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Zygmunt Bauman

Nacimiento: poznan, Polonia, 1925

Biografía de Zygmunt Bauman

Sociólogo polaco, Zygmunt Bauman es uno de los grandes pensadores europeos de


la actualidad. Residente en Inglaterra, Bauman ejerce la docencia en la Universidad de
Leeds y su trabajo ensayístico abarca numerosos sujetos, entre los que habría que
destacar su personal tratamiento del enfrentamiento entre modernidad y
postmodernidad, así como su obra dedicada a los movimientos obreros o la
globalización.

Durante su infancia, creció en la Unión Soviética y posteriormente militó en el Partido


Comunista mientras ejercía de profesor en Varsovia. Tras una purga antisemita fue
destituido y decidió abandonar Polonia para instalarse en Leeds desde 1971.

Hay que destacar las teorías en las que conecta Holocausto con modernidad y
también su teoría de modernidad sólida y líquida, donde se aleja de las tesis
habituales en el análisis de la postmodernidad.

Entre otros premios y reconocimientos, Bauman ha sido galardonado con el Premio


Amalfi de Sociología y Ciencias Sociales (1992) y el Theodor W. Adorno (1998).

LIBROS Y OBRAS

Ceguera moral
¿Para qué sirve realmente un sociólogo?
¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?
La cultura en el mundo de la modernidad líquida
Vigilancia líquida
Modernidad y ambivalencia
Sobre la educación en un mundo líquido
Esto no es un diario
La cultura como praxis
44 cartas desde el mundo líquido
Mundo consumo
El arte de la vida
Libertad-
Arte ¿líquido?
Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores.
Vida de consumo
Confianza y temor en la ciudad: vivir con extranjeros
Ética posmoderna
Europa, una aventura inacabada
Tiempos líquidos
Vida líquida
Amor líquido
Identidad
Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias
Modernidad líquida 
En busca de la política
La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones
La sociedad sitiada
La postmodernidad y sus descontentos 
La sociedad individualizada
Daños colaterales
Trabajo, consumismo y nuevos pobres
La globalización. Consecuencias humanas.
Ceguera moral
¿Para qué sirve realmente un sociólogo?
¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?
La cultura en el mundo de la modernidad líquida
Vigilancia líquida
Modernidad y ambivalencia
Sobre la educación en un mundo líquido
Esto no es un diario
La cultura como praxis
44 cartas desde el mundo líquido
Mundo consumo
El arte de la vida
Libertad
Arte ¿líquido?
Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores.
Vida de consumo
Confianza y temor en la ciudad: vivir con extranjeros
Ética posmoderna 
Europa, una aventura inacabada
Tiempos líquidos 
Vida líquida
Amor líquido
Identidad
Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias
Modernidad líquida 
En busca de la política
La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones
La sociedad sitiada
La postmodernidad y sus descontentos
La sociedad individualizada 
Daños colaterales
Trabajo, consumismo y nuevos pobres
La globalización. Consecuencias humanas.
Modernidad y Holocausto
Pensamiento líquido. Análisis del pensamiento de Zygmunt Bauman.

Por Carlos De la Rosa Xochitiotzi.


Publicado en El Extranjero

“La vida líquida es una vida precaria y vivida

en condiciones de incertidumbre constante”

-Zygmunt Bauman, Vida Líquida

Durante siglos las estructuras sociales se mantuvieron estables; los límites y


estándares instaurados por las mismas eran inalterables y hasta cierto punto también
incuestionables. La sociedad occidental estaba compuesta por instituciones rígidas
donde se valoraba lo perdurable, la unión, la tradición y la capacidad de
comprometerse a largo plazo. Instituciones sociales como el matrimonio y la familia
estaban creadas a partir de moldes que no dejaban lugar para la improvisación.
Precisamente por la rigidez de las instituciones sociales y por la naturaleza de los
valores que se enaltecían es por lo que el sociólogo Zygmunt Bauman califica a esa
época como la modernidad sólida. La modernidad sólida y sus múltiples características
parecen tan lejanas a la actualidad donde lo característico es precisamente lo
contrario: lo efímero, lo mutable y lo impredecible.

