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UNESCO Y SUS FRONTERAS MERCANTILES | URKUPIÑA, LA

CANDELARIA, EL SOCAVÓN, LA TIRANA: UNA SOLA IDENTIDAD CULTURAL


FRAGMENTADA POR NACIONALISMOS INCULTOS...

Nuestro Puno, nuestro Ande: el dilema de la


integración cultural en Sudamérica

La danza y el ritmo de los Siku-Morenos, todavía presente en la fiesta de La Candelaria, Puno, es el


origen indígena aymara de la danza mestiza de La Morenada. | Foto Archivo

Tal vez la Unesco debería obligar a un intercambio más prolífico entre estas
expresiones dentro el territorio andino. Me gustaría ver unos Siku-Morenos de
Puno en Urkupiña o una Diablada chilena de La Tirana en el Carnaval de Oruro,
y viceversa. Es bueno saber que en el Ministerio de Culturas de Bolivia, que
promueve el desplazamiento de artesanos y bandas bolivianas hacia esos
países vecinos a simple condición de llevar los emblemas nacionales, se
muestra una apertura que bien puede fortalecer esta idea de gestar la gran
nación andina a través del común sincretismo entre los pueblos hermanos de
Bolivia, Perú y Chile…

© WILSON GARCÍA MÉRIDA | REDACCIÓN SOL DE PANDO


UNA FESTIVIDAD COMO LAS NUESTRAS
La Festividad en honor a la Virgen de la Candelaria, patrona de la ciudad de Puno, Perú, se realiza en
la primera quincena del mes de febrero de cada año, y representa la más grande e importante
manifestación cultural, musical y dancística del país vecino, siendo una de sus fiestas religiosas más
representativas por la cantidad de símbolos y de manifestaciones artístico-culturales propias de las
culturas quechua, aymara y mestiza del altiplano andino y por el volumen de personas que participan
directa e indirectamente en su realización.
El primer pueblo del que se tiene noticia que fue declarado bajo el patronato de la Virgen de la
Candelaria en el altiplano sería Huancané. René Calsín Anco cuenta con una valiosa información, de
1696, como refiere el autor, “…suministrada por Juan Quiepo Llano y Valdéz, obispo de la Paz, quien
luego de su peregrinaje por el corregimiento de Paucarcolla de su circunscripción, al rememorar su
visita al pueblo de Huancané, escribió: tiene tres viceparrochias, una, en la estancia de Toquepani;
otra en la estancia de Ynchupalla…; otra, en la estancia de Arcani, distante 9 leguas del pueblo, con la
advocación de la Candelaria”.
En la villa y el pueblo –que medio siglo después confluiría en lo que conocemos por Puno–, desde
comienzos del siglo XVIII, la imagen de la Virgen de la Candelaria fue entrando en los hogares de los
nativos y españoles y ganando fe y devoción paulatinamente. Quizá la razón sea que casi un siglo
antes la Virgen ya comenzaba a ganar adeptos en el referido anexo de Huancané. La cercanía de
ambos pueblos, como es de esperar, trashumaría las costumbres y también el culto a dicha imagen. Y,
aunque de forma no oficial, en el pueblo de Puno –en las viviendas– ya se rendía culto a la Virgen de
la Candelaria.
En una escritura de 1 de agosto de 1707, recogida también por René Calsín Anco, por la cual Felipe
Valdez concedía una vivienda en alquiler al Marqués de Villa Rica (hijo del acaudalado minero José
Salcedo que dirigió la rebelión de Laikakota), se consignaba a «dos tabernas doradas con sus
imágenes en bulto en el uno de la de un crucifijo y en el otro de una señora de la candelaria». Y en
otro documento del 29 de febrero de 1752, en una memoria testamental de Catalina Gayoso, se
registraba: «Declaro por mis vienes una Caja de la Ymagen de Nra Señora de Copacabana y otra de
bulto de la Candelaria sin bestuario […]».
De los dos documentos anteriores podemos deducir que la devoción hacia la Virgen de la Candelaria
se iba acrecentando y a menudo su imagen era considerada un bien valioso. Otro punto a resaltar es
que en la memoria testamental de 1752 se considera a la Virgen de Copacabana y a “la Candelaria”
como una misma; desterrándose así el prejuicio de que son dos diferentes y confirmando que la de
Copacabana es la Virgen de la Candelaria pero con una denominación, se podría decir, topónima.
Después de unas décadas, la popularidad de la Virgen en la ya llamada villa de Puno crece a tal punto
que los lugareños logran que la imagen se refugie en el templo San Juan Bautista –obviamente no en
el altar mayor al principio– y comenzaba a ser más importante también para los pobladores
españoles.
La Virgen de la Candelaria, antagónicamente a lo sucedido con las advocaciones de San Carlos
Borromeo, Nuestra Señora de la Concepción y San Juan Bautista, que fueron adjudicadas por órdenes
gubernamentales desde la fundación de cada localidad, se entronizó en la villa de Puno por la propia
voluntad de sus habitantes.

