Está en la página 1de 5

11 de marzo de 2020

Docente: Padre Bartolomé Oviedo


Estudiante: Hermano Antonio Suarez
Grupo: tres.
País: Colombia

PORQUE ES IMPORTANTE LA ORACION DE SAN EFREN EL SIRIO EN


CUARESMA.

La razón es porque enumera de una forma muy afortunada todos los


elementos negativos y positivos del arrepentimiento, este esfuerzo
mira primeramente a liberarnos de algunas enfermedades que
empapan nuestra vida y nos ponen en la imposibilidad de volvernos
hacia Dios. Y la enfermedad principal es la pereza. Esta pereza es la
raíz de todo pecado porque envenena la energía espiritual en su
misma fuente.
Este es el estado de acedia -o de asco- que todos los Padres
espirituales contemplan como el peligro más grande para el alma. La
acedía es la imposibilidad que tiene el hombre de reconocer algo
como bueno o positivo: todo se reduce a lo negativo y al pesimismo.
Se trata verdaderamente de un poder demoníaco dentro de nosotros,
porque el diablo es fundamentalmente un mentiroso. Engaña al
hombre sobre Dios y sobre el mundo; llena la vida de oscuridad y de
negación. El desánimo es el suicidio del alma, porque cuando el
hombre lo posee es absolutamente incapaz de ver la luz y de
desearla.

La sed de dominación. Por extraño que parezca son precisamente la


pereza y el desánimo los que llenan nuestra vida del deseo de
dominar. Viciando completamente nuestra actitud frente a la vida, y
volviéndola vacía y sin ningún sentido, nos obligan a buscar
compensaciones en una actitud radicalmente falsa con los otros. Si
mi vida no está orientada hacia Dios, no contempla los valores
eternos, inevitablemente se volverá egoísta y concentrada sobre sí
misma, lo que equivale a decir que todos los demás se convertirán
en objetos al servicio de mi propia satisfacción. Si Dios no es el
Señor y Maestro de mi vida, yo me convierto en mi propio señor y
maestro, el centro absoluto de mi universo, y comienzo a evaluar
todo en función de mis necesidades, de mis ideas, de mis deseos y
de mis juicios. De esta manera el espíritu de dominio vicia desde su
base mis relaciones con los otros; busco sometérmelos. Este deseo
de dominar no se manifiesta necesariamente en la necesidad efectiva
de mandar o de dominar a los otros. Puede volverse también en
indiferencia, desprecio, falta de interés, de consideración y de
respeto. Se trata de la pereza y del desánimo, pero esta vez en su
relación con los demás; lo que culmina el suicidio espiritual en un
homicidio espiritual.
Y, para terminar: la vana charlatanería. De todos los seres creados,
sólo el hombre ha sido dotado del don de la palabra. Todos los
Padres han visto en ello el “sello” de la imagen divina en el hombre,
porque Dios mismo se ha revelado como Verbo (Jn. 1, 1). Pero por
el hecho de ser el don supremo, el don de la palabra es precisamente
el mayor peligro. Por el hecho de ser la expresión misma del
hombre, y el medio de realizarse él mismo por esta misma razón es
el motivo de su caída y de su autodestrucción, de su traición y de su
pecado. La palabra salva y la palabra destruye. La palabra inspira y
la palabra envenena. La palabra es instrumento de verdad y la
palabra es medio de mentira diabólica. Teniendo un excelente poder
positivo, ella posee también un terrible poder negativo.
Verdaderamente crea positivamente o negativamente. Desviada de
su origen y de su fin divinos, la palabra se vuelve vana. Tiende una
mano poderosa a la pereza, al desánimo, al espíritu de dominación y
transforma la vida en un infierno. Llega a ser la potencia misma del
pecado.

He aquí, pues, los cuatro puntos negativos considerados por el


arrepentimiento; estos son los obstáculos que hay que eliminar; pero
sólo Dios puede hacerlo. De ahí la primera parte de la oración de
Cuaresma: ese grito de fondo de nuestra impotencia humana.
Después la oración pasa a los objetivos positivos del arrepentimiento
que también son cuatro.

