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Duelo

y melancolía.
Departamento de psicoanálisis y psicopatología. 5 de mayo de 2016.

Como hemos visto en sesiones anteriores del Departamento, las psicosis constituyen un grupo
de trastornos que se ordenan en torno a tres polos: la paranoia, la esquizofrenia y la melancolía.
Esta partición, no obstante, no está libre de problemas. El primero de ellos es precisamente el
estatuto de la melancolía, siempre incómoda en este lugar. Su inclusión entre las psicosis, como
psicosis maníaco-depresiva ya por Kraeppelin, resulta algo forzada en la comparación con los
otros dos polos de la psicosis, la esquizofrenia y la paranoia, con las que mantiene diferencias
importantes:
- de entrada la esquizofrenia y la paranoia son entidades mucho más compactas y
semejantes… y por eso, desde las primeras líneas en Duelo y melancolía, Freud advierte
que la melancolía es un cuadro muy heterogéneo, con muchas variedades clínicas…
- por otra parte en la melancolía no hay delirio, delirio en el sentido de las ideas
delirantes primarias [puede haber un delirio de indignidad, pero es secundario al dolor
moral, y es un delirio monótono y repetitivo, y carece de la centralidad y la riqueza del
delirio paranoico],
- y también se diferencia en que la melancolía resulta demasiado comprensible y
empática para ir en el mismo grupo que la esquizofrenia y la paranoia.
No en balde ha sido la primera en desaparecer de los nuevos discursos de la psiquiatría
(expulsada del capítulo de la psicosis y englobada en las nuevas nosografías en el capítulo de
los trastornos del humor, como depresión o trastorno bipolar). Sin embargo, nosotros la
mantenemos en la psicosis e incluso la situamos como el denominador común de las otras
psicosis:
- a las que a veces precede en los inicios de la esquizofrenia por ejemplo (los inicios
“depresivos” de la esquizofrenia o la paranoia, los inicios pseudoneuróticos que
describía Klaus Conrad),
- y a las que a veces prosigue en forma de la llamada depresión post-psicótica tras el
brote esquizofrénico o paranoico, cuando desaparece el delirio (en ese punto se produce
un verdadero duelo: de ser el centro del mundo el sujeto pasa a no ser nada, cae en el
vacío),
- y también a veces se mezcla con ellas, en las formas llamadas hoy esquizo-afectivas
(como la paciente que presentó Beatriz).

Voy a iniciar un recorrido rápido, a vista de pájaro, por los puntos principales de este trabajo,
Duelo y melancolía, escrito por Freud en 1915 y publicado en el 1917. Cuando Freud escribe
este artículo está muy afectado por los sucesos históricos del momento, la Primera Guerra
Mundial, que se cobró víctimas en su propia familia. De hecho, Duelo y melancolía es escrito a
la vez que otros dos artículos relacionados: “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la
muerte” y “Lo Perecedero”. También poco tiempo antes –en marzo de 1914- acababa de
escribir “Introducción del Narcisismo”.
Freud escribe este artículo para aclararse con la melancolía más que para hablar del duelo. Su
objetivo es tratar de explicar la melancolía -sobre la cual tiene muchas dudas- a partir de la
comparación con un “afecto normal” que es el duelo.
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¿Por qué lo compara con el duelo?
Porque, a diferencia del abordaje que hace de otras estructuras, Freud no explica los síntomas
de la melancolía tanto en función del tipo de mecanismo de defensa que se pone en juego, sino
que coloca en primer plano las relaciones con el objeto de amor y la pérdida de este, las
relaciones del sujeto con los otros… Por eso F parte de la analogía con el duelo, porque el
duelo es precisamente eso, la respuesta del sujeto ante la pérdida de un ser querido o de una
instancia abstracta.
En esta comparación entre duelo y melancolía, va repasando las semejanzas tanto de los
síntomas que se presentan en ambos procesos como en las circunstancias que los desencadenan.
En cuanto a los desencadenantes, Freud concluye que, si el duelo resulta de la pérdida de un
ser querido, también la melancolía se desencadena por la pérdida de un objeto de alto interés
libidinal, aunque a veces no se vea a primera vista:
"El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o
de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. A raíz
de idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía
(y por eso sospechamos en ellas una disposición enfermiza) ".
Entre las semejanzas fenomenológicas entre duelo y melancolía F cita algunos síntomas:
“una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior,
la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad” …
Y entre las diferencias, Freud señala una fundamental: la perturbación del sentimiento de sí,
que está presente en la melancolía y no en el duelo
"una rebaja del sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y
autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo. [...]".
"El melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una extraordinaria
rebaja en su sentimiento yoico (Ichgefühl), un enorme empobrecimiento del yo. En el
duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso ocurre al yo mismo. El
enfermo nos describe a su yo como indigno, estéril y moralmente despreciable; se hace
reproches, se denigra y espera repulsión y castigo".
El hilo del cual va a empezar a tirar Freud para desenredar esta madeja son los
autorreproches.
1) Freud encuentra algo raro en el comportamiento autodenigratorio del melancólico: el sujeto
normal trataría de ocultar sus carencias ante los demás. Por el contrario, el melancólico carece
de todo pudor, impúdicamente exhibe sus defectos ante todo el mundo como si obtuviera de
esto una satisfacción:
"Le falta […] la vergüenza en presencia de los otros, que sería la principal característica
de este último estado. En el melancólico podría casi destacarse el rasgo opuesto, el de
una acuciante franqueza que se complace en el desnudamiento de sí mismo".
2) Freud advierte que estos reproches se adecuan muy poco a la persona del melancólico y
muchas veces se ajustan a otra, a quien el enfermo ama o ha amado.
"Así se tiene en la mano la clave del cuadro clínico si se disciernen los autorreproches
como reproches contra un objeto de amor que desde allí han rebotado sobre el propio
yo".
3) Y –sigue el razonamiento- el melancólico no se avergüenza ni se oculta porque todo eso
humillante que dice de sí mismos en el fondo lo dice de otro:
"La mujer que compadece en voz alta a su marido por estar atado a una mujer de tan
nulas prendas quiere quejarse, en verdad, de la falta de valía de él [...] la conducta de los
enfermos se hace ahora mucho más comprensible. Sus quejas (Klagen) son realmente
querellas (Anklagen), en el viejo sentido del término".


