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Wajntraub, Javier y Otros - Instituciones de Derecho Privado Moderno PDF
Wajntraub, Javier y Otros - Instituciones de Derecho Privado Moderno PDF
ÍNDICE
PRÓLOGO
EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998. PERSPECTIVA Y PROSPECTIVA - ATILIO ANÍBAL
ALTERINI
I. LA ÚLTIMA DÉCADA
II. EL AUGE DEL MERCADO
III. EL TRANSCURSO DE UN SIGLO Y MEDIO
IV. QUÉ MERECE SER CONSERVADO, QUÉ DEBERÍA SER CAMBIADO
V. PERFILES DEL DEBATE
VI. EL TRÁMITE LEGISLATIVO
VII. EL COMETIDO Y LOS RESULTADOS
VIII. PROSPECTIVA
EL CÓDIGO CIVIL UNIFICADO CON EL DE COMERCIO Y LA CONTINUIDAD INSTITUCIONAL -
HORACIO ROITMAN
ACERCA DEL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL UNIFICADO CON EL CÓDIGO DE COMERCIO -
ASTRID GÓMEZ MÈLLER
I. EL CONCEPTO DE CIENCIA DEL DERECHO
II. EL CONCEPTO DE SISTEMA NORMATIVO
III. EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 A LUZ DE LAS CONSIDERACIONES
PREVIAS
IV. CONSIDERACIONES FINALES
LA TÉCNICA LEGISLATIVA DEL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 - LUIS F. P. LEIVA
FERNÁNDEZ
I. ¿QUÉ ES TÉCNICA LEGISLATIVA?
II. EL CONDICIONAMIENTO NORMATIVO PREVIO: EL DECRETO 333/85
III. LA LIBERTAD FORMAL DE PROYECTAR UN CÓDIGO NUEVO
IV. LA CUESTIÓN DE LAS NOTAS. LA EXPOSICIÓN DE MOTIVOS Y LOS FUNDAMENTOS
V. LAS PARTICIONES SUPERIORES: LIBRO, TÍTULO, CAPÍTULO Y SECCIÓN
1. Cantidad de conjuntos o particiones superiores al artículo considerada regular o
estándar
2. Cuáles son tales particiones, y cómo se denominan
3. Orden de precedencia en que se deben ubicar
VI. EL USO DE PARÁGRAFOS
VII. LA NOTORIA REDUCCIÓN EN LA CANTIDAD DE ARTÍCULOS
VIII. EL USO DE EPÍGRAFES: UNA TÉCNICA TAN MODERNA Y A LA VEZ TAN ANTIGUA
IX. EL USO DE DEFINICIONES EN EL CÓDIGO CIVIL Y EN LA LEGISLACIÓN ARGENTINA
X. LAS DEFINICIONES EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998
XI. EL ORDEN DE LOS INCISOS: LOS DÍGRAFOS "CH" Y "LL"
XII. EL TIEMPO DE VERBO EN LA REDACCIÓN DEL PROYECTO
XIII. LA EXPRESIÓN DE CANTIDADES EN LETRAS
XIV. LA OMISIÓN DELIBERADA DE SINÓNIMOS
XV. ALGUNAS VOCES Y EXPRESIONES AJENAS AL PROYECTO
1. Las palabras: "todos", "ninguno", "siempre" y "nunca"
2. El uso del adverbio "cuando"
3. Los circunloquios
4. Las voces: "esposo", "esposa", "esposos"
5. El uso de la palabra "juez"
XVI. LA TAREA CUMPLIDA POR LA SECRETARÍA LEGAL Y TÉCNICA DE LA PRESIDENCIA
DE LA NACIÓN
XVII. REFLEXIONES FINALES
EL PROYECTO DE REFORMA DEL CÓDIGO CIVIL Y EL COMIENZO DE LA PERSONA HUMANA.
UN ENFOQUE DESDE EL DERECHO INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS - JUAN
ANTONIO TRAVIESO
I. INTRODUCCIÓN
II. EL PLANTEO GENERAL EN LA RELACIÓN ENTRE SISTEMAS JURÍDICOS
III. EL DERECHO INTERNACIONAL Y LOS DERECHOS HUMANOS EN LA CONSTITUCIÓN
ARGENTINA
IV. JERARQUIZACIÓN CONSTITUCIONAL DE LOS TRATADOS DE DERECHOS HUMANOS.
CONCEPTO
V. CONDICIONES DE VIGENCIA DE LOS TRATADOS
VI. LOS TRATADOS INTERNACIONALES RELACIONADOS
VII. EL DERECHO INTERNO RELACIONADO
VIII. EL PROYECTO DE REFORMA DEL CÓDIGO CIVIL: PLANTEO DE PROBLEMAS Y
SOLUCIONES
Problema a).
Problema b).
Problema c).
Problema d).
Problema e)
Problema f).
IX. CONCLUSIONES
DISCERNIMIENTO Y MAYORÍA DE EDAD - JUAN FRANCISCO FREIRE AURICH
I. INTRODUCCIÓN
II. EL DISCERNIMIENTO
1. La demencia
2. La privación de la razón
3. La inmadurez por razones de edad
III. LA MAYORÍA DE EDAD
LOS DERECHOS PERSONALÍSIMOS EN EL PROYECTO DE REFORMAS AL CÓDIGO CIVIL -
JULIO CÉSAR RIVERA
I. INTRODUCCIÓN. LA DIRECTRIZ DE LAS REFORMAS PROYECTADAS
1. La cuestión
2. La persona en el Código Civil
3. Las interpretaciones y las ideas posteriores al Código Civil hasta 1945
4. La evolución a partir de 1945
5. Conclusión. La línea directriz del Proyecto
6. Coherencia del criterio del Proyecto con la Convención Interamericana de Derechos
Humanos
7. Metodología de este trabajo
II. LA DEFINICIÓN DE PERSONA
III. LOS DERECHOS DE LA PERSONALIDAD
1. La importancia de la materia
2. La regulación de los derechos de la personalidad en el Código Civil
3. Los antecedentes del Proyecto
4. La estructura del Proyecto
5. Derechos de la personalidad espiritual
a) Texto del art. 105 del Proyecto
b) Intimidad personal o familiar
c) Honor y reputación
d) Derecho a la identidad
1) Caracterización
2) Su evolución
3) El derecho a la identidad en la jurisprudencia argentina
4) El fundamento normativo del derecho a la identidad en el derecho positivo argentino
5) Conclusiones sobre la caracterización del derecho a la identidad
6) Su reconocimiento en el Proyecto
e) Derecho a la imagen
1) Tratamiento en el derecho vigente
2) Tratamiento del derecho a la imagen en el Proyecto
3) Publicaciones lícitas
4) Difusión de la imagen de personas fallecidas
5) Extensión de la protección a la voz
f) Carácter de la enumeración. La dignidad personal
g) Disponibilidad relativa
h) Efectos
IV. LOS DERECHOS DE LA PERSONALIDAD FÍSICA
1. La vida y la integridad física
2. Los actos de disposición del propio cuerpo
a) Introducción
b) La regla propuesta
c) Los antecedentes
d) Los efectos
e) El consentimiento
f) La licitud
g) Exigencia del consentimiento para los actos médicos
h) El consentimiento informado
i) Quién da el consentimiento
j) Caso en que no se admite el consentimiento por representación
k) Negativa injustificada del representante a prestar el consentimiento
3. Prohibición de las prácticas eugenésicas
4. La disposición del cadáver
V. LOS TEMAS EXCLUIDOS (HÁBEAS DATA Y DERECHO DE RECTIFICACIÓN O
RESPUESTA)
LOS INTERDICTOS POR CAUSAS PSÍQUICAS Y LOS INHABILITADOS EN EL PROYECTO DE
CÓDIGO CIVIL. UNA MIRADA DESDE LOS VALORES - MARIANO ACEVEDO
I. EL SISTEMA EN EL CÓDIGO DE VÉLEZ SARSFIELD
II. LA INCURABILIDAD DE LA DEMENCIA EN EL SIGLO PASADO. FACTOR CLAVE DE
INFLUENCIA EN VÉLEZ SARSFIELD
III. OTRA VALORACIÓN QUE, DESDE MI PUNTO DE VISTA PERSONAL, TAMBIÉN
INFLUYÓ EN VÉLEZ SARSFIELD AL DISEÑAR SU SISTEMA
IV. LA REFORMA DE 1968. UN CAMBIO. UN PASO ADELANTE. SU INSUFICIENCIA AL
DÍA DE HOY
V. LO QUE HOY RESULTA ANTICUADO E INSUFICIENTE DEL SISTEMA CREADO POR LA
LEY 17711
VI. EL NUEVO PASO QUE HACE FALTA DAR HOY
VII. CONSIDERACIÓN FINAL
INEFICACIA E INVALIDEZ EN LOS ACTOS JURÍDICOS Y EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL
(DECRETO 685/96) - JOSÉ W. TOBÍAS
I. ACLARACIÓN PREVIA
II. LA NOCIÓN DE INEFICACIA Y SUS ESPECIES
1. Ideas preliminares
2. El Proyecto y el acogimiento de la distinción conceptual entre ineficacia e invalidez
3. El Proyecto y la denominada teoría de la inexistencia
III. LA INVALIDEZ COMO EXCEPCIÓN
IV. LA CONVERSIÓN DEL ACTO JURÍDICO
V. EL ACTO JURÍDICO INDIRECTO
VI. ACTOS NULOS Y ANULABLES. EL PROYECTO Y LA ELIMINACIÓN DE LA CATEGORÍA
1. El criterio caracterizador
2. Las consecuencias de la distinción
3. El Proyecto del Poder Ejecutivo nacional y la clasificación
4. El Proyecto y la eliminación de la categoría
VII. INVALIDEZ TOTAL Y PARCIAL
VIII. INVALIDEZ ABSOLUTA Y RELATIVA
1. El criterio de la distinción y el Proyecto
2. Las consecuencias de la distinción y el Proyecto
IX. EFECTOS DE LA INVALIDEZ
1. Entre las partes
2. Respecto de terceros
X. OTROS EFECTOS DEL ACTO JURÍDICO INVÁLIDO
XI. LA INOPONIBILIDAD
LA REPRESENTACIÓN EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 - RUBÉN H.
COMPAGNUCCI DE CASO
I. INTRODUCCIÓN
II. CLASES DE REPRESENTACIÓN
III. EFECTOS, AUSENCIA DE PODER Y RATIFICACIÓN
IV. EXTENSIÓN Y FACULTADES
V. AUTOCONTRATO
VI. APODERAMIENTO: NATURALEZA Y FORMA
VII. SUSTITUCIÓN
VIII. EXTINCIÓN DE LA REPRESENTACIÓN
1. Renuncia del representante
2. Cumplimiento del negocio
3. Revocación
IX. EFECTOS DE LA EXTINCIÓN DEL PODER
EL INSTRUMENTO DIGITAL EN EL TEXTO Y EN EL ESPÍRITU DE LA REFORMA CIVIL - LUIS
MAURICIO GAIBROIS
I. OBJETO Y LÍMITES DE ESTE TRABAJO
II. DE QUÉ REFORMA SE TRATA
III. COMENZAR POR EL PRINCIPIO, EL ESPÍRITU DE LA REFORMA
IV. LA RUPTURA DE LA UNIÓN "PAPEL - ESCRITO - FIRMA"
V. LOS INSTRUMENTOS PARTICULARES
VI. FIRMA DIGITAL, PASSWORD O CLAVE, Y CRIPTOGRAFÍA
VII. LOS REQUISITOS TRADICIONALES DE TODO INSTRUMENTO DIGITAL
VIII. LA CUESTIÓN TÉCNICA DEL SOPORTE DEL DATO JURÍDICO
IX. TÉLEX, FAX Y CORREO ELECTRÓNICO
X. EL VALOR PROBATORIO DEL DOCUMENTO ELECTRÓNICO
XI. CONCLUSIÓN
LA UNIFICACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL CONTRACTUAL Y EXTRACONTRACTUAL Y
SU CONCRECIÓN EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL ARGENTINO - ROBERTO M. LÓPEZ
CABANA
I. ESQUEMA DE SITUACIÓN
II. LA OPCIÓN AQUILIANA
III. EL DAÑO INMEDIATO COMO CONSECUENCIA COGNOSCIBLE
IV. EL DEBER DE SEGURIDAD. RIESGO O VICIO DE LA COSA
V. DAÑO MORAL
VI. AUTOMATICIDAD DE LA MORA
VII. ATENUACIÓN DE LA INDEMNIZACIÓN
VIII. INVALIDEZ DE CLÁUSULAS LIMITATIVAS DE RESPONSABILIDAD
IX. EDAD DEL DISCERNIMIENTO
X. OBLIGACIÓN DE VALOR
XI. INDEMNIZACIÓN DE EQUIDAD
XII. PLAZOS DE PRESCRIPCIÓN
XIII. SUSPENSIÓN E INTERRUPCIÓN DE LA PRESCRIPCIÓN
XIV. JUEZ COMPETENTE POR RAZÓN DE LA MATERIA
XV. JUEZ COMPETENTE POR RAZÓN DEL LUGAR
XVI. ACTUACIÓN DEL JUEZ EN LO PENAL
XVII. RELACIÓN ENTRE LAS SENTENCIAS CIVIL Y CRIMINAL
XVIII. RESPONSABILIDAD MINERA
XIX. RUINA DE EDIFICIO
XX. INFORTUNIOS LABORALES
XXI. DAÑOS AL CONSUMIDOR
XXII. DAÑOS NUCLEARES
XXIII. DAÑOS DERIVADOS DE LA NAVEGACIÓN AÉREA
XXIV. LEY ANTIDISCRIMINATORIA
XXV. LAS DIFERENCIAS SUSTANCIALES SUBSISTENTES
1. Extensión del resarcimiento y plazos de prescripción
2. Otras diferencias
XXVI. LA LEY 24032 DE UNIFICACIÓN DE LA LEGISLACIÓN CIVIL Y COMERCIAL
1. La derogación del art. 1107, Código Civil
2. Nuevo contenido de los arts. 520, 521, 522, 906 y 3933, Código Civil
3. Sustitución del art. 1066, Código Civil
XXVII. LAS XII JORNADAS NACIONALES DE DERECHO CIVIL
1. De lege lata (por unanimidad)
2. De lege ferenda
XXVIII. LOS PROYECTOS DE REFORMA DE 1993
XXIX. EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998
XXX. LA UNIFICACIÓN EN EL ORDEN INTERNACIONAL
XXXI. LA UNIFICACIÓN EN EL MERCOSUR
1. Brasil
2. Uruguay
3. Paraguay
LA PRESTACIÓN: SUS REQUISITOS - MARTÍN ALEJANDRO CHRISTELLO
I. INTRODUCCIÓN
II. LA PRESTACIÓN: CONCEPTO
III. ESPECIES
IV. REQUISITOS DE LA PRESTACIÓN
1. Contenido patrimonial
2. Debe corresponder a un interés del acreedor, aunque sea extrapatrimonial
3. Debe ser física y jurídicamente posible
4. No debe configurar un hecho ilícito
5. Debe ser determinada o determinable
V. CONCLUSIÓN
REGLAS DEL PAGO: LUGAR Y TIEMPO - FULVIO SANTARELLI
I. INTRODUCCIÓN Y TRASCENDENCIA DEL TEMA
II. EL TRATAMIENTO DE LA CUESTIÓN EN EL CÓDIGO DE VÉLEZ SARSFIELD
1. Lugar del pago
2. El tiempo del pago
III. LA REGULACIÓN PROYECTADA
1. Lugar del pago
2. El tiempo del pago
a) Obligaciones sin plazo
b) Pago a mejor fortuna
c) Pago anticipado: improcedencia de exigir descuentos
d) Supuestos de caducidad del plazo
CONSIGNACIÓN PRIVADA - LUIS NIEL PUIG
I. ANÁLISIS DE LA CONSIGNACIÓN PRIVADA
II. ARTÍCULOS 846 y 847 DEL PROYECTO
III. REQUISITOS Y TRÁMITE
1. Requisitos de procedencia
2. Trámite de la consignación
3. Variantes de la consignación privada de pago
4. Consecuencias en caso de que el acreedor no acepte el pago o no concurra a
percibirlo
5. Deuda en moneda extranjera
6. ¿Puede el deudor constituido en mora consignar privadamente?
7. El pagaré hipotecario de la ley 24441
CATEGORÍAS DE OBLIGACIONES
ACERCA DE LAS OBLIGACIONES DE MEDIOS Y DE RESULTADO - PAULA SEOANE -
FERNANDO A. UBIRÍA
I. INTRODUCCIÓN
II. LA CLASIFICACIÓN CONFORME LA SISTEMATIZACIÓN DE DEMOGUE. ENFOQUE
CLÁSICO DE LA TEORÍA
III. ENFOQUE ACTUAL DE LA CLASIFICACIÓN
IV. BREVE ALUSIÓN AL PROYECTO DE CÓDIGO ÚNICO DE 1987
V. EL PROYECTO DE 1998
TEORÍA DE LA IMPREVISIÓN
IMPEDIMENTO AJENO A LA VOLUNTAD DEL DEUDOR
PRINCIPIO DE REPARACIÓN PLENA, RESPONSABILIDAD OBJETIVA Y LIMITACIÓN
CUANTITATIVA DE LA INDEMNIZACIÓN. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL ARTÍCULO 1634
DEL PROYECTO DE 1998 - RAMÓN DANIEL PIZARRO Y CARLOS GUSTAVO VALLESPINOS
I. EL PRINCIPIO DE REPARACIÓN PLENA DEL DAÑO INJUSTAMENTE SUFRIDO
1. Formulación
a) El principio de la reparación plena o integral y la determinación del contenido del
daño
b) El principio de la reparación plena o integral del daño y la medida del contenido
del daño
2. Las ventajas e inconvenientes que presenta el principio de la reparación plena o
integral del daño
a) Las ventajas
b) Inconvenientes
3. Una cuestión que excede el plano puramente terminológico
4. El principio de la reparación plena y el daño moral
II. EL PRINCIPIO DE LA REPARACIÓN PLENA O INTEGRAL EN EL DERECHO ARGENTINO
Y COMPARADO
III. EXCEPCIONES AL PRINCIPIO DE LA REPARACIÓN PLENA
IV. LAS LIMITACIONES CUANTITATIVAS AL PRINCIPIO DE LA REPARACIÓN PLENA O
INTEGRAL DEL DAÑO
1. El principio de la reparación plena o integral no es absoluto
2. Razones que justifican el apartamiento del principio
a) La necesidad de componer los distintos intereses comprometidos, con una perspectiva
más amplia que la tradicional. Los imperativos económicos
b) El seguro y el principio de la reparación plena
c) La limitación indemnizatoria como técnica que favorece la distribución del daño
d) La necesidad de hacer previsible a la deuda de responsabilidad y las
indemnizaciones abstractamente predeterminadas. La reducción de los costos
terciarios
3. Las diferentes maneras de limitar la reparación
4. ¿Cuándo deben admitirse las limitaciones cuantitativas de la indemnización?
a) Necesidad de fijar bases mínimas. La "piñata"
b) La limitación de responsabilidad cuantitativa legal sólo debe admitirse dentro de
un sistema que brinde al damnificado ventajas como contrapartida
c) Los techos o topes indemnizatorios como contrapartida de la responsabilidad
objetiva
1) La limitación indemnizatoria como contrapartida de la responsabilidad objetiva. El
pretendido equilibrio de intereses
2) La limitación del monto indemnizatorio como supuesto instrumento que favorece la
contratación de seguros de responsabilidad civil
V. EL LÍMITE CUANTITATIVO DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL POR RIESGO CREADO EN
EL PROYECTO DE 1998
1. La limitación opera como techo indemnizatorio y no como tarifa del daño.
Perjuicios alcanzados por ella
2. Supuestos a los que se aplica
3. Casos en los que el responsable no tiene derecho a prevalerse de la limitación
4. El monto previsto como límite. Posibilidad de ampliación
5. El límite indemnizatorio y los damnificados, directos e indirectos
6. Un delicado problema
VI. ¿ES EFICAZ Y CONVENIENTE EL SISTEMA PROYECTADO?
LIMITACIÓN CUANTITATIVA DE LA INDEMNIZACIÓN - ROBERTO M. LÓPEZ CABANA
I. ACTUALIDAD DE LA CUESTIÓN
II. LA LLAMADA REPARACIÓN INTEGRAL
III. LA LIMITACIÓN DEL RESARCIMIENTO EN LA RESPONSABILIDAD OBJETIVA
IV. EXCEPCIONES A LA LIMITACIÓN
V. LA POTESTAD JUDICIAL DE REDUCIR LA INDEMNIZACIÓN
VI. LA REPARACIÓN PLENA Y SU EVENTUAL ATENUACIÓN
VII. AUTOTRANSPORTE PÚBLICO DE PASAJEROS
VIII. PROSPECTIVA
IX. REFORMAS PROPUESTAS EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL
X. RECOMENDACIÓN
LA OBLIGACIÓN TÁCITA DE SEGURIDAD - HUGO A. ACCIARRI
I. LA INSTITUCIÓN, EN SU CONTEXTO HISTÓRICO Y TRATAMIENTO DOCTRINARIO
II. EL DISEÑO ELEGIDO
III. EL ANÁLISIS ECONÓMICO DEL DERECHO DE DAÑOS.
IV. LA REGLAMENTACIÓN DE LA INSTITUCIÓN. SUS NUEVOS PERFILES Y SUS
PROYECCIONES
V. EL IMPACTO DE LA INSTITUCIÓN. OTRAS POSIBLES OBJECIONES
OBLIGACIONES CIVILES Y COMERCIALES - ISIDORO GOLDENBERG
DECLARACIÓN UNILATERAL DE VOLUNTAD
EL DAÑO Y LAS CAUSAS DE JUSTIFICACIÓN EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL 1998 -
MIGUEL FEDERICO DE LORENZO
I. LA FUERZA CENTRÍFUGA DEL DAÑO
II. DEL DAÑO CONTRA IUS AL DAÑO SINE IURE
III. EL PROYECTO 1998 Y LA RECUPERACIÓN DEL ALTERUM NON LAEDERE
IV. DAÑO Y EJERCICIO DEL DERECHO: EN TORNO A LA ATIPICIDAD DE LAS CAUSAS
DE JUSTIFICACIÓN
V. CONCLUSIÓN
LA LEGÍTIMA DEFENSA EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL (La antijuridicidad y juridicidad
de la conducta. Las funciones del juicio de antijuridicidad) - EDGARDO A. DONNA
I. ANTIJURIDICIDAD FORMAL Y MATERIAL
II. LAS CAUSALES DE JUSTIFICACIÓN
1. Conceptos generales
2. Las llamadas fuentes de las causales de justificación
3. Reglas comunes a las causales de justificación
a) Toda causal de justificación concede un verdadero derecho
b) Es indiferente si el autor actuó en virtud de una facultad o de una obligación
c) La protección sólo se extiende al bien protegido en la proposición permisiva
d) Al ser lícito el acto no se debe indemnizar
4. Los elementos subjetivos de las causas de justificación
III. LA LEGÍTIMA DEFENSA
1. Concepto de legítima defensa
2. Diferencia con el estado de necesidad
3. Fundamento
4. Naturaleza
5. Bienes defendibles
6. La legítima defensa no es justicia por mano propia
IV. ESTRUCTURA DE LA LEGÍTIMA DEFENSA
1. Agresión ilegítima (arts. 34, inc. 6º a, Cód. Pen. y 1589, b] del Proyecto)
a) La acción humana como base de la legítima defensa
b) La fuerza o violencia
c) La omisión
d) El delito culposo
2. La antijuridicidad de la agresión
3. La actualidad de la agresión
4. La acción defensiva
5. Los medios defensivos
6. Falta de provocación suficiente
7. Los casos de mecanismos automáticos
8. Límites de la defensa en cuanto a bienes de terceros
9. La legítima defensa de terceros
10. Elemento subjetivo de la legítima defensa
V. SÍNTESIS
RESPONSABILIDAD CIVIL DEL ESTADO POR DEFICIENCIAS EN EL PODER DE POLICÍA EN LA
LIQUIDACIÓN DE LAS ENTIDADES ASEGURADORAS - GRACIELA MESSINA DE ESTRELLA
GUTIÉRREZ
I. INTRODUCCIÓN
II. DAÑO
III. RELACIÓN DE CAUSALIDAD
IV. UN FACTOR DE ATRIBUCIÓN SUFICIENTE
DAÑO COLECTIVO - DORA. M. GESUALDI
I. NOCIÓN DE RESPONSABILIDAD COLECTIVA
II. DERECHO EXTRANJERO
III. FUNDAMENTO DE ESTA RESPONSABILIDAD
IV. LA CUESTIÓN EN NUESTRO DERECHO
1. Normas aplicables
2. Límites posibles a la aplicación de la teoría del riesgo
3. Resarcimiento
4. Antijuridicidad
V. TRATAMIENTO DEL TEMA EN LOS CÓDIGOS DEL MERCOSUR
VI. PROYECTOS DE REFORMAS AL CÓDIGO CIVIL
VII. CONCLUSIONES
LA RESPONSABILIDAD DE LOS JUECES EN EL PROYECTO UNIFICADO DE CÓDIGO CIVIL Y DE
COMERCIO PARA EL AÑO 2000, DE LA REPÚBLICA ARGENTINA - OMAR LUIS DÍAZ SOLIMINE
I. INTRODUCCIÓN
II. BREVE RESEÑA DEL DERECHO COMPARADO
III. TRATAMIENTO DEL TEMA EN EL DERECHO ARGENTINO
1. El ordenamiento nacional
2. Ordenamientos provinciales
IV. RESPONSABILIDAD DEL ESTADO
V. TRATAMIENTO EN EL PROYECTO UNIFICADO PARA EL AÑO 2000
VI. CONCLUSIÓN
EL PROYECTO DE VIDA BAJO LA ÓPTICA DE LA REFORMA AL CÓDIGO CIVIL - SILVIA Y.
TANZI
I. INTRODUCCIÓN
II. EL LLAMADO "PROYECTO DE VIDA"
III. DAÑO A LA PERSONA
IV. PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL UNIFICADO CON EL CÓDIGO DE COMERCIO
LA RESPONSABILIDAD DE LOS PROFESIONALES EN EL PROYECTO DE REFORMA DEL
CÓDIGO CIVIL - FÉLIX A. TRIGO REPRESAS
I. INTRODUCCIÓN
II. CONCEPTO DE PROFESIÓN LIBERAL
III. LA RESPONSABILIDAD CIVIL PROFESIONAL
IV. EL PROYECTO DE REFORMA DE 1999
1. La actividad profesional como obligación de hacer
2. La actividad profesional a priori como obligación de "medios"
3. Responsabilidad por la realización de actividades que generan una obligación de
seguridad
4. Concreta exclusión de las reglas aplicables a las cosas riesgosas y a las actividades
peligrosas
V. CONCLUSIONES
LA RESPONSABILIDAD PRE Y POSTCONTRACTUAL EN EL PROYECTO DE UNIFICACIÓN CIVIL
Y COMERCIAL DE 1998 - SEBASTIÁN PICASSO
I. INTRODUCCIÓN
II. LA RESPONSABILIDAD PRECONTRACTUAL
1. La teoría de la responsabilidad precontractual y sus interrogantes
2. Metodología del Proyecto
3. La formación del contrato
4. La ruptura de las tratativas
5. La oferta
6. Deberes dimanantes de la buena fe
7. Nulidad del contrato
8. Las preguntas fundamentales de la responsabilidad precontractual a la luz del
Proyecto
III. LA RESPONSABILIDAD POSTCONTRACTUAL
IV. FINAL
EL DAÑO AMBIENTAL: DESAFÍO JURÍDICO DEL TERCER MILENIO - AURORA BESALÚ
PARKINSON
I. EL DAÑO AMBIENTAL: REVALORIZACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL
II. LA NORMATIVA VIGENTE
1. Tutela resarcitoria y preventiva
2. La responsabilidad civil por daño ambiental en la Argentina
III. EL PROYECTO DE 1998
1. La unificación de los regímenes de responsabilidad contractual y extracontractual
2. La prevención
3. La dilución del requisito de la antijuridicidad
4. La expansión de la responsabilidad objetiva
5. La limitación cuantitativa de la responsabilidad
IV. DAÑO A INTERESES DE INCIDENCIA COLECTIVA: REPARACIÓN DEL DAÑO. LA
LEGITIMACIÓN ACTIVA
V. COLOFÓN
RESPONSABILIDAD DE LOS DOCENTES Y DE LOS INSTITUTOS DE ENSEÑANZA EN EL
PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 - FERNANDO A. SAGARNA
I. INTROITO
II. DAÑOS CAUSADOS POR ALUMNOS
III. DAÑOS SUFRIDOS POR ALUMNOS
LA OPCIÓN POR EL DERECHO COMÚN DE LA LEY DE RIESGOS DEL TRABAJO Y EL PROYECTO
DE CÓDIGO CIVIL - RICARDO C. BEATI
I. EL SISTEMA ANTERIOR A LA LEY 24557 (LRT)
II. LA ACCIÓN CIVIL EN LA LRT
III. LA REFERENCIA AL DOLO EN LA LRT
IV. LA CUESTIÓN EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL
V. ALTERNATIVAS POSIBLES
VI. CONCLUSIÓN
ENRIQUECIMIENTO SIN CAUSA - ENRIQUE C. MÈLLER
I. NOCIÓN
II. ANTECEDENTES
III. REQUISITOS
1. El enriquecimiento es susceptible de apreciación pecuniaria, puede provenir de la
obtención de una ventaja, o de la evitación de un perjuicio
a) Noción
b) Momento en que debe existir
c) Formas de producirse el enriquecimiento
2. El enriquecimiento se produce sin causa jurídica que lo justifique
3. Hay un empobrecimiento, causado por ese enriquecimiento
IV. FUNDAMENTO
V. IMPROCEDENCIA DE LA ACCIÓN
VI. EFECTOS
VII. CONSIDERACIÓN FINAL
ACCIÓN REVOCATORIA O PAULIANA ORDINARIA - EZEQUIEL ROITMAN
I. CONCEPTO
II. ACEPCIONES DE LA VOZ FRAUDE
III. NATURALEZA JURÍDICA DE LA ACCIÓN
IV. FUNDAMENTO
V. ANTECEDENTES HISTÓRICOS
VI. FUNCIONAMIENTO EN EL DERECHO ROMANO (CONDICIONES DE EJERCICIO)
VII. DERECHO COMPARADO
VIII. FUNCIONAMIENTO EN EL CÓDIGO CIVIL ARGENTINO
1. Condiciones de ejercicio
2. Legitimados para ejercer la acción
3. Acción dirigida contra un subadquirente
4. Ánimo de defraudar y consilium fraudis
5. Posibilidad del tercero de hacer cesar la acción
6. Actos susceptibles de ser revocados
IX. PROYECTO DE 1998 (COMISIÓN DESIGNADA POR DECRETO DEL PEN 695/95)
APROXIMACIÓN AL SISTEMA DE LOS INTERESES EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL -
GABRIEL B. CHAUSOVSKY
I. INTRODUCCIÓN
II. FUENTES
III. FUNCIÓN
IV. ANATOCISMO
V. FACULTADES JUDICIALES
VI. APRECIACIÓN FINAL
LA PRUEBA DEL DAÑO - OSVALDO ALFREDO GOZAÍNI
I. NOCIONES GENERALES
1. El aporte de los hechos
2. La verdad: ¿un imposible?
3. Finalidad de la prueba
4. La prueba como "cosa de partes"
5. La prueba y la actividad del juez
6. Síntesis de las opiniones
7. Esquema sinóptico
II. LOS HECHOS QUE DEBEN PROBARSE
1. ¿Cómo fue?: Hechos afirmados
2. ¿Quién puede reclamar?: Calidad de damnificado
3. ¿Quién fue?: Atribución de responsabilidad
4. ¿Qué daños produjo?: Calificación jurídica
5. ¿Cuál es la relación causal?: Prueba objetiva y subjetiva
6. ¿Cuál es el valor del daño?: Prueba objetiva y subjetiva
LA PRUEBA DE LA CULPA EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 - JUAN MARTÍN
ALTERINI
I. INTRODUCCIÓN
II. NOCIONES PREVIAS
III. LOS FACTORES DE ATRIBUCIÓN
IV. LA PRUEBA
V. QUÉ SE DEBE PROBAR
VI. LOS HECHOS EXENTOS DE PRUEBA
VII. LA PRUEBA DE LA CULPA EN EL CÓDIGO VIGENTE Y EN EL CÓDIGO PROYECTADO
VIII. CONCLUSIÓN
REFORMA DEL DERECHO DE GARANTÍAS EN EL CÓDIGO CIVIL ARGENTINO - HÉCTOR
ALEGRIA
I. CONCEPTOS GENERALES: A MODO DE INTRODUCCIÓN
1. Reflexiones sobre el concepto de garantía y el derecho de las garantías
2. Razones actuales de la utilización creciente de las garantías en las relaciones
patrimoniales
3. Breve apunte sobre la función económica de las garantías y su justificación en la
economía y en el derecho modernos
4. Nuevas fronteras de las garantías
5. Algunas tentativas de reforma del derecho de las garantías sobre la base del
modelo de los Estados Unidos de América
II. LAS GARANTÍAS EN EL PROYECTO DEL CÓDIGO CIVIL DE 1998
1. Estructura y método del tratamiento de las garantías
a) Ubicación: tratamiento conjunto o separado
b) Método de tratamiento del derecho de las garantías en el Proyecto de Código
Civil
2. Panorama de las garantías en el Proyecto
a) Garantías personales
1) Fianza
2) Cartas de recomendación y patrocinio
3) Garantías unilaterales
b) Derechos reales de garantía
1) Disposiciones comunes
2) Hipoteca
3) Prenda
4) Anticresis
5) Indisponibilidad voluntaria
c) Fideicomiso y leasing
1) Fideicomiso en garantía
2) Leasing
d) Las garantías en el resto del articulado del Proyecto
SOCIEDAD DE UN SOLO SOCIO PRIVADO EN EL PROYECTO DE REFORMAS AL CÓDIGO CIVIL
- JOSÉ A. DI TULLIO
I. CONSIDERACIONES PREVIAS
II. SOCIEDADES DE UN SOLO SOCIO. CONTEXTO DE LA REFORMA
1. Previsión legal
2. Metodología
3. Fundamentos
4. Contexto de la reforma. Amplitud
a) Unificación
b) Génesis de la sociedad
c) Persona jurídica administradora de otra
d) Reuniones y asambleas a distancia
e) Libertad de forma para la celebración de reuniones y aprobación de estados
contables
f) Otros institutos
III. RESEÑA DE ANTECEDENTES DOCTRINARIOS Y LEGISLATIVOS
1. En el extranjero
2. En nuestro país
IV. CONSIDERACIONES FINALES
LA DENOMINADA CONTRATACIÓN MODERNA (Una perspectiva jurídico-semiótica y una
referencia al Proyecto de Código Civil de la República Argentina de 1998) - ARTURO
CAUMONT
EXTINCIÓN ANTICIPADA DEL CONTRATO Y SUSPENSIÓN DEL CUMPLIMIENTO - CLAUDIA R.
BRIZZIO
I. UN ANTECEDENTE
II. LA DENOMINADA ANTICIPATORY BREACH
III. OPERATIVIDAD DE LA ANTICIPATORY BREACH
1. Actitudes que la configuran
2. Derechos de la parte inocente
3. Caso en que la parte inocente opta por mantener vigente el contrato
4. Posibilidad de retractar la anticipatory breach
IV. DERECHO VIGENTE
1. Mora
2. Excepción de incumplimiento contractual
4. Insolvencia del contratante
4. Contratos de duración
5. Resolución de la compraventa
6. Proyecto de Código Único de 1987
V. LA EXTINCIÓN ANTICIPADA DEL CONTRATO EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE
1998
VI. SUSPENSIÓN DEL CUMPLIMIENTO
VII. LA SUSPENSIÓN DEL CUMPLIMIENTO EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998
LA FORMACIÓN DEL CONTRATO. UNA APROXIMACIÓN AL DINAMISMO DE LA REALIDAD
NEGOCIAL ARGENTINA. EL MOMENTO DE FORMACIÓN DEL CONSENTIMIENTO - ALDO M. DI
VITO
LA INTERPRETACIÓN DEL CONTRATO EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 - MARTÍN
E. PAOLANTONIO
I. OBJETO
II. LA INTERPRETACIÓN DEL CONTRATO: CONSIDERACIONES GENERALES
1. La interpretación del contrato como tarea necesaria
2. Las normas de interpretación y su naturaleza
3. Interpretación, integración y calificación del contrato
III. LA INTERPRETACIÓN DEL CONTRATO EN EL DERECHO POSITIVO VIGENTE:
CUESTIONES GENERALES
IV. LA INTERPRETACIÓN DE LOS CONTRATOS EN EL PROYECTO: CUESTIONES
GENERALES Y SU COMPARACIÓN CON EL DERECHO POSITIVO VIGENTE
1. Las normas sobre la interpretación de los contratos en el Proyecto y su estructura
jerárquica
V. A MODO DE CONCLUSIÓN
LA EXTINCIÓN DEL CONTRATO POR DECLARACIÓN DE UNA DE LAS PARTES EN EL
PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 - GRACIELA N. MESSINA DE ESTRELLA GUTIÉRREZ
I. INTRODUCCIÓN
II. SISTEMA DEL PROYECTO
III. REGLAS GENERALES
IV. OPERATIVIDAD DE LOS MEDIOS DE EXTINCIÓN
V. RESTITUCIÓN DE LA COSA RECIBIDA
VI. RESOLUCIÓN EN EL CONTRATO BILATERAL
VII. CAUSALES PUNTUALES DE LA EXTINCIÓN
VIII. CONCLUSIONES
LA CONTRATACIÓN MASIVA Y LA CRISIS DEL CONTRATO. A PROPÓSITO DEL PROYECTO DE
CÓDIGO CIVIL ARGENTINO DE 1998 - CARLOS ALBERTO SOTO COAGUILA
I. INTRODUCCIÓN
II. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
III. EL CONTRATO PARITARIO VERSUS LA CONTRATACIÓN MASIVA
1. Teoría General del Contrato
2. Hacia una conceptualización de la contratación masiva
3. La contratación masiva. Naturaleza jurídica. Finalidad, funciones y modalidades
4. La crisis de la teoría clásica del contrato
5. Principales manifestaciones de la crisis de la teoría tradicional del contrato
a) La intervención del Estado en la contratación privada
IV. LA CONTRATACIÓN MASIVA Y LA CRISIS DEL CONTRATO
1. La contratación masiva como factor de cambio
2. La autonomía privada en la contratación masiva
3. La igualdad de las partes en la contratación masiva
a) La parte débil en los contratos
4. La fuerza obligatoria en los contratos masivos
a) La teoría del incumplimiento eficiente
5. El principio de la buena fe y la contratación masiva
V. EL DERECHO CONTRACTUAL EN UNA ECONOMÍA DE MERCADO
VI. LA CONTRATACIÓN MASIVA EN EL PROYECTO DEL CÓDIGO CIVIL ARGENTINO DE
1998
1. Situación actual de la contratación masiva en la Argentina
2. El Proyecto de Código Civil de 1998
VII. LA REALIDAD Y EL DERECHO
VIII. CONCLUSIONES
LA CONTRATACIÓN PREDISPUESTA Y SUS IMPLICANCIAS EN EL PROYECTO DE CÓDIGO
CIVIL DE LA REPÚBLICA ARGENTINA DE 1998 - JAVIER H. WAJNTRAUB
I. INTRODUCCIÓN
II. EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE LA COMISIÓN HONORARIA DEL DECRETO
685/95
III. EL FENÓMENO ANALIZADO
IV. LA EXPERIENCIA EN EL DERECHO COMPARADO
1. La Ley española 7/1998 sobre Condiciones Generales de la Contratación
2. La AGB alemana del 9 de diciembre de 1976
V. LAS NOVEDADES INTRODUCIDAS POR EL PROYECTO. SU ANÁLISIS
VI. LA CONFIGURACIÓN DE UN NUEVO ESCENARIO LEGAL
CONTRATOS ATÍPICOS - CARLOS A. PARELLADA
I. INTRODUCCIÓN
II. LA ELIMINACIÓN DE LA CLASIFICACIÓN DE LOS CONTRATOS NOMINADOS E
INNOMINADOS Y LA ASUNCIÓN DE LA CLASE DE LOS ATÍPICOS
III. ¿REQUISITOS DE VALIDEZ ESPECÍFICOS DEL CONTRATO ATÍPICO?
IV. LOS SISTEMAS DE AUXILIO NORMATIVO DEL CONTRATO ATÍPICO
1. La llamada teoría de la absorción
2. La teoría de la extensión analógica
3. La teoría de la combinación
V. LAS NORMAS QUE RIGEN EL CONTRATO LEGISLATIVA Y SOCIALMENTE ATÍPICO
VI. LAS NORMAS SUPLETORIAS QUE RIGEN EL CONTRATO ATÍPICO
VII. CONCLUSIONES
INCORPORACIÓN DE TERCEROS AL CONTRATO
CONTRATO DE SERVICIO DE CAJAS DE SEGURIDAD - CLAUDIA R. BRIZZIO
I. CARACTERIZACIÓN
II. OBLIGACIONES DEL PRESTADOR
III. OBLIGACIONES DEL CLIENTE
IV. DISCUSIÓN EN EL SISTEMA DEL CÓDIGO CIVIL
V. ENCUADRAMIENTO DEL CONTRATO DE SERVICIO DE CAJAS DE SEGURIDAD
CONFORME AL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998
VI. RÉGIMEN DE RESPONSABILIDAD
TRANSMISIÓN DE LA POSICIÓN CONTRACTUAL
CONTRATOS DE COLABORACIÓN
LOS CONTRATOS DE JUEGO Y DE APUESTA EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL - LUIS F. P.
LEIVA FERNÁNDEZ
I. EL ALEA EN LOS CÓDIGOS CIVILES
II. LA NUEVA FUNCIÓN SOCIAL DE LOS CONTRATOS ACCESORIOS DE JUEGO Y
APUESTA
III. CONSIDERACIONES SOBRE EL SUPUESTO ARGUMENTO ÉTICO REFERIDO A LA
PROHIBICIÓN DE ALGUNOS JUEGOS
IV. DISTINCIÓN ENTRE LOS CONTRATOS DE JUEGO Y DE APUESTA
V. LAS CLASIFICACIONES DE LOS CONTRATOS DE JUEGO Y DE APUESTA SEGÚN LA
PROTECCIÓN QUE RECIBEN DEL LEGISLADOR
VI. LOS CONTRATOS LÚDICOS PROTEGIDOS EN EL CÓDIGO CIVIL VIGENTE
1. Contratos de juego protegidos
2. Contratos de apuestas protegidos
VII. LOS FINES QUE ORIGINARON LA PROTECCIÓN FRENTE AL TERCER MILENIO
VIII. QUÉ JUEGOS DEBEN PROTEGERSE
IX. QUÉ APUESTAS DEBEN PROTEGERSE
X. SÍNTESIS DEL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL EN ESTA MATERIA
XI. CONCLUSIONES REALISTAS
EFECTOS Y DEFECTOS DE LA DONACIÓN (Estudio comparativo entre los vigentes sistemas
peruano y argentino. El proyecto argentino) - ROXANA JIMÉNEZ VARGAS MACHUCA
I. INTRODUCCIÓN
II. LA DONACIÓN
1. Concepto, naturaleza jurídica y ubicación en el Código Civil
2. Formalidad de la donación
III. LA DONACIÓN INOFICIOSA
1. Concepto. Su relación con la legítima
2. Título de propiedad imperfecto del donatario
IV. INCONSISTENCIA DE LA DONACIÓN INOFICIOSA EN EL SISTEMA
1. Donación inoficiosa y derecho de propiedad
2. Donación inoficiosa y prescripción adquisitiva
V. DONACIONES SIMULADAS
VI. PROPUESTA DEL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL ARGENTINO
VII. CONCLUSIONES
CONTABILIDAD Y ESTADOS CONTABLES
LOS DERECHOS REALES EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL - JORGE HORACIO ALTERINI
ALGUNOS ASPECTOS DE LA PUBLICIDAD REGISTRAL EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL
UNIFICADO CON EL CÓDIGO DE COMERCIO - ELEONORA R. CASABÉ
INDISPONIBILIDAD VOLUNTARIA - LILY R. FLAH Y MIRIAM SMAYEVSKY
I. CONCEPTO
II. ANTECEDENTES LEGISLATIVOS Y JURISPRUDENCIALES
III. LEY 17801 Y DECRETO 2080/80
IV. LA DOCTRINA
V. PROYECTO DE CÓDIGO UNIFICADO
1. De lege data
2. De lege ferenda
LAS PROPIEDADES ESPECIALES EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL - GABRIELA ALEJANDRA
VÁZQUEZ
I. CONCEPTO DE PROPIEDADES ESPECIALES: LAS LLAMADAS NUEVAS FORMAS DE
PROPIEDAD. NECESARIA REFORMA LEGISLATIVA
II. LAS NOTAS MÁS SIGNIFICATIVAS DEL PROYECTO
III. OPCIÓN ENTRE EL ÁMBITO DE LOS DERECHOS PERSONALES O EL DE LOS
DERECHOS REALES
IV. SUBSUNCIÓN DE LAS PROPIEDADES ESPECIALES EN TIPOS PREEXISTENTES DEL
"NÚMERO CERRADO": LA PROPIEDAD HORIZONTAL Y EL CONDOMINIO. RECHAZO DE
LA CREACIÓN DE NUEVOS DERECHOS REALES O TIPOS AUTÓNOMOS
V. LOS "CONJUNTOS INMOBILIARIOS"
VI. EL TIEMPO COMPARTIDO
VII. CONCLUSIONES
DEFENSA REAL
LAS SERVIDUMBRES EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL - PABLO CORNA
I. ANÁLISIS DE LA DEFINICIÓN
II. CLASIFICACIÓN
III. CONSTITUCIÓN DE LAS SERVIDUMBRES
1. Por contrato
2. Por disposición de última voluntad
3. Por prescripción
4. Servidumbres forzosas
IV. LEGITIMACIÓN PARA LA CONSTITUCIÓN DE LAS SERVIDUMBRES
V. DERECHOS DEL TITULAR DOMINANTE
1. Constitución de derechos reales y personales
2. Extensión de las servidumbres
3. Ejercicio
4. Mejoras necesarias
VI. TRABAJOS CONTRARIOS AL EJERCICIO DE LAS SERVIDUMBRES
VII. EJECUCIÓN DE LOS ACREEDORES DEL FUNDO DOMINANTE O SIRVIENTE
1. Ejecución del fundo dominante
2. Ejecución del fundo sirviente
3. Obligaciones del titular dominante
VIII. DERECHO DEL TITULAR SIRVIENTE
1. Disposición jurídica y material
IX. ALCANCES DE LA CONSTITUCIÓN Y DEL EJERCICIO
X. EXTINCIÓN DE LAS SERVIDUMBRES
XI. MEDIOS ESPECIALES DE EXTINCIÓN
XII. EFECTOS DE LA EXTINCIÓN DE LAS SERVIDUMBRES
XIII. CONCLUSIÓN
UNA MODERNA REGULACIÓN DEL TIEMPO COMPARTIDO - NORMA O. SILVESTRE AIMÓ Y
RAQUEL A. LUBINIECKI
I. ANTECEDENTES NACIONALES
II. IMPORTANCIA DE LA REALIDAD NEGOCIAL
III. RECIENTES REGULACIONES
IV. LOS CONTRATOS CONEXOS Y EL TIEMPO COMPARTIDO
V. NECESIDAD O NO DEL DICTADO DE UNA LEY ESPECIAL
LAS ACCIONES REALES EN EL CÓDIGO CIVIL Y EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL 1998 -
LUIS O. ANDORNO
I. INTRODUCCIÓN
II. ÁMBITO DE APLICACIÓN DE LAS ACCIONES REALES
1. Acción negatoria
2. Acción confesoria
3. Acción reivindicatoria
4. Acción dirigida contra otro condómino
5. Acción dirigida contra un tercero
6. La reivindicación ejercida por el heredero, por el legatario, por el cesionario y por
el comprador a quien no se le hizo tradición de la cosa
III. LAS ACCIONES REALES EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL UNIFICADO CON EL
CÓDIGO DE COMERCIO DE 1998
IV. CONCLUSIÓN
LA PROPIEDAD HORIZONTAL EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE LA REPÚBLICA
ARGENTINA UNIFICADO CON EL CÓDIGO DE COMERCIO - JOSÉ MARÍA ORELLE
I. INTRODUCCIÓN
II. DISPOSICIONES GENERALES
III. CONSORCIO
IV. PROPIETARIOS
V. EXPENSAS Y OTRAS CONTRIBUCIONES
VI. MUTACIONES MATERIALES
VII. REGLAMENTO
VIII. ASAMBLEAS
IX. CONSEJO DE PROPIETARIOS
X. ADMINISTRADOR
XI. SUBCONSORCIOS
XII. DISPOSICIONES PROCESALES
ASPECTOS DE DERECHO DE FAMILIA EN EL ANTEPROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE LA
REPÚBLICA ARGENTINA (DEC. 685/95) - MARÍA JOSEFA MÉNDEZ COSTA
I. LOS GRANDES ITEMS DE LA INNOVACIÓN
1. Libertad de contratación entre cónyuges
2. Las convenciones matrimoniales
a) Régimen vigente
1) El art. 1217 en su redacción actual
2) Influencia de la derogación del art. 1224 por la ley 17711
3) Una convención entre cónyuges relativa al régimen patrimonial matrimonial
b) El derecho proyectado. La doctrina
3. Proyecto de la Comisión designada por el decreto 685/95
a) De elección del régimen
1) Concepto
2) Naturaleza jurídica
3) Sujetos
4) Oportunidad de la celebración
5) Caracteres
6) Forma
7) Publicidad
8) Objeto (causa-fin). Límites a la autonomía de la voluntad
9) Ineficacia de las convenciones
10) ¿Convención en fraude a los acreedores?
11) Convenciones nupciales y nulidad del matrimonio
b) Donaciones entre contrayentes
4. Convenciones entre cónyuges
a) Cambio de régimen patrimonial
1) Justificación
2) Naturaleza jurídica
3) Sujetos
4) Oportunidad
5) Caracteres
6) Límites a la autonomía de la voluntad
7) Forma y publicidad
8) Efectos
9) Ineficacia
10) Convención que perjudica a los acreedores
5. Principios fundamentales de la reforma propuesta
FILIACIÓN - LEA MÓNICA LEVY
I. METODOLOGÍA
II. ANÁLISIS TEMÁTICO
III. ANÁLISIS NORMATIVO
1. Contenido de los certificados de nacimiento
2. Retroactividad
3. Determinación de la maternidad
4. Reproducción humana asistida
5. Presunción de paternidad matrimonial
6. Reconocimiento de la filiación
7. Caracteres del reconocimiento
8. Declaración del nombre de la persona con quien se ha tenido el hijo
9. Capacidad para reconocer hijos
10. Inscripción del reconocimiento
IV. ACCIONES DE FILIACIÓN
1. Prueba en el juicio de filiación
2. Reclamación de la filiación matrimonial
3. Reclamación de filiación extramatrimonial
4. Acción del Ministerio Público
V. PRUEBA DE LA FILIACIÓN EN EL PROCESO DE ALIMENTOS
VI. IMPUGNACIÓN DE MATERNIDAD
VII. IMPUGNACIÓN DE LA PATERNIDAD MATRIMONIAL
1. Acción del hijo
2. Contestación de la paternidad
3. Impugnación del reconocimiento
LOS BIENES EN EL MATRIMONIO - GUSTAVO A. BOSSERT
I. MÁS ALLÁ DE LOS DOGMAS
II. MOTIVOS DE LA OPCIÓN
III. COMUNIDAD FORZOSA
LOS ALIMENTOS EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL UNIFICADO CON EL CÓDIGO DE
COMERCIO - ADRIANA M. WAGMAISTER
LOS ALIMENTOS EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE LA REPÚBLICA ARGENTINA -
CLAUDIA B. MAINARD
I. INTRODUCCIÓN
II. LA RELACIÓN ALIMENTARIA DERIVADA DEL PARENTESCO
1. Sujetos y objeto de la obligación alimentaria
2. Reglas procesales y la protección del derecho alimentario
3. La cesación y reducción del derecho alimentario
III. ALIMENTOS ENTRE CÓNYUGES
IV. ALIMENTOS EMERGENTES DE LA PATRIA POTESTAD
SEPARACIÓN DE PATRIMONIOS - SUSANA E. LAMBOIS
I. PATRIMONIO ESPECIAL
II. RESPONSABILIDAD CUM VIRIBUS HEREDITATIS
III. PREFERENCIAS EN EL COBRO
IV. DIVISIÓN DE LAS DEUDAS
V. SITUACIÓN DE LOS LEGATARIOS
VI. REEMBOLSO
VII. DERECHOS REALES
VIII. RESPONSABILIDAD ULTRA VIRES
IX. CONCLUSIONES
SUCESIONES - ZULEMA WILDE
EL FIDEICOMISO TESTAMENTARIO EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 (Su relación
con la legítima y la protección de incapaces) - GRACIELA MEDINA - HORACIO MADERNA
ETCHEGARAY
I. INTRODUCCIÓN
II. TEXTOS PROPUESTOS PARA REGLAMENTAR EL FIDEICOMISO TESTAMENTARIO Y
PARA PROTEGER LA LEGÍTIMA
1. Fideicomiso testamentario
2. Legítima
III. CONCEPTO DE FIDEICOMISO TESTAMENTARIO
IV. CONTENIDO DEL FIDEICOMISO TESTAMENTARIO
V. DETERMINACIÓN DE LOS BIENES
VI. PLAZO Y FORMA DE COMPUTARLO
VII. EL BENEFICIARIO
VIII. PROHIBICIÓN DE LA SUSTITUCIÓN FIDEICOMISARIA
IX. LA LEGÍTIMA, EL FIDEICOMISO Y LA PROTECCIÓN DE INCAPACES
X. CONCLUSIÓN
LOS PRINCIPIOS DE LA CODIFICACIÓN CONTEMPORÁNEA (Su reflejo en el derecho
sucesorio) - GRACIELA MEDINA
I. INTRODUCCIÓN
1. Principios básicos de las modernas codificaciones
2. Características del derecho de sucesiones
a) Es un derecho dependiente
b) Dependencia con el derecho de familia
c) Dependencia con el derecho patrimonial
II. DERECHO DE EQUILIBRIO ENTRE EL DERECHO DE LA AUTONOMÍA Y EL DERECHO
IMPERATIVO
III. RECEPCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS Y LA PROTECCIÓN DE LAS PERSONAS
1. Determinación de los sucesores
2. Disposiciones extrapatrimoniales para después de la muerte
3. Igualdad del hombre y la mujer
IV. LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD
1. La protección de los débiles. El fideicomiso testamentario
2. Mejora
3. Derecho del cónyuge sobreviviente
V. EL ESTABLECIMIENTO DE UN SISTEMA EQUILIBRADO DE RESPONSABILIDAD Y
SOLIDARIDAD. EL DIVORCIO POR DROGADICCIÓN, ALCOHOLISMO, ALTERACIONES
DE CONDUCTA GRAVE DE CARÁCTER PERMANENTE
VI. EL RECONOCIMIENTO DE LOS HIJOS EXTRAMATRIMONIALES
1. La pérdida de la vocación hereditaria del cónyuge
VII. CONCLUSIÓN
LA LEGÍTIMA HEREDITARIA EN EL PROYECTO DE REFORMA AL CÓDIGO CIVIL - JORGE
OSVALDO AZPIRI
I. CONCEPTO
II. NATURALEZA JURÍDICA
III. PROTECCIÓN DE LA LEGÍTIMA
1. Irrenunciabilidad
2. Inviolabilidad
IV. LEGITIMARIOS
V. PORCIÓN LEGÍTIMA
VI. CONCURRENCIA
VII. CÁLCULO DE LA LEGÍTIMA
VIII. TRANSMISIÓN DE BIENES A LEGITIMARIOS
IX. CONSTITUCIÓN DE USUFRUCTO, USO, HABITACIÓN O RENTA VITALICIA
X. ACCIÓN DE ENTREGA DE LA LEGÍTIMA
XI. ACCIÓN DE COMPLEMENTO
XII. ACCIÓN DE REDUCCIÓN
DERECHOS Y OBLIGACIONES DE HEREDEROS Y LEGATARIOS - MARCOS M. CÓRDOBA
I. ORDENAMIENTO TEMÁTICO
II. NECESIDAD DE ARMONIZAR LOS TEXTOS LEGISLATIVOS
III. EL RESPETO A LAS FUENTES DEL CÓDIGO CIVIL
IV. LA ELIMINACIÓN DE TEXTOS DISCORDANTES
V. EL RECONOCIMIENTO JUDICIAL DE HEREDERO
VI. SEPARACIÓN DE PATRIMONIOS Y BENEFICIO DE INVENTARIO
VII. DIVISIÓN DE PLENO DERECHO DE CRÉDITOS Y DEUDAS
PRÓLOGO
Esta historicidad de lo jurídico fue puesta particularmente de resalto por la escuela histórica
del derecho, encabezada por Savigny. El genial jurista, como es sabido, era contrario a la
codificación, sosteniendo que ello implicaba una fosilización del derecho, encorsetando en los
rígidos márgenes de un código un fenómeno vivo y mutable.
Fue otra, sin embargo, la postura que terminó triunfando. Heredero de la Revolución
Francesa, el Código Civil francés vio la luz en 1804, y a su calor se fueron gestando los
códigos de las demás naciones occidentales -con la lógica exclusión de los países donde rige
el common law-. La filosofía iluminista que los inspiró concebía a los códigos como cuerpos
normativos destinados a condensar los principios dictados por la razón que habrían de regir
por siempre todas las situaciones que pudieran plantearse en la práctica.
Tan utópica aspiración se vio bien pronto contradicha por los hechos. La Revolución
Industrial primero, y la Revolución Tecnológica después, echaron por tierra la pretendida
universalidad de las soluciones normativas pensadas en los albores del siglo XIX. El siglo XX
fue particularmente prolífico en la generación de los llamados "microsistemas", constituidos
por estatutos particulares que regulan sectores puntuales de las relaciones humanas -el
trabajador, el consumidor, el titular de datos personales, etc.-, de manera completa y
sistemática. La pretendida completitud y universalidad de los códigos dejó paso de este
modo a una notable dispersión normativa. Al mismo tiempo, los códigos se vieron
aggiornados a los nuevos tiempos, ya sea mediante su reforma, o bien por medio de su lisa y
llana derogación y reemplazo por nuevos cuerpos normativos. La escuela histórica del
derecho estaba, pues, cobrando su revancha.
Cuando Dalmacio Vélez Sarsfield escribió el Código Civil argentino, la Revolución Industrial
llevaba en Europa muchas décadas de desarrollo. Sin embargo, nuestro codificador no
parece haber acusado recibo de ello, lo que se explica, entre otras cosas, por la situación
socioeconómica de la Argentina de aquella época, orientada casi exclusivamente hacia la
actividad agrícolo-ganadera y con un escaso desarrollo tecnológico.
Las cosas han cambiado desde entonces. No sólo sobrevino ya la Revolución Industrial;
sobrevinieron también los viajes espaciales, Internet, el e-commerce, la clonación y la fisión
del átomo. Esta pueril enumeración debería bastar para poner en evidencia la necesidad de
un urgente cambio legislativo que ponga a nuestro derecho, otra vez, a la altura de los
tiempos.
Cierto es que el hecho de que el Código de Vélez se encuentre todavía vigente es una
muestra de la genialidad de nuestro codificador, quien aun desde una época tan distante fue
capaz de pergeñar un cuerpo legal capaz de adaptarse a situaciones impensadas para su
propio demiurgo. Sin embargo, debe concederse también que el que hoy aplicamos no es, en
puridad, el Código de Vélez. Por él han pasado la Ley de Matrimonio Civil, la Reforma de
1968, una buena cantidad de reformas menores, y una constante evolución interpretativa
por parte de nuestros tribunales que producen como resultado final un Código bien distinto al
concebido por Vélez Sarsfield. Lo que torna aconsejable, una vez más, poner las cosas en su
sitio y sancionar un nuevo cuerpo de normas que dé cuenta de toda esa evolución en el
terreno de lo jurídico.
Eso es lo que han intentado hacer los sucesivos proyectos de reforma que se han planteado
en los últimos años, y eso es lo que propone, una vez más, el Proyecto de Unificación de
1998. Y lo hace respetando y asimilando la formidable tradición legislativa, doctrinaria y
jurisprudencial argentina, pero incorporando también ideas novedosas, soluciones nuevas
para nuevos problemas. La firma digital, el documento electrónico, el alquiler de vientres,
entre muchas otras situaciones de la vida contemporánea, tienen recepción en su articulado,
donde se acogen también las actuales tendencias en materia del derecho de daños, se da
cabida a diversas categorías de contratos con la finalidad de corregir las desigualdades en el
poder de negociación de las partes, se regulan adecuadamente negocios que hoy continúan
siendo atípicos, y se adapta la compleja regulación de los derechos reales que contenía el
Código de Vélez, entre otras muchas evidencias de su adecuación al espíritu de sus tiempos.
En general, puede afirmarse que el Proyecto se hace cargo de la complejidad reinante en las
épocas que corren, pero evitando al mismo tiempo caer en una inútil casuística y buscando
siempre la mayor sencillez y claridad en la regulación de los diferentes institutos. Se plantea
también como lo que debe ser un Código hoy en día; no un cuerpo inmutable de principios
que contemple la solución a todas las situaciones, como quería el Iluminismo, sino sólo el
centro de un sistema alrededor del cual gravitan múltiples estatutos particulares,
microsistemas que reciben su lógica y coherencia de ese centro nodal. Se cuida así de
incorporar tales microsistemas en su articulado, pero adopta al mismo tiempo previsiones
que permiten compatibilizar sus disposiciones, establecen órdenes de prelación e impiden el
caos que podría derivarse de una tal dispersión normativa.
Por otro lado, el Proyecto unifica las materias civil y comercial, siguiendo en esto también las
actuales tendencias al respecto, como lo demuestra, entre otras cosas, la importante
influencia que los Principios de UNIDROIT han tenido en su redacción.
Párrafo aparte merece el dolor que siente la doctrina civilista por la prematura desaparición
de los profesores Mercedes Laplacette y Roberto M. López Cabana. Respecto de este último
distinguido jurista, es de rigor remarcar que su esfuerzo por la innovación de la legislación
no se perderá. En efecto, tenemos la tristeza de la desaparición de un gran ser humano que
se perpetuó a través de sus aleccionadores trabajos, dos de los cuales, quizá los últimos, han
sido elaborados para este libro sobre el Proyecto de Código Civil de 1998 que, no está demás
recordarlo, se hace eco de muchas de las propuestas que de un modo u otro efectuó este
extraordinario profesor. A la memoria de ellos, nuestro homenaje.
LOS COORDINADORES
EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998. PERSPECTIVA Y PROSPECTIVA - ATILIO
ANÍBAL ALTERINI
I. LA ÚLTIMA DÉCADA
En la última década del siglo sucedieron hechos muy relevantes, tanto en el mundo como en
nuestro país.
Tras la caída del Muro de Berlín se produjo la globalización de la economía, y este fenómeno
llegó con intensidad a la Argentina, que en 1991 formó con Brasil, Paraguay y Uruguay el
Mercado Común del Sur, o Mercosur, en el que tienen cierto nivel de pertenencia Chile y
Bolivia.
En 1994 fue reformada la Constitución Nacional, que ahora asigna jerarquía constitucional a
los Tratados de Derechos Humanos -entre ellos la Convención Americana sobre Derechos
Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) , la Convención sobre la Eliminación de Todas
las Formas de Discriminación contra la Mujer , la Convención sobre los Derechos del Niño- e
incorpora a su texto los derechos de tercera generación.
Ante circunstancias de esa magnitud cualquier observador advierte que se plantea una
alternativa en los términos binarios que señalaba Josserand: o el Derecho se adecua a la
nueva realidad, o ésta prescinde del Derecho. Va de suyo que, cuando los hechos prescinden
del Derecho, la juridicidad es puesta en crisis y la sociedad también deja de lado a los
operadores jurídicos.
En estos años se han producido la expansión y la globalización del mercado rápidamente, así
como el correlativo auge de los sistemas de integración económica.
Europa occidental, desde el Tratado de Roma de 1957, consolidó un mercado común (la
Comunidad Económica Europea) que, luego del Acta Única Europea de 1986 y de los
Tratados de Maastricht de 1992 y de Amsterdam de 1997, derivó en la actual Unión Europea.
En lo que estaba allende la Cortina de Hierro, "durante los últimos años de su vida la Unión
Soviética volvió al derecho como un monarca moribundo a su Dios marchito. Su sucesora, la
Federación Rusa, adoptó la misma postura. En los discursos públicos, las frases `sociedad
civil´ y `Estado gobernado por la ley´ adquirieron fuerza exhortatoria, la ley exige a los
jueces que usen toga, y el Congreso y el Soviet Supremo dictan y reforman estatutos con el
fervor de quien ve en la legislación el camino hacia el paraíso" (1). En la Federación Rusa
(1994), Mongolia (1994) y Vietnam (1995) fueron dictados Códigos con un fuerte sesgo
favorable a la libertad contractual. Desde marzo de 1999 la Constitución China admite la
propiedad privada.
En nuestra región, en la Cumbre de las Américas de Miami de 1994 nació el ALCA (Área de
Libre Comercio de las Américas) que comprende treinta y cuatro países. Subsiste asimismo
la ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración), que en 1980 reemplazó a la ALALC
(Asociación Latinoamericana de Libre Comercio). Además del Mercosur hay muchos otros
acuerdos de integración: la CAI (Comunidad Andina de Integración) y el SAI (Sistema Andino
de Integración), que vinculan a Bolivia, Colombia, Ecuador, Chile, Perú y Venezuela; el MCCA
(Mercado Común Centroamericano) que integran Costa Rica, El Salvador, Guatemala,
Honduras y Nicaragua; el CARICOM (Mercado Común Caribeño) que suscribieron quince
países; el TLCAM o NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte o North
American Free Trade Agreement) formado por Estados Unidos de América, México y Canadá,
cuyo antecedente es el CUFTA (Tratado Constitutivo de la Zona de Libre Comercio entre los
Estados Unidos de América y Canadá o Canadian-United States Free Trade Area) o FTA (Free
Trade Area); el G3 (Acuerdo de Libre Comercio del Grupo de los Tres) que relaciona a
México, Colombia y Venezuela.
Algo semejante sucede en la Organización Mundial del Comercio (World Trade Organization)
-que reemplazó al GATT (General Agreement on Tariffs and Trade, o Acuerdo General sobre
Aranceles Aduaneros y Comercio)-, cuyo Consejo General aprobó el 21 de mayo de 1999 la
incorporación de Estonia como 135º miembro.
En el Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
de 1999 se da cuenta de que la diferencia de ingresos entre el 20% más rico y el 20% más
pobre del planeta está en la relación 74:1; y que a ese sector más rico corresponden el 86%
del PBI, el 82% de los mercados de exportación, el 68% de las inversiones extranjeras
directas y el 93% de los usuarios de Internet, en tanto que al sector más pobre le
corresponde en cada uno de esos rubros sólo el 1%. Es claro que las soluciones para tan
graves problemas no dependen de un Código, sino del modo en que los gobiernos asumen la
ética de la solidaridad. No se debe esperar, pues, que un nuevo Código Civil resuelva los
gravísimos temas de la pobreza y de la exclusión, pues sólo, y acaso, podrá lograr que sean
eliminados ciertos perfiles de su injusticia.
En lo que concierne a la Argentina, el mercado está aquí, y llegó duramente. Pero llegó para
quedarse -algunos lo comparan con el cólera-, la mano de la burocracia de Chandler fue
sustituida por la mano invisible de Smith, y se profundizó la pertenencia al Mercosur. La
legislación civil, por lo tanto, debe arbitrar entre los requerimientos del mercado y las
exigencias de la justicia, proveyendo un orden jurídico tendiente a lograr un mercado con
justicia.
En agosto de 1857 -a los cuatro meses de haber sido entregado el Proyecto de Código de
Comercio al gobierno de Buenos Aires- circuló la locomotora La Porteña. En 1865 Mendel
publicó sus leyes sobre la herencia. Al año siguiente el médico británico Allbutt inventó el
termómetro clínico. En 1868 Sholes patentó la primera máquina de escribir de tamaño
razonable -cuya velocidad de escritura equivalía a la manuscrita-, por lo cual Vélez Sarsfield
no dispuso de ella. El celuloide, primer plástico comercializado, fue inventado por Hyatt en
1869, año en que fue sancionado el Código Civil.
Por entonces no había luz eléctrica, teléfonos, fonógrafos, linotipia, lapiceras fuente,
automóviles propulsados a nafta o a diesel, neumáticos de caucho, películas flexibles para
fotografía, cine, submarinos; no se cultivaban bacterias; no se conocían la causa de la
tuberculosis ni la del tétanos, ni los rayos X, ni los virus filtrables; no había sido fundado el
psicoanálisis, ni se había descubierto la radiación del átomo de uranio. Todo esto sucedió
hasta 1900, año que trajo grandes novedades: el dirigible, la distinción entre los grupos
sanguíneos, el descubrimiento de los rayos gamma y de la causa de la fiebre amarilla, y la
formulación del esquema básico de la teoría de la radiactividad. Después vino el asombroso
desarrollo científico y técnico ocurrido a todo lo largo de un siglo más.
La teoría general del contrato estructurada en el ambiente cultural de su tiempo por los
Códigos Civil y de Comercio es claramente inadecuada para regular apropiadamente la
realidad negocial de los tiempos actuales. Lo denota -por ejemplo- la referencia al agente
(art. 1151 , Cód. Civ.), que habría viajado a caballo o en barco, y a la celebración del
contrato por correspondencia (nota a los arts. 1150 a 1154 , Cód. Civ.). El Código de
Comercio alude al mensajero (art. 215 ), y asume como novedad tecnológica a la
correspondencia telegráfica (art. 214 ; el telégrafo había sido patentado en 1840), porque lo
normal en el sistema era comunicarse mediante el correo (art. 246 ), lo cual podía
determinar que hubiera demoras notables en la transmisión de la manifestación de la
voluntad (art. 236 ).
El sistema del derecho común salteó a su propio tiempo, que fue el de la revolución
industrial, el del maquinismo y el del urbanismo, el de la producción en serie y la correlativa
oferta masiva de bienes al público, y el primer acompasamiento del sistema se produjo
recién en 1915 con la legislación de infortunios laborales (ley 9688 ). No es complicado
demostrar esa falta de adecuación, que resulta, por ejemplo, del privilegio del tratamiento de
los daños causados por animales con relación a los causados por cosas: "el Código [Civil]
dedica ocho artículos a los daños causados por animales y sólo cinco a los causados por las
cosas, y en el derogado art. 1133 ni siquiera mencionaba entre ellas a las máquinas" (3),
las cuales sólo aparecen en un artículo (2625 , en materia de restricciones al dominio), y en
tres notas (al art. 1648 en materia de sociedad civil, al art. 2316 relativo a cosas inmuebles
por accesión, y al art. 2619 también referido a las restricciones al dominio).
Por otra parte "el comercio varía día a día y las necesidades económicas así lo exigen", pero
"no hay tiempo para dictar nuevos Códigos, pues mientras las Comisiones estudian cómo
lograr una nueva codificación, el Código sigue siendo modificado por partes", por lo cual el
Código de Comercio ha quedado "literalmente descuartizado" (4). En el mismo sentido, en
las Notas Explicativas del Proyecto de Código Único de 1987 sus autores dijimos que "lo que
hoy se conoce como Código de Comercio es, principalmente, la presentación conjunta de una
variedad de leyes especiales". Pero, por sobre todo, ese Código ha quedado obsoleto:
cuando John Glenn ha hecho el segundo viaje espacial, su art. 206 , al tratar el contrato de
transporte por agua, sigue ocupándose especialmente del efectuado "por medio de barcas,
lanchas, lanchones, falúas, balleneras, canoas y otras pequeñas embarcaciones".
Esto tenía sentido hace ciento cincuenta años, pero hoy es una antigualla. La novela La Gran
Aldea de Lucio Vicente López toma como punto de arranque la batalla de Pavón librada el 17
de setiembre de 1861, comprende las presidencias de Bartolomé Mitre -que encargó la
redacción del Código Civil- y de Domingo Faustino Sarmiento -que lo envió al Congreso y lo
promulgó-, y describe el paso de Buenos Aires, "patriota, semisencillo, semitendero,
semicurial y semialdea", a la ciudad "con pretensiones europeas". En el capítulo séptimo
relata la llegada al puerto del ejército vencedor, circunstancia en la que un negro alude a "las
falúas [que van] a buscar la oficialidad" y a "las balleneras para desembarcar la tropa";
aquéllas eran pequeñas embarcaciones a remo, vela o motor, provistas por lo general de
carroza y destinadas al transporte de personas de calidad, y éstas, botes o lanchas
auxiliares.
Los profesores Héctor Alegria, Jorge Horacio Alterini, María Josefa Méndez Costa, Julio César
Rivera, Horacio Roitman, y el suscripto, el 18 de diciembre de 1998 remitimos al Ministerio
de Justicia de la Nación el Proyecto de un nuevo Código Civil unificado con el Código de
Comercio. En la Nota respectiva expresamos que la necesidad de modernizar "no requiere
mayor fundamentación", pues "ya en 1894, hace más de cien años, Lisandro Segovia
consideró `urgente emprender´ una reforma del Código Civil, `porque Freitas y Aubry y
Rau, fuentes principales del mismo, escribieron hace cerca de 40 años (1856 a 1860)´ ".
Cabe agregar que otros mentores importantes fueron Domat, que vivió en el siglo XVII, y
Pothier, que vivió en el siglo XVIII.
En el siglo XX se intentó varias veces poner en marcha la reforma integral del Código Civil.
Juan Antonio Bibiloni tomó el encargo de realizarla, elaborando el denominado Anteproyecto
de 1926, y una Comisión especial lo revisó, redactando el Proyecto de 1936. Pero esas
iniciativas no fructificaron. En 1950 fue impulsada otra reforma, bajo la dirección de Jorge
Joaquín Llambías, que culminó con el Anteproyecto de 1954, pero éste ni siquiera fue
publicado, durante muchos años sólo circuló entre algunos pocos profesores en una edición
limitada y precaria hecha en rotaprint, y recién en 1968 la Universidad Nacional de Tucumán
le dio difusión con forma de libro.
En 1992 la Cámara de Diputados de la Nación designó una Comisión Honoraria, que preparó
el denominado Proyecto de la Comisión Federal, lo sancionó en 1993 y lo remitió al Senado,
pero éste no lo trató; la Comisión redactora precisó haber tenido "especialmente en cuenta
los proyectos de reforma del Código Civil realizados hasta la fecha, entre ellos el de
Unificación de la Legislación Civil y Comercial de 1987". También en 1992 el Poder Ejecutivo
nacional designó otra Comisión Honoraria, que elaboró el denominado Proyecto del Poder
Ejecutivo Nacional de 1993, el cual fue enviado al Senado pero tampoco recibió tratamiento
alguno.
Finalmente, el decreto 685/95 encargó a la Comisión Honoraria que integramos "el estudio
de las reformas que considere necesarias a fin de dar conclusión a un texto homogéneo en
todo el referido cuerpo legal", con el cometido de "proyectar la unificación del Derecho
Privado" y "su reforma y actualización, de manera integral"; así como incorporar "las
instituciones que se consideren convenientes para acompañar el proceso de modernización
que ha emprendido el país", atendiendo a la reforma de la Constitución Nacional de 1994, y
a los Tratados con jerarquía constitucional (art. 75 , inc. 22, Const. Nac.), en cuanto
contienen "disposiciones relativas a materias de los Derechos civil y comercial".
Al encarar la tarea nos planteamos antes que todo la necesidad de determinar qué merecía
ser conservado y qué debía ser reformado. En la ya referida Nota de remisión -citando a
Llambías- señalamos el empeño en desembarazar a los textos "de una técnica envejecida y
defectuosa, de una frondosidad preceptiva que no sólo ahoga la limpieza y diafanidad de los
principios fundamentales y orientadores, sino que convierte al Código en un bosque
enmarañado en el que suelen extraviarse hasta los sabios y sagaces". Lo demuestra, como
ejemplo, la existencia en el Código Civil de unos 60 artículos dedicados al tratamiento de la
administración de la tutela, y de 17 al de la búsqueda y adquisición de tesoros. En el
Proyecto adoptamos la técnica de incluir partes generales, de emplear definiciones, de
respetar la concisión y la pulcritud ling•ística, y llegamos a un breve texto de 2.532
artículos que son el continente de dos Códigos actuales y de muchas instituciones que están
ahora en leyes especiales, o que han sido incorporadas al nuevo sistema.
Nos planteamos también la necesidad de salvar los criterios esenciales de los Códigos
vigentes, aunque muchos de ellos no han resistido el paso de los años, que trajeron nuevas
realidades técnicas, científicas, sociales y culturales. Lo afirma Borda de modo muy
expresivo: "¿Cuáles son los criterios de Vélez que se han de salvar? No la forma como reguló
la celebración del matrimonio, que la ley 2393 modificó sustancialmente; no el criterio con
que organizó las relaciones entre cónyuges, que fundó en la incapacidad de la mujer y su
dependencia del marido; no el criterio con que organizó el régimen de la sociedad conyugal;
no el criterio con que legisló la propiedad, que concibió como un derecho absoluto del cual
inclusive podía hacerse abuso; no el criterio que le sirvió para repudiar la lesión, que ahora
se acepta; no el criterio sobre el alcance de los derechos subjetivos, ahora limitado por el
concepto del ejercicio regular, no abusivo; no el criterio con que desechó la propiedad
horizontal, la adopción, la prodigalidad, que ahora han sido institucionalizadas; no el criterio
con que encaró el problema de la responsabilidad de las personas jurídicas por hechos
ilícitos, ni el criterio en que fundó en general dicha responsabilidad, que hoy reconoce otras
fuentes y no sólo la culpa; no el criterio restrictivo para la reparación del daño moral; no el
criterio de que el aceptante de la herencia debe ser en principio responsable por todas las
deudas aunque excedan el haber hereditario; no el criterio de que es indispensable la
interpelación para constituir en mora; no el criterio de que el pacto comisorio debe ser
expreso; no el criterio con que legisló sobre los hijos concebidos fuera del matrimonio;
etcétera. Debemos decir la verdad: no son las ideas esenciales de Vélez las que hoy
vertebran nuestra legislación civil" (5).
A esa extensa nómina pueden ser agregadas muchas otras cuestiones que están
actualmente reguladas de modo distinto que en los Códigos clásicos: la fuerza jurígena de la
costumbre en materia civil; el reconocimiento de ciertos derechos de la personalidad, como
el derecho a la propia imagen que resulta de la ley 11723 y el derecho a no ser discriminado
que consagran el art. 43 de la Constitución Nacional de 1994 y la ley 23592 ; la habilitación
de edad; el régimen de los inhabilitados y el de la internación de enfermos mentales no
dementes, alcoholistas crónicos y toxicómanos; la aptitud de los sordomudos que no saben
darse a entender por escrito para hacerlo por otros medios, conforme al Código Procesal y a
la ley 23515 ; en materia de personas jurídicas, la superación del distingo entre las personas
de existencia ideal y las personas jurídicas, la incorporación como categoría de los sujetos de
derecho de que trata la ley de sociedades , y el supuesto de la personería gremial; los casos
en que se admiten las sociedades de un solo miembro; la autorización al Poder Ejecutivo
para modificar tipos jurídicos societarios que resulta de la ley de reforma del Estado; la ley
especial de fundaciones; la incorporación de la regulación de los derechos intelectuales, de
las patentes industriales, de las marcas de fábrica, de la transferencia de tecnología, de los
modelos o diseños industriales; la protección como sujetos de bienes que tradicionalmente
eran considerados objetos, como la fauna, la flora, el aire, la tierra y el agua; el desafío de la
biotecnología y el protagonismo de la bioética; la expansión de la declaración unilateral de
voluntad como fuente obligacional en los títulos circulatorios y en las fundaciones; la
afectación del principio de integridad del pago en las letras de cambio y pagarés y en los
cheques; la crisis del recibo como prueba completa del pago que resulta de la legislación
laboral, la cual también exige el contrarrecibo; la aceptación expresa del anatocismo; la
prohibición de la abreviación convencional de la prescripción liberatoria en materia de
seguros y de transporte terrestre; el aquelarre en que se convirtió la regulación de los
privilegios; la consagración de un sistema agravado de responsabilidad objetiva en la
legislación de residuos peligrosos; la expansión de la regla de buena fe en la teoría general
del contrato y la admisión de la doctrina de la imprevisión; la entidad de las categorías de
contratos predispuestos, de condiciones generales, y de celebración por adhesión,
resultantes de la legislación de defensa del consumidor; la sujeción de la compraventa
internacional a la Convención de Viena de 1980; la reiterada quiebra de la autonomía de la
voluntad en la locación de cosas, incluso en la ley 23928 y en la resolución 114/93 del
Ministerio de Economía; la admisión en la locación de obra de la variabilidad del proyecto y la
reducción de la utilidad del empresario en caso de rescisión unilateral por el comitente y la
inclusión de un régimen especial de responsabilidad para la ruina y para los vicios o
defectos; la afectación de la extensión material del dominio por la legislación minera, por la
ley de subterráneos y por el Código Aeronáutico ; la proliferación de las servidumbres
administrativas, en materia de ferrocarriles, de elementos arqueológicos, antropológicos o
paleontológicos, de lugares históricos, de oleoductos, de seguridad de la navegación acuática
y aérea; los regímenes especiales para las zonas de frontera y los bosques; la propiedad
asignada al Estado de los hidrocarburos y el mineral nuclear; la legitimación de los registros
inmobiliarios; la exigencia de la certificación catastral para escriturar el dominio inmobiliario;
la incorporación de la categoría de cosas muebles registrables, comprensiva de automotores,
buques, aeronaves, caballos de pura sangre y palomas mensajeras; el régimen especial de la
propiedad de los ganados en general; la modificación del modo adquisitivo de la apropiación
por la legislación de pesca; etcétera. Es también sugestivo que la ley de contrato de trabajo
no incluya literalmente al Código Civil entre las fuentes normativas aplicables.
Por todo ello, seguramente, "la reforma integral del Código Civil importa ni más ni menos
que tirar el Código de Vélez al cajón de los trastos viejos; fuera de eso, no habrá sino
palabras piadosas, las que se pronuncian al enterrar un cadáver" (6). Los Códigos Civil y de
Comercio no se arreglan con un lifting; precisan, urgentemente, un acto legislativo de
eutanasia.
Pero un sector de pensamiento prefiere conservar los Códigos actuales, y seguir haciéndoles
injertos. Es uno de los puntos de vista posibles. En Perú algunos hasta quieren volver al
Código Civil de 1852, no obstante que fue reemplazado por otro en 1936, y nuevamente
subrogado por un tercero en 1984. El maestro peruano Max Arias-Schreiber Pezet ha dicho
con dureza que ello "nos lleva al recuerdo de una estupenda película, `Parque Jurásico´,
llena de dinosaurios que existían en épocas pretéritas" (7).
Los firmantes del Proyecto de Código Civil de 1998 tuvimos claro que, para encarar una
reforma como la que preparamos, era preciso actuar como un "hombre viejo muy sabio, que
supiera que escribe para sus nietos" (8). Pero eso no excluyó que obráramos con sentido
prospectivo, que expulsáramos el miedo al cambio (o misoneísmo), y que acatáramos como
ineludible la exigencia -señalada por Jemolo- de proceder "con un manejo de jurista, libre de
círculos encadenantes e inhibidores, y obrando como persona viva, comunicada y despierta a
la posibilidad múltiple".
Cada uno de quienes firmamos el Proyecto hemos trabajado honorariamente cuatro años y
medio -hasta ahora- y seguiremos haciéndolo el tiempo que sea necesario, y entre todos
sumamos 370 años de edad y 230 años de docencia e investigación universitarias. A ninguno
de nosotros se le ha ocurrido la ingenua extravagancia de suponer que obtendríamos
consenso absoluto, porque no pensamos caprichosamente que seamos dueños de la verdad.
Hicimos lo mejor que permitieron nuestras capacidades, sea el producto bueno o malo,
acabado o mejorable, plausible o prescindible.
También expresamos, con las mismas palabras que fueron empleadas al elevar el Proyecto
de Código Único de 1987: "Las cuestiones a que se refiere este trabajo admiten, en muchos
casos, más de un enfoque teórico y varias soluciones igualmente razonables de política
jurídica. En consecuencia, él no refleja necesariamente las opiniones a las que aisladamente
cada uno de los integrantes de la Comisión hubiera podido arribar".
Al proyectar un texto legal es preciso arbitrar, una y otra vez, entre alternativas de opinión.
Los firmantes del Proyecto contamos con las conclusiones de la doctrina jurídica argentina
expresadas en el más de un centenar de muy importantes Congresos y Jornadas realizados
en los últimos cuarenta años, en los cuales fueron ampliamente debatidas muchas de las
cuestiones propias de su incumbencia. Además conocemos cuál es el estado de opinión en la
doctrina de los autores, aunque no los hayamos consultado a todos. Como ha expresado el
doctor Borda con referencia a la ley 17711 : "Para cualquier jurista informado de lo que se
dice y escribe sobre derecho civil hubiera sido muy simple conocer de antemano la respuesta
de tal o cual especialista, ya fuera por sus opiniones explícitas, ya fuera por su sistema de
ideas. Casi estamos tentados de decir que la consulta fue evacuada antes de formularla".
La situación actual, obviamente, es bien distinta que la del año 1968: la población en general
y la comunidad jurídica en particular conocimos que había sido sancionada la ley 17711 por
el discurso ministerial del doctor Borda de la noche del 23 de abril de ese año que fue
difundido por la red nacional de radio y televisión, en tanto el Proyecto de 1998 ya ha tenido
amplísima difusión y será debatido como corresponde en el Congreso antes de convertirse en
ley.
Se pide solamente que haya apertura de criterio y vocación de esfuerzo. Hace unos años, en
una pared próxima a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional
del Litoral, podía leerse este grafito: Si uno no tiene la mente abierta también debe cerrar la
boca. Eso parece ser lo que corresponde en las circunstancias actuales, pues resulta
totalmente inapropiado -si no ridículo- atrincherarse en los preconceptos, engolarse con el
sonido de palabras altisonantes o actuar como francotirador. Se precisan ideas, racionalidad,
debate esclarecido, propuesta de textos alternativos a los proyectados, porque -decía
Haeckel con toda razón- Es más fácil criticar una obra que hacerla mejor.
En el debate racional no puede haber espacio para los que elevan indebidamente y con
escasa elegancia el tono del discurso, ya que No es más fuerte la razón porque se diga a
gritos, según enseñanza de Alejandro Casona.
Tampoco puede haberlo para los émulos del dictador Mustafá Kemal Ataturk, que creen que,
como en Turquía en los años 20, se puede imponer a la sociedad el Código que se le ocurra a
cualquiera. Ellos piensan que sólo es viable su propio Código, el que personalmente les
gusta, olvidando que un Código de Derecho Privado es un pacto social de la vida ciudadana,
un resultado del consenso que atañe al "Derecho común, esto es -diría Alfredo Orgaz-, al
Derecho que interesa inmediatamente a la generalidad de los hombres, sin distinciones de
actividades y profesiones".
Igual sucede, por ejemplo, con las opiniones que se han escrito acerca de la teoría general
del contrato estructurada por el Proyecto. Uno ha dicho que sería la regulación permisiva
propia del capitalismo salvaje. Otro, en posición antitética, que seguiría viejos criterios de
épocas en las que el Estado interfería sistemáticamente en los negocios de los particulares.
Ambos han leído el mismo texto, pero es como si hubieran mirado un cuerpo geométrico
desde ángulos distintos: uno ha visto sólo uno de los triángulos de la pirámide, otro ha visto
sólo otro de los triángulos de la pirámide. Como ninguno ha tomado perspectiva para
advertir que hay una pirámide, ambos creen que sólo se trata de un triángulo...
Acorde con esas líneas de pensamiento, los textos del Proyecto de Código Civil de 1998
pretenden superar un arco temporal de mucho más de un siglo siguiendo, entre tantos otros,
estos criterios puntuales, que asumen -como el Digesto- que "todo derecho ha sido
constituido por causa de los hombres":
- Trasegar a la ley civil los imperativos de los Tratados de Derechos Humanos con jerarquía
constitucional.
- Reconocer que hay vida humana desde la concepción, aunque no se produzca en el seno
materno.
- Eliminar perfiles discriminatorios contra la mujer, como en el caso del apellido de la mujer
casada.
- Proteger la vivienda tanto para las familias como para quienes viven solos o son
convivientes.
- Establecer la responsabilidad del Estado aunque no sea identificado el autor del hecho, y la
de los funcionarios públicos sin que sean necesarias actuaciones administrativas previas o,
en su caso, el desafuero.
- Modernizar la envejecida regulación de los derechos reales, e incluir soluciones para los
clubes de campo, los centros industriales y comerciales y los cementerios parque, así como
dos nuevas figuras: la indisponibilidad voluntaria y la superficie.
- Reordenar la teoría general del contrato a compás con la legislación y las prácticas vigentes
en el mundo desarrollado.
- Tratar los contratos atípicos, marco y conexos, así como la incorporación de terceros al
contrato.
- Regular, en fin, los aspectos jurídicos necesarios para llegar a un mercado en el que se
pueda contratar con libertad pero se deba actuar con justicia.
No parece ser poca cosa, aunque este enunciado contenga sólo algunos aspectos de la
modernización integral que se propone llevar a cabo.
Tampoco sería mérito menor eliminar las artificiosas diferencias que existen entre los
Códigos Civil y de Comercio, y convertir el anticuado, inarmónico y muy remendado collage
legislativo actual en un texto actualizado, coherente, claro y accesible a todos, con el marco
de la modernidad sin revoluciones y de la prudencia sin temores.
VIII. PROSPECTIVA
Hace prospectiva quien, tras una adecuada valoración, concibe un futurable ("futuro
deseable") y arbitra los mecanismos idóneos para alcanzarlo (11).
En Argentina se intentó una y otra vez reformar los Códigos del Derecho Privado, con la idea
básica de unificarlos y de modernizarlos bajo la forma del denominado Derecho Privado, o
Derecho Privado Patrimonial. Ello asume que en el Derecho vivo se ha producido la
comercialización del Derecho Civil -antes bien que la civilización del Derecho Comercial- lo
cual deriva de la masificación de la nueva sociedad, todos cuyos integrantes participan en
actividades mercantiles. Al respecto señalaba con razón Ripert que una persona que no
adquiera ningún inmueble puede pasar la vida sin acudir a una escribanía; pero no puede
dejar de acudir, hasta cotidianamente, a un banco.
Los Códigos Civil y de Comercio fueron palacios monumentales para el siglo XIX. Todos
tenemos el deber moral de honrar a su ilustre autor, el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, pues
su obra legislativa fue un hito de nuestra cultura, una palanca de la Argentina moderna. Pero
el tiempo pasó, incontenible, inexorable, demoledor. Se llevó una época y otra entró en su
lugar.
A los más viejos no nos es demasiado difícil imaginar los lejanos tiempos de la sanción de los
Códigos, pues en el hábitat ciudadano de nuestra niñez (¿o de nuestra juventud?) circularon
los carros de caballos del lechero, del proveedor de sifones y de los servicios fúnebres,
vocearon los vendedores ambulantes de frutas y de huevos y gallinas, y el afilador de
cuchillos, los vigilantes dirigieron el escaso tránsito subidos a garitas. Supongo que a los
jóvenes les es casi imposible hacerlo, a menos que -ahora que poco leen- proyecten con la
imaginación el escenario vital de alguna película del oeste norteamericano, o de alguna de
las raras películas argentinas que se ocupan de nuestra historia. Aunque ellos tampoco
conocieron los tiempos más cercanos, anteriores a la explosión del mercado y a la irrupción
del consumidor tal como hoy lo conocemos, en los que sólo se podía optar entre helados de
vainilla y de chocolate, en que todos los teléfonos eran negros, en que todas las heladeras
eran blancas.
¿Qué perspectivas tiene de convertirse en ley? Cualquier observador objetivo puede advertir
el alto interés que ha despertado en el breve tiempo transcurrido desde su presentación al
Ministerio de Justicia en el mes de diciembre de 1998. El mayor entusiasmo proviene de los
más jóvenes, para quienes resulta intolerable que continúen siendo operativas normas que
fueron adecuadas para el siglo XIX, pero que son incompatibles con la reforma constitucional
argentina de 1994, con los tratados dotados de jerarquía constitucional, y con las exigencias
de la economía de mercado.
Pero tales perspectivas dependen ahora de la racionalidad de los juristas, del criterio de los
intelectuales a quienes la comunidad respeta académicamente, de la colaboración de todos
en su perfeccionamiento, y de la medida en que los legisladores capten la realidad social, sus
necesidades y sus reclamos.
Ojalá que el pacto social que implica la sanción de un nuevo y modernizado Código de la vida
privada sea la síntesis del pensamiento común de las grandes mayorías argentinas. La
Historia ha determinado que el encargo de su redacción y la remisión al Congreso los haya
hecho el presidente Carlos Menem, y que sea el presidente Fernando de la Rúa quien pueda
estar en situación de promulgarlo.
Si así sucediera, se reiteraría lo ocurrido en la sexta década del siglo XIX, cuando Bartolomé
Mitre encargó a Vélez Sarsfield la redacción del Código Civil, y Domingo Faustino Sarmiento
envió su Proyecto al Congreso y promulgó la ley 340 que lo sancionó. En ese tiempo de
estadistas, Nicolás Avellaneda, en la carta que dirigió al codificador el 20 de agosto de 1869,
le señaló esclarecedoramente que el "presidente [Sarmiento] mira como un timbre de honor
que la grande obra emprendida para la codificación de nuestras leyes venga a término bajo
su administración".
(1) RUDDEN, B., "Civil Society and Civil Law", en The Revival of Private Law in Central and
Eastern Europe. Essays in Honor of F. J. M. Feldbrugge, G. Ginsburgs, D. D. Barry y W. B. Simmons
(eds.), The Hague, 1996.
(2) JUAN PABLO II, Centessimus Annus, nros. 25 y 32.
(3) GOLDENBERG, Isidoro H., "Impacto tecnológico y masificación social en el Derecho
Privado", en Temas de Derecho Privado, Buenos Aires, 1989.
(4) TORRES, C. - TORRES, Lara, "Nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección del
Derecho Mercantil", en Jus et Praxis, nro. 5, Lima, julio de 1985.
(5) BORDA, Guillermo A., La Reforma al Código Civil, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1971.
(6) BORDA, G. A., La Reforma..., cit.
(7) ARIAS - SCHEIBER PEZET, Max, "Derechos reales: Propuestas de enmienda", en
Código Civil Peruano. 10 Años. Balance y Perspectivas, T. I, Lima, 1995.
(8) RÉMY, P., "Droit des contrats: questions, positions, propositions", en Le Droit
Contemporaine des Contrats, CADIET, R. (coord.), Paris, 1987.
(9) En Internet, su texto puede ser leído en http://[HREF:www.alterini.org] y en
[HREF:http://lopezcabana.com], y ser bajado de
[HREF:http://snts1.jus.gov.ar/minis/Nuevo/ProyectoCodigoCivil.htm].
(10) Fojas Cero, Buenos Aires, septiembre de 1999.
(11) MERELLO, A., Prospectiva: Teoría y Práctica, Buenos Aires, 1973.
ACERCA DEL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL UNIFICADO CON EL CÓDIGO DE COMERCIO -
ASTRID GÓMEZ MÈLLER
Surge de este modo la razón de la cita de las palabras del profesor Carlos Cossio arriba
transcriptas. Se trata de dos momentos históricamente relevantes, con características
similares y un contenido común: el tratamiento de un Proyecto de Código Civil argentino.
Ante la pregunta -en términos del profesor Carlos Cossio- acerca de cuál es la cuestión
directamente filosófica involucrada en el aludido Proyecto de Código Civil, la respuesta
adecuada, debe poner especial énfasis en el concepto de ciencia del Derecho como asimismo
en el de sistema normativo.
Pero previo a ambos tratamientos es preciso señalar que el material jurídico que se ofrece
como objeto de conocimiento es la resultante de la influencia recíproca entre el Derecho y las
circunstancias económicas, sociales, culturales y políticas. Los cambios producidos en la
sociedad se reflejan, con mayor o menor demora, sobre el ordenamiento jurídico y éste, a su
vez, suele promover nuevos cambios sociales. Éste fue el punto de vista de Jeremy
Bentham, entre otros.
Como esta actividad teórica frente al Derecho no admite generalizaciones ya que hay
distinciones cuando, por ejemplo, dicha actividad es efectivizada por los juristas de los países
del common law y cuando es desarrollada por los doctrinarios del sistema continental
europeo, será la actividad de estos últimos el objeto someramente caracterizado en estas
líneas.
La modalidad de investigación científica típica en los países del continente europeo y en los
hispanoamericanos se denomina "dogmática jurídica" y sus rasgos se presentan con plenitud
en las investigaciones sobre el derecho civil y sobre el derecho penal.
Federico Carlos von Savigny representó en el siglo XIX al historicismo en firme oposición al
iusnaturalismo en su versión racionalista.
Savigny, por su parte, se opuso a esta tendencia publicando ese año "De la vocación de
nuestro tiempo para la legislación y la jurisprudencia". En este opúsculo sostuvo que la
codificación no era conveniente ya que cristalizaría el Derecho, que para él emanaba del
"Volksgeist" (espíritu del pueblo). Su postura -digna de consideración-, respecto de la ciencia
del Derecho está reflejada en estas palabras: "...Los juristas despliegan, por tanto, una doble
actividad; una actividad material por concentrarse en ellos principalmente la producción
jurídica del Pueblo, la que practican continuamente como representantes de la totalidad, y
una actividad formal, puramente científica por llevar a la conciencia y exponer
científicamente el Derecho... La misma ciencia da lugar inconteniblemente a una nueva
especie de producción jurídica... Los juristas trabajan sobre la ley y son mediadores de su
aplicación a la vida real... La influencia de los juristas sobre el derecho positivo es, por ende,
múltiple..." (16).
Además la actitud de los juristas racionalistas hacia el derecho positivo era de desdén y
desatención teniendo únicamente en cuenta los que se consideraban genuinos sistemas
jurídicos racionales, ya que el cuerpo normativo positivo era harto confuso. La citada actitud
frente al derecho positivo experimentó una profunda metamorfosis ante el movimiento de
codificación en Europa desde mediados del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX, siendo su
punto culminante el Código Civil francés de 1804.
En efecto, los códigos eran cuerpos normativos con mucha mayor precisión que el anterior
derecho, con escasas incoherencias y con una plenitud considerable.
La actitud teórica frente al derecho positivo quedó caracterizada para siempre a través de las
propiedades enunciadas, en el modelo de ciencia del Derecho desarrollado en el continente
europeo y en Hispanoamérica, denominado "dogmática jurídica".
Son ilustrativas al respecto las palabras de Kantorowicz: "...¿En qué consiste la nueva
concepción de la ciencia jurídica? De lo dicho se deduce inmediatamente que la relación
entre la ciencia del Derecho y la ley tendrá que cambiar por completo... Las necesidades de
la vida jurídica exigen que otras potencias, en primer lugar la ciencia jurídica, se coloquen
libremente y en función creadora al lado del legislador... Llegó la hora de tomar en serio el
lema de la ciencia como fuente del Derecho... La ciencia del derecho tiene que colmar las
lagunas... La ciencia debe apartar las partes marchitadas de la ley y tiene que hacer madurar
las partes florecientes. Bien es verdad, que con todo ello cesa de ser por completo mero
conocimiento de lo ya conocido..." (17).
Sin embargo, esta actitud crítica que sin duda influyó en el abandono de la búsqueda de la
voluntad del legislador como único criterio determinante del significado de la ley, no alteró
decididamente la adhesión de la dogmática jurídica a la legislación como fuente principal de
Derecho y a la creencia en las cualidades formales del sistema jurídico tales como precisión,
plenitud y coherencia.
Esta actitud expresada en el lema Gesetz ist Gesetz (la ley es la ley) acompaña a una
importante función que la dogmática asimismo cumple consistente en la reformulación del
orden normativo objeto del conocimiento jurídico, a través de un aparato conceptual que
permite preservar el ideal de la seguridad jurídica presentando las soluciones propuestas
como derivadas del sistema jurídico y al mismo tiempo adecuando dichas soluciones a ciertas
pautas ideales juzgadas axiológicamente adecuadas, al proponer precisiones para sus
términos vagos, completar las lagunas del sistema y resolver incoherencias normativas.
Por el contrario, se trata, en este nuevo modelo de ciencia jurídica que va tomando un perfil
cada vez más definido, de ejercer la función de reformulación del orden normativo en forma
absolutamente explícita.
En Teoría Pura del Derecho, Hans Kelsen dice: "...todas las normas cuya validez pueda
remitirse a una y misma norma fundante básica, constituyen un sistema de normas, un
orden normativo..." (19).
Los sistemas normativos pueden articularse conforme a un principio estático o bien conforme
a un principio dinámico.
Los sistemas racionalistas de los siglos XVII y XVIII -a los que ya se ha aludido- responden a
una articulación normativa conforme al principio estático. Así fueron elaborados por Grocio,
Pufendorf, Kant, Fichte, Tomasio, Wolf.
La dogmática jurídica reemplaza los axiomas de derecho natural del racionalismo por las
normas del derecho positivo siendo su tarea la formulación de los principios generales
subyacentes al derecho positivo como así también la inferencia de las consecuencias lógicas
de esos principios. Por lo tanto, concibe el orden jurídico, asimismo, conforme al principio
estático. Kelsen, por su parte, considera que, en el modelo de ciencia del Derecho por él
propuesto, el orden jurídico está articulado conforme al principio dinámico. Así Kelsen
expresa que los principios lógicos, si bien no directamente, por lo menos indirectamente,
pueden ser aplicados a las normas jurídicas, en tanto y en cuanto esos principios sean
aplicables a los enunciados jurídicos de la ciencia del Derecho que describen esas normas
jurídicas. Dos normas jurídicas se contradicen cuando los dos enunciados jurídicos que las
describen se contradicen y una norma jurídica puede ser inferida de otra, cuando los
enunciados jurídicos que las describen pueden articularse en un silogismo.
Los enunciados jurídicos de la ciencia del Derecho son proposiciones deónticas (Solls„tze).
Las prescripciones del orden jurídico son normas modalizadas deónticamente (Sollnormen)
(20).
Hay que destacar que el realismo norteamericano representado por Holmes, Gray, Frank,
como así también el realismo escandinavo, a través de autores como Olivecrona, Alf Ross,
enfrentaron decididamente la pretensión de la dogmática jurídica de elaborar una ciencia del
Derecho como sistema deductivo. De ahí su rechazo de la idea de sistematización y su
intento de formular un modelo de ciencia jurídica similar a las ciencias empíricas.
Así, en el modelo de ciencia jurídica propuesto por Alf Ross, representante del realismo
moderado, la aserción de la ciencia del Derecho cuyo contenido es acerca de la vigencia de
una directiva, es una predicción respecto del futuro, formulada en el presente, en
consideración a la aplicación de dicha directiva en el pasado y, por todo ello, sujeta a
verificación, en entero paralelismo a las ciencias empíricas.
Los profesores Alchourrón y Bulygin sostienen que siempre se ha considerado que el Derecho
es un tipo de orden sistemático, pues la sistematización es considerada una tarea que
compete tanto al legislador (codificación del Derecho) como al científico (dogmática jurídica).
- Nota de elevación: Los integrantes de la Comisión Honoraria han señalado -en forma
concordante a pautas de racionalidad previamente expuestas- lo siguiente: "No hemos
vacilado en incluir las definiciones que consideramos necesarias... En el derecho moderno las
definiciones son de rigor, no sólo en las normas de origen anglonorteamericano..., sino
también en el derecho continental europeo... Las palabras propias del lenguaje natural
suelen adolecer de ambig•edad y de vaguedad y, cuando son empleadas en la ley, trasiegan
esas fallas... Una definición apropiada... clarifica la ley, evita los disensos inútiles y brinda
certeza, afirmando de tal modo la seguridad jurídica" (23).
- Artículo 6º. Usos y costumbres. Se incorpora una regla sobre la prueba de los usos.
- Artículo 7º. Vigencia de la ley. Ignorancia o error de Derecho. Se prevé una norma sobre
error de Derecho que es más amplia que la actualmente vigente, en cuanto determina como
excusa que la ley no haya sido dada a conocer al destinatario o al público en general.
- Artículo 13. Vencimiento del plazo. Se incorpora una regla que alude al plazo de gracia,
institución típica del derecho procesal que se pretende trasvasar al derecho de fondo.
- Artículo 15. Comienzo de la existencia. El texto se adecua al contenido del art. 4º, inc. 1º
de la Convención Americana sobre derechos humanos que tiene jerarquía constitucional
según el art. 75 , inc. 22 de la Constitución Nacional, determinando que la existencia de las
personas humanas comienza con la concepción.
- Artículo 396. Abuso del derecho. Se mantiene el texto del art. 1071 del Código Civil
vigente y se dispone expresamente en el art. 397 que las normas sobre abuso se aplican a
los casos de abuso de posición dominante.
- Libro Tercero. De las relaciones de familia. En los "Fundamentos del Proyecto de Código
Civil", los integrantes de la Comisión Honoraria han enfatizado los aspectos a los que se ha
aludido precedentemente como específicos de la actividad de la ciencia jurídica y en tal
sentido puede leerse: "... Por lo tanto, la legislación sobre las relaciones de familia es actual,
contando con una decena de años de aplicación, breve tiempo que, no obstante, ha
permitido decantar la nueva perspectiva, descubrir la necesidad o conveniencia de
aclaraciones e, incluso, reformas, y ha presentado situaciones nunca antes planteadas con
idéntica intensidad y convocatoria de la reflexión del legislador. Sobre la base de la
legislación vigente, el Proyecto adjunto propone cambios formales (de redacción, de
ubicación de los temas, de adaptación del tratamiento a las novedades que se sugieren), y
más de una modificación o propuesta de nuevas figuras. Las fuentes consultadas
comprenden..., la doctrina nacional individual..., y las interpretaciones y aspiraciones
jurisprudenciales... En algunos casos se han procurado redacciones más claras o de mayor
tecnicismo..., se ha tratado de mejorar la ubicación de determinados temas..., o se
sustituyeron enumeraciones por términos más comprensivos...".
- Artículo 541. Respecto de la filiación se cubre un vacío legal y esto está conectado por una
parte con el interrogante acerca de la existencia de lagunas en el Derecho y por otra parte
con la propiedad sistémica de la plenitud del orden normativo. El actual vacío es cubierto,
disponiendo que la filiación produce efectos desde la concepción y que su determinación es
retroactiva siempre que tal retroactividad sea compatible con la naturaleza de aquéllos y la
ley no efectúe distinciones.
- Artículo 1053. En los contratos bilaterales la cláusula resolutoria es implícita y queda sujeta
a lo dispuesto en los dos artículos siguientes. Con esta regulación normativa el Proyecto de
Código Civil elimina la redundancia entre el art. 1204 del Código Civil vigente y el art. 216
del Código de Comercio.
- Artículo 1157. El contrato de leasing es tipificado como una figura autónoma y no como una
mera yuxtaposición de contratos.
- Artículo 1729. La declaración unilateral de voluntad es, en nuestro medio, una fuente
autónoma de obligaciones. Los integrantes de la Comisión Honoraria señalan que el efecto
jurígeno de la declaración unilateral de voluntad fue un debate central de la dogmática
jurídica del derecho de las obligaciones a mediados del siglo, debate que hoy puede
considerarse superado.
- Artículos 1815 al 1823. El régimen de los derechos reales no está actualmente precedido
de previsiones generales. Precisamente los artículos citados tratan los principios comunes a
este otro eje de los derechos patrimoniales.
- Artículo 2018. Trata del derecho real de superficie. En los "Fundamentos" se destaca que la
prohibición del instituto por el art. 2614 del Código Civil vigente aleja a nuestro derecho del
más prestigiado derecho comparado. Es notorio cómo los factores pragmáticos de
interpretación han incidido en la incorporación del derecho real de superficie al Proyecto de
Código Civil.
Además se efectivizó una labor de sistematización del derecho privado vigente al haber
reformulado en el Proyecto de Código Civil un orden normativo más económico ya que ha
reemplazado enunciados redundantes por normas independientes.
Asimismo y tal como lo requiere una labor sistematizadora, se han resuelto eventuales
contradicciones, se han cubierto posibles lagunas así como también se ha limitado la textura
abierta del lenguaje normativo.
También debe señalarse que se han considerado las circunstancias de índole social,
económica, cultural, etcétera, que han incidido en el desarrollo de algunos institutos como,
asimismo, las posibles consecuencias que se derivan de las distintas alternativas
interpretativas de estos últimos una vez plasmados como contenidos normativos. El Proyecto
de Código Civil es un claro ejemplo de labor realizada por científicos del Derecho, conjugando
una totalidad de elementos que tornan insoslayable la aplicación a dicha labor de la
expresión "actividad científica". En el marco de la citada tarea se destaca la sistematización
del orden normativo propuesto.
El Proyecto de Código Civil constituye una feliz aplicación de la nueva tendencia de la ciencia
del Derecho, consistente en proponer a los órganos creadores y aplicadores de Derecho
soluciones consideradas axiológicamente satisfactorias en forma absolutamente explícita, lo
cual es claro indicio de que se han aplicado estrictas pautas de racionalidad a la labor
reformuladora del orden normativo vigente. Conforme a lo dicho, las palabras de Roscoe
Pound más arriba transcriptas son aplicables en este orden de ideas cuando sostiene que
hemos de confiar cada día más en los juristas para llevar a término la obra creadora que
necesita el Derecho, en tanto escritores y maestros orientan a tribunales y a órganos
legislativos al hallazgo de soluciones normativas juzgadas como adecuadas a la luz de
criterios racionales, en lugar de seguirlos con una labor de simple ordenación y
sistematización.
(13) COSSIO, Carlos, La Plenitud del Orden Jurídico y la Interpretación de la Ley, Losada,
Buenos Aires, 1939.
(14) CARNAP, Rudolf, La Fundamentación Lógica de la Física, trad. N. Miguens,
Sudamericana, Buenos Aires, 1969.
(15) KANTOROWICZ, Hermann, La Definición de Derecho, trad. F. M. De la Vega,
Sudamericana, Madrid, 1964.
(16) VON SAVIGNY, Federico C., Los Fundamentos de la Ciencia Jurídica, Losada, Buenos
Aires, 1949, ps. 60/63.
(17) KANTOROWICZ, Hermann, La Lucha por la Ciencia del Derecho, Losada, Buenos
Aires, 1949, ps. 341/342.
(18) NINO, Carlos S., Introducción al Análisis del Derecho, Astrea, Buenos Aires, 1988, p.
341.
(19) KELSEN, Hans, Teoría Pura del Derecho, trad. Roberto N. Vernengo, UNAM, México,
1979, p. 202.
(20) KELSEN, Hans, Teoría General de las Normas, trad. Hugo Carlos Delory Jacobs,
Trillas, México, 1994, ps. 168/169.
(21) GÓMEZ, Astrid, "Un punto de vista lógico acerca de las obligaciones alternativas",
Anuario de Filosofía Jurídica y Social, nro. 14, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1994.
(22) ALCHOURRÓN, Carlos E. - BULYGIN, Eugenio, Introducción a la Metodología de las
Ciencias Jurídicas y Sociales, Astrea, Buenos Aires, 1975.
(23) Proyecto de Código Civil de la República Argentina Unificado con el Código de
Comercio, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1999, ps. 16 a 17.
LA TÉCNICA LEGISLATIVA DEL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 (24)
- LUIS F. P. LEIVA FERNÁNDEZ (25)
Deseo destacar que los principios de Legística o Técnica Legislativa, resultan de aplicación y
provecho también a las sentencias judiciales y a los contratos (29), en razón de ser normas
jurídicas individuales a las que corresponde aplicarles los mismos principios informantes de
las normas jurídicas generales. Se justifica así que tanto en la Argentina como en Italia los
estudios de Legística se efectúen desde el ámbito del derecho público y del derecho privado
(30), aunque se advierte en España (31) y en nuestro país una marcada tendencia a favor
de este último.
En Francia luego del aporte de Montesquieu con su obra El Espíritu de las Leyes, pueden
mencionarse las obras de Saleilles y Gèny (32). Luego el aporte de Demogue, y más
recientemente las críticas de René Savatier sobre la inflación legislativa (33).
En Italia, el tema se propuso, quizás, por Brugi y su obra Introduzione alle Scienze Giuridiche
e Sociali (36).
En la Argentina cuando en 1917 Alfredo Colmo escribió su obra, Técnica Legislativa del
Código Civil Argentino, bien pudo afirmar que "... no es nada fácil encontrar análisis... de la
técnica legislativa" (37), y "Como se hecha de ver, los precedentes de técnica legislativa son
muy escasos, así en cantidad como en calidad..." (38).
Luego fue la obra de Juan Carlos Rébora, desde la Universidad Nacional de La Plata (39):
Derecho Civil y Código Civil.
En el plano normativo los avances no son muy generosos, pues sólo se cuenta con una
disposición general de aplicación en los actos del Poder Ejecutivo nacional, el decreto 333/85
-sobre el que volveré seguidamente-, y algunas disposiciones singulares que refiero
rápidamente (40): la Constitución Nacional, la ley 24156 de Administración Financiera del
Estado, el Reglamento de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, y la ley 19549 de
Procedimientos Administrativos. Recientemente se sancionó, promulgó y publicó la ley 24967
"Digesto Jurídico Argentino", (DJA) que, llevada a la práctica, constituirá un logro
significativo, aunque no sea la única solución posible. Otra solución consiste en consolidar la
legislación por materias y luego otorgar a cada consolidación la calidad de ley orgánica, que
es aquella que sólo puede derogarse en forma expresa (41).
No hay en la Argentina una norma que establezca directrices de técnica legislativa de
cumplimiento obligatorio en la redacción de las leyes. Sólo existe el decreto 333/85 que
impone una serie de reglas formales a cumplirse en todos los proyectos (42) de ley o de
decreto elaborados en el ámbito del Poder Ejecutivo nacional, o por su encargo. Por tanto, no
se aplica a los proyectos elaborados en el Poder Legislativo.
A mi juicio tres grandes causas concurren como explicación de los motivos que justifican el
incremento notorio de los estudios de legística: la inflación legislativa, la contaminación
legislativa y la conformación de organizaciones normativas supranacionales.
Se ha dicho que la legislación así dimensionada es "un monstruo que crece y crece y que al
oscurecer el panorama jurídico de la Nación, pone en peligro la seguridad de los derechos
individuales..." (43). También se la ha referido como "marea normativa" (44), y como
"indigestión" del cuerpo social (45), y al sistema que la sufre como "selva legislativa" (46).
Estas circunstancias ya fueron señaladas por eminentes juristas en todo el mundo,
particularmente en Francia por René Savatier (47), y en Italia por Francesco Carnelutti.
En Italia las leyes serían 50.000 según una opinión (48) y 200.000 según otra (49). En la
Argentina son casi 26.000. De ésas, sólo una pequeña parte es la vigente y eficaz, pues
deben dejarse de lado las leyes derogadas en forma expresa, las derogadas en forma tácita,
las de objeto cumplido, y las de plazo cumplido.
Los sujetos de derecho perciben cada norma menos vinculante. Y esa sensación social es
directamente proporcional a la cantidad de normas. A semejanza del valor de la moneda,
cuantas más unidades hay en circulación, menos vale cada pieza (50).
Rodolfo Pagano refiere que en Italia, la "inflación legislativa" se "siente" como una
desproporción en la relación entre la cantidad de normas y la demanda o necesidad social
(51). En ese contexto resulta utópica la consideración de Jean Jacques Rousseau en el
sentido de considerar un mal ciudadano a quien no sabe de memoria las leyes de su país.
Pero hay más, en la Unión Europea se ha advertido un aumento del precio de los bienes y
servicios con origen en la necesidad, cada vez más creciente, de consultar a profesionales
del Derecho. Ese plus económico ya ha empezado a ser conocido como "tasa por aplicación
de la legislación" (53).
La enorme cantidad de normas jurídicas, dictadas por distintos poderes del Estado, y con
diferentes niveles jerárquicos hace necesario el manejo del ordenador o computadora. Las
bases de datos y los CD-Rom se han convertido en el pan nuestro de cada día.
Y para que el ordenador reconozca fácilmente la estructura de las normas, éstas deben tener
formas comunes. Las formas de las normas deben estar normativizadas, es decir regidas por
normas (54).
Por otro lado, las normas de la Comunidad Europea han penetrado profundamente en los
derechos nacionales, en grado tal que, según su Corte de Justicia, configuran un derecho de
jerarquía superior al nacional. Súmense a ello las nacientes comunidades, como el Mercosur,
o las de contenido económico, como el Nafta.
La coexistencia de los diversos regímenes normativos exige una cuota de orden. No sólo
sustancial sino también formal. Las formas deben ser comunes para poder ser ubicadas por
el ordenador.
La unidad de formas -las reglas formales que impone la Legística- encuentra su razón de ser
de orden práctico en la abundancia de normas y el consiguiente uso de la computadora, y en
la conveniencia de unificarlas para su comprensión en otros sistemas nacionales con los que
exista un proceso de integración normativa, en algunos casos incipiente.
Sin embargo, la decisión de proyectar un Código nuevo, y no una mera reforma del Código
vigente, originó la necesidad de establecer una serie de parámetros novedosos y revisar las
pautas asumidas por el Código Civil de 1869.
Desde luego, primero se estableció qué materias se incorporarían, y cuales no. También se
optó, con acierto, por incluir partes generales.
Las reglas de Técnica Legislativa que se utilizaron tuvieron por finalidad potenciar las
decisiones de fondo.
Conviene hacer un poco de historia sobre las notas del Código Civil para comprender su
significado.
Es decir que para el propio codificador las notas debían desaparecer pues sólo cumplían con
la finalidad de facilitar la sanción parlamentaria "a libro cerrado".
El Código se sancionó y promulgó por la ley 340, cuyo art. 1º es clarísimo al afirmar que lo
sancionado es el texto del Código, no sus notas. A su vez el art. 4º de dicha ley autoriza al
Poder Ejecutivo nacional a hacer los gastos necesarios para la edición oficial del Código.
Las notas al Código Civil carecen de valor normativo. No fueron sancionadas por el Congreso
de la Nación ni fueron puestas por iniciativa de Vélez, ni por razones de técnica legislativa,
sino por pedido del ministro de Justicia y Educación Pública Dr. Eduardo Costa, cuando ya
estaba redactada parte del Código.
Por ello las notas del Libro I son posteriores a su redacción (57).
La finalidad era política en razón de que no había posibilidad de debate debido a la escasez
de juristas.
No cabe soslayar el interesante aporte hecho por Alberto D. Molinario, brillante jurista y
querido maestro que expresó "...lo sancionado por el Honorable Congreso de la Nación es el
texto del Código y no las notas,...las palabras atribuidas al propio Codificador por el senador
por Santa Fe, Argento, durante la discusión habida en el Senado con motivo de la sanción de
la ley de fe de erratas y correcciones al Código Civil. Al discutirse la modificación del art. 325
, el citado senador recordó que habiéndosele hecho notar a Vélez Sarsfield la contradicción
existente entre un artículo y una nota, el codificador habría respondido en los términos que a
continuación transcribimos y que en el propio discurso de Argento aparecen entre comillas:
`¿Para qué van a buscar las notas para explicarse las disposiciones del Código? El que haga
eso, no sabe lo que tiene entre manos: debe recurrir al texto, que es propiamente la ley, y
no a las notas´" (58).
Por lo demás, la consulta de los códigos civiles extranjeros arroja como resultado la ausencia
de notas a pie de página. En particular carecen de notas los códigos civiles de España, Italia
de 1942, Suizo de las Obligaciones, Alemania de 1900 (BGB), Francia, Venezuela, Bolivia de
1975 (Banzer), México, Perú de 1984, Guatemala, Japón, Brasil, Quebec de 1991, Holanda,
(vig. 1992), Portugal de 1967, Puerto Rico, Irán, China (Taiwan), Uruguay, Chile, Proyecto
de 1936, decreto 468/92 (eliminado por Secr. Legal y Técnica por aplicación del decreto
333/85 ), Proyecto de Código Unificado de 1987, Paraguay de 1987, Cuba de 1989, Unión de
las Repúblicas Soviéticas Socialistas de 1923, de Bélgica (a 1995), Louisiana (a 1989),
Mongolia (1994), Ecuador (a 1989), Vietnam (de 1996), y la Federación Rusa (de 1995 y
1996).
Dentro mismo de la República, tampoco tienen notas los restantes códigos vigentes, ya que
el único que las tenía -el de Minería- bien puede decirse que las perdió con la sanción de su
texto ordenado.
Este rechazo a las notas encuentra correspondencia también en las directrices de la Unión
Europea, que son las normas para hacer normas en ese ámbito. Sólo prevén notas al pie de
página en actas, y únicamente para indicar la referencia al número del boletín oficial de la
Comunidad Europea donde está publicada el acta mencionada en el texto. Es decir que sólo
proveen una información de carácter documental (61).
La directriz 7.2 de la Unión Europea, con mayor claridad, establece que conviene evitar, en la
medida de lo posible, las notas de pie de página que tengan otro objeto (62).
Las directrices francesas establecen que "In devra éviter dans les lois et decrets l´usage:...e
notes en bas de page" (63).
Es que poner hoy notas en un proyecto de ley sería un grave error pues la única función que
éstas podrían cumplir se satisface plenamente con la exposición de motivos que, conforme lo
dispone el decreto 333/85 , debe llevar obligatoriamente todos los proyectos de ley iniciados
en el Poder Ejecutivo.
Pero además -insisto- el decreto 333/85 no contempla las notas en los proyectos de ley. Por
ello la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia de la Nación eliminó las notas en el
Proyecto de la Comisión de Reforma del Código Civil creada por decreto 468/92 . No
obstante la edición privada las agregó.
El Proyecto de Código Civil cumple con la disposición vigente, pero introduce una novedad al
numerar los Fundamentos, de suerte que ahora puede referirse "verbigracia lo expuesto en
el Fundamento número 192 sobre el plazo máximo del contrato de locación", con absoluta
precisión. Los fundamentos están numerados en forma correlativa, con la intención de dar a
cada tema autónomo un número particular.
En los países en los que existen Directrices de Técnica Legislativa -es decir, leyes sobre cómo
hacer leyes- este item está regulado. En América del Sur no lo está. Por ello fue necesario
establecer a partir de parámetros lógicos cuántas particiones debe haber, cómo se llaman, y
qué orden deben guardar entre sí, para lo que se analizaron un total de cuarenta y un
códigos, proyectos y anteproyectos. Puede afirmarse que los anteproyectos y proyectos de
reforma son irrelevantes porque se limitan a modificar un código ya existente, y que por ello
no deberían computarse en el análisis. Sin embargo, los considero a la par que los códigos
sancionados porque, en definitiva, pudieron haberse proyectado con una estructura
diferente, y no lo han hecho, habiendo preferido mantener la del código de que se trate, lo
que importa tanto como afirmar que dicha estructura no resultó absolutamente inadecuada a
los ojos de sus autores.
1786 (muy
Austria modif. en 1917) No PLC 1502
China (Taiwan)
1929-1930 No LCTP 1225
1887 modif. a
Ecuador Sí LTP 2448
1989
Esboço de
1865 Sí LSTCP 4908
Freitas (Brasil)
1888 vig. 1889
España Sí LTCS 1976
El Preámbulo
contiene 10 arts.
Irán 1928-1935 LPCSsS 1335
sobre la vigencia y
efectos de la ley
Italia 1942 Sí LTCS 2969
1890 vigencia
Japón No LCS 724
1896
Louisiana 1870 Sí LTC 3556
México 1928 Sí LTC 3074
436 con párrafos
Mongolia 1994 No PsPC
números arábigos
1916 vig. 1917
Panamá Sí LTCS 1803
Proyecto de
1987 (Argentina) 1987 Sí LSTC modif. parcial
Proy. Com.
Federal 1993 1993 Sí LSTC modif. parcial
(Argentina)
Proy. Com.
Dec. 468/93 1993 Sí LSTC modif. parcial
(Argentina)
Puerto Rico 1930 Sí LTCS 5305
Quebec 1991 Sí LTCS 3168
DCp 1109 y Ley de
Rusia puesta en vigencia
1995 y 1996 No PDs
(Federación) del día 21/10/1994
con 13 arts.
C.Civ. 1907 1749 (880 Familia
Suiza Sí LTC
C.Obs. 1911 y 869 Obs.)
URSS (ex) 1923 No LCS 435
1868 vig. 1869
Uruguay Sí LTCS 2392
De la compulsa efectuada se permite concluir que se verifica una inclinación por la división
superior al artículo, en "Libro", "Título", "Capítulo" y "Sección".
Se sigue de ello que un código standard debería tener cuatro divisiones y que ellas deberían
ser Libro, Capítulo, Título y Sección, ya que en esa cantidad coinciden los códigos analizados.
Pero de esta conclusión no se sigue nada respecto del orden entre estas particiones, para lo
que remito al apartado que sigue.
3. Orden de precedencia en que se deben ubicar
El orden adoptado es Libro, Título, Capítulo y Sección, por las siguientes razones:
"La mayoría de los códigos hace prevalecer `Libro´ sobre las restantes particiones. De los
restantes códigos sólo se apartan de esta regla los de Austria, Mongolia y Vietnam.
"Sólo uno (China-Taiwan) hace preceder `Capítulo´ a `Título´. De los otros treinta y nueve
cuerpos normativos treinta ordenan `Título´ antes que `Capítulo´.
"El orden seguido en el Proyecto es el que adopta la mayoría de los países cuyos códigos
fueron consultados: Bélgica, Bolivia, Brasil, Cuba, España, Francia, Italia, Panamá, Paraguay,
Portugal, Puerto Rico, Quebec, Uruguay y Venezuela (catorce en total).
"El orden que hace preceder `Capítulo´ a la `Sección´ -además de esos catorce cuerpos
normativos- es utilizado por el Anteproyecto Ossorio, Japón, URSS, Irán y Vietnam, es decir
que un total de diecinueve cuerpos legales o prelegales consideran que `Sección´ sigue a
`Capítulo´. En cambio pocos ubican a `Sección´ antes que a los `Títulos´: diez en total,
Alemania, Perú, el Esboço de Freitas, y la Argentina con todos sus proyectos y
anteproyectos, excepto el de 1998 (Anteproyecto Bibiloni, Proy. de 1936, Anteproyecto de
1954, Proyecto de 1987, Anteproyecto de la Com. Dec. 468/93, Proyecto de la Comisión
Federal de 1993). También el Anteproyecto De Gásperi para el Paraguay. Cabe señalar que
en Paraguay rigió el Código Civil argentino hasta 1987, de suerte que el Anteproyecto
elaborado por De Gásperi para su país -Paraguay- fue inspirado en los lineamientos del
Código argentino.
En los códigos, la exhaustividad del tratamiento de una misma materia requiere una gran
cantidad de divisiones superiores e inferiores al artículo. Esto es una exigencia propia de los
grandes sistemas sintácticos (64).
Para un código ideal hubiera bastado con esas cuatro particiones superiores, sin embargo,
para cumplir el plan de la Comisión fue necesario incluir una más: el parágrafo.
Utilizan "Parágrafo" luego de la Sección, el Proyecto de Freitas para Brasil y el Código Civil de
la Federación Rusa (1996), el Código de Chile, de Ecuador, de Colombia, de Quebec y el de
Bélgica, bien que varios usan directamente el signo del parágrafo (§). El de Guatemala
(1964) usa el párrafo, que es sinónimo de parágrafo.
En cambio, en esa ubicación el Código Civil de Bolivia (1975), de Irán (1928, 1934 y modif.
en 1991), Perú (1984) y el de Portugal (1966) utilizan "Subsección". Pero Subsección no
figura en el Diccionario de la Lengua Española, que debió seguir la Comisión por imperio de
lo normado en el decreto 333/85 respecto de las palabras a emplear (65).
El Proyecto de Código Civil de la República Argentina de 1998 redujo a 2532 artículos los
4051 que tiene el Código Civil vigente. Añádase a esta cantidad los artículos del
desmembrado Código de Comercio y compárese con la cantidad de artículos de los códigos
más modernos. Puede observarse en el siguiente cuadro.
Nro.
de Año de Cantidad Con
Código Civil de
orden sanción de arts. epígrafes
1786-
1 Austria 1502 No
1810
2 Francia 1804 2283 No
3 Bélgica 1807 2281 No
Anteproyecto Acevedo
4 1852 2309 No
Anteproyecto Llambías
27 1954 1839 Sí
VIII. EL USO DE EPÍGRAFES: UNA TÉCNICA TAN MODERNA Y A LA VEZ TAN ANTIGUA
Sin duda es de buena técnica legislativa incorporar epígrafes o rúbricas a los artículos.
Como técnica es buena pero no es nueva, pues ya los traían el Liber Judiciorum; el Fuero
Juzgo; las Leyes del Estilo; el Fuero Real de España; el Ordenamiento de Alcalá; la Ley de
Partidas; el Espéculo (también del Rey Alfonso el Sabio); las Ordenanzas Reales de Castilla;
la Novísima Recopilación de 1805; la Nueva Recopilación (que no han sido comprendidas en
la Novísima, con los Autos Acordados); las Ordenanzas de Bilbao y para América, la
Recopilación de Leyes de Indias.
La excepción es el Fuero Viejo de Castilla cuyas leyes no utilizan rúbrica. Tampoco tenía
epígrafe -en España- el Proyecto comentado por Florencio García Goyena.
Y, por supuesto, tampoco los tuvo el Código Civil redactado por Vélez Sarsfield.
En la nota al art. 495 del Código Civil de la República Argentina Dalmacio Vélez Sarsfield
expresó:
"Nos abstenemos de definir porque, como dice Freitas, las definiciones son impropias de un
código de leyes, y no porque haya peligro en hacerlo, pues mayor peligro hay en la ley que
en la doctrina. En un trabajo legislativo sólo pueden admitirse aquellas definiciones, que
estrictamente contengan una regla de conducta, o por la inmediata aplicación de sus
vocablos, o por su influencia en las disposiciones de una materia especial. La definición
exacta de los términos de que se sirve el legislador para expresar su voluntad, no entra en
sus atribuciones. La definición es del dominio del gramático y del literato, si la expresión
corresponde al lenguaje ordinario, y es de la atribución del profesor cuando la expresión es
técnica. En todo caso es extraña a la ley, a menos que sea legislativa, es decir, que tenga
por objeto restringir la significación del término de que se sirva, a las ideas que reúnan
exactamente todas las condiciones establecidas en la ley. Lo que pensamos sobre las
definiciones se extiende por los mismos motivos a toda materia puramente doctrinal, a lo
que generalmente se llama principios jurídicos, pues la ley no debe extenderse sino a lo que
dependa de la voluntad del legislador. Ella debe ser imperativa, y sea que mande o prohíba,
debe sólo expresar la voluntad del legislador. Así como existe una diferencia notable entre la
jurisprudencia y la legislación, así también la ley nada tiene de común con un tratado
científico de derecho...".
Bien leída la nota del art. 495 del Código Civil, que suele esgrimirse como argumento contra
el uso de definiciones en la ley, en modo alguno afirma que sea incorrecto definir en la
legislación, pues deja a salvo aquella definición "que sea legislativa, es decir, que tenga por
objeto restringir la significación del término de que se sirva, a las ideas que reúnan
exactamente todas las condiciones establecidas en la ley".
Vélez mismo utiliza la voz "definición" o "definiciones" en las notas a los arts. 527 , 558 , 667
, 679 , 801 , 818 , 832 , 926 , 931 , 944 , 1380 , 1495 , 1879 , 931 , 936 , 937 , 938 , 1493
, 2506 , 2807 , 2827 , 2928 , 2975 , 2351 , 3279 , y al Libro III Título IV. Es decir, veintiséis
veces. Es tan flagrante esta contradicción entre lo verdaderamente legislado y el aporte
doctrinario del codificador en la nota al art. 495 que Lisandro Segovia, uno de los más
profundos y clásicos investigadores de la obra de Vélez Sarsfield, afirma que dicha nota "es
un argumento contra las definiciones de los arts. 360 , 498 , 591 , etc., de que el Código no
hace uso" (66).
Súmase a ese autor la opinión de Alfredo Colmo, también contraria al criterio de Vélez
Sarsfield (67). Tanto es cierta la conveniencia de incluir definiciones que "no se citará un
ejemplo de una sola legislación civil, sin excluir las más adelantadas y recientes, que No
contenga una serie de definiciones legales" (68).
Pero, además del Código Civil, muchas son las leyes argentinas que contienen definiciones.
La Ley de Residuos Peligrosos 24051 (Anexo II, con trece definiciones); la de Hidrocarburos
17319 en su art. 10 ; la Ley de Tránsito 24449 con treinta y una definiciones en su art. 5º ;
el decreto-ley 8204 sobre creación y funcionamiento del Registro de Estado Civil, etcétera.
Esta tendencia se afirma, verbigracia, en el Proyecto de ley de Aguas de los senadores
Sapag, Mazzucco, Genoud, Solana, Figueroa, Branda y Bittel que contiene treinta y dos
definiciones en su art. 1º (69).
Por lo demás, el decreto 333/85 que regula la forma de los anteproyectos que presenta en
el Parlamento el Poder Ejecutivo nacional, establece en su art. 3º.2.14. "Definición de
términos: No se definirán los términos empleados salvo cuando constituyan instituciones
jurídicas o tengan significación para la interpretación del texto legal en el cual se incluyan.
En caso de duda sobre los vocablos a emplear se recurrirá al Diccionario de la Lengua
Española".
Pero, además, el uso de definiciones está expresamente previsto en el decreto 333/85 que
prohíbe la definición de "términos", "salvo cuando constituyan instituciones jurídicas..." (71).
El carácter vinculante de las normas jurídicas requiere para el equilibrio del sistema
democrático la utilización de un lenguaje exacto con alcance bien delimitado. De allí el uso
de las definiciones en los textos legislativos.
"...El legislador recurre a la técnica definitoria cuando crea (raramente) o recoge un término
nuevo o atribuye a un término de uso común un significado no usual, o bien delimita -
precisándolo a los fines de su aplicación- un término genérico" (73).
Curiosamente los países de derecho continental son más reacios a utilizar definiciones que
los del common law, pese a que ya en el Corpus Juris Civile el título XVI del Libro 50 del
Digesto se denomina "De Verborum Significatione" (74), lo cual, si bien no incluye
definiciones, sino el alcance de determinados términos, de suerte que resulta más un
glosario o vocabulario que un título con definiciones, sí constituye un antecedente relevante.
Pero no sólo es conveniente incluir definiciones en los códigos (75), y en las leyes en general
(76), sino que su uso en los tratados, acuerdos o convenciones internacionales es
insoslayable y se va extendiendo en el campo legislativo (77).
No deben definirse entidades que no pertenecen al mundo del Derecho, sino que lo
trascienden. Por ejemplo, no debe definirse a la persona humana.
Las reglas que establecen definiciones no deben contener, además, disposiciones de otra
índole. La definición debe ser autosuficiente -como el artículo que la contiene- y completa,
pero tampoco debe contener otra disposición normativa que la exceda.
En el orden de los incisos -que han debido ordenarse alfabéticamente (no numéricamente)
por imperio de lo normado en el dec. 333/85 (art. 3.2.3.)- se omitieron deliberadamente las
letras "ch" y "ll".
Como secretario de la Comisión de Reforma del Código Civil comuniqué a los miembros esta
circunstancia en cuanto tuve conocimiento de ella.
XII. EL TIEMPO DE VERBO EN LA REDACCIÓN DEL PROYECTO
Es que la norma jurídica es intemporal. Dispone para el momento en que se sanciona y para
el futuro.
Las redacciones legislativas que utilizan verbos en tiempo pretérito son confusas, al no
permitir advertir si se refieren a hechos anteriores a la norma, o a los posteriores pero
anteriores a su juzgamiento.
A su vez, las normas que se redactan en tiempo futuro, siempre pueden dar lugar a una
interpretación que permita al operador del Derecho encargado de aplicarla considerar que los
efectos se prescriben para los actos futuros, no para aquellos que ya están sometidos a su
juzgamiento.
El tiempo del verbo que se utilice en la redacción de las leyes y normas jurídicas inferiores
debe ser presente del indicativo (81).
En la redacción de las leyes en idioma español el tiempo futuro sólo debe usarse cuando sea
futuro respecto de otro referido en la misma oración o artículo.
Incluso se sugiere el uso del verbo en tiempo presente hasta cuando se exponen los trámites
sucesivos de un proceso, por ejemplo en la siguiente norma: "presentada la demanda, se da
traslado de ella", o "disuelta la sociedad, se procede a su liquidación..." (82).
El decreto 333/85 establece que "se escribirán las cantidades y, a continuación, se las
repetirá en números colocados entre paréntesis".
De modo que también se debe al cumplimiento de esta norma el poner las cantidades en
cifras a continuación de las cantidades en letras. Afea, pero aclara.
Un gran administrativista argentino, Rafael Bielsa, escribió que la repetición de una palabra
cuya significación es la propia o pertinente en textos de derecho es una virtud (83). Si se
vincula ese concepto con la circunstancia de que en derecho difícilmente hay sinónimos, no
cabe sino concluir que en la redacción de los códigos debe evitarse el uso de pretendidos
sinónimos.
Otros ejemplos del mal uso de pretendidos sinónimos los da el Código Civil vigente en el que
la palabra "inmueble" y su plural ha sido utilizada ciento veinticinco veces.
Un tema vinculado a éste es la repetición de la palabra "debe". Pero esto que en literatura es
un defecto, no lo es para una ley, que por sobre todo, debe ser formalmente clara.
Existen, en la redacción de las leyes, algunas palabras que son innecesarias y, que, por
tanto, contribuyen a la contaminación legislativa. Eso sucede con las expresiones "el mismo",
"la misma" que son fácilmente suprimibles ganando la norma en claridad.
Otro tanto resulta del uso del adverbio "cuando". Si la ley quiere referirse a una oportunidad
su empleo es correcto. Pero, sí quiere significar algo que puede o no suceder, deja de estar
en el ámbito de los plazos para pasar al de las condiciones.
3. Los circunloquios
La Comisión que elaboró el Proyecto de Código Civil de 1998 puso especial énfasis en la
precisión de las voces utilizadas para designar los conceptos jurídicos.
Ejemplo de ello es la voz "esposos". Tal como lo expresa la última edición del Diccionario de
la Lengua Española (21ª ed.) -al que, por lo demás, remite el dec. 333/85 al disponer: "En
caso de duda sobre los vocablos a emplear se recurrirá al Diccionario de la Lengua Española"
(85) - "esposo, esposa" es la persona que contrajo esponsales.
Recién como segunda acepción se considera que "esposo", "esposa" es "persona casada".
Los que contrajeron matrimonio se denominan cónyuges, como lo hace el Proyecto por
decisión de la Comisión, tomada el día 5 de diciembre de 1998.
Es que en varias provincias hay, y puede haber, tribunales colegiados con competencias que
en el régimen nacional se ejercen por tribunales unipersonales.
En el caso concreto del Proyecto de Código Civil de 1998, el Ministerio de Justicia debió
adecuar algunos aspectos formales del Proyecto y fundar otros. También se corrigieron los
errores materiales detectados por dicha Secretaría, por los miembros firmantes de la
Comisión de Reforma y por quien esto escribe.
a) Mientras las repúblicas de América del Sur no tengan normas sobre cómo redactar
normas, debe propenderse a la estandarización regional, tratando que toda la legislación
guarde la misma forma y el mismo estilo gramatical. Para ese conocimiento hoy se cuenta
con importantes herramientas, como el GLIN, siglas en idioma inglés de "Red de Información
Legislativa Mundial" que consiste en una base de datos de legislación proporcionada por los
doscientos dieciocho países miembros a cuya consulta luego tienen acceso.
b) El Proyecto de Código Civil de 1998 para la República Argentina es una obra de criterios
consensuados, en la que se atendió en forma fundada a las más modernas pautas de
Legística, con el debido acatamiento a las normas vigentes, que -además de su carácter
vinculante- seguramente, se asumieron por los miembros al aceptar la encomienda.
c) Hoy resulta más útil pensar antes de hacer una ley, que emplear luego un gran número de
juristas para interpretarla racionalmente. Súmese a ello que los intérpretes no son sólo
jueces y abogados, sino también funcionarios y empleados administrativos legos. "Sería
mucho más importante, editar un manual de legislación, destinado a dar a las leyes desde su
inicio una cierta medida de racionalidad y claridad, que editar cien libros sobre el arte de la
interpretación" (86).
I. INTRODUCCIÓN
Este trabajo no se referirá a las distintas posiciones científicas que tienen relación con el
comienzo de la existencia humana, tales como los aspectos vinculados con la fecundación de
embriones, anidación, viabilidad, etcétera.
El abordaje de esta colaboración, pues, tratará exclusivamente acerca de las relaciones entre
el sistema jurídico interno y el internacional, su compatibilidad y coherencia interna sin
efectuar juicios de valor sobre la posición adoptada.
Nuestro propósito es poner a prueba la compatibilidad del PRCC y su relación con los
tratados internacionales vigentes y jerarquizados por la Constitución Argentina: Convención
Interamericana de Derechos Humanos (89) y Convención sobre los Derechos de los Niños
(90).
De acuerdo con los autores se define al monismo desde el ángulo de un solo orden jurídico
internacional que puede ser materia de dos puntos de vista:
Por otra parte, los autores partidarios del dualismo proponen la coexistencia de dos órdenes
jurídicos independientes: el derecho internacional y el derecho interno, cada uno con su
propio ámbito de validez y su propio campo de acción con diferentes sujetos y fuentes. En
ese caso, para que una norma pueda ser aplicada, se requiere el procedimiento de la
recepción o incorporación, esto es la transformación del derecho internacional en derecho
interno, o dicho de otro modo, la "nacionalización del derecho internacional".
José María Ruda, en uno de sus últimos trabajos, examinó la relación entre el derecho
internacional y el derecho interno (92). Se trata de varias conferencias sobre la materia y allí
Ruda plantea la diferencia entre el derecho internacional y el derecho interno. Con el mismo
método, otros autores, como Brownlie, inician sus lecciones volviendo sobre el eterno debate
acerca del monismo y dualismo.
Por supuesto que la supremacía del derecho internacional no actúa en forma automática,
aunque sin embargo se va imponiendo el concepto de que: "la evolución técnica, económica
y social exige, en una medida siempre creciente, que la reglamentación internacional
produzca sus efectos jurídicos en el interior de los sistema nacionales. La efectividad del
derecho internacional depende de la fidelidad con la que el derecho nacional se ajusta a sus
normas" (93).
El cambio operado fue de tal magnitud que incluso se comenzó a plantear la necesidad de
adecuar la misma Constitución vigente que entre sus artículos preveía la confesionalidad del
presidente y vicepresidente. Desde todos los ámbitos del poder y especialmente desde el
Poder Judicial se acompañó el cambio jurídico y cultural que proponía una nueva ingeniería
institucional (94).
Esa nueva arquitectura básica en cuanto a los derechos y las garantías tiene como
fundamento el principio de que el derecho internacional de los derechos humanos opera
subsidiariamente al derecho interno. Eso no significa que el juez interno no tenga la
obligación de aplicar esas normas. Por el contrario, el sistema internacional opera sólo en el
caso de que el derecho interno no hubiera sido eficaz para asegurar los derechos humanos.
En ese supuesto, el sistema internacional de los derechos humanos opera fuera del Estado
de que se trate y habilita las garantía de los derechos fuera del derecho interno y aun en
contradicción con éste (CIDH, art. 2º ).
Hay que tener presente que las nuevas normas de la Constitución Argentina en lo que
respecta a las atribuciones del Congreso en relación a los tratados en general y en particular
a los tratados internacionales y de derechos humanos que se vinculan con este trabajo (96)
establecen lo siguiente:
"Corresponde al Congreso:
"22. Aprobar o desechar tratados concluidos con las demás naciones y con las organizaciones
internacionales y los concordatos con la Santa Sede. Los tratados y concordatos tienen
jerarquía superior a las leyes.
"La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; la Declaración Universal
de Derechos Humanos; la Convención Americana sobre Derechos Humanos... ; la
Convención sobre los Derechos del Niño ; en las condiciones de su vigencia, tienen jerarquía
constitucional, no derogan artículo alguno de la primera parte de esta Constitución y deben
entenderse complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos...".
En efecto, algunos autores han propuesto que se considere en forma distinta a los tratados
de derechos humanos, confiriendo a éstos el carácter de directamente aplicables y de mayor
jerarquía, mediante la introducción de una lista o nómina en la Constitución, que
posteriormente puede ser ampliada por medio de futuras enmiendas, para conferir
igualmente ese carácter a los tratados de integración económica, solución que también fue
receptada en la Constitución Argentina de 1994.
En las primeras décadas del siglo XX no había interés en remarcar la relación entre derecho
internacional y derecho interno. La tendencia actual es que las normas deben estar de
conformidad con el derecho internacional de los derechos humanos.
De esa manera, se han privilegiado un grupo de tratados de derechos humanos, por encima
de otros, considerando que eran los más importantes. La jerarquización, por tanto, significa
que los tratados que hayan adquirido esa categoría tienen el mismo estatus que las normas
constitucionales que constan en la parte dogmática de la Constitución, denominada
"Declaraciones, Derechos y Garantías". La mencionada jerarquización tiene por efecto que
los principios de derecho público de la Constitución (art. 27 , Const. Nac.) provienen de dos
fuentes:
De la misma Constitución en la parte correspondiente a las Declaraciones, Derechos y
Garantías, y
Otra cuestión que se presenta con respecto a la jerarquización de los tratados que surgen de
la nómina es que éstos tienen el condicionamiento genérico y previo de respetar o tener en
cuenta la situación del tratado internacional, en cuanto a las contingencias que se hubieran
acordado en la oportunidad de su ratificación internacional. Por ese motivo, la norma
constitucional se refiere a los tratados de la nómina, "en las condiciones de su vigencia" (art.
75 , inc. 22, Const. 1994).
Esta norma podría dar lugar a interpretaciones restrictivas o extensivas. Por una parte, las
interpretaciones restrictivas apuntan a acreditar fehacientemente la intención del Estado en
ocasión de obligarse por el tratado. Puede ser que el Estado resuelva manifestar su
consentimiento con reservas o declaraciones interpretativas, esto es, que de algún modo
restrinja o limite las cláusulas de ese mismo tratado. Recordemos que el régimen de las
reservas exige que las mismas deben ser compatibles, adecuadas al objeto y fin del tratado,
o sea la regla es la compatibilidad entre las reservas y las obligaciones o derechos
establecidos en la Convención.
Por otra parte, de acuerdo con la interpretación extensiva, se podría aplicar el tratado lisa y
llanamente no obstante una declaración en contrario del Estado, expresado en ocasión de
prestar su consentimiento por el tratado por medio de una reserva, acerca de cuyo régimen
hemos expuesto. Esa interpretación, en los hechos dejaría sin efecto el régimen de las
reservas a los tratados internacionales, que se halla ampliamente consolidado en el derecho
internacional, colocando al Estado en situación de aceptar la totalidad del tratado o
directamente no formar parte de él. Sucede que los Estados, por distintos motivos, se ven
obligados a oponer reservas alegando diversas razones. En algunos casos se opone la
reserva porque aún no se hallan consolidadas algunas instituciones, porque el órgano con
atribuciones para formularla lo considera o también porque evalúan que no es el momento
oportuno de asumir las obligaciones internacionales del tratado y de esa manera el Estado no
incurre en responsabilidad internacional.
En esta etapa recordemos que la Constitución Argentina dispone que los tratados tienen
fuerza superior a las leyes (art. 75 , inc. 22).
Por tanto, para formular un juicio de compatibilidad sobre el PRCC en la materia, veamos las
normas internacionales relacionadas con la cuestión:
i) Para los efectos de esta Convención, persona es todo ser humano (art. 1º.2 ).
ii) Derecho a la vida. Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho
estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción (art. 4.1 ).
Esa norma fue objeto de una declaración interpretativa, que según consideramos, tendría los
efectos de la reserva que establece;
"Con relación al art. 1º de la Convención sobre los Derechos del Niño , la República Argentina
declara que el mismo debe interpretarse en el sentido que se entiende por niño todo ser
humano desde el momento de su concepción y hasta los dieciocho años de edad".
ii) Los Estados Partes reconocen que todo niño tiene el derecho intrínseco a la vida (art. 6.1 ,
CDN).
Las normas internacionales transcriptas son las que tienen directa relación con el tema
planteado acerca del comienzo de la vida en el PRCC.
En el derecho positivo argentino hay diversas normas vinculadas con el derecho a la vida. En
primer lugar, los arts. 63 y 70 del Código Civil en la versión de Vélez Sarsfield que disponen
lo siguiente:
"Son personas por nacer las que no habiendo nacido están concebidas en el seno materno"
(art. 63 , Cód. Civ.).
Por otra parte, en el Código Penal los arts. 85 , 86 y 87 tipifican la figura del que causare
un aborto, ya sea con o sin consentimiento de la mujer, pena que se agrava cuando fuera
seguido de muerte de la misma, inhabilitando a médicos, cirujanos, parteras o farmacéuticos
que abusaren de su ciencia o arte para causar el aborto o cooperar en éste y también se
enumeran los casos en que el aborto no es punible, reprimiéndose también con prisión a la
mujer que causare su propio aborto.
El PRCC ha establecido criterios que continúan la tradición del sistema existente. En primer
lugar, metodológicamente ha colocado a la persona en primer plano, es decir que ha
jerarquizado su planteamiento (99). Por otra parte, ha mantenido el concepto de que
persona es todo ser humano, circunstancia que se refleja inmediatamente desde la misma
denominación de los títulos.
"La existencia de las personas humanas comienza con la concepción" (100) (art. 15).
Con relación a esta norma y en lo que respecta a las demás normas internas e
internacionales citadas precedentemente surgen varios problemas de carácter general y
particular:
Problema a). La adecuación programática y operativa de la reforma dentro del concepto de
persona de acuerdo con el derecho internacional de los derechos humanos vigente.
Problema b). La compatibilidad general o coherencia interna con los tratados internacionales
de derechos humanos jerarquizados.
Problema c). La discusión acerca del art. 4º de la CIDH, toda vez que establece que el
derecho a la vida se establece, "en general", a partir del momento de la concepción (101).
¿Puede el Estado argentino dictar leyes que "en particular" adopten otro criterio distinto al
establecido -en general- en el art. 4º de la CIDH?
Problema e). La discusión acerca de las condiciones de la vigencia de la CDN, habida cuenta
de la declaración interpretativa con efecto de reserva opuesta por la República Argentina en
dicho tratado. ¿Puede el Estado argentino adoptar un criterio distinto al establecido en la
CDN ratificada con la declaración interpretativa?
Problema f). ¿Cuál es la relación entre dos tratados internacionales para resolver la cuestión?
Este trabajo abordará la respuesta de los interrogantes planteados con miras al propósito de
compatibilidad entre normas internas e internacionales.
"Para los efectos de esta Convención, persona es todo ser humano" (art. 1º.2 ).
Los codificadores han adherido a la corriente liberal clásica y las declaraciones de derechos
han expandido la noción de persona generalizándola en el lenguaje del derecho con el
propósito de brindar apoyo a los derechos de la personalidad entendidos como derechos
subjetivos. Si bien es cierto que el concepto de persona forma parte del Derecho Civil, no es
menos cierto que el derecho internacional de los derechos humanos confiere sustento a otra
atmósfera que contiene un plus conceptual de la persona en una frontera común con el
derecho público sobre la base de la autonomía, la dignidad y la inviolabilidad.
Ese concepto se halla también fundamentado al eliminar la definición del art. 30 del Código
Civil vigente al expresar:
"Pese a que en este Proyecto se han insertado definiciones en todos los casos en que se
consideró necesario, no se conserva la que el Código Civil vigente trae en su art. 30 ; se
abandonó incluso la idea de sustituirla por otra más apropiada. Es que la noción de persona
proviene de la naturaleza; es persona todo ser humano, por el solo hecho de serlo; y la
definición de la persona a partir de su capacidad de derecho confunde al sujeto con uno de
sus atributos, amén de que da la falsa idea de que la personalidad del sujeto es concedida
por el ordenamiento jurídico. La idea del Proyecto es por el contrario que la persona es un
concepto anterior a la ley; el Derecho se hace para la persona que constituye su centro y su
fin. Es la noción de persona que alberga la Constitución Nacional desde su misma sanción en
1853, la que proviene de sus fuentes desde la Asamblea de 1813, y la que fue ratificada con
el reconocimiento de la jerarquía constitucional de las convenciones y tratados de derechos
humanos en el texto que rige a partir de la reforma de 1994".
El punto de vista adoptado se halla ajustado con los tratados de derechos humanos
jerarquizados constitucionalmente. En consecuencia nuestra interpretación adhiere al criterio
de compatibilización y sinergia que se ha adoptado en la base programática y metodología
sistemática del PRCC en materia de persona.
No hubiera sido sobreabundante y quizás hubiera aportado una definición más estricta y
ajustada la expresión del concepto que se halla en los fundamentos, esto es, persona es todo
ser humano, tal como se ha establecido en la CIDH. Por supuesto que no debemos perder de
vista que el Código Civil es una norma interna que debe hallarse compatibilizada con las
normas internacionales bajo apercibimiento de generar responsabilidad internacional
(Convención de Viena sobre Derecho de los Tratados, art. 27).
Problema b). La compatibilidad general o coherencia interna con los tratados internacionales
de derechos humanos jerarquizados
Otro de los desafíos que se presentó ante los codificadores ha sido la coherencia interna con
los tratados internacionales sobre la materia. Es evidente que en el PRCC se ha tenido en
cuenta parcialmente ese criterio como se verá más adelante en detalle.
"La normativa proyectada tiende a adecuar el derecho común a los tratados de derechos
humanos incorporados con jerarquía constitucional por la reforma de 1994. Hemos atendido
en especial -dentro de la incumbencia de un Código de fondo- a los derechos a la vida, a la
dignidad y a la seguridad de la persona humana; al respeto de su vida privada; al
resarcimiento de los daños injustos que sufra".
Cabe aclarar que en líneas generales, como lo señalaron los redactores, ese principio de
adecuación tampoco se hallaba ausente en el mismo Código histórico y en sus reformas. Las
normas que han sido compatibilizadas son escasas y eso remarca la visión que tuvo Vélez
Sarsfield al redactar un código que pudo acompañar los cambios operados en la sociedad en
la Argentina y el mundo.
Problema c). La discusión acerca del art. 4º 4 de la CIDH, toda vez que establece que el
derecho a la vida se establece, "en general", a partir del momento de la concepción (103)
¿Puede el Estado argentino dictar leyes que "en particular adopten otro criterio distinto al
establecido -en general- en el art. 4º de la CIDH?
Como se recordará el PRCC dispone respecto del comienzo de la vida que: "La existencia de
las personas humanas comienza con la concepción" (104) (art. 15).
"Derecho a la vida. Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho
estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción" (art. 4.1 ).
"Al tratar del comienzo de la existencia de las personas se dispone que ello se produce con la
concepción; se elimina la expresión en el seno materno para que queden comprendidas las
concepciones extrauterinas. El texto se adecua entonces no sólo a la realidad científica
vigente, sino también a la Convención Interamericana de Derechos Humanos" (art. 4º , inc.
1º) (ap. 3 de los Fundamentos).
En esta cuestión existen dos enfoques. Por una parte, la interpretación amplia de los
redactores, por medio de la cual, efectivamente el derecho a la vida está protegido desde la
concepción en forma lisa y llana.
El segundo enfoque pone en tela de juicio la expresión "en general" que permitiría restringir
el concepto amplio del derecho a la vida y habilitaría al Estado para dictar normas sobre
aborto y otras materias vinculadas. Ésas serían las normas "particulares".
Este segundo enfoque hallaría sustento en un caso resuelto por la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos (105). El tema se relacionaba con el aborto y fue interpuesto por dos
personas integrantes de una entidad católica ante la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos en 1977. Como se recordará, con relación al aborto en Estados Unidos de América
los leading cases son "Roe c/Wade" y más tarde "Doe c/Bolton" (106). Los denunciantes
habían imputado a Estados Unidos de violar el art. 1º , Capítulo I de la Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre en lo referente al derecho a la vida por
aborto.
a) Que el derecho a la vida no fue reconocido en la Declaración, toda vez que sus redactores
rechazaron un proyecto que sí lo incluía.
c) En las sesiones de preparación del texto se reconoció que la frase "en general" dejaba
abierta la posibilidad de que los Estados Parte en una futura Convención incluyeran en su
legislación nacional "los casos más diversos sobre aborto".
"Al tratar del comienzo de la existencia de las personas se dispone que ello se produce con la
concepción; se elimina la expresión en el seno materno para que queden comprendidas las
concepciones extrauterinas".
Evidentemente, los redactores al eliminar las palabras "en el seno materno" del texto, como
clásicamente constaba (arts. 63 y 70 , Cód. Civ.), han producido una ampliación notable,
apoyando todo tipo de concepción que la ciencia desarrolle en el futuro.
Consideramos que en este caso la concepción opera jurídicamente como un piso, pero no
como un techo, por lo que habilita a adoptar otros criterios, con la mayor amplitud, para la
concepción quedando la norma preparada para los adelantos de la ciencia.
El criterio que han formulado los redactores se halla perfectamente articulado con las
disposiciones de los tratados internacionales jerarquizados. Siempre hemos expresado que
las normas de derechos humanos constituyen un piso y no un techo y a fortiori la respuesta
a este problema también aporta para la contestación al expuesto anteriormente toda vez que
la solución adoptada, en este caso, se halla perfectamente adecuada a la CIDH.
"Derecho a la vida. Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho
estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción" (art. 4.1 ).
De acuerdo con una interpretación textual, es posible concluir que lo expresado en nuestra
respuesta al problema c) podría ser correcto para la hipótesis que planteamos, pero no para
este caso. Por lo tanto, es perfectamente válido considerar que los redactores hubieran
considerado la compatibilización con la CIDH, para la hipótesis que desarrollamos en este
problema y no en el anterior. En resumen, significaría que la expresión "en general", puede
servir de eje interpretativo para admitir la concepción con sentido amplio incluso en forma
extrauterina y no restringidamente en el seno materno. De ese modo, el carácter vago de
esa expresión puede aportar fundamentos para diversas interpretaciones, incluso para la
ampliación que los redactores plantean. Queda como un interrogante la situación acerca de
los óvulos fertilizados que no fueran seleccionados o bien los embriones que se congelaren
para ser utilizados en otra ocasión. De acuerdo con el criterio del PRCC esos óvulos
fertilizados y embriones también se hallarían cubiertos por lo establecido en el art. 15.
Hemos expuesto nuestra opinión al respecto (108). Al jerarquizar la CDN se lo ha hecho con
su declaración interpretativa que opera como una reserva (109). Los constituyentes pudieron
jerarquizar la CDN sin la declaración, en cuyo caso, ésta no operaría constitucionalmente.
También los constituyentes pudieron no incluir la expresión "en las condiciones de su
vigencia".
Podría discutirse que las condiciones de su vigencia no incluyen la manera en que se formuló
la ratificación, sino las condiciones de vigencia generales del tratado. Sin embargo, las
condiciones de vigencia de la CDN incluyen como un todo al tratado y a la declaración
interpretativa. Recordemos que los tratados internacionales, de acuerdo con nuestro
ordenamiento constitucional, son actos jurídicos complejos, esto es, que se integran con la
expresión de voluntad del Poder Legislativo y del Ejecutivo. El Poder Ejecutivo tiene como
atribución ratificar los tratados internacionales y la ejerció formulando la declaración
interpretativa (art. 99, inc. 11). Además, en la Convención, los constituyentes se hallaban
habilitados para adoptar una actitud distinta y jerarquizar la CDN sin ningún aditamento y sin
embargo no lo hicieron. Como tema adicional quedaría que según este criterio la protección
del niño desde la concepción implicaría la extensión del derecho a alimentos y los derechos
laborales a la madre desde ese momento.
Problema f). ¿Cuál es la relación entre dos tratados internacionales sobre la misma cuestión?
Este problema aparentemente es más simple que los demás. Se trata de la relación CIDH
versus CDN. En caso de controversia entre ambas ¿cuál de las convenciones tiene prioridad
sobre la otra?
Recordemos que de acuerdo con nuestras respuestas la CIDH permitiría "en general"
criterios amplios con relación a las facultades de los Estados para legislar sobre el comienzo
de la vida y, por otra parte, la CDN sería restringida al definir en la declaración interpretativa
como niño a todo ser humanos desde el momento de la concepción.
En este caso, consideramos que la norma especial es la que específicamente define al niño,
esto la CDN. En todo tema referente a la cuestión debería tenerse en cuenta el criterio de
especialidad. El problema de normas en oposición podría presentarse también en el caso de
poner en contradicción la CDN con Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de
Discriminación sobre la Mujer. Recordemos con relación a esta última Convención que se
asegura que los Estados Parte adoptarán todas las medidas adecuadas para eliminar la
discriminación contra la mujer y en particular "los mismos derechos a decidir libremente y
responsablemente el número de sus hijos y el intervalo entre los nacimientos" (art. 16 , inc.
e]). En este caso la respuesta es la misma que la que formulamos en la anterior
controversia. Siempre quedará como criterio residual de examen para el supuesto de límites
borrosos en la aplicación normativa entre tratados, el principio pro hominem.
IX. CONCLUSIONES
Los autores del PRCC han encarado los temas relacionados con la persona humana con
criterio clásico y a la vez actualizado. Es cierto que no tenían muchas opciones, pues el
planteo se hallaba condicionado por las normas internacionales jerarquizadas
constitucionalmente.
Siempre tenemos un sentimiento de gratitud y respeto para el codificador histórico del
Código Civil. Ese sentimiento se hace más intenso para los que transitamos el derecho
público con la intención de que las fronteras del Derecho se entiendan no como límites sino
como puntos de convergencia.
Ese sentimiento de gratitud y respeto no debe confundirse. Quizás los redactores no lo han
expresado, pero el derecho privado no puede transformarse en la arqueología del Derecho.
De la misma manera no podemos entender un Código Civil estatua sometido a reformas
variadas, no articuladas con el conjunto o bien a fallos interpretativos que podrían hacer que
el Derecho se transformara en una quimera lejana e incomprensible para los justiciables.
Es probable que el PRCC en esta materia abra un amplio debate que en la Argentina aún no
ha sido planteado con intensidad. Desde el punto de vista teórico y práctico hay variadas
posiciones con multiples justificaciones en pro y en contra que tarde o temprano deberán
examinarse, atendiendo con criterios amplios la problemática de los derechos reproductivos.
Por ahora en el tema que hemos analizado en este trabajo, más allá de las observaciones
formuladas, se percibe que los redactores del PRCC, en lo que respecta al comienzo de la
vida de la persona humana, han adoptado un criterio que es compatible con los tratados
internacionales de derechos humanos jerarquizados constitucionalmente en las condiciones
de su vigencia.
(87) Juan Antonio Travieso es profesor regular titular de Derecho Internacional Público y
de Derechos Humanos y Garantías de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
(88) En adelante PRCC.
(89) En adelante CIDH.
(90) En adelante CDN.
(91) Ian Brownlie, en el Curso de la Academia de La Haya de 1995, comenzó su parte
general con el análisis del Monismo y del Dualismo.
(92) RUDA, José María, The Relationship Between International and National Law, Vol.
XXI, Institute of International Public Law and International Relations of Thessaloniki, Thesaurus
Acroasium, 1994. Ruda ha sido juez de la Corte Internacional de Justicia y profesor del autor de esta
obra, junto con Isidoro Ruiz Moreno y otros en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires. En el recuerdo, nuestro homenaje.
(93) SÓRENSEN, Principios, ps. 109/110.
(94) La CADH fue suscripta en San José de Costa Rica el 22/11/1969 y entró en vigor el
18/7/1978. En la Argentina, la ratificación se inició por medio de un proyecto de ley del Poder Ejecutivo
del 20/12/1983. Fue sancionada el 1º/3/1984, promulgada el 19/3/1984 y publicada en B.O., el
27/3/1984 (ley 23054 ). El instrumento de ratificación de fecha 14/8/1984 fue recibido en la Secretaría
General de la Organización de Estados Americanos el 5/9/1984. En ese instrumento consta también la
aceptación de la competencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos "por tiempo indefinido y bajo condición de estricta reciprocidad".
La aplicación de la Convención de San José de Costa Rica por los tribunales argentinos ha sido intensa
desde la fecha de su ratificación. Ver asimismo actualización jurisprudencial en TRAVIESO, Juan A.,
Derechos Humanos y Derecho Internacional, 2ª ed., Eudeba, Buenos Aires, 1995, Cap. VI. Y también en
Derechos Humanos y Jurisprudencia, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
(95) GROS ESPIELL, Héctor, "Los Tratados sobre Derechos Humanos y el derecho interno",
Temas de Derecho Internacional en Homenaje a Frida Pfirter de Armas Barea, Buenos Aires, 1989, ps.
61/72.
(96) Las atribuciones del Congreso Nacional y del Poder Ejecutivo antes estaban
contenidas en el art. 67, inc. 19 y en el art. 86, inc. 14 de la llamada Constitución histórica.
(97) RYCHETSKY, Pauel, "Have the same binding force on the Czechoslovak territory as
the constitutional acts", The Rule of Law in our Country, Literary Noviny, 1991, nro. 36, 5-IX).
(98) "Los tratados modernos sobre derechos humanos en general y, en particular la
Convención Americana no son tratados multilaterales de tipo tradicional concluidos en función de un
intercambio recíproco de derechos para el beneficio mutuo de los Estados contratantes. Su objeto y fin
son la protección de los derechos fundamentales de los seres humanos independientemente de su
nacionalidad, tanto frente a su propio Estado como frente a los otros Estados contratantes. Al aprobar
estos tratados sobre derechos humanos, los Estados se someten a un orden legal dentro del cual ellos,
por el bien común, asumen varias obligaciones, no en relación con otros Estados, sino hacia los
individuos bajo su jurisdicción". Ver Opinión Consultiva nro. 2, octubre de 1982, Corte Interamericana de
Derechos Humanos, en TRAVIESO, Juan A., La Jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1996.
(99) Libro II, Tít. I.
(100) Libro II, Tít. I, "De la persona humana", Cap. I, "Comienzo de la existencia".
(101) La expresión entre comillas es nuestra.
(102) MARX, Karl, Los Fundamentos de la Crítica de la Economía Política, T. I, trad. de
Agustín García Tirado, Alberto Corazón Editor, Madrid, 1972.
(103) La expresión entre comillas es nuestra.
(104) Libro II, Tít. I, "De la persona humana", Cap. I, "Comienzo de la existencia".
(105) Caso 2141 (EE.UU.) CIDH, res. 23-81 Informe Anual de la CIDH, 1980-1981,
OEA/Ser., L/V/II.54, doc. 9, rev. 1, 16/10/1981.
(106) "Roe c/Wade", 410, US, 113 y "Doe c/Wade", 410, US, 179.
(107) Ver BARRA, Rodolfo, Los Derechos del por Nacer en el Ordenamiento Jurídico
Argentino, Ábaco, Buenos Aires, 1997. El autor citado reconoce, que la expresión "en general", podría
"despenalizar el aborto en determinadas situaciones" (p. 39).
(108) Ver punto V de este trabajo.
(109) Hemos expuesto ese criterio acerca del valor y alcances de las declaraciones
interpretativas, vid. TRAVIESO, Juan A., Derechos Humanos y Derecho Internacional, 2ª ed., Heliasta,
Buenos Aires, 1996.
DISCERNIMIENTO Y MAYORÍA DE EDAD - JUAN FRANCISCO FREIRE
AURICH
I. INTRODUCCIÓN
El Proyecto de Código Civil (110) no modifica el standard jurídico tasado con relación a la
aptitud y madurez de las personas para entender y querer el acto voluntario. Sin embargo,
introduce una importante reforma al sistema rígido adoptado por Vélez flexibilizando la edad
fijada para determinar si una persona tiene o no discernimiento para los actos lícitos,
facultando al tribunal a ponderar la efectiva aptitud del sujeto menor de esa edad para
comprender el acto que ha realizado.
Por otro lado, el Proyecto de Código Civil adopta como límite a la minoridad, la edad de 18
años, haciendo mérito de los distintos proyectos legislativos que proponen la reducción de la
mayoría de edad. Es indudable que, en este punto, se ha seguido la tendencia casi universal
de la legislación comparada, pero, principalmente, se ha buscado uniformar nuestro régimen
con los de los países que integran el Mercosur, a fin de evitar los inconvenientes y obstáculos
que la diversa capacidad en la razón de la edad origina, especialmente, en lo que refiere al
establecimiento y libre circulación de las personas.
Sin embargo, no puede perderse de vista que las consecuencias jurídicas de la reforma del
régimen de capacidad trascenderán sobre la realidad económica y social de una inmensa
mayoría de jóvenes que gozan de los beneficios de la minoridad y que dependen, en gran
medida, de la asistencia económica de sus padres.
Como se aprecia, el Proyecto trae numerosos cambios que en ciertos casos modificarán las
reglas y pautas de convivencia, pero todo intento de reformar y cambiar las normas que
rigen la vida comunitaria requiere un proceso de conocimiento y adaptación. La participación
y el debate de ideas puede contribuir a lograr semejante objetivo.
II. EL DISCERNIMIENTO
El Proyecto mantiene, en lo sustancial, la norma prevista por el art. 897 del Código Civil al
establecer cuándo un hecho es voluntario. A ese respecto el segundo párrafo del art. 247
dispone que, "se juzgan voluntarios los actos ejecutados con discernimiento, intención y
libertad". Pero, en lo que aquí interesa, se ha separado el tema del discernimiento del de los
vicios que afectarían los otros elementos internos de la voluntad, pues se ha limitado
inicialmente la noción de actos involuntarios a los actos ejecutados sin discernimiento.
"Actos involuntarios. Son involuntarios por falta de discernimiento los actos de los dementes
interdictos y los de quienes, al momento de ejecutarlos, están privados de razón.
"Los menores tienen discernimiento para los actos ilícitos desde la edad de diez (10) años y
para los actos lícitos desde la edad de catorce (14) años. Sin embargo, conforme a las
circunstancias personales del sujeto, el tribunal puede considerar con discernimiento para los
actos lícitos aun a quien tiene menos de catorce (14) años".
Al igual que el Código vigente, el Proyecto no define el discernimiento, sólo establece cuáles
son las causales que lo suprimen. Empero, se advierte en los Fundamentos que lo
acompañan que se lo ha entendido como la aptitud del sujeto para comprender el acto que
ha realizado (112).
El pleno discernimiento y el gobierno que cada uno tiene sobre sí mismo a consecuencia de
ello es una aptitud que provee la naturaleza y la ley se limita a regir las situaciones
excepcionales que suprimen tal aptitud (113). Con ese entendimiento, creemos que los
autores del Proyecto han hecho bien en mantener el standard jurídico tradicional vigente, en
relación a las causales que ponderan la aptitud y madurez de las personas para entender y
querer el acto voluntario.
La fuente en la materia es el art. 574 del Proyecto elaborado por la Comisión designada por
el decreto 468/92 , el que había mantenido el criterio rígido del actual art. 921 del Código
Civil, respecto de los dementes y de los que estuviesen accidentalmente privados de razón
(114). El precepto proyectado disponía: "Son considerados involuntarios por falta de
discernimiento los actos de los dementes interdictos y de quienes, al momento de
ejecutarlos, estuviesen privados de razón". En el segundo párrafo se establecía que:
"Respecto de los menores de 14 años, la involuntariedad por falta de discernimiento deberá
ser determinada por los jueces si fue invocada para eximirse de las consecuencias de sus
actos".
Con mejorada técnica legislativa y con ciertas modificaciones, el Proyecto de Código Civil de
1998 establece un criterio similar en lo relativo a la enumeración de las causales obstativas
del discernimiento, que comprende: 1) la insanidad, por padecimiento de demencia; 2) la
privación de la razón por cualquier causa y 3) la inmadurez, por razones de edad; las que
requieren particular consideración.
1. La demencia
El art. 921 del Código Civil establece que se reputan actos sin discernimiento los de los
dementes que no fuesen practicados en intervalos lúcidos. En doctrina, se discutió la
extensión del concepto "demente" que utiliza la norma, concluyendo unánimemente que
quedaban comprendidos tanto los dementes declarados tales en juicio (interdictos) como los
no declarados, variando solamente el régimen probatorio (115).
En cambio, el Proyecto sólo alude a los dementes interdictos y elimina toda referencia a los
intervalos lúcidos por lo que, al parecer, se ha considerado que los actos de los dementes
interdictos son siempre involuntarios. Sin embargo se afirmaba (116) que no es posible
aceptar que sus autores hayan querido atribuirle ese alcance, confundiendo las nociones de
imputabilidad y capacidad.
En realidad, se trata de la presunción legal de que los actos han sido realizados sin
discernimiento en virtud de la interdicción que pesa sobre el sujeto, al margen de la licitud o
ilicitud de los mismos, ya que la presencia del discernimiento no hará válidos los actos
jurídicos que ejecute -atento la falta de capacidad-, ni lo eximirá de responder por las
consecuencias dañosas que produzcan sus actos ilícitos. De modo tal que la presunción sólo
incide sobre la extensión de la reparación y sobre la concurrencia de la responsabilidad de
los representantes legales.
Decimos esto porque el actual Proyecto de Código Civil difiere de su antecesor en cuanto
descarta la irresponsabilidad como principio en materia de actos involuntarios, apartándose
así, también, del régimen vigente. La presencia del discernimiento deja de ser determinante
en lo que atañe al resarcimiento de los daños ocasionados por el demente interdicto. De esta
forma, se establece con precisión que puede haber ilicitud en los actos involuntarios, aunque
se asigne al tribunal facultades para atenuar la responsabilidad, por razones de equidad
(118).
En efecto, no sólo los actos voluntarios pueden ser lícitos o ilícitos, sino que también los
involuntarios pueden reunir tales características. Por lo tanto, en materia de actos ilícitos
ejecutados por dementes interdictos, la existencia o no del discernimiento será relevante a
los efectos de determinar el alcance de la reparación: sea que se trate de la reparación plena
(art. 1652 del Proyecto) o de la indemnización de equidad prevista por el art. 1641; pero
siempre existirá plena imputabilidad por las consecuencias dañosas de sus actos y, por ende,
habrá responsabilidad por actos involuntarios. Ello, claro está, sin perjuicio de la
responsabilidad del representante legal.
La primera cuestión que se plantea es determinar si es más justo un modelo que tutela
efectivamente a la víctima del daño ocasionado por una persona, aunque ésta se encuentre
privada de razón, en menoscabo de la protección que merece la ausencia de discernimiento,
que se traduce en la falta de culpa del agente. No cabe duda de que, entre estos dos
intereses, la atención debe centrarse en la víctima, porque la antijuridicidad o ilicitud es
contradicción de la acción humana con el ordenamiento jurídico, en sentido objetivo, sin
entrar a considerar si esa conducta es o no moralmente reprochable al autor (119). Es obvio
que el sujeto privado de razón no actúa con dolo o culpa, pero en el hecho dañoso hay
ilicitud objetiva. Admitir la apreciación in concreto, exigir culpabilidad es confundir punición
con reparación.
La doctrina francesa señala también algunas sentencias anteriores al Code en las que se
condenó al demente a indemnizar daños y perjuicios, aunque se lo eximiese de
responsabilidad penal (122). Esto demuestra que la jurisprudencia francesa hace ya tiempo
que entendió que la responsabilidad civil debe obedecer a criterios de justicia distributiva, y
no a criterios de justicia retributiva. La ilicitud objetiva de los actos involuntarios cambia la
atención hacia la víctima y se adecua a la idea de sanción resarcitoria antes que retributiva.
En los Fundamentos del Proyecto (266-XII) se expresa que, "en Francia son responsables los
perturbados mentales (art. 489-2, Cód. Civ., según ley 68-5 del 3/1/1968), y los menores
sin discernimiento". En efecto, en el sistema francés vigente, está obligado al resarcimiento
incluso aquel que ha causado el daño en el momento en el cual se encontraba bajo el
dominio de una alteración mental. El art. 489-2 del Code Civil dispone que "Aquel que ha
causado un daño a otro cuando se encontraba bajo el dominio de un trastorno mental, no
está menos obligado a la reparación". En concordancia con este dispositivo, también el
incapaz es responsable por el daño ocasionado por las cosas (art. 1384-1) y de daños
ocasionados por los animales, cuando el incapaz es el guardián (art. 1385) (123).
Sobre la posibilidad de extender este tipo de responsabilidad también a los menores de edad,
la Corte de Casación, en su Asamblea Plenaria del 9 de mayo de 1984, en la que debió tratar
cinco decisiones en las cuales se encontraban implicados menores, resolvió que el menor
incapaz de entender y querer (sin discernimiento) es responsable civilmente, equiparando su
posición con la del enfermo de mente. Sin embargo, el fundamento doctrinario de esta
decisión se encuentra en los arts. 1382 y 1384 y no en el art. 489-2 (127).
Entre las fuentes también se cita la legislación penal española. El artículo 20 del viejo Código
Penal español impuso la responsabilidad civil subsidiaria de los incapaces estableciendo que,
no habiendo persona que tenga al loco o al menor bajo su potestad, o guarda legal, o siendo
aquéllos insolventes, "responderán con sus bienes los mismos enajenados, menores o
sordomudos". Al respecto el Tribunal Supremo (Sala II) ha interpretado que, "una primera
aproximación o examen meramente periférico y fisonómico de la regla primera del susodicho
art. 20, puede determinar la creencia de que, dicho precepto, en el caso de enajenación
mental, establece una responsabilidad civil principal o de primer grado por hecho ajeno
atribuida a los que tengan, al enajenado, bajo su potestad o guarda legal, y una
responsabilidad subsidiaria o de segundo grado, por el hecho propio, que corresponde al
enajenado, con sus bienes, cuando el padre, tutor o guardador legal sea insolvente o no
conste que, por su parte, hubo culpa o negligencia; pero, profundizando más en la cuestión,
y examinando el texto del párrafo segundo de la citada regla, se comprueba inmediatamente
que, lo recién expuesto, no es siempre así, pues "no habiendo persona que" tenga al
enajenado "bajo su potestad o guarda legal", se establece la responsabilidad principal y
única, con sus bienes, del enajenado, dentro de los límites que para el embargo de bienes
establecen las Leyes de Enjuiciamiento Civil y Criminal, es decir, que el citado enajenado
sólo responde subsidiariamente, con sus bienes cuando esté sometido a potestad o guarda
legal y, de ningún modo, cuando se halle en caso contrario, en cuyo supuesto responderá
únicamente él mismo, con sus propios bienes, y sin que esa responsabilidad patrimonial se
extienda o contagie a otras personas (sentencia del 8/3/1984) (128).
En este contexto, es evidente que el precepto proyectado no tiene el alcance que la doctrina
le asigna al art. 921, en consonancia con los artículos 900 y 1070 del Código Civil, habida
cuenta de que la reforma postula que las consecuencias dañosas de los actos obrados sin
discernimiento son imputables a su autor (130).
Desde esta perspectiva, como se dijo, la presencia del discernimiento sólo es relevante a fin
de precisar el alcance de la reparación. También resulta fundamental a los efectos de
determinar la concurrencia de la responsabilidad de otros sujetos, puesto que, es claro, que
si el acto fue voluntario, porque el sujeto interdicto al momento de ejecutarlo no estaba
privado de razón, el representante legal no deberá responder.
Por otra parte, quien pretenda la reparación plena debe probar que el acto ilícito fue
voluntario y, por ende, se invierte la carga de prueba. Si la víctima demuestra dicha
circunstancia, el juez no podrá atenuar la responsabilidad por razones de equidad.
A nuestro juicio, cuando el art. 1641 habla de las atribuciones del tribunal para atenuar la
responsabilidad, debe entenderse que, tratándose de una regla de derecho, no tiene carácter
facultativo: si el juez constata que está frente a un hecho involuntario "debe" atenuar la
responsabilidad. Creemos que, en esta materia, el discrecionalismo judicial puede hacer que
la regla pierda su razón de ser.
2. La privación de la razón
El art. 921 del Código Civil dispone que se reputan actos sin discernimiento los practicados
por los que, por cualquier accidente, están sin uso de razón. La doctrina ha denominado al
supuesto como inconsciencia accidental o privación accidental de la razón, entendiendo que
la norma alude a una situación accidental transitoria, que excluye la libre determinación de la
voluntad. Se concluye que tanto los actos lícitos como los ilícitos practicados en ese estado
son inimputables a su autor (132).
La norma que propone el Proyecto también se refiere a todos los actos practicados por
aquellos que, por cualquier causa, estuviesen sin uso de razón, comprendiendo incluso los
actos ejecutados por los dementes no interdictos, los realizados por los que se encuentran
sin conciencia por embriaguez, drogadicción y cualquier otra causa que prive de la facultad
de comprender (sonambulismo, hipnotismo, etc.).
En consecuencia, cualquier anormalidad o alteración de las facultades del espíritu que prive o
comprometa el uso de la razón encuadra en el supuesto y es suficiente para considerar que
el acto es involuntario.
Por ese motivo, la circunstancia de que la embriaguez o la drogadicción -para fijar un caso-
sea voluntaria o involuntaria no tiene incidencia sobre la imputación de las consecuencias
dañosas, aunque el tribunal puede valorarla a fin de atenuar la responsabilidad. En otros
términos, el acto es involuntario independientemente de que privación de la razón provenga
de la negligencia culpable del sujeto que obra sin discernimiento.
Ahora bien, cabe preguntarse cuándo el sujeto se encuentra privado de razón. Expresan
Mazeaud y Tunc que la cuestión necesariamente será resuelta por jueces, quienes apreciarán
soberanamente si el autor del daño está en su razón o no, si es susceptible de
discernimiento o si no lo es. En consecuencia, las definiciones o clasificaciones que haya
podido dar el legislador en otras esferas no deben ser tomadas en consideración aquí, como
tampoco las presunciones que haya podido establecer (134).
Por lo tanto, es claro, la que presunción que establece el primer párrafo del precepto
proyectado respecto de los dementes interdictos no rige para los otros sujetos privados de
razón. Concordantemente, quien invoca la falta de discernimiento debe probar que dicha
circunstancia existía al momento de ejecutar el acto. De este modo, se obliga al autor del
daño a demostrar no sólo la causa que lo privó del uso de la razón, sino además, que ésta
existía en el momento mismo en que ha cometido el acto.
En lo que atañe a los actos lícitos, es evidente que un acto ejecutado en estas circunstancias,
en principio, será válido, aunque pueda impugnarse por falta de discernimiento y,
eventualmente, lograrse su declaración de ineficacia. Pero para obtener su invalidez debe
acreditarse igualmente que al momento de ejecutarlo el sujeto estaba privado de razón.
Con ese alcance, el art. 921 del Código Civil reputa hechos sin discernimiento los actos
lícitos que fueran practicados por menores impúberes o actos lícitos por menores de diez
años. Esta presunción es iure et de iure e impide la demostración de que el menor poseía un
desarrollo intelectual suficiente para comprender el alcance de sus acciones a pesar de no
haber alcanzado las edades mínimas o, a la inversa, que careciera de esa aptitud pese haber
alcanzado esas edades (136).
En cambio, el Proyecto de Código Civil de 1998 establece que los menores tienen
discernimiento para los actos ilícitos desde la edad de diez (10) años y para los actos lícitos
desde la edad de catorce (14) años. Sin embargo, conforme a las circunstancias personales
del sujeto, el tribunal puede considerar con discernimiento para los actos lícitos aun a quien
tiene menos de catorce (14) años".
En los Fundamentos del Proyecto se explica que, si bien se fija la edad del discernimiento
para los actos lícitos en los 14 años, se autoriza al tribunal a ponderar la efectiva aptitud del
sujeto menor de esa edad para comprender el acto que ha realizado (137).
En esta materia, se sigue la solución propiciada por el Proyecto del Poder Ejecutivo nacional
de 1993, sin embargo, se mantiene la distinción de las edades para adquirir el
discernimiento tanto para los actos ilícitos como para los lícitos, proyectando la modificación
del régimen sólo respecto de estos últimos. La norma formulada por el Proyecto del Poder
Ejecutivo nacional de 1993 era más amplia en cuanto disponía que, respecto de los menores
de 14 años, la involuntariedad por falta de discernimiento deberá ser determinada por los
jueces si fuera invocada para eximirse de las consecuencias de sus actos.
Este último fijaba la edad del discernimiento a los 14 años sin distinguir entre actos lícitos e
ilícitos, estableciendo una solución flexible que seguía las enseñanzas de los autores del
Anteproyecto de 1954 que habían receptado las soluciones de los códigos francés, italiano y
suizo (138).
En efecto, en estos sistemas, cada caso depende del examen judicial del sujeto para
comprobar si ha obrado comprendiendo el alcance del acto. Así, en el derecho francés, la
doctrina sostenía que pertenece a los jueces declarar en cada litigio si el niño tiene o no
tiene el uso de razón; sin que estén obligados a respetar la creencia común que quiere que,
a los 7 años, comprenda un niño el alcance de sus actos; todo dependerá del desarrollo físico
e intelectual del niño, al mismo tiempo que de la naturaleza del acto que haya cometido
(140).
En la doctrina nacional, Borda, criticando la solución del art. 921 del Código Civil, afirma que
al trazar una regla fija de validez general, cualquiera sea el acto de que se trate, el Código se
ha alejado intolerablemente de la realidad humana. Si el discernimiento es una facultad
elemental de valoración, es obvio que esa facultad no se tiene invariablemente a una misma
edad para cualquier acto (141).
Haciendo eco de estos antecedentes, el Proyecto del Poder Ejecutivo nacional de 1993 sentó
una suerte de presunción de voluntariedad al exigir que el menor de 14 años invocara su
falta de discernimiento a fin de eximirse de las consecuencias de sus actos y facultando a los
jueces a determinar su involuntariedad. Sin embargo, el actual Proyecto de Código Civil ha
modificado dicho criterio adaptándolo al principio de responsabilidad por actos involuntarios;
limitando la flexibilidad del régimen en relación a la edad en la que se adquiere el
discernimiento para los actos lícitos.
Es decir, el menor siempre responde por las consecuencias dañosas de sus actos, tenga o no
discernimiento, pero la validez de los actos lícitos realizados por menores que no han
alcanzado la edad de 14 años puede ser valorada por los jueces atendiendo a las
circunstancias personales, ya que el tribunal tiene atribuciones para ponderar la efectiva
aptitud del sujeto menor de esa edad para comprender el acto que ha realizado.
De este modo, el menor puede mantener la eficacia del acto que le resulte beneficioso, sin
que pueda reprochársele la involuntariedad del acto y su carencia de efectos. Con ese fin, el
Proyecto exige que los jueces tengan en cuenta las circunstancias personales del menor y,
por ende, su desarrollo físico e intelectual, para determinar en función de la naturaleza del
acto que ha realizado, si tiene discernimiento a pesar de no haber alcanzado la edad
legalmente establecida.
Creemos que la reforma es muy importante pues concuerda con la capacidad de ejercicio
reconocida genéricamente a los menores, quienes pueden concertar los actos usuales
correspondientes a su edad y condición (art. 26 del Proyecto) (142); además de los hechos y
actos que pueden otorgar los menores que han cumplido 14 años en función de la
enumeración establecida por el art. 25 del Proyecto, muchos de los cuales están dispersos en
distintas disposiciones del Código vigente.
Ciertamente, hay numerosos actos jurídicos que pueden ser celebrados por menores que
legalmente carecen de discernimiento. Empero, en el régimen vigente no interesa tanto si
tiene o no aquella aptitud psicológica, sino simplemente, si tiene o no capacidad, por lo que
la noción del discernimiento en lo que atañe a los actos lícitos carece virtualmente de
utilidad. El Proyecto, atinadamente, modifica esta situación, estableciendo una concepción en
la que la validez de los lícitos otorgados por el menor que no ha cumplido 14 años, involucra
su efectiva aptitud para comprender el acto que ha realizado, de suerte que, la falta de
capacidad no supone la carencia de discernimiento. Por lo tanto, la voluntariedad del acto y
su validez será determinada por los jueces en función de las madurez intelectual del agente,
siempre y cuando ésta no le resulte inconveniente o perjudicial.
Ahora bien, cabe preguntarse si el precepto formulado por el actual Proyecto de Código Civil
también abre la posibilidad de impugnar el acto demostrando su carácter involuntario, pese a
que el menor ha alcanzado la edad legalmente establecida; como lo preveía su antecesor.
Nosotros pensamos que sí, porque no todos los menores alcanzan a esa edad el desarrollo
intelectual suficiente para comprender el alcance de sus acciones, y es lógico que, si no tiene
esa aptitud, sus actos deban considerarse involuntarios. Se trata, pues, de una situación
inversa a la expresamente prevista y como tal, debe entenderse permitida dentro de su
contexto.
En esa senda, teniendo en cuenta los antecedentes que constituyeron la fuente del precepto,
no puede dudarse de que la presunción que consagra en el sentido de que a la edad de 14
años se tiene discernimiento para los actos lícitos, admite prueba en contrario. Otra
interpretación tornaría inoperante la reforma, desde que no cumpliría cabalmente con su
objetivo de flexibilizar el rígido sistema vigente (143).
Por otra parte entendemos que la determinación genérica de la edad a la que se adquiere el
discernimiento para los actos ilícitos no presenta objeciones, pues éstos siempre producirán
efectos jurídicos dada la responsabilidad por actos involuntarios que recepta el Proyecto. Por
tal razón, el establecimiento de una pauta fija y uniforme, sin que se prevean situaciones
excepcionales, es coherente con el sistema de responsabilidad.
El art. 20 del Proyecto establece: "Son menores las personas que no tienen la edad de
dieciocho (18) años. Su incapacidad cesa el día en que cumplen esa edad". Entre los
fundamentos que se esgrimen para abonar la reforma se invoca la necesidad de uniformar
nuestro régimen con los de los países que integran el Mercosur, a fin de evitar los
inconvenientes y obstáculos que la diversa capacidad en la razón de la edad origina,
especialmente en lo que refiere al establecimiento y libre circulación de las personas.
Sin perjuicio de ello, es claro que la reducción de la mayoría de edad es una decisión de
política legislativa, cuya oportunidad, mérito y conveniencia ha sido arduamente discutida
por la doctrina nacional (144), atendiendo, principalmente, a la realidad económica y social
de un sin número de jóvenes que gozan de los beneficios de la minoridad y que dependen,
en gran medida, de la asistencia económica de sus padres.
Nosotros no nos vamos a ocupar de los efectos perjudiciales que desaconsejan su adopción,
sino de las razones jurídicas que hacen viable la reforma, a pesar de que compartimos
plenamente la opinión de quienes destacan la inconveniencia de reducir la mayoría de edad
en las circunstancias actuales, habida cuenta que la extinción de la patria potestad y, por
ende, la conclusión de los deberes de asistencia paterna se produciría en un momento en el
cual, la realidad de nuestra sociedad impide que muchos jóvenes se encuentren en
condiciones de satisfacer adecuadamente sus necesidades, sobre todo por sus enormes
dificultades de inserción laboral y el crónico desempleo que nos aqueja.
Al margen de ello, no se trata -como expresan algunos autores- de que el menor de 18 años
no cuente aún con suficiente experiencia en la vida y particularmente en los negocios (145)
para adquirir la plena capacidad, pues los jóvenes que efectivamente trabajan o ejercen
profesión tienen en el régimen vigente una amplia capacidad civil para administrar o
disponer de lo producido con su trabajo. La reforma no resulta inesperada y traumática,
atento a que no son pocos los actos que un sujeto de esa edad puede ejercitar.
En efecto, el menor que ha cumplido 18 años, conforme a nuestra legislación actual, no sólo
puede trabajar sin necesidad de autorización de sus padres, sino que también puede
administrar y disponer libremente de los bienes que adquiera con el producto de su trabajo o
industria (art. 128 , Cód. Civ. y arts. 32 , 189 y concs. de la Ley de Contrato de Trabajo),
puede celebrar todos los actos y contratos concernientes a su empleo, profesión o industria
(art. 283 , Cód. Civ.), puede estar en juicios civil o penal referidos a dichos contratos (art.
128 , Cód. Civ.), puede ser acusado criminalmente y defenderse en juicio criminal (art. 286
); puede testar (arts. 286 y 3614 , Cód. Civ.), puede reconocer hijos (art. 286 , Cód. Civ.),
puede ser mandatario (art. 1897 , Cód. Civ.). Además, puede obtener licencia para conducir
(vehículo automotor, art. 58, ley 22934 ), solicitar la adición del apellido materno (art. 4º,
ley 18248 ), ser testigo (art. 426 , Cód. Proc.), puede contraer matrimonio con autorización
de sus padres, entre otros actos que requieren autorización, todo ello sin perjuicio de la
capacidad política que le otorga la ley 19945 .
Por ello, creemos que no puede sostenerse que la reducción de la mayoría de edad legal
expone a los menores a otorgar actos perjudiciales a su persona, porque esto importaría
afirmar que no tienen el suficiente desarrollo físico e intelectual o la madurez necesaria para
distinguir lo que es conveniente o inconveniente a sus intereses; lo que a nuestro juicio,
dado el actual estado de cosas, resulta verdaderamente discutible. Más aún, tampoco atenta
contra los intereses del menor por cuanto la Convención Sobre los Derechos del Niño (146)
extiende su protección solamente hasta los 18 años.
Es cierto que algunos jóvenes tienden a prolongar su adolescencia conviviendo con sus
padres y dependiendo de ellos (sea en materia de vivienda y aun económicamente), incluso
más allá de los 21 años, en algunos casos por falta de trabajo y de oportunidades (147),
empero, la cuestión radica en precisar hasta dónde debe extenderse la protección legal de la
minoridad, sin perjuicio de que los padres puedan contribuir a la educación o manutención de
sus hijos, a pesar de que hayan alcanzado la mayoría de edad, lo que, de hecho sucede, en
muchos casos.
Que no se diga que se trata de países desarrollados y que nuestra realidad social es muy
distinta porque, sin ir muy lejos, gran parte de los países latinoamericanos han fijado la
mayoría de edad a los 18 años, y la problemática que presenta la salud, la educación y el
desempleo, indudablemente, no es patrimonio nacional.
Como sostiene Rivera, la adopción, en el futuro, del límite de la minoridad en los 18 años
aparece casi como inexorable, dada la necesidad de uniformar nuestro régimen de capacidad
con los de los países que integran el Mercosur (148). No obstante ello, pensamos que
deberían implementarse, por razones obvias, algunos mecanismos para paliar efectos
indeseables.
1. La cuestión
La cuestión de la personalidad jurídica del ser humano constituye uno de los primeros
problemas a los cuales se enfrenta el jurista.
Y si se pretende simplificar la cuestión, parecería que sólo dos respuestas son posibles: (i)
todo ser humano es una persona para el Derecho, y es por lo tanto un dato apriorístico para
el derecho positivo; o (ii) la persona es un concepto o categoría jurídica.
La evolución de este debate ha sido extensa (149), y los códigos civiles reflejaron de algún
modo los diversos criterios.
Es sabido que nuestro Código define a la persona como todo ente susceptible de adquirir
derechos y contraer obligaciones (art. 30 ).
El término susceptible alude a que el ente no posee por sí solo y en sí mismo la aptitud
jurídica, sino que la inviste en razón de actuar dentro del ordenamiento jurídico. En alguna
medida dan sustento a las tesis normativistas que ven en la persona una categoría jurídica,
los arts. 31 y 53 del Código Civil, en cuanto parecen indicar que la capacidad jurídica es
atribuida por el ordenamiento positivo.
Sin embargo, hemos dicho ya que nuestro Código Civil debe ser leído e interpretado a la luz
de la Constitución (150), y ahora también de las convenciones internacionales de derechos
humanos que la Argentina ha ratificado y en particular de aquellas que han sido incluidas en
el art. 75 , inc. 22 de la Constitución reformada en 1994.
Bajo este prisma no podemos dejar de advertir que en la Constitución Argentina se consagra
la igualdad ante la ley (art. 16 ), la que es extendida a favor de los extranjeros (art. 20 ) es
abolida la esclavitud (art. 15 ) y se garantizan los derechos que hacen a la dignidad
individual (arts. 14 , 19 , 18 y concs.), aun aquellos que estén implícitos en el texto
constitucional (art. 33 ).
De allí que deba destacarse que el Código Civil dispone que es persona de existencia visible
todo ser nacido de madre humana (arg. art. 51 ); en él, la regla es la capacidad y la
incapacidad excepción (art. 52 ), por lo que a la persona le son permitidos todos los actos y
todos los derechos que no le fueren expresamente prohibidos, independientemente de su
calidad de ciudadano y de su capacidad política (art. 53 ). Es decir que se tiene la capacidad
jurídica, sin exigencia de condiciones, circunstancias o accidentes.
En fin, como señalaba Freitas en su Esboço, fuente de nuestro Código Civil en esta materia:
he aquí la piedra angular del Derecho Civil que fuera legislado bajo la base de la naturaleza
humana, las leyes son hechas para el hombre y no el hombre para las leyes.
Es decir que perfectamente puede sostenerse que nuestro derecho civil vigente recepta la
idea de que todo hombre es persona.
Más allá de lo que nuestro Código Civil diga, lo cierto es que la doctrina de los siglos XIX y
XX desvalorizó el concepto de persona haciendo de él un instrumento técnico-jurídico;
evidencia de ello son las enseñanzas de Savigny para quien la persona es un sujeto de la
relación jurídica y por esto dice Hattenhauer que el reputado romanista no habla de "la
persona" sino de las personas, pues necesita como mínimo dos de ellas para construir una
relación jurídica (151).
Esto se proyecta en el Código alemán de 1900, donde la persona aparece como sujeto de la
relación jurídica y ello hace innecesaria una exposición amplia del derecho de la persona.
Después de la guerra se advirtió de qué manera la doctrina jurídica había ido de la mano con
la praxis política, y ello actuó como un revulsivo de las ideas. Más allá de cimientos teóricos
distintos -que pueden reconocer o no al derecho natural como fundamento de ciertas
expresiones- lo cierto es que no puede negarse que la segunda mitad del siglo XX se ha
caracterizado por un notable incremento de los estudios doctrinarios sobre el derecho
general de la personalidad, por su incorporación a las Constituciones, y finalmente por su
reconocimiento internacional y supranacional.
Parece entonces que el tiempo dio la razón al Código Civil suizo, el que en 1907 mostró una
posibilidad alternativa a la metodología alemana de 1900, consistente en tratar un derecho
general de la personalidad, incluyendo la capacidad jurídica, la capacidad de ejercicio, la
mayoría de edad, el discernimiento, el parentesco, el domicilio, así como la protección de la
personalidad, la libertad y el hombre (155).
Ésta es la línea que sigue el Proyecto de Código Civil para la República Argentina de 1998.
Y por ello trata del comienzo de la existencia, la capacidad, el nombre, el domicilio, los
derechos de la personalidad y la muerte de la persona humana; sin perjuicio de que otras
cuestiones relativas a la personalidad se regulen en relación a otras instituciones, como la
familia o la vivienda.
Desde nuestro punto de vista, la solución adoptada por el Proyecto es coherente con la del
art. 3º del Pacto de San José de Costa Rica, en cuanto dispone: Toda persona tiene derecho
al reconocimiento de su personalidad jurídica. Es que no parece dudoso que la aparente
tautología se supera si el artículo se lee como corresponde: todo hombre tiene derecho al
reconocimiento de su personalidad jurídica (y por lo tanto es persona para el Derecho).
Es sabido que un distinguido autor, que fuera miembro de la Comisión designada por el
decreto 685/95 , critica el Proyecto porque contiene definiciones (156); si bien la disidencia
es obviamente de tono menor y ha sido largamente rebatida (157), es interesante señalar
que el Proyecto, justamente, omite definir a la persona humana.
Es que, como se dispone en nuestra legislación vigente, las leyes deben contener
definiciones cuando constituyan instituciones jurídicas o tengan significación para la
interpretación del texto legal en el cual se incluyan (dec. 333/85 , art. 3º.2.14).
De modo que la ley define el mutuo, la compraventa, el dolo, la hipoteca o la prenda, pero
no corresponde que lo haga con el color azul, ni con el caballo.