La castidad. Si no reducimos este término como muchas veces


sucede equivocadamente a su acepción sexual, la castidad puede ser
considerada como la contrapartida positiva de la pereza. La
traducción exacta y completa del término griego “sofrosyni” y del
ruso “tsélomondryié” debería ser “total integridad”. La pereza es
ante todo dispersión, fraccionamiento de nuestra visión y de nuestra
energía, incapacidad de ver el todo. Su contrario es, pues,
precisamente la integridad. Si nosotros entendemos habitualmente
por el término castidad la virtud opuesta a la depravación sexual, es
que el carácter roto de nuestra existencia, no se manifiesta con
mayor intensidad en ninguna otra parte como en el deseo sexual, esa
disociación del cuerpo con la vida y el control del espíritu. Cristo
restaura en nosotros la integridad y lo hace dándonos de nuevo la
verdadera jerarquía de valores y llevándonos a Dios.

El primer fruto maravilloso de esta integridad o castidad es la


humildad. Es por encima de todo la victoria de la verdad en
nosotros, la eliminación de todas las mentiras en las que vivimos
habitualmente. Sólo la humildad es capaz de verdad, capaz de ver y
aceptar las cosas como son y de ver a Dios, su majestad, su bondad,
y su amor en todo. Por ello se nos dice que Dios concede su gracia al
humilde y resiste al soberbio.

La castidad y la humildad vienen seguidas de la paciencia. El


hombre “natural” o “caído” es impaciente porque, estando ciego
consigo mismo, está dispuesto a juzgar y a condenar a los demás.
Teniendo una visión fragmentaria, incompleta y falsa de todas las
cosas, lo juzga todo a partir de sus ideas y de sus gustos. Indiferente
a todos, menos a él mismo, quiere que la vida de lo dé todo aquí
mismo, ya.

La paciencia, por el contrario, es una virtud verdaderamente divina.


Dios es paciente no porque sea “indulgente” sino porque ve la
profundidad de todo lo que existe, porque la realidad interna de las
cosas que, en nuestra ceguera nosotros no vemos, está al descubierto
delante de Él. Cuanto más nos acercamos a Dios, más pacientes nos
hacemos y más reflejamos ese respeto infinito por todos los seres
que es la cualidad propia de Dios.

Finalmente la corona y el fruto de todas las virtudes , de todo


crecimiento y de todo esfuerzo, es la caridad, este amor que como ya
hemos dicho no puede ser dado más que por Dios, el don que es el
objetivo de todo esfuerzo espiritual, de toda preparación y de toda
ascesis.

Todo esto se encuentra reunido en la petición que concluye la


oración de Cuaresma y en la que pedimos: “ver mis propias faltas y
no condenar a mi hermano”. Porque, finalmente, no hay más que un
peligro: el del orgullo. Por tanto, no me basta ver mis propias faltas,
porque incluso esta aparente virtud puede volverse orgullo. Los
escritos espirituales están llenos de normas contra las formas sutiles
de una pseudo-piedad, que en realidad, bajo cobertura de humildad y
de autoacusación puede conducir a un orgullo verdaderamente
diabólico: pero cuando nosotros “vemos nuestras propias faltas” y
“no juzgamos a nuestros hermanos”, cuando en otros términos,
castidad, humildad, paciencia y amor son una sola cosa en nosotros,
entonces y solamente entonces, es destruido dentro de nosotros
nuestro último enemigo, el orgullo.

Después de cada petición de la oración nos postramos. Este gesto no


está reservado a la oración de San Efrén, más constituye una de las
características de toda oración litúrgica cuaresmal. Sin embargo, en
esta oración su significado se entiende mejor. En la larga y difícil
recuperación espiritual, la Iglesia no separa el alma del cuerpo. El
hombre todo él se ha apartado de Dios en su caída; el hombre entero
deberá ser restaurado; es todo el hombre quien debe volver a Dios.
La catástrofe del pecado reside precisamente en la victoria de la
carne –lo animal, lo irracional, la pasión en nosotros- sobre lo
espiritual y lo divino. Pero el cuerpo es glorioso, el cuerpo es santo,
tan santo que Dios mismo “se ha hecho carne”. La salvación y el
arrepentimiento no son pues desprecio o negligencia del cuerpo, sino
restauración de éste en su verdadera función como expresión de la
vida del espíritu, como templo del alma humana que no tiene precio.
El ascetismo cristiano es una lucha no contra el cuerpo sino en su
favor. Por esta razón, todo el hombre –cuerpo y alma- se arrepiente.
El cuerpo participa de la oración del alma, lo mismo que el alma
reza por el cuerpo. Las postraciones, signos psicosomáticos del
arrepentimiento y de la humildad, de la adoración y de la
obediencia, son pues el rito cuaresmal por excelencia.

También podría gustarte