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CAPITULO I
La cosa no era tan sencilla; sin embargo, pues los historiadores, diplomáticos y
publicistas chilenos tropezaban y siguen tropezando, con montañas de documentos,
ordenanzas, títulos y la cartografía de la época que destruían de entrada sus arteros
propósitos. No era cosa sencilla borrar de una plumada la historia de cuatrocientos
años y sostener con desfachatez que Bolivia nunca tuvo mar, que siempre estuvo
encerrada en sus montañas; sin embargo, la avilantes y temeridad araucana lo
intentaron desde el momento mismo que pusieron sus plantas en el antiguo territorio
que Bolivia había heredado desde épocas precolombinas. Todos los argumentos
saturados en sus inicios por los tratadistas y diplomáticos bolivianos con la sencilla
exposición de las pruebas exhumadas de los viejos archivos coloniales y de los
amarillentos cronicones. Los defensores de los derechos bolivianos no tenían que
hacer muchos esfuerzos para demostrar la justicia de sus reclamos, pues las pruebas
aportadas eran tan firmes, tan convincentes, tan colosales como la cordillera de los
Andes. Todas las extravagancias y mistificaciones chilenas que pretendían o pretenden
desconocer esta verdad, chocaron y chocaran siempre contra esa muralla formidable
de pruebas que gritan al mundo los derechos irrenunciables de Bolivia en la costa del
pacifico.
La escuela chilena sostiene esta pueril tesis, sin embargo, no es tan nueva ni tan
antigua. Data, como tenemos indicado, de los años en que Chile con el apoyo del
imperialismo británico había resuelto apoderarse mediante la conquista armada de todo
el litoral Boliviano. En puridad de verdad la ocurrencia suigéneris, había ido madurando
al compás sigiloso de los avances territoriales de Chile, hasta que don Miguel Luís
Amunátegui, un historiador ingenioso de singular facundia, decidió dar forma a la
intrépida interpretación acomodada a los intereses de la conquista. En base a las
lucubraciones histórico-geográficas de este notable publicista chileno del siglo pasado,
a quien no citan debidamente los nuevos tratadistas y pacificologos mapochinos, pese
al echo de ser el verdadero fundador de la corriente, se ha ido elaborando la
extravagante tesis que sostiene sin rubor alguno que Bolivia nunca tuvo mar y que
siempre estuvo encerada en sus montañas hasta 1825, en que “por un descuido” se
dejaron arrebatar dichos territorios y que en 1879 no han hecho otra cosa que
“reincorporar” a su soberanía lo que siempre fue de ellos; que la guerra de conquista
contra Bolivia y el Perú no era tal sino, una simple acción de “reivindicación”. La tesis
adolecía de una simpleza abrumadora. Y, la impostura fue tomando cuerpo hasta llegar
a nuestros días, al extremo que, hoy por hoy no hay títere en Chile que no repita esa
versión. Desde la escuela primaria hasta la universidad se enseña tal aberración
histórica sin el menor escrúpulo. Y como ello demuestra que los vecinos trasandinos
hacen culto de la mentira, no es extraño que el propio Presidente de la Junta Militar
General Augusto Pinochet aparezca cohonestando la falsía nada menos que en un
libro destinado a servir de texto en los institutos militares de su país.
En homenaje a tan alto personaje, que encarna estas ideas antibolivianas, y con el fin
de establecer una diferencia clara con la historiografía seria de Chile que se ocupa del
tema, vamos a bautizar esta corriente suigéneris con el nombre de “pinochetista”, ya
que hasta ahora, extrañamente el impropio no tenía una denominación correcta.
Obviamente, la palabreja nos sugerirá de inmediato la idea del infantilismo en la
interpretación de la historia.
Por razón de método y de investigación para llegar a las afirmaciones de Pinochet,
necesariamente debemos buscar sus orígenes y para ello, obviamente tendremos que
remontarnos a sus antecesores.
Pero quizá la pieza más importante que sirve de verdadero sustento a las
lucubraciones de Ríos Gallardo y Eyzaguirre en especial, sea la famosa circular del
Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, R. Errázuris Urmaneta de 30 de septiembre
de 1900, nota circular que tomando por armazón la invención Amunateguina llega a
constituir la base del pinochetismo contemporáneo.
La cancillería chilena cambiando muy poco este armazón concebido por Amunáegui
para justificar los primeros avances de Chile en el Litoral Boliviano, en 1863, trata de
cortar de raíz las declaraciones bolivianas en momentos en que comenzaba a
presionar la firma del tratado que legalizara la usurpación. Ya conocemos cual fue la
respuesta de Chile a través de su Plenipotenciario Abrahan Köning, cuando el
problema tuvo su clímax que saco de quicio a la Moneda ante la pertinaz exigencia
boliviana que se resistía a entregar todo su territorio ocupado.
Para respaldar su tesis en la frontera del norte es una exhuma el mapa de Andrés
Baleato de 1793 ignorando deliberadamente otros de la misma época anteriores y
posteriores, que demuestran lo contrario, tratando de convencer de esta manera que
una sola golondrina puede hacer verano. Indudablemente que Ezaguirre para hilvanar
su tesis tuvo que hacer esfuerzos poco comunes acudiendo por lo general a los
documentos más vagos e imprecisos para respaldar sus aseveraciones, aludiendo a
toda costa las pruebas contrarias o acomodándolas a sus fines. Así por ejemplo,
cuando acude a la Recopilación de Leyes de Indias de 1680 sólo toma aquellas partes
que puedan interesarle, pasando por alto todas aquellas otras que le contradicen, como
tendremos oportunidad de ver mas adelante.
“En 1876 -dice- se creó el Virreinato de La Plata el cual quedó conformado por la
antigua gobernación de Buenos Aires, las provincias de La Paz, Potosí, Cochabamba, y
Chuquisaca; el Tucumán, el Paraguay y las provincias de Mendoza y San Juan. Lo que
se ratifica en esa fecha, por mandato real, al separar el Alto Perú del Virreinato del
Perú. Posteriormente no hay cambios en las zonas jurisdiccionales".
Finalmente, concluye con esta sarta de mentiras: "En 1879, la Guerra del Pacífico
permitió a Chile recuperar lo que siempre fue suyo. Bolivia pese al Tratado de 1904,
que lo volvió a país mediterráneo, ha continuado su lucha por salir al mar, sin base
legal, ni geográfica, mi política ni ética”. No sabemos que entiende Pinochet por ética
ya que de estas breves transcripciones desconcertantes en su cinismo, parece ignorar
el verdadero significado de esta palabra tan manoseada y tan poco practicada.
En su “obra (Geopolítica), cree descubrir la pólvora cuando afirma sin rubor que en
1789 se levantó la carta de la costa de Chile, fijando ese finalmente el límite entre Perú
y Chile en dichas costas en los 22º espacio 58’ L.S. "La falta de claridad en la
delimitación de los Estados después de la Independencia de América y posteriormente,
una gran omisión por parte de Chile, permitió a Bolivia alcanzar las costas del pacífico
en desmedro de litoral chileno. En 1879 la Guerra del Pacífico hizo posible a Chile
recuperar la zona que le pertenecía. Bolivia, como país mediterráneo, ha recibido
amplias facilidades por parte de los chilenos”. La obra de Pinochet está impregnada de
argucias de este jaez que no hacen honor a la historiografía chilena. En otra parte de
su obra, después de divagar sin norte, confundido en el marasmo de sus propias
equivocaciones llega a conclusiones tan curiosas como aquella que dice que Chile ha
carecido de una concepción geopolítica en su conducta internacional (sic), por "el
sentido americanista de que hicieron gala sus dirigentes y que por miopía y debilidad
de sus gobernantes que cometieron el error imperdonable "sin saber por que", de
consignar en las constituciones de 1822 y 1823, como límites de Chile en los desiertos
de Tarapacá, así como a la cordillera de los Andes con la República Argentina". Una
mera comparación entre los argumentos Eyzaguirre y Pinochet nos llevaría al
convencimiento de que el segundo ha copiado gran parte de la obra del primero. Es
más, se ha apropiado cínicamente de otra buena parte de los argumentos Conrado
Ríos Gallardo, aquel famoso personaje de origen boliviano que se constituyó en
enemigo acérrimo de la patria de sus antepasados, el mismo que en una oportunidad
desde la cancillería había expresado "que Bolivia nunca tuvo contacto con el mar. El
Litoral de Bolivia sobre el Pacífico es una leyenda creada por la mente afiebrada de los
bolivianos de este siglo”.
Es digno de observarse como los dos autores -Pinochet y Eyzaguirre-, utilizan a cada
paso las frases "sin saber porque", "en un momento de descuido" y "gran omisión".
Una historia sería no puede admitir ni por la vía de curiosidad la sustentación de un
criterio con este manido recurso. Una frase absurda no puede suplir a un documento.
Es infantil querer sostener una tesis sobre un pedestal de mentiras. Tan sólo una
arremetida contra ese aspecto de la obra pinochetiana podría dejar un saldo favorable
a la causa boliviana en el consenso americano, pero como nos interesa sobremanera
desbaratar una vez más semejante exabrupto, creemos obligatorio el examen de los
documentos fundamentales que sostienen los derechos de Bolivia en el Pacífico,
confrontando con recientes descubrimientos que refuerzan la verdad histórica.
4. EL VIRREINATO Y SU LITORAL
Bolivia no fue un país mediterráneo, como se pretende hacer creer por la escuela
pinochetina a la que nos hemos referido anteriormente. La presencia de Bolivia en el
Océano Pacífico se remonta a tiempos inmemoriales, cuando los primitivos habitantes
del altiplano marcaron la huella de su cultura en las costas de Atacama. El nombre de
Tiwanacu, señoreó en el altiplano desafiando a la naturaleza y a las leyes físicas y en
su epoca de esplendor bajo a las playas del Pacifico llevando su aliento civilizador,
cuando las tribus nómadas de la araucanía apenas podían sobrevivir en medio de la
barbarie. Los restos arqueológicos excavados en Atacama donde se observa la huella
de Tiwanacu, son la prueba más elocuente de la presencia del hombre primitivo de la
visita boliviana en el mar del sur.
En la época de los Incas, lo que hoy es Bolivia se conocía con el nombre de collasuyo.
Atama fue lugar escogido por el monarca del Cuzco para emprender la conquista de la
salvaje araucania e incorporarla a la civilización. Garcilazo de la Vega siguiendo al
menoríalista Fernando de Santillán afirma que el rey Inca Yupanqui "tan poderoso de
gente y hacienda", acordó emprender una empresa que fue la conquista del reino de
Chile "para lo cual habiendo consultado a los de su consejo mandó prevenir las cosas
necesarias, y dejando en su corte los ministros acostumbrados para el gobierno y la
administración de justicia, fue hasta Atacama, que hacia Chile es la última provincia
que había poblada y sujeta a su imperio, para dar calor de más cerca a la conquista
porque de allí adelante hay un gran despoblado que atravesar hasta llegar a Chilli". De
tal suerte el territorio de Atacama con toda su costa situada entre los 23 y 27 grados de
latitud sur de formaba parte del extenso territorio del Collasuyo en los años 1471,
cuando se inició la conquista del reino de Chile. Sinchi Roca llevó la Wiphala incaica
hasta el valle de Copiapó y sus plantas pisaron las aguas del río Maule. Esta acción
civilizadora duró más de 60 años y no cesó -según Toribio Medina-sino con la invasión
española traída por Pedro de Valdivia.
El investigador Manuel Frontaura Argandoña sostiene con acierto que los pueblos
atacameños pertenecían al mismo grupo indígena de los Urus, Chipayas, Aymaras y
quechuas, basándose para ello en los estudios de Midendorf, Max Uhle, D’Orbigny y
otras sabios que han dedicado sendos estudios al tema. Estos pueblos señorearon
esos territorios y más tarde, junto a las huestes incas conquistaron la araucania. Los
arucanos primitivos que vivían en estado salvaje no han podido asomar a estos
territorios; ellos en lucha tenaz por su supervivencia siempre se mantuvieron en Bio Bio
para abajo. El cronista Cieza de León confirma este aserto cuando dice que Tarapacá
se extiende a través de la costa y se detiene en una bahía grande, "en la cual hay un
puerto que se llama Copayapu... De aquí comienza la población de las provincias de
Chile”.
Al nacer Bolivia a la vida independiente contaba con una extensa y dilatada costa
donde ya tenía importancia y rango el puerto de Cobija. Contaba además, con las
caletas: Gatico, Guanillos, Michila, Tames, Gualaguala, Cobre y Piquica. El 28 de
diciembre de 1825 Bolívar como Presidente de la flamante república promulgó un
decreto erigiendo a Cobija como puerto mayor bautizándole con el nombre de Puerto
La Mar en homenaje a uno de los vencedores de Ayacucho. A este acto de soberanía
plena Pinochet califica de "imaginario decreto", "mediante el cual el Libertador abusó
de un poder que no tenía y le concedió soberanía a un tramo de la costas del pacífico".
Sostener semejante monstruosidad nos deja perplejos. No sabemos si atribuir a un
desconocimiento supino del pensamiento de Bolívar o a un gafe del que se debe estar
arrepintiendo todavía el general Pinochet. Si hubo un genio convencido de sus
propósitos grandiosos precisamente fue Bolívar. La obra en que estaba empeñado de
forjar una patria grande hizo que sus pasos como estadista sean cautelosos y de
profundo respeto del derecho. Bolívar fue un soldado de la ley y el Uti Possidetis de
1810 fue el arca santa donde forjó las nuevas repúblicas. Y no es un Pinochet quien ha
de poner en duda los actos del genio de la libertad.
Es su obsesión de respetar los derechos ajenos, Bolívar llegó incluso, prima facie, a
oponerse a la creación de Bolivia por no malograr su sueño de una patria
latinoamericana. Sólo su mirada zahorí fue capaz de vislumbrar los peligros de la
balcanización. Creemos útil referirnos brevemente por lo menos a las partes más
salientes del proceso de creación de Bolivia para rechazar definitivamente el exabrupto
pinochetino.
En 1825 el separatismo alto peruano había calado muy hondo. El fracaso de los
ejércitos auxiliares argentinos, los abusos desmedidos, la falta de tino con que actuaron
había terminado de fracturar los lazos que unían esta región con Buenos Aires. El Alto
Perú, por otra parte ya no tenía el mismo interés para Buenos Aires ya que sus minas
de plata se habían agotado Buenos Aires florecía al ritmo del comercio y del
contrabando entretanto el Alto Perú y las provincias del Norte decaían. "A través de
Buenos Aires ingresan artículos de origen europeo y se desarman por el Litoral. Las
provincias del norte compiten ventajosamente con las industrias de provincias que se
mantenían abastecido el Litoral y el Alto Perú. De este modo, si Buenos Aires y el
Litoral antes de la creación del Virreinato del Río de La Plata eran mercados
consumidores de los productos industriales del Tucumán, a partir de la apertura del
comercio español europeo por el Río de La Plata, Tucumán y las restantes provincias
del centro y el Norte se convertirían en mercados consumidores de los productos
europeos entrados por Buenos Aires". No debemos olvidar que el intercambio entre
Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes, con las provincias del Norte y el Alto Perú era
intenso antes de 1810. El Alto Perú "además de la minería, contaba con una importante
industria textil en Cochabamba que abastecía con sus telas baratas a la población
indígena, vendiendo sus tocuyos y sombreros". La desleal competencia de productos
similares introducidos por el puerto de Buenos Aires terminó por liquidar éstas
industrias en ciernes, creando naturalmente el tremendo odio de las provincias del
Norte y el Alto Perú contra Buenos Aires. Quizá acá radique otro de los factores
principales del separatismo altoperuano ya que precisamente en los lugares donde
mayormente fue acertada la industria, como Cochabamba y Chuquisaca se generó
también en mayor grado el separatismo volcando la mirada hacia el Pacífico por donde
se vislumbran "indudables ventajas para conservar sin intrusiones peligrosas de ningún
poder central sus privilegios de comercio, de casta y de clase" cuyo abanderado será
Casimiro Olañeta.