Siguiendo este razonamiento, no es necesario que la ley defina a la persona humana, pues
ésta es un dato objetivo, proporcionado por la naturaleza; el hombre es persona humana
para el Proyecto y por ello no hay definición de ella. En cambio, sí la hay de las personas
jurídicas (art. 138 del Proyecto), pues son una institución jurídica, y su inclusión tiene
significación para la interpretación del texto legal.
1. La importancia de la materia
Una de las razones invocadas por el Poder Ejecutivo nacional para designar una comisión que
proyectara un nuevo Código Civil es la adecuación del Código a la Constitución Nacional,
reformada en 1994. Esta necesidad se advierte en gran medida en tanto la Constitución ha
incorporado algunos tratados o convenciones de derechos humanos que constituyen el
llamado derecho supranacional de los derechos humanos, los cuales en definitiva reconocen
operativamente lo que en el ámbito del derecho civil se denomina derechos de la
personalidad, tanto física como espiritual.
En lo que hace a los derechos de la personalidad espiritual, nuestro Código trata del honor y
de la intimidad.
En cuanto al honor rigen los arts. 1089 y 1090 ; el primero trata del delito de calumnia o
injuria, caso en el cual el ofendido tiene derecho a pedir la reparación de daños si probase
algún daño efectivo o cesación de ganancia apreciable en dinero, siempre que el delincuente
no probase la verdad de la imputación.
En cuanto a la intimidad, la tutela proviene del art. 1071 bis , incorporado por la ley 21173 .
No cabe duda de que la incorporación de este precepto al derecho argentino constituyó un
avance significativo, aun cuando algunos defectos se le puede achacar, tales como la
exigencia de que el hecho no sea un delito del derecho penal y aparente atribuir una
indemnización de pura equidad. De todos modos la jurisprudencia ha hecho una aplicación
fructífera de esta norma.
Las citadas disposiciones de la ley 11723 fueron altamente avanzadas para su época; pero
merecen algún retoque en tanto no se trata de aludir sólo a la puesta en el comercio de un
retrato, sino de regular la captación y difusión de la imagen, así como de la voz, que es una
segunda imagen de la persona.
Entre las nacionales cabe tener como fuente próxima al anteproyecto elaborado por la
Comisión designada por el decreto 468/92 , aunque sus disposiciones han sido notoriamente
mejoradas, pues se tuvieron a la vista las críticas y comentarios que despertara ese
anteproyecto.
A su vez el anteproyecto reconoció como fuentes al Código de Quebec, el Código Civil de
Perú de 1984, el Código Civil suizo cuya reforma en lo pertinente está en vigor desde el 1º
de julio de 1985; el Código Civil portugués. Se tomó en consideración la experiencia
francesa, en particular en cuanto a la aplicación del art. 9º del Código Napoleón incorporado
en 1970.
En cuanto a los antecedentes nacionales se han ponderado las propuestas de las II Jornadas
Provinciales de Derecho Civil (Mercedes, prov. de Buenos Aires, 1983), las IX Jornadas
Nacionales de Derecho Civil (Mar del Plata, 1983), que coincidieron en la conveniencia de
dictar una regulación orgánica de la materia; así como las de las XXII Jornadas Nacionales
de Derecho Civil (Bariloche, 1989), el I Congreso Internacional de Derecho de Daños en
homenaje a Jorge Mosset Iturraspe, y las Jornadas sobre Responsabilidad por Daños en
homenaje al profesor Jorge Bustamante Alsina (1990).
Por supuesto que se han tenido especialmente en consideración los textos de las
convenciones y tratados incorporados al inc. 22 del art. 75 de la Constitución Nacional, así
como las resoluciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, cuya relevancia en nuestro derecho es cada vez
mayor.
Del art. 105 al 109 trata de los derechos de la personalidad espiritual y del 109 al 116 de los
derechos de la personalidad física.
La regulación no es detallista, sino que sus disposiciones son abiertas, de trama elástica; de
modo que legisla esta parte en base a cláusulas generales, método que es propio de un
Código Civil según los criterios contemporáneos.
De allí que no encontraremos una definición de intimidad o de honor, sino cuáles son los
efectos de la vulneración de estos derechos. Qué es el honor, la reputación, la intimidad
queda a la resolución de los jueces de acuerdo con las circunstancias de cada caso concreto.
En primer lugar cabe destacar que el Proyecto alude a la intimidad personal o familiar, con lo
que utiliza la misma expresión que la ley española del 5 de mayo de 1982 tomada a su vez
de la Constitución del Reino de 1978; y viene a resultar coincidente con la Convención
Interamericana de Derechos Humanos en tanto ésta dispone en su art. 11.2. : Nadie puede
ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada, en la de su familia...la
que a su vez reproduce el art. 12 de la Declaración de Derechos Humanos de la Asamblea
General de la Organización de las Naciones Unidas.
Desde nuestro punto de vista, el Proyecto permitirá superar la mayor parte de las objeciones
que se han hecho al art. 1071 bis , así como las dificultades que en su ejecución práctica ha
tenido.
En efecto: la parquedad del texto permite salvar las principales observaciones al art. 1071
bis consistentes en: la exigencia de la arbitrariedad de la conducta de entrometimiento
(160); el requisito de que no sea un delito del derecho penal (161); la referencia a la
equidad para calificar a la reparación del daño, que es de derecho y no de equidad.
Observaciones que se referían a los aspectos del texto vigente que parecen querer retacear
el derecho a la reparación del daño a la intimidad; lo cual no es extraño si se tiene en cuenta
que este art. 1071 bis fue en gran medida inspirado por Orgaz quien consideraba que estos
derechos no son derechos subjetivos sino meros bienes jurídicamente protegidos; y que los
consideraba cuestiones de tono menor, propias del cotilleo entre vecinas. No cabe duda de
que la realidad actual ha superado en mucho la escuálida previsión de Orgaz, y la intimidad
personal y familiar es uno de los derechos que más peligra como consecuencia de la
masificación social y el avance tecnológico (162).
c) Honor y reputación
El texto alude al honor y la reputación sin definirlos. De todos modos es claro que al aludir a
ambas ideas comprende tanto la propia estima personal como el buen nombre externo
objetivo (163).
El Proyecto supera también las objeciones que se hacen al régimen del Código Civil, en tanto
éste parecería reconocer la indemnización del daño material, siendo que usualmente lo más
relevante en estos casos es el daño moral.
También es importante señalar que se omite toda referencia a la exceptio veritatis, respecto
de la cual la doctrina argentina se había pronunciado sosteniendo que ella sólo procede -en
el derecho vigente- en el delito de calumnia y -tratándose de injuria- en los casos previstos
por el art. 111 del Código Penal.
La normativa sobre el honor se complementa con el art. 106 del Proyecto, que bajo el
acápite Falsa denuncia o querella, dispone: El denunciante o querellante responde por los
daños derivados de la falsedad de la denuncia o de la querella, si se acredita que no había
razones justificables para creer que el damnificado estuviera implicado. La fuente de este
precepto es el art. 111 del Anteproyecto del Poder Ejecutivo nacional, el que a su vez abrevó
en el art. 1982 del Código Civil de Perú de 1984.
d) Derecho a la identidad
1) Caracterización
De esa fuente resulta que al derecho a la identidad se lo delinea diciendo que cada sujeto
tiene un interés generalmente considerado como merecedor de tutela jurídica, de ser
representado en su vida de relación con su verdadera identidad, tal como ésta es conocida o
podría ser conocida en la realidad social, general o particular, con aplicación de los criterios
de la normal diligencia y de la buena fe subjetiva. De modo que el sujeto tiene un interés
consistente en que en el exterior no se altere, desnaturalice, conteste, su propio patrimonio
intelectual, político, social, religioso, ideológico, profesional, etcétera, tal como se había
exteriorizado o aparecía, sobre la base de circunstancias concretas y unívocas, en el
ambiente social (165).
De la casuística abordada por la jurisprudencia peninsular -y por ende el fermento del cual
han nacido los criterios doctrinarios (167) - se advierte esa vinculación intensa e inescindible
entre el derecho a la identidad y lo que el sujeto es en su proyección exterior; el caso
Veronesi (168) es paradigmático en ese sentido (169).
2) Su evolución
Por ello se ha definido el derecho a la identidad personal como la facultad de exigir la fiel
representación de la persona, sin deformación de sus cualidades o caracteres y sin atribución
de caracteres inexistentes o diversos de aquéllos reales del sujeto (172).
En una importante causa fallada por nuestro más Alto Tribunal (174) el juez Petracchi afirmó
la existencia de un derecho de toda persona a conocer su propia génesis, su procedencia, en
lo cual está comprometida la dignidad personal.
Algún tiempo después la Corte Suprema de Santa Fe afirmó que el derecho a la identidad es
un derecho de fundamento constitucional, no enumerado, del cual resultó como
consecuencia -en el caso- la presunción en contra de quien se negara a someterse a una
prueba a producirse sobre su cuerpo en un juicio de filiación (175).
Cabe puntualizar también que el art. 8º de la Convención Sobre los Derechos del Niño
dispone que los Estados partes se comprometen a respetar el derecho del niño a preservar
su identidad (inc. 1º) y cuando un niño sea privado ilegalmente de alguno de los elementos
de su identidad o de todos ellos, los Estados partes deberán prestar la asistencia... (inc. 2º).
Obvio es que si los niños son sujetos a los cuales se puede privar de identidad, es porque la
privación de la identidad no es un imposible ontológico, y por ende no es un imposible
jurídico.
En fin, puede concluirse que la doctrina afirma de manera virtualmente unánime que
constituye uno de los caracteres fundamentales de los derechos de la personalidad el ser
"personalísimos", esto es inherentes íntimamente a una cierta persona (177). De donde el
corolario indiscutible es que para que pueda existir un derecho de la personalidad, debe
existir una "persona", bien determinada e identificada con sus aspectos y atributos internos
pero reconocible en el mundo externo (178).
Lo cual es absolutamente exacto: cómo se podría ser titular de intimidad, imagen, honor, si
no se es una persona reconocible en el mundo externo. Por eso la identidad, entendida como
la posibilidad de ser reconocido como una persona a la cual sus circunstancias la hacen
distinta de las demás, aparece como un presupuesto de la misma inherencia, característica
fundamental de los derechos personalísimos.
De allí que la identidad no se resume en el mero reconocimiento del nombre, pues para ello
bastaría con la recurrencia a las acciones que protegen ese atributo, sino que se vincula más
derechamente con las demás circunstancias de la persona que son las que la hacen
verdaderamente distinta de las demás, un ser individual, único e irrepetible.
Con relación a esta última se dice que la identidad familiar aparece como verdad personal en
la faceta positiva (que se reconozcan como propias determinadas situaciones, facetas o
proyecciones del sujeto) o bien en la negativa (que no se atribuyan al sujeto connotaciones o
actos que no le correspondan) (180).
La identidad puede ser vulnerada por acción o por omisión (arts. 1073 y 1074 , Cód. Civ.),
habiendo interpretado la totalidad de la doctrina contemporánea que las omisiones puras
generan responsabilidad aunque la ley no imponga expresamente el deber de actuar, pues el
deber genérico de prudencia y diligencia que impone el art. 1109 del Código Civil tanto vale
para actuar cuando es preciso, como para abstenerse cuando es necesario (181).
Por lo tanto, la omisión que culpablemente causa un daño a otro es antijurídica y como tal
causa el derecho a la reparación.
6) Su reconocimiento en el Proyecto
Este derecho polifacético y que ampara al ser humano en sus manifestaciones más
relevantes, es el que viene a ser recogido expresamente por el Proyecto en este art. 105.
Las consecuencias de su violación serán las que genéricamente atribuye el Proyecto como
modo de resarcimiento para todos los derechos de la personalidad espiritual, incluidas las
publicaciones reparatorias.
e) Derecho a la imagen
Ya se ha dicho en este trabajo que la legislación vigente en nuestro país se ocupa del retrato
fotográfico en la Ley de Propiedad Intelectual 11723 .
- su contenido consiste en la facultad de cada persona a oponerse a que por otros individuos
y por cualquier medio se capte, reproduzca, difunda o publique su propia imagen (183);
- por lo tanto la imagen no puede ser captada ni menos aún difundida sin el consentimiento
de la persona, principio que es aplicable a cualquier persona aunque carezca de notoriedad
(186);
De donde sólo es lícita la captación y difusión de la imagen cuando ella es consentida por el
titular, o media autorización de la ley.
Ello nos lleva de la mano al tratamiento de las publicaciones lícitas que conforme al art. 31
de la ley 11723 , Ose relacionen con fines científicos, didácticos y en general culturales, o
con hechos o acontecimientos de interés público o que se hubieran desarrollado en público.
Finalmente la ley vigente establece que la publicación del retrato de las personas fallecidas
debe ser autorizada por las personas que enuncia. La publicación es libre si han pasado
veinte años desde el fallecimiento de la persona o no existe ninguno de los llamados a dar el
consentimiento.
Y el art. 107 trata el tema con más detalle, al establecer que para captar o reproducir la
imagen, de cualquier modo que se haga, es necesario el consentimiento, salvo en tres casos
que enumera.
Detengámonos un instante en el proemio de ese art. 107, pues es importante destacar que
sintetiza los principios a que antes hemos aludido en tres proposiciones significativas:
- se exige siempre el consentimiento de la persona; esto debe ser analizado a la luz del art.
108 que bajo el acápite Disposición de estos derechos fija una serie de reglas generalmente
admitidas por la doctrina y jurisprudencia nacionales: que el consentimiento no es legítimo si
se lo da para un acto contrario a la ley, la moral o las buenas costumbres; que no se
presume y que es de interpretación estricta. Asimismo, establece que puede ser revocado
atribuyendo a quien así actúa la responsabilidad consiguiente por los daños y perjuicios.
3) Publicaciones lícitas
El Proyecto establece en el ya citado art. 107 que son libres las publicaciones: a) si la
persona participa en actos públicos; b) si existe un interés científico, cultural o educacional
prioritario, y se toman las precauciones suficientes para evitar un daño innecesario; c) si se
trata del ejercicio regular del derecho de informar sobre acontecimientos de interés general.
Adviértase que el Proyecto usa el verbo participar, lo cual supone una intervención activa del
sujeto (189); y usa actos públicos, que obviamente no es lo mismo que estar en público.
De donde una persona que está en la playa tomando el sol, en un cine o en una discoteca,
está en un lugar público, pero no está en un acto público ni, por lo tanto, participa de él. Por
lo que no será lícito captar o reproducir su imagen.
De este modo el Proyecto se afilia a los criterios sostenidos por la doctrina (190) y la
jurisprudencia en esta materia y mejora sustancialmente la redacción del inc. 1º del art. 112
del Anteproyecto del Poder Ejecutivo nacional (191).
La publicación con finalidad científica o equivalente está ya en la ley 11723 ; pero se agrega
ahora la carga a quien publica de tomar las precauciones necesarias para evitar un daño
innecesario.
Este recaudo había sido propuesto por la doctrina interpretativa de la ley 11723 , y había
sido recogido en el Anteproyecto Cifuentes - Rivera y en el Anteproyecto del Poder Ejecutivo
nacional (art. 112, inc. 2º). Existe también un interesante precedente judicial, en el que se
condenó a un cirujano plástico por haber insertado en un libro fotos de una de sus pacientes
para mostrar el "antes" y "después", sin ninguna precaución que impidiera su identificación
(192).
Finalmente, es lícita la publicación cuando responda al ejercicio regular del derecho de
informar sobre acontecimientos de interés general.
- la información debe versar sobre acontecimientos de interés general; éste es otro de los
denominados límites internos de la libertad de información, que se justifica en que legitima la
actuación de la prensa el hecho de que, con la información que se suministra, el público
puede hacer un ejercicio más efectivo de sus derechos y el cumplimiento mejor de sus
obligaciones para con la sociedad y los demás individuos, un conocimiento más apropiado de
sus valores nacionales y culturales, la formación de un sentido crítico para la apreciación de
los hechos, el desenvolvimiento de sentimientos de amistad y respeto mutuo con otros
hombres, grupos o pueblos y una compenetración más perfecta con las aspiraciones y
necesidad de su propio pueblo (194).
La doctrina ha propiciado que la tutela de la imagen se extienda a la voz, viendo en ésta una
segunda imagen (195). Es la solución que propicia el Proyecto al equiparar la imagen y la
voz en el art. 107.
La regla del último párrafo del art. 107, relativa a la imagen de personas fallecidas, se aplica
también a la reproducción de la voz, en función de la equiparación que la norma hace de
ambas expresiones de la personalidad.
Ya hemos visto que el art. 105 alude de manera explícita a la afectación de la intimidad
personal o familiar, honra o reputación, imagen, identidad; y continúa diciendo o que de
cualquier modo resulte menoscabada en su dignidad personal.
Queda claro entonces que el derecho al resarcimiento procede en todos los casos en que es
afectada la dignidad personal, aun cuando ello no provenga de la violación de la intimidad, el
honor, la imagen o la identidad.
Así por ejemplo, los actos de discriminación afectan la dignidad personal y pueden dar lugar
a la reparación de los daños y perjuicios.
La solución del Proyecto se funda en que en definitiva todos los derechos de la personalidad
tienen un fundamento único: el debido respeto a la dignidad personal, como ha sido
explicado antes en este mismo trabajo (196).
g) Disponibilidad relativa
Cifuentes enseña desde la primera edición de su obra que los derechos personalísimos son
de disponibilidad relativa (197), lo cual significa que el titular no puede desprenderse de
manera absoluta de ellos, pero sí puede consentir actos de disposición relativa, autorizando
intromisiones a su vida privada o la difusión de su imagen, etcétera.
Naturalmente, los actos de disposición de los derechos de la personalidad tienen como límite
a la ley, la moral y las buenas costumbres, con lo cual se establecen los standards habituales
y generalmente admitidos por la doctrina y la jurisprudencia. La norma proyectada tiene
antecedente próximo en el art. 115 del Anteproyecto del Poder Ejecutivo nacional y el
Anteproyecto Cifuentes - Rivera, los cuales a su vez se inspiraron en el art. 5º del Código
Civil de Perú de 1984.
h) Efectos
- pretender medidas cautelares que tiendan a hacer cesar inmediatamente el atentado que
ha comenzado a ser ejecutado (art. 109, inc. a), sin necesidad de acreditar dolo o culpa del
autor; la fuente de este último párrafo es el art. 116, inc. 1º del Anteproyecto del Poder
Ejecutivo nacional;
- a solicitar medidas precautorias para evitar el daño futuro, pues ello emana de la regla
establecida en el art. 1586, conforme al cual: El tribunal tiene atribuciones para disponer,
conforme a las circunstancias, medidas tendientes a evitar la producción de daño futuro. Ello
enraíza con la previsión del art. 43, primer párrafo, de la Constitución Nacional, que
establece: Toda persona puede interponer acción expedita y rápida de amparo, siempre que
no exista otro medio judicial más idóneo, contra todo acto u omisión de autoridades públicas
o de particulares, que en forma actual o inminente, lesione, restrinja, altere o amenace, con
arbitrariedad e ilegalidad manifiesta, derechos y garantías reconocidos por esta Constitución,
un tratado o una ley. Parece claro que la referencia a los actos que de manera inminente
amenacen los derechos de la persona están dando al amparo la finalidad de cautelar tales
derechos aun cuando el daño todavía no se haya producido; en definitiva, es reconocer
constitucionalmente la acción de inhibición (198);
- solicitar las publicaciones que le sean satisfactorias (art. 109, inc. b). El derecho a reclamar
las publicaciones está reproducido en el art. 1640 del Proyecto;
La responsabilidad civil reconoce un factor de atribución subjetivo (arg. art. 1602, 2º párr.),
y se excluye cuando el autor de una ofensa a la dignidad personal es intimado a retractarse
y lo hace adecuada e inmediatamente (art. 1702, inc. a). Esta última exclusión de
responsabilidad no es fácil de ajustar a la previsión del art. 14.2 de la Convención
Interamericana de Derechos Humanos, en tanto dispone que: En ningún caso la rectificación
o respuesta eximirán de las otras responsabilidades legales en que se hubiese incurrido; de
todos modos podría entenderse que la retractación no es lo mismo que la rectificación o
respuesta ya que la primera emana del autor de la ofensa, mientras que la segunda proviene
de la víctima.
Atento la inviolabilidad de la persona, es claro que ella tiene derecho a que se respete su
vida -desde el mismo momento de la concepción- y su integridad física; y en caso de que
alguno de esos derechos resulte violado, nacen las acciones resarcitorias pertinentes,
tendientes a que se repare el daño patrimonial y el daño extrapatrimonial.
Al respecto cabe señalar que el Proyecto considera daño extrapatrimonial al que interfiere en
el proyecto de vida, perjudicando la salud física o psíquica o impidiendo el pleno disfrute de
la vida, así como el que causa molestias en la libertad, en la seguridad personal, en la
dignidad personal o en cualesquiera otras afecciones legítimas.
a) Introducción
Es notorio que la tutela de la persona no se agota en prever acciones de reparación del daño
causado a su integridad, pues los derechos de la personalidad física no acaban en ese
aspecto negativo (no ser muerto o lesionado por otro), sino que contienen también un
aspecto positivo, cual es el de disponer -en alguna medida- del propio cuerpo. Así, puede
alguien dar un órgano de su cuerpo, puede prestarse a un tratamiento médico, dar sangre,
prestarse para una investigación científica o para experimentar un nuevo medicamento. Y
por último, puede disponer la suerte de su cadáver, estableciendo el modo en que han de
hacerse sus exequias o la dación de todo o parte de él para la investigación científica, o para
ser implantados algunos de sus órganos en otras personas.
Ahora bien, esos actos de disposición del propio cuerpo deben ser otorgados dentro de las
pautas legales que tiendan a: (i) evitar actos que produzcan la muerte o una grave
disminución permanente de la integridad física del sujeto; (ii) prohibir actos que tengan una
finalidad contraria a la moral y las buenas costumbres.
b) La regla propuesta
c) Los antecedentes
Una regla de esta laya ha sido largamente reclamada por la doctrina, constituyendo un hito
la recomendación de las II Jornadas Provinciales de Derecho Civil (Mercedes, prov. de
Buenos Aires, 1983) (202); y había sido ya incorporada al art. 119 del Anteproyecto del
Poder Ejecutivo nacional.
d) Los efectos
- que causan una disminución permanente de la integridad física (la amputación de un brazo
o una pierna, la ablación del bazo o de un pulmón);
- los que sean contrarios a la ley (una dación de un órgano para ser implantado en otro, al
margen de las disposiciones que específicamente regulan los trasplantes; las intervenciones
tendientes a la modificación del sexo morfológico, y en general las prácticas esterilizantes);
- los que sean contrarios a la moral o las buenas costumbres; entre éstos quedan incluidos
los actos que importan disposición del cuerpo humano por precio en dinero; es sabido que el
cuerpo humano no puede ser objeto de actos jurídicos, por lo que los "contratos" que se
pretendan celebrar sobre él son inválidos.
En los dos últimos casos no se requiere para la prohibición que el acto cause una disminución
grave y permanente.
e) El consentimiento
El solo consentimiento del sujeto no legitima las prácticas prohibidas por este precepto. Es
éste un criterio largamente arraigado en la doctrina nacional, y que ha tenido reflejos en
algunos casos resueltos por los tribunales; en fin, el consentimiento del paciente sólo puede
darse para operaciones o intervenciones lícitas.
f) La licitud
El consentimiento, entonces, puede ser válidamente acordado a los actos que causan una
disminución permanente y grave, sólo si son exigidos para la curación o el mejoramiento de
la salud de la persona.
El art. 112 del Proyecto establece: Nadie puede ser sometido sin su consentimiento a
exámenes o tratamientos clínicos o quirúrgicos, cualquiera sea su naturaleza, salvo
disposición legal en contrario.
Por lo que en definitiva el criterio que rige en nuestro derecho vivo es que el paciente puede
negarse a someterse a un tratamiento médico, quirúrgico o clínico (208) aunque de ello
resulte su muerte; y con mayor razón tratándose de una intervención cruenta como lo es la
amputación de un órgano o de un miembro (209).
Han sido fuentes del precepto los Códigos Civiles de Quebec (art. 11); Bolivia (art. 14);
Etiopía (art. 20). También aparece la misma regla consagrada en la ley francesa 94-653 del
29 de julio de 1994 (210).
h) El consentimiento informado
El art. 114 del Proyecto contiene el siguiente texto: Consentimiento informado. Cuando las
circunstancias lo aconsejan, el paciente o quien debe dar su consentimiento en el caso del
artículo precedente, debe ser informado razonablemente sobre el procedimiento médico, sus
consecuencias y sus posibilidades curativas.
i) Quién da el consentimiento
Uno de los temas que aflige a la doctrina especializada, y que además da lugar a situaciones
de hecho a veces angustiosas para los profesionales de la medicina, es la determinación de
las personas que pueden prestar el consentimiento para un acto médico cuando quien ha de
recibirlo no está en condiciones de prestarlo, por ser incapaz de hecho o estar privado de la
conciencia.
Para dar respuesta a esta situación que se plantea con frecuencia, el Proyecto propone en su
art. 113: Si el paciente es incapaz de ejercicio o no está en aptitud de expresar su voluntad,
debe recabarse el consentimiento de su representante legal, cónyuge o pariente más
próximo o allegado que en presencia del médico se ocupe de él. En ausencia de todos ellos,
el médico puede prescindir del consentimiento si su actuación tiene por objeto evitar un mal
grave al paciente...
El art. 110 del Proyecto establece en su último párrafo que el consentimiento para actos no
prohibidos de disposición del propio cuerpo por el primer párrafo de ese mismo artículo, no
puede ser suplido y su revocación no causa responsabilidad alguna.
Este precepto debe ser interpretado a la luz de la nota puesta al pie del art. 119 del
Anteproyecto del Poder Ejecutivo nacional, del cual pasó al Proyecto que estamos
examinando. Se explica allí que ese dispositivo tiende a evitar actos sobre el cuerpo de
menores e interdictos por causas psíquicas. En otras palabras, los padres no pueden
consentir actos sobre el cuerpo de sus hijos menores aun cuando no produzcan una
disminución permanente de su integridad física.
Por lo tanto, los padres o representantes legales sólo pueden consentir actos sobre el cuerpo
de sus hijos o pupilos cuando son exigidos para la curación o mejoramiento de su salud.
Por otro lado, el art. 113, ya visto, se complementa con un segundo párrafo en el que se
establece que: La negativa injustificada de las personas antes mencionadas a consentir un
acto médico requerido por el estado de salud del incapaz, se suple por autorización judicial.
Reglas absolutamente novedosas son previstas en el art. 111 relativo a las prácticas
eugenésicas. Ese precepto reconoce como fuente la ley francesa.
La disposición prohíbe las prácticas eugenésicas tendientes a la selección de genes, sexo o
caracteres físicos de los seres humanos; así como las modificaciones a los caracteres
genéticos con la finalidad de alterar los caracteres genéticos de una persona, salvo que ello
sea requerido para evitar la transmisión de enfermedades o la predisposición a ellas.
Finalmente, de manera reiterativa, el último párrafo prohíbe toda práctica que afecte la
integridad de la especie humana, la selección de personas y de la descendencia, salvo que
esas prácticas tiendan a la prevención y tratamiento de enfermedades genéticas.
Sería conveniente que al ser tratado este precepto en el Congreso, se unifiquen los párrafos
segundo y tercero, pues el artículo aparece tautológico.
Pero más allá de la redacción, quizás poco feliz del precepto, lo cierto es que las reglas que
en él se establecen están alineadas con las mayores preocupaciones de la humanidad,
expuestas -entre otros documentos- en la Convención Europea de Derechos del Hombre y la
Biomedicina (215) y en la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos del
Hombre adoptada por la Unesco el 11 de noviembre de 1997. Esta última consagra el
genoma humano como patrimonio común de la humanidad.
De allí derivaron las condenaciones a las prácticas de la clonación que debe entenderse
interdicta en el Proyecto de acuerdo con la previsión del artículo que estamos examinando.
Ella ha reconocido que es indiscutible el derecho de las personas para disponer sobre el
destino ulterior de sus restos mortales, es decir, que el principio que gobierna el derecho de
inhumación y custodia es la voluntad del causante (217).
- quien inicialmente dispone es la propia persona, siempre que sea capaz de otorgar
testamento; puede entonces establecer el modo y circunstancias de sus exequias e
inhumación, así como la dación de todo o parte del cadáver con fines terapéuticos,
científicos, pedagógicos o de índole similar;
Es preciso puntualizar que el Proyecto presenta dos omisiones: el tratamiento del hábeas
data y del derecho de rectificación o respuesta, pese a que el Anteproyecto del Poder
Ejecutivo nacional los regulaba expresamente.
Es razonable que no se establezcan disposiciones sobre el hábeas data, pues tal cuestión
está en pleno tratamiento en el Congreso de la Nación para el dictado de una ley especial,
mucho más detallada que la escueta enumeración de reglas de principio que hacía el
Anteproyecto del Poder Ejecutivo nacional.
(149) Vid. HATTENHAUER, Hans, Conceptos Fundamentales del Derecho Civil, trad. de
Gonzalo Hernández, Madrid, 1987, Cap. I.
(150) RIVERA, Julio C., "El derecho privado constitucional", RDPC, nro. 7, ps. 27 y ss.
(151) Vid. los agudos comentarios de Hattenhauer sobre Savigny en op. cit., nro. 7, ps.
19/20.
(152) El mismo autor que venimos citando recuerda el proyecto de Código Civil de la
Academia del Derecho alemán, que no usaba la palabra persona, sustituyéndola por camarada; y
tampoco usaba capacidad que sustituía por posición jurídica.
(153) LARENZ, Karl, Derecho Civil. Parte General, trad. de Miguel Izquierdo y Macías-
Picavea, nro. 2, p. 44.
(154) Hemos dado nuestra opinión sobre este tema en Instituciones de Derecho Civil.
Parte General, T. I, 2ª ed., Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1998, nro. 87, en particular ap. d), p. 119.
(155) HATTENHAUER, H., op. y loc. cit., nro. 9, p. 24.
(156) BELLUSCIO, Augusto, "Anteproyecto de Código Civil. Disidencias", LL, 7/5/1999.
(157) ALTERINI, Atilio A., "Sobre las disidencias con el Proyecto de Código Civil de 1998",
LL, 22/7/1999.
(158) Sobre este último punto: ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, "La libertad de prensa
frente a la protección de la integridad espiritual de la persona", JA, 1982-II-783.
(159) Publicado en ED, 115-832.
(160) La eliminación de este recaudo había sido propiciado por las II Jornadas Provinciales
de Derecho Civil (Mercedes, 1983) y las I Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Mar del Plata, 1983).
(161) Igual que en el caso anterior, las mismas jornadas habían propiciado la eliminación
de este recaudo absolutamente superfluo y equívoco; se ha señalado en la doctrina que el hecho de que
la conducta de entrometimiento constituya un delito del derecho penal no obsta al derecho a la
reparación del daño causado, aunque más no sea por los principios generales del derecho civil:
ZANNONI, Eduardo A., El Daño en la Responsabilidad Civil, Buenos Aires, 1982, nota 225 en p. 325;
RIVERA, Julio C., "Derecho a la intimidad", LL, 1980-D-931.
(162) Vid., en cambio, la notable previsión de DÍEZ-PICAZO, Luis, Derecho y Masificación
Social. Tecnología y Derecho Privado, Madrid, 1979.
(163) En esta orientación el Anteproyecto Cifuentes - Rivera preveía: La ley protege la
propia estima subjetiva y el buen nombre externo objetivo...
(164) FERNÁNDEZ SESSAREGO, Carlos, Derecho a la Identidad Personal, Astrea, Buenos
Aires, 1992; RIVERA, Julio C., Instituciones de Derecho Civil. Parte General, T. II, Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 1993, nro. 785, p. 116.
(165) Corte de Casación italiana, 22/6/1985, Nuova Giurisprudenza Italiana Commentata,
1987-II-467, con nota de Zeno Zencovich.
(166) BAVETTA, cit. por TAMBURRINO, Giuseppe, "Le persone fisiche", en la serie
Giurisprudenza Sistematica di Diritto Civile e Commerciale, Torino, 1990, nro. 54, p. 139.
(167) En este sentido vid. VISINTINI TARELLO, Giovanna, "Il c.d. diritto alla identitá
personale e le reazioni della dottrina di fronte alla attivitá creatice di un diritto della giurisprudenza", en
Il Diritto alla Identitá Personale, a cura di Guido Alpa, Mario Bessone e Luca Boneschi, Padova, 1981, p.
70.
(168) Fallado originariamente por el Trib. de Milano el 19/6/1980 y luego confirmado por
la Casación en la sentencia ya citada.
(169) Se trataba, como es vastamente conocido, de un médico que combatía el
tabaquismo, y que en una declaración pública, ante una pregunta, respondió que efectivamente se
reducía el riesgo para la salud con los cigarrillos con menos nicotina. Ello fue aprovechado para hacer
una publicidad de este tipo de cigarrillos haciendo aparecer la opinión del científico. Amén de que
existían numerosas razones para fundar la atribución de una indemnización en favor de Veronesi, el
tribunal consideró, sin duda con excelente criterio, que se había distorsionado la personalidad -la
identidad- del médico Veronesi.
(170) FERNÁNDEZ SESSAREGO, C., Derecho a la Identidad Personal, a partir del Cap. VII
en p. 287; TAMBURRINO, op. cit., nro. 55, p. 141 consigna numerosa doctrina italiana que se orienta en
este sentido.
(171) RIVERA, J. C., op. cit., nro. 787, p. 117.
(172) TOMMASINI, Raffaele, "L´identitá dei sogetti tra apparenza e realtá: aspetti di una
ulteriore ipotesi de tutela della persona" en el volumen Il Diritto alla Identitá Personale, a cura de Guido
Alpa, Mario Bessone, Luca Boneschi, Padova, 1981, a partir de p. 78 particularmente, p. 83.
(173) MULLER - SAUX, ponencia presentada a las XIV Jornadas Nacionales de Derecho
Civil, Daño a la identidad personal, Tucumán, 1993; en el mismo sentido ZAVALA DE GONZÁLEZ,
Matilde, Resarcimiento de Daños, Vol. 2 c), "Daños a las personas", Hammurabi, Buenos Aires, 1994,
nro. 46, p. 246.
(174) CSJN, 13/11/1990, LL, 1991-B-470, con nota de Jorge Mazzinghi; vid. también
OTEIZA, Eduardo, "La doctrina de la Corte Suprema sobre el derecho del niño a conocer su identidad, la
adopción y las facultades instructorias de los jueces penales", LL, 1991-E-891.
(175) CSSanta Fe, 19/9/1991, LL, 1992-D-536, con nota de MÉNDEZ COSTA, María J.,
"Encuadre constitucional del derecho a la identidad".
(176) CNCiv., Sala A, 28/2/1994, LL, 8/3/1995 con nota de Andrea Inés Podestá y María
Julieta Sáenz.
(177) Sobre la inherencia como característica de los derechos de la personalidad, por
todos: CIFUENTES, Santos, Derechos Personalísimos, 2ª ed., Astrea, Buenos Aires, 1995, nro. 29, p.
183.
(178) TAMBURRINO, G., op. cit., nro. 39, p. 97.
(179) ZAVALA DE GONZÁLEZ, M., op. cit., nro. 46, a partir de p. 254.
(180) ZAVALA DE GONZÁLEZ, M., op. cit., nro. 46, j), p. 258.
(181) BORDA, Guillermo A., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, T. II , 3ª ed., Perrot,
Buenos Aires, 1971, nro. 1310, p. 224; BUSTAMANTE ALSINA, Jorge H., Teoría General de la
Responsabilidad Civil, 4ª ed., Buenos Aires, 1983, nro. 193, p. 95.
(182) Cit. por TAMBURRINO, G., op. cit., p. 138.
(183) RIVERA, J. C., Instituciones..., cit., T. II, nro. 776, ps. 103/104.
(184) CIFUENTES, Santos, Los Derechos Personalísimos, Astrea, Buenos Aires-Córdoba,
1974, p. 314.
(185) CNCiv., Sala C, 6/5/1982, ED, 99-714.
(186) Vid. RIVERA, Julio C., "Hacia una protección absoluta de la imagen personal",
Revista de la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional, nro. 1, p. 33.
(187) 1ª Inst. Civil, 20/9/1978, ED, 81-459; CNCiv., Sala G, 5/4/1988, JA, 13/7/1988.
(188) Es la solución que aparece en la ley española del 5/5/1982 y en el Código Civil de
Quebec (art. 36, inc. 3º).
(189) Participar es tomar uno parte en una cosa, según la definición que da el Diccionario
de la Real Academia de la Lengua.
(190) Vid. CIFUENTES, S., Los Derechos..., cit., ps. 330/331, con referencias a las leyes
italiana y alemana que considera superiores en su expresión a la ley 11723 .
(191) Éste consideraba lícita la captación o reproducción cuando la persona aparece en
público o en actos realizados en público, con lo cual se desvanecía enormemente el ámbito de
protección, pues está en público quien simplemente camina por la calle, y es obvio que eso no legitima
la captación o reproducción de su imagen, aunque esos hechos no tuvieran una finalidad comercial.
(192) CNCiv., Sala D, 30/11/1993, LL, 1994-D-148.
(193) CSJN, 15/5/1986, LL, 1986-C-406; y a partir de allí en numerosos casos.
(194) NOVOA MONREAL, Eduardo, Derecho a la Vida Privada y Libertad de Información.
Un Conflicto de Derechos, 3ª ed., México, 1987, p. 156.
(195) Entre nosotros, LEIVA FERNÁNDEZ, Luis, "El derecho personalísimo sobre la propia
voz", LL, 1990-A-845; en el derecho francés HUET-WEILER, Daniéle, "La protection juridique de la voix
humaine", Revue Trimestrielle de Droit Civil, 1982-497.
(196) Vid. también RIVERA, J. C., Instituciones..., cit., T. II, nro. 725, p. 25.
(197) CIFUENTES, S., Los Derechos..., cit., p. 146.
(198) De todos modos las medidas cautelares no deben afectar garantías constitucionales,
como lo señalaba de manera explícita el art. 1549 del Anteproyecto PEN. Lo que significa la exclusión de
medidas que importen una forma de censura previa, por estar ellas vedadas por el art. 14 , Const. Nac.
y el art. 13.2 , Convención Interamericana de Derechos Humanos; esa prohibición comprende también a
las medidas que puedan dictar los jueces, según la interpretación que ha hecho la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos; al respecto vid. RIVERA, Julio C., "Medidas cautelares limitativas
de la circulación o difusión de libros en tutela del honor. (A propósito de Mitterrand, Martorell y
Grenada)", en Responsabilidad por Daños en el Tercer Milenio. Homenaje al Profesor Doctor Atilio Aníbal
Alterini, Abeledo-Perrot , Buenos Aires, 1997, p. 598.
(199) CSJN, 7/7/1992, ED, 148-339.
(200) CSJN, 16/4/1998, ED, 181-1098, con nota de RIVERA, Julio C. (h),
"Constitucionalidad y extensión del derecho de rectificación o respuesta. Análisis del caso `Petric
c/Página 12´".
(201) Vid. BUERES, Alberto J., "El daño moral y sus conexiones con las lesiones a la
estética, a la psique, a la vida de relación y a la persona en general", RDPC, nro. 1, p. 237.
(202) Vid. RIVERA, Julio C., "Hacia una regulación integral y sistemática de los derechos
personalísimos", LL, 1983-D-846.
(203) GOLDENBERG, Isidoro - TOBÍAS, José W. - DE LORENZO, Miguel F., "Parte General",
en Alterini, Atilio A. - López Cabana, Roberto M. (dirs.), Reformas al Código Civil, Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 1996, p. 86.
(204) Vid. KRAUT, Alfredo, Los Derechos de los Pacientes, Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
1997, p. 148.
(205) Vid. BUSTAMANTE ALSINA, Jorge H., "La voluntad de cada uno es el solo árbitro
para decidir una intervención en su propio cuerpo", LL, 1991-B-363.
(206) CNCiv., Sala I, 25/10/1990, LL, 1991-D-117, con nota de Susana Albanese; DJ,
1991-II-565; CCiv. y Com. San Martín, Sala I, 29/9/1994, "Luna de Rovere, Rosa E. c/Ocariz, Roberto A.
y otro", LLBA, 1994-1001.
(207) CSJN, JA, 30/12/1993, con nota de Julio César Rivera, LL, 1993-D-130; ED, 153-
254; Revista Aequitas (Perú), nro. 2.
(208) Juzg. Civ. y Com., nro. 5, Rosario, 26/11/1997, LL, 1998-C-266.
(209) Juzg. Crim. y Correc., nro. 3, Mar del Plata, 18/9/1997, "P., A. F.", LL, 1997-F-602.
(210) El art. 16.3 de la ley francesa dispone: Il ne peut ˆtre porté atteinte … l´intégrité du
corps humain qu´en cas de nécessité thérapeutique pour la personne. Le consentement de l´intéressé
doit ˆtre recueilli préalablement hors le cas o— son état rend nécessaire une intervention thérapeutique
… laquelle il n´est pas … mˆme de consentir.
(211) Vid. HIGHTON, Elena I. - WIERCZBA, Sandra, La Relación Médico Paciente: el
Consentimiento Informado, Ad-Hoc, Buenos Aires, 1995.
(212) Juzg. Crim. y Correc., nro. 3, Mar del Plata, 18/9/1995, LLBA, 1995-1207, en el que
se dijo: En el reconocimiento de la autonomía del paciente se fundamenta la doctrina del consentimiento
informado, establecido por las leyes 17132 de ejercicio de la medicina, 24193 de ablación y trasplante
de órganos, así como las leyes 11044 sobre protección de personas incluidas en investigaciones
científicas y 11028 regulatoria del funcionamiento de centros de procreación humana asistida.
(213) Entre otros, CNCiv., Sala I, 25/10/1990, LL, 1991-D-117, con nota de Susana
Albanese; DJ, 1991-II-565.
(214) CNCiv., Sala F, 5/2/1998, LL, 1998-E-96.
(215) Abierta a la firma el 4/4/1997, estaba suscripta por 22 países en junio de 1998,
según información que da BYK, Christian, "Bioéthique", JCP, 1998-I-139.
(216) Sobre el punto vid.: MALICKI, Anahí, "El cadáver. Actos dispositivos", en RIVERA,
Julio C., Derecho Civil. Parte General, T. II, Temas, Buenos Aires, 1987, p. 111; HIGHTON, Elena I. -
LAMBOIS, Susana, "Quién dispone de nuestros cuerpos cuando morimos", ED, 136-97.
(217) CCiv. y Com. Rosario, Sala IV, 21/9/1993, JA, 1994-III-320 .
(218) CNCiv., Sala A, 28/2/1994, con Nota de Andrea Podestá y Julieta Sáenz, LL, 1995-
A-378; DJ, 1995-I-639; ED, 158-468.
(219) CCiv. y Com. Rosario, Sala IV, 21/9/1993, JA, 1994-III-320 ; Juzg. Civ. y Com.,
nro. 22, Córdoba, 27/6/1991, LLC, 1991-890.
(220) C. 4ª Civ. y Com. Córdoba, 31/7/1997, LLC, 1998-1111.
(221) Juzg. Civ. y Com. nro. 22, Córdoba, 27/6/1991, "V., O. V.", LLC, 1991-890.
LOS INTERDICTOS POR CAUSAS PSÍQUICAS Y LOS INHABILITADOS EN EL
PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL. UNA MIRADA DESDE LOS VALORES -
MARIANO ACEVEDO
He intentado en estas líneas describir la regulación del régimen propuesto por el Proyecto de
Código Civil en referencia a los inhabilitados e interdictos por causas psíquicas y
necesariamente efectuar una comparación con el actualmente vigente.
Antes de entrar en los aspectos propiamente técnicos del tema, donde encuentro más
interesante la tarea es en contraponer los valores que inspiran este nuevo sistema, con los
que inspiraron los anteriores.
Cuando hablo de anteriores sistemas me refiero a los dos regímenes que han existido en
nuestro derecho positivo. El original del Código y el instaurado por la ley 17711
Adelanto desde ya que los valores que impregnan el nuevo régimen del Proyecto de Código
Civil son los que casi en forma unánime ha propiciado no sólo la doctrina sino la comunidad
toda, pues no debemos olvidar que se trata de una típica temática de aspectos
multidisciplinarios.
El codificador en este tema se apartó del antecedente francés y siguiendo a Freitas estableció
un sistema de solución binario, traducido en el esquema rígido y, reitero, binario, de sano-
enfermo. Expresamente no adoptó aspectos intermedios.
En el art. 472 estableció que serían de ningún valor los actos posteriores de administración
que el incapaz celebrase.
Se trataba de un sistema tan rígido que, o por un lado se poseía la más amplia capacidad y
libertad ilimitada, o, en su defecto, al franquearse la delgada línea de la sentencia de
interdicción, se pasaba a la sombra más absoluta de la total incapacidad.
No es casual en este tema la postura binaria que adoptó Vélez Sarsfield. En primer lugar
obedecía a una realidad concreta derivada del concepto de incurabilidad del demente.
Recuerdan (Cifuentes, Rivas Molina y Tiscornia) (222) que en el siglo pasado el tratamiento
médico era primitivo, y si bien ya se había superado la época en que los dementes eran
considerados poseídos o satánicos, el trato que recibían era similar al de los criminales o los
mendigos. Las internaciones a que eran sometidos obedecían solamente al peligro que
acarreaban, y no eran ajenos al "tratamiento" los cepos, las cadenas, el castigo y el
hacinamiento. Al promulgarse el Código Civil, y hasta podríamos decir que avanzado el
presente siglo, la psiquiatría se encontraba indefensa frente a la locura. Su tarea se reducía
a un tratamiento sintomático de la excitación, a un régimen alimenticio y a un sistema semi-
carcelario para impedir las reacciones antisociales del alienado. Así, muchas psicosis que
hubieran podido ser curadas terminaban convirtiéndose en demencia total.
Por lo tanto el concepto imperante en esa época respecto de que la locura era incurable
influye en el sistema que se diseña para los dementes, el cual determina una total
incapacidad pues se estaba ante alguien que seguramente no sanará y de quien sólo cabe
esperar algún desmejoramiento de su salud psíquica.
III. OTRA VALORACIÓN QUE, DESDE MI PUNTO DE VISTA PERSONAL, TAMBIÉN INFLUYÓ EN
VÉLEZ SARSFIELD AL DISEÑAR SU SISTEMA
Reflexionando sobre el tema estimo, como opinión estrictamente personal, que al legislar
sobre dementes, paradójicamente, el codificador se encontraba más motivado a proteger a
los no dementes.
Puesto a diseñar un sistema para los que están en inferioridad de condiciones, pone el
acento tuitivo principalmente no en éstos, sino en el resto de la comunidad a quienes
potencialmente se les podría llegar a limitar la libertad sin serlo. Así estimo que entiende que
debe legislar pensando prioritariamente en cómo asegurar la plena capacidad de los no
dementes.
Así es como establece una incapacidad absoluta limitativa de la libertad del demente que
juega como reaseguro de la libertad, también absoluta, de los que no lleguen a ser tan
disminuidos, es decir de aquellos que no lleguen al extremo descripto en el art. 141 . Su
desconfianza de que intervenga un tercero, el juez, le hace desistir de la existencia de esos
estratos intermedios, pensando, reitero, en proteger más a los no dementes que a los
alienados.
Podemos resumir esa idea: para Vélez Sarsfield, más vale correr el riesgo de que un
disminuido en sus facultades mentales otorgue un acto perjudicial, que un juez limite a quien
no lo es. Es un concepto afín con otro también de raigambre liberal, que consiste en sostener
que es preferible un culpable libre que un inocente preso.
La doctrina se fue alzando al son de nuevos aires que animaban las dos cuestiones que
llevaron a Vélez a plantear su rígido esquema y los grises comenzaron a ser preferidos a los
inflexibles blancos y negros, pues es propio del derecho y deseable, el matiz al trazo grueso;
se tiene más posibilidades de ser justo.
Los cambios en la forma de ver al disminuido por parte de la ciencia médica como los
cambios ideológico-jurídicos, donde comenzaron a prevalecer ciertos principios solidaristas y
tuitivos sumados a un requerimiento de mayor participación del juez en evitar situaciones
injustas, fueron eliminando en el ambiente jurídico los temores de Vélez Sarsfield, lo que
hizo que fuera grande el beneplácito de la doctrina al recibir el art. 152 bis que, con la
Reforma del año 1968, incorporó sistemas de protección para los ebrios, los toxicómanos, los
disminuidos en sus facultades y los pródigos.
Pese a ser reformado, el sistema volvía a ser coherente, pues esa Reforma acuñó en general
el concepto de mayor participación del juez, al receptar el abuso del derecho, la lesión
subjetiva y la teoría de la imprevisión. Eliminó el "para siempre" y se reivindicó el derecho,
mejor dicho el deber, de la justicia de no permanecer impávida ante situaciones injustas.
b) Se incorpora el art. 152 bis , creando la categoría, en cierta forma intermedia, de los
inhabilitados.
V. LO QUE HOY RESULTA ANTICUADO E INSUFICIENTE DEL SISTEMA CREADO POR LA LEY
17711
Si bien en la Reforma se amplió la nómina de personas que pueden ser protegidas por estar
sujetas a un estado de inferioridad -los inhabilitados- éstos fueron incorporados de acuerdo
con los antecedentes clásicos.
Así es como el único fin o resguardo que prevé el sistema se refiere a lo patrimonial. Se
recoge así la construcción histórica del instituto, que viene del Consejo Judicial del Código
francés, del Código italiano anterior a la unificación, y en otros códigos, pues era la manera
en que las codificaciones del siglo pasado resguardaban los intereses de las personas, a lo
que no era ajeno el concepto de incurabilidad de la enfermedad mental pues se buscaba la
prevención de daños a terceros y la custodia del alienado antes que el tratamiento y la
recuperación.
Hoy en día ya no está en discusión el papel del juez como era el desideratum de Vélez, sino
el tratamiento de la enfermedad mental en sus tres aspectos, el intelectual, el volitivo y el
afectivo.
Por todo ello, las rigideces en este ámbito tal como existen en el régimen actual, no pueden
seguir sosteniéndose. La flexibilidad y la búsqueda de la mejor solución para el caso
particular deben hacer pie en un sistema que rija a los sujetos que padecen estas
inferioridades.
El sistema que diseña el Proyecto de Código Civil interpreta adecuadamente los valores y las
necesidades actuales, como plus, agrega mayor precisión técnica.
La piedra angular de dicho enfoque, la encontramos en el art. 32 del Proyecto que establece
que la sentencia determinará la extensión y los límites de la incapacidad dotando, a su vez,
al tribunal de la facultad de especificar qué actos debe realizar por sí el interdicto y cuáles
con asistencia del curador. Esto supone un cambio fundamental con los dos regímenes
anteriores caracterizados por soluciones binarias y predeterminadas por la ley, donde el juez
se limitaba a incluir a un individuo en una de las dos únicas categorías existentes: capaz o
incapaz.
Luego de esta toma de partido por otros valores distintos de los que respaldan el régimen
actualmente vigente, el Proyecto mantiene aciertos de los anteriores sistemas,
perfeccionando técnicamente las disposiciones. Podemos señalar las siguientes:
Empezando por la terminología que define la sección, la disposición del art. 27 resulta
técnicamente más adecuada pues habla de interdictos eliminando la palabra "demente" que,
si bien contaba con larga tradición jurídica, era impropia como denominación genérica ya que
la demencia es sólo una, entre varias, de las afecciones mentales existentes.
El art. 28 trata de los legitimados para solicitar la interdicción, resolviendo en primer lugar
un problema que discutía la doctrina: si el cónyuge separado de hecho se encontraba
excluido entre los legitimados para solicitar la interdicción, asimilándolo al divorciado o
separado judicialmente. A su vez incluye al propio interesado en esta nómina y elimina el
arcaico supuesto del cónsul cuando el alienado sea extranjero y también el inc. 5º del art.
144 que habilitaba a los vecinos, en caso que el demente sea furioso, lo que resulta
técnicamente apropiado toda vez que estos damnificados por el actuar del insano tienen
siempre la posibilidad de la denuncia al Ministerio Público, que es el órgano adecuado para
evaluar e instar el proceso de interdicción y no un simple vecino quien puede animarlo otros
objetivos.
Los arts. 33 a 36 tratan acerca de las internaciones coactivas y si bien se otorgan facultades
al tribunal para disponerlas, se resguardan apropiadamente los derechos, para lo cual el art.
33 fija las pautas que debe merituar el juez. El art. 34 define en qué casos pueden
disponerse cuando no se trate de personas denunciadas ni declaradas interdictas. El artículo
35 fija requisitos ineludibles que debe contener la sentencia de internación y el art. 36
permite la internación de urgencia por autoridad policial, pero le impone el deber de
comunicación inmediata al tribunal.
En el art. 41, que refiere el caso del cese de la interdicción, se incluye como novedad la
posibilidad de que el juez transforme la interdicción en inhabilitación, facultad que también le
confiere el art. 32 para el momento de dictar sentencia.
También es representativo de esta nueva valoración que impregna el Proyecto, lo que éste
propone para los inhabilitados en los arts. 42 a 44 donde la flexibilidad y la prioridad de la
recuperación de la salud campea en la nueva regulación de este instituto, ya que el juez
puede fijar en la sentencia el alcance de los actos en los que el inhabilitado debe ser asistido,
faculta también al tribunal a tomar medidas tendientes a la recuperación de la salud,
saliendo así de la visión estrechamente patrimonial que exhibe hoy el instituto.
Como colofón podemos decir que en este Proyecto de Código Civil, la afección mental
encuentra un tratamiento acertado por estar basado en una escala de valores distinta de la
que animó el Código de Vélez Sarsfield, habiendo logrado desprenderse de los preconceptos
de incurabilidad del insano y los temores respecto de los jueces, yendo, en consecuencia,
más allá de lo que avanzó la Reforma del año 1968.
El Proyecto plantea un régimen más amplio, con más matices y más rico en posibilidades de
éxito, pero, también más difícil en su ejecución.
En efecto, sin duda un sistema como el propuesto, puede ser más engorroso. De hecho dará
mucho más trabajo a jueces, abogados, curadores, funcionarios, peritos, etcétera, pero, los
valores en juego de hoy en día, diferentes a los de Vélez Sarsfield, nos obligan a poner el
acento en la curación y recuperación del disminuido como prioridad número uno del sistema.
El Proyecto de Código Civil asume el desafío y le provee de un adecuado marco normativo.
(222) CIFUENTES, Santos - RIVAS MOLINA, Adolfo - TISCORNIA, Ricardo A., Juicio de
Insania, Hammurabi, Buenos Aires, 1997.
(223) Citado por CIFUENTES, S. - RIVAS MOLINA, A. - TISCORNIA, R. A., op. cit.
INEFICACIA E INVALIDEZ EN LOS ACTOS JURÍDICOS Y EL PROYECTO DE
CÓDIGO CIVIL (DECRETO 685/96 ) - JOSÉ W. TOBÍAS
I. ACLARACIÓN PREVIA
La regulación del tema del título en el Proyecto de Código Civil elaborado por la comisión
designada por el decreto 685/96 es muy similar a la que propusiera el Proyecto elaborado
por la comisión designada por el decreto 468/92 -lo denominaré en adelante "Proyecto del
PEN"- con la excepción -trascendente- de la eliminación por el primero de la categoría de los
actos nulos y anulables.
El estudio de la invalidez e ineficacia en el Proyecto del PEN fue realizado por mí junto con
los coautores de la obra respectiva (224). Se comprenderá, por lo tanto, que en el análisis
del nuevo Proyecto -a fin de evitar continuas remisiones- se repitan, muchas veces
textualmente, consideraciones allí vertidas. En todos esos casos, debe entenderse que su
elaboración ha sido compartida con los coautores del libro citado.
Las precisiones de este jurista hicieron camino: es que si por cualquier circunstancia, un acto
no produce los efectos que le son propios, habrá que decir que es "ineficaz" (no produce
efectos); ahora bien, la no producción de efectos puede originarse en distintas causas: a
veces, provendrá de fallas en la estructura constitucional del acto y se estará en presencia
de un supuesto de "invalidez", otras veces, el acto será inválido -no tiene defectos en su
estructura constitutiva- pero por razones ajenas a su estructura (que es perfecta) no
producirá efectos (caso del testamento, mientras el testador no fallezca) (227).
Los esfuerzos doctrinarios han logrado una sistematización de los casos de ineficacia
pudiéndose distinguir tres tipos básicos: a) Ineficacia simple: el acto jurídico es ineficaz en
su origen. Puede, a posteriori, lograr eficacia o convertir en definitiva su ineficacia de origen;
es éste el caso típico: el acto es plenamente válido pero no produce efectos por un
impedimento extrínseco, ajeno al esquema estructural del negocio (el ya citado ejemplo del
testamento que no puede producir efectos hasta la muerte del testador; la condición y el
plazo suspensivo, etc.); b) Ineficacia relativa: a veces el ordenamiento establece que el acto
válido y eficaz entre las partes, no produce efectos respecto de algunos terceros; esta
especie se denomina "inoponibilidad" (la notificación al deudor o su aceptación -arts. 1459 y
1467 , Cód. Civ.-; el acto fraudulento; la registración de transmisiones de derechos reales
sobre inmuebles -art. 2505 -, la inscripción de las incapacidades -art. 76, dec.-ley 8204/63 -
; etc.). Además de la expresada (inoponibilidad positiva), la ineficacia relativa se puede
presentar en el aspecto inverso: el acto es inválido pero su invalidez es inoperante frente a
terceros (arts. 473 , 1051 , 996 , 1866 , Cód. Civ., etc.); es la denominada "inoponibilidad
negativa"; c) Ineficacia eventual, sucesiva o sobreviniente: el acto jurídico es válido y eficaz
desde su origen pero por circunstancias posteriores puede perder su eficacia (casos de
rescisión, revocación o resolución) (232).
Las precisiones y conclusiones así desarrolladas han sido, sin embargo, cuestionadas en base
a posiciones que estiman equivalentes todos los requisitos para la producción de los efectos
(233). Empero, como se ha observado (234), un adecuado análisis no puede prescindir de
distinguir los requisitos que dan origen a un acto válido y los recaudos extrínsecos al
esquema estructural normativo que apuntan a su eficacia, que -regularmente- serían
inmediatos, pero se ven postergados hasta que advenga el requisito marginal. En verdad, la
unificación de los elementos, presupuestos y requisitos, como causales indiscriminadas del
efecto final atribuido al acto jurídico, dificultan o impiden la tarea de calificar las figuras
jurídicas y determinar su contenido.
Tales razones se perciben más nítidamente cuando se aprecia que el distingo no es de mera
teoría, sino que cabe atribuirle singular relevancia práctica. Así, por ejemplo, en el negocio
ineficaz no cabe la figura de la confirmación por cuanto es presupuesto de ella la invalidez en
el acto (art. 1059 , Cód. Civ.); la tutela al subadquirente de buena fe y a título oneroso sólo
funciona en la hipótesis de la invalidez del acto antecedente y no en los casos de su
ineficacia (art. 1051 , Cód. Civ.), siendo dudoso determinar si es posible la "conversión" del
acto jurídico ineficaz (235).
El Proyecto recoge la distinción conceptual entre ineficacia e invalidez. El Título VIII del Libro
Segundo (de la Parte General) -dividido en ocho capítulos- se denomina "De la ineficacia de
los actos jurídicos" y el primer artículo -el 379- del Capítulo I -"Disposiciones generales"-,
enuncia "Categorías de ineficacia".
El texto en cuestión establece: "Los actos jurídicos pueden ser ineficaces en razón de su
invalidez o de su inoponibilidad respecto de determinadas personas.
El panorama presentado supra, punto 1, revela que las diferencias conceptuales entre
ineficacia e invalidez han logrado las suficientes precisiones doctrinarias como para justificar
plenamente su tratamiento normativo (ya lo proponía el Proyecto del PEN - Título VII, Sec.
1ª, Libro II).
El texto propuesto -de naturaleza sobre todo doctrinaria- enuncia como categorías de
ineficacia (en sentido amplio) a la invalidez, la inoponibilidad (o ineficacia relativa) y la
ineficacia sobreviniente (o sucesiva o eventual). No enuncia en cambio el caso típico, el que
abrió camino a la autonomía conceptual de la ineficacia: la ineficacia simple (236) - (237).
El Proyecto no recoge la teoría de la denominada inexistencia del acto jurídico que para un
sector de la doctrina constituye un concepto autónomo de la invalidez. Tampoco lo habían
hecho el Proyecto del PEN y el de la Comisión Federal. Uno de los miembros de la Comisión
Redactora del primero de ellos, sin embargo, había elaborado una propuesta en minoría que
postulaba su acogimiento normativo (238).
En esta materia rige actualmente el art. 1058 bis que dispone que "la nulidad o anulabilidad,
sea absoluta o relativa, puede oponerse por vía de acción o de excepción".
Con esta norma -introducida por la ley 17711 - se puso fin a las previas controversias
doctrinarias acerca de las vías aptas para hacer valer la invalidez en juicio: un sector de
opinión atribuía relevancia significativa a la distinción entre actos nulos y anulables
considerando que en el segundo caso -a diferencia del primero- la invalidez sólo podía ser
articulada por vía de reconvención (241). Otra opinión, en cambio, sostenía, con razón, que
cabía prescindir de la naturaleza de la invalidez pudiéndose introducir en todo los casos su
planteo por vía de excepción: es que la oposición de la excepción importa también introducir
el tema para su juzgamiento (242).
La Reforma de 1968 -como se dijo- recogió la segunda postura, siendo recibida sin
observaciones y aun con beneplácito por los autores (243). Una opinión aislada -sin
embargo-, pese a la claridad del texto legal, persiste en sostener que sólo cuando el acto es
nulo la invalidez puede ser articulada por vía de excepción: cuestiona que la norma ha
"desdibujado" la distinción entre actos nulos y anulables y destaca la contradicción que, a su
juicio, supone que una invalidez "dependiente de juzgamiento" pueda ser hecha valer sin una
"acción" tendiente a obtener ese pronunciamiento.
A pesar de las críticas formuladas a ese punto de vista (244) y a la decisiva consideración
que la solución legal no vulnera el principio de congruencia pues la excepción importa
introducir el tema para su juzgamiento, debiendo darse traslado al actor y ofrecerse y
recibirse la prueba para resolver en definitiva sobre la invalidez del acto (245), el Proyecto
del Poder Ejecutivo nacional (art. 688) recogió aquel criterio minoritario (246), que fue
criticado en nuestro citado estudio de ese Proyecto (247). Afirmamos allí que la distinción
actos nulos-actos anulables no tenía la entidad suficiente para permitir articular en unos
casos la invalidez como excepción y negarla en los otros y -frente a la existencia de un
mayoritario criterio doctrinario que concluye en la imprescriptibilidad de la excepción de
invalidez- destacamos las injustificables diferencias que resultarían del criterio adoptado: en
los actos nulos la invalidez se podría articular como excepción siendo imprescriptible,
mientras que si el acto fuera anulable la invalidez sólo podría articularse por vía de acción, la
cual es prescriptible si ella es relativa. Nos resultaba evidente que la categoría no justificaba
tamaña diversidad de régimen.
El Proyecto que analizo -que como se adelantó elimina la clasificación actos nulos y
anulables- propone un texto coherente con esa supresión y con el actual texto del art. 1058
bis , que no puede ser sino compartido "Articulación. La invalidez puede arg•irse por vía de
acción u oponerse como excepción. En todos los casos debe sustanciarse" (art. 380).
El último párrafo, como se advertirá, incorpora una novedad respecto de la norma vigente,
sin perjuicio de que a esa misma conclusión se arriba actualmente (248): es necesario
cumplir con la sustanciación que las normas procesales estatuyen para las excepciones; por
tratarse de una defensa de fondo será invocada al contestar la demanda y no se resuelve
como de previo y especial pronunciamiento sino en la sentencia, que resolverá el planteo
luego de producida la prueba ofrecida (249).
La recepción con carácter general en esos códigos -también en el portugués (art. 293) y
griego (art. 182)- de la teoría de la conversión se realiza con base en la denominada
dirección subjetiva. Su configuración requiere la concurrencia de dos requisitos: a) el acto
inválido debe reunir los requisitos de forma y sustancia de otro acto (requisito objetivo), y b)
las partes deberían haber querido el otro acto de haber previsto la invalidez (requisito
subjetivo). En esta dirección subjetiva, de lo que se trata es de reconstruir la voluntad
hipotética -y no real- de las partes, de modo de poder considerar que ellas hubieran querido
el negocio diverso si hubieran previsto la invalidez del celebrado. De ahí que se requiera
"interpretar" la voluntad de las partes pero como voluntad hipotética y no real (la que
hubieran tenido y no la que efectivamente tuvieron, que en realidad no podían tener pues de
conocer la invalidez, no se presenta la hipótesis de conversión) (254).
Nuestro Código, como se dijo, no regula la conversión con carácter general. Nuestra doctrina
cree encontrar una aplicación particular del fenómeno de la conversión en la materia de las
formas impuestas a título solemne relativo; el incumplimiento de la forma impuesta en ese
carácter acarrea la privación de los efectos propios del acto a que va dirigido el intento
negocial, pero esos actos valen como actos en que las partes se obligan a cumplir la forma
prescripta (arts. 1185 y 1187 , Cód. Civ.) (256).
Ese supuesto -y algunos otros en que es la ley la que atribuye diversa eficacia al negocio (la
denominada conversión legal)- presenta el interrogante de si se trata, en verdad, de un
supuesto de conversión. Es que si la conversión se produce por prescripción de la ley, no hay
necesidad alguna de realizar el procedimiento tendiente a desentrañar la voluntad hipotética,
como lo requiere el concepto de conversión en su dirección subjetiva. Las diferencias que se
presentan entre ambos fenómenos permiten considerar, a lo sumo, que ellas pueden
superarse afirmando la existencia de una conversión en sentido estricto o genuino, que
coexiste con los supuestos de conversión legal (257).
El Proyecto del Poder Ejecutivo nacional (art. 689) proponía un texto prácticamente igual,
respecto del cual -con Goldenberg y De Lorenzo- sugerimos algunos lineamientos generales
para la profundización del instituto (260): a) Desde la corriente subjetiva adoptada, la
reconstrucción de la voluntad hipotética requiere atender al fin práctico perseguido por las
partes y, particularmente, si éste se cumple por medio de otro acto diferente (261). El
indicado proceso de interpretación requiere aplicar el criterio de la buena fe y la voluntad
hipotética -en los actos bi o plurilaterales- será, naturalmente, la "común" de las partes
(262); b) La relevancia así atribuida al fin práctico en la conversión, ha llevado a algún autor
a considerar que el instituto no se compadece con quienes consideran que es de la esencia
del acto jurídico el "propósito jurídico" -en vez del empírico- perseguido por las partes; si el
propósito es jurídico -y no práctico- con la conversión se abandonaría el fin jurídico
perseguido y el acto válido será otro, congruente con el propósito práctico pero incongruente
con el jurídico (263); c) Es compleja la solución cuando resulta dudoso si las partes habrían
querido el otro acto: ¿habrá que inclinarse en ese caso por la conversión, con sustento
también en el principio de la conservación a fin de salvar el acto y posibilitar que se cumpla
el fin práctico? Para preferir la respuesta negativa hay que considerar que la búsqueda es de
una voluntad hipotética -y no real- además de que si esa voluntad es dudosa, será incierto si
se lograra el propósito práctico manteniendo la validez del acto diferente. Desaparece, así, la
razón determinante que posibilita el fenómeno de la conversión (264).
El Proyecto propone dar cabida normativa en nuestro derecho a la categoría del negocio
jurídico indirecto. El art. 382 establece: "Un acto jurídico celebrado para obtener un
resultado que es propio de los efectos de otro acto, es válido si no se otorga para eludir una
prohibición de la ley o para perjudicar a un tercero" (265). La elaboración científica del
negocio indirecto tiene su origen en la doctrina alemana (266) habiéndose atribuido a
Ascarelli la puesta en circulación de la figura sobre la base de lo que se califica como la
"antigua doctrina alemana" (267).
Se entiende que hay un negocio indirecto cuando las partes recurren a un negocio
determinado para alcanzar por medio de él fines diversos -propios de los efectos de otro
acto- de aquellos típicos de la estructura del negocio celebrado (268).
Algunos supuestos que se citan como ejemplos de negocios indirectos son los siguientes: el
nombramiento como administrador con dispensa de rendir cuentas (con el fin no explicitado
de donar); la venta nummo uno, el mandato de venta del vendedor al comprador que quiere
revender evitando la primera venta; la venta con fin de garantía; el pago de la deuda ajena
con renuncia al derecho a subrogarse en las facultades del acreedor (con el fin de
beneficiarlo); la constitución de una sociedad anónima de conveniencia (entre el dueño de
los bienes aportados y hombres de paja), etcétera (272).
Los defensores de la categoría afirman que constituye un poderoso medio del progreso
jurídico, que resulta una exigencia del vivir social y que es un remedio útil para las
conveniencias prácticas (273). Pero se la ha criticado severamente, acusándosela de estar al
servicio de la subversión del ordenamiento jurídico y de ser un instrumento para eludir los
límites a la autonomía de la voluntad (274).
Es imposible considerar aquí las complejas cuestiones que suscitan la categoría del negocio
indirecto (incluyendo la conveniencia de su recepción legislativa), por lo que corresponde
remitirse a algunas reflexiones iniciales que formuláramos con Goldenberg y De Lorenzo
(275). Un inquietante interrogante es si el negocio indirecto es compatible con la noción de
causa en su dirección subjetiva: si la causa es un elemento esencial del negocio, parece que
habría que acudir necesariamente al propósito común de las partes, que es ajeno a la
estructura del acto celebrado y productor, por ende, de efectos jurídicos distintos a los fines
perseguidos.
1. El criterio caracterizador
Son significativos los esfuerzos que se han dedicado a establecer con una razonable precisión
el criterio caracterizador de esta clasificación.
Una opinión minoritaria asimila el acto nulo al de invalidez absoluta y el anulable con la
relativa (276). Pero es muy mayoritaria la opinión que afirma que se trata de una doble
clasificación que responde a criterios distintos, lo que determina el juego alternado de las
categorías.
Se puede afirmar que -fuera de alguna postura aislada (277) - existe coincidencia en que el
factor inspirador de la distinción es el "modo" en que se presenta el vicio:
a) Afirman unos que la pauta descansa en la visibilidad o subrepción del vicio: si éste resulta
patente, ostensible o manifiesto, el acto será nulo y si se encontrare oculto, larvado y
requiere una investigación de hecho, será anulable (278).
b) Sostienen otros -apuntando más a la consistencia del vicio que a su visibilidad- que en el
acto nulo la falla es rígida, determinada, invariable e idéntica en todos los casos de la misma
especie y en el anulable el vicio se presenta fluido, indefinido, susceptible de grados, variable
en los actos de la misma especie, siendo por lo tanto intrínsecamente dependiente de la
autorización judicial (279).
d) Se postula, también, que lo manifiesto del acto nulo no alude a la "ostensibilidad visual
del vicio" sino a la posibilidad de subsumirlo en una hipótesis normativa sin sujeción a una
previa e imprescindible valoración de circunstancias contingentes para determinarlo (281).
e) Se considera que el acto es nulo cuando el vicio se halla manifiesto, patente en el acto
mismo, siendo el papel del juez el de limitarse a constatar la existencia de una invalidez
declarada de puro derecho en la ley, es preciso, rígido e insusceptible de estimación y
apreciación por el juez; en el anulable, en cambio, es necesario una labor de investigación
que depende de circunstancias de hecho siendo la falla flexible variable y de valoración
judicial (282) (este enfoque parece englobar en la caracterización tanto la "visibilidad" del
vicio como su "rigidez").
La reforma del art. 1051 por la ley 17711 , asimiló la tutela del subadquirente, fuera el acto
nulo o anulable, despojando la clasificación de la relevancia práctica que se le había atribuido
(284).
Se le atribuyen otras consecuencias a las que me refiero, críticamente, en seguida (infra 3).
El Proyecto del Poder Ejecutivo nacional mantenía la clasificación sobre la base de un criterio
caracterizador que estimamos cuestionable (288) y le atribuía significación en los siguientes
casos: a) la nulidad puede arg•irse por vía de acción o excepción, mientras que la
anulabilidad sólo puede plantearse por vía de acción. En su oportunidad criticamos esta
solución (289) por entender que la clasificación carecía de entidad para acarrear una
consecuencia como la que se proponía (ver, además, supra, nro. III); b) en lo atinente a la
invalidez respecto de terceros, se establecía que si el acto era nulo, le incumbía al
subadquirente el cargo de la prueba de su buena fe, mientras que si era anulable, le
incumbía la carga de la prueba de la mala fe a quien intentara prevalerse de la invalidez en
juicio en que aquél debía haber sido parte (art. 692). En el análisis de la reforma, criticamos
la propuesta por entender que consagraba un criterio de generalización impropio al recoger
la inexacta consideración de que si el acto es nulo, la mayor posibilidad de conocer en ese
caso el vicio, justifica presumir la mala fe del subadquirente (290); c) las facultades del juez
para declarar la invalidez de oficio cuando ella era absoluta, procedía en la hipótesis de un
acto nulo. Empero, el efecto así atribuido a la clasificación, no justifica por sí solo el
mantenimiento de la clasificación (sobre esto enseguida e infra nro. VIII).
Por mi parte, comparto la propuesta: las razones expuestas en este punto constituyen el
fundamento de la afirmación. Sólo cabría agregar que la única importancia que puede
todavía atribuirse a la clasificación (el tribunal puede declarar de oficio la invalidez cuando
además de ser absoluta el acto es nulo) puede superarse del modo que lo propone el
Proyecto (estableciendo que el tribunal podrá hacerlo cuando se le aparezca "manifiesta" al
momento de dictar sentencia) (sobre esto infra, nro. VIII).
Claro que se podrá afirmar -con algún grado de lógica- que la clasificación todavía
conservaría algún significado -pese a su supresión- pues para establecer si el tribunal puede
declarar la invalidez absoluta habrá que dirimir, también, que ella es "manifiesta" (a los ojos
del tribunal).
La cuestión esencial de esta clasificación se relaciona con las consecuencias que han de
resultar cuando el vicio que acarrea la invalidez afecta sólo a una parte del acto y el
interrogante a dilucidar consiste en determinar si ello ha de ocasionar la invalidez de todo el
acto o si ella quedará circunscripta a aquella parte a la cual atañe la causa de la invalidez.
Sólo en el segundo caso cabe aceptar la existencia de esta clasificación cuya acogida en las
legislaciones es generalizada.
Los criterios legislativos para establecer si la invalidez de una parte se extiende o no al todo
son: el de la "separabilidad" de las partes del acto -es el de nuestro Código Civil, art. 1039 -
y el de la incidencia atribuida a la voluntad de las partes en la celebración del negocio (éste
no se habría celebrado sin aquella parte afectada de invalidez); es el adoptado, entre otros,
por los Códigos italiano (art. 1419), alemán (art. 139) y, en nuestro país, por el
Anteproyecto Bibiloni (art. 382) y el Proyecto de 1936 (art. 211).
Una mayor objetividad en la evaluación, sin embargo, debe atribuirse al criterio de nuestro
Código que además de atender a la intención de las partes, impone recurrir a las
circunstancias del caso, a la naturaleza del negocio y, sobre todo, a la regla de la buena fe.
Esta última es particularmente relevante en la contratación por adhesión a condiciones
generales e impone apreciar con suma cautela la extensión de la invalidez de una parte al
todo (301).
Además del criterio, las legislaciones discrepan en la regla general: en los Códigos italiano
(art. 419), suizo (art. 20) y portugués (art. 292), la regla general parece ser la de que la
invalidez no se extiende a todo el negocio, incumbiendo la carga de probar el requisito de la
extensión a quien lo invoca. Inversamente, en el Código alemán (art. 139), la invalidez de
una parte hace inválido el todo "en caso de deberse suponer que se hubiere celebrado
también prescindiendo de la parte nula" (302).
En nuestro derecho, a mi juicio, la letra del art. 1039 se atiene a la regla general de la
"separabilidad": será a cargo de quien pretenda la invalidez total la prueba de la
inseparabilidad (303). Pero este principio no debe entenderse aplicable cuando la parte
afectada por la invalidez es principal y el resto es accesorio respecto de ella o cuando del
ordenamiento jurídico resulta que la parte no afectada por la invalidez no puede tener
existencia autónoma (304).
Por mi parte -admitiendo lo "huidiza" que se presenta la clasificación- participo del criterio
que afirma que la invalidez es absoluta cuando el interés general es directo e inmediato por
ser los efectos mismos del acto los que lesionan el interés general. Cuando el interés directa
e inmediatamente protegido es el particular, la invalidez es relativa (311).
En esa línea de ideas, se ha criticado el criterio mencionado anteriormente -creo que con
razón- afirmando que no debe confundirse invalidez absoluta con infracción a la norma de
orden público: existen normas de ese carácter, como las que se refieren a la capacidad de
las personas que dan lugar a la invalidez relativa cuando no son cumplidas (312).
Por lo demás, la naturaleza de los intereses particulares en juego puede determinar que el
legislador asuma su tutela en coincidencia con un interés general a su resguardo que pase a
ser predominante e inmediato: esas leyes no dejarán de ser de orden privado, pero su
infracción configurará -al menos en el régimen vigente- una invalidez absoluta (313).
En rigor, la cuestión que se plantea es si el orden público es una noción predicable solamente
de la norma jurídica o si puede referirse también a la naturaleza del interés afectado (314).
El Proyecto (art. 383) caracteriza a los actos afectados de nulidad absoluta como aquellos
que contrarían el orden público o la moral y los de nulidad relativa como aquellos "a los
cuales la ley impone esta sanción sólo en protección del interés de ciertas personas" (315).
Adopta, como se ve, el criterio del menoscabo al orden público, además de la moral, para
caracterizar la invalidez absoluta.
Hubiera sido preferible, en fin, que el criterio caracterizador se haya establecido según cuál
sea el interés directo e inmediato preponderante; cuando se contraviene el orden moral, es
claro, por lo demás, que quedará afectado el interés general de modo prevaleciente.
Es redundante el tercer párrafo del proyectado art. 385 pues es evidente que la invalidez -en
los vicios de la voluntad- se establece a favor de quienes padecen el vicio.
a) Al vedar articular la invalidez a la parte que "invoque la propia torpeza para lograr un
provecho", el Proyecto mejora el sistema actual que impide solicitarla a quien hubiese
ejecutado "el acto sabiendo o debiendo saber el vicio que lo invalidaba". Como lo destaca la
doctrina, "conocimiento" del vicio no equivale necesariamente a la "mala fe" (la víctima de
un préstamo usurario para quienes consideran que en ese caso la invalidez es absoluta); de
ahí que se haya postulado que se limite la imposibilidad de articular la acción a quienes
hayan actuado de mala fe y, además, pretendan obtener un provecho de la declaración de
invalidez (318). Es el indicado el criterio receptado por el Proyecto -también lo hacía el
Proyecto del Poder Ejecutivo nacional (art. 696)- y la solución es plenamente compartible.
b) Es en el tema que se analiza donde todavía se puede considerar que la categoría de actos
nulos y anulables guarda alguna trascendencia. Interpretando, en efecto, el texto del actual
art. 1047 -que faculta al tribunal a declarar de oficio la invalidez si ella aparece "manifiesta
en el acto"- un sector de la doctrina se pronuncia por una interpretación extensiva,
afirmando que el pronunciamiento de oficio procede en toda hipótesis de acto nulo (en el
sentido conceptual que se le asigna, es decir, no sólo cuando la invalidez aparece manifiesta
en el instrumento, sino cuando resulta del análisis de éste y de otra prueba auténtica y
extrínseca a aquél); es que, se afirma, es concepto superior de valoración ética un criterio
amplio que permita al juez impedir el mantenimiento de un vicio que afecte intereses
generales (319): en una cuestión en que se encuentran en juego esos intereses, es del todo
irrelevante el secundario aspecto formal de que la invalidez resulte del instrumento o de éste
sumado a otra prueba auténtica y extrínseca. En la corriente indicada, el Proyecto del Poder
Ejecutivo nacional posibilitaba la declaración de oficio cuando la invalidez absoluta
correspondiere a un acto nulo (art. 696).
El Proyecto que me ocupa, como se dijo, elimina la categoría actos nulos-anulables; pese a
ello, debe entenderse que sigue la indicada tendencia del Proyecto del Poder Ejecutivo
nacional y "amplía" el régimen actual -al menos en la confrontación con la tesis restrictiva-
en que el pronunciamiento de oficio procede cuando la invalidez aparece manifiesta en el
acto (art. 1047 ). Para que proceda la declaración de oficio por el tribunal, en efecto, la
invalidez debe aparecer, según el Proyecto, manifiesta (no "manifiesta en el acto") y esto
autoriza a entender que será suficiente que ella aparezca en ese carácter a los ojos del
juzgador (sea del análisis del instrumento o de éste y una prueba auténtica y extrínseca a
aquél) (320) (Sobre esto, supra, nro. VI).
El sistema vigente en esta materia (arts. 1050 , 1052 y sigs.) se caracteriza por su
casuismo y ausencia de completividad. No debe extrañar, por lo tanto, las sustanciales
diferencias interpretativas que en torno a ello se advierten cuando se trata de determinar el
régimen aplicable a la obligación de restituir emergente de la declaración de invalidez (321).
El Proyecto sigue en esta materia la solución que ya propusiera el Proyecto del Poder
Ejecutivo nacional (art. 700); la norma ahora propuesta dice: "Restitución. La nulidad obliga
a las partes a restituirse mutuamente lo que han recibido en virtud o por consecuencia del
acto. Estas restituciones se rigen por las disposiciones relativas a las relaciones reales de
buena o de mala fe, según sea el caso" (art. 387).
El primer párrafo establece el mismo principio del art. 1052 : el deber de las partes de
restituirse recíprocamente lo percibido. Para algunos, ello no es consecuencia de la invalidez,
sino del título que puede invocar cada parte sobre la cosa entregada (322), mientras que
otros encuentran la causa del deber de restituir en la sentencia que declara la invalidez del
acto (323).
El reenvío a las normas que regulan la obligación restitutoria del poseedor según que sea de
buena o de mala fe es parcialmente diverso al que adoptaran otros proyectos de reforma: 1)
el Anteproyecto Bibiloni suprimía los arts. 1054 y 1055 , conservando el 1053 y
disponiendo además que "se aplicarán a los pagos efectuados en virtud de los actos nulos o
anulados las reglas de este Código sobre los pagos sin causa"; 2) el Proyecto de 1936 luego
de establecer el principio del deber de restituir lo percibido contemplaba que las reglas de los
pagos sin causa se aplicarían al efectuado como consecuencia de los actos previstos en ese
artículo (art. 209); no obstante, el art. 860 prescribía que "el que hubiese recibido el pago de
buena o de mala fe, será considerado como el poseedor en igual circunstancia" con lo cual -
en última instancia- se reenviaba al tratamiento del poseedor, según fuera de buena o de
mala fe; 3) el Anteproyecto de 1954 se remitía a las reglas del pago indebido, agregando
que "La propiedad de los frutos corresponderá al poseedor que los hubiera recibido de buena
fe" (art. 206). Suprimía los arts. 1053 a 1055 y el reenvío conducía al art. 1063 que
establecía "El que haya recibido el pago indebido queda obligado a la restitución de la
prestación conforme a su naturaleza. Será considerado como el poseedor de buena o mala fe
en la misma circunstancia...".
2. Respecto de terceros
El texto propuesto -que reemplazaría al actual art. 1051 establece: "Efectos respecto de
terceros. Todos los derechos reales o personales transmitidos a terceros sobre un inmueble o
mueble registrable, por una persona que ha llegado a ser propietario en virtud de un acto
inválido, quedan sin ningún valor, y pueden ser reclamados directamente del tercero, salvo
contra el subadquirente de derechos reales de buena fe y a título oneroso. Los
subadquirentes no pueden ampararse en su buena fe y a título oneroso si el acto se ha
realizado sin intervención del titular del derecho" (art. 389).
a) Una opinión minoritaria entendía que la reforma al artículo por la ley 17711 -al limitarse a
dejar a salvo los "derechos" del subadquirente de buena fe y a título oneroso sin indicación
de cuáles eran- consagraba una previsión sobreabundante pues al no establecer
expresamente el derecho a enervar la reipersecución, debía entenderse que lo que dejaba a
salvo era la acción de daños derivada de la garantía de evicción (324). Éste no es el criterio
de la doctrina mayoritaria que interpreta, con razón, que los derechos resguardados se
refieren a la perfección de la adquisición del derecho, sean ellos reales o personales: en
consonancia con ello, la norma proyectada resuelve expresamente que el derecho del tercero
lo es a repeler la reipersecución.
c) El vigente art. 1051 se aplica a los derechos personales o reales sobre "inmuebles", pues
la situación de los terceros respecto de los muebles se rige por la regla general del art. 2412
. Empero, una corriente estima que el principio emergente de esta última norma no rige
respecto de los "muebles registrables" (326) que al resultar excluidos de la aplicación del art.
1051 quedarían en una especie de "nebulosa" (327). Su semejanza con los inmuebles -
desde el aspecto que la registración permite remontarse a la historia jurídica del bien,
siguiendo su rastro hacia atrás- ha conducido a reconocerle el mismo régimen que aquéllos
en materia de reipersecución.
e) En la interpretación del actual art. 1051 es predominante la doctrina que sostiene que la
tutela del subadquirente no rige en los supuestos en que media falta de autoría por juzgarse:
o que se trata de un caso de inexistencia (329), o de inoponibilidad (330), o de invalidez
absoluta (331), no comprendidas, según cada uno de los enfoques, en la tutela consagrada
por la norma. No faltan autores, sin embargo, que sostienen la plena vigencia de la tutela del
artículo en los casos de ausencia de autoría (332). En el enfoque mayoritario subyace la
consideración de que la tutela del tercero no tiene relevancia suficiente como para justificar
el pesado sacrificio del titular del derecho, cuando ha mediado ausencia de autoría. El
Proyecto, atinadamente a mi juicio, recoge en el último párrafo el criterio de la doctrina
mayoritaria y se aparta de una propuesta distinta del Proyecto de la Comisión Federal (333).
g) Similares consideraciones cabe formular ante una postura que afirma que el principio que
dimana del actual art. 1051 debe ser aplicado a otros supuestos de ineficacia (rescisión,
revocación, resolución) (335). El Proyecto -pese a esas opiniones- ha circunscripto la
regulación al solo supuesto de la invalidez.
La norma que se propone reitera con variantes de redacción que mejoran el texto del actual
art. 1056 . El antecedente directo es el art. 1071 del Proyecto del Poder Ejecutivo nacional y
su redacción es la siguiente: "Hechos simples. Los actos jurídicos inválidos, aunque no
produzcan los efectos de los actos válidos, darán lugar a las consecuencias de los hechos en
general o, en su caso, a las reparaciones que corresponden" (art. 388).
Se establece, de ese modo, el principio -quizá doctrinario pero correcto- de que el acto
acaecido en la realidad -que es imperfecto respecto del supuesto jurídico que regula el
intento negocial- es susceptible de ser subsumido en otro supuesto jurídico, constituyendo
un hecho jurídico stricto sensu un simple acto lícito, un acto ilícito o, aun, otro acto jurídico
(si se presenta un fenómeno de conversión) (336).
Ello es corolario de que una misma conducta humana puede constituir materia regulable por
más de una norma jurídica. Así, si el intento negocial -al que cabe calificar de inválido por
ser imperfecto respecto del correspondiente supuesto jurídico- da forma a un acto ilícito,
avendrán los efectos propios de este último (el deber de resarcir). Tal los casos de los vicios
de dolo, intimidación y lesión.
El texto propuesto presenta algunas diferencias con relación al actual art. 1056 : se
reemplaza el vocablo "producen" por "darán lugar", incorporando la expresión "en su caso"
para referirse a las reparaciones que correspondan. Se quiere significar con ello que el acto
inválido sólo producirá los efectos correspondientes al supuesto jurídico de otra norma si
reúne los requisitos generadores de esos efectos. Tal el sentido de la expresión "en su caso",
que debió ser agregado luego de la expresión "darán lugar".
XI. LA INOPONIBILIDAD
En un capítulo especial -el VI- integrado por dos artículos, se regula la "inoponibilidad", en
términos parecidos a los que proponía el Proyecto del Poder Ejecutivo nacional (arts. 705 y
706).
El primer artículo -el 393- establece que "Efectos del acto frente a terceros. La eficacia o
ineficacia entre las partes no puede oponerse a terceros si la ley así lo establece".
El texto proyectado: a) incluye los dos aspectos de la inoponibilidad, en sus facetas positiva
y negativa; b) destaca el carácter de estricta creación legal de la figura, que se diferencia en
ese aspecto de la ineficacia simple, en donde el requisito extrínseco de eficacia puede
provenir de la ley o de la voluntad de las partes (condictio facti o requisitos voluntarios de
eficacia).
El restante artículo -el 394- dice: "Oportunidad para invocarla. La inoponibilidad puede
hacerse valer en cualquier momento. Pero la acción para obtener su declaración comienza a
prescribir a partir de la fecha en que el tercero conoció o pudo conocer la realización del
acto".
A los fines de la evaluación del texto propuesto, debe tenerse presente que las
inoponibilidades pueden ser formales (requisitos de publicidad, comunicaciones o
notificaciones) o sustanciales o de fondo (fraude) (337). Tratándose de las primeras, se ha
considerado que no hay posibilidad de que opere la prescripción extintiva. Si la ley, se
afirma, establece que para que el acto pueda ser opuesto a terceros se requiere el
cumplimiento de determinadas cargas, la inoponibilidad resultante del no acatamiento
subsistirá mientras el recaudo necesario no se produzca, sin perjuicio de que la situación
quede superada por la aplicación de otros institutos jurídicos (prescripción adquisitiva o
prescripción de la acción correspondiente al crédito o derecho del tercero que sustenta su
interés en invocar la inoponibilidad) (338).
Queda sin precisar si para obtener la declaración de inoponibilidad es necesaria una acción o
si basta oponerla como excepción o defensa. También en este tema se ha destacado la
relevancia de la distinción entre incompatibilidades formales y sustanciales, afirmándose que
en las primeras -a diferencia de las segundas que siempre requieren de la correspondiente
acción- basta la mera defensa u oposición del incumplimiento de las cargas legales
(publicidad, notificaciones) (339).
I. INTRODUCCIÓN
El Proyecto de Código Civil de 1998 (unificado con el Cód. de Com.) dedica el Título VII, del
Libro II (de la Parte General) a la "Representación en los actos jurídicos" (arts. 355 a 378),
en dos capítulos titulados: "Disposiciones generales", el primero, y "Representación
convencional", el segundo.
El Capítulo I (arts. 355 a 362) está dedicado a las disposiciones generales, donde el Proyecto
trata una especie de teoría general de la representación, ocupándose de los supuestos de
capacidad, extensión de la representación, ineficacia, el "autocontrato", el exceso, la
ratificación y sus efectos. El siguiente, Capítulo II (arts. 363 a 378), se concreta en la
"representación convencional", y en la figura del apoderamiento (341). También lo hace con
referencia a: sus límites, forma, extensión, especialidad, contenido de las facultades,
sustitución, sujetos plurales, revocación, renuncia, extinción, y efectos (342).
Como adelanto valorativo quiero expresar mi complacencia con el método que sigue el
Proyecto, ya que resulta coincidente con lo que la doctrina viene propiciando desde hace ya
larga data, es decir el tratamiento de la representación en la parte general del derecho civil y
dentro de la llamada teoría del negocio jurídico (343).
La representación es siempre actuación alieno nomine, es decir por cuenta ajena, ya que
como bien enseña Betti, generalmente los interesados suelen ser los sujetos de los negocios,
ya que es de ordinario observar que cada persona interviene por sí, siendo coincidentes el
sujeto de actuación con el del interés; pero si razones de utilidad social lo imponen, o
imposibilidades legales lo exigen, a veces se actúa por otro. Y en los supuestos en que
alguien puede hacerlo en interés ajeno, sustituyéndolo o haciendo sus veces, aparece el
fenómeno de la representación (344).
Hay diferentes clases de representación, como ser: legal y voluntaria, activa y pasiva, en
interés ajeno y propio, etcétera. El art. 355 del Proyecto se encarga de diferenciar la primera
de las clasificaciones, dice que en sus fuentes está el "acto de apoderamiento" (voluntaria), o
la ley (legal).
Por su parte, la representación legal es la que confiere la ley, en casos específicos para suplir
la voluntad y asistir a ciertos incapaces, verbigracia: la de los padres por sus hijos menores.
Supone siempre un sujeto que se encuentra imposibilitado de declarar su voluntad, aunque
de hecho pudiera hacerlo, y estipular por sí el negocio (347).
Por su parte, el art. 360 del Proyecto se refiere al llamado falsus procurator, o representante
sin poder, es decir aquella persona que lleva a cabo un "acto de injerencia en la esfera
jurídica ajena", como dice Díez-Picazo, sin causa que lo justifique y sin que medie ningún
tipo de autorización (349). La futura ley dispone que quien así actúa deberá afrontar los
daños que su accionar ocasione, salvo cuando el destinatario de los actos tenga conocimiento
y sepa de la ausente representación. Este último supuesto es lo que la doctrina llama
"actuación negotio susceptio", que se brinda cuando la actuación sin poder es notoria y el
mismo procurador manifiesta carecer de todo tipo de representación, facultades o poderes;
por el contrario, el falsus procurator lo hace tratando de engañar a los terceros y alegando
un apoderamiento que no tiene (350).
Esta situación irregular puede quedar purgada mediante la "ratificación" posterior que
transforma la actuación del gestor en función plenamente representativa (351). Por aquello
que los romanos hicieron notable con la expresión: ratihabitio mandato equiparatur, esta
manifestación importa un acto unilateral del representado realizado a posteriori y mediante
esa exteriorización volitiva (expresa o tácita) surge una causal de justificación de la falsa
procuración, o del exceso en la intervención (352).
El art. 361 del Proyecto en su primera parte consagra ese principio, que tal como subrayé
viene del Derecho Romano clásico y se muestra con todo vigor en nuestros días. El Código
Civil establece en el art. 1936 que la ratificación equivale al mandato, ordenando la
retroacción de efectos al día del acto, cuestión que reitera el art. 362 del Proyecto. Pero a mi
juicio, se integra con dos cuestiones que no aparecen como necesarias en la disposición de la
ley: que la ratificación no es oponible a terceros que hayan adquirido derechos, y que, antes
del acto convalidatorio, entre el tercero y el falso representante pueden acordar que el acto
no produzca efectos (353).
En cuanto a la dimensión del desarrollo de la representación, el art. 357 del Proyecto las da
con precisión diferenciando los supuestos de representación voluntaria de la legal. En cuanto
a la otorgada por la ley, si bien no lo aclara (no necesitaba hacerlo), están limitadas en la
misma órbita que la legislación singular indique, como asimismo exige el cumplimiento de
formas y requisitos.
Es evidente, como bien indica el art. 357, que el contenido está dado por las facultades a
que refiere el propio apoderamiento, y ello permite al representante realizar actividades
útiles que lo legitiman y consiguientemente se reflejan en la esfera jurídica del principal. Por
ello calificada doctrina indica que el contenido específico del poder representativo "es un
conjunto más o menos amplio de facultades que se atribuyen al apoderado" (355).
Y en los arts. 363, 365 y 366 se concentra la extensión con sus limitaciones y necesidad de
facultades expresas, lo que hoy es traducible como necesariedad de un "poder especial". El
art. 363 consagra una regla que es de buen tino, sólo quien puede actuar por sí puede dar
apoderamiento para dichos actos. Cuestión sobre la que ya me expedí, con el siguiente
razonar: "En principio el poderdante tiene capacidad para otorgar poder suficiente por todos
los actos que por sí puede realizar, tanto que si su capacidad es plena puede ordenar todo
tipo de actos: administración ordinaria, extraordinaria y disposición. En cambio, si su
capacidad se encuentra limitada, como el caso de los menores emancipados, facultará al
apoderado en la dimensión de sus facultades legales" (356).
Por su parte, los arts. 365 y 366 hacen referencia a los "poderes generales", y a los de
"facultades especiales". En cuanto a los primeros, se mencionan sólo los negocios de
"administración ordinaria", en un lenguaje encomiable por la suprema corrección y precisión.
En el siguiente, la ley hace una enumeración exhaustiva en quince incisos vinculados con los
actos extrapatrimoniales, verbigracia, el reconocimiento de un hijo o el de contraer
matrimonio, y los de administración extraordinaria, tales: constituir un derecho real sobre un
inmueble, o transar derechos u obligaciones (357).
V. AUTOCONTRATO
Un tema que desveló a la doctrina fue el del llamado "autocontrato", o "contrato consigo
mismo", o "acto jurídico consigo mismo", o, y ya en el ámbito mercantil, "autoentrada del
comisionista" (360). Consiste en que una sola persona celebra y concreta un contrato, ya sea
actuando en el interés de dos sujetos diferentes, o en nombre e interés propio con otro
ajeno.
La controversia queda centrada entre las teorías voluntarista y declaracionista; y para los
últimos poco importa que no haya dos voluntades, lo trascendente son las dos declaraciones:
una en nombre propio y la otra en el extraño representado (361). El art. 1918 del Código
Civil dispone la prohibición del mandatario de comprar las cosas que su mandante le ordenó
vender, ni vender lo propio al mandante, salvo que tuviere una "autorización expresa" para
ello (362).
El Proyecto en el art. 359 prohíbe la realización de actos consigo mismo, actos por cuenta
propia o de un tercero, salvo cuando hubiere autorización del representado. Pienso que esta
"autorización" puede ser dada en forma expresa o tácita, lo que llevará a un entendimiento e
interpretación de las conductas para establecer si se brinda o no dicha conformidad. Lo cierto
es que el Proyecto solamente permite el acto ante la conformidad del representado; creo que
hubiera sido más conveniente extender la posibilidad, también, al supuesto de tener que
cumplir una obligación subyacente o determinada por la contratación que excluya el conflicto
de intereses, tal como lo disponen los códigos civiles italiano y alemán (365).
El art. 355 (2ª parte) del Proyecto refiere al negocio de apoderamiento del representado o de
la ley. En el primero de los supuestos estamos en presencia del negocio voluntario de
apoderamiento que bien distingue el Proyecto, y a mi juicio se trata siempre de un acto de
los denominados "abstractos", o de desconexión del acuerdo causal antecedente (366).
En cuanto a la "forma", era opinión corriente que se trataba de un acto no formal y por lo
tanto bastaba con una manifestación de voluntad recepticia donde cabía también la
expresión tácita de la voluntad. El Código Civil exige en algunos casos la "escritura pública",
como en lo dispuesto en el art. 1184 , inc. 7º, o en los supuestos de los poderes judiciales en
los que los códigos de procedimientos civiles exigen similar formalidad (370). Hoy el
Proyecto en una síntesis precisa resuelve la cuestión en el art. 364 disponiendo que: "El
poder debe ser otorgado en la forma prescripta para el acto que el representante debe
realizar".
En la doctrina extranjera existen dos posiciones opuestas: una, que es la que sigue el
Proyecto, afirma que tanto en el negocio base como en el de apoderamiento deben cumplirse
iguales formalidades, y otra que indica la independencia absoluta. Como ejemplo
paradigmático de esta última el parágrafo 167 del BGB dispone: "La declaración de
apoderamiento no necesita de la forma establecida para el negocio a que el poder se
refiere". Lo contrario ocurre en el derecho italiano ya que la forma de la "procura" debe
coincidir con las exigidas en la relación sustantiva subyacente (371).
VII. SUSTITUCIÓN
En general se han distinguido dos maneras o formas de delegar las facultades del apoderado
hacia un tercero: la sustitución (total o parcial) y el subapoderamiento.
Al igual que lo hace el Código Civil al ocuparse del contrato de mandato, el Proyecto ingresa
las causales de extinción de la representación, dando las siguientes: a) renuncia del
representante; b) cumplimiento del negocio; y c) la revocación.
Queda sin normativa específica el supuesto de expiración del término final o resolutorio que
toda la doctrina ha considerado, tal como lo indica Vélez Sarsfield en la nota al art. 724 , una
forma genérica de extinción de las obligaciones perfectamente aplicable al supuesto sub
examen (379). Al tratarse de un término resolutorio de cumplimiento de los actos de
representación, cuando concluye dicho lapso se extinguen los derechos y obligaciones del
representante y del representado.
También el apoderado puede, ejerciendo un acto de libertad y como reflejo del derecho del
poderdante de revocar, resignar su carácter de representante y dejar su ejercicio. El Código
Civil (contrato de mandato) admite esta exteriorización de voluntad ad nutum, pero exige
que se haga saber al mandante (art. 1978 ), es decir que se concrete un acto unilateral
recepticio (381).
El Proyecto, con mejor técnica legislativa, da similar solución a la del Código Civil (art. 375).
Establece que cuando tiene causa o existe un grave impedimento para continuar ejerciendo
el poder, la renuncia no genera consecuencia, obligación, ni exige recaudo alguno, salvo el
anoticiamiento (382).
El Código Civil en el art. 1979 exige del mandatario la continuación en la gestión, aun
cuando la renuncia tuviera justa causa, hasta que el mandante pueda actuar por sí o por
otro. El Proyecto (art. 375) pareciera contradecir esta solución, ya que la obligación de
continuar en la representación puede cesar cuando hubiere "justa causa o impedimento
grave". Creo que el art. 375 del mentado Proyecto debe ser interpretado con alguna laxitud,
ya que resulta sensato pensar que aun mediando "justa causa", como puede ser la falta de
cumplimiento de alguna obligación del poderdante, el representante debe continuar un
tiempo razonable en ejercicio de su actividad, a fin de no dejar abandonados los intereses de
la otra parte y acarrearle graves perjuicios (383).
El mismo artículo citado regula en su parte final los efectos de las llamadas "cláusulas de
irrenunciabilidad", y dispone que su validez queda condicionada a establecerlas por un
tiempo "razonable" y "conforme a las circunstancias del caso". Este tipo de limitación a la
libertad del apoderado concluye ante la imposibilidad, o ante justas causas que impidan
continuar con la gestión (384).
2. Cumplimiento del negocio
Otras de las causales de extinción previstas en el art. 376 del Proyecto está dada por la
conclusión del negocio o actos para los cuales se otorgara la representación. A esta tipología
algunos autores la han señalado como supuesto genérico aplicable, pues corresponde a toda
relación jurídica obligacional. El transcurso del tiempo final, la imposibilidad de cumplimiento,
o la muerte, resultan ejemplos de conclusión de la vinculación jurídica extensibles a la
representación (385).
De todos modos, la ley resulta explícita en el tema, aunque juzgada con alguna rigidez
conceptual, se la puede calificar de sobreabundante.
3. Revocación
En cuanto al mandato, como está previsto en el Código Civil, es una forma de extinción
mediante la cual el mandante, en forma expresa o tácita, manifiesta su deseo de concluir con
la relación jurídica (387).
Esta potestad está ínsita tanto en el contrato de mandato, como en el poder, y son varias las
razones que lo justifican: el único interesado es el poderdante o mandante, se trata de una
relación basada en la confianza, y el cese de esa misma confianza abre la posibilidad de la
revocación (388).
El Proyecto en el art. 372 dispone la facultad ad nutum que tiene el representado de dejar
sin efecto el poder, al igual que lo hace el vigente Código Civil para el contrato de mandato
(art. 1970 , en concordancia con lo dispuesto en el art. 1963 , inc. 1º). Es que, como bien
explica el profesor Albaladejo, la revocabilidad es de la esencia de la representación ya que
se da en el solo interés del representado, puesto que éste confía al representante la facultad
de obrar por él, de allí que no tendría sentido que si estima poder revocar no pueda hacerlo
(389).
La revocación puede ser hecha en forma expresa o tácita. La primera -no prevista en el
Proyecto-, mediante un acto unilateral recepticio del representado, utilizando cualquier
medio sin que ello afecte a su eficacia. Es importante el cumplimiento de alguna forma en
función de su demostración posterior (390). La segunda (tácita) está prevista en el art. 373
del Proyecto y se brinda en iguales circunstancias a las que hoy rigen para el mandato, es
decir: intervención personal del poderdante en el mismo asunto, o la designación de otro
representante (391).
Si bien la solución ofrece dos posibilidades muy precisas: a) proteger al tercero en función de
su buena fe y dar por eficaz y exigible la relación concretada, o b) tener por no
perfeccionado el contrato haciendo cesar los efectos del poder extinguido, ello ha dado lugar
a variadas opiniones que en la doctrina se bifurcan en esos dos senderos. Es valiosa la
sentencia del Supremo Tribunal Español del 5 de diciembre de 1958, que juzgó: "Que el
mandante que crea en un tercero vendedor una situación de confianza a través del tiempo y
en el curso de repetidas operaciones realizadas por un empleado de aquél y aceptadas por el
principal, debe cortarla al cesar en su empleo el mandatario, dando conocimiento de este
hecho al tercero si quiere desligarse o evitar el seguir obligándose..." (393).
El Código Civil argentino se ocupa de ello en el contrato de mandato en los arts. 1967 y
1968 , y fundamentalmente en el primero de ellos la ley protege a los terceros de buena fe
que, sin culpa alguna, ignoran la cesación del mandato, dándoles derecho a exigir el
cumplimiento del contrato hacia el mandante, y reclamar daños contra el mandatario que
conocía la cesación del vínculo (394).
El Proyecto en el art. 377 sigue la buena doctrina que exige la necesidad de hacer conocer al
tercero las modificaciones, renuncia o revocación que se haya hecho del poder, para
podérselos oponer. En caso contrario no les es arg•ible, salvo la mala fe de los terceros, es
decir cuando éstos conocían o debían conocer la real situación. Lo mismo es aplicable a los
demás casos de extinción del poder.
Y como conclusión de los efectos de la extinción del poder, el art. 378 del Proyecto permite al
representado exigir la restitución de la documentación donde conste la relación jurídica.
Estas líneas constituyen un breve comentario a la reforma que el Proyecto de nuevo Código
Civil unificado con el Código de Comercio introduce en la legislación argentina, en particular,
en las innovaciones que se propugnan en materia de reconocimiento y validez de los
instrumentos digitales.
Dicho Proyecto ha sido elaborado por una Comisión Honoraria designada a tal efecto
mediante decreto 685/95 del Poder Ejecutivo nacional, y elevado a fines del año 1998 al
ministro de Justicia (396).
Las principales disposiciones que el Proyecto de reformas introduce con relación al llamado
instrumento digital o documento electrónico (397) se han de analizar sin apetencia alguna de
exhaustividad, porque si bien la cuestión a tratar lo merece, por importante y atrayente,
también está muy compleja, y no se desea exceder los límites que las circunstancias aquí
permiten.
Empero, desde otro ángulo, el análisis de marras no resulta muy difícil de realizar, desde
que, afortunadamente, ya puede considerarse concluido y, por ende fuera de toda discusión
razonable, el hecho de que la legislación actual debe receptar, lo más rápido posible, las
nuevas formas de registración digital existentes (398), tal como incluso ya se lo ha hecho
profusamente en el derecho comparado y en algunas áreas vernáculas (399). No cabe duda
de que en caso de no legislarse favorablemente sobre los documentos electrónicos se
ahondará la disociación entre la sociedad y el Derecho, pues haya o no legislación al
respecto, éstos existirán y ampliarán sus dominios con independencia -absoluta- de su
recepción legislativa (400).
En definitiva, mediante este escrito solamente se pretende aportar algunos datos sobre el
tema, en el sentido expuesto, persiguiéndose exclusivamente fines científicos, como deben
ser la búsqueda de la verdad y el bienestar general de la población.
Las novedades en orden a los instrumentos, y la mención expresa de las nuevas tecnologías,
recién aparecen, como era de esperar y resultan de correcta ubicación, al tratarse la forma y
prueba de los actos jurídicos, esto es, a partir del art. 260 del Proyecto de reformas.
La voluntad expresa del legislador, es decir, el espíritu que anima a la reforma, se encuentra
debidamente explicitada en los fundamentos del Proyecto; fundamentos éstos que si bien no
constituyen de suyo la exposición de motivos que deben llevar obligatoriamente todos los
proyectos de ley iniciados en el Poder Ejecutivo (401), a esta altura del trámite podrían
tenerse por tal en lo principal.
Allí se dice en general que se mantiene la regla de libertad de formas y se prevé la forma
convenida obligatoria para las partes bajo pena de invalidez del negocio jurídico,
agregándose que en donde se prevén importantes modificaciones es en el tratamiento de los
instrumentos, en donde a más de las dos categorías existentes, públicos y privados, se crea
una nueva, los instrumentos particulares que son los no firmados (402).
En lo medular, esto es, en cuanto a la noción de firma y de valor probatorio, se dice que se
ha tenido en cuenta la ley modelo de comercio electrónico elaborada por UNCITRAL, el
Código de Quebec, y las tentativas de reforma del Código Civil francés en materia de prueba.
Queda en claro entonces que se quiere validar sin límite aparente alguno el reconocimiento
del instrumento digital, esto es, legitimarlo sustancial y adjetivamente, conforme las
características que presentan las disposiciones que se comentan a renglón seguido.
El primer gran cambio proyectado aparece en el art. 263, donde se produce la ruptura de la
clásica trilogía "papel-escrito-firma", que ha sido cimiento de la cultura jurídica desde la más
remota antig•edad, y dentro de la cual se han formalizado prácticamente todos los negocios
jurídicos (403).
Con el título de "Expresión escrita", el art. 263, del Proyecto de reformas, dice textualmente:
"La expresión escrita puede tener lugar por instrumentos públicos o por instrumentos
particulares firmados o no firmados, salvo los casos en que determinada forma de
instrumento sea exclusivamente impuesta. Puede hacerse constar en cualquier soporte
siempre que su contenido pueda ser representado como texto inteligible aunque para su
lectura se requiera la intervención de medios técnicos".
Son las nuevas tecnologías informáticas las que posibilitan la sustitución de la mencionada
trilogía, en particular de la firma, mediante soportes de lectura magnética u óptica que no
ofrecen las características y por ende las garantías a las cuales estamos acostumbrados
(404).
Ello, porque el instrumento digital en sí, y de lo cual precisamente se trata, requiere para su
confección de la utilización de un ingenio electrónico como lo es el ordenador, o sistema
informático, y se encuentra registrado (archivado) en una cinta o disco distinto al papel que
es fácilmente modificable la mayoría de las veces.
Resulta ocioso recalcar una vez más que por su innegable practicidad, dichos instrumentos
resultan imprescindibles en el uso diario y de hecho han sido adoptados por todos, aun
cuando todavía la ley no los haya contemplado, e incluso algunos autores sostengan que
para esto último no es necesario modificar la legislación (405).
Por último, cabe agregar en puridad de verdad, que el primer sustituto del soporte
directamente inteligible, lo constituyó la técnica del microfilm, que obviamente requiere de
aparatos ópticos lumínicos de potente aumento para poder tornar legible el documento al ojo
humano (406).
Hasta el presente, el Código Civil reconocía dos clases de instrumentos, los públicos y los
privados, y de ahora en adelante existiría una nueva categoría, los llamados instrumentos
particulares (407).
El primer documento electrónico de significación que se conoció y popularizó fue la tarjeta
plástica provista de una banda magnética, necesaria para realizar numerosas operaciones,
tal por caso, las bancarias, llamadas telefónicas, etcétera y que permite, técnicamente
hablando, concluir el algoritmo al que se accede cuando con ella se activa un ordenador o
sistema informático (408). No cabe duda de que la tarjeta es un instrumento electrónico
digital.
Pero, en esta parte medular de la reforma, quizá la más lata, en donde los siempre inquietos
estudiantes de abogacía sin duda alguna habrán de pedir que se les indiquen otros ejemplos,
cabe preguntarse si además de lo ya dicho con respecto a la tarjeta plástica se recepta el
EDI (Intercambio Electrónico de Datos), o si la aceptación del mismo surge del contexto
general de la reforma; y ello, porque el EDI ha sido receptado por el organismo internacional
citado como fuente en los fundamentos del Proyecto (ver UNCITRAL, acápite nro. 44 de
aquéllos, nota 7).
En ese orden de cosas, vale recordar también que el comercio de las PyMEs, actualmente
registra su facturación por medio del "controlador fiscal", que debe encontrarse homologado
por la Dirección General Impositiva, cuyos agentes pueden, en cualquier momento, realizar
una auditoría mediante la lectura directa de los datos correspondientes y todos los
comprobantes emitidos por estos aparatos (sean tickets o facturas), o por PC con impresora
fiscal, conexión externa de lector de tarjetas de crédito y módem, o lector de código de
barras para el caso de quienes manejan numerosos PLUs (artículos diferentes), se
encuentran catalogados por la norma analizada.
El art. 266, del Proyecto de reformas, titulado "Firma", dice: "La firma prueba la declaración
de voluntad expresada en el texto al cual corresponde. Debe ser manuscrita y consistir en el
nombre del firmante, o en un signo, escritos del modo en que habitualmente lo hace a tal
efecto. En los instrumentos generados por medios electrónicos, el requisito de la firma de
una persona queda satisfecho si se utiliza un método para identificarla; y ese método
asegura razonablemente la autoría e inalterabilidad del instrumento".
Los orígenes de la criptografía como método para cifrar u ocultar mensajes a fin de dotarlos
de la mayor seguridad posible es de muy antigua data, habiendo sido utilizada en diversas
áreas (militar, diplomática, financiera, etc.), y cuando a la misma se le aúna el criptoanálisis,
surge la criptología que es de orden superior.
Sin perjuicio de lo dicho, puede agregarse que también existen en experimentación medios
biométricos que permiten asegurar la autenticidad del mensaje recibido y que se basan en
una forma análoga al ADN o a las huellas digitales en características humanas personales (el
iris del ojo, las huellas térmicas, el aura, etc.), lo cual permite asegurar la inalterabilidad del
acto o del documento, y por caso, suplir los requisitos que hasta ahora habitualmente se
reducían a la firma.
Las ventajas de los sistemas biométricos electrónicos no radica exclusivamente en que
permiten la identificación de una persona de manera indudable, sino que no pueden ser
copiados ni tampoco ser revelados accidentalmente (como las palabras claves, o códigos de
acceso); tampoco pueden ser perdidos o duplicados (como las claves o los carnets).
Algunas cuestiones técnicas del instrumento digital referidas al registro del dato jurídico, es
decir, al soporte en el cual aquél ha de yacer, han sido diferidas al dictado de
reglamentaciones, siendo de esperar que las mismas se encuentren con eficacia a la altura
de la ley sustancial.
En tal sentido, el art. 277 del Proyecto de reformas, titulado "Requisitos" (de las escrituras
públicas y actas), dice: "El escribano debe recibir por sí mismo las declaraciones de los
comparecientes. Las escrituras públicas, que deben extenderse en un único acto, pueden ser
manuscritas o mecanografiadas, pudiendo utilizarse mecanismos electrónicos de
procesamientos de textos, siempre que en definitiva el texto resulte estampado en el soporte
exigido por las reglamentaciones, con caracteres fácilmente legibles. En los casos...".
El texto transcripto resulta sumamente acertado porque condice en un todo con la corriente
mayoritaria que delega en reglamentaciones los aspectos puramente prácticos o
estrechamente vinculados a la implementación tecnológica, a fin de que la norma sustancial
no quede obsoleta con el lanzamiento de un nuevo producto o desarrollo, situación ésta por
demás común en la actualidad.
Así también el art. 285, del Proyecto de reformas, titulado "Testimonios", dice:
"El escribano debe dar testimonio de la escritura a las partes. El testimonio puede ser
obtenido por cualquier medio de reproducción que asegure su permanencia indeleble,
conforme a las reglamentaciones locales. Si alguna....".
Mientras no se llegue a confundir registro digital original con documento expedido por el
sistema informático, equivalente al primer testimonio, o copia, la norma ha de cumplir la
función para la cual fue prevista por la voluntad del legislador.
Quizá la reglamentación que se dicte deba prever quién será el órgano certificante de la
correspondencia total existente entre el registro original y la copia expedida por el sistema,
cuestión ésta relativamente compleja y que en algún aspecto puede exceder las facultades
propias que le fueran indirectamente delegadas por la ley sustancial, pero eso sería hilar
demasiado fino y, quizá, otra historia.
El art. 300 del Proyecto de reformas, titulado "Matriculación en folios móviles" (del registro
público de actividades especiales), dice: "La incorporación al Registro de los instrumentos se
cumplimenta mediante la matriculación en un soporte especial que puede ser informático con
ordenamiento numérico o alfanumérico. El registro..."; y el art. 303, del mismo, titulado
"Sistema de registración", dice: "La contabilidad es un sistema de registros contables y
puede llevarse mediante métodos mecánicos o soportes electrónicos o libros".
El art. 311, del Proyecto de reformas, titulado "Actos sujetos a autorización", dice:
El avance tecnológico en las comunicaciones es tan grande que se han trastrocado por
completo los sistemas de envío y recepción del tradicional correo, tanto nacional como
internacional. Si bien el servicio postal aún perdura, en manos públicas o privadas, en forma
paralela coexiste una poderosa red de formas para enviar datos gracias a la fibra óptica y al
sistema satelital. Las computadoras unidas a la televisión y a la red telefónica (domiciliaria o
celular) han transformado la multimedia en interactiva y numerosos actos jurídicos pueden y
podrán celebrarse y convenirse por intermedio del envío de formularios... es decir, utilizando
la correspondencia electrónica o digital.
En este sentido, el art. 295, del Proyecto de reformas, titulado "Correspondencia", dice: "La
correspondencia, cualquiera sea el medio empleado para crearla o transmitirla, puede
presentarse como prueba por el destinatario, pero la que es confidencial no puede ser
utilizada sin consentimiento del remitente. Los terceros...
No cabe duda alguna de que la novedosa disposición comprende los conocidos télex, fax, o
facsímiles, cuyo soporte es la red telefónica, y los e-mails, o sea, el correo electrónico cuyo
soporte es la red Internet. La normativa debería adecuarse a la regulación de la telemática,
materia ésta que en Estados Unidos se considera que hace a la seguridad nacional, y aquí, al
parecer se remite exclusivamente a su eficacia procesal.
Por último, el art. 296, del Proyecto de reformas, titulado "Instrumentos particulares", dice:
"El valor probatorio de los instrumentos particulares debe ser apreciado por el tribunal
ponderando, entre otras pautas, los usos del tráfico, las relaciones precedentes de las partes
si las hubiere habido, y la razonable convicción que pueda alcanzarse sobre su autoría,
legibilidad e inalterabilidad de acuerdo a los métodos utilizados para su creación y
transmisión a terceros".
De lo dicho se sigue que el valor del documento electrónico ofrecido como prueba, en su
caso, la impugnación del mismo, la contraprueba, o el contralor de la producida, debe por
ende estar enderezado al análisis de los métodos utilizados para conformarlo y/o
transmitirlo. La disposición ratifica clarificando un poco más lo ya sabido, pero no puede
obviamente ir más allá si quiere ser congruente con el ordenamiento restante que se
encuentra vigente.
Por el contrario, parecería surgir bien claro del texto legal que, en la mayoría de los
supuestos que contempla la norma, se trata de prueba indiciaria, de presunciones, porque la
adveración del documento en sí ha de estar basada en otros y diferentes elementos que no
constituyen prueba directa del hecho impugnado, controvertido (412).
XI. CONCLUSIÓN
2. El Proyecto de ley de sanción del Código Civil que se acompaña con la nota antes citada, y
la legislación complementaria, dicen en quince lapidarias sentencias, la primera, y en
veintitrés disposiciones, la segunda, de la infrecuente capacidad de elaborar normas con
absoluta precisión terminológica de que hacen gala los autores del mismo.
3. Los fundamentos del Proyecto de Código Civil, que no se apartan de las formas clásicas
establecidas por una inveterada costumbre en esta materia, y que resultan indispensables
para conocer el espíritu que conduce la reforma y en consecuencia posibilitar su correcta
aplicación, permiten por la metodología utilizada y su adecuada extensión tomar rápido
conocimiento de las reformas que se introducen, y en el caso, con acierto, tal como se lo ha
comentado precedentemente.
4. El Proyecto de reforma en sí, constituye un alarde de síntesis y un total acierto jurídico en
materia de legislación digital, con algunas muy pequeñas observaciones, tal como se lo
acaba de analizar en los párrafos precedentes.
En general, las innovaciones propuestas, ampliamente receptoras de los nuevos soportes que
la tecnología informática ha puesto a disposición del registro de los datos jurídicos, no hacen
más que consagrar lo que toda la buena doctrina jurídica nacional reclama desde hace
muchos años atrás.
Siempre podrá sostenerse que se pudo haber legislado distinto, y que por razones
exclusivamente pragmáticas muchos doctrinarios quedaron excluidos, mas, frente a la ley
actual que nos rige, la lectura del Proyecto de reforma civil es el reconstituyente espiritual
que el país requiere con urgencia. Sepa por ende el pueblo apreciar esta inmensa obra
intelectual, quiera Dios iluminar a los legisladores y serenar a los detractores si los hubiere,
para que este Proyecto sea ley, porque además de todo lo dicho, basta su lectura para
comenzar a sentir un gran placer y el orgullo de volver con sus preceptos a ser norte y guía
en las leyes fundamentales de Occidente.
(395) Juez Nacional en lo Civil. Profesor adjunto ordinario de Derecho Procesal de la UBA.
Profesor titular de Informática Jurídica en la Facultad de Derecho de la UB.
(396) Vid. Proyecto de Código Civil de la República Argentina Unificado con el Código de
Comercio, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1999. Mediante resolución aprobada por la Cámara de
Diputados de la Nación, en la Sesión del 4 /8/1999, se autorizó a la Comisión de Legislación General a
gestionar ante el Ministerio de Justicia de la Nación, la remisión del Proyecto de reforma para su
respectivo tratamiento, invitándose al Senado a participar del mismo.
(397) La nomenclatura utilizada para mencionar el instrumento digital o al documento
electrónico, al igual que la referida a los vocablos instrumento o documento, puede considerarse
sinónima, aun cuando a su respecto existe un cúmulo de cuestiones sustanciales y formales. Alsina, que
en esto seguía a Guasp, difiere de la noción de documento que proporciona Carnelutti (también Gentile,
Liebman, Carro, Chiovenda, Clariá Olmedo, Palacio y Couture), para quien documento es todo aquello
que representa una idea, cosa que representa un hecho.
(398) El tema del documento electrónico (o instrumento digital) ha sido tratado como una
constante desde los mismos albores de la informática jurídica, tanto en el país como en el extranjero, y
desde entonces se han publicado importantes trabajos en tal sentido, razones todas por la cuales resulta
muy trillada su problemática y las soluciones que se han propugnado a su respecto.
Sin perjuicio de lo dicho, resulta oportuno citar aquí por la repetición del sino histórico, el gran
movimiento doctrinario que se produjo en forma puntual, hace más de diez años atrás, cuando tomó
estado público el tratamiento de un anterior Proyecto de unificación de los mismos Códigos (Civil y
Comercial de la Nación), integrando en ese entonces la Comisión Asesora de la Comisión Especial de
Unificación Legislativa que designara la Cámara de Diputados de la Nación, los juristas Horacio Fargosi,
Sergio Le Pera, Ana Isabel Piaggi, Héctor Alegria, Jorge H. Alterini, Francisco A. de la Vega, Miguel
Carlos Araya y Atilio A. Alterini (ver un comentario a su respecto, en LL, sección Actualidad, 18/6/1987,
Buenos Aires).
En tal ocasión, y alrededor de los años 1987-1989, recrudeció la fiebre publicística sobre el tema, que
quizá resumió y agotó prácticamente toda la problemática jurídica fundamental del documento
electrónico, ya se establecía en lo relativo a los instrumentos particulares y privados que los mismos
comprendían los escritos y los no firmados (por ejemplo, télex, telecopia, correo electrónico, libros de
contabilidad), los registros visuales o auditivos de cosas o hechos, y los registros de pensamientos o
información cualquiera sea el medio empleado.
En cuanto a los instrumentos privados, se establecía que la fecha cierta puede ser probada por cualquier
medio, y se suprimía la exigencia del doble ejemplar.
El frustrado Proyecto con el cual culminaron años de estudio, trabajo y necesidades reclamadas, no
resultó aprobado, e indudablemente representó un gran esfuerzo perdido. Han pasado más de diez años
desde entonces, y se sigue careciendo del progreso jurídico digital, sin que existan -al parecer, porque
no se dan a conocer-, suficientes razones de peso, ni tampoco sólidos fundamentos. La mentada
bibliografía que elaboraran muy importantes juristas sobre el documento electrónico y que generó el
movimiento doctrinario de 1987, comprende entre otros a los autores que en apretada mención se
transcribe a continuación: Alegria, H.; Aguinis, Ana M. de; y Kleidermacher, A.; Bekerman, J. M.;
Colerio, J. P.; Crovi, L.; Dall´Aglio, E. J.; Fissore, G. H.; Giannantonio, E.; Katz, F. M. de; Malicki, A. S.
M.; Messina de Estrella Gutiérrez, G. N.; Muñoz, M. T.; Nechevenco de S., A.M.; Piero de L., A. N.;
Rivera, J. C.; Schiffer, M.; Brok, S. y Doyharzabal, A. E.; Siri, G. de A. J. y Vaz, F. H.
(399) En legislación comparada se observa que se han elaborado distintas soluciones,
algunas de las cuales resultaron sancionadas años atrás. En esta última línea se inscribe la ley sueca del
19/12/1975, que modifica el Código de las Obligaciones y admite bajo ciertas condiciones todos los
soportes informáticos, incluido el óptico; el Proyecto de reforma del Cód. Civ. de Brasil del año 1975; el
art. 1348, Cód. Civ. de Francia modificado por ley de julio de 1980, que equipara el valor jurídico del
documento electrónico al emitido sobre soporte tradicional, definiendo sus características, en especial la
de sus copias, a fin de que puedan ser admitidas como pruebas en lugar del original, haciendo para ello
hincapié en la característica de inalterabilidad; el Proyecto de reformas del Código de Comercio de
Japón; el art. 69 de la Criminal Evidence Act, dictada en el año 1984 en Gran Bretaña.
Se puede agregar que tanto Suiza como Alemania desde 1985 admiten el soporte informático por
considerarlo confiable; y en el mismo sentido lo hace el nuevo Código General del Proceso, que fuera
sancionado por ley 16002 en la República Oriental del Uruguay (vid. sobre algunos de estos datos,
ALTMARK, D. R., "Documento electrónico, La necesaria respuesta normativa", JA, nro. 6142,
19/5/1999).
En cuanto a la normativa nacional, diversas disposiciones han ido regulando inarmónicamente desde
tiempo atrás el documento electrónico, pudiéndose citar entre ellas, la ley 22903 , modificatoria de la ley
19550 de Sociedades Comerciales, que admitió que la contabilidad puede llevarse por computadoras
con ciertos permisos y excepciones (ya en materia de acciones societarias, el art. 212, ley 19550 había
superado el instrumento tradicional firmado, admitiendo que aquéllas podían ser emitidas en títulos
impresos).
En lo que hace a la nominatividad de las acciones fue dictado el decreto 83/1986 del PEN; y en materia
tributaria se puede citar la ley 23314.
Las remuneraciones que las empresas de más de cien trabajadores deben abonar en dinero, lo será
conforme lo previsto por la res. 644 del MTySS de la Nación (30/9/1997, publ. B.O., 8/10/1997), en
cuentas abiertas en entidades bancarias que posean "cajeros automáticos" en un radio de influencia no
superior a los dos kilómetros del lugar de trabajo. Se trata de un claro caso de transferencia electrónica
de fondos y de uso de tarjeta plástico magnética, que tiene y debe tener pleno respaldo de la tecnología
y de la ley (vid. DEVOTO, M. - LYNCH, H., "Banca, comercio, moneda electrónica y la firma digital",
Primer Premio en la XXIV Jornada Notarial Argentina, noviembre de 1996, Buenos Aires).
Un antecedente inmediato lo constituye la res. 517, de fecha 2 de diciembre de 1986, mediante la cual
la entonces Secretaría de Justicia de la Nación constituyó la "Comisión de Expertos sobre el Documento
Electrónico, su Naturaleza Jurídica y Valor Probatorio", la cual concluyó que debían modificarse los arts.
973 , 979 , 1012 , 1026 , 1190 del Código Civil, y derogarse los arts. 1021 y 1193 del mismo. El
Proyecto fue aprobado por la Cámara de Diputados en el año 1987, y tras larga demora fue convertido
en ley en 1991 (nro. 24032 ), pero el PEN la vetó por dec. 2719/91.
(400) ARANOVICH, Fernando C., "Las registraciones documentales y la informática", LL,
23/6/1999.
(401) Vid. dec. 333/95, citado en el medular trabajo de LEIVA FERNÁNDEZ, Luis F. P. "La
técnica legislativa del Proyecto del Código Civil de 1998", LL, 11/8/1999. Este artículo resulta de lectura
obligatoria para todos los que deseen profundizar esta temática, no sólo por la erudición que allí se pone
de manifiesto, sino porque en el mismo se aclaran diversos aspectos concomitantes, tal por caso la
razón de ser de la ausencia de citas en el Proyecto de Reformas, la inclusión de definiciones entre otros
opinables conceptos, y fundamentalmente, porque se explicita brillantemente en qué consiste la técnica
legislativa.
(402) Los Fundamentos del Proyecto de reforma, que como novedad tratan cada tema
enumerado en forma independiente, dicen textualmente, referidos al título cuarto, "De los hechos y
actos jurídicos", en lo que hace al instrumento digital en sí, que:
"...Se amplía la noción de escrito, de modo que puede considerarse expresión escrita la que produce,
consta o lee a través de medios electrónicos".
(403) Esta concepción dio en llamarse la "prueba material", técnica ésta mediante la cual
se ha podido registrar y conservar información en lenguaje directamente comprensible para la mayoría
de las personas, y si bien comúnmente se acepta la firma o signatura, porque es grande el grado de
fiabilidad que posee, lo es a sabiendas de que excepcionalmente podría dar lugar, como las ha dado, a
grandes dificultades.
Por ello, el Derecho ha otorgado desde antiguo una triple funcionalidad a la firma, a la suscripción de un
escrito, a saber: a) una función indicativa en tanto sirve para indicar el autor del documento, b) una
función declarativa de asunción de la paternidad del documento, y c) una función probatoria que permite
verificar si el autor de la suscripción es efectivamente aquel que ha sido indicado en la suscripción
misma.
Se supone que cada persona tiene una grafía absolutamente propia y distinta a las demás, nunca
perfectamente reproducible, y que una ciencia específica, la grafológica, puede poner en evidencia
(descubrir) las diferencias entre una firma auténtica y una falsificada.
(404) Se denomina documento informático propiamente dicho, o en sentido estricto, a
toda expresión humana, alfanumérica o pictográfica y/o sonora, que ha quedado registrada mediante la
intervención de un ordenador que lo memoriza digitalmente, almacenado en soportes de lecto-escritura
electrónica u óptica.
El mismo no podrá ser reproducido sino como consecuencia de un proceso de traducción inversa del que
se hiciera para registrarlo, de modo tal que se haga perceptible y comprensible el código empleado para
almacenarlo.
Documento informático en sentido amplio es aquel que produce el ordenador a través de sus periféricos
de salida, y el perceptible por el hombre, sin intervención de otras máquinas traductoras. En una
palabra, es una copia del original y producto del proceso de traducción inversa referido
precedentemente.
(405) Quizá ésa fuera la intención que se tenía en mente al escribir años atrás,
desilusionado por la falta de respuesta legislativa, GAIBROIS, Luis M., "Un aporte al valor probatorio del
documento electrónico", JA, 1993-II-956.
(406) El proceso de digitalización de documentos escritos en papel mediante sistemas
informáticos, a fin de facilitar su archivo y posterior destrucción de los originales, vendría a suplantar la
técnica del conocido "microfilm", que si bien es oneroso, cuenta con muchos años de antig•edad.
Ya en 1987, en EE.UU., el organismo federal encargado de controlar los archivos de información autorizó
a destruir certificados originales de pago de impuestos volcados a discos ópticos, situación ésta que se
afirmara se encontraba protegida por una vieja ley dictada en el año 1949 que regulaba las copias
fotográficas (fotocopias) de registros públicos y comerciales como prueba (Uniform Paperwork Act -
conocida como "UPA"-), (vid. GRANERO, Horacio R., "Validez legal de los archivos en base óptica",
seminario, octubre de 1997, en la UB).
En materia de microfilmación de archivos pertenecientes a organismos oficiales, atribuyéndoles a tales
copias el mismo valor probatorio que los originales, se sancionó la ley 18327 (Registro de Estado Civil y
Capacidad de las Personas); la ley 18923 (Comando en Jefe de la Fuerza Aérea); la ley 19931 (Banco
de la Nación Argentina); la ley 20114 (Comando en Jefe de la Armada); la ley 20167 (Registro Nacional
de la Propiedad Automotor); y la ley 20212 (Entidades Financieras).
(407) Vid. lo ya dicho en la nota 3 con respecto a la terminología instrumento y
documento.
(408) La tarjeta plástico magnética si bien responde a la tecnología digital, en realidad
funciona como electrónica porque en esta característica se basa concretamente su funcionamiento.
Cuando por caso falla su banda magnética (allí se aloja el PIN, Personal Identification Number, o
Password, o clave de identificación), o el pequeño chip de memoria que puede llevar, en realidad no falla
la digitalización en sí del proceso informático, sino que falla un dispositivo electromagnético que permite
llevarla a cabo.
En puridad de verdad, tanto para el lenguaje técnico como para el jurídico y el natural, la tarjeta plástica
es un documento electrónico; porque si bien en último término es la resultante de la aplicación de la
técnica digital, mencionarla de esa manera significaría tanto como reducirse a la mención exclusiva de
su esencia abstracta, la cual la ciencia del Derecho poco o nada tiene que vincularse, e implica por el
contrario, prescindir de los elementos materiales que posee y la caracterizan, y que son los que
precisamente el jurista debe regular para otorgarle seguridad al acto que se realiza por su intermedio en
el lugar de aplicación (cajero automático, etc.), acto éste que debe estar libre de toda posible falsedad o
adulteraciones.
(409) El EDI consiste en la transferencia de documentos estructurados, mediante
mensajes standard convenidos previamente desde una aplicación de computador a otra aplicación de
otro computador, por medios electrónicos y con un mínimo de intervención humana.
La objeción más seria que se le formula al EDI está referida a la forma de establecer los estándares que
pueden haber sido impuestos unilateralmente por el Estado o la corporación económicamente más
fuerte, con abuso de posición dominante en el mercado internacional, en donde prácticamente nadie
puede dejar de participar en mérito a la globalización que se ha operado en las puertas del tercer
milenio.
Como experiencia válida en campos de conocimiento isomorfo, esto es, que nos permiten elaborar
predicciones, haciendo algunas analogías, puede advertirse que frente a las aplicaciones específicas de
algunas nuevas tecnologías, nos encontramos como frente a soluciones de problemas que aún no
tenemos, pero que se nos trata de crear a fin de favorecer estructuras que lucran con el beneficio que
obtienen; y concretamente, símbolos de esta posición lo son también, entre otros, el llamado Código de
Barras e Internet.
(410) Vid. GAIBROIS, Luis M., "Criptografía, informática y Derecho", JA, nro. 6143,
26/5/1999, ps. 1 y ss.
(411) En efecto, el art. 30, ley 24624, complementaria permanente del Presupuesto
Nacional (t.o. en 1995), y su posterior reglamentación aprobada por decisión administrativa nro. 43/96
del jefe de Gabinete de Ministros (vid. B.O., 29/12/1995), y que sustituyera el art. 49, ley 11672 ,
otorga pleno valor al documento digital archivado y, transformándolo en original desde el punto de vista
jurídico, autoriza la destrucción, del original escrito en papel, mediante un procedimiento determinado,
siempre que el soporte asegure fidelidad, uniformidad e integridad de la información allí registrada.
(412) Examinar detenidamente el valor probatorio del instrumento digital escapa por
completo a la índole de este comentario, y también a la legislación sustancial; es una empresa que
requiere incluso del concurso de diversos elementos aún no vislumbrados por completo por la ley en
general -civil, comercial o penal- tal, por caso, el análisis del efecto de los virus informáticos, de la
actividad de los hackers, de la forma de obtener modelos de máquinas en funcionamiento y repuestos
para las mismas que han sido discontinuadas por los fabricantes pero necesarias para reproducir ciertos
documentos generados con las mismas, la posibilidad de leer registros grabados en soportes o formatos
antiguos (la que muy pronto ha de llamarse probablemente paleontología informática), etc.
LA UNIFICACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL CONTRACTUAL Y
EXTRACONTRACTUAL Y SU CONCRECIÓN EN EL PROYECTO DE CÓDIGO
CIVIL ARGENTINO - ROBERTO M. LÓPEZ CABANA
I. ESQUEMA DE SITUACIÓN
Resulta muy grato que sea precisamente Juan Martín Alterini, cuya inquietud jurídica está
patentizada en la coordinación del presente libro, el destinatario de estas inquietudes que se
generaron en comunión de ideas con su padre.
Subsiste en cada uno de los países del Mercosur un distinto régimen legal vigente, que
genera la necesidad de su reforma y adecuación, ya que el art. 1º del Tratado de Asunción,
fundacional del Mercosur, asigna a los Estados miembros el deber de armonizar sus
legislaciones nacionales.
Sin embargo, a partir del ordenamiento positivo que rige en la República Argentina, se puede
formular una relectura, que pone de relieve que muchas supuestas diferencias no lo son, o
que lo son sólo relativamente o están en camino a dejar de serlo, y que otras no son
verdaderamente importantes.
El propio Dalmacio Vélez Sarsfield concedió, al redactar el Código Civil argentino, la primera
posibilidad unificatoria de los regímenes de responsabilidad civil, al conceder el pasaporte
entre uno y otro, en la parte final del art. 1107 , toda vez que permite que los
incumplimientos contractuales puedan ser gobernados por el régimen "de las obligaciones
que nacen de los hechos ilícitos que no son delitos" (Libro II, Sec. II, Tít. IX) cuando
"degeneran en delitos del derecho criminal".
En materia contractual, el art. 520 del Código Civil -que asigna responsabilidad por los
daños que son "consecuencia inmediata y necesaria" del incumplimiento- abarca la totalidad
de los conocidos o cognoscibles, por integrar la trama contractual, sea por inclusión expresa,
o como derivación del imperativo de buena fe-probidad del art. 1198 .
Con esa comprensión, las consecuencias inmediatas, en los hechos, se aproximan a las
mediatas, que son asignadas a la responsabilidad extracontractual por el art. 904 del Código
Civil.
En semejante orden de ideas corresponde extender ese criterio del art. 1113 a los daños
causados por cosas riesgosas empleadas en el curso de un contrato.
V. DAÑO MORAL
En la versión original del Código Civil la reparación del daño moral contractual era
problemática. Antes de que la modificación introducida al artículo 522 por la ley 17711
aventara cualquier duda acerca de su reparabilidad, se procuraron interpretaciones
correctoras que posibilitaron su indemnización en el contrato de transporte terrestre,
aprovechando el texto del art. 184 del Código de Comercio, que dispone el "pleno
resarcimiento de los daños y perjuicios" sufridos por el pasajero:
Luego de la ley 17711 , el matiz literal subsistente entre los arts. 1078 y 522 del Código
Civil, según el cual en caso de daño moral contractual la condena a su resarcimiento podría
ser potestativa del juez, ha sido superado por la interpretación dominante.
La mora automática prevista por la primera parte del art. 509 del Código Civil (texto según
ley 17711 ), que ha llegado a ser entendida como regla del sistema, tiene paralelo con el
tratamiento del daño moratorio en la responsabilidad extracontractual, ámbito en el cual no
es necesario formular requerimiento al deudor.
La facultad que concede a los jueces el art. 1069 del Código Civil (texto según ley 17711 )
para atenuar equitativamente la indemnización, no obstante estar emplazado en el título
correspondiente a los actos ilícitos, es también aplicada a la responsabilidad contractual,
considerándose que sólo hay impedimento legal para el ejercicio de esa potestad judicial
cuando el daño es "imputable a dolo del responsable" (art. cit.). Se ha señalado que un
distinto criterio interpretativo haría escapar "este tipo de antijuridicidad" de la influencia de
la intención morigeradora de la justicia, sin razón valedera.
El art. 921 del Código Civil formula distingos en cuanto a la edad en que se adquiere el
discernimiento: para los actos ilícitos, a los diez años, y para los lícitos, a los catorce (cfr.
art. 127 ). Sin embargo, ellos resultan diluidos no bien se acepta que toda vez que el
discernimiento implica una facultad elemental de valoración, es obvio que esa facultad no se
tiene invariablemente a una misma edad para cualquier acto, de lo cual se sigue que los
límites precisos trazados por la ley pueden tener zonas de coincidencia.
En Francia ha sido aceptado que la imputabilidad se aprecie in concreto, y que -en ese orden
de ideas- no baste un principio de carácter general para decidir sobre la privación del
discernimiento de un menor, llegando incluso a admitirse la ausencia de imputabilidad en un
niño de once años.
X. OBLIGACIÓN DE VALOR
Los distingos entre responsabilidad contractual y extracontractual han sido puestos en jaque
también en cuanto a los plazos de prescripción.
De tal modo se aplica el plazo decenal del art. 4023 del Código Civil a relaciones calificables
como extracontractuales, que derivan -por ejemplo- del enriquecimiento sin causa, de la
vecindad, de las restituciones debidas en razón de un ilícito, de los daños derivados de la
expropiación, de los causados por una obra pública, de la edificación en terreno ajeno,
etcétera. En cuanto al transporte terrestre interno, la diferencia de plazo de que dispone la
víctima, según sea pasajero (un año, art. 855 , Cód. de Com., según ley 22096 ) o tercero
(dos años, art. 4037 , Cód. Civ., texto según ley 17711 ), dio lugar a diversos avatares: la
ley 11718 -referida genéricamente al "contrato de transporte"- lo fijó en un año; sin
embargo, un plenario de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil entendió que para el
pasajero regía el plazo decenal, pero este criterio fue finalmente superado por la mencionada
ley 22096.
La extensión al domicilio del asegurador que prevé el art. 118 de la ley 17418 procede
cuando garantiza la indemnidad del asegurado "por cuanto deba a un tercero en razón de la
responsabilidad prevista en el contrato" de seguro, sea que el siniestro provenga de un
hecho ilícito o de un contrato del asegurado con la víctima (vid. art. 113 ).
El art. 29 del Código Penal confía al juez en lo penal la fijación de las indemnizaciones
derivadas del delito: "La sentencia condenatoria podrá ordenar: 1º La indemnización del
daño material y moral causado a la víctima, a su familia o a un tercero". De tal modo, como
el delito penal puede resultar tanto de un incumplimiento contractual como de un hecho
ilícito civil, ello significa otro mecanismo de superación de barreras entre ambos sectores.
El art. 58 del Código de Minería establece que "el propietario de la mina es responsable por
los perjuicios ocasionados a terceros tanto por los trabajos superficiales como los
subterráneos, aunque estos perjuicios provengan de accidentes o caso fortuito".
La responsabilidad concurrente que, para el caso de ruina impone el art. 1646 del Código
Civil (texto según ley 17711 ) al constructor, al director de la obra y al proyectista, rige tanto
para el comitente cuanto para los terceros.
En el régimen específico del consumidor la legitimación pasiva es idéntica, sea que se trate
de daños contractuales o extracontractuales, pues se reconoce acción al consumidor contra
"el fabricante, el importador, el distribuidor, el proveedor, el vendedor y quien haya puesto
su marca en la cosa o servicio" (art. 40, ley 24240 , texto según ley 24999 ).
En el art. 24.2 aplica igual régimen a la acción por daños derivados de él, se funden "ya en
un contrato, ya en un acto ilícito, ya en cualquier otra causa".
Por otra parte, la supresión del art. 20 del Convenio de Varsovia por el art. 6º de aquel
Protocolo, consagra la responsabilidad objetiva del transportador de pasajeros, con lo cual
adecua al régimen objetivo que también establecen para los daños a terceros los arts. 1º y
6º de la Convención de Roma de 1952 (ley 17404 ).
2. Otras diferencias
Sin embargo, según se ha visto, de una manera o de otra, han sido superados muchos de los
distingos de un extenso catálogo, porque muy pocas son diferencias auténticas, en tanto
otras presentan aristas diferenciales menos nítidas.
La ley 24032, por la cual el Congreso argentino sancionó la unificación de la legislación civil y
comercial, originada en el Proyecto de Código Único de 1987, fue vetada totalmente por
decreto 2719/91.
La ley vetada propuso, por lo pronto, derogar el art. 1107 del Código Civil, que constituye el
principal obstáculo formal para esa unificación de regímenes.
2. Nuevo contenido de los arts. 520 , 521 , 522 , 906 y 3933 , Código Civil
En ese orden de ideas, la ley vetada superaba los dos escollos mayores: la extensión del
resarcimiento y los plazos de prescripción.
Las modernas tendencias, hoy aceptadas, postulan que la obligación de reparación del daño
causado comprende tanto al derivado de los actos ilícitos como igualmente de los lícitos.
La ley vetada propició la derogación del art. 1066 del Código Civil, aligerando así de la ley
común el requisito de la expresa prohibición legal (en sentido material), como antecedente
necesario para encuadrar a los actos voluntarios dentro de la ilicitud.
Las XII Jornadas Nacionales de Derecho Civil fueron organizadas por la Universidad Nacional
del Comahue y tuvieron lugar en San Carlos de Bariloche en 1989. Su Comisión 2, encargada
del tema "Unificación de los regímenes de responsabilidad civil" recomendó:
1. Existe unidad sistemática en materia de responsabilidad civil, a partir del dato de concebir
al daño como el centro de gravedad del sistema.
3. Los presupuestos del deber de reparar son comunes a las dos órbitas de responsabilidad.
4. De las diferencias que marca la doctrina entre las órbitas contractual y extracontractual,
algunas son reales, pero contingentes, y otras no son verdaderas. Sin embargo, ninguna
debe conceptuarse como sustancial.
Entre las diferencias reales, pero contingentes, las más importantes, entre otras, son la
extensión de la reparación y la concerniente al plazo de prescripción de las acciones.
6. Funciona la opción aquiliana del art. 1107 cuando el deudor hubiere incurrido en dolo, no
obstante la literalidad del referido texto legal.
2. De lege ferenda
1. Corresponde eliminar cualquier diferencia que medie entre las órbitas contractual y
extracontractual, suprimiendo cualquier obstáculo que dificulte la efectiva reparación de todo
daño que se halle en relación de causalidad adecuada, y resulte injustamente sufrido por la
víctima (Unanimidad).
Si bien en ambos proyectos, uno del Poder Ejecutivo y otro de la Comisión Federal,
dependiente de la Cámara de Diputados argentina, se propició la unificación se propusieron
distingos nacidos de diferentes concepciones de política legislativa: así, en el del Poder
Ejecutivo se mantuvo el criterio de dar por sentada la solidaridad en materia extracontractual
y la necesidad de ser convenida en el área contractual, mientras que en el de la Comisión
Federal se prefirió la fórmula inversa "los codeudores están obligados solidariamente,
excepto que de la ley o de la voluntad de las partes resulte lo contrario" (art. 701).
El Proyecto de Código Civil, elaborado por una comisión honoraria creada por decreto 685/95
, suscripto por los profesores doctores Héctor Alegria, Atilio Aníbal Alterini, Jorge Horacio
Alterini, María Josefa Méndez Costa, Julio César Rivera y Horacio Roitman, fue elevado al
Ministerio de Justicia el 17 de marzo de 1999.
Dedica su Libro IV a los "Derechos personales", y dentro del Título V ("De otras fuentes de
las obligaciones") consagra un capítulo entero (el primero) a la responsabilidad civil.
Las disposiciones generales de su sección primera comienzan con el art. 1581 que concreta y
sintetiza el afán unificador que campea en todo el resto del articulado.
En efecto, allí se señala que "Las disposiciones de este Título son aplicables cualquiera que
sea la fuente del deber jurídico de cumplir o de reparar el daño".
El art. 1609, sin distinguir ya las áreas contractual y extracontractual señala idéntica
imputabilidad de las consecuencias: "La responsabilidad abarca las consecuencias que se
hallan en relación de causalidad adecuada con el hecho generador. Quedan comprendidas en
ellas las consecuencias inmediatas y las consecuencias mediatas previstas o previsibles; y
están excluidas las consecuencias casuales".
Unifica también el plazo ordinario de la prescripción extintiva, fijándolo en cuatro años (art.
2501).
Las países que fueron trasponiendo la directiva a sus legislaciones nacionales respetaron esa
unificación y esa salvedad dispuesta a nivel comunitario: Reino Unido (ley de 1987, en vigor
desde el 1º/3/1988); Grecia (decreto-ley del 31/3/1988, en vigor desde el 30/7/1988); Italia
(decreto-ley 224 del 24/5/1988, en vigor desde el 29/6/1988); Luxemburgo (ley del
21/4/1989, en vigor desde el 2/5/1989); Dinamarca (ley del 7/6/1989, en vigor desde el
10/6/1989); Portugal (decreto-ley 383 del 6/11/1989, en vigor desde el 21/11/1989);
Alemania (ley del 15/12/1989, en vigor desde el 1º/1/1990); Holanda (ley del 13/9/1990, en
vigor desde el 1º/4/1991); Bélgica (ley del 25/2/1991, en vigor desde el 1º/4/1991); Irlanda
(ley 28 del 1991, en vigor desde el 16/12/1991); España (ley 22/94, en vigor desde el
8/7/1994); Austria (ley del 2/1/1988, en vigor desde el 1º/7/1988 y modificaciones de las
leyes de 11/2/1993 y 5/10/1994); Finlandia (ley 694 del 17/8/1990, en vigor desde el
1º/9/1991); Suecia (ley del 23/1/1992, en vigor desde el 1º/1/1993, con la modificación de
la ley 1137/92). En Francia, la ley 98-389 del 19 de mayo de 1998 fue incorporada al Código
Civil.
1. Brasil
Su Código Civil, vigente desde 1916, prevé diferenciadamente un régimen para los contratos
(art. 1079 y sigs.) y para los actos ilícitos (art. 1518 y ss.).
2. Uruguay
Idéntico criterio clásico rige en la República Oriental del Uruguay. Su Código, que data de
1868 rige diferenciadamente la responsabilidad extracontractual (derivada de los delitos y
cuasidelitos) en sus arts. 1319 a 1332 y los daños y perjuicios (contractuales) en sus arts.
1341 a 1348.
3. Paraguay
Pese a dedicar un título a la responsabilidad civil, sin otras especificaciones (arts. 1833 a
1871) sus disposiciones, vigentes desde 1987, aluden a la derivada de los actos ilícitos,
quedando sujetos los otros incumplimientos a lo dispuesto en los arts. 450 a 453, en el
parágrafo destinado a la indemnización legal, dentro de una sección denominada "De los
daños e intereses".
LA PRESTACIÓN: SUS REQUISITOS - MARTÍN ALEJANDRO CHRISTELLO
I. INTRODUCCIÓN
Resulta común en nuestra doctrina confundir objeto con contenido. Así se ha dicho que el
objeto de las obligaciones consiste siempre en un hecho, en una acción o abstención que
debe cumplir el deudor a favor del acreedor; en las mismas obligaciones de dar una cosa, el
objeto directo de ellas no es esta cosa considerada en sí misma, sino, más bien, el hecho o la
acción de darlas (413). Ya Busso explica que en la moderna doctrina francesa e italiana se
trata de aclarar el concepto (de objeto) designando con la expresión "objeto de la obligación"
la "prestación" a que el deudor se halla obligado. Y, prosigue explicando que, algunos
autores, para evitar toda confusión, distinguen en la obligación "un objeto inmediato" (la
prestación) y un "objeto mediato" (cosa o hecho en los que recae la obligación) (414). Para
Borda, derechamente, el objeto es la cosa o hecho sobre el cual recae la obligación
contraída. En otras palabras, es la prestación prometida por el deudor (415).
Llambías, luego de apuntar que los romanos enseñaban que el objeto de la obligación podía
consistir en dare, facere o prestare, señala que el Código Civil, usando una terminología
levemente diferente, dice en el art. 495: Las obligaciones son: de dar, de hacer o de no
hacer. Esto significa que el objeto de la obligación ha de ser una cosa o hecho (positivo o
negativo). Concluyendo que ambas nociones quedan comprendidas en la más amplia de
prestación (416).
El Proyecto de reformas llevado a cabo por la Comisión designada por el decreto 468/92
(417) fijó en el art. 714 que "...La prestación que constituye el objeto de la obligación debe
ser susceptible de valoración económica y corresponder a un interés, aun cuando no sea
patrimonial del acreedor".
El Proyecto de 1998, con notable acierto, distingue el objeto, es decir aquello sobre lo cual
recae la obligación jurídica (el qué de la relación, el bien apetecible para el acreedor) de la
prestación (418).
Señala Bueres que la obligación tiene por objeto un plan, proyecto o programa de prestación
(Philippe Heck). Dicha prestación es la programación ideal de un acontecimiento que se
aspira sea realidad en un posterius. O dicho de otra manera: El plan o proyecto de una
conducta futura del deudor con miras a dar satisfacción a un interés del acreedor (419).
En los Fundamentos del Proyecto de 1998 se expresa: "La prestación constituye un plan,
programa o proyecto de la conducta futura del deudor, esto es, un plan prestacional (Heck,
Díez-Picazo, Bueres). En definitiva, ese plan responde al interés del acreedor, al objeto
esperado por éste. A su vez, el deudor está sujeto a un deber de cooperación con el acreedor
(Betti), para satisfacer lo que éste pretende conforme a dicho plan prestacional" (nro. 134).
III. ESPECIES
El art. 671 proyectado define la obligación como "... la relación jurídica en virtud de la cual
una persona tiene el deber de cumplir una prestación a favor de otra. La prestación puede
ser de dar, de hacer o de no hacer".
Se encuentran enunciados en el art. 675 del Proyecto que establece: "La prestación debe
reunir estos requisitos:
1. Contenido patrimonial
Superando las añejas discusiones en torno a si la prestación (entendida como objeto por la
mayoría de los autores) debía tener siempre contenido patrimonial, deja claramente
establecido el carácter pecuniario de la conducta debida por el deudor.
Esta antinomia había arrancado con Savigny para quien la prestación siempre debía tener un
valor pecuniario. Esta tesis fue rebatida por Ihering para quien la obligación puede responder
a un interés extrapatrimonial (423), e intenta demostrarlo con tres ejemplos: el del mozo de
hotel que conviene con su patrón que quedará libre los domingos por la tarde; el del
inquilino que estipula para sí y su familia, el goce de un jardín anexo a la casa; y la señora
enferma que alquila las habitaciones de su casa a un inquilino que se obliga a no ejecutar
música y no hacer ruido. Para Ihering, la libertad del mozo, el placer del locatario, el reposo
de la locadora, no son estimables en dinero y sin embargo merecen amparo porque son
intereses humanos dignos.
Scialoja colocó la cuestión en su punto justo al distinguir la prestación que debe tener
inexcusablemente un valor patrimonial, del interés que guía a las partes, el que podrá ser
patrimonial o extrapatrimonial (424). Este criterio fue el que siguió el Código Civil italiano de
1942 (425), y que le permite afirmar a Messineo que la prestación en sí debe ser susceptible
de valoración económica, de lo contrario, faltaría la posibilidad de ejecución forzada sobre el
patrimonio (426).
El art. 675 del Proyecto distingue así el contenido (siempre patrimonial) del interés del
acreedor (patrimonial o extrapatrimonial) (427).
Así como el comportamiento del deudor tendiente a satisfacer el interés del acreedor debe
tener siempre un carácter pecuniario; aquel tal interés representado por el objeto puede no
tener un contenido patrimonial.
Dentro del esquema del Código de Vélez y a tenor de la amplitud conceptual que dimana del
art. 1197 , no cabe duda alguna acerca de la posibilidad de que el interés del acreedor pueda
ser extrapatrimonial. Esta línea es mantenida por el Proyecto de 1998 al establecer el
carácter supletorio de las normas legales relativas a los contratos, dándole así primacía a la
autonomía de la voluntad como regla general (cfr. art. 902) (428).
Son múltiples los ejemplos dentro del ámbito contractual: El interés extrapatrimonial de
aprender una lengua muerta puede dar lugar a un contrato, porque basta que la actividad
docente de quien se compromete a enseñarlo (prestación del deudor) sea "susceptible de
apreciación pecuniaria", que pueda cobrar por ello, aunque de hecho no lo haga (429). Basta
pensar, asimismo, en el contrato de asistencia médica, donde el tratamiento médico tiene
carácter patrimonial para aquel que lo suministra (prestación del deudor), pero responde a
un interés extrapatrimonial del acreedor (ver mejorada su salud).
No obstante estar descartada dentro del Proyecto la distinción entre las órbitas contractual y
extracontractual de responsabilidad, tal como lo dispone el art. 1107 del Código de Vélez,
cabe anotar que, tratándose de un incumplimiento contractual o de un hecho ilícito, el
Proyecto establece dentro de los modos de reparar el daño "la satisfacción del valor del daño
extrapatrimonial" (art. 1621 , inc. d), como asimismo que "el acreedor tiene derecho a
requerir que el daño extrapatrimonial sea satisfecho, total o parcialmente, mediante el pago
de dinero, o de otro modo distinto" (arts. 1640 , 1689 ). Tales reglas permiten apreciar sin
dificultad que el interés del acreedor se verá contemplado aun cuando revista un carácter
extrapatrimonial.
Busso ha señalado que "la imposibilidad del objeto es equiparable a su inexistencia. Si por
ley o por contrato se impusiera la obligación de hacer algo imposible, no llegaría a nacer la
deuda por faltarle objeto posible" (431).
El proyecto del 1998 en el art. 675, en correlato con la fórmula del art. 251 (432) ("objeto
de los actos jurídicos"), establece que la prestación debe ser física y jurídicamente posible.
El cumplimiento del deber jurídico no ha de ser factible de realización para ninguna persona
ya que si la imposibilidad pesa únicamente sobre el deudor, e incumple por su ineptitud,
deberá responder por el id quod interest y por los restantes perjuicios causados (434). En
este sentido, los arts. 893 y 894 del Proyecto establecen las reglas que deben seguirse
frente a la imposibilidad total o parcial y siempre que mediare responsabilidad del deudor.
Existe imposibilidad jurídica cuando el obstáculo proviene del Derecho (como si alguien se
obliga a hipotecar un automóvil, que sólo es susceptible de prenda) (436).
Esta prohibición encuentra su concordancia con el art. 251 (objeto prohibido de los actos
jurídicos), art. 253 (necesidad de causa lícita) (438) y art. 256 (causa ilícita) (439).
La disposición del Proyecto no significa ni más ni menos que las prestaciones que integran
las obligaciones deben ser lícitas.
En el supuesto de haberse pactado una obligación con una prestación ilícita resultarían
aplicables las disposiciones contenidas en el Título VIII, del Libro II del Proyecto ("De la
ineficacia de los actos jurídicos"), especialmente debe considerarse la norma del art. 383 en
cuanto establece que "Son de nulidad absoluta los actos que contravienen el orden público o
la moral". Esta regla fulmina así la obligación en la cual el comportamiento que debe llevar a
cabo el deudor constituye un hecho ilícito.
Es menester que el comportamiento del deudor recaiga sobre algo concreto. Este algo puede
estar determinado ab initio, pero basta con que sea determinable, en tiempo anterior o
simultáneo al del cumplimiento (440).
El Proyecto trata de las obligaciones de dar cosas ciertas en los arts. 688 y siguientes. De las
obligaciones de género se ocupa en los arts. 706 y siguientes (442). Asimismo al referirse a
las obligaciones de dar dinero, expresa que en éstas el deudor debe cierta cantidad de
moneda que, al momento de su constitución, está determinada o es determinable (art. 712).
En los arts. 731 y siguientes considera a las obligaciones alternativas.
Por su parte, y ya en materia contractual, el art. 1068 se refiere a la venta de cosa cierta
que ha dejado de existir. El art. 1069 considera la venta de cosa futura, en cuyo caso el
vendedor debe realizar las tareas y esfuerzos que resulten del contrato, o de las
circunstancias, para que ésta llegue a existir en el tiempo y condiciones convenidas. Pero con
la salvedad de que, el comprador puede asumir el riesgo de que la cosa no llegue a existir
sin culpa del vendedor. Lo que puede entenderse como una típica cláusula de asunción del
caso fortuito (cfr. arts. 1612 y 1613).
V. CONCLUSIÓN
(413) SALVAT, Raymundo M. - GALLI, Enrique V., Derecho Civil Argentino. Obligaciones en
General, T. I, Tea, Buenos Aires, 1952, nro. 22, p. 25.
(414) BUSSO, Eduardo B., Código Civil Anotado, T. III, Ediar, Buenos Aires, 1949, nro.
104. p. 22.
(415) BORDA, Guillermo A., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, T. I , 3.7126 Doctrina
Perrot, Buenos Aires, 1989, nro. 9, p. 18.
(416) LLAMBÍAS, Jorge J., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, T. I , Perrot, Buenos
Aires, 1978, nro. 17, p. 26.
(417) Integraban esa Comisión los Dres. Augusto César Belluscio, Salvador Darío Bergel,
Aída Rosa Kemelmajer de Carlucci, Sergio Le Pera, Julio César Rivera, Federico N. Videla Escalada y
Eduardo Antonio Zannoni.
(418) Cfr. ALTERINI, Atilio A. - AMEAL, Oscar J. - LÓPEZ CABANA, Roberto M., Derecho de
Obligaciones Civiles y Comerciales, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1995, nro. 90, p. 51.
(419) BUERES, Alberto J., Objeto del Negocio Jurídico, 2ª ed., Hammurabi, Buenos Aires,
1998, nro. 23, p. 165.
(420) MESSINEO, Francesco, Manual de Derecho Civil y Comercial, T. IV, trad. de Santiago
Sentís Melendo, Ejea, Buenos Aires, 1971, nro. 9, p. 32.
(421) Artículo 687. "Alcances. La obligación es de dar si el deudor está obligado a la
entrega de una cosa".
(422) Artículo 725. "Alcances. En la obligación de hacer el deudor debe realizar una
actividad. En la obligación de prestar servicio el deudor debe procurar la satisfacción del interés del
acreedor, sea mediante la realización de una actividad propia que, en su caso, puede incluir una
entrega; o posibilitando una actividad del acreedor; o de ambos modos conjuntamente. Se le aplican las
reglas de las obligaciones de hacer. En la obligación de no hacer el deudor debe abstenerse de cierta
actividad, o tolerar una ajena".
(423) El art. 241 del Código alemán se refiere a la prestación sin exigir que sea
económica. El art. 399 del Código de Japón establece: "El derecho de crédito puede tener por objeto
provechos que no se pueden valuar en dinero" (cfr. SALVAT, R. M. - GALLI, E. V., op. cit., T. I, p. 30,
nota al pie de p. 9 c).
(424) BUERES, A. J., op. cit., p. 200; LLAMBÍAS, J. J., op. cit., T. I, nro. 24, p. 31;
BORDA, Guillermo A., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, T. I , Perrot, Buenos Aires, 1989, nro. 11,
p. 20; ALTERINI, A. A. - AMEAL, O. J. - LÓPEZ CABANA, R. M., op. cit., nro. 105, p. 56.
(425) Que establece: "La prestación que forma el objeto de una obligación debe ser
susceptible de valoración económica y debe corresponder a un interés del acreedor, aunque no sea
patrimonial".
(426) MESSINEO, F., op. cit., T. IV, p. 34.
(427) En los Fundamentos del Proyecto se dice: "Se establece que la prestación debe
corresponder a un interés del acreedor, aunque sea extrapatrimonial, conforme a la fórmula de Scialoja
que recogió el art. 1174 del Código Civil italiano de 1942" (nro. 133).
(428) Artículo 902. "Carácter de las normas legales. Las normas legales relativas a los
contratos son supletorias de la voluntad de las partes, a menos que de su modo de expresión, de su
contenido, o de su contexto, resulte su carácter indisponible".
(429) ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA,, R., op. cit., nro. 106, p. 57.
(430) SALVAT, R. - GALLI, E., op. cit., nro. 23, p. 29.
(431) BUSSO, E. B., op. cit., nro. 136, ps. 26 y ss.
(432) Artículo 251. "Objetos prohibidos. No pueden ser objeto de los actos jurídicos los
hechos que son imposibles o están prohibidos por las leyes, son contrarios a la moral, al orden público o
lesivos de los derechos ajenos; ni los bienes que por un motivo especial se prohíbe que lo sean".
(433) BUSSO, E. B., op. cit., nro. 137, p. 27.
(434) BUERES, A. J., op. cit., p. 177.
(435) ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., op. cit., nro. 98, p. 54.
(436) Idem, nota anterior. Por su parte, Bueres manifiesta que este requisito está referido
únicamente a la posibilidad física, y que no comprende a la jurídica, ya que tal imposibilidad estaría
abarcada por la ilicitud (cfr. aut. y op. cit., p. 177).
(437) ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., op. cit., nro. 99, p. 55.
(438) Artículo 253. "Necesidad de causa lícita. Todo acto jurídico debe procurar fines
lícitos en atención a las circunstancias existentes al tiempo de su celebración y ejecución".
(439) Artículo 256. "Causa ilícita. Es inválido el acto otorgado por una finalidad que
contraría prohibiciones de la ley, se opone al orden público, la moral o afecta derechos de terceros, aun
cuando los otorgantes lo disimulen bajo la apariencia de una causa lícita".
(440) ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., op. cit., nro. 100, p. 55.
(441) LLAMBÍAS, J. J., op. cit., T. I, nro. 19, p. 26.
(442) Artículo 706. "Alcances. La obligación de dar es de género si recae sobre cosas
determinadas sólo por su especie y su cantidad". Artículo 707. "Individualización. Las cosas debidas en
una obligación de género deben ser individualizadas".
REGLAS DEL PAGO: LUGAR Y TIEMPO - FULVIO SANTARELLI
La doctrina ha analizado este tópico bajo la denominación de "las circunstancias del pago"
(443), explicando que "para que el pago sea eficaz ha de quedar ubicado en las
circunstancias apropiadas de realización, en cuanto a lugar y tiempo" (444).
Los Capítulos II y III del Título XVI de la Parte Segunda de la Sección Primera del Libro
Segundo, tratan lo concerniente al lugar (arts. 747 a 749 ) y al tiempo en que debe hacerse
el pago (arts. 750 a 755 ). Es decir, luego de dar tratamiento a los aspectos sustantivos del
acto jurídico extintivo de la obligación, tales como lo relativo a los sujetos (solvens y
accipiens), determinación del rol de los terceros, y tratamiento de los requisitos del objeto
del pago (principios de identidad e integridad), precisa las soluciones alternativas en la
materia.
De la lectura de los tres preceptos que se ocupan de la cuestión, se extraen las siguientes
reglas:
El principio general que rige la materia se encuentra en la parte final del art. 747 (3ª parte),
en donde expresa que "el lugar del pago será el del domicilio del deudor al tiempo del
cumplimiento de la obligación" (446). Principio que cede cuando haya un lugar designado a
tal fin en la obligación (447) (art. 747 , 1ª parte) (448). Resulta interesante destacar que "la
sola constitución de un domicilio especial en un contrato no significa fijar un lugar de pago,
pues no incide en el cumplimiento voluntario de la obligación, rigiendo sólo en trance de
ejecución forzada. En los hechos, sin embargo, los contratantes constituyen domicilio
especial a todos los efectos, y entonces sí tal constitución vale como lugar de pago" (449).
"Quid" del lugar de contracción de la obligación: se ha explicado que el lugar en que fue
contraída la obligación rige como lugar de pago cuando no haya lugar convenido, o bien la
cosa debida no es cierta, o no se trate de pago del precio al contado, ello así en virtud de lo
dispuesto por el art. 1212 del Código Civil (452). En rigor, el dispositivo legal citado
funciona cuando el lugar de celebración del contrato es, además, el domicilio del deudor
(453). Por tanto, más que excepcionar el principio contenido en el art. 747 , tercera parte, lo
reafirma al determinar el lugar del cumplimiento de los contratos.
Esquemáticamente, el Código distingue entre las obligaciones a plazo (art. 759 ), las que
carecen de época de vencimiento fijada (751 ) y obligaciones de pago a mejor fortuna (752
). Empero para un tratamiento adecuado de la cuestión es menester adicionar las
denominadas obligaciones puras y simples. Se impone el tratamiento por separado de cada
supuesto:
Obligaciones a plazo (456): El tiempo propio del pago es el del día del término del lapso
fijado (art. 750 ) (457); salvo que medie alguno de los supuestos de caducidad del plazo a
que se refieren los arts. 753 y 754 , en cuyo caso el pago puede ser exigido por parte del
acreedor antes de su vencimiento; los eventos que acarrean tal consecuencia son: a) la
insolvencia del deudor revelada mediante su concurso; b) la ejecución por un tercero de la
garantía real del acreedor (458); c) supuestos de deterioro de la garantía real (arts. 3157 ,
3161 y 3215 ) (459).
El Libro Cuarto del ordenamiento proyectado se encuentra dedicado al tratamiento "De los
derechos personales", el Título I -dividido en cuatro capítulos- congrega las disposiciones "De
las obligaciones en general", reservándose el Capítulo III al pago, que a su vez se
descompone en seis secciones. Dentro de la primera de éstas, "Disposiciones generales", se
encuentran las normas relativas al lugar (art. 824) y tiempo (art. 825) del pago.
En la nota de elevación que los autores del Proyecto dirigieron al ministro de Justicia de la
Nación se afirma: "desde que la hermenéutica jurídica presupone el discreto juego de la
regla y la excepción, de lo general y lo particular, es conveniente sentar los principios de
validez universal y, en su momento, delimitar los supuestos en que se dejan de lado o se
modifican". Este espíritu se pone de manifiesto en la regulación del tópico.
En efecto, se sienta como principio que "el lugar del pago es el domicilio del deudor al tiempo
de ser exigible la obligación" (art. 824, párr. 1º). Si bien se mantiene el principio general
enunciado en la parte final del art. 747 del Código de Vélez, la norma del Proyecto se refiere
al domicilio del deudor al momento de ser "exigible" la obligación, que denota un momento
distinto al del "tiempo del cumplimiento", ya que subsume los supuestos de caducidad del
plazo, en donde la obligación se vuelve exigible en una época distinta a la de su
cumplimiento (460).
Tal principio reconoce las siguientes excepciones, que se enumeran en cuatro incisos en la
norma mencionada:
"Si, conforme a lo convenido, a su índole, o a los usos o a las prácticas establecidas entre las
partes, el pago debe ser hecho en otro lugar". Al igual que su predecesor, el art. 747 del
Código de 1871, el principio cede ante el acuerdo de partes al respecto. Empero la norma,
dando cuenta de la unificación de la legislación civil y comercial que logra amalgamar,
incorpora, no sólo los usos -fuente jurígena por excelencia del derecho mercantil- sino
también las prácticas entre las partes (461), debiéndose entender por tales las conductas
anteriores y reiteradas de las partes que resultan idóneas para crear en el contratante la
expectativa de continuidad de tal comportamiento (462).
"Si debe ser entregada una cosa cierta y determinada, el pago debe ser hecho en el lugar en
el que se encuentra. Pero el acreedor tiene derecho a optar por requerirlo en el lugar en que
se hallaba al tiempo de originarse la obligación". Merece subrayarse la opción que la norma
otorga al acreedor de una cosa cierta, quien puede exigir la entrega de ella en el lugar en
que habitualmente se encuentre, o bien, en el que se hallaba al momento del nacimiento de
la obligación (463).
"Si se trata de una contraprestación que debe ser pagada al contado, el pago debe ser hecho
en el lugar en que es realizada la correspondiente prestación". El inciso contempla el
supuesto contemplado en el art. 749 del Código de 1871 ya analizado, utilizando una
terminología más actual y simplificada. Debe destacarse que -además- la norma proyectada
resulta más exacta y precisa, ya que el citado art. 749 se refiere a la contraprestación dinero
por cosa ("si el pago consistiese en una suma de dinero, como precio de alguna cosa
enajenada..."), en cambio el apartado analizado utiliza el término "prestación" comprensivo
de cualquier clase de objeto de pago. Ello evita acudir a la analogía para aplicarlo "...a todo
contrato sinalagmático de intercambio de prestaciones simultáneas una de las cuales
consista en dinero" (464). El alcance del vocablo contado (465) importa la necesidad de que
una de las prestaciones sea dineraria.
"Si la obligación es contraída en el domicilio del deudor, y éste se muda, el pago debe ser
hecho en el domicilio actual. Pero el acreedor tiene derecho a optar por requerirlo en el
primero, sino se trata de alguno de los casos de los incisos anteriores". Este precepto reúne
soluciones diseminadas en los arts. 748 y 1212 del Código de Vélez; supone que en un sitio
coinciden las circunstancias de ser el domicilio del deudor y el del lugar de contracción de la
obligación, y que éste mude tal domicilio. Ante lo cual el lugar de pago es el domicilio actual
del deudor, concediéndole al acreedor exigir tal cumplimiento de la obligación en el domicilio
de contracción de la obligación (domicilio anterior del deudor). Como se aprecia, ante el
cambio de domicilio del pagador, la norma privilegia la aplicación del principio general
"domicilio del deudor al momento de ser exigible la obligación", salvo que funcione alguna de
las otras tres excepciones ya comentadas, empero aquí se otorga al accipiens la opción de
exigir el pago en el primer domicilio.
La norma del art. 825 se refiere en seis apartados a las distintas hipótesis que pueden
presentar las obligaciones con plazo, complementándose la temática de la temporalidad con
las previsiones del art. 826, supuesto de obligaciones sin plazo; el art. 827 del pago a mejor
fortuna y el art. 828 del pago anticipado. Lo que sigue es el análisis de las primeras de las
disposiciones citadas:
"Si el tiempo del cumplimiento resulta de los usos o de las prácticas establecidas entre las
partes, en ese tiempo". Resulta aplicable a este inciso lo comentado respecto del inc. a) del
art. 824 del Proyecto, habida cuenta de que se advierte la entronización de los usos y
prácticas establecidas entre las partes, que demarcan la oportunidad del cumplimiento. Es
necesario enfatizar que en lo atinente a la interpretación de las prácticas y usos, debe
tenerse presente el imperativo de la buena fe.
"Si el cumplimiento de la obligación está sujeto a plazo indeterminado, es la fecha que fije el
tribunal. La fijación es realizada a pedido de parte, mediante el trámite más breve que
prevea la legislación local, y puede ser acumulada a la demanda por cumplimiento". Se
mantiene la solución del tercer párrafo del art. 509 del Código de 1871, con la salvedad de
que dicha norma fija el proceso sumario, en cambio la proyectada ordena el trámite más
abreviado que contemple el ordenamiento ritual (467); ello así en cuanto la acumulación con
la acción de cumplimiento no determine la aplicación de otro procedimiento, ya que -en
general- la dilucidación de las cuestiones atinentes al cumplimiento de las obligaciones
conlleva el seguimiento de procedimientos de tipo ordinarios o sumarios.
"Si de la naturaleza y las circunstancias de la obligación resulta que la fecha en que debe ser
realizada la prestación es esencial para el acreedor, en esa fecha". El apartado trata lo
referente a aquellas obligaciones en que la prestación sólo reviste interés para el acreedor si
el deudor la lleva a cabo en el momento precisado; importando, la inobservancia de la
temporalidad adecuada, la frustración absoluta de la prestación. Es decir, la obligación no
admite un cumplimiento extemporáneo, por tanto, si el deudor no cumple en tiempo, ello
conlleva a la inejecución definitiva (468).
"Si se trata de una contraprestación que debe ser pagada al contado, al ser realizada la
correspondiente prestación". La norma recoge un uso habitual, cual es el pacto del pago "al
contado", cuya significación fue analizada en oportunidad de tratar el art. 824, inc. c) del
Proyecto; la idea de simultaneidad e inmediatez que sugiere el término "contado", obtiene su
correlato normativo, habida cuenta de que tal circunstancia condiciona el lugar en donde
ellas deben producirse (conf. norma citada) y naturalmente designa la oportunidad de
realización de las prestaciones.
El art. 826, como se adelantara, establece que en las obligaciones no sujetas a la modalidad
del plazo, "el pago debe ser hecho en la primera oportunidad que su índole consienta". La
omisión de la regulación de las obligaciones puras y simples en el Código de 1871 aparejó
cierta hesitación en la doctrina nacional respecto de su categorización; razón por la cual el
tópico fue objeto de tratamiento en el IV Congreso Nacional de Derecho Civil, el cual fijó la
doctrina del artículo proyectado, declarando que no corresponde proceder a la fijación de
plazo en aquellas obligaciones que, aunque carecen de él, resultan exigibles en la primera
oportunidad que su índole lo consienta.
Es del caso ahondar en la diferencia que se verifica entre las obligaciones puras y simples, de
exigibilidad inmediata (que constituyen el supuesto de la norma en estudio) y las
obligaciones de plazo indeterminado (o carentes del tiempo señalado para el pago), que son
aquellas que se subsumen en el apartado d) del art. 825 del Proyecto. En efecto, en las
primeras, no es necesario definir nada acerca de la oportunidad de su exigibilidad, ya que
son inmediatamente exigibles; en cambio, en las segundas no son exigibles, quedando
pendiente la determinación de tal oportunidad, sea por acuerdo de partes, o bien por la
intervención judicial (469). En las obligaciones de plazo indeterminado, las partes han
pospuesto su decisión de definir el momento de pago para una ocasión distinta de la
constitución de la obligación; empero, en las puras y simples "no queda postergada su
exigibilidad por contingencia ulterior alguna, pudiendo desde ya pretender su cumplimiento
el acreedor, o bien, en su caso adelantarse el deudor a satisfacer la prestación debida para
lograr su liberación, todo ello al amparo de la buena fe" (470).
En el art. 827 se proyecta la solución para aquellos supuestos en que el deudor está
autorizado "a pagar a mejor fortuna, o cuando pueda, o tenga medios para hacerlo", a los
cuales "se aplican las reglas del plazo indeterminado".
Se trata de obligaciones "en las cuales las partes han decidido postergar el cumplimiento de
la deuda hasta que el deudor tenga medios para pagarla (ya que) se supone que al constituir
la obligación no estaba él en situación cómoda para satisfacerla" (471). Estas obligaciones
habían sido reconocidas por los arts. 752 y 620 del Código de Vélez (472).
Sin perjuicio de lo expuesto, aún se discute si se trata de una obligación de plazo incierto
(478), tal como lo hace la doctrina dominante; o de una obligación de plazo indeterminado.
La literalidad del art. 620 del Código de 1871, que difiere la fijación del plazo a la decisión
judicial, resulta un argumento de peso para inclinarse por la última opción (479). La norma
proyectada, adopta -al igual que el Proyecto de Reformas del Poder Ejecutivo de 1993- este
último criterio.
Como corolario de lo expuesto, el art. 827 ordena a este tipo de obligaciones como de plazo
indeterminado, precisando a continuación tres disposiciones novedosas y de capital
importancia:
La parte final del artículo reafirma el principio doctrinario de que el beneficio que implica el
pago a mejor fortuna tiene carácter intuitu personae, y que como tal se extingue con la
muerte del deudor, haciéndose exigible la obligación en la persona de sus herederos.
La Sección Primera, del Capítulo III referente al pago, finaliza, en el art. 828 del Código Civil
proyectado, con la siguiente disposición: "El pago anticipado no da derecho a exigir
descuentos por ese motivo".
Se mantiene -en términos más apropiados- el principio establecido por el art. 755 del
Código de 1871. Se trata -según explica Llambías- de "un criterio que se inspira en motivos
de orden práctico, pues evita ulteriores discusiones sobre el valor del crédito al momento de
pago y cuál es el que hubiese tenido al tiempo del vencimiento del plazo completo" (480).
b) Si el deudor disminuye -por acto atribuible a él- las seguridades otorgadas al acreedor
para el cumplimiento de la obligación.
(443) Vid. LLAMBÍAS, Jorge J., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, T. II-B, 4ª ed.,
Perrot, Buenos Aires, 1993, Cap. IV, p. 224, parág. 1492; ALTERINI, Atilio - AMEAL, Oscar - LÓPEZ
CABANA, Roberto, Derecho de Obligaciones, Civiles y Comerciales, 2ª ed., Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
1998, título E), p. 117. El término resulta apropiado, ya que significa: "Accidente de tiempo, lugar,
modo, etcétera, que está unido a la sustancia de algún hecho o dicho", vid. Diccionario de la Lengua
Española, de la Real Academia Española, 21ª ed.
(444) LLAMBÍAS, J. J., op. y loc. cit.
(445) La mentada trascendencia se ratifica, verbigracia, en lo atinente a la interpelación.
En efecto, Llambías, ha precisado minuciosamente los requisitos de la interpelación; entre los
clasificados como intrínsecos al acto unilateral que ella importa, se destaca la necesidad de que sea
"apropiado" en cuanto al lugar y tiempo de pago de la obligación (vid. autor citado, op. cit., T. I, párr.
115.b], p. 143.). Asimismo, a la determinación del lugar de pago se le ha asignado incidencia como
factor impeditivo de la mora. En efecto, "aun cuando la obligación tenga plazo expresamente
determinado y cierto y a pesar de la literalidad del párrafo primero del art. 509 del Código Civil, la mora
no debiera producirse automáticamente cuando el lugar de pago es el domicilio del deudor. Porque si el
deudor debe pagar allí le bastaría al acreedor con no concurrir para dejarlo en mora..." (vid. ALTERINI,
A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho de Obligaciones..., cit., párrs. 409 y 404
respectivamente).
(446) Se trata del domicilio que el deudor ostenta al momento en que la obligación debe
ser cumplida. En el decir de Llambías "el domicilio del deudor al tiempo propio de cumplimiento de la
obligación" (Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, p. 225, parág. 1493). Es del caso manifestar
que el art. 748 otorga al acreedor un derecho de opción frente a la mudanza de domicilio del deudor: "si
el deudor mudase de domicilio, en los casos en que el lugar de pago de éste fuese el designado para el
pago, el acreedor podrá exigirlo, o en el lugar del primer domicilio, o en el del nuevo del deudor". Del
tenor literal del texto puede aparecer como que la opción sólo aparece en los supuestos de designación
expresa del domicilio del deudor como lugar de pago; empero, bien enseña Llambías, que no es posible
circunscribir tal opción al mentado supuesto, ya que "también hay designación tácita, emanada de las
propias partes, cuando ellas nada dicen pudiendo hacerlo" (op. cit., T. II-B, Cap. IV, p. 225, nro. 1493),
es decir cuando tácitamente se remiten a la norma supletoria. En conclusión la opción la tiene el
acreedor y se puede ejercer en todos los casos en que corresponda extinguir la obligación en el domicilio
del deudor.
(447) El codificador ha utilizado el término obligación en una de sus "acepciones
impropias", ya que en verdad no se refiere al significado técnico del sustantivo obligación, sino que
identifica el término con el documento en que se instrumenta la obligación (cfr. ALTERINI, A. - AMEAL,
O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho de Obligaciones..., cit., p. 17, párr. 8) tal como lo hace -entre otros
ejemplos- en los arts. 500 y 752 . La norma se refiere a la designación del lugar del pago en el acto
constitutivo de la obligación, empero, lo que resulta relevante es el acuerdo de las partes en rededor del
sitio de pago, ya que nada obsta a que haya acordado tal extremo luego de perfeccionar el título fuente
de la obligación durante la vida del vínculo obligacional. Es claro que la designación del lugar de pago
puede efectuarse expresamente, y en forma tácita de manera tal que de la naturaleza y circunstancias
de la obligación se induce la intención de las partes de extinguir la obligación en determinado sitio. Tal el
caso de la obligación que asume un notario de constatar el estado de mantenimiento de un inmueble, su
obligación de hacer se llevará a cabo en el lugar de dicho bien. Por fin, cabe la posibilidad de que se
hayan fijado varios lugares de pago en forma alternativa, en cuyo caso es aplicable el régimen de tales
obligaciones (art. 636 ), por tanto es el deudor quien tiene a su cargo la elección del lugar de pago (art.
637 ).
(448) La convención respecto del lugar de pago surte efectos respecto de la competencia
en razón del territorio. En efecto, de conformidad a lo establecido por el art. 5º , inc. 3º del rito de la
Capital Federal, tal designación determina el juez que intervendrá en la acción a qué de lugar la relación
obligacional; operando una prórroga de ella por aplicación del art. 102 del Código Civil, el cual establece
"la elección de un domicilio implica la extensión de la jurisdicción que no pertenecía sino a los jueces del
domicilio real de las personas".
(449) ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho de Obligaciones..., cit.,
nro. 269, p. 118.
(450) Para que la excepción funcione sólo basta que se trate de una obligación de dar cosa
cierta. La aplicación del precepto a los inmuebles no merece mayores comentarios; en cambio respecto
de las cosas muebles "el lugar de pago es donde la cosa se encuentra habitualmente a la época del
contrato, es decir, donde el poseedor solía tenerla, no en el lugar en donde accidentalmente se
encontrara la cosa en ese momento" (LLAMBÍAS, J. J., Tratado... Obligaciones, cit., Cap. IV, parág.
1497, p. 229).
(451) Si bien la norma, que concuerda con las soluciones de los arts. 1411 y 1424 se
refiere a la compraventa, se aplica analógicamente a todo contrato con prestaciones recíprocas y
simultáneas, en tanto una de ellas consiste en dinero; en cuyo caso este pago debe hacerse en donde se
recibe la contraprestación.
(452) ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho de Obligaciones..., cit.,
nro. 267, p. 118; LLAMBÍAS, J. J., Tratado... Obligaciones, cit., Cap. IV, parág. 1496, p. 228.
(453) La norma dice: "El lugar de cumplimiento de los contratos que en ellos no estuviere
designado, o no lo indicare la naturaleza de la obligación, es aquel en que el contrato fue hecho, si fuere
el domicilio del deudor, aunque después mudare su domicilio o falleciere". De todos modos, el acreedor
cuenta con la opción a que se refiere el art. 748 del Código (vid. nota 4).
(454) Señala Llambías que si bien omitió en el articulado en estudio el tratamiento de este
tipo de obligaciones, ello no autoriza a entender que no las haya tenido en cuenta, ya que se encuentran
distintos preceptos en donde aparece esta categoría, tales como los arts. 1409 , 2285 , 2226 , etc.
(Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, parág. 1504, p. 232). El tratamiento legislativo
dispensado a la cuestión puede llamar a confusiones. En efecto, la confrontación de los arts. 750 y 751
parecerían indicar que se está frente a una situación binaria: obligaciones a plazo, o sin plazo, en cuyo
caso debe estarse a la fijación judicial de éste (art. 618 ); situación que se mantiene en el art. 509
reformado que trata a las obligaciones con plazo expreso, tácito y luego a las obligaciones sin plazo
determinado, remitiendo en este último supuesto a la intervención judicial. No debe olvidarse que el
plazo (así como la condición y el cargo) son accidentes de la obligación, y de ninguna manera elementos
naturales de ella, con lo cual, primeramente debe estarse a la determinación de la categoría de
obligación de que se trata; si es pura y simple, será pagadera frente al primer requerimiento que su
índole consienta, y no corresponde la fijación judicial del vencimiento. En efecto, en tal caso la
determinación del juez pasará por determinar si frente al requerimiento del acreedor de pago de la
obligación pura y simple y la no atención del deudor a tal exigencia, éste está en mora o no, y en tal
caso si está incurso en una situación de incumplimiento. Así pues los supuestos de obligaciones de plazo
indeterminado están dados por aquellas situaciones en donde las partes han diferido para un momento
posterior la determinación del plazo, no arribando a ningún acuerdo al respecto. Vid. LLAMBÍAS, J. J.,
Tratado... Obligaciones, cit., T. I, Cap. VII, parág. 103 bis 4, p. 131.
(455) ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho de Obligaciones..., cit.,
nro. 270, p. 119.
(456) El art. 566 , Cód. Civ. establece que "la obligación es a plazo cuando el ejercicio del
derecho que a ella corresponde estuviere subordinado a un plazo suspensivo o resolutorio", en rigor es
menester aclarar que el plazo es una modalidad propia de los actos jurídicos, lo que impone su
tratamiento legislativo dentro de la esfera del negocio jurídico, tal como lo hace el Código proyectado en
sus arts. 346 a 350. Se le atribuye al plazo la virtualidad jurídica de hacer depender la exigibilidad de la
obligación al acaecimiento de un hecho futuro y cierto, que ocurrirá fatal o necesariamente (ALTERINI,
A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho de Obligaciones..., cit., nro. 964, p. 434). Se clasifica al
plazo en cierto o incierto; accidental y esencial; expreso o tácito; legal, judicial o convencional;
adquiriendo tales especies particular relevancia para determinar la época de exigibilidad de la obligación.
Asimismo, se distingue entre plazo suspensivo o resolutorio, en donde el primero, también denominado
inicial, demarca "la postergación de los efectos de la obligación (exigibilidad) hasta que advenga el
término"; en cambio el final, o resolutorio o extintivo, "es aquel a cuyo vencimiento se extingue ex nunc
un derecho" (aut. y loc. cit., nro. 969). Constituye un plazo final, verbigracia, el que se estipula para el
mantenimiento del usufructo (art. 2920 , Cód. Civ.), de modo que "los efectos del negocio jurídico
terminan con el cumplimiento del término final", y se diferencia de la condición resolutoria, en que "el
término final no está dotado de eficacia retroactiva" ya que conservan su validez los derechos que
nacieron durante la relación jurídica (VON TUHR, Andreas, Derecho Civil. Teoría General del Derecho
Civil Alemán, Vol. III-1, trad. Tito Rava, Depalma, Buenos Aires, 1948, parág. 83, p. 371).
(457) El plazo -como toda manifestación de la voluntad- puede ser determinado por las
partes en forma expresa o tácita, en cuyo caso resultará con certeza de la naturaleza y circunstancias de
la obligación. Asimismo, el plazo puede ser cierto o incierto, de conformidad al grado de certidumbre
respecto de la época del acaecimiento del hecho necesario que constituye su término (art. 568 ). No
debe confundirse tal clasificación con la caracterización de "necesario" a que se refiere el art. 569 , que
diferencia al plazo de la condición, precisamente, por dicho carácter: mientras la condición importa la
sujeción de la existencia de la obligación -suspensiva o resolutoriamente- a la ocurrencia de un hecho
futuro eventual, el plazo demarca la oportunidad en que se cumplirán los efectos de la obligación, en
relación al acaecimiento de un hecho que fatalmente ocurrirá; aunque -como se adelantara- puede no
haber certeza respecto de la oportunidad del acontecimiento necesario.
(458) Como dice Llambías, "esta caducidad del plazo funciona sólo a favor de los
acreedores hipotecarios o prendarios cuando un tercero ejecuta y consigue que se ordene el remate de
la cosa que constituye la garantía real de aquéllos" (Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, parág.
1510, p. 239) aclara a continuación dicho autor que la doctrina amplió la solución del art. 754 a
supuestos en los cuales quien avanza en la ejecución del bien garantizado con un derecho real de
garantía es un acreedor quirografario.
(459) Autorizan al acreedor a exigir el pago de la obligación, aun cuando el plazo no se
encuentre vencido, ante actos del deudor que deterioran la garantía real. Así el art. 3157 , luego de
dejar a salvo las facultades que mantiene el deudor hipotecario en su carácter de propietario del bien
gravado, veda a éste la realización de actos de desposesión material y jurídica que disminuyan el valor
del inmueble asiento de la garantía. El art. 3161 señala que de ocurrir tal extremo "los acreedores
hipotecarios podrán, aunque sus créditos no estén vencidos, demandar que el deudor sea privado del
término que el contrato le daba". El art. 3215 se refiere a los actos de desposesión en la prenda.
(460) Es menester tener presente que el Código proyectado, con irreprochable criterio
metodológico, trata lo concerniente a la condición, plazo y cargo juntamente con las modalidades de los
actos jurídicos. De tal modo los arts. 346 a 350 se refieren especialmente al plazo, y en particular, la
última de las normas citadas establece los supuestos de caducidad del plazo, lo que será objeto de
análisis al referirse al tiempo del pago.
(461) Se ha explicado que "las prácticas establecidas entre las partes tienen, en el
derecho moderno especial relevancia para definir el contenido del contrato y para interpretarlo". Estas
prácticas se diferencian de los usos en que "éstos toman en cuenta el comportamiento generalizado en
un ramo o sector del comercio" (ALTERINI, Atilio A., Contratos Civiles. Comerciales. De Consumo, Teoría
General, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1998, parág. 11, p. 60). El art. 218 , Cód. Com. en su inc. 4º
indica que: "Los hechos de los contrayentes, subsiguientes al contrato, que tengan relación con lo que se
discute, serán la mejor explicación de la intención de las partes al tiempo de celebrar el contrato".
También otorga preponderancia al comportamiento de las partes el art. 1146 , Código de Vélez, el cual
presume el consentimiento contractual cuando "...una de las partes hiciere lo que no hubiera hecho, o
no hiciere lo que hubiera hecho si su intención fuese no aceptar la propuesta u oferta".
(462) La norma, al reconocer virtualidad jurígena a las prácticas en las relaciones entre las
partes, está realizando una aplicación concreta del deber de buena fe que consagra, primero, en el art.
395, cuando en lo concerniente al ejercicio de los derechos dispone que "los actos jurídicos deben ser
celebrados y ejecutados con buena fe y lealtad", y luego precisado en el art. 966, que impone a las
partes "actuar de buena fe durante la celebración y la ejecución del contrato".
(463) Esta opción le confiere al acreedor una herramienta para lograr certeza respecto del
cumplimiento de obligaciones que versen sobre objetos determinados que dificulten el establecimiento
del "sitio habitual" en donde se encuentren (vid. los comentarios vertidos supra respecto de la
interpretación de las disposiciones del art. 747 , 2ª parte, Cód. de Vélez).
(464) LLAMBÍAS, J. J., Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, parág. 1498, p. 230.
(465) Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, 21ª ed.,
la locución adverbial "al contado" en su primera acepción significa "con dinero contante"; y en su
segunda "con pago inmediato en moneda efectiva o su equivalente".
(466) Es del caso recordar que "se debe distinguir el plazo del término: plazo es el lapso
durante el cual no puede exigirse la obligación (decurso del tiempo), y término es el punto final del
plazo" (ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho de Obligaciones..., cit., nro. 964, p.
434). De tal manera, la categorización de incierto o cierto del plazo atiende al grado de precisión que
tienen las partes respecto de la oportunidad del acaecimiento del término. La distinción entre plazo
expreso o tácito referencia el modo en que las partes manifiestan su voluntad de sujetar el pago a tal
modalidad.
(467) En la jurisdicción de la ciudad de Buenos Aires, será el sumarísimo.
(468) Conf. ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho de Obligaciones...,
cit., nro. 411, p. 175. La esencialidad del plazo puede surgir de la naturaleza y circunstancias de la
obligación, o bien por determinación expresa de las partes; tal característica surte su principal efecto en
lo concerniente al régimen de la mora, ya que el mero retraso importa la inejecución definitiva, y
conlleva la mora automática (art. 1593, inc. a] del Proyecto; y art. 509 redactado por Vélez Sarsfield).
(469) LLAMBÍAS, J. J., Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, parág. 1516, p. 244.
(470) LLAMBÍAS, J. J., Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, parág. 1504, p. 244.
(471) LLAMBÍAS, J. J., Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, parág. 1521, p. 248.
(472) Cuyos textos dicen: Artículo 752 . "Si por el acto de la obligación se autorizare al
deudor para hacer el pago cuando pudiese o tuviese medios de hacerlo, se observará lo dispuesto en el
art. 620 ". Artículo 620 . "Si la obligación autorizare al deudor para satisfacerla cuando pudiese, o
tuviese medios para hacerlo, los jueces, a instancia de parte, designarán el tiempo en que deba
hacerlo".
(473) Postura seguida por Borda, luego abandona en la 4ª ed. de su Tratado de Derecho
Civil Argentino. Parte General, T. II , nro.. 1104.
(474) LLAMBÍAS, J. J., Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, parág. 1521, p. 248.
(475) LLAMBÍAS, J. J., Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, parág. 1522, p. 249.
(476) Es conteste la doctrina en considerar que el beneficio cesa con la muerte del deudor,
vid. LLAMBÍAS, J. J., Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, parág. 1524, p. 253; ALTERINI, A. -
AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho de Obligaciones..., cit., nro. 278, p. 122. Vid. cita nota
siguiente.
(477) En pos de la consideración como obligación a plazo se ha dicho que "es posible que
las partes quieran que la prestación se efectúe de cualquier manera, aun cuando el acontecimiento
futuro no tenga lugar; en tal caso el crédito no está bajo condición, sino que se difiere su cumplimiento.
Esto sucede, por ejemplo, cuando alguien promete pagar en cuanto sus condiciones lo permitan (el
último término para pagar es la muerte del deudor -acota el autor en nota 22-)" (VON TUHR, A.,
Derecho Civil..., cit., Vol. III-1, parág. 83, p. 307).
(478) Expresa Llambías que "habiendo seguridad inicial sobre la futura exigibilidad de la
deuda -cuando el deudor mejore de fortuna o cuando muera- la obligación no es condicional, sino
diferida hasta el cumplimiento de un plazo incierto, que seguramente llegará aunque no se sepa cuándo"
(Tratado... Obligaciones,, cit., T. II-B, Cap. IV, parág. 1522, p. 250).
(479) Cfr. ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho de Obligaciones..., cit.,
nro. 277, p. 121.
(480) Tratado... Obligaciones, cit., T. II-B, Cap. IV, parág. 1514, p. 242.
CONSIGNACIÓN PRIVADA - LUIS NIEL PUIG
El Proyecto de Código Civil de la República Argentina presenta en su Libro Cuarto "De los
derechos personales", Título I, Capítulo III, Sección Cuarta, lo atinente al pago por
consignación, con dos parágrafos, el primero destinado a la consignación judicial, y el
segundo a la consignación privada.
Ello constituye una novedad, con antecedentes en el art. 45 del decreto-ley 5965/63 y en el
Proyecto del Poder Ejecutivo del año 1993.
Por este procedimiento simple, el deudor de una suma de dinero persigue su liberación ante
la mora credenti.
Se instrumenta para ello un trámite simplificado de consignación, de bajo costo, evitando así
largos y costosos juicios de consignación judicial de la suma debida, art. 756 del Código
Civil.
El art. 45 del citado decreto-ley preceptúa que: "Si la letra de cambio no se presentara para
el pago en el término fijado en el art. 40 , cualquier deudor tiene la facultad de depositar su
importe en poder de la autoridad competente, a costa, riesgo y peligro del portador del
título. Para las letras de cambio pagaderas en el territorio de la República, la autoridad
judicial con jurisdicción en el lugar del pago es la competente para recibir el depósito, sea
directamente o por intermedio de un banco".
Repasando los antecedentes del artículo transcripto, se advierte que el decreto 5965/63
introdujo una novedosa modificación respecto del Código de Comercio, estableciendo un
procedimiento de pago para el deudor cambiario, distinto al del Código Civil. Su antecedente
se remonta a los usos mercantiles del siglo XVIII, donde el deudor a quien el acreedor no le
requería el pago al vencimiento, depositaba el importe ante el juez. Esta práctica es recogida
por el derecho francés a través de un decreto del año 1795, que es seguido por el derecho
germano, holandés y suizo, trascendiendo en virtud de su incorporación a la Legislación
Uniforme de Ginebra.
Aclaremos que la norma del art. 45 alcanza a todo deudor de una letra de cambio pagable a
día fijo o a cierto tiempo fecha o vista, según el art. 40 del decreto-ley citado, que
comprende además al pagaré. Hablar de todo deudor refiere a todas aquellas personas que
pagando extinguen la relación cambiaria comprendiendo al girado o aceptante, como
también al avalista del aceptante (484). El decreto citado simplificó el trámite de
consignación del derecho común, ya que aquí el deudor conoce quién es su acreedor, en
cambio en los supuestos de la letra de cambio o pagaré, el deudor cambiario conoce a su
acreedor al momento en que éste se presente requiriendo el pago de lo adeudado. Pero la
solución de la consignación cambiaria del decreto 5965/63 difiere de la del Código Civil y en
cierta manera de la del Proyecto. Recordemos que en aquélla el deudor tiene la facultad de
depositar el importe judicialmente, sea en forma directa ante la autoridad judicial o por
intermedio de un banco, donde basta el depósito de la suma debida para que produzca los
efectos perseguidos por el deudor, sin necesidad de promover juicio de consignación. Ello
difiere con la solución del Código Civil donde, en caso de impugnación por parte del
acreedor, "surte los efectos del pago, desde el día de la sentencia que la declare legal", art.
759 del Código citado (485).
Paso a analizar a continuación el mecanismo simplificado de los arts. 846 y 847 del Proyecto
sobre consignación privada.