El sociólogo polaco, catedrático emérito de las universidades de Leeds y Varsovia, ha


retratado a través de sus múltiples obras la época actual que denomina modernidad
líquida. Desde su perspectiva la sociedad actual se encuentra desprovista de cualquier
tipo de barreras que canalicen su cauce y por lo tanto fluye libremente; en la sociedad,
como en los líquidos nada se mantiene firme y todo adquiere formas temporales e
inestables. Dadas las características que generan una perfecta analogía con los
líquidos, el calificativo de edad líquida que Bauman otorga a la actualidad es acertado.
Bauman insiste en enfrentar la dicotomía de la modernidad sólida y la modernidad
líquida contrastándola con la visión que presenta a la posmodernidad en
contraposición con la modernidad; denominaciones distintas que expresan mismos
conceptos. El presente ensayo busca introducir al lector en el pensamiento de
Bauman, y su análisis incisivo de la sociedad actual.

Aquel que esté familiarizado con la historia moderna sabe que gran parte de las luchas
del ser humano en la época reciente consistieron precisamente en intentar
desquebrajar estructuras y modificar pautas que regulaban la vida social y que
paulatinamente la petrificaron limitando drásticamente las posibilidades del individuo
dentro de la misma. La existencia se encontraba reducida a momentos claves en los
cuales se tomaban las grandes decisiones que sesgarían definitivamente el rumbo, no
había más margen de acción y prácticamente la vida se encontraba definida por los
patrones preexistentes que sólo quedaba aceptar sin reparo. La modernidad celebró la
capacidad de derretir todas las instituciones que se mantenían congeladas. Podemos
afirmar con certeza que ese objetivo se logró. Desde las intocables cúpulas de poder
hasta la parte que el individuo común jugaba dentro de la sociedad, la modernidad
sólida fue derretida para dar lugar a la modernidad líquida. La vida líquida es aquella
en la que el hombre no acepta más un molde preexistente sino que crea el propio y
que incluso no se limita a aquel que él creó sino que está dispuesto a cambiar de
molde la mayor cantidad de veces. La solidez, sinónimo de estancamiento, fue
rebasada y el hombre se entregó al fluir indiscriminado de la modernidad, al torrente
que lo desafía con su cada vez mayor velocidad. Las posibilidades de acción ahora
son infinitas, como infinitas las formas que pueden tomar los líquidos.

La globalización es el gran producto y al mismo tiempo el gran motor detrás de la


modernidad líquida. Como proceso busca precisamente romper la mayor cantidad de
barreras, acabar con esos límites que se consideraban impenetrables; la globalización
invita al flujo, al movimiento, a no echar raíces en ningún lugar, a ser ciudadano del
mundo y a ser ciudadano de ningún lugar. La política, ética y la cultura atravesaron el
gran cambio que implicó pasar de lo sólido a lo líquido. Basta ver los nuevos
estándares de la ética, tan distintos a aquellos que se pregonaban tiempo atrás, las
pautas sociales se han aflojado por decirlo de una manera, la antigua rigidez de las
mismas ahora parece más bien maleable e incluso, sin parecer alarmista, inestable.

