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Ardiente amanecer
No. Así no era como ella le llamaba. Ella -su corazón. Su razón de ser.
La necesitaba.
Era perfecta, y sólo cuando estaba con él y el sólido cuerpo de ella tomaba y
recibía placer, era finalmente cuando el hambre persistente dentro de él se satisfacía.
Ahora, si tan sólo pudiera lograr sus metas en la vida tan fácilmente. 1º) Escapar
de los guerreros fénix que la mantenían cautiva, 2º) dirigirse a un gran banco, y 3º)
abrir una panadería. Iba a vender postres lo suficientemente buenos para provocar
orgasmos... excepto las galletas de crema de cacahuete, porque ella solita se comería el
surtido entero.
La vida sería una locura increíble de “tocar el cielo con las manos”. Haría lo que
le viniera en gana y comería lo que quisiera. Excepto, por un pequeñito problema –que
aún no había logrado superar lo primero de su lista. Los fénix eran inmortales con la
capacidad de arder hasta las cenizas y resucitar de los muertos, más fuertes que nunca.
Eran feroces. E irónicamente, eran de sangre fría. Disfrutaban del pillaje y del saqueo, y
asesinaban con una sonrisa y un baile.
Elin había visto lo peor de su obra de cerca y de manera muy personal, e incluso
ahora, un año después, los recuerdos eran lo suficientemente formidables para
desmoronarla. Recuerdos que no podía dejar de... por favor, por favor para... pero estaban
ahí, parpadeando a través de la mente. La cabeza de su padre rodando por el suelo -sin
su cuerpo. El gemido lleno de dolor resonando en los oídos mientras caía al suelo, con
una espada saliendo de su pecho. El silencio descendente. Tan terrible silencio.
—¡Agárralo!
Por primera vez, Elin estaba de acuerdo con sus captores. El esclavo inmortal de
la princesa era un Dios entre los hombres.
Caminaba con paso firme a través de la arena, arrojando soldados expertos fuera
de su camino como si fueran animales de peluche. Lo hizo a pesar de que sus muñecas
y tobillos parecían carne cruda para hamburguesas.
Oh, reguau. Hola, enorme erección. La bestia de ninguna manera era ocultada por el
taparrabo de cuero que llevaba el esclavo.
¿Comiéndote con los ojos al esclavo de la princesa, Vale? ¿En serio? ¡Detente!
En primer lugar, entretenerse con pensamientos lujuriosos con el hombre de otra
mujer era un crimen castigable con la muerte. En segundo lugar, era cien por cien de
mal gusto.
Por eso miraría hacia otro lado... en un segundo. Un vistazo al resto de él era
todo lo que necesitaba. Era de casi dos metros de cruda agresión masculina, con la
masa muscular "atrevete a desafiarme" de un guerrero consumado y entregado. Pero lo
que realmente le llamó la atención –además del jumbotronco, desde luego- fueron las
plumas de las alas del perlado más luminoso y doradas formando un arco detrás de
sus anchos y bronceados hombros. Reales y “verdaderas” alas dignas para los más
preciados de los ángeles.
Pero si los susurros y risitas tontas que había oído sobre el macho debían ser
creídos, no era en realidad un ángel, y calificarlo de uno sería un insulto, ya que los
ángeles estaban por debajo del tótem. Era un heraldo. Un hijo adoptivo del Altísimo, el
gobernante supremo del reino de los cielos.
Pero... eso no podía ser cierto. ¿Podría? Era demasiado hermoso para ser tan
cruel.
¿Totalmente superficial?
¿Qué? Estaba muerta de hambre. Una mente descarriaba cuando el cuerpo tenía
hambre.
Según las malas lenguas, él formaba parte del ejército de la Desgracia, una de las
siete fuerzas defensivas celestiales del Altísimo. Seis de esas fuerzas eran respetadas y
admiradas también. El ejército de la Desgracia, no tanto. Eran un grupo de mercenarios
salvajes e indomables en peligro de perder su hogar, las alas y la inmortalidad, en otras
palabras, tiempo libre permanente por mal comportamiento.
Entonces, y sólo entonces, la raza entera podría jugar la Carta Matar a Todos.
Un punto significativo para Elin: Una vez que los compañeros del ejército de
Sexo Andante averiguaran lo que le había pasado, todos en el pueblo se bañarían en
sangre. Y –si lo de rastreadores expertos resultaba ser cierto- la hora del baño llegaría
pronto.
—Mujer —bramó, su voz más humo que sustancia. Y aun así, la palabra destilaba
mando, expectativa y cruda carnalidad animal.
Poco después de su último suspiro, ella ardía hasta las cenizas, resurgía y se
alzaba de nuevo, el vínculo entre la amante y el esclavo firmemente en su lugar.
