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Los niveles de finalidad del universo en Suma Contra

Gentiles III 16-25

Seminario de investigación II

Fernando Payá Bosch


2020
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Introducción

“El nombre de sabio, en absoluto, se reserva sólo a aquellos cuya consideración versa
sobre el fin del universo, que es también el principio de todo” (SCG, I, 1, n.3). Tomás de Aquino,
en el comienzo de la Suma Contra Gentiles nos invita al estudio del fin. Las demás artes y
ciencias consideran fines particulares, mas corresponde a la filosofía, el estudio del fin universal,
por cuanto su perspectiva se centra en las causas últimas de todo.
Queremos, por tanto, analizar la finalidad última del universo tal como lo hace Tomás de
Aquino en la Suma Contra Gentiles (III, 16-25). Creemos, asimismo, que se puede observar una
doctrina de grados diversos de causalidad final en esta sección de su obra. Debemos, pues,
preguntarnos: ¿Se puede, entonces, atribuir a Santo Tomás una doctrina de sucesivos niveles de
causalidad final? En caso de ser así, ¿Cómo sería esta ordenación?

Ubicación dentro de la obra

Los capítulos 16 a 25, creemos, conforman un bloque temático1. Para entender su


cometido, debe ser observado desde el esquema general de la Contra Gentiles. Los primeros tres
libros son, en su mayoría, filosóficos, el último teológico. El libro I considera a Dios en sí
mismo, el libro II a Dios como primer principio de las creaturas y el libro III a Dios como el fin
último de las creaturas. Al igual que en la Summa, el Aquinate sigue aquí la lógica del exitus-
reditus y es en este marco en el que se debe leer el libro III: el retorno de las creaturas a su
primer principio. Este retorno, esta conversio del efecto a su causa, se identifica con el mismo
dinamismo del ente creado, es la razón de su mismo operar. Por ende, esta perspectiva nos ofrece
una visión profunda del mundo natural, que desencadena su espectacular dinamismo por el
apetito del fin.

1
Así lo ha captado, por ejemplo, Martínez Alcaide O.P., encargado de la Introducción al libro III de la Suma contra
gentiles en la edición de la B.A.C. Él decide comenzar el apartado desde el capítulo 17, en razón de que, para él, lo
que define esta sección es la ordenación de todo a Dios. Por esto mismo, lo intitula: “Dios, fin último universal de
todo lo creado” (p.22).
3

Ahora bien, el libro III es el libro del retorno de la creatura al Creador. Pero no todo ente
retorna de la misma manera a su Causa primera. Por eso, Santo Tomás distingue entre los entes
naturales y los entes intelectuales, que son aquellos que obran, respectivamente, per naturam, o
per intellectum. Los primeros no llegan a Dios por sí mismo, y por tanto, sólo realizan su
conversio por la participación de su Bondad; Santo Tomás la llama via assimilationis. Los
segundos, en cambio, llegan a Dios tal como es en sí mismo y consiguen su último fin, no sólo al
participar de la Bondad divina por vía de la semejanza, sino también al poder participar de su
Bienaventuranza, per viam cognitionis.
Por eso, el Libro III contempla, en primera instancia, la finalidad cósmica en general, y
luego, en particular, el último fin de la sustancia intelectual. A partir del capítulo 26 el foco se
sitúa en el fin particular de la sustancia intelectual, es decir, en cómo la persona creada llega a
Dios, su fin último. Nosotros tomaremos la primera parte, a saber, aquella que considera la
finalidad universal, a nivel cósmico.