4) Es decir, los autorreproches en realidad son heterorreproches, y los explica por el fuerte
componente de hostilidad que caracterizaba la relación previa del sujeto con la persona
amada…
5) De hecho, sigue Freud (y ahí se aprecia su gran finura clínica): si realmente se sintieran tan
indignos se mostrarían serviciales y dóciles con los demás, y es al revés: los melancólicos son
un tormento, un martirio para quienes los rodean, y suelen despertar en ellos sentimientos de
irritación y fastidio.
Pero no todo va a ser malo en esta descripción de la subjetividad melancólica, y F destaca la
lucidez del melancólico:
"nos parece que tiene razón y aún que capta la verdad con más claridad que otros, no
melancólicos. Cuando en una autocrítica extremada se pinta como insignificante,
egoísta, insincero, [...] quizá en nuestro fuero interno nos parezca que se acerca bastante
al conocimiento de sí mismo y solo nos intriga la razón por la cual uno tendría que
enfermarse para alcanzar una verdad así".

Freud, concibe el duelo como un trabajo, ¿en qué consiste ese trabajo? El yo ha reconocido la
pérdida en la realidad del objeto amado, pero, al mismo tiempo ese objeto permanece cargado
libidinalmente… hay una cierta resistencia por parte de la libido al abandono del objeto, este
retiro libidinal no ocurre de manera inmediata, sino por partes, lo cual requiere un tiempo:
"Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y
entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico. Cada uno de los
recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son
clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la libido. Pero de
hecho, una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y
desinhibido".
¿Y qué es lo que va mal en la melancolía?
En la melancolía el trabajo de duelo ante la pérdida de la persona amada fracasa, y el
melancólico utilizan el recurso de identificarse con el objeto perdido para, de este modo,
reconstruirlo en su propio yo. Esto permite un tratamiento de la ambivalencia amor–odio, ya
que el yo, por una parte, puede seguir amando al objeto, y a la vez odiar a ese objeto sustitutivo
ahora reconstruido en el yo. Por eso, dice Freud, los autorreproches constituyen una
satisfacción de tendencias sádicas (lo que también se ve en la forma en que el melancólico
irrita y hace sufrir a su entorno):
"Si el amor por el objeto [...] se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña
con ese objeto sustitutivo insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando en
este sufrimiento una satisfacción sádica. […] Así suelen lograr los enfermos, por el
rodeo de la autopunición, desquitarse de los objetos originarios y martirizar a sus
amores por intermedio de su condición de enfermos. [...]. Solo este sadismo nos revela
el enigma de la inclinación al suicidio por la cual la melancolía se vuelve tan interesante
y peligrosa".
"El resultado no fue el normal, que habría sido un quite de la libido de ese objeto y su
desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto, [...] la libido libre no se desplazó a otro
objeto sino que se retiró sobre el yo. […] La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien,
en lo sucesivo, pudo ser juzgado por una instancia particular como un objeto, como el
objeto abandonado".
Vemos que es una identificación, pero no una identificación histérica, sino –la llama Freud- una
identificación narcisista (narcisista porque hay un retiro de la carga de libido del objeto y se
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desplaza hacia el yo), lo cual es propio de las psicosis. Desde este punto de vista puede
