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Cultura y democracia en el México de la posguerra.

Apuntes para una historia en

construcción.

La democratización del sistema político nacional no obedeció a un solo actor o caudillo,

sino a un conglomerado de movimientos y expresiones políticas de muy diversos signos

que abarcaba prácticamente todo el espectro ideológico. La coyuntura que va de 1957 a

1968 revela que a pesar del “milagro mexicano” cundía el descontento entre las clases

medias que no podía participar del poder, entre el sector obrero golpeado por los bajos

salarios, y también entre los campesinos que seguían reclamando tierras y apoyos para el

campo, pese a la reforma agraria ejecutada en el periodo cardenista.

Para entonces el México rural se había esfumado, y las comedias campiranas de la

época del cine de oro mexicano eran parte de una evocación nostálgica que había sido

sepultada ya en la pantalla grande en algunos filmes clásicos en tono melodramático como

Ustedes los ricos y Nosotros los pobres (1948) de Ismael Rodríguez, que retrataban la

división y la marginación en las grandes ciudades, o cómicos como Germán Valdés Tin tan

que llevaron a la gran pantalla el tema de los migrantes mexicanos a la Unión Americana.

No podemos olvidar a Luis Buñuel quien en su película Los olvidados (1950) llamó la

atención sobre el México que estaba creciendo al margen del “Milagro mexicano,” pero ya

sin ese tono melodramático de las películas de Ismael Rodríguez. Con Buñuel termina una

época, pues además entierra la representación idílica del México rural en su filme el Río y

la Muerte (1955).

Si bien el sistema de bienestar, le proveía al ciudadano una atención desde la cuna

hasta la tumba, eso no bastaba para que la creciente población urbana se creara expectativas

de ascenso social. Esta presión la sintieron los hijos de las clases medias que podían ir a la

universidad, pero que con todo y eso no avizoraban un futuro halagüeño al egresar. Ese fue
un factor para que detonara un ciclo de huelgas universitarias desde 1956 comienza que

habrá de tener su desenlace trágico en 1968. El epicentro del primer paro estudiantil es la

Universidad de San Nicolás de Hidalgo por una demanda presupuestal. Habrá otro ahí

mismo en 1960 para pedir una reforma a la universidad, y en 1963 para rechazar una ley

orgánica impuesta por el Estado. Habría uno más en 1966 detonado por el conflicto entre la

universidad y el gobierno del Estado que culminaría con la toma de las instalaciones

universitarias por el ejército. (Gómez Nashiki, 2007, p. 1181-1182). El movimiento

estudiantil en la Universidad de Sonora en 1967 corrió con la misma suerte. El

rompimiento de las huelgas universitarias de manera violenta por parte del Estado era el

preludio de lo que estaba por venir.

Por diversas razones que aún no están muy claras creció en toda esa década una

politización de los estudiantes, y su radicalización fue leída por el gobierno como una

manipulación “comunista.” Por aquella época se extendió un macartismo a la mexicana

alentado por el contexto de la guerra fría, y eso explica porque los funcionarios del

gobierno veían comunistas por todos lados. Esto no quiere decir que la influencia de las

juventudes del Partido Comunista Mexicano no se hiciera patente en los movimientos

estudiantiles de esa década, pero no por ello puede decirse que todos y cada una de estas

expresiones fueran obra y gracia de los comunistas. No obstante, la tesis del complot

comunista corrió como reguero de pólvora alentada desde los medios y asumida por los

miembros de la policía política mexicana.

Así las cosas, el escenario estaba puesto para el conflicto que sería el zénit de las

confrontaciones entre los estudiantes y el gobierno en 1968. Como señala Elena

Poniatowska en su crónica, todo empezó con un pleito entre alumnos de las vocacionales 2

y 5 del Politécnico nacional y la preparatoria Isaac Ochotorena incorporada a la UNAM,


entre el 22 y el 23 de junio del 68, mismo que fue reprimido violentamente por el cuerpo de

granaderos de la ciudad de México gobernada en ese entonces por el regente Ernesto

