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Conferencia de Patrick Monribot para la Sección Clínica de Bruselas.

Buenos días a todos. Le doy las gracias a los colegas de la sección clínica de Bruselas por haberme
invitado, al menos de manera virtual, debido a esta crisis provocada por el virus. Y voy a hablarles
precisamente hoy de la crisis. Les voy a hablar bajo el título: La posibilidad de un síntoma. Es un
título que evoca otro título de Houellebeck. Cuando un paciente solicita una primera cita, precisan-
do que hay urgencia, es que hay crisis. Esta urgencia es relativa, subjetivamente hablando, pero
subjetivamente la crisis está siempre fundada, en tomarla en serio entonces.

En psicoanálisis podemos definir el momento de crisis de dos maneras diferentes: primeramente


desde el punto de vista del sujeto del inconsciente, pero también desde el punto de vista del ser-
hablante. Para aquellos que estén alejados de la ultima enseñanza de Lacan el ser-hablante se refiere
también al inconsciente, pero es un inconsciente actualizado, más de cara a la época actual. Es lo
que puso en evidencia Lacan, una noción mucho más vasta que la de sujeto del inconsciente.

Entonces del lado del sujeto la noción de urgencia subjetiva fue evocada por Lacan en 1966, al final
de un texto de sus Escritos: Del sujeto por fin cuestionado y precisa Lacan que si hay psicoanalista,
este tendrá que responder a algunas de estas urgencias. En realidad, ¿de qué se trata? Hay crisis
cuando las capacidades de lo simbólico quedan desbordadas por un real devastador y la destrucción
de todas las referencias identificatorias desencadenan un sufrimiento agudo, con un sentimiento de
urgencia, ligado a un contexto de angustia. Del lado del ser-hablante entonces, ¿de qué se trata?
Lacan retoma este tema de la urgencia en un texto de 1976, diez años más tarde, en el prefacio a la
edición inglesa del Seminario XI, que se puede leer en los Otros Escritos. Esta referencia fue preci-
sada por Bernard Seynaheve, en sus palabras introductorias, durante el último Congreso de la NLS
en Tel Aviv en junio pasado 2019.

En este texto de los Otros Escritos, Lacan considera que los seres-hablantes son también suscepti-
bles de ser , y lo cito «casos de urgencia». Entre otros ejemplos son los casos de urgencia los que
empujan a un analizante al final de la cura a buscar una satisfacción en términos de goce, una satis-
facción que fuese suficiente para concluir su análisis. Se trata de terminar un análisis con una satis-
facción que sea capaz de ofrecer la espera de una verdad primordial que no es más que un espejis-
mo. En este sentido los analistas de la Escuela han testimoniado sobre ello, durante el procedimien-
to del pase, al final de su recorrido analítico. Pero de una forma mas prosaica, existen otros tipos de
urgencia más ordinarias, que las de concluir un análisis, urgencias que se plantean en términos de
momento crítico en la vida de un hombre. Y desde ese punto de vista hay crisis cuando la aparición
de lo real amenaza la estabilidad del nudo de los tres registros que definen al ser-hablante: real,
simbólico e imaginario.

La definición minimalista del ser-hablante, dada por Lacan es en efecto un nudo entre esas tres ca-
tegorías, que podemos modelar mediante redondeles de cuerda anudados juntos, de una manera
llamada borromea. Si tal no fuese el caso, el ser-hablante estaría completamente loco, en el sentido
psiquiátrico. En esta perspectiva del anudamiento, la crisis es necesariamente frecuente. ¿Por qué?
Pues bien porque por definición el nudo compuesto por esos tres registros: real, simbólico e imagi-
nario es siempre precario. Jacques Alain Miller nos lo recordaba en su curso «Piezas sueltas», en
una lección de diciembre del 2004, que pueden leer en la Causa Freudiana, numero 61. Es necesa-
rio, nos dice Jacques Alain Miller desprenderse de la evidencia del nudo y contrariamente a lo que
pudiésemos pensar intuitivamente, el nudo tiende espontáneamente a deshacerse. Está hecho, pri-
meramente, nos dice Jacques Alain Miller para disociarse, es la evidencia, entonces es inútil preci-
sar la consecuencia. El proceso de reanudamiento debe ser permanente a condición de tener cada
vez los utensilios para hacerlo, lo que no es el caso siempre.
En cualquier caso la cuestión se plantea para apaciguar una crisis: ¿cómo frenar lo que se desborda,
como parar lo que se deshace? Hay un modo de devolverle al sujeto su equilibrio subjetivo, de inci-
dir en sus identificaciones devastadas, o bien hay una manera, de apretar el nudo que se afloja. La-
can dio respuestas respecto al sujeto y respuestas respecto al hablante-ser. El primer Lacan, el de los
años cincuenta, sesenta más bien, apuntaba a la reparación del sujeto. Era urgente restaurar un equi-
librio identificatorio cuando todos los semblantes vacilaban brutalmente con pérdida del sentido de
la existencia.

Les doy un ejemplo: Un día durante el control de mi práctica, yo hablaba de una situación de sufri-
miento agudo en un joven. Sus estudios de medicina casi terminados se veían afectados. No podía
terminar su tesis, indispensable para ejercer. Nada más tenía sentido y un rapto suicida no podía ser
excluido. Interrogué en control la pertinencia del discurso analítico frente al peligro, teniendo en
cuenta que la prioridad hubiera sido de prescribir una medicación ambulatoria como alternativa a
una hospitalización que resultaba un poco complicada en ese caso. ¿Estaba entonces condenado a
prodigar una simple benevolencia psicoterapéutica? Tal era mi pregunta en control. Y en efecto
toda interpretación que apuntaba al sujeto, estaba condenada al fracaso. No quedaba casi ninguna
otra decisión operatoria sobre dicho sujeto.

El controlador me respondió que para este paciente, melancólico o no, la respuesta ulterior fue ne-
gativa, pero era en ese momento aún demasiado pronto para pronunciarse sobre la cuestión. Y bien,
no había ningún deshonor ético (este fue su término) a que un analista, le ofreciese identificaciones
imaginarias en favor de un apuntalamiento de primeros auxilios. Usted es también médico, me dijo.
No dude en contarle su vida si es necesario. Para resumir es lo que se llama «pagar con su persona»,
en el sentido que Lacan le da a esta expresión en su texto La dirección de la cura, que está en los
Escritos.

Dicho y hecho. Heme allí a explicarle a aquel joven estudiante como mi propia tesis de medicina
había sido difícil de redactar, cuánto había procrastinado para terminarla. Cuánto su temática que
portaba en aquella época sobre la columna vertebral de los discapacitados con parálisis cerebral era
totalmente aburrida, lo que es totalmente cierto. Le dije que él no podía hacerlo peor. Es decir algo
del orden de «los dos hemos estado en la misma situación engorrosa». Sin duda se trataba por ahí
de sostener el yo por la vía especular, donde el sujeto está frecuentemente ausente. Esta fue sin em-
bargo, una puerta de entrada, camino a un trabajo analítico ulterior. En primer lugar porque se cons-
tató a posteriori que este joven no era melancólico y en segundo lugar porque no eternicé esta posi-
ción, por supuesto.

Aquí tienen por donde hubo una aproximación que apuntaba a encontrar un camino hacia el sujeto,
un sujeto restaurado como tal. Sin embargo, el instante de responder a la cuestión de cómo proceder
a partir del ultimísimo Lacan, es decir a partir de la aproximación borromea del ser-hablate. Aquí la
respuesta pasa por otra pregunta preliminar: ¿hay o no una posibilidad para que un punto de sufri-
miento tome valor de síntoma? no en el sentido de Freud de una metáfora portadora de un mensaje
a descifrar, pero en el sentido de un nudo, en el sentido de un síntoma. ¿Al menos hay una posibili-
dad de dejar acontecer un síntoma? Es un poco lo que me va a servir de hilo en esta conferencia.
Esta pregunta surge como consecuencia concreta de la clínica contemporánea que encontramos hoy.
Se plantea frecuentemente en nuestras practicas en institución, privadas e incluso en dispositivos
destinados a los tratamientos breves como los CPCT.