Los niveles de finalidad cósmica

En nuestra porción de análisis (SCG, III, 16-25), podemos constatar tres niveles de
finalidad universal2. Con motivos meramente expositivos procederemos a rotular cada uno de
estos grados. Primero, se encuentra el Fin propio, que es aquel por el cual una cosa tiene como
fin a su acto propio (por ejemplo, para el pez, nadar). Segundo, tenemos el Fin de jerarquía, que
es aquel por el cual los entes menos perfectos se ordenan como a su fin a los entes más perfectos
(por ejemplo, la vida sensible se ordena, en el hombre, a la vida espiritual).Y, en el tercer lugar,
el Fin universal trascendente, que es aquel por el cual toda creatura se ordena a Dios como hacia
su último fin.
Toda creatura está sujeta a estos tres niveles de finalidad3, aunque, como veremos, no del
mismo modo. Es importante, también, notar que entre ellos hay un orden jerárquico. Se trata de
2
Tomás de Aquino, retomará este tema en Summa theologiae e incluirá un nivel más de finalidad universal, que se
podría denominar “Fin universal inmanente”. Éste es aquel fin por el cual toda creatura se ordena a la perfección del
universo. Deberíamos colocarlo en el tercer lugar, puesto que es el fin más eminente al que puede tender una
creatura, por debajo del Fin universal trascendente. Para este tema, se debe considerar, sobre todo, S.Th.I, q.65, a.2 y
el estudio de Sanguineti acerca del ordo ad Deum y el ordo ad invicem (1980, p.142).
3
En una reciente tesis doctoral se refiere nuestro tema: “Hay dos niveles en los fines: en primer lugar, el fin de cada
criatura, que consiste en su bien propio; y en segundo lugar, la tendencia de cada ente hacia el último fin, que es
también el bien perfecto” (Velarde, 2019, p.136). Sin embargo, el autor, creemos, no toma en cuenta el Fin de
Jerarquía y el Fin universal inmanente, ambos importantes en la obra de Santo Tomás.
4

un orden subordinado de causas. Precisamente por eso, debemos entender que cada una de estas
causas finales ejerce verdadera causalidad en la creatura, aunque los fines más eminentes ejerzan
más causalidad que los inferiores.

Breve teoría de los niveles de causalidad final.

Antes de introducirnos en la via inventionis de la Contra Gentiles, intentaremos esbozar


una breve teoría de los niveles de causalidad final entresacada del bloque temático escogido de la
Suma Contra Gentiles (III, 16-25).
Las cosas obran por fines (SCG, III, 2). Pero no hay un único fin que mueva
unívocamente al agente, sino múltiples fines subordinados. El fin inferior no excluye la
causalidad del fin superior, pero si el fin último falla, fallan todos los demás fines. Incluso más,
es preciso que el último fin sea el fin de los fines precedentes (SCG, III, 17, n.7).
La cadena de fines no puede ser infinita, puesto que no se intenta nada imposible (SCG,
III, 3, n.4). Por tanto, es necesario que haya un fin último que cause a los fines segundos.
Tanto los fines segundos o próximos como el fin último tienen verdadera causalidad. Pero
los fines superiores causan más que los fines próximos, y propiamente el fin último es aquello
más intentado por el agente (SCG, III, 25, n.7)4.
Por ejemplo, un hombre sale a la calle a correr. El fin de su acción es el ejercicio
deportivo, pero, a su vez, el fin al cual se subordina la actividad deportiva es el de la salud, y a su
vez, la salud se ordena a la plena realización de sus actividades espirituales, y éstas, en último
término, al conocimiento y el amor de Dios, fin último. Cada uno de los fines “causa”, pero la
causalidad tiene distintos niveles, unos más eminentes que otros.
Es importante, entonces: 1) no hay fines próximos (y por ende no hay actividad) sin un
fin último. 2) todos los fines causan con diverso influjo.

¿Cómo se ordena el universo según la Suma Contra Gentiles?