Uruchurtu. Ante la violencia con la que la policía reprime a los estudiantes, se integra un

movimiento que al inicio pedía la desaparición del cuerpo de granaderos y la destitución de

los jefes policiacos de la ciudad de México.1 El conflicto fue escalando hasta volverse

nacional, aunque tuvo su epicentro en la ciudad de México donde estaba la sede del

Consejo Nacional de Huelga (CNH) integrado por estudiantes del Politécnico nacional y de

la UNAM. El manejo torpe por parte de los cuerpos de seguridad del Estado de un conflicto

aparentemente sin importancia, derivó en una huelga estudiantil que se extendió varios

meses hasta concluir el 2 de octubre de 1968, en la plaza de las tres culturas en la unidad

habitacional Tlatelolco. En ese lugar sucumbieron un número indeterminado de personas

cuando se desató el fuego cruzado entre los militares que resguardaban la plaza durante un

mitin del CNH, y los miembros del batallón Olimpia apostados en los apartamentos de los

edificios aledaños a la plaza. La represión de Estado se había consumado.

La respuesta violenta por parte del Estado hacia el movimiento estudiantil puede

obedecer desde luego a la tradición autoritaria del régimen a la que ya se ha aludido

ampliamente. Pero como señala Ariel Rodríguez Kuri, la inminencia de los juegos

olímpicos que estaban por celebrarse en México en octubre de 1968 era una presión brutal

que soportaba el gobierno de Díaz Ordaz. Simplemente el gobierno no concebía iniciar las

olimpiadas en la ciudad de México tomada por los estudiantes, y prácticamente en estado

de sitio. Precisamente como nos dice Kuri, México había sido elegida sede olímpica para

fungir como pararrayos del conflicto entre capitalistas y comunistas, como espacio

“neutral” en plena guerra fría.


1Ariel Rodríguez Kuri, “Los primeros días. Una explicación de los orígenes inmediatos del movimiento
estudiantil de 1968” p. 198.
Por otro lado, el mismo autor señala que el movimiento estudiantil no era lo popular

que se ha pensado, pues diversos sectores de la población apoyaban una solución violenta

del conflicto. Había pues una ansiedad propia de un conservadurismo social que se enfrenta

a la ruptura representada por los jóvenes. Kuri identifica un coro de voces que iba desde

ciudadanos comunes hasta miembros del partido que pedían abiertamente la represión de

los estudiantes movilizados vistos como “delincuentes juveniles” y agentes del caos y el

desorden. Incluso decían algunos, el asunto era de origen sexual, pues las minifaldas de las

muchachas despertaban pulsiones muy difíciles de controlar que se canalizaban en las

protestas sin razón y en los “actos vandálicos” supuestamente perpetrados por los

estudiantes (p. 530). Incluso la extrema derecha ideológica le dio el aval al gobierno para

que actuara con mano firme contra los “revoltosos,” pues los dos Salvadores, Abascal y

Borrego le enviaron sendas cartas al presidente para pedirle que actuara sin vacilar. En ese

momento es cuando la paranoia anticomunista tuvo un efecto poderoso, pues Díaz Ordaz y

su entorno inmediato notaron que fuera de las escuelas se estaba formando una corriente de

opinión que apoyaba la represión violenta del movimiento estudiantil y el apresamiento de

los líderes del movimiento (P. 536).

Si se nos permite la licencia psicoanalítica, la rebelión de los estudiantes no solo es

contra el gobierno, es también contra el orden patriarcal y sus valores judeocristianos. Con

señala Eric Hobsbawm, en la posguerra tiene lugar una revolución social y cultural, pues

las mujeres se integran al mercado laboral trastocando con ello los papeles de género y la

propia estructura familiar de Occidente. También en este proceso serán factores importantes

el descubrimiento de la píldora anticonceptiva como dice Anthony Giddens, pues con esto

no solo se regulo el ciclo de procreación o concepción, sino que además la mujer alejo el

miedo a la muerte en el parto que milenariamente la había acompañado, y tomó control de


su cuerpo y de su sexualidad por primera vez quizá desde el establecimiento del sistema

patriarcal.