Y el mismo Bolívar en carta de 2 de febrero de 1825 que llegó tarde a manos de Sucre,
cuando éste ya había convocado a la Asamblea, le expresaba sus temores y sus
principios.
"Ni usted, ni yo, ni el Congreso mismo del Perú, ni de Colombia, podemos romper y
violar la base del derecho público que tenemos reconocido en América. Esta base es,
que los gobiernos republicanos se fundan entre los límites de los antiguos virreinatos,
capitanías generales, o presidencias como la de Chile. El Alto Perú es una
dependencia del Virreinato de Buenos Aires; dependencia inmediata como la de Quito
de Santa Fe.
Chile, aunque era dependencia del Perú, ya estaba separada de él algunos años antes
de la revolución, como Guatemala de la Nueva España. Así es que ambas dos de
estas presidencias han podido ser independientes de sus antiguos virreinatos; pero ni
Quito ni Charcas pueden serlo justicia, a menos que por un convenio entre partes, por
resultado de una guerra o de un congreso se logre entablar y concluir un tratado.
Según dice usted, piensa convocar a una asamblea de dichas provincias. Desde luego
la convocación misma es un acto de soberanía. Además, llamando usted estas
provincias a ejercer su soberanía, las separa de hecho de las demás provincias del Río
de La Plata. Desde luego, usted logrará con dicha medida, la desaprobación del Río de
La Plata, del Perú y de Colombia misma, que no puede ver ni con indiferencia siquiera,
que usted rompa los derechos que tenemos a la presidencia de Quito por los antiguos
límites del antiguo virreinato... Yo he dicho a usted de oficio lo que usted debe hacer, y
ahora lo repito. Sencillamente se reduce a ocultar el país militarmente y esperar
órdenes del gobierno".
Cuando Bolívar decide marchar al Alto Perú con este pensamiento, recibe en el camino
una carta de Sucre acompañada de documentos que lo dejan pasmado: "Los
documentos oficiales que hoy remito -decía Sucre- manifestaran a usted que mis
pasos, en lugar de ser falsos, como antes se creyó, han marchado sobre conocimiento
del estado del país, y que el Congreso y el Gobierno Argentino, no sólo ha confirmado
sino que han aplaudido mi conducta.
Había ocurrido lo increíble: que el Congreso de las Provincias Unidas del Río de La
Plata habían emitido una declaración en 9 de mayo y en 1825 dejando las Provincias
de Alto Perú. En plena libertad para disponer de su suerte, "según crean convenir mejor
a sus intereses y a su felicidad". Es más, el mismo Congreso felicitaba a Sucre por el
"buen juicio" con que había manejado el asunto. Bolívar ya en Potosí todavía
sorprendido por la noticia recibe a la delegación argentina a cuya cabeza se
encontraba el general Alvear y dice un brindis que trasunta todo su estado de ánimo,
pues alaba la liberalidad de principios del Congreso de las Provincias Unidas del Río de
La Plata y cuyo desprendimiento con respecto a las provincias del Alto Perú es
inauditos". Lo que viene después es conocido por la historia americana. El nacimiento
de Bolivia constituye el triunfo del localismo que desgaja el tronco secular de una patria
grande formando el conglomerado de las patrias chicas. El sueño de formar grandes
estados para confederarlos en una entidad capaz de desafiar el futuro se hace trizas.
Cuando Bolívar administra la nueva república que lleva su nombre dicta el decreto por
el que erige a Cobija como puerto mayor con el nombre de La Mar.
El hombre genial que había hecho norma de su vida el respeto al derecho ajeno, el
hombre que había demostrado este respeto en la creación de Bolivia, ¿podría haber
dictado esta medida administrativa si hubiera sido evidente que esos territorios y
costas pertenecían a Chile? No. Lo único que hizo Bolívar fue refrendar mediante una
disposición legal lo que era una evidencia, lo que la fuerza de los hechos, de las
costumbres y de las disposiciones legales de la colonia mostraban como una verdad
insoslayable, incontratable e incuestionable.
La petición del municipio de Tacna y Arica considerado por los gobiernos de Bolivia y el
Perú siguió su curso legal hasta el punto de inclusive se llegó a firmar a fines de 1826
el pacto de canje de Tacna, Arica y Tarapacá por Apolobanba, Copacabana y una
indemnización pecuniaria que luego quedó en suspenso.
Y acá viene otra falacia de Pinochet. Refiriéndose al Mariscal Santa Cruz expresa que
"el año de 1830 Mariscal Santa Cruz gestionó ante el gobierno peruano, el calle de una
faja de terreno que le diera salida al Pacífico por Arica, demanda que fracasó". "La
caída de Santa Cruz-prosigue-significó en Bolivia retrotraer la situación al momento
que se encontraba antes de subir al poder el dictador. Se anularon sus actos, pero
nadie se acordó de devolver a su legítimo dueño, Chile, la careta de Cobija, apropiada
por el Mariscal Santa Cruz ante su fracaso en el Perú".
Santa Cruz no hizo ninguna gestión de esta naturaleza como asevera Pinochet.
Cuando en 1826 los vecinos de carga y Arica piden su incorporación a Bolivia, se
encontraba ejerciendo la Presidencia del Perú precisamente Santa Cruz y en una
actitud que pocos llegaron a comprender, éste se opuso a la medida. "Es pues una
locura proposición que no deberíamos aceptar a un cuando pudiéramos" de decía
Santa Cruz a una carta a Antonio Gutiérrez La Fuente.
"Los bolivianos quieren Arica, y yo no quiero ratificar los tratados por no faltar al
juramento que hecho de sostener a todo trance la integridad de la República".
Por llevar adelante este pensamiento Santa Cruz lo sacrifica todo hasta los intereses
de su patria de origen. Es que sabía que Bolivia integrada en el Gran Perú hubiera
dispuesto igual o en mejores condiciones de Arica y todos los puertos peruanos. La
Patria Grande con que soñó y estuvo a punto de plasmarla definitivamente cobro caro a
Santa Cruz.
La obra de Santa Cruz sin embargo, fue comprendida por la visión de Bernardo
O'Higgins, quien se opuso tenazmente a la cruzada de la oligarquía chilena que logró
destruir la confederación Perú-Boliviana en Yungay. Desde su hacienda Montalbán el
notable patriota chileno fustigó acremente al presidente Prieto, ensalzando al mismo
tiempo la figura de Santa Cruz. Y esto seguramente lo sabe el general Pinochet, pero
calla.
Santa Cruz como Presidente de Bolivia y con el pensamiento puesto siempre su
proyecto de pasos cautelosos en los actos de gobierno. Habiendo sido respetuoso y fiel
guardián de la integridad territorial del Perú cuando ejercía la presidencia de aquel
país; es igualmente cauto y celoso guardián de la integridad boliviana cuando ejerce la
Presidencia de la República. Así, en pleno acto de soberanía expide el decreto de 2 de
junio de 1829 creando el departamento del Litoral en base a la antigua provincia de
Atacama, separando la de Potosí. Es más, dicta una serie de medidas administrativas y
finalmente declara puerto franco a Cobija.
Al inicio de este capítulo ya nos hemos referido a la mistificación que pretenden hacer
los publicistas chilenos al trastocar el verdadero sentido de las palabras "desde" y
"hasta" interpretando naturalmente de acuerdo a sus intereses.
Finalmente existe un hecho que no admite discusión posible ya que eso del "descuido"
no cuaja en la mente de ningún publicista serio. Chile combatió a la confederación
Perú-Boliviana pretextando que Santa Cruz había atentado contra la soberanía del
Perú al ocupar este país y conformar el Gran Perú. Destruida la Confederación Perú-
Boliviana por la Santa Alianza conformada por las oligarquías de Lima, Santiago y
Buenos Aires, Chile tuvo la mejor oportunidad para "reivindicar" Atacama y toda la
costa boliviana que dice haberles pertenecido. No lo hizo. Chile que declaro la guerra a
Bolivia porque atentaba contra la soberanía peruana, no dice absolutamente nada de
"sus territorios" de Atacama. Es que no había aflorado aún las minas de plata de
Caracoles, ni el salitre ni el guano; y Amunátigui entonces apenas debía ser un niño sin
que por su mente hayan asomado todavía las extrañas y arteras lucubraciones
histórico-geográficas que tanta importancia tuvieron para justificar la conquista. La tesis
pinochetista, ya formulada por Amunátigui en 1863 recién tomó cuerpo en 1880 en
plena guerra del Pacífico.
Estos datos que por primera vez revelamos van demostrando cómo Bolivia desde que
nació a la vida independiente siempre ejerció plena soberanía sobre su costa,
soberanía que ha sido respetada por Chile y las grandes potencias de aquella época.
Por los años de 1840-42, son redescubiertos los depósitos de guano y salitre en el
Litoral Boliviano. Estos primeros yacimientos que estaban ubicados en la Punta
Angamos al norte de Mejillones fueron adjudicados a Diego Sam y Pío Ulloa. La noticia
produjo gran revuelo en Chile. Por su parte, Bolivia que no había descuidado el
ejercicio de su soberanía en esta zona, tomó también algunas medidas, siendo una de
ellas la organización de una flotilla al mando de bergantín "Sucre" que durante muchos
años cumplió con su deber ejemplarmente.
Todo iba bien, hasta que se produjo el primer escándalo: Se llega a descubrir que
la fragata "Lacaw" había estado extrayendo desde tiempo atrás clandestinamente
guano del Litoral boliviano amparado subrepticiamente por su gobierno.
Por la misma época se produce otro hecho vergonzoso. Los contrabandistas chilenos
azuzados por su gobierno volvieron a las andanzas delictivas; y esta vez, fue el buque
de carga "Rumera" que fue sorprendido con las " manos en el guano". El bergantín
boliviano "Sucre" nuevamente cumplió su deber apresando a la nave chilena, pero esta
fugó rompiendo sus cadenas con ayuda descarada de la fragata "Chile" de la armada
de aquel país.
Pese a todo, los hombres del gobierno chileno en admirable simbiosis con los
comerciantes y agiotistas agrupados ya en una oligarquía ávida de riquezas y de lucro,
prosiguen en sus propósitos sobre la frontera norte, donde la mierda de los albatroses,
por un simple procedimiento que nada tenía que hacer con la alquimia, se convertía en
relucientes libras esterlinas que encandilaban a los rotos.
El año de 1846 gobierno chileno ya no puede disimular el apoyo subrepticio que venía
prestando a los contrabandistas y delincuentes que operaban en las costas bolivianas.
Es más, embarcaciones de la armada de aquél país se dedican con descaro al tráfico
de guano. Tal ocurre con la fragata "Jaqueneo" cuyos tripulantes en un acto de
piratería ocupan el puerto de Mejillones y enarbola la bandera chilena. El gobierno
boliviano reclamó enérgicamente por el atentado, pero el gobierno chileno optó
simplemente por negar los hechos. Un año después, el bergantín "Martinia" reedita la
"hazaña" con la complacencia de las autoridades chilenas. El año de 1847 nuevamente
se hace presente la fragata "Chile" y en acto de desafío y prepotencia pone en libertad
a los delincuentes capturados por las autoridades bolivianas de Cobija. Nuevamente
interviene el barco patrullero "Mariscal Sucre" y pone en fuga a los depredadores de la
heredad boliviana retomando la plaza momentáneamente ocupada por Chile y
quemando en acto público la bandera de aquel país que había sido enarbolada.
Pasan los años y durante un buen lapso se abstiene Chile de enviar esta clase de
expediciones que no daban ningún resultado y comienza a prepararse seriamente para
lanzarse a la aventura. Entretanto el gobierno boliviano seguía ejerciendo plenamente
sus derechos y su soberanía en toda su costa.
La impaciencia de Chile, quien miraba con ojos de envidia las actividades comerciales
bolivianas que daban inusitado crecimiento a sus puertos y poblaciones, tuvo otro
epílogo cínico cuando la fragata de su armada "Esmeralda" se hizo presente en la
bahía de "mejillones, desembarco y aprendió a los mineros notificándoles que para
seguir trabajando necesitaban orden de la autoridad de Valparaíso. Los aventureros
enceguecidos por su prepotencia, sin embargo, cometieron un grave error al secuestrar
el buque norteamericano "Sportaman" que estaba anclado en el lugar.
7. UN IGNORANTE EN EL PODER
El Brasil, que había planteado también sus aspiraciones al Mato Grosso boliviano,
tampoco perdió tiempo. Es digno de destacar que el Brasil y Chile en los momentos
cruciales de desventura para Bolivia siempre mueven juntos sus tentáculos como
convocados por un conjunto que los atrae mutuamente para asfixiarla. Pero ésta vez la
arremetida brasileña tenía una doble finalidad.
Dada la calidad del ejército brasileño de aquella época, y del mismo ejército porteño de
Mitre, que venía sufriendo serios reveses ante la defensa heroica del pueblo
paraguayo, es de suponer que la intervención decidida de Melgarejo hubiera hecho
cambiar el curso de la historia de aquella guerra. Ante semejante situación imprevista la
triple alianza decide encomendar a Brasil una aproximación con Bolivia a fin de evitar
que Melgarejo cumpliera sus propósitos, ya que las relaciones entre Argentina y Bolivia
prácticamente estaban rotas por la abierta colaboración prestada por Melgarejo a
Felipe Varela.
Pronto se hizo presente en La Paz una misión brasileña a cargo del más hábil
diplomático de Itamaratí, quien en conocimiento de los éxitos obtenidos por Chile,
siguió el método de las alabanzas y genuflexiones al tirano, condecorándolo con el
Orden de la Rosa y entregándole la designación de Doctor Honores Causa de la
Universidad de Río.
La misión López Neto cumplió a las maravillas su cometido evitando la ayuda ofrecida
a Solano López. Es más, se aprovechó de la magnanimidad de tirano al arrancarle un
tratado de sesión del Mato Grosso.
La misión diplomática chilena encabezada por Vergara Albano también había traído a
Melgarejo una propuesta secreta del gobierno chileno: era una propuesta inmoral e
infame contra el Perú. Por ella Bolivia debía desprenderse de todo su Litoral marítimo
desde el paralelo 25 hasta el ese Loa, o cuando menos hasta Mejillones, bajo la formal
promesa de que Chile apoyaría a Bolivia para ocupar el Litoral Peruano hasta el Morro
de Sama en compensación. La propuesta, que vino a ser el primer intento serio de la
felonía chilena, pese a las ventajas que ofrecía y pese al gobierno irresponsable que
gobernaba Bolivia, fue rechazada de plano.
Y éste no era el primer ejemplo del respeto que Bolivia siempre guardó por lo ajeno en
el curso de toda su historia.
Melgarejo, que tan respetuoso se mostraba por los derechos ajenos como en el caso
que señalamos, sin embargo, era pródigo e irresponsable con el patrimonio boliviano.
De resultas de la gestión chilena y bajo la aparente faz de un simple arreglo de límites,
esta misión diplomática logra arrancar al tirano una verdadera cesión territorial,
mediante el Tratado del 10 de agosto de 1866, calamitoso y desastroso tratado de
donde se origina toda la tragedia que vivirá Bolivia hasta culminar en la guerra de
1879.
Pese a semejante concesión que era repudiada por toda la nación boliviana, la
voracidad chilena no se satisfacía. Sus garras eran largas y el apetito incontenible. Por
aquellos años se descubrieron las famosas minas de Caracoles, dentro de la franja que
quedaba a Bolivia. Chile, con la avidez del avaro inescrupuloso, sin otro título que la
fuerza reclamó para si estas riquezas.
Los reclamos producidos a raíz de este hecho tuvieron la misma suerte que los
anteriores. Decididamente Chile había resuelto proteger a sus hombres y empresas.
Caído Melgarejo, todos sus actos son anulados, con excepción del tratado firmado con
Chile que "comprometía la fe de la nación". Las vagas e imprecisas estipulaciones que
este tratado sonsacado al Capital del Siglo pronto dieron lugar a nuevos conflictos y
reclamos fundados en interpretaciones capciosas de los hombres de estado chilenos,
manipulados por las grandes empresas, que comenzaron a organizarse al incentivo de
las utilidades que les proporcionaban estas riquezas.
