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Melgarejo ordena invadir Peru para traer dinero y alivianar los gastos..

Este episodio titulado "las sabanas del Peru" en el libro de Narciso Campero, muestra un
Melgarejo ordenando invadir el Peru para traerse sabanas y dinero desde alli. Finalmente sus
ministros le convencen de deponer de aquel plan.

"...estábamos en lo mas agradable de nuestro fraternal coloquio, cuando anunció el Edecán de


guardia que los Señores Ministros venian á verlo para el acuerdo.

El General Melgarejo, sobrecogiéndose un tanto, dijo al Edecán : « ¡Hombre! dígales Vd. que
estoy indispuesto.... » Mas, interrumpiéndose él mismo y dirigiéndose á mí, agregó : — « ¿ ó
qué le parece á Usted ? ¿ no se me conoce en el semblante?... ¿estoy en estado de despachar?
»

Le miré la cara, y le contesté afirmativamente : Sí, mi General, puede Vd.

Por consecuencia, entraron tres de los Señores Ministros, y recuerdo que el Sr. Bustamante,
mostrando, aun antes de haber tomado asiento, unos papeles que tenia en la mano, significó á
S. E. que traía una magnífica propuesta enviada de Paris por el General Santa Cruz, sobre las
huaneras de Mejillones. — "Déjese Ud. de huaneras y del General Santa Cruz, á quien conozco
» (dijo S. E., y continuó) : — "Tenemos que tratar por ahora sobre un asunto de grande
importancia Tomen Uds. unas sillas, Señores... ; pero que llamen al Ministro de la Guerra. »

Vino éste inmediatamente, y luego que estuvimos todos sentados, arrimándose el General
Melgarejo contra sus almohadas, desarrolló su plan, que se reducía á invadir el Perú y combatir
allí la revolución sosteniendo el Gobierno de Pezet. Todos quedamos estupefactos, y los
Señores Muñoz y Bustamante empezaron á hacerle algunas observaciones, cuando
enderezándose el General Melgarejo y poniéndose colérico, toma

su birrete bordado con oro, que lo tenia puesto en la cabeza, lo tira contra el suelo, y exclama
como una furia :

« ¡ Hé ahí para lo que sirven los Ministros! : para hacerle auno observaciones y ponerle
dificultades. ; Maldita la hora en que formé el Ministerio! Sin esto, ya habria dado yo la orden
general, y mañana mismo estarla el ejército en marcha para el Desaguadero !... »

En vista de tal exaltación, los dos Ministros y demás circunstantes hicimos por calmarlo, dando
trazas de aceptar el pensamiento.
Mudando él entonces de tono y con gesto y ademan muy insinuantes, habló poco mas ó
menos en estos términos :

— « Si, Señores, es de necesidad que nos pongamos en campaña; no tenemos otro medio de
salir de apuros. Ven ustedes. los trabajos en que ahora mismo estamos para pagar al ejército...
¿ Qué será dentro de dos meses ?.... Y cuando el soldado pida su socorro, y no tengamos ni
pan que darle, ¿qué será de nosotros? — que á mí y á Usted, á Usted, á Usted (señalando á
cada uno de los circunstantes) nos fusilarán y saquearán en seguida las poblaciones. Para
evitar esto, es preciso pues que cuanto antes demos entretenimiento al ejército. Diremos que
vamos á apoyar á Pezet, porque es un Gobierno legítimo; pero esto diremos no mas... Será el
pretexto; porque á nosotros ¿ qué nos importa ni Pezet, ni Prado, ni mande quien mandare en
el Perú ? Lo que importa es buscar una ocasión para hacernos de plata... ¿De dónde vamos á
sacar recursos en Bolivia, que está tan pobre y cuando todos estamos lo mismo... «i Vea
Usted... » (Decia estas dos últimas palabras desenvolviendo sus frazadas, como para mostrar la
pobreza de su cama ; y preciso es añadir que, al llegar á este punto de su discurso, parecía
como inspirado el hombre)... a Vea Ud. que Presidente !.. Ni sábanas tengo... ¡ Vamos pues,
Señores, Á TRAERNOS SÁBANAS DEL PERÚ ! » (Es de advertir que la expresión ni sábanas
tengo, aunque no era literalmente exacta, pero, como recurso oratorio, era de gran efecto, y
no carecía de verosimilitud ; pues sí bien tenia sábanas el Presidente, muy poco ó nada se
echaban ellas de ver, habiéndose resbalado ambas hacia los pies, de resultas sin duda de las
vueltas y revueltas y de los frecuentes movimientos en que habia él estado desde que se metió
en cama; fuera de que, eran sábanas muy comunes y cortas, y no correspondían por cierto á
un Presidente de la República (lo que equivalía en verdad á no tenerlas).