Al parecer, ella había hecho lo mismo con seis de sus maridos -y actualmente se
lo estaba haciendo al séptimo, quien estaba ausente del campamento en este momento,
el gilipollas suertudo. Porque, cuando se cansaba de sus hombres, los troceaba… y se
comía… sus corazones, asegurándose de que se mantuvieran muertos.
Dónde y cuándo el Heraldo había entrado en juego, Elin no estaba segura. Sólo
sabía que él retornó con Kendra décadas después, descendiendo del cielo y volando.
Krull, pensando que el tiempo que había pasado alejada la había suavizado, le había
quitado las bandas y se la había entregado a su “tercero al mando”, Ricker la War
Ender.
Pero con sus habilidades totalmente restauradas, había sido capaz de hacer
adicto a Ricker a su veneno, y conseguir su permiso para dejar el campamento y dar
caza al Heraldo.
—¡Mujer! ¡Ya!
Elin tragó un suspiro soñador. Incluso mezclada con ira y enojo, la voz del
Heraldo suscitaba imágenes de fresas bañadas de rico y caliente chocolate. Mmm.
Chocolate.
Elin era mitad fénix, mitad “débil y humilde humana”, con cero habilidades que
mostrar por su doble estirpe. Y eso jodía, porque aquí –o en cualquier colonia inmortal,
realmente- los mestizos eran una abominación. Una mancha para la raza. Una amenaza
para el vigor del linaje.
Había sabido que era medio inmortal, pero inconsciente de que era despreciada,
viviendo en una ignorancia feliz hasta que un grupo de fénix emboscó a su madre,
Renlay, hace poco más de un año. Todo porque su madre –una guerrera de pura
sangre- se había enamorado del padre de Elin –un humano- y había abandonado a su
clan para estar con él. Como castigo, el grupo asesinó al padre de Elin, así como al
dulce, inocente Bay.
Renlay y ella fueron tomadas como prisioneras. Luego, hace cuatro meses,
Renlay experimentó la muerte definitiva. Tarde o temprano les pasaba a todos los fénix
–incluso si sus corazones no eran comidos- dejando a Elin sola, tan sola, sufriendo del
modo más cruel, luchando contra la soledad, la pena, el dolor. El desconsuelo.
Como si no lo supieras.
Las últimas palabras de su madre le hicieron eco en la mente. “Lo que resulte
necesario, cariño, hazlo. Sobrevive. No permitas que mi sacrificio sea en vano”.
—¡Mujer! Necesidad. Ya. —El Heraldo la arrancó otra vez del pasado. Se
acercaba por el agua… se aproximaba a ella…
Pro: No había mejor momento para una fuga. Muchos en el campamento estaban
distraídos, como el Rey Ardeo –quien había reemplazado al difunto Krull- que se había
llevado a sus hombres de confianza a quién sabe dónde para cazar a Petra, la tía de
Kendra, la fénix que había asesinado a Malta, la viuda y madre de Kendra Krull, y
durante un breve periodo de tiempo, la concubina más amada de Ardeo.
Ardeo había esperado siglos para reclamar a Malta, sólo para perderla dos días
más tarde cuando la celosa Petra la apuñaló mientras dormía… y tomando una página
de Kendra Cómo Para Ser Un Libro de Psicópata, se comió su corazón.
Contra: Elin no estaba en posesión del Frost, un nuevo "medicamento" para los
inmortales, y lo único capaz de diluir el veneno de Kendra.
Se estremeció al recordar sus palabras de despedida para ella. "Te tendré, mestiza,
y por el modo en que te tomaré, no habrá oportunidad de un bebé. ¡Coño mestizo!”
Si su madre estuviera viva, le diría a Elin que diera el paso, a pesar del riesgo.
Moviéndose tan rápido como le permitieron los reflejos, Elin extrajo el fragmento
y golpeó con el borde dentado el brazo del Heraldo.
Mientras las gotas carmesí goteaban por su piel, ella sintió nauseas. El mareo la
apaleó y una sensación de ardor y opresión en el pecho florecieron.
El Heraldo se paralizó.
Volvió la cabeza, mirándola por encima del arco de su ala, y ella se estremeció. El
pelo rubio y rizado enmarcaba inocentemente la cara de un seductor nato... exquisito,
impecable. Por el contrario, sus adormilados ojos estaban a media asta, instando a una
mujer a la travesura.
Lástima que esos ojos estaban tan empañados por el veneno que no podía
adivinar su color. Las largas y abundantes pestañas negras bordeaban sus parpados, y
sus suaves y gruesos labios prácticamente mendigaban imprudentes besos.
