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Introducción a la Investigación Teológica

Pontificia Universidad Javeriana


Maestría en teología
Christian David Zárate Granados

Motivaciones frente a la investigación teológica

El contexto latinoamericano es un lugar prominente donde la praxis de la


liberación se encarna a favor de los desposeídos, por lo menos así lo manifiestan
los teólogos de la liberación. El quehacer teológico nace en virtud de esta realidad:
aquellos que han sido blanco de injusticias promovidas por una sociedad
sumergida en egoísmos y desesperanzas a nivel social y espiritual. En este
sentido, las motivaciones de la investigación teológica deben ser concebidas en el
ceno de la misericordia con la iglesia y sociedad, victimizadas por aquellos que
mutilan su esperanza. De manera que la ética del discurso teológico no está
fundamentada únicamente en la producción literaria del sentido de la fe, sino en la
encarnación misma de esa fe que se comunica con, desde y para la iglesia,
acercando la esperanza del resucitado y viviendo las implicaciones de su Reino en
el aquí y el ahora.

Estas motivaciones del quehacer teológico, enraizadas en las realidades


históricas de cada contexto, encuentran armonía en las interpelaciones del Papa
Francisco a los teólogos1 tanto en la identidad misma de quien se embarca en la
empresa de hacer teología, como en las implicaciones mismas que tiene la
experiencia de fe. En primer lugar, el teólogo no es un ser independiente de su
contexto, él es un ‘hijo de su pueblo’ y producto de una cultura de fe. De esta
manera, la teología tiene un dinamismo práctico: se hereda del pueblo, se vive y
se construye con el pueblo y se le transmite al pueblo. El compromiso, en últimas,
nace de una relación en comunidad. En segundo lugar, el teólogo es más teólogo
en tanto su compromiso con Jesús esté basado en el amor. Él es un creyente que
ha optado por tener una identificación con el crucificado, en otras palabras: todo
teologizar debe nacer de una entrega total a Dios y a Jesucristo como Señor de la
vida y de la labor teológica. Solo de esta manera comprenderemos la importancia
central de la encarnación en la vida cristiana y en la misión que nos motiva a
identificarnos con los sufrientes y los pobres de la tierra. En tercer lugar, el teólogo
opta por la justicia como eje transversal de todo su quehacer, está listo para el
anuncio y la denuncia, no se conforma ni se adpata a las realidades de injusticia
que ponen en riesgo a su comunidad. Es un agente activo que vela por la praxis
liberadora, pues reconoce que los problemas del hombre son, en ultimas, los
desafíos de la labor teológica.

1
Solano Pinzón, Orlando y Garavito Villarreal, Daniel de Jesús. «Interpelaciones del papa Francisco al teólogo. Una mirada
retrospectiva y prospectiva». Fraciscanum 168, Vol. lix (2016): 229-265.
Con lo anterior se podría suponer una pregunta ¿hasta qué punto se
sacrifica la busqueda de la verdad teológica en pro de la eficacia liberadora del
pueblo de Dios? Pero la pregunta trae consigo un prejuicio dicotómico que le
imposibilita concebir las dos premisas como inseparables. El teólogo en su camino
no solamente ha de encontrarse con la verdad, sino también con la vida y este
proceso se lleva en el camino. Es por esta razón que la teología encarnada sigue
los pasos de Jesús quién dijo ser ‘el camino la verdad y la vida’; El teólogo vive
entonces, como lo expresaría Juan Stam, con una bipolaridad dialéctica: “la
ortodoxia es esteril sin el compromiso y la praxis, y la praxis puede resultar
desorientada sin la ortodoxia. La una no se concibe sin la otra, pues no hay
Escritura Revelada fuera de contextos históricos prácticos y encarnada para
responder a los desafios pertinentes de cada época.

Por eso para el Papa Francisco, los teólogos son pioneros del diálogo de la
iglesia con la cultura. En otras palabras, es necesario articular el sentido de la fe a
las circunstancias históricas y culturales. Agustín, por ejemplo, comprendía bien la
crisis del imperio romano y encarnaba su mensaje a esas realidades; Santo
Tomás entendía bien los desafíos del Aristotelismo en el siglo 13. Lutero, Calvino
y los anabautistas comprendían y vivían la fe en el fin de la Edad Media y los
inicios de la modernidad. Schleiermacher respondía a los desafíos de la crisis
intelectual y espiritual de su época. Karl Barth percibía muy bien el colapso del
liberalismo a inicios del siglo XX y su mensaje atendía a esas realidades. Ahora
nosotros tenemos por delante el desafío del diálogo, pues no hay quehacer
teológico alguno sin la posibilidad del diálogo, estamos llamados a realizar una
“fusión de horizontes”, como diría Gadamer, entre el mundo de la fe y el mundo
actual donde el teólogo realiza su misión.

En 1998, Juan Pablo II, quiso mostrarnos lo indisoluble que resulta la fe y a


razón en el quehacer teológico con una bella metáfora: “la fe y la razón son como
dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la
verdad”. En este sentido, jugaría muy bien pensar la misma metafora al reflexionar
en lo indisoluble que resulta la búsqueda de la verdad y la práxis liberadora en el
quehacer teológico: “La ortodoxia y la ortopraxis son como dos alas con las que el
espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Teologízar es sí no
solo un proceso intelectual, sino también ético. Toda teología debe ser
praxológica.

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