Bolivia, consecuente con la línea pacifista que había adoptado, volvió a enviar una
nueva misión a Santiago con la finalidad de zanjar definitivamente el problema
fronterizo con aquel país. Esta vez volvió a la arena diplomática el más grande
Canciller boliviano de todos los tiempos: Don Rafael Bustillo, aquel quien 1863 había
puesto en serias dificultades a toda la cancillería del Mapocho, habiéndoles lanzado a
la cabeza no sólo su orgullo y dignidad si no la pieza mejor fundada de los derechos
bolivianos en el Pacífico.
Este patriota boliviano planteo la abolición de la medianería que era lo que más le
preocupaba por constituir una especie de espada de Damocles permanente sobre el
Litoral. "Tener nuestro Litoral libre -decía- sin más soberanía ni dominio que el de la
patria, sin más dueños que los bolivianos". Con mucha habilidad y gran capacidad
Bustillo llevó la discusión al terreno de la revisión del Tratado de 1866, "y cuando
estaba por celebrar un acuerdo revisor, sobre las bases de su predilección, recibió
orden de suspender y aplazar los arreglos; porque el Ministro Corral se entendería
directamente en la paz con Lindsay, Encargado de Negocios de Chile". La cuestión era
muy clara, el diplomático chileno en La Paz, por instrucciones de su cancillería, había
utilizado todos los recursos para convencer a Corral la estipulaciones de un acuerdo
con el solapado fin de paralizar las negociaciones que venía haciendo Bustillo en
Santiago. El objetivo era ganar tiempo hasta que se produjeran el cambio de gobierno
que estaba auspiciando al financiar la expedición del General Quintín Quevedo,
hombre de la línea de Melgarejo, que se había comprometido a acceder todas las
pretensiones chilenas.
El Perú, preocupado por el sesgo que venía tomando el problema limítrofe de Chile y
Bolivia, despertó de su aletargamiento y comenzó a movilizarse tratando de recuperar
el tiempo perdido, cayendo en cuenta que el verdadero objetivo de Chile estaba
también apuntando a sus guaneras y salitreras que quitaban el sueño a los hombres de
estado y agiotistas de Valparaíso y Santiago. Fruto de esta preocupación fue el
acuerdo alcanzado para la firma de un tratado de alianza defensiva entre Perú y Bolivia
(1873).
El tratado celebrado por Bolivia en 1874 y cuyo artífice fue Mariano Baptista, causó
verdadera indignación en el pueblo boliviano, pese a sus ventajas, pues Chile
reconoció los derechos de Bolivia en los territorios comprendidos entre los paralelos 23
y 24. El artículo 6º del mismo declarara: "La República de Bolivia se obliga a la
habilitación permanente de Mejillones y Antofagasta como puertos mayores de su
Litoral".
Cuando Chile logró dar este paso más en la conquista de Litoral Boliviano ya estaban a
punto de zarpar los astilleros de Inglaterra los dos blindados encargados para
consumar el atentado.
En 1879 los planes elaborados cuidadosamente por Chile habían entrado en su etapa
final y sólo esperaban el pretexto para consumar el asalto. En realidad, la guerra entre
ambos países estaba ya planeada en 1839, en el mismo campo de Yungay donde fue
derrotado el Mariscal Santa Cruz y con el disuelta la Confederación Perú-Boliviana.
El más grande intérprete de esa visión política fue el famoso Diego Portales, rico
comerciante de Valparaíso que previno los peligros que se servían sobre Chile. "La
posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible" decía en
aquélla oportunidad. "No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el gobierno, porque
equivaldría a su suicidio. No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma, la
existencia de los pueblos confederados, y que, a la larga, por la comunidad de origen,
lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán como es natural, un solo núcleo.
Unidos esos dos estados aún cuando no sea más que momentáneamente, serán
siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y circunstancias. La Confederación
debe desaparecer para siempre del escenario de América" previa.
Y la Confederación fue destruida más que por Chile por la complicidad de las
oligarquías feudales del Perú y Bolivia, que no llegaron a comprender la visión de futuro
del más grande estadista que tuvieron a lo largo de su existencia. El nuevo Presidente
de Bolivia, general Velasco, y el doctor José María Serrano en su pequeñez de alma,
llegaron incluso a felicitar a Chile "por el espléndido triunfo logrado contra Santa Cruz".
Estaba visto que Bolivia iba a transformarse de Primera Potencia en América Latina en
una nación pequeña, nudo de ambiciones de todos sus vecinos.
Los peruanos, absortos en sus problemas internos, tampoco supieron percibir el peligro
que se cernía sobre su nación. No podían convencerse que Chile apuntaba
precisamente más allá de la frontera boliviana. Y en un momento hasta se arrepintieron
de haber buscado la alianza con Bolivia en 1873 y cuando se desencadenó el conflicto
trataron de sacar el acuerdo de las brasas como tendremos oportunidad de ver en el
curso de este libro. Sólo pudieron convencerse que el verdadero objetivo de Chile era
precisamente el Perú, cuando retumbaron las palabras de Balmaceda en el congreso
chileno: "En el Litoral del Pacífico -había expresado desafiante- no hay sino dos centros
de acción y progreso: Lima y el Callao, y Santiago y Valparaíso. Es preciso que uno de
esos centros sucumba para que el otro se levante. Por nuestra parte necesitamos
Tarapacá como fuente de riqueza y a Arica como punto avanzado de la Costa". La
cuestión de fondo, la cuestión propia de la guerra estaba planteada; el impuesto de los
10 centavos no era si no el pretexto para llevar adelante este plan de conquista.
La asamblea de 1878 dentro de sus atribuciones proyectó una ley de lavando con 10
centavos el quintal de salitre exportado. Daza promulgó la ley y fue suficiente para que
Chile ocupara Antofagasta. Había llegado el momento de hacer realidad sus sueños y
para ello se habían preparado cuidadosamente contando con el apoyo financiero de los
barcos de Londres, cuyos accionistas y habían soldado sus intereses con la oligarquía
chilena que explotaba el guano y el salitre. Los dos acorazados encargados a
Inglaterra ya estaban en su poder.
El folleto comienza por señalar expresamente los límites de Bolivia en aquel momento:
"La república de boliviana, llamada anteriormente Alto Perú, limita al N.O. y N. con el
Perú, al E. por el imperio del Brasil y la república del Paraguay, al S.E. con la
Confederación Argentina, al S. por Chile y al O. por el Océano Pacífico". Este detalle
de los límites de Bolivia donde resalta nuestra soberanía en el Litoral del Pacífico ha
sido excluido en la otra publicación. Asimismo, han sido excluidos todos aquellos datos
que en forma implícita o explícita hablaban de los puertos y caletas como
pertenecientes a Bolivia. Al referirse a los límites ya expresados, la publicación indica
que ella se extiende entre el paralelo 24º S. que es la frontera de Chile y el 21º 28’ que
es el abra por la cual corre el río Loa, frontera del Perú. Por manera que la costa
boliviana, tomada en línea recta, sólo se extiende a 160 millas, pero mide 202
siguiendo su bojeo". Obsérvese que al señalar estos límites el documento chileno se
va ya ciñendo el Tratado de 1874.
Más adelante el documento hace una descripción minuciosa de toda la costa boliviana:
"El Litoral de la república Boliviana corre por término medio de N. 3º 30’ a S. 3º 30’ O.
sin tomar en cuenta la irregularidad que introduce sobre el de la península de
Mejillones". Y agrega esa observación: " La marina es muy limpia, permitiendo que
pueda recorrérsela a corta distancia, barajando sus inflexiones prudencialmente. El
fondo del mar vecino es muy profundo y aumenta rápidamente hacia afuera, sin ofrecer
peligros insidiosos de ninguna especie".
El documento relata con lujo de detalles la climatología, aspectos de relieve, fauna
marina, los vientos que corren por la costa boliviana, las oscilaciones de la columna
barométrica. Señala con precisión matemática los valores barométricos para las
diferentes estaciones del año, indicando la temperatura. Y termina estudiando
minuciosamente la corriente de Humbolt y la corriente Litoral que pasan por el Litoral
Boliviano.
El estudio del desierto de Atacama están minucioso que no es posible admitir que el
haya sido realizado en poco tiempo, sino en un lapso de siquiera cuatro o cinco años.
No se descuida en él, el señalamiento de los más pequeños o insignificantes
accidentes geográficos, la ubicación de los ríos y riachuelos, arroyos, vertientes, las
licuaciones de las nieves, la fauna, la flora, etc. No descuida ni los estudios geológicos,
ya que también contiene datos sumamente interesantes sobre los yacimientos de oro,
bismuto, cobalto, cobre y otros minerales.
El trabajo por otra parte, contiene noticias históricas poco conocidas, haciendo hincapié
a cada paso sobre la soberanía boliviana en dicho desierto. "La superficie de la
república se estima en 50.000 lenguas cuadradas. El suelo ese su mayor parte elevado
y se le puede considerar dividido en tres regiones de aspectos diferentes. La costa
comprende el árido desierto de Atacama, de que ya hemos hablado". Determina este
capítulo con referencias interesantes sobre las poblaciones de Calama, Chiu Chiu,
Chacanse, Mistanti, etc.
Como en los anteriores casos, el estudio refiere detalles poco conocidos: instrucciones
precisas para los buques que deban desembarcar en sus muelles, el calado de los
barcos que deben o pueden operar, etc. Refiere también datos sobre otros lugares
importantes como:
Es digno de destacar -las referencias que la sobre Cobija. "Conoce acerca la rada de
Cobija-dice- se nota sobre el extremo de la punta de este una roca blanca bien
característica por contrastar con las negras de las tierras que la respaldan.
Esta peña hace conocer a punta Cobija y de igual manera el pabellón boliviano que se
iza en un pequeño fuerte situado en el centro de la península, cada vez que sea avista
un buque a vapor". Más adelante indica los datos geográficos: "El puerto de Cobija,
como el principal del Litoral boliviano, hace grandes progresos tanto en el desarrollo de
su comercio como en construcciones, lo que hace que cada año sea más concurrido de
buques, cuenta con un muelle, aduana cuarteles y otras obras que demuestran su
adelanto durante los últimos años... La población de Cobija pasa de las 2.000 almas,
sin tomar en cuenta los mineros que trabajan en los minerales vecinos".
La primera publicación que damos a conocer, que fue distribuida en el día mismo de la
ocupación de Antofagasta, es decir al comenzar las operaciones bélicas" por un
descuido" del comando chileno, hacía en sus descripciones elogio del grado de
adelanto de los pueblos y puertos bolivianos de la costa del Pacífico; lo que no constan
ya en la segunda publicación sustitutiva. La explicación resalta la vista. Chile
comenzaba a tergiversar la historia para no darle el carácter de una conquista a sus
hazañas bélicas sino como una simple reivindicación. En esta tesitura un documento
como el descrito resultaba perjudicial a sus intereses. Ellos habían repetido hasta el
cansancio el no ejercicio de soberanía por parte de Bolivia en estas costas, el total
abandono de ellas. De pronto toda esta campaña de falsedades se venía abajo por un
documento emitido por su propio servicio secreto. La cosa resultaba sumamente
peligrosa. Había que recoger el documento y suplirlo por otro. Y es eso lo que hicieron
de inmediato. De esta manera se distribuyó el documento que publica Frontaura
Argandoña, donde se dice todo lo contrario de los puertos bolivianos. Ya no eran
florecientes, progresistas, sino descuidados, abandonados, miserables. Un solo
ejemplo: la descripción de Antofagasta contrasta notablemente entre la primera y
segunda versión. "Es el peor puerto del Pacífico -dice-; sólo es disculpable haber
colocado ahí la floreciente población, que mediante el carácter laborioso y
emprendedor de los chilenos se ha levantado rápidamente, considerando el estado
rudimentario de civilización de la sociedad boliviana". Obviamente el infundio no
merece siquiera comentario.
Creemos haber demostrado una vez más en forma irrefragable al señor Pinochet y a
toda la corriente que sostiene semejante absurdo, la poca consistencia de sus
argumentos. En todo caso existe una evidencia mayor: que Chile tuvo que recurrir a
una guerra para apoderarse de algo que nunca fue suyo.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
"Ahí, está pues, descubierta la verdadera causa de la guerra; una razón de estómago,
de especulación, de competencia industrial y de antagonismo profundo entre Perú y
Chile.
"La vergonzosa tesis del materialismo histórico puede citar en el caso del pacífico una
prueba en su favor."
Daniel Sánchez Bustamante.
CAPITULO II
Sumario: Chile ocupa el litoral boliviano sin previa declaración de guerra.- El precio del
litoral: La Patagonia.- La Argentina despeja a Chile el camino del norte.- El impuesto de
los 10 centavos y la verdadera motivación de la guerra.- La nacionalización del salitre
boliviano.-La masonería en acción.-La noticia de la ocupación y su resonancia en
Bolivia.- ¿Ocultó Daza la noticia por seguir disfrutando del carnaval?- Una infancia
centenaria al descubierto.- Julio Méndez el. "Kutusov boliviano" en acción.- Un plan
magistral para detener la agresión.-Dasa hace suyo el plan.-La ceguera peruana
desecha el plan boliviano.-Calama.-El Perú elude en principio el cumplimiento de pacto
secreto de 1873.-El pacto secreto de 1873 como pretexto chileno.-Chile obliga al Perú
a cumplir el tratado secreto.-Funesta consecuencia de este incidente.
En febrero de 1879 el capitalismo anglo-chileno ya nada tenía que esperar; con notable
habilidad había logrado soldar sus intereses en todo el litoral boliviano logrado penetrar
pacíficamente en la explotación del salitre y el guano, la socaire impudente de los
gobiernos de turno. Paralelamente el hecho en sí, el cuadro de la realidad político –
económico de ese vasto territorio que hoy se conoce con el denominativo de Cono Sur
del continente, mostraba un síndrome espectacular que explica la impunidad con que
consume Chile la conquista de inmensos territorios y fabulosas riquezas que hasta hoy
sustentan su economía. Era ya viejo el pleito que mantenía Chile con la Argentina
sobre límites territoriales. El año 1872 el problema volvió a actualizarse especialmente
sobre la posesión del estrecho de Magallanes. "El señor Frías -dice un autor chileno-
se empeñó en circunscribir el debate exclusivamente en las tierras que circundaban el
estrecho de Magallanes y propuso una línea que partiría de la bahía de Peckett hasta
encontrar con la cordillera. Por su parte, el señor Ibañez tuvo cuidado de recordar que
los derechos históricos de Chile no se reducían a las costas del estrecho, sino que
comprendían en la vasta extensión de la Patagonia, cortada al norte por el río
Diamante, que era su límite con la provincia de Cuyo".
Chile en los años posteriores se había preparado cuidadosamente para reclamar sus
derechos en aquellos territorios que litigaba con la Argentina. Un ejército poderoso
había sido organizado y equipado convenientemente para respaldar estos reclamos. La
marina chilena ya contaba con los acorazados encargados a Inglaterra, que le daban
rango de verdadera potencia sudamericana. Las relaciones internacionales entre los
dos países cada vez más tensas, sufrieron una grave crisis a punto de inminente
estallido bélico cuando Chile intentó ocupar el Río Santa Cruz, lo que no pasó de un
amago, pues el retiro prudente de sus tropas ante la agudización de las fuerzas
argentinas evito un choque fatal.
A primera vista, sin embargo, daban impresión de que ambas naciones tuvieran mutuo
temor de llevar la sangre al río, lo que en cierta manera era evidente. Ya conocemos
las razones que pensaron para que la Argentina asumiera una posición prudente. Sin
embargo, en Chile tampoco existía un deseo vehemente de dirimir supremacías con su
vecino cordillerano; y sus provocaciones no pasaban de ser globos de ensayo para
tener una certidumbre en una reacción argentina para llevar a cabo su proyecto de su
frontera del Norte. "Chile estaba decidido a la expansión territorial, y ya conocemos los
dos campos que tenía en vista: la zona de Atacama Boliviana y la Patagonia Argentina.
