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Ariadna cuenta la historia de su vida con un trastorno de conducta alimenticia desde los 9 años de edad. Ha pasado por un largo proceso de sanación que incluyó terapia psicológica y nutricional. Al principio le costaba reconocer que estaba enferma, pero con el tiempo aprendió a ver su trastorno como algo externo a ella ("extraterrestres") y a valorarse por más que su apariencia física.
Ariadna cuenta la historia de su vida con un trastorno de conducta alimenticia desde los 9 años de edad. Ha pasado por un largo proceso de sanación que incluyó terapia psicológica y nutricional. Al principio le costaba reconocer que estaba enferma, pero con el tiempo aprendió a ver su trastorno como algo externo a ella ("extraterrestres") y a valorarse por más que su apariencia física.
Ariadna cuenta la historia de su vida con un trastorno de conducta alimenticia desde los 9 años de edad. Ha pasado por un largo proceso de sanación que incluyó terapia psicológica y nutricional. Al principio le costaba reconocer que estaba enferma, pero con el tiempo aprendió a ver su trastorno como algo externo a ella ("extraterrestres") y a valorarse por más que su apariencia física.
siento que avanzo a ritmo de caracol, aunque al final de cuentas, avanzar es avanzar. También me gustaría comenzarla con el principio, pero fue hace tantos años que tengo un rompecabezas desarmado en mi cabeza y aún me faltan tantas piezas para resolverlo. Así que lo contaré como lo recuerdo, todo revuelto, con pedazos faltantes, con mis dudas y aprendizajes, con mis subidas y mis caídas. Mi nombre es Ariadna y esta es la historia de mi vida con un trastorno de conducta alimenticia. Con cada relato te voy a compartir lo que a mi me ha ayudado, porque además de darte a conocer mi historia, me gustaría que esta pueda ayudarte o ayudar a alguien con su proceso de sanación. Algo que he aprendido en el proceso es la importancia de hablar de estos trastornos como extraterrestres que viven en mí, más adelante les explicaré porque, así que los vamos a bautizar para que sea más sencillo identificarlos en la historia: tenemos a la bulimia que llamaremos Mía y por otro lado está Ana, la anorexia. Como mencioné al inicio, el principio de esta historia fue hace mucho tiempo, hace exactamente 13 años. Actualmente tengo 23 años, así es, yo tenía 9 años cuando Ana y Mía llegaron a mi vida, ¿pueden imaginarlo? Yo tengo una hermana que el día de hoy tiene 9 años y es tan pequeña, tan inocente, me ha sido tan difícil recordar que fue lo que pasó que terminé de esta manera, pero como dije, es un rompecabezas y aún me faltan muchas piezas. No comencé a tratarme con especialistas hasta que cumplí 22, quizá tardé un poco pero siempre creí que podría yo sola, que quizá un día me levantaría más fuerte que nunca y de pronto ya no me asustaría más la comida o podría verme en el espejo y amarme con todas mis fuerzas. No fue así. Considero que ha sido uno de los procesos más difíciles que he vivido, definitivamente es la montaña rusa más extrema a la que me he subido y no planeo suavizar el relato, ha sido difícil y siempre he creído que es importante hablar de la parte no romántica de sanar a uno mismo. Primero conocí a mi psicóloga, la verdad considero que ha sido un ángel en mi proceso. Recuerdo la primera vez que lo dijo es voz alta: “aquí vamos a tratar tu anorexia”; auch, pero por qué dolía tanto, yo ya sabía que estaba enferma, lo supe hace mucho tiempo. Ah, ya entendí, es que ahora que el tratamiento inicia tengo que hablarlo con mis papás, eso fue lo que dolió. Y verdaderamente fue un momento difícil, sobre todo el contarle a mi papá, creo que mucho tiempo me torturé sobre analizando cuál sería su reacción o si iba a creerme, si yo estaba ya tan acostumbrada a vivirme enferma, no me imagino ellos, al final nunca era un tema de conversación, ¿cómo iban a tomarlo? Para mi sorpresa, la respuesta de esa pregunta es “bien”, digo, tan bien como puedes tomar que tu hija lleve tanto tiempo enferma, fui muy afortunada porque inmediatamente recibí un genuino apoyo de parte de ambos. Nadie les dijo que tampoco sería un trayecto fácil para ellos. Conforme avanzaba mis terapias me daba cuenta de más y más cosas, cosas que yo ya tenía tan normalizadas que no me parecía que fueran dañinas. Hace mucho tiempo que el 100% de lo que yo consideraba que me daba valor como persona era mi físico, bueno, no el 100%, pero se veía más o menos así: Y con esto, durante muchos años fui creando conductas de seguridad que me hacían sentir “a salvo” cuando mi cabeza no se callaba. Por ejemplo, si un día me sentía incómoda con mi físico entonces era tan sencillo como postear alguna historia en Instagram y así tener a tantas y tantas personas que no conozco alabando mi aspecto, sexualizarme se volvió mi pan de cada día, ¿la realidad de esto? Jamás ayudaba realmente, me sentía sucia, al final, las personas que me halagaban veían únicamente mi físico, comencé a creerme que solo valía por eso. Lo que yo utilizaba para subir mi autoestima realmente la hundió hasta el suelo.
