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“Oralidad y escritura” de Walter Ong: vínculos relevantes entre la oralidad y la escritura para el

desarrollo de la comunicación académica

Paula González-Álvarez

Diciembre de 2012

paula@gap89.cl

Walter Ong (1912-1993, afiliado hasta su muerte a la Universidad de Saint Louis) fue Doctor en Inglés y

desarrolló una extensa obra sobre la relación entre la oralidad y la escritura y cómo la transición hasta esta

última influye en la estructuración de la conciencia humana. Desde los años 50 desarrolló investigación en

esta área de estudio; en Oralidad y escritura (Orality and literacy), publicado originalmente en 1982, el foco

principal se encuentra en la revisión de las características propias de la oralidad y que la diferencian de las

culturas con conocimiento de la escritura. La obra tiene 190 páginas y, en siete capítulos, su autor plantea

que las culturas orales se distinguen principalmente por su naturaleza acumulativa y homeostática y,

además, que la escritura es una tecnología de la palabra indispensable para el desarrollo profundo del

pensamiento humano.

En el capítulo 1, Ong plantea la naturaleza eminentemente oral del lenguaje. Muy pocas de las lenguas

conocidas han desarrollado la escritura; en ellas, aunque la oralidad se sigue utilizando, esta se encuentra

mediada por el alfabetismo. Esto es lo que el autor denomina oralidad secundaria, que contrasta con la

oralidad primaria de las culturas puramente orales. Lo anterior le permite afirmar que la escritura no es un

mero sistema para poner por escrito el habla, como tradicionalmente se considera desde las ciencias

sociales. A partir de ello se critica la terminología asociada con los estudios de la oralidad (“literatura oral”,

un oxímoron; “pensamiento salvaje” o “prealfabetismo”, términos que definen desde la carencia y conciben

la oralidad como un estadio insuficiente o no desarrollado, como también critica Olson, 1998). Para Ong, la

oralidad es un sustrato necesario para el desarrollo de la escritura, tecnología que, en su opinión, es

indispensable desarrollar para alcanzar el potencial más pleno de la conciencia humana.

En el capítulo 2, la diferencia entre oralidad y escritura se enfoca a partir de la cuestión homérica: ¿es posible

que Homero compusiera la Ilíada y la Odisea sin el apoyo de la escritura? Los estudios desarrollados en el

siglo XX, a partir de Milman Parry, han mostrado que las expresiones características de estas obras son

ejemplos directos de los métodos de economía y mnemotecnia exigidos por una cultura oral, como el uso

de expresiones formulaicas apropiadas para la métrica del poema. Estos hallazgos socavan la idea del
“genio” homérico, puesto que se planteaba que solamente en la escritura es posible crear obras tan

excelsas. Sin que Ong lo mencione, este punto ya plantea una objeción a la creencia de que la oralidad no

permite llevar al desarrollo pleno del pensamiento humano: estas obras cumbres del desarrollo cultural

griego no ven disminuido su valor a pesar de su carácter oral. Muy por el contrario, vienen a mostrar cómo

la oralidad es un sustrato relevante para el posterior desarrollo de la escritura (Havelock, 1995).

En el capítulo 3, se presentan algunas características psicodinámicas de lo oral, entre las que destacan la

identificación de la palabra con un suceso (por la volatilidad de la expresión), el uso de las ya mencionadas

expresiones formulaicas para propiciar la memorización, la preferencia por enunciados acumulativos antes

que subordinados o analíticos, la redundancia, la falta de innovación y la homeostasis, esta última como

consecuencia de las anteriores características. Esta clase de elementos subrayan que los hechos recogidos

por la tradición oral solo lo son en cuanto son memorables, lo que se refleja en los relatos heroicos y

fantásticos y la cercanía de la palabra con la religiosidad. Hablar de “falta de innovación” señala otra

diferencia fundamental entre lo oral y lo escrito: en la cultura oral, la originalidad se relaciona con la

recombinación novedosa de elementos conocidos, mientras que en la escrita se relaciona con la

formulación de contenidos nuevos (Denny, 1995). Este último punto no es abordado por Ong, lo que

evidencia un vacío en el desarrollo de la argumentación sobre la innovación (o su falta), si bien apoya la

tesis de que la escritura reestructura la conciencia humana.

