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ANTIDIÁLOGOS

Etimológicamente diálogo significa: “con discurso”, valerse del discurso para conversar entre dos o más
personas. Esta etimología le da al diálogo un aire de tranquilidad que en el fondo no es sino aparente, porque
siempre las dos partes del diálogo intentan persuadirse mutuamente y hacer valer la eficacia de sus
argumentos.
El diálogo es una de las más prodigiosas herencias que ha legado el pensamiento griego a la cultura occidental;
y digo a la cultura occidental pensando en un cuerpo de doctrinas y valores que considero cada vez más extraño
a nuestro comportamiento cultural latinoamericano, que queda tan remoto y distante de esa cultura como de
la cultura Ming o de la sumeria. Por eso no me extraño que en Latinoamérica en lugar del diálogo hayamos
inventado en antidiálogo, que se puede analizar como una vertiente de la mentalidad primitiva tal lúcidamente
descrita por Levy-Strauss. Cómo no sentirse tentado a explicar en antidiálogo adaptando a nuestra sociedad
latinoamericana estas palabras del estructuralista francés Levy- Strauss: “La mentalidad primitiva… es poco
conceptual: siente muy vivamente, pero casi no analiza ni abstrae; por consiguiente, cuando ella forma juicios
de valor, donde se expresan sus preferencias, sus odios, sus sentimientos en general y sus pasiones, es
necesario que se represente al mismo tiempo de una manera concreta, su objeto. En otros términos, así como
no construye conceptos generales abstractos, no formula juicios de valor generales fundados sobre la
comparación positiva de objetos en apariencia disímiles. Los juicios de esta clase implicarían operaciones
intelectuales, para nosotros tan simples y familiares, pero que no gustan y a la que no está habituada la
mentalidad positiva. Las evita por así decirlo instintivamente.”
El antidiálogo se convierte cada vez más en la expresión auténtica de una sociedad a la cual no prepara ni educa
para la reflexión, sino para la sumisión al autoritarismo; y no me refiero al autoritarismo despótico que parte
de cualquier autoridad constituida, sino a la conducta que adopta todo aquel que tiene uso de la palabra,
conducta que se intensifica y torna agresiva en relación directa con su falta de poder real. Asisto y protagonizo
periódicamente Antidiálogos, por ejemplo, cuando acepto las invitaciones de los estudiantes universitarios para
“dialogar” con ellos.
Debo explicar que acepto siempre porque mi terquedad de dialoguista es muy superior a la obstinación de
antidialoguistas demostrada por los estudiantes más combativos. Con regularidad alucinante, éstos formulan
la acusación de insensibilidad de los artistas contemporáneos frente a los problemas colombianos, clasifican el
arte como una ofensiva superestructura de élites, le exige que descienda a las fábricas, se torne claro y
comprensible para educar al pueblo y subsane, en una palabra, todas las fallas derivadas de décadas de sistemas
económicos y políticas paralizantes.
La imposibilidad de la reflexión que permitiría comprender ideas generales donde se incrusta naturalmente el
concepto de cultura, lleva a la fabricación patética de los “clichés” exigiendo “el compromiso”, cuestionando el
2arte moderno”, cuya motivación, fundamentos y proceso se desconocen olímpicamente y conduciendo el
antidiálogo hacia una zona inquisitorial que se emparenta peligrosamente con todos los bárbaros Ku Klux Klanes
de las derechas fanáticas. La proclamación de un arte que no se preocupe por ningún postulado estético sino
que lisa y llanamente sirva a la comunidad y la compulsión para que los artistas abandonen sus medios
expresivos para tomar el fusil o la pala para levantar retretes, parte de dos grupos violentos: el primero es el
de los antidialoguistas, atragantados de slogan y dándose golpes de pecho con el libro rojo de Mao utilizándolo
en la misma forma mecánica conque las beatas repiten el rosario; el segundo grupo es el de los artistas que,
enfrentados definitivamente a la incapacidad de crear algo válido, resuelven salirse, con indiscutible habilidad,
por la tangente de la acción que reemplaza al arte, acción que, por su puesto, nunca se lleva a cabo.
Combatir el antidialoguismo es una posición francamente impopular en un país representativo de la mentalidad
primitiva: sin embargo, debería ser una campaña permanente de profesores, escritores y artistas que creemos
que el estudiante o el contendiente irreflexivo necesita ser cuidado antes que halagado y enfrentado antes que
temido.
Marta Traba (1930-1983)

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