Lo que le da valor a Ari como persona
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Mi forma de ser El como trato a las personas
Cómo me veo físicamente ¿Qué me ayudó para dejar de sexualizarme? Dejé de tomarme fotos donde el enfoque principal era mi cuerpo. Porque además de esto, en algún momento me sentí muy culpable cuando muchas mujeres me hablaban diciéndome que tenía un cuerpo hermoso y que ellas quisieran verse como yo, ¿cómo le iba a explicar a todas ellas que verse como yo de la manera en la que yo lo hice les iba a costar su salud física y mental? Me cansé de promover un físico que estaba enfermo, que no se consiguió saludablemente, que me estaba trayendo consecuencias físicas y mentales quizá irreversibles. Entonces mis fotos de mi cuerpo con poca ropa se volvieron selfies sonriendo, no mentiré, de subir una foto al día ahora subo una foto al mes quizá, pero los halagos se convirtieron en “que bonita sonrisa”, “que bonitos ojos tienes”, “que lindo tu delineado”, y cada día valía más la pena hacerlo. Sanar todas las conductas de seguridad que tenía ha sido un reto, en general porque al inicio de todo esto yo honestamente no quería curarme, ¿recuerdan que les comenté al inicio que era importante hablar de la enfermedad como si fuera un extraterrestre? Esto es porque yo la hice tan mía que no imaginaba una vida sin ella, creía que era todo, mi personalidad, mi fuerza, la razón por la que la gente me quería, constantemente me preguntaba qué sería interesante de mi si me curaba. Para esto sí me ha sido necesario crear una red de apoyo muy fuerte, que me reafirme constantemente que sea como sea mi físico, las personas que me aman lo seguirán haciendo. Y ¿cuál era otro problema que enfrentaba recurrentemente? Me sentía de primera fila responsable de que mi mamá se sintiera culpable por la situación. Conforme uno va avanzando en este camino, quizá nunca encuentras la razón principal que haya hecho que la enfermedad llegara a tu vida, y si soy honesta, eventualmente dejas de buscar la raíz, sin embargo, lo que sí encuentras son muchos pequeños detalles que quizá ayudaron a Ana y a Mía a crecer. Por ejemplo, la obsesión de mi mamá con su peso. Jamás he buscado culpas en mis padres por esto, me gusta pensar que quizá un día mi cerebro se revolvió un poco y llegaron aquellas dos alienígenas a mi vida; y poco a poco aprendí a ser muy abierta con mi proceso y comencé a compartir todo lo que aprendía con mi familia y seres muy cercanos, y un día aprendí que quizá Ari pequeña había escuchado muchas veces de su mamá un “estoy gorda”. Siempre he sido muy aprensiva y a esa edad aún no tenía el control emocional en el que estoy trabajando a día de hoy, entonces una de las teorías es que escuché tan repetidas veces esa expresión hasta que 1. Mi cabeza asoció el estado físico como algo malo y 2. Lo hice mío. El día que aprendí esto lo compartí con mis papás, he visto a mi mami llorar muchas veces en este camino, pero ese día fue diferente, me arrepentí instantáneamente de haberlo compartido con ella, me dolió mucho haberla herido, jamás había sido su intención lastimarme y yo la herí al contarle. Aprendí que nuestras palabras tienen muchísimo más peso en las personas de lo que creemos, a cualquier edad y pueden herirnos o podemos herir a las personas, por más que las amemos y no sea nuestra intención. ¿Qué otra cosa he aprendido con mi psicóloga? Aaah, sí. El espejo. Mi espejo se volvió mi peor enemigo, me era imposible verme en espejos de tamaño completo sin juzgarme, definitivamente me volví mi crítica más dura desde hacía ya mucho tiempo y por alguna razón cuando decoré mi cuarto lo llené de espejos, en serio, hasta la cabecera tiene espejos; creo que de alguna manera necesitaba reafirmar mi miedo y mi inseguridad. Esto ha sido gradual, el primer paso fue cubrir mis espejos, solo me veía en uno pequeño para maquillarme, pero todos mis otros espejos estaban completamente tapados con sabanas, después de estar así un