En el capítulo 4 se defiende la tesis recién mencionada, punto esencial de la presente obra. La escritura

permite un discurso autónomo, descontextualizado, pero al mismo tiempo monológico, puesto que no

permite la interacción directa con las ideas anotadas en el texto. Lo anterior está propiciado por el hecho

de que la escritura es una tecnología que se aprende de manera consciente y que, por tanto, permite el

distanciamiento del objeto para su mejor observación. Esta tecnología permite, además, desarrollar lenguas

en extenso, lo que Ong denomina grafolectos, es decir, lenguas nacionales escritas que contienen a los

dialectos orales en pos de su riqueza léxica y sus normas gramaticales. Los grafolectos son útiles al permitir

la comprensión entre hablantes de diferentes dialectos, pero plantean también algunas dinámicas de

opresión al considerar algunas formas más correctas que otras. En efecto, este es uno de los puntos que

resulta de mayor interés para autores como Goody (1987), al señalar la posibilidad de utilizar la escritura

para fijar un parámetro que permite la diferenciación de clases sociales y el establecimiento de dinámicas

de poder asociadas con él. En esta línea, autores como Olson señalan que rondan mitos en torno a la

escritura que “justifica[n] las ventajas de los letrados, [a la vez que] atribuye[n] los defectos de la sociedad
—y del mundo— a los iletrados” (1998: 22). La problemática de los mitos se retoma en la discusión del

siguiente capítulo.

Si bien Ong no plantea el problema de las clases sociales de manera explícita en su texto, sí enuncia algunas

afirmaciones que se inscriben en una línea similar y que resultan, por decir lo menos, problemáticas. En la

más interesante, plantea que la reestructuración de la conciencia y su correspondiente ‘florecimiento’ solo

se producen mediante el uso del alfabeto griego. Esta postura es compartida por autores como Havelock

(1995); tanto este autor como Ong mismo sostienen que el alfabeto es tecnológicamente superior porque

simplifica la tarea de la representación de la escritura y exige de sus aprendices conocer un número

reducido de signos, en comparación con los sistemas silábicos o pictográficos. Esto permitiría el eventual

uso de la escritura de manera automática o, más bien, un uso no necesariamente consciente (Havelock,

1995). Ante esto, es preciso señalar que la superioridad del alfabeto griego se establece desde el punto de

vista de la misma cultura que lo utiliza, lo que no permite comparar objetivamente el nivel de desarrollo o

avance logrado en otras culturas que utilizan otros sistemas de escritura.

En efecto, en una de las afirmaciones concretas más problemáticas, Ong afirma que, una vez que en China

todos los habitantes hablen el dialecto predominante (el mandarín), su sistema pictográfico de escritura se

reemplazará por el alfabeto griego. Esta clase de actitudes frente a los sistemas no alfabéticos ignora, por

una parte, la posibilidad de realizar estudios transculturales sobre la importancia de la escritura y/o su

impacto en la configuración de la mente y el pensamiento (Goody, 1987). Por otra parte, pasa por alto

algunos de los hitos fundamentales de la escritura no ocurridos en el contexto occidental, como la

producción de Genji Monogatari (La historia de Genji), de Murasaki Shikibu, considerada por muchos

académicos como la primera novela en su sentido moderno. Ya que una obra de tal calidad fue escrita en

Japón en el siglo XI, y prescindiendo absolutamente de un sistema alfabético de escritura, la evidencia

muestra que las afirmaciones sobre la superioridad del alfabeto deben, por lo menos, ser revisadas.

En el capítulo 5, se discute el impacto de la invención de la imprenta en las culturas escritas. Con ella, la

escritura se inscribe definitivamente en un plano visual: índices, portadas de libros y el uso del espacio

tipográfico subrayan el establecimiento de la concepción de las palabras ya no como hechos, sino como

cosas, objetos en el mundo. Además, la impresión introdujo a los textos la sensación de finitud, pues en

copias numerosas ya no es posible enmendar errores mediante glosas o tachaduras, como en los

manuscritos. Las formas verbales más cerradas, derivadas de esta finitud, desarrollaron también la
conciencia intertextual, variable sin importancia en la cultura oral, en la que no existe una materialidad del

lenguaje en la que se puedan establecer vínculos entre diferentes textos.