De hecho, a manera de ejemplo, les hablaré de una experiencia personal que tuve en un CPCT. La
pregunta de fondo es entonces ¿qué pasa con el síntoma como alternativa y como respuesta a la
crisis?. ¿Qué pasa sobretodo en los dispositivos en los que no nos podemos apoyar en la experien-
cia prolongada de la transferencia, aún cuando hay urgencia para actuar. En un tal contexto, no te-
nemos el tiempo necesario para dejar emerger algo del sujeto, si la tentativa de esto fuese posible.
Por otra parte mas allá de la exigencia estrictamente temporal, tomemos en cuenta el hecho que
todo está trastornado hoy en nuestra práctica. Estamos confrontados al inconsciente real, que no es
del mismo material que el inconsciente transferencial, del que ya hablamos, aquel que nuestro cole-
ga Serge Cottet llamaba «el inconsciente de papá». Sin embargo el ser-hablante es la contraparte
mejor lograda de este inconsciente real y podemos preguntarnos efectivamente si la transferencia
juega aún algunas funciones en el análisis frente a un ser-hablante en crisis cuando no hay ningún
agarre subjetivo posible.

En el congreso de la NLS en Tel Aviv, evocado anteriormente, fue recordado que en el último La-
can, la noción clásica de lazo trasferencial fue progresivamente reemplazada por otra expresión más
actualizada. Alexader Steven y Bernard Seynaheve, dieron la referencia precisa. Esta referencia
pueden encontrarla en un texto fundamental de Lacan de mayo 1976, al que ya me he referido, es el
Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI. Este texto clausura los Otros Escritos, y ahí en la
última frase de dicho texto Lacan habla, y le cito «de hacer par», de hacer par con el analizaste.
Jacques Alain Miller impulsa este asunto en un texto de 1998, La firma del síntoma, hoy publicado
en La Causa del deseo 96. Entonces cito a Jacques Alain Miller: «Un fenómeno, no muy antiguo,
en relación al cual sería necesario interrogarse tomando un poco de distancia es la caída del Sujeto
Supuesto Saber, dicho de otra forma cae la capacidad operatoria de la trasferencia construida sobre
los cimientos del Sujeto Supuesto Saber.

Así con este « hacer par », como alternativa a la transferencia, vemos desprenderse un binario,
según la versión que tomen en cuenta del inconsciente. Tratándose del inconsciente freudiano en el
sentido clásico del término, el analista debe hacerse el soporte de la trasferencia desplegada por el
sujeto analizante y ahí se trata en efecto de maniobrar con el Sujeto Supuesto Saber, como dije,
cuanto es esto aún posible. Y bien para ello es necesario tener tiempo y no lo tenemos siempre, pero
tratándose ahora del ser-hablante y del inconsciente real, el analizante cambia de estatus. Pasamos
del sujeto que es siempre hablado por definición, al cuerpo que es siempre hablante por definición.
Y de ahí sale la noción de lazo trasferencial, nos dice Lacan».

El analista deberá «hacer par», ¿hacer par con qué? Con el cuerpo hablante del analizante. Un cuer-
po con el que se trata de dialogar. Y veremos justamente un ejemplo de la diferencia entre prestarse
a la transferencia del sujeto y «hacer par» con el ser-hablante. Ahora comprendemos mejor por qué
Jacques Alain Miller en un texto titulado, El inconsciente y el cuerpo hablante, pudo escribir y lo
cito: «El psicoanálisis cambia, es un hecho». Y bien, para afrontar una clínica de cara a lo que Mi-
ller llama el postmodernismo, el psicoanalista no puede seguir contentándose con una simple escu-
cha del paciente a la búsqueda del sujeto hablado, sobre todo si hay urgencia para actuar. Cierta-
mente el psicoanalista practica la escucha y la palabra, no es ni mudo, ni sordo como se volvió la
medicina moderna, pero esto no es suficiente. El analista debe hacer más. En un momento o en otro
debe comprometer su propio cuerpo en la partida, porque se trata justamente de dialogar con el
cuerpo hablante del analizante y de apuntar al mismo tiempo al ser-hablante que es una inferencia
del cuerpo hablante.

Así es como he entendido la expresión «hacer par», que es otra cosa que prestarse a la transferencia.
Entonces «hacer par» sí, pero, ¿por qué hacerlo? Como tela de fondo lo dije, la cuestión candente
frente a la urgencia de un ser-hablante es la siguiente: ¿Cómo pasar de la crisis al síntoma? porque
es también este cuarto elemento, el síntoma, el que garantiza la solidez del nudo entre los tres pri-
meros: real, simbólico e imaginario. Es él quien puede asegurar la estabilidad psíquica en cada caso,
no dejando aflojarse el nudo frágil, siempre en vía de desanudamiento.

Entonces la respuesta a esta cuestión: ¿Hay posibilidad de un síntoma? se anuncia difícil en la prac-
tica, ¿por qué? Durante una Jornada de la Asociación de La Causa Freudiana en Aquitania en 2016,
nuestro colega de Burdeos, Philippe Lasagna, nos remarcaba como la civilización actual pone, y lo
cito: «la dimensión del síntoma más difícil de subjetivar, más aún de producir. Y bien, esta dificul-
tad explica bien la frecuencia de los estados de crisis. Mientras haya menos síntomas, más habrá
crisis. Hay una razón por la que esto ocurre, la rareza del síntoma se desprende del hecho de que el
malestar de un sujeto no responde más hoy a una falta de goce.

Ustedes saben que la falta de goce, es decir la castración es el gran proveedor de síntomas. Rele-
yendo el texto evocado anteriormente, Del sujeto por fin cuestionado, Lacan aún muy freudiano en
aquella época, dice claramente que la castración, y lo cito: «es la clave de ese sesgo radical del suje-
to por donde se realiza el advenimiento del síntoma» Falta de goce y síntoma son intrínsecamente
ligados. Esto fue hace mas de cincuenta años, hoy las cosas han cambiado. Las cosas han cambiado
pero maticemos un poco este propósito. La castración funciona aún a veces. La represión que san-
ciona el goce prohibido o castrado está acompañada mecánicamente aún de un retorno de lo repri-
mido en forma de síntoma que afecta o al cuerpo o al pensamiento. Estos casos pueden estar sujetos
a una cura larga, porque hace falta tiempo para que el dicho síntoma tome valor de enigma y haga
un llamado al sentido en un contexto transferencial, pero de este tiempo no disponemos siempre, ya
sea en los CPCT, o en cualquier otra forma de tratamiento breve. Y si tal caso se presenta, los
CPCT por ejemplo serán la antecámara de otro tipo de planteamiento.

Si seguimos a Freud, esta concepción del síntoma, en parte está relacionada con lo que Freud lla-
maba en su lengua germánica «l’unbevust», es decir el inconsciente estructurado como un lenguaje.
Y en este sentido el síntoma es bien una formación del inconsciente hasta cierto punto. Más tarde
Lacan va a inspirarse de esta fonética alemana «l’unbevust» para forjar el neologismo francés
«l’une bevue», con la única diferencia que «l’une bevue» lacaniana no es para nada l’unbevust
freudiana. Se trata más bien del inconsciente real y aquí el proyector es puesto sobre el valor de
goce del inconsciente y ya no sobre sus efectos de sentido apuntando a una verdad. Si hay sentido,
esto ocurre, no es otra cosa que una modalidad de goce del sentido (joui -sens), decía Lacan, un
goce entre los otros.

