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Sujeto, inconsciente y adolescencia:

Diego Moreira

Existencia
Sujeto
Significante
Hablanser (parlêtre)

Aquí, me ha parecido, necesario abordar el discurso de un niño y/o de un


adolescente en su infatigable inmortalidad e incesante sexuación, y al mismo tiempo
considerar y lo digo con cierta cautela, el campo de la ilación lógica del conjunto
significante.

En este contexto, recurro a Lacan, que habla de una “existencia sexuada, mortal y
parlante”. Tres determinaciones de la ex-istencia, que no se instauran como una síntesis,
sino que imponen una sustracción y una imposibilidad, que implica una subjetividad
escindida, una herida inaugural incurable, que arroja o expulsa la existencia fuera de sí
misma.

Aunque todavía son interrogantes, el sujeto y su concepción en el campo analítico,


suelen ser expresados como afirmaciones o certezas. En este contexto me pregunto: ¿Qué
implica el término sujeto?

En el Diccionario de la Real Academia Española (2019), se lee, literalmente:

Como adjetivo:

1. adj. Expuesto o propenso a algo.

Como sustantivo:

2. m. Asunto o materia sobre que se habla o escribe.

3. m. Persona innominada. Usado frecuentemente cuando no se quiere declarar de


quién se habla, o cuando se ignora su nombre.

En la Enciclopedia Herder (2019) se encuentra: Sujeto, del latín medieval


subiectum)

Originariamente, el sujeto, como subiectum, es el término con que se traduce, en


el latín medieval, el hypokéimenon griego de Aristóteles, en el sentido de «lo que está
puesto debajo», y se refiere al sustrato, que permanece en el cambio, o a la sustancia, que
propiamente es sujeto en los enunciados; en este aspecto, sujeto no tiene a «objeto» como
correlato, puesto que su entidad es de tipo lógico o metafísico.

Veamos, detenidamente, estas diversas posibilidades:

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El sujeto como individuo

En nuestra lengua el uso ha cristalizado el significado del término sujeto.


Habitualmente tomamos la tercera acepción que presenta el diccionario: persona
innominada. En la entrada correspondiente a «persona» encontramos su equiparación a
«individuo».

Ahora bien, cuando redactamos un texto, solemos escribir «se trata de un sujeto
de 13 años de edad» o «se trata de un sujeto con tales características», con lo cuál evitamos
escribir el nombre de la persona.

También, y en este sentido, cada uno de nosotros es un sujeto. Es decir, que


hablamos del individuo como de un objeto tridimensional, en un tiempo determinado.
Esta idea que es verosímil nos permite una diversidad de conjeturas.

El individuo ciertamente, y con alguna incomodidad, suele ser definido como lo


indiviso, pero aquí no vamos a tomar esta acepción, sino la que presenta Freud en «El yo
y el ello», allí el individuo es considerado como un significativo fragmento del ello y de
su casquete periférico el yo. En el ello podemos discriminar el esfuerzo propio de la
pulsión [o querencia] sexual, de autoconservación, de la conservación de la especie, y de
muerte. El análisis del yo nos permite distinguir cuatro configuraciones de huellas de
memoria que perduran en el tiempo: el yo real primitivo, el yo placer, el yo real definitivo
y el superyó. El sujeto-individuo, así constituido, adquiere características específicas en
la posición, tiempo lógico y ético que llamamos: adolescencia.

Estas características derivan de la singular tramitación de la irrupción del gozo,


propio de este tiempo lógico. Así, improvisamos desde Freud, una ficción de privilegios:
en la posición de la prepubertad, del yo real inicial, en la pubertad, del yo placer, en la
adolescencia propiamente dicha, del yo real definitivo, y en la inconclusión de la
adolescencia, del superyó.

El sujeto como asunto o tema del inconsciente

Ahora bien, “sujeto” también quiere decir para el diccionario “asunto o materia
sobre el que se habla o se escribe”.

Aunque, no es este el sentido que el uso ha fijado en el argentino de nuestra lengua,


el término inglés «subject» y el francés «sujet», se enlazan a esta significación en las
lenguas respectivas.