El ámbito de las relaciones humanas ha sido el que ha experimentado cambios más


drásticos en la transición de la modernidad sólida a la líquida, la institución social del
matrimonio evidentemente ha sido modificada como lo aborda en su obra Amor
Líquido. A diferencia de lo que ocurría en la modernidad sólida, pocos son aquellos
que contraen matrimonio con la convicción de que se trata de un “para siempre”. La
capacidad del hombre actual para asumir compromisos a largo plazo, por no decir de
por vida, se ha visto mermada; ahora se ve con recelo la posibilidad de atarse a un
compromiso sobre todo si se piensa en todo a lo que se renuncia. Pocos están
dispuestos a comprometerse sin reservas por miedo a resultar dañados en caso de
que el compromiso se disuelva, algo altamente probable. El miedo a quedarse atado y
así perder la libertad, tan apreciada por la modernidad líquida, ha resultado en una
acentuada fragilidad en los vínculos humanos. El hombre no está dispuesto a vivir su
vida bajo reglas preexistentes que limiten sus posibilidades. Como resultado del
modelo de vida consumista las relaciones humanas son mercantilizadas y se
mantienen solo con base en los beneficios que proporcionan, una vez que éstos
terminan se convierten en una empresa fallida que es urgente abandonar. “La vida
líquida es una sucesión de nuevos comienzos con breves e indoloros finales”. Aunque
la necesidad de unión está latente, el miedo a profundizar impide crear lazos firmes, la
contradicción acentúa la angustia.

Las implicaciones de la transición hacia la vida líquida no se limitan a los vínculos


íntimos sino también a otros aspectos de la convivencia social, por ejemplo el ámbito
laboral. El profesional modelo es aquel que posee la capacidad para imponerse cada
vez más y distintos retos profesionales. Un empleo de por vida no parece suficiente, el
hombre está cada vez más ávido de experimentar distintas labores y las empresas
buscan contratar gente dispuesta a dejarlo todo con el fin de cumplir las exigencias del
trabajo, gente que no esté arraigada a un lugar sino que se encuentre todo el tiempo
con las maletas hechas. El vertiginoso desenvolvimiento del mundo profesional
atemoriza a los incautos, a los lentos que no pueden seguir su ritmo y los agobia con
el miedo de quedarse atrás, de no cumplir con las expectativas que se tienen de él.
Nadie quiere unirse a ese despreciable grupo de desechos humanos; aquellos seres
que son incapaces de avanzar con la corriente, aquellos aletargados, rebasados y
finalmente proyectados fuera del caudal.

Las implicaciones de la transición hacia la vida líquida no se limitan a la convivencia


social. La modernidad sólida, equiparada con el industrialismo, celebraba la creación
de productos cada vez más durables, diseñados para usarse el mayor tiempo posible;
al contrario en la modernidad líquida, empatada con el consumismo, se celebra lo
efímero y la capacidad de sorprender con nuevos productos que hagan parecer
obsoletos a los previos. Nada está ya diseñado para durar una vida sino sólo el tiempo
necesario para la producción de un nuevo comercial que anuncie lo nuevo en la línea
de determinado producto. Todos los productos contienen fecha de caducidad. En un
fragmento de su libro Vida Líquida, Bauman afirma sintetizando atinadamente la idea
antes expuesta “El consumismo no gira en torno a la satisfacción de deseos, sino a la
incitación del deseo de deseos siempre nuevos”. El consumismo no consiste, como
algunos pueden llegar a creer, en acumular bienes sino en usarlos y desecharlos para
hacer espacio para nuevos. “La vida líquida es una vida devoradora, asigna al mundo,
personas y todo lo demás el papel de objeto de consumo que pierde su utilidad en el
transcurso mismo del acto de ser usados” afirma acertadamente Bauman exponiendo
lo que él define como una mercantilización de la existencia misma.

Aunque son múltiples las voces que califican al trabajo de Bauman como una exégesis
de ideas anteriores, es de aplaudirse lo asertivo de su metáfora; brillante forma de
expresar las contradicciones y cuestionamientos que encarna el posmodernismo.
Bauman no nos enseña cosas que no supiéramos pero sí nos abre los ojos muchas
veces sobre cosas que nos resultaban indiferentes y hace una invitación a detenerse a
reflexionar en un mundo que lo empuja a hacer todo menos eso. La modernidad
buscaba reemplazar las decimonónicas estructuras de la sociedad sólida por nuevas
estructuras fundadas en la razón; el proyecto se encuentra inconcluso pues dio el
primer gran paso al derrumbar a las antiguas pero nunca fueron construidas las
nuevas estructuras sociales. Es precisamente éste punto lo abordado por la obra del
sociólogo polaco; las estructuras que reemplazarían a las antiguas nunca fueron
erigidas y su lugar fue ocupado por lo líquido, lo inestable, lo frágil, lo que espera
solidificarse de nuevo o evaporarse.
EL NIÑO CONSUMISTA

