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Santo Tomás enseña, siguiendo a Aristóteles, que el primer objeto conocido por

nuestra inteligencia es el ser inteligible de las cosas sensibles; éste es el


objeto de la primera aprehensión intelectual, que precede al juicio (cf. I, q. 5,
a. 2) : Primo in conceptione intellectus cadit ens, quia secundum hoc unumquodque
cognoscibile est in quantum est actu; unde ens est proprium objectum intellectus,
et sic est primum intelligible, sicut sonus est primum audibile. (V er también I,
q. 85, a. 3; P-II®, q. 94, a. 2 ; Cont. gent., 1. II, c. 83; De veritate, q. 1, a.
1.) Ahora bien, el ser es lo que existe (ser actual) o puede existir (ser posible),
id cujus actus est esse. Además, el ser que nuestra inteligencia aprehende en
primer lugar no es el ser de Dios, ni el ser del sujeto pensante, sino el ser de
las cosas sensibles: Quod statim ad occursum rei sensata apprehenditur intellectu
(S. Tomás, De anima, 1. II, c. 6, lect. 13) (de sensibili per accidens). Nuestra
inteligencia en efecto es la última de las inteligencias, cuyo objeto propio o
adecuado es el último de los inteligibles, el ser inteligible de las cosas
sensibles (I, q. 76, a. 5 ). Mientras que el niño conoce por los sentidos la
blancura y el sabor de la leche por ejemplo, capta por la inteligencia el ser
inteligible de este objeto sensible, per intellectum apprehendit ens dulce ut ens
et per gustum ut dulce.

En el ser inteligible así conocido, nuestra inteligencia capta en primer término su


oposición con el no-ser, que es expresada en el principio de contradicción, el ser
no es el no-ser (cf. Cont. gent., 1. II, c. 83): Naturaliter intellectus noster
cognoscit ens et ea qua sunt per se entis, in quantum hujusmodi, in qua cognitione
fundatur primorum principiorum notitia, ut non esse simul affirmare et negare (vel
oppositio inter ens et non ens) et alia hujusmodi. Asimismo: P-II*, q. 94, a. 2.
Este es el punto de partida del realismo tomista.

Así nuestra inteligencia conoce el ser inteligible y su oposición con la nada,


antes de conocer explícitamente la distinción del yo y del no-yo. Luego, por
reflexión sobre su acto de conocimiento, juzga de la existencia actual de éste y
del sujeto pensante, después de la existencia actual de tal cosa sensible singular,
percibida por los sentidos (cf. I, q. 86, a. 1; De vertíate, q. 10, a. 5 ). La
inteligencia conoce en primer término lo universal, en tanto que los sentidos
captan lo sensible y lo singular.

Desde su punto de partida, el realismo tomista aparece así como un “realismo


moderado”, que sostiene que lo universal, sin estar formalmente como universal en
las cosas singulares, tiene su fundamento en ellas. Está doctrina se eleva así
entre dos extremos, a los cuales considera como dos desviaciones: el realismo
absoluto de Platón, el cual afirma que lo universal existe formalmente fuera del
espíritu (ideas separadas), y el nominalismo que niega que lo universal tenga algún
fundamento en las cosas singulares, y que lo reduce a una representación subjetiva
acompañada de un ncímbre común. Mientras que el realismo platónico piensa tener una
intuición intelectual confusa del ser divino o de la Idea de Bien, el nominalismo
abre los caminos al empirismo y al positivismo, que reducen los primeros principios
racionales a las leyes experimentales de los fenómenos sensibles, por ejemplo el
principio de causalidad de este enunciado: todo fenómeno supone un fenómeno
anterior. Si así fuese, los primeros principios de la razón, puesto que no son ya
leyes del ser, sino tan sólo de los fenómenos, ya no permitirán elevarse hasta el
conocimiento de Dios, causa primera, que sobrepuja el orden de los fenómenos.

El realismo moderado de Aristóteles y de Santo Tomás está de acuerdo con la


inteligencia natural espontánea, que se llama el sentido común. Esto se ye sobre
todo por lo que enseña sobre el valor real y el alcance de los primeros principios
racionales. Sostiene que la inteligencia natural capta los primeros principios en
el ser inteligible, objeto de la primera aprehensión intelectual. Desde este
momento esos principios aprecen ante su consideración no sólo como leyes del
espíritu o de la lógica, no sólo como leyes experimentales de los fenómenos, sino
también como leyes necesarias y universales del ser inteligible, o de la realidad,
de lo que es o puede ser. Estos principios están subordinados, en cuanto que
dependen de un primero que afirma lo que conviene primeramente al ser.