Por otro lado la emergencia de los jóvenes como el grupo protagonista en la

sociedad de posguerra fue de la mano con su rápida colocación laboral, que le permitió

consumir los productos de una naciente industria cultural que producía rock and roll y

moda juvenil. En el contexto mexicano, el rock and roll sustituyó entre los jóvenes a los

ritmos afrocaribeños que hasta entonces dominaban la escena artística. Este ritmo fue

introducido por las disqueras controladas por los Azcárraga, quienes además habrían de

fundar telesistema mexicano en 1955. Ya desde la década de los 50s, el rock fue asociado

con lo moderno, con la juventud, y con la rebeldía por antonomasia. Si bien al inicio hay

cierta idealización de los jóvenes en películas como Viva la juventud (1955) al representar

al estudiante de la UNAM y del Politécnico, como moderno y comprometido con el

progreso de México, ya en Locura del Rock and roll (1957), la escena final es una batalla

campal entre universitarios y politécnicos al ritmo de rock. Después habrá varias más donde

se va a censurar de manera sistemática el comportamiento de los jóvenes de la época,

asociando riesgo y pandillas con el rock, como Juventud desenfrenada (1956), la Edad de

la tentación (1959), Jóvenes y rebeldes (1961) donde aparece Billy Halley, la Edad de la

violencia (1964) y Juventud sin ley por mencionar algunas.

En ellas se aborda la rebeldía del adolescente, las conductas de riesgos muy al estilo

de Rebeldes sin causa (1955) de Elia Kazán, pero siempre con un toque moralino y

aleccionador, recordándole a la audiencia cuál era el camino de las buenas costumbres, y

señalando a la vez la transgresión de las normas que significaba la nueva cultura juvenil. Al

ver este ciclo de películas da la impresión que el trasfondo es regañar a los jóvenes y dejar

en claro que adoptando modas extranjeras se apartan de los valores morales imperantes. El
regaño también llega a los padres, a los que se les reprocha la falta de atención hacia su

familia. Hay desde luego un afán de normar y de regular la conducta de aquellos que se han

desorientado para rehabilitarlos, y sobre todo para proscribir la trasgresión de los valores

tradicionales y de los papeles de género preestablecidos. Estas expresiones contraculturales

pueden verse recogidas por José Agustín primero en sus obras literarias, y luego en su obra

de síntesis La contracultura en México. También puede verse Luz externa (1974), filmada

en Super 8 basada en un texto El Rey se acerca a su templo del propio José Agustin, que

no fue terminada sino hasta 1992 por Sergio García y Edda Rayet según Álvaro Vázquez

Mantecón, luego en 2008 se le agregó la voz en off de Gabriel Retes. El otro gran

contrapunto de este proceso contracultural será el festival de rock en Avandaro celebrado

en 1971 donde ya se muestra una evolución del rock nacional y que tuvo también cierta

connotación política porque mostró que esta cultura juvenil ya se había extendido, a pesar

la oposición gubernamental. Se piensa que desde entonces el Estado boicoteó

sistemáticamente todos los conciertos de Rock hasta que en 1981 regresó Queen a Puebla.

Con el movimiento del 68, no solo entró en crisis el sistema político, pues de la

mano del desprestigio sufrido por el Estado a causa de la represión sistemática, también se

iba revelando el agotamiento del modelo económico iniciado en la década de los 50s. De

hecho el crecimiento demográfico era otra de las variables que impactaba en la dinámica

propia del sistema político. Desde mediados de los 60s, Francisco López Cámara, advertía

que la supuesta rebeldía sin causa de los jóvenes, en realidad tenía origen en el crecimiento

de una clase media descontenta por el agotamiento del mercado laboral (1973). p. 97

Es decir, los jóvenes rebeldes que organizaban movimientos estudiantiles, no eran

impulsados por fuerzas extranjeras oscuras y desestabilizadoras como señalaban los

partidarios del régimen. Todo lo contrario, para López Cámara, la explicación era que los
jóvenes ingresaban a las universidades con grandes expectativas que luego se veían

frustradas al no haber suficiente trabajo para ellos. Eso se tradujo en una rebelión de las

clases medias que como ya se vio se movilizaron contra el libro de texto en 1959, y de paso

alimentó la rebeldía de los estudiantes en las universidades.