Incluso con la imperfección, era hermoso. Una fiesta visual. Un raro dulce para
los ojos. Un manjar para ser saboreado. Y ahora estoy luchando para volver a respirar,
ahogo, me ahogo en su poderosa masculinidad, y ahora en la culpa... la pena... No he deseado a
un hombre desde Bay, mi dulce y querido Bay, mi marido sólo durante tres meses, muerto
ahora, y debería avergonzarme...
—Mujer.
Él se dio la vuelta para reanudar sus decididos pasos, Elin ya olvidada. ¡No!
Trató de envolver los dedos alrededor de sus bíceps, pero sin conseguirlo. Era tan
grande, sus músculos tan agarrotados por un propósito. Pero, oh, su piel era
deliciosamente cálida y suave.
Una vez más se detuvo. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, como si
considerara seriamente la pregunta.
Los lanzó lejos tan fácilmente como había lanzado a todos los demás.
—No tienes permiso para salir de la cama —dijo, poniéndose de pie y mirándole
—. Por lo tanto, debes ser disciplinado. —Tamborileó los dedos sobre la barbilla—. Ya
lo sé. Vas a pasar toda una noche lejos de mí.
Oh, no. Eso no. Cualquier cosa menos eso, pensó Elin secamente.
—¿Nada más que decir? Oh, cómo caen los poderosos —gorjeó Kendra, trazando
un dedo por el centro de su pecho. Debía haberse olvidado de su audiencia, o
simplemente le traía sin cuidado—. Desearía que el hombre que fuiste viera al macho
en que te has convertido. Comprenderías lo desesperadamente que deseas a la mujer
que tú una vez desdeñaste. —Meditó por un momento y se iluminó—. Estás de suerte.
Puedo arreglar una reunión. —Abrió el relicario que colgaba de su cuello y raspó unos
pocos copos de Frost con la yema del dedo—. Abre —le ordenó, y él obedeció.
Con una cantidad tan pequeña, sería consciente de su situación, por lo menos
durante un momento, pero incapaz de negar las necesidades de su cuerpo. Se
necesitaba mucho más para romper la vinculación entre amo y esclavo.
Pasó un minuto. Después otro. Luego echó hacia atrás la cabeza y rugió con una
rabia sin límites.
El Frost había funcionado. Una parte de él acababa de darse cuenta de lo que le
ocurría.
—Así es. Adoras a una mujer que desprecias. —Sonriendo, Kendra se tendió en
la cama—. He cambiado de opinión. Me tomarás, mi esclavo. Me tomarás ahora,
mientras tu mente me maldice.
—Ya, ya. Nada de eso —arrulló Kendra—. Te han dado una orden. Cúmplela.
Thane le dio la vuelta y presionó su cara contra la almohada. ¿No quería mirarla,
a pesar de que todavía estaba desesperado por ella? Le separó las piernas con un
rodillazo y Kendra se rió.
—Justo como me gusta —se burló, mirando hacia atrás para sonreírle con
satisfacción.
Él giró la cabeza de lado y Elin pudo ver la humillación y la repugnancia
retorciendo sus rasgos.
Se detuvo justo antes de que el daño fuera hecho, todo su cuerpo vibraba
mientras se oponía al impulso que tronaba en su interior.
Sus fosas nasales se dilataron al respirar hondo. Luego se pasó la lengua por los
labios, como si acabara de oler la comida más sabrosa.
—Te atreves a hablar con mi esclavo, humana. —Kendra mostró y lanzó una
garra, con la intención de rasgar el muslo de Elin. Sólo que Thane agarró la muñeca de
la princesa, salvando a Elin de un corte en la arteria.
—¡Ay! Suéltame.
Los guardias fénix se pusieron firmes al darse cuenta que tenían que proteger a
su princesa, y atacaron a Thane todos a una, apartando a Elin de su lado.
¡Cobarde!
Sí. Sí, lo era. Pero no podía hacer nada al respecto. La violencia era su kriptonita,
y si no se ocultaba, si veía lo que ocurría, se haría pedazos.
Kendra tenía previsto un castigo por lo que le había hecho a Ricker, y, para
evitarlo, había vuelto a sus viejos hábitos y se había comido el corazón del viejo rey.
Entonces Ardeo había tomado el trono y en agradecimiento por la participación de
Thane en todo el asunto, le concedió la vida eterna entre los fénix. Como esclavo, sí,
pero la vida era vida.
Elin emergió en busca de aire, jadeando, aliviada al ver que Thane y los guerreros
habían desaparecido. Se limpió las gotitas de agua de las pestañas y camino
trabajosamente hacia la orilla.
Hizo un balance. Una mujer tenía sus brazos cerrados a su alrededor, su pequeño
cuerpo apretado contra él, con las piernas colgando sobre el suelo.
Nuevo problema.