El resultado es que esta mutación del inconsciente cambió todo en el tratamiento analítico. Cierto
me dirán ustedes, la dimensión de goce en el corazón del síntoma había ya sido vista, desde la épo-
ca freudiana. Había sido formalizada como el resto pulsional de un desciframiento significante, que
habría llamado al sentido del síntoma hasta el cansancio, para aislar los cimientos de goce. Todo
eso es verdad. Es suficiente para verificarlo en Freud de reportarse a la vigésimo-tercera de las con-
ferencias de introducción al psicoanálisis, intitulada Las vías de formación del síntoma. Pero el
último Lacan nos dice otra cosa: el goce no es solamente una sustancia mezclada a la materia signi-
ficante, es la personificación misma del síntoma.

En este mismo sentido, el libro de Eric Laurent, El reverso de la biopolítica, explicita como el goce
marca de entrada el cuerpo, haciendo así el lecho ulterior del síntoma. Seré breve sobre este tema,
comentado ya miles de veces en nuestro entorno del hecho de la inmersión de los seres hablantes en
el universo del lenguaje. Hay un goce, más bien traumático, de hecho, que se inscribe primitiva-
mente sobre el cuerpo sin ninguna significación, es la matriz del síntoma. Y si a posteriori este
vehicula un sentido para ser descifrado, no debemos olvidar que el goce indescifrable es primario a
esta cuestión. El sentido viene solamente a engancharse ulteriormente. Laurent utiliza una especie
de alegoría: «la envoltura significante del síntoma», dicha también envoltura formal, es un sintagma
de los Escritos de Lacan, uno de los dos antecedentes, la envoltura formal. Si esta envoltura signifi-
cante le da sentido al síntoma, esta envoltura significante solamente se engancha a posteriori sobre
el núcleo de goce inicial, un poco como una prenda de vestir viene a engancharse en una percha que
ya estaba ahí.
A partir de aquí muchas cosas van a cambiar, incluso la noción misma de síntoma. Se trata de ahora
en adelante de considerarlo como una disfuncionalidad afectando al ser hablante y a su cuerpo, pero
sin olvidar que toda disfuncionalidad es también un modo de funcionamiento, un modo de vida
podríamos decir también. Por ejemplo, una mujer puede convertirse en un síntoma para un hombre,
en el sentido de un modo de vida, por supuesto con sus inevitables disfuncionalidades, muchos lo
testimonian en sus pases.

Entonces nos preguntaremos, ¿qué deviene el sujeto en esta cuestión? ¿Habrá desaparecido en los
suburbios del ser-hablante? No necesariamente. En el mejor de los casos, la disfuncionalidad del
cuerpo hablante puede suscitar un verdadero malestar subjetivo. Es quizás aquí, donde hay una es-
peranza de construir un síntoma plenamente y a su vez un trabajo de subjetivación Como dice Mi-
ller, podemos constatar que el síntoma se purifica, se esclarece al contacto del discurso analítico,
pero esto no ocurre siempre.

En cualquier caso, la dificultad contemporánea, para hacer emerger al sujeto, tiene que ver sobre
todo con que los contornos de los nuevos malestares son de manera general extremadamente impre-
cisos. A veces incluso es para desesperarse, ningún malestar subjetivado como tal en el horizonte.
Por ejemplo, un adolescente en peligro me dice que está en mi consulta, porque le han dicho de
venir, aparte de esto, todo va bien, nada que señalar. Hagámonos la buena pregunta: ¿ a qué le lla-
mamos síntoma en un contexto en que la primacía de lo simbólico ya no es de actualidad para hacer
los cimientos del sujeto? En un contexto en el que el malestar no se define más a partir de la falta de
goce o de la castración, es lo mimo, no más que se define por los efectos de división inducidos por
esa falta de goce.

En resumen, ¿a qué llamamos síntoma hoy? Recordemos, en una formulación de 1970, en Radio-
fonía, Lacan confirmaba, frase bien conocida hoy «la subida al cenit social del objeto a», ya sea
de un objeto que viene a ocupar el lugar y la plaza del Nombre del Padre, vamos a decir en la eco-
nomía psíquica. Un día, yo resumí eso, en la Sección Clínica en Madrid creo, diciendo que los su-
permercados se llenaban los fines de semana, a medida que las iglesias se vaciaban los domingos.
Concretamente esto significa que la aplicación del tesoro de los significantes, en fin de lo simbóli-
co, es relegada a un segundo plano, en lo que concierne a los mecanismos de sufrimiento psíquico y
su desenlace. Pues bien, ahora está muy lejos, el año 1953, en el que Lacan podía escribir en Fun-
ción y campo de la palabra y el lenguaje, que está en los Escritos, y lo cito: «el síntoma se resuelve
completamente en un análisis de lenguaje, porque él mismo está estructurado como un lenguaje».

Ahora bien, una de las consecuencias actuales de esta subida al cenit del objeto a es que ahora y en
lo adelante los seres-hablantes tienen que tratar con lo contrario de la falta de goce y de la castra-
ción. Tienen que tratar al contrario con la insistencia del plus de gozar, en exceso al alcance de la
mano, especialmente bajo la forma de objetos de consumo ilimitados. Mientras que más allá de esta
abundancia no hay más lugar para el enigma intrínsecamente ligado a la falta de goce y a la castra-
ción. Cuando no hay más enigma, en efecto la abundancia del objeto está ella misma acompañada
por un diluvio de sentido y de saber, del cual nos inunda la era digital.

Y el resultado no se hace esperar, demasiado goce, mata el deseo y demasiado sentido mata la ilu-
sión de una verdad en espera, la que pondría al sujeto a la búsqueda de un desciframiento. Y no
solamente no hay que extraer más el sentido del núcleo del sufrimiento, sino que perdiendo esta
dimensión de enigma, él mismo es rebajado a un simple plus de gozar, adictógeno como los otros.
Resultado, el sujeto se pierde y la depresión prevalece.

Tenemos hoy entonces, otro sonido de campana sobre lo que anda mal. La gente sabe. La gestión
comunitaria de caducidad ha remplazado la búsqueda subjetiva de un saber singular. En realidad,
hay ahí, en todos esos blogs, una tentativa colectiva de hacer síntoma frente a una crisis personal.
Lacan mismo, señala que hay tipos de síntomas y lo dice en la Introducción a la edición alemana
del primer volumen de los Escritos: «hay tipos de síntomas categorizables por sus semejanzas».
Está en su introducción a este texto, en el que concluye que esto no nos lleva muy lejos y en reali-
dad, la adhesión identitaria a una comunidad sintomática, vía internet, no hace nunca síntoma para
un sujeto ni siquiera para un ser-hablante. El reparto del goce por un saber mutualizado es un ilu-
sión. Como dice Miller «la semejanza no es ciencia». Al contrario el saber colectivizado que circula
en la red objeta al saber singular propiamente subjetivo y asimismo esos símiles-síntomas federati-
vos, vamos a llamarlos así, tienen siempre una connotación cognitivista o comportamentalista. Es
suficiente con ver las recetas y los consejos compartidos en todos esos chats. Al final el sufrimiento
tiene vía libre.