El Fin universal trascendente

4
“Unumquodque maxime desiderat suum finem ultimum” (SCG, III, 25, n.7).
5

Seguiremos la via inventionis que realiza Santo Tomás en esta obra5. Lo primero
que encuentra en la experiencia es que todo agente obra por un fin, tanto los racionales
como los irracionales. Además, este fin tiene razón de bien, porque todo ente apetece
aquello que le conviene, y aquello que conviene a cierta naturaleza es su propio bien
(SCG, III, 3, n.2). Esto además se apoya en lo que dijo Aristóteles: bonum est quod
omnia appetunt. Hay un apetito universal del bien, que se funda en una carencia
ontológica ínsita en la creaturidad 6(SCG, III, 16, n.3).
Sentado esto, Santo Tomás ya puede investigar por el último fin de este apetito universal,
habiendo obtenido, justamente, una premisa universal: “El fin de todas las cosas es el bien”.
Nada, por lo tanto, tiende a algo en tanto aquello no sea un bien. Podríamos decir que “el bien en
cuanto bien es fin” (SCG, III, 17, n.3). Pero -y aquí colocamos la premisa menor- se ha
demostrado (en el libro II) que Dios es el Sumo Bien. Luego, debemos concluir necesariamente
que será también el Sumo Fin, es decir, que todo está ordenado a Él como a su último fin.
En esto, nos encontramos, de pronto, en el centro de la metafísica tomasiana. El fin se
identifica, en la realidad, con el bien. Esta es la clave para interpretar la argumentación del
Aquinate. El fin se resuelve en el bien, y el bien en el ente. Comprendido esto, nos moveremos
con mayor soltura por el universo de Tomás. El fin dice bien, el bien dice apetecibilidad, la
apetecibilidad dice perfección, la perfección dice acto y el acto dice esse. Así es, el actus essendi
en su realización analógica es el fundamento del orden de los fines. Dios, el Esse subsistente,
Acto puro, Perfecto, y, por tanto, el Bonum Infinito es necesariamente el fin más atrayente, más
convocante, produciendo una inexorable seducción universal, puesto que hemos visto que todas
las cosas se mueven por el bien.
Todo se mueve por el apetito del bien, y, en último término, por el apetito del Bonum
Infinito. Pero sabemos que “en cualquier género de causas, la primera es más causa que la
segunda, pues la causa segunda es tal por la primera” (SCG, III, 17, n.4). Por ejemplo, en un
orden de causas eficientes, mi mano es causa de la escritura, pero, a la vez, mi intelecto es causa
de la escritura que ejerce mi mano. Si el intelecto no causara, mi mano no escribiría y tampoco
5
Seleccionaremos los argumentos, a nuestro parecer, más importantes a la hora de asegurar el proceso inventivo.
6
“In his commentary on the Physics of Aristotle, Aquinas emphasizes that the idea of appetite is linked with that of
lack. Appetite is a tendency towards a certain kind of good: it is an inclination towards one’s own perfection.”
(Contreras y Huidobro, 2015, p. 271).
6

habría escritura. Por tanto, la causa primera es más causa que la causa segunda, así como mi
intelecto es más causa de la escritura que mi mano. De la misma manera, en el orden de las
causas finales, es preciso que la primera causa final sea más causa final que las propias causas
finales de cualquier ente. Dios es la primera causa en el orden de las causas finales por ser lo
supremo en el orden de los bienes. Por lo tanto, Dios es más fin de cualquier cosa que el propio
fin de cada una.
Dios es, así, el fin último de toda creatura. Pero esto podría traer algún problema. En la
experiencia constatamos que el fin es lo primero en la causalidad (in causando) pero lo último en
la realidad (in essendo). ¿No estaríamos afirmando una tesis de tipo hegeliano según la cual Dios
es el resultado del fieri del ente? Por esto mismo, Tomás de Aquino nos invita a distinguir: Hay
dos tipos de fines. Hay fines que son primeros en el causar pero no así en el ser; éstos son
realizados por el agente, como el arquitecto que construye la casa. Empero, hay otra clase de
fines, que son primeros en la causalidad y primeros en el ser. Por tanto, el agente no los realiza
sino que los alcanza con su operación. Como, por ejemplo, un rey que pretende obtener una
ciudad por medio de una batalla.
Dios es el fin último de las creaturas en este posterior sentido: es primero in causando y
primero in essendo, puesto que se ha demostrado que Dios es el primum agens, y por tanto, de no
ser así, sería causado y no sería el primero. Luego, las creaturas no lo realizan con sus
operaciones sino que tienden a alcanzarlo de algún modo.

¿Cómo se alcanza ese Fin último trascendente?: La via assmilationis

A pesar de la claridad de estos razonamientos, surge una pregunta: ¿Cómo es que todas
las cosas pretenden alcanzar a Dios? ¿Acaso estamos diciendo que la piedra, el átomo, la jirafa y
el cactus pretender alcanzar al mismo Dios? Exactamente, y esto es lo que considera el Aquinate
en el capítulo 19: “Todas las cosas intentan asemejarse a Dios”. Esta es una tesis verdaderamente
central en cuanto a la comprensión última del fieri del ente. Para esto, Tomás utiliza un principio
de gran envergadura: “Todo agente hace algo semejante a sí7”. De este modo, está enunciado
desde la perspectiva de la causa hacia el efecto. Pero este principio es también válido desde el
7
La formulación latina: Omne agens agit simile sibi. En cuanto a la conversión del principio: “De la misma razón es
que el efecto tienda a la semejanza del agente, y que el agente asemeje el efecto a sí mismo; tiende, en verdad, el
efecto al fin al cual es dirigido por el agente” (SCG, III, 21, n.2021).
7