Nueva solución. La agarró por la cintura con toda la intención de lanzarla por
encima del hombro. Pero percibió el dulzor de sus curvas y rápidamente cambió de
opinión. Era delicada, como una exquisita pieza de porcelana que necesitaba
protección.
Con cuidado, mucho cuidado, envolvió los brazos alrededor de ella y la sostuvo
contra él, usando el cuerpo como un escudo contra el mundo. Él la protegería.
—Sí.
Heraldo-anhelo.
Drogado-confusión.
Prisionero-rabia.
Fénix-odio.
El frío se intensificó hasta que una tormenta de invierno rabió a través de cada
célula del cuerpo. Durante todo ese tiempo la mujer continuó hablando -esa voz, tan
carnalmente perfecta- y empezó a sentir como si estuviera flotando más y más alto, con
la cabeza finalmente echando una ojeada por encima de una barrera de nubes oscuras.
Estaba aquí por una mujer. No, pensó un segundo después. Estaba aquí por culpa
de una.
Pero... si eso fuera cierto, ¿por qué se aferraba a la mujer que tenía en los brazos?
La, oh, tan tentadora mujer en mis brazos. Le pasó la nariz a lo largo de la línea de
su cuello, inhalando profundamente.
No había indicio de humo o flores, sólo jabón y cerezas. Ella no olía como Kendra
y se alegró.
—Para —gimió y eso también le gustó. Quería oírla otra vez... y otra—. Eso no va
a pasar entre nosotros, guerrero. Vamos a salvarnos el uno al otro, nada más.
Él estaba de acuerdo.
Mirándola detenidamente, sintió como si la viera por primera vez. Tal vez lo
fuera. O, tal vez su concentración era más aguda con cada segundo que pasaba, nuevas
partes de la mente se aclaraban y las telarañas desaparecían.
Sus amigos la habrían calificado de simple, pero Thane pensaba que era
absolutamente impresionante.
Algo en ella lo llamaba –tal cual- y una parte de él que nunca había conocido, una
parte que estaba oculta en un rincón olvidado, respondió. Era fuerte, ese algo. Estaba
vivo. Exigiendo. Y decía: Ésta. Tómala.
—Uh, si quieres liberarte de Kendra, no puedes hacer el amor con ella. Nada de
eso que has estado haciendo con ella. ¡Vomitivo! Solamente estoy diciendo que tienes
que matarla.
Él tendría que proceder con cautela. Fácilmente podría hacerle daño a una mujer
tan frágil.
—No habrá mejor momento. Ella está durmiendo. Así es como me las arreglé
para robar el Frost.
Más alto...
Más alto aún... Bjorn. Algo agudo y punzante arrasó el pecho de Thane. Bjorn y
Xerxes. Sus compañeros. Sus únicos amigos. Habían luchado juntos contra los
demonios, habían sangrado juntos. Habían compartido amantes y vigilado sus
espaldas. Eran como hermanos. Confiaba en ellos con su vida. Los amaba con todo lo
que era. Los necesitaba más que al corazón o a los pulmones.
Ellos sentían lo mismo por él. Bjorn probablemente se culpaba a sí mismo por lo
que había sucedido con la princesa.
Allí su padre la había liberado de sus cadenas y ella había vuelto a por Thane.
Con pleno uso de sus poderes.
Ella. Lo tenía. Esclavizado. A él. Le había atado la mente tan firmemente como le
había atado el cuerpo. Sólo que las cadenas en el raciocinio habían sido invisibles.
—Sí. Pero si te sientes caer de nuevo bajo su hechizo, toma uno de estos. —Ella
abrió su mano, dejando al descubierto los dos terrones restantes de Frost.
Extraer la medicina del relicario de Kendra había sido más fácil de lo que había
previsto. La fénix había bebido entrando en un estado de estupor y no había notado
cuando Elin se acercó de puntillas al lado de la cama y jugueteó con el relicario.
La arena se deslizaba de las botas del guardia mientras caminaba hacia ella.
El miedo la llevó al otro lado de la cama. Baja la cabeza. No mires. No digas nada. El
guardia la siguió, sin preocuparse por Thane, suponiendo que estaba en un estado de
locura inducido por la lujuria de alcanzar a Kendra.
—Parece que alguien necesita otro recordatorio acerca de cuál es su lugar. —Sus
fuertes manos se envolvieron alrededor del brazo de Elin, seguramente magullándola.
Un quejido se le escapó. La arrastró hasta ponerla de pie—. Estaré encantado de…
Mmm.
Quizás Thane sí estaba listo para una rebelión al completo, después de todo.
Sin la barrera, la luz del sol brillaba desde arriba, enfocándolo. Las motas de
polvo realizaban un ballet salvaje a su alrededor, como para celebrar el nacimiento de
la venganza.