El lector ya se hace cargo que el calor del orador, á parte de la vehemencia de la peroración ó
conclusión de su discurso, debia obviar naturalmente toda dificultad ü objeción.

Allanado así el camino en el terreno político, por la razón ó la fuerza, pasó el General
Melgarejo al campo estratégico, prescribiendo al Ministro de la Guerra que en el acto (era ya
de noche) pusiera y comunicara la correspondiente orden general para que al siguiente día se
pusiese en marcha el ejército hacia el Desaguadero, con arreglo al itinerario que debería
pasarse en esa misma noche á los respectivos Comandantes generales.

Terminada la sesión, nos retiramos los circunstantes, dejando al General Melgarejo en su


cama.

Como el Ministro de la Guerra se encamínase derechamente á su despacho, me fui en pos de


él, y le pregunté si formalmente pensaba comunicar la orden de marcha, y me contestó : — «
¿cómo nó, desde que así lo ordena el que manda? » — y con esto, me despedí del Ministro,
con gran inquietud por cierto de saber en lo que vendría á parar aquello.
Mas temprano que otras veces, estuve al siguiente día á ver al General Melgarejo, que
felizmente se hallaba ya en pié y con la cabeza fresca. Le pregunté de su salud, y hablamos de
paso sobre varios puntos casi insignificantes ; pero ni yo me atreví á tocar el asunto de marcha,
ni él se me dio por entendido sobre tal cosa, lo que fué ya para mí un signo de que el plan de
campaña se habia desvanecido. Pasé en seguida al Ministerio de la Guerra, y allí acabé de
confirmarme que, en efecto, la marcha al Perú habia quedado en nada.

Y ¿ llegó la orden general á ser comunicada ? ¿ y cómo así se suspendieron sus efectos? hé ahí
dos cuestiones á que no podré satisfacer sino por informes de oídas.

Según unos, la orden general se comunicó esa misma noche á los cuerpos del ejército; y según
otros, solo se comunicó á los Comandantes generales de división.

En cuanto á la suspensión de ella, se aseguraba que los Señores Ministros Muñoz, Oblitas y
Bustamante fueron muy temprano á verse con S. E., y, hallándolo en estado de oir razones, le
expusieron, entre otras, las siguientes: que la revolución era muy popular en el Perú ; y que lo
era precisamente porque el Gobierno Pezet no habia sabido hacer respetar debidamente el
territorio y la soberanía nacionales del Peru; y que por consiguiente, á la sola aparición del
ejercito boliviano en la frontera del Desaguadero, se nacionalizarla en el Perú la guerra; que
además, era preciso tener en cuenta que el Sud del Perú estaba mas interesado que todo el
resto de esa república en el triunfo de la revolución, como que allí habia tenido su cuna, y que
importaba á nuestra política no entrar en choque con los habitantes de Tacna; que, por fin, en
cuanto a los ahogos pecuniarios del momento, podrían remediarse levantando un empréstito
de trescientos ó mas mil pesos en el interior de Bolivia.

Razones fueron éstas que, pesando no poco en la mente de S. E., lo hicieron cejar de su
propósito y desentenderse de lo que noche antes habia dispuesto; siendo éste, en suma, el
desenlace del original y no muy conocido episodio de las sábanas del Perú".

Fuentes: "Recuerdos del Regreso de Europa a Bolivia y retiro a Tacna del General Narciso
Campero"

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