El 27 de noviembre del pasado año, la Unesco oficializó la declaratoria de la Festividad


de La Candelaria como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Bolivia intentó frenar esa
declaratoria con el argumento de que en La Candelaria se bailan danzas “bolivianas”
como la Morenada y la Diablada. Ante nuestro empedernido chauvinismo, debió la
Unesco “mediar” en el “diferendo folclórico” entre Bolivia y Perú obligando a Puno
“reconocer” que “danza, música y vestuario de pueblos de Bolivia acompañan la
festividad de la Virgen de la Candelaria”. ¿Victoria diplomática contra el “robo” del
folclore boliviano? Ridículo, insulso. Que los integrantes de la banda Poopó de Oruro,
invitados especiales en la reciente celebración gritaron “Puno lo mejor”, no es ninguna
afrenta contra Bolivia. Si no lo dijeron, deberían decirlo.
El escritor puneño Oscar Aramayo, en una nota publicada este miércoles por el diario
Los Andes, calificó la declaratoria de la Unesco como “una estafa”, pues el organismo
cultural de las Naciones Unidas condicionó esa declaratoria a que las autoridades
peruanas reconozcan que en esa festividad “se bailan danzas bolivianas”. Antes de la
declaratoria condicionada por la Unesco, Bolivia y Perú debieron firmar, el 16 de
noviembre, un “Acta” donde se lee lo siguiente:
“En la Festividad de la Virgen de la Candelaria de Puno se destaca que la ritualidad
litúrgica y espiritual constituyen el elemento central de dicha expresión… las danzas,
música y vestuario del pueblo de Puno son acompañados por las danzas, música y
vestuarios del pueblo de Bolivia”.
“Aquí hay demagogia” —reclamó el escritor peruano—. “Mientras que en Puno
festejábamos la declaratoria, creyendo que la Unesco protegía nuestras danzas, en
Francia nuestros representantes le daban la razón a Bolivia”.
Tiene asidero la protesta de Aramayo. No es verdad que todas las danzas desarrolladas
en la fiesta de La Candelaria tienen un origen estrictamente boliviano. Hay un debate
histórico pendiente incluso sobre el origen de La Diablada.

[Ver imágenes en diapositivas]


Un danzante de la Diablada de Puno, en los años 30, retratado por el célebre fotógrafo peruano Martín
Chambi. | Foto Archivo

“El baile de La Diablada está tan arraigada a la historia de Puno, que el auto
sacramental está tallada en la fachada de la Catedral de Puno, construida el año 1757.
Allí la escena de un arcángel venciendo al diablo es acompañada por un grupo de
músicos, tocando el charango, guitarra y violín. Mientras que la única tesis boliviana
corroborable nos lleva hasta 1818”, desafía el intelectual puneño.
Según historiadores católicos como el padre Rubén Vargas Ugarte, tanto la Virgen de
la Candelaria de Puno como la Virgen del Socavón de Oruro, son reverberaciones de
la Virgen de Copacabana, concebida como “Patrona del Reyno del Perú“, y cuyo culto
fue instaurado en el Collao en el siglo XVI por la orden agustina. Puno fue territorio
vertebral del Collasuyo en la cuenca endorreica del Titicaca, como Oruro en la del
Poopó.
Lo inobjetable es que todas las danzas con que los devotos de La Candelaria veneran a
su santa patrona, tienen un origen común dentro el territorio indígena andino, por
encima de las fronteras republicanas. Otra cosa es que varias de aquellas danzas han
adquirido una sofisticación distinguible —especialmente en cuanto a ritmos más
estilizados, vestimentas y abalorios artesanales— en la parte andina boliviana, debido
a particulares condiciones históricas, económicas y socioculturales que los propios
peruanos y chilenos reconocen de buena fe, adoptando el “estilo boliviano” como parte
de un patrimonio cultural andino común.