¡Oh-oh! Debió haber dicho las palabras en voz alta. Se centró en ella, la niebla
había desaparecido de sus ojos... ojos de un brillante azul eléctrico, incomparablemente
hermosos y tan cargados y turbulentos que podía sentir el crujido de ellos recorrerla
hasta los huesos.
—Quédate aquí, y estarás a salvo —dijo con los dientes apretados—. No corras.
Te alcanzaré y no creo que te guste el resultado.
—N-no me amenaces.
Cuando llegó a la tienda de Kendra, quitó el bloqueo con un solo tirón brutal.
La sangre goteaba de sus ojos y su nariz, y luego... luego su cabeza cayó hacia un
lado. Sus movimientos cesaron y Thane la dejó caer.
Elin luchó contra una súbita oleada de pánico. La sangre... sangre... no mucha,
pero suficiente. Mantén la calma. Encuentra un lugar feliz. En algún lugar. Cualquier otro
lugar.
Elin gritó angustiada. Entonces Thane cuadró sus hombros, extendió sus alas -tan
largas, tan gloriosas, arte en movimiento- y giró con una espada de fuego que se
materializó en una mano y una espada corta en la otra.
Los fénix avanzaban demasiado rápidamente para dar marcha atrás y evitar el
impacto.
Había sido testigo de tanta devastación antes, el día en que su padre y su marido
fueron asesinados por los mismos hombres que estaban siendo desmembrados. La
única razón por la que Elin se había salvado era su madre. La hermosa Renlay había
acordado volver al campamento como criadora, durmiendo con quien el rey deseara,
de modo que ella daría a luz guerreros de pura sangre para el resto de su miserable
vida.
Un brazo estaba volando por el aire -sin estar unido a un cuerpo. Un pie pronto
se le unió. La poca calma que había logrado conservar la abandonó como una nube de
humo y se encorvó para vomitar.
En un intento desesperado por detener a Thane, el último soldado lanzó una bola
de fuego contra él. Un movimiento muy tonto. La creación del proyectil drenó el resto
de la fuerza del hombre.
Thane la esquivó con facilidad, sus alas chasquearon juntas. Luego dio un paso
hacia adelante, sólo para desaparecer de la vista. Debía de haber entrado en el reino
espiritual, haciéndose invisible para los ojos sin dones. Unos segundos más tarde,
como si hubiera volado en la distancia, reapareció justo frente al culpable.
Al otro lado del camino, una tienda estalló en llamas. Mierda. La bola de fuego
no se había extinguido. El humo se elevó por el aire, espeso y oscuro yendo a la deriva
hacia ella, le picaban los ojos y la nariz. Sin embargo, se quedó donde estaba, tal como
le había ordenado. Que la rabia y la sed de sangre de Thane se desvanecieran pronto
-por favor, que se hayan desvanecido- y la recordara. Él…
Giró sobre sus talones para mirar hacia atrás con una expresión sombría, con
satisfacción maníaca. Los dedos se le helaron por el temor que se deslizaba a través de
ella. ¿Este es el hombre en quién voy a confiar para que me acompañe de vuelta a la
civilización?
Antes de que pudiera dar un paso adelante -¿Se iba ella realmente a acercar?- Dos
Heraldos aparecieron en el campamento, reclamando la atención de Thane.
Rastreadores expertos... asesinos a sangre fría. Los hombres eran tan altos como
Thane, e igual de musculosos... e intimidantes. Quizá más. Parecían funcionar inmersos
en un temperamento de echar espuma por la boca.
Le recordaban lobos rabiosos.
Tan silenciosamente como le fue posible, se movió hacía un lado, lejos de los
hombres. Si ella llamaba su atención...
Cuidado...
Otra centímetro...
Se congeló cuando Thane apretó el hombro del tipo a su izquierda. Uno con la
piel bronceada veteada en oro y brillantes ojos multicolores con determinación
violenta.
Los tres guerreros se inclinaron unos hacia otros, formando un círculo privado
que ardía por la emoción -una dulce emoción que la asombró. Alegría. Alivio. Pena.
Amor. Tanto amor. A pesar de todo lo que había pasado, lo peor del miedo se alivió.
Elin giró, buscando cualquier signo de la presencia del trío, sin encontrar
ninguno. Perfecto. Barrió el área circundante, recogiendo las cosas que necesitaba: Una
cantimplora de agua, una manta y una bolsa para llevar comida.
Elin debió hacer ruido. La mirada de Neón la golpeó con la intensidad de un rayo
láser. Jadeando, dejó caer el bulto y retrocedió. Camino hacia ella, moviéndose
alrededor de la pared de muerte. El grito, finalmente se abrió paso... y... nunca... se
detuvo. Dolores agudos le devastaron la garganta cuando la laringe ya dañada protestó
por los nuevos abusos.