«No me reconozco más en los forums», me dice un día un joven para explicarme la razón de su
primera entrevista en mi consulta, después de haberla diferido largamente. Entonces, ¿en qué se han
convertido los síntoma en este nuevo escenario? Y primeramente, hagámonos la pregunta: ¿todo lo
que no va bien, es un síntoma? La respuesta depende evidentemente del valor semántico dado a ese
término desde el momento en que el síntoma no es reducible a una simple metáfora. Y aquí admito
que nos perdemos un poco. El síntoma fue diversamente definido por Lacan, es lo menos que po-
demos decir. Es un inventario a la Prévert si quieren. Encontramos al síntoma como una máscara,
como lo que viene de lo real y que va mal, como, y cito, «o que muchas personas tienen de más
real», decía Lacan en las universidades americanas. Encontramos también al síntoma como letra y
finalmente como lazo en forma de nudo. Más que eso, en sus últimas referencias: letras y nudos
permitieron presentar al síntoma como una necesidad.

Como pueden ver estamos lejos de una simple espina que hay que extraer del pie, como nos invitar-
ía a hacer una definición estrictamente médica. Entonces podemos preguntarnos por cierto, ¿por qué
el síntoma es una necesidad, por partida doble, lógica y topológica? Sobre un plano lógico prime-
ramente, el síntoma teorizado como ser de goce, no cesa de escribirse en el cuerpo, de manera itera-
tiva, y Lacan señala en un sentido aristotélico, que es la definición misma de la necesidad. Necesi-
dad siempre en lazo, notémoslo, con el cuerpo. En relación con Joyce, por otra parte, Lacan redefi-
nió el síntoma, considerándolo todavía como un acontecimiento del cuerpo, es expresado precisa-
mente con estos términos en su conferencia sobre Joyce en los Otros Escritos: «Joyce, el síntoma».
Y esta definición totalmente corporal del síntoma sigue siendo cierta, de hecho, en cualquiera que
sea la fenomenología de dicho síntoma, y más precisamente Jacques Alain Miller en su cur-
so Piezas Sueltas, que evoqué anteriormente, nos dice que el síntoma es una manifestación de goce
completamente fuera de sentido, que resuelve, lo cito, «lo que le pasa al cuerpo por el efecto de la
lengua». El síntoma es entonces una letra de goce, que traza en eco, el choque inicial del lenguaje
sobre el cuerpo.

Percibimos rápidamente que esta letra no es solamente un monumento, es también una necesidad
porque sirve para bordear el goce tóxico en exceso. Repercute sobre este impacto doloroso entre
lengua y cuerpo, doloroso en efecto, como lo indica Eric Laurent en El reverso de la biopolítica y
lo cito: «la lengua del cuerpo, la del goce no autoriza ningún hedonismo feliz, nos obliga a afrontar
lo real». Pues bien, la letra del síntoma representa precisamente lo literal, nos sirve de litoral,
además aborda todo lo que se desborda.

Otra remarca en relación con esto es que todo ser está hecho para ser leído, pero esta vez, me parece
importante señalarlo. La letra del síntoma no llama a una lectura en vista de descifrar el sentido, que
no hay, por otra parte, la mayoría de las veces. Saber leer un síntoma es saber leer una letra como
simple materialidad de lenguaje, un lenguaje reducido a su simple materia significante. En todo
caso, esta es la tesis de Jacques Alain Miller, en un texto de referencia en la materia que se titu-
la Leer un síntoma. Es un texto publicado en la revista Mental, número 26, y que se proponía en
aquella época para orientar el tema del congreso de la New Lacanien School (NLS).
La palabra y el bien decir juegan ciertamente un rol en el apaciguamiento del síntoma, pero en este
texto de Mental, Miller jerarquiza las cosas. Señala que el bien decir se funda sobre el saber leer, y
agrega: «si nos atenemos al bien decir, atacamos la mitad de aquello de lo que se trata, porque el
bien decir del analizante sin el saber leer del analista, no permite por sí mismo captar la separación
radical que hay entre el síntoma y el sentido que atribuimos a ese síntoma». Como dice Jacques
Alain Miller en este texto, la lectura permite tomar distancia con la semántica. Esto me recordó una
expresión, un hallazgo de Anne Lissy, en el marco del congreso de la NLS en 2012, cuando nos
llamaba a realizar una práctica de desintoxicación de sentido, y podemos de hecho leer su interven-
ción en la revista Mental 29.

Esto es lo que tenemos del síntoma como necesidad lógica. En cuánto a su necesidad topológica,
¿de qué se trata? Lo dije hace un momento, el nudo entre los tres registros: real, simbólico e imagi-
nario, tiende siempre a deshacerse y hace falta para remediar esto un cuarto elemento, destinado a
consolidar este nudo de tres, tal es la función del síntoma: asegurar un lazo estable y robusto. Es
una necesidad finalmente para no fundir el plomo simplemente. Aquí también, el síntoma no tiene
más sentido escondido que en su versión literal, permite solamente apretar, condensar, frenar los
excesos de un goce tóxico, patógeno. Y les recuerdo que en su Seminario: El sinthoma, hablando de
la dinámica de dicho nudo, Lacan llega a decir que el síntoma no sirve para nada, del verbo servir
(sert), sino que aprieta, del verbo apretar (serre).

Por ejemplo, un niño de cinco años, señalado como agitado, a tal punto de ponerse en peligro, va a
apaciguarse después que haya aparecido durante la cura una enuresis nocturna. Un síntoma corporal
viene a amarrar el desencadenamiento pulsional que lo devastaba. Entonces la madre vino a verme
porque no estaba muy contenta, vino a quejarse diciéndome: «usted comprende, yo se lo traigo, es
un niño limpio, hacemos una terapia y ahora se hace pis en la cama». Sí, por supuesto, pero le re-
marqué, que ya no iba a acostarse debajo de los camiones en el gran bulevar, lo que no estaba tan
mal y que el hacerse pis en la cama era un progreso. Por supuesto no podíamos quedarnos ahí, pero
que a cada día era suficiente su pena y que por el momento habíamos avanzado. En suma, el ser o
nudo, que el síntoma bordea o reanuda, pues bien este apacigua el estrago.

He aquí un breve resumen de la variedad concerniente al síntoma en el hilo de le enseñanza de La-


can. Entonces concretamente cómo se presenta hoy en nuestras prácticas la prevalencia de lo que va
mal. Lo que va mal, en todo caso en mi práctica, hay en gran mayoría: los afectos, las angustias, la
depresión y otras emociones de todo tipo. A veces son los pasajes al acto los que plantean un pro-
blema. De manera general, la tonalidad es borrosa, el contenido es aproximativo. El malestar firma
esfuerzos laboriosos para describir las manifestaciones de un goce muy poco categorizable, que
constituye la base de la crisis. En el fondo, es como si en la crisis, el significante no lograra conec-
tarse a la experiencia vivida, es decir al significado y los riesgos de acting out son altos por supues-
to.

En el día de hoy estamos confrontados con ese malestar que tiene una escritura silenciosa del goce,
como se expresaba Philippe Lasagna, en el evento que ya cité anteriormente. Escritura silenciosa
del goce, en fin silenciosa en el sentido en que no se constituye en queja, es decir demanda. El pro-
blema es que este tipo de escritura no constituye tampoco un litoral, no bordea gran cosa, incluso si
tal fuese el punto de mira con la escarificación repetida o más bien reiterada. Esto no condensa el
goce tóxico. Entre otras consecuencias, esto significa en términos de tratamiento, que el analista no
puede seguir estando ahí como un secretario que ayuda a descifrar. Tiene que estar más bien ahí
como contable, es decir como lector del cifrado y no como lector de un desciframiento y en este
sentido el síntoma, si aún este termino tiene pertinencia se reduce a no ser más, para el Lacan de
1975, en su seminario RSI, nada menos que la forma en que cada uno goza del inconsciente.
Entonces veamos, el síntoma como la forma en que cada uno goza del inconsciente, comprendamos
aquí que es una forma dolorosa de gozar del ser silencioso del inconsciente real y esto explica por
qué, cuando se trata de hablarle a un analista, aquel que ha empujado la puerta de una consulta, o de
un CPCT, se presenta frecuentemente en una postura que Eric Laurent califica de posición desérti-
ca. Esto me habló, la posición desértica. Para el practicante en ciertas situaciones extremas, cada
vez más frecuentes, exige absolutamente un abandono de una posición de escucha silenciosa que
tiene el riesgo de no obtener ningún resultado. Sería silencio contra silencio, muchas veces incluso
no hay nada que escuchar.