efecto hacia la causa: “todo efecto tiende a la semejanza del agente”. Por ejemplo, una casa será
tanto más perfecta cuanto más se asemeje a la idea que proyectó el arquitecto, su causa. De la
misma manera que, en el mundo natural, un álamo será tanto más perfecto cuanto más se
asemeje a la forma sustancial que está en acto en su causa, en este caso, la “forma álamo”.
Entonces, el efecto tiene respecto del agente una ordenación finalística: “Se dice que el
agente es el fin del efecto en cuanto el efecto tiende a la semejanza del agente” (SCG, III, 19,
n.2). Pero, ya hemos demostrado, que Dios es el primer agente. Luego, todo lo demás es efecto
de esa causa agente, y por lo tanto, tiende a su semejanza como hacia su fin.
De esta suerte llegamos a la razón última del obrar natural. Todo obrar del ente finito es
por un fin. Y el fin de todo ente finito es la semejanza de Dios. Luego todo obrar del ente finito
tiene como fin la semejanza de Dios. Demostrado el Exitus en el Libro II de la Contra Gentiles,
ahora se comprueba el Reditus universal hacia la primera causa. Este es, puntualmente, el
objetivo de Santo Tomás en esta sección: demostrar la ordenación de todo al Fin universal
trascendente, y cómo, luego, se insertan los demás fines subordinados.

El Fin de jerarquía

En este momento de su via inventionis, Santo Tomás cambia el foco para dirigirse hacia
la consideración del Fin de jerarquía. Éste tiene dos aspectos: el orden de la generación y el de la
conservación.
Las cosas que mueven, en cuanto mueven, tienden a la semejanza divina en cuanto a ser
causas de otros, al comunicar su perfección. En cambio la cosa movida, en cuanto es movida,
tiende a la semejanza divina en cuanto a ser perfecta en sí misma.
Y una cosa es perfecta en cuando está en acto. Luego, la intención de todo lo que existe
en potencia será pasar al acto con el movimiento. De esto se sigue que, cuanto más perfecto sea
un acto, tanto más principalmente tenderá a él el apetito de la materia, que es, de suyo, pura
potencia. Por lo tanto, es preciso que el apetito de la materia, por el cual apetece la forma, tienda
al acto último y más perfecto que la materia pueda conseguir, como al último fin de la
generación.
¿Cuál será ese acto último que apetece la materia? En los actos de las formas
encontramos ciertos grados: 1) la forma del elemento 2) la forma del mixto 3) el alma vegetativa
8

4) el alma sensitiva 5) el alma intelectiva. Tras el alma intelectiva no existe otra forma sustancial
más perfecta. Así pues, el último fin de la generación de todo es el alma humana y hacia ella
tiende, como hacia el último fin, el apetito de la materia.
De este modo, vemos una ordenación entre los entes corpóreos que se funda en los grados
diversos de perfección de sus naturalezas. El fin es la tendencia en el corazón del ente finito por
lo óptimo, por lo más perfecto, es su sed de ser8, que es sed del mismo Ser. Lo óptimo es aquello
que alumbra el orden de los fines, puesto que el fin sigue al bien y el bien al ser. Luego, el
universo corpóreo en su totalidad busca su perfección, su acabamiento, y esto lo consigue a
través de su forma sustancial más perfecta, aquella que puede participar más del ser, a saber, la
forma humana.
Sin embargo, ¿Cómo se puede conciliar esta tesis con la ordenación de todo al Fin
universal trascendente? Si, por ejemplo, las creaturas irracionales se ordenan al hombre, ¿Pueden
éstas ordenarse a Dios? Pero el Doctor Angélico responde desde los diversos niveles de
causalidad final. El fin próximo no excluye el fin último. Por tanto, por el hecho de que, en el
orden de la generación, las creaturas irracionales se ordenen a la generación del hombre no quita
su orden hacia un fin más eminente, bajo el cual se subordina el mismo Fin de Jerarquía.
La causalidad final es el ascenso del ente finito hacia Dios. Lo más lejano es la materia
prima, y ésta “asciende” por medio de los “escalones” que son las formas sustanciales. Pero no
sólo la materia prima, sino también los elementos ascienden a Dios por medio de su ordenación a
los mixtos, y los mixtos por medio de su ordenación a los vivientes. Y entre los vivientes, las
plantas ascienden por su ordenación al animal, y éste por su ordenación al hombre. Todo el
universo corpóreo hace su reditus en el hombre, único ente corpóreo capaz de llegar a Dios tal
como es en sí mismo. Los entes más remotos al fin último se ordenan a éste por medio de fines
intermedios, en una auténtica solidaridad universal.
Pero vemos que el Fin de jerarquía tiene dos aspectos: el de la generación y el de la
conservación. El orden de la conservación sigue al orden de la generación, porque por lo mismo
una cosa es engendrada9 y es mantenida en el ser. Los mixtos se sustentan en los elementos, las
plantas en los entes precedentes, los animales en todos los anteriores, y por último, el hombre se
sirve de todos los entes corpóreos inferiores.