pensarse que Freud ubica la melancolía dentro de las psicosis y, dentro de estas, en clara
oposición con la paranoia. Mientras en la paranoia el narcisismo exalta e infla el yo del sujeto,
la identificación narcisista del melancólico vacía el yo hasta el empobrecimiento total, una
hemorragia de libido. [Lacan, sin embargo, sí señala una coincidencia con la paranoia, que es el
aspecto megalómano del melancólico, a quien no le basta con identificarse con el objeto resto,
"soy una mierda", sino que además se proclama “la mayor mierda del mundo”. La
megalomanía en la paranoia es “soy el centro del mundo, me persigue la CIA porque soy un
gran inventor”, y en la melancolía es “soy el ser más indigno del mundo”].
Es decir, la melancolía está dentro de la psicosis, pero no es una psicosis como las otras dos. La
imposibilidad de realizar el duelo no es una característica específica de la melancolía sino una
peculiaridad que comparte con las otras formas de psicosis. La subjetividad psicótica en general
carece de recursos simbólicos para enfrentar el vacío que se abre en lo real por la pérdida del
objeto. Lo propio del sujeto melancólico, respecto de las otras formas de psicosis, es el tipo de
respuesta ante la imposibilidad del duelo: la alteración del yo por la identificación con el objeto
y el empobrecimiento del mismo. En otras palabras, la teoría de Freud para dar cuenta de la
melancolía reposa fundamentalmente en dos conceptos, el de identificación y el de
narcisismo.
Otra diferencia con el resto de las psicosis, que luego podemos discutir: la melancolía no se
desencadena tanto por el encuentro de un padre, como por una pérdida, o por la caída de una
identificación.

Dos cosas más sobre el texto:


1) La melancolía no es un duelo patológico. El hecho de que Freud utilice la analogía del duelo
para la comprensión de los procesos melancólicos ha conducido frecuentemente ese error. En la
melancolía hay una incapacidad por estructura para realizar el trabajo de duelo. Es decir, son
tres las posibilidades: el duelo normal, el duelo patológico y la melancolía.
El duelo patológico es lo que ocurre a veces en las neurosis obsesivas. En estos casos, la
severidad del superyo y la satisfacción sádica que se deriva de ella, recuerda en parte a la
melancolía, pero no se cumplan los procesos narcisistas propios de la melancolía:
"De las tres premisas de la melancolía: pérdida del objeto, ambivalencia y regresión de
la libido al yo, las dos primeras las reencontramos en los reproches obsesivos tras
acontecimientos de muerte".
2) La manía. Freud coincide con la psiquiatría de su época en reunir en una misma entidad
clínica a la melancolía y la manía1, donde una es el reverso de la otra. En la manía el yo vence a
la pérdida del objeto y queda disponible el monto de contrainvestidura, y el maníaco se lanza a
la búsqueda de nuevas investiduras de objeto. Se ha producido una “emancipación del objeto
que le hacía penar"… lo que –en términos lacanianos, como veremos luego- se dice como una
pérdida de función del objeto a, la sombra del objeto ya no cae sobre el yo.
Más tarde, ya con los conceptos de la segunda tópica, superyo e ideal del yo, Freud explica la
manía y la inferioridad por la distancia entre el yo y las exigencias del ideal:
"Siempre se produce una sensación de triunfo cuando en el yo algo coincide con el ideal
del yo… su ideal del yo se disuelve temporariamente en el yo después que lo rigió antes
con particular severidad. Por el contrario, el sentimiento de culpa (y el de inferioridad)
puede comprenderse como expresión de la tensión entre el yo y el ideal".