CULTURA ANDINA SIN FRONTERAS

Danzantes de una Diablada esperando en la Plaza Principal de Puno su ingreso para bailar ante Virgen
de La Candelaria, en 1942. | Foto Archivo

En el territorio andino que atraviesa la frontera republicana entre Bolivia y Perú (e


incluso Chile), habitan pueblos quechua-aymaras que tienen una misma identidad
cultural; sus expresiones religiosas, sus fiestas y sus modos de vida son exactamente
las mismas. Cuando vemos la Fiesta de la Candelaria en Puno, vemos lo que se ve en
la Fiesta del Gran Poder de La Paz, en Urkupiña de Cochabamba o en el Carnaval de
Oruro que es una fiesta religioso-pagana también ofrendada a la señora de La
Candelaria en su Socavón. Los pasantes en ambos lados del Titicaca apellidan igual:
Quispe, Choque, Mamani, Chambi, Condori…; y  no es que los peruanos nos robaron a
los bolivianos hasta los apellidos. Los mismos colores y sabores, las mismas polleras y
los mismos rostros de bronce, idénticos ritmos y matices locales casi imperceptibles.
En cada una de estas celebraciones, tanto en Perú como en Bolivia prevalece el culto
indígena y popular a la virgen María como una expresión sincrética de antiguos ritos
precolombinos que invocan la fertilidad de las deidades aymaras, y las danzas son
prácticamente las mismas.

En la fiesta de La Candelaria de Puno se ven danzas eminentemente indígenas como


sicuris, tarqueadas, pinquilladas, kullawadas y llameradas; además de las infaltables
morenadas y diabladas en la vena más mestiza, incluyendo los “modernos” Caporales
que no pueden estar ausentes en ninguna celebración de este mundo andino.
¿Osaríamos exigirle a Puno que elimine de su fiesta patronal también las tarqueadas,
sicureadas y pinquilladas? Nuestro chauvinismo sería más evidente.

[Ver imágenes en diapositivas]


Una banda de sikuris de Puno en 1940, fotografiados por Martín Chambi. | Foto Archivo

De ninguna manera los peruanos nos han “robado” nuestras danzas, como se sostiene
erróneamente en nuestro país, en tonos tan chauvinistas. Parece estar suficientemente
demostrado  —mediante rigurosos estudios etnológicos producidos por la excelente
academia peruana— que la Diablada y la Morenada no son necesaria ni exclusivamente
de origen “boliviano”. Todas estas manifestaciones tienen su verdadera raíz en el
periodo colonial, por lo que más bien es pertinente señalar que estas danzas son de
raigambre altoperuana.

El origen de la Diablada y la Morenada es colonial, entre Charcas y el Virreynato de


Lima. En el tiempo de la Colonia, los carnavales y las fiestas patronales eran
verdaderos saturnales para los pueblos indígenas, cuando se permitía satirizar a los
conquistadores, a los señores de la gleba y a los curas. Los indios se disfrazaban de
capataces, de encomenderos y arzobispos. Esos disfraces y sus acompañamientos
musicales fueron evolucionando en el tiempo hasta alcanzar niveles de sofisticación
como en el caso de la Morenada y la Diablada, que gracias al auge del estaño tuvieron
un mejor desarrollo en la parte andina boliviana de Oruro y La Paz en las primeras
décadas del siglo XX.

DE LOS SIKU-MORENOS A LA MORENADA


[Ver imágenes en diapositivas]
La danza de los Diablos-Morenos se bailaba en Puno ya en 1913 con sus
características todavía originarias durante la festividad de la “huaca” Candelaria.
Los Morenos eran indígenas ataviados con casacas recamadas de oro y plata,
pantalón corto y turbante o  chambergo guarnecido de plumas, resaltando entre la
multitud con sus colores chillones y el ruido monocorde de las zampoñas y de los
tamboriles.
En el segundo lustro de los años cincuenta del pasado siglo, los Morenos, que
incluían en su danza figuras propias de la Diablada, devinieron en Morenada,
cuando los grupos de sikuris fueron reemplazados por las bandas de instrumentos
metálicos y cuando se hicieron algunas mejoras en el vestuario, con toques
dominantes de un   mestizaje próspero (“burguesía chola”), proceso que se inició
en Bolivia expandiéndose  a toda la región andina alrededor de los lagos Poopó
(frontera con Chile) y Titicaca (frontera con Perú).
Después de la revolución del estaño en Bolivia, en 1952, la danza se sofisticó en
este lado del Ande con instrumentos europeos y unos trajes abigarrados que
simbolizan la abundancia de la explotación minera por el capitalismo inglés. La
danza cambió su nombre, de “Morenos” (con instrumentos nativos de los sikuris
como arte musical indígena) a “Morenada” (con instrumentos metálicos europeos
como arte musical mestizo). Sucedió exactamente lo mismo con la Diablada, que
los indígenas bailaban originalmente con bandas de sikus en veneración a la Virgen
de Copacabana durante la Colonia.
La transformación emergente del auge estañífero de Bolivia desde comienzos del
siglo XX (por ello el protagonista central del rito sincrético es el diablo o “tío” del
socavón minero al que se adora desde una “fe productiva”), como toda moda, más
aún después de la revolución de 1952, llegó a Puno en Perú y a La Tirana en Chile,
donde se reconoce tal aporte de Bolivia como parte indisoluble de la cultura andina,
que es una cultura trasnacional, no sólo ni exclusivamente boliviana. “En esa
transformación se contó con influencia  boliviana”,  reconocen los etnólogos
peruanos con toda honestidad.
Sin embargo, a pesar de las transformaciones “bolivianas”, la danza y música de
los Siku Diablos Morenos es preservado por el  fervor indígena dentro el repertorio
de La Candelaria.