Lo que se planteaba entonces es que el sistema simplemente era incapaz de crear

nuevos espacios de trabajo para los egresados de la educación superior y tampoco podía

integrados en la estructura corporativa del régimen. Como ya se sabe un sector minoritario

de estos jóvenes habría de radicalizarse aún más tomando el camino de la guerrilla,

mientras que otro terminaría por buscar el cambio por la vía electoral, quizá votando por

Partido Acción Nacional, o por el Frente Cardenista en las elecciones del 68. López Cámara

vio claramente que ya desde la elección del 70, había un crecimiento de la base electoral

panista que dada la tendencia demográfica ganaría más terreno hasta conducir al país hacia

un modelo bipartidista (P. 84). En esto tuvo López Cámara, voz de profeta.

El Leviatán bajo asedio.

La masacre del 2 de octubre del 68, fue un evento que conmovió a Octavio Paz que hasta

entonces había asumido una actitud reformista. El mismo siendo embajador de México, en

la India, presentó su renuncia al servicio exterior mexicano el 4 de octubre del mismo año.

Al respecto hay una polémica en curso, pero más allá de resolución resulta claro que la

postura de Paz frente al evento mismo fue de absoluto y público repudio. La carta que

presenta el 4 de octubre al entonces Secretario de Relaciones exteriores, Antonio Carrillo

Flores no deja lugar a dudas de su postura, frente a las políticas represivas del Estado.

Más adelante publica Posdata (1969), la continuación al Laberinto de la Soledad donde

Octavio Paz afirma que la muerte de los estudiantes en Tlatelolco había sido una atrocidad,

un acto desmesurado de abuso de poder. En primer término, pone en perspectiva el


movimiento estudiantil, y lo observa como un signo de los tiempos. Los movimientos

juveniles a juicio de Paz, tienen pues un rasgo de universalidad. Si bien todo comenzó con

un pleito de preparatorianos, el movimiento estudiantil fue tomando vuelo hasta volverse

legítima expresión de la conciencia popular que clamaba la democratización del país. P.

250. Pero el gobierno no escuchó, estaba demasiado petrificado o más bien acostumbrado a

detentar un poder aplastante como para dialogar, así lo había demostrado con todos los

movimientos de la década de los 60s.

Según Paz, el partido de Estado no conocía la democracia interna, pues era

dominando por un “grupo de jerarcas, que a su vez prestan obediencia ciega al presidente

en turno.” Paz menciona que la reforma democrática propuesta por Carlos Madrazo habría

sido la solución a la crisis que vivía el país en toda la década de los años 60s. Su fracaso,

era la evidencia de que el tiempo de una reforma interna para despresurizar el sistema había

pasado. P. 258. En lugar de eso, se impuso el culto obsceno al presidente, al gran Tlatoani

sexenal, que tornaba al congreso de la unión en pleno, en una institución que más que

legislar, se dedicaba a adular hasta la ignominia los discursos presidenciales cada 1 de

septiembre.

El inmovilismo del sistema, y su respuesta represiva es representado por Paz

mediante la analogía al culto prehispánico en las pirámides a los dioses nahuas que

reclamaban de cuando en cuando, un auténtico festival de sacrificios humanos. p. 291. Así

como los antiguos dioses demandaban derramamiento de sangre para preservar el orden

cósmico, inmóvil e invariable, ajeno al cambio, el Tlatoani sexenal sacrificó a sus hijos

para preservar el orden político sin cambio alguno, y lo hizo justo en Tlatelolco, antiguo

teocalli, donde se practicaban sacrificios humanos. Herencia negra si se quiere, pero


vigente que atraviesa la historia mexicana hasta desembocar en el sacrificio ritual del 2 de

octubre, ahí termina el movimiento estudiantil y también termina una época. P. 252.

El gobierno de Díaz Ordaz se justificó diciendo que había actuado en legítima

defensa de los intereses de la nación amenazados por fuerzas malignas que desde el

extranjero amenazaban con desestabilizar al país en vísperas de las olimpiadas a celebrarse

en octubre de ese año. Díaz Ordaz asumió la responsabilidad por los sucesos del 2 de

Octubre durante su quinto informe de gobierno el 1 de septiembre de 1969, eximiendo a

Luis Echeverría, su secretario de gobernación y futuro sucesor, de cualquier culpabilidad.