La guerra era inevitable con uno u otro, y en 1879 pesó más la región norteña donde
los acontecimientos se precipitaron".
El clamor argentino que exigía una intervención armada al lado de Bolivia y Perú contra
su insolente vecino cordillerano, sin embargo, pronto se enfrío ante la firme decisión del
presidente Avellaneda que había cedido a los cantos de Sirena del Plenipotenciario
José Manuel Balmaceda que obtuvo un verdadero triunfo diplomático en circunstancias
completamente adversas. "La única explicación coherente de esta actitud es que la
Casa Rosada pensaba aprovechar el conflicto para presionar sobre Chile y lograr una
solución favorable en el Sur". Y precisamente queriendo aprovechar esas
circunstancias el Canciller Montes de Oca propuso una transacción a los problemas
limítrofes. Balmaceda hábil negociador, fue eludiendo la definición del problema,
logrando poco a poco algo que no estaba dentro de sus cálculos: la firma de un
acuerdo que se llamó "Modus Vivendi" que no era otra cosa que la repetición de
acuerdos anteriores. De esta manera Argentina despejaba el camino para que Chile
consumara la conquista de los ricos territorios costeños de Bolivia y Perú. "En junio en
1879 -dice el mismo autor- en medio de un ambiente marcadamente antichileno
generado por la Guerra del Pacífico, fueron considerados por el Congreso Argentino el
Protocolo Fierro-Sarratea y el Modus Vivendi Montes de Oca-Balmaceda. Ambos
fueron despedazados, desmenuzados y finalmente rechazados. Estábamos a fojas
uno".
Con las manos libres Chile volcó todo su poderío hacia la frontera del Norte. La
oportunidad para poner en práctica sus viejos sueños hegemónicos en el Pacífico
había llegado. Los territorios costeños de Bolivia donde habían aflorado inmensos
yacimientos de guano y salitre debían pasar a su dominio no ya por la fuerza de su
artera acción diplomática que no pudo sino avanzar un grado en 50 años de forcejeo,
chocando siempre con la montaña de pruebas que demostraban la verdad de la causa
boliviana. Ahora estaba en condiciones de atropellar.
El 14 de febrero de 1879 el ejército chileno con todo su poderío ocupó Antofagasta sin
cumplir el requisito de la declaratoria de guerra Todo era perfectamente coordinado,
pues el mismo día de la ocupación, en La Paz el delegado chileno seguía discutiendo
los reclamos planteados a raíz de la situación creada con el impuesto de los 10
centavos.
El mismo día de la ocupación fue distribuido con todo el secreto necesario, entre los
oficiales del ejército chileno, un pequeño libro elaborado por la Oficina Hidrográfica de
Chile. Se trataba de un minucioso estudio topográfico, climatérico e hidrográfico de un
minucioso estudio topográfico, climatérico e hidrográfico de toda la región. Se
acompañaba al pequeño vademecum de la ocupación, un mapa que hoy mismo
asombra por los detalles y la meticulosidad con que fue elaborado. Naturalmente, era
el último mapa donde aparecía la soberanía boliviana en esos territorios. El libro
llevaba por título "Geografía Náutica de Bolivia" y estaba firmado por el Capital de
Fragata Ramón Vidal Gormáz.
El capitalismo inglés que era el verdadero interesado en la disputa ocultaba muy bien
las garras apareciendo sólo Chile como país agresor, que salía en defensa de
pretendidos derechos hollados por el estado boliviano. Muy pocos pudieron percibir en
aquellos momentos que la guerra que se iniciaba era en realidad una típica guerra
imperialista entre Inglaterra y Chile contra Bolivia y el Perú.
Es importante conocer algunos aspectos del frente interno que se enlazan al final con
los grandes intereses en juego. La permanente crisis económica de Bolivia obligó a
tomar algunas medidas, en uso legítimo de sus derechos soberanos. Una de aquellas
medidas consistía en la promulgación de una ley que gravaba con 10 centavos sobre
cada quintal de salitre exportable por Antofagasta. La ley había sido sancionada por el
Congreso Boliviano de 1878 y el Presidente Daza la promulgó en uso legítimo de sus
atribuciones. La compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, que era la empresa
concesionaria de la explotación de esas riquezas, en actitud desafiante, se negó a
parar el impuesto, elevando su queja curiosamente al gobierno chileno en busca de un
conflicto diplomático forzado. El gobierno boliviano, actuando con energía, entonces
ordenó el encarcelamiento del gerente de la empresa, Jorge Hicks y el embargo de sus
bienes hasta cubrir la suma de 98.000 pesos.
La persistencia de la compañía en desobedecer las leyes bolivianas, finalmente
exaspera al Presidente Daza, que resuelve nacionalizar el salitre boliviano expidiendo
el decreto correspondiente, cuya parte considerativa muestra a las claras el intento
fiscalizador y patriótico que animaba a aquel gobierno. Dice así:
"Considerando, finalmente que esa atribución del gobierno mandar ejecutar las leyes y
ejercer la alta supervigilancia y tuicion de los intereses nacionales, en cuya virtud
puede rescindir los contratos celebrados por la administración y que no han sido
cumplidos de buena fe por los contratistas, se declara: que queda rescindida y sin
efecto la convención del 27 de noviembre de 1873 acordada entre gobierno y la
Compañía de Salitres de Antofagasta; en su mérito, suspéndese los efectos de la ley
de 14 de febrero de 1879. El Ministro del ramo dictará las órdenes convenientes para la
reivindicación de las salitreras detentadas por la compañía". La historiografía oficial de
Bolivia se refiere muy de pasada a éste hecho trascendental del gobierno de Daza, que
constituía una verdadera medidas de tipo popular y nacionalista que interpretaba las
ansias del pueblo y de un sector de la burguesía boliviana progresista en plena
formación que se cobijaba a la sombra de ese gobierno pretendiendo recuperar esas
riquezas aunque a instancias de otros intereses foráneos que deseaban intervenir en el
"boom" del guano y del salitre; actitud que no dejo de preocupar al sector de la
ultraderecha antinacional, cuya cabeza visible era nada menos que Aníceto Arce, el
señor de Huanchaca, que había ligado ya sus intereses con los de la oligarquía
chilena, que controlaba los barcos de Santiago y Valparaíso, donde ya habían metido
las manos los vaqueros de Londres.
Los historiadores liberales de Bolivia, al referirse a éste hecho, piensan que se trata de
una simple medida demagógica para evitar tardíamente el conflicto, haciendo caer toda
la responsabilidad de la guerra en Hilarión Daza, cuando sabemos que la ley había
sido sancionada por un congreso controlado precisamente por la feudalidad
terrateniente y minera de la época. Otra corriente de la escuela ortodoxa marxista
sostiene que la medida era típicamente entregista, pues su última finalidad era
traspasar la alta supervigilancia y tuición de esos grandes intereses en forma definitiva
al centro de Valparaíso en cumplimiento de los planes expansivos y monopolistas del
capitalismo inglés. "La guerra -sostiene Obando Sáenz.- era para las clases
dominantes de Bolivia, la constitución de esa política de entera identificación con los
objetivos agresivos de los monopolistas extranjeros: abandonar la administración del
Litoral dejando al capitán inglés las puertas abiertas para establecer la dependencia
económica de los territorios de acuerdo a sus intereses colonizadores y volver sus
armas y su mirada hacia el interior del país para asegurar su porvenir de clase aun al
precio de privar a Bolivia de su territorio sobre el mar". Esta interpretación no deja de
tener un fondo sólido, aunque peca de excesivo dogmatismo interpretativo, al cortar
con misma tijera a los verdaderos entreguitas y al Presidente Daza, que pese a su
escasa preparación, tuvo la virtud de asesorarse de un grupo de intelectuales
identificados con los intereses del país. La medida tomada por Daza y su gabinete y
estaba ajustada a las realidad de aquel momento crítico y no era otra cosa que la
defensa intransigente de los recursos naturales amenazados por la voracidad anglo-
chilena.
La nacionalización del salitre boliviano no era una medida tomada precipitadamente sin
ton ni son. Tenía un antecedente reciente: la nacionalización del salitre peruano
decretada por el Presidente Pardo que alarmó al imperialismo inglés y francés, medida
que tuvo un desenlace sangriento. En lo interno de la medida podía parangonarse con
las soluciones típicamente nacionalistas tomadas por el Presidente Agustín Morales
contra la firma Arteche, actitud patriótica que al igual que al presidente peruano costó la
vida a Morales. Es obvio que Daza, para tomar aquella medida, a un debido compulsar
con sus ministros los alcances del tratado de 1873 con el Perú, aunque se sabe las
discrepancias que hubieron en la interpretación de sus cláusulas. De cualquier manera,
Daza tomó la decisión heroica a sabiendas que, de producirse un conflicto, el país no
estaría solo.
*"El presidente Pardo, con condiciones de singular clarividencia la divide ése, en claro
el problema en sus múltiples aspectos, políticos, económicos e industriales. Si la
producción misma era el privilegio de un suelo determinado no obvio tener a que ese
privilegio, señalado e impuesto por la naturaleza, fueran un monopolio fiscal, antes de
una regalía de los particulares".
"El interés predominante del gobierno del Perú sería el de llegar a un acuerdo con el
gobierno boliviano para uniformar su legislación en materia salitrera" (vale decir para
incitar a tomar la medida de la nacionalización". Alberto Gutiérrez. La guerra de 1879.
Nuevos Esclarecimientos. Ed.Camarlinghi. La Paz 1976, p. 174.
El temor de que las medidas tomadas por Daza se consumaran atrayendo una
inversión inmediata de otros intereses capitalistas a través del Perú obligó a Chile a
precipitar la ocupación de Antofagasta como respuesta al desafío boliviano. Los
grandes intereses ingleses empujaron a Chile a que su poderío bélico preparado para
dirimir sus problemas limítrofes con la Argentina, los dirigiera a la conquista de las
costas salitreras y guaneras del Perú y Bolivia ante el asombro de América y el mundo.
Tan es así que el reclamo sobre el impuesto de los 10 centavos no era más que un
mero pretexto que, cuando Chile ocupó el litoral, el 12 de septiembre de aquel mismo
año, creo otro gravamen de 40 centavos sobre quintal de salitre. Un año después, el
impuesto subió a $1,60 plata sobre quintal y otro de 60 centavos sobre kilo de yodo. La
compañía exportadora del salitre que se había prestado al juego, cínicamente presentó
entonces una reclamación al gobierno chileno exigiendo respeto al contrato suscrito en
1873 con Bolivia. Es interesante conocer algunos entretelones de aquel momento.
Durante mucho tiempo sea discutido y aún en nuestros días se discute entre peruanos
y bolivianos y chilenos, la verdadera motivación de la guerra. Así por ejemplo el
peruano Carlos Wiese dice que la causa principal fue la negativa peruana de
declararse neutral en el conflicto, ya "que el Perú tenía la obligación del tratado secreto
de 1873". Como otra causal al señalar también la ambición desmedida de la clase
dirigente y del pueblo chileno por apoderarse de las salitreras de Tarapacá y
Antofagasta". Paz Soldan, por su parte, manifiesta que Chile optó el camino de la
guerra porque atravesaba una situación económica caótica, especialmente porque los
altos intereses de su deuda externa la amenazaban y presionaban. Todos los demás
autores peruanos coinciden en señalar la cuestión del tratado secreto de 1873,
avalando de esta manera o cohonestando la tesis chilena. La excepción fue Carlos
Mariátegui, quien en su notable ensayo sobre la realidad peruana, por primera vez toca
fondo al referirse a este problema, haciéndolo derivar del fenómeno industrial europeo
en pleno proceso de expansión que buscaba materias primas para sus industrias en
ascenso.
De esta suerte aparecen Conrado Ríos Gallardo, Jaime Eyzaguirre, Encina, Espinoza
Noraga, Pinochet y otros, quienes desempolvando los trabajos de Amunátigui, que en
su época cayeron en el ridículo por sus extravagancias y entripados interpretativos,
"redescubren" que la que guerra nada tenía que ver con las ambiciones ni el salitre,
sino que, simplemente, fue una guerra de "reconquista" ya que esos territorios siempre
habían pertenecido -dicen- a Chile, y que por un "descuido" habían aparecido bajo la
soberanía boliviana, que por tanto lo único que se hizo fue recuperarlo. A esta tesis,
como se sabe se adhirió el General Augusto Pinochet, copiando al pie de la letra los
trabajos de Eyzaguirre.
El preludio de la ocupación estuvo matizado por una serie de incidentes que no dejan
de tener importancia. Veamos algunos de ellos.
La Gran Logia de Chile estimuló con fondos propios la ocupación chilena; es más,
promovió colectas públicas con pretexto de socorrer a los heridos y huérfanos de
guerra, desviando más tarde estos recursos con destino al equipamiento del ejército
chileno. En todas las actividades y emergencias destinadas al éxito del operativo bélico
chileno, estuvo presente la logia, ya organizando la "Sociedad de Socorros Mutuos de
la Patria", que cumplió un papel de primer orden en la ocupación de Antofagasta; ya
cooperando en la adquisición de alimentos y medicamentos; ya agitando mediante sus
componentes a las turbas ignaras a cometer toda clase de depredaciones contra
autoridades y particulares de nacionalidad boliviana. El Serenísimo Gran Maestro de la
Logia, en su entusiasmo bélico. Perdió la serenidad y el decoro que la orden exige a
todos los miembros de la hermandad y haciendo aspavientos se puso a hacer alarde
de su odio anti-boliviano. "Evaristo Soublete, que había llegado a Santiago junto con el
ejército invasor -dice un autor- aleccionaba a la muchedumbre formada por chilenos
residentes en aquella ciudad, pronunciando virulentos discursos contra los bolivianos y
sus autoridades. Las palabras de Soublete soliviantaron a la muchedumbre que se
desbordó incontenible en actos de vandalismo. Los rotos se precipitaron sobre las
tiendas y almacenes, rompiendo puertas y dando cuenta de todo lo que encontraban a
su paso.
El momento escogido por Chile no podía ser más propicio Bolivia vivía una de las
peores crisis económicas de su historia*. La sequía había destruido las cementeras
dejando a su paso hambre y miseria y dolor. Y como si esto no fuera suficiente, la peste
asolaba las poblaciones diezmándolas. A ello se debe agregar que el ejército boliviano
ya no era el mismo de los inicios de la república, que había dado tantas glorias y
satisfacciones al país. Las cuentas luchas intestinas habían acabado por minarlo y
deteriorarlo. Yanacocha, Socabaya, Paucarpata, Iruya, Montenegro, Humahuaca e
Ingavi eran ya ecos lejanos que se diluían en la historia. La situación financiera del país
estaba en completa bancarrota. Todo era un desastre el caudillismo y las guerras
civiles habían llevado a la patria casi a su destrucción. Pero, fuera de las fronteras del
país quedaba en mito del valor del soldado boliviano, jamás desmentido.
La aureola de triunfos que el ejército boliviano había conquistado durante los primeros
30 años de vida republicana, el rol definitorio que le había correspondido jugar en el
continente, la capacidad de lucha y resistencia de los soldados indígenas y mestizos le
daban un prestigio legendario que era tomado muy en cuenta, especialmente por los
países vecinos. Chile en especial tomo muy en cuenta esta situación, como veremos
más adelante, procurando desde un principio de la guerra un acercamiento táctico
hacia Bolivia para apartarla de la alianza que tenía con el Perú.
Una vez ocupada Antofagasta y toda la costa boliviana, Chile para "guardar" las reglas
de la guerra, conforme al derecho internacional, rompe relaciones con Bolivia y le
declara la guerra. Toda una tragicomedia urdida por los intereses foráneos que habían
perdido todo escrúpulo y vergüenza.
