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Me gustaría poder comenzar con el final, pero

esto es un camino muy largo, muchas veces


siento que avanzo a ritmo de caracol, aunque
al final de cuentas, avanzar es avanzar.
También me gustaría comenzarla con el
principio, pero fue hace tantos años que tengo
un rompecabezas desarmado en mi cabeza y
aún me faltan tantas piezas para resolverlo.
Así que lo contaré como lo recuerdo, todo
revuelto, con pedazos faltantes, con mis dudas
y aprendizajes, con mis subidas y mis caídas.
Mi nombre es Ariadna y esta es la historia de
mi vida con un trastorno de conducta
alimenticia.
Con cada relato te voy a compartir lo que a mi
me ha ayudado, porque además de darte a
conocer mi historia, me gustaría que esta
pueda ayudarte o ayudar a alguien con su
proceso de sanación.
Algo que he aprendido en el proceso es la
importancia de hablar de estos trastornos como
extraterrestres que viven en mí, más adelante
les explicaré porque, así que los vamos a
bautizar para que sea más sencillo
identificarlos en la historia: tenemos a la
bulimia que llamaremos Mía y por otro lado
está Ana, la anorexia.
Como mencioné al inicio, el principio de esta
historia fue hace mucho tiempo, hace
exactamente 13 años. Actualmente tengo 23
años, así es, yo tenía 9 años cuando Ana y Mía
llegaron a mi vida, ¿pueden imaginarlo? Yo
tengo una hermana que el día de hoy tiene 9
años y es tan pequeña, tan inocente, me ha
sido tan difícil recordar que fue lo que pasó
que terminé de esta manera, pero como dije, es
un rompecabezas y aún me faltan muchas
piezas.
No comencé a tratarme con especialistas hasta
que cumplí 22, quizá tardé un poco pero
siempre creí que podría yo sola, que quizá un
día me levantaría más fuerte que nunca y de
pronto ya no me asustaría más la comida o
podría verme en el espejo y amarme con todas
mis fuerzas. No fue así.
Considero que ha sido uno de los procesos más
difíciles que he vivido, definitivamente es la
montaña rusa más extrema a la que me he
subido y no planeo suavizar el relato, ha sido
difícil y siempre he creído que es importante
hablar de la parte no romántica de sanar a uno
mismo.
Primero conocí a mi psicóloga, la verdad
considero que ha sido un ángel en mi proceso.
Recuerdo la primera vez que lo dijo es voz
alta: “aquí vamos a tratar tu anorexia”; auch,
pero por qué dolía tanto, yo ya sabía que
estaba enferma, lo supe hace mucho tiempo.
Ah, ya entendí, es que ahora que el tratamiento
inicia tengo que hablarlo con mis papás, eso
fue lo que dolió. Y verdaderamente fue un
momento difícil, sobre todo el contarle a mi
papá, creo que mucho tiempo me torturé sobre
analizando cuál sería su reacción o si iba a
creerme, si yo estaba ya tan acostumbrada a
vivirme enferma, no me imagino ellos, al final
nunca era un tema de conversación, ¿cómo
iban a tomarlo?
Para mi sorpresa, la respuesta de esa pregunta
es “bien”, digo, tan bien como puedes tomar
que tu hija lleve tanto tiempo enferma, fui muy
afortunada porque inmediatamente recibí un
genuino apoyo de parte de ambos. Nadie les
dijo que tampoco sería un trayecto fácil para
ellos.
Conforme avanzaba mis terapias me daba
cuenta de más y más cosas, cosas que yo ya
tenía tan normalizadas que no me parecía que
fueran dañinas.
Hace mucho tiempo que el 100% de lo que yo
consideraba que me daba valor como persona
era mi físico, bueno, no el 100%, pero se veía
más o menos así:
Y con esto, durante muchos años fui creando
conductas de seguridad que me hacían sentir
“a salvo” cuando mi cabeza no se callaba. Por
ejemplo, si un día me sentía incómoda con mi
físico entonces era tan sencillo como postear
alguna historia en Instagram y así tener a
tantas y tantas personas que no conozco
alabando mi aspecto, sexualizarme se volvió
mi pan de cada día, ¿la realidad de esto? Jamás
ayudaba realmente, me sentía sucia, al final,
las personas que me halagaban veían
únicamente mi físico, comencé a creerme que
solo valía por eso. Lo que yo utilizaba para
subir mi autoestima realmente la hundió hasta
el suelo.