En estas conferencias norteamericanas, dadas en diciembre de 1975, ya Lacan llamaba nuestra aten-
ción sobre este punto, y lo cito aquí: «A menudo el analista cree que la piedra filosofal de su traba-
jo, consiste en callarse, esto es un error, una desviación, el hecho que los analistas hablen poco».
Está dicho, está empaquetado, es así. En muchos de los casos publicados en nuestras publicaciones
clínicas, tomamos en cuenta que el síntoma como recurso, frente a una crisis, responde a una defini-
ción más ampliada, que nos es dada por Lacan. Es también en el Seminario RSI, cuando nos dice
que el síntoma es el signo de lo que no va en lo real. Lo que no va en lo real, es una definición muy
extensiva y al mismo tiempo fuertemente minimalista, pero como lo indiqué hace un instante, lo
que no va, no logra muy bien condensar el goce del éter, como logró hacerlo la enuresis del niño
que evoqué anteriormente.

De ahí viene mi pregunta recurrente. ¿Cuáles son las soluciones para obtener un mínimo de conden-
sación de goce por la vía de la producción lograda de un síntoma con un fuerte poder condensador?
En un primer tiempo, responderé que la posibilidad de una queja, de parte del que sufre no está tan
mal, sobre todo si toma valor de demanda. A fin de cuentas, la queja es un modo de la demanda y
podemos en todo caso, al menos concluir que hubo un encuentro entre el consultante y esto es ya un
primer resultado. Un resultado que no es sin efectos por otra parte, porque la demanda va a despla-
zarse como lo señaló Jacques Alain Miller en su texto: La firma del síntoma, «El malestar una vez
contado al analista toma forma» y agrega: «en general, eso se agrava, eso se sistematiza, eso se esti-
liza».

Philippe Lasagna, en una contribución en Burdeos del CPCT de Aquitania en 2016, había retomado
este tipo de formulación de Jacques Alain Miller, diciéndonos que la entrada en la demanda permit-
ía que el malestar tomara forma y voz. Entonces, tomar forma y voz, ¿qué significa? Pues bien esto
es equivalente a articular su malestar, pero a partir de una enunciación que permite hacer que se
escuche, este malestar y sobre todo, tratándose del paciente, de hacerse escuchar y podemos enton-
ces esperar la precipitación de un síntoma, en el sentido casi químico, del modo precipitación. Esto
es fácil de decir, pero ¿cómo hacer? Finalmente, esta es la pregunta, ¿cuáles son la modalidades de
intervención posible en este tipo de tratamiento, sobretodo cuando es breve?

Tres elementos de respuesta en mi opinión. La primera precaución es lo que no debemos hacer, no


darle consistencia a la búsqueda de sentido, sobretodo cuando no la hay. En una conferencia en
Roma, bien conocida sobre el síntoma, La tercera, que pueden leer en La causa freudiana 79, La-
can nos previene y lo cito, «alimentando de sentido al síntoma, no hacemos otra cosa que darle con-
tinuidad de subsistencia, por consiguiente encontramos una práctica necesaria de retirada de senti-
do».

En segundo lugar, para oponerse a ese riesgo de abundar al síntoma, es decir de hacerlo subsistir,
Lacan otra vez en esta conferencia de Roma, promueve la virtud del equívoco. El equívoco es jus-
tamente el recurso de abolir el sentido. Con el fin, dice Lacan, que todo lo que concierne al goce
pueda tensarse. Este tensarse es un verbo que evoca un efecto de nudo. Ahora bien sabemos con el
último Lacan, que el equívoco es justamente el modo privilegiado para impactar al cuerpo hablante
y les propondré más adelante un ejemplo preciso de algunas de estas modalidades.
Por otra parte, tercer punto concerniente a la dirección del tratamiento. Es necesario inspirarnos en
los últimos trabajos de Lacan sobre la nominación, lejos del culto del sentido, del saber o de la ver-
dad infundida, se trata y aquí cito nuevamente a Philippe Lasagna en su contribución a nuestro
CPCT: «de encontrar un nombre, una fórmula, incluso nos decía una figura». Eso se estiliza, decía
Miller, una figura capaz de nombrar esos afectos o esas emociones que se desbordan y esto por su-
puesto sin extenderse en el por qué del cómo y el centro de esta cuestión. Puede ser, por ejemplo la
manejabilidad de las palabras, según la expresión bien lograda de Geneviève Clôture, durante una
de las jornadas clínicas del CPCT de Aquitania.

Este trabajo de nominación vía la manejabilidad de las palabras, permite diseñar a veces, lo imposi-
ble de soportar, de otro modo. De resolverlo, reabsorbiéndolo por la vía de lo simbólico. Y bien
Lacan puso en relieve la importancia de la nominación en 1975: «no se trata más de hablar en una
dirección transferencial al otro con el fin de mantener una comunicación. La nominación está cen-
trada sobre lo real». Y en su Seminario inédito del 75 que se titula RSI en la lección del 11 de mar-
zo, Lacan nos confirma esto. En la nominación, nos dice, es aquí que «la parlotte» se anuda a lo
real. Misma tonalidad en Jacques Alain Miller, en el curso Piezas Sueltas, ya citado. Este señala que
nominar equivale a establecer una relación entre el sentido y lo real y no a entenderse con el otro
del sentido.

Para ser breve, el sentido existe, sin ninguna duda, en el centro del dialogo analítico, pero este debe
ser puesto al servicio de la nominación detrás de sus apariencias exhibidas de comunicación. Así en
este mismo curso Piezas Sueltas, la nominación es presentada por Jacques Alain como siendo una
función distinguida de lalengua. Una función que permite decir eso que es, eso que hay, nada más.
Es entonces una función, concluye Miller, la nominación que le sirve al goce y esto incluso si un
psicoanalista está ahí para hacer creer que lalengua, sirve a la comunicación.

Vemos bien que la nominación es otro uso del significante que ha adquirido todo su relieve a la
hora del cuerpo hablante y del hablante-ser. En el fondo parece que una nominación lograda junta el
nudo y provoca una condensación apaciguadora del goce. Por ejemplo, puede aligerar un afecto
penalizante porque va a descomprimir una significación pesada, según una expresión bien escogida
en los comentarios de Philippe Lasagna que evoqué anteriormente. Podemos obtener en el curso o
en el final del tratamiento, cosas absolutamente inéditas y que eran impensables en el inicio, por
ejemplo el inicio de una anamnesis. Veremos eso más adelante en el caso que expondré, una anam-
nesis que parecía imposible. Podemos obtener también una rectificación subjetiva aunque sea bas-
tante modesta, esto tiene consecuencias, notablemente en los tratamientos breves.

De todas formas estos dispositivos no tienen vocación de hacer psicoanálisis estricto a mi conoci-
miento. Encontramos más bien el discurso analítico, lo que no es para nada lo mismo. Lejos de todo
desciframiento, este asunto de micro-nominación constituye la misma ganancia terapéutica y mues-
tra bien que los términos de ser-hablante y de cuerpo hablante tienen su pertinencia en el psicoaná-
lisis aplicado a la terapéutica y lo habrán comprendido. No hablo aquí de las nominaciones que
producen los analistas de la escuela después de una larga cura liquidada con el pase, por supuesto.