Todos los historiadores bolivianos, sin excepción alguna, han venido repitiendo esta
versión, la misma que fue inventada y difundida por el escritor chileno Benjamín Vicuña
Mackena, quien en su papel de historiador oficial de aquel país durante la guerra, con
la “gracia innata” de su pluma ha tejido muchas leyendas contra Bolivia; y, una de ellas,
precisamente, la que ha tenido mayor difusión ha sido la ocultación de la noticia de la
ocupación de Antofagasta por seguir carnavaleando.
Obviamente, el objetivo buscado por el fantasioso Vicuña Mackena no era otro que el
desprestigio de los hombres de estado bolivianos y peruanos, caricaturizándolos como
siniestros personajes, fantoches desposeídos de sentimientos morales e
irresponsables ante sus pueblos. Vicuña Mackena le tenía una ojeriza tremenda a
Daza e inventó el asunto del carnaval para desacreditarlo moralmente.
Benjamín Vicuña Mackena a fines de abril de 1879 lanza el infundio contra Daza en la
prensa chilena. Dice textualmente: "La noticia de la ocupación por las armas de Chile
de la plaza de Antofagasta, que tuvo lugar el 14 de febrero, no llegó a La Paz con la
tardanza de la larga travesía del desierto y al lento paso de la acémila, sino en alas del
vapor y del alambre eléctrico.
En consecuencia, el Presidente Daza tenía conocimiento de lo que pasaba, el jueves
20 de febrero, día en que aquella ciudad, y en todo Bolivia llámase el "jueves de
compadres", porque es el comienzo del retozón y en ocasiones desaforado carnaval".
Eliodoro Camacho es el primero en dar crédito al infundio chileno, claro que en interés
propio, pues ya se encontraba conspirando contra Daza, pero recién cuando se
produce la deposición de Daza hace suya la versión y la da a publicidad en su famoso
manifiesto de 1880, donde trata de explicar su conducta en el golpe de estado, para
despejar los rumores que ya iban tomando cuerpo sobre su responsabilidad en la
retirada de Camarones. Nunca un infundio debió ser mejor venido que en aquella
oportunidad. Camacho estampa entonces con inmensa alegría: "Es notorio que el
pueblo de La Paz ignoraba el aviso del funesto 14 de febrero, mientras que el general
Daza, aturdido en el bullicio del carnaval, ocultaba el parte y solemnizaba la ocupación
de nuestro Litoral".
Don Gabriel René Moreno, otro historiador del siglo pasado, también cae en él error,
pero el tenía un odio bastante fundado contra Daza por haber sido utilizado por este en
el famoso asunto de las "Bases Chilenas", juego en el que Moreno entro de buena fe y
con ansias de servir al país. Daza en este asunto no hizo otra cosa que responder con
las mismas armas a Chile: con falsía y engaño; fue el único que tuvo intuición para no
caer en la trampa tendida por Chile. La versión de Moreno dice: "En esta universal
sorpresa de entonces -la guerra-, los únicos que en suma no se sorprendieron eran los
hombres del gobierno de Chile y los especuladores chilenos del salitre boliviano,
autores del golpe. Guardando el Presidente de Bolivia en los bolsillos de su disfraz la
noticia por tres días, reservó su sorpresa para después de los carnavales". A su turno
otros historiadores, como Alcides Alguedas, Crespo, Finot, Vázquez Machicao, van
repitiendo la cantinela sin mucha variación. Incluso Carlos Montenegro en su
"Nacionalismo y Coloniaje", que plantea por primera vez el revisionismo histórico en
Bolivia, cae en la tentación de repetir esta versión. Alcides Arguedas, el más difundido
de los historiadores liberales copia, casi al pie de la letra, a Dámaso E. Uriburu, quien
en su conocida obra sobre la guerra del Pacífico, dice: "Eran los días de carnaval y
entregadose había el sátrapa indígena a sus vulgares placeres, y a la sazón que
recibiera la noticia de la ocupación de Antofagasta. El efecto que debía producir a
Bolivia tan inesperado acontecimiento, turbar podía la fiesta, por lo que se propuso
ocultarlo hasta de sus mismos favoritos y confidentes". Arguedas, que hace suya esta
versión, es uno de los más grandes difamadores de Daza. No puede disimular su odio
en ninguna de las páginas donde toca esta época. Quizá buceando las profundidades
de ese odio morboso se pueda encontrar una explicación en el hecho de que su
antepasado, general Castro Arguedas, Jefe de Estado Mayor de Daza, fuera señalado
por este, como uno de los principales autores de la retirada de Camarones. Pero
veamos como Alcides Arguedas, por una traición del inconsciente, después de tomar
por ciertas las afirmaciones de Camacho, ya directamente o por interpósitas referencias
como la de Uriburu o del mismo Vicuña Mackena, incurre en una tremenda
contradicción al afirmar a renglón seguido que "en aquel tiempo Bolivia no estaba
ligada por telégrafo a ningún país de la costa, y que todas las noticias del exterior las
recibía por medio de correo y 15 o 20 días o más de producirse el hecho". Este simple
caso nos demuestra como el historiador boliviano barruntaba sus afirmaciones y juicios,
sin mucho apoyo documental, lo que daba margen naturalmente a muchas
contradicciones.
"Daza -dice Velasco- no ocultó ni un solo instante la noticia del invasión, y más bien la
dio a conocer por todos los medios posibles a toda la nación de inmediato". Para
respaldar sus afirmaciones y hacer su categórico desmentido, realiza un estudio
minucioso hasta alcanzar la verdad que había sido ocultada durante 100 años.
Comienza por indicar que el 14 de febrero se produce la ocupación de Antofagasta con
su secuela de asaltos y saqueos.
El día domingo –dice- a las cuatro de la tarde llegó al puerto el vapor "Amazonas"
enarbolando bandera boliviana, donde por la noche se embarcaron varios ciudadanos
bolivianos, entre ellos el Prefecto Zeverino Zapata. El relato es minucioso y lo
copiamos en su parte más importante: "el miércoles 10 llegó el vapor a Arica; en el
muelle se encontraba el cónsul boliviano residente en Tacna, Manuel Granier que
había viajado exprofesamente a ese puerto, para inquirir noticias que el telégrafo
desde Iquique le había adelantado".
La relación sigue los pasos del Heraldo indio minuto a minuto, peldaño a peldaño hasta
su arribo a la ciudad de La Paz, el día 25 de febrero (martes) a las 11 de la noche. Esa
misma noche, sin descansar un solo minuto, dice el referido autor, el mensajero buscó
afanosamente en diferentes domicilios a Daza, hasta ubicado en la casa del Coronel
José María Valdivia, que a la sazón ocupaba el cargo de Intendente de Policía, casa
situada en la calle Pichincha (actualmente iglesia de Jesuitas).
La noticia que traía la mala nueva, fechada el 19 de febrero estaba suscrita por Manuel
Granier y contenía una relación completa y circunstanciada de lo ocurrido desde la
ocupación hasta el día que se despachara la comunicación. Daza que se había retirado
tan apresuradamente al extremo de no despedirse de los concurrentes a la invitación
de los Valdivia, trabajo con algunos de sus ministros hasta la madrugada en la
redacción de un mensaje y los decretos de emergencia nacional.
Al día siguiente, según el mismo autor, la noticia también fue difundida desde el púlpito
de la iglesia de San Francisco, hecho que dio lugar a una gran concentración que
terminó con una multitudinaria manifestación patriótica que desembocó en la plaza de
armas. El viernes 28 de febrero, el diario "El Comercio" daba cuenta de los sucesos y
publicada las primeras medidas que había tomado el gobierno ciento una de ellas una
ley de amnistía amplia y generosa para todos los perseguidos y detenidos políticos,
mediante otra disposición legal se declaraba la patria en peligro llamando a la unidad
nacional. Finalmente también -cómo se estilaba en casos similares-, se ordenaba la
confiscación de bienes de los súbditos chilenos y la concesión de plazo para que
abandonen el país pena de ser expulsados violentamente.
No se puede dudar de las buenas intenciones de Hilarión Daza para realizar una buena
administración y para encarar el problema con Chile. En su afán de realizar obra
fructífera no reparó ni siquiera en el pasado antinacional-megarejista de algunos
hombres de valía, como José Oblitas, Rosendo Gutiérrez y Narciso Campero, que
fueron llamados a colaborar en su gobierno. En su gabinete no podía faltar entonces un
cerebro de ideas evolucionadas que desde la prensa de Lima se ocupaba desde años
atrás de los problemas de Bolivia y esta figura no era otra que la del doctor Julio
Méndez, que ya había publicado en la capital peruana su libro fundamental, intitulado
"Realidad del Equilibrio Hispano Americano y Necesidad de la Neutralización perpetua
de Bolivia", donde tocaba con precisión los problemas del país.
Tan avanzado era el pensamiento de Julio Méndez para la época que, 50 años
después, fue recogido, actualizado y remozado por otro notable estadista y pensador
boliviano. Nos referimos a Jaime Mendoza, quien plasmó sus inquietudes y estudios en
dos obras magistrales de profundo sentido Bolivianista: "El Macizo Andino" y "El Factor
Geográfico en la Creación de Bolivia", obras que constituyen verdaderos pilares donde
descansa la razón de ser de nuestra nacionalidad y que por mucho tiempo seguirán
siendo la fuente obligada de consulta para interpretar el rol que juega y que debe jugar
nuestra nación en el continente por su extraordinaria ubicación geográfica.
Méndez haciendo un parangón con las ideas del equilibrio europeo, ubica el problema
en Sudamérica y se refiere en riguroso análisis crítico al rol que le corresponde
desempeñar a Bolivia. Critica acerbamente la acción absorbente de algunos estados
que han trastornado en equilibrio internacional. Estudia con detenimiento el rol de la
Confederación Argentina y de la Gran Colombia para fijar luego su atención en el Uti
Possidetis de 1810, "que es la regla del equilibrio internacional de medio continente,
que demuestra la sabiduría de igualdad de la división territorial practicada por la
metrópoli en sus colonias". Condición de estadista relieva los alcances y
trascendencias de tan previsora doctrina. Al resaltar el principio de equilibrio destaca su
importancia como factor de unidad hispanoamericana respecto del Brasil: "El Uti
Possidetis -pronostica- es general y garantiza todo el territorio que en 1810 era
español. Es casi el alma de la Confederación Hispanoamericana que más tarde debe
consumarse".
Para fijar el rol de Bolivia en el escenario sudamericano hace un análisis magistral del
factor geográfico en la historia antigua. Señala la importancia de los estados interiores
como la Macedonia y la civilización griega, la de los Partos y Germanos, durante el
imperio romano. Vaticina que Ecuador, Bolivia y Paraguay jugarán en el futuro un papel
decisivo para consumar la unidad de todas las razas y civilizaciones, "en el colosal y
sublime encuentro que tiene que plasmarse en el centro del continente".
"Dentro de este paralelogramo -continúa- hay tres grandes regiones diferentes que, con
regularidad geométrica, se dividen por líneas orográficas y fluviales.
Descompondremos la figura general del conjunto en las tres superficies componentes,
a cuya concurrencia debe Bolivia el raro privilegio de pertenecer a los tres sistemas
internacionales: del Pacífico, el primero; del Plata, el segundo; y del Amazonas el
tercero. Bolivia es como el nudo que ata todos estos sistemas, la transición que los
une, el centro que los generaliza en una vasta unidad. Se puede decir que es la capital
internacional de América del Sur".
El análisis es denso y no descuida los mínimos detalles para fundamentar su tesis. Con
notable clarividencia observa que, en el futuro todos los principales ferrocarriles del
continente atravesarán el territorio boliviano para unir el Este con el Oeste y el Norte
con el Sur. "Bolivia -dice- es el centro, es como el fiel de la balanza, el justo medio de la
circunferencia, y por consiguiente la neutralidad por excelencia".
El pensamiento de Julio Méndez es tan atrevido que se adelanta 100 años para
pronosticar la actual problemática geopolítica del continente. Es tan fresco tan actual su
análisis que parece estar tocando los problemas acuciantes que vivimos. ¿Podríase
borrar esa nacionalidad del mapa sudamericano, sabiendo que es factor de equilibrio y
paz? se pregunta. Bolivia -responde- tiene las condiciones de todo centro geométrico,
de ser esencialmente regulador. "La neutralización de un estado semejante -proclama-
es la más grande ventaja que podía proponerse al derecho de gentes americano; de tal
manera que si Bolivia no existiera, convendría crearla. La posteridad admirará al genio
que con tanta precisión, concluyó el génesis de la independencia americana,
levantando la autonomía de Bolivia de entre las manos de Lima y Buenos Aires, y
dándole su propio nombre como aquel que fundó la ciudad eterna.
No es muy lejano porvenir, tienen que despertar los intereses del Amazonas. ¿Quién
servirá de baluarte al Occidente Hispanoamericano contra el riente lusitano americano?
La desmembración de Bolivia, mutilando la unidad de su organismo, conduce a la
inevitable necesidad de disolverla, porque si acceso al Pacífico ni al Plata, su vida sería
imposible. Pero quien ha de ganar más en esa distribución de territorio es el Brasil, que
de plano entra en el sistema internacional del Occidente. Es un consejo de política
miope que, como aquel de Luis Napoleón, se atrae la migaja de Saboya para echarse
encima la preponderancia Alemania, que destierra la Francia de Rhin, la desmembra y
amenaza disolverla. Tal es la política de Chile".
Un capítulo de la obra de Méndez está dedicado a analizar el papel que debía jugar
Bolivia en los conflictos internacionales americanos, poniendo en evidencia los turbios
manejos de la diplomacia brasileña y chilena tendientes a emparedar a Bolivia desde
ambos flancos. Denunciaba ya en aquella época (1872) la existencia de una
quintacolumna chilena incrustada en el seno mismo de Bolivia que trabajaba en
connivencia de intereses foráneos.
A más de 100 años de haberse planteado con claridad meridiana el destino de Bolivia,
las ideas de Méndez siguen latentes. Bolivia sigue en la búsqueda de una doctrina
internacional y la amenaza de una desintegración de su nacionalidad no es una utopía.
Este es el hombre influyente que aparece colaborando a Daza en los momentos
cruciales del setenta y nueve.
El General Hilarión Daza, una vez depuesto de la presidencia, lanzó desde París un
documento de extraordinaria importancia (1881). En dicho documento explica su
conducta en los primeros momentos y luego refiere los acontecimientos que le cupo
vivir hasta su caída. Indudablemente que en este manifiesto Daza volcó todo su dolor y
revela muchos hechos que la historiografía boliviana desconoce o pasa por alto. Es
interesante tomar algunos párrafos como aquel que describe la situación del país en el
momento de la ocupación.
"Nuestros parques -dice- se encontraban exhaustos, nuestras poblaciones diezmadas
por la peste y empobrecidas por cuatro años de escasez y alas cosechas, y sobre todo
porque no decirlo francamente, desmoralizadas por 50 años de revoluciones
constantes, de celos y partidismos y de esa especie de desorganización que trae
consigo, de una manera inevitable, la falta de estabilidad".
Más adelante resalta la bravura del soldado boliviano aunque tantas circunstancias
negativas le hacían temer por un éxito en la guerra. Y a esta altura revela:
"Y por esto mientras se preparaba el país para una acción de seguros resultados, es
que yo deseaba dar a la guerra un carácter puramente defensivo, protestando contra
todo acto de fuerza mayor".
Daza no oculta nada en su manifiesto. Alaba el patriotismo exaltado por los bolivianos
que ante la afrenta pedían enrolarse en el ejército para marchar a la defensa del
territorio hollado, "pueblo viril -dice- que no se amilana ante el araucano pese a
conocer su inferioridad en armamentos y equipo". Condena la desesperación de Prado
que exigía la presencia del ejército boliviano en la costa peruana. Califica de actitud
precipitada esta exigencia peruana que cambió el curso de los acontecimientos "y les
dieron una dirección distinta de las que al principio se había propuesto".
Existen frases o sentencias que por sí constituyen verdaderas claves para descifrar
acontecimientos y una de ellas seguramente es aquel "vuele Ejército Boliviano" de
Prado que hizo cambiar todo el curso de la guerra y echó por tierra un plan magistral
concedido para aquella emergencia que, sin duda, nos hubiera conducido sino a una
victoria a una paz honrosa.