Esta afirmación es discutida por Denny (1995), quien señala que, si bien la escritura facilita la fijación de un

texto para su posterior análisis, la repetición y la memorización presentes en la cultura oral también

permiten este análisis reflexivo. Para este autor, la superioridad de la cultura escrita no es tal: la única

diferencia, en su opinión, entre la oralidad y la escritura es la descontextualización de esta última, como

bien señala Ong en el capítulo 4. El alejamiento del contexto también es ampliamente señalado como una

característica de lo escrito por otros autores (Goody, 1987; Biber, 1988; Havelock, 1995), aunque no

comparten, necesariamente, la posición de Denny sobre la igualdad de ambos modos respecto al desarrollo

del pensamiento analítico.

En el capítulo 6 se revisa brevemente la importancia de la narración para las culturas orales. Esta es útil

para guardar y traspasar el conocimiento a las nuevas generaciones, puesto que es una forma transversal

a muchas otras artes verbales y se encuentra desarrollada en casi todas las culturas. Sin embargo, esta

narración es de carácter más episódico que lineal, y no supone una estructura piramidal del tipo desarrollo-

clímax-desenlace, la que solo se desarrolló a partir de la tragedia griega (desde luego, escrita) y que se

perfeccionó apenas en el siglo XIX con el relato detectivesco. Además, en la oralidad los personajes suelen

ser tipos fijos, “planos”, puesto que cada uno encarna un valor o aspecto humano específico; solo con la

escritura se exigió el desarrollo de personajes redondos, multifacéticos. La importancia de la narración para

la cultura oral es compartida por diferentes autores (Havelock, 1995), aunque valdría la pena examinar las

afirmaciones de Denny (1995) para averiguar en qué medida se utiliza también el texto de carácter más

explicativo o descriptivo, por ejemplo, en expresiones orales como la homilía cristiana.

Para finalizar el libro, en el capítulo 7, Ong revisa brevemente algunas perspectivas de investigación para

seguir abordando lo oral. Para la literatura, la lingüística, la filosofía, los estudios bíblicos y las ciencias

sociales, en particular, es importante revisar sus propuestas teóricas para ver cómo se desarrollan en la

oralidad primaria y preguntarse, por lo tanto, cuánto de esta formulación teórica solo se sostiene desde la

perspectiva escrita. A lo anterior valdría agregar, como ya se mencionó, preguntarse cuánto de estas

afirmaciones solo se sostienen desde la perspectiva de la cultura escrita occidental.

Para concluir, vale la pena realizar algunos alcances sobre los aciertos de la obra y sus puntos débiles. La

tesis de que la escritura reestructura la conciencia es ampliamente discutida y, aunque no es abordada


desde una perspectiva propia de la investigación lingüística, sí se alinea con la cuestión, hasta hoy vigente,

del relativismo lingüístico. Sin embargo, en muchas ocasiones Ong afirma ideas relativas a la superioridad

del sistema escrito que contradicen aquellas otras donde señala que la oralidad es un sistema igualmente

rico e indispensable para el ser humano. Es posible que, en cuanto se considere a la oralidad como un

sustrato de la escritura, no se le dé la importancia que realmente ha de tener en un estudio serio y profundo

sobre esta modalidad del lenguaje humano. Ante esto, la obra resulta de gran interés no solo para guiar

acercamientos al fenómeno, sino que también para evidenciar los prejuicios que, quiéralo o no el autor,

aún rondan a la expresión oral. Por ello, esta obra constituye una consulta obligada para establecer

comparaciones entre oralidad y escritura, o bien, para poder investigar cómo se establece el continuum

entre estos dos polos, considerando, como señala Biber (1988), que en muchos puntos se solapan y que,

por lo tanto, la superioridad de uno de los modos no se puede determinar sin diferenciarlos claramente

uno del otro.


Referencias

Biber, D. (1988). Variation across speech and writing. Nueva York: Cambridge University Press.

Denny, J. P. (1995). El pensamiento racional en la cultura oral y la descontextualización escrita. En D. Olson

y N. Torrance (Eds.), Cultura escrita y oralidad (pp. 95-126). Barcelona: Gedisa.

Goody, J. (1987). The interface between the written and the oral. Nueva York: Cambridge University Press.

Havelock, E. (1995). La ecuación oral-escrito: una fórmula para la mentalidad moderna. En D. Olson y N.

Torrance (Eds.), Cultura escrita y oralidad (pp. 25-46). Barcelona: Gedisa.

Olson. D. (1998). El mundo sobre el papel. Barcelona: Gedisa.

Ong, W. (1996). Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.

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