Recientemente para ilustrar un poco las cosas. Recientemente, una mujer en peligro, habiendo teni-
do ideas suicidas a raíz de una ruptura amorosa que había sufrido sonó a mi puerta. Su amante aca-
baba de dejarla sin miramientos después de una larga relación, porque este indelicado la juzgaba
ahora demasiado vieja para él. Experimentó una legítima inundación de cólera, mezclada de sufri-
miento, al punto de flirtear con un sentimiento de deseo Tenía miedo también de voltear su cólera
contra ella misma y en el fondo me llamó la atención, que ella me dijo que no lograba calificar este
estado que según ella la ponía en todos sus estados. Para ser breve, no se reconocía más.
En la segunda sesión, para mi sorpresa, me dirá haber estado inexplicablemente aliviada por una
palabra que yo había producido para nombrar su afecto desbordante. Le había dicho en la primera
sesión que ella había estado demasiado ultrajada por ese canalla, demasiado ultrajada para reponer-
se fácilmente de este abandono y aquí se produjo, según parece, con esta palabra un efecto conden-
sador de goce sin dudas ligado al casi equívoco que ella percibió en este efecto nominativo. Acabá-
bamos de pasar en efecto de la demasiado vieja (trop agée) a la demasiado ultrajada (trop outragée).
Pasamos de lo que la designaba como deshecho del otro a lo que nombraba el goce doloroso que la
abrumaba y esto es una micro ganancia terapéutica. Muchas veces incluso he observado que los
efectos de nominación podrían tener un camino hacia una dirección subjetiva frecuentemente au-
sente al inicio y además poder ver florecer aquí y allá pequeñas soluciones ordinarias, como tantas
invenciones del sujeto para soportar la existencia.

Después de este recorrido, no demasiado fastidioso espero, llego ahora a la ilustración clínica de mi
comentario. He titulado esta viñeta «Sustracción». Van a ver por qué. Es una caso que ya evoqué
anteriormente en otros lugares, quizás algunos de ustedes ya lo han oído alguna vez. Es la historia
de una joven de 21 años, que no creía ni en el psicoanálisis, ni en la palabra, incluso temía la pala-
bra. La recibí en el CPCT, en un tratamiento breve.

Después de cinco años de relación con su novio, decide romper poniendo por motivo una vida
común que juzgaba como aburrida y la ruptura, me dice, le procura enseguida un alivio liberador. El
hecho liberador hace que caiga muy rápido en excesos de todo tipo: bulimia, subida de peso, abuso
de alcohol, multiplicaciones de encuentros sexuales de riesgo, una bulimia de los hombre, resume
ella. El goce en exceso se desborda, pero ella no viene a consultar por esta razón. Viene porque no
logra trabajar más al punto de tener que interrumpir sus estudios de letras en la universidad. Es la
única cosa que parece afectarle en ese caos generalizado, «es una catástrofe», me dice, «estoy ate-
rrada».

No encuentra la fuerza de tomar el camino de los estudios. Su perspectiva profesional está com-
prometida, un futuro CAPES en letras modernas, estaba en sus proyectos para convertiste en profe-
sora. Esto la angustia a tal punto que ha pensado que en lugar de parar todo, igual sería mejor ter-
minar para siempre. Pero finalmente estas ideas suicidas le dieron suficientemente miedo para ir a
consultar primero a un médico general y este va a dirigirla hacia el CPCT. Incluso cuando ella cla-
ma no creer en los poderes de la palabra, todo esto no es más que puro humo a su juicio, sin embar-
go está aquí, enfrente de mí. Sin dudas como último recurso está aquí y en efecto es bien difícil de
hablar con ella.
Consiente solamente a decirme que siendo adolescente, había conocido un episodio parecido, hecho
de frases y de comportamientos desmedidos, poco antes de conocer al novio que acaba precisamen-
te de dejar. Tenía entonces 16 años y este encuentro la había pacificado de manera durable, pero al
precio de la puesta en marcha de una intriga amorosa, un poco complicada de gestionar. En este
contexto ella había por otra parte conocido a otro hombre, un amante mayor y se había instalado de
manera durable entre estos dos hombres: entre el concubino oficial, que no sabía nada de este mon-
taje y el amante clandestino que sabía.

Este dispositivo defectuoso, como ella lo califica, ha sido perenne sin embargo y había parado
prácticamente sus intemperancias de adolescente. Hoy la ruptura reciente ha roto este equilibrio. El
amante clandestino informado de la separación con el concubino regular, rompe a su vez la relación
con ella. Entonces, catástrofe, ella pierde de esta manera sus dos apoyos, cosa insoportable. La sen-
sación inmediata de liberación ligada a la ruptura fue efímera y las ideas suicidas comenzaron a
invadirla, a pesar de su desenfreno para olvidar este desastre amoroso. Finalmente ella pone su in-
capacidad a continuar sus estudios bajo la cuenta de todo esto, demasiada pena, demasiada pérdida,
demasiados cortes, demasiado alcohol. En suma, demasiado demasiado, un demasiado generaliza-
do. Y en este naufragio, lo único que puede continuar haciendo es escribir al ex-amante clandestino,
que le concede esta posibilidad, un lazo epistolario mínimo, pero no sin haberla prevenido, él no
responderá a sus cartas.

Al no tener nada mejor que hacer, se emplea a escribir su desesperanza, dirigiéndose a un hombre
que no le responde más. En sesión remarca haber siempre procedido de esta manera, para aliviarse
de sus penas: escribir, aún y siempre. Escribir, lo que ella llama, los trozos de papel de su dolor,
papeles destinados a la basura lo más frecuentemente. Una pregunta, una sola emerge por tanto al
final de la primera entrevista, ella no podrá hacer retornar a su amante pero ¿cómo hacer límite a
estos desbordamientos actuales, a sus excesos, a sus travesuras, que le impiden trabajar? ¿Cómo
hacer? Pero apenas hecha, su pregunta se cierra enseguida.

Afirma firmemente no dejarse engañar ni por el psicoanálisis, ni por palabra, ni por los psi por otra
parte en general. Nadie puede ayudarla en nada y si ella consintió a venir al CPCT es por los conse-
jos de su médico, que le cae bien y que sobre todo le precisó, y lo cito: «que no tenía nada que per-
der porque el tratamiento era gratis y breve». Entonces aquí podemos ver que esta pequeña remarca
inicial del médico, es para ella lo máximo aceptable y tolerable en relación con una alienación te-
mida en un procedimiento psi y la alienación es precisamente lo que la empujó a romper con su
concubino demasiado rutinario, según ella, con una vida demasiado rutinaria.

Esto es el escenario. Entonces, ¿qué maniobra para un analista lacaniano, que no tiene mucho tiem-
po frente a una paciente que no se deja engañar y que desvaloriza los poderes de la palabra? La
primera cita muestra un movimiento doble: por una lado, después de haber brevemente desvelado
su sufrimiento, podíamos esperar eso, no tenía nada más que decir. De todas formas dice «hablar
hace mal». Frecuentemente ha remarcado que las cosas dichas se le vuelven encima. «Sé algo», me
dice, entonces mejor callarse. ¿Qué quieren ustedes agregar a esto? Tiene razón. Aviso a los psicó-
logos especializados en las escuchas de urgencia: hablar no hace bien siempre, a veces sí, a veces
no. No es absolutamente para todo el mundo y yo apruebo esa constatación, no sin hacer remarcar
que escribir tiene el beneficio de que la alivia.