¿En qué consistía propiamente el plan concedido por Julio Méndez y entusiastamente
respaldado por el Presidente Daza?
El mismo autor se encarga de hacernos conocer algunos aspectos de la estrategia que
debía emplearse.
La respuesta que estaba a la vista la encontró con poco trabajo. Sus lecturas de las
guerras napoleónicas y la derrota del Gran Corso por los cosacos y el invierno ruso, lo
llevaron al convencimiento de que el general "Blanco" de los rusos, era el general
"Puna"* de los bolivianos. Había que utilizar pues la estrategia de tan singular elemento
para la defensa del país. Méndez, voceador de imposibles, había dado con la
respuesta, convirtiéndose de esta manera en el "Kutusov boliviano".
En el estudio que hace Julio Méndez sobre las causas de la derrota de la alianza Perú
-Boliviana ante Chile señala tres errores fundamentales: primero, el haber traducido en
pacto de alianza la neutralidad perpetua de Bolivia; segundo, haber instalado la
defensa terrestre de la alianza en la costa dominada por la armada chilena, "en vez de
imitar al Virrey La Serna, que en 1821, se retiró de Lima y de la costa al Cuzco ante la
acometida del ejército patriota"; y tercero, haber hecho de la desocupación del grado
23 al 24, una cuestión previa al arbitraje propuesto por Chile al mediador peruano.
Nos referimos a punto segundo que es el que nos interesa para este capítulo.
Es obvio que al aceptar Campero ésa responsabilidad debió enterarse del plan, que fue
de su agrado, hecho que consta en el "Diario de la Quinta División" redactado por Alba.
La aquiescencia de Campero que equivalía a un aval, debía decidir a Daza a abrazar
aquel esquema defensivo con entusiasmo; entusiasmo y convencimiento que lo
expulsó públicamente en el primer manifiesto y lo sostuvo hasta su caída. No
olvidemos que una de las imputaciones que se le hizo fue precisamente el de querer
abandonar la costa para operar desde Calama, vale decir desde la sierra. "Limitándose
Chile a ocupar el litoral de Bolivia -decía en el primer mensaje- busca forzarnos a la
ofensiva. Bolivia acepta la guerra sin provocarla.
De acuerdo a este plan, Bolivia debía agazaparse en sus montañas, sin salir de ellas,
atraer al enemigo y batirlo con la decidida actuación del general "Puna" con general
"Sorojche" como prefería decir Daza. El plan boliviano no podía ser sino la respuesta
lógica y contundente contra la estrategia chilena largamente estudiada y elaborada. No
había que entrar pues a su juego, yendo a buscarlo a la costa donde era poderoso con
el apoyo logístico de su amada. "Declarará la guerra -dice Bermúdez-, la táctica chilena
debía considerar toda la vasta extensión marítima y terrestre en que iban a
desarrollarse las actuaciones. La ejecución de éstas, en tierra significaba un plan que
consultarse todas las necesidades características de una guerra que tenía por
escenario el desierto. Pero su conquista exigía previamente el dominio del mar. El
Presidente Pinto decía que "la primera campaña con el Perú será marítima, y
vencedores en el mar, el campo de batalla será el Perú".
Pero, ¿qué ocurrió en el comando aliado? ¿Cómo se encaró el problema bélico? La
respuesta es dolorosa. El Presidente Mariano Ignacio Prado, completamente
desorientado y atolondrado, menospreciando o ignorando deliberadamente el plan
boliviano, y confiando en su escuadra destartalada cayó en la trampa tendida por Chile
e hizo precisamente lo que quería el enemigo: redactando de inmediato aquel mensaje
fatídico a Daza: "Vuele Ejército a Tacna". El llamado era terminante y angustioso y
Daza, también atolondrado y quizá pensando que el llamado obedecía a otro plan más
práctico y más ventajoso, emprendió marcha hacia la costa con su pequeño ejército
mal preparado y peor equipado para una contienda internacional. Para tener una idea
de aquél ejército acudimos al testimonio del norteamericano Máson. "En Bolivia -dice-
se decretó un reclutamiento en masa, que junto con una amnistía general para los
opositores al régimen atrajo gran número de hombres bajo banderas. Los reclutas eran
excelentes, pero no había oficiales ni jefes que pudieran entrenarlos, dirigirlos y
convertidos en un ejército eficiente. Eran en su mayoría indios que mostraban
resistencia y valor a toda prueba, sumisos e incansables en las marchas.
Acostumbrados a largos viajes, llevando pesadas cargas sólo mantenidos con hojas de
coca durante muchos días estaban naturalmente tratados para esta clase de trabajos,
pero en la guerra moderna el adiestramiento sólo puede ser dirigido por instructores
bien preparados, y éstos faltaban... Y así salieron con el General Daza varios millares
de indios bolivianos mal uniformados, si es que uniforme tenían, con ojotas o
descalzos, armados con armas de fuego de todos los calibres y todos los periodos
históricos, menos el presente, sin abastecimientos, transportes ni servicios médicos, a
unirse a los peruanos en Tacna".
Pero ocurría que en Tacna no pasaba nada, todo era improvisación y anarquía, no
existía ningún plan sustitutivo del plan boliviano de defensa, todo era desorientación y
aturdimiento. Prado y sus asesores parecía que con una óptica totalmente miope
sublimaban su propia capacidad bélica sin compararla con la del enemigo. Gravísimo
error que costó el descalabrado de los ejércitos de la alianza. Daza sufrió naturalmente
una decepción tremenda, ya que la realidad mostraba que el plan de Prado consistía
solamente en resguardar Arica y evitar su caída en poder chileno. Con ésa mentalidad
mezquina se encarpetó el proyecto estratégico boliviano.
5 ¡TRAICION!
En otro acápite de su defensa, Méndez indica que gracias a este error inicial se ha
renunciado para teatro de la guerra a la sierra de Bolivia y del Perú, dejando sólo "al
conspirador Campero, militar sin intuición ni iniciativa", que se limitó a tomar Calama
100 veces, como expresó sarcásticamente González Prada. (Campero no tomó
Calama ni una sola vez ni asumo la nariz a sus alrededores, pero si, con notable
estrategia tomó Oruro para proclamarse Presidente de Bolivia.)
Cuando Daza voló a Tacna y se encontró con este cuadro desalentador, rugió de
indignación y quiso volver de inmediato a La Paz. Pero ya era tarde, estaba impedido
de moverse de Tacna para evitar malos entendidos y tuvo que concretarse a esperar la
llegada del Director de la Guerra, que postergaba y posponía fechas, sembrando
desaliento y tensión. Méndez fustiga acremente la estupidez peruana de buscar al
enemigo en los territorios de la costa, ya amagados y controlados por Chile. "Vano fue
que yo continuase reclamando con todos los jefes militares que han dominado en el
cuartel general de Tacna, que la guerra se hiciese siquiera al pie de los últimos
contrafuertes de las cordilleras sobre la costa sur del teatro de la alianza. La guerra
aliada no ha defendido el territorio sino el guano y el salitre peruano" increpa
amargamente condolido por los resultados.
Daza se cansó de pedir un cambio del plan de operaciones. Prado y todo el comando
aliado eran sordos a toda iniciativa boliviana. A manera de reproche, Daza en uno de
sus últimos mensajes al ejército boliviano quiso dejar constancia de sus propósitos:
"No desmayar -decía-, mostrarnos los mismos que aquellos que por darnos patria
lucharon 15 años, haciendo de cada etapa y de cada colina un campo de batalla; de
cada peñasco una fortaleza, de cada hombre un soldado, de cada soldado un héroe"*.
Ningún historiador boliviano cayó en cuenta de la terrible denuncia que encierran estas
frases, o si cayeron en cuenta, simplemente la ignorancia de su afán de destruir para
siempre la figura de aquel mandatario.
*Días antes de producirse el golpe de estado Daza le decía a Montero: "Hay que quitar
al enemigo de las fuentes de sus recursos de acuerdo al plan que concedí". "La
conciencia me señalaba-dice en otra parte-el camino que debía tomar (después de los
desastres de San Francisco y Camarones). Un irme a la 5ta. División del general
Campero; juntos marchar a la reconquista de nuestro litoral resguardado con pocas
fuerzas enemigas y fortificaciones convenientes en Caracoles para privar al invasor de
los recursos de esos grandes minerales, envidia de los chilenos y causa de la guerra; y
si el enemigo movía sus fuerzas sobre nosotros, tendría que hacerlo en número
respetable y entonces el ejército aliado, por lo menos en número de 8000 hombres
desalojaría fácilmente al que quedara en Pisagua e Iquique. Diría si la atención el
enemigo, estuviera tenido que reconcentrarse en un solo punto, y un retroceso en sus
operaciones hubiera sido una victoria positiva para nosotros". Como se sabe, por haber
querido poner en práctica este plan Daza fue acusado de tradición. (Hilarión Daza,
Manifiesto a sus conciudadanos. París 1881, p. 52).
Daza, soldado con poca instrucción pero con una intuición muy desarrollada, no
necesitó de los conocimientos de Saint Cyr para darse cuenta de la situación y acoger
con entusiasmo el plan de Méndez. El supo ver los destellos de la salvación cuando la
ceguera había cundido en los cuadros de la alianza.
El plan de defensa propuesto por Méndez estaba alabado por la experiencia guerrera
boliviana que venía de épocas lejanas. Los españoles conocían perfectamente la
importancia estratégica de las Provincias Altas, como denominaban al territorio actual
de Bolivia. Por algo debe ser que se agazapado hasta lo último en sus murallas
naturales para mantener el dominio de la corona española en América. Ya entonces,
con gran intuición geopolítica, han debido observar que dominando el Alto Perú se
dominaba todo el continente. Los ejércitos auxiliares argentinos chocaron con esa
tremenda realidad y fueron derrotados por los ejércitos realistas organizados con
criollos altoperuanos y peninsulares largo tiempo aclimatados. El General San Martín
fue el que dio con la solución advirtiendo la invulnerabilidad de los ejércitos realistas
agazapados en las mesetas altiplánicas con el clima y el ambiente por aliados; y ya
sabemos del éxito de su empresa que culminó con la toma de Lima pero también
sabemos que en notable estrategia el ejército realista desocupó sus posiciones
costeñas internándose en las montañas, logrando de esta manera mantener la lucha
por cuatro años más.
La guerra de los quince años o de las republiquetras, sostenidas por los guerrilleros
altoperuanos en los cuatro costados de su territorio, fue esencialmente defensiva. Las
montoneras del país alto amargados permanentemente a los ejércitos realistas
desgastándolos, al extremo de no permitir llevar su acción represora a Buenos Aires y
Santiago. Gracias a la heroica guerrilla altoperuana, que duro 15 años, Argentina, Chile
y Perú obtuvieron su liberación más tempranamente. El último baluarte español en la
América fue el Alto Perú, donde se agazapo el general Pedro Antonio de Olañeta,
último virrey del Perú, quien murió en Tumusla, última batalla que selló la
independencia de Bolivia.
La flamante República de Bolivia jugó un papel de primer orden en los primeros años
de su existencia. El Mariscal Santa Cruz que creó la Confederación Perú-Boliviana,
obtuvo resonantes triunfos en Yanacocha, Socabaya y Paucarpata, en el Perú; y en
Iruya, Humahuaca y Montenegro, frente al ejército argentino destacado por Rosas. Sin
entrar en el análisis de estas acciones de armas, todas favorables a Bolivia, debemos
ponderar el hecho de que los éxitos se debieron precisamente al factor que con tanta
insistencia resaltó Julio Méndez.
Mucho se ha especulado sobre los misterios que rodearon la firma del tratado de
Paucarpata, incluyendo naturalmente, la injerencia de la masonería en el asunto, toda
vez que se supo que Santa Cruz y Blanco Encalada eran hermanos en alto grado. Lo
que si es evidente, es que éste tratado fue manipulado desde Londres, ya que de otra
manera no se sabría explicar por qué la Confederación Perú-Boliviana reconocía en
una cláusula expresa la deuda que tenía Chile con Inglaterra. "Santa Cruz necesitaba
la paz para consolidar su poder y no vaciló en comprarla a ese precio", dice un autor
peruano. En este hecho poco conocido explica el interés de Inglaterra para exigir el
cumplimiento del tratado que por otra parte, había sido puesto bajo la garantía de su
Majestad Británica. Pero ya sabemos cuál fue el epílogo de toda esta tragicomedia.
Chile, que se había comprometido a dejar vivir en paz a la Confederación Perú-
Boliviana, incumplió su palabra empeñada y volvió a las andanzas y esta vez con el
concurso de un gran contingente de jefes y tropas peruanas que culminó en la batalla
de Yungay.
Yungay fue el fruto del espíritu aldeano de la ceguera de algunos caudillos peruanos
que no podían concebir el proyecto de una Patria Grande. Es su afán mezquino no
permitieron que un boliviano plasmada en sueño de Bolívar y se pusieron a servir a
Chile. Santa Cruz fue derrotado por la Primera Triple Alianza urdida en Santiago, Lima
y Buenos Aires.
La guerra de la Confederación Perú-Boliviana es el anticipo de la Guerra del Pacífico.
Su relación es íntima. Existe una imbricación directa entre ambos acontecimientos, de
ahí que nos hubiésemos detenido en su análisis estratégico. Para ilustrar mayormente
este capítulo simplemente deseamos añadir una breve cita de óptica chilena que nos
permitirá justificar nuestra tesis. Acudimos a Guillermo Feliz Cruz, quien en un
enjundioso prólogo a la obra "Dos Soldados en la Guerra del Pacífico", de Abraham
Quiroz e Hipólito Gutiérrez refiriéndose a Paucarpata expresa: "El chileno había sido
derrotado por sus cabales siempre combatiendo sin rendirse jamás. Un ejército entero,
sin luchar, había capitulado. Eso era humillante, desdoroso para una noble tradición y
contrario al honor nacional, a la dignidad de los chilenos". Y en otro párrafo indica:
"Yungay fue el anticipo de Tarapacá y Pisagua; el asalto de Pan de Azúcar, el de la
toma del Morro de Arica y el combate naval de Casma sincronizó con el de Iquique en
la contienda del Pacífico". Indudablemente que la Guerra del Pacífico no era sino la
prolongación de la guerra de la Confederación Perú-Boliviana. Los intereses
hegemónicos volvían a chocar 40 años después.
Todos estos hechos conocía perfectamente Julio Méndez y ponía como ejemplo en su
afán de imponer su plan. Y como si todo esto no fuera poco, también ponía como
ejemplo la reciente experiencia paraguaya heroica y sublime, que en medio de su
elemento guerrero contra tres potencias y las puso en raya durante cinco años.
No pasaría mucho tiempo para que los hechos demostraran la validez de los asertos
de Méndez. Los desastres sufridos por los ejércitos de la alianza en la costa, y los
éxitos de la guerrilla de Cáceres en la sierra peruana, guerrilla que ocasionó a Chile
mayores erogaciones que la Campaña del Sur, gritaban a los oídos tapados de los
jefes peruanos y bolivianos del tremendo equívoco, sólo comparable con una
tradición*.
6 DEFENSA DE CALAMA
*Tal convencida estaba tasa de que la única salvación era poner en ejecución el plan
boliviano que, en vísperas de su caída le escribió una carta amarga a Julio Méndez que
la revelamos por primera vez: "Ahora resulta que el perfumado de Montero ignora el
plan de defensa que hemos sostenido a consideración de Prado. Ayer le hablé de éste
plan y le dije que había llegado el momento que ponernos a las órdenes del Mariscal
Sorojche. Montero se puso seis Perú cuando expliqué en que consistía el plan se puso
serio y mostró mucho interés y me pidió una copia del plan. Como usted es el que ha
redactado la nota a Prado, le regó enviarle una copia al Contralmirante Montero, ya que
yo he resuelto por mi cuenta forzar la ejecución de éste plan marchando a ponerme a
la cabeza de la 5ta. División, por tanto su respuesta ya no me encontrará en esta".