tiempo y cuando fue el momento de descubrirlos, el siguiente paso fue llenarlos de palabras de amor hacia mí: Eres hermosa Eres suficiente Vales más que lo que crees que ves en el espejo Te amo Era todo un sinfín de frases que yo leía todos los días en mi espejo y tenía que decirme a mí misma en voz alta. Esto creo que ha sido uno de los sube y baja más difíciles de todo, pero no pasa nada, siempre que estoy abajo es tan sencillo como volver a cubrir mis espejos y repetimos todo otra vez. Después de ir unos meses con mi psicóloga ella me dijo que tenía que buscar una nutrióloga especialista en trastornos de conducta alimenticia, y así fue como conocí a mi nutrióloga. Sinceramente ir con ella me ha hecho descubrir cosas muy impactantes sobre el estilo de vida que llevaba hasta ese día y han sido muchas cosas muy impactantes y difíciles de procesar. Les contaré las que para mi han sido las más fuertes. Para empezar, el compartir tus hábitos con alguien más es abrirte a que te vas a dar cuenta de que puedes estar mal en muchas cosas. Lo primero que aprendí ahí fue que hacía ya muchos años que había perdido la sensación del hambre. A mi me sonó ridículo, ¿cómo podía haber perdido la sensación de hambre?, ¡falso! Yo sí sentía hambre… ¿no? Pues no, yo sentía náuseas, dolor de cabeza, cansancio, dolor de estómago, agruras, molestia, desesperación. Y darme cuenta de esto fue muy frustrante y aquí inició una lucha nueva, tenía que acostumbrar a mi estómago a comer de nuevo. Para hacer esto lo primero que hice fue establecer un horario de comidas, eran pasos pequeños pero significativos: hacer 3 comidas en el día. Entones puse una alarma por la mañana, una en la tarde y una en la noche y no importaba dónde estaba, con quién estaba o qué estaba haciendo, tenía que comer cuando mi alarma me lo indicaba. Comer 3 veces al día vaya que era un reto porque, como lo mencioné antes, no me daba hambre, pero aprendí que mi cuerpo se comunicaba conmigo de maneras diferentes como los malestares que les mencioné antes, así que tenía que aprender su nuevo idioma. Cualquier relato que haga aquí no le daría justicia al sufrimiento que pasé las primeras semanas de tratar de hacer comidas completas, mis comidas venían acompañadas de llantos y gritos y enojo, estuve cansada tantas veces, ¿por qué estaba haciendo esto si me dolía tanto? Y no solo mentalmente, acostumbrar a tu cuerpo a estar sano nuevamente viene acompañado de dolores físicos inimaginables. Mi estómago ya no procesaba todos los alimentos, se hizo chiquito durante tantos años y tenía que volver a su tamaño saludable, fueron semanas espantosas. Yo quería rendirme, curarme me estaba doliendo, si dejaba de intentarlo también iba a sufrir, pero ese era un dolor que yo ya conocía, ya lo tenía medido, qué más daba. Pero seguí y seguí y luego de varias semanas de sentir que no avanzaba ni un centímetro me di cuenta… Ya no me duele la cabeza, los mareos se han ido, ya no estoy enojada de la nada, mi estómago ya no se siente inflamado, las náuseas se fueron, sí estaba avanzando. Me atrevo a decir que hubo tantos días malos que dejé de contarlos, pero así poco a poco iba notando pequeños avances en mí, ahí estaban, la esperanza había regresado. Con tantos años con Ana y Mía en mi vida, ya había aprendido muy bien diferentes formas de engañar a la gente respecto a mi alimentación. Por ejemplo, a la hora de comer constantemente me levantaba a traerle a las demás cosas que les faltaban, así todos terminaban y se iban y nadie se quedaba a ver cuánto comía yo, también cuando tenía antojo de algo como unas papitas le decía a alguien que si compartíamos y así nadie notaría que de hecho yo me comí media papita y la otra persona toda la bolsa. Y así me hice de muchos y diferentes trucos para aparentar que todo estaba bien. Tomaba ventaja de que siempre estaba ocupada con el trabajo o con la escuela, siempre le decía a mi mamá “desayuno en la escuela”, “al rato compro algo de comer”, “no te preocupes”.