—Mujer.
Seguro.
Sí. Inspiración profunda… expiración… Sí, estaba a salvo. Él lo había dicho y los
Heraldos no podían mentir.
Él le trazó con sus pulgares una curva sobre los pómulos -más contacto, incluso
mejor que antes- cada célula del cuerpo inesperada y apabullantemente le cobró vida,
capturada por la atracción magnética de él... para llegar a él, desesperada, hambrienta...
Lo siento mucho, Bay. Me prometí a ti para siempre y ahora estoy reaccionando a otro
hombre. Soy como el lodo. No, soy peor que el lodo. Aunque todo lo que quería hacer era
estar más cerca, se obligó a retirarse de agarre de Thane.
—Tienes dos opciones, mujer —dijo con el ceño fruncido—. Regresar con los
humanos y a la posibilidad de ser cazada y torturada por los fénix. O venir conmigo al
tercer nivel de los cielos y trabajar en mi club, donde puedo tenerte vigilada.
Su ceño se profundizó.
—Nos entenderemos.
Su mirada se agudizó.
¡Qué!
—No soy un ángel. —La agarró por la cintura –aferrándola- y la pasó a Neón—.
Encárgate de que llegue allí. —Entonces él desapareció, poniendo fin a la conversación.
Ayer por la noche, treinta y ocho prisioneros fénix se regeneraron, el más antiguo
y más fuerte primero. Dos aún estaban reformándose, y podrían haber llegado a una
muerte definitiva.
Uno a uno, Thane había acarreado con cada guerrero hasta el patio frente a su
club... y los había estaqueado al suelo. Manos, hombros, pelvis, rodillas y tobillos. Se
había asegurado de que todas las cabezas estuvieran apoyadas en una piedra... para
que cada guerrero pudiera presenciar el sufrimiento de sus amigos.
Los fénix no morían rápidamente. Como hijos de los Griegos, eran inmortales.
Durante semanas, puede que meses, morirían por el hambre, por el sol abrasando su
carne expuesta, con los cuervos picoteando constantemente sus ojos y, después, sus
órganos. Y cuando los guerreros finalmente sucumbieran ante el dulce olvido de la
muerte, se regenerarían, y Thane estaría allí para repetir todo el proceso.
El problema era, que esto alteraría a Zacharel, el líder del Ejercito de la Desgracia.
El líder de Thane. Eso enfadaría a Clerici, el nuevo rey de los Heraldos, el jefe de
Zacharel, porque Thane estaba abusando de la reforma de la ley -no matar, a no ser que
haya captura- no actuando en un esfuerzo por proteger a los demás de la misma suerte,
sino por pura venganza. Esto defraudaría al Altísimo, el comandante de todos ellos.
A sus chicos.
Pero no podía dejar que los fénix se fueran, tampoco. No hasta que su
sufrimiento borrara los odiosos recuerdos que le habían dado.
A él le gustaba sangrar.
A medida que pasaban los días en esa terrible prisión, Thane nunca fue tocado.
Él lanzó amenazas e insultos, pero los demonios se rieron sin temerle. Suplicó,
desesperado por apartar la atención de los otros hombres, pero los demonios le
ignoraron.
La frustración...
El odio...
La rabia...
La suave voz de Xerxes llegó desde dentro del cuarto de baño, confortándolo.
¿Le pertenecía a uno de los guerreros estaqueados fuera, o quizás a uno de los
soldados que salió a cazar con el nuevo rey?
¿Cómo había ayudado a Thane? Los recuerdos estaban nublados. ¿Por qué le
había ayudado?
Ahora mismo, era muy consciente de ella. Demasiado... embelesado por ella. Le
hacía sentirse suave, protector y tierno, algo que no sólo no le gustaba; era algo que
despreciaba. Y sin embargo, el deseo sexual nunca había sido tan intenso. Las ganas de
tirarla al suelo y asolarla casi le cegaban.
Un gruñido le subió desde el fondo del pecho. El instinto le exigía que destruyera
todo lo que no comprendía. Lo que no entendía, no podía controlarlo.
Pasaba.
Una vez, una mujer gritando lo habría excitado. ¿Ahora? ¿Cuándo la esclava lo
hizo? Sólo experimentó rabia.
Ahora por lo menos comprendía porque su voz era tan ronca. En algún momento
de su vida, ella había gritado hasta tal punto, que había dañado permanentemente sus
cuerdas vocales.
—He puesto guardias alrededor del patio. —La declaración de Bjorn le sacó de
sus pensamientos. El guerrero entró en el cuarto de baño detrás de Xerxes—. Nos
avisarán cuando alguien muera.
—Siempre iremos a por ti. —Xerxes se acercó y cerró el grifo del agua—.