Después de la respuesta del pastor a la pastora en contrapartida a su silencio, me tiende una carta
redactada para el ex-amante desde entonces silencioso, el que no le responde más. Es una evidencia,
que ha traído este correo pendiente para mí, porque es mas cómodo para ella dispensarse de
hablarme y de invitarme a leerla. Este mensaje en efecto declina su credo de diferentes maneras,
para resumir nos da: «Nadie nunca me ha dado un lugar, tú tampoco lo has hecho». Es lo que ella le
escribe a este amante del silencio, como lo llama ahora. Entonces yo guardo esta carta conmigo, me
comprometo a leerla y le prometo responderle a su debido tiempo. Quizás es esto de mi parte un
inicio de puesta en acto que consiste en «hacer par» con ella.

En todo caso yo no seré el equivalente del amante silencioso, porque yo le responderé. En suma,
una forma de relación se inicia por un don del ser en forma de palabras inútiles, incluso peligrosas.
La trama de su historia familiar, que le arranqué con fórceps es poco alegre. Un hermano mayor
muerto cuando ella tenía 10 años, otro hermano vivo, pero devastado por las drogas, un padre abati-
do, que se fue de la casa sin haber hecho nunca el duelo de su hijo muerto, una madre depresiva con
la que ella tiene una relación, y la cito: «Intensa pero sin palabras», eso ha sido dicho. En suma,
siempre ha estado confrontada a un otro poco deseante, abatido, deprimido, irritante, inclusive a un
otro que la abandona o que no responde más.

Poco aparece que incline a la subjetivación. Ella no busca apenas sacar enseñanza de su historia.
Historias de este tipo por ejemplo pudiesen repetirse. No hay mal que por bien no venga, ella no se
siente amenazada, es lo menos que podemos decir de proyectarse en los impasses de la subjetividad
introspectiva, de la introspección sin fin. De hecho, los pocos intercambios de la primera cita fueron
excesivos a su gusto y eso lo voy a saber rápidamente a expensas mías, ya que no se presenta a la
segunda cita.

Entonces tengo que llamarla, habiendo comprendido que la demanda no estará nunca de su lado. La
llamo, es aún una manera de «hacer par», quizás. Le digo al teléfono: «Y bien usted, por una vez
que alguien le da un lugar, usted no viene» y antes de colgar el teléfono, improviso una interpreta-
ción, sobre la marcha, sin saber demasiado en que me estaba metiendo. le digo: «Se lo advierto, si
usted no viene esta mañana, pues bien yo no la recibiré esta mañana». Aquí hubo un gran silencio,
perplejo, de su parte y luego una respuesta: «Ya voy». Y vino. Esta interpretación: «si usted no vie-
ne, no la recibiré», aborda, me pareció a posteriori el equívoco que nombré anteriormente como
antídoto al exceso de sentido.

Lacan sostuvo siempre, hasta el final de su enseñanza, la virtud del equívoco como interpretación
válida, era un poco el bisturí del psicoanalista. Desde el Seminario V sobre las formaciones del in-
consciente, estábamos en 1957, él mencionaba ya la virtud del equívoco, como lo que del signifi-
cante puede romper el sentido pluralizándolo, pero vuelve más radicalmente en los años 70 para
hacer otra cosa. Es el caso por ejemplo en su texto El atolondradicho, que es bastante tardío de
1975, a leer en los Otros Escritos . En realidad el equívoco parece tener un doble impacto, que va
mas allá de la simple homonimia valorizada por el Lacan de los años 50. Doble impacto en efecto, a
nivel del sujeto primeramente el equívoco descompone sus convicciones fantasmáticas y a nivel del
hablante-ser en segundo lugar el equívoco agujera el goce del cuerpo hablante. Y en los dos casos,
en mi opinión el goce queda afectado.

Este texto de los Otros Escritos, El Atolondradicho, declina, algunos lo saben las tres modalidades
posibles del equívoco. Se los recuerdo brevemente. El equívoco significante es el más conocido, es
el que resonó en el ejemplo ya evocado, entre «trop outragée» y «trop agée». A unos pocos fonemas
casi, esto es equívoco. Hay posteriormente, nos lo dice Lacan, el equívoco gramatical, el paradigma
famoso, dado por Lacan es: «yo no te lo hago decir». Ejemplo: Un día la paciente, llega a la sesión
declarando una vez más: «He venido a decirle, que no tengo nada que decir». Entonces yo respondí:
«Sí sí, eso va a decirse». Y eso va a decirse es una variante de «yo no se lo hago decir». Algo como,
tú dices que no quieres decir nada, que es ya una forma de decir, sin decirlo, pero al mismo tiempo
diciéndolo y luego te desplazaste para decírmelo, tú lo has dicho. No sé cual fue el efecto subjetivo
de este equívoco gramatical, pero al menos tuvo el mérito de relajar la conversación ese día. Y por
último, última incidencia, es la advertencia que le hice por teléfono, «si usted no viene no la reci-
biré», y esto corresponde en efecto a la tercera modalidad, el equívoco, llamado lógico y con este
jugamos siempre a través de la paradoja del tiempo o del espacio. Esta interpretación permitió darle
la vuelta a la situación, ya no es ella quien rechaza venir, soy yo quien rechaza recibirla, si por ca-
sualidad ella mantiene su posición. En suma, retomo el mando.
Entonces vino a la segunda sesión y el tratamiento puede comenzar. Pero, ¿cómo orientar este tra-
tamiento? Su vida liberada la pone en crisis, porque la libertad recuperada consiste en pasar de un
objeto al otro sin corte, sin transición. Un porro llama a otro, un hombre llama a otro. No es verda-
deramente el reino de la falta de goce freudiano, evocado anteriormente. Es el del exceso de goce.
Todos los objetos consumidos están en continuidad sobre un modo ilimitado: alimento, alcohol,
sexo. Y al contrario cuando una separación radical se impone en su vida: la partida del padre que
abandona la embarcación, la muerte del hermano o la ruptura amorosa reciente. En estos casos ella
no pude negociar la pérdida y se derrumba.

Para hacer un duelo, un sujeto debe haber vivido la experiencia previa de una relación constitutiva
con la falta. Objeto, de entrada perdido, decía Freud, sino el riesgo melancólico acecha y es preci-
samente lo que está sucediendo en su caso, no existe una falta constitutiva. De todas formas el obje-
to de consumo siempre en exceso tapona toda posibilidad de confrontación con la falta. Brevemen-
te, como lo formuló Lacan en el Seminario X, La Angustia: «La falta viene a faltar». Sin embargo la
falta es esencial para desear, para demandar, para hablar porque al final toda palabra es demanda.
Es Lacan quien señaló este punto y de hecho su demanda es extremadamente mínima, se reduce a
dos apariciones sin ningún trato de favor: el ofrecimiento de su carta en lugar de su palabra, proba-
blemente con la espera de una respuesta de mi parte y la intuición que ella me pide demandar en su
lugar, de aquí viene la idea de mi llamada telefónica para relanzarla.

Entonces me pregunto: ¿cómo establecer la función de la falta, allí donde ella está saturada por to-
dos esos objetos? ¿Cómo desatascar lo que funciona como tapón? Pues bien en lugar de invitarla a
repetir una historia en bucle, a la búsqueda de hipotéticas claves en no sé cuál novela familiar, la
cuestión prioritaria está absolutamente en otra parte: ¿Cómo fabricar en este corto tratamiento un
símil del objeto perdido? Cómo hacer operar un vacío, allí donde el efecto primordial del lenguaje
no permitió sin dudas cavarlo? Y con el tiempo, ¿cómo introducir la cuestión de la falta? o en todo
caso, de algo que haga función de falta, de un símil de la falta en este sujeto.