El primer principio de todos enuncia la oposición del ser y de la nada; su fórmula


negativa es el principio de contradicción: “el ser no es el no-ser” o “una rfiisma
cosa no puede ser y no-ser bajo el mismo aspecto y al mismo tiempo”. Su fórmula
positiva es el principio de identidad: “lo que es, es; lo que no es, no es”, lo que
equivale a decir: el ser no es el no-ser; como se dice: el bien es el bien, el mal
es el mal, para decir que una cosa no es la otra. Sobre el valor real y lá
universalidad del principio de contradicción (cf. S. Tomás, in Metaph., 1. IV ,
lect. 5–15). Según este principio, lo que es absurdo, como un círculo-cuadrado, es
no sólo inimaginable, no sólo inconcebible, sino absolutamente irrealizable. Entre
la lógica pura de lo concebible y el concreto material, están las leyes universales
de lo real. Aquí es afirmado ya el valor de nuestra inteligencia para conocer las
leyes del ser extramental (1).

Está subordinado al principio de contradicción o de identidad el principio de razón


de ser tomado en toda su generalidad: “todo lo que es tiene su razón de ser, en sí
mismo, si existe por sí mismo; en otro, si no existe por sí mismo” . Pero esta
razón de ser debe entenderse analógicamente en diversos sentidos: l 9 Las
propiedades de una cosa tienen su razón de ser en la esencia o la naturaleza de
esta cosa, por ejemplo, las propiedades del círculo en la naturaleza de éste. 29 La
existencia de un efecto tiene su razón de ser en la causa eficiente que lo produce
y lo conserva, es decir, en la causa que da razón no sólo del devenir sino también
del ser del efecto; así el ser por participación tiene su razón de existir en el
ser por esencia. 3 9 Los medios tienen su razón de ser en el final al cual están
enderezados. 49 La materia es también la razón de ser de la corruptibilidad de los
cuerpos. Por eso el principio de razón de ser, debe entenderse analógicamente, sea
de la razón de ser intrínseca (así la naturaleza del círculo tiene en sí misma su
razón, y la de sus propiedades), sea de la razón de ser extrínseca (eficiente o
final) (cf. S. Tomás, in Physicam, I. II, lect. 10): H oc quod dico p rop ter quid,
qucerit de cama; sed ad propter quid non respondetur nisi aliqua dictarum (quatuor)
causarum. ¿Por qué el círculo tiene estas propiedades? En razón de su misma
naturaleza, de su definición. ¿Por qué este hierro se dilata? Porque ha sido
calentado. ¿Por qué viene usted aquí? Para tal fin. ¿Por qué el hombre es mortal?
Porque es un compuesto material y corruptible. La razón de ser, que responde a la
pregunta propter quid, es así múltiple; se toma en diferentes sentidos, pero
proporcionalmente semejantes, o analógicos. Esto es capital; por este motivo la
noción de causa eficiente supone la noción universalísima de causa que se aplica
también al fin, al agente, y a la causa formal (cf. etiam Metaph., 1. V , c. 2,
lect. 2 ) . Desde este punto de vista el principio de razón de ser había sido
formulado mucho antes de Leibniz.

El principio de substancia se formula: “todo lo que existe como sujeto de la


existencia (id quod est) es substancia, y se distingue de sus accidentes o de sus
modos (id quo aliquid est, v. g. álbum, calidum)”. Se dice también comúnmente que
el oro y la plata son substancias. Este principio es una derivación del principio
de identidad, porque todo lo que existe como sujeto de la existencia es uno y el
mismo bajo sus múltiples fenómenos, sean permanentes, sean sucesivos. La noción de
substancia aparece así como una simple determinación de la primera noción de ser
(el ser es ahora concebido explícitamente como substancial), y el principio de
substancia es una simple determinación del principio de identidad. Desde entonces
los accidentes tienen su razón de ser en la substancia (cf. S. Tomás, in Metaph.,
1. V, lect. 10 y 11).

El principio de causalidad eficiente se formula también en función del ser, no


“todo fenómeno supone un fenómeno anterior”, sino “todo lo que llega a la
existencia tiene una causa eficiente” o también “todo ser contingente, aun cuando
existiese ab (eterno, tiene necesidad de una causa eficiente, y en último análisis
de una causa incausada” . En una palabra, el ser por participación (en el cual se
distinguen el sujeto participante y la existencia participada) depende del Ser por
esencia (cf. S. Tomás, I, q. 2, a. 2 ).