La paranoia anticomunista se había apoderado de él, y era alimentada constantemente por

sus propios subalternos. Incluso había una serie de libelos que ofrecían la versión oficial del

movimiento: todo era una conjura comunista para dar un golpe de estado en el país,

entonces se debían de tomar decisiones drásticas, pues la patria estaba en juego.2

Esta postura la reafirmaría luego en una entrevista concedida en 1977, cuando fue

nombrado como embajador en España, donde señaló que no consideraba a Tlatelolco como

parteaguas histórico. Decía que México era el mismo México, antes y después de

Tlatelolco, que ese evento era un incidente penoso en la vida de un pueblo. Cuando se le

pregunta su parecer por la renuncia de Carlos Fuentes a la embajada de Francia, señala que

él en calidad de presidente no había tenido nada que ver, pero que le había provocado

mucha risa, y que Fuentes se erigía en juez de acontecimiento que no había presenciado.

Para Díaz Ordaz, los muertos eran pocos, no habían pasado de 30 o cuarenta, entre

soldados, alborotadores y población civil. El expresidente, defendía en ese momento que

2Destaca el texto El Mondrigo. Bitácora de lucha del Consejo Nacional de Huelga, no se sabe la fecha exacta
de su edición, se rumora que fue escrito por Jorge Joseph por instrucciones de Fernando Gutiérrez Barrios a
partir de los informes de la DFS con la intención de hacer aparecer al movimiento como una conjura
comunista internacional. Al respecto véase Pablo Tasso, historiografía oficial de 1968, Tesis de doctorado,
UAM-A, 2014, consultado en
http://posgradocsh.azc.uam.mx/egresados/079_TassoP_Historiografia_oficial_1968.pdf
los soldados y los civiles en la plaza habían sido agredidos por agitadores desde el edificio

Chihuahua. Luego dijo que estaba orgulloso de su trayectoria como servidor público, y

sobre todo estaba orgulloso de haber salvado al país en el año del 68, arriesgando todo, su

integridad, la investidura y la de su familia, e incluso el paso de su nombre a la historia. Esa

fue su versión final.3

Díaz Ordaz no solo desmintió a Fuentes, sino que lanzó sobre Paz en una entrevista

concedida a Ernesto Sodi Pallares en 1970, al decir “¡ese que va a renunciar! cómodamente

pidió que se le pusiera en disponibilidad, acudió al expediente burocrático para conservar la

chamba y prácticamente está con licencia indefinida.” Así Díaz Ordaz, le quitaba mérito a

las críticas de los intelectuales, pues desde su lógica eran oportunistas y falsos, personajes

sin convicción, figurines que nada entendían de las verdaderas razones y compromisos de

un hombre en el ejercicio del poder. La propia personalidad y acciones políticas de Díaz

Ordaz representan en buena medida la figura patriarcal por excelencia que no acepta el

cambio generacional, ni mucho menos las modas del rock and roll o del amor libre. Como

dice Enrique Krauze, era amante del orden establecido y proclive al enojo, y en grado

último no vacilaba en reprimir a quien fuese con tal de recuperar ese orden al fungir como

cancerbero del sistema.

La represión por supuesto no terminó en Tlatelolco, pues además de los cerca de

300 muertos del 2 de octubre, los líderes más visibles fueron encarcelados en la prisión de

Lecumberri. Luis González de Alba, uno de los miembros destacados del CNH dejo una

inmejorable crónica sobre el 68 y de su experiencia en la cárcel: Los días y los años (1971).

Ahí está todo condensado, las agresiones que sufrieron en la prisión a manos de los

3Los fragmentos de las entrevistas fueron editadas y proyectas en un programa especial por canal 40 CNI para
conmemorar el 30 aniversario del 68, puede ser revisado en https://www.youtube.com/watch?
v=IQwBly9Ionw
delincuentes comunes, las carencias y privaciones, entrelazado con un relato puntual del

movimiento, los sectores que lo integraron, los comunistas y su tradicional sectarismo,

junto con los jóvenes clasemedieros, el pleito de las vocacionales y la represión policiaca,

la atmosfera internacional: cuba y Vietnam, el pliego petitorio, las marchas, los mítines y

los choques con los granaderos, las brigadas, la toma de CU y el Politécnico por parte del

ejército, el batallón Olimpia, los infiltrados y las diferencias entre los líderes del CNH.