Lo que le da valor a Ari como persona

10%
15%

75%

Mi forma de ser El como trato a las personas


Cómo me veo físicamente
¿Qué me ayudó para dejar de sexualizarme?
Dejé de tomarme fotos donde el enfoque
principal era mi cuerpo. Porque además de
esto, en algún momento me sentí muy culpable
cuando muchas mujeres me hablaban
diciéndome que tenía un cuerpo hermoso y
que ellas quisieran verse como yo, ¿cómo le
iba a explicar a todas ellas que verse como yo
de la manera en la que yo lo hice les iba a
costar su salud física y mental? Me cansé de
promover un físico que estaba enfermo, que no
se consiguió saludablemente, que me estaba
trayendo consecuencias físicas y mentales
quizá irreversibles. Entonces mis fotos de mi
cuerpo con poca ropa se volvieron selfies
sonriendo, no mentiré, de subir una foto al día
ahora subo una foto al mes quizá, pero los
halagos se convirtieron en “que bonita
sonrisa”, “que bonitos ojos tienes”, “que lindo
tu delineado”, y cada día valía más la pena
hacerlo.
Sanar todas las conductas de seguridad que
tenía ha sido un reto, en general porque al
inicio de todo esto yo honestamente no quería
curarme, ¿recuerdan que les comenté al inicio
que era importante hablar de la enfermedad
como si fuera un extraterrestre? Esto es porque
yo la hice tan mía que no imaginaba una vida
sin ella, creía que era todo, mi personalidad,
mi fuerza, la razón por la que la gente me
quería, constantemente me preguntaba qué
sería interesante de mi si me curaba. Para esto
sí me ha sido necesario crear una red de apoyo
muy fuerte, que me reafirme constantemente
que sea como sea mi físico, las personas que
me aman lo seguirán haciendo.
Y ¿cuál era otro problema que enfrentaba
recurrentemente? Me sentía de primera fila
responsable de que mi mamá se sintiera
culpable por la situación. Conforme uno va
avanzando en este camino, quizá nunca
encuentras la razón principal que haya hecho
que la enfermedad llegara a tu vida, y si soy
honesta, eventualmente dejas de buscar la raíz,
sin embargo, lo que sí encuentras son muchos
pequeños detalles que quizá ayudaron a Ana y
a Mía a crecer. Por ejemplo, la obsesión de mi
mamá con su peso.
Jamás he buscado culpas en mis padres por
esto, me gusta pensar que quizá un día mi
cerebro se revolvió un poco y llegaron
aquellas dos alienígenas a mi vida; y poco a
poco aprendí a ser muy abierta con mi proceso
y comencé a compartir todo lo que aprendía
con mi familia y seres muy cercanos, y un día
aprendí que quizá Ari pequeña había
escuchado muchas veces de su mamá un
“estoy gorda”. Siempre he sido muy aprensiva
y a esa edad aún no tenía el control emocional
en el que estoy trabajando a día de hoy,
entonces una de las teorías es que escuché tan
repetidas veces esa expresión hasta que 1. Mi
cabeza asoció el estado físico como algo malo
y 2. Lo hice mío.
El día que aprendí esto lo compartí con mis
papás, he visto a mi mami llorar muchas veces
en este camino, pero ese día fue diferente, me
arrepentí instantáneamente de haberlo
compartido con ella, me dolió mucho haberla
herido, jamás había sido su intención
lastimarme y yo la herí al contarle. Aprendí
que nuestras palabras tienen muchísimo más
peso en las personas de lo que creemos, a
cualquier edad y pueden herirnos o podemos
herir a las personas, por más que las amemos y
no sea nuestra intención.
¿Qué otra cosa he aprendido con mi
psicóloga? Aaah, sí. El espejo. Mi espejo se
volvió mi peor enemigo, me era imposible
verme en espejos de tamaño completo sin
juzgarme, definitivamente me volví mi crítica
más dura desde hacía ya mucho tiempo y por
alguna razón cuando decoré mi cuarto lo llené
de espejos, en serio, hasta la cabecera tiene
espejos; creo que de alguna manera necesitaba
reafirmar mi miedo y mi inseguridad. Esto ha
sido gradual, el primer paso fue cubrir mis
espejos, solo me veía en uno pequeño para
maquillarme, pero todos mis otros espejos
estaban completamente tapados con sabanas,
después de estar así un tiempo y cuando fue el