Estamos en presencia de una facultad acordada por la ley al deudor de una suma de dinero,
optativa, excepcional, contra el acreedor negligente, que le permite cumplir mediante el
depósito ante escribano o banco.
Los arts. 846 y 847 del Proyecto, contienen requisitos de procedencia y de trámite de la
consignación, a saber:
1. Requisitos de procedencia
2) La vía privada de consignación es optativa. El deudor puede elegir esta vía o la judicial del
art. 840.
3) No puede hacer uso de ella, si la notificación al acreedor, que está obligado a practicar,
resulta imposible.
4) Que exista mora creditoris, al no prestar el acreedor la colaboración necesaria para recibir
el pago.
2. Trámite de la consignación
1) Previo a consignar, el deudor debe notificar al acreedor el día, hora y lugar donde
efectuará el depósito.
2) Efectuar el depósito en el lugar elegido, sea escribano o banco.
1) Respecto de las dos notificaciones, una a cargo del deudor y la otra a cargo del escribano
o banco interviniente, en ambos casos, el Proyecto no establece formalidad alguna, por lo
que basta cualquier medio notificatorio, donde pueda luego demostrarse la recepción por
parte del acreedor.
En cuanto a la notificación por parte del deudor, incluso después del depósito, por tratarse
de un acto unilateral del mismo, puede retractarse de ello antes de la aceptación de la
consignación por parte del acreedor.
Puede aquí presentarse una complicación, en aquellos casos donde el lugar de pago al
tiempo de ser exigible la obligación difiera del lugar que, conforme a lo convenido, a su
índole, o a los usos o a las prácticas establecidas entre las partes, el pago deba ser hecho en
otro lugar determinado, aplicando lo sentado en el inc. a) del art. 824 del Proyecto. En tal
caso, entiendo que debe prevalecer este último domicilio.
1) Al ser notificado el acreedor por su deudor, del día, hora y lugar en que será efectuado el
depósito, puede aquél percibir la suma adeudada, con los efectos cancelatorios del pago.
2.a) El acreedor puede aceptarlo sin reserva alguna y retirar el importe; en tal caso deberá
abonar los gastos irrogados por las notificaciones y los gastos y honorarios del escribano
interviniente, o los gastos bancarios, sin perjuicio de su derecho a demandar ulteriormente
su repetición.
2.b) Puede resultar que el acreedor entienda que no está en mora o que el pago no es
íntegro; en tal caso debe hacer reservas, dado que si no las formula, la deuda queda
extinguida desde el día en que fue efectuado el depósito.
La inclusión de reservas resulta de importancia por cuanto si se realiza un pago por saldo,
quedan canceladas todas las deudas correspondientes a la obligación por la cual fue
otorgado, o si recibe el pago correspondiente a uno de los períodos, se presume la
cancelación de los anteriores, o si se paga la obligación principal sin los accesorios del
crédito, éstos quedan extinguidos, como además, si se debe daño moratorio, la deuda por
ese daño queda extinguida, según los nuevos arts. 832 y 833 del Proyecto que se analiza.
Considero, entonces, que resulta necesario, al momento de recibir el pago, que el acreedor
haga las reservas pertinentes para demandar ulteriormente su repetición. Como variante
puede el acreedor hacer la reserva, percibir lo depositado y reclamar la diferencia de lo que
entiende le es adeudado.
2.c) Rechazar el depósito dentro del quinto día de notificado. En esta situación, o si el
acreedor no se expide, el deudor puede disponer de la suma depositada.
Ahora bien, en caso de rechazo del acreedor y que éste promueva demanda judicial, puede
el deudor plantear excepción de pago, demostrando que la consignación privada fue
correcta, y que el monto consignado reunía los requisitos de identidad e integridad. Si tal
situación queda demostrada, nada impide el rechazo de la acción promovida por el acreedor,
reconociendo el juez los efectos cancelatorios del pago como consecuencia de la
consignación privada realizada por el deudor.
Entiendo que nada lo impide, ya que puede suceder que el deudor en estado de mora, al
momento del pago se encuentre con su acreedor renuente a recibirlo.
En tal caso, nada le impide consignar en la forma establecida en los artículos comentados,
evitando el pago de mayores intereses moratorios y los eventuales gastos y honorarios ante
una acción judicial. Al consignar debe adicionar al monto adeudado, el importe de los
intereses moratorios hasta el día del depósito.
Constituye un título valor de contenido dinerario con garantía hipotecaria sobre inmueble.
Al serle aplicables subsidiariamente, en cuanto resulten compatibles, las reglas previstas por
la ley que rige los vales o pagarés y la letra de cambio, corresponde la consignación
cambiaria contenida en el art. 45 del decreto-ley 5965/63 .
(481) ALTERINI, Atilio A., "Sobre las disidencias con el Proyecto de Código Civil de 1998",
LL, 1999-D-964.
(482) LEGÓN, Fernando, Letra de Cambio y Pagaré, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1995,
ps. 179 y ss.
(483) GÓMEZ LEO, Osvaldo R., Instituciones de Derecho Cambiario, T. II-A, "Letra de
cambio y pagaré", Depalma, Buenos Aires, 1986, p. 656.
(484) CÁMARA, Héctor, Letra de Cambio y Vale o Pagaré, Ediar, Buenos Aires, ps. 471 y
ss.
(485) ALTERINI, Atilio - LÓPEZ CABANA, Roberto M. - AMEAL, Oscar, Derecho de
Obligaciones. Civiles y Comerciales, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1995, p. 396.
(486) LLAMBÍAS, Jorge J., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, T. II-B, Perrot, Buenos
Aires, 1978, p. 304.
(487) LLAMBÍAS, J. J., Tratado... Obligaciones, cit., p. 230.
CATEGORÍAS DE OBLIGACIONES
En las obligaciones de hacer se distinguen tres niveles del deber prestacional: Realizar cierta
actividad, con la diligencia apropiada, pero independientemente de su éxito; procurar al
acreedor cierto resultado concreto, con independencia de su eficacia; en fin, procurar al
acreedor el resultado eficaz prometido. El deudor de la obligación de hacer tiene derecho a
valerse de terceros para realizar la actividad comprometida, pero no puede delegar la
actividad principal si de lo estipulado, o de la índole de la obligación, resulta que fue elegido
por sus cualidades para realizarla personalmente; esta elección se presume en los contratos
que suponen una confianza especial. Se precisa que, en las obligaciones de hacer y de no
hacer, el acreedor tiene derecho a exigir la destrucción de lo indebidamente hecho, pero el
tribunal, según las circunstancias, y atendiendo al principio de conservación de bienes, puede
limitar o rechazar la pretensión; y que, en la obligación de no hacer, el acreedor puede
requerir las medidas cautelares apropiadas para impedir que el deudor incumpla y, en su
caso, para que cese en su incumplimiento, lo cual es una aplicación de la noción genérica de
prevención del daño.
Se dan normas claras en punto a las obligaciones alternativas, distinguiendo las regulares y
las irregulares. Se pone fin a discrepancias interpretativas al establecer que la elección se
realiza por medio de cualquier manifestación de la voluntad, siempre que sea comunicada al
acreedor si la lleva a cabo el deudor, al deudor si la lleva a cabo el acreedor, y a ambas
partes si la lleva a cabo un tercero. En caso de reticencia, si el renuente es el deudor, la
facultad de elegir pasa al acreedor; si lo es el acreedor, pasa al deudor; y si lo es el tercero,
le corresponde al deudor, eliminando en todos los casos la necesidad de intervención del
tribunal. Se detalla expresamente el régimen de los riesgos, que actualmente es necesario
inducir, en muchos casos, de los textos legales y del criterio expuesto en alguna nota.
Para la obligación facultativa se establece que el deudor tiene derecho a liberarse cumpliendo
otra accesoria; de tal modo se superan las desinteligencias doctrinarias respecto del modo en
que corresponde que sea llevada a cabo la opción del deudor. Conforme al art. 648 del
Código Civil, en caso de pérdida de la prestación principal el acreedor tiene derecho a optar
entre reclamar los daños que sufra por el incumplimiento de ella, o solicitar la entrega de la
prestación accesoria; esta solución anómala e injustificada, que fue reprobada por la
doctrina, ha sido eliminada.
El Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993 (arts. 756 y sigs.) trató la divisibilidad y la
indivisibilidad juntamente con la mancomunación, "ya que en realidad las cuestiones
inherentes a aquéllas sólo tienen verdadera trascendencia cuando existen varios acreedores
o deudores" (Trigo Represas). El art. 1006 del Esboço de Freitas estableció que "no habiendo
solidaridad, los efectos de la obligación mancomunada serán reglados según ya se ha
dispuesto respecto de las obligaciones divisibles e indivisibles". Este Proyecto regula la
mancomunación (simple y solidaria), la divisibilidad y la indivisibilidad, pero procura clarificar
las soluciones, y evitar la repetición de normas idénticas para las obligaciones simplemente
mancomunadas y para las obligaciones divisibles, que aparece en el Código Civil. Conforme
al criterio de Freitas se precisa que los efectos de la obligación simplemente mancomunada
quedan regidos según que el objeto sea divisible o indivisible.
En cuanto a las fuentes de la solidaridad, se establece que sólo puede resultar de una
disposición expresa del título constitutivo de la obligación, o de la ley. Se determina que cada
uno de los deudores, en la solidaridad pasiva, y cada uno de los acreedores, en la solidaridad
activa, representa a los demás en los actos que realiza como tal; en tal orden de ideas -y
conforme a la ortodoxia conceptual- se prevé que los actos de uno de los deudores en la
solidaridad pasiva que comprometen su propia responsabilidad, también comprometen la de
los otros, y que todos quedan obligados solidariamente a la reparación de los daños, no
obstante lo cual las consecuencias propias del incumplimiento doloso de uno de ellos no son
soportadas por los otros. Se consideran defensas comunes a las que favorecen los intereses
de la comunidad de deudores solidarios o de acreedores solidarios, y se asimilan a ellas las
defensas personales que favorecen los intereses de esa comunidad, o los de un grupo que
integra quien las opone, aclarando que la prescripción liberatoria cumplida es defensa
común. Respecto de la cosa juzgada se establece que es invocable por cualquiera de los
acreedores, frente a los deudores que no fueron parte en el proceso, pero éstos pueden
hacer valer sus defensas personales; y por cualquiera de los deudores, frente a los
acreedores que no fueron parte en el proceso, pero únicamente si fueron admitidas defensas
comunes.
Se prevé el mecanismo de contribución para los casos en que uno de los deudores paga la
totalidad de la deuda, o más que su cuota, o repara los daños, dándole derecho a requerir a
los demás que le paguen el valor de lo que ha invertido al efecto en interés de ellos,
conforme a la cuota de contribución de cada uno; si hubo compensación legal cada deudor
debe contribución por su cuota en la deuda original; y si hubo compensación convencional o
facultativa, novación, dación en pago o transacción, la contribución rige por la cuota de cada
uno en la deuda original, o por la que correspondería a cada uno conforme a lo resultante de
los actos extintivos, a su elección. Esto condice con el criterio de Aubry y Rau recogido en la
nota al art. 853 del Código Civil: El codeudor solidario puede mejorar la condición de sus
cointeresados, pero no puede agravarla. También se dispone que el deudor solidario que ha
realizado gastos razonables en interés común tiene derecho a reclamar de los demás la
contribución en el reembolso de su valor. Queda claro que, si un deudor solidario es
insolvente, su cuota de contribución se divide proporcionalmente entre los demás
incluyendo, en su caso, a quien ha sido beneficiario de la extinción relativa de la solidaridad;
y que el deudor solidario que soporta la cuota del codeudor insolvente conserva el derecho a
reclamarle ulteriormente el valor de lo que ha pagado y, en su caso, la reparación del daño
que le ha causado esa insolvencia.
Asimismo se determinan las cuotas de contribución, con un criterio semejante al seguido por
el Código Civil. El acreedor no tiene derecho a oponer a un deudor solidario sus defensas
personales contra otro deudor; pero cualquiera de los deudores solidarios tiene derecho a
oponer al acreedor las defensas personales y las defensas comunes.
En materia de divisibilidad se establece que, para que el objeto debido sea considerado
jurídicamente divisible, es preciso que sea materialmente fraccionable, de modo que cada
una de sus partes tenga la misma calidad del todo; y que la división no afecte
significativamente el valor del objeto obligacional, ni convierta en antieconómico su uso y su
goce. Tal resulta de los arts. 667 y 2316 , primera parte, del Código Civil ("las obligaciones
son divisibles, cuando tienen por objeto prestaciones susceptibles de cumplimiento parcial",
y "son cosas divisibles, aquellas que sin ser destruidas enteramente pueden ser divididas en
porciones reales, cada una de las cuales forma un todo homogéneo y análogo tanto a las
otras partes como a la cosa misma"), así como de la opinión de Savigny recogida en la nota
al art. 669 , cuarto párrafo, quien consideró que la cosa es indivisible cuando "la división
deja subsistentes partes idénticas, pero con una disminución de valor en el todo, como en el
caso de dividir piedras preciosas, espejos, cristales, etcétera". En el Proyecto queda claro
que si el deudor pagó más que su parte en la deuda, y lo hizo sabiendo que en la demasía
pagaba una deuda ajena, su pago produce el efecto subrogatorio en esa demasía, a menos
que haya habido oposición de otro de los deudores; y que si lo hizo sin causa, porque creyó
ser deudor del todo, o porque el acreedor ya había percibido la demasía, se aplican las reglas
del pago indebido.
Se enuncian prestaciones a las que se considera indivisibles, en términos análogos a los del
Código Civil. Se precisa sobre ello que la obligación accesoria es indivisible si lo es la
principal, lo cual influye en la cláusula penal y en las obligaciones facultativas; a pesar de lo
establecido en el art. 644 del Código Civil, y de lo expresado en su nota, la prestación
debida in facultate solutionis no puede seguir la naturaleza de la principal -en cuanto a su
divisibilidad o indivisibilidad- si ésta es divisible y la accesoria es indivisible, porque se
trataría de la divisibilidad intelectual, que está expresamente descartada en nuestro sistema.
Se establece asimismo que la obligación de reparar el daño -aunque recaiga sobre dinero
divisible- también es indivisible si así ha sido convenido, o ello resulta de la ley.
Si uno de los deudores de la obligación indivisible paga a uno de los acreedores, o hay
compensación legal de su deuda con el crédito de alguno de ellos, la obligación también se
extingue con relación a los demás acreedores. Pero si uno de los acreedores renuncia a su
crédito con relación a uno de los deudores, o con él lo transa, o se extingue por confusión,
no se afecta el crédito de los demás acreedores, ni la deuda de los demás deudores. Si hay
varios acreedores y un solo deudor, la novación hecha con éste por uno de los acreedores, o
el recibo de su dación en pago por uno de los acreedores, no afecta a los demás; pero, si
hay un solo acreedor, la novación hecha por éste con uno de los deudores, o el recibo de su
dación en pago, extingue la totalidad del crédito, lo cual es consecuencia de que el acreedor
único es titular de todo el crédito. La mora es personal a cada uno de los deudores o a cada
uno de los acreedores, y los factores de atribución de responsabilidad de uno u otro no
perjudican a los demás. Si uno de los deudores paga la totalidad de la deuda, o repara la
totalidad de los daños, o realiza gastos en interés común, tiene derecho a reclamar a los
otros la contribución del valor de lo que ha invertido en interés de ellos. Si uno de los
acreedores recibe la totalidad del crédito o de la reparación de los daños, o más que su
cuota, los demás tienen derecho a que les pague el valor de lo que les corresponde conforme
a la cuota de participación de cada uno, incluso cuando el crédito se extingue total o
parcialmente por compensación legal.
Se regulan la indivisibilidad impropia, caso en el cual el cumplimiento sólo puede ser exigido
por todos los acreedores en conjunto, o efectuado por todos los deudores en conjunto; las
obligaciones concurrentes, situación que se da cuando varios deudores deben
indistintamente el mismo objeto en razón de causas diferentes; en fin, las obligaciones
disyuntivas.
ACERCA DE LAS OBLIGACIONES DE MEDIOS Y DE RESULTADO - PAULA SEOANE -
FERNANDO A. UBIRÍA
I. INTRODUCCIÓN
Así pues, desde la época en que Rene Demogue -a quien se le atribuye la paternidad de la
clasificación (488), aun cuando hay autores que sostienen que existen otros antecedentes
(489) -, realizara la sistematización de la diferenciación, emergieron numerosas opiniones
que hoy transitan por sendas opuestas. Advertimos que un sector mayoritario de la doctrina
se enrola en la postura de la aceptación y defensa de la tesis de Demogue, con distintos
matices en las apreciaciones personales (490), y con nuevos enfoques que le aportan a la
distinción otra función de mayor importancia (conforme ampliaremos luego) (491).
Desde otra perspectiva, se perfilan quienes entienden, por ejemplo, que se trata de una
clasificación dogmática, carente de vigencia legal, y también aquellos que le quitan valor o
utilidad prácticos, sin estar ausentes quienes han tratado de relativizarla (492). Dentro de
otra postura, hay quienes opinan que tal clasificación parte de bases erróneas con la
consecuente obtención de equivocadas conclusiones (493).
Algunos autores, que podríamos ubicar a mitad de camino entre la aceptación y el rechazo,
la han receptado en forma restringida, en relación a la configuración del incumplimiento,
pero le menguaron relevancia como elemento determinante de la carga de la prueba (494).
Sin embargo, a pesar de las duras críticas de algunos y las reservas de otros, podemos
afirmar que el instituto fue recibido con aprobación por gran parte de la doctrina nacional y
extranjera, cada una de las cuales se ha ocupado de darle al tema un vasto y profundo
tratamiento.
Como adepto a la tesis de la unidad de la culpa -por cuanto entiende que las diferencias de
la culpa contractual y extracontractual carecen de entidad, siendo el concepto idéntico para
las dos órbitas-, sostiene Demogue que "el sistema de la culpa es el mismo en caso de culpa
delictual o contractual" (498).
En este orden de ideas, si el deber jurídico calificado es de "resultado", el actor sólo deberá
probar que el deudor no alcanzó el fin esperado, siendo indiferente la idoneidad de la
conducta prestada, mientras que tratándose de una obligación de medios, le compete al
acreedor probar que el deudor no prestó la conducta comprometida, o igualmente, que no
actuó con diligencia (499). En el primer caso, hay para Demogue una presunción de culpa,
por lo que el obligado debe acreditar su falta de culpa (500).
Los Mazeaud y Tunc consideran que la clasificación tiene gran importancia aunque le dan
otro nombre. A las obligaciones de resultado las llaman "obligaciones determinadas" y a las
de medios, "obligaciones generales de prudencia y diligencia", completando la clasificación
con otras que denominan "obligaciones de garantía". Para estos autores, la regla es la
obligación de resultado y las de medios la excepción (503). Asimismo, el criterio de la
clasificación normalmente radica -para ellos- en lo aleatorio del resultado. La mayoría de las
veces, dicen, el acreedor contrata para obtener cierto resultado, por lo que este opus
constituye el objeto de las obligaciones "determinadas". En este tipo de obligaciones las
partes no tienen en vista la diligencia que deberá emplear el deudor para alcanzar el
cumplimiento del objeto. La no obtención del resultado es suficiente para presumir la culpa
del deudor. A la vez, sostienen que, a los fines de evitar cualquier injusticia, basta con
exceptuar los casos de fuerza mayor, permitiéndosele al deudor destruir la presunción
mediante la prueba de que ha tropezado con un obstáculo que su diligencia no podía o no
debía vencer. En las obligaciones generales de prudencia y diligencia, el objeto es la
diligencia del deudor (504). Para los Mazeaud y Tunc, la importancia del distingo se centra
en la determinación de la carga de la prueba. Así, en las obligaciones de fines se presume la
responsabilidad del deudor (a diferencia de lo que postulaba Demogue, en el sentido de que
se presumía la culpa), salvo que acredite la obtención de un resultado o la fuerza mayor. En
las de actividad, el acreedor debe probar la culpa del deudor.
Para concluir, diremos que aún a pesar de los nuevos enfoques que se han hecho de la
clasificación, con las respectivas variaciones en las apreciaciones personales de cada autor y
las reformulaciones de sus premisas básicas, lo cierto es que ésta ha tenido y tiene favorable
acogida entre gran parte de la doctrina nacional (505) y extranjera (506).
Bajo otra óptica, algunos sectores doctrinales se han mostrado críticos respecto de la
clasificación de las obligaciones en de medios y de resultado, quitándole validez, como se
verá más adelante.
Señala Bueres que la verdadera importancia del distingo clasificatorio (que valida para las
órbitas contractual y extracontractual) está dada por la diversidad existente en el factor de
atribución, hecho que determina cuáles son las eximentes de responsabilidad a utilizar en
cada caso. En las obligaciones de medios -en las que tiene vigencia la no culpa- el criterio
legal de imputación es la culpa. En las obligaciones de resultado -en las cuales la diligencia
del solvens queda fuera de cuestión-, el factor de atribución es objetivo (crédito a la
seguridad especial, garantía, tutela del crédito, riesgo, etc.) (510)
Como señaláramos anteriormente (vid. nota nro. 13), el jurista critica la teoría clásica que
habla de una presunción de culpa (en las obligaciones de resultado), argumentando que en
verdad la culpa queda fuera de cuestión y si no se puede probar en contra de ella, es porque
no hay tal culpa, sino que existe responsabilidad objetiva (511). Por tanto, en las
obligaciones de resultado debe buscarse un factor legal de atribución objetivo, ya que la
culpa está fuera de cuestión, es irrelevante la prueba de la no culpa a los fines
exoneratorios.
Al respecto, explica el profesor Bueres, que toda obligación tiene por objeto un plan, un
proyecto o programa de prestación, siendo esta última el plan o proyecto de una conducta
futura del deudor para satisfacer un interés de un acreedor. Y ese interés aparece, de modo
invariable, en el objeto de toda obligación, sea de medios o de fines (515). Agrega, también,
que lo que ocurre es que en los deberes de medios ese interés que aparece in obligatione es
contingente, aleatorio, potencial, eventual, razón por la cual es bastante para actuar el
contenido del deber -in solutione- con la observancia de la conducta prudente y diligente del
deudor, con su mera actividad o esfuerzo, y añade que algo similar ocurre en los contratos
aleatorios.
Vale decir, que el deudor promete solamente poner diligencia para conseguir un resultado
dado y, cabe agregar, que las partes reconocen que su consecución depende de
circunstancias harto azarosas (516).
En las obligaciones de resultado, la conducta reveladora del cumplimiento de los deberes de
previsión y evitación no deviene suficiente para satisfacer la prestación, ya que es menester
alcanzar el fin, objetivo o efecto perseguido por el acreedor, que es el resultado que califica
la obligación (517).
Sentado, pues, que en las obligaciones de medios el factor de atribución es subjetivo (la
culpa), y que en las obligaciones de resultado dicho factor de atribución es objetivo,
corresponde determinar cuáles son las causales de exoneración de responsabilidad en cada
uno de los supuestos.
Ahora bien, hace algunos años se argumentaba que, frente a los casos de incumplimiento
absoluto y moroso, la carga probatoria pesaba sobre el demandado, y que si el cumplimiento
era defectuoso -salvo hipótesis normativas puntuales- pesaba sobre el actor dicha carga.
Este criterio sufrió algunas variaciones novedosas. Veremos primero la postura original.
Así pues, se ha dicho que cuando el deudor de la obligación de medios no principia siquiera
su prestación de conducta (incumplimiento material absoluto) o la comienza en forma
extemporánea (incumplimiento relativo por retardo), el factor subjetivo se manifiesta por esa
sola circunstancia. Se genera, pues, la presunción subjetiva de responsabilidad.
En relación con las obligaciones de resultado, no hay cambio de opinión, ya que en éstas es
necesario alcanzar el fin al cual va dirigida la conducta del deudor (éste es afianzado al
concretarse el plan de prestación). Por ello, la falta o frustración del resultado por cualquiera
de las formas de infringir el deber de prestación (falta total, parcial o retraso de pretación o
cumplimiento inexacto), responsabiliza al deudor, a menos que éste pruebe el casus (único
límite de responsabilidad para todas las obligaciones [de medios o de fines]), y destruye la
relación de causa a efecto (522).
En suma: 1) frente a una obligación de resultado el deudor debe probar un caso fortuito a los
fines exoneratorios, haya mediado incumplimiento absoluto, parcial, retardo o cumplimiento
inexacto, pues en éstas lo relevante es alcanzar el fin asegurado. Por tanto, basta acreditar
que éste no se ha logrado; 2) en las obligaciones de medios, ante el incumplimiento parcial,
absoluto o retardo, la diligencia prestable no es relevante pues -como se dijo- el deudor debe
actuar para llegar a un fin, aunque aleatorio, siendo aplicable en estos casos los principios de
las obligaciones de resultado; y sí en cambio es trascendente (la diligencia prestable) como
elemento del cumplimiento exacto (pago).
Para concluir, diremos, en relación con la vigencia legal del distingo, que si bien éste no se
encuentra receptado explícitamente en nuestro ordenamiento, como sí ocurre, por ejemplo
en el Código polaco, que adoptó expresamente la clasificación (art. 540) (525), tal extremo
no implica desconocer su vigencia. Ello así pues, por un lado, se considera que las
clasificaciones son un resorte doctrinal, de donde sus incursiones en las leyes sólo
encuentran justificación en casos en que ello sea de estricta necesidad por razones de
claridad y certeza jurídica (526). Y, por otro lado, porque se entiende que la clasificación
surge virtualmente de la ley, donde se define la culpa, se alude a la no culpa, al caso
fortuito, a la responsabilidad objetiva y a sus eximentes, etcétera (arts. 511 , 512 , 513 ,
1109 y 1113 , parágs. 1 y 2, Cód. Civ.) (527).
Pues bien, a esta altura del trabajo, estamos en condiciones de abordar el análisis que sobre
el instituto efectuaron otros importantes autores, quienes -cabe precisar- o bien han
manifestado su disenso con respecto a la posición que desarrollamos más arriba o,
directamente, más que combatir la distinción, han intentado superarla. Veamos.
En esta última posición se encuentra, por ejemplo, Ricardo Lorenzetti, quien, amén de
valorar la calidad y el esfuerzo de juristas como Bueres y otros, critica la distinción en
estudio -por lo menos con el alcance que se le pretende asignar-, llegando incluso a
calificarla de "estéril" (528).
En efecto, en primer lugar destaca que, en nuestro país, esta clasificación ocupó siempre un
lugar residual en el catálogo de los distintos tipos de obligaciones que se enseñan; tuvo,
podría decirse, una finalidad pedagógica. A su vez, entiende que carece de existencia legal,
aunque ello no quiere decir que no exista en el ordenamiento, toda vez que la jurisprudencia
también es fuente de Derecho; no obstante, la efectiva inexistencia de un perfil legal provoca
que la clasificación sea definida pretoriana y doctrinariamente, lo que conduce a numerosos
criterios disímiles.
En cuanto al punto medular de su posición (al menos en lo que a este artículo interesa), el
autor santafesino concluye que, si se suprimiera totalmente la clasificación en cuanto se la
reputa útil para discernir los factores de atribución, igualmente habría factores objetivos y
subjetivos puesto que la culpa, el dolo, el riesgo creado, la garantía, el abuso, cumplen
plenamente esa función. De tal forma -sostiene-, se estaría descuidando la función real y
práctica que cumplen las obligaciones de medios y resultados en nuestro país, cual es la que
surge de la unión de tal clasificación a la idea de inversión de la carga probatoria en los
reclamos judiciales contra los profesionales y la retracción de la responsabilidad (529).
Asimismo, también objeta la validez de la distinción por cuanto entiende que ni siquiera se
puede afirmar que las obligaciones derivadas de determinado tipo de contrato sean de
medios, y las de otro tipo, de resultado. Sólo en casos muy típicos el resultado final de la
actividad del deudor es tenido en cuenta: así ocurre en el contrato de transporte, en el cual
se reconoce la obligación del transportador de conducir al pasajero sano y salvo a destino, lo
que constituiría el resultado final de la obligación.
Ahora bien, el distinguido profesor Atilio Alterini, a su vez, ha escrito notables trabajos sobre
el tema los que, no tanto por haber despertado elogios entre sus pares cuanto por su
particular enfoque de la cuestión, merecen ahora nuestra particular atención y estudio.
En primer lugar, considera que la clasificación en análisis, más allá de no estar legislada
expresamente, resulta trascendente -siquiera como elemento ordenador conceptual- siendo
de frecuente aplicación en nuestros tribunales. Su mérito reside en tratar de dar solución
adecuada a cuestiones concretas, aunque señala que, de hecho, tal tarea se ve dificultada ya
que viene implantada en un marco ideológico: algunos la critican porque -dicen- fundaría
una responsabilidad objetiva de la que son adversarios; otros le reprochan que obstaría a la
generalización de la responsabilidad objetiva que preconizan; finalmente, unos terceros la
apoyan, porque consideran que sirve a los fines de instaurar la responsabilidad objetiva
(533).
Con proverbial agudeza y poder crítico, entiende que si de hecho las categorizaciones
jurídicas sirven a los hombres de Derecho para resolver cuestiones concretas, la utilidad de
la distinción entre obligaciones de medios y de resultado, por lo menos en los términos
herméticos en que ha sido planteada desde su origen y durante muchos años, se encuentra
agotada.
De tal forma, entonces, resultaría equivocado afirmar -al menos como regla- que las
hipótesis de caso fortuito o fuerza mayor, culpa de la víctima o culpa de un tercero extraño
son las causales de exoneración de responsabilidad asignadas a todas las denominadas
obligaciones de resultado. Dicha afirmación es, a la vez, insuficiente y excesiva: en primer
lugar, incurre en defecto al pasar por alto los casos en que la causa ajena genérica no es
útilmente invocable y, en segundo, incurre en demasía en los casos en que es suficiente la
prueba de la falta de culpa (obligaciones de resultado "atenuadas") (534).
Así presentado el tema -y siempre de acuerdo a la postura del profesor Alterini- decir que
una obligación es de medios, en realidad, sólo permite saber que la prueba versa sobre el
incumplimiento y la culpa, porque es frecuente que sea el deudor quien tiene la carga de
probar que cumplió o que, habiendo incumplido, obró sin culpa. A su vez, predicar que una
obligación es de resultado, no significaría lo necesario para comprender el régimen que le es
aplicable ya que, a veces, es menester probar la causa ajena -o sea la ruptura del nexo
causal-, y otras, alcanza con demostrar la diligencia propia o falta de culpa (535).
Por ello, ha intentado una explicación sosteniendo que habría obligaciones de resultado
"agravadas" -las del primer grupo- y "atenuadas" (536) -las del segundo-.
- hay obligaciones de resultado atenuadas (en las cuales el deudor se libera probando
simplemente la falta de culpa, o sea, su conducta diligente) y ordinarias (en las que no basta
la prueba de la falta de culpa y es preciso acreditar la ruptura de la relación causal);
- también hay obligaciones de medios reforzadas (538), por cuanto el art. 902 del Código
Civil atribuye una mayor obligación "cuando mayor sea el deber de obrar con prudencia y
pleno conocimiento de las cosas", y el art. 909 del mismo cuerpo legal establece que si bien
para la estimación de los hechos voluntarios las leyes no toman en cuenta la condición
especial o la facultad intelectual de una persona determinada, sí lo hace en los contratos que
suponen una confianza especial entre las partes. Se está imponiendo, entonces, un especial
deber de prestación en cuanto a la diligencia exigible para no incurrir en culpa (539).
Fundamenta tal línea conceptual a partir de una prolija enumeración de casos en los cuales -
afirma- la prueba de la actuación del deudor con la diligencia debida (esto es, sin culpa)
basta para su liberación, a saber: en la compraventa (art. 1416 , Cód. Civ., que se remite a
las normas generales, art. 467 , Cód. Com.), la locación de cosas (arts. 1561 y sigs., Cód.
Civ.), la donación (art. 1836 , Cód. Civ.), el depósito regular (art. 2210 , Cód. Civ.), el
mutuo (arts. 2253 y 2254 , y su remisión a las normas generales), en el transporte por
agua, en caso de siniestro, la culpa del transportador "se presume, salvo prueba en
contrario" (art. 330, 2º párr., ley 20094 ), etcétera (540).
Sentado lo expuesto, y para concluir, diremos que -a criterio de Alterini- como en realidad
nada de lo que regula el Derecho es rígido y absoluto, sino flexible y relativo -tal como en
extenso lo explicamos más arriba-, la categorización teórica de obligaciones de medios y de
resultado conserva interés y relevancia en el Derecho vivo de la actualidad.
Según lo han entendido algunos autores, el Proyecto de Código Único de 1987 (vetado por el
presidente de la República) recogió la clasificación en el art. 514, apartado segundo
(incumplimiento sin culpa) y en el art. 1625 que diferencia los casos en que los profesionales
empeñan una actividad (art. 1º) de los supuestos en que de lo convenido o de las
circunstancias surge que tales individuos aseguran "un resultado" (541).
Dice el art. 514, apartado segundo del referenciado Proyecto: "Hay incumplimiento sin culpa
cuando el deudor acredita que para cumplir, habrá sido menester emplear una diligencia
mayor que la exigible por la índole de la obligación". Por su lado, el art. 1625 (referido a las
tareas de los profesionales, especialmente en el apartado segundo postula: "En caso de
controversia queda a cargo del profesional la prueba de haber obrado sin culpa en los
términos del art. 514... Pero si de lo convenido o de las circunstancias resultare que el
profesional debió obtener un resultado determinado, sólo se liberará demostrando la
incidencia de una causa ajena" (caso en que los profesionales aseguran un resultado).
V. EL PROYECTO DE 1998
En efecto, ello se desprende, por de pronto, de lo dispuesto en los arts. 1603 y 1604 por
cuanto en el primero se conceptualiza a la culpa (actual 512 , Cód. Civ.) y en el segundo se
determinan las reglas para su apreciación (902 y 909 del mismo cuerpo legal).
Es del caso señalar que el citado art. 1603 mantiene el concepto que sobre la culpa normara
Vélez en el art. 512 de su Código -y que tan elogiado fuera por la doctrina-, con algunas
variaciones que tienden a perfeccionarlo: en el art. 512 se habla de omisión de "diligencias"
(lo que alude más bien a "tramitaciones", en la acepción correcta del vocablo) cuando, en
realidad, conforme al espíritu de la norma, correctamente se la ha reemplazado por
"diligencia", o sea, "conducta diligente" del deudor en el cumplimiento de la obligación;
además, el concepto legal que de la culpa brinda el Proyecto resulta más prolijo por cuanto,
en su redacción, ya no repite el sustantivo "obligación".
La clasificación en estudio también emerge del art. 1606, toda vez que alude a la
responsabilidad objetiva, aclarando que la conducta diligente del sindicado como responsable
no es suficiente para excluirla.
Finalmente advertimos que el instituto subyace en los arts. 1613, en cuanto regula el caso
fortuito, y el art. 1619 en lo que se refiere a la prueba de los factores de atribución, habida
cuenta del sentido que le hemos atribuido a cada una de las categorías.
Pero, más concreta y rotundamente se extrae -con una terminología común en la doctrina
española- cuando se habla de actividad en lugar de medios, de lo que prescribe el art. 726,
incs. a), b) y c), cuando se refiere, respecto de las obligaciones de hacer, cuya prestación
puede consistir en realizar cierta actividad, con la diligencia apropiada, pero
independientemente de su éxito; o en procurar cierto resultado concreto, con independencia
de su eficacia, o en procurar al acreedor el resultado eficaz prometido.
Cuando el tribunal dispone la rescisión parcial o la adecuación debe facultar a la parte que no
las requirió u ofreció para optar por rescindir totalmente el contrato. La declaración rescisoria
debe ser formulada en el expediente en el que tramita el proceso, dentro del plazo de quince
días.
La exigencia de que la excesiva onerosidad resulte irrazonable o inicua resulta del Código
Civil holandés de 1992 (art. 6258.1). La acción por adecuación del contrato fue apoyada por
la doctrina y por la jurisprudencia dominantes, y surge de varios antecedentes (Cód. Civ.
portugués de 1967, art. 437, inc. 1º; Cód. Civ. peruano de 1984, art. 1440; Proyecto de
Código Único de 1987, art. 1198; Proyecto de la Comisión Federal de la Cámara de
Diputados de 1993, art. 1199; Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993, art. 899). La
dependencia de los motivos o propósitos de carácter económico que tuvieron las partes al
celebrarlo, y de la factibilidad de su cumplimiento, fue prevista por el Proyecto del Poder
Ejecutivo de 1993 (art. 899).
La posibilidad que se le otorga a la parte que no optó por la rescisión parcial ni por la
adecuación del contrato de preferir su extinción total, coincide con el criterio del Código Civil
holandés de 1992 pone manos en el contrato para declarar su rescisión parcial o para
adecuarlo, desarticula lo convenido. Es razonable que la parte a quien se le impone esta
desarticulación tenga derecho a retirarse del contrato afectado por la excesiva onerosidad
sobreviniente, y obtener su extinción total.
IMPEDIMENTO AJENO A LA VOLUNTAD DEL DEUDOR
II. Se introduce un texto atinente a la mora del acreedor, remitiendo a las normas de la
mora del deudor.
IV. Se define a la culpa grave como la falta extrema de diligencia -así lo hizo el Código Civil
chileno- y se la asimila al dolo.
VII. Se prevén reglas para la carga de la prueba del daño, de los factores de atribución y de
la relación causal. Respecto de los segundos se atribuye al tribunal la facultad de distribuirla
conforme a las circunstancias del caso, criterio que parece preferible a la rígida sujeción a la
idea de carga probatoria dinámica que propuso el Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993.
VIII. Se redacta una norma para el caso de daños a intereses de incidencia colectiva, en
términos adecuados a la reforma constitucional de 1994, previendo prioritariamente la
reposición y, si ésta no es posible, disponiendo la reparación mediante la provisión de otros
bienes que satisfagan intereses de incidencia colectiva equivalentes a los afectados.
IX. Para evitar que el curso de los intereses se superponga indiscretamente a otros rubros de
la cuenta indemnizatoria, se sientan dos reglas. Una, que si el acreedor requiere el daño
emergente por la pérdida o el deterioro de un bien y, simultáneamente, el lucro cesante por
esa misma causa, debe optar entre los intereses resarcitorios correspondientes al daño
emergente, o el resarcimiento del lucro cesante con sus propios intereses resarcitorios; en la
primera alternativa, los intereses representan el lucro cesante; en la segunda, éste debe ser
probado y genera su propia secuela de intereses. Otra regla es que si el bien que debe ser
entregado, repuesto o restituido, se ha amortizado, el acreedor debe optar entre el valor de
reposición del bien, sin amortización ni intereses resarcitorios, o el valor de reposición del
bien castigado por la amortización con sus propios intereses resarcitorios; la idea central es
que se debe el valor de reposición del bien, pero si éste se amortizó, el acreedor debe optar
entre dicho valor de reposición (sin otro aditamento), o el valor castigado por la amortización
(entonces con intereses).
X. Para el caso de dolo del deudor de dinero -siguiendo el criterio propuesto por Llambías- se
prevé que el acreedor tiene derecho, como mínimo, a ser resarcido con intereses moratorios
calculados al doble de su tasa.
XII. Se amplía la facultad del tribunal de atenuar la responsabilidad por razones de equidad a
los casos en los que el hecho dañoso fue causa de ventajas para el acreedor, y en la
responsabilidad por hechos involuntarios. En cuanto a ésta, en Francia son responsables los
perturbados mentales (art. 489-2, Cód. Civ., según ley 68-5 del 3/1/1968), y los menores
sin discernimiento; y en España, el art. 20 del viejo Código Penal dispuso que, no habiendo
persona que tenga al loco o al menor bajo su potestad, o siendo aquéllos insolventes,
"responderán con sus bienes los mismos enajenados, menores o sordomudos", con
temperamento mantenido por el actual Código Penal (ley 10-95). Luego de la modificación
introducida por la ley 17711 al art. 907 del Código Civil, algunos actos involuntarios fueron
antecedente de la asignación del deber de reparar: esa norma mantiene la regla de
irresponsabilidad de quien obra sin voluntad jurídica, pero autoriza, en ciertos casos, una
indemnización de equidad. El Proyecto sigue la moderna tendencia del derecho comparado,
pero asigna al tribunal atribuciones para atenuar la responsabilidad, también por razones de
equidad.
XIII. El art. 1069 del Código Civil -reformado en el año 1968 por la ley 17711 - establece:
"Los jueces, al fijar las indemnizaciones por daños, podrán considerar la situación
patrimonial del deudor, atenuándola si fuere equitativo"; esta facultad no es aplicable cuando
el daño "es imputable a dolo del responsable". Esta disposición, en la letra del Código Civil,
resultaría confinada a la responsabilidad extracontractual. La doctrina propició extenderla a
todo ámbito de responsabilidad (I Congreso Internacional de Derecho de Daños en Homenaje
al Profesor Doctor Jorge Mosset Iturraspe, Buenos Aires, 1989); ese criterio fue adoptado en
los proyectos del año 1993 (art. 1069 del Proyecto de la Comisión Federal de la Cámara de
Diputados de 1993; art. 1572 del Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993), y así se lo propone.
XIV. Del mismo modo que el Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993, se propone eximir de
responsabilidad a los padres por los incumplimientos contractuales de sus hijos menores de
edad.
XV. Se asigna la obligación tácita de seguridad a quien realiza una actividad, se sirve u
obtiene provecho de ella, si de la actividad, o de un servicio prestado en razón de aquélla,
puede resultar un daño a las personas que participan de la actividad o reciben el servicio, o a
sus bienes; y si, además, puede prevenir ese daño de manera más fácil o económica que si
lo hace el damnificado. Esta fórmula ha sido prevista atendiendo a los criterios de eficiencia:
se trata de la idea del cheaper´s coast avoider, esto es, la de exigir cierta conducta a quien,
con menores costos, puede evitar el daño.
XVI. Se enrola en la responsabilidad objetiva al daño causado por animales, de cualquier
especie; y al resultante del impacto del cuerpo humano que actúa como cosa riesgosa (caso
de los accidentes de esquiadores, o los causados por el brazo del pasajero de un vehículo
extendido fuera de la cabina).
XVII. Conforme al criterio del Proyecto de Código Único de 1987, seguido -con sus matices-
por ambos proyectos de 1993, se establece la responsabilidad colectiva de quienes participan
de un grupo que realiza una actividad mediante la cual se crea un peligro extraordinario para
la persona o para los bienes de terceros. Esta solución atiende a la realidad actual de
patotas, barras bravas en espectáculos deportivos, y demás similares.
XVIII. En beneficio de los maestros y los directores de colegios, se establece claramente que
no tienen responsabilidad personal a menos que obren con dolo o con culpa grave.
Se exige dolo o culpa grave si el daño, en los casos en que no está justificado, se produce en
el ámbito de las relaciones de familia; si es causado por errores de jueces o de árbitros en el
ejercicio de sus funciones; si tal resulta de alguna disposición legal.
1. Formulación
Suele afirmarse, con razón, que en nuestro sistema, al igual que en el derecho comparado,
tiene vigencia el principio de la reparación plena -también denominado integral- del daño
injustamente sufrido.
Se trata de una cuestión de suma importancia, que ha dado lugar, sobre todo en los últimos
tiempos, a opiniones disímiles y que pone en evidencia desencuentros, conceptuales y
terminológicos.
¿Qué debemos entender por reparación plena o integral y cuál es la utilidad y alcance que la
misma presenta?
El tema, conforme habremos de desarrollarlo, suele ser conectado, con dos cuestiones de
máxima relevancia en materia resarcitoria: la determinación del contenido del daño y la
medida de ese contenido.
El daño, en sentido jurídico, esto es como un hecho jurídico idóneo para provocar
consecuencias resarcitorias, es un concepto distinto del daño entendido como simple
fenómeno material, de orden físico. Media entre uno y otro concepto, relación de especie a
género.
Del mismo modo en que el concepto jurídico de daño no tiene identificación plena con el
concepto material, "el contenido jurídico de daño se determina con criterios autónomos,
razón por la cual puede ser distinto el quantum del daño sufrido efectivamente por un
individuo del quantum que debe reprimirse judicialmente" (543).
Reparación plena o integral no significa que el responsable deba resarcir todo daño
materialmente ocasionado a un tercero. Una solución semejante tornaría difusos los límites
de la obligación resarcitoria, y podría llevar, con frecuencia, a las consecuencias perjudiciales
del hecho dañoso, a extremos económicamente insostenibles para el responsable. "No se
trata -dice Orgaz- de la causalidad material sino, como es obvio, sólo de la jurídica: (...)
según nuestra ley el daño imputable al autor de una acto ilícito -salvo el supuesto
excepcional y muy circunscripto del art. 905 in fine-, es el que se halla en conexión casual
adecuada con ese acto, o sea las consecuencias normales, y por tanto, previsibles de su acto
(arts. 903 y 904 ). Las demás no se imputan al responsable, aunque también respecto de
ellas el acto deba considerarse una condición sine qua non de su producción; pero en razón
de su anormalidad, se consideran simplemente casuales o fortuitas" (544).
b) El principio de la reparación plena o integral del daño y la medida del contenido del daño
Una cosa es determinar la existencia del daño y hasta dónde se extiende la obligación
resarcitoria y otra, diferente, es medir ese daño, con miras a traducirlo en una
indemnización. Se trata de dos operaciones distintas, a las que se ha asociado
frecuentemente este principio de la reparación plena o integral, aunque muchas veces sin
tener en cuenta aquella necesaria distinción.
En efecto, una vez determinados cuáles son los daños que el sistema considera resarcibles,
el principio de la reparación plena o integral suele ser invocado, ya de manera más precisa y
rigurosa, como la necesidad de una razonable equivalencia jurídica entre el daño y la
reparación (545), presuponiendo de tal modo una evaluación en concreto (546).
Esta idea de equivalencia, conforme habremos de verlo más adelante, es la que genera
mayores dificultades, pues puede transitar desde una equivalencia económica y rigurosa, a
otra más flexible, ponderada en función de distintos elementos.
Éste es uno de los grandes pilares sobre los que se asienta el moderno derecho de daños,
que orienta sus esfuerzos hacia una justa y plena reparación del detrimento injustamente
causado. Para alcanzar este objetivo, es indispensable que, como regla general, la víctima
sea resarcida en forma integral o plena, pues de esa manera se restablece el equilibrio
preexistente, alterado por el hecho dañoso. Esto impone, consecuentemente, asegurar al
responsable que su obligación no habrá de asumir un límite mayor del daño causado.
Insistimos en que desde una perspectiva netamente resarcitoria, el hecho dañoso no debe
convertirse en una fuente de enriquecimiento para la víctima y de correlativa expoliación
para el dañador. Las reglas que regulan la extensión del resarcimiento, se orientan hacia esa
finalidad.
a) Las ventajas
Son muchas las virtudes que presenta la reparación plena o integral del daño, que han sido
reconocidas, inclusive, por quienes hoy procuran limitar sus alcances. "Esta regla -dicen
Viney y Markesinis (548) - presenta ventajas decisivas y no sería correcto abandonar el
principio" (549).
1) En primer lugar permite una evaluación en concreto del perjuicio, que se opone a la
estimación abstracta que puede presentar un carácter de mayor arbitrariedad. Ello permite a
la víctima obtener una compensación más eficaz del perjuicio: "esto es así porque a través
de ella la indemnización se adapta al daño de manera más completa y permite reflejar
fácilmente los progresos que la técnica puede aportar" (550).
3) Rige el principio de libertad del juzgador para la valoración y cuantificación del daño,
quien no debe -salvo indicación legal- estar obligado a seguir reglas de cálculos, o baremos,
o dictámenes periciales. Estos elementos constituyen guías de suma importancia para el
trabajo de evaluación del magistrado, que siempre conserva amplia libertad para fijar la
medida de la reparación.
4) Favorece y posibilita una dinámica permanente de los métodos de evaluación del daño,
que son adaptados de manera inmediata, a las nuevas situaciones individuales que plantea
el caso concreto.
5) Ha tenido gran importancia en países afectados por la inflación, para corregir las graves
secuelas que este pernicioso fenómeno económico genera en las obligaciones de dar dinero.
Decir que el principio de la reparación plena, así entendido, sea, como regla, el mejor, no
significa proclamar que sea el único posible dentro de un sistema jurídico, ni el más
adecuado para todos los casos concebibles, en función de los intereses comprometidos.
b) Inconvenientes
Se han señalado, también, algunos inconvenientes, que han movido a no pocos autores a
proclamar, con mayor o menor amplitud, según los casos, la necesidad de complementarlo
con microsistemas especiales de responsabilidad, sometidos a reglas distintas.
De ello se infiere que la reparación plena "es la que condice con la plenitud propia que cada
ordenamiento jurídico, la que se obtiene según lo que cada ordenamiento jurídico atribuye al
causante del daño" (552).
Dicha plenitud, mayor o menor, tiene conexión con múltiples factores, entre los que cabe
computar los vinculados con la extensión del resarcimiento y los vinculados con la evaluación
del daño en sí misma, una vez dilucidada aquella cuestión.
Así concebida la cuestión, se afirma que "la plenitud de la reparación depende de cada uno
de los sistemas que matizan las soluciones con criterios muy diversos" (553).
De ser esto así, la plenitud de la reparación no admitiría grados; no habría principio general
ni excepciones; todas las reparaciones, más amplias o menos amplias, en la medida en que
se ajusten a lo que la ley dispone, serían plenas.
Éste es el primer paso para una poco conveniente atomización del principio. Y para dejar
abierta la puerta, en forma amplia, a distintas limitaciones, principalmente cuantitativas, de
la indemnización, sobre todo en los casos de responsabilidad objetiva.
El principio de reparación integral o plena del perjuicio presupone no sólo que se repare el
daño jurídico, conforme los parámetros antes indicados, y siempre que obviamente estén
presentes los demás presupuestos de la responsabilidad, sino también, y esto es muy
importante, que opere la evaluación concreta del daño lo que se contrapone con una
ponderación en abstracto, limitada o tarifada.
Determinar cuál es el rol que le corresponde a cada una dentro del sistema constituye una
cuestión fundamental, que puede, inclusive, tener nuevas e importantes derivaciones, sobre
todo si se admite, con visión moderna, que el derecho a la reparación tiene hoy jerarquía de
derecho constitucional (art. 33 , Const. Nac.) y que, como todo derecho constitucional,
puede estar sujeto a restricciones, alcanzadas por la regla de la razonabilidad.
Nos permitimos discrepar. Nada autoriza a excluir al daño moral del principio de la
reparación plena y del régimen predeterminado de imputación de consecuencias que
consagra el Código Civil, al que está indisolublemente ligado.
La regulación específica del daño moral que contienen los arts. 522 y 1078 del Código Civil
en modo alguno permite inferir su apartamiento de los principios generales de la reparación.
Una exclusión semejante debería estar expresamente determinada por la ley o surgir en
forma indudable de la incompatibilidad del principio de la reparación integral con los
postulados que nutren el resarcimiento del daño moral. Nada de esto se advierte: la
reparación del daño moral constituye un capítulo más dentro del amplio espectro de la
reparación integral de todo daño injustamente sufrido y resulta -por lo tanto- alcanzada por
el principio general de la reparación plena y por el régimen predeterminado de imputación de
consecuencias, del que no es dable prescindir.
¿Obsta la vigencia del principio de la reparación plena la circunstancia de ser el daño moral
insusceptible de ser traducido con exactitud a términos monetarios? ¿La falta de un común
denominador -económico- entre el daño y la indemnización es un obstáculo insuperable para
que podamos hablar de reparación?
Pretender que la reparación sea congruente con la magnitud del perjuicio, ¿importa una
actitud insuficiente e irreal? ¿Es ilógico o, más aún, imposible buscar una adecuación entre el
daño y su reparación?
Los argumentos de la tesis que rechazamos no son novedosos y fueron utilizados durante
décadas por los partidarios de la doctrina de la sanción ejemplar, con cuyos postulados
guardan estricta coherencia. Pierden de vista que el dinero no asume, en materia de
indemnización del daño moral, la misma función que despliega cuando se trata de reparar el
perjuicio material: se trata de satisfacer a la víctima más que de compensarla en términos de
equivalencia.
La mera circunstancia de no ser posible alcanzar una equivalencia cualitativa exacta entre el
daño moral y el monto indemnizatorio, no es suficiente para descartar el sentido resarcitorio
que asume la indemnización y la plena vigencia del principio de la reparación integral. La
idea de satisfacción también está fuertemente ligada a la de reparación y no constituye, en
modo alguno, un sucedáneo de ésta.
Es cierto que la valoración y cuantificación del daño moral es harto dificultosa; es verdad,
también, que por lo general, la determinación del quantum indemnizatorio está presidida de
una marcada dosis de subjetivismo; y que la propia entidad extrapatrimonial del perjuicio y
la inexistencia de un mercado de valores espirituales afectados impide una calibración exacta
en términos económicos.
Sin embargo, el cartabón para medir el daño moral es diferente que el que rige en materia
de daño patrimonial: es el metro de la mente y del espíritu el que brinda la solución;
imperfecta, al fin, como lo son buena parte de las soluciones que brinda el derecho, pero la
única posible dentro del orden actual.
La tesis que niega la posibilidad de una reparación plena o integral del daño moral otorga a
los conceptos reparación e indemnización un sentido marcadamente económico. Asociación
que pudo existir, en un primer momento, pues la idea de reparación integral o plena nace
ligada al resarcimiento del daño patrimonial. Pero tal concepción deviene hoy insostenible.
Desde el punto de vista de la medida del contenido del daño, la relación que se exige entre
éste y la indemnización no es necesariamente cualitativa y traducible en términos de
exactitud económica: alcanza con que sea una compensación aproximada desde el punto de
vista jurídico, algo que, por cierto, no está exento de un perceptible subjetivismo.
Puede conducir, también, y ése es el objetivo de la mayor parte de los autores que impugnan
la vigencia del principio de la reparación plena, a una solución que hoy nos parece
irrealizable y peligrosa: la determinación de pautas legales normativas, rígidas o flexibles,
para este tipo de detrimento.
En el derecho inglés, la reparación integral del daño es la regla, tanto en materia contractual
como extracontractual, en un marco de generalizado consenso (558).
La doctrina dominante en nuestro país, admite, aunque con distintos alcances, la vigencia del
principio de la reparación plena o integral, con el sentido amplio que le hemos asignado
anteriormente (560).
El principio antes enunciado reconoce algunas excepciones, en las que la reparación del daño
se realiza en forma tarifada o limitada por topes indemnizatorios máximos o mínimos. Entre
las principales, mencionamos:
f) El art. 1069 del Código Civil faculta a los jueces a efectuar morigeraciones de equidad al
tiempo de fijar el monto indemnizatorio, tomando en cuenta la situación patrimonial del
deudor y siempre que no haya mediado dolo en su conducta.
g) La indemnización de equidad del art. 907 en caso de daños causados por hechos
involuntarios no queda sujeta al principio de la reparación plena (art. 907 ). En tal caso, el
perjuicio debe ser valorado, cuantificado y resarcido, con criterio prudencial, atendiendo a las
circunstancias del caso. La extensión del resarcimiento está, de tal modo, librada al prudente
arbitrio judicial.
El principio de la reparación plena o integral del daño no es absoluto, ni puede ser el único
criterio que un sistema jurídico adopte.
No basta con tener un responsable solvente: debe procurarse, también, la búsqueda realista
de mecanismos de pronto pago, que aseguren a la víctima la percepción de su indemnización
en un marco de tiempo acotado. Mecanismos que, por cierto, aparecen reñidos hoy con la
lentitud vejatoria para con el justiciable que evidencia nuestra justicia. Es que de poco valen
las mejores construcciones jurídicas, si el responsable es insolvente cuando la indemnización
llega tarde.
De allí la necesidad de incentivar el seguro, y más aún, de imponerlo como obligatorio en
ciertos supuestos, estadísticamente comprobados como de mayor dañosidad, por el uso de
cosas riesgosas o la realización de actividades de esa naturaleza: automotores, riesgos del
trabajo, actividades nucleares, productos defectuosos, etcétera.
Los fondos de garantía representan o, al menos, deberían hacerlo, la válvula de cierre del
sistema, operando de tal modo una colectivización de los riesgos y de los daños
consecuentes y una lógica distribución del costo individual y social de estos infortunios.
Desde el punto de vista del deudor, sindicado como responsable, se proclama que una
solución de esta índole, sobre todo en materia de responsabilidad objetiva, evita que se lo
termine convirtiendo en una nueva víctima del daño.
El principio de la reparación integral o plena del daño, tal como lo hemos analizado
precedentemente, no puede ser mantenido a ultranza en tales circunstancias, habida cuenta
de ser harto dificultoso, si no imposible, estructurar un sistema de seguro obligatorio, con
fondo de garantía sobre la base de su plena vigencia.
"El seguro -dice Rivera- es un negocio que se estructura sobre serias estadísticas que toman
en consideración -entre otras pautas- la frecuencia con que se producen los siniestros
asegurables y el monto de las indemnizaciones que las aseguradoras deben dar en esos
casos. De allí que indemnizaciones concedidas sin culpa, sin causalidad, sin verdaderos
responsables incrementan el número de siniestros indemnizables e indemnizaciones por
montos irrazonables incrementan las primas o hacen lisa y llanamente inasegurables ciertos
riesgos" (563).
Las soluciones que puedan propiciarse, deben tener en cuenta su carácter específico y
excepcional, dentro de un contexto de responsabilidad civil que consagra, como regla, el
principio de la reparación plena. Dichas soluciones específicas no constituyen la regla, ni
deben convertirse en ella.
Señala Tunc (564) que una de las funciones nuevas que tiene la responsabilidad civil en
nuestro tiempo es la de contribuir a diluir los efectos del daño, repartiéndolo en la mayor
medida posible. La responsabilidad civil no es un instrumento directo para una política de
distribución de la carga del daño, pues se trata de una tarea que debería corresponder a la
seguridad social, habida cuenta de las múltiples dificultades que el funcionamiento de tal
sistema encierra, roles que tradicionalmente le han sido ajenos.
Conviene, empero, tener en cuenta que no siempre es conveniente que el sistema diluya la
carga del daño en la comunidad o en una parte de ella. Y que, en principio, dicha actitud
debe circunscribirse a supuestos específicos, en donde no sólo las reglas de la economía
presiden el criterio de selección. La eficiencia del sistema se erige, de tal modo, en una
premisa básica.
Adviértase que un excesivo reparto del daño puede desalentar las políticas de prevención del
daño, que tienen un rol fundamental en la hora actual.
Esto nos enfrenta a un dilema de hierro, de cuya respuesta dependerá, en gran medida, el
espíritu y la ideología del sistema: ¿hasta qué punto debe protegerse la actitud de quien
prefiere indemnizar a prevenir el daño, amparado en que gracias a la distribución mentada,
es más barato reparar que prevenir?
Las restricciones al principio de la reparación plena o integral del daño, pueden operar de
diferente manera:
2.1. Ya sea fijando un tope máximo, por encima del cual el sistema no reconoce valor
jurídico a la obligación de resarcir. Dicho tope puede consistir en una cifra dineraria fijada
por la ley, que rige "únicamente si la liquidación de los daños -que ya está ceñida al límite
cualitativo resultante de la causalidad adecuada- supera su monto" (565). Éste es el criterio
que consagra el Código Aeronáutico (arts. 155 y 183 ), la Ley de la Navegación 20094 (art.
364 ) y la Convención de Viena sobre Responsabilidad Civil por Daños Nucleares de 1963
(ratificada por ley 17048 ); o estar representado por la referencia al valor de ciertos bienes
(arts. 173 y 179 , Cód. Com.); o estar limitada a ciertos bienes como sucede en las
obligaciones propter rem o en materia de leasing y fideicomiso. Habremos de volver sobre
esta cuestión más adelante.
2.2. O bien fijando una liquidación forffetaria, tarifada, del daño y su medida, sobre la base
de parámetros distintos de los ordinarios. En este caso el quantum indemnizatorio es
determinado sobre parámetros objetivos, autónomos, que prescinden de la concreta realidad
del perjuicio a los fines de su resarcimiento. Esto determina que la indemnización tarifada
pueda ser inferior o superior al daño que sería realmente indemnizable si se aplicaren los
principios generales. (Es el criterio que consagra la Ley de Contrato de Trabajo -art. 245 , ley
20744- para calibrar las indemnizaciones por despido incausado: antig•edad, omisión de
preaviso, etc.).
3) Atenuando el monto indemnizatorio, tal lo que sucede con el pago con beneficio de
competencia (art. 799 , Cód. Civ.), con la reducción de equidad de las indemnizaciones (art.
1069 , Cód. Civ.) o con las limitaciones establecidas en materia de costas por el art. 505 del
Código Civil (t.o., ley 24432 ).
Deben sumarse a lo dicho otras técnicas de reducción que no tienen vinculación con el
principio de la reparación plena, al menos de manera directa.
a) Exclusión de la legitimación activa a ciertos damnificados (tal lo que sucede con ciertos
damnificados indirectos, en materia de daño moral).
c) Multiplicación de las condiciones para hacer más difícil el ejercicio de la acción resarcitoria.
Tal lo que sucede, por ejemplo, cuando se exige la presencia de dolo o culpa grave en el
responsable, conforme lo predica, por ejemplo, la denominada doctrina de la real malicia en
materia de responsabilidad de los medios de prensa.
El tema presenta una especial importancia por cuanto, lamentablemente, en los tiempos que
corren, buena parte de las limitaciones indemnizatorias que conocemos sólo parecen
perseguir la tutela de intereses sectoriales, consagrando ámbitos de privilegio a favor de
ciertos dañadores potenciales, en forma absolutamente irrazonable para los damnificados.
Esto encierra un riesgo enorme de atomización del sistema de responsabilidad civil y
promueve un remedio perverso.
La responsabilidad civil no puede ser utilizada sólo para satisfacer intereses económicos
sectoriales, que procuran optimizar costos y beneficios, a expensas de los damnificados.
Por esa razón debemos insistir en la necesidad de abrir las puertas a estos mecanismos de
socialización de daños selectivamente, con mucha prudencia, y previo a dilucidar las bases
sobre las cuales se articulará cada microsistema (566).
5) Adecuado régimen de sanciones a las aseguradoras que no cumplan, entre las que cabe
computar la pérdida del derecho de ampararse en la limitación legal e, inclusive, la aplicación
de daños punitivos.
Es necesario que a la hora de sancionar este tipo de leyes, participen distintos sectores que
pueden verse alcanzados por sus efectos, inclusive quienes representen a las víctimas
potenciales.
Desde hace algunos años, un importante sector de la doctrina nacional viene sosteniendo la
conveniencia de adoptar, por vía legislativa, un sistema de indemnización limitada, cuando
se trate de supuestos de atribución objetiva del deber de resarcir, y de modo particular
tratándose de daños causados por el riesgo o vicio de la cosa o derivados del carácter
igualmente riesgoso de la actividad desplegada.
Algunos, tomando como modelo a ciertas legislaciones en el derecho comparado, han
propiciado una solución generalizada, en tanto otros, más moderados, parecerían inclinarse
por estas ideas sólo para ciertos y determinados supuestos.
En apoyo de esta concepción, que tal como se la presenta, nos parece inaceptable, se han
formulado distintos argumentos:
Quienes participan de estas ideas suelen recordar que la reparación limitada aparecería como
una suerte de contrapartida de aquella situación extremadamente ventajosa que tiene la
víctima, al no tener que probar la culpa del sindicado como responsable.
La limitación resarcitoria posibilitaría un trato más justo para este último, quien muchas
veces, dentro del sistema de reparación integral del daño, termina convirtiéndose, como
vimos, en una nueva víctima. Se alcanzaría, de tal modo, un equilibrio de intereses
satisfactorio para ambos.
Para limitar el derecho a la reparación plena del damnificado, en los casos de responsabilidad
objetiva, es menester algo más que una mera limitación indemnizatoria o que una tarifación:
debe implementarse un sistema de reparación, que le otorgue como contrapartida beneficios
como los que hemos analizado anteriormente.
Se afirma que la limitación cuantitativa del monto indemnizatorio constituye una necesidad
indispensable a los fines de viabilizar la contratación de seguros, que cubran a los eventuales
responsables de las consecuencias que deriven de cosas o actividades riesgosas.
Admitimos que el argumento es atendible, pero insuficiente, por sí solo, para justificar la
pretendida limitación.
Nos parece que hay en esto un error en el punto de partida: pretender asociar los graves
problemas que atraviesa en nuestro país el sector asegurador con las indemnizaciones
derivadas de responsabilidades objetivas, a las que se quiere atribuir consecuencias
exageradas.
No creemos que ello sea así. Es más, nos parece arbitrario pensar que el parámetro para
determinar la limitación indemnizatoria y facilitar de tal modo el seguro deba
inexorablemente pasar por la responsabilidad objetiva.
Los mismos argumentos y fines podrían ser válidos para propiciar limitaciones
indemnizatorias generalizadas en materia de responsabilidad subjetiva (algo que, por
fortuna, todavía no ha sucedido). Se nos dirá, claro está, que una responsabilidad objetiva es
más gravosa para el responsable que una subjetiva; que no es lo mismo la carga probatoria
que pesa en uno y otro supuesto, ni menos aún en valor de las presunciones y de las
eximentes que consagra la ley (por ej., art. 1113 , Cód. Civ.).
Contestamos que en el plano teórico las diferencias son categóricas, sobre todo cuando
parten de la base de contraponer la responsabilidad por riesgo con un sistema basado en la
culpa probada.
Conviene recordar que no pocas responsabilidades que hoy son consideradas objetivas,
transitaron lentamente desde una responsabilidad basada en la culpa presumida a su destino
final en la responsabilidad objetiva. Ese tránsito se ha operado, muchas veces sin reforma
legislativa (tal lo que sucede con las obligaciones de resultado), y otras veces ha sido factor
determinante para una reforma legislativa ulterior que se limitó a reconocer normativamente
lo que era realidad en los tribunales.
Es erróneo, de tal modo, pensar que la limitación del monto indemnizatorio deba estar
inexorablemente asociada a la responsabilidad objetiva y que esa sola circunstancia otorgue
mayor viabilidad a la contratación del seguro.
Si el seguro que se contrate cubre, también, los supuestos de daño causado por culpa del
asegurado -de lo contrario, serviría de poco- la incidencia del tope cuantitativo que, a veces,
se pretende para la responsabilidad objetiva será poco menos que imperceptible a los
mentados fines de viabilizar el seguro. Los riesgos de la aseguradora de tener que pagar una
indemnización plena seguirán siendo altos y difícilmente incidan en la actual ecuación
económica de dichos contratos.
En todos esos supuestos, la reparación del daño "queda limitada a la cantidad de pesos
trescientos mil ($ 300.000,00) por cada damnificado directo, que se reduce
proporcionalmente si hay liberación parcial conforme al art. 1666".
La norma establece un techo indemnizatorio, sin consagrar una tarifación objetiva del daño,
y comprende tanto al daño patrimonial como al daño extrapatrimonial.
El techo es fijado en la suma de $ 300.000 por damnificado directo, y puede ser elevado
hasta el triple si media gran discapacidad.
1. La limitación opera como techo indemnizatorio y no como tarifa del daño. Perjuicios
alcanzados por ella
En tanto el monto indemnizatorio no supere el techo fijado por la norma proyectada, rige el
principio de la reparación plena.
La norma proyectada no distingue, por lo que quedan incluidos en el límite cuantitativo todos
los posibles daños que el hecho generador pueda haber causado, sean los mismos de
carácter patrimonial (daño emergente, lucro cesante) o extrapatrimonial (moral), actual o
futuro.
1) Daños causados por cosas riesgosas, provenga este riesgo de su propia naturaleza o de
las circunstancias en que es utilizada (art. 1662).
Quedan expresamente comprendidos los daños causados por residuos industriales, actuales
o potencialmente peligrosos y los radioactivos.
2) Daños causados por actividades "especialmente peligrosas", que por su naturaleza, o por
las sustancias, instrumentos o energía empleados, o por las circunstancias en que es llevada
a cabo, tienen aptitud para causar daños frecuentes o graves.
Quedan, en consecuencia, al margen del límite cuantitativo, todos los demás supuestos de
responsabilidad objetiva que contempla la legislación proyectada.
La norma no precisa si es el actor quien debe probar la falta de diligencia o si acaso ésta se
presume hasta tanto el demandado acredite lo contrario. Por aplicación del art. 1619,
parecería inferirse la primera solución, que nos parece objetable: hubiera sido preferible
invertir la carga de la prueba y establecer que el responsable no puede prevalerse de la
limitación si no prueba haber obrado diligentemente o haber adoptado las medidas idóneas
para prevenir el daño.
Esta excepción -que no estaba contemplada en el art. 1113 del Proyecto de Código Único de
1987- constituye un verdadero acierto, toda vez que incentiva fuertemente a las
aseguradoras a cumplir rápidamente con sus obligaciones, evitando la proliferación de pleitos
o su excesiva duración, lo cual constituye una realidad vejatoria para el justiciable en
nuestro tiempo. El asegurador que no cumple provoca que su asegurado deba responder sin
limitación alguna, aspecto que terminará indefectiblemente proyectándose sobre aquélla.
Dado que el Proyecto consagra la acción directa contra la aseguradora, creemos que en caso
de darse la situación que aquí analizamos, tanto ella como el asegurado-demandado, quedan
al margen de la limitación y pueden ser objeto de ejecución por el total de la condena.
La norma proyectada establece un límite de $ 300.000 por cada damnificado directo, que se
reduce proporcionalmente si hay liberación parcial en razón de mediar una concausa.
El art. 1635 autoriza al Poder Ejecutivo nacional para aumentar la cantidad indicada en el
artículo anterior, teniendo en cuenta el poder adquisitivo del dinero y la situación económica
general. Repárese que la norma legítima para aumentar no para reducir.
Comparando el texto proyectado con el art. 1113 del Proyecto de 1987, advertimos, por lo
pronto, que el límite indemnizatorio se ha incrementado notablemente, representando una
suma que excede, por lo general, los valores que suelen reconocerse en la práctica judicial.
De allí que aquél no aparezca en modo alguno como irrazonable o insensato. Más aún:
quizás pueda tener un efecto inverso al de limitación, y termine actuando como incentivo
para que los jueces eleven las indemnizaciones que habitualmente otorgan, ante la
determinación de un límite máximo que marca un cartabón referencial de importancia.
El art. 1634 establece el límite indemnizatorio cuantitativo antes indicado, por cada
damnificado directo.
La redacción de la norma no es feliz en este sentido, pues hay numerosos hechos dañosos
que no provocan damnificados directos sino indirectos, tal lo que sucede con el homicidio.
Por tal motivo, creemos que cuando la norma proyectada emplea imperfectamente la
locución damnificado directo, en realidad, está utilizando esta expresión como sinónimo de
víctima del hecho dañoso. Si a raíz del hecho ésta ha muerto y reclaman reparación del
perjuicio tres damnificados indirectos, el límite indemnizatorio cuantitativo jugará también
para estos tres, de suerte que el monto total indemnizatorio no podrá superar, para todos, la
suma de pesos trescientos mil.
También es dificultosa la cuestión cuando se trata de daños a las cosas, en donde podemos
encontrar varios damnificados a raíz del hecho, que técnicamente son damnificados directos.
Así, por ejemplo, los condóminos, el nudo propietario y el usufructuario, etcétera.
¿Juega allí el límite para cada uno de ellos? ¿O, acaso, el límite cuantitativo comprenderlos a
todos ellos?
La norma proyectada nada dice al respecto y da margen para duda razonable. Sería
conveniente, en tal sentido, mejorar su redacción.
6. Un delicado problema
No terminan aquí las dudas que suscita el sistema proyectado. Supongamos que a raíz de un
ilícito muere una persona y reclaman indemnización su viuda y dos hijos menores. En tales
circunstancias, el asegurador resarce el perjuicio a todos ellos, pagándoles la suma de $
300.000, con lo que llega al techo indemnizatorio.
¿Qué ocurre si con posterioridad a dicho pago aparece un nuevo damnificado indirecto con
derecho a reparación (v.gr., otro hijo no reconocido, cuya existencia se desconocía)? ¿Tendrá
éste que accionar contra quienes recibieron la indemnización, por la parte que le corresponde
conforme al tope indemnizatorio? ¿O tendrá derecho de reclamar la indemnización pertinente
al responsable, debiendo éste repetir lo indebidamente pagado?
El tema no está desprovisto de interés práctico, y sin una adecuada dilucidación normativa,
puede conspirar gravemente contra la aplicación de la norma proyectada.
Desde hace años, hemos sostenido una posición contraria a las limitaciones indemnizatorias
cuantitativas de la responsabilidad objetiva de carácter generalizado, sin una
correspondiente contrapartida que favorezca y mejore el derecho del damnificado a una
pronta y segura reparación. La mayor parte de la doctrina nacional ha compartido este
criterio, bien pudiendo afirmarse que las limitaciones generalizadas de esa naturaleza han
despertado, frecuentemente, reacciones alérgicas en buena parte del pensamiento jurídico
nacional.
Cuando en el año 1987 se proyectó el Código Único, lamentablemente vetado por el Poder
Ejecutivo nacional, criticamos su art. 1113 duramente, por entender que se trataba de una
norma mala, equivocada e insostenible.
Los tiempos han cambiado y la realidad económica, política y social del país es otra. Quizás
por ello, sin entusiasmarnos demasiado con tales limitaciones indemnizatorias cuantitativas,
sostengamos hoy una posición menos crítica frente al art. 1634 del Proyecto, que más allá
de algunas imperfecciones, consagra un criterio que hoy nos parece razonable y que avanza
en mucho sobre el que sentaba el art. 1113 del Proyecto de 1987.
b) Que el campo de las excepciones es muy amplio, a punto de que una valoración integral
de la norma lleva a preguntarnos si es posible, realmente, sostener que estamos frente a un
principio de limitación. No ignoramos que las reglas son cualitativas y no cuantitativas. Pero
tampoco se nos escapa que no pasa de ser un juego de palabras escudar bajo esa
aseveración una verdad insoslayable: aquello que tiene más excepciones que campo de
aplicación, difícilmente pueda ser catalogado en los hechos, a la hora de su puesta en
práctica, como regla.
d) Que sanciona duramente a las aseguradoras que no cumplan prestamente con sus
obligaciones, liquidando prontamente el siniestro, impidiéndoles ampararse en el límite
indemnizatorio en caso de incumplimiento. A esa reacción del ordenamiento jurídico puede
seguirle otra, aún más importante: la aplicación de multas civiles en los términos del art.
1587, norma esta última que constituye uno de los aciertos más importantes de este muy
buen Proyecto de Código de Derecho Privado.
e) Que la realidad de nuestro tiempo muestra que debe ser prioritario asegurar a la víctima
no sólo un responsable solvente, sino también una pronta liquidación del daño, lo cual se
encuentra, como se ha dicho, favorecido directamente por el art. 1634.
I. ACTUALIDAD DE LA CUESTIÓN
Este trabajo se propone analizar si corresponde que las indemnizaciones sean ilimitadas, o si
existen razones para una precisa limitación de ellas.
Esa quimérica (571) presión, en verdad, nada quiere decir (572). Desde el punto de vista de
la teoría jurídica "la concepción relativista tiene razón: el absoluto no es de este mundo"
(573).
Reparar de manera integral es una aspiración de máxima: debe repararse todo el daño. Pero
no siempre sucede que la totalidad del daño sea enjugado con la indemnización consiguiente.
Ante todo, el daño debe ser resarcible, que es como decir que debe tratarse de un daño
jurídico (574), puesto que la víctima debe soportar, en ocasiones, total o parcialmente, la
carga de asumir el menoscabo que implica el daño (575).
Ante todo, la víctima tiene la carga de estimar cuantitativamente los daños (art. 330 , Cód.
Proc.). En principio, "la demanda deberá precisar el monto reclamado".
El autor del daño tiene la carga de contestar esa estimación (art. 356 , inc. 1º, Cód. cit.).
El juez mismo al cuantificar el daño pone límites precisos a la pretensión resarcitoria (art.
163 , inc. 6º, Cód. cit.).
Es una utopía muy común pretender llegar a esa idílica reparación integral, y esto se ve muy
claramente en el daño moral. Cuando el daño opera sobre el sentimiento, las afecciones, es
muy difícil llegar a una estimación justa del perjuicio sufrido. Los jueces, con buen criterio,
dan especial importancia a la cuantificación que la propia víctima realiza. Pero, en algunos
casos, la supuesta víctima se acerca al grotesco (sobre todo cuando se tiene el beneficio de
litigar sin gastos) de pedir una suma gigantesca y desproporcionada con el hecho generador
y en otros, por timidez (o por excesiva prudencia a la hora de calcular el porcentaje a
ingresar en concepto de tasa judicial) se piden sumas modestas que no se compadecen con
hechos muy condenables que dan origen a la pretensión resarcitoria.
En el Uruguay, se ha dado como directiva, al analizar la cuantificación del daño moral, que
no se podían fijar allí las mismas sumas que en los Estados Unidos (577).
El juez siempre tiene el dilema de fijar una suma adecuada, prescindiendo de estimaciones
incorrectas de las partes y hasta de opiniones periciales que a veces escamotean o agigantan
los montos representativos de los daños sufridos.
Las indemnizaciones no pueden ser ilimitadas, ni debe predicarse con validez universal un
supuesto principio de reparación integral del daño. Será integral en cuanto el ordenamiento
consienta en repararlo.
Descartada la vigencia de una hipotética reparación integral, resta analizar las limitaciones
que el ordenamiento jurídico admite para asignar, con relativa plenitud, el resarcimiento de
los daños.
En la doctrina se ha discutido si cabe resarcir de idéntica manera los daños causados en los
que resultan aplicables factores subjetivos de atribución de responsabilidad (dolo o culpa), y
en los que existe un deber legal de reparar, de naturaleza objetiva.
Las VII Jornadas (Nacionales) de Derecho Civil (Buenos Aires, 1979) entendieron que "la
extensión de la reparación en la responsabilidad objetiva, con excepción de los casos
específicamente legislados en leyes especiales, se rige por las mismas disposiciones legales
que regulan los cuasidelitos. Son indemnizables las consecuencias inmediatas y mediatas"
(rec. nro. 4, com. 2, 1º).
La idea de moderar la reparación para no hacer del autor del daño una nueva víctima
resulta, para la doctrina francesa (579), de razones de política jurídica, más que de la lógica.
Por ello, si a priori, la lógica no asocia necesariamente la responsabilidad objetiva y la
reparación limitada, la coexistencia en un sistema positivo de una responsabilidad subjetiva
y de otra objetiva, la lleva a preguntarse sobre la imposición de una responsabilidad más
reducida en el segundo caso.
La doctrina gala (580) ha analizado los principales textos legales que limitan la reparación
fijándose estrictos plafonds, pasando revista, en el derecho marítimo, al transporte de
mercaderías y de pasajeros, tanto en el orden interno, cuanto en el internacional, y a la ley
65-956 modificada por la 68-1045, que limita la responsabilidad del explotador de un navío a
propulsión nuclear a 500 millones de francos por cada accidente, pero sin comprender
intereses ni costas cuando el daño resulta de culpa personal del explotador. También se
analizan las limitaciones vigentes en materia de derecho aeronáutico, de transportes
terrestres, postales, por accidentes nucleares y concluye discriminando los casos en que la
responsabilidad del hotelero por los equipajes es limitada (ley 73-1141), y la del Estado, al
indemnizar a ciertas víctimas (ley 77-5), en cuyo caso la limitación está delegada a decretos
que la fijan, anualmente.
Se ha observado también (582) que "en todas las leyes modernas que crean hipótesis de
responsabilidad objetiva...como contrapartida limitan la responsabilidad, como sucede en el
Código portugués o en la ley de Quebec sobre seguro de automóviles", afirmando que "en la
responsabilidad objetiva la extensión del resarcimiento debe limitarse, pero no por la vía de
distinguir entre las consecuencias inmediatas y las mediatas, sino más bien por la fijación de
topes máximos".
El Código Único (583) fijaba el máximo indemnizatorio en dos mil "argentinos oro",
asumiendo como moneda de cuenta la misma que fuera adoptada por el Código Aeronáutico
(ley 17285 ).
La imposición de límites también resultaba del Código Aeronáutico (ley 17285): 1.000
argentinos oro por daños sufridos por el pasajero (art. 144 ), pudiéndose pactar un monto
mayor. Para los daños causados a terceros en superficie la indemnización en caso de muerte
o lesiones no excederá de 2.000 argentinos oro, con un máximo por accidente que depende
del peso de la aeronave. En caso de dolo, desaparecen las limitaciones. En materia de
navegación aérea internacional los daños sufridos por el pasajero se limitan a 250.000
francos oro en el Convenio de Varsovia de 1929, según Protocolo de La Haya de 1955 (ley
17386 ).
En el ámbito del Mercosur se acepta una limitación cuantitativa (Decisión del Consejo del
Mercado Común 15/94 ) para el transporte multimodal internacional, cuando para el porte de
las mercaderías se utilizan por los menos dos modos diferentes de transporte,
determinándose para la Argentina un límite de 400 pesos argentinos oro por kilogramo de
volumen o pieza afectada, o de 10 pesos argentinos oro por kilogramo de volumen o piezas
afectadas, si este valor fuera superior.
En normas que carecen de aplicación en nuestro medio se han señalado otros topes: en
materia de productos defectuosos, la directiva 85/374/CEE del 25 de julio de 1985 limita los
daños resultantes de la muerte o de lesiones corporales y causados por artículos idénticos
que presentan el mismo defecto a 70.000.000 de ecus, previendo una franquicia de 500 ecus
cuando se produce el daño o la destrucción de una cosa que no sea el propio producto
defectuoso.
La ley española 22/1994 del 6 de julio adapta esa directiva fijando un tope de 10.500
millones de pesetas (art. 11), con una franquicia en paralelo con la directiva de 65.000
pesetas.
Distintas reuniones de juristas aceptaron los criterios limitativos de las indemnizaciones: las
I Jornadas Provinciales de Derecho Civil (Mercedes, Provincia de Buenos Aires, 1981)
estimaron que el daño proveniente del riesgo es estadísticamente previsible; pero el
aseguramiento de quien lo introduce en la sociedad, para salvaguardar los intereses de las
víctimas, no es viable si no se establece un quantum indemnizatorio, según criterio de las
Jornadas Australes de Derecho (Comodoro Rivadavia, 1980) y de las IV Jornadas
Rioplatenses de Derecho (Punta del Este, Uruguay, 1986), que coincide con los fundamentos
de la solución concordante del Proyecto de Convención Europea de 1976, y de la ley
uniforme norteamericana de 1979.
Con criterio unánime se aconsejó analizar en una futura reforma "si es conveniente la
incorporación a la ley de un tope máximo al resarcimiento en la responsabilidad objetiva"
(VIII Encuentro de Abogados Civilistas, Santa Fe, 1994).
El Código Único de 1987 admitía, en el último párrafo del art. 1113 , la reparación plena en
dos supuestos: "si el demandado: a) no prueba que de su parte no hubo culpa, o que adoptó
todas las medidas técnicas idóneas para evitar el daño, o b) debió razonablemente haberse
asegurado".
Con criterio compartible se ha considerado que "la prueba de la no culpa aparece acá
correctamente caracterizada como la acreditación de que se adoptaron todas las medidas
técnicas (o similares) idóneas para evitar el daño". También debe destacarse que "aunque en
los casos de atribución objetiva de responsabilidad la prueba de la falta de culpa no sirva
como causal de exoneración, será igualmente de gran importancia a los fines de circunscribir
aquélla al tope indemnizatorio" (586).
Esta última reflexión es aplicable para los "riesgos del desarrollo" (587), puesto que,
mayoritariamente, se considera que "el elaborador responde aunque sea desconocida la
nocividad potencial del producto al momento de lanzarlo al consumo" (IV Jornadas
Rioplatenses de Derecho, Punta del Este, Uruguay, 1986, com. 1, ap II - 4). La doctrina fue
luego reiterada: "En los casos de lanzamiento al mercado masivo de consumo de productos
cuya nocividad no era conocida al momento de su puesta en circulación, pero que nuevas
comprobaciones científicas o técnicas ponen de manifiesto, cabe responsabilizar al productor,
que debe garantizar a los consumidores la inocuidad de los bienes que introduce en la
comunidad" (Jornadas Marplatenses de Responsabilidad Civil y Seguros, Mar del Plata, 1989,
com. 2, rec. 4, b, de lege lata).
La última excepción al tope previsto en la norma vetada involucra a los daños causados por
quien "debió razonablemente haberse asegurado".
El Código Único se proponía estimular a los potenciales victimarios a "tomar un seguro como
medida de solidaridad social, y también de autoprotección", de manera que permita "a la
víctima la efectiva reparación del daño a cargo de quien debió preverlo y tomar las
coberturas apropiadas de su eventual responsabilidad" (de las Notas Explicativas al
Proyecto).
Resulta loable el propósito perseguido por los redactores de esa norma, que también hubiera
redundado -con beneficio para la comunidad- en estímulo para la actividad aseguradora.
Sin embargo, son los estatutos legales particulares -y no el Código Civil- el ámbito propio
para regular pormenorizadamente las actividades riesgosas en aspectos singulares de la
teoría de la responsabilidad, eventuales seguros forzosos y mecanismos de prevención y
tutela que, frecuentemente se incluyen en el derecho comparado: el Código Civil peruano de
1984, en una acertada disposición, delega en la ley la determinación del "tipo de daño sujeto
al régimen de seguro obligatorio, las personas que deben contratar las pólizas y la
naturaleza, límites y demás características de tal seguro" (art. 1988).
No es, por ende, en la lex generalis, sino en aquellos estatutos particulares, que funcionan
como addenda y errata de los Códigos (588), en los cuales deben sancionarse tales
complementos que serán más eficaces en cuanto capten concretamente las particularidades
del objeto o de la actividad.
El Código Único había hecho suyas las modernas ideas solidaristas que imponen
responsabilidad sin limitaciones a quienes estén mejor ubicados, antes del daño, para
contratar el seguro destinado a garantizar el riesgo (589).
Pero, cuando quien resulta demandable no está asegurado, o lo está insuficientemente (caso
de infraseguro), o son indeterminados o insolventes, la creación de un fondo de garantía
permite a la víctima acceder a un arbitrio de pronto pago.
Algunos países europeos adoptaron este arbitrio para indemnizar accidentes de circulación
de automotores: Bélgica (ley del 24/12/1968), Italia (ley del 24/12/1969), Luxemburgo (ley
del 16/12/1963) En Francia existe una ley específica reformada el 5/7/1985, cuyo fondo se
extendió a los accidentes de caza (ley del 18/7/1966) Con relación a los accidentes
terapéuticos en particular, se ha propiciado la creación de "un fondo colectivo de
indemnización" (590).
El Código Civil, en su art. 1069 (texto agregado según ley 17711 , de 1968) ha facultado a
los jueces, al fijar las indemnizaciones por daños, "a considerar la situación patrimonial del
deudor, atenuándola, si fuere equitativo", excluyendo esta posibilidad "si el daño fuere
imputable a dolo del responsable".
Como regla general, la reparación debe ser plena en todos los ordenamientos jurídicos, pero
su plenitud está condicionada en cada uno de ellos. En el argentino, en la medida de las
consecuencias inmediatas, mediatas y casuales que atribuyó el Código Civil en su art. 901 y
siguientes y, en órbita contractual, en la de los arts. 520 , 521 , 622 .
Las II Jornadas (Nacionales) de Derecho Civil (Corrientes, 1965) habían recomendado que
"excepcionalmente, y tratándose de hechos culposos, el juez podrá limitar la reparación
atendiendo a la situación patrimonial de las partes" (591).
Aun cuando se trata de una cuestión polémica, cabe señalar que la protección al deudor que
permite el ejercicio de la facultad conferida en el art. 1069 es extensiva al área contractual,
como consecuencia de la notoria tendencia a diluir las diferencias entre los ámbitos de la
responsabilidad civil (593).
La naturaleza del obrar del autor excluye, como debe ser, la posibilidad de atenuar la
responsabilidad cuando hay dolo.
Con criterio diferente al adoptado por el Código portugués, la ley argentina toma en cuenta
exclusivamente la situación del victimario no doloso, pero no las necesidades de la víctima
que, en principio, no se computan para la ponderación del monto indemnizatorio.
Los proyectos de reforma de 1993 mantienen, con mínimas diferencias de redacción, el texto
introducido en el Código Civil por la ley 17711 (Cámara de Diputados, art. 1069 , Poder
Ejecutivo, art. 1572 ).
En este ámbito hay dos proyectos presentados en el Congreso de la Nación: uno en cada
Cámara.
Prevé en su art. 1º un tope legal para los "daños a la persona de la víctima, incluido el
agravio moral o los sufridos por terceros damnificados como consecuencia de su
fallecimiento", que equivale a "1.500 argentinos oro para muerte o incapacidad total y,
proporcionalmente, para daños inferiores". El juez puede disponer o el damnificado puede
pedir la contratación de "una renta vitalicia en aseguradoras habilitadas, cuyo valor actual
será igual al resarcimiento impuesto". Según el art. 2º el tope puede ser superado cuando
"el daño sea imputable a dolo del dueño o guardián, o de sus dependientes".
El Proyecto del Senado se debe a una iniciativa del doctor Eduardo Bauza, del 7 de
noviembre de 1996.
Sujeta las indemnizaciones de daños ocasionados a la víctima o los sufridos por terceros
como consecuencia de su fallecimiento, a las tablas que establezca el Poder Ejecutivo, y fija
en su art. 3º un tope de 1.000 argentinos oro "por todos los conceptos involucrados en la
indemnización" en caso de muerte o incapacidad absoluta (art. 4º).
El tope no rige, conforme al art. 2º, cuando el daño sea imputable "al accionar doloso del
dueño o guardián de los automotores, o de sus dependientes".
Hasta ahora no han prosperado ninguno de esos proyectos. Pero el Poder Ejecutivo ha
dictado el decreto de necesidad y urgencia que lleva el número 260/97 que concede una
moratoria al sector, incluyendo plazos de gracia y múltiples cuotas para satisfacer la
indemnización, cuya inconstitucionalidad ha sido ya declarada por reiterada jurisprudencia.
En los considerandos de ese decreto se anticipa la voluntad del Poder Ejecutivo de enviar al
Congreso "un proyecto de ley tendiente a limitar el alcance de la responsabilidad civil
contractual y extracontractual derivada de los daños a las personas y cosas, causados por
vehículos afectados al autotransporte público de pasajeros en ocasión de la prestación de
dicho servicio".
VIII. PROSPECTIVA
Conforme a una propuesta formulada junto con Atilio Aníbal Alterini a las VI Jornadas
Bonaerenses de Derecho Civil, Comercial y Procesal (Junín, 1994), éstas aprobaron por
unanimidad las recomendaciones que sintetizan, con miras a una reforma legislativa, la
necesidad de atender a criterios limitativos que coadyuven a la efectividad de las
indemnizaciones: "El objetivo de una justicia concreta y eficaz para que la víctima sea
resarcida efectivamente aconseja que, junto a la responsabilidad por riesgo, sea implantado
el seguro forzoso para las actividades de alta siniestralidad, articulado con fondos de
garantía y con mecanismos de pronto pago" y -consecuentemente- "a fin de facilitar el
régimen de seguro forzoso sería conveniente la fijación de criterios cuantitativos para la
atribución objetiva del deber de reparar, sobre la base de topes, tablas o baremos, u otro
mecanismo idóneo" (rec. de lege ferenda I y II, com. I de Derecho Civil).
La Comisión encargada de redactar un nuevo Código Civil, designada por el Poder Ejecutivo
en 1995 ha seguido, en general, las pautas indicadas por uno de sus miembros (594) y ha
fijado un límite cuantitativo en algunos casos de responsabilidad objetiva.
El art. 1634 limita la reparación del daño, para los casos previstos por los arts. 1662, 1663 y
1665, a la cantidad de trescientos mil (300.000) pesos por cada damnificado directo, que se
reduce proporcionalmente si hay liberación parcial conforme al art. 1666.
La norma proyectada remite a los casos previstos en el art. 1662 sobre cosa riesgosa, que es
la que tiene en sí misma aptitud para causar daños frecuentes o graves, por sus propias
calidades, o por las circunstancias en que es utilizada; en el art. 1663 que considera
comprendidos los supuestos de residuos industriales actual o potencialmente peligrosos, y
los radiactivos y en el art. 1665 que prevé que quien realiza una actividad especialmente
peligrosa, se sirve u obtiene provecho de ella, por sí o por terceros, es responsable del daño.
Una vez aclaradas las remisiones, y continuando con el examen del art. 1634, se dispone, a
partir del segundo párrafo que:
Las disposiciones de este artículo dejan a salvo lo establecido por la legislación especial.
El art. 1635 autoriza al Poder Ejecutivo nacional para aumentar la cantidad indicada en el
artículo anterior, teniendo en cuenta el poder adquisitivo del dinero y la situación económica
general.
Si bien hubiera sido preferible que el tope indemnizatorio fuera algo mayor (por lo menos $
500.000 por cada damnificado directo), la fijación de una suma que resulta, en términos de
realidad económica, razonable ayudará, a no dudarlo, a los justiciables y a los jueces a
convertir a la indemnización en algo previsible.
X. RECOMENDACIÓN
Sobre lo inevitable de las limitaciones, cabe aseverar que el amor es eterno, como lo decía el
inolvidable Vinicius de Moraes, pero el poeta agregaba: aunque dure un solo instante.
La tristeza no tiene fin, la felicidad sí, decía el poeta, con sus debidas licencias. Pero,
afortunadamente, hasta la tristeza termina.
Es necesario sacudirse los prejuicios en una materia tan ardua como la limitación del
resarcimiento. Hay que aceptar que sólo la justicia divina puede fijar la indemnización de
manera ilimitada. La humana debería contentarse con la sujeción a límites bien precisos, que
son cambiantes, según la época y la sociedad de que se trate.
En este contexto, las reformas previstas en el Proyecto de Código Civil resultan oportunas y
aconsejables.
Ese estado de la doctrina, y la extensión prevista para este capítulo, autorizan a limitar las
referencias al mínimo necesario para hilvanar el comentario de lo que tiene de privativo, de
nuevo y de específico, el diseño de la institución tal cual ha sido prevista en el Proyecto, que
es, por cierto, suficientemente importante para dar lugar a un tratamiento propio.
Parece bastante claro que la institución nació como un recurso técnico para plasmar un
cambio de valoraciones frente a circunstancias de hecho igualmente cambiantes y a un
mundo con más riesgos, al que se le enfrentó un concepto de contrato con más contenido
que el meramente aparente y literal. Si se observa el estado del derecho francés a fines del
siglo XIX y comienzos del XX, se descubre un sistema en el cual la responsabilidad
contractual y extracontractual mantenían fronteras rígidas, con principios y regulaciones
particulares diversas. En ese contexto, a través de esta sutil elaboración, se procuró
ensanchar el ámbito del contenido contractual, para englobar una obligación tácitamente
incluida dentro de su dominio, con notables ventajas y efectos prácticos para sus fines
específicos (595). El desarrollo de este instrumento posibilitó a las víctimas, vinculadas a los
dañadores mediante ciertas situaciones contractuales, prevalerse de las facilidades que
proporcionaban los remedios legales del campo negocial, más favorables a la víctima-
acreedora, que su alternativa, la mera y clásica responsabilidad por hechos ilícitos, subjetiva
y con carga de la prueba en contra del damnificado. Este recurso, en el plano contractual,
formó parte de una batería de elaboraciones que en la faz aquiliana -su contraparte y
complemento, dentro de una misma línea de evolución-, conformaron la reinterpretación del
art. 1384 del Código Napoleón, plasmada en la línea marcada por los ya clásicos casos
"Teffaine c/Oriolle" (1896), "Bessiers c/Cie. de Voitures L´Abeille" (1924) y "Jeand´heure c/
Les Galeries Belfortaises" (1930). Si se observa simplemente la fecha de las sentencias
precedentes y la de aquella que suele calificarse como el hito fundacional de la doctrina de la
obligación tácita de seguridad ("Shidi Hamida Ben Mahmoud c/Cía. Gral. Transatlántica",
Corte de Casación, 1911), y más aún, si se completa el panorama con la ausencia, a la
época, de los estudios de René Demogue, sobre las obligaciones de medios y de resultado,
pueden formularse algunas conjeturas.
En primer lugar, parece razonable pensar que se trató de uno de los recursos interpretativos
que se intentó y que tuvo éxito. Luego, que surgió en medio de un ambiente doctrinario y
jurisprudencial inestable, lo cual "forzó" su camino autónomo, como solución específica para
un género de problemas definidos dentro de un ámbito igualmente acotado, si bien
portadora de un trasfondo que constituía una manifestación particular de la tendencia común
en el derecho de la responsabilidad, que recién se avizoraba (596).
4) Su inclusión amplia (en todo género de contratos) o limitada a sólo algunos contratos que
entrañaran riesgos especiales (598).
Con relación a este esquema, el particular diseño propuesto por el Proyecto de 1998 tiene
incidencia respecto de todas las cuestiones planteadas, y su mención puede ayudar a
delinear un comentario.
De las propias palabras de los autores surge que uno de los propósitos del sistema diseñado
es la unificación de los regímenes de responsabilidad contractual y extracontractual (600), y
ello se plasma así, luego, en el articulado. En ese marco, el instituto deja de ser una
obligación implícita en algunos contratos para transformarse, prácticamente, en un deber
general de conducta, aun con los límites a los que me referiré más adelante.
Esta primera afirmación parece dar cuenta de una innovación, o toma de posición,
suficientemente importante como para merecer algún detenimiento (601). Podría pensarse
que, aunque se intente unificar los regímenes de responsabilidad contractual y
extracontractual, subsistirán siempre diferencias (llamémoslas "ontológicas") que, de hecho,
los seguirán distinguiendo (602), y que esta obligación, por su naturaleza, sólo podría
adscribirse al primero de los campos. Sin embargo, no parece dudoso que, como se la
reglamenta, su ámbito se extiende a ambos hemisferios. En primer lugar, no existe ningún
obstáculo lógico a la posibilidad de normar un deber general de prevención (603), para un
área determinada (pero dilatadísima), con las bases y particularidades que se prevén, lo cual
no sería más que una particularización, una exposición detallada de una porción del
contenido del neminem laedere. Luego, queda por saber si efectivamente eso es lo que hace
el Proyecto. Y parecen despejar toda duda al respecto tanto la ubicación de los arts. 1668 y
1669, que reglamentan el instituto (integrantes de la Sección X, del Capítulo I, Título IV, "De
otras fuentes de las obligaciones"), como el art. 1581, el primero del título, que determina la
calidad de normas generales de responsabilidad para todas las contenidas en ese título,
entre las que se encuentran las reseñadas (604). En este sentido, podría advertirse una
mera dificultad terminológica en cuanto, si se trata de un deber de conducta general (no
estrictamente contractual), parece más correcto emplear -en lo general- el rótulo de "deber",
que el de "obligación", ya que esta última surgiría sólo después de la violación de ese deber
(605). Se trataría de un deber en general, y de una obligación, con contenido homólogo, sólo
cuando se adscriba al marco de una vinculación negocial (606).
2. Entendido de este modo, el campo de esta regulación es amplísimo. En primer lugar es
claro que se aplica a las actividades "no especialmente peligrosas", es decir a aquellas
distintas de las mentadas en el art. 1665. Esa exclusión hace que la institución opere en la
generalidad de las actividades remanentes, dado que si del universo de actividades
humanas, se excluyen las "más peligrosas", la inmensa mayoría de las restantes (si no
todas) si bien serán menos peligrosas, igualmente tendrán alguna potencialidad dañosa.
Resulta difícil, sino imposible, pensar en actividades que no puedan producir "un daño a las
personas que participan de la actividad o reciben el servicio".
4. Dentro de ese amplio campo de actuación, lo que esta particular regulación hace no es
sino introducir un criterio explícito de definición de la culpa, o -si se lo prefiere- definir
normativamente una forma particular de configuración de un factor (subjetivo, pero
especialmente subjetivo) de atribución. Y lo hace tomando en cuenta la relación entre
prevención adoptada y posibilidad (diferencial entre la víctima y el dañador) de prevención.
Todo ello, con miras claras a criterios de eficiencia económica y dentro de una lógica propia
de las fundamentaciones del Análisis Económico del Derecho (608). Corresponde, en
consecuencia, hacer una brevísima alusión a los conceptos que allí se conjugan.
La conducta del probable dañador se aprecia, aquí, en relación con su propio interés. Si no
debiera responder (aunque la riqueza social disminuyera, esa reducción, ese
empobrecimiento, lo sufriría otro, y por eso no se vería directamente afectado) su interés en
prevenir previsiblemente sería (sino nulo) menor que si debe reparar. Si prevé que deberá
responder, en cambio, invertir en prevención no será para él más que un medio orientado a
disminuir las posibilidades de sufrir una consecuencia desagradable: pagar una
indemnización.
De estas primeras afirmaciones pueden derivarse varias conclusiones: en primer lugar, las
reglas de responsabilidad operan como incentivos para que las personas hagan o dejen de
hacer ciertas cosas. Lo expuesto supone que la conducta de las personas puede reaccionar
ante estímulos positivos y negativos y que, por lo tanto, si alguien puede prever que
realizando un acto o actividad cualquiera recibirá consecuencias más disvaliosas que
valiosas, no lo ejecutará, o modificará su accionar, mientras que tenderá a realizar ese acto
o actividad en caso contrario. Las reglas de responsabilidad, en este sentido, imponen (o no)
consecuencias indeseables, constituidas por los costos de verse sometido a la carga
económica de un daño, sea por tener que afrontar una indemnización (el dañador), sea por
verse imposibilitado de reclamarla (la víctima). Un sistema correcto de responsabilidad civil,
por lo tanto, servirá para poner "en línea" los incentivos para que el accionar privado, guiado
exclusivamente por el propio interés del agente, conduzca a su vez a la mejor situación
social posible.
Y aquí (610) se introduce la cuestión de la eficiencia. Como con tantos términos técnicos
(estamos acostumbrados a ver lo propio en el Derecho), su significado corriente, el del
lenguaje natural cotidiano, no coincide completamente con el sentido técnico-económico,
aunque ambos se orienten en una dirección parecida. La idea central se relaciona con la
noción de usar de la mejor manera posible los recursos. Si (sin otros sacrificios) se puede
hacer más con lo mismo (o emplear menos recursos, para la misma finalidad),
probablemente cualquier persona coincidiría en que se está haciendo un uso ineficiente de
esos recursos. Cuando se piensa en un individuo gestionando sus propios bienes, el análisis
de la situación, a la luz de estas ideas, se desenvuelve en una dimensión única, y bastante
sencilla. Pero cuando se hace referencia a una sociedad, existe también una dimensión del
problema vinculada a la pluralidad de individuos. Hay, entonces, un stock social de bienes,
conformado por la suma de los bienes de los individuos y organizaciones (611), y todo
cambio que afecte ese stock global, en consecuencia, afectará los stocks individuales y el
bienestar de las personas. Y no hay, en la ciencia económica, una única noción o criterio de
eficiencia que defina el punto, sino varios alternativos. El empleo de uno u otro, referidos al
agregado social, determinará, consiguientemente, consecuencias diversas para el bienestar
individual de los implicados. Dadas estas premisas, no resulta indiferente cuál sea el
concepto técnico de eficiencia que se adopte.
El criterio paradigmático de la escuela económica neoclásica es el de Pareto, que describe
una situación como eficiente cuando no exista posibilidad de mejorar a alguno de los
implicados, sin perjudicar a otro. Suele también hablarse en este sentido de "necesidad de
unanimidad" o "derecho de veto", ya que bastará que alguien se perjudique para que su
oposición obste a calificar la medida a adoptar de eficiente. Como se ve, parece un criterio
muy claro, pero bastante poco operativo para guiar decisiones sociales. Y el análisis
económico del Derecho en general y el del derecho de daños, en particular, opinan,
precisamente, sobre alternativas de regulación distintas al mercado. Imponer una u otra
regla de responsabilidad no puede, como premisa, requerir la unanimidad de la sociedad, ni
siquiera la de los implicados.
Este género de análisis presupone, entonces, que a la sociedad no le interesa eliminar todos
los daños. Observa que en la práctica esto no es lo que sucede y que se toleran de muy
buena gana algunas actividades que producen muchos daños, porque se estiman
generadoras de beneficios superiores. Si se piensa simplemente en la circulación automotriz,
una medida que prohibiera totalmente el tránsito vehicular, disminuiría también a cero los
muertos, heridos y daños materiales ocasionados por tal actividad. Pero también se
reducirían a cero todos sus beneficios (613). Y si la relación a considerar es la comparación
costo-beneficio:
a) Deben evitarse los hechos, actividades o medidas que generan más daños (costos) que el
beneficio social que producen (614) y,
Cuando se adopta la eficiencia como objetivo, ambas cuestiones son dos caras de una sola
moneda: en una misma dimensión se evalúa qué daños deben evitarse, y cómo deben
prevenirse, a costa de qué puede hacérselo. En definitiva, lo que se intenta es encontrar la
mejor relación entre costos y beneficios totales, para lo cual se conjugarán todos los costos
(los atribuibles al esperable suceso dañoso, los que demanden las medidas de prevención,
los que correspondan a la restricción de las actividades implicadas) y todos los beneficios, de
todas las partes comprendidas en el campo en análisis, buscándose la alternativa óptima
(615).
Como lo adelanté, la configuración elegida por los reformadores se proyecta y decide varias
de las cuestiones hasta ahora en debate.
En primer lugar, es claro que ha perdido la mayor parte de su importancia (sino toda (618) )
adscribir esta herramienta al campo de lo contractual o de lo extranegocial, ante la
indiferencia de régimen.
En un aspecto cercano, queda clara la inclusión de esta obligación (y del deber gemelo,
donde corresponda) en un amplio rango de contratos y actividades, acotado simplemente por
las referencias generales contenidas en el proyectado art. 1668, sin que exista una limitación
a sólo algunos contratos: no son los tipos contractuales los que marcan sus contornos
(transporte, espectáculo, etc.), sino las características de desarrollo de la actividad, lo que es
una muestra de una apreciación más consecuencial y menos formal de las instituciones del
sistema.
Igualmente, queda claro que el factor de atribución implicado es ahora subjetivo, aunque con
la particular configuración eficientista comentada, y sobre la que más adelante volveré. Este
punto ya ha recibido calificadas críticas (619), pero que no parecen ser completamente
concluyentes. Es cierto que la doctrina mayoritaria argentina entendía que el factor de
atribución implicado era de naturaleza objetiva, pero también lo es que esa interpretación no
proviene de ninguna necesidad lógica, sino que ha sido útil en un sistema distinto. El sistema
de responsabilidad argentino vigente no contaba -y no cuenta- con normas como los
proyectados arts. 1661, 1665 y 1666 que atribuyen expresamente responsabilidad objetiva
para ciertas actividades. Si se piensa en el instituto en estudio como una herramienta (no
otra cosa son las instituciones), como un instrumento tendiente a finalidades colectivas, y se
analiza su funcionamiento en el nuevo contexto, no parece desacertada la decisión de
atribuir responsabilidad de modo objetivo para un sector de actividades y de naturaleza
subjetiva (particularmente subjetiva, diría) al restante. Hay en el Proyecto un abanico de
distinciones que no sería sencillo construir por vía de interpretación sobre el material
normativo vigente. Quizás esa ausencia de normas específicas, es lo que ha impulsado a
efectuar (al menos, mayoritariamente), un tratamiento unidimensional de la institución y
recaer en una solución -a este respecto- única, siempre objetiva o siempre subjetiva, para
todo un bloque de hipótesis que comprende algunas muy diversas entre sí (620). La
configuración del Proyecto, en cambio, se decide por una sintonía más fina entre los
supuestos implicados, al introducir explícitamente distinciones dentro de ese campo antes
indiferenciado. Un punto muy interesante, que marca ese superior nivel de detalle en el
delineamiento del instituto, es que no sólo puede entenderse incluida esta obligación en
algunos y no en otros de los contratos individuales, integrantes formalmente de una misma
clase o especie, sino que también puede existir, dentro de un mismo contrato-individuo,
referida a un riesgo (para un daño previsible) y no para otro.
En conclusión sobre el punto: no parece suficiente atacar a la institución proyectada por sus
diferencias con la que la doctrina construye sobre la normativa vigente, porque los contextos
de ambas son distintos, y por lo tanto, es también diferente su funcionamiento. Una pieza de
una maquinaria nueva será deficiente si no funciona bien en el mecanismo al que debe
integrarse, pero no es relevante que difiera de aquella pieza que cumplía una función
asimilable en una máquina vieja, ni que no sirva en esa máquina.
Para finalizar, y sin pretender agotar, sino sólo presentar, algunos de los principales temas
implicados, varias objeciones particulares podrían levantarse contra las normas proyectadas.
Primero me referiré a una típica del análisis económico del derecho, y luego, a una que
precisamente cuestiona el empleo excluyente de las soluciones inspiradas en la eficiencia y
sus derivaciones.
Si, por el contrario, se comparan ambas alternativas (la prevención exclusiva por uno de los
implicados contra la prevención conjunta) se ve que la más económica es la última (entre
ambos se invierte un total de 15, contra 90 o 95): se puede inferir, claramente que ésa es la
situación socialmente preferible. En ese marco, si el dañador no invierte sus 10 (los que
debería invertir, en el supuesto de prevención conjunta), entonces obligaría a la víctima,
para lograr igual efecto a gastar 85 adicionales, totalizando 90 (al no cooperar, obligaría a la
víctima a "saltar" a la alternativa de prevención exclusiva a cargo de su parte, y de 5 que
invertiría en el supuesto de inversión conjunta, debería pasar a los 90 que le demandaría la
prevención exclusiva). En ese sentido, es más barato que el dañador invierta 10
(lógicamente, y la víctima 5) a que la víctima invierta 90. De este modo, en la interpretación
correcta, si el dañador no tomó ninguna precaución, es correcto concluir que incurrió en
culpa (violó su obligación de seguridad reprochablemente) (621), sin perjuicio de la
incidencia causal en el hecho de la víctima, si hubiera contribuido a su producción por su
propia omisión culposa. Como se ve, en consecuencia, no es incorrecta la formulación
elegida con relación a la finalidad declarada.
a) Podría criticarse que el dañador deba responder cuando ello sea eficiente, o bien,
b) Podría censurarse que el dañador carezca de ese deber tácito de seguridad, en los casos
en que pueda prevenir más barato o fácilmente la víctima.
La primera posibilidad parece la menos atacable. Aun cuando la "diligencia" (cuya prueba
queda a cargo del dañador) que se prevé como eximente sea el debido cuidado ("due care")
del análisis económico (622), parece difícil pensar que la misma circunstancia, apreciada con
criterios tradicionales, no fuera a ser estimada como reprochable. Se trataría de un dañador
que pudiendo prevenir un daño de modo más económico que la víctima, no lo hizo: no tomó
las medidas razonablemente exigibles. Olvidando cualquier pauta de análisis económico
¿puede criticarse seriamente que, en esas condiciones, sea responsabilizado? Pareciera que
muy limitadamente.
Pero a ese argumento puede contraponerse que si ello fuera así, si la nueva regulación en
definitiva fuera a dar las mismas consecuencias que la tradicional, sería innecesaria. Y esto
no puede compartirse. Muy sucintamente puede razonarse como sigue: la culpa es un
standard de gran indeterminación. Cuando alguien quiere conocer, en concreto, qué hechos
integrados a su actividad serán reprochables, debe emprender una trabajosa búsqueda
jurisprudencial y asumir un importante riesgo. Esto impulsaría a evitar un standard general y
dictar un catálogo de reglas particulares, que expresaran "a,..., z son hechos culpables". Esa
posibilidad, la contracara de la precedente, insume un esfuerzo social prohibitivo, tanto en la
faz de información del legislador, como luego, en la de su transmisión a los individuos. Se
concluye, en consecuencia, que no existe una solución perfecta, y que la mejor posible es un
equilibrio entre standards generales (como la invocación de culpa) con reglas
particularizadas para casos que, por su frecuencia o importancia, merecen ser descriptos
más detalladamente (623). En concreto, en las reglas en comentario ocurriría algo de esa
naturaleza: se extraería una parcela del campo de la culpa (quizás hasta del propio neminem
laedere), para particularizarlo en una descripción fácilmente aprehensible.
Queda vigente todavía la restante posibilidad. Puede ser que se entienda que existen casos
en los que, aunque sea más barato para la víctima prevenir, igualmente deba (por otro
género de razones) responsabilizarse al dañador.
Para analizar esta posibilidad habría que comenzar recordando que estamos discurriendo
únicamente en una fracción del sistema de responsabilidad, y que fuera de sus límites se
sitúa todo el campo de los factores objetivos, en los cuales no tiene mayor incidencia (en
principio) esa relativa posibilidad diferencial en cuanto a la prevención. Asimismo, que
muchos casos en los que parece ser la víctima quien podría prevenir con menos sacrificio, no
son sino errores de apreciación, supuestos de subvaluación del esfuerzo requerido para esa
parte. Pero a pesar de lo expuesto, podrían todavía darse ciertos casos en los cuales se
estime que, aunque eficiente, sería injusto que la víctima no se vea compensada. Para esos
casos que "claman al cielo", puede darse al menos dos géneros de respuestas:
a) Tampoco en esos casos debe compensarse a la víctima. Todo sistema tiene una dosis de
injusticia y cualquier otro esquema alternativo que se piense, tendrá mayores. En los
sistemas tradicionales y corrientes, por ejemplo, nadie se sorprende por la exigencia de
cierta actividad probatoria, o imposición de plazos preclusivos, cuya incidencia conduce
muchas veces a sentencias individuales materialmente injustas.
Una decisión sobre el punto quizás impondría inclinarse por la segunda posibilidad, acotada a
un rango de casos en los que, de modo importante, ese difícilmente definible pero
enormemente importante "sentido de justicia" se entienda vulnerado. Y no se tratará de una
inconsistencia que derribe el sistema, ni de un argumento para descartar, por imperfecto,
todo el diseño de la institución. No hay normas perfectas, sino simplemente normas mejores.
A mi juicio no sería conveniente comenzar con aspectos puntuales del Proyecto sin hacer
mérito a la significación que en la historia del derecho privado tiene la existencia de un
código unificado. Se trata de un antiguo anhelo que por distintos motivos no llegó aún a
concretarse en nuestro medio. Dejemos de lado las contingencias, los avances y los
retrocesos que han tenido los distintos proyectos en la materia.
Cuando se dictó la ley 24032 de Unificación Legislativa Civil y Comercial que tuvo su origen
en el Proyecto del año 1987, el destacado jurista Horacio Roitman hizo interesantes
observaciones al respecto, señalando que, después de la sanción del Código Civil y del
Código de Comercio, se iba a convertir en el instrumento de mayor importancia desde Vélez
Sarsfield hasta nuestra época, subrayando que su mayor mérito no eran las reformas ni los
nuevos institutos que aportaba, sino los efectos de la unificación como sistema integral de
derecho privado, cuya fragmentación actualmente carece de todo sustento.
En la nota de la Comisión que redactó el Proyecto de ley, a la postre vetada, se expresó que
se trataba de una herramienta de modernización que abría nuevos horizontes a la ciencia
jurídica.
Digo esto porque el Proyecto que ahora nos convoca retoma esa línea conceptual que no se
pudo concretar hasta el momento en razón de tantas marchas y contramarchas debidas a
motivos extrajurídicos, que impidieron que nuestro ordenamiento estuviera en el nivel de los
países más avanzados en la dogmática del derecho privado.
Deseo rescatar que el art. 906 del Código en la reformulación allí dispuesta establecía dos
parámetros de gran importancia: uno, que la extensión de la responsabilidad derivada de
incumplimiento obligacional o de hechos ilícitos se rige por la misma normativa, y otro, el
módulo de causalidad adecuada. Éstos eran los dos vectores a través de los cuales se
articulaba el nuevo texto legal.
Es necesario destacar que el Código italiano de 1942, esa obra técnica tan acabada, así como
el Código suizo de las Obligaciones, tenían unificada la legislación civil y comercial. Y en el
plano internacional, por la talla de los juristas que lo suscribieron, debemos recordar el
Proyecto franco italiano de las Obligaciones del año 1927.
En las Notas Explicativas que acompañaron el Proyecto se expresaba que, con dicha
preceptiva, se removían los obstáculos derivados del texto del art. 1107 del Código de
Vélez.
Esta norma, sin antecedentes en el derecho comparado, tomada de Aubry y Rau, estableció
una frontera que incomunicaba los campos de responsabilidad. Levantado ese valladar con la
abrogación del citado dispositivo legal, se podía entonces tener un panorama de unificación
del derecho privado.
Los textos acerca de la causalidad emplazados en los arts. 520 a 522 del Código y los
consignados en el art. 901 y siguientes constituyen una división artificiosa que no responde
a ningún criterio científico, quebrando la unidad sustancial del instituto reparatorio.
Éstos son los marcos conceptuales a tener en cuenta en el examen del Proyecto de Código
Civil Unificado, que recoge las experiencias pasadas sin introducir grandes innovaciones
teóricas en la materia que nos ocupa.
Es de destacar que legisla expresamente la causa ajena, que abarca, conforme al texto
propiciado, a cualquier hecho que suprima o desvíe la relación causal, siempre que no sea
atribuible a quien lo invoca, al riesgo de la cosa o al peligro de la actividad. La causa ajena
fractura la causalidad como presupuesto configurativo de la responsabilidad civil.
Respecto del contenido del Proyecto, en prieta síntesis, cabe meritar la división metodológica
en siete libros; la instauración de una Parte General en el Libro Segundo, que se disciplina a
través de diez títulos; la supresión de las Secciones como grandes subagrupamientos de los
Libros y la eliminación de las notas.
Para conocer el criterio de los redactores del Proyecto hay que acudir a los "Fundamentos del
Proyecto de Código Civil", que preceden al contenido dogmático.
Los factores "antijuridicidad" y "daño" están perfectamente caracterizados en los arts. 1066
y siguientes del Código, no así la "causalidad", que surge por implicancia.
De las expresiones "el que causare un daño", "el que ocasionare un daño" u otras
equivalentes empleadas por el codificador, se evidencia que, aun sin una explicitación
concreta, tuvo muy en cuenta el nexo causatorio entre un hecho y sus consecuencias.
El sistema del Código se asienta en la dualidad: los arts. 520 a 522 están emplazados en el
Libro Segundo, Sección Primera, que trata de las obligaciones en general, Título Tercero,
referido a obligaciones de origen contractual, y los arts. 901 y siguientes se encuentran en
ese mismo Libro, en la Sección Segunda, Título Primero, "De los hechos", normas éstas que
constituyen, aunque en forma asistemática, una verdadera parte general en esta materia.
Las disposiciones de los mencionados arts. 520 a 522 no crean un régimen autónomo sino
que es menester correlacionarlas con las normas generales establecidas en la Sección
Segunda del Libro II.
Existe así una noción unívoca de causalidad, asentada sobre la base de la previsibilidad, que
se advierte a través de un prolijo examen de los textos implicados en el Código.
Hay que tener en cuenta en esta labor hermenéutica que Vélez fue muy cuidadoso en el
empleo de los vocablos. En efecto, cuando en el art. 901 , al definir las consecuencias
inmediatas, se alude a que así se llaman "en este código", no se trata de una expresión
pleonástica sino que con ella se quiere significar el alcance general que tiene la norma.
Con esta óptica, los dispositivos de la llamada "responsabilidad contractual" constituirían sólo
hipótesis particulares del sistema genérico vertebrado en los arts. 901 y siguientes.
En efecto, si confrontamos el texto del art. 901 con la nota puesta al pie del art. 514 , se
advierte el tratamiento uniforme del criterio de probabilidad que anida en ambos dispositivos
legales.
Ésta es, pues, la misión del intérprete: establecer las concordancias a través de una idea
rectora central, superando la dispersión normativa propia del sistema dual que caracteriza al
Código de Vélez.
El Proyecto recoge las directivas de los arts. 512 , 902 y 909 del Código vigente, que
consagra un criterio de probabilidad, un deber de previsión, un cuadro de preconductas y un
esquema clasificatorio de las consecuencias, que también han sido receptadas por aquél.
En los Fundamentos se expresa: "El Proyecto se apoya en algunos ejes fundamentales: la
unificación de los regímenes contractual y extracontractual, la prevención, la dilución del
requisito de antijuridicidad, la expansión de la responsabilidad objetiva, la limitación
cuantitativa de esta responsabilidad" (Cap. I, ap. 259).
El Libro IV, Título IV, "De otras fuentes de las obligaciones", Sección Quinta, está dedicado al
tratamiento de la relación causal. Y al establecer la imputabilidad de las consecuencias,
determina que la responsabilidad abarca a aquellas que se hallan en relación de causalidad
adecuada por el hecho generador.
Cabe destacar que en el tratamiento de la prueba de la relación causal se recurre a las reglas
de la experiencia. Ello constituye, a nuestro juicio, un aporte importante ya que no puede
haber causalidad del caso singular, pues no podría tomarse como base para establecer el
enlace material.
En cuanto a la causa ajena, a la que ya hemos hecho referencia, que puede excluir o limitar
la responsabilidad conforme al articulado del Proyecto, reposa en criterios de previsibilidad,
evitabilidad y ajenidad. Todas éstas son novedades que tendrán que merecer la atención de
la doctrina especializada.
Vélez exceptuó aquellas consecuencias puramente casuales cuando debieron resultar según
las miras que tuvo el autor al ejecutar el hecho. En ese caso, la imputabilidad se establece a
título de dolo, es decir, se responde por el designio específico que tuvo el sujeto.
Otro tema en el que quiero detenerme es el relativo a la responsabilidad por caso fortuito o
por impedimento ajeno a la voluntad del deudor. El Proyecto contempla en el art. 1616
distintas hipótesis en las cuales es igualmente responsable y, entre ellas, menciona la mora,
a no ser que ésta resulte indiferente para la producción del caso fortuito o del impedimento
ajeno a la voluntad (inc. c]).
Finalmente, en materia de prueba se procede en el Proyecto con una técnica interesante que
disciplina la prueba del daño, la prueba de los factores de atribución y la prueba de la
relación causal. Con ello vuelve a hacerse referencia a las reglas de la experiencia, que
constituía uno de los tres elementos a considerar en la llamada prognosis póstuma o juicio
retrospectivo de probabilidad, procedimiento que permite al juez apreciar cómo sucedieron
los hechos y valorar la conducta del sujeto: la consideración es post facto, en abstracto e
independientemente de cómo en la realidad sucedieron los hechos.
Un debate central de la dogmática jurídica del derecho de las obligaciones a mediados del
siglo fue el relativo al efecto jurígeno de la declaración unilateral de voluntad. Hoy puede
considerárselo superado, pues han sido señeras las tesis de los autores -como Boffi Boggero
y Goldenberg- que, siguiendo las enseñanzas tempranas de Siegel y de Kuntze, demostraron
en nuestro medio que se trata, indudablemente, de una fuente autónoma de obligaciones.
En la Sección Quinta del Capítulo V se recogen las normas sobre garantías unilaterales
proyectadas en 1987 (art. 2290) y 1993 (art. 1479 del Proyecto de la Comisión designada
por el dec. 468/92 y art. 2290 del Proyecto de la Comisión Federal de la Cámara de
Diputados de 1993). En particular se ha ampliado su tratamiento, admitiendo su emisión por
personas públicas, personas jurídicas privadas en los que los socios fundadores o integrantes
no respondan ilimitadamente y para cualquier tipo de entidades financieras y compañías de
seguros, y para importadores o exportadores por operaciones de comercio exterior.
Se precisa la forma para la que en general se requiere instrumento público o privado, pero
las entidades financieras o compañías de seguros pueden asumirlas mediante cualquier tipo
de instrumento particular. Se prevé la cesión de la garantía, antes o después del momento
en que puede hacérsela efectiva; también se contempla como natural el carácter de
irrevocable.
Debe tenerse en cuenta que, a pesar de su sencillez, este puñado de normas es compatible
con las "Reglas Uniformes sobre Garantías a Demanda de la Cámara de Comercio
Internacional", de 1991 (Publicación de la CCI nro. 458) y de la Convención sobre "Garantías
Independientes y Cartas de Crédito Contingente" de la Comisión de las Naciones Unidas para
el Derecho Mercantil Internacional (UNCITRAL).
EL DAÑO Y LAS CAUSAS DE JUSTIFICACIÓN EN EL PROYECTO DE CÓDIGO
CIVIL 1998 - MIGUEL FEDERICO DE LORENZO
La vicenda della responsabilit… civile non é, dunque, un cherchio che si chiude; è una
parabola che si coloca su una linea tracciata verso l´infinito (Busnelli).
The courts have full power to create new torts, or (more consistently with judicial caution) to
extend the law of torts without any baptismal ceremony for each extension (Winfield).
De esta nueva visión de la responsabilidad civil se derivó una marcada preocupación por la
víctima del perjuicio, con un contemporáneo ensanchamiento de la esfera de intereses
dignos de protección. La evolución puede ser descripta gráficamente en el tránsito del "daño
a la propiedad" al "daño a la persona" (628), del daño individual al daño colectivo (629), de
la reparación de aquél, a su prevención (630).
Este proceso de renovación del derecho de daños -basado en la expansión del área resarcible
(631) - se desplegó, fundamentalmente, sobre dos elementos clave del sistema aquiliano: el
daño jurídico y la causalidad (632).
El área del daño resarcible, por su lado, suscita, desde hace años, la imagen de un "universo
en expansión" (636). Una expansión que ha llegado a la paradoja de crear hipótesis de
reparación por lesión a situaciones jurídicas subjetivas al margen del daño (consecuencia)
(637).
La fuerza centrífuga del daño, que muchas veces amenaza la pureza del sistema resarcitorio,
contaminándolo con criterios que operan en el ámbito de la seguridad social (638), puede
hacer perder de vista que el alargamiento del área resarcible no puede ser considerado, en sí
mismo y al margen de una coherente valoración en el contexto del modelo de
responsabilidad vigente, como socialmente conveniente (639). La tutela de nuevos intereses
a través del instrumento resarcitorio debe operarse con suma cautela, en tanto, cada nuevo
interés que emerge, automáticamente, sacrifica exigencias o libertades contrapuestas (640).
whose policy implications point in different directions (...) the field seems to have an
inherent capacity to lapse into disorderliness, inconsistencies and complexities" (WHITE,
Edward, Tort Law in America. An Intellectual History, Oxford, 1985, p. 232, cit. y compartido
por SPEISER, Stuart - KRAUSE, Charles - GANS, Alfred, The American Law of torts, Vol. 1,
New York, 1983, ps. 8 y ss.).
En nuestro caso, el Código Civil vigente optó por un criterio mixto: de un lado, una norma
abierta como el art. 1109 (645) que consagra una noción de daño sin aditamentos, es decir,
capaz de emplazar en su seno la lesión de todo tipo de interés no reprobado legalmente
(646); y por el otro, una norma como el art. 1066 que opera para los supuestos de ilícitos
expresamente previstos por el ordenamiento. Sin embargo, la preocupación decimonónica
por enmarcar cuidadosamente el ámbito de la ilicitud, llevó a una autorizada doctrina a
propugnar una lectura combinada de ambos preceptos de forma tal que el art. 1109 del
Código Civil debería leerse de la siguiente manera: "Todo el que ejecuta ilícitamente un
hecho, que por su culpa o negligencia ocasiona un daño a otro, está obligado a la reparación
del perjuicio" (647). El adverbio "ilícitamente", que obviamente no figura en el texto de la
norma, derivaría del art. 1066 del Código Civil y funcionaría como un verdadero resguardo
de la tipicidad del ilícito.
A decir verdad, la tipificación de ilícitos contenida en el art. 1066 del Código Civil no fue una
elección particularmente significativa sino, en todo caso, un acomodamiento del instituto
resarcitorio a la lógica del derecho de propiedad que, anteponiéndose incluso a la persona
(651), había gobernado la economía del derecho privado en los últimos dos siglos (652). Era
lógico que, una vez superado ese paradigma, la doctrina contemporánea advirtiera los
inconvenientes de un sistema "cerrado" de ilícitos, y comenzara a promover un cambio
ideológico, entendiendo que la antijuridicidad sufría un verdadero proceso de erosión o
desvanecimiento (653); evolución que, incluso, ya había comenzado en el derecho penal, en
el cual, la doctrina más atenta sugería un desplazamiento de la antijuridicidad formal a la
material, a través de posibles "auxilios interpretativos" que permitieran graduar el ilícito
según su gravedad, dentro de una teoría del ilícito suficientemente flexibilizada (654).
En el régimen vigente, si se acepta que el art. 1066 del Código Civil impone su contenido de
antijuridicidad al resto del sistema resarcitorio, el daño sólo se verifica ante la lesión de un
derecho subjetivo. La antijuridicidad, en rigor, sólo sería una superfectación (pues, no sería
otra cosa que una duplicación de la lesión a la situación subjetiva) y, en cambio, sería la
ausencia de antijuridicidad -o presencia de justificantes- el factor impeditivo de la
responsabilidad (655). El sistema, en suma, queda reducido a ilícitos típicos.
Esta visión del daño contra ius, sin embargo, ha sido el nudo fatal que durante años fusionó
al ilícito, constituido anatómicamente como reflejo de la antijuridicidad, con la
responsabilidad civil concebida como sistema sancionatorio (656). La crisis de una -
evidentemente- no podía dejar de arrastrar al otro (657).
Es que el daño contra ius ofrece flaquezas insalvables a la hora de cubrir el hemisferio del
moderno derecho de daños. Ante una realidad en continuo devenir, impide la protección de
nuevos intereses emergentes que aún no cuentan con una propia dimensión jurídica (658).
Por este motivo, la doctrina patrocinó un revirement sustancial en la construcción del daño
resarcible: desprendiéndose definitivamente del presupuesto de la antijuridicidad, sostuvo
que el daño reparable no es aquel producido ilícitamente al violarse un derecho subjetivo de
la víctima sino, más bien, la lesión sine iure de un derecho, o de un interés merecedor de
protección (659).
Con buena técnica legislativa, en una norma autónoma desvinculada de los factores de
atribución (666), el Proyecto ha consagrado de una manera inequívoca el alterum non
laedere (667). Dispone, en este sentido, el art. 1588: "Debe ser reparado el daño causado a
un derecho, o a un interés que no sea contrario a la ley, si no está justificado". A renglón
seguido, el artículo 1589 regula de una manera precisa y conveniente -como enseguida
veremos- los supuestos de daño justificado.
Éste también había sido por lo demás, el rumbo seguido por el Proyecto de Unificación de
1987 y por el Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993 (668).
Parece oportuno que el Proyecto haya evitado, a nivel de texto normativo, el empleo del
sintagma "daño injusto". La adopción del mismo por el codificador italiano -calificado de
ambiguo por una importante doctrina (669) - terminó por envolver en un debate
interminable a un tema central dentro del instituto resarcitorio (670).
Con todo, la amplitud de la fórmula recogida no podría llevarse -por razones obvias- al
extremo de abarcar la protección ilimitada de intereses no reprobados. El área del daño
jurídico nunca podría coincidir con el daño naturalísticamente entendido, ni siquiera en
sistemas sujetos a una cláusula amplia como la que nos ocupa (672). Es evidente que la vida
en sociedad, por sí misma, es una fuente permanente de daños, motivo por el cual, ningún
sistema jurídico podría dar recibo a una regla semejante. El menoscabo de un interés,
siempre debe atravesar el alambique jurídico para poder erigirse en un daño injusto o
resarcible (673). El daño, en definitiva, es una categoría jurídica y no una realidad ontológica
prejurídica (674).
Esto significa, en otros términos, que el daño objeto de resarcimiento, según el art. 1588,
será el que consista en la lesión a un derecho o a un interés merecedor de protección
conforme al ordenamiento jurídico. De lo que puede colegirse que: (a) desde el punto de
vista de la responsabilidad civil no es relevante la calificación formal de la posición subjetiva
del lesionado (675), pues -como ha dicho Zavala de González- lo fundamental es la
"individualización de un interés digno de tutela, cualquiera sea su naturaleza" (676). O, dicho
de otro modo, se trata de una selección de los (y no, "entre los") intereses jurídicamente
relevantes. (b) La "individualización" de los intereses merecedores de protección debe ser
recabada por el intérprete a partir de indicios inequívocos provenientes del ordenamiento
jurídico en cuanto al merecimiento de tutela resarcitoria (677). (c) Esto no significa, por
cierto, quitarle al artículo proyectado el carácter de norma primaria habida cuenta de que no
se trata de una remisión a otra norma prohibitiva. Por el contrario, el art. 1588, que
consagra el alterum non laedere, es una norma completa (precepto - sanción) y,
naturalmente, operativa. Tanto -diríamos- como el vigente art. 1198 del Código Civil o el
art. 395 del Proyecto que contemplan la cláusula general de buena fe y que sólo requieren
que el intérprete individualice el precepto respecto del caso en concreto (678). De modo que
la selección de intereses a proteger -más allá de los supuestos expresamente previstos por el
legislador- deberá realizarse sobre la base de indicios inequívocos del ordenamiento jurídico
en cuanto al merecimiento de protección, sin que ello signifique, desde luego, que el artículo
esté referido a una situación o posición jurídica preexistente (679). En tal sentido, será
suficiente que el intérprete constate índices de tutela predispuestos por el ordenamiento
jurídico globalmente considerado.
Va de suyo que no se trata de una delegación en blanco al juez para que, equitativamente,
determine cuándo la lesión de un interés de hecho constituye un daño jurídico. Ni mucho
menos, de un envío tout court a elementos metajurídicos para determinar o captar la
injusticia del daño (680). En todo caso -como lo habíamos ya sostenido (681) - la remisión a
contenidos axiológicos hors du droit positive debe ser realizada dentro de los límites con los
cuales el ordenamiento los aprehende. En esto reside, por otra parte, el sentido de una
cláusula general que, en su esencia, constituye una delegación al intérprete para que busque
valores fuera de los rígidos confines del derecho positivo (682). Órganos respiradores del
derecho -como denominaba Vittorio Polacco a estas cláusulas- que juegan en la sucesión del
tiempo, en un contexto cambiante como la que cubre la responsabilidad civil, y que
posibilitan evitar tensiones demasiado fuertes entre el sistema jurídico y los datos de la
realidad (683).
De esta forma, superando una visión kelseniana del ilícito (684), y sin renunciar a un
contenido axiológico (685), la tarea se realiza con parámetros internos al ordenamiento, y la
"discrecionalidad del intérprete" queda siempre institucionalmente acotada por aquél (686).
Por último, debe señalarse que por mucho que se intente elaborar una fórmula exhaustiva y
sintética para caracterizar al ilícito, nunca podrá evitarse que para determinar cuándo un
interés lesionado pueda ser objeto de una tutela resarcitoria -como lo reconoce la
experiencia del derecho comparado- el intérprete deba, necesariamente, realizar una
comparación valorativa de las posiciones recíprocas de las partes involucradas en el conflicto
(687). El judicial balancing constituye una actividad ínsita al juicio aquiliano. Hipótesis como
la publicidad comparativa, la inducción al incumplimiento contractual, el daño derivado de
informaciones económicas inexactas, la competencia desleal, el daño producido animus
nocendi, libertad de expresión y lesión a la intimidad, informaciones al consumidor -
warrantest- y daño a la imagen comercial, ruptura de esponsales, entre otras, pueden ser
consideradas como emblemáticas para comprender el funcionamiento de esta tarea
valorativa.
Es probable que una cláusula general como la propuesta por el art. 1588 pueda generar un
cierto vértigo hermenéutico desde una óptica decimonónica, habituada -como se sabe- a una
delimitación minuciosa de las fattispecies (688). Sin embargo, en la actualidad, estas
cláusulas abiertas representan el instrumento más adecuado para regular una realidad sujeta
a un creciente dinamismo y, como tal, irreducible a una tipificación de hipótesis definidas
(689).
En definitiva, la cláusula general que prevé el art. 1588, no sólo obligará al juez a realizar
puntuales distinciones entre "fisiología" y "patología" del derecho (690), sino que
fundamentalmente operará, dentro del sistema de responsabilidad civil, como una puerta
abierta para los valores constitucionales (691).
Por último, debe señalarse que es probable que la técnica adoptada derive en algún tipo de
maniqueísmo respecto de la equidistancia y función de los diversos elementos que integran
el fenómeno resarcitorio. En el derecho comparado se puede observar que, frente a sistemas
con cláusulas de responsabilidad abiertas, la tendencia jurisprudencial corre en el sentido de
generar criterios indirectos de selección (o delimitación) del daño (o filtri di selezione (692) ),
desplazándose el análisis sobre la procedencia del resarcimiento, al ámbito de la relación de
causalidad (693). Esto obedece, por lo general, a una doble razón: de un lado, la progresiva
extensión del área resarcible (o la apertura a la protección de nuevos intereses) ha obligado
a la jurisprudencia a buscar permanentemente "muros de contención" -o como dice
Schlesinger- rete di contenimento, tendientes a evitar el denominado open the floodgate o
"cataratas de pretensiones resarcitorias" (694); por otra parte, una vez abandonado el
criterio (o la técnica) de lesión a un derecho subjetivo como epicentro de la noción de daño
para captar la presencia de un daño injusto (695), se requiere inevitablemente de una tarea
de valoración comparativa -que en aquél ya fue realizada por el legislador- que suele
presentarse ardua, prefiriéndose en consecuencia trabajar con nociones más cómodas como
la presencia o no de un nexo causal adecuado (696).
Pero la ventaja indiscutible de la cláusula general adoptada por el Proyecto es que recupera
para nuestro ordenamiento una noción de daño flexible y dinámica con la importancia que
ello tiene si se piensa que en su interior a menudo se resuelven aspectos de la traslación de
costos (697), de eficiencia (698) y aun de su proyección como efecto deterrence sobre
actividades socialmente útiles (699). A lo que debe añadírsele que, renunciando -al
desprenderse de la antijuridicidad- a la (estéril) pretensión de crear un catálogo completo de
comportamientos vedados, de un lado permite que la jurisprudencia revise
permanentemente el modelo de comportamiento a fin de ajustarlo a la evolución social,
técnica, económica o cultural (700); y por el otro, posibilita una administración del daño
acorde con la función que se le asigne al remedio aquiliano (701).
La fórmula adoptada por el Proyecto, bajo esta óptica, es acertada. El daño -reza el art.
1589- está justificado si "es causado en el ejercicio regular de un derecho o de una facultad,
salvo el caso del art. 1676". Y a continuación, en otros cinco apartados, el artículo enumera
las restantes causas de justificación.
En segundo lugar -y esto cuenta con la mayor trascendencia dentro del sistema de
responsabilidad civil- se puede afirmar que el Proyecto ha recogido, acertadamente, un
sistema atípico de justificantes del daño.
En efecto, tal como se desprende del primer inciso del art. 1589, el daño está justificado "si
es causado en el ejercicio regular de un derecho o de una facultad...". Y en este sentido, el
ejercicio regular de un derecho, a diferencia de otras justificantes (709) funciona con
características de una verdadera "cláusula general" (710).
Además, si bien se hace alusión al ejercicio de un derecho o facultad, la norma debe ser
interpretada como abarcando las diversas situaciones jurídicas subjetivas cualificadas; es
decir, tanto el ejercicio de derechos subjetivos (stricto sensu) como el ejercicio de libertades
específicas o particulares (711).
Por el contrario, para justificar el daño no es suficiente invocar el simple agere licere o
comportamiento no prohibido (712). En este orden, la doctrina que parte de la consideración
de que el deber general de no dañar configura una síntesis de todos los deberes específicos
impuestos por el ordenamiento, concluye que allí donde no media un deber de abstención
hay, correlativamente, un derecho a la realización del acto. Como consecuencia, podría
inferirse que si el comportamiento no está vedado, sería, por ello mismo permitido y, por lo
tanto, justificado el perjuicio así causado. El daño -desde esta óptica- nunca podría ser
atípico. Pero tal como lo señalamos en otra oportunidad, el presupuesto de la justificación del
comportamiento constituye un plus respecto del simple licere (713). Para excluir la injusticia
del daño no es suficiente la genérica licitud por falta de una específica prohibición (de lo
contrario la lesión a un interés de hecho sería in abstracto irresarcible) sino que se requiere,
en principio, que el ordenamiento haya previsto de una manera cualificada la posición
subjetiva del lesionante (714).
Por otra parte, el "ejercicio regular de un derecho" -como se dijo- tampoco debe ser
asimilado tout court a las causas de justificación stricto sensu (que el artículo enumera en los
incisos subsiguientes) (715) habida cuenta de que determinar si el acto dañoso ha sido
ocasionado en el ejercicio regular de un derecho o facultad, es una tarea que requiere,
inevitablemente, de un análisis comparativo entre los intereses involucrados, e incluso, en
algunos supuestos, de un análisis del estado subjetivo del lesionante (716). Pero además, y
por sobre todo, el análisis valorativo que debe realizarse sobre el "ejercicio del derecho"
indica que la justificante no puede funcionar de manera abstracta o apriorística, sino más
bien sobre la base de un juicio a posteriori basado en la incidencia de las circunstancias
concretas (717), e incluso de intereses generales que exceden a aquellos propios del
lesionante y la víctima (718). En este sentido, el sintagma "ejercicio regular" empleado por
el art. 1589 pone en evidencia su aptitud para suministrar parámetros o directivas
tendientes a zanjar el conflicto entre el daño sine iure y el contra ius, en tanto permite
establecer la frontera entre la justificante y el interés lesionado con base en un balance
valorativo de ambos.
Podría afirmarse, en consecuencia, que esta justificante funciona dentro del sistema, como
una causa atípica de exclusión a priori de la injusticia del daño (719).
Si durante mucho tiempo la doctrina tradicional se negó a admitir esta posibilidad, fue por
temor a que el juez pudiera replantear, a través de la responsabilidad civil, un nuevo análisis
del "alcance" del derecho subjetivo. Pero en la actualidad, como sabemos, este criterio
legalista -que tanto desvelaba a Bibiloni!- está definitivamente superado.
Lo anteriormente expuesto, desde luego, pone en crisis la utilidad actual -al menos en su
acepción literal- del adagio romano qui suo iure utitur neminen laedit. Pero esta afirmación
no debe sorprender. Su justificación en el Derecho Romano clásico, del cual es oriundo,
derivaba -como lo esclareció Pacchioni- de su inserción en un sistema estrictamente
tipificado de ilícitos. En efecto, en un sistema de derecho cosificado, el problema de la licitud
de los actos ad aemulationem quedaba absorbido por la licitud de todos los restantes actos
dañosos que no fueran expresamente considerados como -excepcionalmente- ilícitos (728).
En cambio, en un sistema atípico como el que recoge el Proyecto, el problema del abuso del
derecho desempeña -como hemos dicho- un rol protagónico dentro del juego de las causas
de justificación (729).
Por último, cabe puntualizar que el análisis de la regularidad del comportamiento asume
dentro del marco del juicio resarcitorio, y de las justificantes en particular, un perfil diferente
del que puede presentarse en otros sectores (730). En efecto, en el marco de la justificación
del comportamiento lesivo, el control sobre el ejercicio puede recaer, indistintamente, tanto
sobre las prerrogativas jurídicas definidas o determinadas (731), como sobre el ejercicio de
libertades garantizadas por el ordenamiento (732).
Finalmente, debe aclararse que lo dicho no empece, por cierto, a establecer matices y
distinciones. Las situaciones jurídicas activas son demasiado diversas como para formular
una regla con una única valencia. Así, por ejemplo, tratándose del ejercicio de un derecho
discrecional, sus límites tienden a extenderse. En cambio, frente a otras posiciones
subjetivas, el criterio de apreciación puede ser más riguroso, cubriendo hipótesis como "la
intención de dañar" (v.gr., ejercicio abusivo del voto societario (733) ), la "mala fe" (v.gr.,
en la competencia desleal (734), o la publicidad comparativa (735) ), el "ejercicio
antifuncional" de la prerrogativa (v.gr., responsabilidad por denuncias o querellas (736) ) o
"exceso de la normal tolerancia" (v.gr., en materia de inmisiones (737) ).
V. CONCLUSIÓN
Que gran parte de las reglas de responsabilidad civil tengan hoy una nítida filiación
jurisprudencial, es quizás una afirmación que no merece ser puesta en duda (738). Como es
sabido, el derecho de daños se ha desarrollado independientemente de las codificaciones
(739), fundamentalmente porque muchas de ellas entraron en vigencia con anterioridad al
proceso de expansión de la actual responsabilidad civil. Sin embargo, en esta materia, más
que en ninguna otra, la inmensidad de los precedentes puede convertir el análisis en un
verdadero caos. Es por tanto tarea indelegable de la doctrina establecer pautas seguras para
el funcionamiento de una cláusula general de responsabilidad (740). Ahora, esta tarea puede
verse notoriamente favorecida por la vigencia de un nuevo sistema articulado y armónico. Es
cuestión de asumir el desafío.
(628) MASTROPAOLO, Fulvio, "Risarcimento del danno alla salute del concepito", en
Rivista di Diritto Privato, 1998, p. 679; AGOGLIA, María M., El Daño Jurídico. Enfoque Actual, Buenos
Aires, 1999, ps. 73 y ss.
(629) CCiv. y Com. Azul, Sala II, 22/10/1996, "Municipalidad de Tandil" (voto del juez
Galdós) en LLBA, 1997-273; S.C.B.A., "Almada", 19/5/1998 en Resp. Civil y Seguros, nro. 1, p. 106.
(630) ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, "La tutela inhibitoria contra daños", en Resp. Civil y
Seg., 1999, nro. 1, p. 1 y ss.; LORENZETTI, Ricardo, "La tutela civil inhibitoria", LL, 1995-C-1217;
NICOLAU, Noemí, "La tutela inhibitoria y el nuevo art. 43 , Const. Nac.", LL, 1996-A-1245; THIBIERGE,
Catherine, "Libres propos sur l´evolution du droit de la responsabilité", Revue Trimestrielle de Droit Civil,
1999, ps. 561 y ss.
(631) FERRARI, Franco, "Responsabilit… civile e danno. (Note comparative in occasione di
una recente pubblicazione)", en Contratto e Impresa, 1993, p. 34.
(632) Sobre esta idea: ZIVIZ, Patrizia, "L´evoluzione del sistema di risarcimento del
danno: modelli interpretativi a confronto", Riv. Crit. Diritto Privato, 1999-61; DE ÁNGEL YÁGÈEZ,
Ricardo, "Algunas previsiones sobre el futuro de la responsabilidad civil", Madrid, 1995, ps. 49 y ss.
(633) DE ÁNGEL YÁGÈEZ, R., "Algunas previsiones...", cit., p. 81, quien se expresa en
términos de "manipulación" de las reglas tradicionales.
(634) CALABRESI, Guido, "Concerning cause and the law of torts: an essay for Harry
Kalven Jr", University Chicago Law Review, 1975, ps. 69 y ss.
(635) PONZANELLI, Giulio, La Responsabilit… Civile. Profili di Diritto Comparato, Bologna,
1992, p. 90.
(636) GALGANO, Francesco, "Le nobili frontiere del danno ingiusto", en Contratto e
Impresa, 1985, p. 1.; ALTERINI, Atilio A., Contornos Actuales de la Responsabilidad Civil, Buenos Aires,
1987, ps. 39 y ss.
(637) CADIET, Loic, "Les métamorphoses du préjudice", en Les Métamorphoses de la
Responsabilité, Paris, 1997, p. 49 ("La responsabilité civile serait ainsi absorbée par la théorie des droits
de la personnalité"). En la jurisprudencia nacional: CNCiv., Sala B, 11/2/1993, "García c/Dos Santos",
LL, 1993-E-190; recientemente: CNCiv., Sala B, 22/6/1999, "B. De E. c/Amoroso" en Responsabilidad
Civil y Seguros, año 2000, nro. 1, p. 97. Ha sido también, el caso del "daño biológico" en Italia, al
menos, hasta la sentencia de la Corte Constitucional del año 94. En cambio, correctamente: ZAVALA DE
GONZÁLEZ, Matilde, Resarcimiento de Daños. Daños a la Persona, T. II, Buenos Aires, 1991, p. 27;
ALTERINI, Atilio A., El Incumplimiento Considerado en Sí Propio, Buenos Aires, 1963, p. 25.
(638) BUSNELLI, Francesco - PATTI, Salvatore, Danno e Responsabilit… Civile, Torino,
1997, ps. 119 y ss.
(639) CASTRONOVO, Carlo, Problema e Sistema nel Danno da Prodotti, Milano, 1979, p.
80; BARCELLONA, Mario, "Scopo della norma violata, interpretazione teleologica e tecniche di
attribuzione della tutela aquiliana", Riv. Diritto Civile, 1973, p. 365.
(640) NAVARRETA, Emanuela, Forma e Sostanza dell´Interesse Legittimo nella Prospettiva
della Responsabilit…, Convegno Pisa, 1998, p. 949; NATOLI, Ugo, "Conflitto di diritti", en Novissimo
Digesto Italiano, s./f., p. 74.
(641) THIBIERGE, C., "Libres propos...", cit., ps. 561 y ss.; NAVARRETA, Emanuela, Diritti
Inviolabili e Risarcimento del Danno, Torino, 1996, p. 148. La complejidad del fenómeno resarcitorio es
llevado por algunos autores incluso al paroxismo: "My view
(642) DE LORENZO, Miguel Federico, "La protección extracontractual del contrato", en LL,
1998-F-927. Sin que esta afirmación se vea desmentida por la actividad aseguradora: COLEMAN, Jules
L., Risks and Wrongs, Nueva York, 1995, p. 205: "Insurance does not reduce risk; it spreads it";
RIVERA, Julio C., "Accidentes y seguros", en Revista de Derecho Privado, nro. 15, ps. 57 y ss.
(643) Uno de los antecedentes más remotos -dentro del derecho moderno- sobre el daño
sine iure, puede hallarse en TOULLIER, C. (Droit Civil Français suivant l´Ordre du Code, Paris, 1830, T.
11, p. 155): "Le véritable sens de notre art. 1382 -decía- est donc que celui qui cause du dommage á
autrui, en faisant ce qu´il n´avait le droit de faire, ou en négligeant de faire ce qu´il devait faire, est
obligé de reparer le dommage arrivé par sa faute". Sin embargo, Toullier -que no sólo era doctrinario,
sino también un prestigioso juez- preocupado quizás por haber ido tan lejos, páginas más adelante
malogra la fórmula del daño sine iure al tipificar los ilícitos en el daño a la persona o a los derechos
reales. Pero indudablemente el artífice moderno del daño sine iure ha sido el emérito profesor de Milán,
Piero Schlesinger. En una célebre prolusión de la década del 60, el ilustre autor replanteó el daño injusto
en términos de daño sine iure. La tesis de Schlesinger, si bien no fue seguida por la doctrina itálica, se
constituyó, no obstante, en el punto de referencia obligado para toda la elaboración posterior sobre la
injusticia del daño. Pero el reconocimiento definitivo devino recientemente, en 1999, cuando la Corte
Suprema italiana en sesión plenaria la adoptó en un leading case como fórmula vigente en la
interpretación del art. 2043 del Código Civil a propósito de la admisión del resarcimiento por lesión de
intereses legítimos (Cassazione, Sezioni Unite, 22/6/1999, "Comune di Fiesole c. Vitali", en
Responsabilit… Civile e Previdenza, 1999, ps. 981 y ss.).
(644) MARKESINIS, Basil, "The not so dissimular tort and delict", en Law Quarterly
Review, 1977, ps. 78 y ss.; DANNEMANN, Gerhard, "It is indeed noticeable that similar developments in
economy, society and technology had, at the same time, forced French law to venture beyond faute,
German law beyond unlawfulness presumed by the violation of a right, and English law to overcome
shortcomings of a fragmented system of at least six dozen torts and torticles" (in The Law Quarterly
Review, 1999, october, p. 698); BESSONE, Mario, "Tipicit… e atipicit… dell´illecito, colpa e negligence
come formule di politica del diritto" RTDC, 1979, p. 425; FRANZONI, Massimo, "Fatti illeciti",
Commentario del Codice Civile, Scialoja-Branca, Roma, 1993, p. 83; FERRARI, F., "Responsabilit… civile
e danno...", cit., p. 34; TRIMARCHI, Pietro, "Illecito" en Enciclopedia del Diritto, s./f., p. 92.
(645) Según nuestros rastreos, la historia del texto, sería la siguiente: el art. 1109 , Cód.
Civ., recoge los términos del art. 1382 del Code Napoléon, tomado a su vez, puntualmente, de Domat y
Pothier, que patrocinaban una cláusula general y amplia de responsabilidad. Sin embargo, la simplicidad
de la fórmula del mencionado artículo, que no hace alusión a la ilicitud, fue desvirtuada,
paradójicamente, por autores pertenecientes a la escuela de la exégesis (Marcadé, Larombière, etc.)
que, al menos de palabra, proclamaban la subordinación absoluta del intérprete al legislador, al exigir
que, además del daño y la culpa, debía mediar la "violación de un derecho subjetivo". Pero el origen de
este "agregado" por parte de la doctrina, se remonta a Charles Salomon Zachariae -profesor de derecho
francés en Heidelberg- que con orientación pandectística acotó el daño a la lesión de un derecho
subjetivo. Como se sabe, la obra de Zachariae fue adoptada -traducción mediante- por los profesores de
Estrasburgo, Charles Aubry y Frédéric Rau que, por el prestigio de éstos, rápidamente se difundió en
toda la doctrina gala del siglo XIX. He aquí, como una teoría de claro origen germánico penetró en
Francia y de allí se expandió al resto del civil law.
(646) BUERES, Alberto J., "Comentario al art. 1066 en el Código Civil y normas
complementarias", Bueres - Highton (dirs.), Buenos Aires, 1999, p. 42, que correctamente señala al art.
1109 , Cód. Civ. como norma "primaria".
(647) ORGAZ, Alfredo, "El acto ilícito", LL, 140-1104.
(648) PUGLIATTI, Salvatore, "Alterum non laedere", Enciclopedia del Diritto, s./f., p. 100.
(649) La alegoría de Carnelutti en realidad aludía a "Fata Morgana", que al no tener
equivalente en el castellano la hemos traducido como "figura fantasmagórica".
(650) Así, por ejemplo: BREBBIA, Roberto, "Responsabilidad civil e ilicitud", ED, 88-903.
(651) SAVATIER, René, Les Métamorphoses Économiques et Sociales du Droit Privé
d´Aujourd´hui, Paris, 1959, ps. 9 y ss., quien señala con agudeza que en el Código Napoleón sólo 515
artículos se refieren a las personas, mientras que 1766 artículos son consagrados a los bienes! Puede
consultarse: ALPA, Guido, "Unjust damage and the role of negligence: historical profile", Tulane
European & Civil Law Forum, 1994, ps. 194 y ss.
(652) Conf. CAZZETTA, Giovanni, Responsabilit… Aquiliana e Frammentazione del Diritto
Comune Civilistico (1865-1914), Milano, 1991, p. 116.
(653) ALTERINI, Atilio, Contornos Actuales de la Responsabilidad Civil, Buenos Aires,
1987, p. 13; YZQUIERDO TOLSADA, Mariano, Responsabilidad Civil. Contractual y Extracontractual,
Madrid, 1993, ps. 131 y ss.
(654) ROXIN, Claus, Antigiuridicitá e Cause di Giurtificazione (a Cura di Sergio Moccia),
Napoli, 1996, p. 26.
(655) CASTRONOVO, Carlo, "Dagli ordinamenti nazionali al diritto uniforme europeo: la
prospettiva italiana", en Rivista Europa e Diritto Privato, 1999, p. 456; PENA LÓPEZ, José M., Prólogo a
BUSTO LAGO, José, La Antijuridicidad del Daño Resarcible en la Responsabilidad Civil Extracontractual,
Madrid, 1998, p. 15; Contra: BUERES, Alberto J., Código Civil y Normas Complementarias, Bueres -
Higthon (dirs.), T. III, Buenos Aires 1999, p. 19.
(656) ESSER, Joseph, "Responsabilité et garantie dans la nouvelle doctrine Allemande des
actes illicites", Revue Internationale de Droit Comparé, 1961, ps. 481 y ss.
(657) ALTERINI, A. A., Contornos Actuales..., cit., ps. 13 y ss.
(658) SCHLESINGER, Piero, "La ingiustizia del danno nell´illecito civile", Jus, 1960, p. 338;
ZANNONI, Eduardo, El Daño en la Responsabilidad Civil, Buenos Aires, 1987, p. 29. Comp.: BUERES, A.
J., Código Civil..., cit., p. 27.
(659) SCHLESINGER, P., "La ingiustizia...", cit., ps. 336 y ss.; GOLDENBERG, Isidoro H.,
Indemnización por Daños y Perjuicios, Buenos Aires, 1993, p. 497; ALTERINI, Atilio A., Contornos..., cit.,
ps. 13-14, y en: La Limitación Cuantitativa de la Responsabilidad Civil, Buenos Aires, 1997, p. 14.
(660) DE LORENZO, M. F., El daño injusto en la Responsabilidad Civil, Buenos Aires, 1996,
p. 77.
(661) ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, Resarcimiento de Daños. Presupuestos y Funciones
del Derecho de Daños, Buenos Aires, 1999, p. 317. Sustancialmente análogo es el criterio de AGOGLIA,
María M., para quien el hecho nocivo, aunque la conducta sea lícita, contiene una nota de antijuridicidad
desde que importa la violación del alterum non laedere (El Daño Jurídico. Enfoque Actual..., cit., p. 47).
(662) DE LORENZO, M. F., El daño injusto..., cit., p. 77.
(663) Vid.: Proyecto de Código Civil de la República Argentina Unificado con el Código de
Comercio, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1999, art. 1585, inc. a).
(664) Vid.: Proyecto..., cit., art. 1588.
(665) PIZARRO, Ramón Daniel - VALLESPINOS, Carlos Gustavo, Instituciones de Derecho
Privado. Obligaciones, T. II, Buenos Aires, 1999, p. 658; BUERES, Alberto J., "El daño injusto y la licitud
e ilicitud de la conducta", Derecho de Daños, Homenaje al Prof. Mosset Iturraspe, Buenos Aires, 1989;
LORENZETTI, Ricardo, "Las nuevas fronteras de la responsabilidad por daños", LL, p. 1107; ZAVALA DE
GONZÁLEZ, M., Resarcimiento de Daños..., cit., p. 307; MOSSET ITURRASPE, Jorge, "La prueba del daño
injusto", en Revista de Derecho de Daños, nro. 4, ps. 21 y ss.; VÁZQUEZ FERREYRA, Roberto,
Responsabilidad por daños. Elementos, Buenos Aires, 1993, p. 131; MESSINA DE ESTRELLA GUTIÉRREZ,
Graciela, Los Presupuestos de la Responsabilidad Civil. Situación Actual, en Homenaje a Bustamante
Alsina, T. I, Buenos Aires, 1990, ps. 51 y ss.
(666) Aspecto que, como es sabido, ha traído algunas confusiones en la interpretación del
vigente art. 1109 , Cód. Civ., vid.: BUERES, A. J., " El daño injusto...", cit., p. 153; DE LORENZO, M. F.,
El Daño Injusto..., cit., ps. 77 y 78, y amplia descripción del panorama autoral en nota 148.
(667) El principio está contemplado, también, en los arts. 1584 y 1613.
(668) El Proyecto de 1936, en su art. 864 no sólo exigía la voluntariedad del ilícito sino
que recogía una enumeración como la del actual art. 1066 , Cód. Civ. En el Anteproyecto de Bibiloni
(1939) también se consagraba una norma semejante (art. 1380). El Proyecto de 1954 contenía una
fórmula cerrada en su art. 1072, pero también había adoptado -como calco del art. 826 del BGB- un
ilícito atípico de dolo. El Anteproyecto de 1964 (De Gásperi), también repitió el 1066, Cód. Civ. El
Proyecto 1993 del Poder Ejecutivo adoptó una solución semejante a la que analizamos en el texto (arts.
1549 y 1550). Finalmente, el Proyecto de 1993 de la Comisión Federal si bien mantenía la
"antijuridicidad" en el art. 1067, en el art. 1066 se establecía que todo daño no justificado era
antijurídico. Vid. además: BUERES, A., Código Civil..., cit., ps. 56-57.
(669) ZENO ZENCOVICH, Vincenzo, "Antigiuridicit…", en Glossario. Trattato di Diritto
Privato a cura de Iudica e Zatti, Milano, 1998, p. 28; ya advertía SCHELISNGER, Piero, a mitad de siglo,
el inconveniente de un concepto que podría llevar al intérprete a considerarlo como "daño producido en
contra de la justicia, en el sentido de equidad" ("La ingiustizia...", cit., p. 341).
(670) PIETROBON, Vittorino, Illecito e Fatto Illecito. Inibitoria e Risarcimiento, Padova,
1998, p. 84. La observación es compartida por CASIELLO, Juan J., "Atipicidad del ilícito civil (Reflexiones
sobre el daño no justificado)", en Responsabilidad por Daños en el Tercer Milenio, Homenaje al Prof.
Atilio Alterini, Buenos Aires, 1998, p. 163.
(671) VINEY, Geneviéve - JOURDAIN, Patrice, Traité du Droit Civil. Les Conditions de la
Responsabilité, 2ª ed., Paris, 1998, nro. 473.
(672) Conf. BUERES, A. J., Código Civil..., cit., T. II, p. 23.
(673) DE ÁNGEL YÁGÈEZ, Ricardo, La Responsabilidad Civil, Bilbao, 1988, ps. 84 y ss.;
NAVARRETA, Emanuela, "Forma e sostanza dell´interesse legittimo nella prospettiva della
responsabilit…", Congreso en Memoria de Lina Bigliazi Geri, Pisa, 1999.
(674) SALVI, Cesare, Il Danno Extracontrattuale. Modelli e Funzioni, Napoli, 1985, p. 67;
DE LORENZO, M. F., El daño injusto..., cit., p. 19.
(675) FRANZONI, Massimo, "La lesione dell´interesse legittimo é, dunque, risarcibile", en
Contratto e Impresa, 1999, p. 1040.
(676) ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, Personas, Casos y Cosas en el Derecho de Daños,
Buenos Aires, 1991, ps. 29-30.
(677) Tomemos como ejemplo el caso del daño patrimonial sufrido por la concubina a raíz
de la muerte de su partner.
(678) FRANZONI, M., "La lesione...", cit., p. 1039; DE LORENZO, Miguel Federico, "La
buena fe en el derecho privado patrimonial", Revista del Notariado (1990), ps. 311 y ss.
(679) Como contradictoriamente termina cerrándose la tesis de quien, por un lado, le ha
adjudicado al art. 2043 , Cód. Civ. italiano un carácter de "cláusula general" y, por el otro, ha
considerado que dicha norma remite a un ámbito jurídico ya previsto: RODOTA, Stefano, Il Problema
della Responsabilit… Civile, Milano, 1964, ps. 195 y 202 respectivamente).
(680) Vid. el correcto y detenido análisis que realiza BUERES, A. J. Código Civil..., cit., ps.
44 y ss., el cual compartimos en su sustancia. Aunque, para nosotros, la injusticia del daño, en
ocasiones, puede resultar no ya la causa, sino el resultado del resarcimiento. Las diferencias -que
escapan a la posibilidad de ser planteadas en esta sede- de todas formas, estimamos son periféricas.
(681) DE LORENZO, M. F., El daño injusto..., cit. p. 85.
(682) RESCIGNO, Pietro, "Appunti sulle clausule generali", Rivista di Diritto Commerciale,
1998, p. 2; BELVEDERE, Andrea, "Le clausule generali tra interpretazione e produzione di norme",
Politica del Diritto, 1988, ps. 631 y ss.; VISINTINI, Giovanna, "Principi e clausule generali nella disciplina
dei fatti illeciti", Contratto e Impresa, 1998, ps. 1033 y ss.
(683) RODOTA, Stefano, "La tecnica legislativa per clausule generali in Italia", en Clausole
e Principi Generali nell´Argomentazione Giurisprudenziale degli Anni Novanta, Padova, 1998, ps. 37 y ss.
(684) Advertía Hans KELSEN que "el concepto de acto antijurídico definido simplemente
como una conducta socialmente indeseable es un concepto moral o político, mejor dicho, un concepto
metafísico, no un concepto jurídico" (Teoría General del Derecho y del Estado, México, 1969, p. 62).
(685) Vid. el análisis de: DELIYANNIS, La Notion d´Acte Illicite, Paris, 1953, p. 25 ("La
notion de faute implique un renvoi … la morale"). ROUBIER, Paul, Théorie Générale du Droit, Paris,
1946, ps. 40 y ss.; VINEY, G. - JOURDAIN, P., Traité de Droit Civil..., cit., p. 349: "la jurisprudence n´a
jamais, jusqu´… présent, renoncé … utiliser la morale et l´équité afin de dégager les devoirs dont
l´inobservation permet de caractériser la faute civile".
(686) FRANZONI, Massimo, "La lesione...", cit., p. 1040.
(687) CANE, Peter, The Anatomy of Tort Law, Oxford, 1997, p. 13: para quien el
"correlative analysis" significa un "balance between the interests of victims and interest of injurers" con
la virtud que este analytical method posibilita que el "tort law balances freedom against responsability");
LE TOURNEAU, Philippe - CADIET, Loic, Droit de la Responsabilité, Paris, 1998, nro. 607; MESSINETTI,
Davide, "Danno giuridico", Enciclopedia del Diritto, cit., p. 469; TORRENTE, Andrea - SCHLESINGER,
Piero, Manuale di Diritto Privato, Milano, 1997, p. 650; BARCELLONA, Pietro, Diritto Privato e Societ…
Moderna, Napoli, 1996, p. 550; VISINTINI, Giovanna, "Dottrine civilistiche nella vicenda della
responsabilit… civile", Contratto e Impresa, 1989, p. 137; SALVI, C., La Responsabilit… Civile, cit., p. 60;
Comp. MONATERI, Pier Giuseppe, La Responsabilit… Civile, Torino, 1998, p. 204; SCOGNAMIGLIO,
Claudio, "Danno ingiusto", en Enciclopedia del Diritto, cit., p. 2.
(688) Niegan el valor de una cláusula general de responsabilidad: PIETROBON, V., Illecito
e fatto illecito..., cit., p. 57; CASTRONOVO, Carlo, La Nuova Responsabilit… Civile, Milano, 1998, ps. 17 y
ss.
(689) RODOTA, Stefano, "Ideologie e tecniche della riforma del diritto civile", en Rivista di
Diritto Commerciale, 1967, p. 96, quien apunta correctamente que gli attentati alla certezza sono
sostanzialmente venuti dal legislatori o dalla pubblica amministrazione, e non dal giudice.
Imprescindibles, para un tratamiento exhaustivo y correcto del tema, las reflexiones de: BUERES, A. J.,
Código Civil..., cit., T. 3-A, ps. 35 y ss. y ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, Resarcimiento de daños...,
cit., ps. 313 y ss.
(690) GALGANO, Francesco, "Responsabilit… della societ… controllante per la
pregiudizievole influenza esercitata sulla societ… controllata", Contratto e Impresa, 1988, p. 326.
(691) Sobre esta idea: LIPARI, Nicolo, "Diritti fondamentali e categorie civilistiche", Rivista
di Diritto Civile, 1996, ps. 413 y ss.
(692) SCHLESINGER, Piero, "Scopo della norma violata e responsabilit… civile della
pubblica amministrazione", en Rivista di Diritto Civile, 1999, p. 505.
(693) CALABRESI, Guido, "Concerning cause and the law of torts: an essay for Harry
Kalven Jr", University Chicago Law Review (1975), ps. 69 y ss.; PONZANELLI, G., La Responsabilit…
Civile..., cit. ps. 87 y ss. A esta "nueva" función de la causalidad -casi como un émulo moderno y
"enmascarado" de la antijuridicidad- se le debe sumar los problemas que este elemento padece dentro
de ambientes jurídicos impregnados de criterios de eficiencia y utilidad social como sucede en el
common law: "The courts appear to be using the language of cause to decide questions of policy, such
as which of the parties is best placed to shift the loss in question or which outcome will best promote
loss prevention in that context in the future" (MARKESINIS, B. S. - DEAKIN, S. F., Tort Law, Oxford,
1999, p. 175.). El fenómeno es advertido con singular claridad por: SALVI, C., La Responsabilit… Civile,
cit., p. 170.
(694) SCHLESINGER, P., "Scopo...", cit., p. 506; MARKESINIS, B. - DEAKIN, S., Tort
Law..., cit., p. 89: "In this context, a factor frequently mentioned by the courts is the fear that witha out
the exclusionary rule the floodgates of liability would open, exposint defendants to an endless series of
actions. In itself this is a wak argument"; cfr. TIBHIERGE, C., "Libres propos...", cit., p. 568.
(695) Haber construido la noción de daño en torno a la noción del derecho subjetivo tuvo
ventajas e inconvenientes. Pero era de esperar que una noción polémica y "flou" (GHESTIN, J. -
GOUBEAUX, G. Traité de Droit Civil. Introduction Générale, Paris, 1994, nro. 173 y ss.) terminara
contaminando el concepto mismo de daño (RODOTA, Stefano, Il Problema della Responsabilit… Civile,
Milano, 1964, p. 88).
(696) Vid., por ejemplo: CNCiv., Sala F, 17/3/1998, "González J. c/La Fraternidad" , en
Responsabilidad Civil y Seguros, 1999, nro. 3, p. 87; o CNCiv., Sala G, 21/12/1981, "Almonacid", LL,
1982-D-477 con nota de Jorge Mosset Iturraspe.
(697) DE LORENZO, M. F. "La protección...", cit., LL, 1998-F-927 y sigs.
(698) CALABRESI, Guido, "First Party, Third Party, and Product Liability Systems: Can
Economic Analysis of Law tell us anything about them?, en Iowa Law Review (1984), p. 833.
(699) SGROI, Vittorio, "Il danno ingiusto", en "Problemi attuali di diritto privato e
processuale nel confronto fra Cassazione", Foro e Dottrina, Padova, 1994, p. 89.
(700) VINEY, G. - JOURDAIN, P., Traité..., cit., nro. 473.
(701) SALVI, C., Il Danno Extracontrattuale..., cit., p. 284. Es, por ejemplo, el caso de la
evolución de nuestra jurisprudencia en materia de daño ambiental (Un excelente panorama en
CAFFERATTA, Néstor, "Daño ambiental", JA, 28/7/1999, ps. 32 y ss.).
(702) Impecable el análisis que realiza BUERES, A., Código Civil..., cit., ps. 26 y 27,
especialmente, nota 69. Comp.: SCHLESINGER, P., L´Ingiustizia..., cit., p. 347.
(703) SALVI, C., La Responsabilit… Civile, cit., p. 52.
(704) Si en el civil law, la cláusula general de responsabilidad basada en el neminem
laedere tiene su "contrapeso" en las justificantes, y particularmente en "ejercicio de un derecho"; en el
common law, a diferencia, el principio genérico de responsabilidad del tort of negligence basado en el
neighbour principle, tiene como contrapeso a las policy consideration que, en dicho sistema, funcionan
como límite puesto por los jueces al funcionamiento de un principio general de responsabilidad.
Tentativamente, puede decirse que estas policy constituyen un complejo de factores y valores que
pueden influenciar en las decisiones de los jueces, v.gr., el incremento de procesos (floodgates
argument), o el efecto retorsivo del daño (the looking over the shoulder factor) etc.
(705) Para un tratamiento de las restantes justificantes: GESUALDI, Mariana, "De la
antijuridicidad a las causas de justificación", Responsabilidad por Daños en el Tercer Milenio, cit., ps. 143
y ss.; ZAVALA DE GONZÁLEZ, M., Resarcimiento de Daños..., cit., ps. 349 y ss.; TRIGO REPRESAS, Félix
Responsabilidad Civil. Presupuestos, Córdoba, 1997, ps. 297 y ss.
(706) ATIAS, Christian, "Le droit de nuire", Dalloz, 1997, p. 395; STARCK, Boris,
Obligations. Responsabilité Délictuelle, Paris, 1991, p. 42; MAGAZZU, Andrea, "Concorso e conflitto di
diritti soggetivi", Enciclopedia di Diritto, ps. 671 y ss. Para un análisis "macro" del tema: LORENZETTI,
Ricardo, Las Normas Fundamentales de Derecho Privado, Santa Fe, 1995, p. 365.
(707) CANE, P., The Anatomy..., cit., p. 90, que le atribuye a este análisis comparativo
una función axiológica: "this hierarchi of interest is part of the ethical structure of tort law". Vid.
especialmente: LORENZETTI, Ricardo, "Nuevas fronteras del abuso del derecho", LL, 1995-E-593; "El
juez y las sentencias difíciles. Colisión de derechos, principios y valores", LL, 1998-A-1039; BORREL
MACIA, Antonio, Responsabilidades Derivadas de Culpa Extracontractual Civil, Barcelona, 1958, p. 118;
LACRUZ BERDEJO, José, Parte General del Derecho Civil, Barcelona, 1990, p. 114. También: STARCK,
Boris, "Domaine et fondement de la responsabilité sans faute", en Revue Trimmestriele Droit Civile, LVI,
p. 501.
(708) MAIORCA, Carlo, "Colpa civile", en Enciclopedia del Diritto, p. 538; DE LORENZO, M.
F., El daño injusto..., cit., p. 79.
(709) A favor de la distinción: NAVARRETA, E., Diritti Inviolabili..., cit., p. 151; SALVI, C.,
La Responsabilit…..., cit., p. 63; BUSNELLI, Francesco, La Lesione del Credito da Parte di Terzi, Milano,
1964, p. 74.
(710) VISINTINI, Giovanna, Tratado de la Responsabilidad Civil, T. II, Buenos Aires. 1999,
p. 159; BUSNELLI, F., La Lesione del Credito..., cit., p. 74; VIDAL, Huberto, Ilicitud, Justificación y
Exceso, Córdoba, 1985, p. 88.
(711) Sin posibilidades de abordar aquí un tema tan delicado, debe señalarse que un
sector de la doctrina entiende que las situaciones subjetivas derivadas de la libertad (v.gr., de
asociación, de informar, de reunión, de huelga, etc.) constituyen verdaderos derechos subjetivos:
PIZARRO, Ramón Daniel, Responsabilidad Civil de los Medios Masivos de Comunicación, 2ª ed., Buenos
Aires, 1999, p. 223; PUGLIATTI, Salvatore, Il Trasferimento delle Situazioni Soggettive, Milano, 1964, p.
54; LEVI, Alessandro, Teoria Generale del Diritto, Padova, 1953, p. 260.
(712) SCHLESINGER, P., "La ingiustizia...", cit., p. 344.
(713) DE LORENZO, M. F., "El daño injusto..., cit., ps. 78-79.
(714) SCHLESINGER, P., "La ingiustizia...", cit., p. 344.
(715) Impecable: SALVI, C., La Responsabilit…..., cit., p. 63.
(716) MOSSET ITURRASPE, J., "La prueba del daño injusto", cit., p. 28 (quien con
perspicacia, habla de una aproximación entre la culpa y la injusticia); CASIELLO, Juan J., Atipicidad del
Ilícito Civil..., cit., ps. 157 y ss. VISINTINI, G., Tratado..., cit., p. 159; "...los jueces, a menudo, cuando
valoran la existencia de una causa de justificación efectúan un balance equitativo de los intereses
contrapuestos"; DE LORENZO, M. F., "La protección...", cit., p. 930; JAEGER, Pier G., "Valutazione
comparativa di interessi e concorrenza sleale", Rivista Diritto Industriale, 1970, ps. 8 y ss.; OTAMENDI,
Jorge, "El interés general y la eficiencia económica en la ley de defensa de la competencia", LL, 1999-F-
1087; MONATERI, Pier G., La Responsabilit… Civile..., cit., p. 225.
(717) Impecable: ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, Resarcimiento de daños. Daños a la
Persona, 2ª ed., Buenos Aires, 1996, p. 223; NAVARRETA, E., Diritti Inviolabili..., cit., p. 186.
(718) Vid. el interesante fallo de la CNFed. Civ y Com., 13/6/1996, "Demibell S.A.", LL,
1997-B-67.
(719) BUSNELLI, Francesco D., "Illecito civile", en Enciclopedia del Diritto, cit. por
SCOGNAMIGLIO, C., "Ingiustizia..", cit., p. 12.
(720) MESSINETTI, Davide, "Danno giuridico", cit., p. 483. A título de ejemplo repárese en
la tutela de la vida privada y la diversidad de matices y soluciones que pueden presentarse de cara a la
cualidad del interés lesionado: funcionario público, político, notorio, o simple ciudadano.
(721) TRIMARCHI, Pietro, "Illecito", Enciclopedia del Diritto, cit., p. 99.
(722) RODOTA, S., Il Problema..., cit., ps. 120 y ss.
(723) GALLOPPINI, A., "Appunti sulla rilevanza della regola di buona fede in materia di
responsabilit… extracontrattuale", Rivista di Diritto Civile, 1965, ps. 1398 y ss.
(724) ALPA, Guido, Il Problema della Atipicitá dell´Illecito, Napoli, 1979, p. 262 (a
propósito del conflicto entre derechos fundamentales).
(725) PATTI, Salvatore, Vicende del Diritto Soggettivo. Un Itinerario di Diritto Privato,
Torino, 1999, ps. 17 y ss.; SAVATIER, Rene, Traité de la Responsabilité Civile, T. I, Paris, 1939, p. 52,
nro. 38.
(726) PACCHINONI, Giovanni, "Qui suo iure utitur neminem laedit", en Giurisprudenza
Italiana, 1939, IV, ps. 209 y ss.; BUERES, A., Código Civil..., cit., p. 27, nota 69.
(727) Vid.: VINEY, G. - JOURDAIN, P., Traité..., cit., nro. 473. No hará falta aclarar que el
neminem laedere se edifica sobre los eventos lesivos que el sujeto está obligado a evitar, y no sobre la
diligencia que debe adoptar en su comportamiento para evitar la causación de aquéllos. La corrección,
normalidad, regularidad, etc., del comportamiento están referidas, en cambio, a la justificación.
(728) PACCHINONI, G., "Qui suo iure...", cit., p. 209.
(729) BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, Teoría General de la Responsabilidad Civil , Buenos
Aires, 1997, p. 164; MOSSET ITURRASPE, Jorge, Responsabilidad por Daños. Las Eximentes, Buenos
Aires, 1999, p. 127. Para un enfoque del abuso como límite al ejercicio del derecho, dentro de la teoría
del delito: ZAFFARONI, Eugenio, Tratado de Derecho Penal. Parte General, T. III, Buenos Aires, 1981, p.
633.
(730) DEJEAN DE LA BATIE, No‰l, Responsabilité Délictuelle. Droit Civil Français Aubry et
Rau, Paris, 1989, p. 79.
(731) Una sólida doctrina restringe el instituto del abuso sólo a los derechos definidos:
ALTERINI, Atilio - LÓPEZ CABANA, Roberto, "El abuso del derecho. Estudio de derecho comparado", en
LL, 1990-B-1101; GHESTIN, Jacques - GOUBEAUX, Gilles, Traité de Droit Civil. Introduction Générale,
Paris, 1994, p. 754; ROUBIER, Paul, Droits Subjectifs et Situations Juridiques, Paris, 1963, p. 150;
TERRE, François - SIMLER, P. - LEQUETTE, Y., Droit Civil. Les obligations, Paris, 1996, p. 580.
(732) ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, Resarcimiento de daños..., cit., p. 359; y T. II-D,
p. 278; PIZARRO, Ramón, Responsabilidad..., cit., ps. 221 y ss.; DABIN, Jean, El Derecho Subjetivo,
Madrid, 1955, p. 339. Esta solución parece emerger, incluso, del propio Proyecto que en su art. 395
expresamente prevé la posibilidad de abusar de una posición dominante que difícilmente podría ser
considerada como un derecho. Bajo otra óptica, no creemos que la teoría del abuso, en materia de
libertad de informar pueda conducir a una virtual responsabilidad objetiva (en este sentido: ALTERINI,
Atilio - FILIPPINI, Aníbal, "Responsabilidad civil derivada de la difusión de noticias inexactas: acto ilícito
o acto abusivo, LL, 1996-C-408). El abuso de derecho es ilícito, y por ello -como dice Gamarra- luego de
acreditada la ilicitud, el supuesto de la responsabilidad aquiliana (a diferencia de lo que ocurre fuera de
esta área) impone la prueba del dolo o la culpa (Tratado de Derecho Civil Uruguayo, T. XIX, Montevideo,
1991, p. 206).
(733) CNCom., Sala B, 12/6/1982, "De Carabassa", LL, 1983-B-362; CNCom., Sala B,
14/4/1987, "Okretich", LL, 1987-E-54.
(734) CSJN, 15/2/1983, "La Fármaco Argentina", LL, 1983-C-495 (conducta abusiva);
CNCom., Sala A, 12/6/1998, "Farmacia Onix", LL, 1999-A-109.
(735) CNFed. Civ. y Com., Sala I, 30/11/1993, "Axoft Argentina", LL, 1994-C-9 (mala fe
por inexactitud; y ver voto del juez Pérez Delgado, esp. p. 12).
(736) CNCiv., Sala F, 1/3/1983, "Tórtora", ED, 104-169 (culpa o negligencia en la
denuncia).
(737) CNCiv., Sala A, "Molina", 20/5/1983, LL, 1984-A-120, entre otros.
(738) BAR, Christian, A Common European Law of Torts, nro. 19: "tort law has developed
independently of its codifications: modern tort law is substantially judge-made"; GAZZAINGA, Jean-
Louis, "Les Métamorphoses Historiques de la Responsabilité", en Le métamorphofes de la responsabilité,
Paris, 1997, p. 14: "La responsabilité est un droit essentiellement jurisprudentiel". PONZANELLI, Giulio,
La Responsabilit… Civile, Bologna, 1992, p. 43; VISINTINI, G., "Dottrine...", cit., p. 137: "di fronte a una
disciplina generica che rinvia all´opera integrativa del giudice e gli conferisce a volte, esplicitamente,
una sorta di arbitrato nella valutazione di interessi contraposti e in conflitto tra loro..."; BESSONE, M.,
"Tipicit… e atipicit…...", cit., p. 426; BIANCA, Carlo M., Diritto Civile. La Responsabilit…, Milano, 1994, p.
586 (para quien la injusticia del daño debe ser monitoreada en el diritto effettivo).
(739) MARELLA, María Rosaria, "La costruzione sociale del danno, ovvero l´importanza
degli stereotipi nell´analisi giuridica", en RDP, 1999-I-24.
(740) MONATERI, Giuseppe, La Giurisprudenza per Massime e il Valore del Precedente,
Padova, 1988, p. 229.
LA LEGÍTIMA DEFENSA EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL (La
antijuridicidad y juridicidad de la conducta. Las funciones del juicio de
antijuridicidad) - EDGARDO A. DONNA
Cuando el Proyecto habla de la responsabilidad civil, a partir del art. 1581 y en el art. 1584,
expresa que debe repararse el daño, en caso de infracción al deber general de no dañar. Hay
que agregar, en este contexto y dentro de lo que intento exponer, el art. 1585, por el cual
toda persona debe, en cuanto dependa de ella, evitar el daño no justificado. Y el art. 1589
expresa que el daño está justificado, si es causado en defensa propia, por un medio
racionalmente proporcionado, frente a una agresión actual, injusta y no provocada.
Por lo tanto, se puede afirmar que el acto ilícito tiene como base la contradicción de una
prohibición legal, esto es un acto contrario a Derecho, que se haya cometido con dolo, culpa
o negligencia y el daño (741).
Dada la no existencia de la tipicidad en el ámbito civil, hay que partir del análisis de los
hechos, salvo la expresa mención de que el acto ilícito es tal cuando está expresamente
prohibido. En este sentido, también se puede afirmar que cuando se realiza el acto que está
previsto como ilícito, se presume, en principio, que ese acto es antijurídico. Esto hace
necesario, en el capítulo referente a la antijuridicidad, analizar la cuestión sobre si hay
alguna manera de desvirtuar el indicio de antijuridicidad. La manera en que el acto pasa a
ser lícito es entrar en el ámbito de las llamadas causas de justificación o de exclusión del
ilícito.
Para llegar a esta conclusión, sin duda se debe recurrir a la teoría de las normas. Existe en la
norma una función de valorización, anterior a la de determinación. Es, respecto de la
primera, que todos los elementos del delito quedan relacionados. No hay pues una remisión
a la capacidad del autor. De allí que se pueda afirmar que la antijuridicidad es objetiva
(742).
La antijuridicidad significa afirmar que el autor de un hecho ilícito ha infringido una norma,
que está exigiendo su validez, esto es su afirmación. De tal modo, que si ésta es negada, la
consecuencia es que ella ha retrocedido frente a otra norma, con la consecuencia de que no
existe violación de la primera. Existe una valoración entre ambas normas, por eso se le
reconoce al autor el derecho a actuar, y lo que es más, a actuar aunque su hecho aparezca,
en principio, como ilícito. Es por esta razón que no hay posibilidad de zonas libres o neutras
para el Derecho. Por lo que la cuestión es clara: se está dentro de lo jurídico o se está en
contra de la norma. El término medio no existe (743).
I. ANTIJURIDICIDAD FORMAL Y MATERIAL
A los efectos de aclarar algunos términos, conviene sostener que la antijuridicidad formal se
da cuando la acción se halla en oposición a un mandato normativo contenido en una norma.
En cambio, la antijuridicidad material tiene que ver con el bien jurídico protegido con la
norma (744). El tema cobra relevancia, cuando aun en los casos de conductas típicas
penales, ésta no ha hecho peligrar el bien jurídico, con lo cual tal conducta deja de ser
antijurídica. Algo análogo se podría afirmar en cuanto al derecho civil, ya que si no hay daño,
no hay posibilidad de hablar de responsabilidad civil.
Por eso es una afirmación básica en este tema decir que las causales de justificación se
encuentran tanto el derecho escrito como el no escrito (745).
1. Conceptos generales
Se ha de estudiar en este parágrafo la relación que existe entre la norma que ordena una
conducta, o la prohíbe, como protección al bien jurídico y las causas de justificación. La
respuesta está dada por el fin de la norma (746).
El tema había sido planteado por el autor alemán Binding, al afirmar que junto al matar
prohibido existía el matar permitido. La norma incondicionada, no se vuelve condicionada,
sino que es inseguro el ámbito de validez (747). Es que en algunos casos el bien jurídico
renuncia a la protección normativa o retrocede ante la presión que ejerce sobre él intereses
más importantes en el caso concreto. El bien que deja de ser merecedor de protección atrae
la norma hacia sí y con ello la norma retrocede: ella ya no exige seguir protegiendo al bien
jurídico, ni tampoco mantener el juicio de desvalor para el caso de ataque a éste. El hecho
ilícito deja, entonces, de tener el indicio de antijuridicidad que cargaba y pasa a ser una
forma hueca, su consecuencia es que la acción es lícita.
De manera que, cuando concurre una causal de justificación pierde su virtualidad de deber
jurídico, contenido en la norma prohibitiva en el llamado tipo de injusto (748) y para el caso
civil, lo que se podría denominar tipo de ilícito.
El problema del permiso es respecto del individuo, de modo que con ello no se concreta el
deber en su persona y, por ende, el hecho estará justificado, lo que significa que el acto será
lícito.
En la legítima defensa los principios de autoprotección y de prevalencia del derecho son los
que sirven de base a la regulación legal. Es decir, cualquier persona tiene derecho a
defenderse de ataques antijurídicos, con el fin de evitar daños a sus bienes jurídicos, aun en
el caso en que el sujeto pueda sustraerse al ataque. Esta aseveración es posible frente al
claro precepto del art. 1589, b).
El principio de prevalencia del derecho en todos los casos sumado a que éste no tiene que
ceder nunca ante el injusto, lleva al desplazamiento del principio de ponderación de bienes
en la legítima defensa, con lo cual, y, en teoría, se podría matar para salvar otros bienes
propios de menor valor, aunque esta afirmación es, hoy en día, seriamente discutida.
El ilícito es unitario respecto de todo el orden jurídico, es decir, no hay ilícito propiamente
civil, penal o administrativo, sino que correponde a todo el orden jurídico. Esta idea obedece
a otra: éste no puede tener contradicciones internas, motivo por el cual el ilícito no lo es de
una rama del Derecho, sino de todo el ordenamiento jurídico.
En el ámbito civil, encontramos una serie de causas de justificación, como ser el antiguo art.
3939, esto es, el derecho de retención, lo que legitima, por ejemplo la conducta típica del
art. 173 , inc. 2º del Código Penal, en el caso de la no devolución de la cosa, por deudas
originadas en la propia cosa. Supóngase el caso de una persona A, quien entrega su heladera
para que B la arregle.
Existe una serie de reglas comunes a todas las causas de justificación, y por eso, conviene
agruparlas a los efectos de una mayor sistematización del tema (752).
Con base en ello se deduce que el titular del derecho puede hacerlo valer llegando, si es
preciso, a la fuerza o la violencia. Con lo cual quien se encuentre lesionado en sus intereses
por la persona que ejerce el derecho, carece de defensa frente a quien tiene su acción
justificada.
Esto significa que no interesa si la persona actuó con base en un derecho, como es el caso de
la legítima defensa o, verbigracia, si el funcionario policial actúa a los fines de detener a la
persona sobre la que el juez ha librado la orden de detención previa, de acuerdo con las
normas del Código Procesal.
De acuerdo con ello, el bien jurídico, cuya norma de protección ha retrocedido, ha dejado de
ser protegido por el Derecho. Pero el bien jurídico de un tercero, cuya norma protectora
sigue en vigencia, permanece protegido por el Derecho, por lo que, su lesión es antijurídica.
Rige, en este aspecto, el art. 1588 , por el cual el daño no justificado debe ser reparado.
La cuestión, en teoría, no resiste el mínimo análisis, salvo que se sostenga que no existe un
actuar lícito. Si se acepta esta afirmación no hay duda de que no hay indemnización posible.
Y esto es receptado en el Proyecto comentado, ya que expresamente se afirma que todo
daño debe ser reparado, sino está justificado (art. 1588).
Las teorías causalistas habían llegado a la conclusión de que bastaba con que se dieran los
elementos objetivos de las causales de justificación para que el sujeto fuera amparado por
ella (753). Desde la posición que se ha sustentado, ello no es posible y, por ende, se exige
que en las causales de justificación existan los elementos subjetivos. El sujeto que actúa
bajo una situación de justificación debe haber "reconocido la situación de justificación
objetiva que se ha dado en la realidad, y actuado de conformidad a las mismas (754).
Esto no quiere decir que se acepte que la justificación dependa de la suposición del sujeto,
sino que la situación de necesidad o de agresión ilegítima debe realmente existir (755). El
permiso no sólo debe basarse en la representación del sujeto, sino en causas objetivas, que
aquél debe conocer (756). Y en ese caso de desconocimiento de las circunstancias de hecho,
aún cabe introducir otra prohibición con fundamento en la culpa. En síntesis, bien dice
Kaufmann, que el orden jurídico, como regulación del comportamiento humano no puede
hacer depender el permiso de las equivocadas representaciones del beneficiario del permiso
sino de criterios que se encuentren fuera de la representación del autor (757).
Una parte de la doctrina afirma que cuando falta el elemento subjetivo de la justificación, se
debe sancionar al autor como si el delito estuviera consumado, ya que tanto se ha dado el
tipo objetivo como el subjetivo (758).
En cambio la doctrina, que a nuestro juicio es correcta, razona afirmando la tentativa, habida
cuenta de que si bien se dan los elementos objetivos de la justiticación, falta el elemento
subjetivo y, por ende, no puede haber nunca un delito consumado (759).
En cambio la teoría dominante, entre ellos Samson y Lenckner, sostienen que, al faltar el
elemento subjetivo y en cambio darse el objetivo, aunque desconocido por el autor, se está
ante una tentativa.
Bacigalupo, siguiendo a Gallas, y en base al art. 44 del Código Penal, afirma que se está en
presencia de una tentativa inidónea, o delito imposible, ya que no había posibilidad de
consumación del delito (760).
La legítima defensa es, sin duda, el ejemplo más claro de una causa de justificación, el "caso
más unívoco y tangible de una causal de justificación" (761). De modo que quien actúa
legítima defensa de por medio, lleva a que su conducta sea legítima, es decir, jurídica, por la
exclusión de la antijuridicidad. El Código Penal regula la legítima defensa en el art. 34 , incs.
6º y 7º del Código Penal y el Proyecto lo hace de manera clara y precisa en el art. 1589, b).
Ello significa, en pocas palabras, que en contra de la legítima defensa no podrá existir la
legítima defensa, ni el estado de necesidad justificante. Además, la participación es impune.
Con lo cual el autor no sólo estará eximido de pena, sino también de la responsabilidad civil.
3. Fundamento
Desde el punto de vista del Estado, aparece como la defensa sustitutiva de la tarea de
confirmación del derecho, que era, sin duda, tarea del Estado. Pero no hay que olvidar que
de darse la agresión ilegítima, aun en presencia de la autoridad pública, al estar en peligro el
bien jurídico, habilita, en principio la defensa. Lo que pasa es que si la autoridad interviene
adecuadamente, no será necesaria la acción del ofendido, pero éste es otro punto, que no
hace a la fundamentación sino a los requisitos.
El eje por el cual pasa la legítima defensa es la agresión ilegítima. La legítima defensa, desde
esta perspectiva, presenta una clara contradicción entre derecho e injusto, lo que lleva a que
se pueda afirmar que la fundamentación de la legítima defensa está en la afirmación de que
el orden jurídico no debe ceder ante el injusto. Y esto es cierto, en tanto se acepte que,
además, se deben proteger los bienes jurídicos personales, con lo cual queda claro el
fundamento de la legítima defensa (763).
4. Naturaleza
La legítima defensa es un derecho, tanto desde el punto de vista conceptual, como desde el
de los requisitos que se exigen en la ley. No es posible exigir que la persona se defienda
frente a la agresión ilegítima, ya que si ella quiere retirarse o huir frente a ella, desde el
punto de vista jurídico su conducta será inobjetable.
Si bien no hay duda de que en el derecho argentino, así como en todas las legislaciones del
sistema continental europeo al menos, los códigos también lo reconocen, la discusión que se
ha planteado en la doctrina es si es un derecho natural, reconocido por el Estado. No hay
duda de que el Estado, luego del pacto, ha tomado el monopolio de la fuerza, pero tampoco
hay duda de que su existencia sólo tiene sentido si se respetan los bienes del individuo. De
allí que ese derecho, anterior al Estado, existe sólo y en cuanto sea ejercido de acuerdo con
los límites legales.
5. Bienes defendibles
La ley argentina no trae ningún tipo de limitación respecto de los bienes o intereses jurídicos
que pueden ser defendidos. El único límite está dado por la idea de que sólo se pueden
defender los bienes individuales, y esto depende únicamente de la relación entre el ataque y
la defensa, la cual debe ser necesaria y, en la terminología del Proyecto de Código Civil,
racionalmente proporcionada.
No hay, por ejemplo, una limitación respecto de los bienes jurídicos, tal como figura en el
derecho austríaco, que limita la defensa sólo a la vida, la salud, la integridad corporal, la
libertad y el patrimonio, exceptuando, como dice Zipf, el bien jurídico honor y los bienes
supraindividuales (764).
La libertad sexual también es un bien jurídico defendible. Luzón Peña plantea el problema de
cómo se defiende, por ejemplo, del estupro, y claro está que debe ser, en principio,
intentando evitar la seducción de la mujer, ya que la esencia del estupro, aún después de la
reforma de la ley 25087 , reside, y ahora con más claridad, en la seducción real por parte del
autor (765).
Tampoco hay problemas en la defensa del honor, siempre que se den los requisitos de la
defensa, especialmente la actualidad de la agresión ilegítima. Y éste sería el caso de la
persona que evita que los insultos prosigan. La defensa tanto valdrá en contra de insultos
verbales, como físicos.
Quizás el problema más grave es la defensa en cuanto a los derechos patrimoniales. La ley
penal argentina y el Proyecto de Código Civil no han establecido ningún tipo de límites al
respecto, de modo que desde este punto de vista, no hay límite alguno a la defensa de
bienes, aun a costa de la vida del atacante.
Sin embargo, últimamente han surgido voces que afirman que debe limitarse la legítima
defensa en este sentido. El problema se plantea en el siguiente caso: ¿es posible quitar la
vida de una persona para proteger el derecho de propiedad? En su obra, Maunz-D•rig (766)
opinan que nunca se puede justificar tal extremo.
Roxin afirma que en los casos del principio de oportunidad, protegido por los delitos de
bagatela, los delitos de acción privada que se persiguen mediante querella, y en las
contravenciones, está claro que el propio legislador considera que no es imprescindible la
sanción penal. Sería en estos casos una agresión irrelevante (767). Siguiendo con este
argumento, afirma Roxin que no es posible defenderse de un pequeño robo mediante un
arma de fuego. El límite está, entonces, donde peligra la vida del agresor. Afirma el autor
citado que estas consideraciones están fundadas en el derecho constitucional y el alto valor
que tiene la vida humana en las normas constitucionales, idea ésta que se puede aceptar en
el derecho argentino. Este argumento se ve reforzado por la aceptación, que como derecho
interno se ha hecho de los pactos de derechos humanos que expresamente prohíben la pena
de muerte.
Roxin termina afirmando que no se debe restringir la legítima defensa, sino sólo en los casos
antes mencionados, debiendo, quien se defiende, evitar la muerte del agresor, en los casos
de que se defiendan bienes de carácter patrimonial (768).
Por último, Luzón Peña sostiene que sólo son defendibles los bienes jurídicos individuales,
basado en la forma en que está redactada la ley, al permitir sólo la defensa de sí mismo y de
terceros (772). El fundamento que da Luzón Peña consiste en que la defensa de los bienes
comunitarios está dada al Estado, que es el único que puede establecer cuándo se dan los
extremos de la lesión jurídica, de manera que, de permitirse a los particulares, sería
altamente peligroso, ya que sería, por una parte, una defensa inidónea, y por otra, dichos
ataques son menores a los realizados en contra de los particulares (773).
Con iguales problemas se encuentra el tema de la legítima defensa del Estado, como
portador de la soberanía. Con razón se estima que el Estado tiene sus propios medios para
defender sus instituciones. El tercero no estará en condiciones de apreciar las circunstancias
que lo habiliten a salir en defensa del Estado, ya que no puede velar por el bien común.
Excepcionalmente, puede darse el supuesto de legítima defensa en favor del Estado en
aquellos casos en que realmente éste esté en peligro, como por ejemplo un grave atentado
terrorista (774).
Distinto es el problema respecto de los bienes jurídicos de las personas jurídicas, en cuanto
es permitido sin duda alguna la legítima defensa.
Por agresión debe entenderse, según Zipf, "la amenaza humana de lesión de un interés
jurídicamente protegido" (775). Con este concepto se deja de lado en la legítima defensa
todo ataque que no provenga del hombre. Como dice Hirsch, "por conducta humana se
quiere significar que debe repelerse la amenaza de lesión de un acto voluntario (un
comportamiento de libre arbitrio), excluyendo los meros actos reflejos" (776). La síntesis la
da Roxin cuando afirma que "una agresión es la amenaza de un bien jurídico por una
conducta humana" (777).
Por lo tanto, creemos que sólo habrá agresión ilegítima en los casos de acción u omisión,
dirigidos por la voluntad. No habrá agresión ilegítima cuando no haya acción propiamente
dicha, como por ejemplo de parte de un sonámbulo o de una persona con un ataque de
epilepsia. La base de este fundamento es que la acción significa una conducta dirigida hacia
un fin, por ende, la agresión deberá ser contemplada desde esa perspectiva, motivo por el
cual no habrá acción, cuando la voluntad no manda. Estos casos se deben solucionar dentro
del estado de necesidad que, como se verá, además de la ponderación de bienes, exige el
respeto a la dignidad de la persona.
Tampoco habrá legítima defensa, con base en estos principios, frente a las cosas y frente a
los animales. El argumento es que el principio de prevalencia del Derecho no es de aplicación
frente a los animales. Por otra parte, la solución se encuentra dentro del estado de necesidad
justificante, ya que no hay, en este caso, agresión ilegítima posible (778).
b) La fuerza o violencia
Por agresión no sólo debe entenderse una acción que signifique fuerza o violencia, tal como
en su momento lo sostuvo Jiménez de Asúa (780), ya que con ello se está trabajando con un
concepto de agresión, por decirlo así, vulgar, frente al criterio de agresión que debe ser
normativo. Por agresión debe entenderse no sólo la acción violenta, sino cualquier lesión que
amenace o aumente el peligro a intereses jurídicamente protegidos (781).
c) La omisión
Con este criterio amplio, tanto queda incluida en el concepto de agresión la acción como la
omisión impropia. Si se acepta que se puede matar, mediante la omisión impropia (782), no
hay motivo alguno para rechazar que también este tipo de omisiones puede ser una agresión
ilegítima. Claro que sólo será responsable de la agresión quien tenga la posición de garantía
(783). No hay duda de que si se contrata a un guía de montaña, y éste trata de irse del
lugar, dejando librada a su suerte, con serio peligro de muerte, a los escaladores, éstos
podrán actuar para evitar el alejamiento, con lo cual, como mínimo, la conducta de quienes
se defienden será de privación de libertad. De todas formas, lo que se exige es que la fuente
de peligro esté dentro de los límites de la responsabilidad jurídica del sujeto como garante.