Y bien a manera de respuesta, me pareció que en este sujeto una sustracción debía hacerse en acto,
si en algún momento una ocasión me lo permitía por supuesto. Es entonces cirugía lo que necesita.
Hablé hace un momento de bisturí del analista, aquí estamos. Ella necesita cirugía, no una escucha
que ella rechaza de todas formas. Por suerte varias contingencias van a contribuir. Primeramente
hubo un manejo del tiempo propio del CPCT, porque en CPCT ustedes lo saben, el número de se-
siones está limitado. Pues bien cuando ella faltaba a una sesión, una vez sobre dos, olvido hostil,
negativa de levantarse por la mañana, entonces la llamaba para significarle el conteo: «una sesión
menos, qué lastima, ya no quedan muchas». Y pude verificar aquí, que el tiempo contado puede
inducir la dimensión de la pérdida. La próxima vez cuando viene, la paciente negocia duramente mi
contabilidad.

Otra sustracción fue posible a partir de la carta que me entregó. A pesar de sus demandas reiteradas,
no le devolví la carta de amor, de su amor fallido, la famosa carta que me había confiado al inicio.
No se la devolví, dándole como motivo que es demasiado valiosa. No me había ella señalado que
todas esas cartas, todos esos escritos terminaban en la basura. Pues la carta en cuestión no irá a la
basura, no más que no será enviada por correo a la dirección del ex-amante silencioso. Esta carta
encontró un nuevo destinatario, el consultante del CPCT, en este caso yo. Está furiosa, al punto de
faltar a la siguiente cita como represalia. Pues bien esta vez yo la llamo y ella me lo reprochará a su
regreso.

En el fondo, comienza a quejarse del practicante, lo que señala la emergencia de una demanda, la
queja siendo, y lo repito, un encubierto de la demanda. Agreguemos a todo esto que hay demanda
solamente bajo el fondo de la demanda de amor, como lo dijo precisamente Lacan en su Seminario
sobre las formaciones del inconsciente. Y en el fondo es el amor lo que ella reivindica, será necesa-
rio componer con esto. Sobre todo me trae un voluminoso diario de cuando era joven, donde ha
conciliado sus quejas y dolencias desde hace muchos años. Es un diario milagroso, perdido desde
hace tiempo, encontrado el día anterior mientras se mudaba y que escapó de milagro de la basura.
Entonces como insiste, aquí lo tiene. Si yo insisto y lo cojo decididamente también y el diario des-
aparece en mi maleta y no lo verá nunca más a pesar de sus demandas insistentes.

Tales fueron las principales sustracciones operadas en esta chica que pensaba no tener nada que
perder conmigo según el oráculo del médico general. Se trata entonces por forzamiento de conver-
tirse en la dirección de sus escritos, al mismo tiempo sustrayéndole esos papeles como objeto. Si
quieren yo soy su lector y su ladrón.

El agujero realizado es una pérdida por sustracción, pero cuidado, es una pérdida aquí conectada al
deseo del otro, de donde sale el efecto de falta encontrado, mejor dicho de símil de la falta. Resulta-
do bastante sorprendente de esta historia. Se reconcilia con la palabra, para esbozar inesperadamen-
te la trama de una extraña historia, que le reclamé, un relato completamente inesperado. Ella recien-
temente supo por su madre, una increíble historia de incesto familiar, consentido entre padre e hija.
Se trata de una historia muy antigua, que había sido silenciada hasta hace poco, una historia vieja de
cuatro o cinco generaciones, que situaré en el medio o al final del siglo IX, en un medio rural. Hubo
en esta época una relación incestuosa durable y fecunda, entre padre e hija, una relación habiendo
engendrado una progenitura numerosa de la que ella misma desciende. Este era el secreto de fami-
lia. Y ella sería, así, el fruto lejano e indirecto de un incesto. Esto es un núcleo de novela familiar.
Verídico o no, eso me importa poco.

Esta ficción de otro siglo, le pone un nombre, una época y una lógica según ella sobre los lazos
patógenos que han marcado esta familia a lo largo de generaciones y en efecto, me dice, «desde
siempre todo el mundo está enfadado con todo el mundo». No inició ella misma un proceso a su
propio padre por una historia de pensión alimentaria que quedó impagada después del divorcio pa-
rental. El levantamiento de un tal secreto sobre su lejana descendencia, aclara, según ella, muchos
de los disfuncionamientos familiares hoy.

Apruebo su teoría. ¿Por qué? Por al menos una razón. Esta ficción hace funcionar una historia en
forma de mito constitutivo en el lugar y la plaza de una novela familiar imposible de escribir a pesar
de sus numerosos escritos. En cualquier caso ese trozo de historia me parece suficiente. No hace
falta agregar nada. Tomo acta de su descubrimiento genealógico sin detenerme indebidamente y le
sugiero bastante rápido hablar de otra cosa, porque después de todo ella se ha puesto a hablar por
ejemplo de sus gustos literarios recobrados, es decir de la novela de otros.

Entonces, ¿qué epilogo para esta historia? Después de la interrupción de las vacaciones, ella me
hace saber su voluntad de parar el tratamiento que finalmente ha sido más breve de lo previsto, en
todo caso antes del agotamiento de las cuotas disponibles en el CPCT. Ella ha salido ya de la crisis,
afirma. Muy ocupada por la reanudación efectiva de los estudios, así que por la necesidad de ocu-
parse de su cuerpo. Ha consultado a un nutricionista, por ejemplo, para hacer un régimen adelga-
zante. Me dice: «Ya no devoro como antes, como dos veces menos que antes». Está también grata-
mente sorprendida, porque después del corte intempestivo en la facultad, ha encontrado otra manera
de trabajar, agotadora, por supuesto, pero factible y mucho más eficaz a su gusto. Yo diría por mi
parte, mucho menos superyoíca. En relación con la facultad, me dice: «sabe usted, voy todos los
días y trabajo por cuatro». Entonces la felicito por su logro: «trabaja por cuatro comiendo dos veces
menos». Es otro momento de equívoco que hace resonar su solución sublimatoria.

En esta lógica de tratamiento de la pulsión oral, su bulimia con los hombres se desvanece igualmen-
te. Dice más bien aceptar, lo que ella llama la soltería provisoria en lugar de multiplicar lo que ella
nombra como relaciones efímeras, relaciones que igualmente remarca, la dejan igual de sola. No
rechisto por supuesto, sobre el equívoco de la palabra efímero, lo que hubiese sido inoportuno en el
final del tratamiento. Pero sin embargo apruebo su solución frente a los impasses amorosos, concre-
tamente la bien nombrada soltería provisoria. Señalo la pertinencia de este hallazgo. Soltería provi-
soria es una invención significante para nombrar el estado actual de su soledad y de su relación con
el otro del amor y aquí también sin dudas, tiene el valor agregado de una nominación con este bien
decir.

Finalmente valido su decisión de concluir el tratamiento, no sin hacerle remarcar que puede ahora
decidir por su cuenta dejar detrás, algo, el tratamiento y alguien, en este caso, el analista. Todo esto
sin que su sombra subjetiva no se derrumbe. Esto es un progreso considerable. Me pregunté al final,
si había habido o no emergencia de una solución sintomática para tratar el goce devastador en exce-
so. Pues bien, si esto se produjo no fue ciertamente por la vía amorosa, la del partenaire-síntoma,
sino quizás por su nueva forma de trabajar. Por aquí, me pareció que un cierto goce oral había sido
tratado, siendo la que trabajaba por cuatro, sin devastarla excesivamente. Es una simple hipótesis de
mi parte porque no tuve un a posteriori con ella para poder determinar eso. Esta fue nuestra última
sesión y desde luego no le devolví nunca sus escritos. Nos quedamos aquí y les propongo quedar-
nos aquí hoy también.

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