(Esta castellana llegó a manos de Méndez, pero por ésas cosas que suceden de vez
en cuando, el autor de este libro la escribió junto a una colección de documentos de
ese época, en una casa de libros viejos de Buenos Aires el año 1876).
El río Loa que atraviesa el pueblito, inunda los alrededores desembocando del Este,
dando lugar a una típica vegetación de chilcares y alfalfares. La población era tranquila
y los vecinos amantes de la paz, se dedicaban a la agricultura y los trabajos mineros
en pequeña escala. De vez en cuando ese ambiente de tranquilidad y sosiego era
interrumpido con la llegada de personas extrañas, tristes y silenciosas. Eran los
desterrados políticos que iban a purgar a playas extrañas el delito de disentir. Calama
era un oasis forzoso para estas caravanas infamantes y su gente noble y hospitalaria
que no entendía de los odios y pasiones de la política engendra, salía al encuentro de
los réprobos y les ofrecía pan para su hambre, agua para su sed; y algo que no tiene
precio: solidaridad. De Calama, los desterrados partían reconfortados, porque este
noble pueblo les devolviera les devolvía las esperanzas y la fe.
Un día, de pronto, esa paz de aldea se interrumpe en forma extraña con la llegada de
varios bolivianos que venían del Litoral. Eran bolivianos que habían escapado a la
barbarie araucana en Antofagasta. La pequeña y ronca campana de la iglesia del
pueblo comenzó a agitarse desesperadamente, hiriendo la monotonía del ambiente.
Era algo extraño. Algo muy grave debió ocurrir para semejante alarma. Todos han
debido mirarse tratando de adivinar de qué se trataba. Primero alguien asomó la
cabeza temerosa a la plaza; y luego, por los cuatro costados, comenzaron a acudir,
hombres, mujeres, niños y ancianos. A los oídos de algunos ya había llegado la noticia
de la invasión chilena, pero algunos escépticos desconfiaban de semejante noticia. Los
rumores crecían y la fantasía hacía su fiesta, difundiendo hechos de los más
descabellados. Por fin la intempestiva llegada del Prefecto del Litoral, Zeverino Zapata,
sacó del sopor y la incertidumbre a todos y se supo la verdad: Antofagasta había caído
y el ejército chileno avanzaba hacia Calama. La noticia, avalada por la presencia nada
normal del Prefecto Zapata, avivó los comentarios. La gente se movia de un lugar a
otro corrigiendo o aumentando las versiones de acuerdo a su imaginación, aunque en
medio de ellas, una noticia comenzó a preocupar, pues lo que en principio parecía ser
sólo una volada ya tenía el signo trágico de una verdad: el próximo objetivo chileno era
Calama. Estratégico para sus planes. Convencidos de la tremenda verdad, sin
embargo, no cayeron en el derrotismo que suele ser el lugar común de los pueblos
débiles.
Los de Calama recibieron la noticia como un desafío y la rechazaron de inmediato. Sus
moradores, habitualmente pacíficos y serenos, se transformaron en cosa de segundos,
y con los puños en alto, indignados, lanzaron a los cuatro vientos su respuesta
encarnada en una sola voz: ¡Viva Bolivia! ¡Muera Chile! ¡No pasarán!
No faltó una sola persona en la cita de honor. El momento de hacer un recuento del
armamento con que se iba a enfrentar al ejército chileno, surgió la pregunta: ¿con 33
fusiles Winchester, 8 Remington, 30 fusiles de chimenea, 12 escopetas de casa, 14
revólveres, 5 fusiles de chispa y 32 lanzas, tal el material bélico expuesto, se podía
defender la plaza? La fuerza expedicionaria chilena que avanzaba ya hacía Calama
estaba conformada de 1.400 hombres, un batallón de caballería y varias piezas de
artillería. La respuesta no se dejó esperar. Aquellos patriotas no se amilanaron ante la
superioridad considerable del enemigo, ellos tenían que cumplir un deber de bolivianos.
Tal era la euforia patriótica de que estaban poseídos que, esos instantes el primero que
hubiera sugerido siquiera una insinuación de pesimismo hubiese sido pasado por las
armas inmediatamente. A tal grado de delirio colectivo había llegado aquel bastión de la
bolivianidad.
La presencia del enemigo parecía haber hecho perder la razón a esos valientes que
todos esos días se dedicaban a limpiar sus armas, a acariciar sus escopetas, a afilar
sus lanzas y a pronosticar el número de chilenos de que darían cuenta, tuve en medio
de jocosos simulacros de combates personales y ocurrencias criollas a costa de los
rotos.
En medio de esa multitud delirante sobresalía un hombre alto, del rostro enjuto y
abundante y ondulada cabellera. Dos mostachos soberbios complementados por una
perita bien cuidada, nariz ligeramente aguileña, ojos pequeños y penetrantes,
adornados por cejas arqueadas y espesas, formaban un conjunto inequívoco de un
carácter. Era delgado, de unos 40 años parco de palabras, pero de ademanes firmes.
Tenía todas las características del boliviano, emprendedor y decidido. Estaba ocupado
hasta esa fecha aciaga, en la administración de algunas empresas mineras pequeñas.
Un día antes de la fecha elegida por el enemigo, había reaccionado indignado ante la
debilidad de uno de los principales, que creía un acto de locura lo que se pretendía
hacer. Entonces le había espetado: "Soy boliviano, prefiero morir antes que huir
cobardemente". Esas palabras, frías y contundentes, acompañadas de un ademán
grave bastaron para que no se volviera a repetir ese tipo de insinuaciones. El rostro
melancólico y serio delataba en Eduardo Balboa, tal el nombre de este ciudadano, que
algo grave andaba rondando en su pensamiento. La indumentaria que había adoptado
desde días atrás, por otra parte, calándose botas de cuero que, seguramente, usaba
en sus andanzas mineras, y exhibiendo orgullosamente dos revólveres al cinto con la
correa colmada de cartuchos, traía a la memoria, la estupenda figura de un soberbio
Sheriff del lejano Oeste norteamericano. Nadie sospechaba, por cierto, que este
modesto boliviano, había sido elegido para lanzar la más estupenda bofetada que aún
suena en el rostro del invasor.
"Decid a vuestro jefe -contestó Cabrera al mensajero chileno- que un boliviano jamás
se rinde. Estamos resueltos a sacrificar nuestra propia vida por la patria, pero a
rendirnos, jamás…Defenderemos la integridad de Bolivia hasta el último trance".
Eran 135 bravos legionarios del honor boliviano, armados de escopetas, carabinas,
rifles y lanzas, dispuestos a morir. Ladislao Cabrera se agigantó al impulso de tanta
osadía y aprovecho el momento y el frenesí para instarlos a un juramento que no era
necesario, pero que la circunstancia solemne así lo exigía:
Cumplir este rito, los defensores de Calama se retiraron de la plaza con dirección a sus
trincheras y puestos de combate en medio de un loco entusiasmo. "En homenaje a la
verdad -dice Cabrera en el informe elevado después del sacrificio- declaro que en ésos
solemnes momentos no vi palidecer a ninguno de los que se hallaban en el
campamento. Más parecía que se preparaban a un festín que a un terrible combate en
que iba a correr torrente de sangre”.
Eran las siete de la mañana y comienza el asedio chileno. El objetivo principal, como
estaba previsto, era el Puente de Topater. Un fuerte contingente arremete con furor,
pero choca con la heroica resistencia de los bolivianos, que les causa muchas bajas.
Sorprendidos los chilenos se retiran para volver con nuevos refuerzos. Entretanto una
gruesa partida de la caballería chilena también era rechazada del vado de Huayta
dejando varios muertos y heridos. El combate se generaliza. El fuego es recio, aunque
desigual, pero nadie abandonó su puesto de combate. Ante tanta temeridad del
enemigo se desorienta y vacila. Ramírez y sus inmediatos cambian miradas en busca
de alguna idea. Nada se les ocurre y sin salir del pasmo ordenan un nuevo ataque con
todos los efectivos. El combate se intensifica reciamente, la artillería suena
atronadoramente, la caballería ataca repetidamente, pero los bolivianos se mantienen
en sus puestos defendiéndose como leones. Yalquincha, Topater y Huayta son los
puntos más asediados pero la resistencia no cede. Pareciera que la superioridad del
enemigo los enfureciera más para hacer tanto derroche de valor. Pero todo tiene su
límite. El número de defensores comienza a ralear y la munición a agotarse.
Sus ojos cargados de odio también disparaban destellos fulminantes contra los rotos
más audaces que se aproximaban con gran precaución. Había llegado la hora del
sacrificio total. Un escuadrón de soldados chilenos avanza al lugar, decidido a acabar
con la solitaria resistencia. Le intimidan rendición, pero Abaroa por toda respuesta
dispara su arma. Una nueva descarga a quemarropa de los chilenos hace impacto y su
cuerpo se tambalea. Apoyada en una rodilla sigue agitando su rifle. Los chilenos
avanzan y lo rodean.
-Por última vez, ríndase... –suena la palabra encolerizada del invasor. Y Abaroa,
haciendo un supremo esfuerzo, se agita y logra ponerse de pie y a tiempo de disparar
por última vez su rifle al enemigo, le lanza aquel terrible apóstrofe:
-¿RENDIRME YO? QUE SE RINDA SU ABUELA, CARAJO...
Los chilenos que recibieron la terrible afrenta, el máximo desafió, respondieron con una
nueva carga cerrada de sus fusiles y lo ultimaron con sus bayonetas, porque Abaroa
parecía tener siete vidas. Cuando los soldados comenzaron a festejar el triunfo
alrededor del héroe al grito de ¡viva Chile!, todavía escucharon el último aliento del
héroe:-¡MUERA!...
"Esta última palabra de sus labios, tan indecente como la de Cambrone en Waterloo
-dice un escritor boliviano- vale más que en los labios de este, puesto que Cambrone la
lanzó con la cólera de morir defendiendo una corona de usurpación, y Abaroa la
escupió en el rostro del chileno, cuál estigma de sarcasmo para los conquistadores y
murió defendiendo el sagrado suelo de la patria, bajo la bandera de ella. Quien ganó la
batalla de Calama no fue Sotomayor, fue Abaroa".
Calama es, sin duda, el ejemplo vivo de lo que fue aquella guerra: 10 contra 1. En
todos los combates y batallas el enemigo llevó una ventaja aproximada. Ese pequeño
contingente de bolivianos de Calama es el ejemplo máximo del sacrificio que puede
ofrecer un pueblo por la justicia.Los fogonazos del Topater repercuten aún en el
corazón de los bolivianos reavivando la llama inmortal de la reivindicación y las últimas
palabras de Abaroa taladran la conciencia de Chile. La toma de Calama fue un trago
amargo para los invasores que al hacer su ingreso al poblado más parecían vencidos
que vencedores, así relata aquellos momentos un oficial chileno que participó en aquel
acontecimiento: "A los pocos instantes el ejército chileno ocupaba el pueblo, y el
coronel Sotomayor hacía saber por medio de un manifiesto, a los asustados habitantes
de Calama, que nada tenían que tener hallándose protegidos por la bandera chilena. "A
pesar de la victoria nuestros ánimos están mal impresionados". "La sangre de nuestros
hermanos pesa sobre nuestros pechos y ahoga el júbilo y la alegría". "La heroica
resistencia de nuestros enemigos infúndenos cierta desazón, pues prevemos la gran
cantidad de sangre americana que será necesario verter antes de obtener el triunfo
definitivo". "La dirección del ataque tampoco nos satisface y pensamos con cierta
tristeza en los prodigios de valor que necesitaron desplegar nuestros soldados cunando
llegue el día de sostener un gran combate.
Si con 500 hombres armados tuvimos necesidad de batirnos cerca de tres horas con
sólo ciento y tantos cholos pésimamente armados, ¿qué sucederá cuando se trate de
batir una fuerte y bien organizada división?"*
Los publicistas chilenos Barros Arana y Vicuña Mackena, aseveran que encontrándose
Adolfo Ballivian en Lima, de retorno de Europa, a principios de 1873, este “se había
dejado enredar en esa intriga, como hombre poco sagaz, tímido, enfermo ya de
dolencia, más del alma que del organismo". Barros Arana, opina que estas gestiones
las hizo Ballivian sin conocimiento del gabinete de La Paz y cuando Ballivian no había
asumido aún el mandato de la nación, y piensa que Frías no habría permitido tal vez
ese pacto, desconfiando de la sinceridad del aliado, que había sido siempre enemigo
tradicional de Bolivia. El mismo autor opina también que el verdadero objeto de este
pacto era fraguar la ruina de Chile por medio de una liga temeraria. No debe pasarse
por alto el hecho de que la maquinaria montada para hacer aparecer a Chile como una
víctima ya funcionaba perfectamente.
La historiografía liberal de Bolivia en su conjura contra todo brote de una línea
anticolonialista ha negado sistemáticamente a todo gobierno salido del pueblo sus
méritos. Tal ocurre con Agustín Morales, que representa un nacionalismo intuitivo que
fue plasmado en medidas de tipo popular que lo llevó a la tumba. Agustín Morales, el
vencedor de Melgarejo entregador del Litoral, fue precisamente quien se preocupó de
profundizar las relaciones con el Perú previendo la amenaza y no Adolfo Ballivian.
"Morales -dice Alberto Gutiérrez-, comprendió que era menester cambiar las
orientaciones de la política externa de Bolivia y encargo al Ministro de la República de
Lima que explorara el ambiente político para una nueva alianza que renovará y
revalidara, acaso robusteciera, la Unión Americana de 1865...La alianza con Bolivia
importaba, por lo tanto, un movimiento político de elemental e instintiva defensa contra
los peligros que eran comunes para ambas repúblicas. No podría, por tanto, firmarse,
sobre una base histórica atendible, que el Perú ingresó a la alianza con el propósito
romántico de defender a Bolivia". En otro párrafo sostiene que, el propósito del
gobierno boliviano no era terminar un pacto secreto, si no obtener una entente política
que modificaría los procedimientos de Chile y rodearía a Bolivia de mayores
consideraciones internacionales. "Toda esta vasta negociación -dice- qué a ser
ulteriormente bien manejada, habría cambiado los destinos del continente, podo
haberse iniciado y perfeccionado en el corto espacio de 30 días, los treinta días
escasos del mes de noviembre. Ocurrió empero, a fines de ese mes la muerte trágica
de Morales, cuando pretendía pasar el Rubicon, según la expresión pintoresca del
ministro Benavente".
Cuando Pardo ascendió al poder en el Perú, Ballivián se encontraba en Europa
cumpliendo una misión delicada encomendada por el Presidente Morales. Ballivián
tenía la misión de adquirir dos blindados con destino a la organización de una escuadra
boliviana en el Pacífico. Los resultados de esta gestión son conocidos, pues el
Congreso boliviano de aquel año rechazó el presupuesto por la diferencia de un voto;
lo que impidió que Bolivia contara con una marina de guerra, factor decisivo en la
contienda del Pacífico.
No están muy lejos de la verdad quienes tratan de levantar la cortina de misterio que
rodeó al asesinato de Morales, sugiriendo que él mismo habría sido fraguado por Chile
para evitar la firma del Pacto de Alianza, en estrecha convivencia de la Sociedad
Minera Arteche conformada por capitales chilenos y españoles, la misma que había
sido afectada en sus intereses por la política nacionalista imprimida por el malogrado
presidente. Entre la aprobación del Pacto Secreto por el Congreso y el magnicidio,
transcurren muy pocos días y todo nos lleva a la evidencia de que el crimen fue obra de
una gran conjura montada desde Chile, país que seguía paso a paso estas gestiones y
recibía información inmediata de sus agentes que operaban en los más altos niveles de
la política boliviana. Pese a todo, ya no pudo evitarse la firma del Pacto. La política
desplegada por Morales había avanzado tanto que ni su muerte pudo detener la
consolidación de la alianza. El Presidente Interino Tomás Frías no tuvo otra alternativa
que estampar su firma en el documento. El breve gobierno de Adolfo Ballivian tuvo que
sostener la política internacional iniciada por Morales preocupándose de hacer realidad
el proyecto de organizar una armada, pese a la negativa del Congreso, vano intento
que muere con su promotor.