En cambio, no habrá agresión ilegítima en los casos en que la omisión no tenga por fin evitar
un resultado, como ser el no pago de una deuda, ya que dicha omisión se compensa
mediante la demanda civil (784).
d) El delito culposo
Debe aceptarse también que pueda haber legítima defensa en contra de actos culposos en
tanto exista acción de la persona, ya que la ley no limita la agresión a las acciones
intencionales, esto es, dolosas, por una parte, y por otra, tampoco se puede aceptar que
exista una limitación de tipo lógico o conceptual (787). Sin embargo, y con sólidos
argumentos, Luzón Peña sostiene que no es aceptable la legítima defensa en contra de actos
culposos (788).
Por ello, todo interés jurídicamente protegido se encuentra amparado por esta causal de
justificación. Se deduce, sin ningún esfuerzo, que la protección alcanza a la esfera íntima de
la persona. Quien observe de manera impertinente a una pareja, o el que espía a una
persona tomando sol, o quien se inmiscuye en la tranquilidad del hogar, agrede
ilegítimamente, ya que son bienes o intereses protegidos (789).
La legítima defensa no exige como requisito necesario que la agresión sea una acción típica,
bastando que sea antijurídica que, en principio, es lo esencial para que se pueda dar el acto
defensivo.
2. La antijuridicidad de la agresión
Tal como la ley exige, la agresión debe ser antijurídica. De acuerdo con Maurach-Zipf una
agresión es antijurídica si representa un ilícito de conducta y hace temer la realización de un
ilícito de resultado (790). En otras palabras, la antijuridicidad de la agresión coincide con su
concepto general de la teoría del delito (791).
Debe, pues, existir tanto un ilícito de acción y de resultado o uno ya ocurrido. De ahí que
para la conducta dolosa o culposa, la agresión ha de ser dolosa o violatoria del deber de
cuidado. Así, no hay posibilidad de legítima defensa en contra de una acción que esté dentro
del deber de cuidado o conforme a derecho o socialmente adecuado. Sólo cabe la solución
dentro del estado de necesidad justificante.
Las acciones que se ejerciten con base en especiales derechos y obligaciones no será
antijurídica. El poder estatal ejercitado reglamentariamente no es agresión ilegítima, pero,
en cambio, en el caso en que el acto ejecutivo del Estado sea ilícito, no hay duda en aceptar
la legítima defensa (caso de la resistencia).
3. La actualidad de la agresión
La agresión, para que sirva de base a la legítima defensa, debe ser actual. Y "es actual una
lesión inminente o persistente de bienes jurídicos. De este modo se determinan el instante
inicial y final de la agresión" (796).
Actual, por lo tanto, es la defensa que aún perdura, es decir, la que ha dado comienzo pero
aún no ha terminado. Si bien existen clasificaciones de delitos, tales como los delitos
permanentes, los continuados, etcétera, la idea esencial de la legítima defensa consiste en
que existe agresión, y ésta perdura, en tanto y en cuanto el bien jurídico pueda ser
protegido o pueda ser sacado de la inmediata situación. Si no es posible ninguna de ambas
situaciones, ha desaparecido la legitimidad de la defensa. En palabras más claras, una
agresión es actual cuando es inmediatamente inminente o está teniendo lugar o todavía
prosigue (797).
Para Roxin, al estudiar el caso de la tentativa, afirma que en la agresión actual sólo se
podrán incluir junto a la tentativa, aquellos actos preparatorios que son inmediatos a la fase
previa de la tentativa (798).
Si la agresión aún continúa, aunque el delito esté formalmente consumado, existe agresión
ilegítima. Por eso es admisible la legítima defensa en los delitos permanentes, como tales el
allanamiento de morada y la usurpación.
1. La acción defensiva, para que sea tal, exige que la persona que se defiende tenga la
voluntad de hacerlo, más allá de que el sujeto tenga, además, otros fines. El Derecho no
exige, ni lo podría exigir, que quien se defiende tenga además motivos de índole ética en su
defensa. De ninguna manera se exigen motivos éticos para poder aceptar la acción
defensiva.
La respuesta es que por defensa legítima debe entenderse aquella que sea necesaria para
rechazar la agresión. La cuestión aparece como dos mitades de un círculo, que se
corresponden, esto es, un encaje justo. Una parte es la agresión ilegítima y la otra es la
defensa.
Varios han sido los criterios que se han propuesto para limitar la defensa (802).
Tanto se ha intentado poner límites con base de la imperatividad, por una parte y a la
exigibilidad, por otra, como acudiendo a las Convenciones de los Derechos Humanos, sin
dejar de lado consideraciones de tipo ético-social.
En cuanto a las consideraciones de tipo ético-social, bien ha hecho notar Bitzilekis que no
existe un criterio único, y que es difícil hacer pie en un término tan confuso, a punto tal que
dicho criterio fue en su momento acogido por la jurisprudencia del nacionalsocialismo (803).
Tampoco lleva luz al problema la remisión, por lo menos en el derecho alemán al art. 31, inc.
1º, esto es, a la renuncia a la tentativa de determinar a otro un delito, y con ello plantear el
tema de la imperatividad. Con acierto se ha sostenido que la defensa se determina por la
fuerza y la peligrosidad del ataque (804).
No se puede ir más lejos con la inclusión de la exigibilidad, categoría que como se sabrá
apareció en la dogmática penal al darse forma a la teoría de normativa de la culpabilidad.
Según dicha teoría, que sería aplicable la limitación de la legítima defensa, estaría dada
porque en algunas circunstancias ésta no sería exigible. Con lo cual, tampoco se sabe cuál es
el límite de la legítima defensa, quedando dicha frontera como una fórmula vacía.
Con lo cual queda vigente el principio por el que la defensa necesaria se determina con base
en las circunstancias del caso particular bajo las que se desarrolla la agresión: la fuerza y la
peligrosidad del agresor, los medios de ataque utilizados y las posibilidades de defensa del
afectado (806).
Sin embargo, de acuerdo con la Convención Americana de Derechos Humanos, que prohíbe
la pena de muerte, existe un fundamento para decir que si bien en la legítima defensa no
existe ponderación de bienes o intereses jurídicos, en los casos en que exista total
desproporción entre los bienes jurídicos en juego, esto es, vida del agresor, frente a bienes
materiales, de mínimo valor, el que se defiende no podrá matar al agresor. De todas formas,
si bien la conducta sería antijurídica, la solución se encuentra en el exceso.
En algunos supuestos la defensa ofensiva no es posible, como ser los casos de ataque de
autores inculpables y los niños, en los cuales ha de preferirse la huida del lugar de los
hechos, en tanto sea posible.
Queda pues, en principio, la idea de limitar en algunos casos, el derecho de legítima defensa,
basado en la Constitución y pactos de derechos humanos incorporados a ella o en la idea del
abuso del derecho, especialmente cuando existe una gave desproporción entre el bien
defendido y el bien del agresor. Aunque con esto, se desdibuje la distinción que existe con el
estado de necesidad justificante.
Necesaria es toda defensa idónea, que sea la más benigna entre varias clases de defensas
elegibles y que no esté unida al riesgo inmediato de sufrir un daño (808). Es interesante
citar en este sentido el fallo del Tribunal Superior Alemán: El defensor debe elegir, de entre
varias clases de defensa posible, aquella que cause el mínimo daño al agresor. Pero para ello
no tiene por qué aceptar la posibilidad de daños en su propiedad o lesiones en su propio
cuerpo, sino que está legitimado para emplear como medios defensivos aquellos
objetivamente eficaces que permitan esperar con seguridad la eliminación del peligro (809).
Lo necesario para la defensa debe juzgarse de acuerdo con el criterios objetivos, según
criterios ex ante, de acuerdo con el juicio de un observador objetivo (810).
El art. 34 , inc. 6º, c) del Código Penal exige que no haya habido provocación del ataque por
parte del que se defiende. Son los casos en los cuales la víctima es la que provoca
culpablemente la agresión, con lo cual se excluye la legítima defensa. Y esto se funda en que
el sujeto que provoca la legítima defensa. La doctrina distingue si esa provocación es dolosa
o culposa. En el caso de que sea dolosa, se excluye la legítima defensa, en parte porque no
existe una voluntad defensiva, en parte porque, tal como se verá, se daría un caso de actio
libera in causa. Hay una renuncia a la protección jurídica de sus bienes con lo cual existe
asunción del riesgo o, si se quiere, un abuso de su derecho (811).
La excepción al caso se dará en el supuesto en que el agresor actúe de manera más
peligrosa a la prevista, de modo que el autor retoma el derecho de defensa en cuanto a ese
plus no previsto.
El problema que se da con los llamados mecanismos automáticos de defensa, esto es,
alambres electrificados, armas que se disparan automáticamente, consiste en que cuando se
colocan dichos instrumentos que, por ejemplo, matan al agresor, no existía la agresión
ilegítima y por ende no había en ese momento una voluntad actual de defensa. Por eso, un
primer razonamiento debería excluir la legítima defensa en esos casos. Aunque analizada la
cuestión más profundamente, debería discutirse el tema desde la agresión ilegítima, y el
derecho del agredido, problema éste que excede, como es obvio, el marco de este trabajo.
La legítima defensa justifica la lesión o destrucción de bienes jurídicos del agresor en cuanto
actúa antijurídicamente, pero ello no justifica la destrucción de bienes de terceros, que no
han actuado antijurídicamente.
La ley, en el art. 34 , inc. 6º del Código Penal, entiende que se darán los requisitos de la
legítima defensa si el agresor lo hace en horas de la noche, esto es desde la puesta del sol
hasta el amanecer, por medio de escalamiento, un esfuerzo considerable para entrar a la
morada ajena, o fractura de los cercados, paredes o entradas, tanto de la casa, como del
departamento habitado, o de las dependencias, lo que remite a los casos de robo del art.
167 , inc. 3º. No hay límites en estos casos en cuanto al daño ocasionado al agresor. Sin
embargo, aun en estos supuestos, se exige el elemento subjetivo, tanto el saber que se trata
de una agresión, como el querer defenderse. Es el caso de la persona que sabe que quien
entra en su casa es el amante de su hija, y para sacárselo de encima, lo mata en las
circunstancias en que la ley lo justifica.
El art. 34 , inc. 7º del Código Penal permite la defensa de terceros, siempre que se den los
requisitos de la agresión ilegítima, la racionalidad de la defensa, y aún en el caso en que
haya habido provocación de la persona a quien se defiende, en tanto el tercero no haya
participado.
El tercero puede actuar en legítima defensa, claro está, que en este caso sigue siendo un
derecho de la persona y no una obligación, salvo que sea funcionario público o haya creado
el peligro (812).
Particular importancia tiene en este aspecto el consentimiento del ofendido, ya que si éste
consiente la agresión, no hay lugar a la legítima defensa, especialmente porque no hay
agresión ilegítima. Sin embargo, deben estudiarse en este caso los problemas referidos, por
una parte, a la forma de darse el consentimiento, y al error del tercero en cuanto crea que
dicho consentimiento existe, que deberá ser resuelto de acuerdo con las reglas generales del
error.
Desde otra perspectiva, si el peligro para la víctima por la defensa es mayor que la
posibilidad de salvamento, está claro que no se dará la legítima defensa.
Debe haber, como en toda causa de justificación el elemento subjetivo, que en este caso
consiste en que el sujeto sepa que lo agreden, por una parte y por otra que el sujeto tenga
la intención de defenderse (813).
V. SÍNTESIS
Como el lector habrá comprobado y tal como hice alusión al comienzo de esta colaboración,
he enfocado el tema de la legítima defensa casi desde un punto penal, ya que éste es mi
campo, y creo que nadie tiene derecho a abarcar otros que le son ajenos. Sin embargo, la
regulación de la legítima defensa en el Código Civil es importante ya que termina con una
serie de discusiones dentro de la doctrina, especialmente en cuanto al problema de la
indemnización civil, en los casos de causas de justificación. De ahora en más, se unifica
legislativamente una posición que, creo, fue siempre la correcta.
I. INTRODUCCIÓN
Es un dato de la realidad argentina la imposibilidad de cobro -en muchos casos- por parte de
los terceros de los siniestros a cargo de compañías de seguros, con motivo de la liquidación
forzosa decretada por la Superintendencia de Seguros de la Nación en ejercicio de lo
normado por la ley 20091 .
Las partes advierten con desilusión que han sido defraudadas a la hora de cobrar las
condenas a las que arribaron después de muchos años de litigio.
El sistema de responsabilidad civil está resuelto por el derecho común que surge del Código
Civil, tanto el Estado como las personas privadas y jurídicas están sujetas a las
prescripciones del sistema.
"...que existe un derecho de daños presidido por principios comunes al derecho público y
privado; ello no implica negar que la responsabilidad del Estado reconoce algunas reglas
específicas. En otros términos propicio la unidad en la teoría del responder que es la
consecuencia lógica de la unidad del ordenamiento jurídico" (817).
El profesor doctor Miguel Marienhoff decía en su última obra, que lleva por título la cuestión
central de este trabajo, Responsabilidad Extracontractual del Estado por las Consecuencias
de su Actitud "Omisiva" en el Ámbito del Derecho Público (818): "Es un tema que en nuestro
derecho público hállase vacuo de normas positivas que lo rijan. Por ello, su tratamiento
jurídico básico debe efectuárselo recurriendo a las normas analógicas, y a algún principio
general del derecho, contenidos en el derecho privado (civil), donde existe una norma
genérica (art. 1074 ), que permite ubicar específicamente en ella el tema de la
responsabilidad del Estado por sus comportamientos o actitudes omisivas o de abstención,
todo ello no obstante la necesidad de cumplimentar todos los demás requisitos, de carácter
general, que deban satisfacerse tratándose de una acción de daños y perjuicios".
Existe una obligación jurídica de obrar impuesta por la ley 20091 ; "ese especial interés
público comprometido también es continuamente remarcado por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación, que al caracterizar el control de la Superintendencia de Seguros de la
Nación, sobre el régimen económico y técnico de los aseguradores, destaca el objetivo
primordial de salvaguardar la fe pública y la estabilidad del mercado asegurador" (819).
El obrar contra derecho que implica el "incumplimiento" se puede dar tanto en forma activa
(actuar ilícitamente) o por omisión. A la forma positiva alude el art. 1066 del Código Civil y
a la omisión antijurídica se refiere el art. 1074 del mismo Código: "Toda persona que por
cualquier omisión hubiese ocasionado un daño a otro, será responsable solamente cuando
una disposición de la ley le impusiere la obligación de cumplir el hecho omitido".
En este último sentido -como tutela del sistema asegurador-, Vanossi advierte que el
ejercicio del poder de policía se debe enmarcar en los términos de su justificación por
causalidad, es decir que esté justificado por qué y para qué; y su extensión por
razonabilidad, o sea, que su medida sea adecuada al fin que se persigue, apuntando así a: 1)
asegurar la confianza pública en todo el ámbito asegurador; 2) preservar el fair play en
todas las operaciones y actividades (820).
Los objetivos de la ley 20091 buscan el establecimiento del marco necesario para el
desarrollo de un sistema asegurador transparente y confiable, otorgándole en consecuencia
al Estado nacional (a través de la Superintendencia) las "facultades de superintendencia
necesarias y suficientes para el logro del fin indicado. Es así que las condiciones de idoneidad
para funcionar y la consecuente autorización dada a una entidad aseguradora, supone el
ejercicio, por parte de la Superintendencia de Seguros, de tales facultades, de modo que la
actividad ejercida en el mercado asegurador por una entidad autorizada, implica la
responsabilidad de quien ostenta las facultades de control" (821).
La responsabilidad del Estado se patentiza cuando a través del ejercicio de su actividad lícita,
se omite el correcto cumplimiento del poder de policía, vulnerando los derechos de los
particulares garantizados en la Carta Magna.
"Toda vez que la administración debe ejercer su poder de policía en cada uno de los ámbitos
que lo requieren, cuando aparece omitido, o ejercido en forma insuficiente, excesiva o
abusiva, esa falta o mal ejercicio hace encuadrar la conducta de sus agentes en el campo de
la ilicitud" (823).
Por su parte, la responsabilidad civil del Estado se rige por el sistema de derecho común, lo
que significa que se aplicará en el caso las prescripciones del Código Civil. "La obligación de
reparar del Estado se rige por el derecho común, salvo que exista norma específica" (824).
Al Estado se le aplica el sistema de responsabilidad civil común que surge del Código Civil y
así lo han reconocido por unanimidad todos los autores (826), quienes afirman
enfáticamente que existe una teoría única del derecho de daños ya que no es necesario
oponer responsabilidad civil - responsabilidad del Estado, pues todo deber de soportar el
daño sufrido por otro encuadra en el amplio espectro de la teoría de la responsabilidad civil.
En nuestros días -agregan los autores- siendo único el poder, no hay razón para distinguir la
responsabilidad por los daños causados en el desempeño de las diferentes funciones
estatales.
"A la responsabilidad del Estado por omitir los controles sobre la actividad aseguradora se le
aplican los principios del derecho común sobre la responsabilidad extracontractual por daños"
(827). Para que proceda la reparación de daños se deben reunir los elementos o supuestos
de hecho que exige el instituto: 1) antijuridicidad; 2) daño; 3) relación de causalidad y 4) un
factor de atribución suficiente (828).
La antijuridicidad puede encarnarse en una conducta activa (art. 1066 , Cód. Civ.) o pasiva
(art. 1074 , Cód. Civ.), en un hecho positivo o negativo, en una acción o una abstención
(830).
"La responsabilidad del Estado comprende los daños causados tanto por acción como por
omisión" (831).
Este elemento del deber de reparar debe estar presente con puntualidad por un hecho
negativo cual es la falta de vigilancia o control de la Superintendencia que constituye el
incumplimiento del poder de policía sobre las entidades aseguradoras.
El art. 1074 del Código Civil se refiere a la responsabilidad por un acto negativo, y la misma
norma prescribe que se hará pasible de la responsabilidad por el daño que ocasionare si la
ley le impusiere la obligación de cumplir el hecho omitido.
Nos encontramos, ante una de las exigencias puntuales de antijuridicidad formal que trae el
ordenamiento civil. Es justamente el art. 1074 del Código Civil el ejemplo perfecto de la
antijuridicidad legal que se sustenta en el art. 19 de la Constitución Nacional. Conforme este
principio constitucional que tan bien ha recogido el art. 1074 del Código Civil, no hay hecho
negativo (omisión) que esté sancionado si no hay una obligación legal de cumplir el hecho
omitido.
¿Cuál es el deber que omitió el Estado nacional que la ley le impute obligatoriamente?
Existe una obligación jurídica de obrar impuesta por la ley 20091 ; "ese especial interés
público comprometido también es continuamente remarcado por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación, que al caracterizar el control de la Superintendencia de Seguros de la
Nación, sobre el régimen económico y técnico de los aseguradores, destaca el objetivo
primordial de salvaguardar la fe pública y la estabilidad del mercado asegurador" (832).
Alude Stiglitz en su magnífica obra citada, a fallos de fecha reciente: "La Superintendencia
de Seguros de la Nación es una entidad autárquica en jurisdicción del Ministerio de
Economía, que tiene por función el control de las aseguradoras en toda la República, en lo
relacionado a su régimen económico y técnico, en salvaguarda, primordialmente, de la fe
pública y de la estabilidad del mercado asegurador" (833).
"La ilicitud queda configurada por la mera omisión de la obligación legal de controlar (a) la
gestión económica y técnica de las aseguradoras especialmente la referida a la integridad del
capital mínimo y las reservas constituidas para afrontar las obligaciones con asegurados y
beneficiarios, así como la de omitir (b) disponer oportunamente la suspensión para operar o,
cuando proceda, la revocación de la autorización" (835).
El daño puede ser patrimonial o extrapatrimonial (como se denomina con tecnicidad al daño
moral) y consiste -como reza el art. 1168 , Cód. Civ.- en cualquier menoscabo o deterioro
susceptible de apreciación pecuniaria, o directamente en las cosas de su dominio o posesión,
o indirectamente por el mal hecho a su persona o a sus derechos o facultades; si ese
perjuicio se manifiesta en las cosas se está frente al daño directo y, si la mengua patrimonial
viene derivada del mal hecho a la persona, estamos ante el daño indirecto.
El daño es el supuesto de hecho que inexorablemente debe estar presente para que proceda
el resarcimiento. El daño jurídico como elemento esencial de la reparabilidad se ha
convertido en el epicentro del sistema de responsabilidad civil. Efectivamente, "no habrá acto
ilícito punible para los efectos de este Código si no hubiese daño causado..." (art. 1067 ,
Cód. Civ.).
Los requisitos del "daño" para que sea indemnizado son: a) que sea cierto (no eventual o
hipotético), b) que sea personal del reclamante; y c) que lesione un derecho subjetivo.
Respecto de este último recaudo se consideró tradicionalmente necesaria la afección de un
"derecho subjetivo" entendido éste como "la facultad de actuación en la esfera propia de la
persona que se concreta en un `poder de actuar´ atribuido por la ley de manera exclusiva a
su favor"; a su vez todo derecho subjetivo presupone un "interés legítimo".
Como dice Aída Kemelmajer de Carlucci (836), "la discusión es ajena al ámbito de la
reparación de daños, en el que, por regla, se exige la conexión causal entre el hecho, acto u
omisión (en el caso, de la Administración) y el daño ocasionado al particular", y cita en su
apoyo las conclusiones del II Congreso Internacional de Derecho de Daños, Buenos Aires,
1991 que declaró: "En principio el Estado responde por sus simples actos omisivos cuando
existe norma que imponga el actuar. La simple omisión que genera el deber de reparar es
aquella que guarda adecuada relación de causalidad".
Con relación al caso de la responsabilidad del Estado por omisión, algunos autores extreman
los recaudos, exigiendo que se demuestre que el acto omitido hubiera evitado el daño que se
le imputa al responsable del poder de policía.
Al respecto se ha dicho: "Dentro de esos límites (se refiere a la responsabilidad objetiva del
Estado) quizá el más importante sea el de la determinación de una relación causal precisa,
de acuerdo con unos criterios técnicos: todo lo flexibles que se quiera, pero precisos" (837).
El fallo "Ledesma" al admitir la responsabilidad objetiva del Estado, le exigió como requisitos
de la relación causal que fuera el hecho directo, inmediato y exclusivo, "de interpretación
particularmente estricta dada la naturaleza objetiva de la responsabilidad estatal" (en este
caso los propios hechos relatados por los actores conspiraban para considerar acreditado el
imprescindible nexo causal) (838).
Como estamos ante una responsabilidad subjetiva -como se verá en el próximo tema- la
causalidad no se presume, pues de ser objetiva el sólo resultado dañoso ya implicaría la falta
de control.
Estamos analizando la cuestión desde la óptica más exigente, para señalar que, aun en la
posición más extrema de interpretación del sistema, igual el órgano estatal de control es el
responsable.
Enseña Alterini en su clásica obra (839) que "no todas las condiciones son igualmente
relevantes para lo jurídico, y que en la producción del efecto es dable advertir una serie de
acontecimientos que configuran la marcha normal de ellos (condiciones propiamente dichas)
y un acontecimiento especial (o causa en sentido estricto) que interrumpe dicha
regularidad".
Héctor Huici en un trabajo específico (840) no comparte la opinión que distingue causa y
condición; "el requisito de que la omisión debe constituir la causa -aunque no sea inmediata
ni directa- del daño ocasionado, es una consecuencia de la llamada `teoría de la equivalencia
de las condiciones´, en virtud de la cual todas las condiciones de un daño, es decir, todos los
elementos que, de un modo cualquiera han concurrido a su realización, son considerados
como causa".
Goldenberg en su clásica obra (841) se ocupa de los actos de omisión y dice "...desde el
punto de vista de la relación de causalidad, ese no hacer viene a ser una condición apta o
adecuada para que el desmedro se produzca. Prueba de lo expuesto es que de haberse
observado el comportamiento positivo que las circunstancias exigían, se podría haber
interrumpido el proceso causal, evitándose el desenlace dañoso...".
Cierto sector de la doctrina, entiende que la responsabilidad del Estado se basa en un factor
de garantía en algunos casos y riesgo en otros (842).
Cazeaux y Trigo Represas sostienen que "la apreciación de la culpa es distinta según exista o
no una disposición de la ley que imponga la obligación de cumplir con el hecho omitido. Si
existe, basta con la omisión para que nazca la responsabilidad, mientras que en caso
contrario, será menester un análisis de las circunstancias de tiempo, persona y lugar" (843).
Héctor Huici en el trabajo citado dice que la posición subjetiva es seguida por Hutchinson y
por la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal (Salas I y
IV).
Así se dijo: "El Estado sólo responde por un acto lesivo ajeno cuando está obligado a impedir
el daño. En tal caso, la responsabilidad requiere culpa, negligencia o dolo en tanto el derecho
no imponga una responsabilidad objetiva" (844).
En la causa "Sykes, Violeta c/BCRA" (del 2/7/1985) la Sala IV de la misma Cámara Federal
se propone la aplicación de la responsabilidad subjetiva señalándose que "si el Estado no
fuera el autor de un acto lesivo sólo le puede caber responsabilidad cuando esté obligado a
impedir el daño: sólo tiene sentido su responsabilidad si incumplió el deber legal que le
imponía obstar al evento lesivo".
Los antecedentes en la materia suelen distinguir, para calificar la conducta, si el agente obró
con razonabilidad, teniendo en cuenta para determinarla si actuó de acuerdo a las
circunstancias de persona, tiempo y lugar (845).
En un sonado caso (846) se ha establecido claramente que hay que apreciar la razonabilidad
de la conducta del Estado y la idoneidad de la conducta omitida para evitar el hecho
acaecido.
En un fallo trascendente contra el Banco Central de la República Argentina (que por analogía
se aplica al presente): "Sykes, Violeta c/Banco Central de la República Argentina" por la
omisión en el ejercicio de las facultades de policía al no haber dispuesto la revocación de la
autorización para funcionar (847) se establecieron pautas de interpretación -en el voto del
Dr. Hutchinson- que hay que tener en cuenta como datos útiles para el presente caso:
Recogemos un fallo que hizo lugar a la responsabilidad del Estado (850) que, textualmente,
dijo: "Si la contabilización de la entidad no se cumplió, no puede ser ello oponible a los
actores, sino a la misma entidad liquidada y al propio Banco Central, atento que la
demandada tiene amplias facultades para establecer auditorías o las medidas que
correspondan a entidades en plaza, y así, evitar la irregularidad que ahora se opone al
accionante y que no hubieran resultado efectivizadas, seguramente, con la diligencia
oportuna de la entidad fiscalizadora".
Lorenzetti (851) al respecto dice: "La quiebra de las entidades financieras es uno los
supuestos frecuentes en los que se plantea la responsabilidad estatal. El ahorrista tiene un
crédito de causa contractual contra la entidad financiera, el que no puede ser percibido por la
insolvencia... La crisis de una entidad financiera es un proceso que se puede prevenir,
aunque es discutible si se puede evitar. Los agentes financieros están sometidos a rigurosos
controles, y en los casos en que hubo caídas estrepitosas fue porque se omitieron los
controles, se falsearon o fueron malintencionados, o la auditoría no fue todo lo rigurosa que
se esperaba".
En un trabajo específico sobre el tema (853), las autoras sostienen, luego de analizar la
amplia responsabilidad civil del Estado: "Es innegable que una de las funciones que debe
ejercer el Estado es el efectivo poder de policía a fin de garantizar el orden público, la vida,
la salud, la tranquilidad y el bienestar de sus habitantes, concepto que ha evolucionado hasta
comprender la defensa y promoción de los intereses de la comunidad y cuya inobservancia
por parte del Estado genera la obligación de resarcir los daños ocasionados a los particulares
por el funcionamiento irregular o defectuoso del servicio".
El Estado asume, por lo tanto, una obligación jurídica de garantía que asegura el correcto
funcionamiento de todo el sistema asegurativo, a fin de no frustrar la efectiva reparación de
los damnificados para el caso de una eventual insolvencia de la empresa aseguradora.
Coincidiendo plenamente con el trabajo citado, reitero que los presupuestos a que alude la
última parte transcripta: antijuridicidad, daño, relación de causalidad y factor de atribución,
se reunieron en estos autos y se probaron como abundantemente a lo largo de esta queja
desarrollé.
"3) La ilicitud se configura por acciones u omisiones que importen insuficiencia o deficiencia
en el ejercicio del control. La atribución de responsabilidad por dicho incumplimiento se basa
en la idea de falta de servicio.
"4) El daño se configura por la imposibilidad del asegurado o tercero de percibir el cobro de
la indemnización resultante de condena firme.
"5) El resarcimiento se extiende a los daños que tengan como causa adecuada las acciones u
omisiones de control por parte del Estado.
Firman este dictamen por unanimidad los profesores Dres. Rubén Stiglitz, Gabriel Stiglitz,
Atilio A. Alterini, Isidoro Goldenberg, Aída Kemelmajer de Carlucci, Alberto Bueres, Graciela
Messina de Estrella Gutiérrez, Carlos Ghersi, Roberto López Cabana, Nicolás Barbato, Jorge
Meza, Juan Carlos Boragina, María Martha Agoglia y trece juristas más en uno de los
encuentros máximos del Derecho Civil y Comercial como fueron las Jornadas Bonaerenses de
Derecho Civil, Comercial y Procesal que, tradicionalmente se reúnen en Junín con la
presidencia del profesor doctor Augusto Mario Morello. En el año 1991, se trató en la
comisión VI, "Responsabilidad de la Superintendencia de Seguros de la Nación", con las
conclusiones por unanimidad que se transcribieron. Rubén Stiglitz en su libro ya citado
Derecho de Seguros hace permanente mención a estas jornadas en muestra de que la
doctrina nacional unánimemente apoya la responsabilidad del Estado en este supuesto.
Del mismo modo están en juego normas fundamentales de protección del individuo
consagradas por la Constitución Nacional (arts. 16 , 17 , 100 ) así como garantías
consagradas como derecho supra nacional en los pactos y tratados internacionales
enumerados en el art. 75 , inc. 22.
Se plantea como inquietud por parte de los reclamantes si es necesaria la previa verificación
del crédito en la liquidación forzosa de la aseguradora o, por el contrario, existe una acción
independiente contra la Superintendencia de Seguros de la Nación.
Entiendo que se trata de acciones independientes con causas distintas: contra la compañía
de seguros tiene el damnificado una acción directa (no autónoma) que habrá ejercido en
razón de lo dispuesto por el art. 118 de la ley 17418 . Allí obtendrá la sentencia en
reconocimiento de su derecho.
Por otra parte, cuando conoce la insolvencia de la aseguradora, nace la acción por
responsabilidad extracontractual contra el Estado nacional por la omisión del deber de
policía, y es a partir de la liquidación de la aseguradora (si es posterior a la sentencia firme)
cuando nacerá la acción contra el Estado nacional.
Así, pues, podemos señalar la intervención conjunta o común, en la cual son varias las
personas que cooperan para la producción del conocimiento. Ello puede llevarse a cabo a
través de la coautoría o de una mera participación. En la intervención acumulativa o
concurrente, varios sujetos intervienen ejecutando actos independientes entre sí, pero llegan
a producir el mismo resultado que se habría alcanzado en forma aislada. Bustamante Alsina
(857) suministra unos ejemplos: el supuesto en que dos fabricantes arrojan al río aguas
servidas de sus fábricas y ellas son venenosas aisladamente consideradas; y el caso de dos
personas que administran separadamente veneno a otra. Cuando se puede atribuir el hecho
a una u otra persona en forma excluyente se da la intervención disyuntiva o alternativa. En
tal supuesto, existe imposibilidad de probar la relación causal individual, como en los
supuestos en que el daño se origina en el actuar de un sujeto no identificado dentro de un
grupo determinado.
Desgraciadamente, los medios masivos de información dan cuenta con frecuencia de hechos
ocasionados en el deporte donde jugadores o árbitros son heridos por proyectiles lanzados
desde las tribunas por personas no identificadas, aunque ellas integran grupos determinados.
También el fenómeno se observa en los casos de agresiones callejeras por individuos que
forman una "patota"; en los casos de participación de sujetos en una "picada"
automovilística; en los actos de manifestaciones, fueren o no de protesta; y, asimismo, en
los de contramanifestaciones. Frente a sucesos semejantes, muchas veces se verifica la
muerte o lesión de una persona (o de varias), sin que pueda desentrañarse quién resultó
autor del perjuicio. La doctrina también nos ofrece aplicaciones de la responsabilidad
colectiva cuando intervienen médicos, separada, aunque simultáneamente, formando o sin
formar equipo, que atienden a un mismo paciente, y no sea posible determinar quién fue el
autor del daño (situación también extensiva a las clínicas o sanatorios con los que hubiera
contratado el paciente) (860).
La entidad del problema nos lleva a la necesidad de admitir en nuestro derecho la posibilidad
encontrar un fundamento adecuado para sustentar la responsabilidad colectiva, llamada por
algunos responsabilidad "anónima" (861).
Existen también otros supuestos en los que si bien no se verifica, de modo necesario, la
intervención de varias personas en la realización del hecho ilícito, la responsabilidad puede
llegar a atribuirse a un patrimonio ajeno al de aquellas personas -patrimonio que está
compuesto por contribuciones de sujetos extraños al hecho-. Tal es el caso de las personas
jurídicas y el de las garantías colectivas (p. ej., los seguros optativos, obligatorios, los fondos
de garantía y seguridad social). En el primer supuesto, lo normal es que la sociedad pueda
resultar responsable por el actuar de sus dependientes o subordinados (responsabilidad del
principal), circunstancia en la que observamos una responsabilidad indirecta; y, en casos de
excepción, puede atribuirse la responsabilidad por los mandatarios, donde -como lógica
consecuencia- responderá dentro de los límites del mandato. En el segundo caso, si estamos
ante un seguro de daños, la garantía surge del solo hecho del perjuicio causado por otro. Así,
cabe concluir que la responsabilidad civil es extraña al régimen de la garantía que aquél
representa para el asegurado. Y en el seguro de responsabilidad civil la garantía surge,
recién, cuando existe la responsabilidad individual del asegurado (862).
A los fines de sistematizar la legislación comparada acerca del tema que nos ocupa, podemos
distinguir dos tendencias, a saber:
a) La primera de ellas contempla la institución a través de una norma general; tal los casos
del art. 830 del Código Civil alemán, del art. 719 del Código Civil japonés y del art. 137 del
Código de las Obligaciones de Polonia. Ante ello, cabe que nos preguntemos -como lo hace
Ricardo de Ángel Yag•éz, citando a Marty- (863), si estos textos alcanzan a resolver la
cuestión. Creemos con el jurista español que hubiera sido deseable una mayor claridad en el
B.G.B. por el contraste que se ve entre el primero y segundo apartado.
En efecto, el texto del susodicho artículo dice: "Si varios han causado un daño por un acto
ilícito realizado en común, cada uno es responsable del daño. Lo mismo vale si no se puede
saber quién entre varios participantes, ha causado el daño con su auto. A los coautores se
equiparan los inductores y partícipes".
Y, en cuanto a los textos del Código japonés y del polaco, se puede decir que ellos generan
cierta perplejidad, ya que ambos suponen la realización del acto ilícito por varias personas,
es decir, mediando coautoría, lo cual constituye un supuesto distinto del que aquí
estudiamos: aunque no puede discutirse que la dificultad del problema queda patente en
dichos textos, ya que en el Código japonés se habla de "coautores", y debió utilizarse la
palabra "coparticipantes", que da una mayor precisión al asunto. En punto al Código de las
Obligaciones de Polonia, cabe acotar que se incurre en la contradicción que supone el decir
que el daño ha sido causado por varias personas, pero admitiendo que sólo algunas de ellas
han contribuido a producir dicho perjuicio.
También en el derecho anglosajón el case system arribó a la misma solución. Se da aquí una
circunstancia según la cual la regla común de la carga de la prueba de la causalidad, que
corresponde al demandado, se ha suavizado. Puede hablarse de "doble culpa claramente
establecida y responsabilidad alternativa". Así la Corte de California resolvió el problema
colocando el onus probandi sobre los demandados (866).
Párrafo aparte merece el derecho francés, en donde tanto la jurisprudencia como la doctrina
mantuvieron durante mucho tiempo el principio de la responsabilidad individual, por
considerar que de otro modo podría llegarse a condenar a un inocente. Quien realiza aportes
de gran interés es Geneviève Viney (867), que se inclina hacia la solidaridad de todos los
miembros del grupo del que hubiese formado parte el causante del hecho lesivo, pese a que
la autora habla de responsabilidad in solidum de los miembros de un grupo cuya acción
perjudicial no es individualmente imputada. Acota Viney que si la responsabilidad civil se
contempla desde el lado del autor del daño y como una sanción de sus actos reprobados, la
solución jurisprudencial es inatacable. Pero, si en cambio, se apunta a la reparación, en
donde se valoran los derechos de la víctima, tal conclusión puede refutarse. Estimamos que
ello es así pues la función esencial de la responsabilidad no es el castigo por los actos
injustos, sino la justa reparación de los daños injustos (868).
Esa culpa común a la que aluden los tribunales franceses, a veces reside en el hecho de
haberse agrupado o en las circunstancias en que el hecho se ejecutó (art. 1382), o bien
dicha culpa se basa en la guarda común de la cosa que originó el daño (art. 1384).
Por ejemplo, el supuesto en que se condenó a todos los participantes de una cacería de
cuyas resultas salió lesionado un cazador. La Corte consideró que la responsabilidad solidaria
se debía a que la causa que motivó el hecho fue la acción concertada de los demandados que
habían participado en la descarga productora del daño. También en ese sentido se falló en el
supuesto de un menor confiado a cazadores y herido por un fusil anónimo, en el cual se dijo
que había una culpa común. Y, basándose en el mentado art. 1384, se condenó a los
participantes de un partido de fútbol, por el daño causado con una pelota por un jugador
anónimo, dado que se estimó que dicha guarda era ejercida colectivamente por todos (870).
Bustamante Alsina relata que un fallo de la Corte de Riom, confirmado por la 2ª Cámara Civil
de la Corte de Casación, resolvió un caso en el cual hizo aplicación de la responsabilidad
colectiva al condenar a todos los miembros de un grupo ante la imposibilidad de
individualizar al autor del daño. Se trataba de la agresión en un campo de scouts por una
banda de jóvenes. Un scout había sido herido por una piedra, y en la incertidumbre sobre la
identidad del autor, se condenó a los distintos participantes en proporciones variables (871).
Estimamos correcta la crítica efectuada por López Cabana y Lloveras a la fundamentación de
la sentencia cuando dicen que la cuestión se observa desde el ángulo de la víctima y se
aplica la "equidad" y el "buen sentido" para atribuir responsabilidad a cada uno de los
participantes (872).
El 4 de junio de 1970 se sancionó en Francia la ley de reformas al Código Penal, llamada "ley
contra los que rompen" en la que la responsabilidad es impuesta a las personas declaradas
culpables de tales delitos. El solo hecho de haber promovido, organizado, provocado o haber
participado en el actuar del grupo hace surgir la responsabilidad solidaria de quienes
hubiesen sido condenados en sede penal por esos delitos. Coincidimos con la crítica que hace
a esta ley Bustamante Alsina, pues ella pone el mayor énfasis en castigar a los culpables
para que no se reiteren tales hechos, dejando de lado un aspecto decisivo en la
responsabilidad colectiva, cual es la falta de individualización inmediata del autor del
perjuicio dentro del grupo. Es que si se logra identificar, ya no puede hablarse de una
responsabilidad colectiva (873).
En el caso enjuiciado por la Audiencia Territorial de Palma de Mallorca, dos niños de doce
años de edad, cuando esperaban entrar en la escuela, tiraban piedras a un tercero al que no
alcanzaron. Pero una de las piedras así arrojadas, sin que se pudiera determinar de cuál de
aquellos dos niños procedía, fue a dar a otro, causándole una herida en el ojo izquierdo, que
tuvo que ser objeto de enucleación quirúrgica. El Juzgado de Primera Instancia de Inca
desestimó la demanda por no haberse acreditado cuántos niños habían participado en el
lanzamiento de las piedras y cuál de ellos, en concreto, había sido el autor de la pedrada
lesiva. La Audiencia Territorial estimó como hecho acreditado, por el contrario, que de todos
los niños que se hallaban en las proximidades, sólo los hijos de los demandados habían sido
autores del lanzamiento de piedras, aunque también dio por sentado que no se había
probado de cuál de los niños procedió la piedra de la lesión. Asimismo, consideró que la
acción culposa de los hijos de los demandados era obvia, no ya en atención a la teoría del
riesgo creado, sino en razón de la finalidad que en acción conjunta perseguía dañar al que no
alcanzaron (aunque no tuvieran el propósito de causar un mal tan grave como el que
resultó), concluyendo que tal responsabilidad deviene solidaria, con arreglo a las normas que
rigen la responsabilidad de los padres por actos dañosos cometidos por sus hijos menores
(art. 1903 , párr. 2º, Cód. Civ.) (874).
b) Otra teoría afirma que son los hechos simultáneos de varios sujetos los que originan este
tipo de responsabilidad y se exige a cada cual que haga frente al resarcimiento del daño,
porque pese a no ser, quizás, causante del daño, es sí causante de la complicación que ha
impedido identificar al autor. Se inclina por este criterio Postacioclu (876).
c) Ripert propone para los supuestos de accidentes de caza determinados por la acción de
una sola bala, que se imponga a todos los cazadores la prueba de que la intervención de sus
respectivos fusiles ha sido pasiva. Si no producen tal prueba son responsables en forma
solidaria (877).
1. Normas aplicables
El art. 1119 del Código Civil y la norma contenida en el art. 95 del Código Penal -que
incrimina al partícipe en una riña o agresión en que tomaren parte más de dos personas de
la que resultaren muerte o lesiones de autor desconocido, si aquél ejerció violencia al sujeto
ofendido- están vinculadas. Pero, la responsabilidad colectiva en el marco del derecho civil
tiene un concepto diametralmente opuesto al derecho penal. En este último se persigue el
castigo o represión del delito. En cambio, en aquél se tiende a la reparación del daño sufrido
por la víctima. De ello deriva, obviamente, que si puede propugnarse su recepción para no
dejar sin resarcimiento al damnificado, no puede aspirarse a que en el derecho penal se
imponga a alguno una pena por el delito que ha cometido otro. Si bien el mentado art. 95
del Código Penal hace aplicación de la responsabilidad colectiva, contiene una premisa
mucho más exigente, al requerir que el sujeto haya ejercido violencia sobre la persona del
ofendido (883).
Sobre la base de la virtualidad de la cosa juzgada criminal sobre la sentencia civil (art. 1102
), vemos introducir, en el supuesto del art. 95 del Código Penal referenciado, la
responsabilidad colectiva en el derecho común (884).
Hay autores que consideran que debe ponerse un freno a la adopción de esta teoría. Así se
dice que debe darse la previa delimitación concreta del ámbito de actuación; la posibilidad de
que la existencia de una causa ajena obre como causa de exoneración de la responsabilidad;
y, por último, la determinación de un tope cuantitativo razonable al deber de reparar (886).
En cuanto al primer límite, cabe acotar que ya ha sido analizado en el apartado a) de este
acápite. El segundo, no es más que una mera aplicación de las causales de exoneración que
pueden darse en las hipótesis de responsabilidad objetiva, en las que funcione el factor
riesgo. Y en punto al último, estimamos que ello atenta contra la reparación integral o plena
adeudada a la víctima, ya que ella mira, en primer lugar, al responsable, y después al
damnificado, quien queda relegado a un segundo plano. Asiste razón a Pizarro (887) cuando
afirma que por esta vía se da un propósito indisimulable de limitar los efectos de la
responsabilidad objetiva, a la que se quiere hacer aparecer como excepcional, cuyos alcances
deben ser reducidos cuantitativa y cualitativamente (888).
3. Resarcimiento
4. Antijuridicidad
Sin lugar a duda éste es un tema de gran trascendencia, que ha llevado a la doctrina a
sostener posiciones antagónicas.
De un lado se ha dicho que así como se responde por el hecho del dependiente, a pesar de
ser lícito encomendar ciertas funciones a otras personas, o por el daño causado por el riesgo
de la cosa, no obstante reputarse valiosa la utilización o explotación de ésta; del mismo
modo, el tema de la antijuridicidad resulta indiferente. Acota que casi siempre el riesgo
originario es lícito, abstracto y genérico (890).
Las actiones de deiectis vel effusis han sido recogidas por los Códigos Civiles del Mercosur
(Argentina, art. 1119 ; Brasil, art. 1529; Paraguay, art. 1581; Uruguay, art. 1330; Chile, art.
2328). Cuando una cosa cae, o es arrojada, desde un edificio, son responsables todos sus
habitantes. Pero la regulación tiene sus matices: a) los códigos argentino, uruguayo y
chileno establecen expresamente que la indemnización se divide entre ellos; b) los códigos
uruguayo y chileno sólo hacen responsables a quienes habitan "la misma parte del edificio"
de la cual cayó o fue arrojada la cosa (es el criterio adoptado en la Argentina por los
Proyectos de Código Único de 1987 -art. 1118-, de la Cámara de Diputados de 1993 -art.
1118- y del Poder Ejecutivo de 1993 -art. 1593-); c) los códigos argentino, uruguayo y
chileno le asignan responsabilidad exclusiva a quien resulta ser el autor del hecho dañoso, en
tanto los códigos brasileño y paraguayo no hacen salvedad alguna (893).
Asimismo, dicho jurista destaca que en los Proyectos de reformas fue adoptada
alternativamente la idea de daño anónimo, que asigna carácter de eximente de
responsabilidad a la mera "identificación del causante del daño" (Proyecto de la Cámara de
Diputados de 1993, art. 1119), y la del daño colectivo propiamente dicho que -fundada en la
atribución de responsabilidad por creación del riesgo- no da relevancia a esa
individualización, y sólo permite la liberación de quien "demuestre que no participó en la
causación del daño" (Proyecto de Código Único de 1987, art. 1119; Proyecto del Poder
Ejecutivo nacional de 1993, art. 1594). Ésta resulta ser la línea del Código Civil holandés de
1992 (L. VI, art. 166) (895).
Alterini, al parecer, cree que hay un daño anónimo y otro del grupo que no permite la
identificación. Contrariamente, Bustamante Alsina, Mosset Iturraspe y Bueres piensan que la
responsabilidad colectiva propiamente dicha permite que se libere identificando al causante
del daño, ya que en tal causal el fundamento de la responsabilidad es el riesgo de que el
daño permanezca en el anonimato. Por el contrario, cuando el fundamento radica en la
calidad riesgosa del grupo per se (p. ej., las patotas), supuesto en que la identificación es
irrelevante, la responsabilidad de todos puede correlacionarse con la coautoría, la
complicidad, la instigación, etcétera (896). La expresión grupos riesgosos alude a los
supuestos de grupos cuyo riesgo está dado por la mera acción de sus integrantes (al modo
como se prevé en la ley francesa).
La variante fundamental respecto del texto del Código está dada por la implantación de una
responsabilidad solidaria en defecto de la mancomunada mantenida hasta el presente.
Dicha norma consagra una presunción de responsabilidad que cede ante la prueba de quien
demuestra que no participó en el daño. Es que la causa del perjuicio radica esencialmente en
la actividad del grupo como tal: lo atribuible a cada componente es una parte aunque no sea
la totalidad de la causa. Cada integrante ha participado, facilitado, colaborado en la
producción del daño. Incluso, puede decirse que aunque no se haya dado ninguna de tales
hipótesis, responde lo mismo por haber "consentido" la actividad del conjunto (897).
Tal como está redactado el texto del art. 1119 , la responsabilidad colectiva que consagra no
se refiere al daño causado anónimamente por algunos miembros del grupo, a nuestro
parecer, sino al perjuicio causado por todos y, por ende, proyecta sus efectos resarcitorios
contra todos sus integrantes. Advertimos, sin duda, una contradicción entre la dicción textual
del artículo, que consagra el sistema de la ley francesa, en donde no es requisito ineludible
de aplicación de la norma que no se encuentre identificado el autor, y las notas explicativas
del Proyecto, que revelarían que el autor debe ser anónimo (898).
En virtud de lo dicho cabe hacer una digresión al respecto. Estimamos que el sistema de la
ley francesa puede ser justo para los daños causados por determinados grupos (patotas en
canchas de fútbol o de carácter político), pero no para todas las hipótesis de responsabilidad
colectiva (como, por ejemplo, partidas de caza, o daños causados por médicos que forman o
no equipos, pero no están cohesionados para atender a un paciente). Todo ello sin perjuicio
de que la ley agrave la responsabilidad de ciertos grupos hiperriesgosos o superriesgosos,
impidiendo la eximente de identificación del autor (899).
Es por ello que sostenemos, con Bustamante Alsina, que debería permitirse también la
posibilidad de eximirse de responsabilidad acreditando que fue otro el que causó el daño
(900).
Otro Proyecto fue elaborado a instancias del Poder Ejecutivo por la Comisión creada
mediante decreto 468/92 , que en esta materia sigue un criterio similar al del Código Único
de 1987, al determinar en el art. 1594 que: "El daño proveniente de la actividad de un grupo
de personas que sea peligrosa para terceros hace responsables indistintos a sus integrantes.
Sólo se liberará quien demuestre que no participó en la causación del daño".
El Proyecto de Código Civil redactado por la Comisión designada por decreto 685/95 a
través de la redacción del art. 1673 parece haber adoptado la posición que defiende Atilio A.
Alterini, conforme lo que expusimos ut supra, ya que alude a la actividad de un grupo que
crea un peligro extraordinario y los hace responder solidariamente del daño causado por uno
o más de sus miembros, liberándose sólo quien demuestre que no participó en su causación.
Matilde Zavala de González al comentar el mencionado texto legal afirma que, a su parecer,
debe bastar la creación misma del peligro, aunque no sea extraordinario (tal el que generan
las patotas y las barras bravas). Sostiene que de tal modo que jugar a la pelota, participar
de una marcha callejera en defensa de algún ideal, asistir a un espectáculo público
multitudinario (aunque no sea deportivo) o a una reunión de trabajadores por convocatoria
gremial, etcétera, constituyen casos en los cuales, según la autora, hay un riesgo latente
(pero no extraordinario) de desbordes o desviaciones perjudiciales (901).
De su lado, Mosset Iturraspe afirma que con el texto proyectado se desnaturalizan los temas
de la responsabilidad colectiva, que nos vienen del Derecho Romano y que el Código vigente
consagrara en el art. 1119 , última parte. Se deja de lado el "anonimato", para sostener -a
su criterio- una tesis absolutamente minoritaria en el derecho nacional, cual es la de los
"grupos de alta peligrosidad", que comprometen la responsabilidad de todos sus integrantes,
al margen de que se conozca o ignore quién fue el autor del daño (902).
Al contestarle a Zavala de González, uno de los autores del Proyecto, el Dr. Atilio A. Alterini,
afirma que en los modernos Proyectos de Reformas, al regular la responsabilidad colectiva,
se vaciló entre las ideas de daño colectivo y de daño anónimo. El Proyecto de Código Único
de 1987 (art. 1119 ) y el Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993 (art. 1594) asumieron la idea
del daño colectivo, pues sólo admitieron la liberación de responsabilidad del integrante del
grupo que demuestre no haber participado en la causación del daño, en cambio, a su
criterio, el Proyecto de 1993 de la Cámara de Diputados se enroló en la tendencia -según su
modo de ver- del daño anónimo, pues autoriza a liberarse con la sola identificación de quien
fue el causante del daño (art. 1119 ). El citado jurista continúa sosteniendo que el Proyecto
de Código Civil de 1998 adopta el criterio más severo del daño colectivo, pues "todos los
actos de la vida, o casi todos, entrañan algún riesgo" y que los supuestos mencionados por
la doctora Zavala de González quedan fuera del marco del art. 1673, y le parece que ello es
correcto en tanto y en cuanto el jugador, el participante de la marcha, el asistente al
espectáculo, no formen parte de un grupo antisocial que cree, con sus actos, un peligro
superior al ordinario (903).
VII. CONCLUSIONES
Como colofón, podemos apuntar que con la admisión de la responsabilidad colectiva -más
allá de las discrepancias que se han puesto de manifiesto frente al texto proyectado y que,
en caso de sancionarse, será su aplicación la que revelará, en última instancia a quién le
asiste la razón, en punto a su suficiencia o insuficiencia- se demuestra que la idea de la
solidaridad social arraiga cada vez más en las conciencias, pues se apunta a la persona en su
plenitud, que es algo muy distinto del individuo esquematizado en la voluntad. Es que, frente
a la realidad de un daño, el fin social perseguido es que la víctima no quede sin resarcir. El
punto de referencia es el dañado y no el dañante (904).
I. INTRODUCCIÓN
Abordar el tema de la responsabilidad de los jueces nos sitúa necesariamente en las distintas
aristas de que puede ser objeto la conducta asumida en oportunidad de desempeñar su
función. Es decir, tanto en el aspecto político como penal, civil y administrativo.
Así, los jueces nacionales de cualquier instancia, a excepción de los miembros de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, pueden ser separados de sus cargos mediante decisión del
Jurado de Enjuiciamiento a que alude el art. 115 de la Constitución Nacional, cuya
operatividad fuera establecida mediante la ley 24937 y su correctiva 24939 , en virtud de
alguna de las siguientes causales de responsabilidad: 1º) mal desempeño del cargo; 2º)
comisión de delito en el ejercicio de sus funciones; 3º) comisión de delitos comunes (art. 53
, Const. Nac.).
El fallo del Jurado de Enjuiciamiento no tiene otro efecto que destituir al acusado, sin
perjuicio de que el condenado quede sujeto a acusación, juicio y castigo conforme a las leyes
ante los tribunales ordinarios (art. 115 , párr. 2do., Const. Nac.).
El art. 257 del Código Penal considera que el juez ha incurrido en el delito de cohecho
cuando aceptare promesa o dádiva para dictar o demorar u omitir una resolución o fallo, en
asunto sometido a su competencia.
El delito de prevaricato tiene lugar cuando el juez dicta sentencias o resoluciones contrarias a
la ley expresa invocada por las partes o por él mismo, como así también cuando las funda en
hechos o resoluciones falsas, agravando la pena en el supuesto de tratarse de sentencia
condenatoria en causa criminal (art. 269 , Cód. Pen.). En el campo penal, el delito se
presenta cuando el juez que decretare la prisión preventiva en delitos en los cuales no
proceda, o la prolongare una vez agotada la pena máxima que podría haber correspondido al
procesado por el delito imputado (art. 270 , Cód. Pen.).
Los delitos de denegación y retardo de justicia se presentan frente a conductas que importen
una negativa a juzgar so pretexto de oscuridad, insuficiencia o silencio de la ley, y por el de
retardar maliciosamente la administración de justicia después de haber sido el juez requerido
por las partes y de vencido los plazos legales (art. 273 , Cód. Pen.).
Las faltas disciplinarias de los magistrados en cuestiones vinculadas a la eficaz prestación del
servicio de justicia -reza el art. 14, ley 24937 -, podrán ser sancionadas con advertencia,
apercibimiento y multa de hasta treinta por ciento de sus haberes. Constituyen faltas
disciplinarias: a) la infracción a las normas legales y reglamentarias vigentes en materia de
incompatibilidades y prohibiciones, establecidas por la magistratura judicial; b) las faltas a la
consideración y el respeto debido a otros magistrados; c) el trato incorrecto a abogados,
peritos, auxiliares de la Justicia o litigantes; d) los actos ofensivos al decoro de la función
oficial o que comprometan la dignidad del cargo; e) el incumplimiento reiterado de las
normas procesales y reglamentarias; f) la inasistencia reiterada a la sede del tribunal o el
incumplimiento reiterado en su juzgado del horario de atención al público; g) la falta o
negligencia en el cumplimiento de sus deberes, así como de las obligaciones establecidas en
el Reglamento para la Justicia Nacional.
Pero desde ya anticipamos que no será objeto de este trabajo tratar la responsabilidad de los
magistrados en el orden político, penal, ni disciplinario, sino ceñir el análisis a la
responsabilidad civil.
No es sólo entre nosotros que existe una honda preocupación por la función jurisdiccional.
Tal preocupación se observa en otros países, y una de las formas de manifestarla es a través
del tema que nos ocupa, pues tiene íntima relación con el rol que desempeñan los
magistrados dentro de la estructura política del Estado.
Así, frente a los errores que cometen los funcionarios (por ej., los de tipo registral, o de
estado civil y capacidad de las personas), el Estado responde pues se trata de la expresión
concreta de su actuación vinculada con algunas de sus funciones básicas e indelegables
(educación, justicia, salubridad y seguridad).
Ahora bien, tratándose de errores judiciales, puede observarse una tendencia generalizada a
aplicar un criterio de interpretación estricto. Ello así en razón de: a) la eficacia que el servicio
de justicia requiere; b) la necesaria independencia de que deben gozar los magistrados para
poder cumplir la función encomendada.
Obviamente, la legislación aplicable en la materia presenta diversas variantes según sea el
país de que se trate, lo cual también responde a su idiosincrasia.
Con posterioridad, la misma Corte Suprema estadounidense determinó que los magistrados
podían llegar a responder si actuaban en casos en los cuales carecían de competencia,
resultando por tanto ajenos al cumplimiento de su deber (caso "Bradley vs. Fischer"). Para
ello estableció seis pautas que deben superarse para imputarle responsabilidad a los
magistrados: "1) un juez debe ser libre para juzgar según sus convicciones personales sin
temer que ello le podrá acarrear consecuencias personales; 2) dada la naturaleza del
proceso, la parte vencida suele desear vengarse de su infortunio, culpando al magistrado; 3)
el cuestionamiento de las bases jurídicas de un fallo atenta contra la independencia del juez;
4) la posibilidad de que un juez deba defender sus decisiones, le llevaría a conservar un
número excesivo de documentos y notas sobre cada caso; 5) existen otros medios más
efectivos para controlar el desempeño de los funcionarios judiciales, los cuales aseguran su
integridad ética y su honestidad intelectual; 6) resulta importante preservar la idea de que
toda sentencia firme es irrevisable, definitiva" (906).
La ley 117 del año 1988 de la República de Italia regula sobre la responsabilidad de los
magistrados, con expresa exclusión de los miembros del Tribunal Constitucional. De todos
modos, no se encuentran alcanzados por dicho ámbito de responsabilidad los planteos
relativos a la elaboración de la sentencia como son la determinación de los hechos
relevantes, la valoración de la prueba y la interpretación de la ley aplicable al caso. La
responsabilidad de los jueces reconoce un vínculo directo e inmediato con la culpa grave que
no admite justificación. Para que se configure la culpa grave se requiere entonces: 1) una
grave violación legal (por comisión u omisión) de carácter inexcusable; 2) tener en el fallo
por ciertos hechos "notoriamente inexistentes"; 3) omitir valorar un hecho relevante
debidamente acreditado; 4) adoptar decisiones contrarias a la libertad de una persona,
mediante la aplicación de un supuesto legal inexistente. El plazo de prescripción de la acción
se produce a los dos años de la culpa grave incurrida (908).
Podemos citar, como ejemplo, a la República Federativa de Brasil que establece un régimen
atributivo de responsabilidad cuando el magistrado ha incurrido en una "conducta ilícita"
(art. 49, Ley Orgánica de la Magistratura y Complementaria nro. 35 de marzo de 1979); es
decir, si procede con dolo o fraude en el ejercicio de sus funciones, como así también ante la
denegatoria o demora en otorgar medidas sin justa causa (art. 133, Cód. Proc.).
En la República de Perú, el propio Código Procesal Civil alude expresamente al tema en la
Sección V, Título II, Capítulo II, Subcapítulo 3º ("Responsabilidad civil de los jueces").
La interesante regulación de que fue objeto la cuestión aquí tratada en el Código peruano me
permite transcribir la normativa aplicable:
"La conducta es dolosa si el juez incurre en falsedad o fraude, o si deniega justicia al rehusar
u omitir un acto o realizar otro por influencia.
"Incurre en culpa inexcusable cuando comete un grave error de derecho, hace interpretación
insustentable de la ley o causa indefensión al no analizar los hechos probados por el
afectado.
"Artículo 510. Presunción de dolo o culpa inexcusable.- Se presume que el juez actúa con
dolo o culpa inexcusable cuando:
"2. Resuelve en discrepancia con la opinión del Ministerio Público o en discordia, según sea el
caso, en temas sobre los que existe jurisprudencia obligatoria o uniforme, o en base a
fundamentos insostenibles.
"Artículo 512. Dictamen previo del Ministerio Público. Antes de proveerse la demanda, el
Ministerio Público emite dictamen sobre la procedencia de ésta dentro de diez días de
recibida, bajo responsabilidad.
"La resolución que declara improcedente la demanda es apelable con efecto suspensivo.
"Artículo 514. Plazo.- La demanda debe interponerse dentro de tres meses contados desde
que quedó ejecutoriada la resolución que causó daño.
"En ejecución de sentencia y siempre que se haya reservado tal facultad en la demanda, el
demandante puede exigir que el demandado, a su costo, publique la sentencia final por dos
días consecutivos en un diario de circulación nacional.
El articulado transcripto permite observar que el objeto de este juicio no es otro que
garantizar a los litigantes contra las arbitrariedades que puedan cometer los jueces en el
ejercicio de sus funciones. La acción debe interponerse dentro de los tres meses (se acortó el
plazo de 6 meses del Código derogado) de quedar ejecutoriada la resolución que causó daño,
y tramitarse ante la instancia superior del magistrado contra quien se dirige la acción.
Ello en cuanto al trámite del proceso por responsabilidad civil del juez. Pero la actuación
culpable va más allá de una culpa lisa y llana.
En efecto, la condición para que el proceso resulte viable es que el juez haya actuado con
dolo o "culpa inexcusable", requiriendo como requisito de admisibilidad el necesario
agotamiento de los recursos contra la decisión judicial cuestionada y un dictamen favorable
del Ministerio Público acerca de su procedencia. El propio Código señala que la conducta es
dolosa si el juez incurre en falsedad o fraude o bien al denegar justicia ya sea por omisión de
un acto, o al realizar otro por influencia.
Por último, el fallo que declara fundada la demanda sólo tiene efectos patrimoniales y en
ningún caso afecta la validez de la resolución que produjo agravio. Si la demanda es
declarada infundada por haber el demandante actuado con malicia, se le impondrá una multa
no menor de diez ni mayor de cincuenta Unidades de Referencia Procesal (909).
1. El ordenamiento nacional
a) Señalamos al comenzar este trabajo que la responsabilidad civil de los jueces se presenta
cuando en el ejercicio de sus funciones ocasiona un daño por acción u omisión derivado de
su culpa o negligencia (arts. 1109 y 1112 , Cód. Civ.). Por lo tanto, su ámbito de
responsabilidad se encuentra alcanzado por el correspondiente a los funcionarios públicos en
general. Y se encuentran comprendidos asimismo no sólo los jueces sin distinción de grado,
sino también quienes desempeñen cargos dentro del Poder Judicial, como los asesores,
defensores, fiscales, secretarios, etcétera.
Es decir que la cuestión debe situarse dentro del campo de responsabilidad extracontractual.
Sin embargo, presenta diversas aristas que deben ser observadas para establecer los límites
de la responsabilidad de los magistrados en el orden civil.
b) Se ha discutido ampliamente acerca de que los jueces respondan por los daños y
perjuicios que sean consecuencia de sus decisiones cuando éstas contradicen el
ordenamiento jurídico positivo, pero sin que medie dolo.
En general, la respuesta negativa tuvo sustento en que si los jueces fueran alcanzados por
esta responsabilidad, carecerían de la independencia necesaria y la tranquilidad de espíritu
indispensable para juzgar. Sobre este tópico debe tenerse en cuenta que tanto la
determinación de los hechos relevantes, como la valoración de la prueba, y la interpretación
de la ley, son materia opinable. Por tal razón, si la elaborada opinión que técnicamente
importa un verdadero juicio de valor ineludible para dar lugar a la sentencia tiene sustento
en el derecho positivo, aun cuando luego se demostrara que fuera equivocada, no
corresponde imputar responsabilidad alguna al magistrado.
Sin embargo, debe analizarse la índole de la resolución judicial a través de la cual tiene lugar
la conducta ilícita productora del daño. Por ello se ha dicho que la responsabilidad civil puede
hacerse efectiva si se trata de una resolución irrecurrible o dictada en última instancia, como
así también cuando, pese a la circunstancia de ser admisible y de haberse deducido algún
recurso, el efecto de éste no logró impedir la producción del daño, tal como ocurre con las
medidas cautelares, respecto de las cuales, en caso de hacerse lugar a las mismas, el
recurso procede en efecto devolutivo (913).
En síntesis, para que un magistrado sea civilmente condenado es necesario que se reúnan
los siguientes requisitos: 1º) el incumplimiento de las obligaciones propias del cargo
desempeñado; 2º) tal incumplimiento debe consistir en actos irregulares realizados con
malicia, es decir, con intención de dañar, o que ha mediado cohecho, o que ha sido partícipe
de una acción fraudulenta; 3º) que tal accionar se derive o sea consecuencia del ejercicio de
sus funciones.
De ello se colige que si se trata de simples errores subsanables por los recursos que la ley
establece -como más arriba se señaló-, los mismos deben remediarse por la vía recursiva,
pues de no ser intentada esta última, quien dice ser damnificado debe entenderse que ha
consentido la resolución que lo agravia, de modo tal que carece de legitimación para obrar
en tal sentido (exceptio sine actione agit). Y, en el supuesto de haber intentado
infructuosamente revocar la decisión que luego fuera confirmada por el tribunal ad quem,
ello importa que no hay en la resolución en cuestión error desde el punto de vista legal
(técnico-jurídico) (914).
"Esta doctrina jurisprudencial también encuentra sustento normativo en el pasaje final del
art. 52 de la Constitución Nacional pues, al disponer que "la parte condenada quedará, no
obstante, sujeta a acusación, juicio y castigo, conforme a las leyes, ante los tribunales
ordinarios", hace suponer que si después del fallo del Senado el funcionario queda sometido
a la jurisdicción común, antes de ser destituido estaba exento de proceso" (dictamen del
Procurador General en Fallos, 300:75 , ps. 78/79 y sus citas).
Por último, señaló la Corte Suprema de Justicia de la Nación que "la citada exención no
tiende a establecer un privilegio contrario al art. 16 de la Constitución Nacional en favor de
los magistrados judiciales, toda vez que se funda en razones de orden público, relacionadas
con la marcha regular del gobierno creado por la Ley Fundamental" (920).
Agregó seguidamente que "frente a las, en principio, justificables quejas que el apelante
ensaya acerca de lo nocivo que viene a resultar la posibilidad de que un presunto juez
delincuente continúe, sin que pueda ser procesado, a cargo de su delicada misión, el
constituyente ha venido a preferir este último antes del mayor grado de malignidad que
puede derivarse de las presiones y manipuleos a que podrían estar sometidos quienes
ejercen tan expectables cargos, por la vía inescrupulosa de procesamientos indebidos y
tendenciosos o bien por denuncias falsas, inspiradas por motivaciones personales o
políticas".
Esta línea jurisprudencial mantenida por la Corte Suprema desde el inicio en lo que hace a
actos ilícitos cometidos en el desempeño de sus funciones, resulta inaplicable si un juez
comete un acto ilícito civil que es ajeno al desempeño de sus funciones. En tal caso responde
como cualquier particular, pues se trata de "actividad puramente judicial de los jueces
competentes para la instrucción de los sumarios la apreciación de si se dan o no se dan los
motivos para sospechar que aquéllos son autores, cómplices o encubridores" (922).
La realización del juicio político -en el caso de miembros de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación- o del jury de enjuiciamiento -para los miembros de los tribunales inferiores-, si
bien puede importar un "antejuicio" o "privilegio procesal", no establece un privilegio
contrario al art. 16 de la Constitución Nacional en favor de los magistrados judiciales, pues
se funda en razones de orden público, vinculadas con la marcha regular de la democracia
republicana consagrado por la Ley Fundamental.
En otras palabras, el citado juicio político o jury de enjuiciamiento constituye un requisito de
admisibilidad extrínseco que tiende a proteger no a la persona del magistrado, sino a la
institución judicial, con la finalidad de que la función jurisdiccional ejercida a través del Poder
Judicial cumpla eficazmente con el servicio de justicia. Este último aspecto se ve reflejado en
la necesaria independencia de que deben gozar los magistrados para poder cumplir la
función encomendada.
Aun cuando resulta difícil aceptar el dictamen del Procurador General de la Nación en el caso
más arriba citado, nos llama a la reflexión cuando señala que "Si bien es altamente nociva la
mera posibilidad de que un presunto juez delincuente continúe, sin que pueda ser procesado,
a cargo de su delicada misión, el constituyente ha venido a preferir este último antes del
mayor grado de malignidad que puede derivarse de las presiones y manipuleos a que
podrían estar sometidos quienes ejercen tan expectables cargos, por la vía inescrupulosa de
procesamientos indebidos y tendenciosos o bien por denuncias falsas, inspiradas por
motivaciones personales o políticas" (923).
Frente a la necesidad de depositar dinero u otros valores a la orden del órgano judicial
interviniente en el proceso, corresponde la apertura de una cuenta en el banco oficial,
existiendo al respecto diversas disposiciones legales y reglamentarias.
En el orden nacional, la extracción de los fondos judiciales se encuentra regulada por la ley
9667 del 18 de septiembre de 1915.
Entre sus principales disposiciones establece que los fondos depositados judicialmente sólo
pueden ser removidos por extracciones, embargos o transferencias, mediante orden del juez
a cuyo nombre están consignados, o al de su reemplazante legal (art. 1º ). Consentido el
auto que ordene extracciones de los depósitos judiciales, el actuario -secretario- presentará
al juez un giro o formulario de libramiento que aquel funcionario firmará y sellará (art. 3º ).
Finalmente, dispone el art. 5º que "De todo perjuicio que resultare a los interesados o a
terceras personas con motivos de extracciones expedidas con violación de la presente ley,
será directamente responsable en los términos del art. 1112 del Código Civil, el juez que las
suscribiere, sin perjuicio de las acciones que correspondiesen, contra el verdadero
responsable del daño".
La violación a tan clara disposición legal puede representarle al juez la circunstancia de tener
que responder económicamente por ello pues reviste la calidad de responsable directo en los
términos del art. 1112 del Código Civil. Y si bien se trata de una ley del año 1915 mantiene
tanta vigencia como las que hace tan sólo ocho días fueron objeto de publicación en el
Boletín Oficial (art. 2º , Cód. Civ.).
2. Ordenamientos provinciales
No será objeto de este punto tratar todas las legislaciones provinciales, sino tan sólo
referirnos a algunas de ellas que autorizan a deducir la pretensión resarcitoria sin requerir la
previa suspensión o remoción del magistrado.
Así, desde al año 1933 la Constitución de Entre Ríos establece que: "En materia judicial, el
Superior Tribunal de Justicia tiene las siguientes atribuciones, de conformidad a las normas
que establezcan las leyes de la materia:... i) En las acciones de responsabilidad civil contra
sus miembros y contra los jueces de primera instancia" (art. 167 , inc. 1º).
La Constitución de Santa Fe, desde el año 1962, dice que: "Compete a la Corte Suprema de
Justicia, exclusivamente, el conocimiento y resolución de:... 7. Los juicios de responsabilidad
civil contra los magistrados judiciales" (art. 93 ).
La Constitución de Jujuy, desde el año 1986, dispone que: "El Superior Tribunal de Justicia
conoce y resuelve originaria y exclusivamente:... 3) En los juicios de responsabilidad civil a
los magistrados y funcionarios judiciales por dolo o culpa en el desempeño de sus funciones"
(art. 164 ).
Y desde el año 1986, la Constitución de Santiago del Estero dispone que el Superior Tribunal
de Justicia "Ejercerá jurisdicción originaria y exclusiva en los siguientes casos:... g) En las
acciones por responsabilidad civil promovidas contra los miembros del Poder Judicial con
motivo del ejercicio de sus funciones y previo desafuero" (art. 176 , inc. 1º).
Como puede observare, en todos los casos las acciones contra los magistrados tramitarán
ante el Superior Tribunal de Estado provincial, admitiendo las constituciones de las
provincias de Entre Ríos, Santa Fe y Jujuy que la promoción de los pleitos sin exigir como
requisito de admisibilidad la previa suspensión o remoción del juez.
Sólo la Constitución de Santiago del Estero exige el "previo desafuero" como condición para
la viabilidad de la iniciación de la acción civil.
Sobre el particular debe señalarse que el Estado siempre habrá de responder por los daños
producidos a los justiciables. Estos últimos generalmente prefieren accionar contra el Estado,
el cual en algunos casos podrá ejercer una acción regresiva contra el funcionario judicial de
acuerdo a las pautas señaladas (924).
La Corte Suprema de Justicia de la Nación reconoció desde antiguo tal responsabilidad por la
prestación irregular de un servicio público (CSJN, Fallos, 160:111; 182:5 ).
En materia jurisdiccional el Estado responde no sólo por el dolo o la culpa de los magistrados
y funcionarios, sino también por los errores judiciales excusables y lo relativo al indebido
ejercicio de la función jurisdiccional derivada de una deficiente organización. La
responsabilidad por los errores judiciales y por el deficiente ejercicio de la actividad
jurisdiccional -entre los cuales no puede excluirse la mora judicial-, es objetiva y directa. Se
trata de la responsabilidad derivada de la actividad lícita del Estado, como los ocasionados
con motivo de una prisión preventiva dictada cuando el proceso termina con la absolución
del imputado, aun cuando se hubieran reunido los recaudos para la procedencia de aquélla
(925).
La Comisión Reformadora del año 1936 propició que "no podrá demandarse a las personas
respecto a las cuales proceda el juicio político, a menos de recaer sentencia para separarlas
de sus funciones", incluyendo un párrafo expreso en el texto del art. 881 . El proyecto
redactado por la comisión designada por el decreto 468/92 , a diferencia de aquél, propuso
que para intentar una acción civil contra el funcionario no es necesario "el previo desafuero",
"ni la determinación de su responsabilidad administrativa" (art. 1581). No fue, en cambio, de
expreso tratamiento dicho tema en el "Proyecto de Unificación" del año 1987 (registrado
como ley 24032, y vetado mediante dec. 2719/91 del P.E.N.), ni el posterior Proyecto de la
llamada Comisión Federal del año 1993. La propuesta que se desprende del Proyecto de
Reforma del año 1998 -como seguidamente se verá- es similar a la del Proyecto habilitado
por el decreto 468/92 .
b) El punto 266, apartado XVIII de los "Fundamentos del Proyecto de Código Civil" expone
que "Se exige dolo o culpa grave si el daño, en los casos en que no está justificado... es
causado por errores de jueces o de árbitros en el ejercicio de sus funciones...".
En cuanto a la metodología legislativa del Proyecto Unificado del Código Civil con el Código
de Comercio, encontramos el tratamiento del tema en análisis en el Libro Cuarto (De los
derechos personales), Título IV (De otras fuentes de las obligaciones), Capítulo I
(Responsabilidad civil), Sección Decimosegunda (Supuestos especiales de responsabilidad).
En el parágrafo tercero (De los agentes públicos) reza el art. 1677: "Alcances. Los agentes
públicos tienen responsabilidad directa por los daños producidos mediante acciones u
omisiones que implican el ejercicio irregular de sus cargos. Para requerírsela no son
necesarios ni la determinación previa de su responsabilidad administrativa ni, en su caso, su
desafuero". Y, en el parágrafo octavo (Casos en que se exige dolo o culpa grave) establece el
art. 1686: "Aplicación. Sin perjuicio de disposiciones especiales en los siguientes casos, sólo
hay responsabilidad si se obra por dolo o culpa grave:... b) Si el daño es causado por errores
de jueces o de árbitros en el ejercicio de sus funciones".
A su turno, en la Sección Cuarta (Factores de atribución) se define la culpa como "la omisión
de la diligencia exigible en atención a la naturaleza del deber jurídico, o de la obligación,
según sea el caso, y conforme a las circunstancias de personas, de tiempo y de lugar" (art.
1603). Seguidamente establece que: "Para la apreciación de la diligencia se aplican las
siguientes reglas:... c) La falta extrema de diligencia configura culpa grave, que es asimilable
al dolo" (art. 1604).
c) El análisis del tema a la luz del nuevo Proyecto de Unificación debe realizarse en relación a
dos aspectos fundamentales: 1) la eliminación, como requisito de admisibilidad extrínseco,
del desafuero del magistrado para ser sometido a un litigio por responsabilidad civil derivada
de ilícitos cometidos en el desempeño de sus funciones; 2) la circunstancia de que sólo hay
responsabilidad si el daño es causado por un error que reconozca como origen un obrar
doloso o con culpa grave del juez en el ejercicio de sus funciones.
El cese en el ejercicio de las funciones por parte del juez plantea la existencia de un requisito
ex ante para la promoción de la acción civil, y entre los diversos motivos del cese (renuncia,
jubilación, muerte, juicio político), el que presenta mayor preocupación por parte de estos
operadores jurídicos es el del juicio político. Pero si bien la procedencia de un juicio de tal
naturaleza importa una situación de gravedad institucional, ello per se no implica que exista
"dolo o culpa grave" del magistrado en orden a la responsabilidad civil.
En efecto, sostener que el juez ha actuado con dolo o culpa grave, al decir del Proyecto de
Unificación, supone un incumplimiento deliberado y de mala fe del deber jurídico -en el caso
de los magistrados- (dolo), o bien la falta extrema de diligencia que es asimilable al dolo
(culpa grave). De este modo y ya, liminarmente, puede observarse que la cuestión no es
simple sino más bien seriamente compleja.
Si quien se ve perjudicado por una decisión judicial promueve la demanda civil, no alcanzará
para obtener un pronunciamiento favorable que acredite el perjuicio. Ocurre que así como
actualmente tiene un valladar hasta lograr que el juez cese en sus funciones, en las propias
palabras del Proyecto de Unificación, deberá en primer lugar acreditar que el magistrado
obró con dolo o culpa grave.
Y, a propósito de los errores judiciales, distinta es la situación con el Estado, el cual debe
responder frente a los perjuicios derivados de la actividad jurisdiccional como más arriba se
señaló.
VI. CONCLUSIÓN
2. La procedencia de esta acción exige acreditar que el magistrado ha obrado con dolo o
culpa grave, dándose así mayor precisión y rigor a la configuración de requisitos que habían
sido delineados por la doctrina y jurisprudencia.
De este modo queda excluida la culpa por errores in iudicando. El iter del proceso exige al
reclamante demostrar que el tribunal obró maliciosamente, o que ha mediado cohecho, o fue
partícipe de fraude procesal en perjuicio de alguna de las partes.
3. Sería interesante la intervención ab initio del Ministerio Público -tal como ocurre en el Cód.
Proc. Civ. peruano- para que emita dictamen sobre la procedencia del reclamo, con
facultades para propiciar la desestimatoria en caso de que liminarmente pueda apreciarse su
improcedencia.
(905) SALERNO, Marcelo Urbano, "En torno a la responsabilidad civil de los magistrados
judiciales", ED, 183-1314.
(906) Ponencia de Alain Levasseur en la Jornada Anual sobre la Responsabilidad Civil de
los Magistrados, organizada por la Asociación Henri Capitant de los Amigos de la Cultura Jurídica
Francesa, Panamá, marzo de 1999, citada por SALERNO, M. U., "En torno...", cit.
(907) Ponencia de Jean Luis Schlitz - Georges Ravarani en la aludida Jornada Anual sobre
la Responsabilidad Civil de los Magistrados, citada por SALERNO, M. U., "En torno...", cit.
(908) SALERNO, M. U., "En torno...", cit.
(909) FIGUEROA ESTREMADOYRO, Hernán, Código Procesal Civil, Inkari E.I.R.I., Lima, ps.
157-158.
(910) BORDA, Guillermo, Tratado de Derecho Civil Argentino. Obligaciones, 4ª ed., T. II ,
Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1976, nro. 1650.
(911) AGUIAR, Henoch, Hechos y Actos Jurídicos, T. II, TEA, Buenos Aires, 1950, nro. 72;
BORDA, G., Tratado..., cit. , nro. 1972; BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, Teoría General de la
Responsabilidad Civil , 3ª ed., Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1980, nro. 1323; COLOMBO, Leonardo,
Culpa aquiliana. Cuasidelitos, La Ley, Buenos Aires, 1965, p. 261; LLAMBÍAS, Jorge J., Tratado de
Derecho Civil. Obligaciones, 3ª ed., T. IV-B, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1958, nro. 2814; SALVAT,
Raymundo - ACUÑA ANZORENA, Arturo, Tratado de Derecho Civil Argentino, T. IV, TEA, Buenos Aires,
1958, nro. 2980.
(912) CSJN, Fallos, 115:409; CCiv. 1ª Capital, 27/12/1929, JA, 32-21; SCBA, 1/6/1920,
JA, 4-435.
(913) Cfr. PALACIO, Lino, Derecho Procesal Civil, T. II , 3ª reimp., Abeledo-Perrot, Buenos
Aires, 1969, nro. 139.
(914) AGUIAR, H., Hechos..., cit., nro. 72.
(915) LLAMBÍAS, J. J., Tratado..., cit., nro. 2807; CSJN, Fallos, 113:317; 117:409; CCiv.
1ª Capital, JA, 27-31.
(916) Cfr. PALACIO, L., Derecho..., cit. , nro. 139.
(917) CCiv. 1ª Capital, JA, 36-179.
(918) CSJN, Fallos, 1:302, del 19/9/1864.
(919) CSJN, Fallos, 113:317; 116:409; 300:75 ; "Irurzun, Ricardo Ernesto c/Estado
nacional (Secretaría de Justicia) y otro s/daños y perjuicios" , del 12/4/1994, causa I.68.XXII, LL, 1995-
A-494 (38.309-S).
(920) CSJN, 27/8/1996, "E. D., E.", LL, 1997-B-650/651.
(921) GONZÁLEZ, Joaquín V., Manual de la Constitución Argentina, Buenos Aires, 1936, p.
366.
(922) CSJN, Superintendencia exp. nro. 86/89, 21/3/1989, LL, 1990-D-212.
(923) CSJN, 27/8/1996, "E. D., E.", LL, 1997-B-650/651.
(924) Vid. BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, "Responsabilidad del Estado por error judicial (el
auto de prisión preventiva y la absolución)", LL, 1996-B-31; MAIORANO, Jorge, "Responsabilidad del
Estado por errores judiciales: otra forma de proteger los derechos humanos", LL, 1984-D-984.
(925) Cfr. ARAZI, Roland, "Responsabilidad de los jueces, del Estado y de los abogados",
ED, 160-743/747.
(926) Cfr. MORELLO, Augusto M., "Compensación del Estado por daños originados en su
accionar ilícito", ED, 120-890; CNCiv., Sala A, 30/8/1985, LL, 1987-C-290.
(927) CAPPELLETTI, Mauro, La Responsabilidad de los Jueces, Jus, Buenos Aires, 1987, p.
62.
(928) Cfr. ARAZI, R., "Responsabilidad...", cit.
(929) TAWIL, Guido S., La Responsabilidad del Estado y de los Magistrados y Funcionarios
Judiciales por el Mal Funcionamiento de la Administración de Justicia, Depalma, Buenos Aires, 1989, p.
50.
EL PROYECTO DE VIDA BAJO LA ÓPTICA DE LA REFORMA AL CÓDIGO CIVIL - SILVIA Y. TANZI
I. INTRODUCCIÓN
El Derecho es vida y, como, tal debe consustanciarse con la realidad circundante porque, de
lo contrario, se paraliza en un riguroso formalismo que le bloquea las puertas para su más
noble tarea: regular la conducta humana.
II. La persona debe ser protegida no sólo por lo que tiene y pueda obtener, sino por lo que
es y en la integridad de su proyección (unánime).
III. Debe jerarquizarse la esfera espiritual, biológica y social del hombre, sin dejar de tener
en cuenta que los bienes materiales son necesarios para preservar su dignidad (unánime).
Atilio Alterini (930) puso de relieve el avance del derecho de daños a través de la ampliación
de la nómina de daños en sentido jurídico. En igual sentido se pronunciaron Roberto López
Cabana, Alberto J. Bueres y Graciela Messina de Estrella Gutiérrez (931).
La nueva Constitución Nacional otorga jerarquía a todos los derechos contenidos en las
declaraciones y pactos internacionales determinados en el art. 75 , inc. 22 (932). De allí que
se le brinda tutela a la persona pero con estatura constitucional, al decir de Santos Cifuentes
(933) porque forman parte de la Constitución como complementarios de los derechos y
garantías reconocidos.
Cabe recordar lo señalado por Ramón D. Pizarro respecto de que el derecho de daños "debe
estar obsesionado por la tutela de la dignidad humana que día a día resulta jaqueada por
intrusiones del Estado, del poder económico y de corporaciones" (934).
Y es precisamente esa dignidad humana que se refleja, entre otras facetas, a través de la
protección de todos los aspectos del hombre, "sean físicos o somáticos y los psíquicos,
individuales, sociales, familiares, relativos a la capacidad de contemplación, de gozos, de
proyectar, sentir, amar, al estado de salud".
Alfredo Orgaz en su recordada obra El Daño Resarcible (935) nos enseña que la materia
relacionada con el daño a reparar es amplia y exige numerosas distinciones. Insiste en que la
más precisa es aquella que diferencia el daño patrimonial del no patrimonial.
a) daño material o patrimonial directo como todo aquel que sufren los bienes económicos
destruidos o deteriorados; y
b) daño patrimonial indirecto, los gastos realizados (daño emergente) o las ganancias
frustradas (lucro cesante) por efecto de la minusvalía incapacitante, temporal o permanente
como consecuencia de una lesión a su salud o integridad corporal.
La lesión a un derecho patrimonial puede ocasionar no sólo un daño material sino moral en la
medida en que moleste a la persona "en el goce de sus bienes" conforme dice el art. 1078
del Código Civil y centrándolo en el ámbito del daño moral.
Con relación al daño material incluye los perjuicios producidos en los valores patrimoniales
ya existentes, y así también los que afectan las aptitudes de la persona pero siempre en
función de ser fuentes de futuras ventajas económicas como la vida, salud, integridad física,
belleza corporal y aun el honor o los sentimientos en la medida en que repercutan sobre la
capacidad del trabajo o la atención de los negocios.
La visión del Código Civil se orienta hacia el patrimonio y ubica al hombre como productor de
ganancias; de allí la importancia que, en numerosos fallos se le asigna a la llamada
"incapacidad sobreviniente" por un lado y al "daño moral" por otro como los dos más
importantes rubros a ser reparados, descuidando otros aspectos también indemnizables pero
resistidos por su alejamiento de la concepción clásica.
Las Primeras Jornadas Bonaerenses de Derecho Civil, Comercial y Procesal (Junín, 1984), en
los principios generales del tema 1, "El valor de la vida humana", hizo hincapié en que por
encima del afianzamiento de los principios reparatorios, deben considerarse como objetivos
prioritarios: preservar la vida humana y tutelar la integridad física y espiritual de las
personas.
Así comenzó a perfilarse el acercamiento a un sistema que tiene al ser humano como centro
y eje con criterios de justicia compatibles con la denominación "derecho de daños" que va
desplazando a la tradicional "responsabilidad civil" (936).
El mencionado autor lo define como aquel que tiene como consecuencia la frustración del
proyecto de vida de la persona. Se trata de un hecho de tal magnitud que truncaría la
realización de la persona humana de acuerdo a su más recóndita e intransferible vocación
(939).
La expresión "daño a la persona" va más allá del daño corporal y se relaciona con el proyecto
de vida. Desde una óptica humanista contempla la tutela integral de la persona, sea en su
vida de relación (social, cultural, deportiva), en su salud, su ambiente, en lo que el derecho
de Quebec denomina perdre de jouissance de vie o pérdida del gozo de la vida.
Cada hombre es único e inconfundible en tanto que la sociedad conforma un todo pero, como
todo que es no debe perder de su horizonte el bienestar de cada uno de sus componentes.
En el supuesto de que un bien inapreciable como su persona se quebrantase por un ilícito
civil, el Derecho debe estar presente con su contención y protección a fin de mantener el
equilibrio adecuado que el tercer milenio exige para impedir abusos, atropellos o conductas
egocentristas.
Esforzarse por tutelar los intereses más caros del hombre es el gran desafío y entre esos
intereses está, en primer plano, la defensa de la vida como bien supremo.
Santos Cifuentes destaca que la persona es el hombre con la cualidad jurídica formal que
emana de la regla objetiva: sustrato más personalidad. Y agrega que la regla objetiva abre
su abanico protector de la vida, el cuerpo, la libertad, el honor "en el mismo momento que la
persona es, y por el solo hecho de que se comience a ser" (940).
Vivir importa protección y gozo. Ese goce y esa protección se desenvuelven en el plano físico
y espiritual porque ambos apuntan a todas las manifestaciones básicas que se originan en
diferentes fenómenos: anímicos, morales, estima subjetiva.
Kemelmajer de Carlucci (941) analiza las nuevas tendencias del movimiento jurisprudencial
italiano y, al comentar la sentencia del tribunal de Génova del 25 de mayo de 1974 expone
las "ideas fuerza" entre las que me permito destacar: a) "el daño a la persona es cualquier
disminución física en sí misma, considerada comprensivamente de la completa eficiencia
física del sujeto; b) a los efectos de la reparación del daño interesa su injusticia y no su
patrimonialidad... y d) el valor del hombre, en toda su concreta dimensión, no se agota en su
actitud de producir riqueza, sino que se vincula a la suma de las funciones naturales
referidas al sujeto en el ambiente en el cual la vida se desarrolla, que tiene relevancia no
sólo económica sino también biológica, social, cultural y estética...". Al comentar el fallo de
la Corte Constitucional italiana de 1979 la autora sostiene que parte de tres proporciones:
Concluye con "la esperanza que el recorrido por la jurisprudencia italiana haya servido para
repensar la problemática del daño psicofísico a la persona...".
Hoy contamos en nuestro país con una esperanza mucho más concreta: el Proyecto de
Código Civil.
Por decreto 685/95 del Poder Ejecutivo nacional se designó una comisión honoraria
integrada por los profesores doctores Héctor Alegria, Atilio Aníbal Alterini, Jorge Horacio
Alterini, María Josefa Méndez Costa, Julio César Rivera y Horacio Roitman. Con fecha 18 de
diciembre de 1998 se elevó al ministro de Justicia de la Nación y, por su intermedio, al señor
presidente de la República el Proyecto de Código Civil Unificado con el Código de Comercio.
El tema atinente a la responsabilidad civil se desarrolla en el Capítulo I del Título IV y se
edifica sobre cimientos reclamados en doctrina como la unificación de ambos regímenes
(contractual y extracontractual), la prevención del daño, la dilución del requisito de
antijuridicidad, la expansión de la responsabilidad objetiva y su limitación cuantitativa (942).
En lo que respecta al denominado "proyecto de vida" introduce, por primera vez en una
norma legal, la idea de ese daño. En la sección tercera trata los alcances del daño (art.
1600) y en el inc. b), expresamente afirma: "El daño extrapatrimonial comprende al que
interfiere en el proyecto de vida, perjudicando a la salud física o psíquica o impidiendo el
pleno disfrute de la vida, así como al que causa molestias en la libertad, en la seguridad
personal, en la dignidad personal, o en cualesquiera otras afecciones legítimas".
El bien jurídico protegido no es ni más ni menos que el Hombre, ese hombre que ve trocada
su vida por un accionar antijurídico y, como consecuencia de tal hecho se frustra su legítimo
derecho a disfrutar en plenitud.
Esta noción que menciona el Proyecto de Código Civil no es un mero concepto literario sino
un resultado jurídico. Cuando se habla de un derecho a la salud como bien a tutelar
comprende la integridad psicofísica pero esa disminución o incapacidad a su vez puede
repercutir de tal modo que el damnificado vea quebrado su derecho a realizarse en plenitud.
Ese deterioro puede tener una indudable repercusión en el ámbito extrapatrimonial que debe
ser resarcido, sin perjuicio de que pueda provocar, además, un fuerte impacto en su vida
laboral.
El hombre de nuestros tiempos está inmerso en una sociedad que le exige permanentemente
determinados roles para aspirar a las oportunidades de desempeñarse con un criterio
exitoso, al menos relativo. Y para el desempeño de esos roles es imprescindible que su
proyecto de vida se halle intacto, inalterable y así hacer frente a los desafíos que el mundo
impone, ya no para sobresalir, sino para vivir.
Zavala de González (943) define el daño a la persona como la imposibilidad o dificultad del
sujeto disminuido en su integridad de reinsertarse en las relaciones sociales o de
mantenerlos en su nivel normal. Agrega que el menoscabo a la vida de relación no constituye
un rubro autónomo del daño material o moral sino que la comprensión de su significado e
importancia debe servir para redimensionar con justicia la reparación a acordar por estos
últimos conceptos, sorteando el silogismo inadmisible de limitar el perjuicio patrimonial a
"dinero perdido" y el moral a "lágrimas derramadas".
De eso se trata, de abandonar esa fórmula binaria y atender, en cada caso particular en qué
medida se frustró ese proyecto de ser "uno mismo". El Proyecto de Código Civil jerarquiza
esta esfera, lo que, a todas luces, es plausible porque protege al ser humano en toda su
integridad.
I. INTRODUCCIÓN
Y ya con relación más concretamente a la "profesión liberal", recuerda Yzquierdo Tolsada que
desde que en Roma las operae libres, predominantemente intelectuales, estaban reservadas
a los ciudadanos libres, y las labores esencialmente manuales, correspondían al esclavo, se
ha encontrado semejanza entre profesión liberal y profesión intelectual; pese a que, como lo
señalara Cattaneo, "no toda profesión intelectual es profesión liberal, ni toda actividad que
se desempeña de modo libre y autónomo es propiamente intelectual" (953). Así verbigracia,
un electricista, un plomero o un pintor, pueden trabajar con total autonomía, pero su labor,
no obstante ser muy digna, es esencialmente manual y no intelectual.
En suma, quizá lo más destacable sea la libertad que asiste al profesional para prestar o no
su atención y para hacerlo del modo que mejor juzgue conveniente, con la única guía de su
leal saber y entender, siendo sólo responsable ante su propia conciencia (955); o como lo
expresa Yzquierdo Tolsada, que el profesional es libre cuando ejerce su actividad con
independencia y aceptando el riesgo de la eventualidad de sus propios ingresos, aunque sin
descartar que lo de liberal pueda también concernir a la falta de subordinación del
profesional para con su cliente (956).
En efecto, hoy en día se acepta prácticamente sin discrepancias, que la relación del
profesional con su cliente es de naturaleza contractual, tratándose de un contrato al que
genéricamente se lo puede denominar de "prestación de servicios profesionales", conforme al
cual la obligación a asumir por el primero será de hacer -art. 625 , Cód. Civ. (961) -; de
prestarles el "servicio" requerido, lo cual supone el hacer algo para otro satisfaciendo su
interés, lo que por cierto tiene un "valor... que circula en la economía de mercado" (962). Y
tal "hacer" es asimismo en principio intuitu personae, atento a que el cliente no recurre a
cualquier profesional, sino que elige al que le merece mayor confianza, o por su persona, o
por los antecedentes y condiciones que ostenta o se le atribuyen -art. 626 del mismo
Código-.
Además, en el segundo párrafo de ese mismo art. 1681 igualmente se caracteriza a priori a
la actividad profesional como obligación de medios, cuando se establece que: "Sus alcances
resultan de lo convenido; de lo previsto por el inc. a) del art. 726, salvo que se haya
comprometido cierto resultado concreto; de las disposiciones dictadas en ejercicio del poder
de policía; y de las normas éticas que regulan el ejercicio de la profesión". Siendo que en
dicho art. 726 inc. a) del Proyecto, se alude a un tipo de obligación de hacer consistente "en
realizar cierta actividad, con la diligencia apropiada, pero independientemente de su éxito",
que es lo que precisamente define a las llamadas obligaciones de "medios" o de "prudencia y
diligencia".
Dicha clasificación que fuera formulada primeramente por René Demogue, y luego adoptada
por los hermanos Mazeaud aunque con otra distinta denominación: "obligaciones generales
de prudencia y diligencia" y "obligaciones determinadas", sostiene en definitiva lo siguiente:
que "obligación de medios" es la que sólo impone aptitud o idoneidad para adoptar y
cumplimentar, con empeño y dedicación, aquellas diligencias o medidas que habitualmente
conducen a un resultado, pero sin asegurar la obtención del mismo; en tanto que "obligación
de fines" es la que compromete concretamente un resultado determinado (963). Y ello
sentado, fácil resulta advertir que con relación a algunas profesiones liberales, la obligación
que en general asume el profesional es en realidad de "medios"; ya que, verbigracia, ni el
médico puede asegurar que va a curar al enfermo, ni el abogado que va a ganar el pleito,
sino que únicamente se comprometen a cumplir una prestación eficiente e idónea, con ajuste
a los procedimientos que las respectivas técnicas señalen como los más aptos para el logro
de esos fines, pero sin poder dar certeza de que ellos se puedan alcanzar. Tan es así, que en
la propia formulación del distingo entre obligaciones "de medios" y "de resultado", Demogue
discriminaba entre "métier u oficio", dentro de cuya categoría incluía al profesional de la
arquitectura, quien de ordinario asume una obligación de resultado, y "profession libérale"
como la del abogado o el médico, que exigen independencia en la ejecución y habitualmente
no traen aparejado para el profesional más que un deber de medios (964).
Ahora bien, la importancia de tal distingo se proyecta muy especialmente sobre el régimen
probatorio, ya que en efecto, en las obligaciones determinadas al acreedor le bastará con
establecer, o a veces con sólo invocar, que no se logró el resultado prometido, y nada más,
correspondiendo en todo caso al deudor que quiera exonerarse de responsabilidad, la
acreditación de que ello sucedió por caso fortuito u otra causa extraña, ajena a él; mientras
que en las de "medios" no es suficiente la mera no obtención del fin perseguido, pero no
asegurado, sino que también se debe demostrar que ello acaeció por culpa o negligencia del
obligado (965).
Pero en los últimos tiempos, aunque todavía los jueces siguen afirmando que la carga de la
prueba de la culpa médica (por tomar el caso de responsabilidad profesional que se registra
con mayor asiduidad en nuestros repertorios jurisprudenciales) incumbe al actor, pues el
profesional sólo asume obligaciones de medio; sin embargo cuando se leen los fallos con
detenimiento, se advierte que la frase inicial comienza a desdibujarse a través de la
utilización de muy diversos procedimientos, entre los cuales, menciona la doctora
Kemelmajer de Carlucci, entre otros, a los siguientes (966): primero la teoría de las cargas
probatorias dinámicas, que impone el onus probandi a quien está en mejores condiciones de
probar (967), lo que tiene apoyatura en lo previsto en el art. 377 del Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación y en el 375 del de la provincia de Buenos Aires (968); siendo con
ajuste a tal principio que pesa sobre el médico el deber jurídico y moral de colaborar en el
esclarecimiento de la verdad, ya que a menudo se encuentra en mejores condiciones de
aportar los elementos enderezados al logro de ese efecto (969), constituyendo además su
conducta omisiva un significativo elemento de valor presuncional en su contra (970); y en
segundo lugar el lento apartamiento o modificación del primigenio sentido de la división
entre obligaciones "de medios" y "de resultado", que se va apreciando en ciertos votos en los
que se leen expresiones como: "la obligación es siempre de medios, pero de medios
adecuados" por supuesto que al logro del fin perseguido (971); o, con mayor precisión: que
el logro del resultado, integra el objeto de la obligación de una manera mediata, atento a
que la curación se encuentra en el ánimo de las partes que celebran un contrato médico
(972). Criterio este último con el cual coincide Lorenzetti cuando afirma, en posición que
compartimos, que: "aun cuando el médico no se obliga a curar, y se admita o no el distingo
entre obligaciones de medios y de resultado, lo cierto es que la finalidad curativa colorea los
medios aportados por el galeno. Siempre debe orientarse hacia la curación del paciente
enfermo. En esta directiva coinciden tanto el Derecho como la ética médica" (973). O sea en
suma, que aunque no se pueda asegurar el éxito, sí se puede comprometer una determinada
eficiencia o bondad en la labor profesional en procura de su consecución, o una mejor calidad
de método (974).
Esta obligación resulta impuesta por el art. 1668 del Proyecto, a "Quien realiza una actividad,
se sirve u obtiene provecho de ella...: a) Si de la actividad, o de un servicio prestado en
razón de ella, puede resultar un daño a las personas que participan de la actividad o reciben
el servicio, o a sus bienes; b) Si, además, puede prevenir ese daño de manera más fácil o
económica que si lo hace el damnificado".
Ante todo parece obvio que en dicha preceptiva se han contemplado actividades que en
principio no son peligrosas, por cuanto las que sí lo son tienen su régimen propio y distinto
en el precedente art. 1665 del Proyecto. Y por lo demás se trata, sin duda, de un régimen
que ha tenido muy en cuenta a los profesionales liberales, quienes desarrollan su actividad
prestando sus servicios a quienes se lo requieren; servicios que, como ya se dijera, suponen
hacer algo para otro satisfaciendo su interés (975). Todo lo cual se ve corroborado a mayor
abundamiento, por interpretación a contrario sensu de lo dispuesto en el art. 1682 del
mismo Proyecto, que según se verá en detalle más adelante, descarta en cambio
expresamente la aplicabilidad respecto de los profesionales, de las reglas sobre las cosas
riesgosas y las actividades peligrosas.
Por otra parte el Proyecto se ha inspirado en este punto en algo que ya se había propiciado
entre nosotros: la existencia de un sistema general de responsabilidad contractual por el
hecho de las cosas, basado en un implícito deber de seguridad o garantía a cargo de quien
hubiese entregado una cosa o se valiese de ella para el cumplimiento de su prestación, si de
la misma después se derivaban daños que estuviesen relacionados con las obligaciones
nacidas del contrato; lo cual encontraría asimismo apoyatura en el principio de la "buena fe"
en el cumplimiento de las obligaciones, del primer párrafo del art. 1198 del Código Civil
(976). Habiéndose sostenido asimismo por aplicación de tal principio, que el médico tiene
igualmente a su cargo, a priori, un deber de seguridad-resultado por las cosas que pueda
utilizar en el desempeño de su profesión, consistente en asegurar el preciso efecto de que de
su empleo no se derivarán perjuicios al paciente; de forma tal que de resultar este último
dañado por los aparatos o instrumental empleados, la sola infracción de ese deber de
seguridad permitiría presumir la responsabilidad del profesional, liberando correlativamente
al paciente de la prueba de la culpa o negligencia del facultativo (977). Parecidamente,
también se sostuvo la existencia de una responsabilidad contractual directa de la institución
asistencial frente al paciente en ella internado, la que descansaría "en la existencia de una
obligación tácita de seguridad que funciona con carácter accesorio de la obligación principal
de prestar asistencia por medio de los facultativos del cuerpo médico" (978); deber de
seguridad que asimismo encuentra adecuado fundamento en el principio de la "buena fe" del
art. 1198 , primera parte del Código Civil, base de la confianza que se deben inspirar
recíprocamente los dos contratantes (979), y que en lo que al paciente atañe, habrá de
consistir en su creencia de que el cuidado y la previsión de la otra parte, lo pondrán al
resguardo de los daños que la ejecución del contrato podría provocar a su persona, tanto
más atento que se trata precisamente de actuar sobre el cuerpo y la salud de ésta (980);
deber de seguridad que sería de resultado, ya que el establecimiento no sólo responde
porque se preste el servicio, sino porque se preste de forma tal que el paciente no sufra
daños por deficiencias en la prestación prometida (981), o dicho de otra manera: que como
el establecimiento se obliga a prestar una asistencia médica que sea normalmente eficaz,
responde si fue deficiente y ello ha perjudicado al enfermo (982).
4. Concreta exclusión de las reglas aplicables a las cosas riesgosas y a las actividades
peligrosas
Igualmente constituye un indudable acierto, que en el art. 1682 del Proyecto se prevea
expresamente que los profesionales, "aunque empleen cosas para el ejercicio de su
actividad, no están comprendidos en el art. 1662 (referente a daños causados por cosas
riesgosas), salvo si el riesgo de la cosa deriva de su vicio", como tampoco "están
comprendidos en el art. 1665", sobre actividades especialmente peligrosas.
Con una preceptiva de este tipo, en efecto, se podría poner punto final al problema
actualmente latente con relación a las profesiones del arte de curar, en razón de que tales
profesionales deben valerse muchas veces en su desempeño de los más variados
instrumentos o aparatos, es decir latu sensu de "cosas"; lo cual obliga a estudiar qué normas
habrán de regir su responsabilidad en tales supuestos: si las del daño causado por el hecho
propio del facultativo o las de los perjuicios provocados con intervención de cosas, que
además cuando se trata de responsabilidad extracontractual tiene un régimen específico
previsto en el art. 1113 , segundo párrafo del Código Civil, cuya aplicabilidad al acto médico
con el empleo de cosas ha sido propiciada alguna vez en nuestra doctrina (985).
Dicho problema se había suscitado primeramente en Francia, con motivo de los perjuicios
ocasionados por los radiólogos en razón de la incidencia de las radiaciones, y también por los
cirujanos con su instrumental quirúrgico (986). Pero obviamente sus implicancias resultan
mucho mayores por los continuos avances de la ciencia y la técnica médica, que a la par de
nuevos beneficios, trae sin embargo aparejado como contrapartida un incremento de los
riesgos. Hoy en procura de la mejoría del paciente, se adoptan medidas que ni remotamente
se habrían imaginado por la medicina de antaño, tímida y empírica: así existen en el
mercado un considerable número de los más variados productos farmacéuticos o drogas que
se proveen a los enfermos; se recurre a inyectar o introducir en el organismo humano
sustancias -verbigracia sueros-, o cuerpos extraños -por ejemplo: colocación de una cabeza
de fémur artificial, o de plástico en una de las venas del corazón, o aun el mismo material de
sutura para cerrar el corte de una operación, etc.-; se interfiere sobre las funciones
(fisiología) de los órganos, sentidos, aparatos y sistemas; y hasta se modifica la anatomía
del ser humano, extirpando, trasplantando e implantando partes del cuerpo, inclusive
órganos vitales, artificiales o de otras personas; etcétera. En fin, las posibilidades en esta
materia van en constante aumento día a día, y con ellas también, obviamente, los posibles
problemas jurídicos (987); pudiendo afirmarse que "pocos son los instrumentos, métodos,
drogas, técnicas, usados en medicina, que no resulten peligrosos" (988).
Sin embargo, en el ejercicio de la medicina lo verdaderamente trascendente es el acto
humano, médico-científico, en sí; aunque el profesional para su concreción deba ayudarse o
servirse de cosas. Y siendo ello así, en definitiva la o las cosas sólo habrán de cumplir un
papel secundario, de escasa incidencia o gravitación en el fin perseguido; en los casos de
responsabilidad médica por daños y perjuicios, éstos deben tenerse como resultantes del
hecho humano del profesional médico actuante y no de la participación, accesoria y no
significativa, de la o las cosas de las que aquél se hubiese valido o utilizado. En similar
sentido se había expresado anteriormente el maestro Bustamante Alsina (989), aludiendo
concretamente al servicio de cirugía pero con conceptos de validez omnicomprensiva,
sosteniendo que: "la responsabilidad objetiva por riesgo sólo puede configurarse cuando el
daño es causado por el hecho de la cosa y de ningún modo en el hecho propio del médico
que consiste en la intervención quirúrgica practicada por el profesional, pues por mucho que
se considere importante y decisiva la utilización de elementos físicos instrumentales, no
puede subestimarse lo que es fundamental en el mismo, o sea la actividad desplegada por el
cirujano en función de la técnica operatoria empleada, de sus conocimientos de la ciencia
médica y de su idoneidad y ética profesionales". Siendo además dicho criterio coincidente
con el de los hermanos Henri y Léon Mazeaud y su actualizador André Tunc, para diferenciar
con carácter general el hecho del hombre de la acción de la cosa, y poder así deslindar el
ámbito de aplicación de los arts. 1382 y 1384 del Código Civil francés; ya que para ellos,
para que exista acción de la cosa, "de una parte, debe haber intervenido `activamente´, en
la realización del daño y ha de entenderse por ello que su intervención debe haber causado,
producido el daño. De otra parte, esa cosa debe haber escapado al dominio material de su
guardián; y ha de entenderse por ello que no debe haber sido en sus manos un instrumento
puramente pasivo y obediente" (990), como lo es precisamente, y por ello no puede ser
considerada acción de la cosa sino hecho humano del médico, el uso del bisturí por el
cirujano (991), ya que entonces la actividad humana "es tan próxima que absorbe a la
acción de la cosa" (992).
Aunque residualmente podría tenerse al daño como causado en verdad por el riesgo de las
cosas, cuando éstas hubiesen desbordado la actividad del facultativo y el control material
que el mismo ejercía sobre ellas, y por sobre todo, cuando el perjuicio se hubiese producido
en alguna medida con independencia o al margen del acto médico puro en sí. Lo cual
comprende a los daños causados por el "vicio de la cosa", a aquéllos resultantes de la
utilización de cosas defectuosas o con "vicios", y que precisamente por ello se han tornado o
devenido peligrosas o más riesgosas, como ser: el bisturí eléctrico en cortocircuito que al ser
utilizado, existiendo además una mala aislación del paciente colocado en la camilla, provoca
un arco voltaico que lo descerebra (994); o al implante de un catéter-marcapasos reciclado,
no desinfectado en debida forma, que provoca al día siguiente un shock séptico que culmina
con la amputación de ambas manos y piernas del paciente (995); o a los vicios del
instrumental utilizado por un odontólogo (996); o a las transfusiones de sangre con sida, o
aún la de sangre sana pero correspondiente a un distinto grupo sanguíneo y que ocasiona
por ello un shock hemolítico (997); etcétera. Supuestos éstos que explican por qué en la
parte final del inc. a) del artículo 1682 del Proyecto, no se comprende en el beneficio de
exclusión a las reglas aplicables a las cosas riesgosas, a la utilización en el ejercicio
profesional de cosas cuyo, "riesgo" proviene del hecho de tener las mismas "vicios".
Pero sin ninguna duda todo este trascendente problema, que afortunadamente ha
encontrado en general la respuesta adecuada por parte de la mayoría de nuestra doctrina y
jurisprudencia, habría de quedar definitivamente superado y con la solución correcta,
mediante las normativas consideradas sobre responsabilidad civil de los profesionales
liberales, del Proyecto de reforma que nos ocupa.
V. CONCLUSIONES
(944) ANDORNO, Luis O., "La responsabilidad de los abogados", en Derecho de Daños.
Homenaje al Profesor Doctor Jorge Mosset Iturraspe, La Rocca, Buenos Aires, 1989, p. 473, nro. 1 y p.
479, nro. 3; TRIGO REPRESAS, Félix A., Responsabilidad Civil del Abogado, Hammurabi, Buenos Aires,
1991, p. 101, § 16; IV Jornadas Sanjuaninas de Derecho Civil, 1989, Comisión nro. 5, punto 3 de lege
lata (conf. El Derecho Privado en la Argentina. Conclusiones de Congresos y Jornadas en los Últimos
Treinta Años, Universidad Notarial Argentina, Buenos Aires, 1991, p. 92); S.C.B.A, 22/12/1992, "Pérez
c/Clínica Central", LL, 1993-C-212 y JA, 1993-III-111 .
(945) ORDOQUI CASTILLA, Gustavo, Responsabilidad Civil del Profesional Liberal,
Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 1993, p. 13, nro. 2.
(946) El Derecho Privado en la Argentina..., cit., ps. 127 y ss. y p. 200.
(947) ALTERINI, Atilio A. - LÓPEZ CABANA, Roberto M., "Responsabilidad profesional: el
experto frente al profano", en Derecho de Daños, La Ley, Buenos Aires, 1992, ps. 205 y ss., nro. II;
LORENZETTI, Ricardo L., "Nuevos enfoques en la responsabilidad profesional", LL, 1996-C-1177.
(948) LORENZETTI, R., "Nuevos enfoques...", cit. en LL, 1996-C-1176.
(949) MOSSET ITURRASPE, Jorge, "Responsabilidad profesional de los martilleros y
corredores", JA, 1976-I-369, nota 6; CÁMARA, Héctor, "Observaciones al proyecto de estatuto
profesional del martillero o rematador", JA, Doctrina 1970-234; RICHARD, Efraín H., "El martillero frente
a las sociedades y casas de remates", JA, Doctrina 1972-299; id., "Empresas y sociedades de remate
(decreto-ley 20266/73 )", JA, Doctrina 1975-23; etc.
(950) ALTERINI, A., - LÓPEZ CABANA, R., op. cit., p. 261, nro. 4-ii) y nota 14.
(951) VINEY, Geneviève - JOURDAIN, Patrice, "Les conditions de la responsabilité", 2ª ed.,
en el Traité de Droit Civil dirigido por GHESTIN, Jacques, L.G.D.J., Paris, 1998, p. 488, nro. 555.
(952) ALTERINI, A., - LÓPEZ CABANA, R., op. cit., p. 292, nro. 7; Recomendación nro. 1
de lege lata, de la Comisión nro. 2 en el "Segundo Encuentro de Abogados Civilistas de Santa Fe", 1988
(vid. El Derecho Privado en la Argentina..., cit., p. 200).
(953) YZQUIERDO TOLSADA, Mariano, La Responsabilidad Civil del Profesional Liberal,
Hammurabi, Buenos Aires, 1998, ps. 15 y ss., § 3.
(954) COLIN, Ambroise - CAPITANT, Henri, Curso Elemental de Derecho Civil, T. IV, trad.
española, Reus, Madrid, 1949, ps. 845 y ss.; HUC, Théophile, Commentaire Théorique et Pratique du
Code Civil, T. X, F. Pichon, Paris, 1892/1903, p. 525, nro. 381; LAURENT, F., Principios de Derecho Civil,
trad. esp., Juan Buxo, La Habana, 1919, T. XXV, p. 555, nro. 484 y T. XXVII, ps. 396 a 403, nros. 333 a
337; MASSÉ, G. - VERGÉ, Ch., "adiciones" a ZACHARIAE, J. S., Le Droit Civil Française, T. 4, A. Durand,
Paris, 1858, p. 400, nota 22; PLANIOL, Marcel - RIPERT, Georges, Tratado Práctico de Derecho Civil
Francés, T. XI, trad. Mario Díaz Cruz, Cultural, La Habana, 1946, p. 20, nro. 776; MACHADO, José O.,
Exposición y Comentario del Código Civil Argentino, T. V, Buenos Aires, M. A. Rosas, 1915, ps. 153 y ss.,
nota art. 1869; SALVAT, Raymundo M. - ACUÑA ANZORENA, Arturo, Tratado de Derecho Civil Argentino.
Fuentes de las Obligaciones, T. III, 2ª ed., Tea, Buenos Aires, 1954, ps. 121 y ss., nro. 1.749-2.
(955) MOSSET ITURRASPE, Jorge - LORENZETTI, Ricardo L., Contratos Médicos, La Rocca,
Buenos Aires, 1991, p. 81, nota 2.
(956) YZQUIERDO TOLSADA, M., La Responsabilidad Civil del Profesional Liberal, cit., p.
17, § 3.
(957) ALTERINI, Atilio A. - AMEAL, Oscar J. - LÓPEZ CABANA, Roberto M., Derecho de
Obligaciones. Civiles y Comerciales, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1995, p. 767, nro. 1842; MAZEAUD,
Henri - Léon - TUNC, André, Tratado Teórico y Práctico de la Responsabilidad Civil Delictual y
Contractual, trad. de la 5ª ed. francesa por Luis Alcalá-Zamora y Castillo, Ejea, Buenos Aires, 1962, T. 1,
vol. II, p. 146, nro. 462 y p. 163, nro. 507; S.C.B.A., 22/12/1992, "Pérez c/Clínica Central", LL, 1993-C-
212 y JA, 1993-III-111 ; C2ª Civ., Com., Minas, Paz y Tributario Mendoza, 23/3/1979, "Benasayag
c/Carrizo", JA, 1979-III-173.
(958) CNCiv., Sala A, 22/12/1977, "Malvasi", LL, 1978-A-585 y ED, 81-719, sums. 56 y
58/61; Trib. Ética Forense, 7/7/1983, "J., V. A.", LL, 1984-A-314, JA, 1984-I-175 y ED, 102-402; id.,
5/5/1982, "D., J. C.", ED, 102-462.
(959) ACUÑA ANZORENA, Arturo, "Responsabilidad del procurador y del abogado por dejar
perimir la instancia", en Jus, Platense, La Plata, nro. 3, ps. 5 y ss. y en Estudios sobre la Responsabilidad
Civil, Platense, La Plata, 1963, p. 209; ANDORNO, "La responsabilidad...", cit., p. 489 y nota 39;
GOLDENBERG, Isidoro H., Indemnización de Daños y Perjuicios, Hammurabi, Buenos Aires, 1993, p.
235, nro. 2 in fine; Despacho del Tema 3, "Responsabilidades profesionales", punto 1, en las "Primeras
Jornadas Provinciales de Derecho Civil de Mercedes", 1981, en Revista Jurídica del Colegio de Abogados
del Departamento Judicial de Mercedes, año I, 1983, p. 308 y en El Derecho Privado en la Argentina,
cit., p. 127.
(960) CHIRONI, G. P., La Culpa en el Derecho Civil Moderno. Culpa Extracontractual, trad.
C. Bernaldo de Quirós, T. I, Reus, Madrid, 1904/1906, p. 149, nro. 49 y p. 164, nro. 54; ACUÑA
ANZORENA, A., "Responsabilidad...", en Estudio..., cit., p. 209; BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, Teoría
General de la Responsabilidad Civil, 9ª ed., Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1997, p. 516, nro. 1369;
CNCiv., Sala A, 29/7/1977, "Biedma c/Clínica Bazterrica", LL, 1977-D-92 y ED, 74-564.
(961) MOSSET ITURRASPE, Jorge - LORENZETTI, Ricardo, Defensa del Consumidor. Ley
24240, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1993, p. 61, nro. 5 y ps. 332 y ss., nro. 6-a); TRIGO REPRESAS,
Félix A., "La responsabilidad civil de los profesionales", Revista de Derecho Privado y Comunitario, nro.
15, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1997, p. 196, nro. II-f).
(962) LORENZETTI, R., "Nuevos enfoques...", cit., en LL, 1996-C-1179, letra C.
(963) DEMOGUE, René, Traité des Obligations en Générale, T. V, Arthur Rousseau, Paris,
1925, ps. 545 y ss., nros. 1239 y ss.; MAZEAUD, H. y L. - TUNC, A., op. cit.,, T. 1, vol. I, ps. 126 y ss.,
nro. 103-2 a 103-6; MAZEAUD, Henri, Léon y Jean, Lecciones de Derecho Civil, T. I, trad. de Luis Alcalá-
Zamora y Castillo, Ejea, Buenos Aires, 1960, Parte II, ps. 21 y ss., nro. 21; MARTÍNEZ RUIZ, Roberto,
"Obligaciones de medio y de resultado", LL, 90-756 y ss.; GALLI, Enrique V., "adiciones" a SALVAT,
Raymundo M., Tratado de Derecho Civil Argentino. Obligaciones en General, T. I, 6ª ed., Tea, Buenos
Aires, 1952, ps. 32 y ss., nros. 23-c y 23-d; id., "Obligaciones de resultado y de medios", Revista
Jurídica de Buenos Aires, Facultad de Derecho y Cs. Sociales de la Univ. de Buenos Aires, 1958, vol. I,
ps. 1 y ss.; ALSINA ATIENZA, Dalmiro A., "La carga de la prueba en la responsabilidad del médico.
Obligaciones de `medio´ y obligaciones de `resultado´", JA, 1958-III-592 y ss.
(964) DEMOGUE, R., op. cit., T. V, p. 544, nro. 1237.
(965) DEMOGUE, R., op. cit., T. V, ps. 538 a 544, nro. 1237; BONASI BENUCCI, Eduardo,
La Responsabilidad Civil, trad. de Juan V. Fuentes Lojo y José Peré Raluy, Bosch, Barcelona, 1958, p.
10; SALAS, Acdeel E., "Responsabilidad contractual y responsabilidad delictual", en Estudios sobre la
Responsabilidad Civil, Valerio Abeledo, Buenos Aires, 1947, ps. 19 y ss., nro. 14; MAZEAUD, H. y L. -
TUNC, A., op. cit.,, T. 1, vol. II, p. 420, nros. 699 a 701.
(966) KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída, "Últimas tendencias jurisprudenciales en materia
de responsabilidad médica", JA, 1992-III-817 y ss., nro. V-b).
(967) Voto de la Dra. Borda de Radaelli, en fallo de la CNCiv., Sala I, 25/10/1990, "Favilla
c/Piñeyro", en ED, 141-286 y LL, 1990-D-114; fallo de la CNCiv., Sala D, 24/5/1990, "Calcaterra
c/Munic. Cap. Fed.", con voto del Dr. Bueres, LL, 1991-D-469; id., 12/5/1992, "Sico c/Entel", con voto
del Dr. Salgado, en LL, 1992-D-581, con nota aprobatoria de Bustamante Alsina.
(968) MORELLO, Augusto M., "La responsabilidad civil de los profesionales liberales y la
prueba de la culpa. (A propósito del art. 1625 del Proyecto de unificación legislativa civil y comercial)",
LL, 1988-E-889.
(969) CNFed. Civ. y Com., Sala II, 6/6/1995, "Ayala c/Estado nacional", LL, 1996-C-787
(38.768-S); C1ª Civ. Com. Mendoza, 27/5/1994, "Caneo Correas c/Chrabolowskiy", en el nro. 15 de
Revista del Foro de Cuyo, 1994, p. 74.
(970) CNFed. Civ. y Com., Sala III, 30/5/1996, "C., D. c/Hospital Nac. de Oftalmología Dr.
Lagleyze", LL, 1996-E-255; id., Sala II, 6/6/1995, "Ayala c/Estado nacional" , LL, 1996-C-787 (38.768-
S); id., 22/10/1996, "B., J. I. c/Empr. F. C. Argentinos", LL, 1997-A-355 (39.210-S); CNCiv., Sala D,
28/2/1996, "G., F. M. c/Centro Médico Lacroze", LL, 1996-D-451.
(971) Voto del Dr. Rudi, en fallo de la C2ªCiv. y Com. de La Plata, 30/10/1989, "V., V.
c/Sanatorio A., S.A.", ED, 139-199.
(972) CNCiv., Sala F, 26/9/1993, "Ramírez c/Ospag", ED, 157-506; id., Sala J, 11/6/1992,
"M., C. R. c/Municip. Buenos Aires", LL, 1994-A-270; CCiv. Com. de Morón, Sala II, 20/9/1995, "Paillalef
c/Saavedra", LL, Buenos Aires, 1996-91; Recomendación segunda del Tema nro. 2, en el Segundo
Encuentro de Abogados Civilistas de Santa Fe (vid.: El Derecho Privado en la Argentina, cit., p. 200).
(973) LORENZETTI, R., "Nuevos enfoques...", cit., en LL, 1996-C-1186, nro. 3.
(974) Con relación a los médicos vid., por ejemplo: CNFed. Civ. y Com., Sala III,
30/5/1996, "C., D. c/Hosp. Nac. de Oftalmología Dr. Lagleyze", LL, 1996-E-255; CNCiv., Sala E,
31/5/1996, "Z., C. A. c/P., F.", LL, 1996-D-705; C1ª Civ. Com. Mar del Plata, Sala II, 7/11/1995, "A. de
C., B. c/Hosp. Español de Mar del Plata", LL, Buenos Aires, 1996-195.
(975) LORENZETTI, R., "Nuevos enfoques...", cit., LL, 1996-C-1179, letra C.
(976) En similar sentido: BUERES, Alberto J., Responsabilidad Civil de los Médicos, T. I, 2ª
ed., Hammurabi, Buenos Aires, 1992, ps. 383, § 27-a); 504 y ss., § 35-b); BUSTAMANTE ALSINA, J.,
Teoría General de la Responsabilidad Civil, cit., ps. 392, nro. 959 y 397, nro. 976.
(977) Vid. CNCiv., Sala H, 21/6/1995, "Gutiérrez c/Intermedics Inc." , LL, 1997-E-1007
(39.771-S).
(978) BELLUSCIO, Augusto C., "Obligaciones de medio y de resultado. Responsabilidad de
los sanatorios", en LL, 1979-C-23, nro. 5; BUERES, A., Responsabilidad Civil de los Médicos, cit., T. 1,
ps. 381 y ss., §§ 27 y 28, y ps. 437 y ss., §§ 31 y 32; id., Responsabilidad Civil de las Clínicas y
Establecimientos Médicos, Ábaco, Buenos Aires, 1981, ps. 32 y ss., § 5; BUSTAMANTE ALSINA, J.,
"Responsabilidad civil de los médicos en el ejercicio de su profesión", LL, 1976-C-66 y ss. y en
Responsabilidad Civil y Otros Estudios, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1984, p. 451, nro. III; id., Teoría
General de la Responsabilidad Civil, cit., ps. 392 y ss., nros. 959 y ss.; ROUILLÓN, Adolfo A. N.,
"Responsabilidad civil de médicos y establecimientos asistenciales", Zeus, Rosario, vol. 16, Secc.
Jurispr., p. 264, nro. I.
(979) BUSTAMANTE ALSINA, J., Teoría General de la Responsabilidad Civil, cit., p. 397,
nro. 976.
(980) BUSTAMANTE ALSINA, J., "Responsabilidad civil de los médicos en el ejercicio de su
profesión" cit., LL, 1976-C-67 y en Responsabilidad Civil y Otros Estudios, cit., p. 453, nro. III.
(981) CNCiv., Sala G, 25/6/1981, "Ábalo c/Sindicato de Mecánicos y Afines Transporte
Automotor", ED, 95-568.
(982) C1ª Civ. Com. San Isidro, Sala II, 30/9/1980, "Velasco c/Clínica Privada Don
Torcuato S.A.", ED, 91-568. En contra, sosteniendo que el deber de seguridad es de medios y que se
responde en la medida en que exista culpa, negligencia, imprudencia o impericia: CCiv. Com. Junín,
23/5/1989, "Álvarez c/Clínica Centro Médico Privado", DJ, 1989-II-878.
(983) BREBBIA, Roberto H., "Caso fortuito y fuerza mayor", en Temas de Derecho Civil
(Quintas Jornadas Sanrafaelinas de Derecho Civil), Universidad, Buenos Aires, 1980, ps. 84 y ss.;
BUERES, A. J., Responsabilidad Civil de las Clínicas y Establecimientos Médicos, cit., p. 162, § 34-b) y
nota 70; BUSTAMANTE ALSINA, J., Teoría General de la Responsabilidad Civil, cit., ps. 349 y ss., nros.
827 a 832; SALVAT, R. - GALLI, R., op. cit., T. I, p. 132, nro. 121-a); SALAS, Acdeel E., "Caso fortuito y
ausencia de culpa", Juris, t. 15, ps. 369 y ss., y en Obligaciones, Contratos y Otros Ensayos, cit., ps. 135
a 137; TRIGO REPRESAS, Félix A., "Casus y falta de culpa", LL, 1981-B-293 y ss., nro. IV; CNCiv., Sala
C, 31/8/1993, "S., C. M. C/Munic. Buenos Aires", LL, 1994-A-54; etc.
(984) MAZEAUD, H. y L., Lecciones..., cit., Parte II, T. II, ps. 121 y ss., nro. 452;
BUSTAMANTE ALSINA, J., Teoría General de la Responsabilidad Civil, cit., p. 351, nro. 832; id., "La
prueba de la culpa", LL, 99-892 y ss. y en Responsabilidad Civil y Otros Estudios, cit., ps. 430 y ss.,
nros. 23 a 26; TRIGO REPRESAS, Félix A., "Casus y falta de culpa", en LL, 1981-B, ps. 293 y ss., nro. V;
ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, "Daños con las cosas", JA, 1983-IV-640, nro. III-b); id.,
Responsabilidad por Riesgo. El Nuevo Artículo 1113, Hammurabi, Buenos Aires, 1987, p. 28, § 3-b);
CFed. Civ. Com., Sala III, 31/7/1981, "Apezteguía c/Maggioni", JA, 1982-I-618 ; etc.
(985) MOSSET ITURRASPE, Jorge, "La cosa riesgosa en la responsabilidad contractual.
(Daño causado con el `forceps´ como base de la mala praxis)", en LL, 1993-A-155 y ss.
(986) BUERES, Alberto J., Responsabilidad Civil de los Médicos, cit., T. 1, p. 495, § 35-
a).1.; LE TOURNEAU, Philippe, La Responsabilité Civile, 2ª ed., Dalloz, Paris, 1996, p. 400, nro. 1161;
SAVATIER, René, Traité de la Responsabilité Civile en Droit Français, T. II, 2ª ed., Librairie Générale de
Droit et de Jurisprudence, Paris, 1951, ps. 404 y ss., nro. 797.
(987) LE TOURNEAU, P., op. cit., p. 402, nro. 1169.
(988) RODRÍGUEZ DE ALCÁNTARA, Hermes, Responsabilidade Médica, José Konfino, Rio
de Janeiro, 1971, ps. 167 y ss., y 169 y ss.
(989) BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, "Responsabilidad civil de los médicos en el ejercicio de
su profesión", cit. en LL, 1976-C-64 y ss. y en Responsabilidad Civil y Otros Estudios, cit., ps. 445 y ss.
(990) MAZEAUD, M. y L. - TUNC, A., op. cit.,, T. 2, vol. I, ps. 286 y ss., nro. 1257; p. 251,
nro. 1215; ps. 275 y ss., nro. 1245; p. 279, nro. 1248; y p. 317, nro. 1272.
(991) MAZEAUD, M. y L. - TUNC, A., op. cit.,, T. 2, vol. I, p. 279, nro. 1248, nota 1 y p.
381, nro. 1328-3.
(992) MAZEAUD, M. y L. - TUNC, A., op. cit.,, T. 2, vol. I, p. 126, nro. 1211-6.
(993) CNCiv., Sala F, 21/6/1995, "Gutiérrez c/Intermedics Inc." , LL, 1997-E-1007
(39.771-S).
(994) CCiv. Com. de Rosario, Sala 2ª, 22/1/1978, "B. de L. c/S. P., S.A.", Zeus, vol. 16,
sec. jurispr., ps. 255 y ss., fallo 2701.
(995) CNCiv., Sala J, 12/9/1989, "Jaime c/Munic. Cap. Fed.", JA, 1991-I-827 .
(996) CCiv. Com. Junin, 20/4/1988, "Seta de Etcheverry c/Gesuiti", DJ, 1988-II-403.
(997) CNPaz, Sala IV, 20/4/1956, "Della Maggiora c/Pérez", LL, 83-434.
LA RESPONSABILIDAD PRE Y POSTCONTRACTUAL EN EL PROYECTO DE
UNIFICACIÓN CIVIL Y COMERCIAL DE 1998 - SEBASTIÁN PICASSO
I. INTRODUCCIÓN
El contrato, como en general las instituciones jurídicas, tiene una dimensión temporal. En
otras palabras, el fenómeno contractual se desarrolla temporalmente. Tiene, así, una etapa
genética, un desarrollo -constituido por la ejecución de las obligaciones que genera- y,
finalmente, se extingue por el acaecimiento de alguna de las diversas causales contempladas
por el ordenamiento jurídico.
En cualquiera de esas etapas pueden suscitarse cuestiones que den lugar a responsabilidad
civil. Cuando esto ocurre dentro del contrato -es decir, encontrándose éste ya perfeccionado
por la concurrencia de oferta y aceptación, y no habiendo sobrevenido aún alguna causal
extintiva-, la infracción de cualquiera de las obligaciones que el negocio genera da lugar a lo
que se ha denominado clásicamente responsabilidad contractual (998).
Dadas la índole y las finalidades del presente estudio, excluiremos de su ámbito al primero
de los supuestos planteados (responsabilidad "contractual"), y nos limitaremos a examinar
las dos situaciones restantes, ubicadas a ambos extremos de la vida contractual. Lo
haremos, además, partiendo del análisis del Proyecto de Unificación Civil y Comercial de
1998 (en adelante, el Proyecto), lo que significa, entre otras cosas, que prescindiremos de
efectuar un detallado estudio histórico o de derecho comparado respecto de ambas "clases"
de responsabilidad (999). Nos concentraremos, en cambio, en el análisis de la forma en que
el Proyecto ha regulado ambas situaciones, e intentaremos, a partir de allí, esbozar algunas
conclusiones que reflejen, por un lado, las modificaciones que se han introducido respecto
del sistema actualmente en vigencia, y, por el otro, la forma en que ambas clases de
responsabilidad se insertan dentro del sistema general de responsabilidad por daños que
plantea el Proyecto.
Como lo hemos dejado expuesto en un trabajo reciente (1001), consideramos que el estudio
de esta clase de responsabilidad debe orientarse hacia cuatro interrogantes, sobre los que se
han asentado desde sus orígenes los desarrollos relativos al tema. Ellos son:
b) Cuál es el factor de atribución aplicable. Los candidatos favoritos han sido por lo general
la culpa y el abuso del derecho;
a) Al no existir relación obligatoria previa entre los futuros contrayentes, la reparación de los
daños causados durante el período precontractual debe enmarcarse dentro de la esfera
aquiliana y regirse por sus normas (1002);
c) Puede existir responsabilidad precontractual desde el momento mismo en que las partes
entran en tratativas, no siendo necesario que exista oferta para el nacimiento de esta clase
de responsabilidad (1004), y
Desde luego también existen matices y opiniones divergentes, pero lo que hemos descripto
más arriba es, sin duda, la opinión mayoritaria de la doctrina, aplicada también por la
jurisprudencia. Y, como puede apreciarse, las soluciones que se propugnan para responder a
los cuatro interrogantes son postuladas con carácter general para todos los supuestos de
responsabilidad precontractual que puedan presentarse.
Por nuestra parte, pensamos que no resulta posible postular soluciones tan generalizadoras
para dar respuesta a todos y cada uno de los casos de responsabilidad precontractual que
pueden presentarse en la práctica (1006). Por el contrario, dentro de la denominación
"responsabilidad precontractual" se ubican supuestos bastante disímiles que, si bien tienen
como común denominador el hecho de que el daño se produzca durante la etapa formativa
del negocio, poseen características singulares que requieren, por ello mismo, soluciones
particulares.
Como corolario de lo hasta aquí dicho, creemos que puede postularse el siguiente método de
análisis de la responsabilidad in contrahendo: a) partir del análisis de cada uno de los casos
que quedan subsumidos dentro de la común denominación de "responsabilidad
precontractual" -en principio, pueden tomarse los cuatro supuestos básicos que acabamos de
enumerar-, y b) plantear respecto de cada uno de ellos las preguntas fundamentales que
estructuran la teoría, y particularmente las referidas a la naturaleza de la responsabilidad y
el factor de atribución aplicable -las referidas al comienzo del período precontractual y la
extensión del resarcimiento son tal vez susceptibles de ser respondidas en forma genérica-.
Será ésta, entonces, la metodología que emplearemos para estudiar la forma en que el
Proyecto regula el fenómeno precontractual.
Sin perjuicio de ello, el Proyecto trae una Sección (Secc. II del Cap. III del Tít. II del Libro
IV) expresamente dedicada a las "tratativas contractuales", incluida inmediatamente antes
de regular la oferta y la aceptación.
Con esto el Proyecto se aparta del actual sistema, que exige una coincidencia perfecta entre
oferta y aceptación, a punto tal que cualquier modificación hecha a la primera al ser
aceptada implica para la ley una nueva oferta. El mecanismo proyectado resulta ser mucho
más práctico y acorde con la realidad de los negocios y con la celeridad que éstos requieren
(1008).
De todos modos, el sistema así adoptado no es radicalmente opuesto al del Código vigente,
pues aun en nuestro sistema actual es evidente que no resulta necesario que las partes
acuerden sobre todos los puntos del futuro contrato, pues de lo contrario no conservarían
sentido las normas supletorias. Lo que ocurre es que actualmente la aceptación debe
coincidir totalmente con la oferta, mientras que la aplicación de la teoría de la punktation
podría llevar a una solución diversa cuando exista acuerdo sobre los elementos esenciales
pero subsista el desacuerdo entre las partes respecto de estipulaciones secundarias.
Sabemos ya cuándo puede afirmarse que hay un contrato perfeccionado. Hasta ese
momento, existirá la posibilidad de que se genere responsabilidad precontractual.
Pero, ¿cuál es el punto de inicio de esta posibilidad? El Proyecto, como ya hemos dicho,
legisla expresamente acerca de las tratativas contractuales, y establece que "Las partes
deben comportarse de buena fe para no frustrar injustamente las tratativas contractuales,
aunque todavía no haya sido emitida una oferta", agregando que "El incumplimiento de este
deber genera responsabilidad por daño al interés negativo" (art. 920).
Esta disposición sienta, al menos, tres reglas de importancia. En primer lugar, indica que
tanto antes como después de emitida la oferta existe el deber de comportarse de buena fe.
En segundo término, pone un límite para el ejercicio del contratar libremente, al establecer la
prohibición de frustrar "injustamente" las tratativas contractuales. Por último, establece la
consecuencia jurídica para los casos en que se transgredan los deberes establecidos en la
norma: se debe indemnizar el daño al interés negativo, que, como ya veremos, es
expresamente definido por el Proyecto.
La norma resulta ser de vital importancia en la materia que estamos tratando porque, como
bien enseña Gamarra, modernamente se postula a la buena fe como el fundamento
primordial de la responsabilidad precontractual (1009). Y si bien ya el Código Civil vigente
consagra el deber de obrar de buena fe en la celebración del contrato (art. 1198 ), lo cierto
es que hacía falta una norma específicamente dirigida a sentar las pautas que deben regir la
actuación de las partes en el período precontractual.
Nos parece que el factor de atribución no es otro que el abuso del derecho (1010), que el
Proyecto, reiterando prácticamente la fórmula del actual art. 1071 del Código Civil, consagra
en su art. 396. Esta conclusión puede cimentarse en dos sucintas consideraciones:
No cabe duda de que cualquiera de las partes, en uso de su libertad de contratación tiene, en
principio, un verdadero derecho de apartarse de las tratativas en cualquier momento. Siendo
ello así, cuando esta facultad es ejercida "injustamente", cabe responsabilizar al agente con
base en el abuso del derecho como factor de atribución.
Cuándo estemos efectivamente en presencia de un abuso es algo que, desde luego, deberá
verse en cada caso de acuerdo a las circunstancias, pero al hacer eso no debe olvidarse que,
por imperativo del principio de libertad de contratación, de raigambre constitucional, la regla
es que las partes pueden apartarse de las tratativas, y quien invoque la mala fe o el abuso
deberá demostrarlos.
5. La oferta
Como ya lo hemos dicho, el Proyecto no distingue según exista o no oferta a los fines de
atribuir responsabilidad por frustración injustificada de las tratativas.
Sin perjuicio de ello, al regular la oferta se introducen cuatro novedades de importancia para
el tema que estamos considerando. Ellas son:
De esta manera el Proyecto armoniza las disposiciones del Código Civil con las de la Ley de
Defensa del Consumidor, que establece la calidad de "oferta" de las dirigidas al público en
general, y les asigna valor vinculante (art. 7º).
La subsistencia en el Código de Vélez del art. 1148 , que al exigir que la propuesta sea
dirigida a "persona o personas determinadas" relega la oferta al público a la simple condición
de "invitación a ofertar" -solución que reitera el art. 454 , Cód. de Com.- (1012), genera una
injustificada dualidad de regulaciones según que nos hallemos o no ante una relación de
consumo, manteniendo para el resto de las relaciones de derecho privado una solución
anacrónica y reñida con la buena fe.
La retractación es "útil" cuando es recibida por el destinatario antes o al mismo tiempo que
la oferta. En las ofertas al público, debe comunicarse por medios de difusión similares a los
utilizados para formular la oferta (art. 926).
El tiempo de vigencia de la oferta varía según los casos. En principio, corresponde al oferente
fijar el plazo de validez (si no lo fija, la vigencia de la oferta concluye si no es aceptada de
inmediato o, en el caso de contrato entre ausentes, cuando transcurre el plazo
razonablemente necesario para recibir la aceptación según las circunstancias). Si es emitida
como irrevocable sin indicación de plazo, la oferta tiene un término de vigencia de treinta
días (art. 924).
La fuerza vinculante de la oferta implica, como hemos dicho, que mientras aquélla mantiene
su vigencia no puede ser útilmente revocada (1013). En esas circunstancias, cualquier
manifestación del oferente en el sentido de retirar su oferta carece por completo de efectos
jurídicos, y la aceptación por el destinatario de la propuesta perfecciona de todos modos el
contrato. Si luego el oferente (ahora contratante) se negara a cumplirlo, las consecuencias
de dicho incumplimiento caerían fuera de nuestro estudio, porque desde el momento en que
existe contrato perfeccionado deja de haber responsabilidad precontractual (salvo, claro
está, la que pudiere surgir luego de formado el acuerdo, pero como consecuencia de hechos
acaecidos en la etapa de tratativas).
El valor vinculante de la oferta que queda así establecido tiene sustento, sin lugar a dudas,
en la fuerza jurígena de la voluntad unilateral. Hace ya mucho tiempo que autores como
Brebbia destacaron la íntima vinculación existente entre la responsabilidad precontractual y
la voluntad unilateral como fuente de obligaciones (1014). El Proyecto se orienta
evidentemente en el mismo sentido, y cabe destacar que legisla incluso acerca de la
declaración unilateral de voluntad como fuente obligacional, otorgándole fuerza jurígena
siempre que la ley o el uso le atribuyan ese carácter (art. 1729).
Con todo, si bien se mira la cuestión, el funcionamiento práctico del sistema que el Proyecto
diseña en materia de vigencia de la oferta no plantea una diferencia radical respecto del que
consagrara Vélez, puesto que aun siendo la oferta vinculante para quien la emite, su vigencia
es acotada si no lleva plazo: se agota de inmediato si no es aceptada en los contratos entre
presentes, y en los celebrados entre ausentes en el tiempo que razonablemente tarde en
llegar la contestación.
Como sucede en otras partes del Proyecto, aquí se pone de manifiesto una tendencia a la
"objetivación" del consentimiento, a tono con las modernas corrientes que, particularmente
en Alemania e Italia, propugnan la protección de la confianza y de lo declarado por sobre el
apego a pie juntillas hacia una inescrutable voluntad interna del sujeto (1015).
Desaparece así una particular situación de responsabilidad precontractual que Vélez legisló
expresamente, cual es la del oferente que muere o cae en incapacidad antes de haber
conocido la aceptación, circunstancia en la cual el contrato no se perfecciona, pero el
aceptante tiene derecho a ser resarcido de haber efectuado gastos o sufrido pérdidas (art.
1156 , Cód. Civ.).
d) Por último, dispone el art. 928 del Proyecto que, si el instrumento de la oferta ha sido
redactado por su destinatario (esto es, por quien debe aceptarla), se le aplican las
disposiciones correspondientes a los contratos predispuestos, y además, el contrato sólo
queda concluido cuando haya acuerdo sobre las cláusulas especiales.
Se trata de una disposición encomiable, en cuanto tiende a proteger al débil jurídico (la parte
no predisponente suele serlo), que se vincula con la división tripartita (en contratos
discrecionales o paritarios, predispuestos y por adhesión) que el Proyecto introduce al
regular la Teoría General del Contrato.
Definir el contenido del deber de obrar de buena fe resulta bastante difícil, y puestos a
encarar esta tarea los autores acuden, en general, a la utilización de sinónimos, como lo son
"lealtad", "probidad", etcétera. Sin embargo, puede afirmarse, como lo hace la doctrina
moderna, que la regla de la buena fe tiene verdadera fuerza jurígena, esto es, crea deberes
a los que están sometidos, en este caso, los futuros contratantes (1016).
De entre esos deberes, la doctrina suele enumerar los siguientes: de colaboración; de
reserva o secreto respecto de ciertas circunstancias que han llegado a conocimiento de
alguna de las partes a causa de las tratativas; de conservación y custodia de los bienes
entregados (títulos, mercaderías, planos, muestras); y de información (1017).
De todos ellos, el que mayor trascendencia ha adquirido modernamente es, sin ninguna
duda, el deber de información (1018), que ya había sido expresamente consagrado para las
relaciones de consumo por el art. 42 de la Constitución Nacional y el art. 4º de la ley 24240
. La relevancia de este deber se justifica ampliamente si se tiene en cuenta que, como
acertadamente lo señala la doctrina, una de las características de nuestra sociedad actual,
altamente tecnificada, consiste en la aparición de las especialidades más diversas, lo que
deriva comúnmente en situaciones de desigualdad o desequilibrio de los conocimientos entre
los futuros contratantes (1019).
El Proyecto también legisla expresamente sobre esta cuestión, estableciendo una norma del
siguiente tenor: "El oferente está obligado, conforme a la regla de la buena fe y según las
circunstancias, a poner al alcance del destinatario de la oferta información adecuada sobre
hechos relativos al contrato que puedan tener aptitud para influir sobre su decisión de
aceptar" (art. 927).
Debe informarse, pues, acerca de los hechos "relativos al contrato" que tengan aptitud para
determinar el consentimiento (1020). Cuáles sean esos hechos será algo a determinar según
los casos, pero pueden, no obstante, sentarse las siguientes pautas generales:
Es decir que el deber de información recae fundamentalmente sobre los elementos del
contrato, sobre el objeto del mismo, qué prestaciones lo integrarán, cuáles son sus
características, sus peligros y consecuencias, y toda otra circunstancia similar (1022).
De allí que tanto la responsabilidad por vicios redhibitorios como los supuestos de nulidad
por dolo, y aun de dolo incidental se consideren modernamente situaciones de
incumplimiento del deber de información (1023).
c) En ciertas situaciones, no bastará con informar sólo lo que se conoce, sino que será
necesario "informarse para informar" (por ej., respecto de la peligrosidad del producto
ofrecido), pues como bien dicen los Stiglitz, no se puede obtener un provecho por la sola
circunstancia de haberse mantenido en la ignorancia (1028).
Las "reparaciones que corresponden" se rigen, desde luego, por las normas generales que el
Proyecto establece en materia de responsabilidad. Poca duda cabe de que en la especie el
factor de atribución es la culpa, atenta la naturaleza misma de los hechos constitutivos del
dolo o la violencia (1030).
Sin embargo, debe apuntarse que la fuerza vinculante de la oferta que el Proyecto consagra
reduce la posibilidad de que exista responsabilidad precontractual por revocación de la
oferta, sencillamente porque si ésta es vinculante, y no puede por ello ser útilmente
revocada, cualquier intento de hacerlo carecerá de todo efecto jurídico, y la aceptación
producida mientras la oferta se mantiene vigente operará directamente el perfeccionamiento
del contrato.
Así, en el caso de ruptura arbitraria (o injusta) de las tratativas, y tal como ha quedado
establecido supra, consideramos que el factor de atribución es, en el caso, el abuso del
derecho.
El factor de imputación será, en cambio, de naturaleza subjetiva (la culpa, y muchas veces el
dolo) cuando se impute responsabilidad a alguna de las partes por haber ocasionado la
nulidad del contrato, o en el caso de dolo incidental. Según lo hemos adelantado, ello se
deduce con facilidad de la propia naturaleza de los hechos que la ley eleva a la categoría de
vicios de la voluntad (1031).
Dice así el art. 1600, inc. c): "El daño al interés negativo comprende los gastos
comprometidos con la finalidad de celebrar el contrato frustrado y, en su caso, una
indemnización por la pérdida de probabilidades concretas para celebrar otro negocio similar;
la prueba de éstas debe ser apreciada con criterio estricto".
Es loable la inclusión tanto del daño emergente como del lucro cesante dentro de la
categoría, superando de esa manera las desavenencias doctrinarias que al respecto existían,
y que se remontan a la propia interpretación del trabajo de Ihering (1036).
No cabe duda de que, como lo hemos afirmado al desarrollar el tema en las páginas
precedentes, los supuestos englobados bajo la denominación de "responsabilidad
precontractual" presentan determinadas características comunes que justifican su
sistematización y su estudio por separado. La responsabilidad precontractual, así, se erige
como un sector diferenciado dentro del derecho de daños, que presenta problemas
específicos y se estructura en base a una serie de interrogantes que le confieren una relativa
especificidad y autonomía.
Sin embargo, la denominación utilizada es al menos capciosa, pues parecería dar a entender
que la responsabilidad postcontractual se encuentra fuera del contrato, cuando es claro que
ello no es así. Se trata, por el contrario, de situaciones donde lo que se ha extinguido son
simplemente las obligaciones principales derivadas del contrato, pero subsisten aún alguna o
algunas de las obligaciones accesorias que el mismo generó.
De allí que resulte acertada la definición que formula Dahm, para quien la responsabilidad
postcontractual "tiene en cuenta las obligaciones que incumben a las partes contratantes
después de la perfección y consumación del contrato, de naturaleza accesoria y que no
resultan expresamente de lo convenido" (1038). Aun cuando, en rigor de verdad, nada
impide que estas obligaciones accesorias cuyo incumplimiento da lugar a responsabilidad
postcontractual hayan sido expresamente convenidas por las partes.
Es que la materia del contrato no se reduce simplemente en las estipulaciones de las partes.
El mismo tiene, por el contrario, un contenido mucho más laxo, integrándose con las normas
imperativas y supletorias aplicables a la figura en cuestión (estas últimas, siempre que no
hayan sido modificadas por las partes), y por aquellas consecuencias que pueden
considerarse implícitamente contenidas en ellos. Respecto de esta última cuestión (lo
implícito en el contrato), cobra fundamental importancia la eficacia jurígena de la buena fe,
sobre la que ya hemos hablado supra (1041).
De allí que el contrato no se agote con el cumplimiento de las obligaciones principales que
surgen de él. Y si la responsabilidad postcontractual tiene lugar toda vez que, habiéndose
extinguido estas obligaciones, se incumple sin embargo con alguno de los deberes accesorios
que también formaban parte del contenido del acuerdo, debe por fuerza concluirse que su
naturaleza no puede ser sino contractual.
Es, por lo tanto, erróneo caracterizar a la responsabilidad postcontractual, tal como lo hace
Josserand, como aquella que surge después del agotamiento del contrato, "ya sea por acción
del tiempo o por el cumplimiento de todas las obligaciones, esenciales o accesorias,
inmediatas o a plazo, que haya generado" (1042), o bien afirmar, como lo hacen Le
Tourneau y Cadier, que hallándose extinguido el contrato, la responsabilidad denominada
"postcontractual" no puede sino tener naturaleza delictual (1043).
Un ejemplo clásico da buena cuenta de ello: el ex empleado que entra a trabajar para la
competencia de su ex patrón y revela secretos que habían llegado a su conocimiento con
motivo de su anterior trabajo está vulnerando un deber de lealtad implícito en el contrato
(1044). Tienen también naturaleza contractual las cláusulas de no concurrencia en los casos
de venta de un fondo de comercio, y lo mismo sucede con el ejemplo que trae Dahm, donde
el vendedor de un inmueble que es también dueño de la propiedad contigua edifica de
manera que desmerece el valor de la propiedad que fuera objeto de la venta (1045): está
vulnerando el deber de buena fe que regía aquel contrato, y que se prolonga en el tiempo
incluso luego de efectivizadas la entrega de la cosa y el pago del precio.
En todos estos casos que acabamos de mencionar no se produce una violación del deber
general de no dañar a otro, sino que se vulnera un deber específico, establecido respecto de
determinada persona, y no frente a cualquier habitante de la República. El trabajador está
obligado a no dañar a su ex empleador revelando los secretos que aquél le transmitiera, y lo
mismo puede decirse del enajenante de un fondo de comercio, que se encuentra obligado
solamente hacia su cocontratante. ¿O podría cualquier persona del público demandar a este
señor por instalar su negocio en competencia con ella? La especificidad de estas situaciones
muestra que nos hallamos en presencia de verdaderas obligaciones, y la fuente de las
mismas no puede ser otra que el contrato que vinculara a dañador y dañado.
Encontramos en él, en primer término, una respuesta a la pregunta acerca de cuándo puede
considerarse que el contrato se ha agotado. Así, dispone en su art. 1039 que el contrato se
extingue, entre otras cosas, "por cumplimiento de sus efectos". Es decir que mientras
subsistan obligaciones derivadas del contrato, aun cuando se trate de obligaciones
accesorias, y ya sea que éstas hayan sido expresamente pactadas por las partes o bien
resulten del contenido virtual del acuerdo, no podrá afirmarse que el contrato se ha
extinguido.
Cabe precisar que el Proyecto dedica una norma a la determinación de lo que constituye el
contenido del contrato. Dice, así, el art. 967 que "El contrato obliga con los alcances en que
razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor, incluyendo a las
consecuencias virtualmente comprendidas en él, conforme a su naturaleza, a las
negociaciones previas, a la conducta ulterior de las partes, a las prácticas establecidas entre
ellas, a los usos si no han sido excluidos expresamente, y a la equidad, teniendo en cuenta la
finalidad del acto y las expectativas justificadas de la otra parte".
Tan amplia caracterización permite incluir con comodidad obligaciones tales como las de
lealtad y no concurrencia -que resultaban vulneradas en los ejemplos anteriormente
examinados- dentro del contenido del acuerdo.
Pero la norma clave en la materia la constituye el art. 1063, único integrante del Capítulo
XIII -denominado "Poscontrato"- del Título II del Libro IV del Proyecto. El mismo estatuye:
"Con ulterioridad al cumplimiento de las obligaciones principales propias del contrato las
partes deben continuar actuando de buena fe. Este deber regula: a) La determinación de la
existencia y de los alcances de las obligaciones accesorias que subsisten, por estipulación de
partes, o por estar virtualmente comprendidas en el contrato. b) La restitución y la
reparación de daños, en cuanto correspondan una vez producida la extinción del contrato
según lo previsto en el Capítulo XII de este Título. c) La interpretación y el cumplimiento de
tales obligaciones".
En esta situación, entonces, el contrato no se ha extinguido aun (lo que resulta coherente
con el ya citado art. 1039 del Proyecto); sus efectos subsisten, pues las partes se encuentran
vinculadas por ciertas obligaciones accesorias que también nacieron del acuerdo.
La norma en comentario constituye sin dudas un acierto del Proyecto, y pone las cosas en su
sitio, demostrando que la llamada "responsabilidad postcontractual" no está fuera del
contrato, sino que constituye una fase particular de su desarrollo. Al mismo tiempo,
proporciona una valiosísima directiva hermenéutica, consagrando a la buena fe como la
pauta que permitirá determinar en cada caso la existencia y el alcance de las obligaciones
accesorias que subsisten en este período. Y aclara que, también aquí, sigue siendo la buena
fe no sólo un principio dotado de fuerza jurígena, sino también la pauta principalísima que
rige la interpretación y la ejecución del contrato.
Párrafo aparte merece el inc. b) de este art. 1063, pues lo que allí se regula importa incluir
dentro del período "postcontractual" a la obligación de restituir y a la de indemnizar los
daños y perjuicios nacidos como consecuencia de la resolución del contrato. Se da así
expresa solución a una cuestión polémica, cual es la consistente en determinar el
fundamento de ambas obligaciones, frente al hecho de que el contrato que les sirve de
antecedente se encuentra extinguido por efecto de la resolución (1046).
IV. FINAL
Terminamos así nuestro examen de los dos extremos del desarrollo contractual -la etapa
precontractual y la postcontractual- tal como han sido regulados en el Proyecto. Sin duda se
trata de una regulación exhaustiva, en el sentido de que se han contemplado
adecuadamente las diversas situaciones y matices que estos temas presentan, y se los ha
tratado de forma clara y precisa. Sin embargo, el Proyecto tiene al mismo tiempo la rara
cualidad de ser económico en el tratamiento de los temas. Dice lo necesario, y todo lo
necesario, pero nada más. Desecha lo sobreabundante y lo obvio, así como lo que ya ha sido
dicho en otras normas, generales o especiales, aplicables al tema de que se trate. Y deja al
intérprete y al juzgador -que será, en definitiva, el intérprete privilegiado de sus normas- el
espacio necesario para articular esas normas y principios en soluciones concretas que den
una respuesta justa a cada uno de los casos que componen esa enorme madeja de
conductas humanas cuya regulación constituye la razón de ser del Derecho.
La civilización del homo technicus ha provocado alarmas crecientes a medida que nuestro
siglo XX ha ido avanzando. Sin tener que aceptar la tesis radical de los partidarios de
"apearse de la civilización tecnológica" para recalar en el paraíso perdido de una naturaleza
rousseauniana, parece pertinente asumir que las consecuencias de la acción tecnológica
convierten a la misma en problema. Frente a quienes la ensalzan como protagonista del
progreso, se alzan voces que la denuncian como factor generador de destrucción (1048).
Destrucción que se da fundamentalmente en dos sectores: el de la vida social entre los
hombres y el de las relaciones de éstos con la naturaleza.
"Para responder a las cuestiones ecológicas que se le plantean hoy a la sociedad, las recetas
tradicionales del derecho no alcanzan. Sus resortes clásicos, intimidación, disuasión están
herrumbrados; y los mecanismos de indemnización tropiezan sobre incertidumbres científicas
y obstáculos de procedimiento que les quitan buena parte de su eficacia. Este derecho sirve
a la justicia de manera imperfecta... ¿Ésta es una razón como para revolucionar todo? Parece
que la evolución ya ha comenzado" (1049). Estas palabras de Martine Rémond-Gouilloud
sintetizan uno de los más importantes desafíos jurídicos en los umbrales del tercer milenio:
el daño ambiental.
En este sentido, el catedrático español Ramón Martín Mateo (1052) ha sostenido que el
derecho ambiental constituye una auténtica revolución en el campo del Derecho, lo que
implica que, en materia de responsabilidad civil, los rasgos característicos de la institución
estén, cuando menos, desdibujados. Por su parte, el catedrático de derecho civil Ricardo de
Ángel Yág•ez afirma que el "daño al medio ambiente... acaso constituya el banco de
pruebas más comprometido para los postulados clásicos de la responsabilidad civil" (1053).
Durante los primeros años del moderno derecho ambiental (1054) se dio una extendida
tendencia a dejar de lado a la responsabilidad civil como herramienta jurídica para resolver
los problemas planteados por los daños al medio ambiente. A ello contribuyeron, entre otras
razones, la concepción tradicional de la responsabilidad civil como solución ex post,
destinada a reparar y no a prevenir el perjuicio (1055), y las dificultades técnicas para
adaptar esa noción clásica a la extraordinaria complejidad del daño ambiental (1056). En
este sentido, se ha sostenido que el impacto de esta nueva problemática, tan veloz y
profundo, colisionó con el obstáculo del "tradicionalismo" del derecho civil y de su
anquilosamiento, que dificulta su movilidad y fácil adaptabilidad a las nuevas situaciones
(1057). Esta tendencia también se hizo presente en nuestro país.
Más recientemente, en cambio, se percibe una clara revalorización del instituto (1058), fruto
de la conjunción de múltiples factores, entre los que se destacan, indudablemente, los
económicos (1059) y los relativos a la eficacia y efectividad de la protección jurídica (1060).
Ciertamente, no se trata aquí de la "vieja, conocida y criticada" (1061) responsabilidad civil
del Código Napoleón, verdadera fortaleza donde puede parapetarse el causante del daño,
sino de "una responsabilidad civil renovada, con un régimen particularizado, más riguroso en
la perspectiva de los violadores de la norma y más comprometido con la suerte de los
perjudicados" (1062).
En este marco y como resultado del presente contexto económico y social, la intervención
del derecho privado y, en particular, de la responsabilidad civil deviene prioritaria en el
sistema de protección jurídica del medio ambiente. De allí que la responsabilidad civil por
daño ambiental sea un "tema jurídico progresivamente actual y siempre oportuno" (1063).
El presente estudio propone analizar algunas manifestaciones de esa evolución en curso,
desde la perspectiva del Proyecto de Reformas de 1998 a nuestros Códigos Civil y de
Comercio.
En cambio, la tutela preventiva (1066), que debe ser privilegiada en materia de daño
ambiental, se articula mediante una serie de remedios que operan ex ante, es decir, con
anticipación al perjuicio (v.gr., ante la inminente instalación de una industria contaminante
en una zona densamente poblada). Si bien nuestro ordenamiento jurídico-privado provee
ciertas herramientas de corte inhibitorio, que son utilizables a los fines de prevenir el daño
ambiental (1067), la subsunción normativa del caso debe realizarse mediante una
interpretación extensiva -normalmente forzada- de los textos vigentes. De allí la necesidad
de que la legislación llegue para dar respuesta adecuada a los requerimientos planteados por
este nuevo daño (1068).
Por ende, ante la ausencia de una normativa particular, se entiende que es aplicable el
régimen del Código Civil (1069).
Los autores señalan la existencia, en el mencionado Código, de una dualidad regulatoria del
daño por contaminación: por un lado, el art. 2618 (1070), norma aplicable a las inmisiones
en las relaciones de vecindad (1071); por el otro, en los casos no comprendidos en el
mencionado artículo debe acudirse a la normativa general en materia de responsabilidad
extracontractual del Código Civil (1072).
A ello cabe agregar el sistema de responsabilidad civil regulado por la ley 24051 de residuos
peligrosos, y su decreto reglamentario 831/93, que si bien se apoya en los conceptos
generales de la responsabilidad extracontractual del Código Civil, presenta particularidades
que la caracterizan (1073).
El panorama reglamentario se completa con lo dispuesto en otros estatutos que rigen para
supuestos particulares: actividad minera (Código de Minería, t.o. dec. 456/97 ),
hidrocarburos (ley 17319 -art. 100-, ley 24145 ), aplicaciones pacíficas de la energía nuclear
(ley 17048 , ratificatoria de la Convención de Viena sobre Responsabilidad Civil por Daños
Nucleares), contaminación marina (Convenio sobre Responsabilidad Civil en Materia de
Transporte Marítimo de Materiales Nucleares de 1971 -NUCLEAR 71-, vigente en nuestro país
desde 1981).
Las XII Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Bariloche, 1989), al igual que las Jornadas de
Responsabilidad por Daños en Homenaje al Doctor Jorge Bustamante Alsina (Buenos Aires,
1990), recomendaron la supresión de esa injustificada e ineficiente distinción. En esta misma
posición se alinearon tanto el Proyecto de Código Único de 1987, como los dos Proyectos de
Reformas de 1993.
En el sistema vigente, el encuadre normativo de los casos por daño ambiental se presenta
generalmente dentro de la responsabilidad extracontractual, lo que ha dejado un limitado
campo de aplicación al régimen contractual. Entre los supuestos subsumibles a este último
puede mencionarse el de quien contrata la fumigación de un campo contra determinada
plaga y el locador, por error, la realiza con un producto inadecuado que torna inapto el
terreno para cultivos posteriores (1076).
La unificación de ambos regímenes introducida por el Proyecto es, a todas luces, elogiable,
puesto que ayuda a la eficiencia, al simplificar el sistema regulatorio de la responsabilidad
civil y, consecuentemente, al hacerlo menos oneroso, reduciendo costos. Por otra parte,
además de coincidir con la orientación más moderna en derecho comparado (1077), la
supresión de los distingos engarza con las soluciones vigentes en nuestra legislación en
materia de daños resultantes de la actividad minera (arts. 161 y sigs., 248 y 263 , Cód. de
Minería, t.o. dec. 456/97 ) o de la explotación de una instalación nuclear (Convención de
Viena de 1963 sobre Responsabilidad Civil por Daños Nucleares, ley 17048, art. IV ) (1078).
Por último, el abandono de la distinción entre ambos regímenes de responsabilidad se
adecua a las exigencias de la justicia, al superar los absurdos e inequitativos resultados a
que aquélla puede conducir (1079).
2. La prevención
Una de las novedades más importantes del Proyecto de 1998 es la incorporación explícita del
deber de prevenir el daño. En este sentido, establece que toda persona tiene el deber, en
cuanto dependa de ella, de evitar causar un daño no justificado, de no agravarlo si ya se ha
producido, así como de adoptar, de buena fe y conforme a las circunstancias, las medidas
razonables para evitar que se produzca un daño o disminuir su magnitud (art. 1585).
El Proyecto asigna virtualidades a las medidas técnicas para la evitación del daño y dispone
mecanismos tendientes a instar a la prevención (1080). En este sentido, establece que si
tales medidas evitaron o disminuyeron la magnitud de un daño, del cual un tercero habría
sido responsable, tiene derecho a que éste le reembolse el valor de los gastos en que ha
incurrido para adoptarlas, conforme a las reglas del enriquecimiento sin causa (art. 1585, b).
Asimismo, regula que la adopción de las medidas de prevención razonablemente adecuadas,
por parte del responsable, lo autoriza a liberarse cuando el daño proviene de cosa sin riesgo
propio (art. 1667) y cuando la responsabilidad se deriva de la obligación de seguridad de
medios (art. 1669), así como a prevalerse de ciertos topes cuantitativos a la indemnización
(art. 1634, a).
Con carácter general, la tutela civil preventiva, que encuentra fundamento en el mismo texto
constitucional (1086), tiene sustento axiológico, cultural y, a la vez, económico en tanto
coadyuva a la eficiencia (1087). Ella ha conducido a la moderna superación de la misión
tradicionalmente reparadora -e individualista- de la responsabilidad civil. En este sentido, las
medidas preventivas son buena muestra de la transformación operada en este sistema en los
últimos tiempos.
Sin embargo, en materia ambiental, la prevención de los daños se orienta hacia una actitud
más cautelosa y también más severa, de acuerdo con el siguiente criterio: "ante la falta de la
certeza científica, vale más equivocarse del lado de la seguridad" (to err on the side of
safety). En efecto, esto es lo que postula uno de los principios ambientales fundamentales: el
principio precautorio. De acuerdo con este último, es menester adoptar las medidas eficaces
para evitar o disminuir un peligro de daño grave e irreversible al medio ambiente, aun
cuando exista incertidumbre científica al respecto (1088). Este principio marca una clara
distinción con la responsabilidad civil tradicional que tiene como requisitos fundamentales la
certeza y la previsibilidad, precisamente dos obstáculos que en materia ambiental, con la
precaución, se procuran alejar (1089). Como consecuencia del principio precautorio, se
impone a los potenciales contaminadores la carga de la prueba de la inofensividad de su
actividad propuesta, en aquellos casos en que el daño eventual pueda ser irreversible,
difícilmente reversible o de larga escala (1090). Se invierte, en estos casos, el régimen de la
ilicitud, la que se presume hasta tanto se pruebe lo contrario (art. 41 , Const. Nac.) (1091).
Por último, el Proyecto dota a la prevención de un arma esencial: las multas civiles. En su
art. 1587 otorga atribuciones al tribunal para aplicar una multa civil a quien actúa con grave
indiferencia respecto de los derechos ajenos o de los intereses de incidencia colectiva.
Alterini señala que en Europa la idea de la pena privada se desarrolló tempranamente por
Hugueney y en la actualidad está firmemente establecida en el derecho francés (1092). El
Proyecto recoge esta noción, que se conecta con los punitive damages del derecho
anglonorteamericano.
En estos casos, el destino de las multas civiles, que el Proyecto deja librado al fundado
criterio del tribunal, deberá ser predominantemente a favor de la(s) víctima(s). Va de suyo
que con esta interpretación no se busca propiciar el surgimiento de una "industria del juicio"
en estos temas de alto contenido social, sino crear una fuerte motivación para la promoción
de acciones judiciales que protegen fundamentalmente intereses de incidencia colectiva. Esto
es necesario en el momento actual en Argentina, dada la virtual desaparición del Estado y el
abandono por parte de éste de sus funciones esenciales de control social, con su
consiguiente desplazamiento a manos de los actores de la sociedad civil. La globalización
financiera y la concentración económica, dos signos característicos de los mercados en la
actualidad, y consecuentemente, el inmenso poder de los grandes grupos económicos frente
a un Estado claudicante o inerme (1094) tornan urgentemente necesaria la difusión social
del poder mediante la actuación de individuos y de grupos (asociaciones de defensa de
intereses de incidencia colectiva). De este modo, el Proyecto ajusta las herramientas del
derecho privado a efectos de hacer operativa su función de límite al poder (1095).
En nuestro país los modernos proyectos de reforma del Código Civil han propiciado la
sustitución del requisito de la antijuridicidad consagrado en el vigente art. 1066 . Tanto el
Proyecto de Código Único de 1987 como los Proyectos de 1993 plasmaron este criterio,
aunque con algunas diferencias.
Una de las novedades más interesantes del Proyecto consiste en la incorporación explícita de
una particular causa de justificación para los supuestos en que el daño afecte intereses de
incidencia colectiva. En estos casos prevé que el daño está justificado "si corresponde
considerarlo socialmente tolerable en razón del interés general" (art. 1589, inc. e). En
definitiva, esta disposición recoge el criterio de "tolerabilidad normal" vigente en nuestro
derecho civil (1101). De acuerdo con éste, quedan fuera del alcance de la responsabilidad
civil por daño ambiental los casos de molestias (humo, calor, olores, luminosidad, ruidos, u
otros similares) que no excedan la "normal tolerancia" (arg. art. 2618 , Cód. Civ.) y que, por
ende, no llegan a configurar verdaderos daños jurídicos.
Como acertadamente sostiene Bustamante Alsina, "la idea actual es que la vida en sociedad
impone ciertos inconvenientes normales de vecindad, o dicho de otro modo, que existen
ciertas poluciones o daños admisibles hasta cierto punto, más allá del cual la reparación debe
admitirse porque existiría daño anormal" (1102). "En la solución, siempre ha de tenerse en
cuenta que una exagerada defensa del medio puede poner al hombre al servicio de él,
coartando su libertad y entorpeciendo el desarrollo" (1103).
En el fondo de lo que aquí se trata es de equilibrar dos derechos legítimos. Es obvio que la
actividad empresarial e industrial es beneficiosa para el conjunto de la sociedad; e
igualmente cierto es que el derecho de propiedad ya no es el derecho absoluto que permitía
el ius abutendi. Ambos objetivos, desarrollo económico y protección ambiental, convergen en
el nuevo paradigma del desarrollo sustentable.
El Proyecto se adecua a estas ideas, recogiendo con amplitud la atribución objetiva del deber
de responder (art. 1606) y cubriendo una importante laguna del Código Civil vigente: la
objetivación de la responsabilidad derivada de actividades especialmente peligrosas (art.
1661). Sin perjuicio de ello, en los Fundamentos, se considera "a la culpa la `norma de
clausura´ del sistema (Schipiani)" (1113) (arg. art. 1602).
Así, el Proyecto asigna responsabilidad objetiva al guardián y/o al dueño de una cosa
riesgosa, como también a quien realiza, se sirve u obtiene provecho de una actividad
especialmente peligrosa (arts. 1664 y 1665) (1114).
Por otra parte, los residuos industriales actual o potencialmente peligrosos, y los radiactivos
(1115) son asimilados a las cosas riesgosas y se considera guardián de tales residuos a
quien tiene a su cargo su generación, manipulación, transporte, o tratamiento y disposición
final (art. 1663). Consecuentemente, en estos aspectos el Proyecto sustituye al régimen de
responsabilidad civil de la Ley de Residuos Peligrosos (ley 24051 ), cuya constitucionalidad
es discutida (1116), y al de la ley de gestión de residuos radioactivos (ley 25018 ).
En todos estos casos la liberación -total o parcial- del sindicado como responsable está
sujeta a un régimen estricto. Aquél puede eludir la responsabilidad sólo si prueba que la
causa del daño es la culpa del damnificado, no pudiendo invocar como eximentes la
autorización administrativa para el uso de la cosa o la realización de la actividad, el
cumplimiento de las técnicas de prevención, el caso fortuito, el hecho de un tercero, ni
cualquier otra causa ajena (art. 1666).
En los Fundamentos del Proyecto se explican con gran amplitud los argumentos que
justifican la adopción de la tarifación de la responsabilidad. En primer lugar, esta última
funciona como contrapartida del deber de reparar el daño causado sin culpa de su autor, que
ha sido establecido en beneficio de la víctima. Por otra parte, favorece a la seguridad dado
que permite predecir con cierta exactitud el monto que probablemente será sentenciado en
un caso particular, sustituyendo la "lotería judicial" por la intervención legislativa.
Por lo demás, no afecta el derecho de la persona, en tanto la única manera idónea de
protegerlo es evitando que sea lesionado, lo que constituye el contenido específico de la
prevención. En este sentido, en los Fundamentos se expresa que "los límites cuantitativos,
en definitiva, sólo vienen a agregarse a otros que ya existen en el sistema, que son propios
de su estructura, y con los cuales convivimos más o menos en paz", como también que "los
topes indemnizatorios, articulados con el seguro y con arbitrios de pronto pago, no generan,
por sí, una litigiosidad mayor. Por el contrario, la disminuyen. Y garantizan a la víctima que
un ente solvente (la aseguradora) cubrirá las eventuales defecciones del responsable, y que
el monto indemnizatorio estará prontamente a su disposición".
En este sentido es conveniente tener presente que "la preocupación por proteger a la víctima
se contrapone a la de no exponer a los sectores económicos al pago de indemnizaciones
exorbitantes que puedan comprometer su existencia o su crecimiento. Esta doble
preocupación elimina enseguida la posibilidad de una reparación ilimitada. Corresponde al
tribunal conciliar los derechos de la industria y los de la comunidad" (1122).
Otro aspecto interesante del Proyecto de 1998 es la incorporación expresa del régimen de
reparación de los daños a intereses de incidencia colectiva (art. 1622). Indudablemente, esta
regulación enlaza con lo normado en los arts. 41 a 43 de la Constitución Nacional.
En materia ambiental, es encomiable que, entre los modos de reparar el daño, el Proyecto
privilegie la reposición al estado anterior al hecho generador y, en defecto de ella, ordene
reparar el daño mediante otros bienes que satisfagan intereses de incidencia colectiva
equivalentes a los afectados. Esta regla se adecua a la obligación constitucional de
recomponer el daño ambiental (art. 41 , Const. Nac.), la que, en ciertos casos, podrá tener
fundamento objetivo (art. 1622, in fine del Proyecto).
Estas disposiciones tienen un importante efecto en materia ambiental, dado que en estos
casos el reclamo de responsabilidad no precisa que haya existido una lesión a los derechos
subjetivos del accionante. Tratándose de daños ambientales resulta frecuentemente
imposible, o sumamente difícil, justificar lesiones individualizadas, sobre todo de carácter
económico, y, además, los efectos de la contaminación tienen trascendencia colectiva. Así,
cada uno de los miembros del conjunto comunitario afectado reviste la calidad de
damnificado.
De allí, pues, que en estos supuestos se diluya un requisito clásico e inherente a esta
institución: el daño individualizado, bastando con acreditar un perjuicio actual o potencial al
medio ambiente como bien de disfrute colectivo (1131). La expresión "daño ambiental" se
considera ambivalente, pues designa tanto al daño que recae en el patrimonio ambiental que
es común a una colectividad, como también al daño que el medio ambiente ocasiona de
rebote (par ricochet) a los intereses legítimos de una persona determinada, configurando un
daño particular, sea éste patrimonial o extrapatrimonial (1132).
V. COLOFÓN
I. INTROITO
El Proyecto de Código Civil de 1998 dedica los arts. 1678 y 1679 a la responsabilidad de los
establecimientos educativos (1140), cambiando radicalmente lo establecido en el actual 1117
del Código Civil introducido por la ley 24830 en 1997 (1141).
Recordemos a modo de guía el texto del actual art. 1117 según la reforma de esa ley: "Los
propietarios de establecimientos educativos privados o estatales serán responsables por los
daños causados o sufridos por sus alumnos menores cuando se hallen bajo el control de la
autoridad educativa, salvo que probaren el caso fortuito.
Recordemos que la ley 24830 eliminó la presunción de culpa que establecía el originario art.
1117 respecto de los maestros artesanos por los daños causados por los aprendices
mayores de diez años, y la parte de esa norma que se refería a la responsabilidad de los
tutores y curadores fue reenviada al actual art. 1114 del Código Civil que establece la
responsabilidad de los progenitores por los perjuicios provocados por los hijos menores
(1142).
La responsabilidad que impuso la ley 24830 es extensiva tanto a los daños sufridos como a
los causados por menores, sea a terceros ajenos al colegio o a los propios compañeros o a
un docente (1143).
Lo que nos parece demasiado riguroso es que para interrumpir total o parcialmente el nexo
de causalidad, sólo funcione el caso fortuito como eximente, y no el hecho de la víctima o el
de un tercero por quien no debe responder el sindicado como responsable. Creemos que
debieron incorporarse las otras eximentes.
Los progenitores resultan responsables por el hecho de sus hijos aunque los mismos se
encuentren bajo la autoridad del instituto de educación
Asimismo, el damnificado por el daño causado por un alumno puede accionar contra el titular
del colegio (así, entendemos la expresión "quien tiene a su cargo el establecimiento"), el
director de la institución y demás personal (docentes, bibliotecarios, personal administrativo,
etc.).
Pero el titular del colegio, el director y demás personal, responderán si el accionante prueba
un factor subjetivo de responsabilidad, esto es la culpa grave o dolo de esos legitimados
pasivos (1145), y no la mera "culpa" (1146). Por ende, se proyecta cambiar el factor
objetivo de atribución de responsabilidad de los propietarios de establecimientos educativos
por el subjetivo. Creemos que tal vez, coincidiendo con la doctrina y jurisprudencia
mayoritarias, hubiese sido más justo mantener el factor de atribución objetivo para los
titulares de las escuelas, y continuar con el subjetivo para los empleados del colegio (1147),
sino se está colocando en la misma balanza a propietarios de colegios que lucran con esa
actividad y al personal del establecimiento educativo que trabaja bajo las órdenes de los
primeros, cuando, generalmente, tienen que ejercer su actividad con las limitaciones que los
propios titulares imponen (cantidad de alumnos por docentes, elementos para practicar
deportes, espacios físicos, etc.).
Consideramos que esta responsabilidad del Proyecto es extensiva a los titulares de institutos
terciarios y de universidades, pues éstos son perfectamente asimilables a quienes tienen a
su cargo establecimientos educativos.
En cambio, como veremos a continuación, la norma que se proyecta para los daños sufridos
por menores se refiere a la enseñanza primaria y secundaria, esto es al actual régimen del
Polimodal y de la Escuela General Básica.
Por último, cabe señalar que esta norma resultaría inaplicable a los daños producidos por
alumnos a otros estudiantes del mismo colegio, pues esta hipótesis está contemplada en el
art. 1679 del Proyecto de Código Civil.
Como observamos, el art. 1679 proyecta sobre la responsabilidad por los perjuicios sufridos
por el menor: "Responsabilidad por el daño sufrido por el menor. Quienes tienen a su cargo
establecimientos educativos de enseñanza primaria y secundaria responden del daño que
sufren los alumnos menores de edad mientras se hallan en el ámbito de su actividad. A tal
efecto, todos los establecimientos deben constituir y mantener un seguro de responsabilidad
civil, en los términos que determine la reglamentación; ésta preverá asimismo las sanciones
administrativas aplicables en el caso de no ser constituido o mantenido regularmente.
Creemos que estamos frente a una obligación de seguridad a cargo del titular del
establecimiento educativo, ya que no se aparta al titular del colegio y se le agrega la
necesidad de probarle culpa grave o dolo en su actuar para responsabilizarlo, como sí se lo
hace con el director del instituto de formación y demás personal.
"b) Si, además, puede prevenir ese daño de manera más fácil o económica que si lo hace el
damnificado".
Para liberarse de esta obligación de seguridad, el titular del colegio deberá seguir la regla
propuesta por el art. 1669 del Proyecto: "Liberación de la obligación tácita de seguridad.
Salvo disposición legal o estipulación de partes, quien está sujeto a la obligación tácita de
seguridad se libera si prueba haber actuado con diligencia, a cuyo fin debe haber adoptado
las medidas de prevención razonablemente adecuadas", esto es que debe haber actuado en
el evento colocando la diligencia requerida para el supuesto (1151).
También se puede accionar contra el director u otro personal del colegio, pero en la acción se
deberá probar su culpa grave o dolo.
En esta hipótesis también el factor de atribución es subjetivo, pero sin presunción de culpa,
pues debe probársele la culpa grave o dolo de su conducta.
El titular del colegio responde por los daños sufridos por alumnos menores de edad y en el
ámbito de la educación primaria y secundaria, esto es el régimen vigente de la educación
Polimodal y Escuela General Básica, lo que debiera cambiarse por este sistema si entra en
vigencia el Proyecto, por lo que se excluye implícitamente a las colonias de vacaciones,
jardines de infantes, institutos terciarios y universitarios.
El alcance del seguro se deja sujeto a la reglamentación futura que esperamos sea uniforme
en todo el país.
(1139) Sobre la base de una nota a fallo de nuestra autoría intitulada: "Daños causados
entre alumnos. Responsabilidad del Estado por sus escuelas. La temática antes y después de la ley
24830 y en el Proyecto de Código Civil de 1998", publicada en Revista de Responsabilidad Civil y
Seguros La Ley, año I, nro. 3, p. 47. La Comisión redactora del Proyecto de Código Civil (unificado con el
Cód. Com.) centró la parte correspondiente al derecho de daños en el Cap. I, intitulado "Responsabilidad
civil", del Tít. IV, "De otras fuentes de las obligaciones", correspondiente al Libro IV, "De los derechos
personales".
El Cap. I, "Responsabilidad civil" a su vez se encuentra dividido en catorce secciones, las que reúnen 127
artículos, desde el art. 1581 inclusive al art. 1707.
(1140) Los arts. 1678 y 1679 se ubican dentro del parág. 4º, "De los establecimientos
educativos", integrante de la Sección Decimosegunda, "Supuestos especiales de responsabilidad". En
esta sección el parág. 1º se dedica a la responsabilidad de las personas jurídicas (art. 1674), el 2º a la
responsabilidad estatal (arts. 1675 y 1676), el 3º a la responsabilidad de los agentes públicos (art.
1677), el 5º a la responsabilidad de los establecimientos que tienen a su cargo sujetos potencialmente
peligrosos (art. 1680), el 6º a la responsabilidad de los profesionales liberales (arts. 1681 a 1683), y el
7º a los accidentes de la circulación (arts. 1684 a 1686).
(1141) Puede consultarse la temática en ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, Resarcimiento
de Daños, T. IV, "Presupuestos y funciones del derecho de daños", Hammurabi, Buenos Aires, 1999, ps.
677 y ss.; KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída, "La responsabilidad civil de los establecimientos educativos
en Argentina después de la reforma de 1997", LL, 1998-B1047 y ss.; SAMBRIZZI, Eduardo A., "La
responsabilidad de los propietarios de establecimientos educativos en el nuevo art. 1117 del Código
Civil", ED, 176-853 y ss.; ANDRADA, Alejandro D., "Responsabilidad civil de los propietarios de
establecimientos educativos y de los docentes", LL, 1998-E-1242 y ss. Nosotros la hemos estudiado en
SAGARNA, Fernando A., "Ley 24830 : Nuevo régimen de la responsabilidad civil de los propietarios de
establecimientos educativos", JA, 1997-III-936 y ss.; "El legitimado pasivo en la responsabilidad civil de
los docentes en la reforma de la ley 24830 ", DJ, 1998-I-1048 y ss.; "Responsabilidad civil del
propietario de un colegio: Daños causados por una garlopa. Vigencia de la ley 24830", nota a fallo,
LLBA, 1998-831; brevemente en "Responsabilidad civil del establecimiento escolar. Lecciones fuera del
colegio", nota a fallo, LL, 1999-B-141 y en "Daños causados entre alumnos. Responsabilidad del Estado
por sus escuelas. La temática antes y después de la ley 24830 y en el Proyecto de Código Civil de 1998",
Revista de Responsabilidad Civil y Seguros La Ley, año I, nro. 3, ps. 47 y ss.
(1142) El nuevo art. 1114 , Cód. Civ., quedó redactado así: "El padre y la madre son
solidariamente responsables de los daños causados por sus hijos menores que habiten con ellos, sin
perjuicio de la responsabilidad de los hijos si fueran mayores de diez años. En caso de que los padres no
convivan, será responsable el que ejerza la tenencia del menor, salvo que al producirse el evento dañoso
el hijo estuviese al cuidado del otro progenitor.
"Lo establecido sobre los padres rige respecto de los tutores y curadores, por los hechos de las personas
que están a su cargo" (este último párrafo fue el que anexó la ley 24830 ).
(1143) Los daños causados por alumnos a docentes no son ajenos al ámbito escolar
estatal, en donde la cantidad de alumnos es cada vez mayor respecto de la capacidad de nuestras
escuelas públicas. Docentes a cargo de más de cuarenta alumnos en una clase, recreos escolares con
cientos o hasta miles de párvulos corriendo de un lugar a otro, número reducido de celadores que deben
vigilar dos o más aulas al mismo tiempo, etc., son algunos de los más leves problemas que nuestras
escuelas deben soportar día a día. Esta circunstancia debe cambiar a fin de devolver a la escuela pública
el sitio de "institución" que ocupó por décadas. Hasta ahora la educación es la gran materia pendiente.
(1144) El actual art. 1117 , Cód. Civ., prescribe sobre la responsabilidad por los "daños
causados o sufridos por sus alumnos menores".
(1145) El art. 1604 expresa: "Apreciación de la diligencia. Para la apreciación de la
diligencia se aplican las siguientes reglas:
"...c) La falta extrema de diligencia configura culpa grave, que es asimilada al dolo".
Es el art. 1605 el que define el dolo: "Dolo. El dolo, como factor de atribución de responsabilidad,
consiste en el incumplimiento deliberado y de mala fe del deber jurídico, o de la obligación, según sea el
caso.
"El autor doloso también responde en los casos en que la responsabilidad es atribuida en razón de la
culpa".
(1146) El art. 1603 dice respecto de la culpa: "Culpa. La culpa consiste en la omisión de la
diligencia exigible en atención a la naturaleza del deber jurídico, o de la obligación, según sea el caso, y
conforme a las circunstancias de personas, de tiempo y de lugar".
(1147) En la actualidad, si se acciona contra el director del colegio, el profesor, el
maestro, el celador, el bibliotecario, el personal administrativo, etc., se debe probar la "culpa" en los
términos del art. 1109 , Cód. Civ. en base a los parámetros del art. 512 de ese cuerpo orgánico.
(1148) Al respecto el art. 1654 propone: "Mancomunación. En caso de transgresión del
deber general de no dañar:
"...b) Si varias personas son responsables del daño, pero en razón de causas distintas, se aplican las
reglas de las obligaciones concurrentes...".
(1149) SAGARNA, F. A., "Daños causados...", cit., p. 52.
(1150) Hoy se puede demandar al propietario del colegio en función del art. 1117
reformado por la ley 24830 , y éste podrá eximirse con la prueba del caso fortuito, cuestión que en la
práctica resultará suficientemente extraordinaria como para liberar al titular de la escuela de
responsabilidad, y también podrá accionarse contra aquél por el hecho del dependiente, lo que le
impedirá la demostración, como decimos en el texto, de causa ajena alguna.
(1151) Respecto de la adopción de medidas de prevención razonablemente adecuadas
cabe interpretarlas atendiendo a cada caso en particular (circunstancias de persona, tiempo y lugar).
Así, verbigracia, no son las mismas exigencias para un colegio que se dedica a instruir a menores con
discapacidades que aquel al que concurren los estudiantes que no tienen inconvenientes para el
desarrollo de actividades.
(1152) Compulsar el art. 1654, inc. b), del Proyecto de Código Civil.
LA OPCIÓN POR EL DERECHO COMÚN DE LA LEY DE RIESGOS DEL TRABAJO
Y EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL - RICARDO C. BEATI
Durante casi ochenta años la reparación de infortunios laborales (1153) se caracterizó por
darle la alternativa a la víctima o a sus causahabientes de obtener la indemnización tarifada
de la ley especial o de intentar la reparación plena del derecho común.
Así, la ley 9688 que rigió desde 1915 (1154), consagró dicha metodología disponiendo en su
art. 17 lo siguiente: "Los obreros y empleados a los que se refiere esta ley, podrán optar
entre la acción de indemnización especial que les confiere la misma, o las que pudieran
corresponder según el derecho común, por causa de dolo o negligencia del patrón. Sin
embargo, ambas son excluyentes, y la iniciación de una de ellas o la percepción de cualquier
valor por su concepto, importa la renuncia ipso facto de los derechos que en ejercicio de la
otra pudieren corresponderle".
Evidentemente, el sistema estaba bien compensado. Si se optaba por la acción especial sólo
era necesario acreditar que el siniestro se había producido en hecho y ocasión del trabajo
pero la indemnización era acotada. En cambio, si se pretendía una reparación más completa,
se podía acudir al derecho común pero había que hacer frente a las pruebas y presunciones
de las normas aplicables del Código Civil. Es dable destacar que el plenario 168 de la Cámara
Nacional de Apelaciones del Trabajo en autos "Alegre, Cornelio c/ Manufactura Algodonera
Argentina S. A." había fijado la siguiente doctrina: "En caso de haberse optado por la acción
del derecho común a que se refiere el art. 17 de la ley 9688 es aplicable el art. 1113 del
Código Civil, modificado por la ley 17711 ". Se afirmó que el trabajador no podía quedar en
peor condición que el resto de los ciudadanos, que el espíritu del legislador de 1915 era
incorporar todos los beneficios del sistema reparatorio del derecho común y que no era
admisible que el contrato de trabajo alivie la responsabilidad por riesgo.
Otra diferencia importante entre uno y otro sistema se notaba en materia de privilegios. En
efecto, la indemnización por la ley especial gozaba de un privilegio especial sobre los bienes
del empleador, que fue precisamente previsto por el art. 268 de la Ley de Contrato de
Trabajo. En cambio, en la reparación civil del accidente no se cuenta con privilegio alguno,
ya que el Código Civil no se refiere a ello en el título destinado a dicho instituto ni en el que
se tratan las obligaciones que emanan de los hechos ilícitos (1155).
Obviamente, había supuestos en los cuales no era posible ejercer la opción como el caso de
los accidentes ocurridos en el trayecto desde la casa del trabajador al empleo y viceversa,
amparados expresamente por la ley especial pero ajenos a la responsabilidad civil del
principal. Así, se llegó a interpretar que aun iniciada por error una acción basada en el
derecho común por un accidente in itinere no era posible retomar el reclamo por la ley
especial (1156).
Como surge con toda nitidez de la norma transcripta, la opción era excluyente, por lo que la
elección de una vía fulminaba la posibilidad de hacerlo por la otra, salvo contadas
excepciones como en aquellos casos en que la víctima o sus familiares habían tenido que
aceptar sumas a título de salarios y de conformidad con lo establecido por el art. 8º de la ley
9688 por la imperiosa necesidad de solventar su subsistencia y no por el ejercicio de un acto
libre de su voluntad (1157).
Al ser derogado ese sistema por la ley 24028 (1159) se mantuvo la misma filosofía, puesto
que la primera parte del art. 16 reprodujo casi textualmente el contenido del 17 de la ley
9688 .
Sin embargo, para evitar la indebida traspolación de los principios protectores del derecho
del trabajo de la ley especial -y en general de toda normativa laboral (1160) - cuando el
accionante optaba por la reparación del derecho común, realizó el siguiente agregado: "Para
las acciones de derecho civil se aplicará la legislación de fondo, de forma y los principios
correspondientes al derecho civil con excepción de lo dispuesto en los arts. 13 y 17 de esta
ley. En la Capital Federal será competente la justicia civil" (1161).
Así, en el ámbito nacional, la competencia de las acciones fundadas en el derecho común fue
transferida a la justicia civil y con ello las normas rituales dejaron de ser las previstas por la
ley 18345 para aplicarse el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación.
En definitiva, la ley 24028 recogió la experiencia de muchos años y con los cambios que
imponía la última década del siglo había instaurado un sistema moderado e igualitario para
trabajadores, empresarios y compañías de seguro. Pero por diversos intereses -que no
fueron precisamente los de los trabajadores- fue dejada sin efecto a partir del 1º de julio de
1996 por la ley 24557 (1162). Quedó de esa forma truncado un sistema que, con los
aciertos y defectos de cualquier instituto, había estado vigente desde los albores del siglo.
La Ley de Riesgos del Trabajo (en adelante LRT) cambió radicalmente toda la tradición
vigente en materia de infortunios laborales. Así, definió el accidente de trabajo como
"acontecimiento súbito y violento producido en hecho y ocasión del trabajo" (1163) no por
una pulcritud técnica sino para evitar que siniestros producidos paulatinamente como, por
ejemplo, lesiones causadas por microtraumatismos, no tuvieran cabida. Se creó en materia
de enfermedades profesionales un sistema cerrado y excluyente, lo cual significa que por
más que se acredite que la dolencia tiene relación causal con el trabajo si no figura en la
tabla o baremo pertinente, no es resarcible. Además, salvo en un supuesto, se cambió la
indemnización pecuniaria por rentas periódicas que en la mayoría de los casos no satisfacen
las necesidades de un trabajador accidentado.
Evidentemente, esta directiva no es otra cosa que una simple excusa para sostener que aún
está vigente la posibilidad de accionar por el derecho común, habida cuenta de que en la
práctica es poco probable que pueda llegar a configurarse -y menos aun probarse- una
maquinación del empresario ejecutada a sabiendas o con intención de dañar al trabajador.
Es decir que, en lugar de liquidar de plano dicha posibilidad, se pensó en una alternativa de
muy difícil ocurrencia para mantener, aunque más no sea teóricamente, la opción por el
derecho común.
Esto que parece razonable, terminó desnaturalizándose mediante la sanción del decreto
491/97, art. 12 , párrafo segundo (1165) habida cuenta de que estableció: "No se
considerará tercero a los fines de las acciones previstas en los apartados 4º y 5º del art. 183
que se reglamenta, al empresario principal que ceda total o parcialmente, o que contrate o
subcontrate, trabajos o servicios dentro o fuera del establecimiento habilitado a su nombre".
Esto significa que para el empleado que se desempeñe para un subcontratista, cesionario,
etcétera, el principal comitente, la usuaria o cedente no se convierten en terceros en los
términos de los apartados 4º y 5º de la LRT. Por lo tanto, están eximidos de la
responsabilidad civil en los términos del primer apartado del art. 39 de la norma en
cuestión. Evidentemente, se trata de otro exceso reglamentario por parte del Poder Ejecutivo
nacional que pretende modificar el alcance de una norma legal para terminar convirtiéndola
en letra muerta (1166).
Como es sabido, el art. 1072 del Código de Vélez Sarsfield define al dolo como "el acto ilícito
ejecutado a sabiendas y con intención de dañar la persona o los derechos de otro".
A esta altura es evidente que la referencia precisa a esa norma que contiene el art. 39 ,
apartado 1º de la LRT no ha sido un desliz del legislador sino la intención expresa de evitar
que a través de interpretaciones con debido sustento se amplíe el sentido de ella y se
consiguiera la fuga al sistema del derecho común.
En efecto, a tenor de ello, el empleador que, por ejemplo, por una irresponsabilidad extrema
dejó sin mantenimiento a una caldera que luego explotó lesionando a los trabajadores del
establecimiento podría responder por el derecho común bajo la figura de dolo por omisión
previsto por el art. 1074 del Código Civil.
Indudablemente, el sistema es cerrado y excluyente hasta para los diversos institutos que
contiene la legislación común, lo cual causa una discriminación entre trabajadores y no
trabajadores difícil de aceptar en una comunidad que se precie de organizada.
El Proyecto en su art. 1605 define al dolo como "el incumplimiento deliberado y de mala fe
del deber jurídico o de la obligación según sea el caso". En el segundo párrafo se aclara que:
"El autor doloso también responde en los casos en que la responsabilidad es atribuida en
razón de la culpa".
Así, el dolo deja de ser la "intención de dañar" y se convierte en un "incumplimiento
deliberado". Entendemos que este cambio de conceptualización puede influir en la reparación
de infortunios, siempre que la remisión de la LRT apunte a esa norma, conforme se
desarrolla en el apartado siguiente.
V. ALTERNATIVAS POSIBLES
La primera y más contundente sería la derogación lisa y llana de todo el sistema creado por
la ley 24557 y la restauración de un sistema de prevención y reparación basado en la
filosofía de las leyes que rigieron en la materia, recogiendo los avances en la materia del
derecho comparado. Frente al contenido del Proyecto de Código Civil en el cual aparecen
instituciones actualizadas y otras nuevas, pero en ambos casos acordes con las necesidades
del inicio del milenio que se avecina, la LRT aparece retrógrada y fuera de todo contexto
jurídico.
Si bien el Proyecto mantiene la subsistencia de los estatutos especiales como la LRT, entre
los dos ordenamientos va a existir una difícil convivencia puesto que el criterio progresista y
solidario del primero es precisamente la antítesis del sistema de riesgos del trabajo
instaurado por la ley 24557 . Además, conforme se ha sostenido, el Proyecto se adecua a la
idea de que función social significa tutela de los débiles, habida cuenta de la fuerte
protección y resguardo que éstos encuentran en el mismo (1167) cosa que no sucede en la
LRT.
Si bien ese proceder no sería el ideal por el resto del contenido de la LRT, por lo menos los
trabajadores y causahabientes tendrían más chances de acceder a la reparación plena del
derecho común.
Si, en cambio, dado el contenido del art. 1605 del Proyecto, el art. 39 se orienta hacia otra
norma o concepto, en todos los casos debería hacerlo por un instituto que permita que los
habitantes tengan igualdad de condiciones frente al siniestro o la enfermedad causada por el
trabajo, omitiendo la configuración de supuestos difíciles o imposibles para poder acceder al
régimen de reparación del derecho común.
Sobre el particular, debemos recordar que si bien los objetivos proclamados por la LRT
fueron la prevención de riesgos y daños derivados del trabajo y la reparación del accidente y
la enfermedad profesional (1169) realmente lo único que se buscó fue reducir costos a
través de un sistema cerrado y excluyente.
Por ello si la preocupación era el alto monto de las indemnizaciones que podían obtener los
damnificados o sus familiares en los casos de responsabilidad por siniestros producidos por el
riesgo o vicio de la cosa, el Proyecto de Código Civil recompone la situación y evita los
excesos a través de sentencias desmesuradas.
En efecto, el art. 1634 dispone: "Límite cuantitativo en algunos casos de responsabilidad
objetiva. En los casos previstos por los arts. 1662, 1663 y 1665, la reparación del daño
queda limitada a la cantidad de trescientos mil pesos ($ 300.000) por cada damnificado
directo, que se reduce proporcionalmente si hay liberación parcial conforme al art. 1666.
"Si el damnificado directo sufre una gran discapacidad el tribunal puede aumentar el máximo
indemnizatorio hasta el triple.
"Las disposiciones de este artículo dejan a salvo lo establecido por la legislación especial".
El Proyecto asume que toda la reparación del daño sufrido por la víctima es jurídicamente
imposible, porque el sistema sujeta esa reparación a una larga serie de restricciones, de las
cuales resulta especialmente significativa la que capta únicamente el daño previsible, con el
eje de la causalidad adecuada. Lo ideal que puede ser obtenido es, pues, la reparación del
daño, hasta el máximo que permite el derecho. Por ello articula -como corresponde- la
limitación cuantitativa de responsabilidad con el seguro y mecanismos de pronto pago
(1170).
Siendo así, frente al sistema indemnizatorio que propicia la reforma, las banderas referentes
a los montos de condena siderales causados por la denominada "industria del juicio" -
esgrimida entre otras para instaurar el régimen de la ley 24557 - empiezan a perder
sustento.
Por otra parte, en el sistema de la LRT el deber de prevención que se dice exaltar en los
hechos no tiene incentivo alguno para ser cumplido puesto que el empleador sabe de
antemano que aunque no haga nada por prevenir el daño, no tendrá responsabilidad
personal alguna y, para peor, sabe también que puede incurrir en cuanta negligencia o
imprudencia convenga a sus intereses, porque sólo si daña al empleado con intención nociva
podrá quedar sujeto a una reparación plena (1171).
En cambio, desde la óptica del Proyecto, el empresario va a estar constreñido a cumplir con
todas las normas vigentes en materia de seguridad e higiene del trabajo puesto que en caso
contrario no va a poder prevalerse del tope cuantitativo fijado por la norma en análisis. Ésa
es la mejor prevención para evitar infortunios laborales puesto que sin la coerción de la ley,
con sanciones acordes a los incumplimientos, pocos van a realizar las inversiones necesarias
para evitar la proliferación de infortunios laborales.