En la crónica de González de Alba hay un homenaje a los líderes obreros

encarcelados junto con él, Vallejo y Campa. Además hay una sentido de autocrítica en su

narrativa sobre la falta de objetivos claros del CNH, ¿cuál era el objetivo? ¿qué buscaban?

¿derrocar al gobierno? ¿reformarlo? De Alba devela que no tenían claro el rumbo final del

movimiento. También revela los excesos, las discusiones interminables que no conducían a

nada, la confusión, el protagonismo de ciertos líderes, y la infiltración del movimiento. El

texto de González de Alba también es notable porque aporta un diagnóstico de aquello que

hacia poderoso al régimen priista. Uno de sus puntales, decía eran los sindicatos a los que

se debía de liberalizar una vez eliminados los líderes “charros,” y con esto se daría un golpe

mortal al sistema político mexicano. P. 38.

En esto coincide González de Alba con Octavio Paz que veía en el corporativismo

un grave obstáculo para la vida democrática del país. En esta coyuntura la legitimidad del

régimen quedó seriamente comprometida como ya se ha analizado, pero al mismo tiempo

queda patente el poderío y el grado de violencia que podía alcanzar para eliminar a sus

opositores. De ahí en adelante, el sistema vivirían en esa crisis de legitimidad constante.

El texto de Luis González de Alba es un testimonio de esa violencia de Estado y sus efectos

sobre todo una generación que en sus propias palabras quedó rota por el trauma sufrido. El

mismo se quitaría la vida un 2 de octubre de 2016.


Quizá la mejor representación de esta violencia de Estado en el cine fue lograda por

Felipe Cazals, en dos películas El Apando y Canoa, ambas estrenadas en 1976. La primera

se basa en la novela homónima de José Revueltas, quien la había escrito preso en

Lecumberri, y publicada en 1969. La trama devela la corrupción y degradación del sistema

carcelario mexicano, y el sistema de castigos que incluía el encierro en una celda de

castigo, el apando, que condenaba a los presos a un sufrimiento atroz. Destaca en la

película de Cazals, la escena al final donde tres presos son sometidos en uno de los patios

con una brutalidad y una violencia totalitaria, paroxística y alegórica de los tiempos que

corrían cuando aparece el filme.

En Canoa, sigue la misma tónica al mostrar el linchamiento de 5 trabajadores de la

Universidad de Puebla que habían subido al poblado de San Miguel Canoa para hacer una

excursión al cerro de la Malinche. Ahí en ese poblado los agarró la noche y decidieron

quedarse. Todo iba bien pues recibieron asilo en casa de unos de los pobladores. Sin

embargo, en paralelo el párroco del lugar Enrique Meza Pérez se confabuló con los

habitantes ya alcoholizados para que se lanzaran contra los supuestos estudiantes

comunistas, que eran en realidad los excursionistas. Lo que siguió después fue dantesco,

una turba enardecida llegó a donde estaban los jóvenes quienes terminaron por ser

linchados, tres de ellos murieron junto con el campesino que los había asilado. Los otros

dos se salvaron de morir al llegar el ejército para detener a la turba asesina.

Casi al inicio de la película Calzals, hay una escena que incluye un desfile del

ejército mexicano del 16 de septiembre que va en paralelo a un contingente que asemeja

una marcha de protesta, pero que en realidad es un cortejo fúnebre. En apariencia esta

escena no tiene relaciona con las anteriores, ni con las posteriores, es como si fuera ajena,

gratuita. No obstante, se trata de una referencia alegórica que traza un paralelismo entre la
muerte de los trabajadores universitarios poblanos y los estudiantes en Tlatelolco el 2 de

octubre. Los muertos de Canoa, linchados por la turba son los estudiantes en la plaza de

Tlatelolco acusados de ser comunistas, sometidos a una violencia inaudita, absurda e

irracional. El cine de Cazals irrumpe con una fuerza tremenda es crudo, directo, brutal, sin

concesiones, sin música ranchera, y sin el moralismo ni sentimentalismos propios del cine

mexicano de oro.