Escuchamos sobre un Heraldo que estaba causando estragos en un campamento fénix
hace una semana, y de esa manera nos quedamos en la zona, buscándote. Pero te
habían escondido bien. Si no nos hubieras dicho dónde estabas...
Todos los Heraldos podían dirigir sus pensamientos a las mentes de sus
hermanos, por lo que, en el momento en que Thane había recuperado la razón y se
había dado cuenta de su posición, había utilizado la conexión mental para gritar
pidiendo ayuda.
Se cubrió con la tela alrededor de la cintura, una lanza de ira cortando a través de
él. Kendra le había vestido con un taparrabos y obligado a desfilar por su pueblo, un
objetivo para cualquier caricia ocasional.
Xerxes asintió.
Él había diseñado el espacio para las mujeres con las que se acostaba. Y sin
embargo, nunca había permitido a ni una sola mujer dentro. Ni siquiera a Kendra.
Una noche fatídica. Justo antes de que Kendra muriera y resucitara de sus
cenizas, esclavizando eficazmente a Thane, sus amigos y él habían luchado con un
nueva raza de demonios. Sombras que se escabullían a lo largo del sucio y agrietado
hormigón, con hambre de más sufrimiento humano... hambre de carne.
Bjorn había sido herido, la herida rezumando una especie de baba negra.
Después había desaparecido.
Thane y Xerxes habían estado frenéticos, pero antes de que pudieran buscar al
guerrero -la otra pieza de sus corazones- Kendra había abierto los ojos y le había
ordenado a Thane viajar al campamento fénix.
—No puedo decirte lo que pasó, o explicar lo que me ocurrirá en los siguientes
meses —dijo finalmente Bjorn y Thane oyó el tormento en su voz—. He jurado guardar
secreto.
Se tragó una maldición. Los Heraldos nunca rompían sus votos. Físicamente, no
podían. Ni siquiera si se degeneraban como ellos. Thane conocía a Bjorn, y sabía que su
amigo nunca hubiera ofrecido uno a menos que aquellos a los que amaba hubieran
sido amenazados.
Éste era otro crimen que poner en la puerta de Kendra. Si Thane hubiera estado,
podría haber encontrado una manera de salvar a su amigo de su actual destino.
Tengo que hacer algo. Cualquier cosa que afectara la felicidad de sus amigos
afectaba a la suya.
—¿Se ha encontrado a los demonios responsables de la muerte de Germanus? —
preguntó, expresando el segundo tema más importante. Antes de Kendra, cazar a los
seis demonios que habían tendido una emboscada y decapitado al rey de los Heraldos
había sido su único deber y su mayor privilegio.
Había tanto que hacer. Buscar respuestas para Bjorn. Encontrar a los demonios.
Castigar a los fénix. Hablar con la esclava.
Sobre todo, esperaba con interés esto último, y eso le molestaba. Anhelar una
interacción con una mujer específica era lo mismo que desear una comida específica.
Comería y la degustaría, pero entonces la terminaría.
Una fuerte lanza de... algo... lo atravesó -no era pesar, no era posible que fuera
abatimiento- pero se obligó a asentir. La evitaría. Y sería sencillo. Dentro de una hora,
habría olvidado incluso que estaba aquí.
—No tengo que preguntarte lo que has estado haciendo en mi ausencia, Xerxes.
Obviamente, has estado perdido sin mí.
¡Aja!
Divertido el hombre.
—Te hago saber que tengo unos pies hermosos.
—Si vas a ponerte poético sobre la gran belleza de tus dedos del pie, voy a tener
arcadas. —Xerxes se agarró el estómago con fingido disgusto.
—Oh, deditos —dijo Thane, su voz suave pero dramática—. Tales dulces
obsequios. ¿Cómo enviáis a tantas mujeres... al fragor?
—¿Cómo hemos llegado a este tema, de todas formas? El día que aprenda a tejer
será el día en que ambos pongáis un puñal en mi corazón.
Ésta. Ésta era la razón por la que Thane amaba a estos chicos. La fácil
camaradería. Las bromas. La aceptación.
—De acuerdo —dijo sonriendo en toda regla—. Pero, ¿qué debemos hacer si
aprendes cestería?
—¿Te lo puedes creer...? Es tan... Guau... Nunca había visto algo tan maravilloso.
¿Tengo lágrimas en los ojos? Creo que estoy llorando.
Elin estudió a las cuatro mujeres que se presionaban contra la única ventana de la
gran y extrañamente decorada habitación que iban a compartir. Octavia la vampiresa,
Chanel la fae, Bellorie la arpía, y Savanna Rose -Savy- la sirena.
Cuando era una niña, la madre de Elin le había enseñado él Quien es Quien de
las Diferentes Razas Inmortales.
