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Tal vez la Unesco debería obligar a un intercambio más prolífico entre estas
expresiones dentro el territorio andino. Me gustaría ver unos Siku-Morenos de
Puno en Urkupiña o una Diablada chilena de La Tirana en el Carnaval de Oruro,
y viceversa. Es bueno saber que en el Ministerio de Culturas de Bolivia, que
promueve el desplazamiento de artesanos y bandas bolivianas hacia esos
países vecinos a simple condición de llevar los emblemas nacionales, se
muestra una apertura que bien puede fortalecer esta idea de gestar la gran
nación andina a través del común sincretismo entre los pueblos hermanos de
Bolivia, Perú y Chile…
“El baile de La Diablada está tan arraigada a la historia de Puno, que el auto
sacramental está tallada en la fachada de la Catedral de Puno, construida el año 1757.
Allí la escena de un arcángel venciendo al diablo es acompañada por un grupo de
músicos, tocando el charango, guitarra y violín. Mientras que la única tesis boliviana
corroborable nos lleva hasta 1818”, desafía el intelectual puneño.
Según historiadores católicos como el padre Rubén Vargas Ugarte, tanto la Virgen de
la Candelaria de Puno como la Virgen del Socavón de Oruro, son reverberaciones de
la Virgen de Copacabana, concebida como “Patrona del Reyno del Perú“, y cuyo culto
fue instaurado en el Collao en el siglo XVI por la orden agustina. Puno fue territorio
vertebral del Collasuyo en la cuenca endorreica del Titicaca, como Oruro en la del
Poopó.
Lo inobjetable es que todas las danzas con que los devotos de La Candelaria veneran a
su santa patrona, tienen un origen común dentro el territorio indígena andino, por
encima de las fronteras republicanas. Otra cosa es que varias de aquellas danzas han
adquirido una sofisticación distinguible —especialmente en cuanto a ritmos más
estilizados, vestimentas y abalorios artesanales— en la parte andina boliviana, debido
a particulares condiciones históricas, económicas y socioculturales que los propios
peruanos y chilenos reconocen de buena fe, adoptando el “estilo boliviano” como parte
de un patrimonio cultural andino común.
Danzantes de una Diablada esperando en la Plaza Principal de Puno su ingreso para bailar ante Virgen
de La Candelaria, en 1942. | Foto Archivo
De ninguna manera los peruanos nos han “robado” nuestras danzas, como se sostiene
erróneamente en nuestro país, en tonos tan chauvinistas. Parece estar suficientemente
demostrado —mediante rigurosos estudios etnológicos producidos por la excelente
academia peruana— que la Diablada y la Morenada no son necesaria ni exclusivamente
de origen “boliviano”. Todas estas manifestaciones tienen su verdadera raíz en el
periodo colonial, por lo que más bien es pertinente señalar que estas danzas son de
raigambre altoperuana.
Uno de los mayores errores que cometieron los políticos y “estadistas” al fracasar en
el intento de crear la “comunidad andina”, en las tres últimas décadas del siglo pasado,
fue pervertir el concepto de lo andino, reduciéndolo a un mercado común tipo europeo,
proyectándolo hacia un industrialismo trasnochado, ropavejero, con residuos y migajas
del capital financiero internacional. Bajo esa lógica persistentemente colonial, Bolivia
se dedicaría a fabricar autos que nunca se fabricaron, Perú se especializaría en
producir baldes de plástico, Ecuador textiles “for export”, Colombia de la cocaína no
salía y Chile se mató de risa. El experimento costó miles de millones de dólares que
terminaron en las cuentas de los “andinos” de cuello blanco. Por ello nunca fue viable
esa “integración”, ni lo será, mientras la mirada sobre lo andino siga siendo la de los
“civilizadores” modernoides.
Lo andino es otra cosa. Los países que forman parte de la gran cordillera andina, en
cuyos picos nevados se gestan los afluentes del Amazonas, tienen en común no un
simple mercado sino una cultura, en la acepción más densa de la palabra: cultura
entendida como memoria histórica, como identidad y como una cosmovisión.
Cuando llegaron los conquistadores españoles hace más de cinco siglos el tiempo
andino se detuvo. Pero no sería eternamente. Algún día volvería a girar el reloj de los
dioses aymaras en pacto con el emperador quechua. Ese tiempo llegó y es un tiempo
nuevo. Volvieron los mitimaes danzando su culto a las deidades de la fertilidad. La
masa indígena está rompiendo las fronteras impuestas por el cholaje colonizante. Y ahí
los vemos: bailando la Morenada y la Diablada lo mismo en Puno que en Oruro,
llevando ofrendas de llameros a las Vírgenes – Huacas tanto en Quito como en
Quillacollo.
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