Pero, veamos un ejemplo, aquí el asunto que nos convoca es la adolescencia, es


decir que el sujeto (desde luego, no inconsciente) es la adolescencia.

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Como observamos ya no se trata de una persona innominada, de un objeto
tridimensional en un tiempo específico, sino de un asunto que puede ser inscripto en una
hoja de papel, siempre y cuando se entienda esta hoja como una superficie, un plano.

Ahora bien, el sujeto del inconsciente sólo admite su configuración en una


espacialidad bidimensional: alto y ancho, por lo tanto es chato.

Este sujeto se caracteriza por ser singular, y porque lo estamos produciendo entre
todos, autores y lectores: nosotros con nuestras consideraciones y ustedes con sus
preguntas y comentarios. Se trata entonces de un sujeto social, recordemos al respecto,
que Freud nos dice que toda psicología es psicología social, en términos de Lacan, no hay
sino lazo social, es decir, que es imposible una psicología del individuo considerado como
lo indiviso.

Un adolescente que había migrado de Inglaterra a Alemania y olvidado casi por


completo su lengua materna, había instaurado como condición fetiche un cierto "brillo en
la nariz". Freud, 1927, nos dice que ese fetiche “no debía leerse en alemán sino en la
lengua materna”, es decir, en inglés: La frase en alemán "glanz auf der nase” (“brillo
sobre la nariz”) remitía al texto subyacente en ingles una "mirada sobre la nariz" (glance
= "mirada" en inglés). El fetiche en cuestión era la nariz, pero una nariz a la cual le atribuía
una luz brillante, que sólo podía observar desde una singular posición, que otros no
accedían.

Aquí, nos encontramos que el asunto como sujeto hablante del inconsciente
admite ser leído en su lengua materna. Pero esto sólo no es suficiente, no se trata de un
sujeto pleno, sino que siempre implica una falta —estructural—.

Este sujeto se constituye mediante las operaciones de alienación y separación,


pero esta última no puede ser, como proponen algunos analistas, una separación
enajenada, sino una separación liberadora.

Nótese: la subversión ética que propone Lacan (1966), lo lleva a considerar en


"Instancia de la letra", que la estructura significante se enlaza al eje sincrónico y al
diacrónico. De esta manera, las leyes del lenguaje, metonimia y metáfora, que toma del
lingüista Román Jakobson, se despliegan en los ejes sincrónico y diacrónico.

Es llamativo que páginas de Lacan, requieren, como requisito indispensable, de


un conjunto de significantes. Así, en Lacan (1966), Escritos, "De una cuestión preliminar
a todo tratamiento de la psicosis", se lee: "Una golondrina no hace verano", nos es
consabido, que al igual que el significante, para hacer verano hace falta una segunda
golondrina. Por lo tanto, sin este conjunto significante no hay rasgo unario, rechazo del
S1, gozo, entre otros.

En el Seminario 9, La interpretación, Lacan (1961/62) propone para el significante


la siguiente fórmula: "el significante representa, al sujeto para otro significante", en el
contexto de una perspectiva lingüística, de una cadena de significantes, que admite la
siguiente figuración:
S S S ...

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Aquí, el Otro se constituye como lugar donde se inscriben los significantes, desde
luego, su estructura sólo implica el encadenamiento de eslabones.

El significante implica un bucle, que es bidireccional y bidimensional.

Lacan (1961/62), La identificación, considera el signo como «lo que representa


algo para alguien».

Ahora bien, en el Seminario 16, De un Otro al otro, Lacan (1968/69) introduce


una lectura lógica de la fórmula mencionada de acuerdo a la teoría de conjuntos, de par
ordenado (es lo que representa a un sujeto para otro significante). Así, "el otro
significante", ya no es simplemente un eslabón en la cadena, por el contrario, representa
el conjunto de los otros significantes. Entonces, es posible configurar una topología
estratificada del Otro.

Veamos la representación que propone Lacan (1968/69, De un Otro al otro, p.


226).

Por otra parte, y en otro marco, Derrida hacia 1966, propone que la estructura debe
ser considerada "ya siempre allí", de manera que no tiene centro, origen, ni fin. Es decir,
que no hay un fundamento único, ni un foco central.