La firma del pacto secreto fue en realidad un triunfo de la política internacional del Perú,
pues el verdadero interesado en lograr esta alianza era este país. En Bolivia el Pacto
tuvo efectos negativos, ya que los gobernantes de turno, confiados en esta alianza
descuidaron el problema con Chile. Algo parecido ocurrió en el Perú. El Presidente
Pardo pese a la amenaza Araucana ya abierta, catapultada por la presencia activa del
capitalismo inglés, tampoco se preocupó de renovar su armada ni aumentar o
modernizar su ejército, dedicando la mayor parte de las enormes entradas que daba el
guano y los empréstitos contratados a "malgastarlos en combatir contra Pierola"
personaje funesto que consume las mejores energías peruanas en los momentos más
críticos.
Tal era la confianza de Pardo en las bondades del Pacto que, cuando algún personaje
preocupado por el armamentismo chileno le sugería la conveniencia de comprar
buques, éste, seguro de sí mismo, solía contestar: "Mis dos blindados son Bolivia y la
Argentina".
Indudablemente que Pardo fue un previsor y Morales un zahorí. Ambos percibieron los
peligros que se cernían en el horizonte, pero sucumbieron en medio camino, sin
concluir la obra que debía traducirse en una vigorosa reorganización de sus fuerzas
armadas. Morales lo intentó pero cayó acribillado a balazos. Pardo que sublimó
demasiado los efectos del pacto, también cayó.
A esta altura creemos importante hacer una aclaración definitiva sobre la firma del
famoso Pacto Secreto que hizo correr tanta tinta en Chile.
Ya sabemos que este fue el pretexto principal para que Chile procediera a la
declaratoria de la guerra. La abundante prueba aportada posteriormente, sin embargo,
saca a relucir que Chile conocía el Pacto a los pocos días de haber sido firmado por los
interesados, es más, conocía todos los detalles y entretelones de la gestión realizada
por la diplomacia peruana en la Argentina.
Uno de los primeros investigadores que puso en evidencia este hecho fue Don Isaac
Tamayo, quien en su obra "Habla Melgarejo" publicada en 1894 expresa: "Ni el Perú ni
Bolivia contaron con la desconfianza y suspicacia chilena, que, el mismo día que se
verificaba en Sucre el canje del tratado secreto mediante 50 pesos, que, a su vez,
recibía el que la había facilitado". Tamayo no dice el nombre del diplomático chileno
que obtuvo la copia, pero no es ningún secreto que fue Walker Martínez el diplomático
que tuvo entre manos el documento a los pocos días de canjeado, haciéndolo conocer
de inmediato a su gobierno. Y como si esto no fuera suficiente, también a través de un
personaje argentino, Chile habría conocido el pacto secreto en sus inicios. Veamos
cómo fue a parar al Mapocho otra copia del famoso "tratado secreto".
"Perdone usted -dijo a nuestro diplomático- he pensado en su ayuda para salir de una
situación grave. Sírvame de excusa nuestra amistad personal y la que liga a nuestros
respectivos países.
"-Sabe usted -prosiguió el señor X- que en estos momentos celebra sesiones secretas
el Congreso argentino. Acaban de comunicarme que en esa sesión se trata de una
confabulación americana en contra de mi gobierno. Sólo Chile sería excluido de tal
complot, conocidos sus sentimientos de amistad hacia nosotros. Así también, sólo su
representante podría reemplazarme para adquirir lo que en realidad ocurre, ya que los
pasos que yo diera serían espiados y cualquier movimiento mío aparecería como
sospechoso. Discurra usted, amigo mío, por mí; gestione el descubrimiento de esa
tenebrosa maquinación... No necesito decirle que si usted se hallará en mi lugar, no
vacilaría un momento en servirlo y en servir a su patria, que amo y admiro.
"Antes de separarse ofreció el señor X. Los fondos de su legación para los gastos que
demandará el descubrimiento de la maquinación".
"¿Sabe usted, amigo don Guillermo, lo que se discute en estas horas en el Senado
Argentino?
"-Se discute una invasión de alianza secreta hecha a la Confederación Argentina por
las Repúblicas de Bolivia y el Perú.
Como era de esperarse, Blest Gana se trasladó inmediatamente a Río de Janeiro con
la misión de proponer una alianza entre Chile y el Brasil, pero chocó con el
pragmatismo brasileño que "instigaba pero no entraba en componendas escritas" línea
de política internacional que le aconsejaba la "extremada extensión y vulnerabilidad de
sus fronteras internacionales" al decir de Alberto Gutiérrez.
Finalmente, como si estas dos copias del tratado "secreto" no fueran suficientes, el
agente diplomático de Chile en el Perú, obtuvo una copia más y la envió a Santiago.
Desde el punto de vista de los intereses bolivianos, analizado fríamente este tratado,
pese a las intenciones buscadas con su aprobación, ha sido perjudicial. El Perú busco
casi al mismo tiempo que Bolivia la firma de este tratado, pero tenía un interés
estratégico inmediato cuál era el neutralizarla. Jamás debió ocurrírsele al Perú que
llegaría momento de cumplir el compromiso; y cuando llegó no reaccionó airadamente
como era de esperarse; por el contrario, ofreciose más bien como mediador.
Por todos los medios trató de sacar el cuerpo del problema y recién tomó el "Pacto
Secreto" en serio cuando Chile, viendo que se le escapaba la presa, le declaró la
guerra. Fue entonces que forzó la interpretación del "Tratado Secreto" tomándolo como
pretexto. De lo contrario, Bolivia quedaba más sola y burlada que tal vez hubiese sido
mejor por las perspectivas que se hubieran presentado para buscar una solución
acorde a sus intereses. Sin embargo, todos los historiadores peruanos incluyendo a
Basadre, Ugarte y Congraims en coro repiten que la alianza fue perjudicial al Perú.
Insistamos un poco sobre este tema. ¿Por qué buscó el Perú afanosamente la alianza
con Bolivia? Los propios historiadores peruanos responden a esta pregunta y dicen que
fue para salvaguardar las salitreras de Tarapacá contiguas a Bolivia; y, por el temor de
que Bolivia ya sin su Litoral con el tiempo se lanzaría contra el Perú, contando para ello
con la cooperación de Chile. No falta alguien que afirma que la seguridad del ingreso
argentino a la alianza fue el motivo principal.
Éste es un tema poco atendido por la historiografía boliviana de ahí que entramos a
considerar algunos aspectos poco conocidos.
Cuando las cancillerías de La Paz y Lima vislumbraban la adhesión Argentina al pacto
creían estar pisando tierra firme, dada la candente situación que atravesaban las
relaciones entre este país y Chile. Entretanto las relaciones diplomáticas entre Bolivia y
Perú con la Argentina no podían ser mejores, pero pronto se pudo ver que la Argentina
sólo buscaba la solución de sus intereses particulares utilizando la invitación peruana-
boliviana como arma de doble filo para conseguir sus propósitos. Así el Canciller
Tejedor condicionaba abiertamente como paso previo al ingreso de su país a la
entente, la solución del problema limítrofe con Bolivia con la consiguiente incorporación
de Tarija a su soberanía. La maniobra argentina fue rechazada de plano por Bolivia, lo
que dio lugar a que la Argentina le soplaran al oído del Perú una contrapropuesta
insólita, pues le pedía la incorporación nada menos de que Chile a la entente o, en
última instancia quedase ella limitada al Perú y la Argentina.
Esta actitud peruana forzada por las circunstancias tuvo enorme repercusión en los
hombres del estado argentinos que, buscaron afanosamente, mediante el juego
diplomático, la solución del problema limítrofe con Chile, enseñándoles a cada
momento la espada de Damocles de la triple entente. A tanto llegó la táctica para
resolver la cuestión de la Patagonia que se supo que la legación chilena tenía acceso a
las deliberaciones secretas del senado argentino donde se trataba la cuestión.
Obviamente, las sesiones se prolongaron infinitamente hasta que se produjera el
ablandamiento de Chile, lo que finalmente ocurrió.
El criterio de una aproximación entre Chile y Bolivia que pudiera concretarse en una
alianza, quitaba el sueño a la cancillería peruana. Sus posibilidades volvieron a aflorar
en 1898 cuando los intereses capitalistas norteamericanos decidieron tomar parte
activa en la explotación de las riquezas naturales de la zona conflictuada. Fue entonces
que se volvió a hablar de una nueva Confederación Perú-Boliviana tendiente a frenar
las ambiciones ya desmesuradas del capitalismo anglo-chileno. El efecto buscado tuvo
sus frutos, ya que se logró que la oligarquía minera boliviana en el poder, dejara de
escuchar por lo menos momentáneamente, los cantos de sirena de la cancillería del
Mapocho. Pero lo curioso era que simultáneamente en el Perú, comenzara a tomar
cuerpo una corriente que propiciaba un entendimiento con Chile, corriente en la que
estaban complicados muchos hombres de estado peruanos hábilmente ganados por
Chile. Fue entonces que se escuchó el verbo admonitorio de Manuel González Prada
que fustigó con prosa de fuego a los derrotistas. El encarpetado proyecto de la entente
Perú-Bolivia-Argentina volvió a agitarse en el ambiente internacional manipulado por
los nuevos intereses en juego que habría las heridas aún no cicatrizadas de la guerra
de 1879.
La situación emergente de la Guerra del Pacífico aun era una brasa candente pese a
que existían tratados como el de Ancón y la tregua que habían sentado las bases para
la paz, aunque bases impuestas por el vencedor y por lo mismo deleznables. Las
perspectivas del cumplimiento o incumplimiento de tales instrumentos eran
imprevisibles, realidad que engendro en el Perú aquella corriente claudicante de
aproximación a Chile. Manuel González Prada que interpretaba al verdadero pueblo
peruano apagado y adormecido por la derrota, tuvo la virtud de despertarlo fustigando
a los acomodaticios del momento: "Los problemas internacionales ofrecen hoy-les dijo-
una faz nueva con la alianza "entente cordiale" o convenio tácito de Bolivia y la
Argentina. Adhiriéndonos para formar una triple alianza, surgen muchas probabilidades
de vencer a Chile, anular el tratado de ancón y reivindicar los territorios perdidos; no
adhiriéndonos, corremos peligro de que nuestra neutralidad sea mirada como una
manifestación hostil y de que la unión argentino boliviana redunde no sólo en daño de
Chile, sino en perjuicio nuestro...
¿Qué decir de Bolivia? Una sola consideración justifica hoy la alianza del Perú con ella,
el temor de que al no estar con nosotros, se habría unido a Chile para combatirnos y
mutilarnos. La alianza de peruanos y bolivianos en 1879 recuerda la fraternidad de
Sancho y Don Quijote, pues en las desventuradas aventuras de la guerra, ellos
salvaban el cuerpo y nosotros recibíamos los palos".
Aunque duras las expresiones de González Prada, traducían una verdad a medias. No
se podía negar que la alianza de peruanos y bolivianos de 1879 tenía base de arenas
movedizas. Existían mutuos recelos, más de la parte del Perú que de Bolivia, porque
en la desventurada historia de los dos pueblos, las veces que se habían enfrentado, los
peruanos siempre habían llevado los palos, desde Yanacocha hasta Ingavi. Había pues
un resentimiento solapado entre ambas naciones, el que afloro fuertemente en los
momentos difíciles de la guerra, en perjuicio naturalmente de la alianza y beneficio de
Chile. Un autor boliviano de aguda observación al referirse a este hecho dijo lo
siguiente: "Hay una causa más de nuestra derrota que no debemos olvidar la falta de
afinidad entre Perú y Bolivia; falta de afinidad no resultante de la disparidad de raza, de
idioma, de religión y de costumbres, que son semejantes, sino por la influencia de
nuestras antiguas discordias internacionales que han dejado un sentimiento de
malquerencia que ha de desaparecer solamente en el transcurso de muchos años
pasados en paz y en olvido".
Por otra parte, estaba fresca la actitud del Perú cuando se produjo la invasión del
Litoral Boliviano, oportunidad en la que salió a relucir su sanchopancismo; primero,
tratando de sacar el cuerpo del problema; y, segundo, obligando al afirmar un tratado
complementario por la cual todos los gastos que demande la guerra debían correr por
cuenta de Bolivia. El Perú, en aquella emergencia en lugar de notificar a Chile que
tenía firmado con Bolivia un pacto de alianza defensiva que le obligaba a salir en
defensa de ella, se limitó a ofrecerse para mediar en el conflicto, enviando la misión
Lavalle a Santiago. "La actitud del Perú durante ese lapso se limitó a los simples oficios
de mediación, evitando el Casus Foederis" dice Julio Méndez. Tuvo que producirse la
declaración de guerra al Perú, en abril de 1879, casi dos meses después de la
declaratoria a Bolivia, para que el Perú se acordara que tenía este compromiso con
Bolivia, cuando los sentimientos del pueblo boliviano ya habían sido heridos
profundamente. El diplomático boliviano enviado a Lima para exigir el cumplimiento del
pacto relata crudamente la situación que le tocó vivir en la capital peruana, revelando
que la molicie e inocencia de los gobernantes peruanos era tal que ni siquiera habían
reparado en el juego artero en que estaba empeñado el diplomático chileno Godoy,
quien "aprovechaba de las íntimas relaciones que tenía con el General Prado, desde la
residencia de éste en Chile durante su proscripción, y de tal manera lo tenía cercado
que hacía uso del derecho de entrar hasta su dormitorio para conferenciar sobre los
asuntos palpitantes que la guerra en sentido de obtener la declaratoria de neutralidad
del Perú; la opulenta caza comercial Guibbs, y tantas otras influencias, como es fácil
comprender, obraban en el mismo sentido".
Obviamente que sólo buscaba adormecer aquel gobierno lo que consiguió en cierta
forma, ya que la guerra, como se sabe estaba dirigido contra Bolivia y Perú.
El diplomático chileno en Lima, hacía el mismo papel que el que operaba en La Paz:
distraer a los hombres de estado peruano con el fin de ganar tiempo para que su
ejército procediera a ocupar posiciones estratégicas.
Cuando se supo en Bolivia que Chile había declarado finalmente la guerra al Perú hubo
una especie de desahogo, un estallido de contento indescifrable, algo así como un
triunfo, que en sí lo era, ya que de no producirse tal declaratoria de guerra el Perú no
entraba en el conflicto. Esta conducta peruana fue aprovechada a las maravillas por la
corriente pro chilena que ya operaba en Bolivia, cuya máxima figura era Aniceto Arce a
quien se debe esta terrible frase empapada de verdad; "Perú -decía- es una nación sin
sangre, sin provibidad y sin inclinaciones sinceras hacia el aliado. Pacto de alianza con
el deliberado y único propósito de asegurar sobre Chile su preponderancia en el
Pacífico.Creyó llegar el "casus belli" cuando Chile le provocó la guerra serrándole el
camino de las mediaciones oficiosas".
El presidente Hilarión Daza se decepcionó del aliado cuando supo que el Perú había
exigido la firma de un tratado complementario por el cual Bolivia tenía que soportar
todo el peso de los gastos que demandará la guerra. A su caída, desde París denunció
la actitud peruana diciendo que aquel tratado iba hacer la ruina de Bolivia
"hipotecandole todas sus fuentes de entradas y tenía que estar por muchos años
sujeta y dependiente del Perú, de modo que, de nada nos serviría vencer a Chile,
porque tras la victoria vendrá el cumplimiento de este tratado y con él, la miseria y la
ruina".
Tales los momentos vividos en los inicios de la guerra y tales algunos acontecimientos
que tuvieron enorme repercusión en los resultados finales. En estas condiciones, la
alianza Perú- Boliviana marchó a los campos de batalla al encuentro de un enemigo
poderoso que contaba con el respaldo de Inglaterra.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
http://www.retornoalmar.comuv.com/history/historia1.htm