8
“In rebus evidenter apparet quod esse apettunt naturaliter” (SCG, III, 19, n.3).
9
Es decir, como causa material. Los elementos son causa material de los mixtos, los mixtos son causa material de
los vivientes, el orden vegetativo del sensitivo y el sensitivo del intelectivo.
9

Ahora bien, Oliva Blanchette señala una razonable dificultad: “Si un individuo de una
especie inferior está ordenado a la preservación de la especie misma, ¿cómo puede estar
ordenado a la vez a las especies superiores?” (1966, p.63). Constatamos que todas las especies se
ordenan a su propia preservación. ¿Cómo se puede decir que todo esté jerárquicamente
ordenado? ¿Acaso no debería la vaca dejarse matar por el hombre para servirle de alimento?
Santo Tomás resuelve diciendo que los individuos de las especies inferiores se ordenan a las
superiores mediante el hecho de ordenarse a su propia especie, puesto que lo que se ordena a la
especie superior es la especie como un todo y no cada uno de sus individuos. Con el mismo
ejemplo, si la vaca no intentara preservarse, pronto el hombre se quedaría sin vacas para comer.
Si los vegetales no se reprodujeran, si no conservaran su especie, ciertos animales se quedarían
sin alimento, etc. Aquí notamos la unidad entre los diversos niveles de finalidad cósmica. La
búsqueda del Fin propio redunda en el Fin de jerarquía.

El Fin propio

El descubrimiento del Fin propio es lo primero. Vemos que los entes obran por un fin y
que este fin es un bien. Que el fin sea un bien lo sabemos porque las cosas buscan su perfección
y el bien dice perfección. Pero, además, ya se ha dicho que, al tender al bien, las cosas tienden a
la semejanza divina, Sumo Bien.
Pero lo novedoso aquí es el énfasis del Aquinate en mostrar la jerarquía de fines. El bien
particular no es de ningún modo apetecible sino en cuanto es semejanza de la Primera Bondad
(prima bonitas). Por eso, las creaturas tienden al bien propio (proprium bonum) porque tienden a
la semejanza divina y no al revés. Se evidencia, así, la prioridad causal del Fin universal
trascendente. Hay Fin propio porque las cosas tienden al Fin universal trascendente. Aun cuando
nuestro modo de conocer sea exactamente inverso: del Fin propio de las creaturas nos
remontamos a su fin trascendente.
El bien propio o Fin propio puede entenderse, refiere Tomás, en tres sentidos: Primero, el
Bien individual. Es aquel por el que algo se conserva en el ser (esse conservatur), como el
animal cuando apetece su alimento. Segundo, el Bien específico. Es aquel por el cual se intenta
conservar a los individuos de una especie. Como, por ejemplo, el animal que apetece la
generación de la prole y su defensa. Tercero, el Bien genérico. Es aquel propio de los agentes
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equívocos cuando causan; no intentan el bien propio individual o el de la propia especie sino el
del propio género. Así como, los cuerpos celestes se ordenan al bien común de la sustancia
corpórea. Sin embargo, se podría hablar de una cuarta razón de Bien propio “por razón de
semejanza analógica” de los principados a su principio. Y así Dios, que está fuera de todo
género, por razón de bien, da el ser a todas las cosas10.
En estos sentidos de Fin propio o Bien propio, debemos entender, también, grados.
Bonum est diffusivum sui. Cuanto más perfecta es una causa, tanto más perfecta es su causalidad.
Dado que, su virtud será más perfecta y su apetito del bien más común (universal). Por eso, es
capaz de producir efectos más distanciados de ella. Los entes imperfectos sólo tienden al bien
individual (ej. piedra). Los entes perfectos, además, tienden al bien de la especie (ej. Plantas,
animales). Los más perfectos que éstos, tienden también al bien del género (ej. El hombre que
cuida de la creación corpórea) y Dios, perfectísimo en bondad, al bien de todo ente.
Según lo expuesto, contemplamos grados incluso dentro del Fin propio de las creaturas,
que se funda, claro está, en los distintos grados de bondad de los entes, y en resolución, en los
distintos grados de participación del ser. A mayor bonum, será mayor el apetito del bien, y
mayor, asimismo, la causalidad.