1 PMD de Kraepelin, locura circular de J. P. Falret, de locura de doble forma de J. Baillarger.
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Hasta aquí el trabajo de Freud.
Voy a comentar brevemente tres referencias en Lacan acerca de la melancolía…
A) La primera viene muy al hilo de lo que acabamos de contar sobre manía… es en el
seminario X, La angustia, que es el seminario donde elabora la teoría del objeto “a”. Incluso
en una de sus conferencias Lacan dijo que el objeto “a” (que consideraba como su única
invención en psicoanálisis) le fue inspirado durante una de sus lecturas de Duelo y melancolía.
En ese seminario L viene a decir que el sujeto melancólico se identifica con este objeto a en su
función de resto, de desecho. El maníaco, por el contrario, se desprende de ese lastre y queda
entregado al desplazamiento sin freno en la cadena significante. Es decir que el objeto (a) deja
de cumplir su función de fijación metafórica y el sujeto queda librado a la metonimia sin punto
de detención.

B) Otra referencia lacaniana en el capítulo IV de Televisión, donde define la tristeza como


rechazo del saber inconsciente, consecuencia de una incorrecta posición del sujeto, de su
desubicación en relación con su propio inconsciente, de una desconexión con el inconsciente.
"Sin embargo [la tristeza], no es un estado del alma, es simplemente una falta moral,
como se expresaba Dante, incluso Spinoza: un pecado, lo que quiere decir una cobardía
moral, que se sitúa como determinación fundamental en relación con el pensamiento, o
sea, del deber de bien decir o de reconocerse en el inconsciente, en la estructura".
Por eso, en la manía se produce el retorno en lo real de aquello que fue rechazado, el lenguaje,
retorno en lo real del "filo mortal del lenguaje". La manía es la cadena significante funcionando
en lo real sin la moderación de un regulador simbólico que haga de punto de capitón.
Habíamos dicho poco antes que la manía puede ser vista entonces desde dos aspectos.
a) Una explicación toma por base un exceso libidinal que se vuelve disponible al término
de trabajo de duelo.
b) Otra considera fundamental esa disolución del ideal del yo en el yo.
Al hilo de estos dos trabajos habría una tercera forma de entender la manía:
c) La cadena significante funcionando sin regulación. La falta de función del objeto a no
permite abrochar en la manía ni el goce, ni la cadena significante que funciona en una
metonimia que puede ser letal para el sujeto.

C) Otra referencia, en el seminario VI “El deseo y su interpretación” dirá que el duelo


produce un “agujero en lo real” que desordena el orden simbólico, produciendo un quiebre en
la estructura del sujeto. Y por eso cada duelo constituye una oportunidad para que el sujeto
revise su relación con la pérdida que lo fundó como tal, y producir una recomposición
significante frente al agujero que la pérdida dejó en el tejido simbólico2.
Para Lacan, el sujeto se encuentra en una relación muy particular con el objeto cuya
desaparición es causa de su dolor. Dice que no sólo se está de duelo por el objeto, sino también,
por el objeto que uno es para el otro, de lo que yo era para el otro en la medida en que
representaba su falta.
“No estamos de duelo sino por alguien de quien podemos decirnos “Yo era su falta”, es
decir, de aquel cuyo deseo causamos”.
“Estamos de duelo por personas a quienes hemos tratado bien o mal, frente a las cuales
no sabíamos que cumplíamos esa función de estar en el lugar de su falta”.


2La etimología del término duelo, que se origina en dos raíces latinas, dolus (dolor) y duellum (desafío), autoriza esta
otra forma de entender el duelo: el duelo es dolor psíquico, pena, tristeza, pero también es un desafío para el sujeto.
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El duelo no consiste en sustituir al objeto perdido, sino en cambiar la relación al objeto. Ese
cambio de la relación al objeto es la constitución del objeto como objeto de deseo.
“¿Qué es lo que define el alcance, los límites de los objetos de los que nosotros tenemos
que llevar luto?: los seres cuya muerte nos enluta son precisamente aquellos, poco
numerosos, que entre nuestros allegados tienen el estatuto de irremplazables”.
El duelo sería entonces que el objeto, una vez perdido, deje de importar. El duelo sería como
una segunda pérdida, un duelo del duelo. Así el que llora sufre porque aún no ha perdido; pues
el que realmente perdió deja de llorar. Podríamos decir que lo que se acaba en el duelo, no se
acaba en la melancolía, donde se eterniza el sufrimiento, y hay una imposibilidad de concluir.
Este trabajo de duelo es imposible en la melancolía, precisamente porque esta se basa en un
rechazo forclusivo de la falta.

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