Por ello hemos criticado que la LRT enarbole como objetivo "reducir la siniestralidad laboral a
través de la prevención de riesgos derivados del trabajo" y luego, a través de un
denominado Plan de Mejoramiento, se exima al empleador por el plazo de hasta veinticuatro
meses de las sanciones fijadas por distintas normas por incumplimientos a la normativa de
higiene y seguridad en el trabajo (1172).
VI. CONCLUSIÓN
Lo expuesto ha dejado en evidencia que la Ley de Riesgos del Trabajo y sus innumerables
normas aclaratorias y reglamentarias (1173) lejos de cumplir con los objetivos que proclama
ha intentado trastrocar diversos institutos jurídicos con el fin de reducir costos (1174).
La remisión precisa al art. 1072 como única opción para acceder a la reparación plena del
infortunio o la conceptualización decidida en materia de terceros por el art. 12 del decreto
491/97 para liberar de responsabilidad civil al empleador, demuestra que no se ha tenido
reparo de ninguna especie para el logro de dicho fin.
Por ello, frente al Proyecto de Código Civil, lo relacionado con los infortunios laborales tiene
que adecuarse a su contenido. Y ello se logra modificando todas las normas que confronten
con ese sistema o, lo que sería el ideal, dictando una nueva norma que armonice sus
disposiciones con aquél, sin exclusiones de ninguna naturaleza y que reparta de una manera
equitativa los derechos y las obligaciones de los empleadores y sus dependientes. Sólo de
esa manera se alcanza la tan pregonada justicia social.
I. NOCIÓN
El patrimonio de las personas, nos dice Trigo Represas, está sometido a continuas
mutaciones, por efecto de los distintos medios legales de adquirir derechos y contraer
obligaciones. Ahora bien, mientras tales variaciones tienen un antecedente (causa) jurídico
lícito, la ley las autoriza y determina las consecuencias legales inherentes a cada una de
ellas. Pero puede suceder que un desplazamiento patrimonial verificado externamente de
conformidad con el derecho, carezca, sin embargo, de una "causa jurídica", o sea de una de
las "fuentes" obligacionales mencionadas en el art. 499 del Código Civil; entonces se
produce un "enriquecimiento sin causa" en beneficio de una persona y el correlativo
empobrecimiento de otra. El orden jurídico no evita que esto ocurra, pero en cambio da los
medios para impedir que ese status se consolide definitivamente, estableciendo un deber
jurídico de restitución a cargo del enriquecido y acordando al empobrecido una acción o
pretensión restitutoria para procurar el restablecimiento del equilibrio patrimonial alterado
sin causa, mediante un nuevo emplazamiento de sentido inverso: la denominada actio de in
rem verso. Indicando, que éste es, cabalmente, el concepto del enriquecimiento sin causa,
fórmula abreviada que envuelve la idea de: "el daño de un acervo y el correlativo aumento
de otro" (1176).
Esta caracterización del enriquecimiento sin causa la entiendo acertada por tres razones: la
primera, porque con tal formulación precisamos su campo de aplicación con criterio práctico,
resolviendo el tema, aunque parezca paradojal, con criterio amplio, al señalar los casos en
que la acción puede intentarse con éxito; la segunda, porque no se ha limitado con tal
fórmula el enriquecimiento objeto de la acción restitutoria, teniéndose presente la relación
ceñida que existe entre esta figura y la de la repetición de lo indebido; y, la tercera, porque
al codificarse la regla dejamos de lado otra discusión inconclusa, la de considerarse a la
prohibición de enriquecimiento un principio general del Derecho.
II. ANTECEDENTES
En general, cualquier trabajo -nos dice Manuel de la Cámara Álvarez- nacional o extranjero,
sobre el enriquecimiento sin causa suele invocar el conocido fragmento del Digesto (D., 50,
17, 206), atribuido a Pomponio: Ex iure naturae aequum est nemine cum alterius detrimento
aut iniuria fieri locuple tiorem (Por Derecho Natural es equitativo que ninguno se haga más
rico a costa de otro con injuria) y, al propio tiempo, se enlazan los orígenes del
enriquecimiento sin causa con el nacimiento y evolución de la condictio (1178).
En cuanto al valor del fragmento de Pomponio -nos dice el referido autor- mientras algunos
romanistas como Cuq no le atribuyen ningún significado especial, otros, como Árias Ramos,
estiman que dicho fragmento, en unión con otros, constituye un intento de la jurisprudencia
clásica que se propone encontrar un fundamento técnico a la doctrina del enriquecimiento sin
causa que, en forma fragmentaria, comenzaba a perfilarse.
Pero por lo que hace a la condictio, todo el mundo coincide en que los orígenes de esta
acción son oscuros. Incluso se subraya por algunos que si bien la historia del enriquecimiento
sin causa aparece ligada a la de la condictio, esta vinculación es relativa. "Las esferas de
aplicación de la condictio y del enriquecimiento sin causa -ha escrito Gerota- se tocan y muy
a menudo se confunden, pero no son perfectamente concéntricos". De una parte, la condictio
no es la sola sanción de nuestro principio (el del enriquecimiento sin causa); de otra, no
todas las condiciones sancionan invariablemente un enriquecimiento injusto. También Árias
Ramos subraya que la historia del enriquecimiento sin causa como fuente generadora de
obligaciones no es exactamente la historia de la condictio.
Aun con estas salvedades -comparto- no hay duda de que enriquecimiento sin causa y
condictio son nociones estrechamente unidas; todavía hoy llamamos condictio a la acción
cuyo objeto es corregir los efectos del enriquecimiento sin causa (1179).
Aunque, no obstante, es dable tener presente que las condictios no fueron el único medio
reconocido por el Derecho Romano para combatir el enriquecimiento sin causa. Dado que
entre otros pueden mencionarse los siguientes: a) la in integrum restitutio, acordada al
menor de 25 años y al ausente por cuenta del Estado, a fin de borrar los efectos de una
usucapión operada en su contra; b) la acción rerum anotarum, que se daba a la mujer
culpable de haber malversado los bienes de su esposo; c) la reivindicación por fórmula
petitoria, que tenía la ventaja de posibilitar al juez el examen de todas las relaciones
existentes entre las partes; d) la acción pauliana útil contra el tercero adquirente de buena
fe, cuando mediaba perjuicio para los acreedores, y otras acciones útiles e infortum; e) un
buen número de exceptios, como las de dolo, violencia, etcétera, que asimismo se
fundamentaban en razones de equidad; y f) por último, la acción de peculio e in rem verso,
que pese a no haber tenido mayor trascendencia, es la que proveyó la denominación actual
de este instituto del enriquecimiento sin causa, que precisamente confiere al perjudicado la
acción conocida como de in rem verso. Sólo a título informativo, analizaremos someramente
esta acción del Derecho Romano; la misma se daba contra el pater familias, hasta la
concurrencia del provecho por él obtenido por un acto emanado de un individuo que se
encontraba bajo su potestas; pero ella podía dirigirse contra el peculio particular de la
persona sujeta a potestad y entonces funcionaba como acción de peculio, o directamente
contra el patrimonio del pater familias, en cuyo caso se trataba propiamente de la actio de in
rem verso (1180).
Sin perjuicio de ello digamos que el enriquecimiento sin causa tiene su origen en la figura
romana de la condictio, derecho éste, el Romano, donde se admitieron diversos tipos de
condictio, entre las que destacan la condictio causa daba non secuta o condictio ob causam
datorum; la condictio indebiti; la condictio obturpam vel injustam causam y la creada por
Justiniano para cuando no era posible incluir el caso en alguna de las anteriores, la condictio
sine causa, que también otorgaba acción de enriquecimiento.
El Código de las Obligaciones suizo, siguiendo el ejemplo del alemán, se expresa en el art.
62 de una manera semejante: "El que sin causa legítima se enriquece a costa de otro está
obligado a la restitución. La restitución se debe, en particular, de aquello que se ha recibido
sin causa válida, en virtud de una causa que no se ha realizado o de una causa que ha
dejado de existir".
También el Código Civil italiano de 1942, en su art. 2041, ha recogido con carácter general la
acción de enriquecimiento atribuyéndole carácter subsidiario, es decir, admitiéndola sólo
cuando el interesado no disponga de otro medio para lograr su interés.
Creo que es tiempo, ante lo referido y los años transcurridos, que este Proyecto no sólo por
incorporar esta figura, como sus antecesores, sino por su adecuación a los cambios sociales
debe hacerse realidad. De lo contrario dejaríamos pudrir un fruto que no se da por
estaciones sino que, por nutrirse de las generaciones de juristas que nos precedieron y de
los actuales, es ocasional, surge cuando es necesario regular modernamente las relaciones
sociales. Tal vez sea hora de pensar no como Cicerón en su oración fúnebre que aquí quienes
pretenden reformar el Código Civil -aquél hablaba de la Constitución- quieren aniquilarlo. Es
tiempo de reflexionar que nuestras verdades por personales son parciales y que para que
resulten justas deben volcarse nuestros esfuerzos de entender lo necesario, a su
mejoramiento y no a su destrucción. En definitiva se puede decir que ésta también es una
cruzada que exhibe y nos va a permitir conocer las fuerzas de todos para poder ser justos y
solidarios. Allí debe estar nuestra voluntad.
III. REQUISITOS
El Proyecto nos indica en su art. 1722, los requisitos necesarios para el ejercicio de la acción
de restitución por parte del empobrecido. Ellos son: a) el enriquecimiento es susceptible de
apreciación pecuniaria, puede provenir de la obtención de una ventaja, o de la evitación de
un perjuicio; b) el enriquecimiento se produce sin causa jurídica que lo justifique; y, c) hay
un empobrecimiento, causado por ese enriquecimiento.
Frente a ello digamos que prima facie surge una suerte de acatamiento de los requisitos que
tanto la doctrina como la jurisprudencia hasta ahora consideró relevantes para la
procedencia de la acción de restitución, éstos son: enriquecimiento del demandado;
empobrecimiento del accionante; relación causal entre el enriquecimiento y el
empobrecimiento; ausencia de causa que justifique el desplazamiento patrimonial; y,
carencia de toda otra acción.
Pero a poco que veamos que por el art. 1723 del mismo cuerpo legal se regula cuando no
procede la acción estableciendo los casos legales, con lo cual el carácter subsidiario de la
acción in rem verso es tratado independientemente y, que la falta de señalamiento expreso
del requisito de la relación causal entre el enriquecimiento y el empobrecimiento, se
encuentra subsumido en el apartado c) del artículo primeramente referido, entiendo que el
mismo respeta las cinco condiciones que en general sostiene nuestra doctrina y que se
plasmaron en la recomendación que sobre este tema se efectuara en el IV Congreso Nacional
de Derecho Civil celebrado en Córdoba, cuando, en cuanto a la interpretación del derecho
vigente, debe declararse: "...b) que no procede invocar el enriquecimiento sin causa cuando
la ley otorga al empobrecido otros medios para ser indemnizado, niega la acción de
restitución o atribuye otros efectos al enriquecimiento; c) que son requisitos indispensables
para el ejercicio de la acción por restitución: I) un enriquecimiento del demandado; II) un
empobrecimiento del actor; III) la correlación entre el empobrecimiento y el
enriquecimiento; IV) la falta de una causa lícita que justifique ese enriquecimiento" (1182).
a) Noción
En este sentido vemos que el Proyecto recoge lo que nuestra jurisprudencia ha sostenido
sobre el punto, que si bien el enriquecimiento se opera generalmente por una transferencia
real o material de valores, no es indispensable que ocurra así, bastando con que se traduzca
en una ventaja susceptible de apreciación pecuniaria (1186).
El mismo debe ser actual, en el sentido de que debe existir al momento de promoverse la
acción in rem verso; lo cual es lógico, como afirman Cazeaux y Trigo Represas, con apoyo en
Rezzónico, De Gásperi-Morello, Torino, Salvat-Acuña Anzorena, Baudry-Lacantinerie y Barde,
Demogue, Laurent, Planiol-Ripert, Gerota, Núñez Lagos, Messineo, Mazeaud, Marti, por
cuanto si la finalidad perseguida con la misma es el restablecimiento del equilibrio roto entre
dos patrimonios, una vez que el provecho o beneficio ha desaparecido por cualquier motivo
que sea, se diluye el fundamento mismo de la acción.
El enriquecimiento puede darse: a) por hecho del propio enriquecido; b) por hecho del
empobrecido; c) por hecho de un tercero; d) por un hecho natural.
Tales vías, aceptadas por la mayoría de nuestros autores, también se hallan corporizadas en
el Proyecto. La primera en su art. 1656, cuando refiere: "quien, sin ser responsable del daño,
recibe provecho a causa de él, está obligado conforme a las reglas del enriquecimiento sin
causa" y también en su art. 1902, donde se precisa: "Si el dueño de un inmueble construye,
siembra o planta con materiales ajenos, los adquiere, pero debe su valor...". La segunda, en
el art. 1718 referido al empleo útil y en los supuestos de pago indebido. La tercera, existe
cuando tanto el empobrecido como el enriquecido son ajenos al hecho del reconocimiento,
circunstancia que puede llegar a darse en caso de construcción, siembra o plantación
realizada por un tercero (art. 1902, 2do. párr.). Mientras que la cuarta, referida a que el
enriquecimiento sin causa puede operarse por hechos naturales o accidentales, que
comportan ventajas o provechos para un patrimonio en desmedro de otro, no encuentra
cabida en el Proyecto porque su art. 1898 referido a la accesión de inmuebles sin que medie
hecho del hombre, no señala que la cosa nueva pertenece al dueño que tenía mayor valor
económico al tiempo de la accesión, agregando que si es imposible determinar qué cosa
tenía mayor valor se constituye un condominio por ministerio de la ley y, porque tampoco su
art. 1899 lo considera, resolviendo estas cuestiones de manera más práctica. Ejemplos de
esta vía de enriquecimiento en nuestro Código Civil, la encontramos en los arts. 2583 , 2594
y 2600 siguientes y concordantes.
2. El enriquecimiento se produce sin causa jurídica que lo justifique
Para una tendencia -Tábraga, Gerota, Martín de Mundo, Neppi, Núñez Lagos, Rovast y
Torino- la palabra "causa" del enriquecimiento corresponde a la "causa fin" o finalidad del
agente que realizó el acto producto de la situación de enriquecimiento; o bien se identifica
con la télesis de la ley al convalidar un desplazamiento patrimonial surgido de determinados
hechos. Ergo, el enriquecimiento sería "sin causa" en todo lo que exceda de esas finalidades
perseguidas por el agente o por la norma legal.
Este criterio -al que me sumo- entiendo que no desaparece en el Proyecto, dado que al
regular sobre los hechos jurídicos (arts. 247 y ss.), sobre la causa de los actos jurídicos
(arts. 253 y ss.) y sobre las fuentes obligacionales (arts. 672/674), frente a una acción de in
rem verso, corresponderá apreciar a título de presupuesto si el hecho económico, la
atribución patrimonial o desplazamiento de valores, tiene o no causa, y, si la tiene, la
pretensión de rectificar tal fenómeno económico resultará improcedente (1190).
Corresponde, sin embargo, agregar que en este Proyecto no se aludió a la ausencia de "justa
causa" como lo hacía el Proyecto de Reformas de la Comisión Federal, ya que aquí como
vimos se habla de enriquecimiento "sin causa". Encuentro atinada tal circunstancia porque
con aquélla, como enseña Díez-Picazo, se trata de proscribir aquellos enriquecimientos que
se consideran injustos o, si se prefiere, de impedir su producción. Se buscaría, de este modo,
según una expresión feliz de G. Ripert, la implantación de una regla moral en la vida jurídica
civil; de llevar a cabo una valoración ética de los resultados de las operaciones jurídicas y de
proceder en consecuencia. Mientras que con la actual, con mejor o peor fortuna, según las
ocasiones, se trata de dibujar una figura institucional de carácter concreto, perfilada por la
hipótesis de concurrencia de unos requisitos y configurada por la producción de unos
determinados efectos (1191).
IV. FUNDAMENTO
La doctrina nos acerca distintas razones por las cuales la ley impone la obligación de
restituir.
1) La tesis tradicional -al decir de Llambías- mantiene su lozanía: la razón reside en una
exigencia de equidad, como ya lo señalaba Pomponio, en el Digesto. "Es justo por Derecho
Natural que nadie se haga más rico con detrimento e injuria de otro" (1194). A esta
conclusión, válida para cualquier institución en el Derecho ha llegado la Corte de Casación
Francesa (1195). Sin embargo, se ha sostenido que la tesis. moralista, no significa otra cosa
que decir vagamente que el Derecho debe realizar la justicia o impedir las injusticias o,
cuando menos, algunas formas de injusticia (1196).
3) Hecho ilícito involuntario. Esta teoría pertenece a Planiol, para quien el enriquecimiento
sin causa "pertenece a la familia de las acciones nacidas de los actos ilícitos". "Sin duda -dice
en otro pasaje- el acto inicial que ha procurado el enriquecimiento no es ilícito en sí mismo;
será el hecho de haber pagado lo que no se debía, de haber construido sobre un terreno del
cual no es propietario, u otro análogo. Pero no es ese acto lo que hace nacer la obligación,
pues no es su autor quien se encuentra obligado y es necesario que el hecho productivo de
la obligación se realice en la persona del deudor, a falta de la cual su obligación sería sin
causa. Así, cuando se considera la persona obligada no se percibe otra causa de deber que la
posesión de un enriquecimiento obtenido sin causa a expensas de otro. Semejante
enriquecimiento es, por su definición misma, un hecho ilícito, puesto que es sin causa; no le
sería permitido a quien lo posee pretender conservarlo; su obligación tiene por causa un
estado de hecho contrario al derecho. He ahí a los cuasi-contratos, que la clasificación usual
asimila desacertadamente a los contratos, transferidos de alguna manera al otro polo del
derecho y anexados a la categoría de los hechos ilícitos: son los hechos ilícitos involuntarios"
(1198). Enfoque calificado de inconvincente por Llambías, por juntar dos calificaciones
contradictorias como son la ilicitud y la involuntariedad (1199).
4) Teoría del provecho creado. La misma fue señalada por Ripert y Teisseire como la
contrapartida de la del riesgo creado, por la cual toda persona tendrá derecho a reclamar o
exigir para sí, las consecuencias útiles o ventajosas de su obra (1200).
6) Inercia jurídica y moral social. Para Llambías el fundamento de la acción debe ser
analizada desde el ángulo estrictamente jurídico y desde el prisma de la filosofía social.
Desde el primero, la solución la brindaría, en esta concepción, el principio de inercia jurídica;
desde el segundo, la penetración de la moral social en el derecho positivo haría viable la
incorporación de la fórmula (1203).
7) Cumplimiento de los valores morales. Esta última posición que adoptó Ripert al sostener
la implantación de una regla moral en la vida jurídica civil consiste en llevar a cabo una
valoración ética de los resultados de las operaciones jurídicas y de proceder en consecuencia.
Ahora, como se ha referido, esta tesis encontrará mayores simpatías entre los partidarios de
una práctica jurídica sin matices, realizada por el cauce de alegaciones más o menos fáciles.
Todo abogado, carente de otra ocurrencia, invocará casi seguro el enriquecimiento injusto,
porque a partir de esta idea podrá defender la justicia de su causa, sin el corsé de normas y
preceptos jurídicos concretos. La mirarán con simpatía también los partidarios de un derecho
judicial, que por la vía de cláusulas generales con un amplio margen de apertura, permita
decisiones justas de casos concretos sin ofrecer una fundamentación jurídica perfilada
(1204). Cuestiones todas que de desvincularse de normas y precedentes atentarán contra la
seguridad jurídica.
El art. 1723 del Proyecto nos señala que la acción de restitución no procede, si la ley: a)
deniega la acción; b) atribuye otros efectos al enriquecimiento; y c) permite al empobrecido
ejercer otra acción. Ante ello, vemos que con lo expuesto, los autores del Proyecto han
receptado la postura unánime de nuestra doctrina y jurisprudencia, puesto que al señalar
que el instituto del enriquecimiento sin causa va a funcionar, en tanto y en cuanto no se den
los supuestos que el dispositivo legal anuncia, nos está diciendo que aquél funciona
subsidiariamente.
En la doctrina española, los pareceres andan divididos. A favor del carácter subsidiario de la
acción se citan las opiniones de Núñez Lagos y de Hernández Gil. En contra de la
subsidiariedad se ha pronunciado abiertamente Álvarez Caferopichi y más matizadamente
Lacruz Berdejo (1207).
Es dable, por su parte tener presente también que el Proyecto recoge en esta norma los
requisitos recomendados en el IV Congreso Nacional de Derecho Civil realizado en Córdoba
en el año 1969, ya que allí fue declarado: Debe establecerse la subsidiariedad de la acción:
"no procede la acción por restitución cuando la ley otorga al empobrecido otro medio para
ser indemnizado, niega la acción o atribuye otros efectos al reconocimiento", siguiendo a su
vez lo establecido en el art. 474 del Código Civil portugués.
Sin embargo, modernamente ha aparecido un movimiento que procura revisar este criterio -
nos indica Trigo Represas-, sosteniendo que no existe ningún precepto legal que excluya la
acción in rem verso cuando el actor tiene otra vía legal para hacer valer su derecho, y que
además no existe lógica en negar al empobrecido la elección del medio jurídico por el cual
habrá de ejercitar sus pretensiones accionables. Pero al que el mismo autor contesta -con
criterio que compartimos- que tal tesis no puede rebatir el argumento de subsidiariedad de la
misma, porque de rechazarse el mismo, se podría trastornar el orden jurídico al modificarse
soluciones específicamente previstas y resueltas por éste, tal como es el caso de la
prescripción o de la cosa juzgada (1208).
VI. EFECTOS
El Proyecto nos señala que la restitución procede: a) respecto del bien determinado que el
enriquecido incorporó a su patrimonio, si todavía se halla en su poder; b) en su defecto, en
la medida del beneficio, y no más allá del perjuicio (art. 1724).
Dentro de este acápite encontramos que el enriquecimiento sin causa genera una acción de
restitución o reintegro a favor del empobrecido y contra el enriquecido injustamente. Con lo
cual, también aquí se recoge lo recomendado en el IV Congreso Nacional de Derecho Civil de
Córdoba, cuando se declarara que procede la restitución del valor en que lo hubiere
empobrecido, salvo que fuere posible la restitución en especie y que la acción de restitución
admite un doble tope o límite, no pudiendo exceder del enriquecimiento y del
empobrecimiento, precisando que, para cualquier evento, el límite estará dado por la
cantidad menor.
Agreguemos solamente que se trata de una acción distinta y subsidiaria que no puede
confundirse con la acción ordinaria de indemnización de daños (1209), porque la misma no
persigue una finalidad indemnizatoria, persigue el restablecimiento de un equilibrio
patrimonial alterado (1210).
Por tanto, cuando no hay coincidencia del empobrecimiento con el enriquecimiento, siendo el
primero mayor, pierde el enriquecido todo su provecho, pero aún así le queda un déficit al
empobrecido; y a la inversa, cuando el enriquecimiento es mayor que el empobrecimiento, el
empobrecido cubre toda su pérdida quedándole un remanente de beneficio al enriquecido
(1211).
I. CONCEPTO
Actos en fraude a los acreedores son "aquellos celebrados de mala fe por un deudor
insolvente, o por caer en ese estado, para privar a sus acreedores de la garantía sobre la
cual pueden hacer efectivos sus créditos" (1214).
Fraude, dice Chardon, es el arte de desafiar o menospreciar las leyes, bajo la apariencia de
la sumisión; de violar los contratos pareciendo ejecutarlos, o de engañar por el exterior de
actos o de hechos, no sólo a aquellos a quienes se despoja, sino a los tribunales cuyo poder
podría invocarse (1215).
De esta enseñanza se deriva que, en no pocas ocasiones, existen ciertos casos de fraude que
escapan al fraude pauliano pero que por uno u otro motivo lo integran a la teoría general del
acto jurídico, y a su vez lo identifican con una diversidad de conductas. Siguiendo a Rivera
(1216), podemos distinguir:
(i) en un primer término el fraude asimilado al dolo en el sentido de que se lo toma como un
sinónimo de engaño (1217);
(ii) en una segunda acepción el llamado fraude a la ley, proveniente también del Derecho
Romano, pero independizado en la actualidad de su noción originaria, considerándoselo como
un negocio jurídico realizado bajo el amparo de una norma "de cobertura", con el objeto de
obtener, a la postre, un fin prohibido por otra norma denominada "norma defraudada"
(1218);
(iii) y finalmente, el que en este caso nos interesa, identificado como uno de los vicios de los
actos jurídicos, objeto de este trabajo (1219).
Existe gran discusión en la doctrina. Para caracterizar jurídicamente esta acción resulta de
gran utilidad el análisis de la nota al art. 961 en donde Vélez Sarsfield dice en la primera
parte: "...la acción pauliana que llamaban los romanos, no tiene por objeto ni por resultado
hacer reconocer un derecho de propiedad a favor del que la ejerce, ni a favor del deudor,
sino sólo salvar el obstáculo que se opone a las pretensiones del acreedor sobre los bienes
enajenados. Es siempre una acción meramente personal".
A partir de esta nota y teniendo en cuenta la división de las acciones en reales y personales
realizada por Vélez Sarsfield en el Código, se la puede clasificar como una acción personal,
conservatoria o reparadora de carácter ejecutivo, es decir que tiende a mantener la
integridad del patrimonio de los obligados (1220).
IV. FUNDAMENTO
Varias son las opiniones con respecto a la dirección o fin de la acción revocatoria. Para
Giorgi, está dirigida a restablecer el patrimonio del deudor en la situación en que se
encontraba antes de los actos fraudulentos, con el fin de que el acreedor pueda conseguir lo
que hubiera obtenido si el acto fraudulento no hubiera sido consumado (1221).
Coincidentemente Planiol y Ripert afirman que con ella se busca reponer los créditos a la
situación que tenían antes del negocio fraudulento, pudiendo servir, por tanto, para
reconstruir un patrimonio empobrecido, no para aumentarlo (1222). Para Colin y Capitant,
está encaminada a hacer revocar los actos del deudor que causan perjuicio a los acreedores
cuando presentan carácter fraudulento.
V. ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La evolución hasta llegar a la acción pauliana fue lenta pero consciente, realizada por la
necesidad de establecer un régimen unificado de ejecución patrimonial particular, es decir
que afectara solamente a objetos concretos y no a toda la masa de bienes.
Con el derecho justinianeo llega la actio pauliana, en la cual quedan fundidos ambos medios
para constituir una única acción que permitiera a los acreedores hacer rescindir los actos que
hubiesen realizado fraudulentamente sus deudores en su perjuicio.
Los actos revocables mediante esta acción podían ser de cualquier naturaleza. Empero era
preciso que se tratare de actos a través de los cuales el deudor disminuyera su patrimonio,
no pudiendo así los acreedores atacar aquellos por los cuales no hubiera podido el deudor
enriquecerse (1225). Igualmente no se podía ejercer esta acción contra las donaciones
mortis causa y los legados hechos por el deudor, ya que sus liberalidades no podían dañar a
los acreedores. El demandante era quien debía demostrar que el acto al cual se atacaba
había sido cometido en fraude a los acreedores (fraudationis causa). El fraude comprendía
dos elementos distintos: (i) Por un lado el elemento material, es decir, el perjuicio causado
denominado eventus damni, y (ii) un elemento subjetivo o intencional llamado consilium
fraudis (1226) consistente en el conocimiento por parte del tercero con el cual el deudor que
realizaba el acto del perjuicio que causaba a los acreedores, sin ser necesario que aquél
tuviera la intención de lesionarlos.
La acción podía ser ejercitada tanto contra el deudor como contra los terceros que hubieren
sacado provecho del acto. Para poder triunfar contra estos terceros, la cuestión variaba si se
trataba de adquirentes a título oneroso o adquirentes a título gratuito. En el primer caso, el
demandante tenía la obligación de demostrar que en el momento de la realización del acto
había estado presente el elemento subjetivo o intencional al cual ya se ha hecho referencia.
En la segunda hipótesis (a título gratuito) sucumbe sin tener importancia si fuera de buena o
de mala fe, ya que el tercero es, en efecto, menos digno de favor que los acreedores, a
pesar de que si éste fuere de buena fe, sólo debía dar cuenta de su enriquecimiento.
En cuanto a los efectos, por su condición de arbitraria, el juez debía dar al demandado que
había perdido el proceso una orden de reestablecer las cosas al estado en que estaban antes
de realizarse el acto contra el cual fue dirigida la acción. Cuando se trataba de una
enajenación, la cosa debía ser restituida con los productos y los frutos, aun aquellos que el
demandado hubiere descuidado percibir, salvo reembolso de los gastos necesarios. Si se
tratare de una aceptilación (1227) debía restablecerse el crédito. El demandado era absuelto,
siempre y cuando obedeciere la orden del juez; caso contrario se le imponía una pena
pecuniaria.
El instituto se trasladó tomando el molde del Derecho Romano clásico a los sistemas
codificados, prácticamente con las mismas características de su antecedente histórico.
ii) Derecho italiano actual Código Civil I. 1942: La acción se encuentra regulada en el
ordenamiento jurídico italiano a partir del art. 2901. La regulación sobre la materia es simple
y resume las condiciones de ejercicio, los efectos y la prescripción en sólo cuatro artículos;
es decir que legisla el tema de manera breve pero efectiva.
El art. 2901 expresa algunas condiciones necesarias para poder interponer la acción en dos
incisos: (i) que el deudor conociere al momento de realizar el acto el perjuicio que éste
produce al crédito o si, tratándose de actos anteriores al surgimiento del crédito, éstos
fueren dolosamente preordenados a los fines de perjudicar la satisfacción del mismo; (ii) en
los casos de actos a título oneroso, los terceros deben conocer el perjuicio que el acto
provoca, y si se tratare de actos anteriores al surgimiento del crédito, fueren éstos partícipes
de la preordenación dolosa.
No es revocable, en virtud del art. 2901, el cumplimiento de una deuda vencida. Además, la
ineficacia del acto no perjudica el derecho adquirido a título oneroso por los terceros
mediatos, subadquirentes de buena fe, cuando esta adquisición preceda a la demanda de
revocación (1230).
En cuanto a los efectos, el art. 2902 dice que una vez que el acreedor ha obtenido la
declaración de ineficacia, puede promover contra los terceros adquirentes una acción
ejecutiva o conservativa sobre los bienes que formaron objeto del acto impugnado. A su vez,
el tercero contrayente que tenga frente al deudor derechos de crédito dependientes del
ejercicio de la acción revocatoria, no puede concurrir sobre el producto de los bienes que han
sido objeto del acto declarado ineficaz, sino después que el acreedor ha sido satisfecho
(1231).
El art. 2903 prevé el plazo de cinco años contados a partir de la fecha en que el acto fue
producido.
Y por último, el art. 2904 en el cual se indica que quedan a salvo las disposiciones de la
acción revocatoria en materia de quiebras y en materia penal.
iii) Derecho español: El art. 1111, última parte de este Código reza textualmente: pueden
también impugnar [los acreedores] los actos que el deudor haya realizado en fraude de su
derecho. Esta mención es la única realizada por el legislador español en el Código,
remitiendo a los artículos del de Comercio para completar el desarrollo de la institución
(1232).
iv) Colombia (Código que Andrés Bello redactara para Chile y Venezuela): Bajo el título "De
la prelación de créditos" (art. 2491) se encuentra en el Código Civil colombiano la acción
pauliana. Consta de una introducción y tres incisos: En cuanto a los actos ejecutados antes
de la cesión de bienes o a la apertura del concurso, se observarán las disposiciones
siguientes (art. 2491):
Los acreedores tendrán derecho para que se rescindan los contratos onerosos, y las
hipotecas, prendas y anticresis que el deudor haya otorgado en perjuicio de ellos, siendo de
mala fe el otorgante y el adquirente, esto es, conociendo ambos el mal estado de los
negocios del primero.
Las acciones concedidas en este artículo a los acreedores expiran en un año, contado desde
la fecha del acto o contrato (1233).
v) Quebec (la más moderna de las legislaciones vigentes, Cód. Civ. 1991): El instituto está
reglado a partir del art. 1631 y hasta el 1636.
En cuanto a los caracteres y forma de ejercicio son en general los mismos que en los demás
códigos, debiendo destacar principalmente el haber declarado expresamente como efecto de
esta acción la inoponibilidad del acto frente al acreedor que la ejerce, el cual es el verdadero
efecto, diferenciándose así de la mayoría de las legislaciones vigentes en donde se establece
como efecto de la acción la nulidad, la ineficacia o simplemente la revocación del acto
fraudulento (1234).
En el Libro II, Título II, Sección II, Capítulo II, entre los arts. 961 a 972 está reglada en el
Código de Vélez Sarsfield la acción pauliana.
1. Condiciones de ejercicio
"1º Que el deudor se halle en estado de insolvencia. Este estado se presume desde que se
encuentra fallido;
"2º Que el perjuicio de los acreedores resulte del acto mismo del deudor, o que antes ya se
hallase insolvente;
"3º Que el crédito, en virtud del cual se intenta la acción, sea de una fecha anterior al acto
del deudor" (exceptuando lo expresado por el art. 963 con respecto a las enajenaciones
realizadas por el que ha cometido un crimen, aunque consumadas antes del delito, que
fueren ejecutadas para salvar la responsabilidad del acto, las cuales pueden ser revocadas
por los que tengan derecho a ser indemnizados de los daños y perjuicios que les irrogue el
crimen) (1235).
Si se tratare de actos a título oneroso, en virtud del art. 968 , "...es preciso para la
revocación del acto, que el deudor haya querido por ese medio defraudar a sus acreedores, y
que el tercero con el cual ha contratado, haya sido cómplice en el fraude".
Se receptan aquí los elementos material (eventus damni) y subjetivo (consilium fraudis)
señalados ya por los antiguos romanos como necesarios para la existencia de un fraude
pauliano.
En cambio, si el negocio fuere a título gratuito, "puede ser revocado a solicitud de éstos, aun
cuando aquel a quien sus bienes hubiesen pasado, ignorase la insolvencia del deudor". Es
decir que en este supuesto resulta indiferente la buena o mala fe del adquirente. Bastan los
requisitos generales enunciados para que la acción revocatoria prospere. En el conflicto de
derechos que se plantea entre el acreedor perjudicado a consecuencia de la enajenación del
deudor y el adquirente a título gratuito, la ley da preferencia al primero.
(i) Legitimados activos. El art. 961 dice: "todo acreedor quirografario puede demandar la
revocación de los actos celebrados por el deudor en perjuicio o en fraude de sus derechos".
A partir de este artículo, los primeros comentadores del Código Civil argentino interpretaron
que la acción revocatoria sólo procedía a favor de los acreedores quirografarios excluyendo a
los privilegiados (1236).
Empero, esta primera opinión ha quedado sepultada gracias a los aportes de los autores
modernos quienes coinciden al expresar que compete esta acción tanto a acreedores
quirografarios o comunes, como a aquellos que tengan algún privilegio o derecho real de
garantía, siempre y cuando puedan comprobar la existencia del perjuicio (1237).
Puede ocurrir que la persona a favor de la cual el deudor hubiese otorgado un acto
perjudicial a sus acreedores, transmita a otro los derechos que de él hubiese adquirido.
En virtud de lo dispuesto por el art. 970 , la acción de los acreedores frente a éstos sólo será
admisible: "... cuando la transmisión de los derechos se haya verificado por un título
gratuito. Si fuese por título oneroso, sólo en el caso que el adquirente hubiese sido cómplice
en el fraude". Es decir que al tercer adquirente se aplican los mismos principios establecidos
en los arts. 962 , 967 y 968 .
En virtud del art. 969 el primero se presume por el estado de insolvencia del deudor,
mientras que el segundo se presume también si en el momento de tratar con él conocía su
estado de insolvencia. En cuanto a la presunción sobre el conocimiento por parte del tercero
del estado de insolvencia del deudor la doctrina reconoce unánimemente que se trata de una
presunción iuris tantum, es decir que admite prueba en contrario.
El art. 966 faculta al tercero a quien hubiesen pasado los bienes del deudor, a hacer cesar la
acción mediante la satisfacción del crédito de los que se hayan presentado o dado fianzas
suficientes sobre el íntegro pago de sus créditos si los bienes del deudor no alcanzaren a
satisfacerlos.
Por supuesto, el tercero no es deudor respecto del acreedor que plantea la revocación. Éste
al realizar el pago lo hará por subrogación (cfr. art. 768 , inc. 3º), pago que no podría el
acreedor objetar (cfr. art. 729 ), y que, incluso, podría ser efectuado por vía de consignación
judicial contra la voluntad conjunta del acreedor y del deudor. Cabe agregar que en el
supuesto de que no haya acuerdo sobre las garantías ofrecidas para asegurar el pago del
crédito entre el tercero y el acreedor demandante, corresponde al juez decidir sobre las
mismas.
En un principio, todos los actos realizados por el deudor que signifiquen un perjuicio para los
acreedores pueden ser revocados, sin que se deba formular ninguna distinción entre aquellos
que producen un empobrecimiento del deudor y aquellos que impiden su enriquecimiento
(art. 964 , Cód. Civ.). Este principio, sin embargo, no es absoluto. Existen ciertas hipótesis
que han dado lugar a algunas dificultades, entre las cuales encontramos:
i) pago (1240);
IX. PROYECTO DE 1998 (COMISIÓN DESIGNADA POR DECRETO DEL PEN 695/95 ) (1249)
La institución está contemplada por este Proyecto desde el art. 333 y hasta el 338,
reduciendo de esta manera el número de artículos que versan sobre el tema, para tratarlo
así más simplemente pero a la vez en forma efectiva, introduciendo algunas modificaciones.
Veamos en particular cada uno de los artículos del Proyecto, con referencia también a los
fundamentos en los cuales se han basado los redactores.
Artículo 333. "Sanción. Todo acreedor puede solicitar la declaración de inoponibilidad de los
actos celebrados por su deudor en fraude de sus derechos, y de las renuncias al ejercicio de
derechos o facultades con los que hubiese podido mejorar su estado de fortuna".
La sanción del acto fraudulento realizado contra los acreedores, es la inoponibilidad, regulada
expresamente en el Libro II, Título VIII, Capítulo VI. En este sentido el Proyecto sigue el
lineamiento del moderno Código de Quebec (1253), vigente desde 1991, y constituye un
progreso, sobre el Código vigente, al prever la inoponiblidad como efecto de la acción
pauliana.
En su segunda parte, el artículo ofrece la misma solución del Código Civil (art. 964 ) con
respecto a los actos susceptibles de ser declarados inoponibles. Debe incluir este punto el
análisis de aquellas hipótesis que traen aparejada cierta dificultad (v.gr., pago, obligaciones
naturales, renuncia a la prescripción, constitución de garantías, etcétera, analizadas en VIII,
6.).
"a) Que el crédito sea de causa anterior al acto impugnado, salvo que el deudor haya
actuado con el propósito de defraudar a futuros acreedores.
Se elimina de esta forma el requisito establecido por el Código de Vélez que impone que el
deudor debe encontrarse insolvente, y la presunción de estar en tal situación por la falencia.
Esta supresión encuentra su fundamento en que la inoponibilidad de los actos del sujeto
fallido se rige por la ley de concursos y quiebras (1254). Si bien se señala como requisito,
que el crédito sea de causa, y no de fecha como establece nuestro Código vigente, anterior
al acto impugnado, se incluye una salvedad para cuando el deudor hubiere actuado con el
propósito de defraudar a futuros acreedores. Este aditamento es de gran utilidad, ya que
confiere la posibilidad de accionar contra aquellos actos que siendo anteriores al crédito, han
sido realizados con la expectativa de defraudar a posibles acreedores.
Artículo 335. "Acto oneroso. Para que pueda ser impugnado un acto a título oneroso, es
necesario que quien contrató con el deudor haya conocido que el acto provocaba o agravaba
la insolvencia".
Se elimina a través de este artículo el requisito de la voluntad subjetiva del deudor de haber
querido defraudar a sus acreedores, expresado en el Código vigente en el art. 969 , que por
lo demás se presume aún en la legislación actual por su estado de insolvencia. En cuanto a la
complicidad del tercero (consilium fraudis), se presume por el conocimiento de la insolvencia
al igual que lo hace el art. 969 del Código de Vélez.
Se mantiene así en la reforma, casi intacto, el art. 970 del Código vigente, fusionándolo con
el art. 972 , a través de la inclusión del principio de la buena fe y la obligación de indemnizar
por los daños y perjuicios ocasionados a los acreedores, para el caso de aquellos que
hubieren adquirido de mala fe las cosas enajenadas en fraude a los acreedores y fuere que la
cosa se hubiese perdido para ellos o hubiese pasado a un adquirente de buena fe y a título
oneroso.
Artículo 337. "Extinción de la acción. Cesa la acción de los acreedores si el adquirente de los
bienes transmitidos por el deudor los desinteresa o da garantía suficiente".
Es correcto el hecho de haber mantenido el principio del art. 965 del Código de Vélez, ya
que éste es el efecto propio de la inoponibilidad, declarada ab initio por el art. 333 del
Proyecto como sanción propia del acto fraudulento.
I. INTRODUCCIÓN
La lectura de las normas que el Proyecto dedica al instituto de los intereses permite advertir
que, tal como se señala en el título, se trata de un sistema. Se otorga a los intereses una
importancia que, hasta ahora, sólo es una derivación, entre pretoriana y doctrinaria, de las
normas positivas existentes, pero que no cuenta con una elaboración normativa orgánica y
abarcativa, tal como pretende el Proyecto.
Además, como es lógico en una propuesta unificadora, atiende tanto a los aspectos civiles
cuanto a los comerciales, en una fusión que debe ser útil cualquiera sea el origen de los
actos a los que acceden.
Me propongo, a partir del análisis de las normas propuestas, efectuar una aproximación al
sistema, con referencias a la legislación vigente y atendiendo a la forma en que actualmente
se presenta la cuestión.
En primer lugar ha de tenerse en cuenta que, en el régimen vigente, los intereses aparecen
en el capítulo de las obligaciones de dar sumas de dinero. Sin embargo, su utilización las
excede largamente y por eso se justifica un tratamiento más amplio y adecuado a los
distintos fines para los que se aplican, y su mantenimiento dentro del capítulo de las
obligaciones de dar dinero se complementa con disposiciones contenidas en el capítulo de la
responsabilidad civil, dentro de las disposiciones generales de reparación del daño.
II. FUENTES
De acuerdo con el Código Civil (arts. 621 y 622 ) los intereses se originan en el acuerdo de
las partes, en su defecto lo que disponga la ley y, en última instancia, lo que decida el juez.
Por cierto que, en el ámbito civil -no así en el comercial-, los intereses compensatorios sólo
son de fuente convencional, atento a que el mutuo se presume gratuito.
En el programa del Proyecto se advierten diferencias a este respecto, así, se eliminan los
intereses de fuente judicial. Las atribuciones de los jueces quedan limitadas a la posibilidad
de reducir las tasas, en distintos casos, como se verá más adelante.
- Convencionales.
- Legales o usuales.
- Tasa predeterminada por la ley. Es decir, nuevamente legales como norma residual, que
será la activa o la pasiva, según los casos (arts. 715, inc. c] y 716, inc. c]).
Para los demás supuestos (retributivos, resarcitorios y sancionatorios) los intereses son
exclusivamente de fuente legal, indicándose la tasa, activa, para los dos últimos y pasiva,
para los primeros.
Como consecuencia de la unificación, el mutuo se presume oneroso (art. 1406), por lo que
en todos los casos se deberán intereses compensatorios. Se recibe así una práctica usual
que, por lo demás, cuenta con la conformidad de la generalidad de la doctrina.
Ahora bien, cuadra formular una observación al respecto, dado que existe una interpretación
amplia del término "legal" que abarca no sólo a la ley en sentido formal, sino también, a
decretos, resoluciones y otras normas administrativas. A mi modo de ver, sería conveniente
reducir la interpretación al sentido estricto, a fin de evitar deformaciones en el sistema,
producto, en particular, de la delegación a organismos administrativos que dictan normas de
menor jerarquía, práctica que ha demostrado ser inconveniente en la medida en que produce
desviaciones en el establecimiento de las tasas como consecuencia de factores coyunturales
o de sectores (como el público) que muchas veces desinterpretan la logicidad del conjunto,
llegando, en muchos casos, a desvirtuarla.
Puede ofrecer alguna dificultad la determinación de los intereses usuales, pero, en última
instancia, será la decisión judicial la que los decidirá, atendiendo, por cierto, a lo que resulte
de las probanzas que se produzcan al respecto, relacionadas a las prácticas en la materia de
que se trate el pleito.
Como comentario señalo que el interés legal en España es fijado en la Ley Anual de
Presupuestos Generales del Estado, y en la medida en que una variación se haga necesaria,
lo que no sucede anualmente.
En forma residual, las normas remiten a una tasa de interés legal que es determinada para
cada caso, tal como señalé, sea activa o pasiva.
Sobre este aspecto debo recordar que tanto la tasa activa cuanto la pasiva no son sino tasas
de interés compensatorio, dado que resultan de las que establecen los bancos cuando pagan
o cobran por préstamos de capital, aun cuando se aplican, según la norma, a otros fines
(moratorios, resarcitorios, sancionatorios y retributivos).
Con un enfoque amplio, esta determinación permite mayor seguridad en los negocios,
evitando las diversidades que pueden advertirse cuando media fijación judicial de los
intereses, aunque, al quedar sometidas a los avatares de la economía en general, puede
ocurrir que, en algún momento, resulten insatisfactorias. Recuerdo que las facultades de los
jueces son sólo morigeradoras, por lo que, ante un caso de insuficiencia, en principio, no
podrían actuar recomponiendo en más la tasa de interés, si lo creyeran pertinente.
En términos generales, no obstante, cabe admitir que las tasas mencionadas suelen ser
adecuadas, y la referencia que se hace en el art. 720 a que las mismas serán las que
resulten del promedio de las operaciones bancarias para cada período, informadas por el
Banco Central de la República Argentina, evitarán la remisión a tasas diversas que en los
ordenamientos provinciales se hacen a sus propios bancos oficiales (los que aún hoy quedan)
que provoca una disparidad de tasas ante las mismas situaciones según cuál sea la provincia
donde se litigue, diversidad que se advierte incluso dentro de una misma provincia entre los
tribunales federales y los provinciales. La uniformidad que puede lograrse mediante este
sistema no parece que atente contra facultades no delegadas, en la medida en que se
entienda que se trata de intereses de fuente legal.
El segundo aspecto que, a mi modo de ver, debe quedar claro, es que al Banco Central se le
impone la obligación de informar debida y oportunamente la evolución de las tasas de
acuerdo con lo indicado en el art. 720, para lo cual se supone que cuenta con los datos
proporcionados por los distintos bancos que operan en el país.
Por último, la utilización de la tasa activa como medio de resarcimiento (siendo como es
compensatoria) evita, de alguna manera, la producción de excesos en el monto resultante,
quitándole, en estos casos, carácter punitivo en su aplicación.
III. FUNCIÓN
En el art. 714 se definen los seis tipos de intereses de acuerdo con la función que cada uno
desempeña.
1) Los compensatorios son aquellos que se pagan por la indisponibilidad del capital, y
siempre se deben aun cuando no estén pactados, tal como señalé más arriba, ante la
presunción de onerosidad del contrato de mutuo.
La tasa residual establecida es la pasiva (art. 715, inc. c]). Se entiende, entonces, que el
precio del uso por el capital ajeno es equivalente al que perciben aquellos que depositan
fondos en los bancos comerciales (de acuerdo con un promedio) y que el mismo es
satisfactorio y adecuado a su naturaleza.
Por cierto que esta apreciación no se hace extensiva a las instituciones bancarias que
perciben, como interés compensatorio, una tasa superior (activa), cuando prestan dinero, en
la medida en que la diferencia entre ambas tasas (spread) contiene, amén del beneficio, los
costos de la organización.
2) Los moratorios, naturalmente, se deben por la mora, pero referidos sólo a las obligaciones
de dar dinero, correspondiéndoles la tasa residual activa (arts. 716, inc. c] y 1627).
No obstante, existe un supuesto en que dicha tasa puede ser superada, y es el caso del
obrar doloso del deudor (art. 1632) donde se aplican las reglas de extensión de
responsabilidad según las consecuencias (art. 1609), con un piso equivalente al doble de los
moratorios (si se aplica la regla residual, significarán el doble de la tasa activa).
En otros supuestos, el dolo constituye un elemento que impide ampararse, por ejemplo, en
la limitación cuantitativa de la responsabilidad (art. 1634, 2º párr., ap. a), aunque produce el
mismo efecto que la falta extrema de diligencia (art. 1604, inc. c]).
3) Los punitorios son los moratorios pactados, tal como está aceptado generalizadamente
por la doctrina y la jurisprudencia.
Esta clase de intereses, en denominación así propuesta por De Ruggiero, tal como informa el
punto 138 de los Fundamentos del Proyecto, y que Llambías califica de "expresiva" (1257),
son el equivalente de los compensatorios para los supuestos de obligaciones que no nacen
como prestaciones puras de dinero, configuran, entonces, el precio por el uso del capital
ajeno, o por la indisponibilidad voluntaria o legalmente dispuesta, del capital propio para
satisfacer necesidades ajenas.
Señalo, no obstante, una aparente contradicción, a mi modo de ver, con lo que establece el
art. 1629, inc. c), dado que determina la tasa activa (como intereses resarcitorios) para los
gastos o inversiones. Habrá que advertir, entonces, que los intereses retributivos (y, por
ende, la tasa pasiva), sólo caben en casos como los de los arts. 75, 76 y 77, por ejemplo, y
no cuando se aplican como resarcimiento de daños, dado que en este último supuesto
correrá el sistema de los intereses resarcitorios.
5) Los intereses resarcitorios, que corresponden a la reparación de daños (art. 714, inc. d])
se calculan a la tasa activa (art. 1628), y corren desde que se produjo el daño emergente, el
lucro cesante, la incapacidad laboral, el daño extrapatrimonial, o desde que se efectuó el
gasto o inversión reembolsables, según el art. 1629, con la observación que acabo de
formular respecto de los dos últimos.
Entiendo acertado el desglose y la denominación propuesta, dado que si bien los intereses
moratorios y los resarcitorios tienen la misma función -reparación del daño- se aplican a
diferentes supuestos: indemnización por incumplimiento oportuno de las obligaciones
dinerarias en el primer caso, indemnización en los demás aspectos para el segundo. Por lo
demás, se diferencia en que los moratorios pueden ser pactados o aplicarse lo establecido en
la ley o en los usos, mientras que los resarcitorios sólo son de fuente legal. De todos modos,
finalmente, coinciden en que será de aplicación la tasa activa, como norma residual.
La disposición del art. 1630 constituye una novedad que ha merecido observaciones. En
efecto, allí se determina que los intereses, en caso de reclamo de daño emergente y lucro
cesante, corren para uno u otro daño, pero no para ambos.
El doctor Atilio Alterini observa, sobre este punto, que la norma es pertinente, así, señala: "si
el vendedor no entrega la máquina al comprador, habitualmente es condenado a pagar el
valor de la máquina (lo cual es correcto), más el lucro cesante por no haberla podido utilizar,
con sus propios intereses (lo cual es también correcto), más los intereses sobre el valor de la
máquina (lo cual es incorrecto). Este criterio se funda en que los intereses suelen
distorsionar la ecuación económica de la sentencia, en especial cuando se los calcula a la
tasa activa acumulable mensualmente, y el artículo criticado del Proyecto tiende a evitar que
tal efecto se produzca".
Ahora bien, daño emergente y lucro cesante son dos rubros de la cuenta indemnizatoria (art.
1600, inc. a]) que pueden o no coexistir. Si cada uno, independientemente, otorga derecho
al reclamo del interés resarcitorio, su coexistencia no debiera alterar su naturaleza. La
posibilidad de que la acumulación conduzca a la distorsión de la ecuación económica no es
un resultado categórico, aun cuando en ciertos casos ello pudiera ocurrir.
Cierto es que, como dice Alterini, hay un solo capital fructífero, tanto como que, ante el lucro
cesante se produce una indisponibilidad no voluntaria por parte del acreedor que pareciera
razonable resarcir mediante el pago de intereses.
Esto es así en la medida en que se admita que es el legislador quien especifica cuáles daños
deben repararse, de qué modo y con qué extensión.
6) Los intereses sancionatorios (art. 714, inc. e]) se imponen con fundamento en la ley y se
aplican en el supuesto del art. 1633 que se denomina "malicia procesal". Requieren pedido
del acreedor que es, además, quien los aprovechará y consisten en una suma de dinero
fijada prudencialmente que puede llegar al doble de lo establecido en el art. 716. Como esta
norma determina un sistema para calcular los intereses moratorios, la fijación de los
sancionatorios deberá atenerse al tipo de obligación respecto de la cual se produce la malicia
procesal, en último caso, será hasta el duplo de la tasa activa.
A diferencia del actual art. 622 , segundo párrafo del Código Civil (que fuera agregado por la
reforma de 1968), no se condiciona la aplicación de estos intereses a la existencia de normas
procesales al respecto. Esta disposición ha sido unánimemente criticada por la doctrina
(1259) en la medida en que altera el orden jerárquico normativo, de una parte, y resultaba
inaplicable en muchos casos porque efectivamente los ordenamientos procesales locales
contemplan la situación.
Sin embargo, seguramente surgirá una disputa al respecto. Esto es así porque en numerosos
Códigos Procesales, la malicia procesal es sancionada con multa y no con intereses como en
el Proyecto y, por otra parte, porque una y otra malicia no son sino la misma cosa
genéticamente, es decir, corresponden por el mismo hecho, por la misma conducta
considerada como deliberadamente enderezada a entorpecer o dilatar el proceso.
En cualquier caso, el juez deberá previamente calificar la conducta achacada como maliciosa
a fin, luego, de indicar el modo de reparación y su cuantía.
En el Proyecto se establece el techo para los intereses sancionatorios tal como dije más
arriba, independientemente de los otros que correspondan según el caso. Se supera así la
limitación existente en la actualidad, ya que el art. 622 , segundo párrafo del Código Civil,
establece en dos veces y media la tasa de los bancos oficiales en operaciones de descuentos
ordinarios, sumados que fueran los intereses compensatorios, moratorios y sancionatorios en
conjunto (naturalmente en el supuesto que todos o alguno de ellos existieran en el caso).
Aquí, con independencia del importe de otros intereses, los sancionatorios pueden llegar a
dos veces los moratorios (el doble de la tasa activa, en todo caso).
IV. ANATOCISMO
Los arts. 721 y 722 del Proyecto se refieren a este tópico. La regla se mantiene: no se deben
intereses de los intereses.
No obstante, los casos de excepción son variados. En primer lugar, se permite el anatocismo
si media convención, siguiendo el criterio actualmente vigente, luego de la reforma del art.
623 del Código Civil, por la ley 23928 .
A continuación se establecen dos casos que no me parecen adecuados. Dice la norma: "En
defecto de convención, si se deduce pretensión ante un tribunal, desde la fecha de
notificación de la demanda, de una medida cautelar, o del pedido de mediación obligatoria, la
que sea anterior...".
Se trata de un supuesto nuevo en el ordenamiento civil, aunque, tal como señalé más arriba,
con la denominación de "intereses punitorios" es utilizado en la legislación tributaria y
aduanera nacional, y no me resulta convincente en modo alguno (1260).
Es claro que no son compensatorios. Tampoco son moratorios o resarcitorios, porque éstos
operan desde la mora o en los diversos casos enumerados en el art. 1629 ya comentados.
Retributivos no pueden ser por que la promoción de una acción, medida cautelar o mediación
no se condice con los supuestos contemplados en el art. 714, inc. f) del Proyecto referido.
El ejercicio de la facultad otorgada al acreedor en el art. 678 para utilizar los medios legales
a fin de procurarse del deudor aquello a que se ha obligado u obtener las indemnizaciones
correspondientes, no puede tener como sanción adicional el curso de nuevos intereses
distintos de aquellos que efectivamente caben según la fuente y la función que a cada uno
de ellos se les asigna.
Se aparta del actual art. 623 del Código Civil que los autoriza sólo a partir de la mora del
deudor respecto de la liquidación aprobada. Me parece que la solución del Código Civil es
preferible a la del Proyecto porque evita una situación que es señalada como relevante por el
Dr. Alterini, cual es la de tratar de no distorsionar la ecuación económica de la sentencia.
En última instancia, se es muy generoso con el acreedor y severo con el deudor, quien
estará inseguro acerca de cuál es el definitivo monto que debe pagar porque, aunque lo haga
dentro del término de cumplimiento que fija la sentencia, deberá calcular un adicional de
intereses por el período transcurrido entre el momento de la aprobación de la liquidación y el
del efectivo pago y podrá originar disputas acerca del concepto de integridad del pago
efectuado.
V. FACULTADES JUDICIALES
Ya he señalado que se priva al juez de la facultad de fijar los intereses, porque el sistema
contiene una norma residual expresa.
Subsisten, detalladas, las facultades judiciales para reducir la tasa de los intereses
compensatorios o punitorios o el resultado del anatocismo, en diversos supuestos, de
acuerdo con el art. 723 del Proyecto.
Se menciona la facultad de reducir la tasa, aunque entiendo que hubiera sido más
conveniente expresar que la facultad cabe respecto del monto o resultado, dado que la tasa
en sí misma puede no ser excesiva pero conducir a un resultado exorbitante, por ejemplo,
por el modo de calcularla acumulativamente.
En el inc. a) del artículo de mención se describen tres casos, que requieren que medie pedido
del acreedor, ellos son:
Si se configuran los requisitos del art. 327, es decir el caso de lesión, aunque cabe
mencionar que la ventaja patrimonial desproporcionada obtenida sin justificación debe
referirse a los intereses compensatorios o moratorios, ya que, para el capital se aplica
directamente el art. 327, y, además, para el supuesto que se produzca una recomposición y
no la rescisión.
El caso del art. 968, inc. e), que tiene por no convenida, en los contratos predispuestos, la
obligación de pagar intereses de tasa injustificadamente excesiva y desproporcionada con
relación al costo del dinero para deudores en operaciones similares. Aquí, el juez dispone
para lo pendiente la reducción de la demasía y puede reducir los intereses ya pagados en
ejercicio de las facultades del art. 723 que comento.
El inc. b) del art. 723 autoriza la reducción cuando ha mediado condena por el delito penal
de usura. Este supuesto vincula la acción civil y la penal, reguladas por los arts. 1695 a 1707
del Proyecto, en especial con relación a la posibilidad de revisión de la sentencia civil (art.
1705, inc. b]), o de suspensión del dictado de la sentencia civil (art. 1697).
El último párrafo dispone que lo pagado en exceso será aplicado al capital adeudado y, si
existe saldo, podrá ser repetido. Se trata, en este último caso de un pago indebido,
contemplado en los arts. 1725 a 1728 del Proyecto.
Las observaciones y críticas que formulo no tienen otro propósito que el de llamar la atención
sobre aquello que a primera lectura resulta significativo y como una contribución al debate
de ideas.
Ningún Proyecto de la magnitud del presente puede estar exento de errores, mas ello no
significa otra cosa que eso y nada más.
(1255) Profesor adjunto ordinario de Derecho Civil II, Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales, Universidad Nacional del Litoral. Presidente de la Cámara Federal de Apelaciones de Paraná.
(1256) Sobre este aspecto, vid. CHAUSOVSKY, Gabriel B., "Usura en los créditos fiscales",
en Responsabilidad por Daños en el Tercer Milenio. Homenaje al Profesor Doctor Atilio Aníbal Alterini,
Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1997, ps. 1090 y ss.
(1257) LLAMBÍAS, Jorge J., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, T. II-A, Perrot, Buenos
Aires, 1975, p. 204, nota 56.
(1258) ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, "Algunas observaciones al Proyecto de Código
Civil de 1998 en materia de responsabilidad", LL, 1999-C-877.
(1259) Vid., por todos, LLAMBÍAS, J. J., Tratado..., cit., ps. 227 y ss.
(1260) Vid. CHAUSOVSKY, G., "Usura...", cit.
LA PRUEBA DEL DAÑO - OSVALDO ALFREDO GOZAÍNI
I. NOCIONES GENERALES
La prueba tiene dos acepciones teóricas. Se puede hablar de ella fuera del litigio y observar
los efectos que produce en el terreno de las relaciones jurídicas civiles en general (1261), o
vincularla directamente a la actividad que cumple en el proceso, permitiendo elaborar una
exposición técnica acerca de cómo actúa y qué significa para el juez y las partes.
Nos ocuparemos de esta segunda posición para alentar desde ella las particularidades que
ofrece la prueba en el derecho de daños.
Como punto de partida cabe interrogarse ¿qué se persigue con la prueba? ¿descubrir la
verdad? ¿confirmar las versiones que las partes relatan en sus escritos de demanda y
contestación? ¿demostrar la razón de sus respectivas afirmaciones?, y en todo caso ¿qué
importancia tiene para el abogado, el juez y las partes? Bajo estos interrogantes se
desenvuelven problemas tradicionales que la doctrina pretende resolver.
El proceso civil se rige en nuestro sistema por el principio dispositivo, según el cual, la
instancia se inicia y desarrolla a pedido de parte (nemo iudex sine actore); es el actor, en
principio, quien aporta los hechos y ofrece la prueba para demostrarlos; también, le
corresponde al demandado resistir la versión que trae el demandante, afirmando otros
hechos, modificando los expuestos con una versión distinta, u oponiendo excepciones que
impidan, obstaculicen o extingan la procedencia de la pretensión.
Estos hechos que las partes aportan, suelen calificarse como constitutivos porque son la
causa de pedir que trae el actor, y las razones que tiene el demandado para oponerse; son
hechos modificativos los que dan una versión diferente a la que se afirma en la demanda;
son extintivos los que cancelan inmediatamente la procedencia del reclamo (v.gr.: el pago
documentado); y son impeditivos aquellos que alegan una causa jurídica que posterga el
comienzo de la etapa probatoria por faltarle un elemento necesario para la debida
integración del proceso (v.gr.: falta de legitimación, nulidades, excepciones, etc.).
Sin embargo, estos hechos no son los que determinan el objeto probatorio, como veremos
más adelante, toda vez que en la mentalidad del legislador pervive la idea de ver en el litigio
una suerte de lucha entre partes con derechos contrapuestos, de tal forma que sólo los
hechos en donde exista esa contradicción deben ser probados, pues los que no se alegan, se
admiten o reconocen, estarán fuera de la necesidad probatoria porque respecto de ellos no
hay controversia.
No interesa la duda del juez en estos supuestos. Él no podrá apartarse del marco que las
partes le proponen respecto de los hechos, e inclusive, a veces, del mismo derecho.
Bien dice Montero Aroca que "el deber que se impone al juzgador de resolver no lleva al
legislador a dejarle en libertad para investigar los hechos, sino que esa actividad se configura
de modo reglado. Las reglas más importantes son que el juzgador no investiga, sino que
verifica, que lo hace utilizando sólo los elementos probatorios que propongan las partes y
que lo hace según un procedimiento preestablecido" (1262).
Si las partes a través de sus escritos ofrecen una versión de los hechos (cfr. art. 356 , Cód.
Proc. que acepta la idea del relato como una versión), ¿puede creerse que ésa es la verdad
absoluta? ¿serán, acaso, meras afirmaciones acomodadas a su propia conveniencia?
Es cierto que la función primera que se asigna a la prueba refiere a descubrir la verdad, pero
también lo es que aspirar tal concreción para un proceso impropio y sofista como el actual,
resulta imposible o pura utopía; casi una ilusión ambiciosa pensada solamente como teoría
aplicable.
Así, como no era posible aceptar que el proceso penal descubriera otros hechos que no
fueran los reales, se pensó que era menester hallar la "verdad material" como única que
autorizaba a disponer sobre la libertad de las personas. Mientras que el menor compromiso
del proceso civil se conformaba con una "verdad formal", que era producto del resultado de
la prueba de los hechos aportados por las partes. Una verdad jurídica, porque se apoyaba en
reglas legales antes que en deducciones lógicas (1263).
3. Finalidad de la prueba
Para ser claros, al oponer los conceptos de averiguación y verificación no queremos decir que
los términos estén contrapuestos, sino que tienen significados diferentes, pero que son
indudablemente complementarios porque el prefijo latino "a" significa caminar hacia algo y
verificar significa caminar hacia la verdad. Entonces, si averiguar significa caminar hacia la
verdad, verificar significa presentar esa verdad (1265).
En suma, no hay verdad porque nunca se sabrá si ella fue la que las partes propusieron;
tampoco existe una verdad jurídica, porque es un absurdo en sí mismo; menos aún
agregarle el concepto de "objetiva", porque es un atributo de la apreciación y no de la
producción de las partes; en consecuencia, la prueba es una actividad destinada a lograr
alguna certidumbre sobre los hechos controvertidos.
Siendo así, primero se averigua y después se verifica, con la necesaria advertencia de que la
etapa de averiguación no constituye actividad probatoria, sino procedimiento previo, pero
actividad procesal al fin.
En este sentido, "al juez no se le puede pedir que averig•e porque no es ésa su misión; hay
que darle o presentarle, esto es, afirmarle los hechos averiguados. Y hay que ofrecerle
elementos que prueben que esa averiguación ha sido correcta. Realizar tal labor anteprocesal
o preprocesal es función del particular o de la policía; normalmente, del primero en cuanto al
proceso civil y de la segunda en cuanto al derecho penal..." (1266).
Esta idea resume, en pocas líneas, un pensamiento típico del siglo XIX en el que se creía
encontrar la eficacia del proceso civil en la glorificación del proceso acusatorio.
Desde otra perspectiva, sin calificar a la prueba como un mero procedimiento de fijación
normal de los hechos controvertidos, se la analiza circunscribiendo su finalidad al fin de
producir en el ánimo del juzgador una certeza, no lógica ni matemática, sino psicológica
sobre la existencia o inexistencia de los hechos afirmados (1267).
Se inspira la idea en la posibilidad de otorgar al juez impulso propio sin quedar restricto por
el principio judex debet judicare secundum allegata et probata a partibus.
7. Esquema sinóptico
quién prueba
Actividad
cómo prueba
qué se prueba
El segundo aspecto es la actividad. Éstos son los puntos que continuarán el análisis.
Instalados en el proceso judicial, y en particular en el juicio de daños y perjuicios. Es
menester resolver quién debe probar; con qué elementos y técnicas disponibles y,
fundamentalmente, qué es lo que debe probarse, pues se verá que en materia de daños, no
es bastante verificar que ellos se produjeron, sino también que han afectado directamente al
actor en lo puramente visible (aspecto exterior-objetivo) y en el ámbito de sus sentimientos
más íntimos (aspecto interior-subjetivo). Por esto mismo es que una vez más deben
presentarse algunas reglas técnicas, necesarias e imprescindibles, como son los medios de
prueba, la legalidad en la obtención y reproducción de la misma, y los principios incanjeables
que dominan todo proceso (presencia del juez, bilateralidad y contradicción y audiencia
pública).
¿En cuánto lo afecta? objetiva y subjetivamente, prueba del daño y entidad del perjuicio.
Los hechos son aportados por las partes en los momentos que admite el principio de
oportunidad (que tolera la incorporación de hechos nuevos después de trabada la litis entre
partes). Esto es, con la demanda y su contestación. En los procesos de daños el relato
fáctico suele no ser absolutamente ajustado a las realidades sucedidas efectivamente, muy a
pesar del reclamo que solicita el art. 330 , inc. 4º cuando establece que la demanda debe
contener "los hechos en que se funde, explicados claramente". Es lógico que las partes
ajusten sus afirmaciones a la conveniencia de su posición en el proceso, por eso, los hechos
son versiones de una misma realidad que se enuncian como afirmaciones a ser verificadas.
Si el allanamiento es parcial (por ejemplo, se admiten los hechos pero se cuestionan los
montos reclamados), la prueba ha de versar sobre los puntos controvertidos.
Cuando algunos hechos afirmados se admiten como sucedidos por el silencio de la otra
parte, la prueba sobre ellos es facultativa de la parte beneficiada con el efecto del
mencionado silencio. No olvidemos que la contestación de la demanda es una facultad del
demandado, pero opera como una carga con sanciones consecuentes cuando se produce.
Si una parte afirma un hecho y la otra lo niega, esa dualidad provoca el hecho contradictorio
que debe ser motivo de prueba. Si la oposición refiere a hechos intrascendentes, la prueba
es facultativa porque no se trata de una cuestión esencial para resolver la cuestión de fondo.
En este caso, se habla de hechos conducentes (esenciales) para la sentencia favorable.
En síntesis, la prueba recae sobre los hechos controvertidos y conducentes sobre los que el
juez apreciará la eficacia probatoria. Como los hechos son afirmaciones de las partes, puede
concluirse, como ha dicho Carnelutti, que el objeto de la prueba no refiere a los hechos, sino
a las afirmaciones, en la medida en que los primeros no se comprueban sino se conocen,
mientras que las afirmaciones no se conocen pero se comprueban (1272).
El principio de oportunidad dispone que las partes deben exponer los hechos que quieran
afirmar en los tiempos hábiles para ello. Sólo las alegaciones contenidas en los escritos serán
tenidas en cuenta (lo que no está escrito no está en el mundo) y excepcionalmente podrán
agregarse otros hechos cuando su importancia y trascendencia sirvan para esclarecer el
objeto probatorio.
Los hechos dominan el espacio comprometido al conocimiento judicial. Son ellos los que
enmarcan el ámbito litigioso definiendo las cuestiones que son objeto de prueba.
Estos hechos se llaman alegados y la posibilidad de confirmarlos depende de que sean útiles
y conducentes. De otro modo, no puede producirse prueba sobre hechos que no estén
articulados por las partes en sus escritos respectivos (art. 364 , Cód. Proc. Civ. y Com. de la
Nación).
La conducencia de la prueba vincula las actividades necesarias para dar eficacia a los hechos
que deben acreditarse, siendo éstos, principalmente, los controvertidos.
Del juego operativo que nutre la esencia del proceso advertimos cómo a cada alegación le
corresponde una réplica, de forma tal que los hechos alegados, introducidos en los escritos
de demanda, reconvención y sus contestaciones, deben probarse únicamente cuando estén
controvertidos, es decir, afirmados por una parte y negados o desconocidos por la otra.
Por su parte, son hechos conducentes, esto es, pertinentes y útiles, los que inciden con
suficiente importancia en el curso de la litis; no adquieren esta calidad los que, estando
contrapuestos, no llevan mérito bastante para alterar el contenido hipotético del
pronunciamiento definitivo.
Todas estas cuestiones están marcadas por los escritos de postulación y réplica, porque de
allí surgen los presupuestos fácticos de la norma que se invoca como fundamento de las
respectivas pretensiones, defensas o excepciones.
Junto a estos hechos evidentes o de fácil demostración por contar con medios adecuados
para verificarlos, existen otros hechos que completan el cuadro de afirmaciones, pero que se
dan en la línea de los signos y posibilidades.
En ellos la prueba se da como resultado de la valoración (argumento del art. 163 , inc. 5º,
párr. 1ro., Cód. Proc. Civ. y Com. de la Nación).
De este modo, al desvincular la acreditación del derecho que tiene quien reclama,
permitiendo, en su lugar, que pruebe el daño que potencialmente recibe y que le daría
derecho indemnizatorio, se modifica sustancialmente la polémica acerca de saber si la
legitimación es iure proprio o iure hereditatis.
Es que siendo el daño la lesión a un interés jurídico, y definido el interés como la facultad de
actuación en la esfera propia de la persona, para la satisfacción o goce de las necesidades
humanas, vale decir, para la consecución de bienes jurídicos, cabe concluir que este
instituto, además de cohonestar al damnificado con el resarcimiento, determina la extensión
de la tutela judicial al fijar el límite de la pretensión indemnizatoria (1275).
Claro está que la extensión que se propicia incide en la atribución de responsabilidad pero no
supone acordar una indemnización por daños y perjuicios sobre la base de simples
conjeturas, sin que medie la prueba indispensable del perjuicio real y efectivamente sufrido,
pues no es suficiente la mera mención imprecisa de esperanzas y consecuencias, imposibles
de valorar.
En materia de daños y perjuicios es común desplazar entre los sujetos pasivos enunciados
un sinfín de responsabilidades que no se discriminan, dejando que esta tarea sea propia de
la función jurisdiccional y un producto natural que se espera de la apreciación de la prueba.
Por ejemplo, la jurisprudencia admite que "si bien la responsabilidad que liga a los coautores
de un hecho ilícito es de carácter solidario (cfr. arts. 1081 y 1109 , Cód. Civ.) y el
damnificado no está obligado a investigar la mecánica del hecho que lo perjudica, tal
circunstancia no impide que si se demuestra la culpa exclusiva de uno sólo de aquéllos, la
responsabilidad deba ser atribuida únicamente a éste, con la consecuencia necesaria de la
exculpación de los restantes" (1276).
Queda en claro así que al actor le basta con indicar a quiénes pretende demandar, y que al
juez le corresponde establecer el grado de responsabilidad de cada uno. Sin embargo esta
tarea no es automática, pues depende de la prueba que el interesado haya logrado.
Por eso se indica que "sólo demostrando la existencia de cierto hecho o acto se obtendrá el
reconocimiento jurídico y el derecho sancionará el derecho subjetivo y la correlativa
obligación o relación jurídica de que se trata. Dicho en otros términos, con la demostración
de esos supuestos se gana la eficacia del derecho o de la situación jurídica. Es posible que el
hecho o acto exista y, por tanto, el derecho se tenga (o la relación jurídica esté configurada),
pero sin demostrar esa existencia aquel derecho se mantiene ineficaz; la eficacia se logra
con la prueba" (1277).
Cuando el daño reclamado se vincula con las afecciones íntimas (daño moral), no es
necesaria la prueba directa, sino que el juez debe apreciar las circunstancias de hecho y las
calidades morales de la víctima para establecer objetiva y presuntivamente el agravio moral
en la órbita reservada del sujeto pasivo.
La individualización del agente productor del daño porta la idea de hacerlo responsable,
precisamente porque el principio impuesto es que tanto la violación genérica (v.gr.: comisión
del hecho ilícito) como el incumplimiento preciso (v.gr.: inejecución de obligaciones
contraídas) genera el deber de responder a otro.
De esta manera, quien demanda debe calificar jurídicamente cada petición en particular y
probar, oportunamente, la relación entre los hechos que motivan la acción y el derecho que
la sostiene (art. 377 , 2do. párr., Cód. Proc.).
Existe una pauta que orienta esta labor de interpretación del daño y que facilita la
argumentación probatoria de cada rubro demandado.
Es decir, el actor indica que tal o cual es quien debe indemnizar el daño por ser el autor
responsable del perjuicio cuya indemnización solicita. En esta tarea, que involucra además
de la identificación del demandado, el rubro concreto que califica (daño emergente, lucro
cesante, daño moral, pérdidas e intereses, etc.), es menester probar la ilicitud del obrar, la
inexistencia de causales de exculpación, el riesgo creado, entre otros motivos objetivos que
generan el factor de atribución.
Claro está que así como se deben confirmar los factores objetivos, es ineludible acreditar la
culpa o el dolo del autor.
En conclusión, podemos compartir la síntesis de Tanzi-Alterini (h.) cuando sostienen que "la
determinación de los rubros de la cuenta indemnizatoria adquiere especial relevancia en lo
que a la demanda de daños se refiere... cuando un sujeto, a través de la demanda, solicita
un quantum indemnizatorio de manera correcta y adecuada a los principios jurisprudenciales
sobre el tema, sumado a los requerimientos particulares de cada caso y a los fundamentos
jurídicos de la pretensión, es probable que ésta tenga como correlato una sentencia
favorable" (1278).
Ésta es una prueba de naturaleza objetiva porque persigue acreditar un hecho esencial en la
relación jurídica y constitutivo de las cuestiones que deben ser objeto de demostración.
Ya hemos señalado que, si bien es cierto que el actor puede no investigar la mecánica del
accidente y demandar a todos a quienes estime responsables, también lo es que a él le basta
demostrar el daño por todos los medios que tenga a su alcance, inclusive, valerse de la
colaboración espontánea o provocada (principio de colaboración entre las partes para la
obtención de la prueba) del demandado, quien puede estar en mejores condiciones de llevar
al proceso el esclarecimiento necesario sobre la producción del evento (1279).
En suma, el actor debe demostrar que el sujeto pasivo a quien atribuye responsabilidad es
quien debe responder.
El esfuerzo siguiente ocupa a un aspecto subjetivo de la prueba, o mejor dicho, del daño
padecido.
Éste es uno de los problemas más complejos a resolver, debido a que se trata de dar un
precio al daño que, en definitiva, constituirá el importe de la indemnización.
Por ejemplo, el daño emergente tiene una pauta objetiva a considerar en los accidentes de
tránsito, toda vez que sería irrazonable otorgar por el item "gastos de reparación del
vehículo" un concepto equivalente al de adquirir un automóvil nuevo.
Igual sucede con otros rubros como la "depreciación del autor" donde no procede la
reparación, si el demandante no acredita que el precio obtenido por la venta eventual del
rodado fuera inferior al que se podría conseguir de no haberse producido el accidente. Es
decir, se trata de equivalentes probatorios donde la medición es precisa y objetiva, por lo
cual la prudencia judicial queda marginada por la carga de la prueba. Esto es que, si el actor
prueba el daño causado y los valores estimados o reclamados, el juez no podría apartarse de
tal congruencia económica.
Hay puntos intermedios, tal como ocurre en la "privación del uso del vehículo" porque la
imposibilidad de utilizar el automóvil por un tiempo determinado no implica, necesariamente,
la existencia de perjuicios resarcibles a favor de quien los reclama. Por ende, éste debería
demostrar su procedencia en forma fehaciente o, cuanto menos, brindar parámetros que
permitan asegurar la conformación de un perjuicio que exceda las meras molestias o
padecimientos que la carencia de un vehículo pueda ocasionar para quien tiene cierta
expectativa de contar con el mismo (1281).
Las variables y manifestaciones del punto son demasiadas para contarlas en una reseña
como la que formulamos, bastaría agregar como ejemplo otro caso donde las dudas no se
esclarecen con la contundencia probatoria. Así, cuando se demanda el resarcimiento por
violación de una caja de seguridad, la configuración y cuantía del daño no podrá extraerse de
una prueba directa, sino de presunciones que varían en cada caso en particular, pues exigir
del peticionario una demostración rigurosa e inequívoca de la veracidad del contenido de la
caja implicaría hacer recaer sobre él una carga cuyo cumplimiento es impracticable (1282).
Cuando la vida humana se pierde, se dice que el menoscabo lo sufren otros a quienes les
asiste el derecho a ser resarcidos por la pérdida de esa vida truncada.
Por otro lado, se piensa que la vida tiene un valor en sí misma y que la indemnización que se
otorga a sus sucesores tiene carácter iure hereditatis.
Asimismo, cuando los daños los sufre una persona, también la doctrina se posiciona en dos
direcciones: quienes afirman que toda afectación constituye un perjuicio indemnizable
patrimonialmente en la medida en que se acredite el daño sufrido; y quienes sostienen que
el daño a la persona está referido al menoscabo que se produce en los derechos de la
personalidad, como un derecho resarcitorio diferente al menoscabo patrimonial (1283).
La dialéctica que surge de las ideas confrontadas se refleja en la ciencia procesal como un
ejemplo de la falta de articulación que tiene el proceso respecto de la evolución
constitucional.
Sostiene Fernández Sessarego que "...el Derecho ha sido imaginado por el hombre para que
cumpla el rol social de proteger a cada persona humana, en armonía con el interés
comunitario, a fin de que pueda realizarse plenamente en cuanto a ser libre que proyecta y
realiza su vida en el tiempo. La tutela de la persona humana, en su dimensión coexistencial,
es incuestionablemente, la misión esencial y básica del Derecho... Se suele aludir, por ello, a
un personalismo que se constituye al mismo tiempo como un solidarismo jurídico, en un
pertinaz afán por encontrar un justo equilibrio entre la más amplia tutela que se debe
dispensar a la persona y el interés social que le alcanza y comprende en tanto ser
coexistencial..." (1284).
Por eso se sostiene que para la fijación del quantum del daño moral debe tenerse en cuenta
el carácter resarcitorio de este rubro, la índole del hecho generador de la responsabilidad y la
entidad del sufrimiento causado. No es necesario que guarde relación con el daño material,
pues no se trata de un accesorio a éste (1285).
Ahora bien, la apreciación pendula entre las dos posiciones citadas someramente. Mientras
algunos sostienen que no se trata de cuantificar el dolor humano en base a la situación
económica de la víctima, sino de elaborar pautas medianamente objetivas que conduzcan a
un resultado equitativo. Otros indican que en nuestro derecho se reparan los sufrimientos
provocados por el dolor en todas sus manifestaciones humanas legítimas, siempre que exista
sobre ellos prueba directa que trascienda la mera estimación del sinsabor o fastidio por los
malestares sufridos.
(1261) MONTERO AROCA, Juan, La Prueba en el Proceso Civil, Civitas, Madrid, 1996, p.
15.
(1262) MONTERO AROCA, J., La Prueba..., cit., p. 25.
(1263) Cfr. el magnífico trabajo de KIELMANOVICH, Jorge, "Sobre la verdad en el
proceso", publicado en su libro, La Prueba en el Proceso Civil, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1985, ps.
35 y ss.
(1264) GOZAÍNI, Osvaldo A., "Los hechos y la prueba", Revista de Derecho Privado y
Comunitario, nro. 13, año 1997, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, p. 9.
(1265) SALAZAR, Olman O., "Nuevos medios probatorios", en AA.VV., Derecho Procesal
Moderno, Pontificia Universidad Bolivariana, Bogotá, 1987, p. 299.
(1266) SENTÍS MELENDO, Santiago, La Prueba, Ejea, Buenos Aires, 1978, p. 58.
(1267) PALACIO, Lino E., Derecho Procesal Civil, T. IV , Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
1973, p. 330.
(1268) CAPPELLETTI, Mauro, La Oralidad y las Pruebas en el Proceso Civil, Ejea, Buenos
Aires, 1972, p. 123.
(1269) CAPPELLETTI, M., La Oralidad..., cit., p. 130.
(1270) CAPPELLETTI, M., La Oralidad..., cit., p. 130.
(1271) GOZAÍNI, Osvaldo A., El Proceso Transnacional. Particularidades Procesales de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos, Ediar, Buenos Aires, 1992, Cap. III.
(1272) MONTERO AROCA, J., La Prueba..., cit., p. 39.
(1273) CNFed. Civ. y Com., Sala II, 12/12/1997, LL, 1998-B-877.
(1274) Por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires la Suprema Corte sostiene que la
legitimación para obrar le corresponde a quien resulta titular de la relación jurídica sustancial en que la
pretensión se sustenta, prescindiendo de su fundamento; sin embargo, en su nueva composición, aceptó
entre los habilitados a tramitar un proceso contencioso administrativo a quienes ostentaran un "interés
legítimo" (en el caso "Rusconi" se tuvo como parte al "vecino"), modificación técnica que muestra la
trascendencia operada.
(1275) GOZAÍNI, Osvaldo A., "¿Quién tiene legitimación para reclamar por los disturbios
que suceden en el fútbol profesional?", Revista de Daños, nro. 2, La Ley, Buenos Aires, 1999.
(1276) CNCiv., Sala H, 15/5/1996, LL, 1996-E-270.
(1277) PEÑAILILLO ARÉVALO, Daniel, La Prueba en Materia Sustantiva Civil, Jurídica de
Chile, Santiago, 1993, p. 3.
(1278) TANZI, Silvia Y. - ALTERINI, Juan M., La Demanda de Daños, Carpetas, Buenos
Aires, 1999, p. 76.
(1279) "Si bien el derecho positivo no ha receptado la opinión mayoritaria de la doctrina
nacional en el sentido de que la sola presencia de la infracción dañosa genera una presunción relativa de
culpa que desplaza la carga de la prueba hacia el accionado, de modo tal que éste debe probar su no
culpa o el caso fortuito, ello no constituye un obstáculo para que, en función del marco normativo que
nos ofrece el Código Procesal, se pueda exigir una amplia colaboración en la dilucidación de los hechos
que hacen a la controversia" (CNCiv., Sala D, 12/5/1992, en TANZI, S. Y. - ALTERINI, J. M., op. cit., p.
197).
(1280) "Los jueces al fijar las indemnizaciones por daños, podrán considerar la situación
patrimonial del deudor, atenuándola, si fuere equitativo; pero no será aplicable esta facultad si el daño
fuere imputable a dolo del responsable". También el art. 907 del mismo ordenamiento permite que:
"Los jueces podrán también disponer un resarcimiento a favor de la víctima del daño, fundados en
razones de equidad, teniendo en cuenta la importancia del patrimonio del autor del hecho y la situación
personal de la víctima".
(1281) CNCom., Sala A, 30/12/1998, LL, 1999-B-558.
(1282) CNCiv., Sala A, 7/12/1996, LL, 1999-B-825.
(1283) Cfr. ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, Resarcimiento de Daños, T. II-C, Hammurabi,
Buenos Aires, 1994, p. 38.
(1284) FERNÁNDEZ SESSAREGO, Carlos, Derecho y Persona, Normas Legales, Trujillo,
1995, p. 82.
(1285) CNCom., Sala B, 8/12/1997, LL, 1999-B-849.
(1286) CNFed. Civ. y Com., Sala III, 2/10/1997, LL, 1999-B-809.
LA PRUEBA DE LA CULPA EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 -
JUAN MARTÍN ALTERINI
I. INTRODUCCIÓN
Es que la dinámica del Derecho, que contempla los cambios socioculturales de un país, no ha
dado tiempo a que las mencionadas intervenciones complacieran los casos que en los hechos
se verifican. Resolver distintas situaciones que se plantean a diario es, para los jueces, una
tarea cada vez más difícil de desarrollar, sin que la legislación haga lo propio, coadyuvando
al juzgador para que pueda dar soluciones en justicia más que ofrecer adaptaciones que, de
suyo, resultaron impensadas hasta para los creadores de las distintas enmiendas.
Por ello, el Derecho no siempre tiene como función receptar los cambios de la sociedad; a
veces también puede proponerlos, y ésta parece ser la idea del codificador de 1998. Mal
puede hablarse de aplicación de instituciones ajenas a nuestra comunidad jurídica, porque lo
que hoy se denomina ajeno, mañana puede ser -y seguramente ha de serlo- antiguo o
inocuo frente a la evolución vertiginosa de la ciencia, la tecnología, la economía.
Si lo que se pretende es una sociedad que respete las normas de convivencia, los derechos
de los demás, y la Justicia, se impone una reforma sustancial de nuestra normativa, una
reforma que sirva de "encauce" a muchas de las situaciones actualmente carentes de
legislación, pero -con miras al futuro- una reforma que sirva de "causa" a un cambio
sociocultural.
Respecto del art. 512 del Código Civil, enseñaba Orgaz que puede presentarse
genéricamente en dos formas: la negligencia, que consiste en no prever lo que era previsible
o, si se previó, en no adoptar las precauciones necesarias para evitar un daño; o bien, la
imprudencia, en la que el agente tomó todas las precauciones aconsejadas y, no siendo
éstas suficientes para evitar un daño previsible, se decidió -no obstante- a la acción con la
esperanza de que el daño no se produjese.
"La culpa, en suma, en sus dos formas genéricas, comporta una desatención o descuido, a
veces un olvido, de la diligencia necesaria para no causar un daño contrario a derecho
(negligencia); o bien, un menosprecio consciente de la prudencia exigida por las
circunstancias con resultado igualmente perjudicial (imprudencia)" (1293).
IV. LA PRUEBA
Probar es "una actividad, porque para llegar a demostrar, verificar, etcétera, resulta
necesaria cierta dinámica ejercida en tal sentido" (1300); que dentro del proceso civil deben
desempeñar fundamentalmente las partes por imperio del principio dispositivo, esto es, la
libre disponibilidad del individuo (1301). "Las partes deberán entonces aportar, a riesgo de
sufrir un perjuicio en su propio interés en caso contrario, no sólo el material fáctico, los
hechos sobre los que habrá de girar la prueba y la decisión judicial, sino la prueba de dichos
extremos, de modo de lograr formar la convicción del juez acerca de la probable existencia
de los presupuestos fácticos previstos en las normas jurídicas cuya aplicación se pretende,
pues el hecho alegado y no probado por los medios que el ordenamiento autoriza o dispone,
en tanto no se halle exento de prueba, no existe para el proceso" (1302). A mayor
abundamiento, en estricta relación con la prueba, su objeto y finalidad, puede decirse que "la
idea de objeto debe ser separada de la de causa o principio y de la de finalidad. La tarea final
del magistrado al dictar su sentencia responde a la subsunción de una situación o
proposición fáctica en el tipo legal de una norma jurídica. La certidumbre proviene,
generalmente, de la prueba que debe apuntar al presupuesto de hecho o proposición fáctica
que guarda relación inescindible con una específica consecuencia jurídica" (1303).
En este orden de ideas, la "carga probatoria corresponde a una noción subjetiva, ya que
atiende a quienes deberán probar los hechos que se alegan, mientras que por contenido de
la prueba debe comprenderse el objeto de la prueba, es decir, lo que se debe probar, siendo,
entonces, una noción objetiva. La carga de la prueba responde a la pregunta `quién´ debe
probar, entretanto que el contenido u objeto probatorio responde a `qué´ se debe acreditar"
(1304). Así se puede desmenuzar el tema en dos aspectos fundamentales: El primero de
ellos es el de la carga de la prueba que el Código de 1998 reforma, y un segundo aspecto
que es el de dilucidar qué es lo que se debe probar. Este último no ha sido objeto de
modificaciones y responde a los principios generales que gobiernan en el Derecho Procesal
(1305), recordando que, en lo esencial, "probar es demostrar de algún modo la certeza de
un hecho o la verdad de una afirmación" (1306).
Con relación a quién debe probar, el Código de 1998 introduce una nueva facultad
jurisdiccional que ha sido orientada en función de las más modernas tendencias que, desde
antaño, la calificada doctrina y jurisprudencia nacionales reclamaban; ya el Proyecto del
Poder Ejecutivo de Reformas al Código Civil de 1933, en su art. 1154, establecía: "Salvo
disposición en contrario la carga de acreditar los hechos constitutivos de la culpa y los
demostrativos de la no culpa pesa sobre ambas partes, en especial sobre aquella que se
encuentra en situación más favorable para probarlos".
El Proyecto de Código Civil de 1998, con plausible criterio, incorpora estos principios en su
art. 1619: "Salvo disposición legal, la carga de la prueba de los factores de atribución de la
responsabilidad, así como de las circunstancias que la excluyen, corresponde a quien las
alega.
"Si las circunstancias especiales del caso lo justifican, el tribunal puede distribuir la carga de
la prueba de la culpa, o de haber actuado con diligencia, ponderando cuál de las partes está
en mejor situación para aportarla" (1309).
Sólo resta remarcar que, al otorgar la facultad de distribuir la carga de la prueba al juez, en
función de las particularidades que presente cada caso en concreto, se evitarán soluciones
contrapuestas con los principios elementales del abstracto concepto de Justicia elaborado por
Ulpiano: dar a cada uno lo suyo, confirmando que aquélla "aunque siga siendo ciega, tiene el
oído atento a los reclamos de las víctimas" (1313).
En principio, y por regla general, el objeto de la prueba está dado por "el hecho o conjunto
de hechos alegados por las partes en el juicio" (1314), excluyéndose la prueba del Derecho
que, tanto en el Código vigente (art. 20 ) como en el Proyectado (art. 7º), se presume
conocido. Ergo, el derecho extranjero requiere de prueba toda vez que el juez no tiene el
deber de conocerlo, éste incluso, "podrá investigar su existencia" (art. 377 , Cód. Proc. Civ. y
Com.) cuando no hubiere sido probado por las partes.
Puede afirmarse entonces, que el derecho extranjero, a los fines de orientar la prueba en el
proceso, es considerado como un hecho y, en tanto tal, objeto de prueba (1315).
En este orden de ideas, "cuando se dice que el objeto de la prueba judicial son los hechos, se
toma este vocablo en sentido lato, es decir, como todo lo que puede ser percibido y que no
es simple entidad abstracta o idea pura (como puede serlo el alma, la bondad, etc.) y no en
su significado literal, ni mucho menos reducido exclusivamente a sucesos o acontecimientos"
(1316).
Así definidos, los hechos para ser objeto de prueba deben ser controvertidos y conducentes.
Son controvertidos cuando son afirmados por alguna de las partes en el proceso y negados o
desconocidos por la otra. Son conducentes, conforme con el criterio sostenido por Rosenberg
(1317), los hechos provistos de relevancia para influir en la decisión del conflicto, careciendo
de aquella calidad los hechos que, aunque discutidos, su falta de merituación no tendría
virtualidad para alterar el contenido de la sentencia.
El juez tiene impedido apartarse en su decisión de los hechos afirmados y probados por las
partes. Ello deriva del principio de congruencia que regula nuestro ordenamiento procesal
(arts. 163 , incs. 3º y 6º, 34 , inc. 4º) que no es más que "la relación inmediata y necesaria
que debe existir entre las pretensiones de las partes y lo resuelto por el juez" (1318).
Tal principio es uno de los pilares del proceso civil y encuentra su último fundamento en la
Constitución Nacional: "El carácter constitucional del principio de congruencia, como
expresión de la defensa en juicio y del derecho de propiedad, obedece a que el sistema de
garantías constitucionales del proceso está orientado a proteger los derechos y no a
perjudicarlos, vedando no sólo el pronunciamiento sobre peticiones o defensas no postuladas
por las partes, sino también la desviada consideración de hechos conducentes, contenidos en
las alegaciones formuladas por aquéllas en los escritos constitutivos del proceso" (1319).
Entonces, los hechos no afirmados por las partes no existen para el juez y de allí que se
encuentren exentos de prueba; "los hechos no afirmados no pueden ser puestos; los hechos
afirmados tienen que ser puestos" (1320) en la sentencia.
Los hechos admitidos tampoco son objeto de prueba, además, por aplicación del principio
dispositivo en tanto la admisión sea expresa y bilateral. Así ha surgido el viejo adagio:
reconocimiento de parte, relevo de prueba. Ergo, ello no resulta de aplicación en los casos en
que las afirmaciones concordantes recaigan sobre hechos evidentemente imposibles.
Tampoco requieren ser probados los hechos notorios que son aquellos hechos que, valga la
redundancia, revisten notoriedad dentro de un círculo social, entendida como "una
divulgación o generalización relativa, en ese círculo, siempre que el juez tenga conocimiento
de ella antes del proceso o pueda conocerla por investigaciones personales o merced a
pruebas suministradas con ese propósito, durante el proceso, y no le quede duda sobre la
verdad del hecho, aun cuando se le discuta por alguna de las partes" (1321). De ahí que "la
notoriedad de un hecho no requiere del conocimiento universal, porque se limita a su propia
contingencia y circunstancia" (1322).
Por otra parte, también se excluyen los hechos legalmente presumidos, que son aquellos que
la ley presume o bien iuris et de iure (sin admitir prueba en contrario) o bien iuris tantum
(admitiendo prueba que los desvirtúe). Es importante señalar que frente a una presunción
legal se presentan dos situaciones disímiles: la primera de ellas está constituida por el hecho
de que la ley presume que, obviamente, no requiere de prueba alguna; la segunda, se
constituye por el hecho de que da sustento a la presunción y que requiere de cierta actividad
probatoria por parte del beneficiado.
Los hechos cuya prueba prohíbe la ley quedan excluidos aun cuando se relacione con el
objeto de aquélla o cuando configure un presupuesto de la pretensión.
Finalmente, se incluyen como exentos de prueba aquellos hechos que ya han sido analizados
y probados en un proceso anterior cuando la ley así lo establece (1323).
En las obligaciones de medios, "no hay derogación de la presunción de culpa" (1334) sino
que la ley presume la culpa si ha quedado establecido el incumplimiento y no hay manera de
establecer dicho incumplimiento si no es mediante la prueba de la culpa (1335). En otros
términos, la forma de probar el incumplimiento de una obligación de medios es la
acreditación de la "omisión de aquellas diligencias que exigiere la naturaleza de la obligación,
y que correspondiesen a las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar" (art. 512
, Cód. Civ. argentino; conf. art. 1103, Cód. Civ. español (1336); conf. art. 1320, Cód. Civ.
peruano (1337) ).
El Proyecto de Código Civil de 1998 contribuye seriamente a dar sustento legal a las
tendencias modernas que gobiernan la materia y, en algunos casos, ya han sido receptadas
por nuestros Tribunales. "En una obra ya clásica, que perdura a pesar de las críticas
radicales, escribió Ruth Benedict que cada cultura, cada era, explota pocas posibilidades
entre muchas, ya que los cambios pueden ser muy intranquilizadores e implicar grandes
pérdidas. No obstante, es inevitable que así ocurra; los cambios son el eje de la historia. En
cada época, el Derecho trata de reflejar la vocación por ese cambio o el miedo a ese cambio,
pero en todos los casos es consecuencia de la cultura" (1341) y, en este orden de ideas,
nuestra comunidad jurídica -al darle estado legislativo a estos cambios- no hace más que
imprimirle impulso a una nueva etapa de la historia, reemplazando el marco normativo de
una cultura de carruajes tirados por caballos e iluminación con velas de cera, por el marco de
la cultura del siglo XXI ya que, la verdad de ayer no es la verdad de hoy que, en su caso,
deberá dar paso a la verdad del mañana (Josserand).
(1287) Por ejemplo, las reformas introducidas por las leyes 17711 , 17940 , 23264 ,
23515 , etc.
(1288) Nótese que el Proyecto de Código Civil se complementa con la elaboración del
Digesto ordenada por la ley 24967 .
(1289) Conf. art. 1603 del Proyecto de Código Civil de la República Argentina Unificado
con el Código de Comercio, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1999.
(1290) La unificación de la responsabilidad civil, desde antaño, ha tenido apoyo
mayoritario de la doctrina nacional. Así se ha concluido en las II Jornadas Bonaerenses de Derecho Civil,
Comercial y Procesal, Junín, 1986; las XII Jornadas Nacionales de Derecho Civil, San Carlos de
Bariloche, 1989; las Jornadas Australes de Derecho, Comodoro Rivadavia, 1980; el II Congreso Nacional
de Derecho Civil, Córdoba, 1961; las Jornadas Marplatenses de Responsabilidad Civil y Seguros, Mar del
Plata, 1989; las Jornadas de Responsabilidad por Daños, en homenaje al Profesor Jorge Bustamante
Alsina, Buenos Aires, 1990; las III Jornadas de Derecho Civil y Comercial de la Provincia de la Pampa,
Santa Rosa, 1991; las I Jornadas Internacionales de Estudiantes de Derecho, Córdoba, 1992, Brebbia,
Salas, Goldenberg, Trigo Represas, Ramella, Compagnucci de Caso, Stiglitz, A. Alterini, López Cabana,
Ameal, entre muchos otros.
(1291) Conforme con LEONARDI DE HERBÓN, Hebe Mabel, "ha sido la Corte Suprema de
Justicia de la Nación quien ha puesto las bases de ese principio anclándolo constitucionalmente" en la
primera parte del art. 19 (La Responsabilidad. Homenaje al Profesor Doctor Isidoro H. Goldenberg,
Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1995, p. 93). El Proyecto expresamente lo contempla en su art. 1584 inc.
b).
(1292) MESSINA DE ESTRELLA GUTIÉRREZ, Graciela N., Bioderecho , Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 1998, p. 126.
(1293) ORGAZ, Alfredo, La Culpa, Lerner, Buenos Aires, 1970, ps. 98 y ss.
(1294) Fundamentos del Proyecto de Código Civil, en Proyecto..., cit., p. 99.
(1295) Establece claramente el art. 1606: "La responsabilidad se denomina objetiva si,
conforme a la ley o a la estipulación de partes, la conducta diligente del sindicado como responsable no
es suficiente para excluirla" de modo que el acento se ha puesto no en el actuar del autor del daño, se
ha puesto en la víctima.
(1296) CASTRO DASSEN - GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Código de Hammurabi, Librería del
Jurista, Buenos Aires, 1982, p. 53.
(1297) Sin dejar de tener en cuenta que se trata de un artículo de un Código, quizás el
más antiguo, es menester hacer hincapié en que la responsabilidad que prescinde de la noción subjetiva
del agente no es una creación de la comisión reformadora, como pareciera sostener algún autor.
(1298) Así lo dispone el art. 1602 in fine del Código de 1998.
(1299) LAMBERT-FAIVRE, Yvonne, citado por ALTERINI, Atilio. - AMEAL, Oscar J. - LÓPEZ
CABANA, Roberto M., Derecho de Obligaciones Civiles y Comerciales, Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
1998, p. 182.
(1300) GOZAÍNI, Osvaldo A., Derecho Procesal Civil, T. I, vol. 2. Astrea, Buenos Aires,
1992, p. 524.
(1301) CAPPELLETTI, Mauro, El Proceso Civil en el Derecho Comparado, trad. Santiago
Sentís Melendo, Ediciones Jurídicas Europa-América, Buenos Aires, 1973, p. 20.
(1302) KIELMANOVICH, Jorge L., Teoría de la Prueba y Medios Probatorios, Abeledo-
Perrot, Buenos Aires, 1996, p. 78.
(1303) FORNACIARI, Mario, Reflexiones Acerca del Objeto de la Prueba en el Proceso Civil
en Derecho Procesal en Vísperas del Siglo XXI, Ediar, Buenos Aires, 1997, p. 185.
(1304) SAGARNA, Fernando A., Responsabilidad Civil por Daños Causados por Animales,
Depalma, Buenos Aires, 1998, p. 144.
(1305) Art. 377 del Código Procesal Civil y Comercial: "Incumbirá la carga de la prueba a
la parte que afirme la existencia de un hecho controvertido o de un precepto jurídico que el juez o el
tribunal no tenga el deber de conocer.
"Cada una de las partes deberá probar el presupuesto de hecho de la norma o normas que invocare
como fundamento de su pretensión, defensa o excepción (...)".
(1306) COUTURE, Eduardo, Fundamentos de Derecho Procesal Civil, Depalma, Buenos
Aires 1993, p. 215.
(1307) CNCom., Sala A, 22/9/1993, "Combal, Luis A. c/Banco Roca Coop. Ltdo." ,
Carpetas DP, 502; cabe señalar que abundante es la jurisprudencia orientada en este sentido.
(1308) Conf. CNCiv., Sala E, 24/2/1998, "Colman Dadino, Luis y otro c/M.C.B.A. s/daños y
perjuicios" , Boletín de Jurisprudencia de la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, 1999.
(1309) El Código General del Proceso Uruguayo reconoce, en su art. 139.2 la facultad del
Tribunal de la distribución de la carga de la prueba.
(1310) "Resulta excesivo y mecanicista aplicar literalmente el criterio de que el afirmante
de una consecuencia jurídica sea siempre y en todo caso quien produzca prueba positiva del antecedente
de tal efecto de derecho; un criterio más moderno y sustentado en la buena fe, exige ciertas cargas
probatorias de aquella parte que se halle en situación de poder cumplirlas" (CS Santa Fe, 8/9/1992,
"Torres, Rosalino c/Comuna de Colonia Aldao", DJ, 1993-I-1060); "Admitir el principio de la carga
probatoria dinámica no significa la inversión del onus probandi, sino por el contrario una aplicación de
los principios comunes que en materia de culpa subjetiva directa rigen la materia, y que hacen que
corresponda la carga de la prueba a quien alega un perjuicio sufrido, es decir, a quien impute el mismo a
otro sujeto responsable. De lo que se trata es de no renunciar a la posibilidad de considerar en estas
especiales causas la necesidad de colaboración de las partes" (CNFed. Civ. y Com., Sala III, 3/8/1994,
"Grandes Pinturerías del Centro S. A. c. Transportes San Jorge S.R.L.", JA, 1995-I-611 ).
(1311) ARAZI, Roland, Derecho Procesal Civil y Comercial. Partes General y Especial,
Astrea, Buenos Aires, 1995, p. 308.
(1312) MORELLO, Augusto M., La Prueba, Tendencias Modernas, Abeledo-Perrot, Buenos
Aires, 1991, p. 87.
(1313) ALTERINI, Atilio A., La Limitación Cuantitativa de la Responsabilidad Civil, Abeledo-
Perrot, Buenos Aires, 1997, p. 12.
(1314) COUTURE, E. J., Fundamentos..., cit., p. 220.
(1315) El art. 2534 del Proyecto de 1998 contempla una importante modificación relativa
a los casos de derecho internacional privado: "Prueba del derecho extranjero. Los jueces deben
establecer de oficio el contenido del derecho extranjero, sin perjuicio de que las partes puedan alegar y
probar su existencia y contenido" de modo tal que se impone el deber del Juzgador de establecer el
contenido del derecho foráneo.
(1316) DE SANTO, Víctor, La Prueba Judicial -Teoría y Práctica-, Universidad, Buenos
Aires, 1994, p. 38.
(1317) Citado por DE SANTO, V., La Prueba..., cit., p. 41.
(1318) FALCÓN, Enrique M., Código Procesal Civil y Comercial, Anotado, Comentado,
Concordado, T. II, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1983, p. 142.
(1319) C.S.J.N., 7/7/1998, "Siciliano, Martha y otros c/Club El Moro", Boletín de
Jurisprudencia de la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, 1999.
(1320) DE SANTO, V., La Prueba..., cit., p. 44.
(1321) Rosenberg, Sch”nke, Calamandrei, Carnelutti, Miocheli, Guasp, Couture, Devis
Echandía, Alsina, Fassi, Colombo, Arazi, Palacio, De Santo.
(1322) GOZAÍNI, Osvaldo A., Teoría General del Derecho Procesal, T. I, vol. II, Ediar,
Buenos Aires, 1992, p. 550.
(1323) Así, por caso, la prejudicialidad establecida en el art. 1101 , Cód. Civ., cuyas
importantes modificaciones proyectadas excederían el marco del presente (vid. arts. 1695 y ss. del
Proyecto de Cód. Civ.).
(1324) CNCiv., Sala I, 25/11/1991, JA, 1993-II-32 .
(1325) TANZI, Silvia Y. - ALTERINI, Juan M., La Demanda de Daños, Aspectos Civiles y
Procesales, Círculo Carpetas, Buenos Aires, 1999, ps. 66 y ss.
(1326) LLAMBÍAS sostiene que el incumplimiento genera una presunción de culpa que
pesa sobre el deudor: "nos parece que el régimen probatorio es siempre el mismo: al acreedor que
quiere hacer valer una responsabilidad contractual le incumbe probar el `incumplimiento´ del deudor,
sin necesitar demostrar además que tal incumplimiento le es `imputable´ al deudor, pues ello es lo que
la ley presume. Es cierto que para establecer el `incumplimiento´ en las obligaciones de medio, hay que
llegar hasta la demostración de la culpa del deudor, pero ello es la consecuencia de la distinta naturaleza
del objeto debido que no permite escindir el `incumplimiento´ de la `culpa´, pues en estas obligaciones
el incumplimiento consiste en la culpa del deudor. Por el contrario, en las obligaciones de resultado que
permiten efectuar esa separación, el acreedor no necesita llegar hasta la prueba de la culpa del deudor
pudiendo limitarse a lo que le incumbe acreditar que es el `incumplimiento´ del obligado", Tratado de
Derecho Civil. Obligaciones, T. I, Perrot, Buenos Aires, 1973, ps. 212 y ss.
(1327) CNCiv., Sala C, 24/3/1981, "Glaría, Víctor y otro c. Ibáñez Gómez, José A.", ED,
93-794.
(1328) Para una profundización mayor del tema, vid. BRIZZIO, Claudia R., "La obligación
de resultado del banco en el contrato de cajas de seguridad. Con acotaciones sobre el Proyecto de
Código Civil de 1998", en Revista de Responsabilidad Civil y Seguros, Alterini, A. A. (dir.), nro. 1, La Ley,
Buenos Aires, 1999.
(1329) BRIZZIO, C. R., "La obligación...", cit., p. 52.
(1330) Es el criterio seguido por el art. 1610 del Proyecto de Código Civil de 1998, en
cuanto establece: "Causa ajena. La responsabilidad puede ser excluida o limitada por la incidencia de
una causa ajena (...)".
(1331) BRIZZIO, C. R., "La obligación...", cit., p. 53.
(1332) ALTERINI, A. A. - AMEAL, O. J. - LÓPEZ CABANA, R. M., Derecho..., cit., p. 190.
(1333) FERNÁNDEZ MADRID, Juan C. - CAUBET, Amanda B. Leyes Fundamentales del
Trabajo, JFM Editor, Buenos Aires, 1998, p. 121.
(1334) LLAMBÍAS, J., Tratado..., cit., p. 213.
(1335) Conf. LLAMBÍAS, J., Tratado..., cit., p. 213 quien agrega: "Esto significa no que la
presunción de culpa haya quedado derogada con respecto a las obligaciones de medio, sino que no hay
necesidad de recurrir a ella pues queda suplida en razón de la propia naturaleza de las cosas, por la
efectiva demostración de la existencia de esa culpa".
(1336) El Cód. Civ. español, en su art. 1104, establece: "La culpa o negligencia del deudor
consiste en la omisión de aquella diligencia que exija la naturaleza de la obligación y corresponda a las
circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar...".
(1337) El Cód. Civ. peruano de 1984, en su art. 1320 establece: "Actúa con culpa leve
quien omite aquella diligencia ordinaria exigida por la naturaleza de la obligación y que corresponda a las
circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar".
(1338) CNCiv., Sala D, 9/8/1989, "F., M. M. c/Hospital José A. Ramos Mejía", LL, 1990-E-
416; idem, CNCiv., Sala D, 12/5/1992, "Sica, Juan C. c/ENTel. y otros", LL, 1992-D-581, con nota de
Bustamante Alsina, Jorge; idem, CNCiv., Sala D, 21/3/1994, "H., J. M. c. M., L. y otro", LL, 1995-A-326;
"Sólo por excepción en la actividad del médico está en juego una prestación de resultado tal como
ocurre en el caso de los análisis anatomopatológicos o de intervenciones quirúrgicas de notoria simpleza
o de cirugía estética. En la mayor parte de los supuestos la obligación del médico frente al paciente es
de medios, ya que el profesional sólo promete atender con prudencia y cuidado, pero sin obligarse a
curar al enfermo, sino a emplear los medios que estén a su alcance para lograrlo. Y siendo que la
obligación es de medios, incumbe al paciente demostrar la culpa que atribuye al médico, pues ésa es la
única forma apta para exteriorizar la obtención de las diligencias que eran exigibles" (C1ªCC Lomas de
Zamora, Sala II, 3/9/1991, "V. de F., R. c/Roza, J.", LL, 1993-A-155); "En aquellos casos donde la
intervención del médico no obedece a la realización de una cirugía estética, la carga de probar la culpa
de los galenos recae sobre la parte actora. Se trata de una obligación de medios donde la prueba del
incumplimiento -siempre necesaria- se identifica con la negligencia" (CNFed. Civ. y Com., Sala II,
14/4/1992, "G., M. C. c. Estado nacional - Complejo Médico Churruca-Visca. Policía Federal", LL, 1993-
A-94); entre muchos otros.
(1339) ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R., Derecho..., cit., p. 512.
(1340) ALTERINI, A. - AMEAL, O. - LÓPEZ CABANA, R. Derecho..., cit., p. 189.
(1341) FUCITO, Felipe, Sociología del Derecho, Universidad, Buenos Aires, 1993, p. 31.
REFORMA DEL DERECHO DE GARANTÍAS EN EL CÓDIGO CIVIL ARGENTINO
(1342) - HÉCTOR ALEGRIA
El moderno derecho de las garantías parte de una noción (la de garantía) que, en primer
lugar utiliza un vocablo de significación multívoca (1343); en segundo lugar, tal como se ha
dicho, "la idea de garantía es a la vez fácil de entender (se trata de ofrecer al acreedor una
seguridad suplementaria, una chance suplementaria de pago) y difícil de definir". Por ello,
también se ha afirmado (1344) que "...la garantía no es una noción, no es más que una
etiqueta que se acomoda a cosas diferentes. El empleo frecuente del plural es significativo de
la imposibilidad de reunir en un concepto único, porque ella reposa sobre técnicas muy
distantes, las garantías personales y las garantías reales" (1345).
La práctica ha ido creando garantías, en una función muy común en el tradicional "derecho
comercial" o "mercantil" o en el moderno "derecho de los negocios". A su turno, las nuevas
garantías hacen replantear las bases doctrinales de una regulación genérica o única.
- en los países que sufren inflación, la mayor volatilidad de las fortunas, los créditos y las
garantías;
- el aumento de los privilegios, sobre todo los referidos a los créditos fiscales, laborales y de
ciertos entes estatales;
- el criterio difundido entre los juristas de que debe limitarse la afectación del patrimonio con
garantías (especialmente reales, para proteger la "prenda común de los acreedores" (1348)
).
Como se advierte enseguida muchas de estas protecciones son razonables; sin embargo,
como efecto no querido crean una exigencia de mayor garantía respecto de los sujetos del
crédito, lo que obliga a pensar en garantías más eficaces, más baratas y más simples en
beneficio de todas las partes y de la misma fluidez del crédito.
No es el objeto de este trabajo desarrollar este interesante tópico; sin embargo, todos los
autores hacen hincapié en la finalidad económica de las garantías o del grupo de ellas que
han de estudiar.
Nos limitaremos aquí a mencionar al tratamiento que hace Riffard (1349). Este autor
contesta, con importante sustento, que la inutilidad o lo perjudicial de las garantías no está
demostrado, mientras que la realidad se encarga de ir exactamente en dirección contraria.
Es que la mera apreciación matemática de los posibles efectos de las garantías no se
compadece con la inserción económica y aun sociológica del fenómeno. Debemos entrar sin
prejuicios a este mundo hoy complejo, diverso y para algunos inarmónico e inasible, pues de
otro modo, como decía nuestro maestro Malagarriga, por mucho proteger se puede terminar
desprotegiendo. Por supuesto que esto no significa renunciar al carácter tuitivo de la ley en
los casos en que pueda apreciarse un demérito social en el uso de alguna institución, ni
tampoco desmentir los principios generales que el Código impone para asegurar el equilibrio
en las relaciones patrimoniales.
f) Como marco de todas estas nuevas fronteras puede destacarse la importante influencia
del desarrollo de los pactos nacidos bajo la autonomía de la voluntad, por un lado, versus el
formalismo que, a veces, invade ciertas áreas con fines de mejor utilización de las figuras y
de tutela de los eventuales destinatarios u otorgantes de la garantía.
5. Algunas tentativas de reforma del derecho de las garantías sobre la base del modelo de
los Estados Unidos de América
En el acápite siguiente haremos una breve consideración sobre esta línea de reformas y la
adoptada por el Proyecto que estamos considerando.
Este tratamiento global, que sólo hace parcialmente un sector de la doctrina, que
conozcamos, no se encuentra como tal, en ningún Código moderno. Como máximo, se reúne
el tratamiento de las garantías reales mobiliarias, tal como surge del Uniform Commercial
Code, o también de las mobiliarias e inmobiliarias, como se desprende del Code Civil de
Quebec (1355).
Los argumentos expuestos por la doctrina respecto de la imposibilidad de reunir en un solo
concepto y un solo tratamiento a toda clase de garantías (personales, mobiliarias,
inmobiliarias, autónomas, etc.) son suficientes para indicar la prudencia de no concentrar en
un libro o título todas las garantías, aunque ellas sean entendidas en sentido estricto (1356).
Sin embargo, en el Proyecto las garantías reales, tanto mobiliarias como inmobiliarias, se
han regulado de manera unitaria en el Título XII ("De los derechos reales de garantía"), del
Libro Quinto ("De los derechos reales"). Este Título XII comprende el tratamiento de
"Disposiciones comunes" (arts. 2088 a 2103), "Hipoteca" (arts. 2104 a 2113), "Prenda"
(arts. 2114 a 2127), donde se trata el instituto en general y separadamente la "Prenda de
cosas" (arts. 2115 a 2121), "Prenda de créditos" (arts. 2122 a 2127), "Anticresis" (arts.
2128 a 2132) e "Indisponibilidad voluntaria" (arts. 2133 a 2136).
En suma, los principios del derecho de Estados Unidos y los precedentes del Código de
Quebec fueron, en nuestro criterio, seguidos por el Proyecto en estudio, bien que con una
redacción más escueta, flexible y adaptada a las necesidades nacionales.
Sin perjuicio de ello, se han mantenido en su regulación separada ciertas garantías tratadas
en leyes especiales, como la prenda con registro (dec. 15349/46, ley 12962 ) (1357), el
warrant (ley 9643 ), con ciertas modificaciones (1358); sin alterarse el régimen de garantía
de los depósitos que contiene la legislación bancaria y otras específicas.
Un tratamiento pormenorizado de las garantías excede por mucho el objeto de este trabajo.
Nos dedicaremos ahora al análisis de ciertas reformas particulares introducidas, en tanto
sugieren una modificación importante al régimen previgente o una característica saliente del
nuevo ordenamiento.
a) Garantías personales
1) Fianza
Siguiendo los lineamientos del derecho argentino, se reafirma la admisión de las llamadas
"fianzas generales" (art. 1490), pero se precisa que deben contener un monto máximo de
capital y que garantizan obligaciones nacidas, como máximo, hasta cinco años de otorgada,
pudiendo ser retractada.
3) Garantías unilaterales
En el Capítulo V ("Declaración unilateral de voluntad") del Título IV ("De otras fuentes de las
obligaciones"), del Libro Cuarto ("De los derechos personales"), en la Sección Quinta, se
prevén normas sobre las "Garantías unilaterales" (1362).
Quizá la novedad más importante es la adopción de reglas sobre esta clase de garantías
(1363) en una legislación interna que en general sigue al derecho continental. Si bien la
sección consta sólo de cinco artículos (arts. 1742 a 1746), los mismos dan pie para el
desarrollo de ese área de los negocios y de esa hoy importante institución. Por lo demás, se
ha tenido especial consideración en hacer compatibles las normas proyectadas con las reglas
y convenciones internacionales propuestas sobre la materia (1364).
Este tópico merecería quizá un muy amplio desarrollo. Sin embargo, sólo sintetizaremos los
aspectos más salientes, como hemos anticipado más arriba.
1) Disposiciones comunes
En un capítulo inicial, se enuncian las disposiciones comunes para todos los derechos reales
de garantía (1367).
A nuestro juicio, estas reglas se aplican también a los derechos reales de garantía que se
han mantenido normados por leyes especiales, como legislación complementaria y aun fuera
de ella. Las razones de la conservación de esos cuerpos legales separados se han expuesto
supra (1368). Además, es de recta interpretación aplicar estos principios generales a todos
los derechos reales de garantía, en tanto no colisionen con reglas específicas, pues así lo
requiere la buena hermenéutica y la concepción del Código Civil como sistema básico del
derecho privado.
Los principios generales expuestos en este capítulo son relevantes, en suma, tanto por su
importancia en sí mismos, cuanto por su aplicación a todos los derechos reales de garantía.
i) Definición. En el art. 2088 se define a estos derechos como "los que sólo pueden
constituirse por contrato formal, en seguridad de créditos, y que además de las facultades
propias de los derechos reales, otorgan las de realizar los bienes y de percibir los créditos
sobre su producido". Como se advierte esta definición es amplia y comprensiva de todas las
figuras previstas en la normativa.
ii) Constituyente. Se reitera la regla de que estos derechos pueden otorgarse por un tercero
no deudor de la obligación (art. 2089).
Como veremos más abajo, los créditos futuros también caben dentro de la garantía, en los
casos de garantías de máximo. Siguiendo el principio de accesoriedad se establece que las
garantías se extinguen con el crédito y que son intransmisibles independientemente de éste.
Además, se prevé la extensión al capital, a los intereses, y daños y costas provocados por el
incumplimiento de la obligación principal; aunque se aclara que para que los intereses, daños
y costas anteriores a la constitución queden comprendidos en la garantía, deben ser
previstos expresamente en la convención (art. 2096, 3º y 4º párrs.).
iv) Objeto. El art. 2092 admite en los derechos reales de garantía, la afectación de cosas y
derechos. Fue motivo de debate la posibilidad de que se incorporaran a la garantía bienes
futuros, lo que finalmente excluye al art. 2092 pues exige que los bienes sean actuales.
Entendemos que este requisito no impide la incorporación a la garantía de los frutos o
productos de un bien ni de los bienes que sean elaborados con utilización de aquellos que
fueron objeto de la garantía original. Esta conclusión surge de la lectura del art. 2096, 1º
párrafo.
En los casos de accesión física de una cosa a otra, se aclara la posible colisión cuando se
constituye la garantía real y preexisten derechos de prenda o de propiedad de terceros. En
este caso éstos se excluyen de la nueva garantía. Este principio se aplica también a los
bienes unidos posteriormente a la cosa, que al tiempo de tal unión estén gravados por
prenda o sean de propiedad de terceros. Con ello se resuelve el viejo problema de la colisión
de más de una garantía sobre un mismo bien, en los supuestos de la accesión física (art.
2096, 2º párr.).
La exigencia de la actualidad del bien gravado tampoco impide la aplicación del principio de
subrogación real, que se consagra por el art. 2097 del Proyecto.
Además y con igual sentido de flexibilización se establece que aun en defecto de una
determinación completa y expresa del objeto o del crédito, el principio de especialidad puede
integrarse recurriendo al conjunto de las enunciaciones del acto constitutivo (art. 2094, 1º
párr.).
- Disminución de la garantía. Los arts. 2099 a 2102 prevén supuestos que pueden
encuadrarse genéricamente bajo esta denominación. Así, el 2099 establece en forma general
que el propietario dador de la garantía no puede realizar actos que disminuyan su valor y
que en caso de violarse esta regla el titular del derecho real puede requerir la privación del
plazo de la obligación y estimar la pérdida del valor, exigiendo su depósito o el otorgamiento
de otra garantía (art. 2100). También se establece que los actos jurídicos otorgados con
relación a la cosa dada en garantía con posterioridad a su constitución son inoponibles al
acreedor (art. 2101). Finalmente la realización de un bien por un tercero, aunque no altera la
prelación de la garantía constituida, admite al acreedor solicitar el pago inmediato (art.
2102).
- Pacto comisorio. El art. 2103 prevé la invalidez del llamado "pacto comisorio" (1371),
aunque como veremos se lo admite con amplitud en el caso de prenda.
2) Hipoteca
ii) La factibilidad de que constituyan hipoteca los titulares de dominio, condominio, propiedad
horizontal y superficie;
iii) La oponibilidad de las cláusulas del contrato hipotecario a terceros interesados, aun de
buena fe, desde la inscripción de la hipoteca en el Registro;
iv) El mantenimiento de las reglas especiales para la ejecución de hipoteca reconocida por
otras leyes, lo que a nuestro juicio comprende en particular, la prevista en el Título V de la
ley 24441 (1373) y otras que facultan formas peculiares de realización extrajudicial a ciertos
acreedores (1374).
3) Prenda
- La regla general consiste en la venta extrajudicial a cargo del acreedor, en subasta pública,
previa publicación por diez días (tal como lo señalaba el precedente del art. 585 del actual
Cód. Com.).
- En caso de títulos u otros bienes negociables en bolsas o mercados públicos la venta puede
hacerse en esos mercados, al precio de cotización. En este aspecto debemos señalar que la
regla del Código de Comercio todavía vigente sólo preveía títulos de renta, acciones de
compañías u otros papeles de comercio negociables en bolsas o mercados públicos, mientras
que ahora se extiende a cualquier otro bien que tenga esa calidad. Esto es importante para
los mercados de commodities (1375).
- Se admite que las partes pueden convenir, simultáneamente con la constitución, que el
acreedor se adjudique la cosa por la estimación del valor que de ella se haga al vencimiento
de la deuda, establecido por un experto (art. 2119, inc. a]).
4) Anticresis
En los arts. 2128 a 2132 se resume el tratamiento de esta figura. Se destaca la admisión de
su constitución por los titulares de los derechos reales de dominio, condominio, propiedad
horizontal y superficie (art. 2129, 1º párr.) y la oponibilidad del contrato a terceros desde su
inscripción.
5) Indisponibilidad voluntaria
"Al responder la indisponibilidad a una causa justificada -la función de garantía- y al tener su
duración límite máximo, se satisfacen los clásicos requerimientos exigidos para su admisión
en los derechos histórico y comparado" (parág. 291, párrs. antepenúlt. y penúlt.).
La adopción del instituto motiva algún debate, pero como surge de lo expresado, puede
rendir frutos de interés en su aplicación práctica, sobre todo por la reducción de costos en su
implementación.
c) Fideicomiso y leasing
1) Fideicomiso en garantía
La regulación propuesta para el fideicomiso admite que éste tenga una función de garantía.
Es decir, que el fiduciario reciba los bienes del fiduciante para garantizar alguna obligación
del fiduciante o de un tercero. En este sentido, no existen mayores dudas en la legislación
previgente argentina (ley 24441 ) ni en su interpretación doctrinaria (1376). Sin embargo,
se debatió sobre si en el fideicomiso en garantía, el fiduciario podía, a la vez, ser su
beneficiario (1377).
Para resolver este punto, el Proyecto admite que en el fideicomiso en garantía fiduciario y
beneficiario sean la misma persona, cuando se trate de una entidad financiera (art. 1466).
Sin embargo, si lo ingresado al fideicomiso, como efecto del mismo, no son sumas de dinero,
el fiduciario no podrá apropiarse de los bienes de otra calidad para satisfacción de su crédito,
sino recurriendo a las reglas de la ejecución extrajudicial de las prendas o de las hipotecas.
Con esto, entendemos, se articulan adecuadamente los distintos intereses en juego.
2) Leasing
Si se considera que esta institución tiene facetas de garantía, podemos señalar que el
Proyecto reformula totalmente su tratamiento, superando ciertas restricciones y modalidades
de su recepción legislativa anterior (1378).
La consideración de cada una de esas novedades puede exceder a esta colaboración y nos
permitimos remitir a los párrafos 200 y 201 de los "Fundamentos" en que se reseñan sus
peculiaridades más salientes (1379).
a) En el art. 22 se establece que los emancipados no pueden afianzar obligaciones (inc. c]);
b) El art. 231 se refiere al "patrimonio como prenda común de los acreedores" (1380);
d) El art. 366 -en la representación- exige facultades especiales para constituir, transferir,
modificar o extinguir derechos reales sobre inmuebles u otros bienes registrables (inc. f]),
crear obligaciones por declaración unilateral de voluntad (inc. g]) y dar fianzas (inc. ñ]);
g) El art. 816 indica que el pago de una obligación no puede ser opuesto "al titular de una
prenda sobre el crédito o sobre el bien con el que se paga";
h) El art. 849 admite la subrogación legal cuando el que paga es el tercero que adquiere una
cosa gravada en garantía del crédito, o que constituyó un gravamen sobre ella;
i) El art. 880 establece que subsisten los privilegios y garantías reales otorgadas por el
deudor, no obstante la novación, si el beneficiario hace reserva expresa; y subsisten también
las garantías personales o reales constituidas por terceros, si éstos lo aceptan expresamente.
El art. 885 establece que no se entiende novación la modificación del plazo o del lugar del
pago, la emisión de títulos de crédito ni cualquier otro cambio que no afecte el objeto, la
causa o los sujetos de la obligación;
j) El art. 1272 permite al corredor otorgar garantía por obligaciones de una o ambas partes
en la negociación en la que actúa;
k) En la cuenta corriente el art. 1310 establece el traslado de pleno derecho de las garantías
reales y personales a su saldo, y el art. 1315 permite que el saldo sea garantizado, a su vez
con "hipoteca, prenda, fianza o cualquier otra garantía". La previsión es importante, aun
cuando tiene su antecedente en el art. 789 del Código de Comercio, porque se ha
flexibilizado ampliamente el régimen de la cuenta corriente para hacerlo aplicable a un
espectro amplio de situaciones, que a su vez se benefician de una única garantía que no
requiere ser renovada.
l) En la cuenta corriente bancaria el saldo puede ser garantizado por hipoteca, prenda, fianza
o cualquier otra clase de garantía. Esta norma es importante porque no estaba en la ley
anterior y se debatía sobre su posibilidad;
m) En el art. 1363 se dictan normas sobre las garantías del agente por los contratos
efectuados por cuenta del preponente (1381);
n) El art. 1544 establece que cuando en la cesión se garantiza la solvencia del deudor
cedido, se aplican las reglas de la fianza y en los arts. 1546 y siguientes se establecen las
reglas referidas a la cesión de créditos como componentes de una cartera de crédito para
garantizar emisión de títulos valores en el proceso llamado de securitización;
o) El art. 1730 tipifica como "declaración unilateral de voluntad" a las obligaciones que
resultan para el emisor o confirmante de las cartas de crédito emitidas por bancos u otras
entidades autorizadas. En este caso admite la utilización de cualquier instrumento particular
(1382);
p) En materia de títulos valores, se admiten las garantías (art. 1758), lo que se extiende
para los títulos no cartulares (art. 1782);
q) Al estudiar los privilegios especiales, se mencionan: "e) Los créditos garantizados por
hipoteca, anticresis, prenda con o sin desplazamiento, warrant y los correspondientes a
debentures y obligaciones negociables con garantía especial o flotante. f) Los privilegios
creados en la Ley de Navegación, en el Código Aeronáutico, en la Ley de Entidades
Financieras y en la Ley de Seguros", regulándose en los artículos siguientes distintos
aspectos de estos privilegios.
I. CONSIDERACIONES PREVIAS
El Anteproyecto de Reformas al Código Civil Argentino, elaborado por la Comisión creada por
decreto 685/95 , fue finalmente presentado con fecha 30 de junio de 1999 al presidente de
la Nación, estando en estos momentos a consideración del Congreso Nacional (1384).
Constituye otro intento (1385), el último de este siglo, de modernizar nuestro ordenamiento
jurídico. Unifica la legislación civil y comercial, derogando el Código de Comercio,
simplificando además el extenso articulado del actual Código Civil. Recepta institutos que
tienen aplicación en la práctica habitual pero que carecían de regulación legal e incorpora
nuevas figuras, produciendo una sustancial modificación del derecho positivo nacional.
La presentación de esta reforma implica la culminación de una etapa marcada por las
profundas transformaciones acaecidas en los últimos años en todos los ámbitos.
En nuestro país, la reforma del Estado iniciada en 1989 (1387), significó una trascendental
modificación de la concepción estadual en Argentina; la constitucional de 1994 produjo la
incorporación de los tratados internacionales que protegen los derechos humanos (1388), y
la paulatina consolidación de los pactos regionales que tiende a la integración económica y
legislativa con países vecinos (1389).
Esta ocasión se presenta como la más propicia y es por ello que la sanción del nuevo Código
Civil no debe hacerse esperar.
1. Previsión legal
El Proyecto prevé, en relación a este punto, las siguientes modificaciones que están
contempladas en el anexo II que acompaña la reforma del Código:
3. Fundamentos
a) Unificación
b) Génesis de la sociedad
f) Otros institutos
3) Posibilidad de que los cónyuges puedan formar parte entre sí de sociedades irregulares,
sin adquirir por ello, en ningún caso, responsabilidad solidaria entre ellos o con la sociedad
(art. 14, anexo II) (1411);
4) Simplificación del trámite para adquirir bienes registrables por la sociedad irregular,
etcétera.
1. En el extranjero
Model Business Corporation Act: Legislación uniforme que adoptan la mayoría de los estados
de la Unión. Faculta la constitución de la llamada one man corporation, sea por persona física
o jurídica (1413).
Dinamarca: La legislación danesa data de 1974 y admite que la totalidad de las acciones
puedan suscribirse inicialmente por una sola persona física o jurídica.
Bélgica: Introduce las sociedades unipersonales por ley del 14 de julio de 1987 (1417).
La lista es aún más extensa y abarca otros países, dentro y fuera de Europa. La presente
reseña sólo tiene fines ejemplificativos (1418).
2. En nuestro país
Proyecto de Código Unificado: Constituye el primer intento unificador del derecho privado
argentino. Se materializó con la sanción de la ley 23042 que fuera luego vetada por el Poder
Ejecutivo nacional. Admite la inclusión de las sociedades unipersonales, reforma el art. 1º
de la Ley de Sociedades, y los arts. 146 y 165 comprendiendo a las sociedades de
responsabilidad limitada y anónimas, respectivamente.
Comisión de reformas al Código Civil. Proyecto de la Comisión designada por decreto 468/92
del Ministerio de Justicia: Se adoptan reglas similares.
Otros antecedentes: Agregamos también las reuniones que siguieron al evento precedente,
VI (1421) y VII (1422) Congresos Argentinos en materia societaria; y la formidable obra de
la doctora Ana Isabel Piaggi (1423). No debemos ignorar que las primeras consideraciones
respecto de la limitación individual de la responsabilidad, en nuestro país, se remontan a
principios de siglo, donde tuvo lugar el llamado "debate histórico", el cual está expuesto
cronológicamente en la obra del doctor Amuchástegui (1424).
Este Proyecto, como los anteriores, ha preferido la adopción de la forma societaria para
incluir la unipersonalidad con limitación de responsabilidad. Está previsto en el anexo II, art.
14 ("Legislación complementaria") (1426). Prevé la incorporación del instituto de la sociedad
de un solo socio, en el marco de una reforma aún más amplia del régimen de sociedades.
La reforma que se plantea constituye un viejo anhelo doctrinario. Los autores nacionales, se
han expedido hace tiempo en forma unánime acerca de la necesidad de legislar sobre este
tema, admitiendo la responsabilidad individual limitada, aunque sugiriendo dos sistemas
diferentes; la forma jurídica autónoma o la modalidad societaria. A nuestro juicio, la
instrumentación de las sociedades unipersonales como un subtipo dentro de las categorías
tradicionales, responde a una medida de practicidad legal, no requiere grandes
modificaciones formales y es fácilmente adaptable a la legislación vigente.
Ofrece a las personas, humanas o jurídicas, la opción, dentro del régimen societario, de
afectar una parte de su patrimonio para afrontar el riesgo de una explotación empresaria, o
de varias, respondiendo únicamente con lo aportado en cada de una de ellas.
La recepción de las sociedades unipersonales por las legislaciones de los países vecinos
incrementará el desarrollo económico de la región y dará impulso a las alicaídas pequeñas y
medianas empresas, generando fuentes de trabajo.
Las cuestiones relativas a las relaciones internas y externas que la incorporación de las
sociedades de un solo socio impondrá al ordenamiento societario argentino, son materia de
estudio que merece un análisis más profundo (1429) y abarcativo de todos los problemas
puntuales que pudieren llegar a presentarse en la implementación de esta figura.
Su instrumentación seguramente requerirá un capítulo especial dentro de la ley de
sociedades actual, donde se contemple las formas de expresión de la decisión unilateral, la
fijación de un capital mínimo para la constitución, las cuestiones internas del socio con el
ente, la contratación del único miembro con la sociedad y el interés contrario, la toma de
decisiones, asuntos de fiscalización externa, el órgano de administración, la utilización de la
pantalla societaria para la consecución de fines ilícitos, el fraude, etcétera. En definitiva, de
lo que se trata es de aplicar en lo sustancial las normas vigentes para las sociedades de
responsabilidad limitada y sociedades anónimas y sólo regular en particular aquello que la
legislación actual no pueda abordar.
I. En términos de tiempo histórico no hace sino bastante poco que se ha presentado en lares
sudamericanos una auténtica invasión de figuras negociales que irrumpieron en la palestra
académica de reflexión y crítica, cuando la doctrina no había dado fin aún a los múltiples
problemas planteados a partir del desarrollo y de la evolución de las configuraciones
negociales anteriores. No se había acallado ninguno, tal vez, de los ecos de las
trascendentales discusiones acaecidas de modo ininterrumpido desde los tiempos de la
sistematización del Derecho Romano y consignadas dentro del ámbito de la teoría general
del negocio jurídico, cuando al conjuro de concepciones socio-económicas que en el nivel
geopolítico trasuntaron la globalización como fenómeno de mundialización requirente de
uniformidad, aparecieron en lares vernáculos figuras negociales que desde su propia
denominación en idioma distinto plantearon, en primera instancia, hasta la sensación técnica
de una nueva conceptualización en ciernes. Las nuevas figuras negociales convocaron la
atención de los operadores académicos y pragmáticos con la misma rapidez que se produjo
su irrupción. Y con el factor sorpresa a su favor, en tanto esas formulaciones contractuales
no respondían ab origine al comportamiento convencional del cuerpo social sino a la
conducta de sectores posicionados empresarialmente en determinados estratos económicos y
financieros, instalaron sus estructuras preordenadas al funcionamiento de conformidad con
los designios y diseños adecuados a los intereses de sus operadores. Entretanto, la doctrina
debió polidimensionar su actividad y encargarse no solamente de la continuación de la
dilucidación de los problemas (denominables por ahora) clásicos sino asimismo de la nueva
problemática que las figuras en advenimiento plantearon en el plano básico de su
conceptualización y, corolariamente, en el de su categorización, vale decir, en los planos
fundamentales de su ubicación dentro del marco de referencia actuado -hecho acto- por la
teoría general del negocio jurídico.
II. El estado de situación actual marca una progresiva internalización de los tipos
contractuales provenientes de construcciones operadas en comunidades jurídicas diferentes
y al conjuro de necesidades distintas que, también gradualmente, se fueron creando como
propias a través de la incidencia de la multicitada globalización que el mercado se encargó de
sustentar. Ese dato de la realidad no posee vicisitudes insusceptibles de percibirse mediante
aplicación del sentido común: basta con retrotraerse no más de treinta años en el tiempo y
recordar -del latín re/cordis: pasar dos veces por el corazón, como hace notar Galeano en El
Libro de los Abrazos, lo cual marca también la impronta afectiva de aquellos que guardan en
su espíritu el Río de la Plata bucólico, pleno de dimensión humana, en donde la contratación
se incluía en un ámbito de serena confiabilidad en el otro- la costumbre negocial general,
respecto de la cual era difícil encontrar la inexorable mera adhesión a la prevalencia del otro
para poder obtener un mínimo de satisfacción de una necesidad recubierta de derecho
subjetivo. Remarque el lector su atención retroactiva a ese tiempo y observará que los
pactos aseguraban en general una aprehensión posible por quien lo suscribía, inexponiéndolo
al riesgo que existe hoy postcontractualmente respecto de las etapas de ejecución de las
prestaciones comprometidas, sobre las cuales se balancean de continuo la inseguridad y la
incertidumbre, no sólo en lo concerniente a su verdadero alcance sino, asimismo, respecto
de la interpretación que sobre esos pactos colacionados a la denominada posmodernidad
jurídica -cuya verificación antes de una modernidad en serio no ha podido ser aún explicada-
pudiera realizar eventualmente un decisor jurisdiccional en momentos en los que no se
hubiera asentado aún la conceptualización teórica vernácula sobre el tema, ni elaborado un
planteamiento normativo abarcativo de su esencia y, consecuentemente, proveedor de
firmeza destinada a viabilizar el plano pragmático.
Y si del caso fuera que las figuras convencionales de marras convengan en ser incluidas en
un ordenamiento como consecuencia del juicio de valor favorable que en estrictos términos
de política legislativa se hiciera a su respecto, dicha inclusión debe consignar
normativamente la esencia o élan vital conceptual que delimita su propia ontología y que
emana del previo estudio crítico que los pensadores doctrinarios tienen la obligación de
realizar en mérito a su posición de vanguardia en el pensamiento académico y en virtud de la
bienvenida carga histórica de esclarecimiento que tienen sobre sí en servicio a la comunidad
que integran como parte de su inteligencia.
En esa línea de pensamiento, las denominadas figuras contractuales modernas resultan ser
un reordenamiento sintáctico de expresiones conceptuales irreductibles que no se alteran ni
conmueven en su significado o valor de significación propio, sobre el cual -y sólo sobre el
cual- resulta construible la (nueva) reordenación de las secuencias que a las preindicadas
expresiones conceptuales se les asigna. La Teoría del Lenguaje, esto es, al decir de Morris,
su Semiótica, marca una polidimensionalidad relacional entre los signos y sus significados;
entre los signos y otros signos; y, finalmente, entre los signos y sus operadores. Cada uno
de esos segmentos relacionales o vinculares constituye un específico y relativamente
autónomo campo de conocimiento o (sub)disciplina con denominación técnica propia: el
primero, en el cual interactúan los signos con sus significados, se llama Semántica y resulta
ser el ámbito propio del análisis de los significados que asumen los signos en un determinado
universo de consideración (espacial y temporal) así como del examen de los factores de
atribución de significado, códigos, connotación, denotación, ambig•edad, vaguedad; el
segundo, dentro del que se relacionan los signos entre sí, se denomina Sintáctica y tiene por
función el estudio de las secuencias o cadenas de posicionamiento de las unidades de
significación a través de las cuales se estructura la expresión en determinado orden
necesario para mantener su inteligibilidad, orden marcado por la ubicación de los signos en
relación a sus precedentes y a sus posteriores; el tercero, en el que se vinculan los signos
con sus usuarios u operadores, es la Pragmática y tiene por contenido analítico las diferentes
modalidades de empleo del lenguaje según los emisores y receptores y su correspondiente
rol en la instancia dentro de la cual se expresa un determinado discurso.
IV. En el actual estado de situación no es posible extraer una conclusión por la que se afirme
la ruptura con las nociones fundamentales del derecho privado o que proclame una
innovación por la que se fracture la conceptualización técnica tradicional del derecho civil ni
que exista en este específico terreno de formulación negocial un nuevo paradigma privatista
en construcción como resultado de la destrucción de los vigentes.
Y si bien es verdad que todo cambio de las secuencias sintácticas puede aparejar una
alteración o modificación determinada, lo cierto es que lo que no sufre conmoción alguna es
el valor semántico de los factores integrados en la secuencia de que se trate (nueva o no) los
que mantienen su significado originario y su vínculo con su significante en los mismos
términos que existían antes de la nueva reordenación sintáctica. Así se explica la posible
verificación de un sesgo innovativo eventual a partir de un cambio sintáctico, aunque la
alteración tiene por dominio de alcance uno en el cual no ingresan los valores
significacionales concretos de los eslabones componentes de la nueva cadena, los cuales
permanecen idénticos.
V. La ventaja que para el derecho civil acarrea la delimitación teórica de los fenómenos
jurídicos posee las características generales que tienen los réditos que la precisión teórica y
conceptual proporciona a toda disciplina jurídica que se precie de científica. Pero en esta
temática de eventual sesgo innovativo, la correcta asignación de explicación no meramente
descriptiva asume especial trascendencia puesto que constituye la base referencial para
comprender íntegramente el fenómeno y desde su asimilación conocerlo y saber cómo
tratarlo con corrección en la fase de aplicación, segmento de praxis, de cuya relevancia no
puede caber cuestionamiento siquiera tangencial. En efecto, la aprehensión conceptual de
una entidad jurídica, el conocimiento de su esencia básica y el orden de relacionamiento que
la misma tiene en el universo de entidades con las que es posible vincularla en razón de su
juridicidad, resultan ser los presupuestos existenciales para alcanzar la aplicación correcta de
la figura en conocimiento tanto como para obtener una acertada convocatoria de normas y
principios que la regulan y asegurar finalmente la regularidad formal y sustancial de la fase
aplicatoria para la que la entidad tiene potencial vocación.
Sin un marco teórico definitorio y sin los contenidos conceptuales que lo integren, será
imposible conseguir que la etapa aplicatoria de las entidades jurídicas satisfaga los
imperativos científicos de la disciplina que los comprende. Por ello, en sede de formulaciones
contractuales modernas, es imprescindible descubrir la naturaleza de los fenómenos que
componen la situación y posibilitar una conceptualización explicatoria sobre cómo
preordenan su particular estructura al servicio de un funcionamiento que también les es
específico en configuraciones de Derecho.
Los réditos y utilidades técnicas que resultan a partir de la explicación sustantiva respecto de
las reorganizaciones secuenciales involucradas en la propia esencia de las figuras negociales
de referencia, avanzan también desde el campo de la calificación al campo de la
identificación precisa y suficiente de los presupuestos de existencia, de los requisitos de
validez y de las condiciones de eficacia de las nuevas configuraciones, así como a los
dominios de su interpretación e integración con todo lo cual el operador jurídico se mune de
instrumentos técnicos por los que se viabiliza el conocimiento pleno del fenómeno y el
control conceptual sobre el mismo para una correcta aplicación consecuente.
VI. El Proyecto de Código Civil de la República Argentina de 1998 incluye en sus
disposiciones al contrato denominado leasing que describe definitoriamente en el art. 1157
como una situación negocial en la cual "el dador conviene transferir al tomador la tenencia
de un bien cierto y determinado para su uso y goce, contra el pago de un canon y le confiere
una opción de compra por un precio".
En el plano legislativo en que ello sea respetado también se obtendrá como resultado un
balance positivo puesto que no marginarse de los conceptos básicos y propender a la
autonomización de figuras, por el perfil de la reglamentación específica de los caracteres que
se estimen convenientes en mérito a postulados de política legislativa ajustada a los tiempos
sociales y económicos, constituye un mérito innegable en cuanto comporta la reafirmación
valiosa del derecho civil en su más pura cepa científica.
I. UN ANTECEDENTE
c) Cuando la otra parte realiza un cumplimiento defectuoso (defective performance), esto es,
una ejecución parcial o una ejecución íntegra pero no adecuada a lo convenido;
El Anteproyecto de Código Europeo de Contratos prevé este texto: "1º. Si, antes del
vencimiento del plazo, parece razonable estimar que el deudor no está o no se ha puesto en
condiciones de ejecutar una obligación contractual, o que no puede ejecutarla sin defectos
notables, y todo eso no se debe a un hecho positivo o a una omisión del acreedor, éste
puede invitarlo por escrito a otorgar en un plazo razonable, no inferior a quince días, una
garantía apropiada en relación a la futura ejecución y declarar que, en su defecto, la
inejecución será tenida por cierta. 2º. El deudor, si no da la garantía solicitada, puede, en un
plazo de ocho días, impugnar por escrito la pretensión del acreedor y debe, si éste no revé
por escrito su posición en un plazo ulterior de ocho días, dirigirse al juez en un nuevo plazo
de treinta días. En caso de inacción del deudor, la inejecución será tenida definitivamente por
cierta" (art. 91).
Se considera que una parte repudia el contrato (cfr. Restatement of Contracts 2nd., párr.
250 y su Comentario; Comentario al Uniform Commercial Code [sec. 2-610]):
(i) Cuando, mediante una expresión que indica razonablemente ese propósito, comunica a la
otra que no quiere o que no puede cumplir; por ejemplo, si el deudor de dinero le dice al
acreedor que para la fecha de pago "no habrá dinero disponible" ("Petrangelo vs. Pollard",
356 Mass., 969, 255 N.E. 2d. 342 [1970]). Esta declaración debe ser dirigida al otro
contratante o, en su caso, al tercero beneficiario del contrato.
(ii) Cuando realiza un acto que demuestra que no puede cumplir, o que aparentemente no
puede cumplir.
En este caso, el incumplimiento debe tener entidad significativa, lo cual excluye la virtualidad
del que sea de poca magnitud (minor breach is not a repudiation: Farnsworth).
(i) A considerar extinguido el contrato y demandar por los daños. Pero, para reclamar daños
debe haber estado en situación de poder cumplir su propia obligación: si el dueño de un
night-club, por ejemplo, comunica a un cantante que había contratado que no usará sus
servicios, éste -no obstante ser la parte inocente- carecerá de derecho a ser resarcido en el
caso en que hubiera estado enfermo y, por lo tanto, impedido de cantar (Shaber-Rower).
(ii) Alternativamente, la parte inocente puede mantener la vigencia del contrato. En tal
situación, tiene derecho: 1) a suspender su propio cumplimiento "por un tiempo
comercialmente razonable" para negociar con la otra parte o esperar su cumplimiento
(Uniform Commercial Code [sec. 2-610]); 2) a exigirle garantías (Restatement of Contracts
2nd., párr. 251; Uniform Commercial Code [sec. 2-609]); 3) a reclamarle que cumpla en la
oportunidad debida.
Si la parte inocente opta por mantener vigente el contrato, las alternativas posibles son las
siguientes:
(i) Debe estar preparada para realizar su propio cumplimiento en el caso en que la otra parte
se decida a ejecutar el contrato.
(ii) Pero, si hechos posteriores demuestran que la otra parte no va a cumplir de ninguna
manera, no obstante su anterior decisión de mantener el contrato, éste queda extinguido, y
en virtud de ello la parte inocente es liberada de su alistamiento para cumplir.
(iii) Al no haber aceptado la anticipatory breach, el contrato sigue vigente hasta la fecha en
la cual debía ser cumplido, por lo cual la parte inocente queda en estado de vulnerabilidad
(Farnsworth), pues asume el riesgo de que, entre aquella repudiation y esta fecha, la
anticipatory breach sea retractada, o interfiera una causa de frustration, caso en el cual
perderá el derecho a ser indemnizada.
1. Mora
Asimismo, en las obligaciones correlativas, "el uno de los obligados no incurre en mora si el
otro no cumple" (art. 510 , Cód. Civ.).
1. Por lo pronto, dispone de la excepción de caducidad de plazo, que resulta de los arts. 572
y 753 del Código Civil, y 21 y 132 de la Ley de Concursos 19551. Tiene aplicación en el
art. 1419 del Código Civil, que da derecho al vendedor a rehusar la entrega de la cosa
cuando el comprador dispone de un plazo para el pago del precio, pero "después de la venta
el comprador se halla en estado de insolvencia".
2. Además le asiste derecho a pedirle que le afiance el pago (arts. 1419 y 2002 , Cód. Civ.).
4. Contratos de duración
5. Resolución de la compraventa
Los Fundamentos del Proyecto de Código Civil de 1998 (nro. 176) expresan,
concordantemente con lo antes expuesto: "Se reconoce a la parte no incumplidora el
derecho a resolver el contrato si, siendo previsible que la otra parte no cumpla por haber
sufrido un menoscabo significativo en su aptitud para cumplir, o en su solvencia, le ha
exigido que dé seguridades suficientes de que el cumplimiento será realizado dentro de un
plazo razonable, y no las da.
"Se trata de la denominada anticipatory breach, manera elíptica de expresar breach for
anticipatory repudiation (Farnsworth); la extinción del contrato resulta de que, antes de
llegar el momento de la ejecución, alguna de las partes adopta una actitud incompatible con
su cumplimiento (Brizzio), siendo que cada una de ellas tiene derecho a que la otra no haga
nada que perjudique su expectativa a recibir la prestación antes de que llegue el momento
de cumplirla (Restatement of Contracts 2nd., nota introductoria al § 250).
"Un antecedente de tal solución resulta del art. 1413 del Código Civil, en materia de
compraventa. En ese orden de ideas, el Proyecto de Código Único de 1987 previó la
posibilidad de declarar la resolución del contrato `por la certeza que la otra parte no
cumplirá con las obligaciones a su cargo´ (art. 1204, 2ª parte, inc. 2º)".
El Proyecto de Código Civil de 1998 trae estas normas que consagran la anticipatory breach
(cfr. Messina de Estrella Gutiérrez):
Como lo recuerdan los Fundamentos del Proyecto de Código Civil de 1998 (nro. 175) una
parte tiene el derecho de suspender su propio cumplimiento si la otra tiene imposibilidad
temporaria de cumplir, aunque sea por causas ajenas a ella y a su responsabilidad; si es
previsible que ésta no cumpla, por haber sufrido un menoscabo significativo en su aptitud
para cumplir, o en su solvencia; o si ella misma tiene un impedimento temporario para su
propio cumplimiento, sobrevenido por causas ajenas a ella y a su responsabilidad. Tal resulta
de la Convención de Viena sobre Compraventa Internacional de Mercaderías de 1980 - Ley
22765 (arts. 71 y 73.2 ), del Código Civil brasileño (art. 1092), del Código Civil alemán (§
321), del Código suizo de las obligaciones (art. 83), del Código Civil de Louisiana de 1984
(art. 2023), del Código Civil holandés de 1992 (art. 6263), del Restatement of Contracts
2nd. (§ 251), del Uniform Commercial Code (secs. 2-609 y 2-610), de los Principios para los
Contratos Internacionales de UNIDROIT (arts. 7º.3.3 y 7º.3.4), del Contract Code de
McGregor (arts. 303 y 304), del Anteproyecto de Bibiloni (art. 1330), del Proyecto de 1936
(art. 827), del Anteproyecto de 1954 (art. 1023), del Proyecto de Código Único de 1987 (art.
1201) y del Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993 (art. 901).
Resulta también del Anteproyecto de Código Europeo de Contratos, que establece: "1. En los
contratos sinalagmáticos, si una de las partes no ejecuta o no ofrece ejecutar su obligación,
sea cual fuere la gravedad de la inejecución, el acreedor tiene la facultad de suspender la
prestación que debe simultánea o sucesivamente, a menos que tal negativa de su parte sea
contraria a la buena fe. 2. Se considera contraria a la buena fe la negativa: a) que entrañe
para la otra parte consecuencias excesivamente onerosas; b) que entrañe la extinción de la
obligación del acreedor ante una inejecución de escaso alcance; c) que perjudique a un
derecho fundamental de la persona" (art. 108). "5. La parte que tema a justo título que el
comportamiento de la otra parte contratante no se ajuste a los deberes explícita o
implícitamente previstos en los incisos anteriores y sea susceptible de comprometer sus
derechos, puede obtener de parte del juez, aun antes de la expiración del plazo previsto para
la ejecución, que se tome alguna de las medidas previstas en el artículo [...]" (art. 45).
A su vez, los Principios de Derecho Europeo de Contratos de 1998 disponen: "Artículo 8105.
Garantía de cumplimiento. La parte que razonablemente presuma que la otra incurrirá en
incumplimiento esencial podrá demandar garantías suficientes del debido cumplimiento, y en
tanto no sean otorgadas podrá suspender el cumplimiento de sus propias obligaciones
durante todo el período en que se mantenga esa presunción... (ii) Cuando la garantía
antedicha no se otorgara dentro de un período razonable, la parte que la haya solicitado
podrá rescindir el contrato si continúa creyendo razonablemente que la otra parte incurrirá
en incumplimiento esencial y le cursa un aviso de rescisión sin demora".
El art. 992 del Proyecto de Código Civil de 1998 dispone: "Suspensión del cumplimiento. Una
parte puede suspender su propio cumplimiento, debiendo comunicarlo de inmediato a la otra
parte: a) Si la otra parte tiene imposibilidad temporaria de cumplir, aunque sea por causas
ajenas a ella y a su responsabilidad. b) Si es previsible que la otra parte no cumpla, por
haber sufrido un menoscabo significativo en su aptitud para cumplir, o en su solvencia. La
suspensión queda sin efecto cuando ésta cumple o da seguridades suficientes de que el
cumplimiento será realizado. En su caso, se aplica el art. 1058. c) Si tiene un impedimento
temporario para su propio cumplimiento, sobrevenido por causas ajenas a ella y a su
responsabilidad. La suspensión procede por el tiempo razonable de acuerdo con los usos, y
queda sin efecto cuando el impedimento resulta superado" (el mencionado art. 1058 ha sido
transcripto supra, nro. V).
La solución prevista por el Proyecto para el caso del impedimento temporario para el propio
cumplimiento que sobreviene por causas ajenas al contratante y a su responsabilidad,
coincide con la del Restatement of Contracts 2nd. (§ 269): su Comentario expresa que los
impedimentos pueden ser sólo temporarios y que, mientras duran, el deber de cumplir de la
parte afectada se suspende; pero, cuando ellos "dejan de existir, debe cumplir".
LA FORMACIÓN DEL CONTRATO. UNA APROXIMACIÓN AL DINAMISMO DE
LA REALIDAD NEGOCIAL ARGENTINA. EL MOMENTO DE FORMACIÓN DEL
CONSENTIMIENTO - ALDO M. DI VITO
II. El Proyecto de Código Civil de la República Argentina Unificado con el Código de Comercio
aborda el tema de la formación del contrato y modifica los criterios del Código anterior,
especialmente, con relación a las diversas teorías para determinar el momento en que se
forma el consentimiento, tomándose la de la recepción, que considera concluido el contrato
cuando se produce una aceptación útil, y ella es recibida por el oferente (conf. Cód. Civ. del
Distrito Federal mexicano, art. 1807; Convención de Viena sobre Compraventa Internacional
de Mercaderías de 1980 -ley 22765, arts. 18.2 y 24 -; Proyecto Único de 1987, art. 1144;
Proyecto de la Comisión Federal de la Cámara de Diputados de 1993, art. 1144; Proyecto del
Poder Ejecutivo de 1993, art. 858). Igual criterio siguen los principios de Unidroit (art. 2.6,
2), el Anteproyecto de Código Europeo de Contratos (art. 16, inc. 2º y art. 21, inc. 1º) y los
Principios del Derecho Europeo de Contratos (art. 2205) (conf. Fundamentos del Proyecto de
Código Civil).
III. En el Título Primero de la Sección Tercera del Código Civil de Vélez Sarsfield, se define al
contrato como "el acuerdo de voluntades sobre una declaración de voluntad común,
destinada a reglar los derechos de las partes" (art. 1137); "acuerdo" que estará
condicionado por una serie de elementos concurrentes, que determinarán la relación
contractual. Cuando las partes coincidan en el contenido del contrato, se requerirá todavía,
para que guarde fuerza obligatoria, que tengan conocimiento recíproco de sus voluntades,
para lo cual éstas deben trascender o exteriorizarse; al respecto el art. 1144 prescribe "el
consentimiento debe manifestarse por ofertas o propuestas de una de las partes y aceptarse
por la otra" (1432). Un ejemplo claro de lo expuesto se presenta en el contrato de
compraventa, que se reputa concluido y obliga a las partes, cuando el acuerdo haya recaído
sobre la cosa y el precio, que son los elementos esenciales de esa convención; aunque si una
de las partes ha manifestado su voluntad de que la venta esté sujeta a tales o cuales
condiciones, no habrá contrato en tanto no exista acuerdo sobre todos los puntos que
integran la declaración de voluntad (1433).
Lo cierto es que nuestra doctrina, dado que el Código Civil, a diferencia de otros, no define
legislativamente los elementos que son indispensables para que pueda hablarse de contrato,
ha establecido como tales y con carácter general el consentimiento, el objeto y la causa, al
que podría agregarse la forma. La cuestión es planteada respecto de la celebración de los
contratos entre personas que están separadas físicamente por la distancia, ha dado lugar al
surgimiento de diversas teorías para determinar el verdadero momento en que el contrato
queda efectivamente celebrado (1434).
IV. Cuando las partes no están comunicadas directamente, distintas son las corrientes que la
doctrina elaboró para determinar el momento en que se forma la convención; el sistema de
la información propugna que no hay acuerdo de voluntades hasta que cada parte tenga
conocimiento de la conformidad de la otra, es decir, la posesión recíproca del consentimiento
(arts. 1149 y 1155); el sistema de la declaración sostiene que el acuerdo de voluntades se
produce desde el momento en que los dos contratantes están conformes, sin tener que
informarse de ese consentimiento (art. 1150); el sistema de la emisión o expedición, cuando
la aceptación tiene lugar desde que la carta o el telegrama que la contiene, es enviada a su
destino, porque desde ese momento, la correspondencia pertenece al destinatario (art.
1154). Por último el sistema de la recepción, que apunta que el contrato se forma, no
cuando la respuesta ha sido enviada al proponente, sino cuando ha sido recibida por éste.
Galarce (1435) sostenía que la ley argentina en principio, se plegó al sistema de la emisión
ya que para dar lugar a la solución de problemas prácticos se aceptaban también corolarios
de los sistemas de la declaración y de la información. En igual sentido se manifestó
importante mayoría doctrinaria (Arias, Borda, Ferreyra, Fontanarrosa, Lafaille, López de
Zavalía, Llambías, Machado, Spota, Zavala Rodríguez) que entiende vigente el sistema de la
expedición, sin perjuicio de aplicaciones especiales del sistema de la información. La regla
general está dada por el art. 1154 del Código de Vélez, que acoge la tesis de la expedición
en estos términos: "La aceptación hace sólo perfecto el contrato desde que ella se hubiere
mandado al proponente", esta solución coincide con la de los arts. 213 y 215 del Código de
Comercio (1436).
En síntesis puede afirmarse que el sistema estructurado por Vélez es el siguiente: impuso la
teoría de la emisión efectuando dos grandes excepciones en las que sigue a la de la
información, la primera, la posibilidad de una retractación válida antes de que la aceptación
haya llegado a conocimiento del ofertante (art. 1155, 1ª parte) y la segunda, la caducidad
por muerte o incapacidad en similares circunstancias (art. 1149, 1ª parte) (1437). Borda
opina que el sistema adoptado por el Código no es claro (1438).
V. El Proyecto de Código Civil en el art. 915 prevé: "El consentimiento se forma con la oferta
y la aceptación. El contrato queda concluido cuando una aceptación útil es recibida por el
oferente...". La adopción del sistema de la recepción, en concordancia con lo que acontece
en el tráfico moderno, es concreta y para lo cual generalmente será bastante que el oferente
reciba en su domicilio la declaración afirmativa del aceptante, porque en el mundo de los
negocios la correspondencia se entiende conocida desde su entrega en la casa o escritorio
del destinatario. Va de suyo que, con posterioridad, no se admite la retractación de la oferta,
ni tampoco tiene incidencia alguna la muerte o la incapacidad de cualquiera de las partes
(1439) (art. 918 del Proyecto). Además se considera que la manifestación de voluntad de
una parte es recibida por la otra cuando ésta la conoce, o hubo de haberla conocido, trátase
de comunicación verbal, de recepción en su domicilio de un instrumento pertinente, o de otro
modo útil (art. 917 del Proyecto). La postura asumida es coherente, más allá de la posición
que se adopte en la consideración por la doctrina de la categoría de contratos entre
presentes y entre ausentes, y razonable desde una óptica realista la consagración del
sistema de la recepción, exigiéndose que la aceptación de la oferta sea enviada por el
aceptante al oferente para hacer perfecto el contrato. De igual manera la regulación de los
acuerdos parciales (art. 916 del Proyecto) tiene una relación intrínseca con la recepción; se
establece que los acuerdos parciales de las partes concluyen el contrato si todas ellas, con la
formalidad que en su caso corresponda, expresan consentimiento sobre los elementos
esenciales particulares. En tal situación el contrato queda integrado, en las estipulaciones
pendientes, mediante el posterior acuerdo de las partes y, en su defecto, por lo que resulta
de la aplicación del art. 904 del Proyecto de Código (normas indisponibles, normas
supletorias, usos del lugar de celebración). En la duda, el contrato se tiene por no concluido
y no se considera acuerdo parcial la extensión de una minuta o de un borrador respecto de
alguno de esos elementos, o de todo ellos (art. 916, cit.). La categorización normativa del
desenvolvimiento negocial en los términos antedichos es necesaria máxime para los
contratos de formación continuada o los derivados (1440) donde las partes se acercan y
comienzan tratativas preliminares para intercambiar pretensiones acerca de un futuro
contrato.
I. OBJETO
Nos proponemos realizar un análisis de las disposiciones del Proyecto de Código Civil de
1998 (en adelante, el "Proyecto") atinentes a la interpretación del contrato.
Para ello, entendemos de primaria importancia repasar brevemente las cuestiones centrales
de la interpretación jurídica del contrato (1441) en sus aspectos doctrinales, para luego
señalar el panorama normativo existente en la actualidad y su consideración jurisprudencial.
Es por ello en primer término conveniente poner de manifiesto qué ha de entenderse por
interpretación del contrato.
En términos generales, puede decirse que interpretar una declaración de voluntad importa la
determinación del significado y alcance que a ella corresponde (1444).
Así, interpretar el contrato significa y vale como indagar la "intención (voluntad) común",
efectiva y concreta de las partes (1445).
Para finalizar con la breve referencia a las principales cuestiones generales vinculadas con la
interpretación del contrato, estimamos necesario distinguir tres nociones que suelen
yuxtaponerse, aunque conceptualmente su diferencia es indiscutible.
La integración del contrato consiste en cambio en una tarea dirigida a señalar las
consecuencias jurídicas que se siguen del negocio celebrado, sea por voluntad de las partes,
manifestada de manera expresa o tácita, sea por voluntad del legislador a mérito de
elementos estructurales y de los efectos naturales del contrato (1460). Es, básicamente, la
indagación respecto del cuadro completo de fuerzas normativas reguladoras de la relación
contractual (1461).
Sabido es que Vélez no incluyó en el Código Civil, por razones que la doctrina debate (1462),
normas particulares sobre la interpretación contractual.
Ello no obstante, el indudable recurso a la analogía (art. 16 , Cód. Civ.) permitía -y permite
(1463) - la utilización de las reglas de interpretación incorporadas por los arts. 217 y
siguientes del Código de Comercio.
Adicionalmente, la reforma al Código Civil de 1968 incorporó al art. 1198 , disipando las
dudas de la doctrina (1464) la liminar regla de la interpretación conforme a la buena fe: "los
contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena fe y de acuerdo a lo que
verosímilmente las partes entendieron o pudieron entender, obrando con cuidado y
previsión".
Ahora bien, sin que corresponda el análisis individual del plexo de normas interpretativas de
los contratos en el derecho vigente -cuestión que abordamos sucintamente infra al analizar
el contenido específico del Proyecto-, entendemos manifiestos los defectos de la actual
regulación en lo que respecta al tema de nuestro análisis.
En particular, y más allá de las cuestiones generales atinentes a la marcada obsolescencia de
nuestro ordenamiento de derecho privado en materia contractual (1465), cabe señalar las
siguientes deficiencias básicas del marco interpretativo de los contratos:
a. Ausencia de una sistematización interna de las normas del Código Civil y del Código de
Comercio (1466);
Como Capítulo X del Libro Cuarto "De los derechos personales", los arts. 1023 a 1034 del
Proyecto contemplan las normas sobre interpretación de los contratos.
Al igual que ocurre con otras cuestiones vinculadas al derecho contractual, se observa en el
Proyecto un esfuerzo por aggiornar el marco normativo del derecho privado tomando en
especial consideración las conclusiones de la doctrina y la evolución jurisprudencial, muchas
veces forzada por la apatía legislativa, responsable primaria del mantenimiento de
estructuras jurídicas decimonónicas.
No se sigue de lo dicho que el Proyecto sea un mero restatement de las normas vigentes o
de su interpretación doctrinaria o jurisprudencial.
Por el contrario, y tal como se sigue del desarrollo de los puntos siguientes, las normas del
Proyecto incorporan soluciones novedosas y proponen soluciones concretas a cuestiones no
contempladas normativamente, o sin un consenso doctrinal o jurisprudencial.
c) las reglas específicas para contratos en los que actúan profesionales (art. 1026);
e) las soluciones particulares para los contratos y cláusulas predispuestas (art. 1033).
Sin perjuicio de ello, previamente cabe indicar lo que, a nuestro juicio, es una de las notas
más sobresalientes de la regulación proyectada: la posibilidad de determinar una estructura
jerárquica de principios de interpretación en materia contractual coherente.
Así, en lugar de la enmarañada yuxtaposición de normas del Código de Comercio (arts. 217
y 218 ) y el solitario principio de buena fe del Código Civil (art. 1198 ), el Proyecto permite
visualizar un sistema -por definición ordenado- de reglas hermenéuticas.
a) El principio de buena fe, eje del contrato en todas sus etapas, desde el período
precontractual (art. 920) hasta el denominado poscontrato (art. 1063 del Proyecto), es la
norma de interpretación primaria. Pero, aun sin perder su contenido de norma abierta, la
buena fe toma un cariz concreto por las referencias del art. 1023 (1472), lo que mejora la
posibilidad de prever el resultado de una controversia en materia de interpretación del
contrato.
b) "El contrato obliga con los alcances en que razonablemente se habría obligado un
contratante cuidadoso y previsor, incluyendo a las consecuencias virtualmente comprendidas
en él, conforme a su naturaleza, a las negociaciones previas, a la conducta ulterior de las
partes, a las prácticas establecidas entre ellas, a los usos si no han sido excluidos
expresamente; y a la equidad, teniendo en cuenta la finalidad del acto y las expectativas
justificadas de la otra parte. Las cláusulas abusivas no constituyen usos, aunque sean de
práctica" (art. 967) (1473).
c) La interpretación del contrato se sujeta además a las siguientes reglas generales, que
reordenan y sistematizan en muchos casos las elaboraciones doctrinarias acerca del art. 218
del Código de Comercio:
(ii) la interpretación de cláusulas de un contrato debe hacerse "las unas por medio de las
otras, y atribuyéndoles el sentido apropiado al conjunto del acto" (art. 1028) (1475);
(iii) la tarea hermenéutica debe orientarse a preservar la eficacia o validez del contrato (art.
1034).
d) Perfeccionando la regla del art. 217 del Código de Comercio, el Proyecto prevé que el
significado de las palabras será el del lenguaje corriente (1476), a salvo las excepciones
previstas por su art. 1027 (1477), las que flexibilizan el criterio rígido del ordenamiento
vigente.
a) En los contratos en los que al menos uno de las partes actúa profesionalmente (1478),
con independencia del carácter predispuesto de su contenido -el que en tal caso hará
aplicable lo dispuesto por el art. 1033-, la buena fe se tiñe con las reglas específicas de
conducta leal en la actividad del profesional, y la interpretación se hará en el sentido más
favorable al no profesional (arts. 1026 y 1032) (1479).
b) Para las cláusulas predispuestas, el Proyecto prevé principios particulares, que en general
reflejan las posiciones de la doctrina y jurisprudencia sobre el tema, central en la
contratación contemporánea. De este modo:
(ii) las cláusulas especiales prevalecen sobre las generales, aunque éstas no hayan sido
canceladas, y las incorporadas sobre las predispuestas (1480).
c) En la hipótesis del contrato marco (1481), en caso de contradicción y salvo cláusula en
contrario, sus cláusulas prevalecen sobre las de los contratos particulares o de ejecución
(art. 1031) (1482).
V. A MODO DE CONCLUSIÓN
Hemos señalado en los apartados anteriores los aspectos más salientes de las normas sobre
interpretación de los contratos en el Proyecto, intentando mostrar las diferencias más
notables con el ordenamiento vigente.
Creemos que, más allá de aspectos puntuales observados, susceptibles de mejora, las
soluciones propuestas importan herramientas útiles para quienes, en su ámbito de actuación,
deban determinar el sentido y alcance de la voluntad contractual.
En este orden de ideas, y más allá de aciertos particulares, juzgamos esencial la posibilidad
que brinda el Proyecto de determinar una estructura jerárquica de las normas
interpretativas, encabezada por el principio de buena fe, que como lo apuntamos más arriba,
aparece como eje de toda la regulación contractual (1483).
(1441) Señala De Castro y Bravo que "la interpretación jurídica tiene su especialidad, que
la separa de la hecha por el filólogo, el historiador o el psicoanalista. La del negocio jurídico también se
diferencia de la interpretación que se hace de la ley. Algo que nace como personal, individual, en general
con líneas no del todo definidas (aspiraciones, deseos, esperanzas) ha de ser considerado como regla
negocial, definida, concretada en un momento y con eficacia para el futuro" (DE CASTRO Y BRAVO,
Federico, El Negocio Jurídico, Civitas, Madrid, 1991, ps. 73 y 74).
(1442) GALGANO, Francesco, El Negocio Jurídico, Tirant Lo Blanch, Valencia, 1992, p. 427.
(1443) GARCÍA AMIGO, Manuel, Teoría General de las Obligaciones y Contratos, McGraw-
Hill, Madrid, 1995, p. 347, expresando que "es además, un tema enormemente discutido en la doctrina,
y no siempre claro en la jurisprudencia, comenzando por el propio concepto de interpretación o, mejor,
por la delimitación del objeto de la misma: unas veces se la limita al esclarecimiento de cláusulas
dudosas; otras se la extiende a la simple comprensión de la voluntad contractual; otras, en fin, se la
restringe a los casos que llegan a los Tribunales precisando de interpretación porque las partes
interesadas no están de acuerdo en el alcance de las mismas".
(1444) RIVERA, Julio C., Instituciones de Derecho Civil. Parte General, T. II, Abeledo-
Perrot, Buenos Aires, 1992, p. 569.
(1445) MESSINEO, Francesco, Doctrina General del Contrato, T. II, Ejea, Buenos Aires,
1952, p. 89.
(1446) Art. 1197 , Cód. Civ.; arts. 964 y 965 del Proyecto. Subrayamos la solución del
Proyecto, ante las presentes discusiones doctrinarias acerca de la adecuación de la autonomía de la
voluntad como explicación para el ubicuo fenómeno de la contratación predispuesta.
(1447) O, en la sencilla formulación de Larenz, la determinación del significado de una
manifestación del pensamiento (LARENZ, Karl, Derecho Civil. Parte General, Edersa, Madrid, 1978, p.
453).
(1448) BETTI, Emilio, Interpretación de la Ley y de los Actos Jurídicos, Revista de Derecho
Privado, Madrid, 1975, p. 349.
(1449) Siguiendo la síntesis propuesta por Rezzónico, se puede distinguir entre la teoría
subjetiva (también llamada de la voluntad real o psicológica), que considera relevante a la voluntad
interna del sujeto; y la teoría objetiva (o de la voluntad declarada), para la cual el elemento esencial no
es el hecho psicológico interno de la volición sino el externo de la declaración por el cual aquella
voluntad se manifiesta. La doctrina considera mayoritariamente imposible la aplicación exclusiva de
cualquiera de las dos tesis (REZZÓNICO, Juan C., Principios Fundamentales de los Contratos, Astrea,
Buenos Aires, 1999, ps. 385 y 386). En materia de declaraciones de voluntad recepticias -categoría en la
que cabe incluir al contrato- debe estarse primariamente a lo efectivamente querido, en tanto
manifestado o declarado (RIVERA, J. C., Instituciones..., cit., T. I, p. 483). Vid. adicionalmente lo
expuesto infra, ap. IV.1., al indicar el rol de la buena fe en la interpretación del contrato.
(1450) El principio subyace en la redacción de los arts. 217 y 218 , inc. 1º, Cód. Com.,
sin parangón en los textos del Proyecto. Para la jurisprudencia que se ha hecho eco de tal principio, vid.,
por ejemplo, CNCiv., Sala F, 9/10/1981, ED, 97-725; CNCiv., Sala D, 21/5/1996, LL, 1996-E-188;
CNCiv., Sala J, 30/4/1996, LL, 1997-E-1024; CNCiv., Sala E, 27/5/1997, LL, 1997-E-877; C5ª CCom.
Córdoba, 6/5/1996, LLC, 1996-1271; CNCom. Sala B, 30-12-97, LL, 1998-F-283.
(1451) RIVERA, J. C., Instituciones..., cit., T. II, p. 572; REZZÓNICO, J. C., Principios...,
cit., ps. 111 y 112; LÓPEZ DE ZAVALÍA, Fernando, Teoría de los Contratos. Parte General, Zavalía,
Buenos Aires, 1984, p. 267, expresando que "la interpretación en cuanto es captación de un sentido,
existe siempre, por diáfana que sea la manifestación de voluntad. Será preciso algún esfuerzo, alguna
aplicación de conocimientos y de experiencia, con los cuales no se nace. A ello cabe añadir que `claro´,
`oscuro´, `ambiguo´, son términos relativos, pues ninguna manifestación es tan clara que equivalga a
la luz inmediata".
(1452) Vid. sobre el tema CARRIÓ, Genaro, Notas sobre Derecho y Lenguaje, 3ª ed.,
Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1986. Larenz propone un sencillo ejemplo que muestra la omnipresencia
de la cuestión interpretativa: "alguien -por ejemplo- comunica por telegrama que le sean reservadas en
un hotel `dos habitaciones con tres camas´ para una determinada noche. El comunicante entiende por
ello una habitación con dos camas y otra con una cama, esto es, tres camas en total. El hotelero, no
obstante, entiende que aquél encarga dos habitaciones con tres camas respectivamente, esto es, seis
camas en total. Así, reserva para el cliente las dos habitaciones más amplias con dos camas y en cada
una de ellas hace colocar una cama adicional. Dado que todas las habitaciones están ocupadas, no
admite después a otras personas que solicitaban alojamiento, y el cliente en cuestión llega al anochecer.
Éste quiere pagar solamente el precio por tres camas, dado que, según él, no ha encargado más; el
hotelero le carga en la cuenta seis camas, pues, conforme al telegrama, las ha reservado por esa
cantidad" (LARENZ, K., Derecho..., cit., p. 453).
(1453) Citando el Origen y Epílogo de la Filosofía de Ortega y Gasset, Rezzónico señala
que "limitarse liminarmente a lo expreso en un texto sería no entender ese texto y no absorber el
pensamiento que ese texto enuncia. Otra cosa fuera desconocer la ley universal del decir en virtud de la
cual ningún decir dice suficientemente lo que pretende sino que lo expreso en él es sólo una abreviatura
y una indicación de lo que se quiere decir" (REZZÓNICO, J. C., Principios..., cit., p. 111).
(1454) Por diferentes razones -por ej. costos asociados a la negociación, asimetrías de
información-, las partes no prevén las consecuencias jurídicas para la totalidad de las posibles
contingencias de la relación jurídica -el denominado "contrato incompleto" en el esquema conceptual del
análisis económico del derecho-.
(1455) ALPA, Guido - BESSONE, Mario, Elementi di Diritto Civile, Giuffrè, Milano, 1990, p.
286. Para referencias de doctrina nacional sobre el tema vid. MOSSET ITURRASPE, Jorge, Contratos,
Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1995, p. 303. El autor, siguiendo la posición de la Casación francesa, se
inclina por negar eficacia coercitiva a las normas de interpretación: "más que verdaderas reglas de
derecho, son como máximas de orden interno (procesal), consejos dados al juez".
(1456) En este sentido, RIVERA, J. C., Instituciones..., cit., p. 577; CIFUENTES, Santos,
Negocio Jurídico, Astrea, Buenos Aires, 1994, p. 243; ALPA, G. - BESSONE, M., Elementi..., cit., p. 286;
SANTORO PASSARELLI, Francesco, Doctrinas Generales del Derecho Civil, Revista de Derecho Privado,
Madrid, 1964, p. 276, sosteniendo que las normas interpretativas "contienen verdaderos y propios
mandatos jurídicos, tendientes a la realización de los fines que parecen más oportunos al legislador"; DE
CASTRO Y BRAVO, F., El Negocio..., cit., p. 80, quien acertadamente señala la vinculación entre el
carácter imperativo de las normas sobre interpretación y la limitación a la arbitrariedad judicial. La
reflexión del profesor español es particularmente significativa de la relevancia de la cuestión aludida: en
las normas sobre interpretación se visualiza una barrera a la injusticia o ligereza del magistrado, quien
no puede dotar a la declaración de voluntad de las partes del significado que más le plazca o conforme a
sus valores personales.
(1457) XII Jornadas Nacionales de Derecho Civil, Bariloche, 1989.
(1458) GALGANO, F., El Negocio..., cit., p. 436.
(1459) GARCÍA AMIGO, M., Teoría..., cit., p. 353. El art. 1029 del Proyecto consagra la
regla tal como es recibida pacíficamente por la doctrina y jurisprudencia (vid. por ej., CNCiv., Sala M,
13/10/1997, LL, 1998-E-566): "la denominación asignada al contrato por las partes no determina por sí
su índole, sin perjuicio de lo que pueda sugerir de acuerdo a las circunstancias".
(1460) MOSSET ITURRASPE, J., Contratos, cit., p. 316.
(1461) GARCÍA AMIGO, M., Teoría..., cit., p. 355. Vid., en el marco del Proyecto, lo
dispuesto por el art. 904.
(1462) Vid. referencias en MOSSET ITURRASPE, J., Contratos, cit., p. 304.
(1463) Vid. referencias anteriores a la reforma de 1968 en MOSSET ITURRASPE, J.,
Contratos, cit., p. 308. La solución no cambia en la jurisprudencia más reciente: vid., entre otros,
CNCiv., Sala F, 8/4/1996, LL, 1996-E-59; CNCiv., Sala E, 26/9/1996, LL, 1997-B-782.
(1464) Citas en MOSSET ITURRASPE, J., Contratos, cit., p. 305.
(1465) Cuestión a la que nos hemos referido en PAOLANTONIO, Martín, "Consideraciones
acerca del Proyecto de Reforma del Código Civil y los contratos de empresa", LL, 1999-E-1021.
(1466) Así, la genérica norma del art. 1198 , Cód. Civ. y la casuística metodología del
Código de Comercio debieron ser armonizados por la referida interpretación jurisprudencial (supra, nota
23), la que, sin embargo, no alcanzó a conciliar las diferencias metodológicas de ambos ordenamientos,
lo que tiene un impacto directo en la posibilidad de establecer algún tipo de orden jerárquico de los
diferentes criterios de interpretación.
(1467) Vid. sobre el tema las consideraciones formuladas infra, ap. IV.1., en oportunidad
de referir las normas del Proyecto aplicables a la contratación predispuesta y los contratos celebrados
por una parte que actúa profesionalmente.
(1468) Vid. sobre el tema las consideraciones formuladas infra, ap. IV., en oportunidad de
referir las normas del Proyecto aplicables a la interpretación de los grupos de contratos.
(1469) A las señaladas en el texto se agrega la eliminación, implícita en el Proyecto, de la
distinción normativa, erosionada por la doctrina y jurisprudencia, entre reglas de interpretación para los
contratos civiles y comerciales.
(1470) Se visualiza aquí la influencia de la Sección 1-208 del Uniform Comercial Code. El
sentido de la norma propuesta es subrayar el carácter defensivo de tales facultades extraordinarias de
una de las partes del contrato, y la necesidad de que la decisión de acelerar los plazos o requerir nuevas
garantías se base en la razonable creencia de que las perspectivas de pago del acreedor se encuentran
perjudicadas o disminuidas. Del tema, en el marco de operaciones bancarias, nos ocupamos en
"Covenants y responsabilidad civil de las entidades financieras", Revista de Derecho Privado y
Comunitario, nro. 18, p. 169.
(1471) El art. 1030 del Proyecto prevé, bajo el acápite "Grupos de contratos" que "Los
contratos que están vinculados entre sí por haber sido celebrados en cumplimiento del programa de una
operación económica global son interpretados los unos por medio de los otros, y atribuyéndoles el
sentido apropiado al conjunto de la operación". La norma, que por su ubicación sistemática podría casi
pasar desapercibida, establece un punto de partida esencial para la eliminación de las limitaciones a la
tarea interpretativa que hoy imponen los arts. 1195 y 1199 , Cód. Civ. Sobre el tema, recientemente
abordado por las XVII Jornadas de Derecho Civil (Santa Fe, 1999), se puede vid. LORENZETTI, Ricardo,
Tratado de los Contratos, T. I, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1999, ps. 41 y ss.
(1472) Art. 1023. "Interpretación de buena fe. El contrato debe ser interpretado de buena
fe. En la aplicación de esta regla debe atenderse a lo dispuesto en el art. 967, asignando especial
relevancia a: "a) Lo que ha sido común intención de las partes, antes que a la literalidad de lo
manifestado.
"b) El sentido que razonablemente hubiera atribuido a la manifestación de una de las partes una persona
en la situación y de las condiciones de la otra.
"c) La existencia de diferencias significativas en el poder de negociación relativo de cada una de las
partes.
"d) La relación de equivalencia de las contraprestaciones si el contrato es a título oneroso".
(1473) La norma transcripta, que refunde en un texto único diversas soluciones del
derecho vigente (art. 1198 , Cód. Civ., art. 218 , incs. 4º y 6º, Cód. Com.), más allá de su ubicación
primaria en el Proyecto, es de gran relevancia en materia de interpretación. Cabe destacar que el
precepto referido avanza en la determinación del alcance de las obligaciones contractuales, no
limitándose a la escueta formulación del art. 1198 del Código Civil, sino agregando pautas más precisas
para la comprensión del cartabón de contratante cuidadoso y previsor. Es igualmente destacable la parte
final de la norma, que niega fuerza jurígena a las cláusulas abusivas, más allá de su reiteración y
aceptación por una de las partes.
(1474) Ello, tanto en los contratos predispuestos (art. 1033) solución a la que ya había
llegado la jurisprudencia en reiterados precedentes (vid. por ej., CNCom., Sala B, 30/12/1994, LL, 1995-
C-597), como en los discrecionales (art. 1032, inc. a]). Esta última referencia del Proyecto, al menos
fuera del marco de que la parte redactora califique como profesional y la otra no, causa alguna
perplejidad, ya que el contrato discrecional presupone que sus estipulaciones han sido determinadas de
común acuerdo por todas las partes (art. 899, inc. b]).
(1475) Se trata de la interpretación sistemática o contextual del actual art. 218 , inc. 2º,
Cód. Com. Vid. por ej., C5ªCCom. Córdoba, LLC, 1996-1271; CNCom., Sala C, 19/5/1995, LL, 1998-D-
638.
(1476) La referencia al lenguaje corriente no significa la mera acepción del término en el
diccionario, sino el significado habitual en el tráfico jurídico, tal como lo resolvió en su oportunidad la
CNCom., Sala D, LL, 1984-C-567.
(1477) Art. 1027. "Significado de las palabras del contrato. Las palabras empleadas en el
contrato son entendidas en el significado que tienen en el lenguaje corriente, salvo:
"a) Si de la convención o de la ley resulta que debe serles atribuida una comprensión específica.
"b) Si los usos del lugar de celebración del contrato, o las prácticas establecidas entre las partes,
asignan a las palabras un significado propio.
"c) Si se trata de palabras científicas, técnicas, o del arte, de una actividad específica. En este caso son
entendidas con el significado propio del lenguaje específico si el objeto del contrato pertenece a esa
actividad y las partes son idóneas en ella.
"Se aplican iguales reglas a las conductas, expresiones corporales, signos, símbolos, señales, siglas,
abreviaturas, y demás grafías, caracteres y fonemas, con los que haya sido manifestado el
consentimiento".
(1478) La actuación profesional no debe entenderse como una referencia a la existencia
de una reglamentación específica para la actividad, ni como una exigencia de título habilitante.
(1479) En un sentido similar, la jurisprudencia señaló que "los contratos informáticos, en
caso de duda, deben interpretarse en contra del proveedor del servicio, quien debe utilizar terminología
clara para no confundir al adquirente" (SCMza., Sala I, 5/2/1990, LL, 1990-D-419). Recordemos que en
el marco del Proyecto, la distinción entre el profesional y no profesional en la contratación es
independiente del carácter discrecional o predispuesto del contrato.
(1480) Aunque la primera parte de la norma pareciera sugerir un alcance general, el
supuesto de hecho de la norma corresponde a la contratación predispuesta, especialmente en la
modalidad de contratos formulario o modalidades similares. No obstante ello, la aplicación al contrato
individual o negociado de la solución legal, en vía analógica, no debe ser desechada.
(1481) El contrato marco define las reglas a las que se sujetarán determinados negocios
jurídicos entre las partes, si éstos se celebran durante su vigencia. Es una modalidad frecuentemente
utilizada en la actividad empresarial, y su principal ventaja es la de eliminar la necesidad de una
negociación y ejecución particular de cada contrato.
(1482) Notamos que la redacción del art. 1031 no es del todo clara. En la práctica, se
suele pactar la preeminencia de las cláusulas previstas en los contratos particulares, de modo tal que el
contrato marco opera en defecto de previsión de las partes, lo que parece una solución lógica.
(1483) Vid. supra, ap. IV.1.
LA EXTINCIÓN DEL CONTRATO POR DECLARACIÓN DE UNA DE LAS PARTES
EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE 1998 - GRACIELA N. MESSINA DE
ESTRELLA GUTIÉRREZ (1484)
I. INTRODUCCIÓN
A raíz de esa publicación se ha recogido una crítica aislada que apreciaba el sentido de la la
reforma en este tema de la extinción unilateral de los contratos, en el sentido de que para
ello no sería necesaria la transformación del Código Civil.
Estoy convencida de que esta modificación es afortunada y por ello colaboro con el CEDEP,
acercando mis reflexiones sobre la clarificación que el Proyecto/98 aportó a cuestiones
largamente debatidas en nuestra doctrina. También se advierte que las definiciones en el
Código Civil colaboran al entendimiento de sus institutos.
El Proyecto de Código Civil de 1998, unificado con el Código de Comercio (1485) provee
reglas generales aplicables a la extinción de los contratos (civiles y comerciales). Es una
derivación de la técnica elegida de incluir partes generales en las distintas áreas, que
aligeran el contenido de la ley; en la Nota de Elevación del Proyecto (1486) se explica:
"Desde que la hermenéutica jurídica presupone el discreto juego de la regla y la excepción,
de lo general y lo particular, es conveniente sentar los principios de validez universal y, en su
momento, delimitar los supuestos en que se dejan de lado o se modifican. Las reglas
generales a todos los actos jurídicos rigen, con sus ajustes correspondientes, para la parte
general del contrato y, a su vez, en su parte especial se regulan las normas típicas a cada
una de las figuras contractuales particulares".
En ese sentido, en el número 180 de los Fundamentos la Comisión Redactora expresó que
"ello clarifica el sistema, evita la necesidad de incurrir en repeticiones inútiles al tratar cada
uno de los modos de extinción del contrato y, naturalmente, rige a los contratos en
particular, cuya regulación puede ser descargada de tales reiteraciones"; y, en el número
182, que "el desarrollo dado a la teoría general del contrato posibilita que las reglas de los
contratos particulares sean exclusivamente las específicas a cada uno de ellos, evitándose
reiteraciones inútiles y a veces contradictorias como sucede en el Código vigente".
El Proyecto de Código Civil de 1998 comienza, en el art. 1039, con una didáctica
enumeración de las causales de extinción. Establece: "Sin perjuicio de lo que se dispone
respecto de los actos jurídicos en general, los contratos se extinguen: a) Por cumplimiento
de sus efectos, o porque se han extinguido de otro modo las correspondientes relaciones
jurídicas, conforme a lo dispuesto en este Código. b) Por arrepentimiento, conforme a lo
dispuesto en la Sección Tercera del Capítulo IX de este Título. c) Por rescisión bilateral. d)
Por rescisión unilateral. e) Por revocación. f) Por resolución. g) En los casos en que lo
establece la ley".
Describiremos, en una primera lectura, el sistema que dicho Proyecto de Código Civil de
1998 prevé para la extinción de los contratos por declaración de una de las partes
contratantes.
Su art. 1041 dispone: "El contrato puede ser extinguido mediante rescisión unilateral,
revocación o resolución, en los casos en que el mismo contrato, o la ley, le atribuyen esa
facultad".
Conforme a la nueva redacción, cabe situar los distintos modos de conclusión del contrato,
sobre los cuales la doctrina corriente ha adoptado estos criterios:
a) Cada mecanismo de extinción presenta sus matices propios, sobre todo en cuanto a los
efectos: así, la rescisión responde a causales convencionales -pactadas o resultantes de la
ley-, y sus efectos operan para el futuro (ex nunc), mientras que la resolución afecta el
pasado (1487).
b) A su vez, hay lugar a la revocación cuando el contratante retrae su voluntad mediante
declaración unilateral; no es necesario el incumplimiento (es el caso, por ejemplo, de la
revocación del mandato) y sus efectos operan ex nunc, es decir, para el futuro.
En la resolución, una de las partes tiene derecho a declarar la extinción del contrato,
mediante su voluntad unilateral, si están dadas las causales que surgen de la ley, o de la
convención. Este modo de extinción opera en diversas circunstancias, y en algunas lo hace
de pleno derecho: por ejemplo, si se cumple la condición resolutoria (art. 555 , Cód. Civ.), o
fracasa la condición suspensiva.
La vía idónea para la resolución por incumplimiento de una de las partes contratantes es la
cláusula resolutoria, generalmente denominada pacto comisorio, que puede ser legal o
convencional, expresa o tácita (o implícita). Se reconocen otros supuestos de resolución,
como la resolución potestativa que compete a una o a otra de las partes, por ejemplo, en la
seña penitencial, en el pacto de displicencia o en la cláusula penal, según los casos.
d) La resolución opera retroactivamente (ex tunc; art. 543 , Cód. Civ.) pero, en los contratos
de duración, quedan a salvo los efectos cumplidos. Es lo que resulta del art. 1204 del
Código Civil (según ley 17711 ), y de su antecedente, el art. 216 del Código de Comercio
(según dec.-ley 4777/63, ley 16478 ).
e) Conforme al art. 379 del Proyecto de Código Civil de 1998, "la resolución, rescisión o
revocación provocan la ineficacia sobreviniente, sin perjuicio de los efectos cumplidos en su
caso".
El Proyecto de Código Civil de 1998 suministra varias reglas generales muy precisas para
todos los casos en que procede la extinción unilateral del contrato (sea por rescisión
unilateral, por revocación o por resolución). En el art. 1042 establece: "Disposiciones
generales para la extinción por declaración de una de las partes: En los casos en que el
contrato puede ser extinguido mediante rescisión unilateral, revocación o resolución, salvo
estipulación o disposición legal en contrario:
"Inciso a) Si hay varios interesados en una u otra de las partes, la declaración extintiva, y,
en su caso, el requerimiento previo, deben ser dirigidos por todos, o contra todos".
Como dice Llambías, el titular de la facultad resolutoria es la parte en el contrato, por lo cual
ella se transmite a los herederos y a los sucesores singulares. Y esta parte -para tener
facultades extintivas- debe ser acreedor insatisfecho de la obligación y, al mismo tiempo,
parte cumplidora de la obligación a su cargo pues, en caso contrario, estaría alcanzado por la
disposición del art. 1201 del Código Civil (exceptio non adimpleti contractus), o por la
doctrina que se extrae de su art. 1426 (exceptio non rite adimpleti contractus).
Detengámonos en el caso de pluralidad de personas en la parte cumplidora. Puede ocurrir
que -por sucesión singular o universal del acreedor- sean varias personas las que
constituyan la parte del contrato dispuesta a resolver (el art. 974 del Proyecto de Código
Civil de 1998 establece al respecto que "los efectos del contrato vinculan a las partes, o a los
varios interesados que las integran"). En ese caso, un criterio asume que la pretensión debe
ser ejercida por todas ellas (en la doctrina: Farina, Cámara, López de Zavalía, Morello).
Alterini opina que, cuando uno de los interesados demanda la resolución de un contrato y los
obligados son solidarios, es menester promover acción contra todos ellos (doct. art. 1614 ,
Cód. Civ.), porque la representación recíproca que explica el funcionamiento de la solidaridad
no rige para "aniquilar el vínculo en cuya creación fue indispensable que concurrieran todos"
(Galli; conc. art. 80 , Cód. Proc. Civ. y Com. Nac.).
El Proyecto de Código Civil de 1998 adopta esta posición de la doctrina, y de los precedentes
legislativos, apartándose de la opinión que concede la legitimación a la mayoría (Borda), o la
que admite que puede ser ejercida por cualquiera si la obligación es divisible (Ramella,
Miquel).
No obstante, considero que deben ser atendidas las características de la obligación con
pluralidad de sujetos pues, si ella es solidaria, los efectos de la novación, la compensación o
la remisión de la deuda relativos a cualquiera de los coacreedores y al deudor común, se
propagan a los demás acreedores, extinguiéndose la obligación respecto de todos ellos (arts.
707 , 810 , 830 , Cód. Civ.; idem art. 759, inc. b, del Proyecto de Código Civil de 1998). Por
lo cual corresponde interpretar que, entre los efectos principales de las obligaciones
solidarias, está comprendida la propagación de las virtualidades de la declaración extintiva
de cada uno de los coacreedores o codeudores solidarios respecto de los demás; es lo que
resulta del art. 753 del Proyecto de Código Civil de 1998, según el cual "se considera que
cada uno de los deudores, en la solidaridad pasiva, y cada uno de los acreedores, en la
solidaridad activa, representa a los demás en los actos que realiza como tal".
De cualquier manera, la solución del proyectado art. 1042 del Código Civil pone en claro
cuál es la actitud requerida a cada una de las personas que integran la parte contratante que
pretende extinguir el vínculo contractual: la declaración extintiva -dispone- debe ser dirigida
por todos, o contra todos. Procesalmente, la actuación conjunta de todos los interesados que
forman la parte que declara la extinción puede concretarse en un litisconsorcio activo.
Inciso b): "La extinción del contrato puede ser declarada extrajudicialmente o demandada
ante un tribunal. La demanda puede ser planteada aunque no haya sido cursado el
requerimiento previo que pudiera haber correspondido; en tal situación se aplica el inc. f)".
Cabe destacar que el requerimiento previo corresponde como regla si la cláusula resolutoria
es tácita o implícita (art. 1055 del Proyecto de Código Civil de 1998).
Esta norma resuelve una vieja controversia que promovió de Abelleyra en la década del
sesenta, plasmada en los fallos de la Sala A de la Cámara Nacional en lo Civil de la Capital
Federal. Reconoce como fuentes el art. 1347 del Anteproyecto de Bibiloni, el art. 841 del
Proyecto de 1936, el art. 1034 del Anteproyecto de 1954 y el art. 432 del Código Civil
portugués.
Si la parte decide plantear la extinción sin requerimiento previo, el demandado tiene derecho
a cumplir hasta el vencimiento del plazo para contestar la demanda (inc. f]). La facultad del
contratante que decide extinguir sin dicho requerimiento previo, por lo tanto, tiene como
contrapeso la facultad del otro para cumplir su obligación pendiente en el plazo de que
dispone para la contestación de la demanda.
En resumen: La parte no incumplidora puede: a) declarar extrajudicialmente su voluntad de
extinguir; b) demandar ante un tribunal la declaración de que el contrato está extinguido.
Para el primero de los casos, en la cláusula resolutoria tácita o implícita, se exige que
previamente requiera a la otra parte para que cumpla bajo apercibimiento de extinguir el
contrato. En la hipótesis de demandar la extinción -sin ese requerimiento previo- la otra
parte tiene derecho a cumplir durante el plazo para contestar la demanda.
La cláusula resolutoria tácita o implícita, así como la cláusula resolutoria expresa, autorizan a
la parte cumplidora a optar por declarar unilateralmente extinguido el contrato, si la otra
incurre en incumplimiento -en tal sentido, el art. 1048 del Proyecto prevé que "la parte que
no ha incurrido en incumplimiento tiene la facultad de resolver total o parcialmente el
contrato si la otra parte lo incumple, en los casos en que el mismo contrato, o la ley, le
atribuyen esa facultad"-, quedando a su cargo las restituciones consiguientes a la extinción
previstas en el art. 1044 del Proyecto.
Esta posición fue propuesta por el Proyecto de Código Único de 1987, e implica un cambio
medular en los presupuestos de la resolución de un contrato. ¿La resolución del contrato
debe seguir siendo un capítulo de la culpabilidad, o para su efectividad basta el mero
incumplimiento, asignando relevancia a la demora o simple retardo con independencia de
toda idea de culpabilidad? (Alterini). La solución que consagra el Proyecto de Código Civil de
1998 para la cláusula resolutoria expresa, al considerar bastante al incumplimiento, aunque
no sea culpable, se atiene a las directivas de la economía de mercado que, por la
importancia que asignan a la puntualidad en la ejecución, imponen la necesidad de que el
acreedor obtenga oportunamente los bienes objeto de las obligaciones contractuales, para
poder integrarlos en el proceso de producción.
El Proyecto de Código Civil de 1998 modula esa facultad en el art. 1057, donde establece
que: "La parte no incumplidora tiene derecho a resolver el contrato si la otra parte está en
imposibilidad de cumplir, aunque sea por causas ajenas a ella y a su responsabilidad: a) Si la
imposibilidad es definitiva; b) Si la imposibilidad es temporaria, pero impide el cumplimiento
oportuno de una obligación cuyo tiempo de ejecución es esencial", lo cual implica extender el
ámbito de aplicación de una solución puntual para el contrato de compraventa resultante del
art. 1413 del Código Civil vigente. Conforme al art. 1058 del Proyecto, "igual derecho le
asiste a la parte no incumplidora si, siendo previsible que la otra parte no cumpla por haber
sufrido un menoscabo significativo en su aptitud para cumplir, o en su solvencia, le ha
exigido que dé las seguridades previstas en el inc. b) del art. 992 dentro de un plazo
razonable, y no las da" (se trata, conforme a este inciso, de las "seguridades suficientes de
que el cumplimiento será realizado"); es el criterio adoptado por el art. 1204, segunda parte,
inc. 2º, del Proyecto de Código Único de 1987 (el cual previó la posibilidad de declarar la
resolución del contrato "por la certeza que la otra parte no cumplirá con las obligaciones a su
cargo"), y por los arts. 71 y 73 de la Convención de Viena de 1980 sobre Compraventa
Internacional de Mercaderías, ley 22765 , que se vincula con la anticipatory breach del
Derecho anglonorteamericano.
Sin embargo, para que sea operativa la cláusula resolutoria tácita o implícita "la parte
incumplidora debe estar en mora" (art. 1054, inc. b]); y "hay mora si el deudor retarda el
cumplimiento de su obligación y concurre el correspondiente factor de atribución de
responsabilidad" (art. 1592).