Conclusión

El objetivo de Tomás en Contra Gentiles III, 16-25 es, manifiestamente, mostrar cómo
todo se ordena al Fin último trascendente. Por eso, considera los demás niveles de finalidad de
modo adjetivo, en cuanto ellos también se ordenan al Último fin. Sin embargo, el estudio de este

10
La causación equívoca sucede cuando algo más eminente causa un efecto en un ente menos perfecto. Hay
diferencia específica, entre la causa y el efecto. Pero, en el caso de los cuerpos celestes, al menos comparten género
de algún tipo… en cambio entre Dios y la creatura no hay comunidad genérica ni específica, porque Dios es
totalmente transcendente respecto del orden esencial. Y, entre los efectos y la Causa, hay una semejanza, es cierto,
pero muy remota, pues hay una distancia infinita entre el Bonum infinito y el Bonum finito. Explica Burgoa: “Y se
aplica especialmente al caso de la creación por Dios, en que las criaturas se hallan en un plano absolutamente
diverso de la causa divina. O sea, no unívoco; pero tampoco puramente equívoco, sino analógico (equívoco a
consilio o convencional). La diferencia de plano ontológico o de género supremo, aunque suprime cualquier
univocidad, no excluye la semejanza analógica” (2015, p.22).
11

texto nos permitió constatar la concepción tomasiana acerca de los diversos grados de causalidad
final en el universo.
Hemos contemplado, asimismo, la mutua solidaridad y jerarquía entre los diversos
niveles de finalidad, de qué modo no son excluyentes entre ellos y cómo como cada uno de ellos
puede ser susceptible de ulteriores análisis. La perspectiva de la causa final, tal como la tiene
Tomás, nos introduce en un estudio metafísico del mundo natural y nos adentra en el misterio del
mismo universo, “de lo uno en lo múltiple, del acto en la potencia, del ser en los participantes”
(Sanguineti, 1980, p.114).

Bibliografía
12

Blanchette, O. (1969). The Four Causes as Texture of the Universe. En: Laval théologique et
philosophique, Vol.25, no.1, 59-87.
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127.
Sanguineti, J.J. (1980). La estructura del cosmos según Santo Tomás. Disponible en:
Academia.edu. Fecha de recuperación: 2/10/19. 
Tomar Romero, F. (1993). La escala de los seres en la filosofía de Tomás de Aquino. En:
Revista española de filosofía medieval (N°0), p. 239-250.

Tomás de Aquino. (Trad.1967). Suma contra los gentiles. [Traducción de Laureano Robles
Carcedo, O.P., y Adolfo Robles Sierra, O.P.] Madrid: BAC. 
Tomás de Aquino. Opera Omnia. Recuperado de: https://www.corpusthomisticum.org.
Velarde Lizama, M.C. (2019). Una visión del hombre y del universo desde la perspectiva de la
causa final, según la Suma teológica y la Suma contra gentiles de Santo Tomás de Aquino.
(Tesis doctoral). Pontificia Universidad Católica de Chile.

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