Las medidas para eliminar todo esto fueron un
poco más rigurosas: ya jamás me dejaban sola para hacer una comida. Era un poco complicado porque, como dije, siempre estaba ocupada con el trabajo y con la escuela. Pero de alguna manera se las arreglaron para ver que hiciera todas las comidas que me tocaban y si por alguna razón nadie podía estar físicamente conmigo, me hacían una videollamada para ver que lo hiciera. Creo que fueron medidas muy drásticas, pero es que mi salud ya gritaba con desesperación que necesitaba ayuda y luego de un tiempo ayudó, como todo, fue lento y muy difícil, me enojaba muchísimo, pero avancé. Siempre me fue dura la hora de comer, el truco que encontramos para esto era acompañar mi comida con alguna distracción, por ejemplo, ver una película o platicar con los que estaban en la mesa, no era difícil porque no me dejaban levantarme hasta terminar y con los meses esta técnica dio resultados. No pensaba mucho en qué estaba comiendo, solo lo hacía y ya. Siguiente paso, mejorar exactamente eso: no pensaba en qué estaba comiendo, solo lo hacía y ya. Tenía que volver a disfrutar mi comida, no podía ser mi enemiga para siempre. Y arrancamos con una de las tareas más difíciles que me habían dejado hasta ese momento, tenía que comer todo lo que se me antojara, eso que antes me fascinaba y dejé de comerlo, o, aunque sea probarlo. Aquí me tocó ser muy paciente conmigo y a todos los que me rodeaban, mi miedo a la comida no se iría de un día a otro, pero abrirme a esta tarea me dio la oportunidad de sentir nuevamente sabores que hacía años no probaba y la verdad, daba miedo, pero ahora me gustaba eso, intentar las cosas, aunque fuera con miedo. La última anécdota fue de hace unos días, tuve una cita con la nutrióloga y hablando me dijo “tu cerebro necesita que mantengas constante tu peso saludable al menos 3 años para recuperarse del daño que ha sufrido”. Quedé en shock. Como nunca había pensado que durante todos estos años yo estaría haciéndole daño a mi cerebro. - ¿Estoy dañando mi cerebro? – Cuando lo dije en voz alta me sentí tan ingenua, he pasado los últimos años sin darle a mi cuerpo los nutrientes que necesita, por supuesto que estoy dañando a mi cerebro. Y yo era perfectamente consciente de que tenía bastantes afectaciones físicas gracias a mi ritmo de vida de todos estos años, de hecho, varias veces me ha mandado al hospital esta enfermedad, pero jamás lo había dimensionado como cuando lo escuché de alguien más. Es sumamente difícil luchar contra la persona que te está destruyendo día con día, sobre todo cuando esa persona eres tú. Estas no son todas mis historias, no son todos mis consejos, ni todas mis caídas y menos todas las veces que me he levantado, es sólo un poquito de esta montaña rusa que he vivido estos últimos meses. No soy psicóloga, ni nutrióloga, tampoco psiquiatra ni mucho menos experta en este tema, mi nombre es Ariadna y esta es la historia de mi vida con un trastorno de conducta alimenticia, no sé si esto llegue a muchas personas, honestamente lo escribí principalmente para mí, me gusta recordar mis avances y mis caídas, recordar que he aprendido y que no ha sido fácil este camino, pero que sigo caminando y que eso es lo importante. Si llegó a ti y eres madre, padre, amistad, pareja o cercano a alguien que está pasando por esto, quizá te ayude con tu perspectiva o tal vez aprendas algo que no sabías, te deseo que logres ser la luz para tu ser amado que lucha contra estas enfermedades. Pero si llegó a ti y estas luchando la misma batalla que yo, quiero decirte que no va a ser fácil, te deseo paciencia y esperanza, no existe paso que no sea un avance, aunque sientas que solo avanzas hacia atrás, siempre confía en tu proceso porque este camino es tuyo. Nos vemos en la meta.
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