El principio de finalidad es expresado por Aristóteles y Santo Tomás en los


siguientes términos: “todo agente obra por un fin”, es decir, tiende hacia un bien
que le conviene; pero esto puede pasar de modos muy diversos: o bien esta tendencia
es simplemente natural e inconsciente (como la piedra tiende hacia el centro de la
tierra y todos los cuerpos hacia el centro del universo por la cohesión de éste); o
bien esta tendencia está acompañada por el conocimiento sensible (como en el animal
que busca su alimento); o Tsien ésta tendencia ¿s dirigida por la inteligencia, la
cual únicamente conoce el fin como fin, sub ratione finis, o sea, la razón de ser
de los medios (cf. S. Tomás, in Physicam, 1. II, c. 3, lect. 5, 12–14; I, q. 44, a.
4; I-II, q. 1, a. 2; Cont. gent., 1. II, c. 2 ) .

Del principio de finalidad depende el primer principio de la razón práctica y de la


moral: “H ay que hacer el bien y evitar el mal” ; está fundado en la noción de
bien, como el principio de contradicción o de identidad en la noción de ser. En
otros términos: el ser racional debe querer el bien racional, al cual sus
facultades están enderezadas por el autor de su naturaleza (cf. S. Tomás, I-II, q.
94, a. 2 ) .

f. S. Tomás, I-II, q. 94, a. 2 ) . Estos principios son los de la inteligencia


natural, que se manifiesta en primer lugar bajo la forma espontánea, que se llama
con frecuencia el sentido común, o la aptitud de la inteligencia para juzgar
sanamente de las cosas, antes de toda cultura filosófica. El sentido común o la
razón natural capta estos principios evidentes de por sí en el ser inteligible,
primer objeto conocido por nuestra inteligencia en lo sensible; pero no podría
todavía formularlos de una manera exacta y universal.

Hemos expuesto con mayor amplitud estos fundamentos del realismo tomista en dos
obras: El sentido com ún, la filo so fía del ser y las fórm ulas dogm áticas
(Buenos Aires, 1 9 4 4 ), y D ieu, son existence et sa n atu re (1915, (y ed.,
1936, pp. 108- 2 2 6 ). Ver también J. Maritain, Elém ents de philosophie (t. I,6?
ed., 1921, pp. 8 7 -9 4 ); Siete lecciones sobre el ser (Buenos Aires, 1 9 4 4 ).

Como observa E. Gilson, Kéálisme thomiste et critique de la connaissance (1 9 3 9 ,


pp. 213–239), el realismo tomista no se funda en un postulado, sino en la
aprehensión intelectual del ser inteligible de las cosas sentidas, en la evidencia
de esta proposición fundamental: lllud quod primo intellectus concipit quasi
notissimum et m quo omnes conceptiones resolvit est ens (S. Tomás, D e veritate, q.
1, a. 1 ). Este realismo se funda también sobre la evidencia intelectual de los
primeros principios como leyes del ser, en especial sobre la evidencia del
principio de contradicción o de identidad: “lo que es, es; lo que no es, no es”. Si
la inteligencia humana pone en duda el valor real de este principio, el cogito ergo
sum de Descartes se desvanece, como han dicho los tomistas desde el siglo xvii;
porque, si el principio de contradicción no es cierto, podría ser que yo existo y
que no existo, que mi pensamiento personal no se distingue verdaderamente de un
pensamiento impersonal, y que éste tampoco se distingue del subconsciente, o
incluso del inconsciente. La proposición universal: aliquid non potest simul esse
et non esse es anterior a esta proposición particular: ego sum, et non possum simul
esse et non esse. Cognitio magis communis est prior quam cognitio minus communis
(cf. S. Tomás, I, q. 85, a. 3 ).

Hasta el presente esta síntesis metafísica no parece exceder notablemente la


inteligencia natural; en realidad , sin embargo, la sobrepuja ya mucho,
justificándola. La supera más cuando se precisa en la doctrina del acto y de la
potencia. Interesa recordar brevemente aquí cómo ella ha llegado hasta este punto.
notas

(1 ) Vese también desde ahora la distancia que existe entre la imagen y la idea: un
polígono de diez mil lados es difícilm ente imaginable, muy fácilm ente concebible,
y realizable también.

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