momento de descubrirlos, el siguiente paso fue
llenarlos de palabras de amor hacia mí:
 Eres hermosa
 Eres suficiente
 Vales más que lo que crees que ves en
el espejo
 Te amo
Era todo un sinfín de frases que yo leía todos
los días en mi espejo y tenía que decirme a mí
misma en voz alta. Esto creo que ha sido uno
de los sube y baja más difíciles de todo, pero
no pasa nada, siempre que estoy abajo es tan
sencillo como volver a cubrir mis espejos y
repetimos todo otra vez.
Después de ir unos meses con mi psicóloga
ella me dijo que tenía que buscar una
nutrióloga especialista en trastornos de
conducta alimenticia, y así fue como conocí a
mi nutrióloga.
Sinceramente ir con ella me ha hecho
descubrir cosas muy impactantes sobre el
estilo de vida que llevaba hasta ese día y han
sido muchas cosas muy impactantes y difíciles
de procesar. Les contaré las que para mi han
sido las más fuertes.
Para empezar, el compartir tus hábitos con
alguien más es abrirte a que te vas a dar cuenta
de que puedes estar mal en muchas cosas. Lo
primero que aprendí ahí fue que hacía ya
muchos años que había perdido la sensación
del hambre. A mi me sonó ridículo, ¿cómo
podía haber perdido la sensación de hambre?,
¡falso! Yo sí sentía hambre… ¿no?
Pues no, yo sentía náuseas, dolor de cabeza,
cansancio, dolor de estómago, agruras,
molestia, desesperación. Y darme cuenta de
esto fue muy frustrante y aquí inició una lucha
nueva, tenía que acostumbrar a mi estómago a
comer de nuevo.
Para hacer esto lo primero que hice fue
establecer un horario de comidas, eran pasos
pequeños pero significativos: hacer 3 comidas
en el día. Entones puse una alarma por la
mañana, una en la tarde y una en la noche y no
importaba dónde estaba, con quién estaba o
qué estaba haciendo, tenía que comer cuando
mi alarma me lo indicaba.
Comer 3 veces al día vaya que era un reto
porque, como lo mencioné antes, no me daba
hambre, pero aprendí que mi cuerpo se
comunicaba conmigo de maneras diferentes
como los malestares que les mencioné antes,
así que tenía que aprender su nuevo idioma.
Cualquier relato que haga aquí no le daría
justicia al sufrimiento que pasé las primeras
semanas de tratar de hacer comidas completas,
mis comidas venían acompañadas de llantos y
gritos y enojo, estuve cansada tantas veces,
¿por qué estaba haciendo esto si me dolía
tanto? Y no solo mentalmente, acostumbrar a
tu cuerpo a estar sano nuevamente viene
acompañado de dolores físicos inimaginables.
Mi estómago ya no procesaba todos los
alimentos, se hizo chiquito durante tantos años
y tenía que volver a su tamaño saludable,
fueron semanas espantosas.
Yo quería rendirme, curarme me estaba
doliendo, si dejaba de intentarlo también iba a
sufrir, pero ese era un dolor que yo ya conocía,
ya lo tenía medido, qué más daba. Pero seguí y
seguí y luego de varias semanas de sentir que
no avanzaba ni un centímetro me di cuenta…
Ya no me duele la cabeza, los mareos se han
ido, ya no estoy enojada de la nada, mi
estómago ya no se siente inflamado, las
náuseas se fueron, sí estaba avanzando.
Me atrevo a decir que hubo tantos días malos
que dejé de contarlos, pero así poco a poco iba
notando pequeños avances en mí, ahí estaban,
la esperanza había regresado.
Con tantos años con Ana y Mía en mi vida, ya
había aprendido muy bien diferentes formas de
engañar a la gente respecto a mi alimentación.
Por ejemplo, a la hora de comer
constantemente me levantaba a traerle a las
demás cosas que les faltaban, así todos
terminaban y se iban y nadie se quedaba a ver
cuánto comía yo, también cuando tenía antojo
de algo como unas papitas le decía a alguien
que si compartíamos y así nadie notaría que de
hecho yo me comí media papita y la otra
persona toda la bolsa.
Y así me hice de muchos y diferentes trucos
para aparentar que todo estaba bien. Tomaba
ventaja de que siempre estaba ocupada con el
trabajo o con la escuela, siempre le decía a mi
mamá “desayuno en la escuela”, “al rato
compro algo de comer”, “no te preocupes”.