En la era de la modernidad líquida, la distinción entre sujeto y objeto cedió su espacio


(inevitablemente) a la de “consumidor” y “objeto de consumo”. Y así como todo sujeto
corre peligro de ser tomado como objeto (por otro sujeto), todo consumidor corre el
riesgo de convertirse en objeto de consumo (por otro consumidor). El homo eligens (el
hombre elector –no el que realmente elige–) es “un yo permanentemente
impermanente, completamente incompleto, definidamente indefinido y auténticamente
inauténtico”, aquel que, ante un problema, no dudará en buscar su solución en un
centro comercial (o en varios); única forma de encontrar consuelo en la vida líquida.
Eterno insatisfecho, el homo eligens busca la felicidad como el motivo principal de su
existencia pero no puede hallarla (la felicidad no es ni será nunca un objeto de
consumo): “La infelicidad resultante añade motivación y vigor a una política de la vida
de claros tintes egocéntricos; su efecto último es la perpetuación de la liquidez de la
vida”, escribe Bauman. Es decir, el homo eligens, frustrado, insiste (y lo hará hasta el
final de su crédito bancario). Esta vez, probablemente, en un shopping.

El arte del marketing –según Bauman– consiste en impedir que los deseos de los
consumidores se vean completamente realizados. La insatisfacción asegura que los
ciudadanos del moderno mundo líquido no dejemos de explorar, hasta la obsesión,
cada comercio, en busca de quién sabe qué objeto que nos identifique (y si está a la
moda, mucho mejor).

¿Y los hijos? ¿Es cierto que llegan con un pan debajo del brazo? Bauman no estaría
de acuerdo: “Tener hijos cuesta dinero, mucho dinero”, y agrega: “A diferencia de
tiempos pasados, el niño o la niña es hoy un consumidor puro y simple que no produce
aportación alguna a los ingresos del hogar”. Niños y niñas, aun antes de aprender a
leer, se comportan como perfectos consumidores. Conscientes de que “necesitan”
determinados productos –en venta–, “se sienten inadecuados, deficientes y de inferior
calidad si no responden con rapidez a la llamada” de los expertos en marketing infantil.
Una empresa inglesa de investigación de mercados (a propósito del uso de
cosméticos por parte de niñas de entre 7 y 14 años) sugirió, entre otras medidas, “la
instalación de máquinas expendedoras de cosméticos en los centros educativos y los
cines”. Indignado, Bauman recuerda que, algún día, los niños fueron considerados “el
futuro de la nación”. Pero –ironiza–, si el crecimiento de la nación se mide hoy por el
PBI, “es mejor que los niños empiecen pronto (si puede ser, desde el momento mismo
de su venida al mundo) a prepararse para el rol de compradores/consumidores ávidos
y avezados que se les vendrá encima”. Con el pretexto de estar llevando a cabo un
acto de amor y profundamente moral hacia la figura sagrada del niño como “persona
que sabe y elige”, los profesionales del marketing crean en el niño “un estado de
insatisfacción perpetua a través de la estimulación del deseo de novedad y de la
redefinición de lo precedente como basura inservible”.

Bauman se refiere, una y otra vez, a “los profesionales del marketing” casi como si se
tratara de un verdadero complot contra la humanidad.

Bauman cita un trabajo de James McNeal sobre la influencia de los niños


norteamericanos en el consumo de sus padres (es decir, niños que son consultados,
que aconsejan, o imponen una compra determinada). Unos 300 mil millones de
dólares, gastados por “influencia infantil”, sólo en 2002. Por si fuera poco, “McNeal
también afirma que uno de cada cuatro niños y niñas ha visitado ya alguna tienda sin ir
acompañado de sus padres antes de alcanzar la edad de inicio de la educación
primaria, y que la edad mediana a la que se comienza a ir de compras de manera
independiente es a los ocho años”. Así, el niño consumista se prepara para el gran
salto hacia una vida líquida: la venta de sí mismo. El niño consumista no sólo se vende
en persona sino que aprende a ver todas las relaciones interpersonales en términos de
mercado (incluidos amigos y familiares).