En medio de esa atmosfera, asume el poder Luis Echeverría, el secretario de

gobernación del Díaz Ordaz, señalado como un autor intelectual de los hechos del 2 de

octubre. Por tal motivo, Echeverría deseoso de congraciarse con el sector de los estudiantes

y de los académicos concedió la amnistía a los líderes del 68 presos en Lecumberri, y

demás presos políticos como Valentín Campa, Demetrio Vallejo y al propio José Revueltas.

Además aumentó los subsidios a las universidades, e institutos técnicos del país, y funda

nuevas universidades como la Autónoma Metropolitana en 1974 con la intención de

integrar a la disidencia estudiantil al aparato académico o a la burocracia estatal. (Krauze,

p. 405).

No obstante, el lado oscuro de Echeverría emergió de nuevo, pues se le

responsabiliza de estar detrás de la matanza del jueves 10 de junio de 1971. Un grupo de

estudiantes y algunos líderes excarcelados del 68 organizan una marcha para protestar

contra la represión sufrida por estudiantes en Nuevo León. La manifestación partió del

casco de Santo Tomás, pero fue interceptada por los granaderos y por un grupo de jóvenes

que después se sabría, eran los halcones. Se trataba de un grupo paramilitar que atacó a los

estudiantes, primero con palos y luego con armas de fuego, derivando esta acción de nueva

cuenta en un número indeterminado de muertos y heridos.


Con esto se había consumado una vez más la represión a un movimiento estudiantil,

sin miramientos ni contemplaciones. Echeverría le apostaba a un olvido rápido de los

hechos del 10 de junio, pues contaba con el control de casi todos los medios de

comunicación. Incluso tenía en ese momento el apoyo de algunos intelectuales como

Fernando Benítez y el mismo Carlos Fuentes, entonces embajador de México en Francia.

Ese respaldo, a pesar de las sospechas y acusaciones que pesaban sobre Echeverría,

impulsaron al escritor Gabriel Zaid a publicar una carta a Carlos Fuentes el 12 de

septiembre de 1972 en la Revista Plural dirigida por Octavio Paz, donde le reclamaba su

cercanía con Echeverría. Le reprochaba que pusiera su autoridad moral, su prestigio al

servicio de un político al que se le podían objetar al menos 3 acciones: 1) su silencio sobre

los hechos del 68, cuando era nada más y nada menos que el secretario de gobernación; 2)

su escaza voluntad para aclarar, pese a sus promesas, la matanza del jueves de Corpus; y 3)

la reubicación de los funcionarios de la ciudad de México involucrados en garantizar la

seguridad de los estudiantes aquel jueves de Corpus. Zaid desconfía de Echeverría y lo

emplaza a resolver el caso del Halconazo, mientras que le reclama a Fuentes su cercanía

con el poder. (Para leer en bicicleta, 1975).

Al respecto, Daniel Cosío Villegas habrá de ser particularmente crítico con la figura

de Echeverría. En su texto El sistema político mexicano (1973) señala que uno de los

graves problemas del régimen es sin duda el excesivo poder que acumula el presidente de la

república quien tiene subordinados a los otros dos poderes de la unión: el legislativo y el

judicial. Así el presidente encabeza una monarquía absoluta y hereditaria en línea

transversal. P. 31. También le reprocha al Partido de Estado no haberse democratizado a

tiempo porque siempre se recurre al tapadismo, o selección oculta e invisible de los

candidatos a puestos de elección popular. P. 59. En ese mismo texto cuestiona las
limitaciones de la competencia partidista, pues el partido de Estado siempre se impone de

manera aplastante a otros partidos que sirven de comparsa, o incluso son satélites propios

del sistema.

A pesar del autoritarismo imperante, en el sexenio de Echeverría floreció un

vigoroso movimiento contracultural de cineastas que además del ya mencionado Casalz, era

integrado por Arturo Ripstein, Jaime Humberto Hermosillo, Jorge Fons, Gabriel Retes,

incluso Luis Alcoriza antiguo guionista de Luis Buñuel. Todos ellos, supieron representar

en la pantalla de una manera excepcional la cruda realidad nacional que por aquellos años

se desbordaba.

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