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Caso LA NOTARIA
Caso LA NOTARIA
LA NOTARÍA
Al poco tiempo de haber entrado empecé a traer clientes y a buscar que salieran en
tiempo los trámites notariales, como servicio primario; esto es algo que el Notario siempre
ha cuidado: cuidar a los clientes, darles calidad en la asesoría, trato amable, precio justo y
entregar a tiempo los documentos, porque si no, no vuelven o no nos recomiendan. Mi
padre empezó a darme mucha responsabilidad en todo el negocio, pues él quería delegar un
poco la carga que este trabajo implica; por lo tanto, me encargué de buena parte de la
oficina. No fue fácil, pues no conocía bien todos los trámites, pero “le entré al toro”.
El 13 de febrero de 1990 (y tenía que ser martes), vino el señor Pedro Elizondo con
un asunto: tenía una deuda en su empresa, que prometió liquidar a más tardar el 19 de
marzo; para eso, quería vender un terreno de su propiedad y, con el ingreso, liquidar dicho
pasivo. Pero el terreno se encontraba en copropiedad con tres hermanos, y el comprador
quería, antes de pagar, que su parte ya estuviera determinada y delimitada, sin compartir
copropiedad con terceros. El comprador, Rodrigo Lozano, ya había tramitado un crédito
hipotecario para construcción sobre dicho terreno, por eso pedía dichas condiciones. Para
que operara el crédito, el terreno debería estar registrado a su nombre y sacar un aviso
preventivo de la hipoteca, y esto debía arreglarse antes del 23 de marzo. Sólo así le darían
el dinero a Rodrigo y éste a su vez a Pedro.
Yo [Eduardo Guerra] veía todo muy fácil: tenía que subdividir primero; luego en
una misma escritura disolver la copropiedad y asignar los lotes a quienes pertenecieran y,
simultáneamente, hacer la operación de compra-venta. Después de registrar ésta, ya se
podría efectuar y registrar la hipoteca.
Para esto sólo tenía un mes, así que les pedí que con urgencia me trajeran toda la
documentación, misma que hicieron llegar el 14 de febrero. Entonces empezaron los
problemas.
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ÉTICA, RESPONSABILIDAD SOCIAL Y TRANSPARENCIA
por el servicio que me dieron, cosa que no me cayó en gracia, pues me decía a mí mismo,
que ya los había llevado a comer. En fin, lo que importaba era quedar bien con el cliente.
No me gustó nada dar dinero por un trabajo o servicio que esas personas tienen que
hacer, ya que por eso se les paga un sueldo, pero así quedó la cosa.
Mientras tanto envié también los documentos a Técnica Catastral para dar de alta
los terrenos ya separados, y se les otorgaran cuentas individuales. Las secretarias de ese
departamento, en cambio, fueron muy amables conmigo; pues, al explicarles mi urgencia,
adelantaron mi expediente para que saliera más rápido. Al recoger los documentos les llevé
un pastel, pues me habían dado un excelente servicio, lo cual agradecieron mucho y se
pusieron “a mi servicio cuando tuviera otro problema”.
Empecé con el aviso a Catastro; el tramitador me comentó que con 50 pesos el aviso salía el mismo
día; pagué y así sucedió, pues el tramitador me convenció de que era la única manera de sacarlo rápido.
Por otra parte se pagó el ISR, lo cual no tuvo problema, pues se paga en cualquier
banco y ahí mismo lo sellan y regresan.
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ÉTICA, RESPONSABILIDAD SOCIAL Y TRANSPARENCIA
El martes en la mañana me presenté en las oficinas del Municipio, para hablar con
el encargado de traslado de dominio, y que éste recibiera la nota del pago del impuesto. Al
explicarle mi urgencia, contestó que podía ayudarme con mi problema, que lo que tenía que
hacer era hablar con su secretaria para que le pusiera el visto bueno, gratificándole con la
suma de 20 pesos. Pero, además debería llevar al inspector al domicilio del inmueble, para
verificar que no existía construcción. Como el llevarlo, implicaba sacarlo de su ruta, el
inspector me pidió que lo llevara en mi automóvil y que después de la inspección, lo llevara
a comer. No me importó, porque para el miércoles 7 ya tenía la nota del ISAI pagada y en
mis manos, teniendo así el último requisito para enviar todo al Registro Público de la
Propiedad.
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ÉTICA, RESPONSABILIDAD SOCIAL Y TRANSPARENCIA
De nueva cuenta, el martes, con la Ley en mano, fui a hablar con el Registrador,
pero se negó a recibirme. Me armé de paciencia y decidí esperarlo. Al cabo de tres horas de
espera, por fin me recibió. Le comenté los puntos de vista consultados y las disposiciones
legales analizadas que me permitían realizar el acto de que se trataba. Me contestó que
realmente no le importaban esos puntos de vista, ni la ley, que “ahí las cosas se hacían de la
manera que él creía conveniente”. Mi reacción fue de total estupor porque verdaderamente
no sabía qué hacer y tenía el tiempo encima. Le dije en forma airada y amenazante que iría
ante el Tribunal Contencioso Administrativo a presentar una demanda en contra de la
resolución tomada por él, y sería obligado a inscribir mi documento. Me contestó que “lo
hiciera; a fin y al cabo no me importa, ya que tu demandita se va a tardar varios años”. Salí
dispuesto a demandarlo, sin importarme las consecuencias.
Llegué muy molesto a la Notaría y opté por hablar con el Notario, diciéndole cuál
era mi intención respecto al Registrador. Me contestó que pensara en mi cliente y no en mi
coraje; que ésa no era la manera de arreglar las cosas. Pensé en esto y le llamé al
Registrador, ofreciéndole una disculpa por mi comportamiento. El me dijo “no hay
problema, ven mañana y aquí lo platicamos”.
El martes por la tarde, recibí una llamada de mi cliente para preguntarme cómo iba
saliendo su asunto; le dije que no se preocupara, que todo marchaba bien. ¡Si supiera todo
el trabajo que me estaba costando!
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ÉTICA, RESPONSABILIDAD SOCIAL Y TRANSPARENCIA
A las 9:30 a.m. del miércoles, me presenté a hablar con el Registrador; me trató de
manera muy cortés y amable. Le dije que tomara conciencia de la necesidad que mi cliente
tenía de ese asunto y que valorara el esfuerzo que esa gestión me había costado. El me dijo:
“mira, la solución está en tus manos, únicamente dame 500 pesos y no hay problema, yo te
lo inscribo aquí mismo” (me lo dijo enfrente de su secretaria y de una persona que ahí se
encontraba y a la que no conocía). Abrió el cajón de su escritorio, indicándome que ahí le
echara el dinero; tomé mi portafolio y saqué la cantidad que me pedía y la puse en su cajón.
Registró y me entregó en ese instante la escritura.