En todo caso, la parte no incumplidora tiene derecho a elegir una solución menos enérgica:
conforme al art. 992, "Una parte puede suspender su propio cumplimiento, debiendo
comunicarlo de inmediato a la otra parte: a) Si la otra parte tiene imposibilidad temporaria
de cumplir, aunque sea por causas ajenas a ella y a su responsabilidad; b) Si es previsible
que la otra parte no cumpla, por haber sufrido un menoscabo significativo en su aptitud para
cumplir, o en su solvencia. La suspensión queda sin efecto cuando ésta cumple o da
seguridades suficientes de que el cumplimiento será realizado". Los Fundamentos del
Proyecto explican que ello "se adecua al sistema de los arts. 572 , 753 y 1419 del Código
Civil y a otros antecedentes: Convención de Viena sobre Compraventa Internacional de
Mercaderías de 1980 - Ley 22765 (arts. 71 y 73.2 ), Código Civil brasileño (art. 1092),
Código Civil alemán (§ 321), Código suizo de las Obligaciones (art. 83), Código Civil de
Louisiana de 1984 (art. 2023), Código Civil holandés de 1992 (art. 6263), Restatement of
Contracts 2nd. (§ 251), Uniform Commercial Code (secs. 2-609 y 2-610), Principios de
UNIDROIT (arts. 7º.3.3 y 7º.3.4), Contract Code (arts. 303 y 304), Anteproyecto de Bibiloni
(art. 1330), Proyecto de 1936 (art. 827), Anteproyecto de 1954 (art. 1023), Proyecto de
Código Único de 1987 (art. 1201), Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993 (art. 901)".
Inciso c): "La otra parte puede oponerse a la extinción si el declarante no ha realizado, o no
está en situación de realizar al tiempo de la declaración, la prestación que hubiera debido
efectuar para poder ejercer la facultad de extinguir el contrato; o no está en situación de
efectuar las restituciones que prevé el art. 1044, salvo que esto se deba a causas ajenas a
su responsabilidad, o al consumo o enajenación de los bienes correspondientes conforme a la
índole del contrato o a los usos".
La doctrina entiende que "la imposibilidad de restituir la prestación recibida, que recaiga
sobre quien pretende resolver el contrato, es impedimento para el pacto comisorio" (Borda,
Farina; V Jornadas Sanrafaelinas de Derecho Civil, San Rafael, Mendoza, 1978).
Inciso d): "La extinción del contrato no es afectada por la imposibilidad de restituir que tenga
la parte que no la ha declarado".
Inciso e): "La parte que tiene derecho a extinguir el contrato puede optar por exigir, o por
demandar ante un tribunal, su cumplimiento y la reparación de daños. Esta demanda no
impide deducir ulteriormente una pretensión extintiva".
La regulación del ius variandi coincide con la solución actual del artículo 1204 del Código
Civil, y la de su antecedente, el art. 216 del Código de Comercio, según los cuales "la
resolución podrá pedirse aunque se hubiese demandado el cumplimiento del contrato; pero
no podrá solicitarse el cumplimiento cuando se hubiese demandado por resolución"; se trata
de la regla electur una via non datur recursum ad alteram.
Vale decir, la parte que tiene derecho para declarar la extinción puede optar por el
cumplimiento con la reparación de daños -si los hubiere-; pero quien decide extinguir no
puede pretender luego el cumplimiento del contrato. Por lo contrario, aunque exija el
cumplimiento, puede más tarde pretender la extinción del contrato.
Inciso f): "La comunicación produce la extinción de pleno derecho y luego de ella el
cumplimiento no puede ser exigido ni subsiste el derecho de cumplir. Pero, en los casos que
es menester un requerimiento previo, si la demanda por extinción es promovida sin haberlo
realizado, el demandado tiene derecho de cumplir hasta el vencimiento del plazo para su
contestación".
Inciso g): "La demanda por extinción impide deducir ulteriormente la demanda por
cumplimiento". Si el contratante demanda por extinción, la solución es idéntica a la prevista
en el inc. e) para el caso de declaración extintiva. Coincide con la Convención de Viena sobre
Compraventa Internacional de Mercaderías de 1980, ley 22765 (art. 81.1).
Inciso h): "La extinción del contrato deja subsistentes las estipulaciones referidas a las
restituciones, a la reparación de daños y a la solución de controversias".
"Artículo 1043. Operatividad de los efectos de la extinción por declaración de una de las
partes. Salvo disposición legal en contrario: a) la rescisión unilateral y la revocación sólo
producen efectos para el futuro; b) la resolución produce efectos retroactivos entre las
partes, y no afecta el derecho adquirido a título oneroso por terceros de buena fe".
El artículo pone en claro la operatividad de cada uno de los modos de extinción de los
contratos, y consagra la solución adecuada a cada figura y a sus consecuencias predicadas
por la doctrina y por la jurisprudencia dominantes.
Así -como ya hemos visto-, la rescisión unilateral funciona sólo por causales convencionales
y opera para el futuro (ex nunc), mientras que la resolución afecta el pasado (ex tunc).
Quedan, naturalmente, a salvo, los derechos adquiridos a título oneroso por terceros de
buena fe, congruentemente con las reglas generales sentadas por el Proyecto de Código Civil
de 1998: "Artículo 393. La eficacia o ineficacia de un acto entre las partes no puede
oponerse a terceros si la ley así lo establece; Artículo 890. Si deja de existir la causa del
acto, o de la situación jurídica, que produjo la extinción, los derechos de las partes son
restablecidos en el estado existente al tiempo de aquélla; Artículo 891. Lo dispuesto en el
artículo anterior no afecta el derecho de terceros de buena fe. Si la extinción de derechos fue
inscripta en un registro, su restablecimiento no es oponible a ellos sino después de su
reinscripción".
El inc. b) del art. 1043 del Proyecto de Código Civil de 1998 reconoce como fuentes al
Anteproyecto de Bibiloni (arts. 1338, 1339), al Proyecto de 1936 (art. 835) y al Anteproyecto
de 1954 (art. 1031).
En lo que concierne a la segunda parte de este inc. b) ("y no afecta el derecho adquirido a
título oneroso por terceros de buena fe") es necesario revisar algunos antecedentes que
permanecen válidos:
Como enseña Llambías, con relación a los terceros: "I) Si se trata de inmuebles rigen las
normas sobre el dominio revocable y no se aplica el art. 1051 del Código Civil; II) Los
terceros subadquirentes no pueden invocar buena fe si conocían o debían conocer la
posibilidad de la resolución a través de los antecedentes del dominio; III) En materia de
derechos y obligaciones de los terceros, se aplican las disposiciones de los arts. 2422 y
siguientes (de los derechos y obligaciones del poseedor de buena o mala fe) (V Jornadas
Sanrafaelinas de Derecho Civil, San Rafael, Mendoza, 1978)". Es de señalar que el art. 389
del Proyecto de Código Civil de 1998 coincide con el art. 1051 del Código Civil vigente, en
cuanto a la protección del "subadquirente de derechos reales de buena fe y a título oneroso".
"Artículo 1044. Restitución en los casos de extinción por declaración de una sola de las
partes. Si el contrato es extinguido total o parcialmente por rescisión unilateral, por
revocación o por resolución, las partes deben restituirse, en la medida que corresponda, lo
que han recibido en razón del contrato, o su valor, conforme a las reglas de las obligaciones
de dar para restituir, y a lo previsto en el artículo siguiente".
Este artículo resuelve las discrepancias doctrinarias que genera el silencio del art. 1204 del
Código Civil. En efecto, como dice Llambías, "a falta de previsión legal expresa de los
alcances de la obligación de restituir entre partes, la cuestión debe ser regulada por los
principios generales, teniendo en cuenta que la extinción del contrato por resolución priva de
causa a los pagos realizados en razón de aquél; tales pagos son repetibles (art. 793 in fine
del Código Civil: pago sin causa), porque cuando el contrato es resuelto se torna `indebido
todo el cumplimiento ya producido´" (Sacco).
A su vez, Alterini explica que, en el sistema vigente, "partiendo de la base de que el pacto
comisorio es asimilable en sus efectos a la condición resolutoria (doct. art. 1374 , Cód. Civ.);
que en tal situación se aplican las reglas de las obligaciones de dar para restituir a su dueño
(art. 555 y doct. art. 1371 , inc. 2º, Cód. Civ.); y que el dominio de la cosa transmitida en
virtud de un contrato sujeto a pacto comisorio es un dominio revocable (arts. 2663 y 1668 ,
Cód. Civ.), se pueden extraer estas conclusiones: 1) el obligado a restituir debe soportar los
riesgos de la pérdida o deterioro, debidos a su culpa (arts. 585 y 587); 2) el régimen de
mejoras y aumentos está sujeto a los arts. 588 y 589 para el caso de obligaciones de dar
cosas ciertas; 3) los frutos percibidos pertenecen al obligado a restituir (art. 590), quien
mantiene una posesión de buena fe hasta el momento de la resolución".
Desde que el culpable de la resolución, luego de producida, es poseedor de mala fe, entre
otros efectos, responde por el caso fortuito (art. 2435 , Cód. Civ.), no tiene derecho a ser
resarcido de las mejoras voluntarias (art. 588 , Cód. Civ.), y no adquiere los frutos
percibidos o pendientes (art. 590 , Cód. Civ.). El mismo criterio es adoptado por los arts.
1877, 1878 y 1879 del Proyecto de Código Civil de 1998.
El Proyecto de Código Civil de 1998 clarifica también una cuestión delicada: la de extinción
del contrato por causales puntuales a cada figura singular, para cuya operatividad no se
exige el requerimiento previo dispuesto particularmente para el ejercicio de la cláusula
resolutoria tácita o implícita en el art. 1055, según el cual: "Para que se produzca la
extinción total o parcial del contrato por virtualidad de la cláusula resolutoria implícita la
parte no incumplidora debe requerir a la parte incumplidora, bajo apercibimiento expreso de
la resolución total o parcial del contrato, que cumpla en un plazo no menor de quince días,
salvo que de los usos, o de la índole de la prestación, resulte la procedencia de uno menor.
La resolución se produce de pleno derecho al vencimiento de dicho plazo. Dicho
requerimiento no es necesario si ha vencido un plazo esencial para el cumplimiento, si la
parte incumplidora ha manifestado su decisión de no cumplir, o si el cumplimiento o la
interpelación resultan imposibles. En tales casos la resolución total o parcial del contrato se
produce cuando la parte no incumplidora la declara y comunica esa decisión a la otra parte".
El art. 1056 establece que "el requerimiento dispuesto en el artículo anterior no es necesario
en los casos en que la ley faculta a la parte para declarar unilateralmente la extinción del
contrato, sin perjuicio de disposiciones especiales", por lo cual no es dudoso que es
innecesario en una larga serie de situaciones problemáticas en el sistema vigente (Llambías,
Alterini): Cuando el acreedor tiene derecho a resolver en hipótesis de pérdida, aumento o
mejora de la cosa cierta debida (arts. 580 y 582 , Cód. Civ.); de obligaciones de género
(art. 605 , Cód. Civ.); de obligaciones de cantidad (arts. 610 a 612 , Cód. Civ.); de
imposibilidad de pago (arts. 888 y 889 , Cód. Civ.); de pérdida parcial de la cosa en la
compraventa (art. 1328 , Cód. Civ.); de falta de entrega de la cosa vendida (arts. 1412 ,
1413 , 1420 y 1432 , Cód. Civ.), de falta de recibo de ella (art. 1430 , Cód. Civ.), o de falta
de pago de su precio (art. 1375, inc. 3º); de resolución en la locación de cosas (arts. 1519 ,
1524 , 1559 , 1563 , 1564 , 1567 , 1579 in fine, 1602, Cód. Civ.); de resolución en la
locación de obra (arts. 1643 y 1644 , Cód. Civ.); de resolución por vicios redhibitorios (arts.
2164 , 2172 , 2174 y 2180 , Cód. Civ.); de resolución convencional por pactos de retroventa
(art. 1366 , Cód. Civ.), de reventa (art. 1367 , Cód. Civ.) o de mejor comprador (art. 1369 ,
Cód. Civ.); de resolución del contrato de renta vitalicia onerosa (art. 2088 , Cód. Civ.);
etcétera. En el ámbito comercial tal situación se da también en la compraventa comercial
(arts. 456 , 457 , 467 , Cód. Com.), en la sociedad (arts. 90 y 91 , ley 19550, y 23, ley
20337 ), en el régimen de quiebra previsto por la ley 24522 (casos de prestaciones
recíprocamente pendientes, art. 143 ; de recuperación de cosas remitidas al fallido por título
destinado a transmitir el dominio, art. 139 ; de locación de inmueble destinado a la
explotación comercial, art. 157 , inc. 2º, etc.).
VIII. CONCLUSIONES
Para concluir, es de señalar que el Proyecto de Código Civil de 1998 asume dos hipótesis
especiales de rescisión por declaración unilateral de uno de los contratantes: la de
frustración definitiva de la finalidad del contrato, caso en el que se "autoriza a la parte
perjudicada a declarar su rescisión, si tal frustración proviene de una alteración de carácter
extraordinario de las circunstancias existentes al tiempo de su celebración, y la alteración
sobreviene por causas ajenas a las partes y excedentes al riesgo asumido por la que es
afectada" (arts. 1059, 259 y 953); y la de imprevisión, que se da cuando "la prestación a
cargo de una de las partes se torna excesivamente onerosa, en términos que resultan
irrazonables o inicuos, por una alteración extraordinaria de las circunstancias existentes al
tiempo de su celebración, sobrevenida por causas ajenas a las partes y al riesgo asumido por
la que es afectada" (art. 1060).
(1484) El presente trabajo fue elaborado en los momentos siguientes a la aparición del
Proyecto/98 del Código Civil, y publicado en la Revista de Responsabilidad Civil y Seguros, que dirige el
Prof. Dr. Atilio A. Alterini, La Ley, nro. 2, marzo/abril 1999.
(1485) Que puede ser leído en [HREF:http://www.alterini.org] y en
[HREF:http://www.lopezcabana.com], y descargado de
[HREF:http://snts1.jus.gov.ar/minis/Nuevo/ProyectoCodigoCivil.htm], edición de Abeledo-Perrot.
(1486) LL, 28/12/1998, p. 1.
(1487) LÓPEZ DE ZAVALÍA, Fernando, Teoría de los Contratos. Parte General, Zavalía,
Buenos Aires, 1975.
LA CONTRATACIÓN MASIVA Y LA CRISIS DEL CONTRATO. A PROPÓSITO
DEL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL ARGENTINO DE 1998 - CARLOS ALBERTO
SOTO COAGUILA (1488)
Cuando una institución humana, creada por el hombre para el servicio del hombre, comienza
a escribir su nombre con letras de molde, cuando una institución humana cristaliza, se
abstrae de la historia que le dio origen y pretende ser un valor universal, entonces hay algo
que se quiebra y que se pierde: nuestra capacidad de inventiva y de respuesta frente a
situaciones nuevas.
DE TRAZEGNIES G., Fernando,
La Transformación del Derecho de Propiedad,
El Derecho, Fondo Editorial de la PUCP,
Lima, 1978, nro. 33, p. 104.
I. INTRODUCCIÓN
Igualmente incorporamos un punto sobre la función del derecho contractual en una economía
de mercado, en una sociedad donde la realidad viene empujando al Derecho hacia un
cambio. En esta perspectiva analizaremos el modo cómo ha enfrentado este fenómeno la
Comisión de Reforma del Código Civil Argentino en el Proyecto de Código Civil que acaba de
presentar al Poder Ejecutivo, con lo cual derogaría no sólo el decimonónico Código Civil de
Vélez Sarsfield, sino que además se unificarían los Códigos Civil y Comercial en un solo
cuerpo legal, hecho que será trascendente para la codificación latinoamericana y mundial. El
legislador no puede dejar de lado las necesidades y las exigencias de la sociedad; por el
contrario, debe recogerlas y sistematizarlas a fin de evitar un divorcio entre la realidad y la
ley.
Los cambios en las estructuras sociales, políticas, económicas, así como los agigantados e
incontenibles avances tecnológicos y la evolución permanente en el ámbito de las ideologías
son realidades insoslayables que continuamente mueven a las sociedades, transformándolas.
El operador del Derecho tiene que estar alerta a estos cambios y no darles la espalda.
Igualmente, no debe pretender siempre responder a los nuevos fenómenos con las
estructuras existentes, pues cuando ellas son insuficientes debe crear nuevos edificios para
albergarlos.
El profesor Díez-Picazo señala que este fenómeno "ha determinado un tráfico económico,
cada vez más acelerado, que se ha ido convirtiendo en lo que rigurosamente puede llamarse
`tráfico en masa´" (1494). Pero para que productores y adquirentes (consumidores o no)
satisfagan sus necesidades e intereses (productores que distribuyan y personas que
adquieran o consuman los bienes o servicios) y se vinculen jurídicamente, necesitan de un
canal o instrumento que brinde seguridad a sus relaciones y que esté permitido por el
ordenamiento jurídico. Éste es el contrato (1495).
Sin embargo, los contratos que celebran productores y adquirentes a cada instante y que les
permiten satisfacer sus necesidades, no se desarrollan dentro de la estructura del contrato
tradicional o clásico (1496).
En esta perspectiva, no le falta razón a Luigi Ferri cuando dice que "[...] la moderna
economía, caracterizada por la producción estandarizada" y en masa de bienes y servicios y
del vasto consumo de ellos, ha favorecido la difusión de un tipo particular de negociación
orientada a permitir la rapidez de la circulación de los productos a través de la predisposición
de los esquemas contractuales uniformes y la consiguiente simplificación del iter formativo
del contrato. Tal tipo de contratación no satisface solamente la exigencia de la producción y
del comercio, sino que además se adecua también al rápido ritmo de la vida moderna, a la
necesidad de `no perder el tiempo´ común también al consumidor, el cual si de un lado debe
estar sujeto a una especie de `diktat´ del otro contratante, por otro lado está garantizado de
ser las condiciones generales vinculantes para quien las ha ideado y predispuesto y de
asegurar con su aplicación uniforme, en orden al mismo tipo de relación, igualdad de
tratamiento [...]" (1498).
Esto ha llevado a algunos autores como Martín Ballestero a afirmar que "el concepto clásico,
el concepto teórico del contrato se sigue manteniendo por inercia o por pereza mental y se
sigue formulando en los textos y enseñando en las aulas" (1499). Marco Aurelio Risolía por
su parte afirma que "La crisis del contrato alcanza tanto a su formación como a sus efectos y
repercute en los dos grandes principios que rigen la institución en los códigos liberales: 1º)
La libertad contractual; 2º) La fuerza obligatoria del vínculo" (1500).
Nuestro Código Civil de 1984 ha enfrentado este fenómeno incorporando, al interior de las
normas relativas al consentimiento (1501), instituciones como el contrato por adhesión, las
cláusulas generales de contratación, los contratos de hecho y la oferta al público. Podemos
deducir, entonces, que lo más importante para el legislador sigue siendo el acuerdo de
voluntades, resaltando la autonomía privada, manteniendo la teoría tradicional del contrato,
donde existen oferentes y aceptantes que negocian su contenido. Sin embargo, parece que
el legislador olvidó que actualmente la mayor parte de las relaciones de las personas que se
traducen en contratos se realizan dentro del esquema de la "contratación masiva", donde no
hay negociación y la concertación es despersonalizada, anónima; y la libertad contractual -e
inclusive algunas veces la libertad de contratar- no existe o se encuentra reducida a su
mínima expresión.
Frente a esta perspectiva, Alfredo Bullard opina que "... el diseño del contrato aludido está
hecho para responder a un liberalismo de corte `artesanal´ (1502); agregando que "... la
contratación en masa ha rebasado por completo los marcos de la concepción tradicional de
`contrato´ con lo que quedan dos posibles salidas: o le damos al concepto `contrato´ un
contenido distinto al de ser un simple acuerdo de voluntades, para poder englobar a la
llamada `contratación en masa´, o creamos una nueva terminología que permita explicar a
cabalidad este nuevo fenómeno" (1503).
Resulta ineludible plantearnos una serie de interrogantes al encarar esta realidad, y pensarla
en términos jurídicos. En efecto, estas nuevas relaciones jurídicas contractuales masivas o
estandarizadas en el intercambio de bienes y servicios traen como consecuencia una gama
de efectos no sólo en el plano económico, sino en el orden de las estructuras jurídicas. Así,
nos cuestionamos si la tradicional teoría del contrato se mantiene indemne, o si se encuentra
en ignorada crisis, merced al surgimiento de la contratación masiva. De enfocarse la
respuesta en torno a la eficacia, validez y vigencia del contrato tradicional, nos preguntamos
si las reglas de éste solucionan el fenómeno de la contratación masiva. Finalmente, de no
encontrar salidas o respuestas satisfactorias, ¿sería necesario regular el nuevo fenómeno de
la contratación masiva?
Estos cuestionamientos, que forman parte de un mismo problema, tienen como origen el
desarrollo, así como los cambios económicos y tecnológicos que se traducen en el progreso
del mundo moderno, encontrándose cada vez más inmersos en un dinamismo económico
que, no dudamos, tiende a una revisión de las instituciones jurídicas vigentes en nuestro
sistema civil, y en especial del contrato.
Según el profesor Manuel de la Puente y Lavalle (1504), por Teoría General del Contrato
debe entenderse todo lo relacionado con su naturaleza, requisitos, vicios y modalidades.
En su Doctrina General del Contrato (1505), Messineo señala que existen principios comunes
a todos los contratos que, además poseen una naturaleza y estructura análoga. Igualmente,
existen reglas aplicables sólo a un grupo determinado de contratos (por ej., contratos con
prestaciones recíprocas). Y por último, hay normas particulares de cada contrato en
particular, que sólo rigen para éste y no para otros (como el pacto de retroventa, en la
compraventa).
Por último, esta Teoría General del Contrato, que podemos denominar Clásica o Tradicional,
descansa en los siguientes principios reconocidos por la doctrina civilista: la autonomía
privada, la igualdad de las partes, la fuerza obligatoria, la buena fe y el efecto relativo. En
este sentido, Díez-Picazo (1506) es claro al indicar que la teoría tradicional o clásica del
contrato "[...] considera al contrato como `un acuerdo de voluntades de dos o más personas
(duorum vel plurium consensus) dirigido a crear obligaciones entre ellas (ad constituendum
obligationem)´".
El Código Civil peruano desarrolla la Teoría General del Contrato en la Sección Primera del
Libro VII -Fuentes de las Obligaciones-, comprendiendo las disposiciones generales de los
contratos, el consentimiento, el objeto del contrato, su forma, los contratos preparatorios, el
contrato con prestaciones recíprocas, la cesión de posición contractual, la excesiva
onerosidad de la prestación, la lesión, el contrato en favor de tercero, la promesa de la
obligación o del hecho de un tercero, el contrato por persona a nombrar, las arras
confirmatorias, las arras de retractación y las obligaciones de saneamiento.
Por su parte, el profesor Carlos Cárdenas sin definir este fenómeno jurídico, señala que la
contratación en masa aparece para facilitar el comercio de bienes y servicios a gran escala
(1512).
¿Tiene este nuevo sistema de contratación una naturaleza jurídica? Creemos que sí. Sin
embargo, no debemos caer en lo que de ordinario ocurre cuando aparece un nuevo
fenómeno jurídico, esto es tratar de encasillarlo dentro de alguna teoría ya existente.
La función social está referida a lograr el acceso de todos los individuos de una sociedad a
ese intercambio masivo de bienes y servicios, sin distinción alguna.
Finalmente, la contratación masiva cumple una función económica cuando reduce los costos
de transacción de la celebración de los contratos entre predisponentes y adherentes.
Pero, ¿qué son los costos de transacción? (1513). Para Alfredo Bullard "[...] los costos de
transacción son los costos de celebrar un contrato, y que en ciertas circunstancias son tan
altos que pueden evitar que se perfeccione el acuerdo, o llevar a que éste se perfeccione en
términos ineficientes" (1514). Según este autor, la idea básica del concepto de costos de
transacción consiste en que usar el sistema contractual cuesta; es decir, que el uso del
mercado contractual no es gratuito. Celebrar cada contrato implica incurrir en una serie de
costos que deberán analizarse con la finalidad de que los beneficios obtenidos sean
superiores, pues muchas veces puede ocurrir que los costos son mayores y no despreciables
y, por lo tanto hacen que la solución contractual sea inviable o ineficiente (1515).
Los costos de transacción serán de vital importancia para demostrar cómo la contratación
masiva ha generado una crisis al interior de la estructura de la teoría clásica del contrato.
Más adelante volveremos sobre este punto.
No entraremos a analizar cada una de estas figuras contractuales pues, como señalamos al
principio, ello no constituye nuestro objetivo.
La doctrina peruana no es uniforme en señalar cuáles son las modalidades contractuales de
la contratación masiva. Por un lado Arias-Schreiber (en los años 1984 y 1986) (1519),
Cárdenas (en 1984, 1988 y 1996) (1520) y Bullard (en 1989 y 1993) (1521) señalan que las
modalidades de la contratación masiva son los contratos por adhesión, las cláusulas
generales de contratación y los contratos de hecho o conductas sociales típicas. Para Manuel
de la Puente (desde 1991) las cláusulas generales de contratación son la modalidad de la
contratación masiva (1522).
Un primer vistazo a la realidad nos indica que la contratación masiva juega un rol importante
en el tráfico comercial y en el intercambio de bienes y servicios. Como podemos observar, la
finalidad, funciones y modalidades contractuales de la contratación masiva son distintas al
esquema del contrato clásico o tradicional. Es en esta perspectiva que la contratación masiva
ha ocasionado lo que podemos denominar la crisis de la teoría clásica del contrato.
Sobre la crisis de la teoría tradicional o clásica del contrato, el profesor Risolía (1523) señala
que: "Parecería paradójico hablar de crisis en un tiempo en que la multiplicación de los
contratos es asombrosa, ya que nunca se los ha concluido en mayor número y por intereses
patrimoniales tan elevados [...]. La gama de categorías contractuales se enriquece con
nuevas figuras, su formación se auxilia de nuevos recursos técnicos, y la institución en sí
alumbra nuevas obligaciones, antes ignoradas".
Ante ello, de inmediato surge la inquietud, ¿cómo hablar de la crisis del contrato cuando
acrece su número, se diversifican sus especies y se abulta su contenido obligatorio?
Enfáticamente, Risolía afirma que "[...] según la concepción clásica, el contrato supone el
acuerdo de dos o más voluntades autónomas, acuerdo `metafísicamente incontestable´, al
decir de Gèny; quimérico en opinión de Worns; tan sólo inteligible en la lógica de Kant, que
también en este caso debió acudir al expediente socorrido de los postulados de la razón
pura. Es cierto también que la doctrina clásica nos habla de acuerdo de dos voluntades
equivalentes, sin privilegio ni calidad que encumbre a una sobre otra. Parece ser exacto,
asimismo, que de más en más el hombre se obliga sin quererlo, que de más en más se
debilita su fuerza obligatoria a expensas de doctrinas que, de distintos modos, llevan ataques
a esa construcción lógica, abstracta, individualista, geométrica -tantos calificativos se le
atribuyen- resumida en obras fundamentales del siglo pasado" (1524).
Para este autor, la crisis del contrato se presenta como una crisis de la autonomía de la
voluntad, de su fuerza obligatoria y de la igualdad jurídica de las partes contratantes, todos
ellos pilares fundamentales de la teoría clásica del contrato.
Causas políticas, las que se presentan cuando el Estado interviene en el ámbito de los
contratos por interés social o público. No olvidemos que en la postura individualista el
contrato era intocable e irrevisable. No obstante, esta filosofía ha cedido el paso a una
concepción más social y humana del contrato (art. 1355 (1526), Cód. Civ., hoy tácitamente
derogado por el art. 62 (1527), Constitución Política de 1993), en la que el Estado se
preocupa por los problemas sociales y como tal, interviene para lograr una justicia
contractual. Ésta ha sido la evolución de nuestro derecho civil; empero, últimamente parece
que nuevamente el individualismo campea en nuestras tierras (1528).
Causas de orden moral, que hoy en día tienen una mayor sensibilidad, pues los contratos
deben ser instrumento de realización del bien común. Hay un tránsito de una moral
individual a una más social. Sin embargo, ello no quiere decir que los contratos no sean
obligatorios entre las partes; por el contrario, deben respetarse y cumplirse, pero deben
buscar la justicia y la equidad antes que lo deseado individualmente.
Muchos son los autores que se han ocupado de la crisis del contrato (1529), otros prefieren
referirse a la decadencia del contrato (1530) y algunos, más radicales, hablan de la muerte
del contrato (1531).
La crisis, decadencia o muerte del contrato se debe a dos razones fundamentales que
pueden constituirse como las principales manifestaciones o causas de estos fenómenos
jurídicos: el intervencionismo del Estado en la contratación privada; y, la contratación
masiva.
Manuel de la Puente, en sus Comentarios a la Sección Primera del Libro VII de las Fuentes de
la Obligaciones, de los Contratos en general, sostiene que para enfocar el rol del
intervencionismo del Estado en la contratación privada, se debe tener presente el principio
de la autonomía privada (1532).
Para el profesor De la Puente, la crisis del contrato dependerá de la postura que adopte el
legislador sobre la autonomía privada. Si aceptamos la teoría individualista (1533), entonces
la subsistencia del contrato es frontalmente atacada, a tal punto que el contrato no sólo
estaría en crisis o decadencia sino en una agonía, pronto a morir. En cambio, si nos
adherimos a la tesis normativista (1534), la situación es radicalmente distinta, ya que el rol
del contrato no ha cambiado pues continúa siendo la fuente de relaciones jurídicas
patrimoniales.
Sin embargo, las sociedades van siendo cada vez más complejas, al extremo de llegar a un
abuso de la autonomía privada de unos contratantes sobre otros, y el debilitamiento de la
concepción liberal e individualista cedió el paso a una corriente de contenido más social y
humano. En este contexto, el Estado, titular de la potestad de regular las relaciones de los
particulares, decidió intervenir para lograr la igualdad jurídica entre los contratantes y
proteger a la parte más débil, con lo cual no hizo otra cosa que reducir y limitar la autonomía
privada (1536).
Esta intervención del Estado en la autonomía privada se incorporó en el art. 1355 del Código
Civil de 1984. Sin embargo, con la promulgación de la Constitución Política de 1993 se
amplió nuevamente la base de autonomía privada con la finalidad de garantizar la seguridad
jurídica contractual.
Entonces, como se han presentado -y están- las cosas, no consideramos que la intervención
del Estado genere una crisis o decadencia del contrato. En efecto, dependerá en mucho de la
voluntad política -por no decir todas las veces- del Estado para decidir si interviene o no en
las relaciones de los particulares. En este sentido, la teoría clásica del contrato puede pasar
por momentos de estabilidad y hegemonía y luego por situaciones de crisis y viceversa, y así
sucesivamente, entendiendo todo este proceso como una evolución y desarrollo del contrato.
Hemos querido tratar el tema de la crisis del contrato como resultado del surgimiento de la
contratación masiva en un punto aparte, debido a que en ello consiste el objetivo de nuestro
análisis.
La teoría clásica del contrato, contemplada en todas las codificaciones civiles de la tradición
jurídica romano-germánica, es el resultado de lo que podemos llamar el "contrato por
negociación", producto de una serie de tratativas, de tratos preliminares, de conversaciones,
todas las que finalmente se traducen en una declaración conjunta, en ese acuerdo de
voluntades que regula nuestro Código Civil en el art. 1351 . Por lo tanto, este acuerdo de
voluntades es obligatorio y vinculante para cada una de las partes del contrato. Empero,
para Díez-Picazo (1537) está claramente evidenciado, ante los ojos del operador del Derecho
que esta noción de contrato es una idea idílica y tradicional que calza muy mal con la
contratación masiva. En esta perspectiva, Atilio Aníbal Alterini manifiesta que esa visión no
coincide con la realidad actual (1538).
Hoy en día resulta imposible que la empresa moderna, para intercambiar sus bienes y
productos, negocie con cada uno de los potenciales clientes y consumidores el contenido de
cada contrato a concertarse. No cabe la menor duda de que los empresarios (productores)
buscan reducir los costos de transacción evitando celebrar contratos con cada uno de los
contratantes, pues criterios mínimos de racionalización y de organización empresarial
explicarían la necesidad imperiosa de una contratación masiva o en masa.
Debemos aclarar que la reducción de costos de transacción no implica la "no utilización" del
contrato, lo que se busca es que la celebración de un contrato (por ej.: la compraventa de
un televisor) sea a un costo mínimo que no encarezca el precio del producto a tal extremo de
no contratar o realizar la contratación en forma ineficiente.
Se ha establecido que la teoría tradicional o clásica del contrato reposa en los presupuestos o
pilares fundamentales de la autonomía de la voluntad, la igualdad de las partes, la fuerza
obligatoria, la buena fe y el efecto relativo, pero, sabemos, que ahora estos pilares no se
encuentran indemnes, día a día han venido resquebrajándose, progresivamente, como
consecuencia, primero, del surgimiento y, luego, del auge de la contratación masiva.
La "autonomía privada" es la facultad concedida a los particulares para regular, dentro del
marco que el ordenamiento jurídico establece, sus propios intereses y crear, regular,
modificar o extinguir libremente relaciones jurídicas patrimoniales entre sí (1540). No
obstante, la autonomía privada debe ser entendida como un presupuesto, un pilar o un
principio que puede ser cuestionado y aun modificado, mas no un dogma (1541) intocable
(1542).
En cambio, la libertad contractual (1545) es la potestad que permite a las partes determinar
libremente la forma (siempre que no sea ad solemnitatem y bajo sanción de nulidad del
contrato) y el contenido del contrato; es decir, la configuración y la normatividad de la
relación jurídica contractual que están creando (1546).
Si aceptamos que todo contrato se basa en la autonomía privada de las partes y ésta a su
vez importa la libertad de contratar y la libertad contractual, no dudamos que en la
estructura del contrato clásico o tradicional ambas libertades se encuentran presentes en
toda su esencia. Sin embargo, en el campo de la contratación masiva estas libertades se
encuentran reducidas a su mínima expresión o, incluso, anuladas.
Por otra parte, consideramos que los contratos por adhesión constituyen una modalidad de la
contratación masiva, en tanto permiten agilizar el tráfico masivo de bienes y servicios,
buscan el acceso de todas las personas en el intercambio masivo y contribuyen a la
reducción de los costos de transacción en la contratación. En suma, cumplen con todas las
finalidades y funciones del nuevo sistema de contratación.
En suma, podemos afirmar que en los contratos celebrados en base a cláusulas generales de
contratación la libertad contractual es mínima, y que en los contratos por adhesión y los
contratos de hecho no existe.
Esto no es un capricho de la sociedad, es una realidad. Las personas no pueden darse el lujo
de estar negociando cada uno de los contratos que diariamente realizan. La contratación
masiva es el vehículo que logra que las personas puedan intercambiar los bienes y servicios
de una manera eficiente.
Como puede observarse, la autonomía privada basada en estas dos libertades adolece de
profundas grietas. Esta estructura fue pensada y diseñada para una contratación paritaria en
la que hay tratativas, negociaciones; en fin, están presentes tanto la libertad de contratar
como la libertad contractual. En cambio, para la contratación masiva esta estructura es
inapropiada, no funciona.
3. La igualdad de las partes en la contratación masiva
La igualdad de las partes contratantes es otro de los presupuestos sobre los que se edificó la
teoría tradicional del contrato en el siglo pasado. ¿Podemos hoy hablar de una igualdad en la
contratación? Antes de responder es conveniente hacer algunas precisiones.
Las razones esgrimidas sobre la crisis de la autonomía privada también son válidas para este
tema. En la contratación masiva las partes no se encuentran en un grado de igualdad, como
en el caso de los contratos paritarios. Ahora bien, cuando nos referimos a igualdad, aludimos
a una de carácter eminentemente jurídico, pues todas las personas de una sociedad son
distintas, existiendo diferencias no sólo raciales, políticas y religiosas, sino también
económicas, culturales, entre otras.
En la doctrina peruana, los profesores Max Arias-Schreiber y Elvira Martínez sostienen que
en la contratación masiva no existe paridad entre los contratantes, y uno de ellos ostenta
todas las ventajas de su posición; por ende, su regulación en el Código Civil peruano debe
estar orientada a reducir la brecha existente entre la parte fuerte y la parte débil de la
relación contractual.
En lo referente a las normas sobre las cláusulas generales de contratación del Código Civil
peruano de 1984, los arts. 1398, 1399 y 1401 recogen estos principios y son los que han
llevado a los profesores anteriormente citados a sostener lo ya mencionado, con las
diferencias del caso (1553).
Para los profesores argentinos Stiglitz "[...] la intensificación de la función social del contrato
generó en el Estado la necesidad de proteger a la parte débil de la relación" (1554). El
profesor Borda (1555), es de igual parecer, afirmando que el Derecho debe orientarse a
proteger a la parte más débil del contrato.
El profesor Atilio Aníbal Alterini (1557) en su reciente libro titulado Contratos. Civiles.
Comerciales. De Consumo. Teoría General, sostiene que "[...] un componente de la teoría del
contrato es la relevancia que se le asigna a la debilidad jurídica que, en servicio del principio
jurídico de igualdad, determina soluciones especiales de favor debilis. En ese ámbito se
aplica un régimen tuitivo, estableciendo preferentemente en favor de la parte tenida por
débil, a cuyo fin la ley fija un mínimo o un máximo de protección, que puede ser dejado de
lado siempre que sea a favor de la parte protegida". Según el maestro Alterini, la debilidad
debe entenderse diversamente, ya que puede ser débil tanto el deudor como el acreedor, en
ese caso la protección debe dirigirse hacia el débil no importando la situación jurídica que
tenga en la relación contractual, por lo cual afirma que esta parte débil protegida pasa a ser
"dueña del contrato".
El rol del Derecho debe tender a que exista una igualdad jurídica. Empero, si existe una
desigualdad, entonces debe preocuparse por igualar a los sujetos de la relación contractual
para que no sólo sean iguales ante la ley, sino para que además su situación jurídica y los
efectos derivados de los contratos que concerten sean equilibrados. En este caso, la base
sobre la cual debe determinarse si existe una parte débil en la contratación debe ser
eminentemente objetiva y no subjetiva.
Regresando a nuestro tema, no es cierto que exista una igualdad jurídica de los
contratantes, en tanto es uno de ellos el que elabora íntegra o parcialmente el contenido del
contrato, pero también es cierto que es la otra parte decide libremente si contrata o no y con
estas condiciones.
El principio de la fuerza obligatoria (1558) en los contratos es aquel que obliga a las partes a
su cumplimiento por mandato de la ley.
Según De la Puente: "Los contratos establecen entre las partes un vínculo, que determina el
cumplimiento de la relación jurídica que constituye su objeto. La obligatoriedad del contrato
es, pues, la fuerza que obliga a tal cumplimiento. No se trata propiamente de la
obligatoriedad del contrato sino, de la obligatoriedad de la relación jurídica creada por él"
(1559).
Para este autor la obligatoriedad se presenta en dos planos: la obligatoriedad del contrato y
la obligatoriedad de la relación jurídica creada por el contrato (1560). En tal sentido, la
fuerza obligatoria se desarrolla una vez que el contrato se ha celebrado. De allí que la fuerza
obligatoria se refiera a la relación jurídica creada por el acuerdo de voluntades de las partes,
el cual tiene que ser cumplido conforme al tenor de la declaración contenida en el contrato.
En esta línea de pensamiento, uno se obliga porque concertó un contrato que a su vez creó
una relación jurídica que obliga a los contratantes a ejecutar las prestaciones contenidas en
el contrato.
Entendida así la obligatoriedad, no se admitiría una crisis del contrato por el debilitamiento
de su fuerza obligatoria, como lo sostienen Josserand (1561), Ripert (1562) y Risolía (1563).
Ya hemos analizado la intervención del Estado en la contratación privada y hemos
establecido que ella no es la causa de la crisis del contrato, en tal sentido tampoco lo sería
en este aspecto (1564).
La relación jurídica creada por los contratos masivos también acarrea la obligatoriedad entre
las partes. Sin embargo, en estos últimos años se ha venido difundiendo en nuestro medio,
desde la perspectiva del Análisis Económico del Derecho, la denominada "teoría del
incumplimiento eficiente". Veamos en qué consiste.
La teoría del Análisis Económico del Derecho ha sido difundida en el Perú por el profesor
Alfredo Bullard (1565). Sobre el cumplimiento de los contratos, Bullard sostiene que la
cuestión radica en las soluciones que el sistema jurídico debe brindar al problema del
incumplimiento contractual, pero desde una metodología distinta: el análisis económico. En
esta perspectiva, el contrato "es eficiente cuando, como consecuencia de éste, los bienes y/o
servicios involucrados quedan asignados a usos más valiosos a los que tenían antes que el
intercambio operara" (1566).
Sin embargo, no siempre el estricto cumplimiento del contrato nos puede llevar a una
situación eficiente, ya que, según Bullard, eventualmente "entre el momento de celebración
del contrato y el momento de su ejecución se han presentado cambios de circunstancias que
hacen que lo que parecía eficiente en un primer momento se torne en menos eficiente. En
otras palabras, el cambio de circunstancias puede llevarnos a que incumplir pueda ser más
eficiente que cumplir. [...] De hecho existen varias instituciones que pueden estar vinculadas
al cambio de circunstancias entre la celebración del contrato y su ejecución y que podrían
encontrar como un justificativo el evitar resultados ineficientes. Tal podría ser el caso de la
imposibilidad, la frustración del fin del contrato o la excesiva onerosidad de la prestación"
(1567). Pero aclara que no se refiere a estos supuestos, sino al tipo de incumplimiento que
tiene por finalidad permitir una mejor asignación de recursos, es decir, al incumplimiento
eficiente.
Los profesores Cooter y Ulen señalan que "el rompimiento del contrato es más eficiente que
el cumplimiento del mismo cuando el costo de su cumplimiento excede los beneficios para
todas las partes involucradas" (1568). Las razones para este incumplimiento se deben a una
contingencia que hace que los recursos necesarios para ejecutar el contrato sean más
valiosos en un uso alternativo. Estas contingencias pueden ser de dos tipos: que ocurra un
golpe de suerte que haga que el incumplimiento genere más beneficios que el cumplimiento;
o que se produzca un desafortunado accidente que imponga un mayor costo al cumplimiento
que al incumplimiento. Por ejemplo, una mejor oferta.
¿Qué tiene que ver el incumplimiento eficiente con la crisis del contrato y la fuerza
obligatoria?
La relación es estrecha. Si los contratos son obligatorios y obligatorias las relaciones jurídicas
creadas por el contrato, cómo se fundamenta el incumplimiento eficiente al expresar que se
deben incumplir los contratos cuando sea más beneficioso incumplirlos que cumplirlos.
¿Dónde queda la obligatoriedad? Ésta se relativiza al extremo, creando una incertidumbre en
las relaciones jurídicas, ya que todo contratante se preguntará si una contingencia futura
hará que su contraparte incumpla. No tendríamos seguridad en nuestros contratos. Y la
buena fe, la lesión, el abuso del derecho, ¿cómo quedan?
Aunque no compartimos la posición del profesor Bullard, no hay duda de que desde esta
perspectiva la fuerza obligatoria en los contratos se relativiza y como tal contribuye a la crisis
del contrato.
El principio de la buena fe se encuentra recogido en los arts. 168 y 1362 del Código Civil
peruano que establecen que "el acto jurídico deberá interpretarse de acuerdo con lo que se
haya expresado en él y según el principio de la buena fe" y "los contratos deben negociarse,
celebrarse y ejecutarse según las reglas de la buena fe y común intención de las partes".
Para el profesor Guillermo A. Borda "el principio de la buena fe significa que el hombre cree y
confía que una declaración de voluntad surtirá en un caso concreto sus efectos usuales, los
mismos efectos que ordinaria y normalmente ha producido en casos iguales. [Así un] juez
puesto a dirimir una controversia, debe preguntarse qué significado hubiera atribuido a la
declaración una persona honorable y correcta" (1572).
BORDA, Guillermo A., Manual de Contratos, 17ª ed. actual., Perrot, Buenos Aires, 1995, p.
54.
En tal virtud, la buena fe se presenta como una noción única. Pero penetrando en la técnica
jurídica, la buena fe pierde su unidad. Combinada con las reglas técnicas, que influyen en un
sentido o en el otro, la buena fe sólo puede ser definida en función del mecanismo jurídico al
cual se integra. En este sentido, no existe una definición precisa de la buena fe.
Según el profesor Alterini, la buena fe contractual "[...] es (o debería ser) la pauta ordinaria
de conducta en la vida jurídica [...]" (1574). Por lo tanto, las personas deben comportarse
lealmente en toda la fase previa a la contratación, en el desenvolvimiento de las relaciones
jurídicas creadas por el contrato, así como en la ejecución de las prestaciones.
Los contratos en una economía de mercado son los instrumentos indispensables para que el
intercambio de los recursos se produzca en forma eficiente logrando la maximización de los
beneficios de las partes contratantes. Díez-Picazo considera preferible entender hoy en día
como contrato "[...] a todo instrumento de relación económica entre las partes que es obra
de su iniciativa privada, que tendencialmente debe aspirar a que sea obra de la voluntad
libre y de sujetos en pie de igualdad; pero sólo tendencialmente se debe aspirar a ello"
(1577).
Juan Torres López expresa: "el derecho de contratos no es otra que la maximización total del
valor conjunto del cambio a través de la reducción de los costos de transacción asociados a
los intercambios de prestaciones no simultáneas, a las diversas contingencias que puedan
aparecer a lo largo de la vida de la promesa y a la incompleta información de la que se
dispone" (1578).
En este sentido, expresa del profesor Alterini que es indudable que el derecho y la economía
son disciplinas que se correlacionan e interpenetran. Empero, este autor expresa: "No parece
discutible que la interrelación entre el Derecho y la economía debe privilegiar el perfil
axiológico" (1579).
La Argentina es uno de los pocos países que cuenta con un Código Civil decimonónico,
elaborado por D. Dalmacio Vélez Sarsfield y vigente desde 1871. Sin embargo, este cuerpo
legal ha sufrido modificaciones, pero sin duda la gran reforma fue la de 1968 impulsada por
el Dr. Guillermo A. Borda que revitalizó el viejo Código Civil. Pese a que el fenómeno de la
contratación masiva en ese entonces no era una fantasía sino una realidad, no se introdujo
ningún artículo que respondiera directamente a este problema, solamente se modificó el art.
1198 incorporando el principio de la buena fe.
Sobre el particular, el doctor Guillermo Borda nos confesó que sin duda no se incorporaron
varias instituciones que ya tenían vida propia porque el tiempo era el peor enemigo. Él sabía
que la reforma debía realizarse mientras se encontraba ocupando el cargo de ministro del
Interior y que en cualquier momento podía ser removido. He ahí la razón de la no inclusión
del nuevo fenómeno de la contratación masiva: el tiempo.
El derecho positivo argentino no tiene una sola norma sobre este nuevo fenómeno
contractual; no obstante, los operadores del Derecho vienen enfrentando y resolviendo el
problema de la contratación en masa, aplicando la clásica teoría general del contrato, el
principio de la buena fe y las normas relativas a la protección del consumidor sobre cláusulas
abusivas. Sobre el particular, el profesor Carlos Gustavo Vallespinos sostiene que para
solucionar el problema de la contratación moderna "[...] es necesario vincular el art. 1148
con lo dispuesto por el art. 1152 del Código Civil [argentino...] aunque, por cierto, el camino
más adecuado sea el de la reforma legislativa [...]" (1580); por su parte A. A. Alterini señala
que debe tenerse presente lo preceptuado por el art. 1198 del Código Civil argentino que
impone que los contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena fe y de
acuerdo con lo que verosímilmente las partes entendieron o pudieron entender, obrando con
cuidado y previsión (1581). Por ello, añade Alterini que "En el Sistema argentino, [...] en
tanto se pugna por llevar a un Código único civil y comercial la regulación de los contratos de
contenido predispuesto o sujetos a condiciones generales, y la descalificación de las
cláusulas abusivas, [el] tratamiento específico ha sido incorporado por la ley del consumidor"
(1582).
En este sentido, para la doctrina argentina "Los contratos con cláusulas predispuestas por el
empresario, y las consiguientes plantillas de condiciones generales, resultaron ser
`instrumentos adecuados para la economía de masa´" (Alterini (1583) y Vallespinos (1584)
). Los profesores Farina (1585) y Rezzónico (1586) sostienen que las modalidades
contractuales de la contratación masiva han sido y siguen siendo los contratos por adhesión
y hoy los contratos por adhesión a condiciones generales, denominando a todos ellos, en su
conjunto, "contratos con cláusulas predispuestas".
Mediante decreto 685/95 el Poder Ejecutivo nacional de la Argentina designó una Comisión
de Reforma al Código Civil a "fin de elevar el proyecto de Código Civil unificado con el Código
de Comercio".
El Proyecto del Código Civil de 1998 recoge en el Título II: De los Contratos en General,
Capítulo I: Disposiciones generales, un conjunto de definiciones. Así, en el art. 899 empieza
a definir ampliamente el contrato como el acto jurídico mediante el cual dos o más partes
manifiestan su consentimiento para crear, regular, modificar, transferir o extinguir relaciones
jurídicas patrimoniales; luego define al contrato discrecional como aquel cuyas estipulaciones
han sido determinadas de común acuerdo por todas las partes. En el mismo artículo, en
materia de contratación masiva, define al contrato predispuesto como aquel cuyas
estipulaciones han sido determinadas unilateralmente por algunas de las partes; y cláusula
predispuesta a la cláusula del contrato que también ha sido redactada por una de las partes.
Igualmente define a las condiciones generales como las cláusulas predispuestas por alguna
de las partes, con alcance general y para ser utilizadas en futuros contratos particulares, sea
que estén incluidas en el instrumento del contrato, o en otro separado; y al contrato
celebrado por adhesión, como el contrato predispuesto en que la parte no predisponente está
precisada únicamente a declarar su aceptación.
No hay duda de que con estas normas el legislador argentino se coloca a la vanguardia en
materia de contratación, pues admite que existen dos formas de contratar: discrecional y
masivamente.
Asimismo, en el art. 905 establece que "Los contratos predispuestos, y en su caso las
cláusulas predispuestas, cuando son celebrados por escrito, deben ser redactados de manera
clara, completa y fácilmente legible". Con esta norma se evitará la redacción de los contratos
masivos con letra pequeña, ilegible, ininteligible. Ésta es una norma imperativa, por lo que
las personas que deseen preformular los contratos unilateralmente con la finalidad de ser
usados en el tráfico masivo de bienes y servicios deberán observarlas obligatoriamente.
La Sección Segunda del Capítulo IX "De los efectos", está dedicada a las Cláusulas abusivas
en los contratos predispuestos. El art. 968 dispone en forma expresa que "se tendrán por no
convenidas" en los contratos predispuestos las estipulaciones que por sí solas o combinadas
con otras:
- Limiten la responsabilidad del predisponente por daños patrimoniales sin una adecuada
equivalencia económica.
De todo lo expresado, podemos apreciar que el Proyecto del Código Civil argentino es una
propuesta de reforma innovadora, moderna (1588).
Debemos resaltar que este Proyecto -que desde ya es importante- será trascendental por
dos razones: la primera reside en que derogará uno de los últimos e influyentes códigos
civiles decimonónicos y, la segunda, unificará en un solo texto los códigos civil y comercial,
tendencia moderna en materia de codificación.
En lo concerniente al tema materia del presente trabajo, no hay duda de que los juristas
argentinos han enfrentado el problema de la contratación moderna, y estamos seguros de
que servirá de fuente legislativa y de consulta para las legislaciones que se encuentren en
procesos de reforma, como es el caso peruano. Al admitir la existencia de dos sistemas de
contratación, la paritaria o discrecional y la masiva o predispuesta, están acogiendo el sentir
de la sociedad que exige normas vigentes, ágiles y eficaces que permitan el logro de la
ansiada seguridad jurídica que todo país necesita, a la vez que contribuyen al progreso y
desarrollo de la actividad económica en tanto permiten el tráfico masivo de los bienes y
servicios.
Thomas Kuhn señala que cuando las instituciones vigentes han dejado de resolver con
eficacia los problemas planteados por un nuevo contexto es que se produce una revolución
científica (1590) que conlleva a la ruptura de los paradigmas. En nuestro planteamiento, la
revolución es de carácter contractual. La contratación masiva viene a sustituir parcialmente a
la contratación paritaria o clásica.
Sin embargo, la aceptación del nuevo paradigma contractual se enfrenta a la teoría clásica
del contrato, en tanto exige una redefinición del derecho contractual.
Es indudable que el cambio social (1591), así como la producción masiva de los bienes y
servicios, ha generado un nuevo sistema en el intercambio de bienes y servicios: la
contratación masiva.
Los preceptos de nuestro Código Civil son inexactos porque están basados en una
contratación paritaria. Aunque se hayan incluido algunos artículos sobre la contratación
masiva, ello no es suficiente. El derecho contractual no puede darle la espalda a la realidad.
La crisis de la teoría clásica del contrato es indudable, aunque algunos autores la nieguen
(1596); sin embargo, esta crisis no importa una decadencia o muerte del contrato sino
evolución de esta vieja e insustituible institución jurídica.
Debemos tener muy en cuenta lo que Joaquín Garrigues advierte cuando dice que
"olvidamos muchas veces que el Derecho es para la vida, para esta vida de ahora, no para la
vida de hace mil años" (1598).
VIII. CONCLUSIONES
Para nosotros, la teoría tradicional o clásica del contrato se encuentra en crisis, pero ésta
entendida en un sentido positivo, pues el contrato se encuentra en un estado de evolución y
de redefinición de sus funciones como consecuencia del surgimiento de un nuevo sistema de
contratación: la contratación masiva. En este sentido, los presupuestos o pilares
fundamentales que sirven de basamento a la teoría clásica no soportan las nuevas
construcciones: el fenómeno jurídico de la contratación masiva. La autonomía privada, la
igualdad jurídica, la fuerza obligatoria contractual, la buena fe y el efecto relativo de los
contratos son nociones que han sido configuradas para responder a un sistema de
contratación válido, el contrato paritario o discrecional, pero la realidad es distinta. Los
contratos, mayoritariamente, ya no se celebran o concertan dentro del clásico esquema del
contrato paritario; los contratantes, en la mayoría de casos, ya no son determinados, debido
a que han aparecido en el escenario contractual nuevos sujetos protagonistas del
intercambio de bienes y servicios: la empresa y los consumidores.
Pese a los esfuerzos de los legisladores por incorporar dentro de la teoría general del
contrato normas relativas a este nuevo fenómeno, consideramos que ello no es suficiente, en
razón de que no se trata de ver este nuevo sistema de contratación como una excepción.
Actualmente, la contratación masiva es la regla. La excepción, son los contratos paritarios. Si
esto es de conocimiento del legislador, consideramos que no tiene sentido seguir
manteniendo dentro del ordenamiento jurídico una teoría que no responde a una realidad
mayoritaria. No negamos la validez de sus postulados en cuanto se aplican a los contratos
clásicos o paritarios. Pero, reiteramos, esto constituye la excepción. No hay razón para tratar
de encasillar el fenómeno jurídico de la contratación masiva dentro del esquema tradicional,
ello sería cerrar los ojos ante la realidad.
El Derecho no puede tratar de preverlo todo. Los cambios en la realidad se presentan cuando
menos se piensa y de forma que nadie se imagina. La contratación masiva es un ejemplo
vivo. El operador del Derecho tiene que estar atento a las necesidades y exigencias de la
sociedad. La función del Derecho es dar solución al conflicto de las personas de una manera
más justa y equitativa; en este sentido, sus estructuras no pueden ser estáticas, tienen que
ser dinámicas.
En suma, tal como están las cosas, es indispensable que el legislador revise las viejas
estructuras de la teoría clásica del contrato, las que no deben ser consideradas dogmas. Por
el contrario, se ha vuelto necesaria una reformulación de la teoría del contrato en donde
puedan contemplarse los sistemas de contratación, paritario y masivo, pero sin pretender
encuadrar uno dentro del otro, sí más bien retroalimentarse mutuamente.
Los juristas argentinos en el novísimo Proyecto de Código Civil de 1998 han enfrentado el
fenómeno de la contratación masiva, admitiéndola como un nuevo sistema de contratación,
hecho que fortalece nuestra hipótesis, en tanto no niegan la existencia de dos formas de
contratar: paritaria o discrecionalmente (como la denominan en el Proyecto) y masiva o
predispuesta (como prefieren denominarla). Es importante y trascendental este Proyecto
que, de convertirse en ley, colocará a nuestro hermano país a la vanguardia en materia de
legislación civil.
I. INTRODUCCIÓN
Es posible apreciar con claridad, en el momento en que damos la bienvenida a una nueva
centuria, cómo es que a lo largo del siglo que despedimos, el contrato, en tanto herramienta
de relaciones patrimoniales, fue mutando en consonancia con los desafíos que se le han ido
planteando. De esta manera, este fantástico instrumento del desarrollo (en su más amplia
acepción), supo ser fundamental tanto en el marco de sociedades que, como las de la época
en que se sancionaron nuestros códigos civiles, comenzaban a familiarizarse con las ventajas
de la técnica y la industria, como con las de estos tiempos, total y absolutamente
consustanciadas con la informática. Pero debemos ser claros: el verdadero mérito del
contrato no fue ni es su capacidad de adaptación a los cambios, sino el hecho de que su
flexibilidad le ha permitido siempre ser un protagonista e impulsor principal de las
transformaciones.
Dicho lo que antecede, resultará indispensable agregar que, en algún punto, las tendencias
que el tráfico negocial impone, y siempre que éstas resulten concordantes con principios de
jerarquía superior, morales y legales, deberán reflejarse en el ordenamiento positivo para
posibilitar su máxima expresión y desarrollo, cuando no, su propia existencia. Así, las últimas
décadas pudieron presenciar la forma en que se ha ido imponiendo el cambio que nos llevó a
un mundo en el que el contrato predispuesto es la regla y el acuerdo discrecional representa
los restos de una época que muchos añoran, pero que se ha esfumado definitivamente.
Es una obviedad que en la economía moderna, al analizar los mecanismos que se adoptan en
las diferentes ramas de la producción y distribución, se requiere de estas condiciones
generales de contratación para posibilitar el acceso masivo a los bienes y servicios en forma
más eficiente y a mejores precios. Notamos así la razón por la que esta modalidad de
celebración de los contratos no es intrínsecamente disvaliosa, dependiendo su apreciación de
la forma en la que se la utilice y, sobre todo, de la regulación que resulte aplicable (1601).
Por ello, y aceptada la idea de que las condiciones generales ponen en crisis el dogma de la
plenitud de la voluntad y, básicamente, la idea de que es fundamental una concurrencia
perfecta de voluntades para arribar al acuerdo (1602), podremos receptar con mayor
generosidad la manera en que se vienen produciendo las actualizaciones legales, doctrinarias
y jurisprudenciales en el derecho comparado y local (1603).
El Proyecto de Código Civil (en adelante, el Proyecto) importa un claro barajar y dar de
nuevo en el universo del derecho privado argentino. Por ello no podía quedar de lado el
tratamiento de un aspecto tan característico de los vínculos negociales, en los umbrales del
siglo venidero, como es, el de la contratación predispuesta.
Precisamente, dadas las grandes perspectivas con que cuenta el Proyecto pero, además, por
las enormes repercusiones que dicha reforma tendría en la vida cotidiana de los ciudadanos,
es que intentaremos analizar los cambios más significativos que se proponen, como así
también aproximar una idea acerca de lo que sería su armonización con el derecho vigente
en la República Argentina, en particular, con la LDC.
1º) Existe predeterminación del contenido contractual (redacción anticipada), por obra
exclusiva de una de las partes. Vale decir, que el contrato es elaborado unilateralmente de
antemano, y esta predisposición de su materia tiene lugar estableciendo sus cláusulas:
b) con carácter general (genérico) y uniforme (tipificado), por cuanto se dirige a una
pluralidad de adherentes que contratarán todos en igualdad de condiciones, dado que estos
negocios tienen siempre una misma disciplina (contratos en masa o en serie);
d) que los contratos se pacten en las mismas condiciones es también consecuencia inevitable
del empleo de módulos o formularios impresos, a los que debe ajustarse la contratación:
contratos en masa, automáticos, impresos.
b) el contrato aparece como obra exclusiva de una sola parte, puesto que la otra se limita a
dar su asentimiento a lo que se le presenta: la aprobación. Es ésta la particularidad de la
"adhesión" y aquello que la distingue de la "aceptación".
3º) Superioridad económica del predisponente (por lo general, una empresa que goza de
monopolio) y consecuente "estado de necesidad" (inferioridad o sometimiento) del adherente
(parte débil, no organizada), constreñido a "tomar o dejar" el esquema contractual ofrecido
(1608).
Varios han sido los países que han contemplado la temática de las condiciones generales de
contratación en sus legislaciones, lo que ha originado diversos criterios para su tratamiento.
El ámbito de aplicación de la LCGC será, según su art. 1º, el referido a aquellas "cláusulas
predispuestas cuya incorporación al contrato sea impuesta por una de las partes, con
independencia de la autoría material de las mismas, de su apariencia externa, de su
extensión y de cualesquiera otras circunstancias, habiendo sido redactadas con la finalidad
de ser incorporadas a una pluralidad de contratos". A su vez, el art. 4º determina aquellos
contratos a los que no se le aplicará la ley. Observamos, por ende, que esta regulación
resultará aplicable a los denominados contratos predispuestos, salvo que importen una
operación de consumo, contando en su caso con los beneficios de la LGDCU que rige desde el
19 de julio de 1984.
La doctrina española, sin perjuicio de los importantes avances que significó la sanción de la
LCGC, critica algunos aspectos que merecen ser considerados. Los más destacados serían:
a) Una primera parte, que encara la definición de condiciones generales, abarca la cuestión
de la interpretación de dichas estipulaciones y su incorporación en los contratos individuales
y la primacía de estos últimos. Se regula también la manera en que se completarán las
lagunas que puedan suscitarse en caso de nulidad de alguna cláusula del contrato y la
cuestión del mantenimiento del acuerdo para el caso de que se presente, justamente, una
declaración de nulidad.
b) La segunda parte versa sobre el control judicial de contenido de las condiciones generales
negociales, sobre la base de una cláusula general de carácter genérico y dos de carácter más
específico. Los consumidores y usuarios cuentan con una protección adicional, consistente en
dos catálogos de cláusulas prohibidas para los contratos celebrados con aquella categoría de
sujetos.
Como puede apreciarse de la somera descripción del sistema adoptado en Alemania, la AGB
cuenta con el mérito de haber conseguido una regulación global para todo lo relativo a las
condiciones generales de contratación, debiendo destacarse que las modificaciones más
trascendentes que operaron en dicho país en los últimos veinte años pueden encontrarse en
las regulaciones individuales.
El Proyecto introduce el tema en el Libro IV, Título II, "De los Contratos en General", Capítulo
I, "Disposiciones generales". Así, en el art. 899, inc. b), define como contrato predispuesto a
"aquel cuyas estipulaciones han sido determinadas unilateralmente por alguna de las
partes". Inmediatamente, se hace referencia a las cláusulas predispuestas como aquellas que
integran, precisamente, contratos predispuestos. El capítulo que tratamos no agota aquí la
cuestión, lo que se acredita al estipularse, entre otros supuestos, que los contratos sujetos a
condiciones generales negociales, "deben ser redactados de manera clara, completa y
fácilmente legible".
El punto más destacado es, a nuestro juicio, el tratamiento que recibe en el Capítulo IX,
"Efectos", Sección Segunda, "Cláusulas abusivas en los contratos predispuestos", la temática
de este tipo deleznable de estipulaciones contractuales. La cuestión se resume en tres
artículos, partiéndose en el 968 con aquellas estipulaciones prohibidas en los contratos
predispuestos, a las que se las fulmina con el carácter de no convenidas (1611). De esta
manera, serán inexistentes las cláusulas que desnaturalizan las obligaciones de las partes;
las que limiten la responsabilidad del predisponente por daños al proyecto de vida; las que
limiten la responsabilidad del predisponente por daños patrimoniales sin una adecuada
equivalencia económica; las que importen una renuncia o restricción a los derechos del no
predisponente, o ampliación de los derechos del predisponente, que resulta de normas
supletorias; y las que obligan al no predisponente a pagar intereses, si su tasa excede sin
justificación y desproporcionadamente el costo del dinero para deudores en operaciones
similares.
Podemos apreciar que el método elegido por la Comisión Reformadora se funda en la idea de
que existen ciertos derechos inherentes a la parte débil del contrato, los que surgen de las
normas supletorias aplicables al negocio de que se trate (art. 968, inc. d] del Proyecto)
(1612). Asimismo, y a los fines de otorgarle una mayor amplitud a la protección del no
predisponente, se adopta la fórmula genérica que cataloga como abusivas a aquellas
condiciones que "desnaturalicen las obligaciones de las partes". Se apunta así, coincidiendo
con Lorenzetti, a la idea de que el derecho dispositivo es un deber ser, un modelo que el
legislador considera razonable y que lo suministra a las partes para que lo tomen en cuenta
(1613), por lo que un apartamiento injustificado de dicho lineamiento convertirá tal cláusula
en una que "desnaturaliza" lo natural, lo normal.
En cuanto a los daños patrimoniales, diremos que por tratarse de una categoría existente en
el actual esquema de la responsabilidad civil que consagra el ordenamiento jurídico vigente,
deberemos desenvolvernos con los criterios y conceptos que ha desarrollado hasta el
presente la prolífica doctrina legal y judicial de la Argentina y el extranjero. Pero no sucederá
lo mismo con la referencia a los daños al proyecto de vida, lo que implica, sin dudas, una
novedad legislativa para nuestro medio. Este daño de carácter extrapatrimonial se integraría,
según algunos autores, al capítulo mayor de los denominados daños a la persona (1614).
La sanción del nuevo Código Civil argentino nos llevará a analizar la manera en que las
nuevas normas habrán de integrarse con las actualmente vigentes y que no resulten
derogadas. Así, en la materia de la contratación predispuesta y en consonancia con lo
expuesto, estaremos frente a disposiciones legales regulatorias del tema en estudio tanto en
la LDC como en el Código Civil, lo que implicará la necesidad de establecer los criterios que
orientarán la aplicación de una u otra normativa. Pero más allá de la aparente superposición
de regulaciones, el tema no resultará difícil de dilucidar en función de las claras directivas
que surgen de la LDC a los fines de establecer las normas aplicables a la denominada
relación de consumo.
Es cierto que en una primera aproximación tal vez nos quede la impresión de que el
escenario legal que puede quedar configurado tiene un parentesco con la descripción que
hemos hecho de la situación en España, en cuanto a la existencia de dos leyes que pueden
llegar a superponerse. Pero a diferencia de régimen del país ibérico, la Argentina contará en
su Código Civil con disposiciones destinadas a regular en general la contratación
predispuesta y por adhesión, sin importar la calificación personal del no estipulante. De la
misma manera, y a mérito de la LDC, los consumidores y usuarios gozarán de una protección
para los contratos de consumo (1615) en su conjunto (ya sean o no predispuestos),
pudiendo invocar, de resultar más beneficiosas que aquéllas de la LDC, las normas del
Código Civil, en virtud de integrar éstas el denominado estatuto del consumidor (1616).
Por lo expuesto concluimos que el sistema quedará planteado con suficiente claridad,
pudiendo resumirse de la siguiente manera:
Podemos apreciar cómo, en definitiva, la sanción del Proyecto como nuevo Código Civil de la
República Argentina implicará que el denominado débil de las relaciones contractuales
modernas avance un paso más en el camino hacia un mayor equilibrio en el vínculo entre
partes que, en la mayoría excluyente de los casos, parte de una desigualdad notable que se
hace imperativo erradicar.
I. INTRODUCCIÓN
Las creaciones contractuales de los particulares son totalmente coherentes con el carácter
abierto de los derechos personales, que los distingue del número clausus de los derechos
reales. No puede olvidarse que en el derecho anglosajón la idea del tipo no ha sido
necesaria, bastando la consideración de la causa (1646) para conferirle carácter obligatorio a
la convención, por lo que el acercamiento entre los diversos sistemas de derecho -producto
de la globalización- pone en crisis la idea de tipo.
La distinción entre tipicidad social y legislativa esbozada por la doctrina italiana (1648) sobre
la base de la adopción informal o formal, ha adquirido carta de ciudadanía en el derecho
continental, y aluden los autores españoles (1649) y en los encuentros jurídicos de la
civilística argentina (1650) apareciendo, ahora, receptada en el art. 914 del Proyecto, que
analizaremos en adelante.
Los contratos atípicos -desde el punto de vista legislativo- se diferencian de los contratos
típicos, previstos y regulados por las normas del ordenamiento jurídico, sea en el Código
Civil (1651), de Comercio (1652) o en diversas leyes (1653), precisamente porque no son
formas jurídicas modeladas por la ley, sino combinaciones de ellas o estructuras
convencionales totalmente novedosas (1654).
Tradicionalmente, esta clasificación aparece vinculada con la que se refería a la
nominatividad del contrato, y que fue recibida en el Código de Vélez a través del art. 1143 ,
que dispone: "Los contratos son nominados, o innominados, según que la ley los designa o
no, bajo una denominación especial". Ya antes de la redacción del Código Civil, la
clasificación estaba cuestionada, tal como da cuenta la nota a dicha norma (1655). Pero,
además, la conexión misma entre ambas clasificaciones ha sido cuestionada, pues la pauta
clasificadora varió a través del tiempo, desnaturalizándose su resultado (1656). Si bien
inicialmente se relacionaba la nominatividad con la denominación, la causa y la acción que le
correspondía, con posterioridad se la vinculó con el hecho de estar disciplinados
normativamente (1657). En ese sentido, las XII Jornadas Nacionales de Derecho Civil
declararon: "Es contrato atípico es el que carece de regulación legal específica. El contrato no
deja de ser atípico por tener una denominación legal". Mosset Iturraspe, coincidentemente,
enseña "La designación o no por la ley es en sí intrascendente; ella no agrega ni quita nada.
Tanto da que un contrato atípico esté designado por la ley o que no lo esté. Mantiene su
categoría de atípico" (1658).
De allí que, en nuestro país, los Proyectos de Reformas del Código Civil abandonaron la
clasificación entre nominados e innominados, y receptan, en cambio, siguiendo el modelo del
Código italiano (1660) de 1942 la de contratos típicos y atípicos (1661). Además, esta última
clasificación es relevante, pues la falta de disciplina particular normativa hace necesario
buscar las normas supletorias de la voluntad contractual, que entrarán a regir el contrato en
defecto de específicas previsiones de las partes. Mientras que en los contratos típicos esas
normas están previstas en la ley, en el contrato atípico no existen normas que tengan
mediata vocación aplicativa a la relación no prevista.
Precisamente a ese efecto es que el Proyecto de 1998 toma en cuenta los contratos atípicos,
para establecer cuáles serán las pautas a las que se sujetarán en defecto de la voluntad de
las partes, mejorando la redacción. Así, se dispone en el art. 913: "Los contratos son típicos
o atípicos según que la ley los regule especialmente o no. Los contratos atípicos están
regidos, en el siguiente orden: a) Por la voluntad de las partes; b) Por las normas generales
sobre contratos y obligaciones; c) Por las disposiciones correspondientes a los contratos
típicos afines que sean compatibles entre sí y se adecuen a su finalidad".
En la legislación italiana se establece que "las partes pueden también celebrar contratos que
no pertenezcan a los tipos sujetos a una disciplina particular, con tal que vayan dirigidos a
satisfacer intereses dignos de tutela según el ordenamiento jurídico". También la doctrina
suele plantearse como uno de los problemas de la atipicidad, el de la admisibilidad y validez
-como lo denomina Díez-Picazo (1662) -, a partir de la consideración de que no es un
problema de los negocios típicos, pues al regularlos la ley está tácitamente aceptando que
los considera admisibles y válidos, o sea, que considera que la función económico-social del
negocio es tutelable por el Derecho. La adquisición de la propiedad a cambio de un precio es
una función jurídico-económico típica del contrato de compraventa, y la admisibilidad y
validez de ella o el merecimiento de tutela por el Derecho surgiría de la regulación contenida
en el Código.
En cambio, en los negocios atípicos -por faltar esa tácita admisión- la primera inquietud que
provocarían es si el negocio resulta merecedor de tutela. Por ejemplo, el contrato de edición
sería admisible en cambio el corretaje matrimonial no lo sería.
El Proyecto de Código Civil de 1998 parte de considerar que los contratos atípicos no tienen
necesidad de reunir requisitos específicos de admisibilidad, ya que la validez de todo acto
jurídico -y consecuentemente, todo contrato- está subordinada a que su objeto o causa se
conforme a la ley (1663). En nuestro país, el Proyecto de 1954 si bien acogió el principio del
Código italiano, suprimió la referencia a los "intereses dignos de tutela" con el beneplácito de
la mayor parte de la doctrina nacional (1664). En verdad, como lo explica Alterini (1665) -
recordando a Sacco- en aquella subordinación subyace una idea de desconfianza respecto de
las convenciones atípicas que no condice con las ideas que campean en la actualidad en
materia contractual, porque tipicidad no va necesariamente de la mano con licitud o
moralidad, ni atipicidad con ilicitud o falta de conformidad con las pautas de la moral social.
Lo que asegura el merecimiento del amparo del Derecho de una convención entre
particulares es el marco o límite de la autonomía de la voluntad que es el mismo para los
contratos típicos que para los atípicos.
El contrato atípico no tiene, entonces, ningún requisito específico de validez, sino los
generales de todo contrato, y debe tener una finalidad lícita que se presume en virtud de los
principios generales, que se regulan en el Capítulo VI del Título II del Libro IV.
La atipicidad requiere de un sistema por el cual encontrar normas que rijan la convención no
disciplinada legalmente para resolver los conflictos que se puedan suscitar entre las partes.
Según ella, ante un negocio con causas concurrentes el intérprete debe tratar de encontrar
cuál es la predominante y regular el negocio por analogía con la disciplina que regla tal causa
en un negocio típico. La causa predominante del negocio absorbería a las demás (1667).
Este criterio ha recibido críticas en virtud de que parte de la suposición -no siempre
comprobable- de que existe un factor prevalente (1668) y que su aplicación, en algunas
oportunidades, menoscaba las peculiaridades de lo efectivamente querido por las partes
(1669) - (1670).
Es una variante de la anterior que pretende -como explica López de Zavalía- que todo el
contrato innominado quede regulado por todas las normas del contrato típico más parecido
(1671).
3. La teoría de la combinación
La primera dispone: "El contrato obliga con los alcances en que razonablemente se habría
obligado un contratante cuidadoso y previsor, incluyendo a las consecuencias virtualmente
comprendidas en él, conforme a su naturaleza, a las negociaciones previas, a la conducta
ulterior de las partes, a las prácticas establecidas entre ellas, a los usos si no han sido
excluidos expresamente, y a la equidad, teniendo en cuenta la finalidad del acto y las
expectativas justificadas de la otra parte. Las cláusulas abusivas no constituyen usos,
aunque sean de práctica".
La integración dispuesta en la norma del art. 913 del Proyecto de 1998 se origina en la
voluntad manifestada de las partes, que obviamente es la estrella guía en la materia (1682).
A continuación, convoca a las normas generales sobre los contratos y las obligaciones; y
finalmente, a las disposiciones que rigen los contratos típicos afines en la medida en que
sean compatibles entre sí y con la finalidad perseguida.
La norma se ajusta a la jurisprudencia de nuestros tribunales, que han dicho: "Si se trata de
un contrato atípico y, por ende, carente de normas expresas que lo regulen, su régimen
debe buscarse principalmente en la propia voluntad de las partes expresada en la convención
y en los principios generales de los contratos" (1683); y, también, a las conclusiones de la
doctrina en las jornadas en que el tema ha sido tratado. Así, en las XII Jornadas Nacionales
ya citadas se declaró en forma unánime: "4. Los contratos atípicos se rigen por la autonomía
privada en cuanto no esté modificado por normas imperativas. En lo no previsto se debe
recurrir a los principios generales de las obligaciones, de los contratos, y de los hechos y
actos jurídicos. Subsidiariamente, se aplicará el régimen de los contratos atípicos análogos".
Por su parte, las VII Jornadas Bonaerenses ya evocadas, concluyeron, sin disidencias: "En
términos generales, los contratos atípicos están regidos, en este orden: 1º) por la voluntad
de las partes en los límites establecidos por el orden público; 2º) por las normas generales
imperativas sobre contratos y obligaciones; 3º) por las normas generales supletorias sobre
contratos y obligaciones; 4º) por las disposiciones correspondientes a los contratos afines
que sean compatibles con la economía y la finalidad del contrato atípico".
Además, de las conclusiones del mismo evento -que siguieron a su vez una orientación ya
plasmada en el Proyecto de Unificación de 1987-, se recibe la limitación del auxilio de las
normas de los contratos afines típicos mediante la finalidad del contrato atípico,
procurándose evitar los efectos perjudiciales que la doctrina nacional ha señalado de la
aplicación sin más de las llamadas teoría de la absorción y de la extensión analógica. De este
modo, la finalidad perseguida por los contratantes opera como "neutralizadora" de la
vocación de pautas provenientes de la normativa típica que resulten incompatibles con la
peculiaridad o particularidad que las partes han querido imprimir al negocio atípico, en pos
de que las partes la consigan como estaba en su intención al contratar atípicamente (1684).
En ese sentido, se habían pronunciado las II Jornadas Mendocinas de Derecho Civil
(Mendoza, 1991) en relación a los contratos atípicos de colaboración empresaria.
Parece de toda lógica que si las partes han expresado su voluntad en una convención válida -
aunque atípica-, sean las pautas que ellas han establecido las primeras a ser tenidas en
cuenta para regir la relación establecida, por simple aplicación del principio de la autonomía
de la voluntad.
En aquello que los contratantes no hayan previsto, vendrá la normativa general de los
contratos y de las obligaciones. Las imperativas, en primer lugar, obrando como límite a la
voluntad contractual, y las supletorias que acompañan la generalidad de los contratos y de
las obligaciones, en segundo término, supliendo los silencios y omisiones.
Por último, se aplicarán las normas de los contratos típicos que ostenten afinidad con la
relación atípica, pero siempre con el valladar que conforma la finalidad económica
perseguida.
SOCIALMENTE TÍPICO
El art. 914 del Proyecto de Código Civil de 1998 establece: "Se considera que tienen tipicidad
social los contratos correspondientes a una categoría de negocios que son realizados
habitualmente en el lugar de celebración. En subsidio de la voluntad de partes, están regidos
prioritariamente por los usos del lugar de celebración".
La primera parte de la norma plasma el concepto de tipicidad social del contrato atípico, o
sea, aquellos contratos "son realizados habitualmente en el lugar de la celebración" pero que
no han sido regulados por el Derecho. Son, por tanto, contratos legislativamente atípicos
pero que son típicos desde el punto de vista social por la habitualidad con que se celebran.
Quizás el ejemplo más paradigmático sea el del contrato de garaje y playa de
estacionamiento.
La categoría aparece receptada para establecer una pauta diversa de supletoriedad de las
normas respecto de los contratos atípicos carentes de tipicidad social. Cuando un contrato
atípico tiene tipicidad social, las normas supletorias que entran a regir inmediatamente
después de descartada la previsión de las partes vinculadas, no son las normas supletorias
de los contratos en general, sino las que surjan de los usos en el lugar de la celebración.
Se parte de la consideración de que los contratantes conocen la costumbre o uso del lugar en
que celebran el negocio, y al guardar silencio lo hacen en la convicción de que tales usos
constituyen el derecho supletorio. Así lo enseña Alterini, quien recordando a Alfaro y Águila-
Real señala: "en cuanto a los contratos atípicos, es aplicable el criterio según el cual los usos
rigen cuando `la configuración usual difiera de la legal y pueda presumirse que las partes
estaban pensando en la primera con preferencia a la segunda´ ".
Fue también la recomendación de las VII Jornadas Bonaerenses que sostuvieron: "Cuando se
trata de contratos atípicos correspondientes a una categoría de negocios que son realizados
habitualmente en el lugar de celebración (contratos atípicos con tipicidad social), según las
circunstancias, los usos de ese lugar pueden prevalecer sobre las normas generales
supletorias relativas a contratos y obligaciones".
Se trata de una notable revalorización de la costumbre como regla supletoria, coherente con
el mayor poder jurígeno que se le viene confiriendo en el proceso reformador del derecho
civil argentino (1685).
VII. CONCLUSIONES
Lo expuesto nos lleva a la convicción de que la regulación legal propuesta por el Proyecto de
Código Civil de 1998:
Contempla dos supuestos de contratos atípicos: los que tienen tipicidad social y los que
carecen de ella.
En los primeros (contratos atípicos con tipicidad social), el orden normativo aplicable se
integra por: 1. la voluntad común manifestada; 2. los usos y costumbres del lugar de la
celebración; 3. las normas supletorias generales de los contratos y las obligaciones; 4. las
normas regulatorias de los contratos afines en cuanto sean compatibles con la finalidad del
negocio.
En los contratos atípicos sin tipicidad social, el orden normativo aplicable se integra por: 1. la
voluntad común manifestada; 2. las normas supletorias generales de los contratos y las
obligaciones; 3. las normas regulatorias de los contratos afines en cuanto sean compatibles
con la finalidad del negocio.
(1617) NICOLAU, Noemí L., "La autonomía de la voluntad como factor de resistencia a la
tipicidad en el sistema de derecho privado argentino", ED, t. 163, p. 872, especialmente pto. II.12.
(1618) CNCiv., Trib. Superintendencia, 29/8/1980, "Kreiselman, A. c/Municipalidad de la
Capital", BCNC, 1981-II-7; Apel. CCSanta Fe, Sala I, 13/7/1977, Zeus, 978-13-158.
(1619) CNCom., Sala C, 12/10/1994, "Providencia Cía. de Seguros c/Posadas S.R.L." , LL,
1995-C-111.
(1620) CNCiv., Sala E, 27/9/1979, "Tutora Cía. Sudamericana de Seguros c/De Luca,
César", JA, 1980-II-376.
(1621) CNCom., Sala E, 28/10/1991, "Inca S.A. Cía. de Seguros c/Carrefour Argentina
S.A.", JA, 1992-II-60 .
(1622) CNCom., Sala E, 14/3/1989, ED, t. 135, p. 498.
(1623) CNCiv., Sala C, 21/10/1976, ED, t. 73, p. 597.
(1624) CNCom., Sala A, 4/12/1978, ED, t. 83, p. 571.
(1625) CNCiv., Sala C, 30/3/1982, ED, t. 100, p. 344; CNCiv., Sala A, 22/10/1976, ED, t.
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(1628) CCiv. y Com. Rosario, Sala IV, 5/10/1994, "San Gabriel S.R.L. c/Colgate Palmolive
S.A.", JA, 1995-III-109 ; CNCom., Sala A, 9/8/1979, "Zamora Ventas, S.R.L. c/Técnica Comercial Hoy
S.A.", LL, 1980-C-27 y ED, t. 85, p. 488; CNCom., Sala C, 21/6/1991, "Fernández, Lindolfo D.
c/Bodegas y Viñedos Recoaro S.A.", LL, 1992-D-513, con nota de SOLIGNAC, Nidia H. - WEINGARTEN,
Celia, "El ejercicio de la facultad rescisoria en los contratos de plazo indeterminado".
(1629) CApel. Civ. y Com. San Martín, Sala I, 16/8/1984, "Club Atlético El Porvenir
c/Vázquez, Alberto J.", LL, 1986-D-648, 37.361-S y ED, t. 112, p. 543.
(1630) CCiv. y Com. Rosario, Sala II, 8/3/1995, "Albino Calza e Hijos S.C. c/Oleaginosa
Río Cuarto S.A.", JA, 1995-III-129.
(1631) CNCom., Sala B, 29/2/1984, "Spinelli, Apolonio A. c/Tortorella, Julio A.", LL, 1984-
C-279, con nota de Miguel Ángel Emery; CNCom., Sala B, 3/8/1984, "Mar Publicidad, S.C.A.
c/Laboratorios Bernabó y Cía. S.A.", LL, 1985-B-9 y ED, t. 110, p. 189; CNCom., Sala B, 16/9/1986,
"Cámara Argentina de la Construcción c/Orlando, José R.", LL, 1987-B-139 y DJ, t. 987-2, p. 185.
(1632) BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, "El contrato de exhibición de obra de arte es atípico
o innominado. Responsabilidad del expositor", LL, 1997-F-649.
(1633) CApel. Junín, 27/10/1980, "Laius, Hugo c/Merad, Oscar E.", JA, 1981-I-356;
CNCiv., Sala F, 22/8/1978, ED, t. 80, p. 619.
(1634) CNCiv., Sala C, 25/3/1969, ED, t. 27, p. 318.
(1635) CCiv. y Com. San Martín, Sala II, 24/2/1994, "Lo Cicero, Mario c/Ballester Cable
Color", LLBA, t. 1994, p. 372; CNCom., Sala B, 26/5/1992, "Radiodifusora El Carmen S.A. s/conc. prev.,
s/inc. de verif. por Velasco Ferrero, Sergio", Iuris, 1992-B-1823.
(1636) CNCom., Sala C, 31/8/1981, ED, t. 96, p. 641.
(1637) CNCom., Sala B, 31/10/1997, "Instituto Geriátrico Coghlan S.R.L. c/Moquedze
Mazalan, Jorge y otros" , LL, 1998-B-774; CNCiv., Sala A, 23/10/1986, ED, t. 122, p. 199.
(1638) LAVALLE COBO, J., en BELLUSCIO, Augusto C. - ZANNONI, Eduardo A., Código
Civil y Leyes Complementarias, T. V, Astrea, Buenos Aires, 1984, p. 741, nro. 5 de la glosa al art. 1143 .
(1639) PUERTES MARTI, Antonio, Revista General de Derecho, t. 607, p. 3703.
(1640) CNCiv., Sala A, 5/3/1984, "Rossetti, Juan C. c/Polat, León y otro", LL, 1984-D-582;
CABANILLAS SÁNCHEZ, Antonio y otros, Anuario de Derecho Civil, t. 1995-II, p. 1004.
(1641) CNCiv., Sala F, 23/2/1995, "Olivi, José L. c/Zanon Hnos. - Ital Park S.S.", JA,
1995-IV-379.
(1642) CNCom., Sala B, 26/3/1993, "Sucarrat, Gustavo A. c/Banco de Galicia y Buenos
Aires S.A.", LL, t. 1994-E, p. 437, con nota de ACCIARRI, Hugo A., "Los negocios atípicos predispuestos.
La integración y calificación del contrato"; JA, 1994-I, p. 439 y ED, t. 152, p. 534. CNCiv., Sala C,
21/3/1996, "Shumukler de Dozoretz, Eva c/Banco Mercantil Argentino", LL, año I, nro. 1, p. 49, con nota
de BRIZZIO, Claudia R., "La obligación de resultado del banco en el contrato de cajas de seguridad".
(1643) CNCiv., Sala A, 11/9/1990, "Viajes Ati S.A. Expreso de Viajes y Turismo c/Lovati,
Carlos", LL, 1991-B-298 y DJ, 1991-II-304.
(1644) CNCiv., Sala C, 27/6/1991, ED, t. 147, p. 245.
(1645) CNCiv., Sala D, 10/10/1968, ED, t. 28, p. 250.
(1646) LORENZETTI, Ricardo, "Contratos modernos: ¿conceptos modernos?", LL, 1996-E-
855.
(1647) DÍEZ-PICAZO, Luis, Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, T. I, Tecnos,
Madrid, 1970, p. 240. Cfr. BETTI, Emilio, Teoría General de las Obligaciones, T. II, Revista de Derecho
Privado, Madrid, 1969, ps. 68/69. Cfr. KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída R., quien señala la tipicidad
jurídica del contrato de viaje en las convenciones internacionales.
(1648) BETTI, Emilio, op. cit., p. 70 y Teoría Generale del Negozio Giurídico, p. 196.
(1649) DÍEZ-PICAZO, Luis, op. cit., T. I, p. 241, nro. 268, quien cita como introductor en
la península ibérica a Jordano Barea.
(1650) Así, en XII Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Bariloche, 1989) se declaró por
unanimidad: "Para concretar la tipificación legislativa de un contrato debe darse, además de la tipicidad
social, una motivación suficiente. Ella puede radicar tanto en la conveniencia de superar conflictos,
debates o contradicciones, nacidas del empleo del negocio en el tráfico, como en la conveniencia de
limitar el poder de una de las partes, con la consiguiente protección de la otra". También se aludió a la
distinción en las primera y novena conclusiones de lege lata de las VII Jornadas Bonaerenses de Derecho
Civil, Comercial y Procesal (Junín, setiembre de 1996): "1. La tipicidad legal y la denominada tipicidad
social tienen un doble campo de aplicación: a) las normas generales de los contratos y el orden público,
cuya función es controlar lo dispuesto por la autonomía privada; b) las normas referidas a los diferentes
contratos conforme a la finalidad económico social objetiva... 9. Cuando se trata de contratos atípicos
correspondientes a una categoría de negocios que son realizados habitualmente en el lugar de
celebración (contratos atípicos con tipicidad social)...".
(1651) En el Código Civil se encuentran regulados los contratos de compraventa, cesión de
créditos, permuta, locación de cosas, de servicios, de obra, sociedad, donación, mandato, fianza, juego,
renta vitalicia, depósito, mutuo, comodato.
(1652) En el Código de Comercio los contratos regulados son el mandato comercial,
comisión, la sociedad, compraventa, fianza, cartas de crédito, seguro (según ley 17418 ), préstamo,
depósito, prenda y cuenta corriente mercantil y bancaria.
(1653) Entre otras leyes, prevén formas típicas contractuales: leyes 24441 , fideicomiso y
leasing; 11867 transferencia de fondos de comercio; 19550 , sociedades comerciales, etc.
(1654) Se los clasifica en atípicos puros o complejos. Vid. LAVALLE COBO, Jorge, en
BELLUSCIO, A.C. - ZANNONI, E. A., op. cit., T. V, p. 738, nro. 5 de la glosa al art. 1143. La segunda
categoría, a su vez, suele dividirse en tres grupos: a) contrato atípico combinado, en el cual existen
varias obligaciones -todas principales- correspondientes a diversos tipos contractuales, como el garaje
(depósito, locación de cosas y de servicios); b) de doble tipo, en el que comprende dos figuras típicas,
como el de portería (habitación gratuita y locación de servicios); y c) el mixto en estricto: en el que
aparece un elemento extraño al tipo del contrato (como el de donación mixta). Al respecto, vid.
ALTERINI, Atilio A., Contratos Civiles..., cit., p. 188, nro. 19 y SPOTA, Alberto G., Instituciones de
Derecho Civil. Contratos, T. I, Depalma, Buenos Aires, 1975, ps. 202 y ss., nros. 138 y ss. Estas
agrupaciones son variables según los autores: comparar, ENNECCERUS, L. - LEHMANN, H., Derecho de
Obligaciones, T. II, Bosch, Buenos Aires, 1948, p. 5, nro. 100; ROJINA VILLEGAS, Rafael, Derecho Civil
Mexicano, T. IV, Vol. I, Porrúa, México, 1998, p. 63, nro. 8.
(1655) Dice la nota que Robert Joseph Pothier afirma que dicha "división exacta en los
principios del Derecho romano, no tiene hoy lugar".
(1656) MOSSET ITURRASPE, Jorge, "Los contratos atípicos", LL, 1989-B-998, Cap. I.
Según el maestro cordobés la razón asistió a Pothier, pues la clasificación perdió sentido en el derecho
informal moderno. No obstante, en el derecho brasileño aún se alude a la categoría de los nominados e
innominados -sin referencia a la tipicidad- (BARROS MONTERIO, Washington, Curso de Dereito Civil.
Dereito das Obrigaçoes, Saravia, Säo Paulo, 1991, p. 29).
(1657) Así enseña Messineo que "En el derecho moderno, los contratos usuales previstos
por el ordenamiento jurídico y sujetos a normas generales y particulares, se llaman nominados, porque
son conocidos de la ley y regulados por ella. Junto a éstos, sin embargo, la práctica va creando
incesantemente otros, que se llaman innominados, no tanto porque no tengan denominación en la ley,
cuanto porque carecen de una disciplina legislativa especial". Y agrega: "Se los llama también atípicos,
precisamente porque se separan de las figuras de los contratos nominados, que están dotados de una
causa típica..." (aut. cit., Manual de Derecho Civil y Comercial, T. IV, Ejea, Buenos Aires, 1955, p. 450,
parág. 133 nro. 21). Cfr. VÍTOLO, Daniel R., Contratos Comerciales, Ad-Hoc, Buenos Aires, 1994, p. 77.
En nuestra jurisprudencia también se evidencia el trasvasamiento de la clasificación, y así se ha
sostenido: "El contrato de distribución no está específicamente legislado por nuestra ley y su
denominación no es título suficiente para encuadrar en alguna de las categorías típicas previstas por las
normas mercantiles civiles (art. 1143 , Cód. Civ.)" (CNCom., Sala A, 9/8/1979, "Zamora Ventas, S.R.L.
c/Técnica Comercial Hoy S.A."), LL, 1980-C-27 y ED, t. 85, p. 488.
(1658) MOSSET ITURRASPE, J., op. cit., LL, 1979-B-995.
(1659) CNCiv., Trib. Superintendencia, 29/8/1980, "Kreiselman, A. c/Municipalidad de la
Capital", BCNC, 1981-II-7.
(1660) El Código Civil italiano dispone: "1322. Autonomía contractual. Las partes pueden
determinar libremente el contenido del contrato dentro de los límites impuestos por la ley y por las
normas corporativas. La partes pueden también concluir contratos que no pertenezcan a los tipos que
tienen una disciplina particular, con tal que vayan dirigidos a realizar intereses dignos de tutela según el
ordenamiento jurídico. 1323. Normas reguladoras de los contratos. Todos los contratos, aunque no
pertenezcan a los tipos que tienen una disciplina particular, quedan sometidos a las normas generales
contenidas en este título".
(1661) En el Proyecto de Unificación de 1987 -que recibiera sanción del Parlamento y veto
del Poder Ejecutivo- se sustituía el art. 1143 del Código Civil por el siguiente texto: "Los contratos son
típicos o atípicos según la ley los regule especialmente, o no los regule especialmente. En los contratos
atípicos, en subsidio de la voluntad de las partes, se aplicarán las reglas de contratos típicos afines que
sean compatibles con la finalidad y economía del negocio, y las normas generales sobre obligaciones y
contratos". Por su lado, el Proyecto de la Comisión creada por el decreto 468/92 , receptó textualmente
la norma, con el numeral 855.
(1662) DÍEZ-PICAZO, L., op. cit., T. I, p. 244, nro. 271.
(1663) Utilizamos alternativamente "objeto o causa" con el fin de evitar entrar en la
polémica acerca del tema de la "causa fin" de los contratos que divide a la doctrina nacional. Ello sin
perjuicio de nuestra convicción de que la causa fin es un elemento esencial de los actos jurídicos, en
consecuente coincidencia con la regulación del Cap. VI, Tít. II del Libro Cuarto del Proyecto de 1998.
(1664) Excepciona el criterio de Alberto G. Spota quien manifiesta: "en el Anteproyecto de
1954 no se tuvo el cuidado de mencionar esos intereses dignos de tutela: no merecen el amparo del
derecho objetivo, no obstante no ofender la regla moral ni el orden público, aquellas convenciones que
desconocen nuestro prevaleciente estilo de vida o nuestra concepción democrática de gobierno y de las
relaciones del hombre con el hombre" (aut. cit., Instituciones..., cit., Ts. I-II, p. 199).
(1665) ALTERINI, Atilio A., Contratos Civiles..., cit., p. 187. Señala el autor: "Pareciera
que se entiende que, si el contrato es típico la ley reconoce sin más que responde a un interés
merecedor de tutela, o sea, que tiene una finalidad lícita; pero que, cuando el contrato es atípico, la ley
exigiría que se demostrara que va dirigido a realizar un interés merecedor de tutela".
(1666) CNCiv., Sala C, 19/4/1961, LL, t. 102, p. 603. También se ha dicho: "En el derecho
argentino es libre el establecimiento de vínculos personales, según el art. 1143 del Código Civil que
autoriza para formular contratos atípicos. Uno de los ingredientes de esa libertad contractual reside en la
facultad de las partes para escoger la figura jurídica bajo la cual quieran vincularse recíprocamente, y
bajo la que quieran -por derivación- ser juzgadas por los tribunales (Del voto en disidencia del Dr.
Alberti)" (CNCom., Sala D, 17/4/1991, "Ghiray Propiedades S.A. c/Mendoza de Bottigleri, Ciriaca", LL, t.
1992-D, p. 393, JA, 1991-III-171 y ED, t. 144, p. 212).
(1667) Así, se ha dicho, en relación al contrato de garaje: "Dentro de los contratos
atípicos se trata de una figura compleja que participa de los caracteres de la locación de cosas, del
depósito y de la locación de servicios, cuyas normas se aplicarán por analogía. Sin duda es con los
caracteres del contrato de depósito con lo que mayor relación posee, pues es evidente que la finalidad
de guarda o custodia, conservación y restitución del objeto confiado resulta esencial en la formación del
acuerdo entre las partes" (CNCiv., Trib. Superintendencia, 29/8/1980, "Kreiselman, A. c/Municipalidad
de la Capital", BCNC, t. 981-II, p. 7); "Como contrato atípico que es el de garaje participa de los
caracteres de varios contratos, pero es dominante en él la naturaleza jurídica del depósito. Y tratándose
de un depósito oneroso debe exigirse al depositario con mayor severidad el cumplimiento de las
obligaciones que impone la ley al depositarlo a título gratuito (arts. 2182 , 2202 , 2208 , 2210 y concs.,
Cód. Civ.)" (CNCiv., Sala E, 11/8/1976, ED, t. 72, p. 472); y que: "El contrato que nace entre el
propietario de un auto que lo lleva y deposita en una playa de estacionamiento y quien explota el local
es de naturaleza un tanto atípica y participa de los caracteres de la locación de cosas, del depósito y de
la locación de servicios, pues efectuándose la colocación de los autos según las conveniencias del
propietario del local o de las posibilidades de lugar, del momento, con el constante movimiento y
traslado de los vehículos de un lugar a otro, tarea que desempeñan sus empleados, no hay fundamento
legal alguno para sostener que en tanto aquéllos se encuentren en dicho local, su guarda la siguen
teniendo quienes los han depositado allí, precisamente en custodia, mediante el pago de un precio cierto
en dinero, ya que tampoco esta remuneración hace perder su verdadero carácter de contrato de
depósito" (CNCiv., Sala E, 27/9/1973, JA, serie cont., t. 21-1974, p. 186).
(1668) LÓPEZ DE ZAVALÍA, Fernando, Teoría General de los Contratos, T. I, Zavalía,
Buenos Aires, 1975, p. 64, esp. nota al pie 14.
(1669) MOSSET ITURRASPE, Jorge, Contratos, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1997, p. 79;
LAVALLE COBO, Jorge E., en BELLUSCIO, A. C. - ZANNONI, E. A., Código Civil y Leyes..., cit., T. V, ps.
742/743, nro. 9 de la glosa al art. 1143 .
(1670) Así, se ha resuelto, rechazando la teoría de la absorción: "Si de acuerdo con los
términos del contrato, el actor transfirió al demandado un terreno y éste, a su vez, se obligó a entregar
a aquél una de las unidades del edificio que construiría sobre el mencionado baldío, no resulta dudoso
que nos encontramos ante un contrato atípico que participa de características propias de la permuta y de
la locación de obra y que, por lo tanto, no se lo puede encuadrar exclusivamente dentro de la segunda
figura, mencionada (en el caso se debatía si la justicia en lo civil era competente para conocer en la
cuestión)" (CNCiv., Sala A, 5/3/1984).
(1671) "Rossetti, Juan C. c/Polat, León y otro", LL, t. 1984-D, p. 582; "La naturaleza
jurídica de la tarjeta de crédito no es equiparable a la de la carta de crédito del art. 485 del Código de
Comercio, pues aquélla es una figura contractual atípica y, por cierto, compleja que no resulta
subsumible en ninguno de los contratos nominados" (CNCom., Sala E, 14/3/1989, ED, t. 135, p. 498);
La relación entre el letrado patrocinante y su patrocinado, o el abogado, asesor o consultor y su cliente,
entraña un contrato atípico no subsumible en los moldes tradicionales, de modo que deben apartarse los
esquemas del contrato de trabajo, la locación de obra o de servicios y el mandato. Si bien por su
similitud con algunos de los contratos típicos, en atención a las particularidades de la contratación en
concreto, pueden aplicarse una y otras reglas por analogía (arts. 16 y 1143 , Cód. Civ.), ello no significa
su asimilación total a tal o cual contrato nominado" (CNCiv., Sala C, 30/3/1982, ED, t. 100, p. 344); Con
anterioridad a la vigencia de la ley 24441 : "El contrato de leasing es un contrato atípico, que contiene
elementos extraídos de otros contratos nominados, sobre todo de la locación y de la venta, sin poder ser
encuadrado exactamente en ninguno de ellos" (CNCom., Sala B, 31/5/1988, ED, t. 133, p. 572); "El
contrato de publicidad es uno de los contratos atípicos o innominados más caracterizado con destacada
individualidad y características propias, sin que afecten en absoluto a su independencia y autonomía
algunas variantes de su hacer de índole técnica. Ello hace improcedente que pueda asimilárselo, de
manera tajante, a un contrato de locación de obra" (CNCom., Sala A, 31/8/1978, ED, t. 81, p. 501).
(1672) Ese criterio parece inspirar la jurisprudencia que ha establecido: "En aquellos
contratos de promoción para la edificación de un edificio que luego será sometido al régimen de
propiedad horizontal, el compromiso de los adherentes -después comuneros pro-diviso- de constituir el
consorcio de acuerdo al régimen de la ley 13512 es un negocio jurídico atípico; se asemeja a una
sociedad y si bien no lo es típicamente, los principios que la gobiernan permiten extraer las reglas de
aplicación a las relaciones entre los adherentes, dado que la figura de que se trata no posee regulación
normativa" (CNCiv., Sala E, 29/3/1982, ED, t. 100, p. 140).
(1673) BETTI, E., op. cit., T. II, p. 74.
(1674) MESSINEO, Francesco, Doctrina General del Contrato, T. I, p. 398.
(1675) Así se ha dicho: "El contrato de garaje, que por carecer de regulación propia cae
dentro de la categoría de los contratos innominados o atípicos (art. 1143 , Cód. Civ. y nota), se rige -en
defecto de estipulaciones de las partes- por las normas generales relativas a las convenciones y las
particularidades de los contratos, con los cuales tiene analogía: la locación de cosas, la de servicios, de
depósito, etc., cuya aplicación dependerá de la naturaleza de la relación jurídica que resulte
comprometida" (CNCiv., Sala E, 1º/7/1977, "Heise, Francisco c/Callao S.A."; CNCom., Sala B,
25/8/1978, LL, t. 1978-D, p. 713; TSSanta Cruz, 27/10/1967, "Álvarez Dávila, José c/Puckeu, Julio y
otro"; CCCórdoba, 5/9/1978, "San Cristóbal c/Robert´s"; CNCom., Sala B, 8/7/1976, "Pereyra González,
Luis c/Fernández, Jesús P.").
(1676) Vid. LÓPEZ DE ZAVALÍA, F., op. cit., T. I, p. 64, especialmente nota al pie 14. En la
jurisprudencia el rechazo de esta solución se ha sostenido diciendo: "La afirmación según la cual la
disciplina de un contrato atípico debe buscarse con total independencia de las reglas que rigen los
contratos que, aunque no iguales, presentan cierta similitud, es inaceptable en nuestro ordenamiento
jurídico; en efecto ello llevaría a crear unos principios generales del contrato atípico aplicables con
prescindencia del derecho positivo vigente, y aun por encima de todas las variantes ya contempladas en
las normas vigentes, y en abierta violación de lo dispuesto en el art. 16 del Código Civil, cuya aplicación
en estos casos no puede ser soslayada" (CNCom., Sala B, 25/3/1986, ED, t. 122, p. 620).
(1677) LORENZETTI, R., op. cit., LL, 1996-E-860. En ese orden de ideas, la jurisprudencia
señala, por ejemplo que: "El contrato comercial de concesión surge como medio de canalizar la
producción hacia el consumidor, convirtiéndose en un importante aliado de la compleja estructura
empresaria. Es un contrato sumamente atípico que participa de características de muchas figuras
jurídicas comerciales, pero sin ser asimilable totalmente a ninguna de ellas. No es, por cierto, la figura
del mandato, ya que si así fuera el mandatario obraría por cuenta y a nombre de su mandante, cosa que
aquí no ocurre, ya que el concesionario desempeña sus funciones con autonomía, no obstante existir
cierta dependencia económica y técnica" (CNCom., Sala E, 16/10/1984, "Esquerro, Ítalo c/Iguña y Cía.,
S.A." , LL, 1985-C-65, DJ, t. 985-35, p. 152, JA, 985/1/311 y ED, t. 112, p. 687); "Es un contrato
atípico o innominado el que presenta caracteres de la locación de servicios en cuanto existe
subordinación a las directivas y control de las autoridades permisionarias televisivas y, al mismo tiempo
caracteres de locación de obra, dado que la artista promete a su empleador servicios profesionales por
un número determinado de audiciones con cierta libertad en el montaje y programación del espectáculo.
En esta clase de contratos que derivan de actuaciones artísticas hay en mira, por regla general, un
trabajo y un resultado, en cuya ejecución tanto locador como locatario deben obrar de buena fe (CNCiv.,
Sala B, 24/11/1976, ED, t. 71, p. 272) y que "Deben considerarse como atípicos aquellos contratos
calificados como de `locación-venta´ propio del derecho anglosajón; pero ello no impide analizarlos en
su estructura a la luz de los efectos ya ocurridos, y en la búsqueda de aquello que las partes debieron
entender al celebrarlo" (CNCom., Sala D, 8/2/1982, ED, t. 98, p. 554).
(1678) Ya en la jurisprudencia se ha declarado: "El contrato de concesión de una estación
de servicio es un contrato atípico, pues no encuadra francamente en ninguna de las formas típicas
regladas por el ordenamiento legal; por tanto, es un contrato en el cual las partes, en ejercicio de la
autonomía de la voluntad, crean las normas que han de regular su conducta determinando la
configuración interna de la relación, pero siempre respetando los principios de la justicia contractual de
la buena fe" (CNCom., Sala B, 11/4/1995, ED, t. 164, p. 40) y que "La adquisición de un determinado
billete de lotería en forma ininterrumpida durante un cierto lapso y la reserva del mismo por parte de la
agencia, hace nacer entre las partes un contrato atípico o innominado por el cual los agencieros asumen
la obligación de reservar dicho billete en todas las jugadas de la Lotería Nacional, y ante cuyo
incumplimiento deben inexcusablemente responder; ello con independencia de que el billete haya sido o
no abonado anticipadamente, si en las ocasiones anteriores los concesionarios han aceptado recibir el
pago con posterioridad al sorteo (CNCom., Sala E, 11/10/1988, ED, t. 132, p. 623). La pauta ha sido
aplicada por los tribunales, y así se ha dicho: "Puesto que el contrato de distribución es un contrato
atípico y, por ende, carente de normas que lo regulen expresamente, su régimen debe buscarse, en
principio, en la voluntad de las partes que se manifiesta principalmente a través de sus respectivas
conductas" (CNCom., Sala C, 21/6/1991, ED, t. 145, p. 230).
(1679) MOSSET ITURRASPE, J., Contratos, cit., p. 312.
(1680) Se ha dicho: "Para la interpretación correcta de un acto jurídico, el ponerse en la
situación de los profanos -y no en la de entendidos en Derecho- es considerada una de las reglas
fundamentales como derivación del principio básico de la buena fe, por lo cual, si las partes han querido
libremente un contrato de locación, aun cuando lo hayan rodeado de ciertas cláusulas que pudieran para
el jurista resultar atípicas, debe así interpretárselo, ya que apartarse de esta verdad innegable, sería
vulnerar el principio de la fuerza obligatoria de los contratos prevista en el art. 1197 del Código Civil"
(CNCom., Sala B, 30/8/1976, ED, t. 71, p. 392).
(1681) Así se ha decidido: "Desde el punto de vista empresarial, el contrato de concesión
regula una forma particular de agrupación de empresas mediante una concentración vertical en la que
existe subordinación del concesionario al concedente; de modo que, aunque se celebre entre dos
empresarios de similar relevancia, siempre existirá preponderancia de quien impone las condiciones. En
tal sentido, el atípico contrato de concesión de una estación de servicio presenta, sin duda, una gran
desproporción entre el poder de negociación de la concedente, megacorporaciones como la `Shell´ o la
`Exxon Corp.´ y la concesionaria, generalmente pequeñas empresas; por ende, será deber de los jueces
promover que tales convenios se cumplan del modo que acordaron las partes y de buena fe, la cual
impone a la empresa concedente el deber de evitar todo aquello que pueda frustrar el fin de la
convención o perjudicar excesivamente a la otra parte (CNCom., Sala B, 11/4/1995, ED, t. 164, p. 40) y
que "El contrato de concesión para la venta de autos tiene las particularidades de un negocio jurídico de
`concentración vertical de empresas´, a través del cual, la concedente incorpora dentro de su estructura
funcional dedicada a la distribución de sus productos, a una concesionaria, la que si bien mantiene, por
lo general, su independencia jurídica y patrimonial se somete a las reglas impuestas por la concedente,
las cuales traducen, en el complejo de relaciones asimilables a las figuras jurídicas tradicionales, una
notoria desigualdad de tratamiento, en una vinculación atípica" (CNCom., Sala B, 14/3/1983, ED, t. 104,
p. 181).
(1682) Se ha resuelto que: "Tratándose de contratos innominados (art. 1143 , Cód. Civ.),
o -más específicamente- atípicos, en cuanto carentes de regulación especial por la ley, celebrados en
ejercicio del principio de autonomía de la voluntad, es necesario adentrarse en el análisis de esa
voluntad común que le diera nacimiento" (CCiv. y Com. San Martín, Sala II, 24/2/1994, "Lo Cicero,
Mario c/Ballester Cable Color", LLBA, t. 1994, p. 372) y que "Si de las pruebas aportadas en el caso
surge que las partes concertaron un contrato de cooperación empresaria, conservando cada una de las
empresas involucradas su individualidad e independencia, limitado a la realización de un proyecto
particular y contribuyendo cada una de ellas a la ejecución de una parte del mismo, existiendo un líder o
coordinador de los trabajos o servicios, más allá de la determinación de la naturaleza jurídica de tal
acuerdo no sería jurídicamente factible encuadrarlo como sociedad de tipo alguno, cuando no se ha
adoptado expresamente una forma societaria. Por consiguiente, dicho mecanismo operativo corresponde
al de un contrato atípico, que es aquel que resulta de la libre voluntad de las partes, debiendo ser su
principio rector el del respeto de la voluntad expresa o tácita de las partes (art. 1197)" (CNCom., Sala A,
1/4/1986, ED, t. 123, p. 387).
(1683) C.S.J.N., 4/8/1988, "Automóviles Saavedra S.A. c/Fiat Argentina, S.A." , DJ, t.
988-2, p. 691. En sentido similar, se ha resuelto: "Al ser el contrato de concesión privada un contrato
atípico, ante el silencio de la ley, deben aplicarse para regular sus diversos aspectos las siguientes
reglas: 1) la voluntad de las partes expresada en el contrato; 2) los principios generales de los
contratos, de los hechos y actos jurídicos y de las obligaciones y 3) los de los contratos que más se le
asemejan (analogía), y los principios generales del Derecho, en ese orden" (CNCom., Sala A, 28/4/1989,
"Servigas del Interior S.A. c/Agip Argentina S.A.", LL, t. 1989-E p. 259).
(1684) Ya la jurisprudencia alude desde antiguo a la finalidad económico-social de la
contratación, y así, se ha dicho: "Frente a un contrato atípico, que presenta elementos combinados de
otros contratos que regula la ley, aunque formando el mismo una unidad contractual, la labor del juez
consiste en desentrañar la naturaleza de esos elementos, el carácter accesorio o principal de cada uno
de ellos, el fin económico perseguido por las partes y la legitimidad de los intereses en juego, todo lo
cual le ha de permitir juzgar acerca de la afinidad de ese negocio jurídico con alguna o algunas de las
especies contractuales disciplinadas en el derecho positivo vigente, y determinar los efectos de sus
cláusulas y las normas aplicables" (CNCiv., Sala A, 22/10/1976, ED, t. 71, p. 145).
(1685) Proyecto de Unificación de 1987, art. 1197, inc. 2º subinc. f); arts. 898 y 934 del
Proyecto de 1993 de la Comisión designada por dec. 468/92 ; y art. 1198, inc. 2º, subinc. g) del
Proyecto de 1993 de la Cámara de Diputados de la Nación.
(1686) FERREIRA RUBIO, Delia, en BUERES, Alberto J. - HIGTHON, Elena I. Código Civil y
Normas Complementarias, T. I, Depalma, Buenos Aires, 1995, p. 35, nro. 1 de la glosa al art. 17 .
INCORPORACIÓN DE TERCEROS AL CONTRATO
Conforme al art. 1163 del Código Civil, y a los arts. 230 y 231 del Código de Comercio, se
establece que si se promete el hecho de tercero, el promitente queda obligado a realizar los
actos útiles para que el tercero acepte su promesa; si garantiza que la promesa será
aceptada, y el tercero no la acepta, debe reparar los daños causados por esta negativa; si el
promitente también garantiza la ejecución debe reparar los daños causados por la
inejecución del tercero.
De tal modo se ha completado la notoriamente insuficiente regulación del art. 504 del
Código Civil -corrigiendo asimismo su desubicación-, habida cuenta especialmente de las
conclusiones de las VII Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Buenos Aires, 1979), así como
del Anteproyecto de Bibiloni (arts. 1356 y 1360), del Proyecto de 1936 (arts. 844 y 847), del
Anteproyecto de 1954 (arts. 1048 y 1049) y del Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993 (art.
900), de la más moderna legislación, del Anteproyecto de Código Europeo de Contratos
(arts. 72 a 74), del Contract Code (arts. 641 a 646) y de los Principios del Derecho Europeo
de Contratos (art. 6º.110).
En cuanto al contrato por persona a designar, se proyecta que cualquier parte puede
reservarse la facultad de hacerlo ulteriormente para que un tercero asuma su posición
contractual, salvo cuando el contrato no pueda ser celebrado por medio de representante
(conf. Cód. Civ. italiano de 1942, art. 1401; Cód. Civ. portugués de 1967, art. 452; Cód. Civ.
boliviano de 1975, art. 466; Cód. Civ. peruano de 1984, art. 1473; Anteproyecto de Código
Europeo de Contratos, art. 70, inc. 1º), o la determinación de los sujetos sea indispensable
(conf. Cód. Civ. peruano de 1984, art. 1473; Anteproyecto de Código Europeo de Contratos,
art. 70, inc. 1º); y que la asunción de la posición contractual se produzca, con efectos
retroactivos a la fecha del contrato, cuando el tercero acepta la nominación y su aceptación
es comunicada a la parte que no hizo la reserva. Esta comunicación debe revestir la misma
forma que el contrato, y ser efectuada dentro del plazo estipulado o, en su defecto, dentro
de los quince días desde su celebración. Mientras no haya una aceptación útil del tercero el
contrato produce efectos entre las partes (conf. Cód. Civ. italiano de 1942, art. 1402; Cód.
Civ. portugués de 1967, art. 453; Cód. Civ. boliviano de 1975, art. 472; Cód. Civ. peruano
de 1984, art. 1474; Anteproyecto de Código Europeo de Contratos, art. 70, inc. 3º).
Se proyecta la regulación del contrato celebrado por cuenta de quien corresponda -que, p.
ej., está previsto por el art. 21 de la Ley de Seguros 17418 -, sujetándolo a las reglas de la
condición suspensiva; el tercero asume la posición contractual cuando se produce el hecho
que lo determina como beneficiario del contrato.
Además, se prevé que las partes pueden servirse de terceros para el cumplimiento de las
obligaciones objeto del contrato, si ellas no requieren su prestación personal. El Proyecto de
Código Único de 1987 propuso incorporar este texto como art. 521 del Código Civil: "El
obligado responde por los terceros que haya introducido en la ejecución de la obligación"; el
mismo criterio resulta del Anteproyecto de 1954 (art. 859), y fue apoyado por las IV
Jornadas Bonaerenses de Derecho Civil (Junín, 1990) y por las Jornadas de Responsabilidad
por Daños en homenaje al doctor Jorge Bustamante Alsina (Buenos Aires, 1990). El texto del
Proyecto de Código Único fue repetido a la letra por el Proyecto de la Comisión Federal de la
Cámara de Diputados de 1993 (art. 521). El Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993 sigue la
misma idea, al establecer la responsabilidad refleja del deudor por "las personas de las
cuales se sirve para el cumplimiento de sus obligaciones" (art. 1584).
CONTRATO DE SERVICIO DE CAJAS DE SEGURIDAD - CLAUDIA R. BRIZZIO
I. CARACTERIZACIÓN
a) Poner la caja de seguridad a disposición exclusiva del cliente, salvo que sea de titularidad
compartida, o que haya terceros autorizados para acceder a ella, o que sea trabado embargo
sobre su contenido (1688).
A tal fin le proporciona una llave especial, que corresponde a la caja de seguridad asignada.
Para el acceso a ésta es necesario el uso de dos llaves: una la tiene el cliente, y otra está en
poder del prestador del servicio. En algunos casos el cofre permite la utilización adicional de
un candado por parte del cliente.
a) Pagar el precio: Si bien no existen normas uniformes al respecto, conforme a los usos el
pago es realizado mediante el sistema de débito automático, para lo cual se requiere que el
cliente abra una cuenta corriente bancaria o contrate el servicio de caja de ahorros. El pago
se fracciona en períodos que oscilan desde un mes hasta un año.
e) Una vez finalizado el contrato -por cumplimiento del término acordado, o por rescisión a
instancias de alguna de las partes- vaciar la caja de seguridad y devolver la llave al
prestador del servicio.
IV. DISCUSIÓN EN EL SISTEMA DEL CÓDIGO CIVIL
Conforme al criterio tradicional se trata de un contrato innominado (art. 1143 , Cód. Civ.),
por cuanto no ha sido objeto de una regulación especial que determine con precisión los
derechos y las obligaciones de las partes. Pero, en lenguaje jurídico moderno, enrola dentro
de la categoría de los contratos atípicos, pues no está regido por un marco normativo
completo, con una estructura legal particular (1690). Asimismo, siendo atípico, es incluible
dentro de los contratos que, en virtud de los usos y costumbres, tienen tipicidad social. Los
contratos atípicos, en general -conforme a la postura doctrinaria más moderna-, en subsidio
de la voluntad de las partes, están regidos prioritariamente por las normas generales sobre
contratos y obligaciones y, en su caso, por las reglas de los contratos típicos afines que sean
compatibles con su finalidad. El Proyecto de Código Civil de 1998 clasifica a los contratos en
típicos o atípicos (art. 913), y asume la categoría de contratos atípicos con tipicidad social:
"Se considera que tienen tipicidad social los contratos correspondientes a una categoría de
negocios que son realizados habitualmente en el lugar de celebración. En subsidio de la
voluntad de partes, están regidos prioritariamente por los usos del lugar de celebración" (art.
914); en el derecho comparado concuerdan con esta solución el Código Civil de Louisiana de
1989 (art. 1915) y el Código Civil de Québec de 1992 (art. 1377).
Para un sector de opinión, el contrato atípico de cajas de seguridad estaría compuesto por
una locación de cosas y una locación de obra calificada por una prestación de custodia. Otro
criterio sostiene que se trataría de un contrato sui generis, con algunas características que lo
asemejarían a la locación y al depósito (1691). Dentro del enfoque que ve una combinación
contractual usualmente típica, con preeminencia de una de las figuras, algunos entienden
que lo principal sería el depósito (1692), y otros consideran que tendría preponderancia la
locación.
En las obligaciones de resultado atenuadas basta probar una conducta diligente para que el
deudor se exima de responsabilidad ante el incumplimiento. Es una idea derivada de que la
culpa es la norma de clausura del sistema (1698), que adopta en estos términos el Proyecto
de Código Civil de 1998: "Artículo 1602. Atribución de la responsabilidad. La responsabilidad
es atribuida en los casos y conforme a las circunstancias en que lo dispone la ley o lo
estipulan las partes. A falta de norma legal, o de estipulación de partes, el factor de
atribución es la culpa". Esta solución tiene antecedentes en el Código Civil paraguayo de
1987 (art. 1833), en los Principios Generales del Derecho Civil de China de 1987 (art. 106,
incs. 2º y 3º), en el Código Civil quebequés de 1992 (art. 1457) y en el Código Civil holandés
de 1992 (Libro 6, art. 162.3).
Conforme al Código Civil, en principio, el deudor es "responsable" sólo cuando "por culpa
propia" ha dejado de cumplir la obligación (art. 511). Este criterio resulta de numerosos
preceptos generales: la responsabilidad del deudor queda comprometida en caso de
imposibilidad "por culpa" (arts. 889, 627, 632), pero si ella se produce "sin culpa del deudor"
la obligación se extingue (arts. 888 y 724 in fine); en las obligaciones de dar, el deudor
soporta los daños derivados de la pérdida o deterioro de la cosa ocurridos "por culpa" (arts.
579, 585, 603, 612, 613, 615), pero no de los sucedidos "sin culpa" (arts. 580, 587, 611,
614); igual criterio rige en materia de obligaciones de hacer (art. 627) y de no hacer (art.
632). La exigencia de culpa como elemento atributivo de responsabilidad contractual aparece
reiterada en preceptos referidos a contratos en particular, regulados por el Código Civil: así,
por ejemplo, los relativos a la compraventa (art. 1416, que remite expresamente a las
normas generales), la locación de cosas (arts. 1561 y ss.), la donación (art. 1836), el
depósito regular (art. 2210), el mutuo (arts. 2253 y 2254 y su remisión a las normas
generales), el comodato (art. 2266). También en materia mercantil: en la compraventa,
cuando la falta de la entrega de los efectos vendidos deriva de que han perecido o se han
deteriorado por accidentes imprevistos "sin culpa del vendedor", cesa toda responsabilidad
de éste (art. 467 , Cód. Com.); igual criterio legal se aplica al depósito (art. 127 , Cód.
Com.), al transporte por agua en caso de muerte o lesiones corporales (art. 330, ley 20094
), y al transporte aéreo (art. 142 , Cód. Aer.). Incluso en la legislación laboral, el trabajador
sólo responde ante el empleador por su dolo o culpa grave conforme lo establece el art. 87
de la ley 20744 (t.o. 1976).
Dispone que el servicio puede ser prestado por los bancos, las entidades financieras
autorizadas y otras personas habilitadas (art. 1301). Los usos de lugar rigen, en subsidio de
la voluntad de partes, el plazo, el precio y la forma de pago (art. 1304).
En el caso en que el servicio es contratado por dos o más personas, "cualquiera de ellas
tiene acceso a la caja, indistintamente, salvo pacto en contrario" (art. 1303).
Conforme al art. 1300, el prestador está obligado a brindar una custodia idónea -lo cual
concierne, como hemos visto, a su obligación más significativa-, y por lo tanto tiene a su
cargo la obligación de resguardar la integridad de la caja y de su contenido; el Proyecto
también incluye la obligación de custodia en el contrato de depósito (art. 1278). Cuando el
prestador es un banco, debe cumplir con los requisitos de máxima seguridad necesarios para
implementar el sistema, de lo cual resultan ciertas particularidades. Mediante normas
emanadas de la autoridad de superintendencia en materia bancaria, de la ley 19130 y el
decreto reglamentario 2525/71, así como de la opinión de la Comisión Asesora sobre
Medidas de Seguridad en las Instituciones Bancarias y Entidades Financieras (creada por dec.
1835/79 ), surgen ciertas exigencias insoslayables para las entidades bancarias que
implementan este tipo de servicio: se requiere la construcción de un recinto a prueba de
incendios y de explosiones, que no dé a la calle, que tenga una ubicación especial, etcétera.
El carácter profesional del servicio lleva implícito el deber de extremar las precauciones,
mediante normas de seguridad y custodia. Éstas se concretan, por ejemplo, en exigencias
respecto de la vigilancia, del material con el que deben estar construidas las cajas de
seguridad, su espesor, las características de sus puertas, bisagras, cerraduras y llaves;
respecto de los detalles constructivos de las paredes, piso y techo del recinto, exigiéndose
que sean de por lo menos 300 milímetros de espesor de hormigón armado con alta
resistencia a la penetración, y con malla de hierro, así como que la puerta de acceso cumpla
ciertos requisitos: estar construida con aleación especial de acero, ser antitérmica, contar
con varias cerraduras, una de ellas electrométrica, etcétera. El Banco Central no ha provisto
normas específicas para las cajas de seguridad, a las cuales pueden serles extendidas las
relativas al tesoro blindado de la entidad bancaria; rige la cuestión la comunicación "A" 2687
[L NAC CO A-2687 B10], del 17 de abril de 1998 (cir. RUNOR 1-358, Cap. XXI: Medidas de
seguridad en entidades financieras).
"La prueba del contenido de la caja de seguridad puede hacerse por cualquier medio" (art.
1302), criterio que coincide con el de la jurisprudencia.
Con relación al retiro de los efectos guardados en la caja de seguridad, el art. 1305 establece
un mecanismo preciso: "Vencido el plazo, el prestador debe dar a la otra parte aviso
fehaciente del vencimiento operado con la prevención que se procederá como se indica en el
párrafo siguiente. Pasados treinta (30) días del aviso, el prestador puede disponer la
apertura forzada de la caja ante escribano. El prestador puede consignar los efectos
judicialmente, a costa del usuario. Puede cobrar el precio impago de los fondos hallados en la
caja o de otros fondos que tuviere el usuario. En su defecto, puede proceder a la venta de
los efectos necesarios para cubrir lo adeudado en la forma prevista por el art. 2119, dando
aviso al usuario". El mencionado art. 2119 prevé la venta en subasta pública.
a) Caso fortuito extraño a la actividad del prestador del servicio. En el sistema del Proyecto
de Código Civil de 1998 el prestador del servicio de cajas de seguridad "no responde por
caso fortuito extraño a su actividad, ni por vicio propio de las cosas guardadas" (art. 1300);
en materia de transporte, "el vicio propio de la cosa transportada es considerado causa
ajena" (art. 1208).
El criterio del art. 1300 del Proyecto es más severo que el aplicado genéricamente al
depositario, que sólo responde si omite "poner en la guarda de la cosa la diligencia que usa
para sus cosas o la que corresponda a su profesión" (art. 1280), pero resulta coherente con
otras disposiciones: en el depósito en hoteles, el hotelero se libera si ocurre un caso fortuito
externo a su actividad (art. 1292), criterio que se extiende a "hospitales, sanatorios, casas
de salud y deporte, restaurantes, garajes, lugares y playas de estacionamiento y otros
establecimientos similares, que presten sus servicios a título oneroso" (art. 1297); los
propietarios de casas de depósito también se liberan por caso fortuito externo a su actividad
y por vicio propio de las cosas depositadas (art. 1298).
El Proyecto mantiene el concepto estricto de caso fortuito: "Se considera caso fortuito al
hecho que no ha podido ser previsto, o que, habiendo sido previsto, no ha podido ser
evitado, superado o resistido" (art. 1612).
Ahora bien, la irresistibilidad depende directamente de las medidas que adopta el deudor a
fin de superar el impedimento para cumplir. Pero el deudor no puede estar obligado sino a la
diligencia razonable ("La culpa consiste en la omisión de la diligencia exigible en atención a la
naturaleza del deber jurídico, o de la obligación, según sea el caso, y conforme a las
circunstancias de personas, de tiempo y de lugar" -art. 1603 del Proyecto-), adecuada a los
alcances de la relación jurídica apreciada conforme al standard de buena fe ("Las partes
deben actuar de buena fe durante la celebración y la ejecución del contrato" -art. 966 del
Proyecto-), y a la ecuación económica del contrato: es el caso de un camionero que debe
transportar una turbina, cuyo vehículo queda detenido durante varios días a causa de un
choque; este camionero, "¿puede invocar la fuerza mayor, cuando no le sería rigurosamente
imposible, o cuando no le había sido rigurosamente imposible enviar cerca del primer camión
un segundo camión de igual potencia, así como un camión-grúa y el personal que hubiera
cargado la turbina del primer camión en el segundo, para que éste efectuara la entrega sin
tardanza o con el menor retraso posible?". La respuesta es obvia: "sería ridículo imponer al
porteador [...] que gastara dos o tres veces el importe del transporte para proceder de modo
que el objeto del contrato fuera entregado dentro del tiempo querido". En el caso, "la idea de
imprevisibilidad es totalmente inadecuada", y debe ser tomada en cuenta "la idea de
probabilidad", pues "se trata siempre de determinar lo que debe hacer el deudor", para lo
cual corresponde considerar si el caso fortuito "era suficientemente previsible para que el
deudor debiera tomar las medidas de precaución contra él", así como "la facilidad de evitar
ese riesgo" (1702).
El standard de diligencia debe ser adecuado "a las circunstancias de personas, de tiempo y
de lugar" (art. 1603 del Proyecto), teniendo en cuenta que el contrato de servicio de cajas de
seguridad es uno de los que "suponen una confianza especial", en los que "se toma en
cuenta la condición propia del agente" (art. 1604, inc. b] del Proyecto). Para su
determinación -entre otras circunstancias- debe tenerse en cuenta que el deudor no puede
estar obligado sino a la diligencia razonable, conforme a los alcances de la relación jurídica
apreciada según la ya invocada directiva de buena fe. Corresponde también tener presente
que "la remuneración que recibe el banco por este servicio es muy escasa y no cubre los
gastos que el servicio ocasiona" (1703).
La liberación por caso fortuito prevista por el Proyecto concuerda con lo establecido por
varios Códigos extranjeros: el Código Civil italiano de 1942 dispone que "el banco responde
por la idoneidad y la custodia del local y por la integridad de la caja, salvo caso fortuito" (art.
1839); el Código Civil paraguayo de 1987 determina que "en el servicio de custodia de cajas
fuertes, el banco responde al usuario de la idoneidad y seguridad de los locales y de la
integridad de las cajas, salvo caso fortuito" (art. 1409); el Código de Comercio colombiano
hace responsable al banco "salvo fuerza mayor o caso fortuito" (art. 1417, según ley 95 de
1890).
De tal modo el Proyecto considera que el prestador del servicio asume, frente al tomador de
la caja de seguridad, una obligación ordinaria de resultado, de lo cual se libera probando la
ruptura del nexo causal mediante una demostración puntual: la existencia de caso fortuito
externo a su actividad.
En definitiva, la cuestión pertenece a una galaxia jurídica propia, distinta por completo del
sistema común. Y resulta "evidente que el Derecho no es lo absoluto, no le requiere al
deudor ser un superhombre, Tarzán, Asterix, Tintin, Superman, Rambo o el Conde de
Montecristo" (1707), sino sólo ser un deudor diligente -a veces especialmente diligente-, que
se libera siempre que la causa del daño sea una vis major, sin que fuera menester que se
trate de una vis maxima (Tunc). Los ejemplos de casos fortuitos aportados por el Digesto de
Justiniano, que Vélez Sarsfield mencionó ejemplificativamente en la nota al art. 513 del
Código Civil, conciernen a la vis maxima. Pero -repetimos- en el derecho moderno la vis
maxima no es necesaria, de ningún modo, para que se tenga por configurado el caso
fortuito.
Conforme lo dispuesto por el art. 1300 del Proyecto, seguirán siendo aplicables estos
criterios interpretativos de los tribunales:
1) Cuando la causación del daño resulta del accionar de los empleados del propio banco, éste
responde de sus hechos, sin poder aducir caso fortuito, aunque los empleados hayan
"desobedecido las concretas instrucciones u órdenes impartidas por el deudor para la
actividad auxiliar de cumplimiento de su obligación" (1708). El art. 1657 del Proyecto
establece que "Toda persona responde por el hecho que compromete la responsabilidad
directa de los terceros que están bajo su dependencia, o de los que autoriza para actuar en
el ámbito de su propia incumbencia, se sirve u obtiene provecho. La responsabilidad abarca
el daño causado en ejercicio o con ocasión de sus funciones".
2) El incendio, por sí mismo, en principio no constituye caso fortuito (CNCiv., Sala D, JA,
1962-IV-180) y, por aplicación de las reglas generales, quien lo invoca debe demostrar su
carácter imprevisible e irresistible.
El hurto consiste en el apoderamiento ilegítimo de cosa mueble ajena (art. 162 , Cód. Pen.).
En caso de que el hurto haya resultado posible en virtud de la negligencia del deudor en la
guarda de la cosa hurtada, no es considerado caso fortuito (CNCom., Sala A, LL, 114-224;
id., Sala B, JA, 14-1972-162; LL, 1987-E-39; id., Sala C, LL, Rep. XXXIX-A-I). Pero
constituye caso fortuito si el deudor adoptó las diligencias adecuadas (CNCom., Sala A., LL,
142-315). Se entiende que ha existido conducta negligente del banco si sus dependientes
permitieron acceder a la caja de seguridad a un empleado del depositante que no estaba
autorizado para ello, arguyendo que algunas veces había concurrido con su titular (Cour de
Cassation, Chambre Civile, Bull. Civ. I, nro. 318).
En caso de robo, es decir, de apoderamiento ilegítimo de cosa mueble ajena con fuerza en
las cosas o con violencia física en las personas (art. 164 , Cód. Pen.), se ha decidido -en
materia del contrato de garaje- que no constituye caso fortuito si no fueron tomadas las
medidas tendientes a prevenirlo (CNCom., Sala D, LL, 1987-E-19; id., Sala E, LL, 1987-D-
147). En cuanto a las medidas tendientes a evitar el robo, se sostiene que "la idea de
imprevisibilidad es totalmente inadecuada", y que "la idea de probabilidad es la que debe
tomarse en cuenta", pues "se trata siempre de determinar lo que debe hacer el deudor" y
corresponde tomar en consideración "si era suficientemente previsible para que el deudor
debiera tomar las medidas de precaución contra él", así como "la facilidad de evitar sus
riesgos" (1709). El banco puede arg•ir útilmente el robo que constituye caso fortuito
(CNCiv., Sala C, R. R. C y S., año I, nro. 1, enero-febrero de 1999, p. 49). En una sentencia
se consideró que no es invocable como caso fortuito por las "significativas deficiencias que
padecieron el sistema de seguridad y el sistema de alarma", y porque "sería muy fácil hacer
un boquete en la pared" (CNCom., Sala D, ED, 156-511, votos de los Dres. Rotman y
Cuartero, respectivamente); de la sentencia de primera instancia resulta que la pericia de
ingeniería determinó que "la calidad del hormigón, según se observó en el lugar del hecho,
es de baja resistencia, ya que se observa numerosa porosidad, bajo porcentaje de arena
gruesa, y que al golpearse entre trozos se deshace". En otro caso (CNCom., Sala C, ED,
2/10/1995, fallo 46.685) también se aceptó que el caso fortuito en sentido lato ("una causa
a él no imputable") libera al banco, pero se consideró que tampoco era invocable, porque el
banco permitió la entrada sin control a la bóveda, y por la falibilidad del sistema resultante
de la posibilidad de que un empleado infiel obtuviera copia de las llaves de la caja de
seguridad que se entregan al cliente, de que las cajas pudieran ser abiertas con llaves
diversas a la original o sus copias, y del incumplimiento de las normas respecto de las llaves
en desuso.
Un criterio contrario fue sostenido en un fallo (CNCom., Sala B, ED, 152-534) en el que se
afirmó que el robo no sería invocable por el banco, porque "para sustraer los valores al
peligro de tal evento está destinada la caja de seguridad". En anteriores publicaciones he
demostrado que esta conclusión descansa sobre una desinterpretación del criterio de Molle,
que constituye sostén principal del decisorio. Tal comprensión implica poner a cargo del
prestador del servicio de caja de seguridad cualquier caso fortuito, cuando eso no resulta de
ninguna norma legal, ni de principio jurídico alguno, ni tampoco es sostenido por la doctrina
ni por la jurisprudencia dominantes. En la cuestión se imponen los distingos: la
jurisprudencia francesa, en el caso de ruptura y saqueo de cajas de seguridad por una turba
incontrolada en tiempo de guerra, luego de haber llegado las tropas aliadas, responsabilizó al
banco sólo porque ese incidente no era imprevisible, y no había tomado todas las
precauciones posibles (Cour de Cassation, Chambre Commercial, J.C.P., 53.II.7676), lo cual
significa que condenó a indemnizar al cliente porque el robo del supuesto no constituyó caso
fortuito. Molle sostiene que "el hurto (furto), por lo contrario, proviniendo de la obra del
hombre, no tiene carácter de caso fortuito, porque la caja de seguridad está destinada a
sustraer los valores al peligro de tal evento"; pero agrega que inclusive el "hurto puede tener
carácter de caso fortuito cuando por las especiales modalidades y circunstancias en que
viene producido fuese imprevisible o resultase imposible impedir su perpetración" y que "el
Tribunal de Génova, el 18 de marzo de 1930, ha considerado no responsable al banco por el
daño sufrido por el usuario de la caja de seguridad por un hurto consumado en
circunstancias extraordinarias". Por lo demás, la afirmación de que, como el cliente toma una
caja de seguridad para no sufrir robos, si hay un robo el banco debe responder, suceda lo
que suceda, resulta ajena al sistema jurídico aplicable, pues convierte al banco en una
compañía de seguros, y viene a quedar obligado sin que haya sido suscripta una póliza, ni le
haya sido pagada su prima. Caso distinto es aquel en el cual se llega al convencimiento "de
la culpa grave del banco, que no había adoptado ninguna de las precauciones impuestas por
las normas de la prudencia común" ("convencimento della grave colpa del banco, che non
aveva adottato nessuna delle cautele impostegli dalle norme della comune prudenza"), ya
que las cajas de seguridad estaban ubicadas en un ámbito de simple mampostería, cerrado
con una puerta de vidrio.
En realidad, "hay robos y robos", por lo cual "el robo puede ser debido a la culpa de alguien"
(1710).
4) El tema de los actos en tiempos de guerra fue debatido por la jurisprudencia francesa que,
en una oportunidad, resolvió que la extracción de 28 kilogramos de lingotes de oro de una
caja de seguridad, por orden de las autoridades alemanas de ocupación, configuró fuerza
mayor liberatoria del banco, porque si se hubiera rehusado se habría puesto en peligro la
libertad o la vida de varios empleados (Cour de Paris, G.P., 1950, 2, 71). En cambio, el
banco fue declarado responsable en circunstancias en que abrió las cajas ante la
conminación de soldados, aunque sin que hubiera amenazas precisas de ellos, porque se
consideró que ese acto de violencia no fue ni irresistible ni imprevisible (Trib. Civ. de
Bordeaux, G. P., 1950, I, 69). En Italia, se liberó al banco por fuerza mayor en un caso en
que abrió las cajas de seguridad ante la amenaza de las tropas alemanas de destruir todo el
edificio, y hacer saltar la bóveda (1711); pero en otro caso se lo responsabilizó por estar
incurso en culpa, al haber confeccionado nóminas separadas de clientes judíos y de raza aria
(1712). El Código Civil chileno considera fuerza mayor o caso fortuito al "apresamiento de
enemigos" (art. 45).
b) Convención de un monto indemnizatorio máximo. El art. 1300 del Proyecto de Código Civil
de 1998 permite al prestador del servicio de caja de seguridad "convenir con el usuario la
limitación de su responsabilidad a un monto máximo". En los hechos, esta cláusula
contractual posibilitará al prestador la contratación de un seguro, o la estructuración de un
autoseguro, adecuado a las cantidades por las cuales, en su caso, estará precisado a
responder. Naturalmente, el precio del servicio será mayor cuanto más elevada sea esa
cantidad, para compensar el costo de ese seguro. Pero se evitará el absurdo de que, por
unos pocos pesos mensuales, el usuario introduzca valores de gran magnitud en la caja de
seguridad, sin conocimiento del prestador, y luego pretenda su resarcimiento.
Los debates acerca de esta solución que se plantearon en Italia no tienen razón de ser entre
nosotros. Allí se discutió si se trataba de una cláusula de limitación de responsabilidad -
prohibida expresamente por el art. 1341 , Cód. Civ. italiano-, o de una cláusula de
delimitación de objeto: en el primer caso, el prestador fija unilateralmente un máximo
indemnizatorio, en tanto que en el segundo la cláusula opera en sentido reductivo del
comportamiento del prestador o del interés del usuario (Martorano).
El Proyecto, al igual que el sistema vigente, adopta el criterio del valor declarado para
determinar los alcances de la responsabilidad en materia de transporte (art. 1216) y de
hotelería (art. 1295), y la limitación a un máximo equivale a la declaración del valor de los
objetos que el usuario guardará en la caja de seguridad. Por otra parte, no obstante que el
contrato de servicio de cajas de seguridad es predispuesto (art. 899, inc. c] del Proyecto) y
sometido a condiciones generales (art. 899, inc. d]), en esas categorías están permitidas las
cláusulas que limitan la responsabilidad del predisponente si hay "una adecuada equivalencia
económica" (art. 968, inc. c]).
La transmisión del contrato implica la sustitución del contratante por un tercero, que se
coloca en la misma situación jurídica del transmitente. Esa transmisión no consiste en la
suma de la transmisión de créditos más la transmisión de deudas, sino en la transferencia
integral de la situación jurídica generada por el contrato. La transmisión del contrato es así,
en sentido técnico, un aspecto de la sucesión (Colagrosso). Antiguamente se consideraba,
atomísticamente, que dicha transmisión sumaba la cesión del crédito y la asunción de la
deuda (así, entre otros, Gierke, Enneccerus, Redenti, Von Tuhr), pero hoy se estima que hay
un paso del contrato (Andreoli), y no la transferencia aislada de los varios elementos que lo
componen. Es decir: hay "un fenómeno unitario, producto de un negocio único, traslativo del
complejo de las relaciones jurídicas que lo constituyen" (Puleo; Mossa, Messineo,
Colagrosso). "La cesión del contrato consiste en la transmisión de la posición contractual del
cedente a un tercero, quien entra en su lugar y pasa a ocupar su situación jurídica en aquél"
(II Encuentro de Abogados Civilistas, Santa Fe, 1988).
La transmisión es ineficaz respecto del cedido en tanto éste no preste su conformidad, salvo:
cuando el contrato básico es de ejecución instantánea y contiene obligaciones que no
requieren la prestación personal del cedido (Cód. Com. colombiano de 1971, art. 887);
cuando es transmitido un contrato de duración y el cedido acepta la prestación ofrecida por
el cesionario (Cód. Com. colombiano de 1971, art. 889 [referido al suministro]); cuando el
contrato celebrado mediante un instrumento que contiene todos sus elementos particulares
es transmisible manualmente o por endoso, y se produce la transmisión manual o el endoso
(Cód. Civ. italiano de 1942, art. 1407). La conformidad: puede ser anterior, simultánea o
posterior a la cesión, pero la conformidad anterior es ineficaz respecto del cedido que no es
parte en el contrato de transmisión, en tanto no sea notificado de la cesión, o no tome
noticia de ella (Cód. Civ. italiano de 1942, art. 1407; Cód. Civ. portugués de 1967, art.
424.2), así como si ha sido prestada en un contrato celebrado por adhesión; no produce la
liberación del cedente por el cumplimiento de las obligaciones resultantes del contrato
básico, salvo cuando el cedido admite expresamente esa liberación (Cód. Civ. italiano de
1942, art. 1408), o el cesionario le da garantía de que cumplirá (Uniform Commercial Code,
sec. 2.210 [5]). "Tanto en la transmisión voluntaria del contrato como, en principio, en la
que se produce por ministerio de la ley, la liberación del cedente no opera sin la aceptación
del cedido y su expresa declaración de voluntad de desobligarlo" (II Encuentro de Abogados
Civilistas, Santa Fe, 1988).
El cedido puede oponer útilmente al cesionario: las defensas derivadas del contrato básico; y
las defensas fundadas en otras relaciones con el cedente, si ha hecho reserva expresa sobre
todas o algunas de ellas (Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993, art. 1071; Cód. Civ.
portugués de 1967, art. 427; Cód. Com. colombiano de 1971, art. 541; Cód. Civ. boliviano
de 1975, art. 541; Cód. Civ. peruano, art. 1438). "Las finalidades o motivos de los
contratantes no exteriorizados en el contrato original cedido, así como las bases o
presupuestos de éste que no dependan de circunstancias objetivas, no pueden hacerse valer
frente al cesionario" (II Encuentro de Abogados Civilistas, Santa Fe, 1988).
El cesionario no puede prevalerse de las garantías personales o reales otorgadas por quienes
no han sido parte en el contrato básico sin la conformidad expresa de éstos (Cód. Civ.
peruano de 1984, art. 1438).
La mayoría de las legislaciones siguió la directiva del Código Civil francés (arts. 2044 y ss.)
que trata a la transacción como un contrato particular: códigos civiles chileno, art. 2446;
colombiano, art. 2469; ecuatoriano, art. 2428; venezolano, art. 1713; uruguayo, art. 2147;
del Distrito Federal mexicano, art. 2944; español, art. 1809; italiano de 1942, art. 1965;
portugués de 1967, art. 1248; boliviano de 1975, art. 945; paraguayo de 1987, art. 1495.
El Proyecto sigue esa directiva, habida cuenta de la noción amplia de contrato que adopta, y
elimina la frondosidad de la regulación del Código Civil, con una innecesaria reiteración de
reglas sobre capacidad, objeto, etcétera, que Colmo atribuye al hecho de que Vélez Sarsfield
no tenía contemplada globalmente la materia de los contratos al proyectarla.
Hay contrato de transacción si las partes, para evitar un litigio, o ponerle fin, extinguen
derechos mediante concesiones recíprocas; si celebran simultáneamente con la transacción
otro contrato que es parte de ella, queda sujeto a lo dispuesto sobre la transacción. Se
prohíbe transar sobre derechos irrenunciables, y sobre las relaciones de familia, o sobre
situaciones derivadas de ellas, salvo que sólo se trate de derechos patrimoniales
correspondientes al estado de las personas, o que respecto del acto matrimonial, se transe
en favor de su validez. Sólo pueden transar ad referendum de autorización judicial los
padres, tutores, o curadores respecto de los derechos y obligaciones de los incapaces bajo su
representación; y los albaceas, en cuanto a los derechos y obligaciones que confiere el
testamento.
Se elimina la posibilidad de desistirla que acuerda el art. 838 del Código Civil, y se dispone
que produce los efectos de la cosa juzgada y causa ejecutoria sin necesidad de homologación
judicial, así como que es declarativa (conf. art. 836 , Cód. Civ.), por lo cual no atribuye a la
parte otros derechos que aquéllos de los que ya es titular. Si la obligación transada adolece
de un vicio que causa su nulidad absoluta, la transacción es inválida. Hay una remisión
genérica a las normas generales relativas a la ineficacia -las cuales resuelven asimismo el
delicado problema de la indivisibilidad de la transacción que establece el art. 834 , Cód. Civ.-
, y se prevé concretamente su invalidez si alguna de las partes invoca títulos total o
parcialmente inexistentes, o ineficaces (conf. art. 859 , Cód. Civ.); si, al celebrarla, una de
las partes ignora que el derecho que transó tiene otro título mejor; si versa sobre un pleito
ya resuelto por sentencia firme, siempre que la parte que la impugna lo haya ignorado (conf.
art. 860 , Cód. Civ.). Los errores aritméticos no obstan a la validez de la transacción, pero
las partes tienen derecho a obtener la rectificación correspondiente (conf. art. 861 , Cód.
Civ.).
CONTRATOS DE COLABORACIÓN
La incorporación de reglas específicas sobre este contrato en el Código Civil es una de las
novedades de interés del Proyecto. En realidad, en la Argentina, el contrato de agencia ha
recibido un amplio tratamiento doctrinario, reflejo de una también amplia utilización práctica,
que a su vez motivó interesantes pronunciamientos judiciales y su previsión en el Proyecto
elaborado por la Comisión designada por el decreto 468/92 .
La regulación propuesta tiene en cuenta todos esos precedentes y, muy especialmente, los
interesantes desarrollos del derecho comparado, en el que se destaca la directiva
86/654/CEE (del 18/12/1988), del Consejo de las Comunidades Europeas, que ha sido
incorporada a través de legislación interna por los países de la hoy Unión Europea. También
se han tenido en cuenta los códigos latinoamericanos que contemplan este contrato y
antecedentes de otros países, como el Código suizo de las Obligaciones. La legislación
angloamericana, como es sabido, contiene un concepto de agencia parcialmente distinto del
continental, a pesar de la aproximación que surge de la directiva 86/654 ya comentada y su
adopción en el derecho inglés.
La consideración como natural del derecho del agente a la exclusividad, sin prejuicio de su
aptitud para desempeñarse como tal en otros ramos de negocios.
Pueden repetirse, respecto del contrato de concesión, las palabras liminares expresadas en
esta relación con referencia al contrato de agencia. En efecto, si bien no es un contrato
nominado en la legislación previgente, hay una amplia realidad de aplicación y tratamiento
jurisprudencial y doctrinario muy significativo. El Proyecto de la Comisión designada por el
decreto 468/92 también lo trataba.
Puede decirse con poca posibilidad de error que la inclusión de normas sobre este contrato
en la legislación positiva es imprescindible, como lo demuestra una importante cantidad de
proyectos que fueron presentados y algunos considerados en las cámaras legislativas.
Se establece que el concesionario actúa en nombre y por cuenta propia frente a terceros.
Se prevé como elemento natural del contrato la exclusividad para ambas partes y se reglan
con detalle las obligaciones de concedente y concesionario.
El plazo mínimo del contrato se establece en cuatro años y sólo puede ser de dos años o más
cuando el concedente provee las instalaciones.
La enumeración de las obligaciones de las partes, entre las que se destacan la información
previa al contrato por parte del franquiciante, así como la comunicación del conjunto de
conocimientos técnicos en un manual de operaciones que debe ser permanentemente
actualizado.
En cuanto al plazo, establece un plazo mínimo ordinario de cuatro años, para permitir el
desarrollo del franquiciado y la prórroga tácita anual.
Una norma especial protege a los franquiciados respecto de la aplicación de la ley extranjera,
cuando se trata de operaciones de pequeños volúmenes y se establece que los pactos
contenidos en la franquicia no afectan el derecho de la competencia.
Las reglas de este contrato se extienden, en cuanto sean compatibles, a las franquicias
industriales y a las relaciones creadas por las llamadas "master franquicia".
LOS CONTRATOS DE JUEGO Y DE APUESTA EN EL PROYECTO DE CÓDIGO
CIVIL - LUIS F. P. LEIVA FERNÁNDEZ
Analizada desde las opciones que se abren para un solo individuo, el alea comprende una
gama de situaciones "binarias" que van desde la posibilidad de ganar-perder; de ganar-no
ganar; de ganar mucho-ganar poco, de no perder-perder y de perder mucho-perder poco.
Sin embargo, esta última situación resulta ajena al ámbito de los contratos porque no se
concibe que alguien someta voluntariamente su patrimonio a una posibilidad de perder
mucho o perder poco, si evitando contratar no pierde nada.
En cambio, la situación binaria de no perder o perder, sólo es propia del contrato de fianza
(1716), que es un contrato aleatorio.
En los códigos civiles -me refiero al derecho civil continental heredero del Derecho Romano-
el alea trasciende el ámbito de los contratos aleatorios.
Además, entonces, de los contratos de juego, de apuesta, de renta vitalicia (1717), y las
loterías y rifas (1718), es aleatoria la compra de esperanza (1719), de derechos litigiosos
(1720) y el mandato de percepción de obligaciones a riesgo del mandatario (1721). También
lo son el contrato de seguro y el préstamo a la gruesa (1722) que, si bien tienen naturaleza
comercial, son referidos por una gran cantidad de códigos señalando ese carácter.
¿Son ésos todos los contratos aleatorios? La respuesta es negativa (1723), son los contratos
aleatorios típicos. Esto se advierte con claridad en el Código de Bolivia que trata del juego y
la apuesta como "De ciertos contratos aleatorios" (1724).
El juego de lotería, administrado por el Estado o privado, es una aplicación del contrato de
juego, aunque multitudinario (1725). Está expresamente regulado en el Código de Austria
(1726).
Es también aleatoria la adquisición del derecho sobre una herencia sin inventario (1727).
Una forma clásica pero hoy abandonada de contrato aleatorio es la "tontina" en virtud de la
cual el aporte de las partes que fallecían primero, aumentaba la de los sobrevivientes
(1728).
Son cláusulas aleatorias nominadas por la ley, en el derecho argentino la cesión de derechos
hereditarios sin garantía del cedente (art. 1476, inc. 1º), la cesión de créditos con carácter
aleatorio (art. 1446), el mandato en el que el mandatario asume la solvencia del tercero, y la
cesión del derecho de usufructo (art. 2220, inc. 1º), además de la ya referida compraventa
de esperanza.
Sin embargo, no todas las legislaciones mantienen la clasificación de los contratos aleatorios
como una categoría autónoma. La han suprimido, verbigracia, el Código Civil de Alemania
(BGB) (1729), el Código suizo de las Obligaciones (1730) y el Código de Japón (1731).
Conceptualizada así el alea, resulta que contrato aleatorio es "aquel en el cual la ventaja que
las partes obtienen del mismo no es apreciable con motivo de su formación, por depender
esa ventaja de un acontecimiento incierto al que los contratantes han querido subordinar sus
probabilidades de ganar o de perder" (1732).
En el Código Civil argentino, se refiere a los contratos aleatorios el art. 2051 que expresa:
"Los contratos serán aleatorios, cuando sus ventajas o pérdidas para ambas partes
contratantes, o solamente para una de ellas, dependan de un acontecimiento incierto". Este
concepto coincide con el de su fuente, en la obra inconclusa del brasileño Augusto Teixeira
de Freitas (1733).
El alea, en algunos casos, formará parte de la causa del contrato, como en los contratos de
juego, apuesta o renta vitalicia. En cambio, constituirá un elemento accidental cuando surja
de una modalidad de los actos jurídicos, como el cumplimiento de una condición o de un
plazo indeterminado que afecte a alguna de las prestaciones comprometidas. No a la
existencia misma del contrato.
En ambos casos se trata de contratos aleatorios, pero unos lo son por su propia naturaleza, y
otros de modo accidental (1734).
Guilarte Zapatero, citado por Lasarte Álvarez, considera tres elementos básicos: a) La
indeterminación inicial del resultado; b) La dependencia definitiva del mismo de
circunstancias que lo hacen incierto; c) La voluntariedad de los interesados al asumir ese
riesgo (1735).
La clasificación más interesante de los contratos aleatorios es aquella que distingue a los
contratos en los que las partes desafían al azar, de aquellos en los que al menos una de las
partes busca protegerse del azar (1736). La primera abarca los contratos de juego, apuesta,
y la segunda el de renta vitalicia y el de seguro.
El contrato aleatorio puede ser unilateral o bilateral, es decir, puede contener obligaciones
para una de las partes o para ambas (1739). El contrato de restaurante con tenedor libre -a
guisa de ejemplo- sólo entraña alea para el empresario. Igualmente, el contrato de fianza
que sólo implica una prestación a cargo del fiador puede desembocar en el hecho de tener
que pagar o de no hacerlo. El argumento consistente en que la apuesta unilateral constituye
una donación condicional (1740) no es suficiente para descalificar la procedencia de los
contratos aleatorios unilaterales, pues existen muchos supuestos en los que las figuras
contractuales concurren y distinguirlas depende de la investigación de su causa. Así la
donación con cargo no deja de ser donación, ni el comodato con alguna prestación
económica a cargo del comodatario deja de ser comodato.
El juego, que en casi todos los códigos de los siglos XIX y XX fue considerado propio de
vagos o mal entretenidos, ha pasado, bajo algunas circunstancias, a ser utilizado como
motor del consumo, y a través de éste a actuar como impulsor de la creación de fuentes de
trabajo.
Los contratos de juego y apuesta se utilizan para movilizar el consumo y como tal se han
constituido en un medio legítimo para favorecer el intercambio y crear riqueza.
No hay día en el que cualquier particular prescinda de celebrar algún contrato aleatorio bajo
esta nueva modalidad. No me refiero ya a los de juego organizado, sino a aquellos
convoyados a la adquisición de cosas o servicios, como en la carga de combustible el raspar
una tarjeta proporcionada por la estación de servicio con una inscripción oculta para
descubrir su texto y verificar si se ganó algún premio; en la compra en algunos
supermercados, cuando al pasar por la caja ciertos compradores no pagan su adquisición
porque el supermercado regala el valor de su compra a aquel que coincide con una secuencia
numérica (v.gr., el nro. 1000); en tapitas de botellas de gaseosas, o en latas de gaseosas,
en cuyo interior está escrito el premio que corresponde a quien presente esa tapita o esa lata
vacía. Incluso se juega por televisión, no sólo los asistentes a los programas de
entretenimientos, quienes participan de juegos, apuestan o participan de sorteos (1741),
sino a quienes sin serlo son participantes porque envían cartas, llaman por teléfono, o son
llamados, e incluso quienes intervienen en un juego electrónico a través de los comandos -
teclas de tono- de sus aparatos telefónicos.
Esta nueva modalidad reviste caracteres no investigados, como el abuso del sorteo en el
caso de quien se ve favorecido por pagar su cuota a tiempo, pero que no tiene interés en
figurar como ganador (v.gr. por no querer aparecer comprando en cuotas pequeños
electrodomésticos).
Otra alternativa es la del contrato innominado unilateralmente aleatorio (bien que los
unilateralmente aleatorios ya existen) tal como el de restaurante de tenedor libre (para el
empresario gastronómico).
Otra, es la del premio a cargo de un tercero, verbigracia, en las tapitas de gaseosas en las
que se prometen descuentos en caso de celebrarse operaciones con terceros comerciantes.
En todos estos ejemplos, la finalidad del empresario no es obtener lucro en forma directo a
través del juego, sino incrementar sus ventas, aumentar el valor del espacio publicitario en
su programa de televisión, o favorecer el pago en tiempo por parte de sus deudores,
disminuyendo así los costos administrativos de pagos efectuados a destiempo.
La obtención de ese lucro se logra a través del incremento del consumo. El incremento del
consumo permite la formación de capitales y requiere de mano de obra. No me refiero aquí a
la concentración de capitales que supone el juego organizado, es decir, a que la industria del
juego cree trabajos, como sucede en Las Vegas en el Estado de Nevada (EE.UU.) y en las
reservaciones indígenas, lo que ha llevado a su enriquecimiento acelerado (1742).
En todas las legislaciones de los siglos XIX y XX que desalentaron el juego, se fueron
abriendo paso excepciones regladas por el derecho administrativo en la que el Estado o su
concesionario era el empresario del juego. Para ello generalmente se esgrimió, a modo de
justificativo, el destino que el Estado iba a dar a los fondos recaudados. Es decir, éticamente
se legitimaban por el destino de los fondos, y no por el origen de los fondos.
En la concepción realista que expongo -como lo vengo haciendo desde mis cátedras
universitarias en estos últimos tres años (1743) - el origen es tan ético como en el de los
juegos administrados por el Estado, o más, porque jugar no constituye el todo de la decisión
del que facilita los fondos, sino que en su gran mayoría esa decisión se conforma con la
voluntad de comprar, y sólo accesoriamente, jugar y ganar.
Por fin, en la posición que sustento, el destino de los fondos, no es mucho más incierto que
en los juegos administrados por el Estado. En definitiva, la riqueza de las naciones no es
obra de los estados nacionales.
Desde la Argentina también se argumenta contra el fundamento del supuesto deber moral
(1752), afirmando Moisset de Espanés (1753), que se trata de una aplicación de la máxima
"nemo auditur" por ser una obligación prohibida, cierto que -como destacan Díez-Picazo y
Gullón (1754), que también sostienen esta postura- mal puede hablarse hoy de causa torpe
cuando el propio Estado es quien permite -y yo afirmo propicia- determinados juegos, pese a
lo cual no cabría en la concepción de estos últimos "más remedio que mantener la
explicación anterior en pura teoría".
No existe distinción ética entre el juego organizado por particulares y el organizado por el
Estado. Ambos recurren a las debilidades del ser humano y pueden llegar a sumir a un
hombre en la ruina. Tan es así que en muchas legislaciones la única diferencia entre los
juegos permitidos y los prohibidos pasa por el lugar donde se efectúan. Los lugares son los
prohibidos, no los juegos (1755). No conozco ningún casino que haya rechazado a un
jugador contumaz porque corría el riesgo de generar su ruina.
Y si se argumenta a partir del destino que el Estado da a los fondos recaudados, el enfoque
es muy simple pues se resuelve con una imposición tributaria a la actividad del empresario
de juego.
El juego en sí no es un contrato sino un hecho lúdico. Para que sea contrato debe sumarse a
ese hecho lúdico una consecuencia jurídica que, en el derecho argentino, debe ser de orden
patrimonial.
El contrato de juego, entonces, sólo es contrato cuando conlleva una apuesta sobre el
resultado del juego. Esa apuesta debe ser hecha por los participantes. De lo contrario -si la
apuesta es efectuada por un no participante- es un contrato de apuesta.
Ése es el concepto proveniente del Derecho Romano. Diferenciaba el contrato de juego del
de apuesta según la participación que asumía la parte. Si la parte participaba activamente, el
contrato era de juego; si no lo hacía, pues permanecía ajeno al acontecimiento que decidía el
resultado azaroso, el contrato era de apuesta (1756). Éste es el sistema adoptado por el
Código Civil de la Argentina y por su Proyecto de Código Civil de 1998.
El mismo hecho lúdico o deportivo puede ser un contrato de juego, entre los participantes, y
de apuesta -en la misma oportunidad- entre terceros espectadores.
Otra concepción de la diferencia -pero de origen germano- afirma que será contrato de juego
si se decide la ganancia o la pérdida por el cumplimiento de un acontecimiento futuro,
mientras que será apuesta si la incertidumbre versa sobre la exactitud de una afirmación
(1757). Otro criterio -que tampoco es romano- hace pasar la diferencia entre los contratos
de juego y apuesta en la finalidad de las partes, en el juego sería lúdica, y en la apuesta
robustecer una afirmación (1758).
a) Aquellas que prohíben todo juego o apuesta, como el Código Civil de Irán (1759), los
considera nulos y los priva de toda acción. Por su parte el Código Civil de Brasil también
priva de acción a todo juego o apuesta (art. 1477) a los que, sin embargo, otorga excepción
para impedir la repetición de lo pagado (art. 1478) (1760). El sistema seguido por el Código
Civil de Brasil coincide con el previsto en la Gamming Act, británica, de 1845, cuyo art. 18
establece como ley básica que el contrato de juego o apuesta es nulo e inválido sin que
pueda el jugador repetir lo que ha pagado (1761).
b) La legislación que -en el extremo opuesto- otorga protección judicial a toda demanda de
personas físicas o jurídicas conectadas con la organización de juegos o apuestas, salvo que
tomen parte en juegos o apuestas bajo fraude, coacción, amenazas, mala fe, así lo hace el
Código Civil de la Federación Rusa (1762).
c) Las que distinguen entre dos categorías los juegos permitidos y los prohibidos como el
Código Civil de Bolivia (1763) (arts. 909 y 910) (1764). Otro tanto resulta de los arts. 1245
y 1246 del Código Civil de Portugal (1765), el Código Civil de Paraguay (arts. 1448 y 1449)
(1766); y en el Código Civil de Austria (1767), Código Civil de Bélgica (arts. 1965 y 1966)
(1768), y el Código Civil francés (1769). También el Código suizo de las Obligaciones en
cuanto sólo autoriza las loterías extranjeras si en Suiza la autoridad competente permite la
venta de billetes (1770).
El Código Civil de la República Oriental del Uruguay distingue entre dos categorías: los
juegos sin acción pero con excepción (arts. 2169, 2176) y los juegos permitidos y con acción
(art. 2178) (1771); también el Código Civil de Venezuela que prevé la existencia de juegos
permitidos (art. 1802) y prohibidos pero con excepción (art. 1801) (1772). También es ése
el esquema del Código Civil de Puerto Rico, al distinguir entre juegos prohibidos con
excepción (art. 4771) y juegos permitidos (art. 4773) (1773), también parece ser ésa la
regla del Código Civil para el Distrito Federal de México (1774), juegos prohibidos, los del
Código Penal (art. 2764), no prohibidos (art. 2767), con la peculiaridad de que el pagador de
una deuda originada en un juego prohibido puede repetir sólo el 50% de lo pagado,
quedando el resto para Beneficencia Pública (art. 2765).
El Código Civil de México -sin perjuicio de legislación especial- priva de acción a todo juego o
apuesta (art. 2145, a excepción de las loterías o rifas regladas en los arts. 2137 y ss.)
(1775). Algo análogo resulta del Código Civil de Alemania que prescribe la ausencia de
acción (art. 762) salvo respecto de las loterías o rifas estatalmente aprobadas (art. 763)
(1776).
d) Las que prevén tres categorías: los juegos protegidos, los juegos tolerados, y los juegos
prohibidos.
A los primeros se les reconoce acción para el cumplimiento de las obligaciones que de ellos
nacen. Los segundos carecen de acción pero están beneficiados por la prohibición de repetir
lo que voluntariamente se pagó. Y los terceros no tienen ni lo uno ni lo otro.
Este enfoque se repite en varias legislaciones, verbigracia en el Código Civil de Perú, en sus
arts. 1942, 1943 y 1944 (1777); en el Código Civil de España (arts. 1798, 1800 y 1801)
(1778); en el Código Civil de Ecuador (arts. 2191, 2192 y 2195) (1779); en el Código Civil
de Chile (arts. 2259, 2260 y 2263) (1780); en el Código Civil de Panamá (arts. 1490, 1493)
(1781), y el Código Civil de la Argentina (arts. 2051, 2055, 2063 y 2069) (1782).
Descartados los sistemas legales que prohíben lisa y llanamente todo juego, corresponde
discernir cuáles son los juegos y apuestas que protegen las restantes legislaciones.
Veré primero qué contratos de juego son los que se autorizan. Luego efectuaré el mismo
análisis respecto del contrato de apuesta.
Varios son los códigos civiles que siguen al art. 1966 del Código Civil francés que prescribe
"...Les jeux propres … exercer au fai des armes, les courses … pied ou … cheval, les corses
de chariot, le jeu de paume et autres jeux de mˆme nature qui tiennent … l´adresse et …
l´exercice du corps, sont exceptés de la disposition précédente.
"Néanmoins le tribunal peu rejeter la demande, quand la somme lui parƒit excessive"
(1783). "Los juegos que contribuyan a ejercitarse en el manejo de las armas, las carreras a
pie o a caballo, las carreras de carros, el juego de pelota y otros juegos de igual naturaleza
que tiendan a la destreza y al ejercicio del cuerpo...
"Los juegos puramente intelectuales... no están comprendidos en el art. 1196" (1784) del
Código Civil de Francia. El juego de billar, en cambio, se considera de protección dudosa
(1785).
El conde Jean Étienne Marie Portalis en la Exposición de Motivos del Código Civil de Francia
sostuvo, fundando la protección de los juegos de destreza física, "esta clase de juegos son
útiles; tal vez hayan sido descuidados por demás en nuestros tiempos modernos" (1787),
haciendo referencia a la antigua Roma en la que el esparcimiento se efectuaba a través de
juegos de destreza física hasta que, según Pont, la influencia de Oriente introdujo los juegos
de azar (1788).
Similar es la previsión del art. 1800 del Código Civil de España: "No se consideran prohibidos
los juegos que contribuyen al ejercicio del cuerpo, como son los que tienen por objeto
adiestrarse en el manejo de las armas, las carreras a pie o a caballo, las de carros, el juego
de pelota y otros de análoga naturaleza".
También el art. 2195 del Código Civil de Ecuador: "Sin embargo de lo dispuesto en el art.
2192, producirán acción los juegos de fuerza o destreza corporal, como el de armas, carreras
a pie o a caballo, pelota, bolas y otros semejantes, con tal que no se contravenga a las leyes
o a los reglamentos de policía...".
El Código Civil de Portugal también debe incluirse entre los que únicamente dejan a salvo la
destreza física, al expresar en su art. 1246: "Competições deportivas. Exceptuando-se do
disposto no artigo anterior as competições desportivas, com relaçäo …s pessoas que nelas
tomarem parte" (1789).
Comparte el yerro el Código Civil de Chile cuyo art. 2263 dispone: "Sin embargo de lo
dispuesto en el art. 2260, producirán acción los juegos de fuerza o destreza corporal como el
de armas, carreras a pie o a caballo, pelota, bolas, y otros semejantes, con tal que en ellos
no se contravenga a las leyes o a los reglamentos de policía.
En el mismo sentido se inclina el Código Civil de Venezuela, en su art. 1802 que dispone: "Se
exceptúan los juegos de fuerza o destreza corporal, como el de armas, carreras a pie, a
caballo, pelota y otros semejantes" (1792).
También es criticable el Código Civil de Puerto Rico que prescribe en su art. 4773: "No se
consideran prohibidos los juegos que contribuyen al ejercicio del cuerpo, como lo son los que
tienen por objeto adiestrarse en el manejo de las armas, las carreras a pie o a caballo, las de
carros, el juego de pelota y otros de análoga naturaleza" (1793).
"Sin embargo, el juez puede rechazar o reducir la demanda, cuando considere excesiva la
postura" (1795).
El Código Civil argentino, en su art. 2055 , dispone: "Prohíbese demandar en juicio deudas
de juego, o de apuestas que no provengan de ejercicio de fuerza, destreza de armas,
corridas, y de otros juegos o apuestas semejantes, con tal que no haya habido contravención
a alguna ley o reglamento de policía". Esta disposición ya en el año 1869 tenía suficiente
prosapia, como da cuenta la nota puesta al pie del artículo por Vélez Sarsfield, autor del
Código Civil (1797). López de Zavalía sintetiza afirmando que los juegos de destreza física
eran bien mirados porque preparaban para la guerra, manteniendo al hombre en buen
estado físico, mientras que los de destreza intelectual no reciben el mismo tratamiento
(1798).
Una excepción la configura el Código Civil de Perú que omite esa caracterización de los
juegos permitidos (1799).
Por fin, el de Bolivia, con acierto, prescribe en su art. 909: "Prohibición de juegos de azar. Se
prohíbe todo juego de envite, suerte o azar y se permiten los que comúnmente se
denominan juegos de carteo y los que por su naturaleza contribuyen a la destreza y ejercicio
de cuerpo o de la mente".
En la misma línea debe ubicarse al Código Civil de Paraguay cuyo art. 1448 dispone: "Sólo
podrán demandarse en juicio las deudas provenientes de juegos que se decidan por la
fuerza, la destreza o la inteligencia de los jugadores, y no por el azar. Si la deuda de juego
no prohibido excediere la vigésima parte de la fortuna del perdedor, el juez reducirá a este
límite la acción del ganador" (1800).
En esta concepción, entonces, el músculo sirve para ganar fortunas sin trabajar (boxeo,
etc.); la inteligencia, en cambio, sólo sirve para trabajar.
El contrato de apuesta en el derecho argentino vigente se rige por la regla que corresponde
al juego en el que se apostó (1802). Verbigracia, la apuesta realizada sobre un juego
protegido, configura un contrato de apuesta protegida; la realizada sobre un juego tolerado,
configura un contrato de apuesta tolerada; y lógicamente la apuesta sobre un juego
prohibido es un contrato de apuesta prohibido.
Las legislaciones que amparan algunos juegos y desprotegen otros están fundadas en una
ponderación axiológica sobre los beneficios que conllevan aquéllos y éstos.
Los fines que originaron la protección legislativa a los contratos de juego que se deciden por
la destreza física han perdido relevancia frente a los nuevos requerimientos de las
sociedades.
La única guerra en la que todas las naciones deben estar empeñadas es la guerra a la
miseria. A la miseria material y a la intelectual que lleva a la pauperización material.
Los fines que sustentan la selección de juegos autorizados en las actuales legislaciones -
desarrollo físico del guerrero- también han quedado obsoletos frente a la realidad
tecnológica: la guerra hoy no se hace con espadas ni montando a caballo. Pero, además, los
juegos que hoy están protegidos no son los aptos para satisfacer los fines que originaron la
protección. La guerra -todas ellas: la que se realiza entre los hombres y la guerra a la
pobreza extrema- se gana con el desarrollo intelectual y no con el desarrollo físico.
Atender a los nuevos fines de la sociedad lleva inexorablemente a proteger a los juegos que
importen, aunque sea sólo en parte, favorecer la adquisición de destreza intelectual. Sólo
deben quedar desprotegidos aquellos juegos que se deciden por el puro azar.
VIII. QUÉ JUEGOS DEBEN PROTEGERSE
Deben tutelarse los juegos que en todo o en parte propenden al desarrollo intelectual. Ésta
es la conclusión que sigo del total de los argumentos desarrollados en el presente, y que en
la Argentina ya anticipó Segovia en el siglo XIX (1803).
Ni siquiera puede sostenerse que el desarrollo de los juegos actualmente tutelados se origine
en la razón de favorecer la salud física de la población. No. Se trata fundamentalmente de
los juegos de guerra.
Sin embargo, hoy no sirve de nada la valentía física frente al chip electrónico. Las guerras se
deciden por la tecnología de las armas y máquinas de guerra, y no por la masa muscular de
los combatientes. Los soldados femeninos son tan aptos para efectuar el cálculo de
trayectoria de un misil y lanzarlo como el más corpulento de los soldados varones. O a veces
más.
En realidad, es muy difícil hallar juegos que sean exclusivamente físicos. La mayoría son una
mezcla de azar y destreza (1804).
La destreza física en los combates de esgrima, para tener éxito, debe estar acompañada del
conocimiento de la técnica del rival. Las regatas entre embarcaciones a vela requieren el
desarrollo de una sutil táctica donde entran consideraciones relativas a meteorología, a la
deriva del agua, etcétera, tendientes a establecer el mejor rumbo. También es dudoso que
los haya regido exclusivamente la inteligencia pues el azar está siempre presente. Hasta en
el juego de ajedrez la suerte interviene para decidir quién jugará con las piezas blancas y
quién con las negras. Quizás sólo atiendan al desarrollo intelectual los juegos de bolsa en
mercado a término que la legislación especial francesa excluye de la prohibición (1805). A su
vez los juegos de naipes que parecen estar regidos por el azar requieren -las más de las
veces- un aporte importante de astucia consistente en anticipar estratégicamente los
movimientos del rival.
Por lo demás, si se insiste en privilegiar los juegos de guerra no cabría más solución que
incorporar el ajedrez a los protegidos porque sirve para desarrollar la habilidad estratégica
en los oficiales de estado mayor, como lo afirma Troplong (1806) y lo recuerda Moisset de
Espanés (1807).
Confrontar estos argumentos con lo establecido en la legislación actual importa tal desilusión
que lleva a algunos juristas a creer que la ley dice lo que no dice, pero que debería decir, de
conformidad a la realidad social y al espíritu y finalidad de la norma. Lasarte Álvarez, por
caso, sostiene que los juegos no prohibidos son los que sirven para potenciar el ejercicio del
cuerpo en su aspecto físico o intelectual" (1808). En el mismo sentido se expiden Díez-Picazo
y Gullón (1809). Pero no es eso lo que dice el art. 1800 del Código Civil español, análogo al
francés (1810) que sólo se refiere a la destreza física. Las opiniones que restringen la
protección a los juegos de mera destreza física -como lo dice la ley- son abundantes. Puede
verse Aubry y Rau (1811), Ripert y Boulanger (1812) y Planiol y Ripert (1813), Baudry-
Lacantinerie (1814) (quien además destaca que, como excepción que es, debe ser
interpretada restrictivamente y no debe extenderse a supuestos de destreza intelectual), y
Baudry-Lacantinerie y Wahl (1815), Merlin (1816), Acuña Anzorena (1817) e Ibáñez (1818).
Este error en el derecho argentino ha venido a ser corregido por el Proyecto de Código Civil
de 1998 para la República Argentina mediante el juego de sus arts. 1524 y 1522 (1820).
El nuevo enfoque responde -como lo señala el Fundamento nro. 243 del Proyecto referido- a
las previsiones del Anteproyecto de 1954 (1821).
Es que la apuesta -por definición- es efectuada por quien no participa y, por tanto, para el no
participante, el grado de azar que reúne el resultado de un juego entre dos personas que
para él resultan ajenas es total.
El juego protegido -v.gr. el celebrado por dos sujetos entregados a un combate de boxeo- en
cuanto se utiliza como marco de un contrato de apuesta se convierte en absolutamente
aleatorio. Es puro azar. Desde el punto de vista del alea, para los terceros apostadores entre
sí, no hay diferencia alguna entre el grado de azar existente en dicho combate de boxeo y el
que hay en una carrera de caracoles.
En Francia (1822) y España (1823) ésa es la tendencia. Se considera que sólo los
participantes en el juego protegido tienen acción para exigir el pago de lo apostado, no los
terceros ajenos a su desarrollo.
Los juegos de puro azar (a) pueden subclasificarse en (a1) los que están prohibidos por las
leyes locales, y (a2) los que no están prohibidos pero carecen de acción. En este caso lo
pagado no es repetible, salvo que el deudor sea incapaz o inhabilitado.
Los juegos de destreza física o intelectual (b), aunque incluyan algo de azar, confieren
acción.
Los contratos de apuesta siempre se consideran de puro azar, cualquiera sea el tipo de juego
sobre el que se apueste.
El alea en los actos jurídicos y en los contratos excede la mera posibilidad de ganar o perder
y abarca también las de ganar-no ganar, y perder-no perder.
El acto o contrato aleatorio es en principio puro y simple y difiere del meramente condicional.
La interpretación de los contratos aleatorios en los que al menos una de las partes busca
protegerse de un alea debe estar sujeta a distinto criterio hermenéutico que aquellos en que
las partes desafían al azar.
No existe distinción ética entre el juego organizado por particulares y el organizado por el
Estado. Ambos recurren a las debilidades del ser humano y pueden llegar a sumir a un
hombre en la ruina. Tan es así que en muchas legislaciones la única diferencia entre los
juegos permitidos y los prohibidos pasa por el lugar donde éstos se efectúan. Los lugares son
los habilitados, no los juegos.
No conozco ningún casino que haya rechazado a un jugador contumaz porque corría el riesgo
de generar su ruina. El ludópata llega a la ruina sea en un garito clandestino o en el Casino
de Mónaco.
La mayoría de las legislaciones hoy no protegen los contratos de juego fundados en destreza
intelectual o en el azar, sólo se ampara los de destreza física, con lo cual el músculo sirve
para ganar fortunas sin trabajar (boxeo, etc.) mientras que la inteligencia, en cambio, sólo
sirve para trabajar.
Los fines que originaron la protección legislativa a los contratos de juego que se deciden por
la destreza física han perdido altura frente a los nuevos requerimientos de las sociedades. La
única guerra en la que todas las naciones deben estar empeñadas es la guerra a la miseria.
A la miseria material y a la intelectual que lleva a la pauperización material.
Aquellos fines -desarrollo físico del guerrero- también han quedado obsoletos frente a la
realidad tecnológica, la guerra hoy no se hace con espadas ni montando a caballo. Pero,
además, los juegos que hoy están protegidos no son los aptos para satisfacer los fines que
originaron la protección. La guerra -todas ellas: la que se realiza entre los hombres y la
guerra a la pobreza extrema- se gana con el desarrollo intelectual y no con el desarrollo
físico.
Atender a los nuevos fines de la sociedad lleva inexorablemente a proteger a los juegos que
importen, aunque sea sólo en parte, favorecer la adquisición de destreza intelectual. Sólo
deben quedar desprotegidos aquellos juegos que se deciden por el puro azar. Y de éstos sólo
aquellos contratos principales en los que la motivación es obtener la ganancia en forma
directa, no aquellos juegos accesorios de otros contratos cuya motivación directa es
incentivar la contratación de los contratos principales propios del mercado.
La apuesta entre terceros no participantes en el juego siempre se decide por el puro azar.
(1713) Cfr. LÓPEZ SANTA MARÍA, Jorge, Los Contratos. Parte General, T. I, Jurídica de
Chile, Santiago, 1998, nro. 22, p. 113, nro. 2, p. 114; ALBALADEJO, Manuel, Derecho Civil. Derecho de
Obligaciones, T. II, Vol. 2, Bosch, Barcelona, 1989, nro. 134, p. 419, en p. 420; ARIAS SCHREIBER
PEZET, Max, con la colaboración de CÁRDENAS QUIRÓS, Carlos y ARIAS SCHREIBER MONTERO, Ángela,
Código Civil. Exposición de Motivos y Comentarios, T. VI, p. 730; ARIAS y SCHREIBER PEZET, Max -
CÁRDENAS QUIRÓS, Carlos, "Exégesis del Código Civil peruano de 1984", Gaceta Jurídica, t. III, p. 374.
(1714) La existencia de ambas modalidades en el negocio aleatorio está prevista
expresamente en el art. 1482 del Cód. Civ. panameño, Código Civil de la República de Panamá, Anotado
y Concordado por Jorge Fábrega P. y Cecilio Castillero, Jurídica Panameña, Buenos Aires, 1973.
(1715) Vid. LAFAILLE, Héctor, Derecho Civil. Contratos, T. I, Ediar, Buenos Aires, 1953,
nro. 28, p. 36, en p. 37, nota 202, con cita de Barassi. Cfr. CASTILLO FREYRE, Mario, "Contrato de juego
y apuesta", en DE LA PUENTE Y LAVALLE, Manuel - FERNÁNDEZ SESSAREGO, Carlos y otros,
Instituciones del Derecho Civil Peruano, T. III, Lima-Cuzco, 1996, p. 2283.
(1716) Desde que asumí las cátedras de Derecho Civil (Contratos) en las Universidades de
Buenos Aires y Nacional de La Plata vengo enseñando que la fianza es un contrato aleatorio.
(1717) El Código Civil portugués prevé, además de la renta vitalicia, en sus arts. 1238 y
ss., la renta perpetua, vid. arts. 1231 y ss. Vid. FERNANDES RODRÍGUES BASTOS, Jacinto, Código Civil
Portugués. Anotado y Actualizado, Liv. Almedina, Coimbra, 1992.
(1718) Código Civil, decreto-ley 106, Guatemala, Jiménez y Ayala, 1992, prevé como
contratos nominados a las loterías y rifas. Vid. arts. 2137 y ss.
(1719) Código Civil para el Distrito Federal, Porrúa, México, 1976. Arts. 2792 y 2793.
Puede consultarse también en Internet [HREF:http://www.solon.org/Statutes/Mexico/Spanish/cc-
intro.html]. En el mismo sentido, Code Civil Général Autrichien, trad. Michel Doucet, Pedone, Paris,
1947, arts. 1269 y 1276 ; los arts. 1173 , 1332 y 1404 a 1407 del Código Civil argentino.
(1720) Cfr. LÓPEZ SANTA MARÍA, J., Los Contratos..., cit., nro. 22, p. 113, en p. 116, nro.
3.
(1721) Art. 1914 , Cód. Civ. argentino. Vid. SPOTA, Alberto G., Instituciones de Derecho
Civil. Contratos, T. I, Depalma, Buenos Aires, 1979, p. 165.
(1722) Code Civil. Megacode, Dalloz, Paris, 1995-1996. Vid. art. 1964. Id. en Bélgica,
Code Civil, Bruylant-Maklu, Bruxelles, 1995, art. 1964; Id. Código Civil, Jurídica de Chile, Santiago,
1977, art. 2258; Id. AREZZO PIRIZ, Enrique - ORDOQUI CASTILLA, H. Gustavo, Código Civil de la
República Oriental del Uruguay. Anotado y Concordado, 2ª ed., Universidad, Montevideo, 1995, art.
2167; Code Civil Général Autrichien, cit. art. 1269.
(1723) Son varios los autores que lo señalan. Puede verse JOSSERAND, Louis, Derecho
Civil. Contratos, T. II, vol. II, Ejea, Buenos Aires, 1951, nro. 1379, p. 290.
(1724) Código Civil, República de Bolivia, Decreto-Ley 12760, de 8 de Agosto de 1975,
Serrano, Cochabamba, 1989.
(1725) Cfr. MAZEAUD, Henri y Léon - MAZEAUD, Jean, Lecciones de Derecho Civil, T. IV,
Ejea, Buenos Aires, 1962, p. 594, nro. 1613.
(1726) Code Civil Général Autrichien, cit., art. 1269.
(1727) Code Civil Général Autrichien, cit., art. 1278.
(1728) Vid. RIPERT, George - BOULANGER, Jean, Tratado de Derecho Civil según el
Tratado de Planiol, T. VIII, La Ley, Buenos Aires, 1965, nro. 2437, p. 599.
(1729) Vid. Código Civil Alemán (BGB), trad. por Carlos Melón Infante en ENNECCERUS, L.
- KIPP, Theodor - WOLFF, Martin, Tratado de Derecho Civil. Parte General, 3ª ed., revisada por Hans C.
Nipperdey y trad. por Blas Pérez González y José Alguer, 2ª ed. al cuidado de José Puig Brutau, Bosch,
Barcelona, 1953, apéndice.
(1730) Vid. Code Civil et Code des Obligations, Payot, Lausanne, 1913.
(1731) Vid. Code Civil de L´Empire du Japon, Librairie de la Société du Recueil Général
des Lois et des Arrˆts, Paris, 1898, o en inglés The Civil Code of Japan. Under Authorization of The
Ministry of Justice & The Code Translation Commitee, Eibun-Horei-Sha, Tokyo, 1975.
(1732) MAZEAUD, H. y L. - MAZEAUD, J., Lecciones..., cit., nro. 1525, p. 513.
(1733) FREITAS, Augusto T. de, Código Civil. Esboço, Laemmert, Rio de Janeiro, 1860-
1865, art. 2270. En español vid. FREITAS, Augusto T. de, Código Civil. Obra Fundamental del Código
Civil Argentino, García Santos y Roldán, Buenos Aires, 1909.
(1734) Cfr. ALBALADEJO, M., Derecho..., cit., T. II, vol. 1, nro. 69, p. 446, en p. 447. En
el mismo sentido entre varios autores Vid. PONT, Paul, Explication Théorique et Pratique du Code Civil.
Des Petites Contrats, T. VIII, Delamotte et Fils, Paris, 1867, art. 1964, nro. 581, en p. 265.
(1735) Cfr. LASARTE ÁLVAREZ, Carlos, Principios de Derecho Civil, T. III, Trivium, Madrid,
1995, p. 356.
(1736) MAZEAUD, H. y L. - MAZEAUD, J., Lecciones..., cit., nro. 1525, p. 514.
(1737) Code Civil Général Autrichien, cit., art. 1267.
(1738) Vid. GASTALDI, José M. - CENTENARO, Esteban, Contratos Aleatorios y Reales,
Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1997, p. 22. Comp. PUIG BRUTAU, José, Fundamentos de Derecho
Civil, T. II, vol. II, Bosch, Barcelona, 1982, p. 551. Cfr. LAFAILLE, H., Derecho..., cit., T. III, nro. 28, p.
36, quien considera que los contratos aleatorios sólo pueden ser onerosos. Id. CASTILLO FREYRE, M.,
"Contrato...", cit., p. 2286; LEÓN BARANDIARÁN, José, Contratos en el Derecho Civil Peruano, T. II,
Lima, 1975, p. 355.
(1739) Comp. ESCRICHE, Joaquín, Diccionario Razonado de Legislación y Jurisprudencia,
Lib. de Garnier Hnos., Paris, 1896, voz "aleatorio" en p. 136 lo refiere al contrato "recíproco". También
ALBALADEJO, M., Derecho..., cit., T. II. vol. 1, nro. 69, p. 446; MESSINEO, Francesco, Doctrina General
del Contrato, T. I, Ejea, Buenos Aires, 1986, nro. 6, p. 422, en p. 423. Id. LASARTE ÁLVAREZ, C.,
Principios..., cit., T. III, p. 356, quien también cita la opinión de Díez-Picazo en el sentido de que del art.
1790 del Código Civil español puede seguirse el carácter unilateral. Los argumentos seguidos de la
expresión "convenio recíproco" que utiliza el art. 1964 del Código Civil de Francia no permite seguir nada
sobre este punto pues, como sostienen PLANIOL, Marcelo - RIPERT, George, Tratado Práctico de Derecho
Civil Francés, T. XI, Editora Cultural, La Habana, 1946, nro. 1199, p. 495, nota 2 y PONT, P.,
Explication..., cit., T. VIII, art. 1964, nro. 574, en p. 262, todo contrato es recíproco en cuanto a la
existencia de voluntades convergentes. Es decir bilateral en cuanto acto o negocio jurídico. Por la
bilateralidad vid. también LEÓN BARANDIARÁN, J., Contratos..., cit., T. II, p. 355.
(1740) Cfr. LASARTE ÁLVAREZ, C., Principios..., cit., T. III, p. 357; id., DÍEZ-PICAZO, Luis
- GULLÓN, Antonio, Sistema de Derecho Civil, T. II, Tecnos, Madrid, 1992, nro. 33, p. 484.
(1741) Esto reviste mil modalidades, desde destapar carteles, apostar por uno de los
equipos participantes, etc.
(1742) Estos otros temas -el de la industria del juego- pueden verse bien tratados en
ARIAS - SCHREIBER PEZET, M. - CÁRDENAS QUIRÓS, C., "Exégesis...", cit., T. III, ps. 365 a 367.
(1743) Profesor Titular de Cátedra de Contratos Civiles y Comerciales de la Facultad de
Derecho de la Universidad de Buenos Aires, y Profesor Titular de Cátedra de Derecho Civil III
(Contratos) de la Universidad Nacional de La Plata.
(1744) JOSSERAND, L., Derecho..., cit., T. II, vol. II, nro. 1383, p. 343.
(1745) Vid. ARIAS - SCHREIBER PEZET, M. - CÁRDENAS QUIRÓS, C., "Exégesis...", cit., T.
III, p. 365 recuerdan el argumento de "El Jugador" de Fedor Dostoievski, que describe el drama de un
ludópata.
(1746) RIPERT, G. - BOULANGER, J., Tratado..., cit., T. VIII, nro. 2440, p. 600.
(1747) PLANIOL, M. - RIPERT, G., Tratado..., cit., T. XI, nro. 1205, en ps. 499 y 500.
(1748) ARIAS SCHREIBER PEZET, M., con la colaboración de CÁRDENAS QUIRÓS, C. -
ARIAS SCHREIBER MONTERO, Á., Código Civil..., cit., T. VI, p. 725.
(1749) DÍEZ-PICAZO, Luis, Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, T. II, Civitas,
Madrid, 1993, nro. 15, p. 68. Vid. También RIPERT, G. - BOULANGER, J., Tratado..., cit., T. VIII, nro.
2439, p. 600; BORDA, Guillermo A., Tratado de Derecho Civil. Contratos, T. II , Perrot, Buenos Aires,
1979, nro. 1927, p. 664.
(1750) Cfr. DÍEZ-PICAZO, L., Fundamentos..., cit., T. II, nro. 15, p. 68, atribuyéndole la
opinión a Díaz Pairó. Según PUIG BRUTAU, J., Fundamentos..., cit., T. II, vol. II, p. 557 la regla es "in
turpis causa melior est causa possidentis".
(1751) DÍEZ-PICAZO, L., Fundamentos..., cit., T. II, nro. 15, p. 69.
(1752) Vid. LAFAILLE, Héctor, Derecho Civil. Tratado de las Obligaciones, Ediar, Buenos
Aires, 1950, nro. 861, ps. 14 y 15.
(1753) Vid. MOISSET DE ESPANÉS, Luis, Obligaciones Naturales y Deberes Morales,
Zavalía, Buenos Aires, 1998, p. 321, con cita de Lafaille. También LEÓN BARANDIARÁN, J., Contratos...,
cit., T. II, p. 359.
(1754) Cfr. DÍEZ-PICAZO, L. - GULLÓN, A., Sistema..., cit., T. II, nro. 33, p. 483.
(1755) Vid. LASARTE ÁLVAREZ, C., Principios..., cit., T. III, nro. 2.2, p. 357, en p. 358.
(1756) Cfr. MAZEAUD, H. y L. - MAZEAUD, J., Lecciones..., cit., T. IV, nro. 1613, p. 593;
PUIG BRUTAU, J., Fundamentos..., cit., T. II, vol. p. 555; LASARTE ÁLVAREZ, C., Principios..., cit., T. III,
p. 356; ALBALADEJO, M., Derecho..., cit., T. II, vol. 2, nro. 134, p. 419, en p. 420, nro. 2; DÍEZ-
PICAZO, L. - GULLÓN, A., Sistema..., cit., T. II, nro. 33, p. 484; RIPERT, G. - BOULANGER, J.,
Tratado..., cit., T. VIII, nro. 2438, p. 600; PLANIOL, M. - RIPERT, G., Tratado..., cit., T. XI, nro. 1200, p.
496; SALVAT, Raymundo, Tratado de Derecho Civil. Fuentes de las Obligaciones, T. III, actualizado por
Acuña Anzorena, Tea, Buenos Aires, 1954, nro. 2118, p. 310; BORDA, G. A., Tratado..., cit. , T. II, nro.
1925 a), p. 661.
(1757) PUIG BRUTAU, J., Fundamentos..., cit., T. II, vol. p. 555, con cita de PLANITZ,
Deutsches Privatrecht, Viena, 1948, ps. 173 a 175; LASARTE ÁLVAREZ, C., Principios..., cit., T. III, p.
356; ALBALADEJO, M., Derecho..., cit., T. II, vol. 2, nro. 134, p. 419 en p. 421 nro. 2; DÍEZ-PICAZO, L.
- GULLÓN, A., Sistema..., cit., T. II, nro. 33, p. 484; AUBRY, Charles - RAU, Charles, Cours de Droit Civil
Français. D´Après l´Ouvrage Allemand de C. S. Zachariae, 4ª ed., T. IV, Imprimerie et Librairie
Générale de Jurisprudence, Paris, nro. 386, p. 574; BAUDRY - LACANTINERIE, G. - WAHL, Albert, Traité
Théorique et Pratique de Droit Civil. Des Contrats Aléatoires et du Mandat, Société du Recueil Gal. des
Lois et des Arrˆts, Paris, 1899, nro. 12, p. 5.
(1758) ENNECCERUS, L. - KIPP, T. - WOLF, M., Tratado..., cit., T. II, vol. II, nro. 186, p.
465; BORDA, G. A., Tratado..., cit., T. II , nro. 1925 b), p. 662.
(1759) The Civil Code of Iran, trad. M.A.R. Taleghany, Littleton, Rothman, & Co. 1995, art.
654. El Cód. Civ. de Irán consta de 10 Libros ordenados en 3 volúmenes. El primer volumen data de
1928, el segundo de 1934 y el tercero de 1935. Las reformas legislativas del año 1991 no afectan su
estructura. Vid. LEIVA FERNÁNDEZ, Luis F. P., Fundamentos de Técnica Legislativa, La Ley, Buenos
Aires, 1999.
(1760) Código Civil Brasileiro, Atlas, Säo Paulo, 1986.
(1761) Vid. MC GREGOR, Harvey, Contract Code. Proyecto redactado por encargo de la
Law Commission inglesa, Bosch, Barcelona, 1997. Comentario al art. 522.
(1762) The Civil Code of the Russian Federation, with Introductory Commentary by A. L.
Makovsky and S. A. Khokhlov., trad. Peter B. Maggs with A. N. Zhiltsov, M. E. Sharpe, New York-London,
1997, art. 1062.
La primera parte del nuevo Código ruso fue sancionada por la Duma el 21/10/1994, promulgada el
30/11/1994 y entró en vigencia el 1º/1/1995. Comprende las Divisiones I a III. Ambas partes fueron
elaboradas por más de cincuenta juristas. Fue publicada el día 8 de diciembre de 1994 en la Rossiiskaia
Gazeta (Gaceta Rusa). Vid. The Civil Code of the Russian Federation..., cit., p. XLIX; y LEIVA
FERNÁNDEZ, L., F. P., Fundamentos..., cit.
(1763) Tiene razón MOISSET DE ESPANÉS, Luis, Obligaciones Naturales y Deberes
Morales, Zavalía, Buenos Aires, 1998, ps. 314 y 317 al afirmar que no se trata de juegos "prohibidos"
por el Código pues no está prohibido jugarlos. En el mismo sentido, ALBALADEJO, M., Derecho..., cit., T.
II, vol. 2, nro. 135, p. 421, en p. 422.
(1764) Cód. Civ. República de Bolivia, DL, nro. 12760 de 8/8/1975, cit.
(1765) Código Civil portugués, citado.
(1766) Código Civil Comentado, Miguel Ángel Pangrazio, Intercontinental, Asunción, 1990.
(1767) Code Civil Général Autrichien, art. 1272, bien que sólo está referido al contrato de
juego. La prohibición se establece por remisión a normas administrativas.
(1768) Code Civil, cit.
(1769) Code Civil, Megacode, cit. Vid., arts. 1965 y 1966.
(1770) Code Civil et Code des Obligations, cit., art. 513 para la prohibición y art. 515,
segunda parte para las loterías.
(1771) Código Civil de la República Oriental del Uruguay, Anotado y concordado, cit.
(1772) Código Civil de los Estados Unidos de Venezuela, Almeda Cedillo, Caracas, 1953.
(1773) Código Civil de Puerto Rico, Comentado, New Hampshire, Equity Publishing
Corporation, Oxford, 1984.
(1774) Código Civil para el Distrito Federal, cit.
(1775) Código Civil, Decreto-Ley 106, cit.
(1776) Código Civil Alemán (BGB), cit.
(1777) Código Civil, Cultural Cuzco, Lima, 1987. Vid. ARIAS SCHREIBER PEZET, M., con la
colaboración de CÁRDENAS QUIRÓS, C. - ARIAS SCHREIBER MONTERO, Á., Código Civil..., cit., p. 726.
(1778) Código Civil, Aranzadi, Pamplona, 1991. Debe señalarse la aprobación estatal para
diversos juegos: casinos en 1977; bingo en el mismo año; apuestas mutuas deportivas benéficas en
1946; loterías desde 1956; rifas desde 1949; tómbolas desde 1951.
(1779) Código Civil, Corporación de Estudios y Publicaciones, Quito, 1989.
(1780) Código Civil, cit.
(1781) Código Civil de la República de Panamá, Anotado y Concordado, cit.
(1782) En ese sentido, además de MOISSET DE ESPANÉS, L., Obligaciones..., cit., p. 314.
TRIGO REPRESAS, Félix, "Deudas de juego y obligaciones naturales", en Anales de la Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, t. XXIII, p. 453, y LÓPEZ DE
ZAVALÍA, Fernando, Teoría de los Contratos, T. V, Zavalía, Buenos Aires, 1995, ps. 384 y ss. quien
elabora una clasificación cuatripartita: protegidas (con acción, juegos de destreza); toleradas
(obligaciones naturales con excepción, y sin acción); prohibidas; y autorizadas como las loterías y rifas.
id., LÓPEZ OLACIREGUI, José M., "La obligación natural: una idea difícil que responde a un fundamento
lógico y brinda una visión general del sistema de derecho", Lecciones y Ensayos, Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, 1966, nro. 30, p. 80.
(1783) Code Civil, Megacode, cit. Vid., art. 1966.
(1784) MAZEAUD, H. y L. - MAZEAUD, J., Lecciones..., cit., T. IV, nro. 1616, p. 599.
(1785) MAZEAUD, H. y L. - MAZEAUD, J., Lecciones..., cit., T. IV, nro. 1616, p. 599. En la
Argentina, por la tutela está SEGOVIA, Lisandro, El Código Civil de la República Argentina con su
Explicación y Crítica bajo la Forma de Notas, T. I, Pablo E. Coni, Buenos Aires, 1881, p. 558, nota 2 al
texto del art. 2057, correspondiente al art. 2055 antes de la ley de fe de erratas.
(1786) Artículo 1966.
(1787) Transcripto en MAZEAUD, H. y L. - MAZEAUD, J., Lecciones..., cit., T. IV, nro.
1616, p. 599.
(1788) Vid. PONT, P., Explication..., cit., T. VIII, art. 1964, nro. 594, en p. 271.
(1789) FERNANDES RODRÍGUES BASTOS, J., Código Civil..., cit.
(1790) Código Civil, cit., art. 2263.
(1791) AREZZO PIRIZ, E. - ORDOQUI CASTILLA, H. G., Código Civil de la República
Oriental del Uruguay, cit.
(1792) Código Civil de los Estados Unidos de Venezuela, cit.
(1793) Código Civil de Puerto Rico, Comentado, cit.
(1794) FÁBREGA, P. J. - CASTILLERO, C., Código Civil de la República de Panamá,
Anotado y Concordado, cit.
(1795) Codice Civile, Ulrico Hoepli, Milano, 1984. O en español Código Civil italiano, en
MESSINEO, Francesco, Manual de Derecho Civil y Comercial, T. I, trad. de Santiago Sentís Melendo,
Ejea, Buenos Aires, 1954, art. 1934.