Las medidas para eliminar todo esto fueron un


poco más rigurosas: ya jamás me dejaban sola
para hacer una comida.
Era un poco complicado porque, como dije,
siempre estaba ocupada con el trabajo y con la
escuela. Pero de alguna manera se las
arreglaron para ver que hiciera todas las
comidas que me tocaban y si por alguna razón
nadie podía estar físicamente conmigo, me
hacían una videollamada para ver que lo
hiciera.
Creo que fueron medidas muy drásticas, pero
es que mi salud ya gritaba con desesperación
que necesitaba ayuda y luego de un tiempo
ayudó, como todo, fue lento y muy difícil, me
enojaba muchísimo, pero avancé.
Siempre me fue dura la hora de comer, el truco
que encontramos para esto era acompañar mi
comida con alguna distracción, por ejemplo,
ver una película o platicar con los que estaban
en la mesa, no era difícil porque no me
dejaban levantarme hasta terminar y con los
meses esta técnica dio resultados. No pensaba
mucho en qué estaba comiendo, solo lo hacía y
ya.
Siguiente paso, mejorar exactamente eso: no
pensaba en qué estaba comiendo, solo lo hacía
y ya. Tenía que volver a disfrutar mi comida,
no podía ser mi enemiga para siempre.
Y arrancamos con una de las tareas más
difíciles que me habían dejado hasta ese
momento, tenía que comer todo lo que se me
antojara, eso que antes me fascinaba y dejé de
comerlo, o, aunque sea probarlo.
Aquí me tocó ser muy paciente conmigo y a
todos los que me rodeaban, mi miedo a la
comida no se iría de un día a otro, pero
abrirme a esta tarea me dio la oportunidad de
sentir nuevamente sabores que hacía años no
probaba y la verdad, daba miedo, pero ahora
me gustaba eso, intentar las cosas, aunque
fuera con miedo.
La última anécdota fue de hace unos días, tuve
una cita con la nutrióloga y hablando me dijo
“tu cerebro necesita que mantengas constante
tu peso saludable al menos 3 años para
recuperarse del daño que ha sufrido”. Quedé
en shock. Como nunca había pensado que
durante todos estos años yo estaría haciéndole
daño a mi cerebro.
- ¿Estoy dañando mi cerebro? – Cuando lo dije
en voz alta me sentí tan ingenua, he pasado los
últimos años sin darle a mi cuerpo los
nutrientes que necesita, por supuesto que estoy
dañando a mi cerebro.
Y yo era perfectamente consciente de que tenía
bastantes afectaciones físicas gracias a mi
ritmo de vida de todos estos años, de hecho,
varias veces me ha mandado al hospital esta
enfermedad, pero jamás lo había dimensionado
como cuando lo escuché de alguien más.
Es sumamente difícil luchar contra la persona
que te está destruyendo día con día, sobre todo
cuando esa persona eres tú.
Estas no son todas mis historias, no son todos
mis consejos, ni todas mis caídas y menos
todas las veces que me he levantado, es sólo
un poquito de esta montaña rusa que he vivido
estos últimos meses.
No soy psicóloga, ni nutrióloga, tampoco
psiquiatra ni mucho menos experta en este
tema, mi nombre es Ariadna y esta es la
historia de mi vida con un trastorno de
conducta alimenticia, no sé si esto llegue a
muchas personas, honestamente lo escribí
principalmente para mí, me gusta recordar mis
avances y mis caídas, recordar que he
aprendido y que no ha sido fácil este camino,
pero que sigo caminando y que eso es lo
importante.
Si llegó a ti y eres madre, padre, amistad,
pareja o cercano a alguien que está pasando
por esto, quizá te ayude con tu perspectiva o
tal vez aprendas algo que no sabías, te deseo
que logres ser la luz para tu ser amado que
lucha contra estas enfermedades.
Pero si llegó a ti y estas luchando la misma
batalla que yo, quiero decirte que no va a ser
fácil, te deseo paciencia y esperanza, no existe
paso que no sea un avance, aunque sientas que
solo avanzas hacia atrás, siempre confía en tu
proceso porque este camino es tuyo.
Nos vemos en la meta.

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