prácticamente imposible
determinar de forma objetiva y neutral el perfil ideal del emprendedor de éxito pero,
además, es complejo dictaminar si el mismo es innato o, por el contrario, es fruto del
emprendimiento (Sánchez Aguilar, 2013). De hecho, no existe una solución de
consenso acerca de cuáles son las características del individuo emprendedor ideal o
excelente, y aun cuando se han identificado ciertos rasgos comunes a la mayoría de
ellos, la clave para explicar el éxito de sus iniciativas se explica, muy a menudo, gracias
a sus características personales (Setó Pàmies, 2009).
No son pocos los autores (Caldas Blanco, Carrión Herráez, & Heras Fernández, 2014;
Poncio, 2010) que proponen una recopilación de un importante número de cualidades
personales, y de habilidades sociales y de dirección, deseables en un emprendedor,
siendo la tabla 3 y la tabla 4 mostradas a continuación, tan solo un ejemplo de ello.
Sánchez Aguilar (2013, p. 11) hace una recopilación de los atributos y cualidades que
son más citados por los investigadores a la hora de construir el perfil del individuo
emprendedor. El resultado es el mostrado a continuación:
Para otros autores (Giner de la Fuente et al., 2013), tres son las competencias que
deberían aprender quienes decidan emprender un negocio:
El 49,9% de los hombres y 41,2% de las mujeres consideran que poseen las
habilidades, la experiencia y los conocimientos necesarios para iniciar un negocio o
empresa, cifra por debajo del promedio de América Latina de 60,4% de la población
adulta (Naranjo et al., 2016).
Los individuos emprendedores, por otra parte, suelen compartir ciertas actitudes y
comportamientos como, por ejemplo, el hecho de que suelen trabajar duro, son
perseverantes, están comprometidos con su proyecto, ven el vaso medio lleno, luchan
por alcanzar aquello que se proponen, están insatisfechos con el actual estado de las
cosas y buscan oportunidades para su mejora, utilizan el fracaso como herramienta
para aprender, evitan la perfección en aras de la eficiencia, etc. (Urbano & Toledano,
2008).
No obstante lo anterior, dos suelen ser las características en común que con más
frecuencia se presentan entre los individuos emprendedores. Por un lado, contar con
un sueño, desear hacer algo diferente por sí mismo. Este será su motor y, en caso de
no ponerlo en funcionamiento, el origen de su insatisfacción con la vida. Por otro lado,
la resistencia al fracaso, que impide tirar la toalla por el convencimiento de que puede
conseguirlo. El error, por lo tanto, no es un estigma (Giner de la Fuente et al., 2013) ya
que el éxito no implica la ausencia de errores, sino el aprendizaje derivado de los
mismos (Martín, 2008).
Tener inquietudes.
Ser observador.
Tolerar la frustración.
Ser previsor.
Tener auto-motivación.
Aceptar el riesgo y la incertidumbre.
Ser organizado y planificador.
Contar con iniciativa.
Ser resolutivo.
Confiar en sí mismo y en su idea.
Ser constante, tenaz.
Permanecer atento a la competencia.
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