(1796) The Civil Code of Iran, cit., art. 655.
(1797) "2055. L. 15, tít. 23, lib. 12, Nov. Rec. Vid. L. 36, Vers. otrosí, tít. 5, Part. 5ª, Cód.
francés, art. 1965; italiano, 1803; napolitano, 1837; de Holanda, 1825; de Baviera, cap. 12, lib. 4, Cód.
de Austria, 1270; prusiano, 577. LL, 1 y ss., tít. 5, lib. 11, Dig. y 1 y 3, tít. 43, lib. 3, Cód. romano. No
es fácil comprender el espíritu de la legislación de las Partidas. Ellas guardan silencio sobre las deudas
de juego; y entre tanto la L. 6, tít. 14, part. 7ª, niega toda acción por injurias o hurto que cometieren
los jugadores contra el dueño de la casa que los recibe, porque debía suponer que eran ladrones. La L.
10, tít. 16 de la misma Partida, habla de los jugadores; pero tan sólo de los que engañan con dados
falsos, o de otra manera semejante".
(1798) Vid. LÓPEZ DE ZAVALÍA, F., Teoría..., cit., ps. 385 y 386.
(1799) Vid. ARIAS SCHREIBER PEZET, M., con la colaboración de CÁRDENAS QUIRÓS, C. -
ARIAS SCHREIBER MONTERO, Á., Código Civil..., cit., T. VI, p. 727. Sólo puede citarse la Resolución
Suprema del 11/3/1936 que siguiendo al Código Civil francés (art. 1966) permite los juegos de bochas,
billar, carreras de carruajes y juego de pelotas. En el mismo sentido ARIAS-SCHREIBER PEZET, M. -
CÁRDENAS QUIRÓS, C., "Exégesis...", cit., T. III, p. 371.
(1800) PANGRAZIO, M. Á., Código Civil..., cit.
(1801) Cfr. PLANIOL, M. - RIPERT, G., Tratado..., cit., T. XI, nro. 1200, ps. 500-501.
(1802) También era ése el sistema en el Código Civil de Perú de 1936 (art. 1770).
(1803) Vid. SEGOVIA, L., El Código Civil..., cit., T. I, p. 558, nota 2 al texto del art. 2057,
correspondiente al art. 2055 antes de la ley de fe de erratas.
(1804) Cfr. MOISSET DE ESPANÉS, L., Obligaciones..., cit., p. 314; ALBALADEJO, M.,
Derecho..., cit., T. II, vol. 2, nro. 135, p. 421, en p. 422; PLANIOL, M. - RIPERT, G., Tratado..., cit., T.
XI, nro. 1200, nro. 1201, p. 496, en p. 497; TROPLONG, Raymond, Le Droit Civil Expliqué. Du Dép“t et
du Séquestre et des Contrats Aléatoires, Charles Hingray, Paris, 1845, com. al art. 1964, nro. 29, en p.
242.
(1805) Cfr. COLIN, Ambroise - CAPITANT, Henri, Cours Élémentaire de Droit Civil Français,
T. II, Dalloz, Paris, 1915, p. 687. Respecto del derecho suizo, ROSSEL, Virgile, en ROSSEL, Virgile -
MENTHA, F. H., Manuel du Droit Civil Suisse, Lausanne Payot afirma que el tema de los mercados a
término es difícil de encuadrar dentro del juego o de la apuesta. Recuérdese que en derecho suizo no
hay excepción equivalente a las del art. 1966 del Código Civil francés, o art. 2055 , Cód. Civ. de la
Argentina.
(1806) TROPLONG, R., Le Droit..., cit., com. art. 1964, nros. 49 y 50 en p. 255, por
considerar que la enumeración del art. 1966 del Código Civil francés no es limitativa como lo expresa el
art. 1966.
(1807) Cfr. MOISSET DE ESPANÉS, L., Obligaciones..., cit., p. 316 en nota 180.
(1808) Vid. LASARTE ÁLVAREZ, C., Principios..., cit., T. III, nro. 2.2. p. 357.
(1809) Vid. DÍEZ-PICAZO, L. - GULLÓN, A., Sistema..., cit., T. II, nro. 33, p. 483.
(1810) Art. 1800. "No se consideran prohibidos los juegos que contribuyen al ejercicio del
cuerpo, como son los que tienen por objeto adiestrarse en el manejo de las armas, las carreras a pie o a
caballo, las de carros, el juego de pelota y otros de análoga naturaleza".
(1811) Vid. AUBRY, C. - RAU, Ch., Cours de Droit..., cit., T. IV, nro. 386, p. 577.
(1812) RIPERT, G. - BOULANGER, J., Tratado..., cit., T. VIII, nro. 2441, p. 601.
(1813) Vid. PLANIOL, M. - RIPERT, G., Tratado..., cit., T. XI, nro. 1200, nro. 1206, p. 500,
en p. 501.
(1814) BAUDRY-LACANTINERIE, G., Précis de Droit Civil, T. II, Recueil Sirey, Paris, 1925,
nro. 1164, en p. 537.
(1815) BAUDRY-LACANTINERIE, G. - WAHL, Albert, Traité Thérique et Pratique de Droit
Civil. Des Contrats Aléatoires et du Mandat, Société du Recueil Gal. des Lois et des Arrˆts, Paris, 1899,
nro. 30, p. 14.
(1816) Vid. MERLIN, Philippe A., Répértoire Universel et Rasisonné de Jurisprudence, 5ª
ed., T. VIII, Chez H. Tarlier, Bruxelles, 1827, voz "jeu", p. 640, en p. 644, nro. IV.
(1817) Vid. SALVAT, R., Tratado..., cit., T. III, nro. 2123, p. 313, nota 7 b).
(1818) Vid. IBÁÑEZ, Carlos M., El Juego y la Apuesta. Loterías y Rifas, Fondo de Cultura
Jurídica, Tucumán, s/f, ps. 19 y 20.
(1819) Vid. LASARTE ÁLVAREZ, C., Principios..., cit., T. III, nro. 2.2, p. 357, en p. 358.
(1820) Capítulo XXVI. Contratos de juego y de apuesta. Artículo 1522. Definición. Hay
contrato de juego si dos (2) o más partes compiten en una actividad de destreza física o intelectual,
aunque sea sólo parcialmente, obligándose a pagar a la que gane un bien mensurable en dinero.
Artículo 1523. Facultades del tribunal. El tribunal puede reducir la deuda directamente originada en el
juego si resulta extraordinaria respecto a la fortuna del deudor.
Artículo 1524. Juego y apuesta sin acción. Excepción. Los juegos de puro azar carecen de acción para
exigir el cumplimiento de la prestación prometida. Si no están prohibidos por las autoridades locales se
aplican las normas sobre las obligaciones naturales pero la deuda no puede novarse. Sin embargo es
repetible el pago si el deudor es incapaz o inhabilitado.
Igual regla se aplica a las apuestas de terceros, aunque sean afectuadas respecto al resultado de algún
juego previsto en el art. 1522.
Artículo 1525. Oferta pública. Las apuestas y sorteos ofrecidos al público confieren acción para su
cumplimiento.
El oferente es responsable frente al apostador o participante. La publicidad debe individualizar al
oferente. Si no lo hace, quien la efectúe es responsable.
Artículo 1526. Juegos y apuestas regulados por el Estado. Los juegos, apuestas y sorteos reglamentados
por el Estado nacional, provincial, o municipios, están regidos por las normas que los autorizan, y
excluidos de las de este Capítulo.
(1821) "243. El contrato de apuesta, cualquiera sea el juego tutelado o tolerado, se
asimila a los juegos de puro azar. En este aspecto se recibe el principio establecido en el Anteproyecto
de Código Civil de 1954".
(1822) Cfr. MAZEAUD, H. y L. - MAZEAUD, J., Lecciones..., cit., T. IV, nro. 1617, ps. 600 y
601; JOSSERAND, L., Derecho Civil..., cit., T. II, vol. II, nro. 1384, p. 344; PLANIOL, M. - RIPERT, G.,
Tratado..., cit., T. XI, nro. 1200, nro. 1206, p. 500, en p. 501.
(1823) Cfr. ALBALADEJO, M., Derecho..., cit., T. II, vol. 2, nro. 135, p. 421, nota 1.
EFECTOS Y DEFECTOS DE LA DONACIÓN (Estudio comparativo entre los
vigentes sistemas peruano y argentino. El proyecto argentino) - ROXANA
JIMÉNEZ VARGAS MACHUCA (1824)
I. INTRODUCCIÓN
A diferencia de los actos que se llevan a cabo a título oneroso, las liberalidades tienen una
repercusión jurídica negativa (1825) ).
Un ejemplo que ilustra esta afirmación constituye el tratamiento del pago indebido, cuando
quien aceptó dicho pago indebido enajena el bien a un tercero. En todos los casos en que
dicha enajenación haya sido realizada a título gratuito (es indiferente si hubo buena fe en
todas las partes), el tercero debe restituir el bien, lo que no ocurre cuando el tercero
adquirente lo hizo a título oneroso, pues en estos casos habrá obligación sólo si éste actuó
de mala fe. Ahora bien, en este tipo de casos existe un error que conlleva un desbalance
económico entre las partes, el cual se recupera mediante el "reacomodo" o "reubicación" del
bien en manos de quien debió estar de no ocurrir tal equivocación. No obstante, no debemos
perder de vista que de alguna forma se homologa, a efectos del resultado, la adquisición a
título gratuito con la adquisición a título oneroso de mala fe.
La inseguridad jurídica imposibilita, o en el mejor de los casos, dificulta a una unidad social a
tener un grado de calculabilidad en relación a lo que puede esperar de las demás unidades
sociales, generando desconfianza e incertidumbre. Los intercambios que sostienen las
economías de mercado requieren estar dotados de un flujo claro y eficiente de las relaciones
entre las personas y entre éstas y los bienes, siendo indispensable la existencia de la
previsibilidad en estas relaciones.
De no existir esta previsibilidad del futuro del derecho de propiedad que se tiene respecto de
un bien, si no existe certeza de que el título de propiedad que de él se tiene va a garantizar
la perpetuidad e incondicionalidad del derecho, entonces no hay seguridad jurídica sobre tal
derecho de propiedad. En la práctica, este bien quedaría fuera del comercio debido a que
resulta evidentemente riesgoso adquirirlo, pues no se puede prever lo que va a ocurrir con
él. Esto es lo que acontece con los bienes adquiridos a título gratuito.
Esta discriminación jurídica resulta perjudicial, como veremos a lo largo del presente
análisis; no cabe distinguir entre títulos de propiedad "perfectos" e "imperfectos". El título de
propiedad debería ser el mismo en términos de seguridad y atributos para cualquier caso de
adquisición del bien.
Nuestro análisis sobre este tema tiene como finalidad la comprobación de la ineficiencia de la
norma, y la inconveniencia e inutilidad de la permanencia de su particular regulación en el
ordenamiento jurídico. Para ello realizamos una comparación entre las regulaciones vigentes
del Perú y la Argentina y, finalmente, expondremos las interesantes soluciones aportadas a
la referida problemática en el Proyecto de Código Civil argentino.
II. LA DONACIÓN
La donación aparenta ser un negocio jurídico muy simple, debido a que consiste en la
transmisión libre y voluntaria de bienes que una persona realiza a favor de otra, sin recibir
nada en compensación. La nota saltante de estos contratos es su gratuidad, la misma que se
considera una cualidad por englobar nociones socialmente valiosas como altruismo,
solidaridad, generosidad (1830).
Debemos precisar que al ser un contrato, sólo puede celebrarse entre personas vivas
(donación intervivos), y además se trata de un contrato cuyos efectos han de producirse de
inmediato, por lo que conceptual y sistemáticamente se excluyen los legados y las llamadas
donaciones mortis causa.
Al respecto, el profesor español José Puig Brutau reseña un interesante caso (sentencia del
7/7/1978, Aranzandi, nro. 2756) en el que la donante, quien tenía setenta años de edad a la
fecha de la donación, se reservó el disfrute, administración y disposición de los bienes
donados durante el plazo de cuarenta años, lo cual significaba que dicha "donación" tendría
efecto sólo después de su muerte. "El Tribunal Supremo declaró: `que lo realizado choca con
el contenido del art. 618 del Código Civil, que considera el contrato donatorio como una
figura especial de la forma genérica del acto de liberalidad, en el que ésta es primordial para
todos los tipos de la misma, a la que es preciso añadir, para puntualizar su concepto, las
notas contractuales de gratitud y de disposición, ninguna de las cuales puede estimarse
concurrente en el presente caso, demostrativo de que la donante no tuvo nunca en verdad el
indispensable animus donandi propiamente dicho, sencillamente porque lo que quiso y esa
fue su voluntad, no fue realizar un auténtico contrato de donación´" (1834).
El Código Civil peruano señala que "Por la donación el donante se obliga a transferir
gratuitamente al donatario la propiedad de un bien" (art. 1621). De esta definición se
desprende que se genera una obligación de transferir la propiedad de un bien por parte del
donante en favor del donatario, a título gratuito.
Por su parte, el Código civil argentino establece que "Habrá donación, cuando una persona
por un acto entre vivos transfiera de su libre voluntad gratuitamente a otra, la propiedad de
una cosa" (art. 1789 ). Como vemos, la norma argentina es más descriptiva que normativa,
y es sumamente cautelosa en cuanto a la naturaleza jurídica de la donación: si bien sitúa la
figura en el lugar de los contratos (Título VIII de la sección tercera: De las obligaciones que
nacen de los contratos), no hace referencia al término obligación, como sí lo hace en los
demás contratos; en cambio, señala que la donación es un "acto entre vivos". Asimismo, cae
en reiteración al indicar que una persona transfiere "de su libre voluntad", ya que por
tratarse de un contrato, la libre voluntad de las partes se encuentra implícita.
Esta ambig•edad pone de relieve la dificultad del sistema argentino en aceptar que se trata
de un contrato, a diferencia del Código peruano, que no sólo ubica la norma en el Libro VII
sobre Fuentes de las Obligaciones, en la sección de Contratos Nominados, sino que indica
expresamente que la obligación se genera en forma convencional.
Ahora bien, habiendo visto las posiciones y contradicciones de cada sistema respecto de la
naturaleza jurídica de esta institución, veremos cómo las disposiciones que vienen
inmediatamente después de la norma relativa a la definición inician una secuencia de
remisiones hasta llegar al mismo resultado.
Como dijimos, el sistema peruano define y ubica a la donación dentro de los contratos
(1836), en tanto que el sistema argentino opta por una posición ambivalente.
Por otro lado, los dos sistemas jurídicos incluyen, dentro del capítulo de donación, una
norma que alude a las disposiciones post mortem, la misma que es remitida al capítulo de
sucesión testamentaria. En este punto ambas legislaciones relacionan un acuerdo entre
partes (donación) con un acto unilateral (legado (1837) ). Éste constituye el primer paso de
la conducción de esta figura hacia el derecho de sucesiones. Es de notar que recién en esta
norma la ley argentina hace explícita la naturaleza contractual de las donaciones entre vivos,
al señalar que la promesa de bienes a título gratuito condicionada a producir efecto con
posterioridad a la muerte del promitente, "...será nula como contrato."
Como vemos, tanto la doctrina peruana como la argentina se inclinan por considerar a la
donación como un contrato (1838).
2. Formalidad de la donación
Ambos sistemas clasifican la forma de la donación atendiendo al tipo de bien que se dona y a
su valor.
Los dos sistemas establecen que la forma de la donación para los bienes inmuebles será ad
solemnitatem y no ad probationem. En otras palabras, la forma de estas donaciones es
constitutiva del derecho transferido.
Para el derecho peruano, esta donación se debe hacer por escritura pública, bajo sanción de
nulidad (art. 1625). Para el derecho argentino, no sólo la donación sino la aceptación deben
constar en escritura pública; se exige que ambos actos consten en la misma escritura.
En el caso de bienes muebles, el art. 1624 del Código Civil peruano establece que no se
requiere la tradición, sino un escrito de fecha cierta para las donaciones cuyo monto exceda
del veinticinco por ciento de la unidad impositiva tributaria (1839) vigente al momento de
celebrarse el contrato. En este caso, la forma es constitutiva. Para montos inferiores, no se
requiere formalidad alguna. El sistema argentino, en tanto, no considera la forma en estas
donaciones como constitutiva sino como probatoria.
Por tratarse de un acto gratuito, el legislador opta por formas solemnes -particularmente
para inmuebles- de carácter constitutivo. La finalidad es darle tiempo al donante para
reflexionar con calma acerca de su decisión de disponer de un bien de su propiedad sin
percibir contraprestación alguna por parte del donatario. Esta consideración de índole
práctico, a su vez, desvirtúa el carácter obligacional del acuerdo.
Sin embargo, la institución alberga entre sus normas una disposición a la que no se puede
considerar limitativa, sino destructiva de las categorías conceptuales en las que se enmarca
la donación. A esta disposición se le denomina donación inoficiosa, y es definida
erróneamente como límites a la donación.
En síntesis, los supuestos para que opere la donación inoficiosa son los siguientes:
El donante donó en vida uno o más bienes de su propiedad. Resulta indiferente si esta
donación fue producto de un contrato nominado (1840). Este acuerdo se perfeccionó
mediante escritura pública, en la cual se constituyó el derecho de propiedad del donatario.
Se establece la legítima, y si ésta no alcanza a ser cubierta por el patrimonio que el causante
tenía a su muerte, se reducen las donaciones que realizó en vida hasta completarla.
Ambos sistemas -al igual que la mayoría de los que pertenecen a la tradición jurídica
romano-germánica- incluyen esta norma, independientemente de sus distintas posiciones
respecto de la naturaleza jurídica de la donación. Podría decirse que esta norma
"homogeiniza" la donación, en cuanto a sus efectos, a la mayor parte de los ordenamientos
jurídicos civilistas; es aquí donde hay confluencia de criterios. En estos ordenamientos
jurídicos se han dado cambios en la normatividad correspondiente a las obligaciones y
particularmente a los contratos, conduciéndola a plasmar en forma más realista las diversas
costumbres comerciales y de tráfico de bienes. Esto ha implicado reforzar los atributos de la
propiedad, así como la autonomía de la voluntad para realizar actos de disposición. Sin
embargo, la donación inoficiosa se ha mantenido estática, inamovible en los códigos a través
de los años.
La reducción de las donaciones sólo opera si éstas son inoficiosas, vale decir, cuando
perjudiquen las legítimas. Primero se reducirán los legados y luego las donaciones. Como se
aprecia, éste es el recurso principal para defender la legítima. Pero no se considera la
protección al derecho del donatario, quien puede verse mermado o hasta despojado de su
derecho de propiedad respecto del bien donado. Ni la legislación ni la doctrina lo han tomado
en cuenta. Los Tribunales (en general en los sistemas de la misma familia jurídica) no tienen
autonomía respecto de la legislación, por lo que deben resolver sobre la base de la norma
positiva.
Así, Augusto Ferrero (1842), en la línea de protección al derecho de los herederos forzosos
(legítima), sostiene que "La legítima o cuota indisponible, como también se le denomina,
tiene como fundamento afirmar la solidaridad familiar y evitar que el patrimonio sufra una
atomización excesiva". Al referirse a la relación entre la legítima y las donaciones, este autor
expresa que "La legítima está constituida por todo el patrimonio del causante,
independientemente de si lo hizo él o lo heredó. Los institutos de la legítima y de la porción
disponible están tratados en la sección de la sucesión testamentaria, porque justamente es
en relación a ellos que el causante debe expresar su última voluntad. No obstante, la
legítima no sólo opera en el campo de la sucesión testada como una limitación a la libertad
de testar, sino también en la sucesión intestada cuando es afectada, lo cual puede ocurrir
cuando el causante sobrepasa la porción disponible con donaciones".
Por su parte, Guillermo Lohmann (1843), en una postura algo más crítica al señalar la
situación aleatoria del donatario, describe la reducción de las donaciones en la parte que
resultó "inoficiosa" a la muerte del donante "... puede haberse producido un exceso que sólo
se sabe al abrirse la sucesión y conocerse los valores de la herencia. El exceso, dice la
norma, es inválido. Esto de invalidez reclama algunas matizaciones. La expresión de
invalidez no es feliz. La donación, desde luego, es válida como negocio jurídico y siempre lo
seguirá siendo. Otra cosa es que sus efectos deban reducirse o suprimirse. En realidad, a
poco que se mire, no hay invalidez alguna. Hay plena validez y eficacia hasta la fecha de
muerte del causante, porque sólo entonces podrá saberse si donó en exceso o no. Si la
respuesta resulta ser afirmativa, simplemente el exceso del porcentaje disponible se agrega
a la legítima y respecto de la diferencia no se produce invalidez sino una especie de
resolución (art. 1371 , Cód. Civ.) que por causal sobreviniente a la celebración de la
donación produce ineficacia en el monto excesivo, que suele llamarse como la parte
inoficiosa de la donación. Naturalmente, por no haber invalidez originaria (y sólo
eventualmente ineficacia sobrevenida en caso de prosperar la acción de reducción que
interponga el legitimario), el donatario es perfecto adquirente del bien donado y perfecto
propietario de ello. De lo cual se deriva que puede disponer de la cosa donada y hacer suyos
los frutos correspondientes hasta la fecha de emplazamiento de la demanda de reducción de
donación. La situación del donatario es, pues, completamente aleatoria. La subsistencia de
los efectos de la donación dependen en gran medida de la fortuna que deje el causante al
morir y de los anticipos que hubiera hecho a sus legitimarios (y de si hay otras donaciones
posteriores que deban ser reducidas primero)".
Alberto G. Spota (1844) señala que "Sin perjuicio de que el nuevo Código Civil, surgido de la
ley 17711 , ha brindado seguridad jurídica a los contratos a título oneroso, lo cierto es que
aún ante el supuesto de que las partes persigan con la simulación de un fin lícito como lo es
la donación, suelen ocurrir a tal donación disfrazada con el propósito de que el donatario
cuente con un título `comercializable´, o sea, que no esté expuesto a la acción de reducción,
la cual es reipersecutoria y no prescribe sino a partir del plazo decenal ordinario (art. 4023),
pero a contar de la muerte del donante (art. 3955). Este plazo incierto -la muerte del
donante con más el término decenal indicado- pone de manifiesto la "imperfección" del título
en cuanto pueda darse la hipótesis de que surjan legitimarios que no se tuvo presentes. Es
por ello que se recurre a esta simulación relativa, la cual nos enfrenta ante un estado de
cosas donde la donación sigue apareciendo en el ámbito jurídico, pero con el ropaje del acto
contractual a título oneroso".
Disminución del valor del bien donado. Se convierte en un título devaluado, cuyo valor
comercial deviene en uno bastante inferior al valor de mercado.
El derecho argentino la denomina dominio, definiendo a éste como el derecho real en virtud
del cual una cosa se encuentra sometida a la voluntad y a la acción de una persona.
Inclusive señala que el dominio es perfecto o pleno cuando es perpetuo. Los requisitos para
que se configure un dominio perfecto o perpetuo son que la cosa no se encuentre gravada y
que no esté sometida a una condición.
Analizando los cuatro caracteres del derecho de propiedad (real, exclusivo, absoluto y
perpetuo), los mismos que son el complemento de los atributos del propietario (usar,
disfrutar, disponer y reivindicar un bien), Jorge Avendaño señala que aquéllos "configuran y
delinean este derecho de propiedad como el más completo de los derechos reales [...]. Por
ser un derecho real, la propiedad confiere a su titular las facultades de persecusión y de
preferencia, y además establece respecto de la cosa una relación directa e inmediata. Por ser
un derecho exclusivo, la propiedad es erga omnes, esto es, se puede oponer a todos y
excluye de su ámbito a todo otro titular. Por ser un derecho absoluto, la propiedad confiere a
su titular todas las facultades posibles sobre el bien [...]. Y por ser un derecho perpetuo, la
propiedad sólo se extingue cuando el bien desaparece o cuando es abandonado, no así por el
simple no uso del titular" (1848).
El derecho de propiedad importa, como vemos, un poder casi absoluto respecto del bien del
que se es propietario, teniendo como únicas limitaciones (restricciones legales) el interés
social, así como la necesidad y utilidad públicas, que constituyen el supuesto de la
expropiación (1849).
Como causas de extinción de la propiedad, el Código Civil peruano enumera las siguientes: la
adquisición del bien por otra persona, la destrucción del bien, la expropiación y el abandono.
No se contempla la reducción de las donaciones.
Como sabemos, en los ordenamientos jurídicos argentino y peruano, así como en la gran
mayoría de los que se encuentran en una economía de libre mercado, el concepto de
propiedad tiene una significación filosófica (que se encuentra interiorizada por los
ciudadanos), que es prácticamente homogénea, encontrándose reflejada en sus legislaciones
y políticas de desarrollo. Esta concepción vincula a la propiedad privada con la libertad.
V. DONACIONES SIMULADAS
Hemos constatado cómo es que un precepto de esta naturaleza puede romper a nivel
conceptual y orgánico con las demás normas del cuerpo legal en que se encuentra inmerso,
comprometiendo y hasta desvirtuando categorías jurídicas clásicas y estables (aun con sus
actuales replanteamientos teóricos) como el contrato, la autonomía de la voluntad y el
derecho de propiedad.
Para los efectos, esta norma se encuentra mucho más circunscripta al derecho de sucesiones
que al de obligaciones o contratos, no obstante que tampoco encaja naturalmente dentro de
aquél, ya que la donación es un acuerdo de voluntades (acto intervivos) mediante el cual
una persona se obliga a transmitir a la otra la propiedad de un bien, perfeccionándose este
contrato a través de una solemnidad (1850). En el sistema peruano el momento en que se
constituye la obligación es muy específico, en tanto que, como hemos visto, en el sistema
argentino, este momento es algo más ambiguo.
Pero es la inseguridad jurídica que acarrean las normas sobre inoficiosidad (y su consecuente
reducción) de la donación la que repercute en la realidad.
La doctrina (1851) reconoce la existencia de las donaciones disfrazadas, que constituyen una
simulación relativa (1852). Sin embargo, no se realiza un análisis del descrédito que implica
tener una institución que no se utiliza en su aspecto jurídico (con excepción de las
donaciones realizadas por personas jurídicas, muchas veces como resultado de un cálculo
tributario-contable), a pesar de que sí se efectúa en su aspecto real.
Como hemos señalado en un trabajo anterior (1853), los operadores del Derecho suelen
recomendar, a quienes desean donar o recibir en donación, su encubrimiento bajo el
contrato de compraventa. Pocos desean transferir y nadie quiere obtener un derecho que
puede ser cuestionado en cualquier momento. Un fin lícito como donar se realiza siempre
con la apariencia de otro contrato (a título oneroso) para evitar engendrar un título tan
injusto como ineficiente (1854).
El Proyecto del Código Civil argentino, en primer lugar, mejora notablemente la definición de
donación en cuanto le asigna en forma más nítida su condición de contrato, ya que en lugar
de señalar lacónicamente que se trata de un "acto entre vivos" por el que una persona
transfiere a otra la propiedad de una cosa gratuitamente y "de su libre voluntad", ahora es
claro y contundente al establecer que "Hay donación cuando una parte se obliga a transferir
gratuitamente a otra una cosa, y la otra lo acepta" (art. 1421). Asimismo, deja de lado la
reiteración "de su libre voluntad" que sólo descubría la ambig•edad de la categoría
contractual de la donación. Consideramos que la mención a la aceptación dentro del artículo
que define la donación (si se trata de un contrato y no de un acto unilateral tiene
necesariamente que haber consentimiento a fin de crear, regular, modificar, transferir o
extinguir relaciones jurídicas patrimoniales) sigue traduciendo algo de la perturbación
conceptual que siempre acarrea jurídicamente la donación, debido a su carácter gratuito.
Se reduce primero la última donación, y luego las demás en orden inverso a sus fechas,
hasta salvar el derecho del reclamante. Las de igual fecha se reducen a prorrata.
Asimismo, la acción de reducción prescribe a los dos años contados desde la muerte del
causante:
Artículo 2502. Prescripción de dos (2) años. Prescriben a los dos (2) años:
[...]
Creemos que si bien la solución del Proyecto argentino resulta sumamente interesante y
alentadora en cuanto recoge el clamor de la realidad y de la doctrina, nos parece que no
resuelve el problema en su totalidad, sino que sólo lo alivia. Se reduce la inseguridad
jurídica, mas no se la elimina.
VII. CONCLUSIONES
En efecto, la donación inoficiosa se declara con posterioridad a la muerte del donante, y con
referencia a los bienes que éste dejó al morir. No interesa si al momento en que realizó la
donación él se encontraba en una situación económica superior que al fallecer (que es lo
usual). Por tanto, operaría como una resolución pero con causal posterior al
perfeccionamiento del contrato, y sin que en esta causal haya existido participación alguna o
responsabilidad de las partes.
Respecto del punto del empobrecimiento, cabe realizar algunas precisiones. Es lógico
suponer que cuando una persona decide donar un bien a otra, lo haga debido a que
considere a este bien como un excedente; en otras palabras, no es racional donar los
primeros sino los últimos mil nuevos soles. Asimismo, también podría ser que el donante
considere más provechoso para sí el desprenderse de este bien, exonerándose de este modo
de la obligación o carga de conservarlo. Esto, sumado a la gratificación personal de realizar
un acto de desprendimiento, tiene un valor difícil de cuantificar, pero no por ello es
inexistente, resulta en un todo de beneficio para el donante, el mismo que relativiza el
aspecto del empobrecimiento.
Ciertamente, el factor emocional o psicológico tiene un "precio" que las personas estamos
dispuestas a pagar, más allá del valor estricto de los objetos; de otra forma no se explicaría,
por ejemplo, la disposición a pagar una suma significativamente mayor por un bien de una
marca que por otro idéntico sin ella, sabiendo perfectamente que no hay otra diferencia
entre ambos. Si "compramos" bienestar, ¿por qué no podría considerarse a la donación, en
estos términos, como una adquisición de satisfacción para el donante? La única respuesta a
esta pregunta sería que la satisfacción proviene de su propio acto, y no del donatario, pero
también es cierto que sin este donatario que recibe el bien, el donante no obtendría este
beneficio que desea adquirir.
Por último, quien dona un bien tiene la intención de transferir la propiedad perpetua (es
decir, la misma calidad del derecho de propiedad que él tiene respecto del bien), ya que de
lo contrario se limitaría a ceder el uso del mismo. Esta figura no permite a quien
supuestamente tiene el dominio absoluto de sus bienes, disponer de ellos y transferir dicho
dominio a título gratuito, lo cual es una de las atribuciones que el sistema confiere al
propietario.
Por esta razón es que las compraventas simuladas constituyen la realidad que ha suplido la
deficiencia de la norma. Esta práctica lleva décadas, llegando a formar parte de la
costumbre. El costo de mantener figuras ineficaces y en desuso en nuestros sistemas es más
alto de lo que se supone. Resta credibilidad a nuestros ordenamientos jurídicos.
La solución del Proyecto de Código Civil argentino es un importante avance, ya que refleja la
preocupación e interés en la problemática descripta. Es una respuesta interesante y
novedosa a los reclamos y críticas de índole tanto teórica como práctica, la misma que
saludamos, pues la inseguridad jurídica del donatario tiene con ella un lapso definido y ya no
tendrá que estar pendiente de las fluctuaciones del patrimonio de su benefactor durante un
tiempo indefinido (podrían ser hasta décadas). En efecto, al cabo de diez años, tendrá un
título tan seguro y perfecto como el de un propietario que adquirió a título oneroso o por
prescripción. No obstante lo cual, a nuestro criterio, podría ser mejor aún si se eliminase
dicha inseguridad por completo.
En esta materia se siguen las aguas de los Proyectos de Código Único de 1987 y los de 1993
(el de la Comisión Federal y el de la Comisión designada por decreto 468/92 ). El sistema
propuesto tiene las siguientes características:
III. Se amplía la obligación de llevar contabilidad a todas las personas jurídicas privadas y a
las personas humanas que realicen actividad económica organizada o sean titulares de una
empresa o establecimiento comercial, industrial o de servicios. En este aspecto se amplía el
espectro, también, respecto de quienes voluntariamente quieren llevar un sistema de
registración; pero, a su turno, se excluye de la obligación a las actividades profesionales y
agropecuarias y, según la reglamentación local, a aquellos emprendimientos de pequeño
volumen y a las sociedades del Capítulo IV Título I de la Ley de Sociedades. Se estima que
estas pautas responden a un reclamo social y se adecuan a nuestra estructura jurídica
federal.
IV. Se reduce a cinco años el plazo de conservación de los registros, de los libros y de los
instrumentos respaldatorios, lo que condice con el plazo general de prescripción establecido
por el Código proyectado (art. 2492), todo ello sin perjuicio de un plazo mayor que para
todos o algunos de esos instrumentos puedan disponer las leyes especiales.
No es fácil reflexionar sobre los derechos reales en el Proyecto de nuevo código, con
esquemas vetustos, no por ello descartables, pero que en realidad se mantienen hasta el
presente con moldes básicamente semejantes a los que les aportó el Derecho Romano.
Nosotros tenemos un Código de 1871 que todos hemos ponderado y a partir de esa lejana
fecha se han frustrado todos los intentos de redacción de uno nuevo. Así se frustró el
Anteproyecto Bibiloni de 1926, excelente aporte, acaso con excesiva influencia germana no
adecuada a la idiosincrasia argentina, que no tuvo ningún tratamiento en el Congreso. El
Proyecto de 1936, redactado por los más eminentes civilistas de aquellos tiempos, tampoco
tuvo consideración parlamentaria. El Anteproyecto de 1954, concebido por una comisión que
presidió Jorge Joaquín Llambías, quedó unido a la suerte de los sucesos institucionales de
1955 y recién tuvo difusión a través de una publicación de la Universidad Nacional del
Tucumán en 1971.
En 1993 se concretaron dos nuevas iniciativas, una debida a una comisión designada por el
Poder Ejecutivo Nacional, sin ninguna suerte parlamentaria, otra, la producida por la llamada
Comisión Federal en el ámbito de la Cámara de Diputados, que se aprobó por unanimidad, lo
que es muy llamativo en la historia del Congreso argentino, máxime frente a la importancia y
complejidad de la temática de un Código Civil. Los que elaboramos el Proyecto de Unificación
de 1987 e integramos la Comisión Federal en 1993 y nuevamente formamos parte, a partir
de 1995, de las tareas prelegislativas que culminaron con el Proyecto de nuevo Código Civil,
llevamos ya catorce años trabajando, escuchando, discutiendo y tratando de enriquecer lo
elaborado con opiniones ajenas.
Otra enseñanza de los peruanos atañe a la brevedad de los sucesivos códigos civiles, el de
1852 con 2301 artículos, el de 1936 con sólo 1935 artículos y el de 1984 con 2022. Tal
concisión contrasta con los 4051 artículos de nuestro Código, que originó el reiterado
reproche a Don Dalmacio, por enrostrársele que ese monumento era cuestionable por su
casuismo. Acaso, oyendo el mensaje de los peruanos el Proyecto redujo los textos a 2532 y
ello pese a que incorporó contenidos del derecho comercial.
Yo voy a reflexionar concretamente sobre los derechos reales. En algún momento pensé qué
podría agregar en materia de nociones generales a las vertidas en los fundamentos del
Proyecto, pues los correspondientes a los derechos reales me pertenecen. Sin embargo,
pretendo poner el acento en aspectos que no están reflejados en tales fundamentos.
Les advierto que en materia de derechos reales, aunque pudiera existir la tentación de
reproducir normas de otros códigos del mundo, el intento no sería feliz, porque los de raíz
romana han permanecido estrictamente apegados a algunos moldes, conceptos y
terminologías que censura la doctrina, pero que han perdurado en los códigos. Y sería
claramente disvalioso trasladar a la realidad argentina las soluciones de otros ordenamientos
que responden a fuentes no romanas.
En el contexto resaltado me pareció que la mejor alternativa era seguir los grandes
lineamientos de Vélez Sarsfield. Más allá de que hemos procurado una redacción más
genérica y menos detallista, lo cierto es que no sólo en todo el Proyecto, sino muy
especialmente en los derechos reales, la principal fuente es Vélez.
A las instituciones que desarrolla en los derechos reales el actual Código Civil, le agregamos
la propiedad horizontal, la superficie, textos sobre nuevas formas de propiedades especiales,
la indisponibilidad voluntaria, la publicidad registral. Para los institutos que se reiteran en el
Proyecto, Vélez empleó 928 artículos, las mismas instituciones ocupan en este Proyecto 298
artículos, o sea, exactamente el 30%. Si bien el total de las normas de derechos reales del
Libro Quinto asciende a 413 artículos, 115 de ellos regulan figuras que Vélez no desarrolló.
Si la reducción de preceptos a sólo el 30% de los originarios fuera atinada, se habría dado un
paso significativo y liberado al Código de la reiterada censura de ser casuista.
El Libro Quinto se inicia con una definición del derecho real que es poco común en el derecho
comparado, pero que sí incluyen el Código chileno, el ecuatoriano, el colombiano y el
cubano. Es ilógico no definir al derecho real, si se definen al hecho jurídico, al acto jurídico,
al contrato, al delito civil, etcétera.
Es difícil definir al derecho real, pero la dificultad no debe detenernos, pues el propio Vélez lo
definió, no en los preceptos legislativos, pero sí en sus anotaciones. Así, en la nota al art.
497 recuerda la definición de Ortolán y en la nota al art. 2502 menciona otra con matices
diferentes, la de Demolombe.
Quiere decir que Vélez también definió al derecho real. ¿Pero es acertado acudir a las
definiciones legales? La interpretación desaprensiva de la nota de Vélez Sarsfield al art. 495
conduciría a pensar en que el codificador rechazó que la ley contuviera definiciones.
No obstante, la anotación al art. 495 es comúnmente mal leída, porque lo que allí se dice es
que las definiciones deben excluirse de las leyes si son meramente doctrinarias, pero no es
extraña a la ley en el supuesto de "que sea legislativa, es decir, que tenga por objeto
restringir la significación del término de que se sirva, a las ideas que reúnan exactamente
todas las condiciones establecidas en la ley".
Es indiscutible que Vélez no solamente defendía las verdaderas definiciones legislativas, sino
también que acudió a ellas reiteradamente.
La moderna legística impone las definiciones porque conviven dos lenguajes, el vulgar de
ciudadano común y el técnico jurídico. Seguramente lo ideal sería una coincidencia absoluta
entre las palabras de la ley y el lenguaje vulgar, pero si bien -como lo apreciara
Montesquieu- las leyes son aplicadas para los simples padres de familia, es imposible
prescindir totalmente del lenguaje técnico que tanto entusiasmo despertó en las escuelas
alemanas. El razonable punto medio consiste en procurar combinar armoniosamente el
lenguaje vulgar con el técnico, objetivo que hemos intentado satisfacer.
La reducción de las normas de los derechos reales al 30% se facilitó a través de la inclusión
de una suerte de parte general, que contiene las disposiciones generales a sus distintas
manifestaciones. El Código vigente destina a los lineamientos generales sólo cuatro artículos,
los arts. 2502 a 2505 , con la peculiaridad de que la reforma de 1968 al art. 2505 lo privó
de la generalidad que tenía originariamente, porque en Vélez era una norma para todos los
derechos reales y después de la reforma quedó ceñida exclusivamente para los derechos
reales sobre inmuebles.
Las disposiciones generales hacen innecesario reiterar en los distintos derechos reales que es
menester la tradición, o exigir para los derechos reales sobre inmuebles la forma especial de
la escritura pública, o detenerse exageradamente en cuáles son los medios de constitución o
de extinción, pues serán los generales salvo que se agregue uno especial o se excluya alguno
de aquéllos. Ahí está presente una de las circunstancias fundamentales que posibilitó
disminuir drásticamente la fatigosa sucesión de textos aplicables a los derechos reales.
Por cierto, que el distingo básico entre los derechos personales y los reales sigue la
orientación de Vélez Sarsfield, pues su Código es el único en el mundo que arma toda su
metodología asentándose en ese dualismo. Incluso lo seguimos al titular el Libro Séptimo
"De las disposiciones comunes a los derechos personales y reales", pues lo que no es
derecho personal o real ingresa en el marco de las disposiciones comunes a ambos.
Se descartó la posibilidad de prescindir del dualismo clásico, para sustituirlo por la referencia
a derechos registrables y no registrables. Nos pareció que esa otra dicotomía no podía
reemplazar el tradicional dualismo, pues aunque un derecho personal inscripto en el registro
adquiera alguna connotación propia del derecho real, está lejos de serlo, ya que el derecho
personal y el real tienen estructuras ontológicas distintas. El distingo lejos de alejar al Código
Civil de 1871 y al Proyecto del derecho comparado, los mantiene en plena armonía con él,
pues los diversos códigos del mundo, en mayor o menor medida, mantienen la tradicional
distinción, que no puede ser superada por la limitada visión registral.
Es una gran contradicción definir el derecho real como relación directa entre persona y cosa
y después defender que se alumbre el derecho real mediante el mero asiento en el registro,
o sea con una inscripción constitutiva.
Luego de las disposiciones generales se legisla sobre las relaciones reales, es decir, de las
relaciones de hecho entre una persona y una cosa, la posesión, la tenencia y la simple
yuxtaposición, que es el mero contacto físico, escaso en consecuencias jurídicas salvo,
fundamentalmente, la defensa extrajudicial, porque si alguien viene a sacarme una cosa
basta para repeler la agresión la mera yuxtaposición.
Un total de 37 artículos fue bastante para regular las relaciones reales, cuando Vélez les
destinó 116, sin incluir en ambos cómputos las normas atinentes a la defensa de las
relaciones reales, hoy regulada como "acciones posesorias". Todos sabemos ya, por la
experiencia como alumnos o profesores, que uno de los aspectos donde la comunicación es
más difícil es el ámbito de la posesión y de la tenencia, pues el régimen vigente está
distorsionado por la influencia del detallismo del viejo Digesto romano.
El dominio es legislado por Vélez en 167 artículos, que contrastan con los 41 artículos que
emplea el Proyecto. Muchas veces se le ha reprochado al Codificador una postura
exageradamente liberal, sobre todo aquellos que censuran antes de leer siquiera; la
anotación al art. 2508 desvanecía el reproche, pues allí se lee que en el dominio se debe
tener "una consideración esencial a la sociedad: el predominio, para el mayor bien de todos
y de cada uno, del interés general y colectivo, sobre el interés individual". Es cierto que la
letra de la definición del dominio por el art. 2506 luce excesiva, pero la preocupación por un
excesivo individualismo se neutraliza con la regulación de las llamadas restricciones y límites
del dominio.
Para que no se diga que el concepto de dominio es muy antiguo, este Proyecto establece que
el dominio es el derecho real que otorga todas las facultades de usar, gozar y disponer de
una cosa dentro de los límites previstos por la ley. Es el derecho real de contenido más
amplio, pero no desorbitado, pues debe ajustarse a los límites fijados por la ley.
Otro tema en el cual nos preocupó especialmente expurgar de alguna antig•edad a las
normas del Código vigente, es el de las restricciones y límites del dominio. Optamos por
hablar de límites, porque la alusión a restricciones desfigura el sentido del instituto. A las
normas redactadas por Vélez se las ha criticado casi con crueldad, pero recompuestas en sus
grandes lineamientos y evitándose el casuismo, son eficaces también para la realidad
contemporánea.
Las dificultades son hoy, acaso, más nítidas en el condominio sobre muros, cercos y fosos,
conocido como medianería. Si yo les preguntara cuáles han sido temas complejos en los
cursos de derecho civil, seguramente me responderían con la alusión a las nulidades,
problemática muy simplificada en el Proyecto, o se referirían a los privilegios, cuyo régimen
será mucho más sencillo, o también con la invocación de la medianería.
Luego del condominio aparece la propiedad horizontal y alguno, desprevenido, hasta podrá
pensar que ahí sí nos alejamos de Vélez Sarsfield, porque el suyo fue el primer Código en el
mundo que prohibió la propiedad horizontal. La prohibición por el art. 2617 del Código Civil
fue superada desde 1948 por la ley 13512 .
Pienso que si ni siquiera los repetidos consensos, extendidos durante treinta años, son
suficientes para sustentar un nuevo régimen, es prácticamente imposible toda gestación
legislativa.
Respecto de otra propiedad especial, el tiempo compartido, se aporta una solución simple
para quienes no quieran encuadrar la negociación entre los derechos personales, advertir en
él que en realidad implica un condominio de indivisión forzosa sin límite de tiempo, con
asignación de usos y goces sucesivos y alternados. En esta idea hay otra resonancia de las
enseñanzas de Vélez Sarsfield, que en su anotación al art. 1648 descarta que medie
sociedad, pues nace una sociedad en virtud del "contrato por el que dos vecinos comprasen
en común un terreno para proporcionarse un lugar de paseo, o una máquina para explotarla
privativamente cada uno a su turno", con lo cual hasta parece vislumbrar el tiempo
compartido en las cosas muebles.
Con algunos ajustes que se realizan a las normas de la propiedad horizontal para extenderlas
a los conjuntos inmobiliarios, o a las del condominio para abarcar el tiempo compartido, la
cobertura del derecho real se alcanza sin excesos legislativos. Aunque en ambos casos
subsiste la posibilidad de que las partes se inclinen por dejar la relación concertada en la
órbita de los derechos personales, es probable que las empresas para estimular las ventas y
los adquirentes en la búsqueda de una mayor seguridad jurídica, se inclinen por la vía del
derecho real.
A diferencia de Vélez Sarsfield que prohíbe la superficie (art. 2614), el Proyecto la incorpora
al catálogo de derechos reales.
En distintas ocasiones he dicho que me llamaba la atención que un porteño como yo haya
visitado reiteradamente Amboy, lugar generalmente considerado como el de nacimiento del
Codificador, y que no lo hayan hecho muchos cordobeses, entre ellos distinguidos juristas.
Acaso la cercanía modifique la perspectiva y no se le adjudique al desplazamiento hacia
Amboy el carácter de homenaje y de reconocimiento para uno de los grandes de nuestra
historia.
Es interesante recordar la conocida disputa entre Thibaut, que publicó en Heidelberg en 1814
su opúsculo "Sobre la necesidad de un derecho común para Alemania" y Savigny, que le
respondió en Berlín en 1816 con su trabajo "De la vocación de nuestro siglo para la
legislación y para la ciencia del derecho". El primero fundó una elocuente defensa de la
codificación para asentar la seguridad jurídica y el segundo mostró, una vez más, su
entusiasmo por el derecho alumbrado por el cambiante devenir y la costumbre, postulados
irrenunciables de la Escuela Histórica.
En la Edición del Centenario de la Revista del Notariado, órgano del Colegio de Escribanos de
la Capital Federal, me he particularizado en las razones que justifican al derecho de
superficie desde cuatro legitimaciones: la histórica, la del derecho comparado, la
socioeconómica y la dogmático-jurídica, a las que me remito. En esa misma investigación
puntualicé numerosos supuestos reconocidos por el derecho vigente que importan claros
desdoblamientos entre la propiedad de lo edificado y la titularidad del asiento de la
construcción y por tanto elípticas manifestaciones superficiarias.
Vélez fue coherente con sus convicciones cuando prohibió tanto la propiedad horizontal como
la superficie, pero desde 1948, al aceptarse el primero de esos derechos reales, ya ni
siquiera existe la pretendida armonía inicial. La superficie puede contribuir a activar el
mercado de la construcción y a paliar el problema de la vivienda. Basta tener presente que
uno de los pilares de la reconstrucción alemana luego de la guerra fue justamente el derecho
de superficie y que monumentales edificios parisinos se levantaron en virtud de la superficie
y que la recogen países de ideologías contrapuestas, por ejemplo, en nuestra América:
Bolivia, Perú y Cuba.
Con referencia al usufructo, aparte de algunas actualizaciones del régimen, destaco que los
141 artículos de Vélez fueron sustituidos por 26. Estoy convencido de que la simplificación
del orden jurídico va a contribuir a que se modifiquen los sistemas de enseñanza. Todos
sabemos que la metodología de casos es una interesante herramienta pedagógica, pero que
su articulación se dificulta ante las contradicciones que la doctrina, siempre tentada por
encontrarlas, destaca en el régimen del Código Civil. Con las fuertes polémicas que desata el
derecho positivo vigente, es ineludible que la enseñanza destine mucho tiempo a la
clarificación de cuál es el alcance de las normas.
Los derechos reales de garantía ocupan 50 artículos, mientras que en Vélez existen 153
textos. El número acotado de normas no fue obstáculo para que se incorpore un nuevo
derecho real, el de indisponibilidad voluntaria.
La redacción de un capítulo inicial con las disposiciones comunes a las distintas garantías
reales legisladas, es una de las vías que permite la marcada reducción de normas, pues de
ese modo al tiempo que se sistematiza la estructura unitaria, hoy difusa, se hace factible un
menor número de normas para cada garantía.
El derecho real de indisponibilidad voluntaria tiene como antecedente las otrora exitosas
inhibiciones voluntarias, que finalmente se frustraron por la generalidad de la prohibición del
art. 2612, que provocó resistencias a su necesaria recepción por los registros. Esta garantía
real fue adoptada por el Proyecto de la Comisión Federal de la Cámara de Diputados de la
Nación de 1993 y contó en 1995 con el apoyo mayoritario de las Jornadas Nacionales de
Derecho Civil de Mar del Plata. Fue aceptada con entusiasmo por los integrantes de la
Comisión Redactora del Proyecto de Código de 1998 con formación en el derecho comercial,
con argumento en la utilidad que tuvo en el pasado la luego desaparecida inhibición
voluntaria.
Es conocida la resistencia del Codificador a los registros, sin embargo, cuando los previó para
la hipoteca lo hizo en general con destreza, con lo cual expresó su convicción acerca de que
de existir un sistema registral generalizado debía ser contenido en el Código. Con ese
lineamiento nos pareció adecuado, al igual que en el Proyecto de la Comisión Federal, iniciar
el tratamiento de la publicidad registral con un capítulo que desarrollara las disposiciones
comunes a los distintos registros de cosas, para detenernos luego en la publicidad
inmobiliaria, donde se vuelca el mecanismo organizado por la ley 17801 , con escasas
modificaciones. El capítulo final expone las bases de las registraciones personales.
El último sector metodológico de los derechos reales regula la "Defensa real", denominación
que obviamente debe contrastarse con la defensa propia de los derechos personales, o sea,
en ese sentido, defensa personal.
La defensa real se inicia con la defensa extrajudicial de la relación real, que reproduce las
directivas primarias de Vélez, y luego se ocupa de la defensa judicial de las relaciones reales
y de la acción para adquirir la posesión, con un total de 9 artículos, mientras que las hoy
denominadas acciones posesorias son legisladas en 34 artículos.
El régimen de la defensa judicial se inicia con la defensa de las relaciones reales. Nadie
intentará desmentirme respecto de que la regulación vigente de las acciones posesorias sea
reprochable, porque a la complejidad inicial del sistema organizado por Vélez, se le sumaron
las adiciones realizadas por la ley 17711 , que además de complicar aún más el sistema,
generaron comprensiones francamente antitéticas en la doctrina, que con muy limitado éxito
intentó arrimar racionalidad a la cuestión. Dos acciones de amplios espectros, la de despojo
y la de mantener, fueron suficientes para aportar un régimen orgánico comprensivo de las
distintas lesiones posibles.
El título "De la defensa real" culmina con la "Defensa del derecho real", o sea con las
acciones reales. En la actualidad coexisten la acción reivindicatoria, la confesoria y la
negatoria y al legislar sobre el condominio por confusión de límites aparece la acción de
deslinde. El Proyecto se decide por regular únicamente la acción reivindicatoria y la acción de
deslinde.
La acción reivindicatoria asume un ámbito amplio, que abarca los resguardos que hoy
despliegan la confesoria y la negatoria, lo que superará las polémicas acerca de los alcances
de cada una de ellas y no expondrá al ciudadano a las incertidumbres unidas a las diferentes
interpretaciones, con las consabidas consecuencias del eventual desacierto en elegir la acción
considerada pertinente por el tribunal. La unificación señalada encuentra antecedentes en los
códigos chileno, ecuatoriano y colombiano.
El sistema de Vélez para la prueba en las acciones reales fue pensado con abstracción de los
registros y quedó desarticulado con la irrupción de esa modalidad publicitaria. Es ahora
ineludible armonizar la prueba con las exigencias registrales con efectos diversos según el
objeto, tanto para las cosas muebles como para los inmuebles, por ello los distintos
regímenes proyectados.
Creo haber demostrado que en los nuevos textos de derechos reales vive lozano el espíritu
de Vélez y estoy convencido que de estar físicamente entre nosotros, alejado de las
pasiones, defendería al Proyecto, fundamentalmente porque a través de él su mensaje se
prolongará en la próxima centuria. Seguramente, también sería solidario con el Proyecto,
porque recordaría las censuras incomprensibles que recibió el suyo antes de ser convertido
en ley. Alberdi llegó a decir que Vélez se había inclinado ante el imperialismo brasileño,
invocando en ese sentido la fuerte influencia de Freitas y por tanto, así como Mitre era el
padre del Proyecto de Código, Pedro II era su abuelo. También Vicente Fidel López tuvo
palabras muy ácidas para el Proyecto, que cuestionó tanto en el plano jurídico como
ling•ístico y recomendó que subsistiera la aplicación de las Partidas, por "la inmensa riqueza
que llevamos riesgo de dilapidar, de puro inocentes, y por no decir otra cosa". De allí la
amargura del Codificador cuando, en carta a su sobrina, advertía que la principal resistencia
provenía de los que calificó como abogados viejos de Buenos Aires.
Mucho es lo que se ha dicho acerca del concepto de "publicidad registral", y mucho lo que se
ha discutido acerca de los alcances y efectos que dichos términos encierran.
Hablar de publicidad implica hacer público o notorio un hecho o una situación o una relación
jurídica (1856).
Aun cuando los sistemas registrales presenten diferentes tipos, sea que estemos en
presencia de registros constitutivos o declarativos, el valor seguridad constituye la finalidad
primordial de los mismos. De allí que la evolución de la materia registral se ha puesto de
manifiesto cada vez con mayor profundidad en los últimos tiempos, dada la concientización
de que la dinámica del tráfico contractual requiere necesariamente del conocimiento acabado
de las mutaciones reales por los interesados en acceder a la información, y también de las
distintas situaciones que en el ámbito de los derechos personales conllevan trascendencia
registral.
Autores como Roca Sastre coinciden en admitir que "La seguridad jurídica del dominio y de
los demás derechos reales inmobiliarios y del tráfico jurídico de los mismos constituye uno
de los aspectos de la seguridad jurídica general garantizada constitucionalmente... Por tanto,
cuando esta seguridad jurídica general, que entraña una de las finalidades o cometidos
específicos del Derecho en general, es referida a los derechos reales inmobiliarios,
particularmente en orden a su dinámica o mutación, ésta constituye la finalidad primordial
del derecho inmobiliario registral o hipotecario, que tiene por objeto fundamental la
publicidad registral inmobiliaria (1857).
Esta seguridad que da el conocer a través de la publicidad que cumplen los registros,
constituye sin lugar a dudas una forma de prevenir los conflictos frente a situaciones
jurídicas de difícil solución y una garantía institucional de protección de los derechos frente a
reclamos que de otro modo, con el desarrollo adquirido por las sociedades y la complejidad
de las contrataciones, resultaría muy difícil resolver.
Una normativa clara que tienda a evitar conflictos interpretativos y colisiones normativas,
será sin lugar a dudas fuente más que primordial de este valor al que todo orden legal
tiende.
Los que hemos adherido desde hace muchos años a las bondades de la naturaleza
declarativa de los registros y la defensa de la delimitación de la naturaleza de los
documentos que acceden al registro, celebramos la inclusión como general del principio de la
no convalidación registral y la jerarquización del documento inscribible, circunstancia por la
que hemos bregado en numerosos congresos nacionales e internacionales de la materia.
El acceso irrestricto a los registros de los instrumentos privados, implicaría iniciar una
peligrosa vía de modificación al nacimiento de los derechos reales, a más de restar la
garantía que implica el instrumento público en numerosos actos para la seguridad en las
transacciones.
De allí que sólo en situaciones especiales y como excepción al principio general podrán
acceder los instrumentos privados, cuya aceptación actualmente en los registros
inmobiliarios ha tratado de circunscribirse a aquellas situaciones jurídicas que reflejan un
tránsito al derecho real.
Creemos que no podrán confundirse instrumentalmente estos derechos con el contrato que
les da origen, circunstancia por demás conflictiva en aquellas previsiones normativas que
han tratado de dar reflejo registral al ámbito de los derechos personales, pero otorgándoles
categoría de derecho real aun cuando se trata de derechos personales que no han adquirido
dicho status.
Recordemos que la ley 24441 al normar sobre la figura del leasing, e imponer su
registración desde su concreción contractual, implicó un enfrentamiento interpretativo
doctrinario registral, que tuvo como correlato el dictado de disposiciones técnico-registrales
de contenido diverso en las distintas demarcaciones del país.
Así la Capital Federal a través de la disposición técnico-registral 2 del año 1995 no admitió la
inscripción del contrato de leasing inmobiliario sin que se cumpliera con la formalidad de la
escritura pública y se cumplieran los requisitos de certificaciones previstas en la Ley
Registral, mientras que provincias como la de Mendoza, admitieron la inscripción del
instrumento privado con firma certificada en el entendimiento de que debía operarse
registralmente del mismo modo que con las inscripciones de los boletos de afectación a
prehorizontalidad.
La ley 25248 regulatoria del leasing, sancionada recientemente, ha puesto punto final a las
diferencias interpretativas, al exigir en su art. 8º , primera parte, que el leasing debe
instrumentarse por escritura pública si tiene como objeto inmuebles, buques o aeronaves.
El principio de rogación conserva las características que la actual Ley Registral Inmobiliaria
asienta.
El registro no podrá actuar de oficio sino a impulso de quien tenga interés legítimo o se
encuentre facultado por el ordenamiento respectivo.
La conservación de la noción de interés legítimo respeta la íntima convicción que llevó a los
autores de la Ley Registral Inmobiliaria a la necesidad de su acogimiento en la norma, y ha
sido uno de los pilares fundamentales de la legislación argentina en la materia.
"La petición de inscripción es la declaración de voluntad unilateral y recepticia, emanada de
las personas determinadas por la ley, en solicitud al registrador de que se proceda a
practicar el asiento registral que corresponda a la índole del título registrable y que mediante
la presentación de éste al registro da comienzo al procedimiento registral" (1860).
Si bien estas disposiciones tendrían que haber sido dejadas de lado luego de la sanción de la
ley 24441 y las modificaciones introducidas en el art. 980 del Código Civil (1861), algunas
demarcaciones conservan las restricciones en defensa de las llamadas protecciones locales,
circunstancia que ha sido objeto de numerosos recursos judiciales en algunas de ellas, y
seriamente cuestionada por alterar la aplicación de políticas de apertura y desregulatorias.
En orden al principio del tracto se concreta la vieja aspiración de concebir la modalidad del
tracto abreviado sin limitaciones interpretativas.
Aun cuando la Ley Registral Inmobiliaria vigente sienta un claro precepto receptor de la
modalidad antedicha en todos los supuestos en que del instrumento inscribible resultan
diversas mutaciones a partir del último titular inscripto, es bien sabido que por muchos años
el Registro de la Propiedad Inmueble de la Capital Federal, al igual que otros del país, adoptó
una interpretación restrictiva del tracto abreviado que lo concebía como excepción sólo
referida a los supuestos enumerados en los tres primeros incisos del art. 16 de la Ley
Registral.
La recepción por parte del Proyecto, acaba con las discusiones y la discrecionalidad de los
registros y legitima la concatenación de mutaciones resultante de un único instrumento en la
medida en que se legitime el último disponente.
Bien dice José Víctor Sing que "el registrador no es legalmente un intérprete del acto con
facultad decisoria sino un intérprete administrativo de concordancia de sujetos y de
situaciones jurídicas. De allí que se dice que exhiba y no que pruebe. El cometido registral es
registrar documentos y no derechos. Para esto último debería revestir carácter enteramente
constitutivo, valor que nuestro ordenamiento no recoge ni dota a la inscripción de naturaleza
originaria" (1864).
El artículo proyectado por la Reforma establece claramente que el tracto puede ser abreviado
si de un mismo instrumento resultan diversas mutaciones.
Al suprimirse la mención específica de los supuestos mortis causae, concluye con el debate
interpretativo instaurado por quienes se aferran a una interpretación de excepción, olvidando
la afirmación contenida en la última parte del art. 16 de la Ley Registral.
Este principio así concebido recoge no sólo el espíritu que guiare a los creadores de la Ley
Registral sino a la interpretación que la jurisprudencia ha hecho del mismo.
Así la justicia de Córdoba ha establecido que el principio del tracto tiene dos dimensiones,
una de carácter sustancial, que exige que el disponente sea el titular del derecho legitimado
para el acto de que se trate y otra de carácter formal que se basa en la necesidad de que se
articule una técnica registral que brinde seguridad jurídica a quienes se enancan en la
publicidad que emana de los registros.
Si del documento a inscribir resulta el encadenamiento sin alteraciones a partir del último
titular inscripto, se habrá cumplido con ambos requisitos, sin violentar ningún otro principio
rector de la vía inscriptoria (1865).
El principio de tracto abreviado así resuelto tiene asimismo un muy anhelado enunciado
interpretativo de carácter de la simultaneidad.
La Ley Registral Inmobiliaria vigente expresa en el inc. d) del art. 16 que existe continuidad
en el tracto siempre que versen sobre negocios referidos a un mismo inmueble, cuando se
trate de instrumentaciones que se otorguen en forma simultánea, aunque en las mismas
hayan intervenido distintos funcionarios.
Aun cuando puede inferirse que la disposición es clara, la misma dio pie a criterios de
interpretación alejados incluso de la noción de día que expresa el Código Civil y, en la Capital
Federal, cerró la posibilidad de acudir a esa mecánica en los supuestos de autorizarse actos
en diferentes momentos aun en el mismo día o cuando intervienen autorizantes de diferentes
demarcaciones territoriales.
El decreto reglamentario de la ley 17801 para la Capital Federal (dec. 2080/80 , modificado
por el dec. 466 de año 1999) establece que se entiende por instrumentaciones simultáneas
las autorizadas en un mismo momento.
Numerosos son los conflictos originados en esta reglamentación que, por otra parte, ha
hecho extensivo su criterio a otros ámbitos del país, dejando sin solución de dinamismo
inscriptorio a numerosas situaciones que podrían resolverse de otro modo.
Ha sido el doctor López de Zavalía quien ha definido con exactitud que en la simultaneidad lo
importante es la "unidad del tiempo jurídico".
El Proyecto de Unificación consagra en su art. 2169 un principio rector que no deja lugar a
dudas al establecer que el tratamiento de tracto abreviado se aplica también en los
supuestos de instrumentaciones referidas a un mismo inmueble otorgadas en un mismo día,
aunque sea ante escribanos o funcionarios de distintas jurisdicciones.
El Capítulo III del Libro comentado, prevé las situaciones jurídicas personales dentro de las
llamadas "registraciones personales".
Ello permitirá concretar una vieja aspiración de quienes conocemos de los inconvenientes
que plantea la inexistencia de acceso rápido e inmediato a la información de otros registros
del país.
Fue también en esa oportunidad cuando se puso de relieve la necesidad de crear un banco
centralizado de datos, aun cuando dicho despacho no contó con unanimidad, pues algunos
ponentes creyeron conveniente mantener las anotaciones personales en los registros
provinciales sin perjuicio de propiciar la interconexión a través de un sistema informatizado.
El creciente desarrollo de las tecnologías y el avance informático imponen una previsión legal
que, con un enunciado suficientemente amplio permita acoger las innovaciones que en la
materia se produzcan, sin necesidad de tener que recurrir a modificaciones legislativas.
Nada más adecuado que cerrar este escueto comentario sobre algunos aspectos de la
publicidad registral en el Proyecto de Unificación de Códigos que traer las palabras de los
propios autores cuando en los Fundamentos expresan: "No debe dilatarse más la
incorporación de un ordenamiento básico de la publicidad registral al Código Civil, al menos
con relación a las cosas, pues el art. 2505 según la redacción de la ley 17711 , ceñido a los
inmuebles, quedó encerrado en un contexto extraño a la registración".
Podrá decirse que hay diversos aspectos perfectibles, y que algunos enunciados no son
compartidos en su totalidad, pero sin lugar a dudas el trabajo de los autores es la clara
concreción de los principios generales de la publicidad registral y denota que han sabido
capitalizar la valiosa experiencia de tantos años de dedicación al perfeccionamiento de una
materia capital en las modernas legislaciones.
I. CONCEPTO
La inhibición general de bienes es una medida cautelar por la cual, una vez trabada, el
deudor no puede enajenar los bienes que tiene inscriptos en los respectivos registros. Rige
supletoriamente respecto del embargo, cuando siendo éste pertinente no se conocen bienes
del deudor o no cubren el crédito reclamado (1867).
Se requiere el cumplimiento de los recaudos necesarios para decretar una medida cautelar, y
como tal será el juez, el encargado de dictarla.
Además de este tipo de medida decretada en instancia judicial, existe la llamada inhibición
voluntaria, en que el deudor manifiesta por escritura pública su voluntad de inhibirse a favor
de un acreedor, inscribiéndose la medida en el Registro de la Propiedad Inmueble. Su
naturaleza difiere de la anterior porque no se trata de una medida cautelar, dictada por un
juez, sino de un acuerdo de partes, extrajudicial, que cumple una función de garantía.
Dentro del ámbito del derecho de fondo, la medida sería aceptada en concordancia con el
principio de la autonomía contractual que preside el art. 1197 del Código Civil y que no está
limitada por los arts. 21 , 953 , 1071 bis , etcétera; desde esa óptica nació en la práctica
notarial.
En general, la inhibición voluntaria fue aceptada por la jurisprudencia por no afectar a la ley,
la moral o las buenas costumbres considerando que no podía negarse a las partes la
publicidad de un contrato que de ninguna manera lesiona el orden público, sin perjuicio de
las observaciones que expresaremos.
En 1918, por acordada de las Cámaras Civiles de la Capital Federal (1868) se dispuso que:
"la inhibición voluntaria es garantía de la cosa comprada, se entiende como el compromiso
del deudor de no hacer respecto de la cosa ningún acto de disposición que puede impedir u
obstaculizar la acción del vendedor, en el supuesto de tener éste que ejercer su derecho
sobre dicha cosa".
En la provincia de Buenos Aires, hasta la vigencia del decreto ley 11643 reglamentado por
decreto 5479 del año 1965, el decreto 178/49, que trataba de la organización del Registro de
la Propiedad, establecía en su art. 47, como de competencia del Departamento de Embargos
e Inhibiciones la toma de razón determinando la Suprema Corte de la Provincia que: "...debe
admitirse que en estos casos su reinscripción es legal, pues está gravada por la ley de sellos
y autorizada por el decreto 178/49 y que el convenio de partes sobre inhibición voluntaria es
válido, pues no está prohibido por la ley, ni afecta el orden público, la moral o las buenas
costumbres" (1869).
Hasta la sanción de la ley 17801 se seguía admitiendo la inscripción de la obligación
voluntaria de indisponibilidad sin perjuicio de ser materia opinable, en función del alcance
que se otorgara al art. 2612 del Código Civil. Esta norma es el bastión fundamental que se
ha invocado para denegar la procedencia de esta medida, dado que aunque el propietario de
un inmueble se obligara a no enajenarlo, "si lo hiciere, la enajenación será válida, sin
perjuicio de las acciones personales que el acto puede constituir contra él".
El art. 2612 obsta la recepción por los registros de las inhibiciones voluntarias. El art. 1364
que permite la inclusión en el contrato de compraventa la cláusula de no enajenar la cosa
vendida a persona determinada, implica un apoyo normativo para la recepción registral de
las inhibiciones voluntarias en ese supuesto especial, o sea con relación a persona
determinada. Pero, la inhibición voluntaria de disponer a persona determinada, poco importa
para los fines que tradicionalmente pretendió cumplir dicha figura (1870).
Los incs. b) y c) del art. 2º establecen los documentos susceptibles de inscripción y desde
una postura flexible se la podría incluir dentro de las inhibiciones que contempla el inc. b),
como lo habían entendido los notarios.
En sentido similar se interpretó el art. 30 de la misma ley que prevé las secciones donde se
anotarán:
"a) La declaración de la inhibición de las personas para disponer libremente de sus bienes;
"b) Toda otra registración de carácter personal que dispongan las leyes nacionales o
provinciales y que incida sobre el estado o la disponibilidad jurídica de los inmuebles".
Pero cabe señalar que el decreto 2080/80 en el art. 3º , inc. d) establece estrictamente que
"no se registrarán los documentos que no se hallen contemplados en el art. 2º de la ley
17801, en especial los siguientes: "Los que contengan restricciones voluntarias de disponer
de los bienes -particulares o generales-, sea que se presenten bajo la denominación de
`inhibiciones voluntarias´ o cualquier otra...". Y en consonancia, la disposición técnico
registral de diciembre de 1969 del Registro de la Propiedad Inmueble dispuso: "A partir del
1º de enero de 1970 serán rechazadas sin más trámite las cláusulas de constitución de
inhibiciones voluntarias traídas a su toma de razón cuando son relativas a un bien inmueble",
con lo cual se clausuró toda posibilidad dentro del ámbito de la Capital.
"1. Las anotaciones que se practican en el Registro de la Propiedad Inmueble tienen por
objeto la publicidad de la situación jurídica del bien.
"2. La inhibición voluntaria encuadra dentro de las previsiones del art. 30 del decreto-ley
17801/68 .
IV. LA DOCTRINA
La doctrina está dividida frente a la admisión o no de esta figura.
Considera que: "Este tipo de inhibiciones se inició como una pragmática notarial para impedir
que el deudor se insolvente y el sistema funciona muy bien en los lugares donde el Registro
no deniega su anotación de publicidad-noticia, como en Buenos Aires y Santa Fe, pero
inexplicablemente algunos Registros la han proscripto (Capital Federal: decreto 2080/80 y
Entre Ríos, ley 6964 ).
"Se aduce que la inhibición voluntaria carece de validez por cuanto nadie puede obligarse a
enajenar (art. 2612 , Cód. Civ.). En realidad esta obligación de no hacer no está alcanzada
por la nulidad genérica del art. 18 del Código Civil y como en otras obligaciones similares
(art. 634 id.), si el acto fuere irreversible se resolverá por el pago de daños y perjuicios
(arts. 634 y 2612 in fine del mismo Código).
"La nulidad prevista en el recordado art. 18 , según su última parte, sólo rige `si la ley no
designa otro efecto para el caso de contravención´ y ese otro efecto es precisamente la
inoponibilidad para el tráfico jurídico y la obligación indemnizatoria o el deber de satisfacer el
perjuicio que del contrato resultare a terceros" (doctrina del art. 1174 , Cód. Civ.).
"De lo expuesto se infiere que no está en juego la nulidad (no es un acto contra legem) sino
la eficacia de la inhibición voluntaria, la que no depende del Registro, cuya responsabilidad y
cuyo servicio se limita a la anotación y oportuna publicidad de estas inhibiciones, para que
sea el notario quien decida si debe o no escriturar y exponerse a las sanciones previstas para
los casos de inconducta (arts. 902 y 1112 , Cód. Civ.), o como partícipe necesario si hay
desbaratamiento de derechos adquiridos" (1872).
Adhiere a la misma postura con otros argumentos Fontbona: "1º) Que la modalidad
contractual garantizada por la llamada `inhibición voluntaria´ del deudor no está
comprendida en el caso previsto por el art. 1364 del Código Civil cuando se trate del caso
del mutuo o préstamo y no viola la prohibición del art. 2612 , porque no se trata de una
obligación a perpetuidad sino temporal; 2º) que es una convención que no afecta al orden
público, la moral ni las buenas costumbres; 3º) que su registración tiene cabida en la ley
nacional de registros 17801 , porque se trata de una anotación de carácter personal, incluida
en el Capítulo VI de la misma, y 4º) que la propia ley, no obstante darle al asiento el referido
carácter personal, en su art. 31 , obliga a su vinculación con el `folio real´ cuando fuere
procedente y corresponda, vale decir, en el supuesto de la inhibición voluntaria de no
enajenar un determinado inmueble, a raíz de un contrato de mutuo o un reconocimiento de
deuda" (1873).
En el mismo sentido se pronuncia Andorno quien sostiene que "frente al texto de los arts. 18
, 1364 y 2612 del Código Civil, en cuanto se consigna el principio que prohíbe la cláusula
absoluta de no enajenar, tal prohibición carece de eficacia frente a terceros, toda vez que la
enajenación será válida, sin perjuicio de la correspondiente indemnización de daños y
perjuicios" (1875).
Llambías-Alterini al analizar el art. 2612 del Código Civil, armonizan su contenido con el art.
1364 y dicen: "a) La doctrina en general sostiene que el art. 2612 debe ser correlacionado
con el art. 1364 y que por lo tanto si bien el propietario no puede obligarse a no enajenar a
persona alguna, sí puede hacerlo con relación a persona determinada (Segovia, Machado,
Ibarguren, Lafaille, Salvat, Legón, Pizarro, Greco, Borda, Peña Guzmán, Garrido, Andorno);
b) En postura aislada se argumenta que los arts. 1364 y 2612 tienen distinto ámbito de
aplicación, ya que el art. 1364 se referiría a la cláusula de no enajenar, impuesta en una
compraventa, cuando el comprador no es todavía propietario, y a estar a la disposición
citada, dicha cláusula debería tenerse por no escrita, y los actos contrarios a la misma no
producirían consecuencia alguna, ni siquiera acarrearían responsabilidad por daños y
perjuicios. En cambio, el art. 2612 normaría la hipótesis de quien ya es propietario y se
obliga, por un acto cualquiera, a no enajenar (Gatti, cit. por Mariani de Vidal). Estas
diferencias de matices entre el art. 2612 y el art. 1364 ya habían sido captadas por
Segovia, quien lúcidamente afirma: `Es verdad que en este artículo -el art. 1364 - se trata
de la cláusula o pacto adjunto de no enajenar, impuesto por el vendedor al comprador,
mientras que en el presente la prohibición se hace al propietario de una manera absoluta;
pero, en el fondo, ambas prohibiciones se aproximan y confunden como aplicaciones que son
del principio que la facultad de enajenar es de orden público, y debe existir y mantenerse sin
menoscabo en la persona del propietario; y que así ambas disposiciones deben ser
completadas, la una por la otra´. Con invocación del art. 1364 y por argumento del art.
2613 , Segovia cree que la prohibición del compromiso de no enajenar se extiende incluso a
las cosas muebles (cfr. Pizarro).
1. De lege data
2. De lege ferenda
8. Para alcanzar una mayor seguridad jurídica, los principios de matricidad protocolar,
estricta cronología, numeración correlativa, calificación y autenticidad, aconsejan recurrir a la
forma instrumental de la escritura pública.
11. Aunque por su naturaleza este derecho real de garantía se puede constituir en un lapso
más breve que otros derechos reales y con menores gastos, es responsabilidad de la
autoridad reglamentaria articular las más pertinentes para agilizar su operatoria y prever
costos fijos mínimos.
Se ha optado en este Proyecto por incluir en la nómina de los derechos reales como inc. m)
del art. 1820, la indisponibilidad voluntaria como un nuevo derecho real de garantía incluido
en el Título XII, Capítulos V, arts. 2133 a 2136.
El primero de ellos define este derecho real precisando los objetos sobre los que puede
recaer ("cosas registrables en su totalidad o alícuotas"), su efecto ("el constituyente se
inhibe") y el plazo ("que no exceda de cinco [5] años). Se prevé asimismo que su objetivo es
inhibir "para transmitir o constituir a cualquier título derechos reales sobre ellas, sin perjuicio
de lo dispuesto en el art. 1912. Esta última norma se refiere a la indisponibilidad como límite
del dominio, reemplazando el art. 2612 del Código vigente para conjugar su texto con este
nuevo derecho real, al establecer: "En los actos a título oneroso es nula la cláusula de no
transmitir a persona alguna el dominio de una cosa determinada o de no constituir sobre ella
otros derechos reales. Estas cláusulas son válidas si se refieren a persona o personas
determinadas.
"En los actos a título gratuito todas las cláusulas aludidas son válidas si su plazo no excede
de diez años.
"Si la convención no fijó plazo, estableció un plazo superior a diez años o incierto, se
considera celebrada por ese tiempo. Es renovable de manera expresa por un lapso que no
exceda de diez años contados desde que se estableció.
"En los actos por causa de muerte son inválidas las cláusulas que afecten las porciones
legítimas".
Resuelve con precisión quiénes están legitimados para constituir este derecho: los titulares
de derechos reales sobre cosa propia, coherente con quien tiene la facultad de disponer.
En realidad, las Primeras Jornadas Nacionales de Derecho Registral de San Rafael acuñan la
expresión y el sentido de tercero interesado adoptado mayoritariamente por nuestra
jurisprudencia. Y también en ellas se declaró que: "Para que el tercero interesado pueda
invocar el desconocimiento de la realidad extrarregistral de las mutaciones reales, debe ser
de buena fe, la que se presume mientras no se pruebe que conoció o debió conocer la
inexactitud del Registro (incluso la existencia del acto causal)" (1878).
Esta norma pone fin a una de las objeciones planteadas sobre la situación de otros
acreedores frente a la indisponibilidad, resolviendo puntualmente la de aquellos frente a los
cuales pierde su virtualidad y puede ser ejecutada. En un caso se trata del reconocimiento de
la prioridad registral y su oponibilidad; en otras se asemeja a la inoponibilidad del bien de
familia frente al crédito por expensas comunes, cubriendo también su ejecución por
impuestos, tasas o contribuciones, así como mejoras realizadas en la cosa. Finalmente se
trata de defender la cuota alimentaria frente a la posibilidad de su desbaratamiento en el
supuesto de constitución de una indisponibilidad que -como su nombre lo indica- es
voluntaria.
El Proyecto de Código Civil de 1998 trata el tema en análisis en el Libro V ("De los derechos
reales"), Título VII (arts. 2029 y 2030), bajo la rúbrica "De las propiedades especiales".
Como se señala en los Fundamentos (1879), bajo este título se estructura un régimen
legislativo para las conocidas en la doctrina como nuevas formas de propiedad (1880): los
clubes de campo (countries), los parques industriales, los barrios o cementerios privados, los
centros de compras (shopping centers), las entidades similares y el tiempo compartido.
El art. 2029, bajo el epígrafe "Conjuntos inmobiliarios", expresa: "Los clubes de campo,
parques industriales, barrios o cementerios privados, centros de compras, y entidades
similares, pueden sujetarse al régimen de los derechos personales o de la propiedad
horizontal.
Por su parte, el art. 2030, denominado "Tiempo compartido" reza: "La asignación de usos y
goces sucesivos o alternados por períodos determinados, sobre un conjunto de cosas, puede
sujetarse al régimen de los derechos personales o del condominio con indivisión forzosa sin
límite de tiempo. En este caso el condominio con indivisión forzosa se constituye por el
otorgamiento en escritura pública del reglamento de condominio y administración su
inscripción en el registro inmobiliario. El reglamento puede instituir una administración con el
carácter de mandatario irrevocable.
Las figuras enumeradas, que reflejan en todos los casos fenómenos de comunidad y
aprovechamiento común de bienes, cosas y servicios, se han desarrollado con éxito en la
República Argentina, con mayor auge en las últimas dos décadas.
La imposibilidad jurídica de acudir a los derechos reales permitidos para dar vida a estas
modernas propiedades y el vacío legislativo que existe sobre la materia son disvaliosos desde
todo punto de vista. En primer lugar, dada la importancia económico-social que representan
estos emprendimientos, en tanto involucran al derecho de propiedad (1884), y en especial a
la propiedad inmobiliaria. Por otra parte, la realidad muestra que, en los hechos, quienes
pretenden subsumir las propiedades especiales en el ámbito de los derechos reales, acuden a
los tipos existentes -usufructo, uso, habitación, servidumbres, propiedad horizontal, etc.-
soslayando las normas de orden público que los estructuran y reglamentan. Y ello, sin
ninguna duda, genera incertidumbre en las relaciones jurídicas. Por ejemplo, se adquiere a
perpetuidad el derecho real de uso respecto de una parcela de un cementerio privado, sin
hacerse mérito de que ese derecho real se extingue con la muerte del usuario, por ser
vitalicio, y que es intransmisible a los herederos (arts. 2969 , 2822 , 2920 y 2825 , Cód.
Civ.).
Las ventajas y seguridades que confiere el derecho real son muy superiores a las que otorga
el derecho personal ya que, en principio, se minimizan los riesgos de la inversión (1885). Tal
superioridad proviene, básicamente, de las notas típicas de aquél: la oponibilidad absoluta o
erga omnes, derivada de una publicidad suficiente, la inherencia, el ius preferendi, el ius
persequendi y la relación directa e inmediata con la cosa objeto del derecho. En otro orden,
mientras que los derechos personales son siempre temporarios, los derechos reales pueden
ser perpetuos y tienen vocación de permanencia en el tiempo (1886).
Lo expuesto pone en evidencia que es imperiosa una reforma legislativa que autorice la
inclusión de las nuevas formas de propiedad dentro del marco de los derechos reales y,
sobre este aspecto, existe consenso en la doctrina (1887). Resulta muy positivo que el
Proyecto se haga eco de esta necesidad social al dar cabida a estos sistemas en el ámbito de
los derechos reales.
Si bien se mira, tanto el art. 2029 del Proyecto, para los "conjuntos inmobiliarios", como el
art. 2030, para el "tiempo compartido", son claros en el sentido de establecer que el régimen
de los derechos reales, para encuadrar el respectivo sistema, es sólo optativo. Queda claro,
no obstante, que, de optarse por este último régimen, sólo podrá acudirse al derecho real
permitido en uno u otro caso. La primera de las normas proyectadas dispone: "Conjuntos
inmobiliarios... pueden sujetarse al régimen de los derechos personales o de la propiedad
horizontal". A su turno, el art. 2030 establece: "Tiempo compartido... puede sujetarse al
régimen de los derechos personales o del condominio con indivisión forzosa sin límite de
tiempo".
Esta manera de legislar, que expresamente reconoce la libertad de escoger entre un marco u
otro, nos parece muy saludable (1888). Acudir a la esfera de los derechos reales, tan
encorsetada por normas sustancialmente de orden público, imperativas e inderogables,
puede en numerosas ocasiones no satisfacer o no convenir a las necesidades concretas de
los desarrollistas, promotores o consumidores, máxime si se tiene en cuenta que la
multiplicidad de variantes que ofrece el mercado de las propiedades especiales las hace en
cierto modo reacias a un encasillamiento o molde rígido (1889). De allí que imponer
únicamente el marco de los derechos reales podría conducir a desalentar, o lo que es peor
aún hasta a anular, aquellos emprendimientos de la iniciativa privada que no puedan
ajustarse a aquéllos (1890).
Por otra parte, la menor protección que el ámbito de los derechos personales puede otorgar
al adquirente, si se lo compara con la mayor fortaleza que en el orden patrimonial
caracteriza al derecho real, se verá compensada por la normativa destinada a proteger los
derechos del consumidor, por la orientada a corregir los abusos de la contratación
predispuesta y por las normas que abordan el control operativo de las empresas que lucran
con la comercialización de estos complejos.
Podría tal vez sostenerse que es innecesaria la alusión expresa de la ley a la posibilidad de
optar por uno u otro sistema, ya que lo que no está prohibido en el marco creditorio está
permitido. Creemos, sin embargo, que una referencia explícita es preferible porque
descartará incertidumbres e inseguridades. En efecto, no faltaría quien sostuviera la
necesaria adecuación de los complejos existentes, numerosos por cierto, al marco de los
derechos reales (1891).
En otra oportunidad (1892) hemos reflexionado acerca de los efectos nocivos del fenómeno
de "hiperinflación legislativa" que se traduce, como afirma Carbonier, en inyecciones
suplementarias de derecho que se aplican al cuerpo social" (1893). Allí destacamos las
ventajas de propiciar una actitud austera cuando se trata de legislar. Esas ideas adquieren
particular relevancia cuando se ingresa en el marco de los derechos reales ya que, como
principio, no parece conveniente ampliar el "número cerrado" de derechos reales permitidos
si el fenómeno de hecho a regular -en el caso las propiedades especiales- puede ser
encuadrado en alguno de los tipos existentes. Señala Jorge H. Alterini: "La inflación
legislativa es todavía más reprochable cuando da lugar a la multiplicación desenfrenada de
los derechos reales. Con mayor razón deben descartarse esos intentos si se piensa que bajo
la apariencia de derechos reales novedosos, no son más que matizaciones de figuras
conocidas, que al enmascararse como diversas suman confusión e incertidumbre en un
ámbito como el de los derechos reales donde son deseables la certeza y la simplicidad"
(1894). En concordancia con estas ideas se expidieron las XI Jornadas Nacionales de
Derecho Civil (Buenos Aires, 1987), cuya Comisión número 4, en el Despacho B, que obtuvo
mayoría de adhesiones en el Plenario, declaró: "...debe descartarse la creación arbitraria de
nuevos derechos reales (nota al art. 2502 , Cód. Civ.). La creación indefinida de derechos
reales conspira abiertamente contra el numerus clausus. Este principio, si bien posibilita la
creación legislativa de nuevos derechos reales, impone al mismo tiempo que ello ocurra tan
sólo ante la imposibilidad estructural de encuadrar la nueva situación en las categorías
existentes... No deben oprimirse las energías vitales de la comunidad con excesos
legisferantes" (1895).
El Proyecto adopta esta política para legislar las nuevas formas de propiedad. Efectivamente,
se cobija a los "conjuntos inmobiliarios" (clubes de campo, barrios y cementerios privados,
centros de compras, parques industriales o entidades similares) dentro del derecho real de
propiedad horizontal y al "tiempo compartido" dentro del condominio con indivisión forzosa
sin límite de tiempo o perdurable. El Proyecto de Unificación de la Legislación Civil y
Comercial de 1987 (arts. 2617 y 2715) y el Proyecto que obtuvo media sanción de la
Honorable Cámara de Diputados en 1993 (arts. 3159 y 3160) seguían idénticos lineamientos.
Para poder envolver a los conjuntos inmobiliarios y al tiempo compartido en los derechos
reales ya referidos, fue necesario adecuar los tipos de éstos a las exigencias de aquéllos ya
que, como puntualizamos supra, se encontraban desbordados por las peculiares
características de estos sistemas de comunidad. Nos referiremos infra a estos aspectos de la
Reforma al tratar cada expresión en particular.
El art. 2029 del Proyecto 1998 engloba bajo el epígrafe "Conjuntos inmobiliarios", como ya
hemos dicho, a los clubes de campo, parques industriales, barrios o cementerios privados,
centros de compras o entidades similares. La terminología escogida es lo suficientemente
amplia como para poder albergar a las distintas manifestaciones descriptas. La palabra
"conjunto" traduce la idea de comunidad en un todo, realidad que caracteriza a los complejos
legislados y el calificativo de "inmobiliario" se adecua al objeto del derecho, el que en todos
los casos es un inmueble.
Para estructurar a los conjuntos inmobiliarios dentro del marco de los derechos reales, el
Proyecto acude a la "propiedad horizontal". Este tipo del número fue mayoritariamente
considerado el más idóneo a estos fines.
Sobre los beneficios de este régimen normativo afirma Causse, luego de referenciar las
necesarias reformas exigidas: "...este marco regulatorio sustantivo resultaría perfectamente
aplicable, además de a los clubes de campo y a los barrios cerrados, a los parques
industriales, clubes náuticos, cementerios privados, centros de compras, y en general a
todas las urbanizaciones en las que se hayan previsto sectores de aprovechamiento común"
(1899).
La solución propiciada por el Proyecto de 1998 coincide con la prevista por el Proyecto de
Unificación de 1987 (art. 2617) y con la propugnada, para los clubes de campo, parques
industriales y centros de compras, por el Proyecto que obtuvo media sanción en 1993 (art.
3159). Este último, por otra parte, incorporó en lo sustancial las modificaciones que,
respecto de la ley 13512 , habían sido aprobadas en 1992 por el Honorable Congreso de la
Nación.
Básicamente son dos los impedimentos que obstan a la estructuración jurídica de los
conjuntos inmobiliarios bajo las preceptivas de la ley 13512 de Propiedad Horizontal: 1) El
objeto de la propiedad horizontal y 2) La naturaleza jurídica del terreno (1900). El Proyecto
adecua las normas sustantivas del derecho de propiedad horizontal para resolver estas
dificultades.
Respecto del primero de los obstáculos apuntados, es sabido que conforme al art. 1º de la
ley 13512 las unidades objeto del derecho de propiedad horizontal deben corresponder a un
inmueble edificado y consistir en "pisos o departamentos". Esta limitada conceptualización de
lo que se entiende por "unidad funcional" impide que puedan ser objeto de la propiedad
horizontal, por ejemplo, lotes no edificados de un club de campo (1901) o barrio cerrado o
las parcelas de un cementerio privado (1902).
En ese sentido, las XIV Jornadas Nacionales de Derecho Civil, llevadas a cabo en San Miguel
de Tucumán en 1993, cuya Comisión 4 abordó el tema de la "Propiedad horizontal",
declararon por unanimidad, de lege ferenda, la necesaria ampliación del concepto de "unidad
funcional" para poder abarcar a "las denominadas nuevas formas de propiedad" (Despacho
de lege ferenda nro. 2).
Para superar esta problemática, el art. 1972 del Proyecto, al definir la "propiedad horizontal"
expresa que su objeto es un inmueble, sin limitar su ámbito a los inmuebles edificados; y el
art. 1974, al definir lo que se entiende por "unidad funcional" amplía el concepto que sobre
ésta contiene el art. 1º de la ley 13512 al establecer: "El derecho de propiedad horizontal se
determina en la unidad funcional, la que consiste en pisos, departamentos, locales u otros
espacios susceptibles de aprovechamiento independiente por su naturaleza o destino...".
Estamos convencidos de que en el marco del Proyecto de Código Civil de 1998 tales críticas
pierden su virtualidad original. Efectivamente, el régimen de la propiedad horizontal que
diseña el Proyecto, especialmente el de las asambleas (1906), demuestra cambios
sustanciales en relación con el de la ley 13512 . Estas modificaciones hacen desvanecer las
críticas a la subsunción de los conjuntos inmobiliarios en el marco del derecho real de
propiedad horizontal pues la alegada rigidez de éste desaparece de su nueva regulación. Las
restantes objeciones también son superadas por las específicas previsiones del art. 2029, el
que, atendiendo a las peculiares características de los complejos regulados dispone: 1) La
posibilidad de que el reglamento de propiedad y administración establezca limitaciones
edilicias o de otra índole; 2) la posibilidad de instituir una administración con el carácter de
mandatario irrevocable, y 3) faculta al consorcio para adquirir nuevos inmuebles para
integrarlos al conjunto inmobiliario como unidades funcionales, o cosas y partes comunes,
quedando modificados, en este caso, de pleno derecho, los títulos de todas las unidades sin
perjuicio de su toma de razón en los respectivos asientos registrales.
De las denominaciones más difundidas para designar a este tipo de propiedad, que importa
la atribución de usos y goces sucesivos y alternados por períodos determinados, respecto de
una cosa mueble o inmueble (1907), el Proyecto opta exclusivamente por la de "tiempo
compartido" (1908). Ésta tiene su origen en el vocablo inglés time sharing, nombre con que
se conoce al instituto en el derecho anglosajón. Parecería preferible a "multipropiedad",
porque la referencia a "propiedad" circunscribiría el sistema al ámbito de los derechos reales
pese a que, como hemos resaltado, éste es sólo optativo. Pensamos que habría sido
inapropiado incluir al tiempo compartido dentro de la genérica terminología de "conjuntos
inmobiliarios", pues esta nueva forma de propiedad, aunque generalmente recae sobre
inmuebles, puede aplicarse a cosas muebles (1909).
Desde la doctrina también se consideró al condominio con indivisión forzosa como el derecho
real más adecuado para dar respuesta al encuadre real del "tiempo compartido" (1912).
Sin embargo, el régimen legal vigente no es adecuado para estructurar el tiempo compartido
dentro del condominio con indivisión forzosa sin límite de tiempo. Efectivamente, de
conformidad con lo previsto por el artículo 2692 del Código Civil: "Cada copropietario está
autorizado a pedir en cualquier tiempo la división de la cosa común...". Y si bien los
condóminos pueden convenir la suspensión de la división, tal facultad sólo es admitida por el
plazo máximo de cinco años (art. 2693 , Cód. Civ.). Sólo una reforma legislativa, que admita
en este caso la indivisión del condominio sin límite de tiempo y mientras subsista el sistema
de tiempo compartido, permitirá acudir a este derecho real como soporte jurídico (1913).
El Proyecto supera este obstáculo pues admite, para el tiempo compartido, el condominio
con indivisión forzosa "sin límite de tiempo", en el primer párrafo in fine de su art. 2030.
Recordemos, no obstante, que en el Proyecto los convenios de suspensión de la partición
pueden extenderse hasta el plazo de diez años (art. 1941).
Se sostuvo también que el condominio presenta otros inconvenientes prácticos para dar
abrigo al tiempo compartido: a) la facultad del condómino de oponerse al uso y goce común
de la cosa (art. 2999 , Cód. Civ.); b) la unanimidad como quórum y presupuesto de validez
de las decisiones (art. 2703 , Cód. Civ.); c) la dificultad de determinar el porcentual de cada
condómino, al incidir en su extensión el factor tiempo; d) la dificultad de que este derecho
pueda servir de respaldo para acceder al crédito hipotecario, bajo el régimen del art. 2678
del Código Civil (1914), y e) la posibilidad de liberación por abandono que acuerda al
condómino el art. 2685 del Código Civil, con la consecuente cuestión relativa al derecho de
acrecer (1915).
Respecto del régimen de uso y goce de la cosa común, éste no constituye un impedimento
en el derecho vigente pues, como lo señala Jorge H. Alterini, la partición de uso y goce es
una alternativa implícita en el art. 2684 del Código Civil, que expresamente contemplan el
art. 3464 del Código Civil y el art. 52 de la ley 14394 (1916). El art. 1930 del Proyecto
expresamente establece, al legislar el condominio: "Los condóminos pueden convenir el uso
y goce alternado de la cosa común o que se ejercite de manera exclusiva y excluyente sobre
determinadas partes materiales". Por otra parte, los aspectos referidos al uso y goce de la
cosa común constarán en el reglamento de condominio y administración que prevé el art.
2030 del Proyecto. El otorgamiento de este reglamento, en escritura pública, hará nacer el
condominio con indivisión forzosa del tiempo compartido, sin perjuicio de su necesaria
inscripción registral, para oponibilidad a terceros interesados de buena fe (1917), cuando el
objeto sea un inmueble.
La unanimidad exigida como quórum por el art. 2703 del Código Civil ya había sido
comprendida en sus verdaderos alcances por la doctrina y, en ese orden de ideas, se admitía
que era suficiente que todos los condóminos estuvieran debidamente citados (1918). El
Proyecto, al regular el condominio, recepta esta tesis y al legislar acerca de las asambleas
dispone, en el art. 1936: "Las decisiones deben tomarse por los condóminos reunidos en
asamblea a la que todos deben ser citados en forma fehaciente y con anticipación razonable,
e informados de la finalidad de la convocatoria...".
El tema referido a la alícuota y a las implicancias del tiempo en su determinación creemos
que es sólo teórico. En efecto, el porcentual correspondiente surgirá necesariamente del
reglamento de condominio y administración, al que ya nos hemos referido, y que se integra
al título de adquisición.
Por último, ya no será problemática la hipoteca de la alícuota (1919). El art. 1928 del
Proyecto, no sólo admite que ésta sea gravada con ese derecho real, sino que además
establece que el acreedor hipotecario puede ejecutarla, sin el asentimiento de los restantes
condóminos y sin esperar el resultado de la partición, el que en todos los casos le será
inoponible.
Las observaciones vinculadas con la facultad del condómino de abandonar su parte indivisa
para librarse de contribuir a los "gastos de conservación o reparación de la cosa común" (art.
2685 , Cód. Civ.) pierden virtualidad a tenor de lo que el Proyecto prevé en el art. 1933:
"Cada condómino debe pagar las mejoras necesarias y reembolsar a los otros lo que hayan
pagado en exceso con relación a sus alícuotas. No puede liberarse de estas obligaciones por
la renuncia a su derecho...". Por otra parte, el abandono de la alícuota, acto de disposición
que el Proyecto denomina "renuncia", "acrecerá a los otros condóminos" (art. 1928, segundo
párrafo, del Proyecto).
Por lo que hemos expuesto, no nos parecen convincentes las críticas que desliza Lorenzetti
respecto de la regulación del tiempo compartido en el Proyecto de 1998 al puntualizar que
"...el derecho real es una manera y no la mejor, de proteger al consumidor" (1920).
En primer término, no se puede dudar de que las notas típicas del derecho real -la
inherencia, el ius persequendi, el ius preferendi, la oponibilidad erga omnes, la relación
directa e inmediata con la cosa- otorgan seguridades superiores a las de los derechos
personales, que carecen de aquéllas. Para no quedarnos en la teoría, imaginemos por
hipótesis la quiebra del concedente de un complejo de tiempo compartido (1921). Nadie
puede dudar de que no es lo mismo tener que verificar un crédito en un juicio universal, sin
ningún privilegio, que contar con un derecho real de condominio sobre un inmueble por una
alícuota o parte indivisa. Siendo propietario de la cosa, ésta no podrá ser agredida por los
acreedores de aquél. No puede sostenerse entonces que las enunciadas, al menos por vía de
principio, no son seguridades superiores a las del derecho personal.
Hecha esta aclaración, el cuestionamiento que se realiza no tiene razón de ser, máxime si se
toma en cuenta: 1) que el camino de los derechos reales es sólo optativo (art. 2030) y 2)
que es de pura obviedad que siempre, tanto en el ámbito de los derechos personales como
en el de los derechos reales, van a estar presentes las regulaciones protectorias del
consumidor. El Proyecto de 1998, en la regulación específica del tiempo compartido, no
descarta la aplicación de aquéllas en ningún caso.
Afirma también Lorenzetti que, en el ámbito de los derechos reales, "tal vez hubiera sido
deseable concebir uno más específico" (1922) y pone como ejemplo la ley portuguesa, que
otorga un "derecho real de habitación periódica". Creemos que se soslaya que el derecho
real de habitación no es idóneo en nuestro sistema para dar cabida al tiempo compartido
(1923). Más allá de su tradicional naturaleza alimentaria, incompatible con los fines del
tiempo compartido, son dos los motivos fundamentales: 1) El derecho real de habitación se
extingue con la muerte del "habitador", siendo su duración máxima la vida de éste y en el
caso de las personas jurídicas no puede durar más de veinte años. Es además intransmisible
mortis causa (arts. 2969 , 2920 y 2921 , Cód. Civ.); 2) el derecho real de habitación no
puede cederse (art. 1449 , Cód. Civ.).
Por otra parte, la ley portuguesa de 1981 circunscribe su ámbito a las cosas inmuebles y es
sabido que el "tiempo compartido" excede ese marco, como hemos expresado ut supra.
VII. CONCLUSIONES
1. El Proyecto de Código Civil de 1998 estructura un régimen legislativo para las llamadas
nuevas formas de propiedad: clubes de campo, parques industriales, barrios o cementerios
privados, centros de compras, entidades similares y tiempo compartido.
2. El Proyecto admite que los particulares opten entre el régimen de los derechos personales
o el de los derechos reales.
3. De optarse por el marco de los derechos reales, los "conjuntos inmobiliarios" quedan
subsumidos en el derecho real de propiedad horizontal, derecho éste que se adecua a las
necesidades de los distintos sistemas. El "tiempo compartido" se legisla como un condominio
con indivisión forzosa sin límite de tiempo.
(1879) En el nro. 286 de la Fundamentación del Proyecto se dice: "Bajo el Título que sirve
de acápite se estructura un régimen legislativo para las conocidas como nuevas formas de propiedad".
(1880) También han sido llamadas "nuevas formas de dominio". Vid. al respecto:
HIGHTON, Elena I. - ÁLVAREZ JULIÁ, Luis - LAMBOIS, Susana - WIERZBA, Sandra M. - DE HOZ,
Marcelo, Nuevas Formas de Dominio, Ad-Hoc, Buenos Aires, 1993. Es preferible hablar de nuevas formas
de propiedad porque el dominio es un derecho real exclusivo (art. 2508 , Cód. Civ.) y este carácter
esencial no se corresponde con la nota fundamental de los conjuntos inmobiliarios o del tiempo
compartido. En efecto, los fenómenos legislados reflejan en todos los casos figuras de aprovechamiento
en comunidad.
(1881) ALTERINI, Jorge H. - GATTI, Edmundo, El Derecho Real. Elementos para una
Teoría General, Perrot, Buenos Aires, 1993, ps. 74 y 75.
(1882) ALTERINI, Jorge H., "Conjuntos inmobiliarios para tiempo compartido, countries,
centros de compras, parques industriales, cementerios privados", revista Campus, editada por
estudiantes de Derecho de la Universidad Católica Argentina, año 2, nro. 5, mayo de 1995, ps. 5 a 9,
especialmente p. 6.
(1883) Acerca de la insuficiencia de los derechos reales permitidos para albergar a las
nuevas formas de propiedad vid.: MARIANI DE VIDAL, Marina, Curso de Derechos Reales, T. II, Buenos
Aires, 1995, ps. 43 a 45 (tiempo compartido), 47 a 52 (clubes de campo) y 57 a 62 (cementerios
privados); PAPAÑO, Ricardo - KIPER, Claudio - DILLON, Alberto - CAUSSE, Jorge, Derechos Reales, T. II,
Buenos Aires, 1990, ps. 118 a 120 (tiempo compartido), 131 a 137 (cementerios privados) y 140 a 146
(clubes de campo).
(1884) Son válidas aquí las expresiones formuladas por Vélez Sarsfield en las notas a los
arts. 2502 , 2825 y 2828 , Cód. Civ.
(1885) Acerca de los problemas de la insolvencia de los actores del tiempo compartido en
el marco de los derechos personales vid.: SMAYEVSKY, Miriam - FLAH, Lily R. - HIGHTON, Elena I.,
"Breves consideraciones sobre el contrato de tiempo compartido en las Terceras Jornadas Bonaerenses
de Derechos Civil, Comercial y Procesal", JA, 1989-I-1103.
(1886) Cfr. ALTERINI, J. H. - GATTI, E., op. cit., ps. 54 y 55.
(1887) Vid.: MARIANI DE VIDAL, M., op. cit., ps. 39 a 63; PAPAÑO, R. - KIPER, C. -
CAUSSE, J. - DILLON, A., op. cit., ps. 115 a 142.
(1888) PAPAÑO, R. - KIPER, C. - DILLON, A. - CAUSSE, J., al referirse al art. 2617 del
Proyecto de Unificación de 1987 que acordaba idéntica opción, dicen: "Coincidimos con este criterio, ya
que somos partidarios de que, en la medida de lo posible, sea el principio de la autonomía de la voluntad
el que determine el régimen al cual las partes quieran someterse" (op. cit., T. II, p. 138).
(1889) En los Fundamentos del Proyecto se expresa: "La orientación general del Proyecto
está encaminada a fijar los grandes lineamientos a los que deberán someterse los promotores de esos
sistemas si optan por el régimen de los derechos reales, pues se acepta igualmente que puedan
decidirse por sujetarlos al régimen de los derechos personales".
(1890) Con referencia al "tiempo compartido" se ha dicho, como crítica al Proyecto de Ley
sancionado por el Senado de la Nación: "...la adopción de normas imperativas debe encaminarse más
que a la adopción de un molde contractual único, generador de un nuevo derecho real, a la protección
de los consumidores, a través de un control de idoneidad y solvencia de las empresas involucradas por
la autoridad de aplicación, y a la adopción de reglas para evitar sorpresas y abusos en los contratos de
adhesión por los que se comercializa el tiempo compartido" (TRANCHINI DE DI MARCO, Marcela H.,
"Tiempo compartido -Consideraciones sobre el proyecto de ley sancionado por el Senado de la Nación-",
LL, 1996-C-1134).
(1891) Las redundancias de la ley a veces son positivas. Sin ir más lejos, recordamos aquí
las críticas de que ha sido objeto el art. 2614 , Cód. Civ. de Vélez. Vid. sobre el tema: LLAMBÍAS, Jorge
J. - ALTERINI, Jorge H., Código Civil Anotado, T. IV-A, 2ª reimpresión, Perrot, Buenos Aires, 1988, p.
415, glosa al art. 2614 .
(1892) VÁZQUEZ, Gabriela A., "Pretendida publicidad registral de obligaciones propter
rem", ED, legis. nac., febrero de 1996, ps. 1 y ss.
(1893) CARBONNIER, Jean, Derecho Flexible, p. 13.
(1894) ALTERINI, Jorge H., op. cit.
(1895) Este despacho, si bien fue minoría en el seno de la Comisión nro. 4, obtuvo
mayoría de adhesiones en el Plenario de las Jornadas conforme art. 24 de su Reglamento.
(1896) En su versión original, el art. 1820 establecía: "Son derechos reales en este
Código:...inc. e) Las propiedades especiales...".
(1897) Para los clubes de campo, cementerios privados y tiempo compartido o
multipropiedad se sostuvo la necesidad de creación de derechos reales autónomos. Vid. sobre la
cuestión: HIGHTON, E. - ÁLVAREZ JULIÁ, L. - LAMBOIS, S. - WIERZBA, S. - DE HOZ, M., Nuevas
Formas... cit., ps. 182/185, 268/270 y 437/442.
(1898) "Esta ley será de aplicación:...inc. c) A los conjuntos inmobiliarios privados, en los
términos establecidos en esta ley" (art. 2º de la ley 49/1960 según texto de la ley 8/1999.
(1899) CAUSSE, Jorge R., Urbanizaciones Privadas: Barrios Cerrados. Régimen Legal en la
Provincia de Buenos Aires, Ad-Hoc, Buenos Aires, 1998, p. 160.
(1900) Vid. estado de la cuestión en: MARIANI DE VIDAL, M., op. cit., ps. 50/51 y 59;
PAPAÑO, R. - KIPER, C. - DILLON, A. - CAUSSE, J., op. cit., ps. 140/141 - ALTERINI, J. H., op. cit., p. 8.
(1901) Papagno, Kiper, Dillon y Causse piensan que si se trata de un club de campo "...el
inconveniente se supera aplicando la ley 19724 , de prehorizontalidad, hasta tanto las construcciones se
hallen terminadas, o mediante reservas formuladas convencionalmente por unanimidad que autoricen a
los futuros adquirentes a construir nuevas unidades, claramente determinadas y proyectadas en planos
de subdivisión con anterioridad al acto de afectación al régimen de propiedad horizontal" (op. cit., T. II,
ps. 140/141, con cita de Horacio Colman Lerner en nro. 823).
(1902) Se afirma, no obstante, que el art. 1º de la ley 13512 no se opone a la afectación
de un cementerio privado a su régimen. Vid. estado de la cuestión en PAPAÑO, R. - KIPER, C. - DILLON,
A., - CAUSSE, J., op. cit., ps. 134 a 137.
(1903) ALTERINI, J. H., op. cit., p. 8.
(1904) Así, v.gr., el dec. 27/98 del gobierno de la provincia de Buenos Aires establece en
su art. 10 que los "barrios cerrados" deben gestionarse a través de la ley 13512 . Vid. también,
respecto de los "clubes de campo", el dec. 9404/86 de la prov. de Buenos Aires, reglamentario del
Capítulo V del dec.-ley 8912/77 de Ordenamiento Territorial y Uso del Suelo.
(1905) Vid. HIGHTON, E., - ÁLVAREZ JULIÁ, L., - LAMBOIS, S., - WIERZBA, S., - DE HOZ,
M., "Nuevas formas...", cit., especialmente ps. 69 a 76 y 224/225.
(1906) Vid. Tít. V del Libro V (arts. 1972 a 2017).
(1907) La otra denominación más difundida ha sido la de multipropiedad. Acerca de la
terminología utilizada vid.: HIGHTON, E. - ÁLVAREZ JULIÁ, L. - LAMBOIS, S. - WIERZBA, S. - DE HOZ,
M., op. cit., ps. 279 a 282 y también PAPAÑO, R. - KIPER, C. - DILLON, A. - CAUSSE, J., op. cit., T.II,
ps. 117/118, quienes recuerdan que se propuso el término "propiedad con titularidad temporal
compartida" y "dominio alternativo".
(1908) Al respecto puntualizan Papaño, Kiper, Dillon y Causse: "Siempre sostuvimos que
en este tema de las denominaciones no se debe exagerar el rigor técnico; en consecuencia preferimos la
de "tiempo compartido", que agrega a la difusión local de su uso, la posibilidad de adaptarla a otras
modalidades de contratación en las cuales se hace oferta de derechos personales de duración limitada"
(op. cit., ps. 117/118).
(1909) CAUSSE, Jorge R. - TRANCHINI DE DI MARCO, Marcela H., "Tiempo compartido.
Reflexiones en torno a su proyectado régimen legal", LL, 1986-D-1121.
(1910) Acerca de las ventajas de su encuadre y regulación como derecho personal vid.:
SILVESTRE-AIMÓ, Norma O. - BELTRÁN, Raúl D., "Reflexiones para la consideración del tiempo
compartido como un derecho personal", ED, 153-863.
(1911) Se declaró allí, de lege ferenda: "La sanción del Proyecto de Unificación Legislativa
Civil y Comercial da respuesta concreta a esta problemática". Se refería al Proyecto de 1987.
(1912) DI FILIPPO, María I., "Tiempo compartido. Derechos de propiedad involucrados",
LL, 1985-D-1048, esp. p. 1079 y Tiempo Compartido. Un Condominio Especial, Ad-Hoc, Buenos Aires,
1987, esp. ps. 200 y 201; PAPAÑO, R. - KIPER, C. - DILLON, A. - CAUSSE, J., op. cit., p. 120; ALTERINI,
J. H., op. cit., en nro. 4, ps. 6 a 8.
(1913) Con referencia a la indivisión forzosa por razones de nocividad (art. 2715 , Cód.
Civ.), señalan Papaño, Kiper, Dillon y Causse: "Sin esta reforma legislativa, el sistema estaría afectado
por una gran inseguridad y sólo quedaría el recurso de convenir en los contratos, mediante una cláusula
especial, que se mantendrá el estado de indivisión, en virtud de la nocividad de la partición. Pero este
expediente debe ser desechado porque el presupuesto de la nocividad es una directiva dada al juez,
quien, en el caso concreto, podrá dilatar la división; dilación que no supone consagrar la perdurabilidad
de la indivisión, ya que la norma sólo predica sobre su demora, cuanto sea necesario´" (op. cit., p. 120).
(1914) VILLANUSTRE, Cecilia A., "La multipropiedad en las XI Jornadas Nacionales de
Derecho Civil", LL, 1988-B-899.
(1915) PAPAÑO, R. - KIPER, C. - DILLON, A. - CAUSSE, J., op. cit., p. 120.
(1916) ALTERINI, J., op. cit., p. 7.
(1917) Acerca de lo que debe entenderse por tercero interesado de buena fe vid.:
LLAMBÍAS, J. J. - ALTERINI, J. H., op. cit., ps. 290 a 294, glosa al art. 2505; COGHLAN, Antonio R.,
Teoría General de Derecho Inmobiliario Registral, Buenos Aires, 1984, ps. 29 y ss.
(1918) Vid. estado de la cuestión en LLAMBÍAS, J. J. - ALTERINI, J. H., op. cit., p. 558,
glosa al art. 2703 .
(1919) Acerca de la hipoteca de la alícuota en el régimen vigente vid. LLAMBÍAS, J. J. -
ALTERINI, J. H., op. cit., ps. 503 a 505, glosa al art. 2678; LAQUIS, Manuel A. - FLAH, Lily R. -
SMAYEVSKY, Miriam, El Condominio. Hipoteca del Condómino, Depalma, Buenos Aires, 1992.
(1920) LORENZETTI, Ricardo L., "El contrato de tiempo compartido. Time sharing", LL,
15/9/1999, ps. 1 a 3, especialmente en p. 2.
(1921) Vid. SMAYEVSKY, M. - FLAH, L. - HIGHTON, E., op. cit.
(1922) Op. y loc. cit. en nota anterior.
(1923) Vid. DI FILIPPO, M. I., Tiempo Compartido..., cit., ps. 58 y ss. y MARIANI DE
VIDAL, op. cit., ps. 43 y 44.
DEFENSA REAL
El último Título del Libro Quinto desarrolla la defensa real, comprensiva de la defensa
extrajudicial y de la defensa judicial, y dentro de esta última tanto la defensa de la relación
real como la del derecho real y, entre ambas, el caso especial de la acción para adquirir la
posesión.
En cuanto a la defensa extrajudicial se vierten con mayor tecnicismo ideas paralelas a las del
Código vigente, y se establece concretamente que también están legitimados al efecto los
titulares de una mera yuxtaposición.
Se tutelan las relaciones reales que recaen sobre cosas muebles o inmuebles y
universalidades de hecho.
Para las privaciones de las relaciones reales se acude a la acción de despojo, con amplia
legitimación activa, que resguarda frente a la exclusión absoluta de todo o parte del objeto,
aunque sea originada por una obra que se comienza a hacer. Quiere decir que abarca las
actuales acciones de recobrar y de despojo y también la acción de obra nueva cuando se
traduce en la privación de la relación real.
Para el supuesto especial de adquisición de la posesión por quien tiene título suficiente y no
se le ha hecho tradición traslativa, se legisla una acción ágil y con breve plazo de caducidad.
Se trata de una acción viable y no del sorprendentemente inidóneo interdicto de adquirir.
Aunque propiamente no defiende la posesión, es tratada en este contexto por importar una
suerte de tutela potencial, pues facilita su adquisición y posterior ejercicio.
La defensa del derecho real conduce a las acciones reales, donde se diseña un sistema
mucho más simple y orgánico que el presente. Se prevén dos acciones: la reivindicatoria y la
de deslinde.
El alcance establecido para la acción reivindicatoria se corresponde con el criterio general del
Proyecto orientado hacia la tutela de los subadquirentes de buena fe y a título oneroso.
Para perfilar el ámbito en que actúa la acción se acuña el término amplitud, pues el
aparentemente semejante vocablo plenitud tenía con Vélez Sarsfield un sentido totalmente
distinto, lo que patentiza la inconveniencia de que perdurara con otro significado, con los
equívocos consiguientes.
El Título XIV y con él el Libro Quinto, culminan con las relaciones entre las defensas de la
relación real y del derecho real. Allí se consagran las reglas de la independencia de las
distintas defensas y de la prohibición de acumularlas, como también se enmarca la suerte de
los procesos sucesivos por el mismo hecho o por hechos distintos.
LAS SERVIDUMBRES EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL - PABLO CORNA
El Proyecto de Código Civil elevado a consideración del Poder Ejecutivo en 1998 por la
Comisión Redactora creada por el decreto 685/95 regula la servidumbre en el Título XI del
Libro V, entre los arts. 2065 al 2087. Dicho título se divide en cinco capítulos. Corresponde el
Capítulo I a las "Disposiciones generales" (arts. 2065 al 2076), el Capítulo II a los "Derechos
del titular dominante" (arts. 2077 al 2082), el Capítulo III, a las "Obligaciones del titular
dominante" (art. 2083), el Capítulo IV se denomina "Derechos del titular sirviente" (arts.
2084 y 2085) y el Capítulo V "La extinción de la servidumbre" (arts. 2086 y 2087).
Definición: El Proyecto define en el art. 2065 a este instituto de la siguiente manera: "La
servidumbre es el derecho real que se establece entre dos (2) inmuebles que concede al
titular del inmueble dominante determinada utilidad sobre el inmueble sirviente ajeno. La
utilidad puede ser de mero recreo".
I. ANÁLISIS DE LA DEFINICIÓN
2. Concede al titular del derecho real la facultad de afectar el derecho de disposición del
fundo sirviente. En consecuencia, la utilidad puede consistir en un "dejar hacer" (tal, por
ejemplo, una servidumbre de tránsito, como pasar a través de un fundo ajeno), o en un "no
hacer" (una servidumbre de no edificar, que impone la prohibición de construir total o
parcialmente hasta determinada altura y superficie). No es necesario que la utilidad sea
onerosa, puede ser de mero recreo, así una servidumbre de paseo sobre un terreno yermo
como un salitral. La servidumbre afecta la facultad de usar el dominio pero no la de percibir
los frutos, la cual se mantiene inalterable.
4. Las servidumbres pueden tener por objeto la totalidad o una parte material de un
inmueble ajeno.
5. Contig•idad del inmueble ajeno: Nada dice el Proyecto respecto de este tema, por lo que
entendemos que ello no obsta a que se pueda constituir una servidumbre a favor de un
inmueble no contiguo siempre que exista algún beneficio a favor del fundo dominante o
beneficiario. Ejemplo de ello podría ser una servidumbre de vista y de no edificar sobre un
inmueble que se encuentre separado por una calle.
II. CLASIFICACIÓN
Negativas son aquellas en las que la carga real se limita a la abstención impuesta en el
título. Ejemplo: de ello es una servidumbre de no edificar por la cual el propietario del fundo
sirviente se obliga a no levantar edificios en un inmueble determinado, o no levantarlo más
allá de una cierta altura.
Se superan las dudas respecto del alcance del art. 2972 del Código Civil que establece
"Servidumbre personal es la que se constituye en utilidad de alguna persona determinada,
sin dependencia de la posesión de un inmueble, y que acaba con ella". En la nota al artículo
refiriéndose al derecho de caza o pesca sobre un fundo ajeno, dice que "son derechos que
según su extensión y las circunstancias pueden ser considerados como un derecho de uso, o
como un derecho de usufructo que no tiene en sí nada que no sea perfectamente lícito, y en
el cual no puede entrar la idea de servidumbre que supone siempre una relación, no entre un
fundo y una persona, sino entre dos fundos".
c) Vitalicias y no vitalicias: Las servidumbres personales pueden ser como máximo vitalicias,
es decir, por la vida de la persona física. En el caso de las personas jurídicas, pueden tener
una duración máxima de cincuenta años (art. 2086, inc. c]). En caso de duda se presumen
vitalicias (art. 2068).
e) Onerosa o gratuita: El art. 2074 establece que en caso de duda se presume onerosa la
servidumbre constituida por contrato y gratuita la constituida por testamento.
f) Típicas y atípicas: El Proyecto abandona el régimen del Código Civil que regula en el Título
XIII, cuatro servidumbres típicas, "De las de tránsito" en el Capítulo I de dicho título entre
los arts. 3068 al 3081; "La de acueducto" en el Capítulo II entre los arts. 3082 al 3092; "La
de recibir agua de los predios ajenos" en el Capítulo III, entre los arts. 3093 al 3103, y "De
la de sacar agua" en el Capítulo IV entre los arts. 3104 al 3107. De esa manera deja librado
a la voluntad de las partes la regulación de estas servidumbres.
a) Por contrato;
c) Por prescripción;
d) Forzosas.
1. Por contrato
El Proyecto define el contrato en el art. 899, inc. a) como el "...acto jurídico mediante el cual
dos o más partes manifiestan su consentimiento para crear, regular, modificar, transferir, o
extinguir relaciones jurídicas patrimoniales". A su vez, como el contrato de servidumbre no
se encuentra regulado en el Proyecto, a semejanza de la legislación civil actualmente
vigente, se aplican las siguientes reglas, conforme lo dispone el art. 913 del futuro
ordenamiento: a) Por lo que la voluntad de las partes establecieron; b) por las normas
generales sobre contratos y obligaciones; c) por las disposiciones correspondientes a los
contratos típicos afines que sean compatibles entre sí y se adecuen a su finalidad.
Puede ocurrir que un propietario del futuro fundo sirviente deje por testamento o por legado
una utilidad determinada al propietario de otro fundo que se constituirá en dominante. En
cuanto a la capacidad, se aplican las disposiciones para testar que establece el Proyecto.
3. Por prescripción
En el actual sistema legislativo el art. 3017 del Código Civil establece que sólo pueden
adquirirse por prescripción adquisitiva, por la posesión de veinte años, las servidumbres
continuas y aparentes, y las discontinuas o no aparentes sólo se adquieren por título aunque
se tenga una posesión inmemorial, que en el derecho medieval significaban posesiones
centenarias ya que se consideraba que en ese período se perdía la memoria de la propiedad
de la tierra.
El Proyecto, con criterio mucho más moderno e innovando sobre este tema, establece que
solamente pueden constituirse por prescripción las servidumbres positivas. Así, por
prescripción larga, se adquieren por el ejercicio durante veinte años ininterrumpidos y en
forma pacífica. Esto surge del art. 1831 que sostiene que "la prescripción para adquirir es el
modo por el cual el poseedor de una cosa adquiere un derecho real sobre ella, mediante la
posesión por el tiempo fijado por la ley". A su vez, el art. 1847 dispone que "hay posesión
cuando una persona, por sí o por medio de otra, ejerce un poder de hecho sobre una cosa,
comportándose como titular de un derecho real, lo sea o no". El ejercicio positivo de actos
posesorios, en forma ininterrumpida y continua, sobre otro fundo por el plazo de veinte años
(art. 1833) produce la prescripción adquisitiva de las servidumbres. Conforme a los arts.
1864 y 1870 el modo de adquisición de la posesión será en este caso mediante el
"apoderamiento" que se manifestará en el ejercicio de la restricción.
A contrario sensu, las servidumbres negativas por implicar una abstención en otro fundo no
pueden adquirirse por usucapión.
También pueden adquirirse las servidumbres positivas por prescripción adquisitiva breve que
se produce por la posesión, en este caso mediante el ejercicio continuo e ininterrumpido
durante diez años, con justo título y buena fe (art. 1831). El justo título se encuentra
definido en el art. 1836, como aquel que tiene "por finalidad transmitir un derecho real
principal que se ejerce por la posesión, revestido de las formas exigidas para su validez,
cuando su otorgante no es capaz o no está legitimado al respecto". El art. 1860 establece
que "el titular de la relación real es de buena fe si no conoció, ni hubo de haber conocido,
que carecía de derecho a ella".
4. Servidumbres forzosas
Modalidades: En cuanto a las modalidades, tanto para las servidumbres constituidas por
contrato o por testamento existe libertad para establecerlas (art. 2076).
Pueden constituir servidumbres los titulares de los derechos reales que se ejercen por la
posesión, como en el dominio, en el condominio -en el cual se necesitará que los comuneros
estén de acuerdo en su totalidad-, en la propiedad horizontal -las que suelen constituirse
sobre las partes comunes y también se requiere la conformidad de la totalidad de los
copropietarios- en el usufructo, en el uso, en la habitación y en la anticresis. En el caso de
los derechos reales sobre la cosa ajena por la posesión, la servidumbre que se constituya en
forma pasiva no podrá exceder la existencia de los mismos. No pueden constituir
servidumbres los titulares de servidumbres (art. 2071) como así también se excluye la
constitución judicial de servidumbres (art. 2072).
En cuanto a la indemnización por el desmedro que sufre el fundo sirviente por la constitución
de la servidumbre forzosa, el Proyecto, a diferencia del Código vigente que establece pautas
para su determinación, deja librado al arbitrio judicial establecer su monto (art. 2069 in
fine).
3. Ejercicio
El art. 2079 del Proyecto dice que "el ejercicio de la servidumbre no puede agravarse si se
aumentan las necesidades del inmueble dominante, salvo que se trate de una servidumbre
forzosa".
Se innova respecto del Código actual que en el art. 3030 dice: "Cuando la servidumbre sea
indivisible, cada uno de los propietarios de la heredad dominante puede ejercerla sin ninguna
restricción, si los otros no se oponen, aunque aumente el gravamen de la heredad sirviente,
si por la naturaleza de la servidumbre el mayor gravamen fuese inevitable. El poseedor del
inmueble sirviente no tendrá derecho a indemnización alguna por el aumento del gravamen".
c) Supongamos, en otro ejemplo: el fundo originario, una vez dividido, sigue conservando el
acceso directo a la vía pública, en este caso tendrá que limitarse el ejercicio de la
servidumbre de tránsito al momento de constitución, no pudiéndose agravar su ejercicio en
el fundo sirviente.
4. Mejoras necesarias
Las mejoras necesarias están a cargo del titular del inmueble dominante. Recordemos que
las servidumbres consisten en "obligaciones de no hacer" (non faciendo) o "dejar hacer" (in
patiendo). A ello se refiere la parte pertinente del art. 2080 del Proyecto, al decir: "el titular
dominante puede realizar en el inmueble sirviente las mejoras necesarias para el ejercicio y
conservación de la servidumbre. Están a su cargo...". Pero puede suceder que el titular del
inmueble sirviente haya realizado obras y deba reparar cañerías, acueducto, camino,
etcétera, estarán en ese caso a cargo de éste o de un tercero, como puede ser un
arrendatario del titular sirviente. A ello se refiere la última parte de la norma citada al decir:
"...salvo que el gasto se origine en hechos por los cuales debe responder el titular del
inmueble sirviente, o un tercero".
El Proyecto de Reforma simplificando el régimen actual establece que "el titular dominante
puede obligar a quien hizo en el inmueble sirviente trabajos que menoscaben el ejercicio de
la servidumbre, a restablecer la cosa a su estado anterior a su costa. Si el inmueble sirviente
pasó a poder de otro, éste sólo debe tolerar la realización de las tareas sin que pueda
reclamar contraprestación alguna", art. 2081.
Tendrá para ello las acciones personales, como la acción real. Dentro de las acciones
personales podremos mencionar la de cumplimiento de contrato, si quien realiza la obra es el
sujeto pasivo que constituyó la servidumbre; y acciones de responsabilidad extracontractual
si fue un tercero quien realiza las obras.
La acción real que reglamenta el Proyecto del nuevo Código es la acción de reivindicación,
que, en el art. 2203, "defiende la existencia del derecho real ante la exclusión absoluta del
ejercicio de alguna relación real en todo o parte del objeto, y su libertad si el turbador se
arroga el ejercicio de un derecho real". En cuanto a la legitimación activa para ejercer la
acción de reivindicación, el art. 2207 establece que la tienen todos los titulares y cotitulares
de derechos reales "que se ejercen por la posesión, excluido absolutamente de alguna
relación real en el todo o parte del objeto", por lo que quedan incluidas las servidumbres
afirmativas. Respecto de las servidumbres negativas, la última parte de la norma reza:
"También puede promoverla el titular de una servidumbre negativa, si lo privó del ejercicio
de su derecho".
La sentencia va a establecer la restitución plena del derecho real que ha sido afectado (art.
2215).
También podrá hacer valer su derecho a través de una acción meramente declarativa.
El art. 2082 dice que en "ningún caso la transmisión o la ejecución de la servidumbre pueden
hacerse con independencia del inmueble dominante". Veamos diversos supuestos:
a) Si se ejecuta el fundo dominante, y éste tiene a su favor una servidumbre real activa ésta
pasa al nuevo adquirente, por ser una carga inherente al inmueble con independencia de su
titular.
En el Capítulo III, del Libro V, que lleva el título del epígrafe, encontramos la redacción en un
solo artículo, el 2083, que se refiere a las notificaciones que debe realizar el titular del fundo
dominante al del fundo sirviente, y que dice: "El titular dominante debe comunicar al titular
sirviente las perturbaciones de hecho o de derecho sufridas en razón del ejercicio de la
servidumbre. Si no lo hace responde de todos los daños sufridos por el titular sirviente".
Los ejemplos más claros que pueden suceder se producen cuando el titular de la
servidumbre sea turbado (es decir no excluido totalmente del ejercicio) y un usurpador
comience a ejercerla sin derecho. Ello provocaría en las servidumbres afirmativas la
posibilidad de usucapión por el tercero, lo que produciría un desmedro en el fundo sirviente
porque se aumenta su carga. Vaya como ejemplo una servidumbre de tránsito o acueducto
que comience a aprovechar el tercero vecino del titular del fundo beneficiario. De esta
manera, anoticiado el titular sirviente queda facultado para ejercer las defensas
correspondientes.
El art. 2084 establece: "El sirviente conserva la disposición jurídica y material que
corresponda a su derecho, pero no debe turbar el ejercicio de la servidumbre, ni siquiera por
la constitución de otra. Si lo hace, el titular dominante puede exigir el cese de la turbación; si
la servidumbre es onerosa puede optar por una disminución del precio proporcional a la
gravedad de la turbación".
En caso de turbación de la servidumbre, el titular del derecho real tendrá, sin perjuicio de las
defensas posesorias, en especial la del art. 2192, la acción real, la de reivindicación, arts.
2203, 2208 y concordantes. Entendemos que la disposición de este art. 2084 complementa a
la acción real, y en especial con el art. 2217 del Proyecto, que establece, refiriéndose al
reclamo por el daño: "El actor puede optar por demandar el restablecimiento de la existencia
o libertad del derecho real u obtener la indemnización sustitutiva del daño.
Pero el actor puede, sin embargo, solicitar una indemnización sustitutiva del daño, como
marca la última parte del mismo artículo, que de esta manera se correlaciona con el art.
2084, y parte de esta indemnización, si la servidumbre es onerosa, podrá ser una
disminución en el precio.
Si no está prevista la forma del ejercicio en el acto constitutivo la última parte del artículo
citado dice: "Si en el título de la servidumbre no están previstas las circunstancias de lugar y
tiempo de ejercicio, las determinará el sirviente". La facultad que le concede al propietario
del fundo sirviente la última parte de la norma en cuestión, tendrá como límite al abuso del
derecho. Así por ejemplo en la servidumbre de tránsito que no se haya regulado su ejercicio,
no podrá imponer horas intempestivas para pasar, o en la de acueducto o recibir agua, poner
restricciones impropias para su ejercicio.
La extinción la tenemos que ver desde dos aspectos. El primero de ellos lo encontramos en la
parte general del Libro V, "De los derechos reales", en el cual el Título I se refiere a las
"Disposiciones generales" y en especial en el Capítulo II, que se dedica a la "Adquisición,
transmisión y extinción" de los derechos reales.
De la extinción de los derechos reales habla el art. 1842 que reza: "Sin perjuicio de los
medios de extinción de todos los derechos patrimoniales y de los especiales de los derechos
reales, éstos se extinguen, por la destrucción total de la cosa, si la ley no autoriza su
reconstrucción, por la inalienabilidad absoluta de la cosa, por su abandono, por la
consolidación en los derechos reales sobre cosa ajena, y en los que recaen sobre muebles,
cuando las cosas dejan de tener algún dueño".
Esta norma innova sobre el derecho vigente, puesto que Vélez no reguló causas generales de
extinción de los derechos reales a pesar de haber deslizado esa idea en la parte final del art.
2918 referente a la extinción del usufructo al decir que éste también se extingue "por las
causas generales de extinción de los derechos reales".
Creemos que de una buena técnica legislativa el haber seguido este criterio, porque ello
evita inútiles redundancias al tratar la extinción de los diferentes derechos reales.
Se pueden extinguir las servidumbres por los medios de extinción de los derechos
patrimoniales, como la renuncia, transacción, etcétera. También se puede extinguir, como
señala el art. 1841 por la destrucción total de la cosa, ejemplo: sacar agua de una represa
que se destruyó, y que no se piensa reconstruir, y en consecuencia perdió utilidad la
servidumbre; por inalienabilidad absoluta de la cosa, si el fundo sirviente fue expropiado e
indemnizada la servidumbre; por consolidación, si deviene en el mismo propietario el titular
dominante y sirviente.
El Capítulo V, del Título IX del Libro V se refiere a la extinción de las servidumbres en dos
artículos que pasamos a comentar:
"a) La desaparición de toda utilidad para el inmueble dominante". Ejemplo de esto podría ser
el haberse secado definitivamente una fuente de agua donde se encontraba constituida una
servidumbre de sacar agua a favor del inmueble dominante. Ver en la actual legislación el
art. 3050 .
"b) El no uso por persona alguna durante diez (10) años, por cualquier razón". Corresponde
al art. 3059 de la actual legislación. Más que un plazo de prescripción extintiva es uno de
caducidad. Pasados los diez años, ni por acuerdo de partes puede revivir la servidumbre,
ésta se habrá extinguido inexorablemente. Deberán constituirla nuevamente si desean
mantener su vigencia.
En las servidumbres personales, debido a que están constituidas en cabeza y para utilidad de
una persona física, la muerte de ésta lógicamente provoca la extinción de la servidumbre. Si
la servidumbre personal está constituida a favor de una persona jurídica, por razones
semejantes a lo dicho anteriormente la disolución de la misma provoca la extinción de la
servidumbre. El Proyecto amplía el plazo máximo que tenían las servidumbres personales a
favor de personas jurídicas de veinte a cincuenta años.
XIII. CONCLUSIÓN
El Proyecto de 1998, incorpora en el art. 2030, una figura jurídica que hasta la fecha no
poseía regulación legal, pese a los innumerables proyectos legislativos que intentaron su
encuadre jurídico.
La necesidad de regulación de la figura se imponía no sólo para dar respuesta a los reclamos
de los consumidores, sino también como una forma de otorgar seguridad a la inversión de
capitales, tanto nacionales como extranjeros, en esta rama de la industria.
El gran acierto del Proyecto consiste en que, siguiendo las más modernas legislaciones, da
absoluta preeminencia a la autonomía de la voluntad, por cuanto permite que el empresario-
desarrollista, elija el encuadre jurídico que considere adecuado dentro de los derechos reales
o de los derechos personales.
En este sentido, el art. 2030 establece: "La asignación de usos y goces sucesivos o
alternados, por períodos determinados, sobre un conjunto de cosas, puede sujetarse al
régimen de los derechos personales o del condominio, con indivisión forzosa, sin límite de
tiempo. En este caso, el condominio con indivisión forzosa se constituye por el otorgamiento
en escritura pública del reglamento de condominio y administración y su inscripción en el
registro inmobiliario. El reglamento puede instituir una administración con el carácter de
mandatario irrevocable. El reglamento de condominio y administración se integra al título de
asignación del uso y goce".
I. ANTECEDENTES NACIONALES
Otro sector de la doctrina, en cambio, entendiendo que la esencia del instituto consistía, no
en el otorgamiento del derecho de dominio sobre una cosa, sino en la facultad para el
adquirente del derecho de usar y gozar de una cosa mueble o inmueble y de contar
fundamentalmente con determinados servicios, durante un período de tiempo, propugnaba el
encuadre dentro de los derechos creditorios por considerarlo una nueva modalidad negocial
(1926).
Aplaudimos que el Proyecto haya receptado lo que venimos sosteniendo desde hace varios
años, por ello compartimos la opinión aparecida en medios periodísticos (1928) en cuanto
destaca que el art. 2030, al dejar librado a la voluntad de las partes el régimen jurídico a
adoptar, reafirma el principio de autonomía de la voluntad consagrado por la filosofía que
rige la proyectada reforma.
El tiempo compartido atrae a la región en que está ubicado, un turismo con una capacidad
adquisitiva normalmente superior a la media, y que además tiende, a través de los sistemas
de intercambio, a evitar la estacionalidad.
Los usuarios del tiempo compartido que no tienen que pagar por el alojamiento que disfrutan
por la semana o semanas que permanecen en el lugar, gastan en la zona cantidades
sensiblemente superiores a las de otros grupos turísticos, y especialmente a los generados
por los tour-operadores.
Además, hay que hacer mención a la generación de empleo indirecto que se produce como
consecuencia del mantenimiento de los conjuntos inmobiliarios y de la prestación de todos
los servicios complementarios a los usuarios del mismo (1929).
En el mundo, según los últimos datos disponibles (1930), el tiempo compartido concentra
más de cuatro millones de familias y factura valores superiores a los 6.000 millones de
dólares.
América latina es la región del mundo en la que mayor crecimiento tiene la industria del
tiempo compartido. Mientras el índice mundial de desarrollo de la actividad promedia el 9%,
en Latinoamérica alcanza el 15% (1931).
El Proyecto se enrola en la misma línea que las recientes regulaciones que, por medio de
leyes especiales, han adoptado Colombia y España, destacando que este último es el
segundo país del mundo en número de complejos explotados en esta forma.
En la República de Colombia, el instituto se denomina "Sistema de Tiempo Compartido
Turístico" y está regulado por el decreto 1076 del 14 de abril de 1997, del Ministerio de
Desarrollo Económico.
En particular el art. 4º bajo el título "Naturaleza jurídica del tiempo compartido", establece
que: " será de carácter real o de carácter personal".
Es de carácter personal, cuando los usuarios establecen relaciones jurídicas que generan un
derecho personal, que los faculta para ejercer su atribución de utilización o disfrute del
establecimiento sometido al régimen de tiempo compartido turístico.
Se optó por una vía intermedia consistente en detallar la regulación de un nuevo derecho
real de aprovechamiento por turno, por un lado; y por el otro, se previó la configuración del
tiempo compartido como una variable de arrendamiento de temporada, al que resultan
aplicables el conjunto de las disposiciones de la ley (art. 1º).
Para ambos casos, se establece una duración mínima de tres años y máxima de cincuenta
(art. 3º, inc. 1º). Extinguido el régimen por el transcurso del plazo de duración, los titulares
no tendrán derecho a compensación alguna (art. 3º, inc. 2º).
Desde este punto de vista el tiempo compartido como derecho personal encuentra adecuado
soporte en otra de las disposiciones del Proyecto de 1998, art. 1030, que define a los
"grupos de contratos" o contratos conexos, de la siguiente manera: "Los contratos que están
vinculados entre sí por haber sido celebrados en cumplimiento del programa de una
operación económica global son interpretados los unos por medio de los otros y
atribuyéndoles el sentido apropiado al conjunto de la operación".
Las XVII Jornadas Nacionales de Derecho Civil, Santa Fe, septiembre de 1999, Comisión 3,
"Contratos Conexos", emitió el siguiente despacho:
En este sentido, consideramos que sería provechoso el dictado de una ley especial de
regulación que para el caso de la organización del sistema bajo la órbita de los derechos
personales, contemplara una forma de publicidad registral de la afectación de un inmueble
determinado, al tiempo compartido, y en ambos casos (derecho real o derecho personal),
legislara principalmente sobre los siguientes puntos:
I. INTRODUCCIÓN
Inicialmente debemos poner de resalto que el tema relativo a las acciones reales es muy
amplio, por lo que en el presente trabajo solamente nos referiremos a algunos aspectos
esenciales.
Ello sin perjuicio de formular algunas consideraciones especiales en forma un poco más
extensa, en relación con un tema importante en el campo, cual es la legitimación activa en
materia de acción reivindicatoria.
Ahora bien, nuestro Código Civil ha considerado conveniente agrupar a todas las acciones
que sirven de sanción de los derechos reales, bajo la leyenda Acciones reales (1936).
Se ocupa de ellas, luego de legislar sobre los derechos reales de dominio y condominio y
antes de tratar acerca de los restantes derechos reales (usufructo, uso, habitación,
servidumbres, hipoteca, prenda y anticresis). No trae en cambio acciones para la defensa de
los derechos personales.
Esta metodología ha sido objeto de crítica, toda vez que Vélez ubica el título relativo a las
acciones reales entre la propiedad y el condominio por un lado, esto es, los derechos reales
sobre la cosa propia, y los derechos reales sobre cosa ajena, por el otro.
Se ha sostenido así que el método de Freitas en el Esboço es más lógico toda vez que en el
mismo había una sección especial que trataba de los derechos reales en general (Libro 3º,
Sec. 1ª), y dentro de esta sección y con anterioridad al tratamiento de los distintos derechos
reales, había un título especial destinado a las acciones reales (Tít. 3º., Caps. I, II y III).
La misma metodología de ubicar a las acciones reales luego del tratamiento de los derechos
reales en particular también se ha seguido en el referido Proyecto de Reformas al Código
Civil de 1998.
De cualquier modo debe decirse que el método seguido por nuestro codificador de
"interpolar" las acciones reales entre los derechos reales sobre cosa propia y los derechos
reales sobre cosa ajena no ha traído mayores inconvenientes.
Ahora bien, el art. 2756 del Código Civil dispone en su primera parte que "Acciones reales
son los medios de hacer declarar en juicio la existencia, plenitud y libertad de los derechos
reales...".
En rigor de verdad esta definición es muy estricta y limitada. En efecto, la acción real no
sería enteramente eficaz si se limitase solamente a declarar el derecho como reza el texto.
Su utilidad sería muy relativa si, por ejemplo en el caso de la acción reivindicatoria, el
perjudicado solamente obtuviera del órgano jurisdiccional la declaración de su derecho de
propiedad y no se hiciesen cesar los efectos del desapoderamiento. Lo importante aquí es el
reintegro del factum possessionis.
Por eso en el Anteproyecto de 1954, siguiendo los lineamientos del Anteproyecto Bibiloni y
del Proyecto 1936, se propició la siguiente fórmula: "Las acciones reglamentadas en este
título tienen por objeto la declaración en juicio de la existencia, plenitud y libertad de los
derechos reales, con el fin de impedir los hechos que se opongan a su libre ejercicio o hacer
cesar sus efectos" (art. 1785).
De cualquier modo, el propio Código Civil en otros artículos se encarga de dejar establecido
el verdadero sentido y alcance que corresponde atribuir a las acciones reales. Así en el caso
concreto de la acción reivindicatoria se define a la misma como "la acción que nace del
dominio que cada uno tiene de cosas particulares, por la cual el propietario que ha perdido la
posesión, la reclama y la reivindica contra aquél que se encuentre en posesión de ella". Ello
surge asimismo de lo prescripto en los arts. 2794 y 2795 en cuanto se habla de condena a
restituir por parte del demandado.
El maestro Salvat ha dicho así que el carácter esencial de las acciones reales "consiste en
que ellas corresponden a un derecho real; lo ponen en movimiento para hacerlo reconocer y
para mantenerlo en toda su extensión" (1937).
Finaliza el referido art. 2756 mediante el siguiente agregado: "....con el efecto accesorio,
cuando hubiere lugar de indemnización del daño causado".
Naturalmente, si los actos del poseedor reivindicado ocasionan un perjuicio el mismo deberá
ser reparado.
Así sucede con la restitución de los frutos y otras prestaciones que adeuda el poseedor de
mala fe y aun el que procedió sin ella. Pero puede suceder que no alcanzándose aquellos
resultados, deba el resarcimiento suplirlos, siquiera en medida imperfecta: sería el caso en
que el objeto pasara a manos de terceros contra quienes no fuera permitida la persecusión,
lo que es frecuente en materia de reivindicación de muebles y se presenta asimismo en
ciertas hipótesis de reivindicaciones inmobiliarias, como también lo señala el maestro Lafaille
(1938).
Esto último resulta aplicable en la actualidad frente al agregado introducido por la reforma de
1968 al art. 1051 , Código Civil, en armonía con el art. 1057 , Código Civil (1939).
De su lado, el art. 2757 , Código Civil, prescribe: "Las acciones reales que nacen del derecho
de propiedad, son: la acción de reivindicación, la acción confesoria, y la acción negatoria".
Uno de los primeros problemas que se plantean en esta materia consiste en determinar si
dicha enumeración es limitativa o si pueden existir otras acciones reales.
Así, por ejemplo, se ha sostenido que la acción que el Código Civil otorga al acreedor
hipotecario para mantener la intangibilidad de su derecho (art. 3157 , Cód. Civ.) constituiría
una acción real.
Se discute, asimismo, si las acciones posesorias y los interdictos son reales o personales
(1940).
Sobre este particular recordamos que en el mencionado Proyecto de Reformas al Código Civil
de 1998 las acciones posesorias son consideradas como defensas reales.
Además, se ha hecho al referido art. 2757 , Código Civil, una observación fundamental en
cuanto el mismo presenta las tres acciones reales como nacidas del derecho de propiedad,
cuando naturalmente pueden ser utilizadas para la defensa de otros derechos reales, como lo
veremos luego.
Mas como lo recuerda Musto en el Tomo IV de su excelente obra sobre Derechos Reales lo
que ocurre es que dicho art. 2757 toma la palabra propiedad en un sentido amplio, esto es,
como valor incorporado al patrimonio de una persona (1941).
Por ello podría decirse que se refiere a la "propiedad de la servidumbre u otro derecho real".
Así tendríamos en primer término que la acción reivindicatoria tiende a la existencia del
derecho real, por ejemplo, cuando nos despojan de una cosa que nos pertenece; el fin de
dicha acción es que se declare la existencia de nuestro derecho sobre la cosa y su
consecuente restitución, ya que sin la posesión, desaparece el ejercicio del derecho de
propiedad.
En cambio, la acción confesoria tiende a su plenitud. Así, por ejemplo, si soy titular de una
servidumbre y se me impidiere su ejercicio.
Frente a algunas dificultades que se han señalado en relación al ámbito de aplicación de las
tres acciones reales disciplinadas por nuestro Código Civil nos ha parecido conveniente
referirnos a esta cuestión por ser la misma un problema medular en materia de defensa de
los derechos reales.
Así, según este destacado jurista, la regulación de las acciones reales efectuada por Vélez es
correcta. Lo que pasa es que en su opinión el Código Civil ha sido mal interpretado en esta
materia. A veces no se han tenido en cuenta sus verdaderas fuentes, que son el Esboço de
Freitas y Pothier.
En otras ocasiones se tuvieron en cuenta tales fuentes, pero se las interpretó erróneamente,
especialmente al Esboço de Freitas.
También expresa Allende que tres son las acciones reales, por lo que naturalmente deben
tener un ámbito distinto y entre las tres deben defender a todos los derechos reales.
En efecto, en uno de los párrafos de la nota del referido art. 2800 , Código Civil, señala Vélez
que "para que podamos intentar la acción reivindicatoria, es preciso que se nos haya
impedido enteramente usar de nuestra cosa, es decir, que seamos privados de la posesión.
Todo ataque de una importancia menos grave, basta para darnos la acción negatoria".
Por ello que, señala Allende con buen criterio, dejando de lado la gravedad que hace sólo a lo
objetivo y no a lo sustantivo de la diferenciación, podemos dividir a los derechos reales en
dos grandes sectores en lo que hace a su defensa, a saber:
Y así ejemplifica, supongamos que la acción constituya la defensa real de las servidumbres
activas, ¿cuál sería el ámbito de la acción negatoria?
La respuesta sería sencilla, se extendería a todos los demás derechos reales, siempre que la
lesión no fuera tan grave, es decir, que no se hubiera producido una desposesión, pues si
esto último hubiera ocurrido, recurriríamos a la acción reivindicatoria.
En otras palabras, necesariamente existe tal ensamble entre las acciones reales, por lo que
determinado el sector de los derechos reales en que una cualquiera de ellas se mueve,
queda de inmediato determinada la órbita de las otras dos.
Esto tiene que ser así, pues de lo contrario, habría superposición de acciones reales sobre un
mismo derecho y/o derechos reales que carecerían de acción.
Por razones metodológicas nos parece más adecuado comenzar por analizar la acción
negatoria.
1. Acción negatoria
1. Siguiendo a Guillermo Allende en el mencionado trabajo tenemos que este autor sostiene
que la acción negatoria tiene su fuente en Freitas. Así, dice que cinco de los artículos de
nuestro Código Civil -los principales a los fines del estudio que estamos efectuando- son
tomados en forma textual de Freitas, otro tiene su fuente en él y el restante, sin alterar en
absoluto el sistema del Esboço, es tomado de Aubry y Rau.
En efecto, el art. 2800 de nuestro Código Civil, que dice: "La acción negatoria es la que
compete a los poseedores de inmuebles contra los que les impidiesen la libertad del ejercicio
de los derechos reales, a fin de que la libertad sea restablecida", es transcripción casi textual
del art. 4004 del Esboço.
El art. 2801 de nuestro Código Civil que dice: "La acción negatoria corresponde a los
poseedores de inmuebles y a los acreedores hipotecarios impedidos de ejercer libremente
sus derechos", es transcripción del art. 4005, incs. 1º y 2º del Esboço.
El art. 2802 de nuestro Código Civil que dice: "Se da contra cualquiera que impida el
derecho de poseer de otro, aunque sea el dueño del inmueble, arrogándose sobre él alguna
servidumbre indebida", es transcripción del art. 4005, inc. 3º del Esboço.
El art. 2803 de nuestro Código que reza: "La acción debe tener por objeto accesorio privar
al demandado de todo ulterior ejercicio de un derecho real, y la reparación de los perjuicios
que su ejercicio anterior le hubiere causado, y aun obligar al demandado a asegurar su
abstención por una fianza" tiene como fuente al art. 4007 del Esboço.
Por lo demás, el art. 2805 de nuestro Código que dice: "Al demandante le basta probar su
derecho de poseer o su derecho de hipoteca, sin necesidad de probar que el inmueble no
está sujeto a la servidumbre que se le quiere imponer", es transcripción del art. 4008 del
Esboço.
Finalmente, el art. 2806 de nuestro Código que dice: "Probándose que el acto del
demandado no importa el ejercicio de un derecho real, aunque el poseedor fuese
accidentalmente impedido en la libre disposición de su derecho, la acción, si hubo daño
causado, será juzgado como meramente personal", es también transcripción del art. 4009,
apartado 3º del Esboço.
Por su parte, el art. 2804 de nuestro Código que dice: "Puede también tener por objeto
reducir a sus límites verdaderos el ejercicio de un derecho real", tiene su fuente en Aubry y
Rau, pero en nada varía el pensamiento de Freitas.
De esta manera puede decirse que el ámbito de nuestra acción negatoria es exactamente el
mismo que el del Esboço.
Según Allende, una lectura de los referidos artículos del Esboço que sirvieron de fuente
directa a Vélez permite inferir sin esfuerzo que el ámbito de aplicación de la acción negatoria
comprende la defensa de todos los derechos reales, menos las servidumbres activas y la
hipoteca.
Y tal es naturalmente el sector de los derechos reales que abarca nuestro Código Civil.
De este modo, parece asimismo razonable sostener que si Vélez siguió a Freitas en el ámbito
de una de las tres acciones reales, necesariamente debió seguirlo en las otras dos, conforme
lo veremos más adelante.
Como se señala en dicho comentario, se trata de una demanda entablada por Ernesto G. Tell
contra Ermete y Héctor Pautasso, propietarios de un predio vecino, sosteniendo que éstos
desagotan en el predio del actor una laguna natural formada por las aguas de lluvia, por
medio de una zanja o canalización que atraviesa un camino vecinal intermedio, lo que hace
que también extienda su demanda a la Comuna de María Susana.
La sentencia de primera instancia fue dictada por el juez de Distrito número 11 en lo Civil,
Comercial y del Trabajo de San Jorge, departamento San Martín de la provincia de Santa Fe.
Los Pautasso se agravian aduciendo que la canalización fue hecha por personas desconocidas
y que ellos de ningún modo impiden a Tell el ejercicio de sus derechos reales, que sea
menester restablecer.
Se agravian también porque se los condena al pago de daños y perjuicios sin que existan
pruebas al respecto.
El principal argumento gira sobre la base de considerar que para la procedencia de la acción
negatoria, es necesario que un tercero se atribuya un derecho de servidumbre u otro
derecho real sobre la cosa del actor, y en el sub iudice, según la Cámara, surge con total
evidencia que los demandados en momento alguno se atribuyen la existencia de una
servidumbre de ningún tipo, respecto del inmueble del actor y se limitan a negar
responsabilidad alguna en la realización de las obras que provocan el escurrimiento de las
aguas pluviales sobre su fundo.
En el referido comentario el doctor Chávarri señala que la acción negatoria que estamos
estudiando protege la libertad del ejercicio de los derechos reales, según el propio texto del
referido art. 2800 , Código Civil.
El precepto concuerda con el art. 2523 del Código Civil que consagra tal principio de
libertad, en cuanto dice: "Cualquiera que reclame un derecho sobre la cosa de otro, debe
probar su pretensión, hasta que no se dé esa prueba, el propietario tiene la presunción de
que su derecho es exclusivo e ilimitado".
De este modo podrá acudirse a la acción negatoria cuando se afectare tal libertad, por
ejemplo, respecto de un inmueble.
No será menester desde luego una desposesión del inmueble, pues en este caso, la acción
procedente será la acción reivindicatoria que supone un ataque más grave que el protegido
por la acción negatoria.
En efecto, se recuerda que el argumento central sustentado por la Cámara para revocar la
sentencia del señor juez de Distrito que hacía lugar a la demanda del actor contra los
Pautasso, consiste básicamente en sostener que, en este caso, los demandados "en
momento alguno se atribuyen la existencia de una servidumbre de ningún tipo respecto del
actor".
Agrega que los demandados se limitan a negar la realización de obras que provocan el
escurrimiento de las aguas pluviales al predio del actor, pero sin invocar "derecho de
servidumbre al respecto".
El anotador del fallo se muestra partidario de acoger la demanda en casos como el presente
en que no obstante no haberse invocado la existencia de una servidumbre, en los hechos se
han realizado actos perjudiciales al actor que tienen todo el aspecto de una servidumbre
predial de avenamiento, continua y aparente, pues para su funcionamiento no resulta
necesario "un hecho actual del hombre" (art. 2975 , Cód. Civ.), cuya presencia se anuncia
por el hecho material de una zanja (art. 2976 , Cód. Civ.).
Ello coincide con el criterio sustentado en nuestra obra citada (1946), en dicho comentario
del doctor Chávarri, en cuando decimos que aun cuando, por ejemplo, el actor no acreditare
que el demandado ejerciere un derecho real (v.gr., una servidumbre sobre el inmueble),
debería darse curso favorable a la acción negatoria cuando existieren actos turbatorios en
perjuicio de un inmueble del actor.
Ello encuadra en la doctrina de los arts. 2803 y 2806 del Código Civil (1947).
En este orden de ideas, el destacado jurista italiano C. Massimo Bianca, en su reciente obra
sobre la materia señala que si terceros cumplieren actos correspondientes al ejercicio de
derechos reales sobre la cosa, aun cuando no pretendieren propiamente un derecho real
limitado sobre la misma, el objeto de la acción negatoria se amplía, finalizándose así con la
cesación de otras intromisiones abusivas y con el resarcimiento del daño (1948).
2. Acción confesoria
Nos referiremos ahora a la acción confesoria. También aquí Vélez, según Allende, siguió
íntegramente a la letra a Freitas.
En efecto, el art. 2795 de nuestro Código Civil que dice: "La acción confesoria es la derivada
de actos que de cualquier modo impidan la plenitud de los derechos reales o las
servidumbres activas, con el fin de que los derechos y las servidumbres se restablezcan",
prácticamente reproduce el art. 3992 del Esboço.
El art. 2796 , Código Civil, que reza: "Compete la acción confesoria a los poseedores de
inmuebles con derecho de poseer, cuando fueren impedidos de ejercer los derechos
inherentes a la posesión, que se determinan en este Código: a los titulares verdaderos o
putativos de servidumbres personales activas, cuando fuesen impedidos de ejercerlas: a los
acreedores hipotecarios de inmuebles dominantes cuyos poseedores fuesen impedidos de
ejercer derechos inherentes a su posesión", es copia del art. 3993, incs. 1º, 2º y 3º del
Esboço.
Por su parte, el art. 2797 de nuestro Código Civil que dice: "La acción confesoria se da
contra cualquiera que impida los derechos inherentes a la posesión de otro o sus
servidumbres activas", es copia del art. 3993 del Esboço.
Tocante al art. 2798 del Código Civil, que dice "Le basta al actor probar su derecho de
poseer el inmueble dominante, cuando el derecho impedido no fuese servidumbre; y su
derecho de poseer el inmueble dominante y su servidumbre activa o su derecho de hipoteca,
cuando fuese tal el derecho impedido", debe decirse que es también copia del art. 3994,
incs. 1º y 2º del Esboço.
Finalmente, el art. 2799 de nuestro Código Civil que reza: "Cuando el inmueble dominante o
sirviente perteneciere a poseedores con derecho de poseer, la acción confesoria compete a
cada uno de ellos y contra cada uno de ellos, en los casos designados en los artículos
anteriores; y las sentencias que pronuncien, perjudicarán o aprovecharán a todos respecto a
su efecto principal, pero no respecto al afecto accesorio de la indemnización del daño", es
asimismo copia del art. 4003 del Esboço.
Y tanto en el Esboço, cuanto en nuestro derecho positivo, la acción negatoria abarca tanto a
las servidumbres activas cuanto a la hipoteca.
Es decir, cada una actúa en sectores distintos y entre las dos comprenden a todos los
derechos reales.
3. Acción reivindicatoria
Naturalmente, según Allende, el ámbito de la acción reivindicatoria debe ser el mismo que el
de la negatoria.
Freitas es muy claro en su art. 3866 que dice: "La reivindicación es la acción derivada de los
actos involuntarios o ilícitos que impidieren absolutamente los derechos reales que pueden
ejercerse por medio de la posesión, a efecto de que ésta se restituya".
Vélez no trae una norma tan exacta como ésta, pero coincide con el pensamiento de Freitas
en la recordada nota al art. 2800 de nuestro Código Civil.
Señala asimismo que no existe en el derecho argentino, como lo sostiene alguna opinión
minoritaria, una normativa que restringiere el ámbito de la acción reivindicatoria.
Tal criterio minoritario se basa en el art. 2758 , Código Civil, que dice: "La acción de
reivindicación es una acción que nace del dominio que cada uno tiene de cosas particulares,
por la cual el propietario que ha perdido la posesión, la reclama y la reivindica, contra aquel
que se encuentra en posesión de ella".
Se recalca que el artículo trae las palabras "dominio" y "propietario" y que por lo tanto mal
puede referirse al usufructo, al uso, etcétera.
Pero resulta que según el Digesto la acción confesoria se otorga a todos los otros derechos
reales y en cambio en nuestro derecho, según lo hemos visto anteriormente, su campo
queda reducido a las servidumbres prediales y personales.
De este modo, si el referido art. 2758 tuviera que ser interpretado así, en nuestro derecho
quedarían sin defensa los siguientes derechos reales: usufructo, uso, habitación, prenda y
anticresis.
Por lo demás, el art. 2757 , Código Civil, dice "Las acciones reales que nacen del derecho de
propiedad, son: la acción de reivindicación, la acción confesoria y la acción negatoria".
Si se aplica la misma interpretación que en el caso del art. 2758 , no quedaría otro camino
que sostener que las acciones reales sólo defienden al dominio y al condominio, pues "nacen
del derecho de propiedad".
Pero, interpretar así el art. 2757 es absolutamente imposible ante la existencia de otras
disposiciones legales, como por ejemplo, los arts. 2795 y siguientes del Código Civil. Ello es
muy claro y no necesita de mayores consideraciones.
Lo que ocurre en realidad es que Vélez, aquí, como en otras partes del Código Civil, emplea
las palabras dominio y propiedad con un sentido más amplio que el que resulta del art. 2506
del Código Civil (v.gr., notas al art. 2807 , Cód. Civ., en materia de usufructo, nota al art.
2948 en materia de uso, nota al art. 2970 en materia de servidumbres, etc.).
Tal sentido amplio de la expresión dominio o propiedad empleada por Vélez en el art. 2758 ,
Código Civil, similar al criterio seguido por Pothier y otros juristas, en cuanto sinónimo de
derecho real, significa admitir el criterio de la reivindicación amplia, comprensiva de todos
los derechos reales que se ejercen por la posesión.
En favor de esta tesis amplia se ha invocado asimismo el art. 2772 del Código Civil que
dice:
"La acción de reivindicación puede ser ejercida, contra el poseedor de la cosa, por todos los
que tengan sobre ésta un derecho real perfecto o imperfecto".
De modo que no quedan dudas acerca de la interpretación amplia que corresponde atribuir al
referido art. 2758 del Código Civil en cuanto a que la acción reivindicatoria puede ser
intentada por todos los titulares de derechos reales que se ejercen por la posesión, es decir,
que compete al propietario, al copropietario, al usufructuario, al usuario, al habitador, al
acreedor prendario y al acreedor anticresista.
Así, conforme a lo anticipado, el art. 2756 , prescribe que "las acciones reales son los medios
de hacer declarar en juicio la existencia, plenitud y libertad de los derechos reales, con el
efecto accesorio, cuando hubiere lugar, de indemnización del daño causado".
Si bien una primera lectura de este artículo pudiera hacer pensar que son acciones
meramente declarativas, lo cierto es que son verdaderas acciones de condena.
Como ya se ha dicho, ello surge de varios artículos del Código Civil (v.gr., arts. 2758 , 2793 ,
2794 , 2795 y 2800 , entre otros), al referirse a las acciones reales en particular.
La persona que es poseedora de un inmueble y resulta despojada del mismo, puede intentar
las acciones posesorias y si es vencido, aún puede ejercer las acciones reales, pero en este
caso no basta con ser poseedor, sino que se requiere ser poseedor legítima. Como se sabe,
de acuerdo con la primera parte del art. 2355 del Código Civil, la posesión será legítima,
cuando sea el ejercicio de un derecho real, constituido en conformidad a las disposiciones de
este Código. Tales titulares de derechos reales ejercitan así el llamado ius possidendi.
Ahora bien, de acuerdo con la tesis amplia de la cual participamos, la acción reivindicatoria
puede ser ejercida por los titulares de todos los derechos reales que se ejercen por la
posesión y que hemos mencionado precedentemente.
Es el principio general.
La misma comprende dos situaciones, esto es, la acción dirigida contra otro condómino, y la
acción dirigida contra un tercero.
El supuesto está previsto en el art. 2761 : "Son también reivindicables las partes ideales de
los muebles o inmuebles, por cada uno de los condóminos contra cada uno de los
coposeedores".
De este modo, la medida de la reivindicación está dada por la parte ideal. No se podría por
tanto reivindicar toda la cosa ya que sobre ella también le asiste derecho al comunero
demandado.
Este problema dio origen a una interesante polémica en nuestra doctrina nacional.
Para una corriente estricta, sostenida a su turno por Salvat -entre otros juristas- el
condómino sólo puede reivindicar su parte indivisa, por las siguientes razones:
1º) Como las acciones se acuerdan en la medida necesaria para proteger el derecho
invocado, la facultad de reivindicar no puede ir más allá de la parte indivisa.
2º) La interrupción de la prescripción causada por la demanda hecha por uno de los
condóminos no aprovecha a los otros (art. 3992 , Cód. Civ.).
Por tanto, si uno de los condóminos acciona contra un tercero, la prescripción se interrumpe
sólo respecto de él, y, como continúa corriendo contra los demás, no es dable admitir que
ese condómino pueda reivindicar en nombre de los otros no alcanzados por la consecuencia
inmediata de la promoción de la acción.
3º) El Código reglamentó los efectos de la sentencia, cuando en una acción confesoria la
demanda es entablada por uno de los condóminos o contra uno de ellos (art. 2799 , Cód.
Civ.). Es decir, que la sentencia perjudicará o aprovechará a todos.
Sostienen los partidarios de la tesis estricta que el silencio guardado respecto de la acción
reivindicatoria es significativo si se tiene en cuenta que en la práctica es más frecuente la
promoción de la acción reivindicatoria que la confesoria.
4º) El art. 3450 del Código Civil, acerca de la reivindicación de inmuebles hereditarios
durante la indivisión consagra una solución limitativa, al circunscribir el derecho de cada
coheredero reivindicante "hasta la concurrencia de su parte en la herencia".
5º) Finalmente, se sostiene en apoyo de esta tesis limitativa, que es el criterio sustentado
por los autores que sirvieron de fuente a nuestro Código Civil en la materia.
En cambio, para la corriente amplia de la que participamos, sostenida por Lafaille, Fornieles,
Spota, Molinario (en un completo trabajo sobre el tema en el libro homenaje a Héctor Lafaille
que seguimos a los efectos de su tratamiento) (1949), Borda, Highton, Alterini, Musto, López
de Zavalía y la mayor parte de nuestra doctrina, el condómino puede reivindicar toda la
cosa.
2º) El art. 3992 , Código Civil, invocado por la corriente estricta, se vuelve en contra de sus
sostenedores.
En efecto, dicho artículo dice que los efectos interruptivos de la demanda sólo benefician al
condómino que la interpuso, cuando "no hay privación de la posesión".
3º) El art. 3540 , Código Civil, sólo limita el derecho del heredero hasta la concurrencia de su
parte, en lo que hace al ejercicio de las acciones conservatorias de sus derechos en los
bienes hereditarios.
4º) Un principio importantísimo en la materia establece el art. 2679 , Código Civil, en cuanto
faculta al condómino a reivindicar "la cosa en la que tenga su parte indivisa".
5º) Si se admite el progreso sólo por la parte indivisa, se crearía una situación híbrida entre
el reivindicante y el usurpador.
6º) Sostiene asimismo Molinario, en el mencionado trabajo, que la elaboración en torno a las
partes indivisas en el condominio es un artificio legal creado para reglar las relaciones de los
copropietarios entre sí, pero no para ser invocado por los terceros.
7º) El silencio del Código al no haber reglamentado los efectos de la sentencia, a diferencia
de lo que ocurre en la acción confesoria, se explica, pues los mismos se infieren del juego
armónico de todas las normas citadas.
Como lo anticipamos, participamos así de este criterio mayoritario, que por lo demás resulta
asimismo más justificado desde el punto de vista práctico.
Así tenemos:
1º) Tocante a la reivindicación por el heredero, cabe recordar inicialmente que el heredero
continúa la persona del causante (art. 3417 , Cód. Civ.).
Y no sólo lo sucede en la propiedad, sino también en la posesión (art. 3418 , Cód. Civ.).
Además, está facultado para ejercer las acciones petitorias que corresponderían al acusante
(art. 3421 , Cód. Civ.).
En consecuencia, no existe ninguna duda de que asiste al heredero el derecho de reivindicar,
debiendo darse en el causante todos los presupuestos para la procedencia de la acción.
Desde luego que no necesita acreditar haber tenido personalmente la posesión ni haberla
perdido, siendo suficiente que esté investido de la posesión hereditaria (arts. 3410 , 3412 ,
3413 , 3414 y conexos del Código Civil) y que quien tuvo la posesión y la perdió fue su
antecesor.
El caso está previsto en el art. 3775 , Código Civil, que reza: "Cuando el legado sea de un
objeto determinado en su individualidad, el legatario está autorizado a reivindicarlo de
terceros detentadores con citación del heredero".
Ha señalado nuestra doctrina que pese a que el legatario de cosa cierta debe pedir al
heredero o albacea la entrega de la posesión de la cosa (art. 3767 , Cód. Civ.), cuya
propiedad le pertenece desde la muerte del testador (art. 3766 ), el Código Civil lo autoriza
mientras tanto a reivindicar, con sólo citar al heredero. De este modo puede decirse que el
legatario reivindica, sobre la base de la posesión del testador y sus herederos.
En este sentido el art. 1444 , Código Civil, declara la cesibilidad de todo objeto incorporal,
todo derecho y toda acción sobre una cosa que se encuentre en el comercio, salvo que la
causa sea contraria, expresa o implícita de la ley o al título del crédito. Ello alcanza
naturalmente a las acciones reales. En la nota al art. 1445 , Código Civil, dice Vélez que la
reivindicación fundada sobre el derecho de propiedad es cesible. El cesionario puede
reivindicar sobre la base de la posesión que tuvo y perdió el cedente.
Para algunos autores, como el comprador no es titular de un derecho real, por no habérsele
hecho tradición de la cosa, conforme a la denominada teoría del título y modo vigente en
nuestro ordenamiento jurídico en materia de adquisición de derechos reales sobre
inmuebles, aquél no podría reivindicar y únicamente le quedaría como alternativa demandar
al vendedor por cumplimiento del contrato.
b) El comprador puede reivindicar subrogándose en los derechos del vendedor (art. 1196 ,
Cód. Civ.).
Como acreedor de la entrega de la cosa y su deudor, el vendedor, como dueño de ella, tiene
el derecho de reivindicar contra el tercero, subrogándose en este derecho.
Como el actor tiene para sí la presunción de haber recibido la tradición, triunfará en la acción
reivindicatoria a condición de que el reivindicado no demuestre que ni él ni sus antecesores
tuvieron la posesión.
Nos remitimos pues a los fundamentos de dicho plenario celebrado en relación a la causa
"Arcadini c/Maleca" (JA, 1958-IV-1427).
La conclusión obtenida por mayoría fue afirmativa, para lo cual se esgrimieron los siguientes
principales argumentos:
1º) En los términos amplios del art. 1444 , Código Civil, está comprendida la cesión de la
acción reivindicatoria.
3º) Admitiendo que el cesionario puede reivindicar, no hay obstáculo para que el comprador
pueda hacerlo, pues hay grandes afinidades entre la compraventa y la cesión ordinaria de
créditos.
4º) Cuando el vendedor no se reserva ningún derecho sobre la cosa, debe entenderse que
transmite todas las acciones. Y por obra de este traspaso implícito de los derechos de
antecesores a sucesores, éstos pueden ampararse en la posesión del causante, adquiriendo
la posibilidad de reivindicar.
5º) No se oponen a esta interpretación los arts. 577 y 3265 , Código Civil, por cuanto si bien
el derecho real no se transmite antes de la tradición, no pasa lo mismo con la acción, que
pasa sólo con el contrato.
Como fácil resulta de ver a través de las principales argumentaciones sustentadas por la
mayoría de este plenario, las mismas son consistentes y con suficiente apoyatura jurídica,
por lo que adherimos a ellas.
III. LAS ACCIONES REALES EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL UNIFICADO CON EL CÓDIGO
DE COMERCIO DE 1998
Ab initio corresponde poner de resalto que el último Título del Libro Quinto de este Proyecto
desarrolla la defensa real, comprensiva de la defensa extrajudicial y de la defensa judicial, y
dentro de esta última tanto de la defensa de la relación real cuanto de la del derecho real y
entre ambas, del caso especial de la acción para adquirir la posesión.
Se tutelan las relaciones reales que recaen sobre cosas muebles o inmuebles y
universalidades de hecho.
Para las privaciones de las relaciones reales se acude a la acción de despojo, con amplia
legitimación activa, que resguarda frente a la exclusión absoluta de todo o parte del objeto,
aunque sea originada por una obra que se comienza a hacer. Quiere decir que abarca las
actuales acciones de recobrar y de despojo y también la acción de obra nueva cuando se
traduce en la privación de la relación real.
Para el supuesto especial de la adquisición de la posesión por quien tiene título suficiente y
no se le ha hecho tradición traslativa, se legisla una acción ágil y con breve plazo de
caducidad. Se aclara que se trata de una acción viable y no del sorprendentemente inidóneo
interdicto de adquirir. Aunque propiamente no defiende la posesión, es tratada en este
contexto por importar una suerte de tutela potencial, pues facilita su adquisición y posterior
ejercicio.
2. Nos referiremos ahora a las acciones reales, tema central del presente trabajo.
Sobre el particular cabe recordar el art. 2199 de dicho Proyecto de Código Civil: "Acciones
reales son los medios de defender en juicio la existencia, libertad y amplitud de los derechos
reales, y en su caso, con el efecto sustitutivo o complementario de indemnización del daño.
Las acciones reales legisladas en esta Sección son la reivindicatoria y la de deslinde".
La primera observación importante que salta a la vista consiste en el hecho de que las tres
acciones reales de que trata el Código vigente, y a las que nos hemos referido brevemente
con anterioridad, esto es, la acción reivindicatoria, la confesoria y la negatoria, se han
agrupado en una sola, es decir, en la acción reivindicatoria.
Nos parece un acierto esta idea, que ya había sido propiciada hace tiempo por Julio Dassen,
entre otros juristas.
Por otra parte, el condominio por confusión de límites legislado por nuestro Código vigente
(arts. 2746 a 2755 ), que puede terminar a través de la acción de deslinde es reemplazado
ahora por la acción real de deslinde (arts. 2219 a 2223 ).
Debemos reiterar, asimismo, como se ha visto, que en dicho Proyecto de Código Civil de
1998, las acciones reales constituyen una especie dentro del género de las defensas reales.
En los referidos Fundamentos, como se ha dicho, se pone especial énfasis en destacar que la
defensa de los derechos reales conduce a las acciones reales, donde se diseña un sistema
mucho más simple y orgánico que el vigente.
En efecto, como se ha puntualizado, sólo se prevén dos acciones, esto es, la acción
reivindicatoria y la de deslinde.
Se proyecta así que la acción reivindicatoria se extienda a los ámbitos que en la actualidad
cubren las acciones confesoria y negatoria.
De este modo se señala que cuando el régimen vigente le concede la acción confesoria al
titular de una servidumbre es por entender que se afectó la plenitud de algún derecho real
que se ejercita por la posesión, pero, en verdad, está en juego la existencia misma de la
servidumbre.
Como de interés debe destacarse que el art. 2201 del Proyecto propicia que para el progreso
de las acciones reales la titularidad del derecho real debe existir al tiempo de la sentencia.
Esto marca un progreso en relación al art. 2774 del Código vigente que dice: "La acción no
compete al que no tenga el derecho de poseer la cosa al tiempo de la demanda, aunque
viniese a tenerlo al tiempo de la sentencia, ni al que no tenga al tiempo de la sentencia
derecho de poseer, aunque lo hubiese tenido al comenzar la acción".
Por ello, era menester regular supuestos muy distintos, que se desarrollan bajo los epígrafes
de mueble no registrable o sujeto a registración constitutiva, de registración meramente
declarativa, con antecesor común o con distintos antecesores (arts. 2211 a 2214). Se
agregan, asimismo, reglas complementarias para hipótesis especiales de inscripción
meramente declarativa.
El art. 2219 de dicho Proyecto dice. "La acción de deslinde defiende la amplitud del derecho
real que recae sobre terrenos, aunque tengan construcciones, y tiene como finalidad que los
límites inciertos se investiguen, y el terreno se mensure y amojone".
De su lado, el art. 2220 del Proyecto propicia que "Puede ejercer la acción de deslinde el
titular o cotitular de derechos reales, contra el dueño o condómino colindante".
Aunque con mejor redacción que el art. 2750 del Código vigente, el art. 2221 del Proyecto,
propicia esta fórmula: "Si todos los terrenos están sujetos al dominio público de un mismo
titular se aplican las normas del derecho administrativo correspondiente".
En los Fundamentos del Proyecto se pone de resalto el hecho de que la acción de deslinde
que estamos comentando aparece en el lugar adecuado, con lo que reconoce el acierto de la
generalizada censura soportada por el Código vigente, por haberla legislado en el poco
comprensible condominio por confusión de límites.
Se indica, asimismo, que para perfilar el ámbito en que actúa la acción se acuña el término
amplitud, pues el aparentemente semejante plenitud tenía con Vélez un sentido totalmente
distinto, lo que patentiza la inconveniencia de que perdurara con otro significado, con los
equívocos consiguientes.
Añádase que con buen criterio, el art. 2222 del Proyecto de Código Civil 1998 propicia que:
"Se juzga como reivindicatoria la acción en la que alguna de las partes menoscaba la
existencia del derecho real, apoderándose total o parcialmente del terreno lindero, o lesiona
su libertad, impidiendo el amojonamiento, la reposición de los mojones o destruyéndolos".
Se trata de una redacción mejor que la del art. 2747 del Código vigente.
El artículo final de este parágrafo del Proyecto es el art. 2223, que dice: "El tribunal debe
ponderar la existencia de título suficiente, o de signos materiales y la relación real, en este
orden de prelación...". Esto ya cuenta en la actualidad con suficiente sustento de doctrina
autoral y jurisprudencial.
Se propone asimismo que si no es posible determinar los límites de los terrenos, el tribunal
debe atribuir la zona confusa por partes iguales (art. 2223 in fine).
Esto nos merece alguna observación. Preferimos la fórmula del art. 2755 del Código vigente
en cuanto prescribe que: "No siendo posible designar los límites de los terrenos, ni por los
vestigios antiguos ni por la posesión, la parte dudosa de los terrenos será dividida entre los
colindantes, según el juez lo considere conveniente".
Como lo recuerda Salvat se trata de una facultad excepcional conferida al juez, que
únicamente podrá ser aplicada si fuese realmente imposible llegar a establecer el límite
exacto entre ambos terrenos. En el ejercicio de ella, el magistrado puede fijar la línea donde
lo considere conveniente, pero indudablemente deberá hacerlo consultando los dictados de la
equidad y de la justicia (1951).
En los mencionados Fundamentos del Proyecto de Código Civil de 1998 se señala que el
objetivo de la acción de deslinde es neto: que los límites inciertos se investiguen, y el
terreno se mensure y amojone. Para que la totalidad de los supuestos imaginados tengan
cobertura legal, se excluyen de la acción de deslinde y se consideran hipótesis de la acción
reivindicatoria -como acaba de verse-, a los casos de apoderamiento total o parcial de
terreno lindero, de impedimentos para el amojonamiento o la restitución de mojones, o de la
destrucción de ellos.
Ello es lo que ha venido sosteniendo hasta el presente una calificada doctrina y
jurisprudencia, que el texto proyectado procura plasmar en realidad normativa.
3. El Título XIV y con él el Libro Quinto del Proyecto de Código Civil, culminan con las
relaciones entre las defensas de la relación real y del derecho real (arts. 2224 a 2227).
Damos así por finalizado nuestro comentario a algunos aspectos relativos a las acciones
reales en el Código vigente, como así a las dos acciones reales reguladas en el Proyecto de
Código Civil de 1998 -acción reivindicatoria y de deslinde- considerando respecto de este
último cuerpo que en líneas generales, salvo algunas observaciones de detalle, lo propiciado
en dicho cuerpo merece ser aprobado como un importante aporte para el mejoramiento de
nuestras instituciones jurídicas básicas.
1. Como principio general, la acción reivindicatoria abarca el sector de todos los derechos
reales que se ejercen por la posesión por lo que en nuestro derecho tienen legitimación
activa para intentar dicha acción real: el propietario, el copropietario, el usufructuario, el
usuario, el habitador, el acreedor prendario y el acreedor anticresista.
IV. CONCLUSIÓN
(1936) ANDORNO, Luis O. - GARRIDO, R., Código Civil Anotado. Libro III. Derechos
Reales, T. III, Zavalía, Buenos Aires, ps. 7 y ss.
(1937) SALVAT, Raymundo, Tratado de Derecho Civil Argentino. Derechos Reales, T. I,
Tea, Buenos Aires, 1943, nro. 12.
(1938) LAFAILLE, Héctor, Derecho Civil. Tratado de los Derechos Reales, T. III, Compañía
Argentina de Editores, Buenos Aires, 1943, nro. 2033.
(1939) Remitimos a nuestros trabajos: "El art. 1051 del Código Civil y los terceros
adquirentes de buena fe y a título oneroso (cuyos antecedentes de dominio estén afectados de nulidad
absoluta)", ED, 82-821 y "La teoría de la apariencia", ED, 116-930.
(1940) BORDA, Guillermo, Manual de Derecho Civil. Derechos Reales, T. II , Perrot,
Buenos Aires, 1994.
(1941) MUSTO, Néstor Jorge, Derechos Reales, T. IV, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1993.
(1942) DASSEN, Julio, "Acciones reales: Concepto de `acción´ en el Derecho Romano y en
el derecho moderno", JA, 1962-III-63, Sec. Doctr.
(1943) MARIANI DE VIDAL, Marina, Curso de Derechos Reales, T. III, Zavalía, Buenos
Aires, 1975, p. 160.
(1944) ALLENDE, Guillermo L., "Ámbito de aplicación de las acciones reales", LL, 89-794,
Secc. Doct.
(1945) Juris. Litoral. La Ley, de abril de 1998, ps. 290 y ss.
(1946) ANDORNO, L. O. - GARRIDO, R., Código..., cit.
(1947) Ibidem, p. 183.
(1948) MASSIMO BIANCA, C., Diritto Civile, T. 6, "La proprietá", Giuffrè, Milano, 1999, p.
428.
(1949) MOLINARIO, Estudios de Derecho Civil en Homenaje a Héctor Lafaille, Depalma,
Buenos Aires, 1968.
(1950) Reiteramos la remisión a nuestro trabajo "La teoría...", cit., ED, 116-930.
(1951) SALVAT, R., Tratado... Derechos Reales, cit., T. III, nro. 1473. Remitimos al
respecto a nuestro comentario a dicho precepto en nuestro Código Civil Anotado. Libro III. Derechos
Reales, T. 2, ps. 662/663, en colaboración con Roque Garrido.
LA PROPIEDAD HORIZONTAL EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE LA
REPÚBLICA ARGENTINA UNIFICADO CON EL CÓDIGO DE COMERCIO - JOSÉ
MARÍA ORELLE
I. INTRODUCCIÓN
En el tema que nos ocupa, la incidencia de la propuesta es radical, puesto que estructura con
esmerado rigor científico el tema, que en la ley 13512 aparecía desarrollado en preceptos
que carecían de una sectorización temática, y con un planteo que, a la luz de los actuales
desarrollos doctrinarios, podría calificarse de embrionario. Ello no disminuye nuestra
admiración por el legislador de dicha ley, que cumplió sobradamente, con coraje y más
aciertos que omisiones, nada más ni nada menos que la introducción de un tema nuevo y
que había sido expresamente rechazado por Vélez Sarsfield en el art. 2617 .
El Proyecto introduce una definición del derecho real de propiedad horizontal (art. 1972)
estableciendo que es el derecho real sobre un inmueble propio que otorga las facultades de
usar, gozar y disponer de conformidad con lo que establece este título y el respectivo
reglamento de copropiedad y administración.
Advertimos como una pauta conceptual de gran importancia, la injerencia que le atribuye el
texto al reglamento de propiedad y administración, que conlleva una introducción de
fecundas aplicaciones de la autonomía privada, que puede expandir fuertemente el contorno
de este derecho, con lo cual se ha ampliado el ámbito de las normas reglamentarias. En
otras palabras, en vez de imponer un marco rígido, deducible de la incidencia del numerus
clausus y de la incidencia del orden público en materia de derechos reales, la definición
arroga a la autonomía privada una posibilidad de regulación que no podíamos haber afirmado
en el ámbito de la ley 13512 . El redactor del reglamento puede así conformar "a medida" las
cláusulas, para vigorizar la dinámica de esta herramienta.
Es coherente con la tradición jurídica nacional sobre formas de los actos jurídicos que el
reglamento deba otorgarse por escritura pública, tratándose de inmuebles.
El texto corrige además un error de la ley 13512, que en su art. 9º disponía que el
reglamento debía ser redactado por el consorcio, con lo cual -de interpretarse en forma
literal- imponía una situación de imposible ejecución, pues si el consorcio nace con el
otorgamiento del reglamento, mal podía existir éste con tal entidad consorcial para redactar
el reglamento. En realidad, este punto fue sutilmente corregido en el decreto reglamentario
de la ley 13512 (dec. 18734/49 ) que, en su artículo primero , expandió la posibilidad de
otorgamiento del reglamento a toda persona que se dispusiera a dividir horizontalmente un
edificio.
También resulta elogiable el último párrafo del artículo en cuanto se encarga de señalar que
el reglamento de propiedad y administración se integra al título suficiente de la unidad
funcional. Es decir, recordando que el título es el acto jurídico causal de la adquisición del
adquirente del derecho real de propiedad horizontal, resulta impecable desde la estimativa
jurídica concluir que dicho acto jurídico causal (supongamos una compraventa) se integre
con el acto jurídico de constitución del derecho real de propiedad horizontal, pues este último
describe el objeto de la compra, o sea una unidad de un edificio afectado a este régimen.
El art. 1973 regula las cosas y partes comunes, brindando las siguientes pautas:
- El último párrafo permite, como una expresión más de la libertad contractual, la afectación
de derechos exclusivos referidos a una o varias unidades funcionales de partes comunes,
como podría ser el caso de patios, terrazas, etcétera. Una vez más, el Proyecto exhibe una
apertura decisiva para el desarrollo de la propiedad horizontal a configuraciones
arquitectónicas novedosas y aún no existentes. Es decir, que augura proyecciones pensadas
no sólo en las experiencias actuales, sino que abre camino para aplicaciones quizás hoy en
día inimaginables.
- Que las menciones son el resultado de la experiencia acumulada durante los años de
vigencias de la ley 13512 , que ha permitido depurar la enumeración.
Con relación al tan controvertido tema de las cañerías, sinónimo de conflictos y tensiones
entre los consortes, lo decide determinando que son necesariamente comunes las que
conduzcan fluidos o energía en toda su extensión si están embutidas y los cableados hasta
su ingreso en la unidad. Esta preceptiva es muy importante para evitar excesos o abusos en
la redacción de los reglamentos y fijar una pauta para la solución de conflictos.
Una novedad acorde a la época: el inc. h) que determina como comunes las instalaciones
necesarias para el acceso y la circulación de personas discapacitadas. Este inciso se relaciona
con los requisitos administrativos para las habilitaciones de edificios en propiedad horizontal,
que deben contar con estos elementos.
Cosas y partes propias (art. 1977): Se precisa con un estilo expansivo, que son
necesariamente propias respecto de la unidad funcional las cosas y partes comprendidas en
el volumen limitado por sus estructuras divisorias, los tabiques internos no portantes, las
puertas, ventanas, artefactos y los revestimientos, incluso de los balcones. Debe recordarse
que la estructura de los balcones, conforme al inc. d) del art. 1976, es necesariamente
común, de modo que resulta propio el revestimiento de los mismos, según el texto en
examen.
Y nuevamente la fuerza propia del reglamento de propiedad: También son propias las cosas
y partes que, susceptibles de un derecho exclusivo, sean previstas como tales en el
reglamento de propiedad, sin perjuicio de las restricciones que imponga la convivencia
ordenada. Imaginamos, como ejemplo, el mobiliario de los paliers internos, o artefactos
colocados por el propietario.
III. CONSORCIO
Es una de las definiciones más fuertes del Proyecto, ya que finaliza, con una acertada
solución, las discusiones sobre la personalidad del consorcio. Y lo hace consagrando con
fuerte impronta y fundamentos precisos, los elementos que lo integran. Así, se define que el
domicilio lo tiene en el inmueble, que sus órganos son la asamblea, el consejo de
administración (si lo hubiere) y el administrador. El patrimonio se integra con el fondo de
reserva, otras recaudaciones, los créditos contra los consortes o terceros, las unidades
funcionales que se le asignen o adquiera en el inmueble y demás cosas y bienes afectados en
su beneficio, dentro de los fines que justifican su existencia.
Y tal decisión legislativa ha provocado que el legislador haya previsto inclusive la extinción
del consorcio por desafectación del edificio al régimen de propiedad horizontal.
IV. PROPIETARIOS
En cuanto a las obligaciones del propietario (art. 1987) debe destacarse que se ha
estructurado un sistema de cargas, que exhibe el perfil de un diligente consorte. Por caso,
mencionamos la obligación de conservar en buen estado su unidad, el pago puntual de sus
obligaciones por expensas ordinarias, extraordinarias, fondo de reserva, permitir el acceso
para realizar reparaciones.
Igual tendencia se exhibe en las prohibiciones (art. 1988) en cuanto impone la obligación de
no destinar las unidades a usos contrarios a la moral o fines previstos en el reglamento, a
perturbar la tranquilidad de los demás propietarios con actos que excedan la normal
tolerancia, o ejercer actividades que comprometan la seguridad del inmueble o depositar
cosas peligrosas o perjudiciales.
Se nota la decisión del legislador sobre la importancia del cumplimiento del pago de
expensas y contribuciones, obviamente justificada en que dicho cumplimiento es esencial
para el mantenimiento del sistema de la propiedad horizontal. La propiedad horizontal
importa un complejo de relaciones que no se agota en la mera titularidad pasiva de una
cosa.
Por ello se impone dentro de los primeros diez días de cada mes, salvo disposición diferente
en el reglamento, y la prohibición para los propietarios de liberarse de sus obligaciones por
actos tales como renuncia al uso o goce de la cosa, por enajenación voluntaria o forzosa, ni
por abandono de la cosa, ni por compensación (que puede articularse por la vía
correspondiente).
Se inserta con carácter sustantivo, que el certificado de deuda expedido por el administrador
es título ejecutivo para el cobro a los propietarios de las expensas y demás contribuciones.
El régimen del Proyecto requiere en todo caso de obra nueva que afecte partes comunes o
bienes del consorcio, el consentimiento de la mayoría de los propietarios, previo informe de
un profesional autorizado. Confiere acción en favor de quien solicitó la autorización y le fuera
denegada o a la minoría afectada en su interés particular que se opuso a la autorización si se
concedió, para que el tribunal deje sin efecto la decisión de la asamblea.
La norma establece pautas al tribunal para tener en cuenta a los efectos de la decisión: costo
excesivo, o que agravie la ley o reglamento, y en todo caso ponderando la seguridad,
solidez, salubridad, destino y aspecto arquitectónico exterior o interior del inmueble. La
resolución de la asamblea no se suspende sin una orden judicial expresa.
Exige unanimidad, si la mejora u obra nueva afecta las cosas y partes comunes o bienes del
consorcio, aun cuando no importe elevar nuevos pisos, o hacer excavaciones, pero gravita o
modifica la estructura del inmueble de una manera sustancial.
Cuando la obra nueva autorizada afecta el interés particular, el beneficiario debe efectuarla a
su costa y soportar los gastos de la modificación del reglamento y su inscripción. El texto
(art. 1995) incorpora una importante modificación del aspecto instrumental de la propiedad
horizontal para el caso que estamos tratando: establece que quedan modificados de pleno
derecho los títulos de todas las unidades, de lo que se debe tomar razón en los respectivos
asientos registrales. Esto significa que al modificarse los planos del edificio por imperio de la
obra nueva, se debe modificar el reglamento, que contiene la descripción física del edificio.
La proyección natural de esta modificación incide en los títulos de propiedad, y el objetivo de
este texto del Proyecto es simplificar la trascendencia instrumental de las reformas, evitando
que se deban modificar los títulos de cada uno de los consorcistas a través de modificaciones
voluntarias de cada uno de los propietarios, y se lo reemplaza por esta habilitación legal,
quedando solamente en curso de ejecución la inscripción registral de las modificaciones, que
se obtendrá a través de un acto del administrador que -mediante acta de incorporación del
plano rectificatorio- deberá gestionar la inscripción registral de cada uno de los títulos de los
consortes.
Por último, en caso de grave deterioro o destrucción del edificio, la asamblea puede resolver
su demolición y la venta del terreno y de los materiales, la reparación o la reconstrucción. Si
el costo de la reparación o reconstrucción es excesivo, la minoría está obligada a contribuir,
pero cualquiera de sus integrantes puede liberar por transmisión de sus derechos a terceros
o por abandono a favor del consorcio.
Este régimen, a más de constituir un sistema integral, tiene plena vinculación al aggiornado
régimen de asambleas al que luego nos referiremos, y tiene, a nuestro juicio, la virtud
extraordinaria de facilitar la adopción de decisiones en pro del mantenimiento del sistema y
del edificio, evitando las dilaciones actuales del régimen asambleario vigente, que se ha
mostrado totalmente deficitario para resolver con la rapidez y agilidad necesarias, los temas
de la propiedad horizontal.
VII. REGLAMENTO
El nuevo texto (art. 1998) implica una suerte de guía conceptual para la redacción del
reglamento de propiedad, pues consigna la mención obligatoria de:
VIII. ASAMBLEAS
En primer lugar, el Proyecto (art. 1999) determina que la asamblea se encuentra facultada
para resolver las cuestiones que le son atribuidas por la ley o el reglamento, las cuestiones
atribuidas al administrador o al consejo de propietarios cuando le son sometidas por
cualquiera de éstos, o por quien represente el cinco por ciento de las alícuotas en relación al
conjunto, o las cuestiones no contempladas como atribuciones del administrador o del
consejo de propietarios si lo hubiere.
De existir unanimidad, puede resolverse válidamente cualquier punto, sin necesidad de
convocatoria ni orden del día. Es más, la unanimidad hace innecesario, inclusive, el
tratamiento en asamblea. Dicho en otras palabras, si todos los consortes están de acuerdo,
pueden prescindir de una reunión deliberativa.
De no existir unanimidad, la convocatoria debe ser efectuada por medio fehaciente, con
transcripción del orden del día, redactado en forma precisa y completa, bajo sanción de
nulidad de la asamblea.
Notificación a los ausentes: Las decisiones de la asamblea deben ser notificadas a los
propietarios ausentes.
Aprobación: Las decisiones se tienen por aprobadas a los quince días de notificadas.
Oposición exitosa: Pueden los notificados, siempre y cuando reúnan la mayoría absoluta,
dejar sin efecto la decisión que les fuera notificada.
Acción judicial por invalidez: Caduca a los treinta días contados desde que la decisión de la
asamblea tuvo principio de ejecución.
Conformidad expresa del titular: Para la supresión o limitación de derechos acordados a las
unidades, la mayoría debe integrarse con la conformidad expresa de sus titulares.
Actas: Debe labrarse acta de asamblea en el libro respectivo, que debe contar con la firma
de los presentes como constancia de su asistencia. Las mismas deben confeccionarse con el
resumen de lo deliberado y la transcripción de las decisiones adoptadas, o en su caso
propuestas por la mayoría de los presentes y ser firmadas por el presidente de la asamblea y
dos propietarios. El administrador debe dejar constancia en el acta de las comunicaciones
enviadas a los ausentes, de las oposiciones recibidas, y de las eventuales conformidades
expresas.
El sistema fijado por la ley confiere una agilidad extraordinaria al régimen asambleario, sin
descuido alguno de los derechos de los consortes. Esperamos que pronto la comunidad
argentina se beneficie con esta normativa.
IX. CONSEJO DE PROPIETARIOS
Esta incorporación es útil, puesto que la realidad exhibe su frecuente adopción, con
particular necesidad en caso de consorcios numerosos. De allí que su incorporación
legislativa legitima esta práctica que la experiencia ha revelado provechosa.
X. ADMINISTRADOR
Si no es propietario, o el consorcio tiene más de diez unidades, debe ser elegido entre los
que, previa acreditación de idoneidad, estén inscriptos en el registro de administradores que
determine la reglamentación de la jurisdicción que corresponda.
Anotamos que la reforma que se propicia finaliza con una de las polémicas clásicas en la
materia, o sea, la extensión de las facultades de representación del administrador, que en el
régimen vigente son muy limitadas, y que la experiencia aconseja sean expandidas. En este
sentido, el Proyecto recepta esta necesidad. Obviamente, esta facultad de representación
puede ser objeto de regulación en el reglamento, con lo cual se flexibilizan las posibilidades
acerca de modalidades que pueda imprimirse en la singularidad de situaciones de afectación
al sistema de propiedad horizontal.
Que el nombramiento puede provenir tanto del reglamento como de asambleas posteriores.
Si proviene del reglamento, cesa en oportunidad de la primera asamblea, salvo que sea
ratificado en ella o que no exista pronunciamiento sobre el tema, y así sucesivamente.
Los administradores sucesivos deben ser nombrados y removidos por la asamblea sin que
ello importe la reforma del reglamento. Esta última precisión capitaliza una nutrida
experiencia del régimen vigente, que ha vacilado en considerar que si la sustitución del
administrador designado en el reglamento, consiste o no en modificación del mismo, con lo
cual se proyecta en exigir mayoría de dos tercios, necesaria para modificar el reglamento. La
propuesta del Proyecto finaliza con esta estéril polémica.
Otros de los temas que ha suscitado dificultades no sólo doctrinarias sino prácticas, es la
acreditación de la personería. El Proyecto establece que la personería del administrador
designado en el reglamento, se acredita con dicho documento inscripto. Cuando es
designado en asamblea, ante los propietarios basta la mera exhibición de copia del acta.
Respecto de terceros, se acredita con testimonio de la escritura pública otorgada por los
consorcistas designados al efecto, que transcriba en lo pertinente el acta de asamblea. En
síntesis, se abarca con la preceptiva explicada, el abanico de posibilidades respecto de la
acreditación (art. 2009).
Respecto de los derechos y obligaciones del administrador, reitera el Proyecto (art. 2010)
que la naturaleza de los mismos son los del mandato, y en especial agrega las propias
inherentes a la propiedad horizontal, tales como:
- Practicar las cuentas de expensas, recaudar los fondos necesarios y disponer del fondo de
reserva, con autorización previa de la asamblea o del consejo de administración.
- Nombrar y despedir el personal del consorcio con acuerdo de la asamblea o del consejo de
propietarios.
- Mantener asegurado el inmueble contra incendio y otros riesgos que la asamblea resuelva
cubrir.
En caso de renuncia o remoción, debe entregar dentro de los quince días hábiles a quien lo
reemplace los activos existentes, libros y documentos del consorcio y rendir cuentas. Este
inciso tiene particular importancia debido a las experiencias que la práctica ha exhibido en
puntos como los resueltos por este inciso.
Notificar a todos los propietarios inmediatamente y en ningún caso después de las cuarenta y
ocho horas hábiles de recibir la comunicación respectiva, la existencia de reclamos
administrativos o judiciales que afecten al consorcio. Este inciso también resulta indicativo de
la experiencia del legislador respecto de casos en los cuales dicha obligación no se ha
cumplido, con el consiguiente perjuicio para los consortes. También se vincula con la
denominada "profesionalidad" del administrador, que debe estar advertido de la naturaleza,
alcance e importancia de estas obligaciones.
A pedido de parte interesada, expedir dentro del plazo de cinco días hábiles el certificado de
deudas y créditos del consorcio por todo concepto y la existencia de reclamos administrativos
o judiciales. Este inciso lo comentaremos junto con el art. 2011, con el que forma un bloque
conceptual.
El tema de los certificados de deudas y créditos, tratado en el art. 2011, ofrece un marco de
soluciones para una problemática que la realidad ha demostrado conflictiva. Las pautas que
ofrece el texto son las siguientes:
- Si en el certificado consta la deuda líquida y exigible, su monto debe ser retenido por el
autorizante del acto a los fines de su extinción.
- Sólo son oponibles al adquirente las deudas y reclamos administrativos o judiciales que
consten en el certificado.
- Si el administrador, debidamente requerido, omite expedir dicho certificado, debe dejarse
constancia de ello al celebrarse el acto respectivo.
- El administrador responde solidariamente con el anterior titular del derecho por las deudas
y reclamos administrativos o judiciales no certificados, sin perjuicio de la repetición contra
este último.
- Si el adquirente manifiesta en forma expresa que asume las deudas y afronta los reclamos
administrativos y judiciales no es obligatorio para el autorizante requerir la certificación
respectiva, debiendo dejarse constancia de ello en el acto que se otorgue.
Ingreso a la unidad (art. 2012): Este texto también soluciona una difícil problemática de
colisión entre los deberes del administrador y el respeto a la propiedad privada. Y lo resuelve
permitiendo el ingreso del administrador a la unidad para realizar reparaciones urgentes ante
la existencia de grave peligro o perjuicio para otra unidad funcional, cosas y partes comunes
o bienes del consorcio, si el propietario u ocupante está ausente. Se combina este texto con
el art. 1987, inc. f) que obliga a los propietarios a permitir el acceso a su unidad funcional
para realizar reparaciones de cosas y partes comunes y de bienes del consorcio. Completa la
normativa la exigencia de la actuación notarial para que constate las actividades
desarrolladas durante el ingreso y permanencia en la unidad, con el fin de asegurar la
privacidad y resguardar los bienes.
XI. SUBCONSORCIOS
La modificación trascendental que admite el art. 2013 refiere a edificios cuya estructura o
naturaleza lo hagan conveniente, el permitir que el reglamento de copropiedad y
administración prevea la existencia de sectores con independencia económica funcional o
administrativa en todo aquello que no gravite sobre el edificio en general. Agrega el texto
que cada sector puede tener una subasamblea, cuyo funcionamiento y atribuciones deben
regularse especialmente, siendo posible designar un subadministrador del sector. En caso de
conflictos entre los diversos sectores, la asamblea resuelve en definitiva. Frente a terceros
responde todo el consorcio sin tener en cuenta los diversos sectores que lo integran.
Esta posibilidad resultará muy útil para la estructura de configuraciones edilicias de varias
torres que integran un único sistema de propiedad horizontal. También resultará aplicable
para el caso de barrios cerrados, clubes de campo, u otras organizaciones de similares
características que requieren administraciones diferenciadas para los sectores que la
integran.
El art. 2014 establece que en caso de violación por un propietario u ocupante de las
prohibiciones establecidas en el Proyecto, o en el reglamento de propiedad o de
incumplimiento de las obligaciones que surgen del capítulo específico de la propiedad
horizontal, y sin perjuicio de las demás acciones que correspondan, el consorcio o cualquier
propietario afectado, tiene acción para hacer cesar la infracción, la que debe sustanciarse en
una única audiencia en la que las partes deben acompañar toda la prueba de que intenten
valerse. El tribunal puede ordenar allanamientos. La sentencia debe dictarse dentro de los
cinco días posteriores a la audiencia y disponer el cese de la infracción, pudiendo imponer
multas en beneficio del fisco respectivo de hasta el 10% de la valuación fiscal de la unidad
funcional. Sin perjuicio de lo dispuesto precedentemente, si el infractor es un ocupante no
propietario, puede ser desalojado en caso de reincidencia.
