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Una dulce historia

JORGE LUIS VARGAS IBAGÓN


Maestría de Enfermería
Universidad de la Sabana, 2017

Recibía en la tarde mi turno en la unidad de cuidado intensivo pediátrica, cuando conocí a Paula
de 8 años, proveniente de un municipio cercano. Cursaba cuarto grado de primaria; llevaba varios
días hospitalizada en cuidados intermedios luego de haber ingresado por un diagnóstico de inicio
de diabetes tipo 1.
Paula estaba acompañada de su madre María, sentadas en un sillón, y aunque se esmeraron
por saludar cordialmente resaltaba en esa habitación tristeza y desaliento, tanto en María como
en Paula era evidente una expresión de preocupación, de falta de alegría. Era entendible por el
momento que pasaban y los duros cambios que presentaba para su dinámica familiar esta
situación estresante. Me presenté ante ellas como el enfermero encargado de cuidarlas esa tarde
y ayudarles en lo que necesitaran; que contaban conmigo.
Al adelantar mis tareas, me dirigí a la habitación de Paula a dialogar un poco, conocerlas y ver
si podría ayudarles en algo. Les pregunté que cómo estaban, contestando María que ya un poco
mejor, “recuperándonos” mientras abrazaba a Paula. Viendo a Paula triste, desanimada y
cabizbaja, recordé cómo me sentía cuando a los 9 años me diagnosticaron la misma enfermedad,
se me venían a la cabeza las limitaciones que decían tendría y recordé lo bueno de que en esa
época alguien me tratara de incluir en mis propios cuidados.
Le pregunté a Paula cómo se sentía con todo lo que estaba pasando, a lo que ella respondió que
no le gustaba que le pusieran las inyecciones. María agregó que sentía mucho miedo al pensar
que su hija se pudiera enfermar nuevamente por falta de la insulina, pues no imaginaba la
posibilidad de que ellas pudieran aplicar esas inyecciones. Les afirmé que sabía que ellas
podrían hacerlo y que yo les ayudaría esa tarde.
Sonriéndoles dije que las entendía, que no era una situación fácil, y que por esto les ayudaría
con ese sentimiento. Les dije que antes de la cena volvería para que aprendieran cómo aplicar
la insulina. Sonriendo, María me dijo que me agradecía que las escuchara y me preocupara por
ellas. En ese instante recordé aquellos años de mi infancia cuando en compañía de mi madre
visitábamos los hospitales regularmente tratando de aprender a manejar mi diabetes; de cómo
mi madre se preocupaba demasiado y se desesperaba pues no sabía y no podía entenderle al
personal de salud como debía cuidarme y como nunca ningún profesional de salud trato de
acercarse a mí a darme ánimo y a tratar de explicarme que yo también podía ayudar con mis
cuidados.
Estos recuerdos eran los que me motivaban a ayudar a Paula y a su mamá, personas que, como
mi madre y yo un día, esperábamos una mano que nos apoyara y guiara a generar de esa
situación estresante, estrategias de autocuidado que nos brindaran tranquilidad y bienestar.
Al trascurrir el turno y antes de llegar la cena me dispuse a alistar la jeringa con insulina y un par
de jeringas con solución salina para la práctica, algunas torundas con desinfectante y el
glucómetro. Estando ya en el cuarto de Paula les indiqué la necesidad de hacer el lavado de
manos antes de la aplicación del medicamento. Guié la toma de la glucometría de María a mí,
pidiéndole a Paula que pusiera mucha atención para que después ella se la tomara; realicé una
parodia quejándome de dolor por el pinchazo, logrando una risa en ellas, además de recibir un
regaño de Paula, pues me dijo que no dolía tanto. Haciendo un análisis de los resultados dados
por el glucómetro dentro de límites normales, me dispuse a enseñar la técnica de inyección con
una de las jeringas con solución salina en mi abdomen. Les expliqué los sitios donde podía
aplicarse, el conteo de las unidades de insulina, la importancia de su rotación, del ángulo de la
jeringa y demás detalles relevantes.
Luego le dije a María que lo intentara en uno de mis brazos, quien se mostró penosa por
generarme otro pinchazo. Le dije que no había problema que el pinchazo valía la pena ya que lo
importante era que aprendieran. Aunque no era seguro que la actividad lograra su objetivo
principal, que era motivar a Paula para aprender a inyectarse, creí era la mejor manera. María lo
hizo de forma correcta, un poco nerviosa, pero para mi sorpresa Paula la corregía en cómo debía
hacerlo.
Ya para terminar, Paula tomó la iniciativa de practicar también, así que tomó la jeringuilla con su
insulina y con gran destreza y sin miedo se la inyectó en su abdomen, dándose cuenta, entre
otras cosas, que dolía menos que en los brazos donde se la estaban aplicando. Paula tenía una
expresión cálida, de gozo y satisfacción de ver cómo a pesar de que inyectarse no era una
actividad grata, entendía que era algo que debía hacer para estar mejor y ella misma podía
realizarlo. Verla tan decidida a cuidar de sí misma, le dio un valor agregado a mis actividades de
cuidado esa tarde. Les dije que tenían que seguir juiciosas estudiando, educándose en los
cuidados y poner todo de ellas para que aprendieran a convivir con la diabetes, ya que, aunque
fuera algo complicado era un obstáculo que podían vencer valientes como ellas.

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