"Hoy se sabe que las cosas más preciadas envejecen rápido, que pierden su brillo en
un instante y que súbitamente, y casi sin que medie advertencia alguna, se
transforman de emblema de honor en estigma de vergüenza."

Z. Bauman

Su vida se parece bastante a la idea de "la vida moderna como fluidez" sin referencias,
anclajes o modelos. Fuga, búsqueda y refugio; deslizamiento humano incontrolable,
donde cada evento adquiere una consistencia leve, equívoca, banal. Nacido en
Polonia (1925), de origen judío, escapó del régimen nazi a fines de los años 30. Al
finalizar la ocupación alemana volvió a su patria para dictar clases de Sociología en la
Universidad de Varsovia, pero en 1968 de nuevo el exilio lo obligó a huir, esta vez a
causa de las purgas comunistas.

Violeta Núñez dice, en el prólogo a Los retos de la Educación en la modernidad líquida


(Gedisa, 2008), que Bauman muestra cómo la modernidad líquida, al diluir los
dispositivos productores de sentido de la modernidad sólida, diluye también la eficacia
simbólica de los mismos. La noción de identidad, por ejemplo (véase, Identidad, 2007),
como unicidad o proyecto vital se diluye. Anular el pasado, volver a nacer cada vez,
sin causas ni consecuencias, excepto el de aburrirse. Bauman, sin embargo,
encuentra una ironía, dice Núñez, en que esta sucesión inagotable de renaceres (en
un abanico consumista compulsivo que va desde las liposucciones hasta lo último en
complementos de moda) se hace en nombre de la búsqueda de lo auténtico, de ser
uno mismo a cada momento. La cultura del presente urge a reinventarse de modo
continuo.
Fluir es un estado de extravío y extrañeza muy próximo al ahogamiento en aguas
desconocidas. Estamos impelidos a revertir el significado del sentido que nos hace lo
que somos cada día, cada minuto. A fuerza de alejarnos de la orilla, flotamos hacia
puerto seguro para luego, inevitablemente, volver a fluir.

Extrañar nuestra propia entraña es perderse en la complejidad de un entretejido


mundo cuyo tiempo se diluye. Permanecer en el camino es seguir raudamente un
cauce que apura el tiempo de la vida.

Llegar es volver. La eternidad es dudosa por no permitir dudas. Lo dudoso no es


eterno. Un tiempo que se escurre, que fluye vertiginosamente, carente de principios
fijos y contratos eternos. El pensamiento a "largo plazo" es difícil y hasta "peligroso",
ya que se teme que los compromisos firmes limiten la futura libertad de elección.
Aferrarse demasiado, cargándose de pactos inquebrantables, puede resultar
positivamente perjudicial mientras las nuevas oportunidades aparecen en cualquier
otra parte.

A diferencia de los sólidos, los fluidos no conservan fácilmente su forma. No se fijan al


espacio ni se atan al tiempo. 

Los fluidos se desplazan con facilidad. "Fluyen", "se derraman", "se desbordan",
"salpican", "se vierten", "se filtran", "gotean", "inundan", "rocían", "chorrean", "manan",
"exudan"; a diferencia de los sólidos, no es posible detenerlos fácilmente - sortean
algunos obstáculos, disuelven otros o se filtran a través de ellos, empapándolos- .
Emergen incólumes de sus encuentros con los sólidos, en tanto que estos últimos - si
es que siguen siendo sólidos tras el encuentro- sufren un cambio: se humedecen o
empapan. 

Aferrarse al suelo (identidad) no es tan importante si ese suelo puede ser alcanzado y
abandonado a voluntad, en poco o en casi ningún tiempo. 