El derecho de familia argentino es reciente pues en el estrecho lapso iniciado con la ley
23264 (1985) y marcado posteriormente por las leyes 23515 (1987) y 24779 (1997), que lo
perfilaron para el fin de siglo, ha quedado definido en términos de modernidad. Por lo tanto,
las redacciones sugeridas no quiebran un sistema ya en funciones, si bien exceden las
modificaciones meramente formales mediante la introducción de algún cambio radical y la
incorporación de nuevas figuras.
A este aspecto en particular voy a referirme, es decir, a los arts. 438 a 501 del Anteproyecto,
con las remisiones que sean necesarias y las síntesis que resulten indispensables.
La Comisión Redactora del Anteproyecto que se expone captó, en cierto sentido, ambas
posiciones: no incluye prohibiciones para los esposos dentro del tema "Incapacidad e
inhabilidad para contratar" (arts. 941 a 943) y propone reemplazar el art. 27 de la ley 19550
, por la última normativa citada, es decir, la del Anteproyecto de la llamada Comisión Federal
(Anexo II, art. 14). En lo relativo al mandato para prestar el asentimiento del mandante,
tampoco lo veda si bien con los requisitos que establece el artículo 449 al que me referiré
más adelante.
El art. 1217 del Código Civil emplea la expresión "convenciones matrimoniales" con el único
alcance de las convenciones entre contrayentes para un contenido que Fassi y Bossert
explican como comprensivo de una auténtica convención y de un contrato: la convención,
única posible después de la ley 17711 , se configura por "la designación de los bienes que
cada uno lleva al matrimonio", lo que no implica una convención nupcial de elección de
régimen patrimonial; el contrato es el de donación del contrayente a la contrayente. El art.
1217 original enumeraba otra convención: la reserva de administración de algún bien raíz
propio de la esposa a favor de ésta, y otro contrato, a saber, las donaciones entre
contrayentes para después de la muerte.
El art. 1224 adquiría su significación integral al conectarse con el art. 1271 , nunca
modificado. Aquél ofrecía un medio probatorio en contra de la presunción de ganancialidad
que éste establece (se presumen gananciales todos los bienes existentes a la extinción del
régimen), sin acarrear la prohibición de otros medios que permitieran demostrar la
titularidad de derechos de cada contrayente sobre los bienes que aportaba al matrimonio
pero, lógicamente, sólo tratándose de bienes no registrables. Pero si se estimaba que el art.
1224 imponía la única prueba oponible a la presunción del art. 1271 , dicho texto abría una
verdadera opción a los futuros esposos entre la llamada "sociedad conyugal" y su extensión
a los muebles no registrables aportados. La posibilidad de elegir operaba a través del silencio
de los contrayentes que omitían inventariar los bienes que llevaban a las nupcias.
Comparando el de "comunidad de gananciales" con el de "comunidad de muebles y
gananciales", ambas especies del régimen de comunidad, y, como variante del mismo, con la
"comunidad de bienes gananciales y de muebles aportados al matrimonio -"régimen que fue
el legal del Código Napoleón- resultaba que al prescindirse de inventariar los bienes muebles
llevados a la celebración, los contrayentes concretaban su opción por el régimen de
comunidad de muebles aportados y de gananciales, dejando de lado la oportunidad que se
les brindaba de sustraer al destino comunitario los primeros en todo o en parte.
Con esta interpretación, la imperatividad del régimen patrimonial matrimonial dentro del
Código Civil originario queda atenuada. La doctrina, e incluso la jurisprudencia, se detuvieron
en ella con interés. Es más, la derogación del art. 1224 significa que se reconoció su
trascendencia más allá de la de un mero medio probatorio.
La norma comentada tiene un ámbito limitado de aplicación ya que opera según cuál haya
sido la causa de la extinción del régimen de "sociedad conyugal". Del total de las causales
invocables hay que excluir la asunción de la curatela del cónyuge incapaz por el otro cónyuge
y la recuperación de la capacidad de aquél, supuestos en que es necesaria resolución
judicial. Quedan a consideración las causales de separación de bienes previstas en el art.
1294 y, principalmente, la de separación personal de los cónyuges conforme al art. 1306 .
Caben discrepancias doctrinarias sobre esta última causal porque la extinción del régimen
legal es resultado ipso iure de la sentencia que declara la separación personal y es, por lo
tanto, arrastrada por la reconciliación de los separados que, según el art. 234 "restituirá
todo al estado anterior a la demanda". Ahora bien, la oponibilidad a terceros (acreedores,
adquirentes) de derechos reasumidos por los cónyuges en virtud de la reconciliación, exige la
satisfacción de los requisitos fijados legalmente según el derecho del cual se trate y los
bienes sobre los cuales recaiga. Mientras ello no haya sucedido, para dichos terceros los
gananciales restituidos a la situación anterior seguirán siendo bienes personales del cónyuge
que los recibió en la partición. A su vez, la inscripción en el registro de bienes debe hacerse
sobre la base de la inscripción de la reconciliación y las reconciliaciones que se inscriben en
el Libro de Matrimonios del Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas son las
"comunicadas judicialmente" (art. 47, dec.-ley 8204/63 según ley 18237 ). Para los efectos
patrimoniales de la reconciliación tácita viene a ser indispensable la reconstitución formal del
régimen matrimonial "sociedad conyugal". Belluscio y Zannoni afirman que la reconstitución
de la primitiva sociedad parece no poder concebirse sin la satisfacción de los requisitos del
art. 1304 con respecto a los bienes registrables y a los créditos que han de notificarse al
deudor cedido (1953). Y siempre quedaría pendiente la cuestión de la inscripción de este
acuerdo pues está prevista la de la reconciliación pero no la del régimen renacido, una
situación más que viene a sumarse al cuestionamiento del vacío de nuestra legislación
vigente sobre la oponibilidad a terceros del régimen patrimonial matrimonial y sus
mutaciones. Más, lo decisivo es subrayar que los cónyuges reconciliados tácitamente pueden
abstenerse de reconstituir el régimen legal con lo que quedarían en situación de esposos
convivientes con régimen de separación de bienes.
El art. 1304 juega análogamente en los supuestos de extinción de la sociedad conyugal por
las causales del art. 1294 . Los esposos con sociedad conyugal disuelta por las causales de
mala administración, concurso o abandono, pueden reconstituirla en los términos de dicha
norma pero no se encuentran en el deber jurídico de hacerlo. Ergo pueden seguir como
están, casados, con régimen de separación de bienes o de sociedad conyugal. Los límites de
su opción son: no hacer nada, con lo cual siguen separados de bienes porque la buena
administración, la rehabilitación del concursado o el retorno del que abandonó, no operan
ipso iure reconstituyendo la sociedad conyugal o, en caso contrario, reconstituirla por
escritura pública o petición conjunta al juez.
Ninguno de los tres grandes Proyectos que enriquecen la doctrina nacional ha sido fuente de
las innovaciones propuestas. Me refiero, por supuesto, al Anteproyecto de Bibiloni, el
Proyecto de 1936 y el Anteproyecto de 1954. Uno de los intentos de unificación de la
legislación civil y comercial, brillantemente elaborado por la Comisión designada por el
decreto 468/92 , por el contrario, constituye su principal fuente de la que se ha apartado en
limitadas oportunidades. Igualmente valiosas han sido, para la reforma ahora analizada, sus
notas y referencias.
Ubicación del régimen patrimonial matrimonial. Integra, como es lógico, el Libro III cuyo
acápite es "De las relaciones de familia", en su Título II.
1) Concepto
La convención entre contrayentes es un acuerdo entre los futuros esposos por el cual eligen
el régimen de bienes que ha de regirlos en adelante.
2) Naturaleza jurídica
El convenio implica el ejercicio de un derecho jurídico de familia aunque los futuros esposos
no invisten el estado de familia de cónyuges al celebrarlo, estimando que los derechos
subjetivos familiares son medios para el logro del fin personal a través y en la familia.
Responde a la caracterización de Díaz de Guijarro que conceptúa los actos jurídicos
familiares por su fin inmediato de emplazar en el estado de familia o de regular las
facultades emergentes de los derechos subjetivos familiares (1954) teniendo su lugar en la
segunda alternativa.
3) Sujetos
1) Capacidad. El art. 442 exige mayoría de edad, fijada en los 18 años, de manera que
queda excluida la mujer cuya aptitud nupcial se adquiere a los 16 años (ver arts. 20 y 405,
e]). La prohibición alcanza a los carentes de dicha aptitud por razón de la edad que han sido
dispensados del impedimento (art. 406).
4) Caso del interdicto por causas psíquicas (art. 27). El interdicto por causas psíquicas puede
ser hábil para contraer matrimonio porque el impedimento previsto consiste en "la privación
permanente o transitoria de la razón" (art. 405, h]). Estimo que la aptitud o habilidad nupcial
es específica e independiente de la incapacidad de los interdictos para el acto jurídico
patrimonial dentro de los límites del art. 32 ("La sentencia que declara la interdicción debe
determinar la extensión y los límites de la incapacidad; a tal efecto, si el estado del interdicto
lo hace posible y conveniente, el tribunal debe especificar los actos que el interdicto puede
realizar por sí o con asistencia del curador"). Estas personas quedan casadas en el régimen
de comunidad con la alternativa del cambio después de dos años de vigencia del mismo si
recuperan su capacidad.
4) Oportunidad de la celebración
5) Caracteres
Las convenciones prematrimoniales son facultativas. No habiendo hecho uso del derecho de
opción, los contrayentes quedan sometidos desde la celebración del matrimonio al régimen
supletorio de comunidad (art. 456).
Son puras y simples ya que toda modalidad (condición, plazo, cargo) implicaría una
modificación del régimen elegido, pero se encuentran sometidas a la condición legal de que
el matrimonio se celebre y sea válido (art. 440).
Son registrables: Su otorgamiento debe ser mencionado en el acta de matrimonio (arts. 440
y 428, inc. i]: el acta de matrimonio debe contener, "La declaración de los cónyuges de si se
ha o no celebrado convención matrimonial, y, en caso afirmativo, su fecha y el registro
notarial en que se otorgó").
Carecen de efecto retroactivo y sólo los producen desde la celebración de las nupcias, no,
obviamente, desde la fecha de celebración del acuerdo.
6) Forma
El art. 440 dispone que deben ser formalizadas en escritura pública. Las escrituras públicas
están enumeradas en el art. 267, inc. a) como una especie de instrumento público y
definidas en el art. 275 como documentos matrices extendidos en los protocolos de los
escribanos públicos... que contienen uno o más actos jurídicos.
Las convenciones nupciales son actos solemnes. Lo que se hubiera pretendido celebrar
verbalmente, o por instrumento particular, es de ningún valor, aunque haya intervención
notarial, si no satisface los requisitos de las escrituras públicas. No es exigible el
otorgamiento de ésta sobre la base de un instrumento particular (es decir, firmado por los
otorgantes, art. 289). Armónicamente con la terminología del Proyecto cabe expresar que se
trata de actos solemnes absolutos (cfr. art. 961).
El rol del notario es relevante. De él depende, en gran medida, la información que los
contrayentes necesitan sobre los regímenes legales ofrecidos y sobre la situación personal de
cada uno de ellos. La normativa proyectada no lo exige expresamente pero es indiscutible
que los pactantes necesitan la orientación de una persona experimentada. "Esta función será
fundamental -escribe Kemelmajer de Carlucci- desde que todos los autores marcan la gran
paradoja de que los regímenes matrimoniales sean francamente ignorados por un gran
número de personas no obstante que se aplican a todas las parejas casadas" (1955). Tal
desconocimiento, aún en contrayentes de cierto grado de cultura, ha sido uno de los
inconvenientes esgrimidos con frecuencia contra la libertad de elección de régimen y se
confía en la gestión notarial, versada y prudente, para superarlo, aunque ello traiga consigo
la participación de un tercero en el transcurso de una toma de decisión eminentemente
personal de los futuros esposos.
7) Publicidad
1. Imperatividad de la opción por uno de los regímenes legales. El art. 438, inc. d) admite la
elección "por alguno de los regímenes matrimoniales previstos en este Código". Y el art. 439
fulmina con la invalidez "toda convención entre los futuros cónyuges sobre cualquier otro
objeto relativo a su matrimonio...", remitiéndose a los cuatro incisos del artículo anterior.
Ergo, los contrayentes no son hábiles para convenir en sustraerse a todo régimen; para
declarar que no aceptan el régimen de comunidad o la separación de bienes; para modificar
el régimen que eligen (por ejemplo, optar por una comunidad universal); para crearse un
régimen distinto a los preceptuados; para mezclar disposiciones de los dos regímenes
previstos. No es necesario que la convención nupcial sea celebrada, como ya ha sido dicho. Y
es de suponer que así sucederá con mayor frecuencia en la práctica, de manera que la
mayoría de los matrimonios quedará dentro del régimen supletorio de comunidad.
Los regímenes que se ofrecen son solamente dos, habiéndose suprimido, después de
reflexión de la Comisión Redactora, la admisibilidad del régimen de "Participación en las
ganancias" reglamentado como extremo de la opción en el Proyecto de la Comisión del
decreto 468/92 , régimen previsto en algunos países europeos (Alemania, Francia, España),
y en América, en Paraguay (con variantes y no totalmente coincidentes denominaciones). Se
trata, sin duda, de un sistema interesante, pero de aplicación conflictiva pese a los extremos
de claridad que buscan las legislaciones que lo organizan, de difícil culminación en el
momento de hacerse efectiva la participación y que no ha entrado en las costumbres de los
países que lo propician.
El Proyecto que ahora consideramos prevé dos regímenes cuyo detalle es aquí imposible
analizar. No obstante, intentaré una síntesis apretada en lo indispensable para una
prevaloración de la reforma.
1.1.) Bienes de los cónyuges: La distinción entre propios y gananciales sin diferencias
fundamentales con la calificación vigente, pero con muy superior método y precisión,
incluyéndose más de una hipótesis que se ha ido elaborando doctrinaria y
jurisprudencialmente con el tiempo, por ejemplo, sobre porciones alícuotas, los objetos de
uso personal, las crías de ganado, los derechos intelectuales, etcétera (arts. 457 y 458); se
reputan que pertenecen a los dos cónyuges por mitades los bienes respecto de los cuales
ninguno de ellos pueda justificar la propiedad exclusiva (art. 465).
1.2.) Deudas de los cónyuges: Cada uno de los cónyuges responde frente a sus acreedores
con todos sus bienes propios y los gananciales por él o ella adquiridos; para los gastos de
conservación y reparación de los bienes gananciales, uno de los cónyuges responde por las
deudas del otro con sus gananciales excluidos los ingresos provenientes de su trabajo
personal (art. 460); en este tema debe tenerse en cuenta el deber de contribución y la
norma del art. 453 para el supuesto de responsabilidad solidaria de los esposos, sobre los
cuales volveré más adelante.
1.3.) Gestión de los bienes: Es separada de los bienes propios y de los bienes gananciales
por quien los adquirió, con requisito del asentimiento conyugal para enajenar o gravar los
bienes registrables, aclarándose que en materia de títulos valores sólo se incluyen en el
requisito las acciones nominativas no endosables y las no cartulares, con excepción de las
autorizadas para la oferta pública, pero la falta de asentimiento no es oponible a los terceros
portadores de buena fe; también se incluyen los establecimientos comerciales, industriales y
agropecuarios, las participaciones en sociedades, exceptuadas las recién mencionadas; las
promesas de los actos comprendidos en los incisos citados (arts. 463, con remisión al 1747 y
a los arts. 448 a 451 a los que me referiré). Se dispone gestión conjunta para los bienes
adquiridos por ambos cónyuges, con aplicación subsidiaria del condominio, el que puede
dividirse de común acuerdo o por pedido de uno de los condóminos, si el tribunal no lo niega
por afectar el interés familiar. Está prevista la posibilidad excepcional de gestión por uno solo
de los cónyuges, en virtud de resolución judicial revisible, no sanción o sanción para el
excluido, con autorización judicial si el negocio en cuestión requiere asentimiento (arts. 462
a 464, 467 y 468).
1.4.) Extinción del régimen: No registra diferencias fundamentales con la legislación vigente
salvo, como es lógico, la operatividad del cambio de régimen (arts. 469 a 474).
1.5.) Indivisión poscomunitaria: Es prevista con acrecentamiento de los bienes indivisos con
los frutos o rentas de los mismos, gestión conjunta de los esposos o del sobreviviente con los
herederos del otro o de administrador designado y mantenimiento del pasivo según lo
explicado para la comunidad vigente con derecho de los acreedores para subrogarse pidiendo
la división de la masa común (arts. 475 a 478).
1.6.) Liquidación: Incluye previsiones claras y completas sobre las deudas a cargo de la
comunidad y las definitivamente personales y sobre las recompensas, su prueba y monto
(arts. 479 a 486).
1.7.) Fraude: Es enfocado en dos normas expresas, a saber, el art. 466 según el cual son
inoponibles al cónyuge los actos del otro dentro de los límites de sus facultades efectuados
con el propósito de defraudarlo, sin perjuicio de terceros adquirentes onerosos de buena fe;
y el art. 487 que establece presunción de fraude (fin de perjudicar al otro) en los actos
dentro de los límites de las facultades de uno de los cónyuges y también los que impliquen
contraer obligaciones a cargo de la comunidad, realizados teniendo en mira la demanda de
divorcio, de separación judicial o de separación de bienes.
2.1.) Deber de contribución: Se encuentra previsto en el art. 447 donde se establece que los
cónyuges deben contribuir a su propio mantenimiento, el del hogar y el de los hijos, ya sean
hijos del matrimonio o hijos incapaces de alguno de los esposos que convivan con ellos, en
proporción a sus recursos. Es exigible judicialmente por cualquiera de los cónyuges al otro no
siendo, precisamente, cuestión de obligación alimentaria si no de una realidad más amplia y
comprensiva, a definirse por situaciones fácticas.
Obsérvese la extensión del deber de contribución al mantenimiento de los hijos de uno solo
de los esposos, en los cuales no se distingue entre matrimoniales o extramatrimoniales
anteriores o posteriores al matrimonio con el cónyuge obligado. El único requisito que se
exige es la convivencia. La disposición es plausible, por razones de solidaridad que se
consideran al final de la exposición, significativa de un aspecto de la familia llamada
"ensamblada" por alguna doctrina y corresponde compararla con lo dispuesto en el Proyecto
sobre alimentos respecto de los hijos por afinidad, que pueden ser mayores de edad,
supuesto en que se exige la convivencia o "trato" paterno (u obviamente, materno) filial y en
que el reclamo judicial no ha de proceder del otro consorte sino del mismo titular del derecho
a ser alimentado, que puede ser mayor de edad (vid. art. 616).
A esta normativa del art. 448 propuesto se suma otra medida obligatoria de protección del
hogar conyugal: Su inejecutabilidad por deudas contraídas por los esposos posteriormente al
matrimonio salvo que lo hayan sido por ambos conjuntamente o de uno con el asentimiento
del otro. El precepto es novedoso y excede los límites de protección que resultan del vigente
"bien de familia" que es de constitución facultativa y con requisitos particulares.
Lógicamente, no se excluye la posibilidad jurídica de someter el hogar conyugal al régimen
de protección de la vivienda que el Proyecto organiza en los arts. 233 a 246, que no
contradice al art. 448 y, más bien, lo refuerza, pero estimo que, de producirse una
alternativa que lo afectara, el art. 448 debe privar. Lo opuesto estaría en contra de la
finalidad a que responden las disposiciones imperativas consideradas.
La inejecutabilidad, en los términos indicados, no cesa por concurso o quiebra del cónyuge
deudor.
2.3.) Caracteres del asentimiento: El art. 449 fija los caracteres del asentimiento, término
que se emplea reiteradamente en el Proyecto abriendo cauce a la doctrina elaborada sobre el
" consentimiento" de que habla sin precisión el vigente art. 1277 del Código Civil. El
asentimiento debe tener por objeto al acto en sí y a sus elementos constitutivos. Con esta
redacción queda desplazado el asentimiento general y anticipado.
Según el art. 450, es sustituible por autorización judicial en los supuestos de ausencia,
incapacidad, impedimento transitorio o negativa injustificada en relación con el interés de la
familia, en que se encontrara o incurriera el convocado a asentir. El acto así otorgado es
oponible a éste pero no lo compromete poniendo obligaciones personales a su cargo.
2.4.) Mandato entre cónyuges: Cabe el mandato de un cónyuge al otro para representarlo en
el ejercicio de las facultades de que es aquél titular conforme al régimen elegido. Este poder
ha de ser inexcusablemente revocable y no incluye la obligación de rendir cuentas salvo
convención en contrario. Así lo preceptúa el art. 451 propuesto. Conforme a la nota que
acompaña al precepto correlativo del Proyecto de la Comisión designada por el decreto
468/92 , la excepción de rendir cuentas se aplica sólo en el mandato de administración, lo
que surge de la mención de los frutos y rentas percibidos.
2.5.) Autorización judicial a un cónyuge para la representación del otro: El tribunal puede
autorizar (habilitar) a uno de los cónyuges para que asuma la representación del otro en el
ejercicio de las facultades resultantes del régimen patrimonial, si éste se encuentra ausente
o transitoriamente impedido de expresar su voluntad. Los alcances de tal representación de
fuente judicial pueden ir desde la generalidad de los actos a ciertos actos en particular,
fijando el tribunal la extensión de la representación adjudicada (art. 452).
El Proyecto propone normativa sobre la representación en sus arts. 355 y siguientes. Como
es lógico, los actos del representante dentro de sus atribuciones establecidas por el tribunal
producen efectos directamente para el representado (vid. art. 356).
2.8.) Medidas cautelares: Son procedentes, conforme al art. 454, si uno de los cónyuges
pone en peligro los intereses de la familia por grave incumplimiento de sus deberes. Se trata
de medidas urgentes, en especial, la prohibición de enajenar bienes y de desplazar bienes
que no sean de uso personal del incumplidor. Sobre este tipo de actos recae la sanción de
ineficacia si el tercero con quien se obró era de mala fe o se había actuado sobre bienes
registrables después de su registración. Titular de la acción de ineficacia es el otro cónyuge
dentro del plazo de caducidad de un año de haber tenido conocimiento del acto o de su
registro.
2.9.) Cosas muebles no registrables cuya tenencia ejerce individualmente uno de los
cónyuges: La norma propuesta bajo el número 455 considera los actos de administración y
de disposición onerosa de muebles no registrables cuya tenencia es ejercida por uno de los
esposos individualmente. Estos actos son válidos si son celebrados con tercero de buena fe y
siempre que no recaigan sobre bienes indispensables en el hogar, o de objetos destinados al
uso personal del otro cónyuge o al ejercicio de su trabajo o profesión. En caso contrario, el
consorte no otorgante del acto puede solicitar que sea declarada su nulidad con acción que
caduca al año de haber tomado conocimiento del negocio en cuestión.
Las convenciones entre contrayentes siguen la suerte del matrimonio en cuya mira fueron
acordadas. Serán, al igual que él, inexistentes o nulas si tal fuera el caso de las nupcias
celebradas (vid. nuevamente el art. 440). Pero hay causales de ineficacia independientes de
la del matrimonio, esto es, que sufren una suerte distinta a la de éste. A ellas me refiero a
continuación atendiendo a los preceptos generales sobre invalidez de los actos jurídicos
porque el Proyecto no incluye normas expresas, como lo hace, por ejemplo, el Código
español (art. 1335) que dispone que se rige por las reglas generales de los contratos sin
perjuicio de la buena fe de terceros.
9.1.) Casos de nulidad absoluta: Son nulas de nulidad absoluta las convenciones de
contenido prohibido (por ejemplo, que acordaran un régimen distinto de los previstos por la
ley, o lo modificaran) porque la normativa afectada es de orden público. La nulidad puede
ser parcial o total (art. 386).
Hay norma expresa sobre la convención de objeto distinto a las previsiones del art. 438; es
el art. 439 inmediato posterior al recién citado.
9.2.) Casos de nulidad relativa: Son nulas de nulidad relativa las convenciones celebradas
por menores de edad ya que la prohibición está puesta en su interés (vid. art. 383). La
solicitud de declaración de la ineficacia tiene legitimación de la persona en cuyo interés opera
la sanción (el menor se encontrará emancipado por el matrimonio) salvo que el incapaz haya
obrado con dolo (art. 385). La acción prescribe a los dos años (art. 2502, IV) desde que cesó
la incapacidad.
Análogas observaciones merece la convención nupcial celebrada por un interdicto por causas
psíquicas, aplicándose el proyectado art. 37. La demanda de nulidad deberá ser entablada
por el curador, generando dificultad el supuesto de que lo sea el otro cónyuge. Si la
sentencia de interdicción fuera posterior a la celebración de la convención, estimo que ésta
sería válida porque el art. 38, que prevé la solución contraria, requiere la concurrencia de
requisitos que, por hipótesis, no se darían en el caso.
También son nulas de nulidad relativa las convenciones celebradas con consentimiento
viciado, incluida la lesión como posible defecto.
9.5.) Situación de los cónyuges que han otorgado una convención viciada: Dado que no se
concibe matrimonio sin régimen patrimonial, los cónyuges que han otorgado una convención
inválida quedan sometidos al régimen supletorio de comunidad desde la sentencia de
nulidad. Podrán cambiar a los dos años desde la misma.
Es inconcebible la convención nupcial en fraude a los acreedores porque éstos no pueden ser
perjudicados por la misma: Las deudas de los contrayentes anteriores a la celebración del
convenio permanecen al margen del régimen patrimonial. Obsérvese, fortaleciendo el
argumento, que el art. 488 excluye de ejecutabilidad al hogar conyugal por deudas
"contraídas después del matrimonio".
El art. 440, en uno de sus contenidos ya mencionado, especifica que las convenciones sólo
producen efectos desde la celebración del matrimonio y en tanto éste no sea declarado nulo.
Es coherente con lo establecido en el art. 506 (matrimonio viciado con buena fe de ambos
contrayentes) y en el art. 507 (matrimonio viciado con un solo contrayente de buena fe),
supuestos en los que concurre régimen de bienes. En caso de mala fe de los dos
contrayentes, el vínculo viciado no se produce y se procede como en caso de disolución de
una sociedad de hecho disponiéndose expresamente que "quedan sin efecto las convenciones
matrimoniales" (art. 508).
Son admitidas en ambos sentidos, del novio a la novia y de la novia al novio, esto es,
modificando el sentido único marcado por el vigente inc. 3º del art. 1217 . No se han
restituido las donaciones para producir efectos después de la muerte. Adviértase que, en
general, las donaciones para producir efectos a partir del fallecimiento del donante están
prohibidas por el art. 1424 del Proyecto.
A las donaciones entre contrayentes se aplican las normas de la donación. Están supeditadas
a la condición suspensiva de que el matrimonio sea celebrado y válido (arts. 443 y 444). Son
revocables por el cónyuge inocente de la separación judicial o el divorcio (arts. 524 y 529),
por el cónyuge de buena fe del matrimonio nulo (art. 507, b]). y quedan sin efecto si ambos
contrayentes del matrimonio nulo fueron de mala fe (art. 508).
Las convenciones entre cónyuges están destinadas a la mutación del régimen patrimonial
que los rige de común acuerdo.
1) Justificación
Otras razones apoyan, asimismo, la apertura al cambio: con ella puede, tal vez, obviarse el
proceso que conduzca al mismo efecto pasando de la comunidad a la separación de bienes
por sentencia. Y, lo que es aún más decisivo, la solución de dificultades económicas puede
evitar un conflicto más profundo que llegue a incidir en las relaciones personales de los
esposos.
2) Naturaleza jurídica
3) Sujetos
Los cónyuges no están obligados a hacerlo pero, si desean efectuar el cambio, estimo que no
deben esperar al cumplimiento de dos años desde la sentencia que los puso en régimen de
separación. Es aplicable la protección de los terceros que se dispone en el último párrafo del
artículo citado.
Tienen además otra alternativa de opción dispuesta en el mismo art. 501 in fine: En lugar de
dar origen a una nueva comunidad, pueden reconstituir la que tuvieron hasta la sentencia de
separación judicial con efecto retroactivo a su extinción.
En síntesis, los separados judicialmente pueden optar entre continuar como están, es decir,
separados de bienes, o establecer la comunidad a partir del acuerdo respectivo o reconstituir
la que tuvieron con el explicado efecto retroactivo.
Cónyuges separados de bienes por causa distinta del divorcio no vincular. Pueden volver a la
comunidad conforme a lo dispuesto en el art. 441. Habiendo operado la causal del art. 471,
que se invocó para obtener la separación de bienes, a pedido de uno de los cónyuges, parece
prudente que deba transcurrir el plazo de dos años de la sentencia que la determinó para la
procedencia de la mutación, concurriendo asimismo la recuperación de la capacidad del
cónyuge incapaz en el supuesto d) de dicho texto.
4) Oportunidad
La convención solamente puede celebrarse después de dos años de vigencia del régimen
matrimonial que vincula a los esposos. Se ha señalado, en el lugar correspondiente, la
excepción a este término para el caso de los esposos separados judicialmente que se
reconcilian. He aquí ya un límite a la autonomía de la voluntad, pero pueden convenirse con
anticipación al plazo de dos años porque ello no contradice el espíritu de la ley.
5) Caracteres
No admiten modalidades porque implicarían reformar los regímenes a los cuales se puede
mutar. Están sometidas a la conditio iuris de la homologación judicial.
La causa fin es exclusivamente el cambio de un régimen, actual entre los esposos, por el
otro régimen que el Proyecto reglamenta. De la misma manera que no cabía modificar o
mezclar los regímenes propuestos o darse uno distinto en el convenio entre contrayentes.
El cambio debe estar de acuerdo con el interés familiar. Esto requiere que se especifiquen las
causas y el control judicial a través de la homologación con facultad judicial de exigir las
pruebas necesarias para ilustrar el criterio del juzgador. La jurisprudencia francesa presenta
casos ilustrativos de configuración del mentado interés familiar: debe ser apreciado en
conjunto; el hecho de que uno de los miembros de la familia corra riesgo de ser lesionado es
insuficiente para negar la homologación, no es preciso que el patrimonio familiar se
encuentre en peligro, no se exige el consentimiento de los hijos pero sus opiniones son
valoradas. También se ha tomado en consideración el interés de los herederos forzosos,
entiendo que convivientes, en el caso de hijo extramatrimonial de uno de los cónyuges.
7) Forma y publicidad
La escritura pública es exigida como acto solemne absoluto. La mención del convenio debe
anotarse al margen del acta de matrimonio (art. 441).
8) Efectos
En el art. 469, inc. f) se prevé que la comunidad termina por el cambio de régimen
matrimonial convenido. A diferencia de lo que se hace en materia de sentencia que decreta
el divorcio, la separación judicial o la separación de bienes, no hay alusión alguna a
retroactividad, lo que es significativo particularmente en el supuesto de que los cónyuges
que convienen pasar de la comunidad a la separación se encuentran separados de hecho.
Pero ni aun entonces son aplicables los criterios de retroactividad fijados en el art. 474. Es
obvio que la homologación judicial del convenio no ocupa el lugar de la sentencia que pone
fin al régimen de comunidad.
9) Ineficacia
Nulidad absoluta: Recae sobre la convención de contenido prohibido y sobre aquella pactada
para producir efectos antes de los dos años de vigencia del régimen al que los cónyuges
están sometidos, pues se configuraría la violación de requisitos expresos, y en el caso de
falta de la homologación judicial, ya que faltaría un requisito esencial que compromete al
orden público, que asume así el interés de la familia.
Nulidad relativa: Procede en caso de incapacidad del o los otorgantes y de vicios del
consentimiento, incluida la lesión.
El último párrafo del art. 441 reza: "Los acreedores anteriores al cambio de régimen, que
sufran perjuicios por tal motivo pueden hacerlo declarar inoponible a ellos en el término de
un (1) año a contar desde que lo conocieron".
Se plantea la cuestión ante la duda de si para el convenio inoponible del art. 441 se
requieren todos los requisitos del fraude común, por ejemplo, que no fuera necesario un acto
anterior al convenio si éste se hubiera celebrado con el propósito de defraudar a futuros
acreedores y si el acto debe necesariamente causar o agravar la insolvencia del deudor.
Considero que la terminología no empleada es suficiente para excluir la remisión al fraude
común pero especialmente porque el Proyecto legisla sobre la inoponibilidad con
independencia del fraude disponiendo: Artículo 393. "La eficacia o ineficacia de un acto entre
las partes no puede oponerse a terceros si la ley así lo establece". Artículo 394. "La
inoponibilidad puede hacerse valer en cualquier momento. Pero la acción para obtener su
declaración comienza a prescribir a partir de la fecha en que el tercero conoció o pudo
conocer la realización del acto".
Por otra parte, la cualidad cronológica del acto en que se funda el acreedor se encuentra
expresamente dispuesta en el art. 441 y el perjuicio de éste depende, en concreto, de la
insolvencia del deudor o su agravamiento. En el caso de cambio del régimen de comunidad al
de separación de bienes, el perjuicio del acreedor no puede producirse mientras dura la
indivisión pues el régimen de deudas se rige por las mismas normas que durante la vigencia
de la comunidad (arts. 478, 453 y 460, y también el art. 448 in fine). Recién a la partición
puede acaecer la efectividad del riesgo porque pueden disminuir los gananciales en el
patrimonio del deudor a tal punto que caiga en insolvencia. Es que, entonces, sin cambiar la
responsabilidad por las deudas, cambia la composición del patrimonio de cada consorte
debido a la adjudicación con que termina la partición y, previamente, el cumplimiento de las
recompensas debidas. El art. 494 especifica que, después de la partición, cada cónyuge
responde a sus acreedores por las deudas contraídas con anterioridad, con sus bienes
personales y la porción que se le adjudicó de los gananciales.
Concurren otros medios protectores de los acreedores: La masa partible se integra con los
activos líquidos de los cónyuges (art. 489) lo que significa que tienen que haber sido
satisfechos antes de partir; están habilitados para exigir la partición subrogándose a su
deudor; y por aplicación de las normas de la división de las herencias al inventario y la
división de la comunidad (art. 492) y de los bienes indivisos que hubiera en la separación de
bienes (art. 500), pueden esgrimir el derecho que les confiere el art. 2338 y oponerse a la
entrega de los lotes hasta ser pagados. Asimismo, pueden oponerse a la partición privada
(art. 2323, inc. b]).
De cualquier modo, la posibilidad del perjuicio de los acreedores debe ser considerada por el
tribunal convocado a homologar el convenio de cambio de régimen. Y no descontamos la
intervención del escribano u otro profesional llamado a asesorar a los esposos. Sostiene
Garrido de Palma que prácticamente la protección de carácter preventivo viene a descansar
sobre la actuación cautelar del notario autorizante y que tanto éste como el profesional del
Derecho que de algún modo interviene, han de procurar, en la medida de lo posible, que la
modificación del régimen en capitulaciones post nupcias se encauce en aras del interés
genuino de la familia y sin perjudicar los legítimos derechos adquiridos por terceros (1960).
Los principios básicos no pueden ser otros, y esperamos que se haya logrado respetarlos y
reflejarlos en las proposiciones, los derechos fundamentales, los principios jurídicos,
receptados en sus funciones principales: La "directiva programática" que orienta la actividad
de los juristas al momento de crear una norma, la "interpretativa" que aporta al
esclarecimiento de su sentido, la "fundamentadora" del ordenamiento que legitima o
reconoce la validez de las otras fuentes del Derecho y la "sistematizadora" que posibilita la
estructuración u ordenamiento del material jurídico (1962).
La igualdad de los cónyuges, faceta de la igualdad de los seres humanos, campea en todo el
Proyecto. Opera en un área mucho más comprensiva que la patrimonial pero también se
impone en ésta y sin distinción de sistemas o regímenes. No es exclusiva de la separación de
bienes, también es básica en la comunidad ya que la gestión y la responsabilidad recaen por
igual en ambos esposos. No obstante, la apertura de la legislación a optar entre dos sistemas
o regímenes de bienes es más cuestión de libertad que de igualdad cuando, como en nuestro
caso, depende la elección del acuerdo mutuo. Pero la libertad alcanza a varón y mujer sin
distinciones.
El otro principio básico refleja la solidaridad humana. Bien se hace referencia a la igualdad en
la solidaridad y la dependencia recíproca (1963) en una familia que se ha transformado de
célula social de estructura jerárquica en "una comunidad solidaria de vida y afectos" (1964)
en la cual el matrimonio es concebido como asociación proyectada e integrada en la familia,
sociedad de personas, fines cada una de ellas en sí misma. Del régimen primario incluido en
el Proyecto puede decirse que manifiesta "la búsqueda de un equilibrio entre la libertad de
los esposos y la protección mínima del grupo familiar, cualquiera sea el régimen secundario.
Porque es posible elegir este último pero está prohibido derogar el primero (1965).
Recuérdese la insistente remisión al interés familiar y un elemento que es original de la
redacción considerada aquí: la mirada sensiblemente solidaria que alcanza a los hijos de uno
solo de los cónyuges en materia de contribución conyugal y de alimentos.
Por fin, un principio fundamental absolutamente genérico en todos los ámbitos del Derecho
es acatado: la lealtad, en otros términos, la buena fe. Ciertas disposiciones expresa o
tácitamente asumidas se apoyan en ella, tanto en las relaciones entre esposos como entre
ellos y terceros, por ejemplo, cuando son aceptados todos los contratos entre cónyuges con
especial inclusión del mandato y el mismo cambio de régimen patrimonial.
I. METODOLOGÍA
El Proyecto de Reforma del Código Civil modifica algunos aspectos en materia de filiación.
La norma contenida en el art. 540 del Proyecto se adapta a la filosofía de la reforma del
régimen de filiación introducido por la ley 23264 . Conforme al art. 241 del Código Civil, los
certificados de nacimiento deben ser redactados "en forma que no resulte de ellos si la
persona ha sido o no concebida durante el matrimonio". En este aspecto la ley 23264 no
innovó ya que mantuvo el requisito para determinar la filiación matrimonial: la concepción
dentro del matrimonio. En consecuencia, la modificación del texto del art. 540 resulta
oportuna y armoniza con el resto de la normativa, porque toma como parámetro para la
calificación de los hijos, matrimoniales o extramatrimoniales, el hecho del nacimiento.
2. Retroactividad
De acuerdo con los fundamentos se cubre así el actual vacío legal, disponiendo
expresamente que la filiación produce efectos desde la concepción y que su determinación es
retroactiva, siempre que tal retroactividad sea compatible con la naturaleza de aquéllos y la
ley no efectúe distinciones. En tal sentido, se ha sostenido que la determinación de la
maternidad por el parto y de la filiación paterna por las presunciones correspondientes,
operan retroactivamente, porque no hace más que constatar la existencia del hecho biológico
constitutivo de la filiación: la generación.
3. Determinación de la maternidad
El art. 542 concuerda en su redacción con el texto del art. 242 del Código Civil. Así, son
presupuestos para la determinación legal de la maternidad la prueba del nacimiento y la
identidad del nacido. A tal efecto, se requiere para la inscripción del nacimiento la
presentación del certificado del profesional médico que haya atendido el parto junto con la
ficha de identificación del nacido. Con motivo de la sanción de la ley 23264 , se suscitaron
discusiones acerca de la exigencia del certificado médico, pues se adujo, con razón, la
existencia de partos que se producen y que son atendidos por las llamadas "comadronas".
De ahí que surgieran propuestas para permitir la inscripción sobre la base de la declaración
de testigos, las que no tuvieron éxito. De todas formas, se entendió que en los supuestos
señalados era de aplicación el art. 31 del decreto-ley 8204/63 , según el cual, a falta de
certificado médico, el hecho del nacimiento puede ser probado mediante la declaración de
dos testigos que hubieran visto al nacido y firmasen la inscripción. En tal caso, sólo habría
atribución de maternidad mediante el reconocimiento expreso de la madre o sentencia
judicial. La ley 24540 , con las modificaciones de la ley 24884 , en lo que constituye un
avance con relación a la identidad del nacido, impone la confección de una ficha de
identificación de la madre y del recién nacido, es así que ha quedado reformado el art. 242
del Código Civil que incorpora dicho requisito. Por otra parte, la ley 24540 sustituye el texto
del art. 31 del decreto-ley 8204/63 por el siguiente: "el hecho del nacimiento se probará con
el certificado del médico u obstétrica y con la ficha única de identificación". La exigencia del
certificado médico, como único modo de probar el nacimiento, deja sin posibilidad de
acreditación los partos ocurridos sin asistencia profesional. Si bien la ley 24884 admite la
declaración de testigos para acreditar el nacimiento cuando no hubo asistencia médica u
obstétrica, la restringe al supuesto de que se hubiera verificado en tránsito hacia un
establecimiento médico-asistencial. Concordamos con Zannoni en que "una vieja práctica,
tan usada en zonas rurales de difícil acceso a hospitales y dispensarios y a los registros
civiles capitalinos, queda eliminada, y esto, aunque parezca paradójico, implicará mayores
incertidumbres en lo relativo a la identidad de los nacidos" (1966).
El último párrafo del art. 543 del Proyecto abarca dos supuestos: maternidad subrogada y
fertilización por donante. En principio, puede interpretarse como un caso de subrogación por
cuanto regula la implantación de un óvulo fecundado, esto al margen de la cuestión
terminológica ya que la intervención médica es a los efectos de transferir; la implantación es
un hecho natural, biológico. No aclara la norma los distintos supuestos de gestación por
encargo, por ejemplo, debiera diferenciarse si se trata de material genético del marido de la
gestante o de la dadora del óvulo. En este último caso, se trataría de dación de material
genético femenino y fertilización in vitro. El legislador frente a la disyuntiva de atribuir la
maternidad a la mujer que entrega su material genético o a la gestante, optó por esta última
(1967). De esta forma llena un vacío legal para los casos de 1) fertilización por donante, en
lo que se refiere a la maternidad, lo cual resulta auspicioso y 2) maternidad subrogada,
tornando ineficaz a los efectos de la filiación, cualquier contrato en tal sentido,
independientemente de la ilicitud dispuesta en el art. 253 del Proyecto. Sin embargo, no se
debe pasar por alto el hecho de que estas soluciones originan a su vez otras cuestiones,
relacionadas con la acción de impugnación de maternidad las cuales trataremos más
adelante.
De acuerdo con la redacción del art. 544 del Proyecto, no se altera el criterio del régimen
vigente en cuanto a la presunción de paternidad del marido de la madre respecto del nacido
durante el matrimonio o si el hijo naciera dentro del plazo de trescientos días posterior a la
disolución en caso de muerte. En cambio, se introduce modificación en los supuestos de
divorcio vincular, de separación personal y nulidad de matrimonio. El art. 243 del Código
Civil dispone el cese de la presunción a partir de los trescientos días posteriores a la
sentencia respectiva. El segundo párrafo de la norma vigente establece que no se presume la
paternidad luego del lapso mencionado contado desde la interposición de la demanda en
cada uno de los casos. En el primer supuesto -cese de presunción- para que opere la
atribución de paternidad es necesario entablar la acción de reclamación de filiación; mientras
que en el segundo -no presunción- bastará con presentar prueba en contrario. Conforme la
norma proyectada, no se presume la paternidad del hijo nacido después de los trescientos
días de la interposición de la demanda, pero se supedita la falta de presunción a que se haya
dictado la sentencia respectiva. En tal caso, a efectos de la atribución de la paternidad al
marido de la madre, será menester presentar pruebas que así lo acrediten. El art. 544, en
este aspecto, se hace eco de la redacción del siguiente texto sugerido por Grosman y
Martínez Alcorta: "Se presumen hijos del marido los nacidos después de la celebración del
matrimonio y dentro de los trescientos días posteriores a su disolución (fallecimiento),
interposición de la demanda de divorcio, separación personal, nulidad de matrimonio o
separación de hecho" (1968). Sería de correcta técnica legislativa ubicar la separación de
hecho a continuación del supuesto de disolución.
6. Reconocimiento de la filiación
El Proyecto no innova en cuanto a las formas del reconocimiento y, con acertado criterio,
suprime la sobreabundante referencia del art. 248 del Código Civil vigente en lo que se
refiere a la aplicabilidad al reconocimiento materno de las mismas que se prevén respecto
del paterno. Ello es así, porque las formas establecidas en el art. 248 del Código Civil y 550
del Proyecto, es indudable que son aplicables a todo reconocimiento, sea éste paterno o
materno, resultando superflua toda mención al respecto.
El art. 551 del Proyecto incorpora la posibilidad de reclamar por daños en el caso de falta de
reconocimiento espontáneo del hijo y remite al art. 1686 del Proyecto. Esta norma prevé,
como principio general, la responsabilidad por los daños causados producidos en el ámbito
del derecho de familia, si se ha obrado con culpa grave o dolo. El factor de atribución de
responsabilidad es subjetivo, toda vez que no se sanciona el hecho de la falta de
reconocimiento en sí mismo. Debe establecerse, entonces, el nexo causal entre la conducta
culpable o dolosa y el daño causado.
Creemos que la tradicional idea, según la cual el reclamo de una persona por el daño que le
ha inferido la conducta de otra que forma parte de su familia es lo que puede poner en crisis
a la institución, implica pretender que la familia constituye una coraza no de amor sino de
impunidad, gracias a la cual se pueden lesionar los intereses de otro sin hacerse cargo de las
consecuencias.
En relación con el daño inferido al hijo por la falta de reconocimiento por parte de sus
progenitores, la responsabilidad del no reconociente se basa en su conducta antijurídica, que
consiste en negar al hijo su derecho a la identidad. La identidad personal debe ser entendida
como el conjunto de atributos y características que permiten individualizar a la persona en
sociedad; como todo aquello que hace que cada uno sea "uno mismo" y no "otro" y permite
a los demás conocer a la persona en su "mismidad", en lo que ella es en cuanto específico
ser humano (1971).
La ley 23264 de reforma al régimen de filiación y patria potestad reconoce como uno de sus
pilares la tutela del derecho a la identidad, en el sentido de que debe existir coincidencia
entre el fenómeno humano y el encuadramiento legal. Según Díaz de Guijarro, la
"concordancia pura" se produce cuando el vínculo jurídico corresponde al vínculo biológico
(1972). Del carácter voluntario que ostenta el acto del reconocimiento no se infiere que éste
sea un acto caprichoso, sometido al arbitrio del progenitor. La Convención sobre los
Derechos del Niño, de jerarquía constitucional (art. 75 , inc. 22, Const. Nac.), en su art. 8º
tutela el derecho del niño a preservar su identidad. Por otra parte, el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos, ratificado por nuestro país por ley 23313/86 , también de rango
constitucional, en su art. 24 , inc. 2º establece que: "Todo niño será inscripto
inmediatamente después de su nacimiento y deberá tener un nombre". En consecuencia, el
derecho del niño tiene inevitable correlato en el deber del progenitor de garantizarle el
correcto emplazamiento filial. En la medida en que dicho progenitor impida el goce de ese
derecho está incurriendo en una omisión respecto de un deber jurídico.
Hace más de una década tuvo lugar el primer pronunciamiento judicial, verdadero leading
case, que condenó al progenitor a indemnizar al hijo por no haberlo reconocido
oportunamente. En un fallo confirmatorio de la sentencia de primera instancia dictada por la
doctora Delma Cabrera, fundamentó su decisión, entre otros argumentos, en que quien,
maliciosamente o en forma culpable, no reconoció a su hijo y negó su estado de familia, es
responsable por el daño moral que su conducta ocasionó. Se sostuvo que, a pesar de que el
reconocimiento es un acto voluntario, constituye una obligación el no dañar a otro. El daño
moral queda configurado por no llevar el apellido paterno y padecer una minusvalía social
originada, en determinado ámbito sociocultural, en ser hijo de madre soltera y saberse
negado por su progenitor (1973). Este importante fallo fue el inicio de un camino que, con
un criterio casi sin variantes, siguieron nuestros tribunales hasta la actualidad. En cuanto al
contenido de la acción resarcitoria, se debe evaluar el daño que el niño pudo sufrir por la
falta de reconocimiento, "no se trata, en cambio, del resarcimiento por las carencias
afectivas que pudo hallar, en estos años frente a su progenitor, ya que ello pertenece al
aspecto espiritual de las relaciones de familia, sobre el cual el Derecho no actúa (1974).
De todas formas cabe señalar que el Proyecto no modifica el texto del art. 34 del decreto-ley
8204/63 , lo que determina una colisión normativa que es preciso subsanar.
La capacidad del reconociente, en lo que se refiere a su edad, está regulada por el art. 25,
inc. b) del Proyecto que la fija en los 14 años. Con criterio similar al régimen vigente -art.
286 , Cód. Civ.- permite al menor adulto reconocer hijos sin autorización. El Proyecto no
soluciona el conflicto normativo que se plantea entre las mencionadas disposiciones y lo
previsto por el art. 41 del decreto-ley 8204/63 , que impide el reconocimiento de hijos ante
el Registro de Estado Civil y Capacidad de las Personas por quienes no tengan, a la fecha del
nacimiento, edad para contraer matrimonio. Esto es, 16 años para la mujer y 18 para el
varón, con las excepciones que esta última norma determina.
El Proyecto regula en normas separadas las acciones por reclamación de filiación matrimonial
y extramatrimonial. El art. 556, concerniente a la filiación matrimonial, no reforma en lo
sustancial lo previsto en el régimen vigente. Sin embargo, vale la pena mencionar algunas
modificaciones. Resulta acertado el reemplazo de los términos "sucesores universales" por
"herederos". En cambio, no establece en forma expresa la falta de caducidad para la acción
del hijo; si bien debe interpretarse esa solución, hubiera sido correcta su inclusión. Respecto
de la caducidad de la acción de los herederos del hijo, se ha omitido toda referencia al
descubrimiento de pruebas que constituirían el fundamento de la demanda de filiación, y al
plazo de dos años contados a partir de dicho descubrimiento. Según los Fundamentos del
Proyecto, la supresión está motivada en que se ha considerado ese plazo excesivamente
indefinido. Hubiera resultado útil admitir la acción de los herederos, en el supuesto del
descubrimiento de pruebas biológicas por parte del hijo, si su muerte se produce antes de los
dos años de ese descubrimiento, a fin de proteger el derecho a la identidad de ese hijo aun
después de su muerte. Conforme el art. 254 del Código Civil, en el caso en que la muerte
del hijo se produzca antes de transcurrir dos años desde que hubiera llegado a la mayoría de
edad o a la plena capacidad, los herederos pueden entablar la acción durante el lapso que
falte para completar dicho plazo. El Proyecto extiende el plazo al determinar la caducidad de
la acción a los dos años de la muerte del hijo.
El art. 557, igual que el artículo anterior, no hace referencia a la falta de caducidad para la
acción del hijo. En cuanto al inicio de la acción por parte de los herederos, la norma remite a
lo dispuesto por el artículo anterior, en consecuencia, caben similares comentarios.
El Proyecto, en su art. 558, modifica el régimen del Código Civil. Extiende las atribuciones
del Ministerio Público en la medida en que le impone la obligación de iniciar la acción de
reclamación de paternidad si no ha podido, a través de gestiones destinadas a tal fin, lograr
la determinación de la paternidad o el reconocimiento del hijo. No prevé la citación de la
madre ni su intervención en este proceso, sin perjuicio de que dicha intervención sea de
suma importancia para el logro del objetivo que la norma le impone. El art. 255 del Código
Civil otorga al ministerio facultades para iniciar la acción con la conformidad expresa de la
madre. Esta solución ha originado una discusión a nivel doctrinario, en el supuesto de que la
madre diera su consentimiento para iniciar la acción de reclamación de paternidad y
posteriormente desistiera. Según una postura, dicho desistimiento no autoriza al Ministerio
Público a continuar la acción ya que éste no ejerce una acción independiente del
consentimiento que debe pervivir en la madre. El desistimiento de ésta, que es quien ejerce
la patria potestad de su hijo, importa la falta de consentimiento para el futuro a fin de
proseguir la acción judicial (1982). Desde otro punto de vista, habida cuenta de la necesidad
de tutelar el derecho del menor a su identidad así como a la asistencia y protección
apropiadas, cuando éste se vea privado de algunos elementos de su identidad (Convención
Sobre los Derechos del Niño, art. 8º ), derechos garantizados por la Constitución Nacional,
art. 75 , inc. 22, se considera que el Ministerio Público está facultado para continuar la
acción. En este sentido, corresponde hacer mención de un pronunciamiento judicial en el
que, de conformidad con el dictamen del asesor de Menores, se sostuvo que "no puede
aceptarse que el derecho de la madre a prestar o no el consentimiento pueda ejercerse de
manera caprichosa, dándolo y denegándolo a su arbitrio" y que "a la comunidad toda le
interesa proteger y garantizar el derecho de un hijo a conocer la identidad de su padre; es
por ello que una vez habilitada la instancia por el consentimiento de la madre, el Ministerio
Público deberá seguir las acciones hasta su culminación. De lo contrario se estaría
posibilitando que cualquier presión o beneficio ofrecido a la madre por el presunto padre o un
tercero pudieran echar por tierra las actuaciones y dejar de esa forma desprotegidos los
derechos del menor" (1983). En realidad, previamente a la sanción de la ley 23264 , se
discutió, a nivel parlamentario, si la asistencia de la madre a fin de proporcionar al Ministerio
Público los datos que faciliten el reconocimiento del padre debe constituir para ella una carga
pública; polémica que se resolvió en sentido negativo, conforme la actual redacción del art.
255 . Los argumentos dados en su momento, a favor de la solución legal adoptada, se
relacionan con la protección a la intimidad de la madre. El art. 558 del Proyecto, en forma
acertada, va más allá, toda vez que prescinde de su consentimiento. De acuerdo con los
principios constitucionales expuestos no parece lógico dejar dentro de la esfera de
disposición de la madre, la iniciativa para lograr la determinación de la paternidad de su hijo.
Por otra parte, debe tenerse en cuenta que, en esta cuestión, existen causas psicosociales
que generalmente han sido el origen de la pasividad materna, tales como la ignorancia, la
incomprensión de las necesidades del niño, el sentimiento de posesión del hijo o su
resignación. Asimismo, la actitud negativa de la madre es con frecuencia el resultado de
resentimientos personales respecto del progenitor del hijo, lo que significa que en la decisión
de la madre pesan sus propios conflictos que le impiden considerar la figura del hijo y sus
derechos (1984). Por ello es que frente a la tensión entre dos derechos: la intimidad de la
madre y la filiación paterna, nos inclinamos por este último. Cabe señalar que la solución
propuesta, que estimamos adecuada, no sólo cuenta con el aval de una importante corriente
doctrinaria, tal como se expresa en los Fundamentos del Proyecto, sino que registra
antecedentes en las legislaciones extranjeras en países como España, Francia, Venezuela,
Uruguay y Colombia, entre otros.
El Proyecto incorpora, en el art. 561, una disposición por la que se establece la procedencia
de la demostración de la paternidad o maternidad en el proceso sumario de alimentos al solo
efecto de la prestación de alimentos provisionales. Esto significa una protección importante a
los derechos del menor. En general, tanto en doctrina y como en jurisprudencia, se ha
reconocido al hijo el derecho a demandar alimentos al presunto padre, siempre que acredite
prima facie la verosimilitud del derecho invocado. Mediante dicha prueba, aun antes de
concretarse el emplazamiento filial paterno, pueden demandarse alimentos provisorios al
presunto padre.
El art. 562 del Proyecto, subsume el contenido de los arts. 261 y 262 del Código Civil. El
presupuesto para la acción por parte de la madre es el no ser ella la madre del hijo que pasa
por suyo. Éste es el principio general. El art. 262 , citado, se refiere a la sustitución o
incertidumbre acerca de la identidad del hijo. El Proyecto establece dos presupuestos:
sustitución del hijo y suposición de parto. Agrega como requisito que la madre haya sido
ajena a estos hechos. Se debe interpretar, entonces, que la madre sólo podrá impugnar la
maternidad si no actuó previamente con dolo. Es discutible y merece pensarse si, en el caso
de que exista conducta dolosa de la madre, aun contra el principio de no poder alegar la
propia torpeza, la identidad del hijo no representa un valor superior al principio citado. Vale
la pena recordar otro supuesto en el que dicho principio cede en aras de intereses
considerados prioritarios. Es el caso del art. 219 del Código Civil, luego de la reforma
introducida por la ley 23515 , según el cual, los cónyuges, aunque sean de mala fe, pueden
solicitar la nulidad de su matrimonio.
Tal como adelantamos, al comentar el art. 543, debe tenerse presente la cuestión que se
plantea cuando se han aplicado técnicas de reproducción humana asistida, ya sea por dación
de material genético femenino o en el supuesto de maternidad subrogada. Según lo previsto
por el Proyecto, se atribuye la maternidad a la mujer que da a luz. Se produce, entonces,
una fractura de la unidad madre genética-madre biológica. Y, si tomamos en cuenta que está
admitida toda clase de pruebas, inclusive las biológicas, la única vía de solución posible es
impedir que la madre impugne la maternidad cuando la acción tiene fundamento exclusivo
en el uso de técnicas de fertilización asistida. Caso contrario, la mujer, a pesar de ser la
madre legal, quedaría desplazada de tal estado y debería el hijo, a fin de no quedar sin
filiación materna, promover la respectiva acción de filiación contra la dadora, solución no
querida por la ley, tanto en el supuesto de fertilización por donante como, con mayor razón,
en el de maternidad subrogada.
2. Contestación de la paternidad
Por lo que creemos se trata de un error de redacción, se regula la acción de contestación de
"maternidad", en lugar de contestación de "paternidad" (art. 567).
La norma otorga legitimidad a la madre para impugnar la paternidad del marido, presumida
ésta en virtud de lo dispuesto por el art. 544 del Proyecto. Un importante sector de la
doctrina está conteste en la necesidad de otorgar a la madre dicha acción. Sin embargo, la
denegación de la legitimación a la madre, ya sea como representante del hijo o por derecho
propio, ha sido prácticamente una constante en la doctrina judicial, salvo casos aislados. La
posibilidad de que, por el ejercicio de la acción, la madre pueda alegar su propio adulterio,
fue una valla para impedir la legitimación materna. El Proyecto, a nuestro criterio, avanza
positivamente en el tema pero se queda a mitad de camino en la medida en que le impone a
la madre, para que efectivice ese derecho, dos condiciones: disolución del matrimonio y
nuevas nupcias con el verdadero padre. Es criticable esta solución que supedita la filiación
del hijo al matrimonio de la madre. Parece razonable pensar que, luego de una situación de
tales características, pueda disolverse el matrimonio, pero ello no debe dar lugar a que este
hecho condicione la filiación del hijo. De igual forma, el matrimonio posterior con el
verdadero padre no aparece como un hecho indefectible y necesario. Se confunde de esta
manera el derecho del hijo, su identidad y el derecho de la madre de procurar la verdad, con
su vida matrimonial. No es que se niegue la relación entre las distintas situaciones, sino que,
de tomarse el criterio proyectado, se echaría por tierra una de las conquistas más
importantes introducidas por la ley 23264 , la igualdad de los hijos matrimoniales y
extramatrimoniales. De requerirse la disolución del matrimonio y posteriores nupcias con el
progenitor, se llegaría a la conclusión de que el hijo sólo puede ostentar su verdadera
filiación, por la acción de la madre, si sus padres están casados, lo cual no condice con el
espíritu de nuestra ley en materia de filiación.
La norma no altera en lo sustancial lo previsto por el art. 263 del Código Civil vigente. Cabe
señalar que la redacción del art. 568 es más ajustada en cuanto se refiere al reconocimiento
de los hijos extramatrimoniales reemplazando la expresión "concebidos fuera del
matrimonio". Conforme el criterio adoptado en nuestro Código, luego de la sanción de la ley
23264 , la calidad de hijos extramatrimoniales surge del nacimiento, no de la concepción,
fuera del matrimonio.
Si bien, al disponer que pueden impugnar el reconocimiento todos los que tengan interés en
hacerlo, podría interpretarse que el reconociente está incluido, se considera que dado la
irrevocabilidad del reconocimiento, le estaría vedado a aquél la posibilidad de accionar y que,
en todo caso, corresponde que entable una acción de nulidad. Sin embargo, tenemos que
hacer presente los presupuestos que deben existir para la procedencia de cada una de estas
acciones. Para obtener la nulidad del reconocimiento es necesario demostrar que existió un
vicio que impidió la expresión del libre consentimiento; en el caso de impugnación, el
presupuesto es la falta de nexo biológico. En caso de no haber nexo biológico entre el
reconociente y el nacido, hecho que puede llegar al conocimiento de aquél con posterioridad
al acto de reconocimiento, el padre legal estaría obligado a accionar por nulidad.
(1966) ZANNONI, Eduardo A., Derecho de Familia, T. II, Astrea, Buenos Aires, 1998, p.
327.
(1967) Cfr. IÑIGO, Delia B., La Maternidad a Comienzos del Siglo XXI, Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales U.N.L., Santa Fe, 1996, p. 230.
(1968) GROSMAN, Cecilia, en BUERES, Alberto - HIGHTON, Elena, Código Civil Anotado,
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(1969) ALTERINI, Atilio A. - LÓPEZ CABANA, Roberto, "Cuestiones de responsabilidad civil
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(1970) DI LELLA, Pedro "Derecho de daños vs. Derecho de familia", LL, 1992-D-862.
(1971) FERNÁNDEZ SESSAREGO, Carlos, Derecho a la Identidad Personal, Astrea, Buenos
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(1972) DÍAZ DE GUIJARRO, Enrique, Derecho de Familia, T. I, Tea, Buenos Aires, 1953, p.
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(1973) CApel. Civ. y Com. San Isidro, Sala I, 13/10/1988, ED, 132-473.
(1974) CNCiv., Sala F, 19/10/1989, voto del Dr. Bossert, LL, 1990-A-1.
(1975) ARIANNA, Carlos - LEVY, Lea, "Daño moral y patrimonial derivado de la falta de
reconocimiento", Derecho de Daños, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1999, p. 443.
(1976) Cfr. ZANNONI, E. A., Derecho de Familia, cit., T. II, p. 363.
(1977) BELLUSCIO, Augusto C., Manual de Derecho de Familia, T. II, Depalma, Buenos
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(1978) ZANNONI, E., op. cit., T. II, p. 357; LLOVERAS, Nora, Patria Potestad y Filiación,
Depalma, Buenos Aires, 1986, p. 72.
(1979) ARAZI, Roland, La Prueba en el Proceso Civil, La Rocca, Buenos Aires, 1986, p.
108, citado por GROSMAN, Cecilia - ARIANNA, Carlos, "Los efectos de la negativa a someterse a los
exámenes biológicos en los juicios de filiación paterna extramatrimonial", LL, 1992-B-1193.
(1980) Voto del Dr. Bossert, CNCiv., Sala F, 7/3/1989, citado por GROSMAN, C. -
ARIANNA, C., "Los efectos...", cit.
(1981) GROSMAN, C. - ARIANNA, C., "Los efectos...", cit., pág 1193.
(1982) ZANNONI, E., op. cit., p. 404.
(1983) CNCiv., Sala M, LL, 1991-E-434.
(1984) GROSMAN, Cecilia - ARIANNA, Carlos, "Hacia una mayor efectividad del art. 255 ,
Cód. Civ.", JA, 1992-II-692.
(1985) Cfr. IÑIGO, Delia - LEVY, Lea - WAGMAISTER, Adriana, "Reproducción humana
asistida", Enciclopedia de Derecho de Familia, T. III, Universidad, Buenos Aires, 1994, p. 551.
(1986) IÑIGO, D. - LEVY, L. - WAGMAISTER, A., op. cit.
LOS BIENES EN EL MATRIMONIO (1987) - GUSTAVO A. BOSSERT
Hoy está abierto el debate sobre las relaciones patrimoniales entre los esposos: por una
parte, respetables juristas sostienen que debe mantenerse como único régimen el de
comunidad de ganancias, sin que los cónyuges puedan modificarlo u optar por otro;
enfrente, la posición que tal vez sea mayoritaria en nuestra doctrina, a juzgar por
publicaciones y resultados de jornadas y congresos: reconocer capacidad a los cónyuges
para introducir cláusulas modificatorias o elegir otro régimen. El Proyecto de Código Civil
recientemente elaborado por calificados juristas permite a los cónyuges optar entre el
régimen de comunidad y el de separación de bienes.
En lo que no debemos incurrir, para sostener una u otra posición, es en supuestos axiomas,
frases con prestigio de dogmas: invocar, por ejemplo, la solidaridad para estigmatizar la
posibilidad de la separación de bienes, o sólo el valor de la libertad para su admisión. La
reciente historia de las relaciones personales de familia ante el derecho argentino exige que,
sin contrariar ningún principio moral, encaremos el tema con realismo, teniendo en cuenta
las necesidades de la gente.
El noble régimen de comunidad de ganancias, en el que todo lo que los cónyuges obtienen
durante el matrimonio, salvo que sea a título gratuito, se repartirá por mitades tras el
divorcio, la separación judicial o la muerte de uno de ellos, expresa en plenitud la comunión
patrimonial de los esposos. Como en casi todos los países de Hispanoamérica, continuará
siendo en la Argentina el régimen legal supletorio, aun cuando se permita a los cónyuges
optar por la separación de bienes, lo que significa que, a falta de convención expresa, rige la
comunidad. En la práctica, esto continuará sucediendo en la inmensa mayoría de los casos
tras una eventual reforma legislativa, ya que normalmente quienes contraen matrimonio no
analizan sus futuras relaciones patrimoniales.
Pero hay, también, quienes consideran necesario mantener separados sus patrimonios,
incluidas sus ganancias futuras. Esto sucede particularmente entre quienes llegan, ya
pasados los veinte de la imprevisión y la pura alegría, a un segundo matrimonio por viudez o
divorcio anterior, con actividades económicas en marcha, y prefieren apartar de los posibles
avatares de esa nueva relación las utilidades que con su trabajo o su empresa continuarán
produciendo, preservándolas no sólo para sí, sino también para sus hijos. Por ello prefieren
la separación de bienes.
En Francia, sólo el diez por ciento de quienes contraen matrimonio hacen convención
matrimonial para reemplazar el régimen de comunidad. Casi todos ellos son personas que,
para su segundo matrimonio, optan por la separación de bienes, entre varios regímenes que
el Código les ofrece.
Como se ve, no son inmorales los motivos por los que algunos cónyuges ejercen tal opción, y
nada tiene que ver con esto una supuesta imposición del hombre sobre la mujer, o
viceversa, ya que la opción debe ser hecha de común acuerdo. Además, la solidaridad
familiar está preservada, ya que, aun en la separación de bienes, rige un conjunto de
normas que protegen a la familia: por ejemplo, el deber de los cónyuges de contribuir al
sostenimiento del hogar, el necesario asentimiento de ambos para disponer de la vivienda
común y los muebles que constituyen su ajuar, su responsabilidad solidaria por las
obligaciones que uno contrae para atender las necesidades del hogar o de los hijos.
Casi todos los países de Occidente reconocen, con distinta amplitud, el derecho de los
cónyuges a reglar sus relaciones patrimoniales. Dicho de otro modo, se confía en la
prudencia y el buen criterio de los interesados.
En esa libertad existen gradaciones. Tienen sistemas amplios Francia, España, Italia, Bélgica,
Holanda, Alemania, Austria, Dinamarca, Finlandia, Grecia, Portugal, Luxemburgo, Mónaco,
Uruguay, Brasil, Venezuela, Panamá, El Salvador y Quebec, entre otros, donde los cónyuges
no sólo pueden optar entre varios regímenes sino también modificarlos con cláusulas que
consideren convenientes. En algunos países sólo se confiere la opción entre dos o más
regímenes, pero sin facultad de modificarlos sustancialmente. Así sucede en Chile, Paraguay,
Perú, Colombia, México (Distrito Federal) y Noruega, entre otros.
En el derecho anglosajón, en el que a través de los años ha prevalecido como régimen único
la separación de bienes, en general se admite ahora la posibilidad de optar por la
comunidad. En los Estados Unidos, éste es hoy el régimen legal en diez estados, y los
cónyuges tienen amplia facultad para reglar sus relaciones patrimoniales a través de
convenciones.
En algunos países, la convención sólo puede ser hecha antes de la boda, pero en otros el
régimen puede modificarse durante el matrimonio.
Casi en soledad, la Argentina, Bolivia y tradicionalmente los países socialistas (aunque varios
de ellos han cambiado tras la caída del Muro de Berlín) imponen a los cónyuges la comunidad
con carácter de régimen forzoso, prohibiéndoles optar por otro. Cuba y las repúblicas que
formaron la antigua Yugoslavia mantienen, con excepción de Croacia, esa rigidez, pero
Hungría desde 1986 y Rusia desde 1995 reconocen validez a las convenciones mediante las
cuales los cónyuges modifican el régimen de comunidad o adoptan otro. En China, desde
1980, la ley dice que aquél regirá a menos que las partes convengan otro régimen.
Vamos a comenzar siguiendo el orden numérico del articulado relacionado con los alimentos
entre cónyuges convivientes para seguir analizando las transformaciones de este derecho-
deber a través de las vicisitudes por las que pasa el matrimonio.
El Código Civil en el Capítulo VIII del Título I, "Del matrimonio", que corresponde a la
Sección Segunda: "De los derechos personales en las relaciones de familia", comienza a
tratar el tema de los alimentos entre cónyuges, en el art. 198 dice: "Los esposos se deben
mutuamente fidelidad, asistencia y alimentos", esta novedad de la ley 23515 produjo un
cambio trascendental equiparando a los cónyuges convivientes borrando la preferencia que
de la mujer hacía la centenaria ley 2393 . Sobre la base de esta reciprocidad del derecho-
deber alimentario entre cónyuges el Proyecto aprobado por la Cámara de Diputados de la
Nación en 1993 introduce el art. 198 bis que dice: "Si durante la convivencia, uno de los
esposos requiriese judicialmente alimentos al otro, deberá probar la falta de medios propios
para mantener el nivel de vida hasta allí gozado".
En el Libro III, Título I, Capítulo VII, "Derechos y deberes de los cónyuges", el Proyecto que
estamos comentando unifica ambas normas en el art. 435: "Fidelidad y asistencia. Los
cónyuges se deben mutuamente fidelidad, asistencia y alimentos.
"El cónyuge que reclame alimentos del otro debe probar la falta de medios personales para
mantener el nivel de vida del que ha gozado hasta la formulación del pedido".
Si bien pareciera que el legislador del ´93 ha sido seguido por el del ´98 se percibe un
cambio en la terminología que corresponde destacar en razón de que se aclara la situación
de hecho que deberá evaluar oportunamente el juzgador. En el último de estos instrumentos
se habla de "falta de medios personales" en vez de "propios" como decía el anterior,
entendemos que el cambio se debe a que esta expresión exigió en su momento que se
debiera aclarar que no se refería al carácter de bienes propios por oposición a los
gananciales sino que el peticionante debía probar que no tenía bienes de su titularidad sean
éstos propios o gananciales, de lo que no cabe duda si se utiliza la calificación "personales".
Otro cambio que se propone consiste en la supresión del segundo párrafo del vigente art.
199 del Código Civil; esta norma se refiere en su primer párrafo al deber de convivencia y,
en el segundo condiciona el cumplimiento del deber alimentario a la reanudación de la
cohabitación por parte del cónyuge que la hubiera interrumpido sin causa justificada. Se
propone mantener, entonces, el primer párrafo del vigente art. 199 en la redacción del art.
436 sobre el deber de cohabitación sin referencia a la pérdida de derecho alimentario.
En el Título III, "De la ineficacia del matrimonio", el Capítulo III en los arts. 506, 507 y 508
el Proyecto se refiere a "Efectos de la invalidez" reiterando en el tema que nos ocupa la letra
de los vigentes arts. 221 , 222 y 223 .
En el Título IV, "De la separación judicial y la disolución del vínculo", el Capítulo II,
"Separación judicial" (expresión que el Proyecto utiliza en vez de la actual "separación
personal") se refiere en el art. 518 a las posibles convenciones que puede contener el
procedimiento de petición conjunta -como el vigente art. 236 , Cód. Civ.- en los casos de
mutuo acuerdo del art. 517 -como el vigente art. 205 , Cód. Civ.- y que serían aplicables al
divorcio en razón de lo proyectado como art. 527. El vigente art. 236 dice: "En los casos de
los arts. 205 y 215 la demanda conjunta podrá contener acuerdos sobre los siguientes
aspectos:...3º Régimen de alimentos para los cónyuges e hijos menores o incapaces
incluyendo los modos de actualización".
En cuanto a los alimentos del cónyuge inocente de la separación personal o del divorcio, el
Proyecto en comentario se refiere a ellos en el primer párrafo del art. 520, transcribiendo el
primer párrafo del art. 207 del Código Civil vigente. Es de destacar que la norma proyectada
obvia la enumeración -que el legislador de 1987 incorporó por la ley 23515 - de las
circunstancias, cinco en el art. 207 y tres en el art. 209 -que el juez debería tener en
consideración para la fijación de los alimentos-. También el Proyecto elimina la referencia "a
las bases para actualizar el monto alimentario" como lo hace en el art. 518, inc. c) al que
infra nos referimos al hablar de los alimentos convencionales. En cambio, el legislador de
1993 mantenía las pautas para la fijación y también las bases de actualización, ya que se
propuso la equivalencia de prestaciones como norma genérica, sea en las decisiones
judiciales como en las convencionales mediante cláusulas que así lo establezcan. En este
sentido se interpretó que ese Proyecto siguió la recomendación de las XIV Jornadas de
Derecho Civil (Tucumán, 1993), en las que de lege lata se entendió por mayoría "procedente
fijar convencional o judicialmente cláusulas expresas con la finalidad de mantener la
equivalencia de las prestaciones alimentarias, sin perjuicio de que también sea procedente el
ejercicio oportuno y fundado de la pretensión de aumento en función de mayores
necesidades del alimentado".
La incorporación de los alimentos para el cónyuge enfermo fue una novedad incorporada por
la reforma de la ley 23515 , que en el art. 203 prevé una causal de separación personal que
nuestra legislación desconocía hasta 1987 y en el art. 208 legisló sobre su efecto respecto
del tema que estamos comentando resaltándose la subsistencia de la obligación más allá de
la muerte del obligado como carga de su sucesión.
La Comisión Federal de 1993 propuso eliminar la expresión "carga de la sucesión" en razón
de las dificultades a que daba lugar por la divergente interpretación de la doctrina autoral y
judicial. La reforma en comentario sigue esta misma línea.
En 1993 se propuso suprimir la referencia a "las necesidades y recursos de ambos" que trae
la norma vigente, el Proyecto último, en cambio, plantea que se lo mantenga así.
En cuanto a la previsión del "modo de continuar cumpliéndola" por parte de los herederos
antes de la partición, en el ´93 se remitía a otra norma sugerida en ese momento como art.
329 del Código Civil que decía: "Podrá disponerse la constitución de garantías reales o
personales, para garantizar el pago de alimentos provisorios, definitivos o convenidos" y
además se hacía hincapié en la norma que se incorporaba como reemplazante del vigente
art. 208 en que "los herederos con beneficio de inventario responderán sólo hasta la
concurrencia del valor de los bienes recibidos y no con su propio patrimonio" y que "podrán
los herederos optar por cumplir con la prestación alimentaria o entregar al beneficiado la
porción disponible" por lo que se interpretó que se estaba proponiendo aplicar por analogía el
vigente art. 3603 o cualquier otra variante para la hipótesis de concurrencia de herederos
obligados. En cuanto a la limitación de la obligación, es interesante la previsión del art. 101
del Código Civil español: "El derecho a la pensión no se extingue por el solo hecho de la
muerte del deudor. No obstante los herederos de éste podrán solicitar al juez la reducción o
supresión de aquélla si el caudal hereditario no pudiera satisfacer las necesidades de la
deuda o afectara a sus derechos a la legítima".
En cuanto a los alimentos que los padres deben a sus hijos menores, la primera norma
novedosa del Proyecto que estamos comentando está en el Título VI, "De la filiación",
Capítulo VI, "Acciones de filiación", Sección Segunda, "Acciones de reclamación de estado",
art. 561: "Prueba en proceso sumario. Al solo efecto de la prestación de alimentos
provisionales, procede la demostración de la paternidad o maternidad en el proceso sumario
de alimentos". Encontramos el antecedente en el art. 273 del Proyecto sancionado por la
Cámara de Diputados en 1993 que decía: "Al sólo efecto de la prestación de alimentos
provisionales procederá la investigación de la verosimilitud de la paternidad o maternidad en
juicio sumario".
Los alimentos para los hijos con filiación no determinada no están hoy previstos en nuestra
legislación. Este vacío pretende ser llenado en la práctica con la recepción jurisprudencial de
alimentos provisorios que se fija si se demuestra prima facie la verosimilitud del estado de
hijo en la promoción del juicio ordinario de reclamación de estado, a modo de ejemplo se
corresponde con la presunción de paternidad del concubino de la madre prevista en el art.
257 del Código Civil incorporado por la ley 23264 en 1985. La propuesta de lege ferenda
apoyando la admisión legal expresada cuenta con la opinión favorable de autorizada doctrina
autoral.
El propuesto art. 583: "Extensión de la obligación de los padres. La obligación de los padres
de proveer de recursos a los hijos subsiste hasta que éstos alcancen la edad de veinticinco
(25) años en tanto la prosecución de sus estudios o preparación profesional les impida
proveerse de los medios necesarios para sostenerse independientemente". La novedad no es
más que otro paso en el trayecto que comenzó varios años atrás.
El 17 de septiembre de 1992 fue sancionada, por la Cámara de Diputados, una ley que
oportunamente perdió estado parlamentario, por la que se proponía agregar al art. 265 del
Código Civil un segundo párrafo que decía: "La obligación de los padres de pasar alimentos a
sus hijos, con el alcance establecido en el art. 267 , se extiende hasta la edad de veintiún
años, salvo que el obligado, siendo el hijo mayor de edad, acredite que éste cuenta con
recursos suficientes para proveérselos por sí mismo".
Las XIV Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Tucumán, 1993) recomendaron de lege lata,
que "mediante una interpretación armónica y amplia de los arts. 3790 , 370 y 372 del
Código Civil, puede entenderse que el deber alimentario de los padres para con sus hijos
menores de edad continúa después de la mayoría de edad si la asistencia económica es
necesaria para su formación laboral y profesional, y siempre que no exceda las posibilidades
de los obligados". En las mismas Jornadas se propuso de lege ferenda, por mayoría,
"incorporar al Código Civil una norma que contemple la continuación de la obligación
alimentaria aun cumplida la mayoría de edad del hijo, si la asistencia fuera necesaria para su
formación laboral y profesional".
El Proyecto sancionado por la Cámara de Diputados en 1993 propuso como segundo párrafo
del art. 265 , el mismo texto sugerido por la reforma de 1992 y que más arriba
transcribimos, y como segundo párrafo del art. 268 , a continuación del texto vigente
agregaba: "Cuando los hijos llegan a la mayoría de edad o se emancipan, cesa de pleno
derecho la obligación alimentaria, salvo lo que se disponga para casos especiales", ésta es
una remisión al art. 265 . Cabe resaltar que en este caso no se hacía referencia a
continuación de estudios ni a preparación profesional, sino que se invertía la carga de la
prueba que pesaba sobre el demandado, cuando el hijo que solicitaba alimentos tenía entre
18 y 21 años a pesar de que ya era mayor de edad.
Por su parte, el Proyecto de la Comisión designada por el Poder Ejecutivo en 1993 también
agregaba un segundo párrafo al art. 265 que decía: "La obligación de los padres de proveer
de recursos a los hijos subsiste hasta que éstos alcancen la edad de veinticinco años y en
tanto la prosecución de sus estudios les impida proveerse de los medios necesarios para
sostenerse independientemente". A diferencia del de Diputados, el Proyecto del Poder
Ejecutivo extiende la edad límite hasta los 25 años, nada dice sobre la inversión de la carga
de la prueba, pero pone como requisito de dicha ampliación la prosecución de estudios, lo
que si se probara que no es así haría caer la pretensión. La nota que acompaña este artículo
del Proyecto del Poder Ejecutivo dice: "Se propone extender la obligación alimentaria de los
padres hasta los veinticinco años en tanto los menores continúen sus estudios, a fin de evitar
los inconvenientes que para éstos podría resultar de la anticipación de la mayoridad a los
dieciocho años, así como también para llenar el vacío que se produce actualmente con
relación a los mayores, que no han obtenido aún la posibilidad de lograr una total
independencia económica como consecuencia de no haber concluido sus estudios". La misma
nota cita jurisprudencia francesa según la cual la mayoridad del hijo no pone fin a la
obligación que tienen los padres, según sus medios, de ayudarlo pecuniariamente a
proseguir sus estudios; esa obligación se aprecia según las aptitudes del hijo, los medios y
las conveniencias familiares, el mantenimiento de la obligación supone que el hijo prosigue
los estudios correspondientes a la profesión que desea ejercer, y que no dispone de medios
propios que le permitan una existencia independiente y llega aun a decir que la obligación
persiste aunque el hijo se casara contra la voluntad de sus padres o viva en concubinato.
Nuestra ley vigente carece de una previsión expresa en este sentido, no obstante de lege
lata se podría interpretar el art. 370 del Código Civil como lo ha hecho la jurisprudencia
francesa pero exigiría que el juez fijara la extensión temporal de la obligación de los padres
que, de otro modo, cesa al llegar el hijo a la mayoría de edad.
El nuevo Proyecto prevé, en el art. 518, inc. c), la posibilidad de un régimen de alimentos
para los hijos menores o incapaces convenido por los padres separados por mutuo acuerdo,
aplicable al divorcio por el art. 527. En este mismo trabajo al analizar los alimentos entre
cónyuges hicimos comentarios a esta norma propuesta que son aplicables aquí.
El propuesto art. 616 se refiere a los parientes por afinidad, el primer párrafo reitera el texto
del vigente art. 368 del Código Civil y el segundo párrafo dice: "Respecto de los hijos del
otro cónyuge, para que exista obligación alimentaria se requiere que exista o haya existido
convivencia o trato paterno-filial entre alimentante y alimentado". Esta limitación ha sido
tomada de una recomendación de las XIV Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Tucumán,
1993). En cambio, en este sentido el Proyecto de 1993 proponía como segundo párrafo del
art. 368: "No existe obligación alimentaria con el hijo del cónyuge, que no sea hijo propio, y
que haya sido concebido después de la celebración del matrimonio", previsión que había sido
criticada porque, por una parte, podía implicar una discriminación incompatible con la
reforma de la ley 23264 y además traía cierta complejidad su articulación con el sistema de
filiación impuesto por esa misma ley.
El art. 620: "Modo de cumplimiento. La prestación se efectúa mediante el pago de una renta
en dinero, pero el obligado puede solicitar que se lo autorice a solventarla de otra manera,
justificando motivos suficientes". El Anteproyecto de Código Civil de 1954 disponía en el
segundo párrafo del art. 547: "La prestación se efectuará mediante el pago de una renta de
dinero, pero el obligado podrá solicitar se lo autorice a solventarla de otra manera,
invocando motivos suficientes". Como vemos se ha tomado literalmente este texto. En el
derecho extranjero el Código italiano de 1942 en su art. 443 da opción al obligado a pagar
en dinero o acoger al beneficiario en su casa o el juez determina el modo de suministro sobre
la base de las circunstancias del caso, del mismo modo lo resuelve el Código español en el
art. 149. En nuestra ley vigente no hay previsión expresa sobre la cuestión, se interpretó
siguiendo la línea que estamos desarrollando que la opción podría quedar en manos del
deudor como si se tratara de una obligación alternativa regulada por el art. 637 del Código
Civil según el cual "corresponde al deudor la elección de la prestación de uno de los objetos
comprendidos en la obligación". No obstante la doctrina autoral y judicial mayoritaria
entiende que debería hacerse efectiva en dinero a fin de evitar dificultades prácticas en el
cumplimiento.
El parágrafo tercero, "Reglas procesales", está integrado por siete artículos. El primero de
ellos -art. 621- se refiere al "Procedimiento", señalando que corresponde el más abreviado,
el art. 375 del Código Civil vigente indica el sumario y así también lo estableció el legislador
del ´93 en el artículo 316 cuyo texto reiteró esta denominación. En cuanto a la prueba del
solicitante no hay innovación en el art. 622, en cambio el art. 623 dice: "Existencia de otros
obligados. Al demandado por alimentos le corresponde probar que existe otro pariente de
grado más próximo o igual grado, en condición de prestarlos, a fin de ser desplazado o
concurrir con él en la prestación. Si el actor demanda a otros obligados, el demandado puede
citar a juicio a todos o parte de los restantes, a fin de que les alcance la condena". La
primera parte de esta norma reproduce el art. 314 y la segunda el art. 317 del Proyecto de
Diputados de 1993.
El propuesto art. 625: "Retroactividad de la sentencia. Los alimentos se deben desde el día
de la demanda o desde el día de la interpelación del obligado por medio fehaciente, siempre
que se interponga la demanda dentro de los seis (6) meses de la interpelación". El art. 375
del Código Civil vigente al decir "desde el principio de la causa o en el curso de ella" ha
suscitado controversias acerca de la determinación de los efectos de la sentencia. La
jurisprudencia mayoritaria estableció el carácter retroactivo de la sentencia de alimentos a la
fecha de la interposición de la demanda y luego el Código Procesal de la Nación en su art.
644 , párrafo primero in fine y el Código Procesal de la Provincia de Buenos Aires en el art.
641, consideraron que "admitida la pretensión, el juez fijará la suma que considere
equitativa, y la mandará abonar por meses anticipados, desde la fecha de interposición de la
demanda". En cuanto a la posibilidad de sentencia condenatoria que pueda declarar la
existencia de derecho a percibir alimentos desde la constitución en mora extrajudicial, no
hay previsión alguna en nuestra ley. Las IV Jornadas Sanrafaelinas de Derecho Civil
(Mendoza, 1976) recomendaron, de lege ferenda, incorporar al Código un art. 375/1 que
dijera: "Los alimentos se deben desde el día de la demanda judicial o desde el día de la
constitución en mora del obligado, siempre que se interponga demanda judicial en el término
de tres meses contados desde la interpelación". En el derecho extranjero, el Código Civil
italiano de 1942 dispone en su art. 445: "Los alimentos son debidos desde el día de la
demanda judicial o desde el día de la constitución en mora del obligado, cuando esta
constitución vaya seguida, dentro de los seis meses, de la demanda judicial".
El art. 626: "Repetición. En caso de haber más de un obligado al pago de los alimentos,
quien los haya prestado puede repetir de los otros en proporción a lo que a cada uno le
corresponde". Estaría proponiendo la derogación del art. 371 del Código Civil que consagra
el principio de irrepetibilidad de los alimentos pagados por un pariente obligado contra otros
parientes también obligados en razón de que no se trata de una obligación solidaria; algunos
autores han criticado la norma por este motivo mientras que otros entendieron que era la
mejor solución a fin de evitar que se planteen desagradables situaciones familiares. La
doctrina autoral y judicial ha considerado procedente la acción de contribución que podría
ejercerse respecto del pago de cuotas futuras y así lo receptó el legislador de la ley ritual. El
art. 650 del Código Procesal de la Nación y el art. 647 del de la Provincia de Buenos Aires
disponen: "Toda petición de aumento, disminución, cesación o coparticipación en los
alimentos, se sustanciará por las normas de los incidentes en los procesos en que fueron
solicitados". Este trámite no interrumpirá la percepción de las cuotas ya fijadas, los
tribunales han interpretado que el demandado reintegrará una parte proporcional al
alimentante pero no es él personalmente quien contrae la deuda con el alimentista, lo que no
puede reclamar el alimentante son las cuotas pagadas antes de la interposición de la
demanda de contribución. La propuesta del Proyecto en comentario tiene importancia
práctica frente a la cuestión planteada respecto de la pretensión del pariente demandado de
que se establezca la participación de otro pariente en el mismo juicio convirtiéndolo a este
último en demandado aunque contra él no dirigió la acción el acreedor y la solución de la
jurisprudencia plenaria de la Cámara Nacional Civil, que el 4 de marzo de 1992 resolvió que
no es factible dictar condena contra el tercero obligado que fuera citado al proceso a
propuesta del demandado y que constituye con éste un litisconsorcio pasivo facultativo (ED,
146-473).
Por el art. 627 se aplicarían estas reglas procesales "a la obligación alimentaria entre
cónyuges y a la derivada de la patria potestad".
El parágrafo cuarto, "Protección del derecho alimentario" comienza por el art. 628. "Medidas
cautelares. Puede disponerse la traba de medidas cautelares para asegurar el pago de
alimentos futuros, provisionales, definitivos o convenidos. El obligado puede ofrecer en
sustitución otras garantías suficientes". En esta norma se unifica lo que fuera propuesto por
el Proyecto de Diputados de 1993 en los arts. 327 y 329.
El art. 630: "Omisión de retener. Quien no cumpla la orden judicial de retener la suma
correspondiente a una obligación alimentaria de su dependiente o acreedor, pagando
directamente a éstos, es solidariamente responsable de la obligación hasta la concurrencia
de la retención omitida". Esta novedad que recoge resoluciones de los tribunales ante el
vacío legal fue delineada en el art. 324 del Proyecto de Diputados de 1993, pero se omitía la
extensión de la responsabilidad que señala el art. 630.
El art. 632: "Cesación. Cesa la obligación alimentaria: a) Si el alimentado comete algún acto
que lo torna indigno de heredar al alimentante. b) Por la muerte del obligado o del
alimentado. c) Cuando desaparecen los presupuestos de la obligación. En el primer caso,
subsiste la obligación de pagar las cuotas adeudadas". El vigente art. 373 según el texto
ordenado por la ley 23264 dice: "Cesa la obligación de prestar alimentos si los
descendientes en relación a sus ascendientes, o los ascendientes en relación a sus
descendientes cometieren algún acto por el que puedan ser desheredados". El Proyecto de
Diputados del ´93 sugería no innovar respecto de este artículo pero sí planteaba introducir
una nueva causal de indignidad mediante el art. 3296 ter: "Lo es también aquella persona,
que obligada por sentencia judicial a prestar alimentos al causante, no lo hubiese hecho" y
de desheredación agregando al art. 3747: "Los ascendientes pueden desheredar a sus
descendientes por las causas siguientes... 4º. Por el incumplimiento de prestar alimentos al
causante, cuando tal deber haya sido reconocido por sentencia judicial". Respecto de las dos
últimas sanciones propuestas corresponde hacer notar que ellas surten efecto después de la
muerte del beneficiario privando de derechos sucesorios al obligado incumplidor. El Proyecto
que comentamos, en cambio, en la enumeración del propuesto art. 632, inc. a) se refiere a
la indignidad con el propósito de identificar el tipo de acto que si lo llevara a cabo el
alimentado le haría perder su derecho; y en cuanto a los efectos después de la muerte del
beneficiario cabe destacar que este Proyecto no prevé la desheredación como causal de
ausencia de vocación sucesoria y en cuanto a la indignidad enuncia el propuesto art. 2231:
"Causas de indignidad. Son indignos de suceder:...e) Los parientes o el cónyuge que hayan
abandonado al causante no suministrándole los alimentos debidos;... g) El padre o la
madre... que no hayan prestado al hijo alimentos y asistencia conforme a su condición y
fortuna...".
El Título IX, "De la adopción", Capítulo VII, "Efectos de la adopción", formula novedades
respecto del tema que nos ocupa.
El art. 658: "Adopción plena. La adopción plena confiere al adoptado una filiación que
sustituye a la de origen. El adoptado deja de pertenecer a su familia anterior y se extingue el
parentesco con sus integrantes y sus efectos jurídicos, con la excepción de los impedimentos
matrimoniales y de los derechos alimentarios y sucesorios del adoptado. El adoptado tiene,
en la familia de adoptante, los mismos derechos y deberes que el hijo biológico. La adopción
del hijo del cónyuge deja subsistir la filiación de origen respecto de éste y de su familia,
emplazando al adoptado en el estado de hijo matrimonial de ambos. Después de concedida
la adopción plena, se admite el reconocimiento del adoptado por sus padres biológicos y el
ejercicio de la acción de reclamación de la filiación contra éstos, con las consecuencias
legales en materia de impedimentos matrimoniales, derechos alimentario y sucesorio del
adoptado, sin modificar ninguno de los efectos de la adopción". En los Fundamentos del
Proyecto sus autores afirman: "La determinación del estado de sangre del adoptado es
siempre procedente, con las consecuencias legales en materia de impedimentos, alimentos y
derechos sucesorios, sin alterar las propias de la adopción. La adopción plena no extingue los
derechos alimentario y sucesorio con respecto a la familia biológica, porque se piensa que la
adopción no puede ser fuente de perjuicios para el adoptado". Se proponen cambios respecto
de la legislación vigente, ya que la ley 24779 de 1997 que derogó la ley 19134 e incorporó
la regulación de la adopción al Código Civil, mantuvo las mismas disposiciones en el sentido
de que, después de la adopción plena, sólo subsisten los impedimentos matrimoniales con la
familia de sangre y además reiteró la improcedencia del reconocimiento del adoptado y del
ejercicio por su parte de la acción de reclamación de estado. El art. 323 del Código Civil
dice: "La adopción plena... extingue el parentesco... con la sola excepción de que subsisten
los impedimentos matrimoniales..."; y el art. 327 del Código Civil expresa: "Después de
acordada la adopción plena no es admisible el reconocimiento del adoptado por sus padres
biológicos, ni el ejercicio por el adoptado de la acción de filiación respecto de aquéllos, con la
sola excepción de la que tuviese por objeto la prueba del impedimento matrimonial del art.
323 ". Estas normas coinciden con los arts. 14 y 19 de la derogada ley 19134. La crítica
que se hace al sistema vigente se basa en la colisión que podría darse respecto de
contenidos expresos de la Convención Sobre los Derechos del Niño . En el derecho
extranjero, la ley chilena 16346, art. 5º, inc. 2º da posibilidad de que el legitimado adoptivo
mantenga el derecho alimentario que pudiera corresponderle en su familia de sangre.
LOS ALIMENTOS EN EL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL DE LA REPÚBLICA
ARGENTINA - CLAUDIA B. MAINARD
I. INTRODUCCIÓN
Un tema trascendente y de gran preocupación para la sociedad y para todos aquellos que
trabajamos -de alguna manera- con la materia y las normas que regulan su ejercicio es el
concerniente a los "alimentos". Su fundamento arraigado en los vínculos familiares y su
naturaleza motivan que se conviertan en una de las necesidades básicas y vitales de todo ser
humano.
El Proyecto de Código Civil de la República Argentina establece todo lo que hace a la esencia
de los alimentos y a los derechos y deberes que emergen del mismo a través de los
institutos del parentesco, del matrimonio y de la patria potestad.
El Libro Tercero desarrolla los aspectos vinculados a las relaciones de familia y es dentro de
éste que se encuentran los artículos pertinentes al contenido de los "Alimentos".
Se mantiene el origen legal de los alimentos derivados del vínculo familiar y su carácter
asistencial con fundamento en la solidaridad y protección de la familia (1988).
Los caracteres primordiales que hoy tipifican a los alimentos no cambian en la normativa en
análisis. De este modo se determina que ellos son inalienables, irrenunciables,
imprescriptibles, inembargables (art. 618), irrepetibles (art. 624) y en el caso de los
alimentos originados en el parentesco (art. 617) y/o en la relación conyugal (art. 435) se
instaura su reciprocidad.
Más allá del contenido se advierte en general en el Proyecto un mejoramiento en lo que hace
al método seguido en la presentación de la materia. Se ha sistematizado dentro de distintas
unidades temáticas todo lo que conforma el desarrollo de los items que integran la obligación
alimentaria, los que se agrupan bajo un título que define su contenido. Encontramos así lo
atinente a los sujetos de este derecho-deber, a la extensión de la obligación, a las reglas
procesales aplicables, a la protección del derecho y a su cese y reducción en los alimentos
derivados del parentesco. A los provenientes de la patria potestad se los trata en un acápite
específico y a los que surgen del matrimonio o de su nulidad o disolución entre los derechos
y deberes que nacen de la institución, en el primer caso, y entre sus efectos, en el segundo.
El Proyecto en el Capítulo V del Libro III, Título VIII, bajo la denominación "Deberes y
derechos de los parientes", da tratamiento, en su sección primera, a los "Alimentos",
disciplina que está subdividida en distintos parágrafos.
La pauta que se incorpora en el art. 615, inc. a) in fine le va a permitir al juez determinar,
en algunos supuestos, que varios son los obligados por estar en condiciones de prestar
alimentos y a su vez dirimir el quantum de la prestación que cada uno de ellos debe abonar.
El Proyecto conserva en su art. 616 la obligatoriedad de los parientes afines que están
vinculados en primer grado. No obstante incorpora el requisito de la convivencia o el trato
paterno filial en el caso del hijo del otro cónyuge (1990).
Esto último ofrece solución a las relaciones que se generan en las denominadas "familias
ensambladas" entre los hijos de cada uno de los cónyuges (1991). La obligación alimentaria
prospera si ha existido o persiste la vida en común entre el alimentante y el alimentado o
hay posesión de estado a través del trato padre-hijo.
Concluye el parágrafo primero con los arts. 617 y 618. Expresamente el art. 617 deja
sentado que tanto para los parientes consanguíneos como para los afines la obligación
alimentaria es recíproca.
Por su parte, el art. 618 instaura como prohibición que esta obligación no puede ser
compensada. Asimismo el derecho a reclamar o percibir alimentos no puede ser objeto de
transacción, renuncia, cesión, embargo y/ o cualquier tipo de gravamen. Estas prohibiciones
denotan la ineficacia de cualquier convención en tal sentido pues al contravenir el orden
público están viciadas de nulidad absoluta (art. 383).
En el parágrafo 2º hallamos la extensión de la obligación alimentaria.
Su contenido se completa ya que, a la descripción que efectúa el art. 372 del Código Civil
con los aspectos ineludibles para la subsistencia de una persona -habitación, vestuario,
asistencia en las enfermedades-, se incluye lo relativo al esparcimiento y a la educación.
En cuanto al modo de cumplimiento el art. 620 instala como principio el pago de una renta
en dinero. Se concreta un punto que el Código Civil omite considerar.
La prestación consiste en una suma de dinero. El cumplimiento por otros medios -prestación
en especie- debe ser solicitado por el alimentante, quien debe justificar el reclamo con
motivos suficientes. De acuerdo a las circunstancias que el obligado le revele al juez, éste
resolverá si procede el apartamiento del cumplimiento en dinero. Ningún obstáculo legal
impide la fijación de una cuota mixta que abarque parte de ella en dinero y parte en especie.
El Proyecto agrupa en los arts. 621 a 627, ubicados en el parágrafo 3º, algunas directivas
generales a seguir en el proceso de alimentos. Estas reglas van a ser aplicables al reclamo
de alimentos entre parientes y en lo pertinente a aquél cuya relación derive de los deberes
de los cónyuges y de la patria potestad (art. 627).
Con el mismo criterio que el Código Civil pero en forma más sistemática, concreta y clara, el
Proyecto admite, junto a la regulación del derecho alimentario, las normas procesales
básicas que permiten su ejercicio.
De todas formas se asegura un proceso breve que no debe ser acumulado a otra pretensión,
cualquiera sea su naturaleza (el Código Civil sólo lo implementa para los procedimientos
ordinarios). Dichas preceptivas son lógicas en virtud de la naturaleza del derecho de que
tratan.
El alimentado tiene la posibilidad de optar entre demandar a todos los obligados, si hay
varios, o elegir a cualquiera de ellos. Esta valoración que debe hacer el demandante
permitirá -según los casos- que se simplifique el proceso. Ello acontecerá si eligió al pariente
cuyo orden de prelación es preferente o está en mejores condiciones de proporcionar los
alimentos o, por el contrario, ante igualdad de condiciones cuando son varios los que
deberán cubrir las necesidades alimentarias.
Como contrapartida, el art. 623 instituye que el demandado, si el actor acciona contra varios
de los obligados, pueda requerir que se cite a juicio a todos o a parte de los restantes para
que les alcance la condena. Desde el punto de vista del principio de economía procesal cabe
destacar que en un solo proceso el juez va poder justipreciar todos los elementos necesarios
para determinar quiénes son los sujetos pasivos de la obligación y en qué proporción cada
uno debe concurrir.
No se modifica la cuestión de los alimentos provisionales, los que podrán ser decretados por
el tribunal al principio o en el curso de la causa y de acuerdo al mérito que arrojen los
hechos. Si se justifica la absoluta falta de medios para continuar el juicio alimentario se
pueden, además, fijar las expensas de éste (art. 621, 2º párr.).
La prueba que debe aportar el pariente que requiere alimentos gira en torno a las mismas
circunstancias que el Código Civil expone en su art. 370 . Debe acreditar la falta de medios
para alimentarse y que no los puede adquirir con su trabajo, sin importar cuál es la causa
que lo llevó a ese estado.
No hay restricción respecto de los medios de prueba que se pueden ofrecer, por lo que hay
amplitud en este sentido. Esto debe completarse con lo que dispongan en lo pertinente las
leyes procesales.
El demandado, si quiere ser desplazado como obligado al pago o concurrir con otros
parientes, debe probar que éstos existen, que son de grado más próximo o de igual grado, y
que se encuentran en condición de prestar los alimentos (art. 623).
El art. 626 mejora la situación de aquel que haya prestado alimentos cuando hay más de un
obligado. Le da la posibilidad de accionar contra los otros parientes a efectos de que le
reembolsen lo que hubiera abonado, en proporción a lo que a cada uno le corresponda. Se
innova respecto de lo que el Código Civil sustenta en su art. 371 . Allí se impide esta acción
de repetición. Ello llevó a cierta parte de la doctrina a sostener que se coloca al alimentante
en peor situación que la del coobligado solidario, o que la prohibición de reclamar hacia el
pasado resulta injusta respecto de las cuotas devengadas durante el juicio (1994).
No detalla el art. 626 si la repetición procede ante el pago voluntario de los alimentos o
frente al que se haya realizado por disposición judicial, en consecuencia debe entenderse que
prospera en ambas situaciones. El límite para el reclamo estará dado por el plazo de
prescripción (art. 2501).
El art. 624 reproduce el art. 376 del Código Civil. No se autoriza la concesión de recursos
con efecto suspensivo contra la sentencia que hace lugar a los alimentos, tampoco procede
el establecimiento de fianzas o cauciones que garanticen la devolución de los alimentos
percibidos si la sentencia es revocada en la alzada. Sigue vigente el fin de consumo que
tienen los alimentos y la presunción de la necesidad del alimentante, aún en desmedro del
obligado y frente a una condena que no está firme.
Una cuestión trascendental sobre la que nada dice el Código Civil es desde cuándo se debe la
prestación alimentaria. El art. 644 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación dio
solución al tema al decretar claramente que la cuota alimentaria se adeuda desde la
interposición de la demanda.
De igual manera que lo regula el Código de forma citado los efectos de la sentencia se
retrotraen al día de interposición de la demanda. No obstante ello, permite que los alimentos
se devenguen con anterioridad. Esto se produce si se ha interpelado al obligado por medio
fehaciente antes del inicio del juicio alimentario. Los alimentos se deben entonces desde el
requerimiento categórico de pago, siempre que la demanda se promueva dentro de los seis
meses de practicada la interpelación.
La modificación en cuanto al momento a partir del cual se adeudan los alimentos es
importante, a nuestro modo de ver, desde dos puntos de vista. Por un lado alienta los
reclamos extrajudiciales. El pedido fuera de la órbita de tribunales tiene con esta norma un
plazo de negociación de seis meses en los cuales si no hay acuerdo, el derecho alimentario al
que luego la sentencia haga lugar está garantizado desde que el sujeto activo tiene la
necesidad real de solicitarlo. Por el contrario, si el obligado accede a esta solicitud hecha
fuera de los tribunales se habrán evitado los costos, el tiempo y el desgaste emocional que
implica el desarrollo de una contienda judicial.
De igual forma la norma armoniza con los sistemas que disponen, con carácter previo al
inicio del juicio de alimentos, la mediación obligatoria (1995). Se ha sostenido que, no
obstante la naturaleza no jurisdiccional de la mediación reglada por la ley 24573 , constituye
un requisito de admisibilidad de la demanda. Si la mediación fracasa el lapso entre el
desenvolvimiento de ésta y la presentación de la demanda corre en detrimento del
alimentado. Por esta razón se ha interpretado que no es posible condicionar un efecto propio
de la interposición de la demanda, como el devengamiento de la cuota alimentaria, a la
presentación de ésta en el juzgado luego de fracasada la mediación, ya que en tal caso se
privaría injustificadamente al actor -durante ese período- de la prestación alimentaria
(1996). Con la nueva normativa la situación descripta queda superada ya que por algún
medio fehaciente el obligado toma conocimiento de este trámite previo al proceso y desde
entonces se deben los alimentos aunque la mediación no tenga éxito.
El Proyecto dedica el parágrafo 4º en sus tres artículos -628 al 630- a las medidas a las que
puede recurrir el alimentado para asegurar el cobro de su crédito alimentario.
Hay un progreso en la regulación expresa de estas medidas respecto del Código Civil, el cual
no contempla solución específica en la materia.
En la actualidad se debe apelar a las medidas de ejecución que en general regula el Código
de fondo -como las astreintes en el art. 666 bis - o a las medidas cautelares que prevé la
legislación procesal. El Proyecto permite la invocación directa de normas concretas para
amparar el cumplimiento alimentario.
Distintos proyectos de ley buscaron dar solución al tema del incumplimiento alimentario.
Algunos de ellos coinciden con varios de los medios estipulados en este Proyecto.
Se sugirió incluso que a los deudores alimentarios se les niegue la solicitud de pasaporte, sus
renovaciones y salidas del país, su licencia de conductor y sus renovaciones, que se los
inhabilite para acceder a cuentas corrientes y cajas de ahorro bancarias y que se inserte en
sus documentos personales el carácter de deudor alimentario. Diversas iniciativas han girado
en torno a la creación de un Registro Nacional de Morosos de Cuotas Alimentarias, que
obligue a consultarlo ante cualquier acto de disposición o constitución de derechos reales
(1998).
Se observa que muchas de las ideas enumeradas apuntan más a la sanción del deudor que al
cobro y pueden llevarlo a buscar mecanismos para burlar el control y ejecución de su
patrimonio. No se llegará entonces al fin primordial que es la satisfacción de la cuota
alimentaria.
En otro sentido se sustentó que ante la actitud reticente del alimentante deben suspenderse
las visitas. Empero voces desfavorables a su ejecución se han escuchado porque esta medida
contribuye aún más a la desvinculación de los miembros de la familia. No hay que olvidar
que la comunicación a través de las denominadas "visitas" no sólo es un derecho para el
deudor alimentario sino también para el alimentado.
De todas estas propuestas, el Proyecto en comentario adhirió a los criterios que explicita el
Proyecto de la Comisión Federal de la Cámara de Diputados de 1993, tal como se deja
sentado en los fundamentos que preceden a la normativa en comentario.
La protección del derecho alimentario se centra en aquellos aspectos procesales que más que
lograr la sanción por la conducta recalcitrante del deudor, persigue la obtención de la
prestación y el resguardo del patrimonio como garantía del acreedor alimentario. Se
materializa con la posibilidad de trabar medidas cautelares (art. 628) y de recurrir a
mecanismos que hagan desistir al deudor o a quien tiene la orden judicial de retener
alimentos de incumplir estas obligaciones a su cargo (arts. 629 y 630).
La traba de medidas cautelares es amplia. No se detalla cuáles son conducentes, por lo que
en principio todas las que garanticen el cobro de los alimentos son viables. El juez será
quien, en definitiva, admita o no su procedencia.
La real garantía de resguardo que ofrece el art. 628 está dada por el hecho de poder requerir
la disposición de medidas cautelares a fin de preservar la percepción de alimentos futuros.
Ellas permitirán anticiparse a ciertas maniobras fraudulentas que intenten realizar los
incumplidores para lograr su desapoderamiento patrimonial.
Sin embargo, lo que debe ponderarse ante estas observaciones que tienen su lógica y razón
de ser es que, en presencia de la contraposición de los derechos involucrados, debe
prevalecer el derecho alimentario en virtud a su directa conexión con el derecho a la vida y a
la integridad física y dado el carácter asistencial de la cuota alimentaria.
Los tribunales coincidieron en hacer lugar al pedido de medidas cautelares para garantizar el
cumplimiento de alimentos futuros cuando particulares circunstancias (reiterados
incumplimientos, intención del deudor de insolventarse o de abandonar el país que
configuran un peligro en la demora con riesgo para el alimentado de no satisfacer sus
necesidades) permiten inferir que no habrá cumplimiento voluntario aunque se indica su
carácter excepcional por tratarse de obligaciones aún no vencidas (2000) - (2001).
Las medidas cautelares proceden sean los alimentos definitivos o provisionales, sean fijados
en una sentencia o en el convenio suscripto por las partes.
No se descuida la posición del obligado, pues ante la ejecución de alguna medida cautelar en
su contra puede peticionar su sustitución ofreciendo otras garantías suficientes.
Este resguardo abarca a todos los sujetos de la relación obligacional. De nada sirve que por
proteger el crédito alimentario se impida el desarrollo económico del alimentante, por
ejemplo, al obstaculizar con la paralización de una cuenta corriente la continuación de sus
negocios. Ello en el fondo no beneficia al alimentado porque agota los recursos del obligado.
Mientras se asegure el crédito no hay inconveniente en la sustitución de una garantía por
otra, circunstancia que queda bajo la apreciación del juez.
Otra de las medidas contempladas en el Proyecto es la aplicación de sanciones
conminatorias. Proceden en el caso del incumplimiento de la obligación alimentaria impuesta
por sentencia, sean los alimentos definitivos o provisionales (art. 629). Aunque la norma
deja fuera de su alcance el incumplimiento de las cuotas fijadas en un convenio alimentario,
la misma podrá utilizarse cuando éste haya sido homologado judicialmente.
Se autoriza al tribunal a emplear las sanciones conminatorias con motivo del incumplimiento
de cuotas futuras. Se prevén las sanciones con anterioridad al incumplimiento. En el mismo
instante en que no se paga la cuota ellas se materializan. Es una forma de que el deudor
conozca de antemano las consecuencias que debe asumir si no cumple con la obligación que
le marca la ley.
El art. 632 del Proyecto modifica y completa las causales de cese de la obligación alimentaria
en comparación con el contenido del actual art. 373 del Código Civil.
El inciso amplía los hechos por los cuales la obligación alimentaria termina y supera las
críticas que se le realizan al art. 373 del Código Civil. Por un lado, éste reduce el motivo de
cesación de la cuota alimentaria a los ascendientes y descendientes, por lo que
expresamente no quedan incluidos los hermanos y los parientes afines (2002). A su vez, la
causa se configura frente a aquellos actos por los que los ascendientes y descendientes
puedan ser desheredados. Ello de conformidad al contenido de los arts. 3747 y 3748 que
restringen, en el caso de injurias cometidas por el descendiente contra el ascendiente, a las
de hecho excluyendo a las agresiones morales, a la difamación.
Los hechos graves que permiten excluir a los herederos de la sucesión son también aquellos
que repelen el mantenimiento y la obligación de la prestación alimentaria.
Es significativa la inserción de los padres que en la menor edad no han prestado alimentos a
sus hijos, han sido privados de la patria potestad o no han reconocido voluntariamente a sus
hijos extramatrimoniales y pretenden, cuando éstos llegan a la mayoría de edad, efectuar el
reclamo alimentario que les habilita el art. 615, inc. a) dentro de las causales de cesación.
Otros motivos que llevan al cese y que, aunque no están comprendidos en el Código Civil, la
doctrina ha reconocido, son la muerte del obligado o del alimentado y cuando desaparecen
los presupuestos de la obligación (2003). Esto último acontecerá al modificarse la situación
económica de las partes, al probarse que el alimentado ya no está en tal estado de
necesidad o que el alimentante no se encuentra en igual posibilidad económica de prestar
alimentos que la evaluada al dictar la sentencia.
El art. 631 es la contrapartida de los alimentos provisionales que pueden ser solicitados
durante la tramitación del juicio alimentario. La norma permite que, entablada la demanda
por cese o reducción de la cuota alimentaria, se resuelva como medida precautoria y si el
derecho del alimentante es verosímil la cesación del pago o el establecimiento de una cuota
que rija durante el proceso. Si se abonó la cuota no podrá ser objeto de repetición en el caso
de que la demanda de cese prospere, lo que condice con la naturaleza consumible de los
alimentos.
El art. 633 en concordancia con el art. 621 prevé para las demandas de cesación, aumento o
reducción de alimentos un procedimiento abreviado conforme a lo que se regule en las leyes
locales.
En el Capítulo VII del Libro III, Título I, "Del matrimonio", se exponen los derechos y deberes
personales de los cónyuges. Éstos, al igual que en el art. 198 del Código Civil, son mutuos y
consisten en la fidelidad, asistencia y alimentos que se deben los esposos.
Se completa la disposición del Código Civil con un segundo párrafo que adiciona el art. 435 y
que contiene el extremo a acreditar por el cónyuge que reclama alimentos. Radica en la
demostración de la falta de medios personales para mantener el nivel de vida que se tuvo
hasta la petición alimentaria (2004).
Esta fórmula forma parte de la contribución a la que ambos esposos están sometidos en
materia alimentaria. Si se poseen bienes para mantener el nivel de vida del que se viene
gozando hasta el pedido cabe interpretar que éste debe ser rechazado.
La falta de medios personales y el mantenimiento del nivel de vida son los elementos que
permitirán decidir el resultado de la demanda alimentaria en atención a las distintas
situaciones familiares y a los diferentes roles que los cónyuges desenvuelvan. Para ello debe
tenerse en cuenta el deber de contribución que impone el art. 447 a los dos esposos
respecto de su propio sostén, el del hogar y el de los hijos. Esto revela roles activos y la
igualdad de obligaciones que pesa sobre ambos cónyuges, aunque la medida de las mismas
estará dada por los recursos de cada uno (2005). Entonces y si bien la contribución es
mutua, será procedente la prestación alimentaria en aquellos casos donde uno de los
cónyuges colabore sólo en especie (tareas del hogar) y no tenga ningún medio personal o
sus ingresos sean menores a los del otro. Se conserva el principio de necesidad por la falta
de medios.
Corresponderá la aplicación de los arts. 435 y 447 al reclamo de alimentos entre cónyuges
separados de hecho.
En el estado normativo actual, el deber alimentario impuesto por el art. 198 del Código Civil
durante la vida en común del matrimonio subsiste en la etapa en que éstos están separados
de hecho, así lo hemos sostenido. Respecto del monto de los alimentos si bien cabe aplicar
analógicamente las pautas del art. 207 del Código Civil, ellos no deben guardar relación
directa con el nivel de vida que mantenían los cónyuges durante la convivencia, pues el
status económico de los esposos se reduce necesariamente al producirse la ruptura de la
vida en común (2007).
El Proyecto relaciona el mantenimiento del nivel de vida con la prueba de la falta de medios
personales, esto último atempera el primer concepto en pos de la igualdad de los cónyuges.
Con verdadero acierto no se reproduce en el Proyecto la sanción que prescribe el art. 199 ,
segundo párrafo del Código Civil al negar los alimentos al cónyuge que interrumpió la
convivencia sin causa justificada y no la reanuda ante la intimación judicial.
Hemos propiciado la conveniencia de derogar este segundo párrafo en una futura reforma
legislativa. La coacción ejercida por uno de los cónyuges sobre el otro vulnera los derechos
constitucionales de igualdad, dignidad y libertad. A su vez, destacamos que la vida marital
no puede reconstituirse con la imposición unilateral de uno sólo de los cónyuges y que la
sanción de negar alimentos no se condice con la esencia de la cohabitación puesto que la
prestación alimentaria es de naturaleza asistencial y responde a una idea de necesidad
(2008).
Entre los efectos que se producen por la ruptura matrimonial por sentencia de separación
judicial o divorcio se consigna a los alimentos en los arts. 520, 521, 523, 529 y 530.
El Proyecto prosigue, en lo que respecta a los efectos del divorcio y de la separación judicial,
con el carácter de cónyuge inocente y culpable (arts. 514 y 517). Asimila a este último
carácter las disoluciones del vínculo decretadas por causas objetivas para el que solicita la
separación por esta causal (art. 516).
En materia alimentaria el art. 520, en igual sentido que el art. 207 del Código Civil,
establece la obligación del cónyuge culpable de contribuir a que el otro, si no dio causa a la
separación o al divorcio, mantenga el nivel económico del que gozaron durante la
convivencia pero considerando los recursos de ambos.
Se suprimen las pautas que el art. 207 enumera y que el juez debe tener en cuenta al
momento de fijar la cuota. Entre los fundamentos que acompañan al Proyecto sus autores
explican la razón de ello. Será el juzgador quien, en todo caso, tomará en consideración esos
factores junto con otras circunstancias.
El art. 520 resume los elementos a juzgar para la determinación del quantum alimentario en
una formulación más vasta. Ella radica en la evaluación del nivel de vida durante la
convivencia y de los recursos de ambos. Quedará sujeto a las pruebas aportadas y a la
valoración del juez según las circunstancias del caso (2009).
En este supuesto, la obligación alimentaria se transmite por causa de muerte a los herederos
del cónyuge fallecido. El art. 520 en su segundo párrafo, a diferencia del art. 208 del Código
Civil, releva a los herederos de esta obligación cuando el beneficiario (cónyuge enfermo) es
heredero y su porción hereditaria es suficiente para cubrir sus necesidades (esto ocurrirá
siempre que no viva en concubinato, incurra en injurias graves contra el otro cónyuge o la
separación judicial se haya convertido en divorcio vincular conforme a lo dispuesto por el art.
2386).
Los alimentos de toda necesidad se decretan con un enunciado similar al del art. 209 del
Código Civil. Ellos comprenden los alimentos imprescindibles para la subsistencia y quien los
pide debe acreditar la falta de recursos suficientes y la imposibilidad de obtenerlos. Proceden
siempre que el alimentante tenga medios para su provisión.
Si el matrimonio declarado inválido fue celebrado de buena fe por ambos cónyuges perdura
para ellos la obligación recíproca de prestarse los alimentos de toda necesidad (art. 506).
En el caso que uno de los esposos sea de buena fe sólo éste podrá reclamar alimentos, no
así el de mala fe (art. 507, inc. a]).
Ningún efecto civil, salvo la filiación de los hijos, se produce si ambos cónyuges son
declarados de mala fe, por lo que no existe obligación alimentaria entre ellos (art. 508).
Como se expuso al comienzo de este trabajo y más allá de que son aplicables las normas
apropiadas que rigen los alimentos entre parientes, específicamente se regula lo que
compete a los alimentos derivados de la patria potestad en la sección segunda del Capítulo II
del Título VII del Libro III, arts. 578 a 583.
El deber alimentario de los padres forma parte de la definición misma de patria potestad. El
art. 569 señala que ella corresponde a los padres capaces respecto de la persona y bienes de
los hijos menores que no estén emancipados, desde su concepción y a los efectos de "su
protección y formación integral". La esencia de los alimentos radica en la protección
asistencial y la formación integral de los hijos.
Cabe recordar que la patria potestad no es un poder que ejercen los padres sino una función
que deben cumplir en beneficio de los hijos (2010). Labor que comprende como punto básico
y primordial a los alimentos.
Dentro de los derechos y deberes de los padres el art. 574 incluye concretamente el de criar,
alimentar y educar a sus hijos conforme a su condición y fortuna, no sólo con los bienes de
los menores sino con los suyos propios. Se adiciona a estos conceptos, también regulados
por el art. 265 del Código Civil, que la preocupación fundamental de los padres debe ser el
interés superior del hijo.
Se sustenta en punto al precepto "interés superior del hijo" que éste implica el
reconocimiento pleno de sus derechos y se destaca su carácter de principio general de
derecho (2011).
El alcance de la obligación alimentaria que contempla el art. 578 reproduce los términos del
art. 267 del Código Civil. Se engloba en ella lo imprescindible para cubrir las necesidades de
los hijos en manutención, educación, esparcimiento, vestimenta, habitación, asistencia y
gastos por enfermedad.
Se sostiene esta obligación (art. 579) aun cuando provenga de la mala conducta de los hijos
como lo prevé el art. 268 del Código Civil.
La atención de las necesidades del menor sigue siendo prioritaria, condice con el interés
superior del niño ya aludido por el que deben velar nuestra legislación e instituciones
conforme a nuestra Carta Magna, que lo reconoce al integrar la Convención sobre los
Derechos del Niño (art. 75 , inc. 22, Const. Nac.).
El art. 580 determina entonces que los suministros indispensables que terceros les provean a
los menores cuando se encuentran en urgente necesidad y no puedan ser provistos por sus
padres se entienden autorizados por ellos (norma similar al art. 269 , Cód. Civ.) (2013).
Se deja asentado en el art. 581 -en forma semejante al art. 271 , Cód. Civ.- que la
obligación alimentaria que nace de la patria potestad siempre incumbe a ambos padres
aunque estén divorciados, separados judicialmente, separados de hecho o el matrimonio sea
declarado nulo. El deber concreto de alimentar y de educar a los hijos trasciende el cambio
de situación jurídica de los cónyuges y persiste para ambos pese a que uno de ellos ejerza la
guarda de los niños. Este último término reemplaza al de tenencia -ligado más a un sentido
de pertenencia que al verdadero contenido del ejercicio de la patria potestad-, el cual
consiste en el cuidado, protección y formación integral de los hijos (2014).
El art. 582 precisa las personas que están legitimadas para entablar la demanda alimentaria
cuando uno de los padres no cumple con su obligación. Ellas son el propio hijo asistido por
un tutor especial, cualquiera de sus parientes, su otro progenitor o el Ministerio Pupilar.
La legitimación del hijo no tiene el límite de edad que requiere el art. 272 del Código Civil.
Esta norma sólo autoriza a presentar la demanda por sí a los mayores de catorce años, es
decir, a los menores adultos.
Cabe aclarar que el Proyecto no clasifica a los menores en impúberes y adultos, tal como lo
hace el Código Civil en los arts. 54 , inc. 2º, 55 y 127 .
Explícitamente se admite en el art. 582 la legitimación del otro progenitor para solicitar que
el padre que no cumple con su obligación lo haga (2015).
El art. 583 del Proyecto introduce una novedad en punto al cese de la obligación alimentaria
emergente de la patria potestad.
Para esto debe tenerse presente que se modifica el momento en que se alcanza la mayoría
de edad, el que acontece a los 18 años (art. 20) (2016). En consecuencia el régimen de los
menores que en el Código Civil termina a los 21 años, en el Proyecto se reduce.
La provisión de los recursos pertinentes que los padres deben otorgar a sus hijos desde los
18 a los 25 años queda sujeta a que éstos continúen sus estudios o preparación profesional y
que dicha circunstancia les impida obtener los medios necesarios para procurarse el sostén
por sí solos.
El Proyecto, si bien disminuye la edad en la que los menores adquieren la capacidad plena
para el desarrollo de todos los actos de la vida, sostiene la obligación alimentaria a efectos
de asegurar un condimento importante que forma parte de ella como es la educación.
Mantiene el deber alimentario en el período de educación terciario y/o universitario.
La norma es acertada porque vislumbra nuestra realidad social o, por lo menos, una franja
importante de ella, la parte de la sociedad que puede acceder, luego de terminada la
educación secundaria, a una educación universitaria o terciaria. Entendemos que esta
disposición puede contribuir al sostenimiento de la educación superior dado que se les
asegura a los jóvenes los alimentos que por otro lado se les haría difícil de obtener y
mantener, en algunos casos, juntamente con el desarrollo del estudio. Las causas se hallan
en nuestros problemas de acceso al mercado laboral, la inexperiencia que a veces dificulta la
obtención de un empleo, salarios que no toleran la subsistencia de una persona, carreras
cuyo estudio no permiten el desenvolvimiento de un trabajo full time, etcétera.
Por su parte, el art. 603 expresa que la privación de la patria potestad y la suspensión de su
ejercicio no liberan a los padres de sus deberes siempre que sean compatibles con la causa
que los haya conducido a esa situación. Consecuentemente, la obligación alimentaria
continúa cuando acontezcan estas circunstancias.
(1988) En las XVII Jornadas Nacionales de Derecho Civil de reciente celebración (Santa
Fe, 23 al 25/9/1999) se concluyó que: "El valor solidaridad familiar vertebra el principio constitucional
de protección integral de la familia", ambos conceptos están involucrados en el instituto de los
alimentos.
(1989) En la nota de elevación que acompaña al Proyecto sus redactores dejan sentado su
preocupación por la precisión del lenguaje, que es el modo de expresión propio de las leyes (cfr.
Proyecto de Código Civil de la República Argentina Unificado con el Código de Comercio, redactado por la
Comisión designada por el decreto 685/95 , Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1999).
(1990) En el X Congreso Internacional de Derecho de Familia celebrado en Mendoza del 20
al 24/9/1998 se propició que las legislaciones establezcan ciertos derechos y deberes entre un cónyuge
y los hijos del otro. Relacionado a este aspecto se propuso el deber de alimentos con carácter
subsidiario, es decir, para el caso de que no hubiera consanguíneos o éstos no tuvieran recursos
suficientes (cfr. conclusiones publicadas en JA,, 1999-I-1025.
(1991) Se ha recomendado denominar "familia ensamblada" a la que se origina en una
nueva unión tras la separación, divorcio o viudez, cuando uno o ambos cónyuges tienen hijos de un
vínculo anterior (X Congreso Internacional de Derecho de Familia, Mendoza, 20 al 24/9/1998, JA, 1999-
I-1025.
(1992) X Congreso Internacional de Derecho de Familia, Mendoza, 20 al 24/9/1998, JA,
1999-I-1025.
(1993) En las XVI Jornadas Nacionales de Derecho Civil, Buenos Aires, 25 al 27/9/1997,
se sostuvo que: "Es necesario, científica y metodológicamente tratar las instituciones del derecho civil en
forma interdisciplinaria con el derecho procesal y constitucional, de manera de comprender globalmente
la problemática teórico-práctica del derecho vivido..." (JA, 1998-I-846).
(1994) BOSSERT, Gustavo A., Régimen Jurídico de los Alimentos, Astrea, Buenos Aires,
1993, ps. 259 y ss.
(1995) Si bien la ley 24573 excluyó de la mediación obligatoria a los procesos de familia,
la presidenta de la CNac. Civ. a través de una comunicación del 13/5/1996 dispuso que ésta también se
aplica a los juicios de alimentos (incluso a los incidentes de aumento y/o reducción).
(1996) FENOCHIETTO, Carlos E., Código Procesal Civil y Comercial de la Nación.
Comentado, Anotado y Concordado con los Códigos Provinciales, T. III, Astrea, Buenos Aires, 1999, ps.
469 y ss.
(1997) Cfr. GROSMAN, Cecilia, citada por D´ANTONIO, Daniel H., "El deber alimentario y
la Convención sobre los Derechos del Niño", Zeus, t. 77-D-53, D-54.
(1998) CÓRDOBA, Marcos - VANELLA, Vilma R., "Necesidad de nuevas normas tendientes
al cumplimiento del deber alimentario", LL, 1998-D-1001.
(1999) FENOCHIETTO, C. E., Código..., cit., T. III, ps. 480 y ss.
(2000) BOSSERT, G. A., Régimen..., cit., ps. 521 y ss.
(2001) CNCiv., Sala K, 7/5/1997, "F. de F., C. c/F., L. M.", JA, 1998-IV, síntesis.
(2002) "Se ha sostenido que si bien el art. 373 no lo menciona la causa de cesación
dispuesta respecto a los ascendientes y descendientes debe extenderse a los hermanos y a los parientes
afines" (cfr. BOSSERT, G. A., Régimen..., cit., ps. 278/279).
(2003) FENOCHIETTO, C. E., Código..., cit., T. III, ps. 485 y ss.; FALCÓN, Enrique M.,
Comentario al Código Procesal Civil y Comercial de la Nación y Leyes Complementarias, T. II, Abeledo-
Perrot, Buenos Aires, 1998, ps. 1063 y ss.; BOSSERT, G. A., Régimen..., cit., ps. 278 y ss.
(2004) Se ha indicado que "...durante la convivencia los alimentos no tienen perfiles
nítidos sino que están desdibujados o `diluidos´ en ese régimen común o unitario al que han sometido
sus existencias (los cónyuges). Semejante fusión entrañable, profunda y total de vida supone -entre
otros requerimientos- que los esposos se hagan mutuamente partícipes en la respectiva posición social y
económica, con lo que se logra, en este aspecto, que se nivelen las condiciones económicas de vida de
los cónyuges. Cualesquiera que sean sus propias realidades patrimoniales, la comunidad de existencias
precisa que ambos gocen de un mismo género de vida..." (cfr. FANZOLATO, en BUERES, Alberto [dir.] -
HIGHTON, Elena [coord.], Código Civil y Normas Complementarias. Análisis Doctrinario y
Jurisprudencial, Hammurabi, Buenos Aires, 1995, ps. 904 y ss.
(2005) El X Congreso Internacional de Derecho de Familia recomendó a los Estados y sus
miembros, "Afianzar el cumplimiento del principio de igualdad jurídica de todos los miembros del grupo
familiar, en especial en lo referente a la equiparación de derechos y deberes de varón y mujer..." (JA,
1999-I-1025 /1027).
(2006) Se propició la necesidad de establecer una norma que afirmara el deber de los
cónyuges de contribuir con aportes personales o materiales a la satisfacción de las necesidades de la
familia, creando los mecanismos para hacer efectiva esta responsabilidad durante el matrimonio (cfr.
GROSMAN, Cecilia - MARTÍNEZ ALCORTA, Irene, "Alimentos entre cónyuges durante la convivencia. Ley
23515 ", LL, 1988-E-1067, Sec. Doct.).
(2007) CALLEGARI, Mariana - MAINARD, Claudia - SCHAPIRA, Verónica, "La autonomía de
la voluntad en el cumplimiento de deberes y en el ejercicio de derechos en el matrimonio", JA, 1995-I-
984 /990.
(2008) CALLEGARI, M. - MAINARD, C. - SCHAPIRA, V., "La autonomía...", cit., JA, 1995-I-
984 /990.
(2009) Se ha resuelto que "La fijación de la cuota alimentaria ha de constituir la
culminación de un proceso de valoración de todas las circunstancias determinantes de la misma,
ponderación a la que no son ajenas la prudencia y la objetividad" (CNCiv., Sala E, 12/9/1996, "Z., A. M.
y otro c/S., D.", JA, 1998-IV, síntesis).
(2010) Cfr. LLOVERAS, Nora, en BUERES, A. (dir.) - HIGHTON, E. (coord.), Código Civil...,
cit., T. I, p. 1226.
(2011) Cfr. Conclusiones del X Congreso Internacional de Derecho de Familia, Mendoza,
20 al 24/9/1998, JA, 1999-I-1025.
(2012) CNCiv., Sala H, 30/6/1995, "P., M.S. y otro c/C., J. M.", JA, 1997-II, síntesis.
(2013) La Convención sobre los Derechos del Niño en su artículo tercero , punto dos,
establece que "Los Estados Partes se comprometen a asegurar al niño la protección y el cuidado que
sean necesarios para su bienestar, teniendo en cuenta los derechos y deberes de sus padres, tutores u
otras personas responsables de él ante la ley y, con ese fin, tomarán todas las medidas legislativas y
administrativas adecuadas...".
(2014) Se propició que "las legislaciones reemplacen en el lenguaje jurídico el término
`tenencia´ en atención a que el niño no es un objeto sino un sujeto de derechos" (Cfr. X Congreso
Internacional de Derecho de Familia, Mendoza, 20 al 24/9/1998, JA, 1999-I-1032).
(2015) Se ha señalado que para que un padre demande por alimentos a otro debe tener la
guarda del menor, en tanto no podría hacerlo si la guarda está conferida al demandado. Ello porque si
bien cualquiera de los padres -como cualquier pariente- puede demandar en nombre del hijo, no podría
obligar la condena al progenitor que tiene la guarda del menor a que se pague a sí mismo la cuota (cfr.
BOSSERT, G. A., Régimen..., cit., ps. 194 y ss.).
(2016) Coincide el régimen de los menores hasta los 18 años con la definición de niño que
la Convención sobre los Derechos del Niño incorpora en su art. 1º . Esta norma entiende por niño a todo
ser humano menor de 18 años de edad, salvo que haya alcanzado antes la mayoría de edad en virtud de
la ley aplicable.
SEPARACIÓN DE PATRIMONIOS - SUSANA E. LAMBOIS
Vélez Sarsfield legisló la transmisión hereditaria sobre la base del modelo del Derecho
Romano de la sucesión universal, que tuvo sustento en la ficción de la continuación de la
persona del causante por el heredero, con el lógico corolario de la confusión de sus
patrimonios y la responsabilidad ultra vires hereditatis, que implicaba que el heredero no
sólo era acreedor y deudor de todo crédito o deuda que hubiera tenido el difunto sino que
sus bienes debían responder por el pasivo hereditario. El hecho de que pudiera sustraerse a
esa responsabilidad ilimitada por el acogimiento en forma expresa al beneficio de inventario
en el término de diez días no modificaba mucho la cuestión en tanto la aceptación tácita de
la herencia implicaba la aceptación pura y simple, de manera que cualquier acto
conservatorio sobre los bienes tenía como consecuencia la pérdida de la facultad de acogerse
al beneficio, circunstancia que constituía una verdadera emboscada (Bibiloni, Anteproyecto,
nota al art. 2927).
La reforma de la ley 17711 vino a remediar en parte la cuestión, receptando las inquietudes
doctrinarias ante el sistema, al presumir la aceptación beneficiaria en todos los supuestos, de
manera que el heredero respondiera por las deudas del causante, en principio, sólo con los
bienes recibidos. Así, la ley pasó a presumir la responsabilidad intra vires del heredero, salvo
la hipótesis de pérdida del beneficio por las causas expresamente previstas, en cuyo caso su
responsabilidad pasa a ser ilimitada.
Sin embargo, y como ocurre generalmente con las reformas parciales, el sistema quedó
desarticulado al subsistir todas las otras normas concordantes con la aceptación pura y
simple de la herencia, lo que produce mayor confusión en el intérprete que debe realizar un
gran esfuerzo para conciliar los conceptos y así poder aplicarlos al caso concreto.
I. PATRIMONIO ESPECIAL
Si bien el art. 2230 del Proyecto continúa con el criterio de que el heredero sucede al
causante desde el mismo momento de su muerte, la separación de sus patrimonios que
dispone el art. 2258 y su oponibilidad a los acreedores de ambos y de los legatarios implica
la formación de un patrimonio especial, que estaría configurado por el acervo hereditario. Los
patrimonios separados o especiales constituyen una excepción al principio de la unidad,
según el cual una persona sólo puede ser titular de una universalidad y son aceptados en el
derecho moderno siempre que estén autorizados por una disposición legal y en virtud de una
finalidad determinada a efectos de que los bienes que lo componen se excluyan de la regla
general de la responsabilidad por todas las deudas del titular, para responder sólo frente a
determinadas obligaciones (2017). En el régimen del Proyecto, la herencia constituye un
patrimonio especial e independiente, que está destinado al pago de las deudas y cargas de la
sucesión y cuyo remanente, en caso de existir, va a engrosar el patrimonio del heredero.
Una cuestión que plantea controversias en el Código vigente ante la aceptación beneficiaria
es la relativa al modo en que el heredero responde por las deudas de su causante porque el
art. 3371 dispone que está obligado hasta la concurrencia del valor de los bienes recibidos,
lo que daría lugar a entender que se impone la responsabilidad pro viribus, es decir, que
ante su pérdida o enajenación, el heredero responde con sus bienes personales hasta el
valor que hubieran tenido los bienes recibidos. No obstante, hay que recurrir a los términos
del art. 3398 y otras disposiciones para entender que esa responsabilidad es cum viribus, es
decir, que está obligado sólo con los bienes de la herencia. O sea que si el acreedor no es
diligente o la cosa hubiere perecido, el heredero queda desobligado, salvo el supuesto de
actos que autoricen la pérdida del beneficio de inventario, hipótesis en la que podrá ser
demandado en sus bienes personales porque se convierte en aceptante liso y llano.
El art. 2259 del Proyecto dispone que "los acreedores por deudas del causante y cargas de la
sucesión y los legatarios tienen derecho al cobro de sus créditos y legados sobre los bienes
de la herencia, con preferencia sobre los acreedores de los herederos", con lo que se adopta
llanamente la responsabilidad cum viribus del heredero, que sólo estará obligado frente a los
acreedores del causante con los bienes recibidos, sin que pueda cuestionarse que se trate de
una responsabilidad en función de valores computados en el caudal relicto, como parecería
desprenderse del art. 3371 del Código actual. No obstante, se observa que los arts. 2230 y
2260 del Proyecto establecen que "los herederos... no responden por las deudas del
causante más allá del valor de los bienes que reciben" y que "el heredero único queda
obligado por las deudas y legados hasta la concurrencia del valor de los bienes recibidos",
circunstancia que pareciera contradecir el principio de la responsabilidad cum viribus. Sin
embargo, creemos que constituyen de situaciones diferentes. En efecto, tratándose de un
patrimonio de afectación, el acervo hereditario se encuentra sometido a la acción de los
acreedores del causante y al pago de las deudas pero si por cualquier razón los herederos
hubieran dispuesto de esos bienes sin configurarse la hipótesis del art. 2266 del mismo
Proyecto, deberán responder en sustitución hasta el valor de aquéllos.
El art. 2259 del Proyecto establece que "los acreedores por deudas del causante y cargas de
la sucesión y los legatarios tienen derecho al cobro de sus créditos y legados sobre los bienes
de la herencia, con preferencia sobre los acreedores de los herederos". Ello es consecuencia
lógica de la formación de un patrimonio de afectación, cuyo destino, en primer término,
consiste en el pago de las deudas y cargas de la sucesión, por lo que no se trata de una
preferencia o de un privilegio sino de un proceso liquidatorio de los bienes en el que éstos
constituyen el asiento sobre el cual los acreedores del causante podrán hacer efectivos sus
créditos, sin que los del heredero puedan dirigir sus acciones contra los bienes sucesorios
mientras no se hayan satisfecho las deudas del causante y sin perjuicio de la traba de
medidas precautorias sobre los derechos hereditarios que pudieren corresponderles.
Cuando se trata de un heredero único, el Proyecto dispone en su art. 2260 que él "queda
obligado por las deudas y legados hasta la concurrencia del valor de los bienes recibidos. Los
acreedores y legatarios presentados después de que los pagos hayan sido regularmente
efectuados no tienen preferencia sobre los acreedores personales del heredero". Pensamos
que aquí se produjo "la fuga" a que hicimos referencia con anterioridad y que posiblemente
debió decirse que el heredero único sólo queda obligado con los bienes recibidos porque no
se trata de un supuesto muy diferente al anterior, salvo que al no estar supeditado a la
partición, no se advierte cuándo se produce la confusión de patrimonios y los bienes quedan
expeditos para el heredero.
El art. 2261 del Proyecto establece que cada uno de los herederos responde por las deudas
del causante y por los legados que pesen sobre la masa con el mismo límite y en la
proporción de su parte en la herencia, salvo que se trate de obligaciones indivisibles.
Cuando los acreedores no han sido satisfechos en sus créditos en el momento oportuno, los
legatarios sólo responden por el pago de la deuda en caso de insuficiencia de los bienes que
correspondieren a los herederos. En efecto, toda vez que el orden atribuido por el art. 2309
al administrador les garantiza que al recibir su legado se han pagado las deudas de los
acreedores presentados, su contribución sólo puede tener lugar cuando algún acreedor se
presente con posterioridad acreditando un impedimento serio a su presentación en tiempo
útil; es decir, que el principio reside en que al momento de la entrega de los legados las
deudas deben estar extinguidas. De igual manera que con los herederos, los beneficiarios
conjuntos de un legado responden en proporción a sus partes y sólo hasta el valor de los
bienes recibidos.
VI. REEMBOLSO
Consecuencia del principio de división de las deudas es la acción que se concede al heredero
o legatario que hubiere pagado el total al acreedor contra los coherederos o colegatarios por
la parte que a ellos correspondía. Esa acción puede ser a título propio o por subrogación en
los derechos del acreedor satisfecho.
El art. 2265 del Proyecto establece que los derechos reales ya existentes o constituidos por
testamento sobre bienes legados cargan exclusivamente sobre el legatario del bien. Esta
norma comprende la transmisión del dominio de una cosa sobre la que pesa un derecho real
de disfrute o de garantía (usufructo, servidumbre o hipoteca), respecto de la que los
herederos cumplen entregándola en el estado jurídico en que se encuentra, sin que se hallen
obligados a liberarla. De tal manera, el legatario debe soportar los derechos reales
constituidos sobre la cosa.
En el ordenamiento vigente se plantea la cuestión referida a quién debe cargar con el pago
de la deuda que garantiza la cosa legada cuando ella está gravada con un derecho real de
garantía porque puede estar a cargo de los herederos, como deuda de la sucesión, o puede
ser soportada por el legatario, como beneficiario del legado en el estado en que se
encuentra. Zannoni sostiene que el legatario soporta el gravamen pero no la deuda y que se
convierte en un tercer poseedor respecto de la cosa. Así, si paga la deuda a su vencimiento,
podrá reclamar a cada uno de los herederos la repetición de conformidad con las normas
generales, es decir de acuerdo con su cuota hereditaria (2019).
El Proyecto aclara esta controversia en su art. 2444 y hace responsable al legatario por las
obligaciones a cuya satisfacción está afectada la cosa legada, hasta la concurrencia de su
valor; es decir, que en el supuesto de legado de cosa gravada, la deuda garantizada queda
fuera del pasivo de la sucesión en la medida en que no exceda el valor de la cosa y debe ser
abonada por el legatario beneficiado. Si excede su valor, dicho excedente corresponde a la
sucesión.
El art. 2266 pone en cabeza del heredero el pago de las deudas del causante y las cargas de
la herencia, cuando:
- No hiciese el inventario en el plazo de tres meses desde que los acreedores o legatarios lo
intimaren judicialmente a su realización. Estos últimos tienen la facultad de intimar
judicialmente a los herederos a la realización de un inventario de los bienes del causante a
fin de conocer la composición del acervo y la posibilidad de hacer efectivos sus créditos y la
entrega de los legados y los herederos se encuentran obligados a realizarlo en el término de
tres meses. Este inventario debe realizarse con citación de todos los herederos y de los
acreedores, a fin de que puedan supervisar y controlar su confección. La falta de citación o la
renuencia a hacer el inventario conducen a que el heredero deba responder con sus bienes
por las deudas del causante.
- Transmitiese los bienes de la sucesión, salvo que el acto sea conveniente y el precio
obtenido ingrese a la masa.
Por ello establece que los acreedores del heredero por deudas originadas con anterioridad a
la apertura de la sucesión, van a ser pagados con preferencia a los del causante y los
legatarios, mientras que aquellos cuyos créditos se originen con posterioridad concurrirán
con estos últimos para hacer efectivos sus créditos sobre el patrimonio del heredero. Ello es
razonable porque quienes contrataron con una persona en vista a la garantía que ofrecía su
patrimonio no pueden ver encogida dicha garantía por el hecho de la muerte de aquel a
quien su deudor hereda.
IX. CONCLUSIONES
El Proyecto recepta las tendencias doctrinarias más modernas y consagra en forma expresa
la responsabilidad intra vires de los herederos. Salvo supuestos excepcionales, ellos
responderán por las deudas del causante con los bienes recibidos, sin que puedan los
acreedores de este último pretender hacer efectivos sus créditos sobre los bienes de los
herederos.
Aclara en forma expresa que el legatario debe soportar las cargas que pesen sobre la cosa
gravada que ha recibido como legado.
(2017) RIVERA, Julio César, Instituciones de Derecho Civil, T. II, Abeledo-Perrot, Buenos
Aires, 1993, p. 419.
(2018) ZANNONI, Eduardo, Derecho de las Sucesiones, T. I, Astrea, Buenos Aires, 1982,
ps. 538 y ss.
(2019) ZANNONI, Eduardo, Manual de Derecho de las Sucesiones, Astrea, Buenos Aires,
1982, p. 632.
SUCESIONES (2020) - ZULEMA WILDE
La ley vigente así como el Proyecto de Código Civil de la República Argentina Unificado con el
Código de Comercio colocan al cónyuge supérstite en el tercer orden sucesorio.
Además de sindicarlo como heredero forzoso (art. 2394, Tít. IX, Libro VI del Proyecto), le
asigna como legítima la mitad de la herencia (art. 2395).
El cónyuge no fue considerado por la ley, lo que ha llevado a cuestionarse si aquél era
desheredable.
Sin embargo, creo que no debió pensarse en la abolición de la institución, por el contrario, se
debió fortalecerla frente a la situación de una mayor prolongación de la vida de los seres
humanos, porque es un modo más eficiente y eficaz de proteger a las personas de la tercera
edad.
El quiebre de la interrelación que establece que frente a cada derecho subjetivo se yergue un
deber implica un desequilibrio del sistema sucesorio.
La eliminación muestra con claridad que ya no se puede sostener que el llamamiento se basa
en el presunto afecto del causante.
Asimismo, el cónyuge está incluido entre aquellos a los que la ley otorga la investidura
hereditaria de pleno derecho (art. 2286 proyectado).
En la actualidad, éste concurre con los descendientes, ascendientes y la nuera viuda sin
hijos, excluyendo a los colaterales. El Proyecto mantiene la misma situación con excepción
de la última enunciada, que en nuestra ley vigente aún concurre a la sucesión de sus
suegros.
Las causas de exclusión del cónyuge supérstite del llamamiento de la herencia del premuerto
están enunciadas en los arts. 2385, 2386 y 2387 del Proyecto.
El primero de los enunciados se correlaciona con el art. 3573 , primera parte, de nuestro
Código Civil, referido al matrimonio in extremis. La nota del codificador al artículo
mencionado muestra con claridad el basamento de la exclusión, la que persigue no dar
llamamiento al cónyuge supérstite en los casos en que el matrimonio se ha celebrado al sólo
efecto de heredar.
La norma proyectada posee sin duda más amplitud y precisión que la vigente, porque no se
refiere con exclusividad al supuesto de concubinato o unión de hecho, sino que amplía el
espectro al hacer caer la exclusión cuando se demuestre que el propósito de la celebración
de las nupcias no ha tenido como finalidad más que la de captar la herencia. Lo proyectado
recepta la jurisprudencia mayoritaria en el sentido de que no debía aplicarse la exclusión
cuando no fuera posible abonar el propósito de captación.
El siguiente artículo se asimila a la norma contenida en el 3574 , que fuera modificado por la
ley 23515 . El Proyecto sigue sosteniendo la separación personal y el divorcio vincular, que
pueden solicitarse por las tradicionales causales culpables, formuladas en forma genérica
(art. 514 del Proyecto), e introduce una innovación destacable al relacionar las conductas de
los cónyuges, lo que permite inferir el abandono de la causalidad lineal en este aspecto.
También autoriza a peticionarlos por las causales objetivas (art. 516), o por mutuo
consentimiento o mutuo acuerdo (art. 517). Cuando la separación personal se decretó
atribuyendo a uno de los esposos la culpa exclusiva de ella (art. 514), "el culpable pierde el
derecho hereditario"; si es sindicada a ambos, los dos carecen de vocación hereditaria en la
sucesión del otro.
Cuando la separación es peticionada por alguno de los fundamentos referidos en el art. 516,
el que requiere la separación "queda colocado en la misma situación del culpable", como si
se hubiera decretado la separación por una causal que implica culpa (art. 514). Esto significa
un cambio importante con relación a la legislación vigente, en la cual ambos son
considerados culpables cuando la separación es decidida en razón de la constatación objetiva
de la separación de hecho, sin voluntad de unirse, al no haber abonado uno de ellos la
existencia de culpa imputable al otro.
La separación por mutuo acuerdo "produce los efectos de la decretada por las causas
mencionadas en el art. 514 respecto de ambos".
El cónyuge inocente también pierde el llamamiento a la sucesión del premuerto cuando vive
en concubinato o incurre en injurias graves contra el otro cónyuge. Me permito mencionar
que no existe una tipificación específica, como la que existe en el Código, de la noción de
injurias.
Con relación a la separación de hecho, cuando no existe voluntad de unirse, o cuando el juez
ha concedido autorización para vivir en forma separada, se vuelve al criterio de hacer recaer
sobre los herederos la prueba de la culpabilidad de la esposa o del esposo para excluirlos del
llamamiento a la sucesión.
I. INTRODUCCIÓN
En el año 1995 -mediante decreto 685 - el Poder Ejecutivo nacional encargó a una comisión
de juristas la unificación del derecho de las obligaciones civiles y comerciales y la reforma del
Código Civil.
El 18 de diciembre de 1998 los doctores Jorge Alterini, Atilio Alterini, Héctor Alegria, María
Josefa Méndez Costa, Julio Rivera y Horacio Roitman entregaron al presidente de la Nación el
Proyecto de Código Civil de la República Argentina Unificado con el Código de Comercio, y el
30 de junio de 1999 el Poder Ejecutivo de la Nación elevó el Proyecto al Congreso de la
Nación Argentina, al que ingresó por la Honorable Cámara de Diputados.
El Proyecto reglamenta expresamente el fideicomiso, en sus arts. 1452 a 1485 del Libro
Cuarto "De los derechos personales", Título III, "De los contratos en particular", Capítulo
XXII "Fideicomiso" y dedica su Sección Octava al "Fideicomiso testamentario", además alude
expresamente al fideicomiso testamentario al referirse a la legítima sucesoria en el Libro
Sexto, "De la transmisión de derechos por causa de muerte", Título IX, "De la porción
legítima".
1. Fideicomiso testamentario
Artículo 1485. Reglas aplicables. El fideicomiso también puede constituirse por testamento,
el que debe contener al menos las enunciaciones requeridas por el art. 1453.
Se aplican las normas de este Capítulo; las referidas al contrato de fideicomiso deben
entenderse relativas al testamento.
El plazo máximo del art. 1454 se computa a partir de la muerte del fiduciante. Es inválido el
fideicomiso constituido con el fin que el fiduciario esté obligado a mantener o administrar el
patrimonio fideicomitido para ser transmitido únicamente a su muerte a otro fiduciario de
existencia actual o futura.
2. Legítima
Artículo 2397. Protección. El testador no puede imponer gravamen ni condición alguna a las
porciones legítimas; si lo hace, no son válidos. Pero puede constituir fideicomiso sobre bienes
determinados aun cuando excedan de la porción disponible, por actos entre vivos o por
testamento, del cual sean beneficiarios sus herederos incapaces, el que puede durar hasta
que cese la incapacidad.
El contenido del fideicomiso testamentario surge de la armonización de los arts. 1453 y 1485
de la legislación proyectada.
b) La determinación del modo en que otros bienes pueden ser incorporados al fideicomiso,
en su caso.
d) La identificación del beneficiario, que puede ser una persona humana o jurídica, que
puede o no existir a la fecha de la confección del testamento, en este último caso deben
constar los datos que permitan su individualización futura.
e) El destino de los bienes a la finalización del fideicomiso, con indicación del fideicomisario a
quien deben transmitirse o la manera de determinarla conforme con el artículo.
Cabe preguntarse si se podría constituir un fideicomiso sobre una cuota parte de la herencia
o sobre la universalidad de la misma.
Por otra parte, esta prohibición de constitución sobre una universalidad está legalmente
establecida ya que el art. 1453 del Código proyectado al igual que en el art. 4º de la ley
24441 que establece que el fideicomiso se debe constituir sobre bienes determinados, lo que
excluye su constitución sobre una universalidad o sobre una parte alícuota de un patrimonio.
En ese caso podría sostenerse que se puede nombrar heredero fiduciario a Juan y
"entregarle a él todos los bienes que existan a mi muerte luego del pago de las deudas de la
sucesión, para que los administre a favor de mi hijo incapaz, hasta el cese de la
incapacidad".
Creemos que para determinar si existe o no existe fideicomiso habrá que estar a la
descripción y características que deben tener los bienes al momento de la muerte del
causante, porque no hay que olvidar que este fideicomiso va a comenzar después de la
muerte del testador. Así consideramos válido -por ejemplo- la constitución de un fideicomiso
sobre todos los bienes inmuebles existentes a la muerte (2024) del causante, ya que en este
caso éstos se pueden perfectamente determinar.
En el sistema jurídico vigente no existe una norma expresa que diga que el fideicomiso
testamentario debe estar constituido sobre bienes determinados, pero esta condición surge
de la aplicación al fideicomiso testamentario de las normas generales sobre sucesión y sobre
el contrato de fideicomiso. En el régimen proyectado, además de surgir de la coordinación de
ambos regímenes (el del contrato de fideicomiso y el sucesorio), expresamente está previsto
en el art. 2397 que establece que el fideicomiso testamentario a favor de herederos forzosos
incapaces debe estar constituido sobre bienes determinados.
El fideicomiso nunca puede durar más de 30 años, salvo que se constituyera en beneficio de
incapaces, en cuyo caso puede durar hasta el cese de la incapacidad o su muerte. El plazo en
el caso de fideicomiso testamentario se contará desde el momento de la muerte del
causante.
VII. EL BENEFICIARIO
El beneficiario es la persona que tiene derecho a recibir los beneficios del fideicomiso. El
Proyecto enumera a quienes pueden ser beneficiarios e introduce algunas mejoras en cuanto
a la redacción de la ley 24441 .
En el régimen propuesto el beneficiario puede ser una persona humana o jurídica que puede
no existir al tiempo del otorgamiento del contrato; en este último caso deben constar los
datos que permitan su individualización futura.
El derecho del beneficiario, aunque éste no haya aceptado, puede transmitirse por actos
entre vivos o por causa de muerte, salvo disposición en contraria del testador. Si la muerte
extingue el derecho del beneficiario designado se aplican las reglas de los párrafos
precedentes.
Otros autores como Zannoni, Lidia Beatriz Hernández y García Ghiglino aceptaban que la
legislación de Vélez impedía las sustituciones fideicomisarias pero solicitaban una mayor
flexibilidad.
Hernández y Ghiglino expresaban: "en una futura reforma deberá permitirse también la
sustitución fideicomisoria, excluyendo por supuesto aquellas que constituyen vinculaciones
perpetuas o mayorazgos, rechazadas ya por Vélez Sarsfield en la nota al art. 3274" (2029).
El Proyecto establece que: "Es inválido el fideicomiso constituido con el fin que el fiduciario
esté obligado a mantener o administrar el patrimonio fideicomitido para ser transmitido
únicamente a su muerte a otro fiduciario de existencia actual o futura". Es decir, la
legislación proyectada mantiene la prohibición de constituir una sustitución fideicomisaria.
Por nuestra parte, concordamos con la solución propiciada y consideramos que el criterio
clave para distinguir el fideicomiso de la sustitución fideicomisaria está relacionado con la
muerte, si la propiedad ha de pasar del fiduciario al fideicomisario a la muerte del fiduciario
hay una sustitución fideicomisaria, porque se ha nombrado un heredero al heredero, pero si
está sujeto a un plazo o una condición diferente a la muerte se está en presencia de un
fideicomiso permitido por la ley.
En un régimen donde la libertad de testar está restringida por normas de orden público, el
fideicomiso testamentario sólo puede constituirse en la cuota parte de libre disponibilidad.
Ello restringe mucho la posibilidad de uso del fideicomiso testamentario debido a lo elevado
del sistema de legítimas de nuestro país.
El Código proyectado contiene dos novedades relativas a este tema: en primer lugar, reduce
las cuotas legítimas, las que establece en dos tercios para los descendientes, un medio para
los ascendientes y un medio para la cónyuge, y en segundo lugar, permite que el sistema de
legítima se vea afectado temporalmente por la constitución de un fideicomiso, cuando éste
sea realizado a favor de incapaces. Concretamente dispone que: "El testador no puede
imponer gravamen ni condición alguna a las porciones legítimas; si lo hace, no son válidos.
Pero puede constituir fideicomiso sobre bienes determinados aun cuando excedan de la
porción disponible, por actos entre vivos o por testamento, del cual sean beneficiarios sus
herederos incapaces, el que puede durar hasta que cese la incapacidad".
El sistema actual deja sin solución a los padres de hijos incapaces, quienes tienen una
preocupación constante, en determinar quién se va a ocupar de ellos después de la muerte
de los progenitores, y fundamentalmente quién se va a ocupar de cubrir sus necesidades y
administrar sus bienes, funciones que abnegadamente durante la vida desempeñan ellos. La
ausencia de posibilidad efectiva de mejorar la situación del hijo que más lo necesita cuando
existen otros herederos forzosos, lleva las más de las veces a realizar actos en fraude a la
ley o, en otros casos, produce la imposibilidad de dar soluciones solidarias a los incapaces.
Para estos supuestos es útil el instituto del fideicomiso testamentario ya que sirve como
herramienta eficaz para la tuición de los más débiles. Pero si sólo se puede constituir un
fideicomiso testamentario en la cuota de libre disposición (y ésta es muy baja) tal
herramienta se torna ineficaz, por ello la legislación proyectada propone que en el caso de
existir incapaces sean válidos los fideicomisos testamentarios a su favor aunque violenten la
legítima de otros herederos forzosos, hasta que cese la incapacidad.
Esto constituye una limitación temporal a la legítima, pero nuestra legislación ya admite
otras limitaciones a las legítimas, como ser la afectación de un inmueble al régimen de la ley
14394 de bien de familia por vía testamentaria o la indivisión forzosa de los bienes
sucesorios prevista por los arts. 51 a 55 de la ley 14394 (2030).
Por otra parte, esto no implica dar paso a la autonomía de la voluntad en materia sucesoria,
"sino reconocer que los padres son los que conocen más las inclinaciones, debilidades,
necesidades, aptitudes, grado de capacidad intelectual, conducta, recursos, reveses de la
fortuna, las desigualdades naturales que separan a uno de otro hijo" (2031).
X. CONCLUSIÓN
I. INTRODUCCIÓN
Para hablar de la reforma al derecho sucesorio creemos imprescindible determinar cuáles son
los principios básicos que se deben tener en cuenta en la redacción de los nuevos Códigos o
en la reformulación de los existentes.
Estos principios básicos fueron enumerados por las Comisiones de Reforma de los Códigos
Civiles de Argentina, Bolivia, Perú y Puerto Rico, reunidas en el marco del II Congreso
Internacional de Derecho Civil denominado "Encuentro de las Comisiones de Reforma de los
Códigos Civiles de Perú y Argentina" y "15 años del Código Civil Peruano y su Proceso de
Reforma" en la ciudad de Arequipa, Perú, realizado entre el 4 y 7 de agosto de 1999, quienes
declararon:
I. Que la codificación es el método más adecuado para la expresión del derecho privado,
como lo demuestra el vasto movimiento codificador que se aprecia en todos los sistemas
jurídicos;
II. Que la vigencia innegable de ese método exige la puesta al día de los códigos existentes,
para adecuarlos a las nuevas realidades sociales, culturales, políticas, económicas y
tecnológicas;
IV. Que la armonización en sectores relevantes del derecho privado es posible en América
latina, por la pertenencia a la familia romano-germánica, lo que constituye un indudable
factor de identidad cultural;
b. La recepción y regulación de los derechos humanos, de modo que los Códigos sigan siendo
la fuente más próxima y efectiva de la protección de la persona;
g. El fortalecimiento de la familia;
h. El respeto por las minorías;
Estimamos que cada uno de los principios contenidos en el punto V del acta de Arequipa
debe ser especialmente considerado en el marco del derecho sucesorio, por ello nos
proponemos en el presente trabajo señalar cómo estos principios generales deben ser
concretados en el derecho de sucesiones, teniendo en cuenta los caracteres propios del
moderno derecho de sucesiones.
a) Es un derecho dependiente
Si analizamos el derecho de familia del siglo pasado advertimos que la familia estaba basada
fundamentalmente en la consanguinidad y el parentesco. La mujer era considerada una
incapaz y sus bienes eran administrados por el marido.
Ello se reflejaba en el derecho sucesorio francés en que los parientes heredaban, hasta el
12º grado y que el cónyuge heredaba sólo después o en ausencia de éstos, es decir, nunca.
En estos últimos veinte años la reforma más importante en el derecho de familia ha sido la
equiparación de la familia natural a la familia extramatrimonial, ello ha traído como
consecuencia en el derecho sucesorio que los hijos extramatrimoniales tengan los mismos
derechos que los matrimoniales y que los padres naturales hereden igual que los legítimos.
Con relación al derecho de bienes cabe señalar que el Código de Napoleón y los que los
siguieron como el Código de Vélez, ignoraba el valor funcional de las cosas. Estos Códigos no
les otorgaba nada más que la expresión monetaria sin preocuparse de su destino o de su
afectación humana. En este sentido se otorgaban derechos sobre los inmuebles sin tener en
cuenta si éstos eran usados como habitación ni por quién eran usados.
Hoy el derecho de bienes no se desentiende del destino de las cosas. Ello se advierte en el
derecho de sucesiones con las atribuciones preferenciales al momento de la partición y con el
derecho real de habitación del cónyuge supérstite.
Así el Proyecto del Código Civil argentino en su art. 2334 expresa: "El cónyuge sobreviviente
o un heredero pueden pedir también la atribución preferencial:
"a) De la propiedad o del derecho a la locación del inmueble que le sirve de habitación, si
tenía allí su residencia al tiempo de la muerte, y de los muebles existentes en él;
"b) De la propiedad o del derecho a la locación del local de uso profesional donde ejercía su
actividad, y de los muebles existentes en él;
"c) Del conjunto de las cosas muebles necesarias para la explotación de un bien rural
realizada por el causante como arrendatario o aparcero cuando el arrendamiento o aparcería
continúa en provecho del demandante o se contrata un nuevo arrendamiento con éste".
El derecho de sucesiones, por ser un derecho interdependiente del derecho de familia y del
derecho patrimonial, tiene que mantener un equilibrio entre las reglas imperativas y las
reglas de la autonomía, así no puede existir una absoluta voluntad de testar (expresión de la
soberanía del derecho de propiedad), ni tampoco un sistema de legítimas total (en nombre
de la solidaridad familiar y de la igualdad).
El derecho de familia deja hoy en día un espacio de libertad para la voluntad privada para
elegir su estatuto patrimonial matrimonial pero ello no se traduce por un relajamiento de los
deberes familiares, muy por el contrario éstos se ven fortalecidos en el régimen matrimonial
primario.
En el ámbito del derecho sucesorio el equilibrio se logra mediante una disminución de las
legítimas y un fortalecimiento de institutos que permitan una mayor solidaridad familiar con
el más débil, como el fideicomiso testamentario, la mejora, el derecho real de habitación del
cónyuge supérstite.
En definitiva, existe una mayor libertad personal que va acompañada con una mayor
responsabilidad.
Una de las pautas básicas a tener en cuenta al reformar los Códigos Civiles es la recepción
de los derechos humanos y la protección de la persona. En tal sentido, si se reconoce el
derecho de la persona humana desde el momento de la concepción, aun cuando no se haya
producido en el seno materno, se debe determinar los derechos sucesorios de los embriones
congelados y no implantados y el de los niños que nazcan de gametos crioconservados.
En este sentido, el art. 2229 del Código proyectado se ocupa de las personas que pueden
suceder.
c) Las que nazcan dentro de cuatrocientos ochenta (480) días de la muerte del causante a
consecuencia de una procreación médicamente asistida con gametos crioconservados del
causante o de la crioconservación de un embrión formado con gametos de aquél, sean estas
prácticas lícitas o no. En ambos casos, el nacimiento con vida ocasiona la modificación de la
transmisión de la herencia, con efecto retroactivo al momento de la muerte del causante.
d) Las personas jurídicas existentes al tiempo de su muerte y las fundaciones creadas por su
testamento.
El doctor Borda ha criticado la posibilidad de que niños que nazcan de técnicas que considera
inmorales puedan tener derechos sucesorios. Concretamente señala: "Lo cierto es que al
conferirle derechos sucesorios al nuevo ser, se estimula la práctica de un procedimiento que
es por hipótesis ilícito. Y se alienta la posibilidad de dar vida a un ser destinado
inexorablemente a no tener padre en la vida real aunque lo tenga genéticamente" (2036).
Entendemos que la solución sobre los derechos hereditarios de las personas que nazcan
después de la muerte de los dadores de gametos debe ser absolutamente clara, no puede
dejar lugar a dudas, para evitar cualquier tipo de inseguridad jurídica, independientemente
de que la ley que reglamente las técnicas de fecundación asistida las considere ilícitas, lo
cierto es que tales nacimientos son hoy en día técnicamente posibles, no se encuentra
prohibida la crioconservación ni de gametos, ni de embriones, en consecuencia, creemos que
el legislador debe determinar los derechos hereditarios de los seres que nazcan de tales
prácticas.
Tacharlas de ilícitas, daría lugar a sanciones de tipo administrativo, penal y hasta civil, pero
no soluciona el aspecto sucesorio, por ello correctamente el Proyecto opta por una de las
soluciones posibles, con un plazo absolutamente definido.
Se cuestiona en doctrina la elección del plazo de 480 días y se pregunta por qué no 500, 600
o 1000 (2037). Como se expresa en la Exposición de Motivos se sigue en esto el sistema
español y la determinación del plazo es una cuestión de política legislativa, lo importante es
que el plazo sea cierto no podría ser 500 o 600 o 1000. Con absoluta corrección -a nuestro
juicio- la comisión optó por un plazo de 480 días, teniendo en cuenta que 300 es el plazo de
duración máxima del embarazo y seis meses es el que se otorga a la madre para la
utilización de los gametos o del embrión crioconservado. Un plazo suficiente de reflexión
para tomar una decisión sobre la utilización o no utilización de los elementos
crioconservados. Resulta evidente que no se puede otorgar derechos sucesorios a la persona
que nazca en cualquier tiempo después de la muerte del causante por problemas de
seguridad jurídica.
Como otro aspecto de la recepción de los derechos humanos se acepta el respeto de los
derechos de la personalidad para después de la muerte y en tal sentido se da el carácter
testamentario a las disposiciones extrapatrimoniales del fallecido.
"El testamento hoy se presenta, entonces, como un instrumento idóneo para regular con
eficacia transmuerte una pluralidad de intereses de índole no patrimonial, y de tal manera
contribuye a valorizar la persona humana. Por lo tanto, es también testamento la
manifestación de voluntad de quien consigna en el documento testamentario sólo
disposiciones extrapatrimoniales, revelando querer servirse de un instrumento jurídico
idóneo para expresar sus inquietudes y disposiciones de orden únicamente personal, familiar
o extrapatrimonial" (2038).
Resulta valioso que el Proyecto de Código Civil amplíe el objeto de los testamentos a las
disposiciones extrapatrimoniales y admita su validez.
La igualdad de los derechos del hombre y la mujer se refleja en los regímenes patrimoniales
matrimoniales, a saber: En el régimen de comunidad si no se puede determinar el origen de
los bienes se los considera gananciales de administración conjunta (arts. 464 y 465, Proyecto
Reforma Cód. Civ. 1998). En el régimen de separación de bienes los bienes cuya propiedad
no se pueda demostrar se presume que pertenecen a ambos cónyuges (art. 498, Proyecto
Reforma Cód. Civ. 1998). Estas disposiciones lógicamente influyen en la órbita del derecho
de sucesiones, marcando una clara equiparación de la igualdad de los cónyuges en el
derecho patrimonial.
Es por ello que en los proyectos de reforma integral del Código Civil se propició siempre
aumentar la porción de libre disposición.
La comisión reformadora adopta una posición de equilibrio en este tema (como en muchos
otros donde las posiciones eran absolutamente extremas) y se inclina por una posición
intermedia, que satisface los reclamos individuales, respeta la tradición jurídica argentina y
procura la satisfacción de la solidaridad familiar.
Cabe recordar que, "El legislador no puede amar como un padre, ni conocer los vicios y
virtudes, las desigualdades y las necesidades de los hijos" (2044). "Sólo los padres conocen
el carácter de cada hijo, sus debilidades, sus inclinaciones y sus aptitudes, su grado de
capacidad intelectual, su conducta, sus recursos, los reveses de la fortuna, las desigualdades
naturales que separan a uno de otros hijos. Podrán los padres equivocarse, pero el error es
en ellos meramente posible, y en todo caso no sucederá sino por excepción y accidente; el
legislador, al contrario, no puede acertar nunca, el error es congénito y natural a su regla,
yerra porque no puede menos que errar" (2045).
Por ello consideramos acertada la reforma en materia legítima, la que ha sido sabiamente
complementada con el fideicomiso testamentario.
"Fideicomiso también podrá constituirse por testamento, extendido en algunas de las formas
previstas por el Código Civil, el que contendrá al menos las enunciaciones requeridas por el
art. 4º ".
La esencia del fideicomiso radica en transmitir la propiedad de una cosa a una persona, para
que ésta la administre como un "patrimonio de afectación" y la transmita a un tercero. La
transmisión de la propiedad primero a una persona para ser transferida a un tercero,
tropieza en materia testamentaria con el inconveniente de la prohibición de la sustitución
fideicomisaria contenida en los arts. 3723 y 3724 del Código Civil y explicitada en la nota a
este último y mantenida en el art. 2436 del Proyecto de Código Civil.
En el sistema vigente si existen herederos forzosos el fideicomiso sólo podrá ser constituido
sobre la parte de libre disposición, porque lo contrario violentaría la legítima, por eso es poco
utilizado porque la cuota de libre disposición es escasa (2047).
En la actualidad a un heredero forzoso no se le puede obligar a recibir una propiedad
fiduciaria, porque ello implicaría someter su legítima a una condición o a una carga que se
encuentra prohibida por la ley en el art. 3598 del Código Civil que dice:
"El testador no podrá imponer gravámenes ni condición alguna a las porciones legítimas
declaradas en este título. Si lo hiciere se tendrá por no escrita".
Ello implica que mientras exista un sistema de legítimas como el vigente en nuestro Código
Civil, la utilidad del fideicomiso por testamento será de muy escaso valor, y su fundamento
primordial, que es la protección de incapaces, será difícilmente alcanzable.
Los padres de hijos incapaces tienen una preocupación constante, cual es la de determinar
quién se va a ocupar de ellos después de la muerte de los progenitores, y fundamentalmente
quién se va a ocupar de cubrir sus necesidades y administrar sus bienes, funciones que
abnegadamente desempeñan los padres de hijos incapaces.
Para estos supuestos es útil el instituto del fideicomiso testamentario ya que sirve como
herramienta eficaz para la tuición de los más débiles. Pero si sólo se puede constituir un
fideicomiso testamentario en la cuota de libre disposición, aun cuando la cuota de libre
disposición se amplíe, tal herramienta se torna ineficaz, por ello la comisión de reforma
propone que en el caso de existir herederos forzosos incapaces sean válidos los fideicomisos
testamentarios aunque limiten la legítima de otros herederos forzosos hasta que cese la
incapacidad.
Esto constituye una limitación temporal a la legítima, pero no implica dar paso a la
autonomía de la voluntad irrestricta en materia sucesoria, sino limitar la legítima con fin de
proteger a los incapaces (2048).
2. Mejora
La mejora es uno de los institutos que más se prestan para la protección de los más débiles.
Otros de los imperativos del derecho sucesorio actual es otorgar una mayor protección al
cónyuge sobreviviente, que es en definitiva quien en la generalidad de los casos más lo
necesita, ya que el mayor promedio de vida alcanzado en este momento hace que la
expectativa de sobrevivencia sea muy alta, pero también es cierto que la vejez es muy cara
y por ello resulta conveniente que el cónyuge, además de tener derecho a la mitad del
patrimonio ganancial, en caso de comunidad tenga derecho a heredar el patrimonio que
contribuyó a formar y que le va a permitir afrontar con mayor dignidad los gastos que
apareja la ancianidad.
V. EL ESTABLECIMIENTO DE UN SISTEMA EQUILIBRADO DE RESPONSABILIDAD Y
SOLIDARIDAD. EL DIVORCIO POR DROGADICCIÓN, ALCOHOLISMO, ALTERACIONES DE
CONDUCTA GRAVE DE CARÁCTER PERMANENTE
En el ámbito del derecho de familia se busca la desdramatización del juicio de divorcio y por
ello se aumentan las causales objetivas para obtenerlo.
Una de las causas objetivas por las cuales se puede obtener el divorcio sin necesidad de
probar la culpa es la drogadicción, el alcoholismo o las alteraciones graves de conducta de
carácter permanente previstas en el art. 203 del Código Civil argentino y en el 516, segundo
párrafo del Proyecto que dice: "También puede pedir la separación judicial uno de los
cónyuges cuando en razón de alteraciones mentales graves de carácter permanente,
alcoholismo o adicción a la droga del otro cónyuge, éste sufre trastornos de conducta que
impiden la vida en común o la del demandado con los hijos, si esa situación se ha mantenido
por el mismo plazo y no puede razonablemente esperarse que cese en el futuro. En este
caso, la demanda puede ser rechazada si la separación provoca el riesgo de producir
consecuencias graves sobre el cónyuge enfermo".
Si la separación se decreta por la causa prevista en el art. 516, segundo párrafo, quien la
solicita debe hacerse cargo de todos los gastos para el tratamiento y recuperación del
enfermo y esta obligación alimentaria se transmite a los herederos como una carga de la
sucesión.
VII. CONCLUSIÓN
b) La recepción y regulación de los derechos humanos, de modo que los Códigos sigan
siendo la fuente más próxima y efectiva de la protección de la persona;
b) Perfeccionar institutos que permiten una idónea protección de los incapaces y del cónyuge
supérstite, como el fideicomiso testamentario y el derecho real de habitación del cónyuge
supérstite.
d) Consagrar los derechos hereditarios de la persona por nacer y perfeccionar los institutos
que protegen sus derechos hereditarios desde la concepción.
e) Dar una respuesta unívoca a la capacidad para suceder de las personas nacidas después
de la muerte del causante por la utilización de embriones y gametos crioconservados.
g) Proponer soluciones que dan seguridad al tráfico jurídico en relación con las donaciones
sujetas a acción de reducción.
I. CONCEPTO
Con la redacción proyectada este concepto no puede ser mantenido por diversos motivos.
El nuevo art. 2394 establece que: "Tienen una porción legítima de los bienes del causante,
de la que no pueden ser privados por testamento ni por actos de disposición entre vivos a
título gratuito, los descendientes, los ascendientes y el cónyuge".
Este enunciado significa determinar con total claridad que la legítima es parte de los bienes
del causante y no parte de la herencia.
Enrolarse en la posición que considera a la legítima parte de la herencia significa que para
tener derecho a la legítima es necesario mantener vigente la calidad de heredero; es decir
que si no se es heredero no hay derecho a la protección legal que emana de la legítima.
Sostener que la legítima es parte de los bienes implica reconocer el derecho a recibir la
porción de bienes que corresponden a la legítima sin que sea imprescindible tener la calidad
de heredero. De esta manera se reconoce la existencia de un legitimario no heredero.
El art. 3354 del Código Civil disponía: "Los que tengan una parte legítima en la sucesión
pueden repudiar la herencia sin perjuicio de tomar la legítima que les corresponda", con lo
que se admitía la posibilidad de recibir la legítima sin ser heredero.
Sin embargo, tal norma fue criticada por la doctrina aduciendo que era incongruente con
todo el sistema del Código en materia sucesoria y que debía considerársela como no escrita.
Respaldando esta posición, la ley 17711 derogó el art. 3354 .
Otro de los argumentos esgrimidos para considerar a la legítima como parte de la herencia
es que el Código llama por la ley a determinadas personas en calidad de herederos; este
llamamiento deferido por la ley puede tener distinta naturaleza porque hay un llamamiento
imperativo y uno supletorio.
Por lo tanto, es preciso determinar primero si hay vocación sucesoria y luego establecer los
derechos que se le conceden en base a ese llamamiento.
Así las cosas, ser heredero es el requisito previo y necesario para ostentar la calidad de
heredero legitimario o forzoso. Y como el heredero recibe la herencia, la legítima
ineludiblemente debe ser parte de ella.
Por el contrario, quienes sostienen que la legítima es parte de los bienes se basan en que el
Código permite que el heredero reciba bienes equivalentes a su legítima por cualquier título,
como podría ocurrir a través de un legado hecho al heredero forzoso por una cuota idéntica a
la legítima o por una donación hecha en vida a quien luego será su heredero forzoso.
Muy por el contrario, el heredero tiene fundamentalmente una vocación eventual al todo de
la herencia y si se considera que no tiene más derecho a que los bienes que componen la
legítima se le está cercenando sin causa justificada esta posibilidad.
Debe recordarse que la legítima sólo tiene importancia cuando hay testamento o donaciones
por lo que si el testamento fuera anulado por cualquier causa, al considerar al legitimario no
heredero éste no tendría derecho de acrecer.
Por otra parte, el legitimario no heredero no asume la calidad de tal y por ello no responde
por las deudas del causante.
En la reforma propuesta, el legitimario no heredero nunca respondería por las deudas del
causante; en cambio, el heredero responde por tales deudas en los casos previstos en el art.
2266 proyectado.
1. Irrenunciabilidad
Con un alcance similar a lo dispuesto por el actual art. 3599 , el propuesto art. 2398
establece: "Es irrenunciable la porción legítima de una sucesión aún no abierta".
En efecto, el proyectado art. 951 dispone: "La herencia futura no puede ser objeto de los
contratos ni tampoco pueden serlo los derechos hereditarios eventuales sobre objetos
particulares, salvo disposición legal expresa. Los contratos hechos simultáneamente sobre
bienes presentes y sobre bienes que dependen de una sucesión aún no deferida son inválidos
en el todo si han sido concluidos por una única contraprestación, a menos que la parte
deudora de ésta consienta en que corresponda sólo a los bienes presentes".
2. Inviolabilidad
La primera parte del art. 2397 propuesto reproduce, casi a la letra, el actual art. 3598 al
establecer que: "El testador no puede imponer gravamen ni condición alguna a las porciones
legítimas; si lo hace, no son válidos...".
Por lo tanto, el testador carece de facultades para limitar el goce que los legitimarios tendrán
de los bienes que componen su legítima.
Sin embargo, el segundo párrafo del art. 2397 establece una importante excepción: "Pero
puede constituir fideicomiso sobre bienes determinados aun cuando excedan de la porción
disponible, por actos entre vivos o por testamento, del cual sean beneficiarios sus herederos
incapaces, el que puede durar hasta que cese la incapacidad".
El fideicomiso, conforme al art. 1454 proyectado, puede durar hasta treinta años y aun más
cuando el beneficiario sea incapaz, porque puede extenderse hasta el cese de su
incapacidad.
Por lo tanto, los legitimarios deberían esperar por lo menos treinta años y tal vez más, a
veces hasta la muerte del heredero incapaz, para poder recibir los bienes que componen su
legítima, lo que me parece excesivo.
Nótese que cuando se regula la indivisión forzosa de la herencia la misma queda limitada a
diez años y si hubiera herederos menores hasta que alcancen la mayoría de edad, conforme
lo establecen los arts. 2279 y siguientes del Proyecto, lo que está poniendo un límite ya
amplio a las posibilidades de ejercer plenamente el derecho de propiedad sobre los bienes
heredados.
Cuando este plazo se amplía a treinta años constituye una limitación excesiva de este
derecho.
Esta opinión se justifica dentro del marco legal actual y también dentro del marco proyectado
que mantienen la legítima como un derecho intangible a favor de los legitimarios porque en
otros trabajos ya he expresado mi opinión en contra de la legítima como tal mostrándome
partidario de la libertad de testar con la única limitación de mantener en cabeza de quienes
resulten herederos las mismas obligaciones asistenciales que el causante tenía en vida.
IV. LEGITIMARIOS
En la actualidad, con una técnica deficiente y con un resultado impreciso, el art. 3592
establece que tienen una porción legítima todos los llamados a la sucesión intestada en el
orden y modo determinado en los cinco primeros capítulos del título anterior.
La ley 23264 ha derogado los capítulos 4º y 5º de ese título, por lo que hasta el momento,
los legitimarios son los descendientes, los ascendientes, el cónyuge y la nuera viuda sin
hijos.
La reforma proyectada no regula el derecho hereditario de la nuera viuda sin hijos, por lo
que, en forma concordante, en el art. 2394 ya citado, menciona como legitimarios a los
descendientes, a los ascendientes y al cónyuge.
V. PORCIÓN LEGÍTIMA
Ya he opinado también que las porciones legítimas asignadas en todas las legislaciones tanto
extranjeras como las sucesivas reformas que sufrió nuestra ley, son arbitrarias; esto significa
que no existe ninguna justificación lógica para su cuantía sino que dependen del puro criterio
del legislador.
Sólo en algún escrito aislado se sostuvo que una legítima mayor de un tercio sería
inconstitucional por superar el límite que la Corte Suprema de Justicia asigna a la
confiscatoriedad de los impuestos, pero tal opinión no ha merecido recepción jurisprudencial.
Sobre esta base, el Proyecto de reformas reduce las legítimas existentes en la actualidad y lo
hace de una manera cauta siguiendo los criterios de la doctrina mayoritaria.
Así en el art. 2395 establece que: "La porción legítima de los descendientes es de dos
tercios, la de los ascendientes de un medio y la del cónyuge de un medio".
Sigue basándose esta regulación en una solidaridad familiar en abstracto que no se refleja en
la realidad de la mayoría de los casos.
Por el contrario, podría suceder que una persona que fallece alrededor de sus 60 años, tenga
todavía vivos a sus padres, o por lo menos a alguno de ellos, los que quedan excluidos, y por
lo tanto, sin ninguna protección legal, en caso de que hubiera también descendientes,
cuando, en mi opinión, la protección debiera recaer sobre los ancianos y no sobre los adultos
capaces.
VI. CONCURRENCIA
Ante la falta de normas sobre este tema, la reforma proyecta una solución expresa que si
bien es correcta porque recoge lo establecido por la doctrina, peca de una deficiencia de
técnica legislativa.
En efecto, el art. 2396 dispone: "Si concurren sólo descendientes o sólo ascendientes, la
porción disponible se calcula según las respectivas legítimas.
También es correcta la referencia que hace el segundo párrafo al caso en que concurra el
cónyuge con descendientes porque aquél tiene individualmente una legítima de la mitad
mientras que éstos tienen dos tercios por lo que en ese caso particular de concurrencia la
legítima para todos será la mayor, es decir dos tercios, consecuentemente la porción
disponible será el tercio restante.
Pero lo que no es correcto es expresar, como lo hace la norma, que en caso de concurrencia
entre el cónyuge y los ascendientes la legítima será la mayor, porque en la reforma
proyectada ambos tienen como legítima la mitad.
La solución en ese caso de concurrencia es que la legítima para todos los legitimarios que
concurren será la mitad.
En general, la reforma proyecta una solución similar. En efecto, el segundo párrafo del art.
2395 dispone: "Dichas porciones se calculan sobre la suma del valor líquido de la herencia al
tiempo de la muerte del causante más el de los bienes donados computables para cada
legitimario, al tiempo en que fueron hechas las donaciones, apreciado en valores
constantes".
La principal modificación surge de la forma de valuar las donaciones ya que el criticado art.
3477 establece que dichos valores deben computarse al tiempo de la apertura de la
sucesión, sea que existan o no en poder del heredero, y tratándose de créditos o sumas de
dinero, los jueces pueden determinar un equitativo reajuste según las circunstancias del
caso.
Esta solución crea problemas muy difíciles de resolver en caso de pérdida o destrucción del
bien o en caso de mejoras o deterioros producto de la acción del heredero o de terceros, al
tiempo de la muerte del causante.
Las vicisitudes que pueda sufrir el bien con posterioridad a la donación para apreciarlo o
depreciarlo, carecerán entonces de significación.
El cálculo del valor constante no podrá ser hecho desde la vigencia de la convertibilidad en
base a índices indexatorios por encontrarse expresamente prohibido por la ley 23928 .
También la reforma soluciona la cuestión referida a qué donaciones deben ser tomadas en
cuenta para el cálculo de la legítima.
El art. 1832 actual establece que la reducción de las donaciones puede ser demandada por
los herederos forzosos que existían al tiempo de la donación y si existían descendientes que
tuvieren derecho a ejercer la acción también compete ese derecho a los descendientes
nacidos después de la donación.
De esta norma se deduce que las donaciones que deben ser computadas a los efectos del
cálculo de la legítima son las que se hicieron cuando ya existían los herederos forzosos o, en
el caso de los descendientes, cuando ya existía por lo menos uno de ellos.
El tercer párrafo del proyectado art. 2395 soluciona esta cuestión de una forma correcta al
disponer: "Para el cómputo de la porción de cada descendiente sólo se toman en cuenta las
donaciones colacionables o reducibles, efectuadas a partir de los trescientos días anteriores a
su nacimiento o, en su caso, al nacimiento del ascendiente a quien representa, y para el
cónyuge, las hechas después del matrimonio".
Esto significa, en primer lugar, que por cada descendiente se deberá hacer un cálculo de
legítima independiente.
En segundo término, que el momento a partir del cual se computan las donaciones se
encuentra en el día trescientos antes del nacimiento porque si la persona ya existía desde el
punto de vista jurídico (arts. 15 y 16 proyectados) resulta razonable que las donaciones
efectuadas con posterioridad a ese día sean también computadas a los efectos de calcular la
legítima.
Y finalmente, respecto del cónyuge se toman en cuenta las realizadas con posterioridad al
matrimonio porque este acto está incluyendo al esposo o esposa como legitimario.
El polémico art. 3604 del Código Civil ha sido objeto de reforma por la ley 17711 y
contempla básicamente el caso en que el causante ha transmitido en plena propiedad bienes
a legitimarios pero se ha reservado el usufructo o la renta vitalicia sobre ese bien.
La solución actual es que el valor de esos bienes será imputado a la porción disponible y el
excedente será traído a la masa de la sucesión, admitiéndose el pacto por el que se reconoce
la onerosidad del acto.
El art. 2408 proyectado mejora la redacción al establecer: "Si por acto entre vivos el
causante ha transmitido a alguno de los legitimarios la propiedad de bienes con reserva de
usufructo o con la contraprestación de una renta vitalicia, se presume sin admitir prueba en
contrario la gratuidad del acto y la intención de mejorar al beneficiario. Por tanto, el acto
queda sujeto a colación. Sin embargo, se deben deducir del valor de lo donado las sumas
que el adquirente demuestre haber efectivamente pagado".
Esto significa que se presume la donación sin admitir prueba en contrario pero esta
terminante regla luego sufre una atenuación cuando permite que el adquirente demuestre
haber pagado efectivamente un precio o por lo menos una parte del mismo, ya que esos
importes deberán ser deducidos del valor de la donación.
La presunción de mejorar no admite prueba en contrario, por lo que sólo debe ser objeto de
colación el valor excedente de la porción disponible.
Ya no se admitirá, en la norma propuesta, el pacto sobre la onerosidad del acto realizado con
los restantes legitimarios porque, entiendo, se trata de un convenio sobre una herencia
futura.
En una solución similar, aun más completa que la establecida por el actual art. 3603 , el art.
2407 proyectado confiere una opción al legitimario para que no resulte vulnerada su
legítima.
Tal norma se encuentra redactada de la siguiente manera: "Si la disposición gratuita entre
vivos o el legado son de usufructo, uso, habitación o renta vitalicia, el legitimario o, en su
caso, todos los legitimarios de común acuerdo, pueden optar entre cumplirlo o entregar al
beneficiario la porción disponible sin necesidad de establecer su valor".
Se mejora la redacción actual porque se contemplan los actos gratuitos entre vivos y no sólo
los legados, pero deja sin resolver la cuestión que se presenta cuando no hay acuerdo entre
los legitimarios pues se ha sostenido que debe prevalecer la voluntad de la mayoría o dejar
sujeta la decisión a la resolución judicial, aunque, en mi opinión, si no hay acuerdo se debe
entregar la porción disponible porque de esa manera se aseguran todos los legitimarios que
la legítima no resultará vulnerada.
Esta novedad de la reforma permite encauzar los derechos del legitimario a fin de procurar la
entrega de los bienes que componen su legítima.
El proyectado art. 2399 regula esta acción de la siguiente manera: "El legitimario preterido
tiene acción para que se le entregue su porción legítima a título de heredero de cuota.
También la tiene el legitimario cuando el difunto no deja bienes pero ha efectuado
donaciones".
Se clarifica la preterición del legitimario al establecer que sólo tiene derecho a que se le
entreguen los bienes que componen su legítima como heredero de cuota, esto es, sin
vocación al todo de la herencia como lo establece el art. 2433 proyectado.
Las donaciones serán atacadas porque afectan la legítima y se aplican para esta protección
las normas de reducción de las donaciones que mencionan los arts. 2402 y siguientes del
Proyecto.
El art. 2400 proyectado mantiene, con ligeras diferencias de redacción, el actual art. 3600 ,
al reconocer que: "El legitimario a quien el testador le ha dejado, por cualquier título, menos
de su porción legítima, sólo puede pedir su complemento".
Ésta es la típica acción protectora de la legítima ya que permite atacar las disposiciones
testamentarias o las donaciones que la afecten.
El art. 2401 regula la reducción de las disposiciones testamentarias: "A fin de recibir o
complementar su porción, el legitimario afectado puede pedir la reducción de las
instituciones de herederos de cuota y de los legados en ese orden. Los legados se reducen
en el mismo orden establecido en el segundo párrafo del art. 2309".
El llamado heredero de cuota por la reforma es el equivalente del actual legatario de cuota
que no tiene vocación al todo de la herencia.
La remisión que se hace al art. 2309 en realidad no es estrictamente ajustada porque en esa
norma se establece el orden de pago de los legados por lo que la reducción debe ser
efectuada en el orden inverso; es decir, primero se reducen los que se pagan en último
término y así sucesivamente.
Esto significa que primero se reducen todos los legados que no sean de bienes determinados,
luego éstos, y por último los que tengan preferencia otorgada en el testamento.
La imposibilidad de atacar las donaciones anteriores a los diez años de la muerte del
causante constituye una importante limitación a la protección de la legítima ya que el simple
paso del tiempo desde que se realizó la donación hasta el deceso puede dejar totalmente
desprotegido al legitimario pues carecerá de la acción para salvaguardar su legítima.
Por otra parte, puede resultar una incongruencia tomar en cuenta para el cálculo de la
legítima todas las donaciones hechas por el causante desde los trescientos días anteriores al
nacimiento de los descendientes o desde la celebración del matrimonio como lo dispone el
art. 2395, último párrafo, pero luego no poder reducirlas si la afectan porque han
transcurrido más de 10 años entre la liberalidad y la muerte.
Es correcto reducir las donaciones en el orden inverso a sus fechas ya que, si dejando sin
efecto la última se salva la legítima no hay razón para atacar las anteriores.
El art. 2403 establece los efectos de la reducción de las donaciones: "Si la reducción es total,
la donación queda resuelta. Si es parcial, por afectar sólo en parte la legítima y el bien
donado es divisible, se lo divide entre el legitimario y el donatario. Si es indivisible, la
donación se resuelve y el donatario es acreedor del legitimario por el valor excedente de la
legítima. En todo caso, el donatario puede impedir la resolución entregando al legitimario la
suma de dinero necesaria para completar el valor de su porción legítima. El donatario es
deudor desde la notificación de la demanda, de los frutos o, en caso de formular la opción
prevista en el párrafo anterior, de intereses".
También cede este efecto cuando el donatario opta por retener el bien y entregar el dinero
correspondiente a su valor.
No resulta claro cuándo se aplica esta posibilidad porque, por una parte, la norma alude a
que esta opción la tiene "en todo caso" y en otro lugar alude a la suma de dinero necesaria
para "completar" el valor de su porción legítima por lo que parece referirse al caso en que la
reducción de la donación sea parcial.
Una interpretación acorde con la posibilidad de conciliar los intereses del legitimario y del
donatario hace aparecer como más razonable a la que permite entregar el dinero para
integrar la legítima en todos los casos.
La última parte del artículo precisa el momento a partir del cual el donatario se encuentra en
mora para la restitución o para la devolución del dinero por lo que, en el primer caso, deberá
desde la notificación de la demanda los frutos del bien donado, o en su caso, los intereses de
su valor.
También la reforma brinda una solución adecuada, acorde con lo que entiende en la
actualidad la doctrina, para el caso de pérdida o perecimiento del bien donado.
El art. 2404 establece: "Si el bien donado ha perecido por culpa del donatario, éste debe su
valor. Si ha perecido sin su culpa, el valor de lo donado no se computa para el cálculo de la
porción legítima. Si ha perecido parcialmente por su culpa, debe la diferencia de valor; y si
ha perecido parcialmente sin su culpa, se computa el valor subsistente".
No se ha contemplado el caso en que el bien ha perecido sin culpa del donatario pero ha
recibido alguna indemnización por esa pérdida y en mi opinión, en ese caso es responsable
por el valor recibido.
Como el donatario es propietario del bien donado hasta que se dicte sentencia en la acción
de reducción, puede constituir derechos reales sobre dicho bien; sin embargo, al prosperar
esta acción se extinguirán estos derechos porque el legitimario no puede ver reducida la
integridad de su legítima por la acción del donatario.
El art. 2406 expresamente dispone: "La reducción extingue con relación al legitimario los
derechos reales constituidos por el donatario o por sus sucesores. Previa excusión de los
bienes del donatario, el legitimario puede perseguir contra terceros adquirentes los bienes
registrables, así como las cosas muebles respecto de las cuales la acción no esté impedida
por lo dispuesto en el art. 1828".
Por último, cabe señalar que la acción de reducción prescribe a los dos años desde la muerte
del causante, conforme lo precisa el art. 2502, inc. f) de la reforma proyectada mientras que
hasta ahora esta acción se puede promover durante el plazo de diez años.
DERECHOS Y OBLIGACIONES DE HEREDEROS Y LEGATARIOS - MARCOS M.
CÓRDOBA
I. ORDENAMIENTO TEMÁTICO
El Capítulo I del Título IV del Libro Sexto del Proyecto de Código Civil Unificado con el Código
de Comercio elaborado por la Comisión Honoraria designada por decreto 685/95 del Poder
Ejecutivo nacional contiene las disposiciones relativas a la separación de patrimonios,
preferencia de cobro, situación del heredero único ante acreedores y legatarios, caso de
pluralidad de herederos ante obligaciones divisibles, el legatario ante las deudas impagas,
acción de reembolso, derechos reales constituidos sobre bienes legados, sanciones por
pérdida de los efectos del beneficio de inventario. Tales cuestiones se encuentran
contempladas en el contenido que corresponde a los artículos comprendidos entre los
números 2258 y 2266, ambos inclusive. La cesión de derechos a una herencia posee
tratamiento en la Sección Tercera del Capítulo XXVII del Título III del Libro IV que
comprende los artículos ubicados entre los números 1553 y 1561. En el Capítulo II del Título
VI del Libro VI se regula la prueba de la calidad de heredero en los artículos que van del
número 2286 al 2291. En el Título II del Libro dedicado a la transmisión de derechos por
causa de muerte, encuentran regulación: el derecho de opción en el contenido del Capítulo I,
el de aceptación de herencia en el Capítulo II, la renuncia en el III y la petición de herencia
está regulada en el Título III del Libro VI.
La noción de la continuidad de la persona del causante por parte del heredero se encuentra
salvada en los textos propuestos. Las ideas vertidas por Chabot de L´Allier respecto de la
necesidad de que los sucesores legítimos de los bienes deben recibir también las acciones ya
que estas últimas no son sino los medios de ejercer y de hacer ejecutar los derechos se
encuentran respetadas en los textos propuestos en los arts. 2286 y 2230, que no sólo
responden a la fuente citada de Chabot (2050) sino también, y fundamentalmente, a la de
Aubry y Rau (2051). Esto lo sostengo así ya que son ellos quienes con mayor precisión han
explicado a través de sus comentarios que los parientes que la ley llama para recibir la
herencia se convierten ipso jure en sus representantes jurídicos, en otros términos, que la
propiedad y la posesión pasan en estos casos de pleno derecho desde el momento en que se
abre la sucesión a los herederos del difunto, aun sin saberlo ellos y aun cuando varias
personas sean llamadas simultáneamente, quedan comprendidas en la posesión. Tal idea fue
receptada en lo proyectado, como ya he dicho, en el art. 2286 que responde al texto de
Vélez a pesar de las críticas, según mi opinión, infundadas, que ha merecido el art. 3410
vigente por parte de cierta doctrina y el desconocimiento y apartamiento de la ley verificado
en algunos pronunciamientos jurisprudenciales (2052).
La posesión hereditaria ipso jure conocida por el Derecho Romano, por el derecho español
aplicado en América y prevista por Vélez Sarsfield ha sido salvada por el Proyecto con el
mérito de una redacción más precisa que servirá para evitar diversidad interpretativa en su
aplicación.
Respecto del texto vigente del art. 3430 del Código Civil, el Proyecto resulta innovador pero
ha de recalcarse que no lo es tanto en relación al texto original del Código. El art. 2257 de la
propuesta legislativa señala que son válidos los actos de administración del heredero
aparente efectuados antes de la notificación de la demanda de petición de herencia, salvo
que medie mala fe de él y del tercero con quien contrató. Prescribe como válidos también los
actos de disposición a título oneroso en favor de terceros de buena fe y establece los límites
de la responsabilidad del heredero aparente según haya obrado de buena fe o sin ella. La
normativa vigente establece válidos los actos de disposición pero lo limita a los que se hayan
efectuado sobre inmuebles y a título oneroso y sólo en el caso en que el heredero tuviese un
reconocimiento judicial de su calidad. Este texto, el vigente, resulta incongruente con otras
normas del Código Civil que no fueron alteradas expresamente por la reforma parcial
introducida por la ley 17711 , tal el caso de los contenidos de los arts. 3410 , 3412 , 3413 ,
3414 , 3415 , 3416 , 3417 y 3418 . Por ello considero que el Proyecto de la Comisión
Honoraria, en este aspecto logrará cumplir en mejor forma su objetivo legislativo, respecto
de las consecuencias producidas durante la vigencia del art. 3430 reformado.
El artículo propuesto como el 2287 expresa con claridad el acto jurisdiccional por el cual se
otorga la investidura hereditaria a aquellos que no la poseen de pleno derecho. Así lo que se
encontraba en la normativa formal (art. 702 , Cód. Proc. Civ. y Com. de la Nación y artículos
concordantes de la legislación provincial) ha obtenido regulación expresa en la propuesta de
normativa de fondo, sin perjuicio del análisis que tal introducción en el Código sustancial,
merezca por parte de los procesalistas y constitucionalistas.
La aplicación de la confusa normativa establecida por nuestro Código a través de los arts.
3485 al 3502 , reconoce los mismos inconvenientes suscitados en la aplicación del derecho
francés que es en el cual ha inspirado los preceptos de nuestro codificador. Idéntica falta de
coincidencia ha imperado en las posturas adoptadas por los grandes comentadores del
Código de Napoleón. Planiol reconoce la dificultad y la basa en las consecuencias del
nacimiento promiscuo de la legitimación ante la existencia de coposeedores, ya que éstos lo
han hecho para sí y para otro, tal como sostuvo Pothier (2054).
Entre nosotros, Segovia parece haber tenido una idea concordante con la de los últimos
autores citados, cuando sostuvo que el cobro que efectúe el coheredero tiene por fin traer las
cosas cobradas a la masa hereditaria que debe dividirse y no el de atribuir la propiedad
exclusiva al heredero acreedor, pues este resultado sólo puede obtenerse por la partición
(2058).
Las fuentes de nuestra legislación civil se mantienen intactas y una mayor claridad lograda
en la redacción de los textos facilitará la interpretación de quienes deban aplicar sus normas
en caso de que ello se convierta en ley vigente.
(2050) CHABOT DE L´ALLIER, Commentaire sur la Loi des Successions, T. I, Dijón, 1839,
ps. 34 y 42.
(2051) AUBRY, Charles - RAU, Charles, Cours de Droit Civil Français, 3ª ed., T. V, Paris,
1857, ps. 429 a 434.
(2052) CÓRDOBA, Marcos M., Derechos del Heredero, La Ley, Buenos Aires, 1998, ps.
59/84.
(2053) CÓRDOBA - LEVY - SOLARI - WAIGMASTER, Derecho Sucesorio, T. I, Universidad,
Buenos Aires, 1995, ps. 131 y ss.
(2054) PLANIOL, Marcel, Traité Elémentaire de Droit Civil, T. III, nro. 2342, Librairie
Générale de Droit et de Jurisprudence, Paris, 1913, p. 543.
(2055) MARCADÉ, V., Explication Théorique et Pratique du Code Civil, T. III, p. 273, T. IV,
p. 520, Delamotte et fils, Paris, 1873.
(2056) TOULLIER, C. V. M. - DUVERGIER, J. V., Le Droit Civil Français, T. II, p. 330, nro.
513, Jules Renoguarde, Paris.
(2057) AUBRY, Charles - RAU, Charles, Cours de Droit Civil Français, 3ª ed., T. V, Paris,
1857, ps. 129 a 134.
(2058) SEGOVIA, Lisandro, El Código Civil de la República Argentina con su Explicación y
Crítica bajo la Forma de Notas, T. II.