Danza de Sikuris Diablos-Morenos con banda de zampoñas, originaria de Puno |


VIDEO

UNA NACIÓN ANDINA TEJIDA POR EL SINCRETISMO

Las expresiones del sincretismo se transforman constantemente expresando el espíritu de las


épocas. | Foto Archivo

Uno de los mayores errores que cometieron los políticos y “estadistas”   al fracasar en
el intento de crear la “comunidad andina”, en las tres últimas décadas del siglo pasado,
fue pervertir el concepto de lo andino, reduciéndolo a un mercado común tipo europeo,
proyectándolo hacia un industrialismo trasnochado, ropavejero, con residuos y migajas
del capital financiero internacional. Bajo esa lógica persistentemente colonial, Bolivia
se dedicaría a fabricar autos que nunca se fabricaron, Perú se especializaría en
producir baldes de plástico, Ecuador textiles “for export”, Colombia de la cocaína no
salía y Chile se mató de risa. El experimento costó miles de millones de dólares que
terminaron en las cuentas de los “andinos” de cuello blanco. Por ello nunca fue viable
esa “integración”, ni lo será, mientras la mirada sobre lo andino siga siendo la de los
“civilizadores” modernoides.

Lo andino es otra cosa. Los países que forman parte de la gran cordillera andina, en
cuyos picos nevados se gestan los afluentes del Amazonas, tienen en común no un
simple mercado sino una cultura, en la acepción más densa de la palabra: cultura
entendida como memoria histórica, como identidad y como una cosmovisión.

La llamada comunidad andina, territorialmente hablando, ocupa, ni más ni menos, el


mismo escenario que ocuparon los incas como imperio. El continente andino resulta ser
el único lugar en el mundo donde el concepto del Pachacuti se opera en su absoluta
dimensión histórica, ritual, revolucionaria. Ergo: lo andino es el espacio donde el
tiempo da sus propios giros.

Cuando llegaron los conquistadores españoles hace más de cinco siglos el tiempo
andino se detuvo. Pero no sería eternamente. Algún día volvería a girar el reloj de los
dioses aymaras en pacto con el emperador quechua. Ese tiempo llegó y es un tiempo
nuevo. Volvieron los mitimaes danzando su culto a las deidades de la fertilidad. La
masa indígena está rompiendo las fronteras impuestas por el cholaje colonizante. Y ahí
los vemos: bailando la  Morenada y la Diablada lo mismo en Puno que en Oruro,
llevando ofrendas de llameros a las Vírgenes – Huacas tanto en Quito como en
Quillacollo.

Tal vez la Unesco debería obligar a un intercambio más prolífico


entre estas expresiones dentro el territorio andino. Me gustaría ver una Morenada de
Puno en Urkupiña, mejor aún si son los Sikus Morenos, o una Diablada de La Tirana en
el Carnaval de Oruro, y viceversa. Es bueno saber que en el Ministerio de Culturas de
Bolivia, que promueve el desplazamiento de artesanos y bandas bolivianas hacia esos
países vecinos a condición de llevar los emblemas nacionales, se muestra una apertura
que bien puede fortalecer esta idea de gestar la gran nación andina a través del común
sincretismo entre los pueblos hermanos de Bolivia, Perú y Chile.
Este ensayo se elaboró en base al artículo del autor publicado por Los Tiempos, el 29 de
noviembre, 2014
Morenadas mestizas de Puno  en devoción a la Virgen de La Candelaria | VIDEO
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Data: febrero 12, 2015 | 15:22

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