Recordemos que el estatuto del inconsciente freudiano es fundamentalmente


lógico. Lacan (1966/67) al ocuparse de la lógica del inconsciente, hace referencia a "[…]
la carencia que demuestran los psicoanalistas de hoy día para estar a la altura teórica que
exige su praxis" y sus consecuencias las esperadas.

En este contexto el inconsciente implica una operación lógica, que hace caducar
todo simulacro, y organiza el discurso. Así, las operaciones de desplazamiento y
condensación, se despliegan en términos freudianos, de acuerdo a criterios como la
simultaneidad, la contigüidad, la analogía y la causalidad. En palabras de Lacan, metáfora
y metonimia. Siendo la metáfora la figura de la retórica, que la analogía acomete y otorga
su sentido.

Agrego, una circunstancia significativa: Lacan incluye la denominada "chispa


creadora" la cuál y como efecto de la metáfora "brota entre dos significantes de los cuales
uno se ha sustituido al otro tomando su lugar en la cadena significante, mientras y no le

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quita verosimilitud, el significante oculto sigue presente por su conexión metonímica con
el resto de la cadena" (Lacan, 1966), Escritos I, La instancia de la letra en el inconsciente).

Lacan (1970/71) , El seminario 19 (“…o peor”), recurre al esquema del signo


de Peirce para considerar el acto de interpretación y del discurso analítico. La semiótica
de Peirce tiene su fundamento en la definición de signo. Saussure considera el signo
compuesto de dos elementos: significante y significado. Peirce, por el contrario, postuló
el signo como una relación triádica . Así, en Peirce (1987) se lee: “Un signo o
representamen es algo que representa algo para alguien en algún aspecto o carácter. Se
dirige a alguien, es decir, crea en la mente de esa persona un signo equivalente o, quizás,
aún más desarrollado. A este signo creado yo lo llamo el Interpretante del primer signo.
El signo está en lugar de algo, su Objeto. Representa a este Objeto no en todos sus
aspectos, sino con referencia a una idea que he llamado a veces el Fundamento del
representamen.” Por el contrario, Saussure propuso el signo compuesto de dos elementos:
significante y significado. También Lacan, en El seminario 19 (“…o peor”), apela al
esquema del signo peirceano para acceder al acto de interpretación y del discurso
analítico.

Aquí, puedo decir, que si bien el sujeto como asunto lacaniano es diferente al
sujeto como individuo freudiano, ambos admiten su lectura, y emergen en el acto del
jugar [con palabras] a partir de una singular operación del analista.

El parlêtre o hablanser

Finalmente, Lacan enlaza el término sujeto con el neologismo parlêtre,


constituido por el verbo parler (hablar) y el sustantivo être (ser), que puede traducirse
como parlante o hablanser, un sujeto (barrado) constituido por la acción de la palabra. El
ser se constituye a partir del hablar.

Aquí, el primer órgano que se instaura como un órgano para el cuerpo del parlêtre,
es el lenguaje y es porque el lenguaje es órgano, o sea yo puedo usarlo.

Observo que para Roberto Harari, parlêtre es homófono con "par la lettre (por la
letra)", por consiguiente y concluyo se podría llegar a ser por la letra, por la palabra.

De esta manera, el cuerpo del parlêtre es imposible en lo tridimensional


euclidiano. Así, esta lógica entra en contradicción con la segunda tópica freudiana, con la
bolsa de las pulsiones acorde con la geometría de la esfera y con lo externo interno de
dicha concepción (mundo exterior, yo, superyó y eso).

Con afán y sutileza, el autor francés considera que el cuerpo para el parlêtre
(hablanser) se incluye en el registro de lo imaginario, en tanto implica la dimensión del
engaño.

Tal vez en la adolescencia, cada hablanser, encara su tarea más difícil: constituirse
vía actos de la identificación en semblante o simulacro de hombre y/o mujer, de manera
que los discursos adquieran sentido, velando la ausencia de relación sexual.

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Sólo hay hecho porque el parlétre lo dice. Así, "no hay hechos más que de
artificios.” (Lacan, 1975/76)

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