Entonces, en la actualidad la constante es el cambio de dirección, adaptarse a


condiciones favorables es una necesidad y detectar de inmediato los movimientos que
comienzan a producirse actualizando y rectificando su propia trayectoria es un deber.
Bauman insiste en que debemos reajustar el significado del tiempo. La historia lineal
se ha transformado en puntillista. La vida va perdiendo densidad - dice Bauman- para
ser en el puro instante, en un lanzar y sustituir ahora, ya mismo. Todo lo sólido se
desvanece.

Ser poderoso hoy día significa evitar lo durable y celebrar lo efímero. Sin embargo, hay
los que luchan desesperadamente para lograr que sus frágiles, vulnerables y efímeras
posesiones duren más y les rindan servicios duraderos. 

Y el poder fluye, y lo hace gracias a que cada día el mundo se deshace de trabas,
barreras, fronteras fortificadas y controles. Cualquier trama densa de nexos sociales, y
particularmente una red estrecha con base territorial, implica un obstáculo que debe
ser eliminado. 
La ingeniería del poder se ha abocado durante años al desmantelamiento de esas
redes, en nombre de una mayor y constante fluidez, que es la fuente principal de su
fuerza y la garantía de su invencibilidad (globalización).

Y el poder se hace fuerte e omnipotente de manera proporcional a los derrumbes,


fragilidades, vulnerabilidades, transitoriedades y las precariedades de los vínculos y
redes humanos.

Así, el ser humano se convierte en algo que fluctúa, un enchufe portátil, moviéndose
por todas partes, buscando desesperadamente tomacorrientes donde conectarse. 

Pero en la época que auguran los teléfonos celulares, es probable que los enchufes
sean declarados obsoletos y de mal gusto, y que tengan cada vez menos calidad y
poca oferta.

Lo más probable es que los enchufes desaparezcan y sean reemplazados por baterías
descartables que venderán los kioscos de todos los aeropuertos y todas las estaciones
de servicio de autopistas y caminos rurales.

Parece una diotopía hecha a la medida de la modernidad líquida adecuada para


reemplazar los temores consignados en las pesadillas al estilo Orwell (1984) y Huxley
(Un mundo feliz). 

"(...) La única regla empírica que puede guiarnos es la relevancia momentánea del
tema, una relevancia que, al cambiar de un momento a otro, hace que las porciones
de conocimientos asimiladas pierdan su significación tan pronto como fueron
adquiridas y, a menudo, mucho antes de que se le haya dado un buen uso. Como
otras mercaderías del mercado, son productos concebidos para ser consumidos
instantáneamente, en el acto y por única vez." (Los retos de la educación, 2008.)

Pero Bauman es un "pesimista esperanzado", un pensador carente de optimismo pero


lleno de esperanza. Distingue entre optimismo y esperanza; el optimista analiza la
situación, hace un diagnóstico y dice, por ejemplo, hay un veinticinco por ciento de
posibilidades, etcétera. Yo no digo eso, sino que tengo espe- ranza en la razón y la
consciencia humanas, en la decencia. La humanidad ha estado muchas veces en
crisis. Y siempre hemos resuelto los problemas. Estoy bastante seguro de que se
resolverá, antes o después. La única verdadera preocupación es cuántas víctimas
caerán antes. No hay razones sólidas para ser optimista. Pero "Dios nos libre de
perder la esperanza". Y de ser derrotados por el miedo, claro está. Líquido o no (...).

El hombre de la sociedad líquida es, en definitiva un sujeto más autónomo, pero


solitario; pretende relacionarse, pero eso le ocasiona pánico por lo que pueda
implicarle para su condición de liviandad, y su amor por el prójimo, uno de los
fundamentos de la vida civilizada y de la moral de Occidente, se ha traducido en temor
a extraños, xenofobia, etcétera. (Vespucci, 2006.)

(*) INVESTIGADOR DE LA UNA.


El pensador polaco muestra cómo la modernidad líquida, al diluir los dispositivos
productores de sentido de la modernidad sólida, diluye también la eficacia simbólica de
los mismos.

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