Los fénix y los fae eran enemigos naturales, porque los fae descendían de los
Titanes -gobernantes del nivel más bajo de los cielos, este nivel- y los fénix eran
descendientes de los Griegos -los antiguos gobernantes del nivel más bajo de los cielos.
Los Vampiros tenían una mezcla de ADN Griego y Titán, y a pesar de la opinión
humana, no estallaban en llamas -o brillaban- cuando se exponían al sol. Y a diferencia
de las otras razas, no habían elegido vivir en la clandestinidad. Eran los gloriosos
perros de Mitopía.
Mitopía: Era el segundo nombre que Elin había elegido para el mundo de los
inmortales. ¿El primero? Villajodi.
Las sirenas eran reservadas, normalmente sólo salían de sus cuevas con vistas al
mar una vez al año para seducir y matar a humanos inocentes.
Bjorn, alias Arcoíris, había encontrado a la Fae rubia, de ojos azules cuando era
una niña, después de que sus padres la hubieran expulsado de su reino, Séduire, por
razones que Chanel se negaba a contar.
Con pasos vacilantes -¿era un truco?- Elin acortó la distancia. Las chicas hicieron
sitio para ella, y de repente estaba mirando la más hermosa puesta de sol. Rosa y
purpura se derramaban a través de una interminable extensión de oro y azul. Las
nubes estaban en el proceso de afinarse y romperse, mechones de color blanco que
formaban un intrincado juego conectando los puntos.
—Más allá de maravilloso. —Nunca había visto el cielo tan cerca y en persona.
—No creo que estemos viendo lo mismo —dijo Octavia. Thane había rescatado a
la bomba morena de los humanos decididos a travesar su latiente corazón con una
estaca gigante—. Como plasmaterian, creo que es encantador. Y mágicamente
delicioso. Pero dudo que compartamos los mismos gustos. Baja la mirada, pétalo.
¿Pétalo? Era mejor que “Sierva”. Miró hacía abajo -y gritó. Fénix tras fénix se
alineaban en el patio frente al club, cada cuerpo anclado por distintas estacas. La
sangre goteaba de cada una de las víctimas, creando infinitas piscinas rojas.
Elin apretó el puño contra la boca para evitar que otro grito se le escapara.
Mientras el estómago se le revolvía, se apartó de la ventana.
“La mayoría de las razas inmortales son despiadadas”, le dijo su madre una vez. “Son
depredadores cuyos instintos han sido perfeccionados por una única espada... la supervivencia
del más apto. Recuérdalo. Y si alguna vez no estoy para protegerte, no confíes en nadie y
utilízalos a todos. ¿Lo comprendes? Es la única manera en que sobrevivirás”.
—Una cosa está clara, chicas —dijo Bellorie, alejando a Elin de ese oscuro lugar
hacia el que había estado corriendo—. Tenemos que llevar botas de lluvia la próxima
vez que abandonemos el club.
—El bicarbonato sódico y el vinagre pueden funcionar con las manchas de sangre
—siguió la chica alegremente—, pero no funcionan en los charcos de sangre.
—¿Crees que Thane saludará a todas las putas de fuego con una estaca a partir
de ahora? —Savy era la más joven del grupo, y la más exquisita, con su pelo negro
azulado, ojos dorados y piel color café con leche. Una vez había ayudado a Thane, “el
hombre encantador”, durante una misión, y la había recompensado con una casa y un
trabajo.
¿El hombre encantador? Era difícil para Elin conciliar al magnánimo Thane que
estas chicas habían descrito con el frío y distante Thane que la había empujado a su
amigo, desapareciendo, olvidándose de ella, y luego, oh, sí, decorando el camino de
entrada con seres vivos.
Las acciones eran más importantes que las palabras. Por lo tanto. Éste, pensó, era
el más fiel reflejo de él. No había dudas. Se estremeció, horrorizada. Thane podría
hacerle esto a ella, si se lo cruzaba.
¿Podría? ¡Ja! Él era como un rayo. Hermoso de mirar, pero peligroso y mortal. A
la primera señal de tormenta, la golpearía.
—Sí. Probablemente —dijo finalmente Bellorie—. El visor de la venganza pintará
objetivos en todas sus espaldas.
Bien, eso lo sentenciaba: Thane no podía saber sobre el linaje mixto de Elin.
Una por una, se giraron hacía ella. Sus expresiones iban desde la piedad hasta la
resignación.
—Siempre ha sido brutal cuando se trata de sus enemigos. Quiero decir, hemos
escuchado los resultados de algunas de sus sesiones de tortura a los demonios —
respondió Savy—. Confía en mí, un Heraldo sabe cómo trabajar con un cuchillo.
—Y un martillo.
—Y una sierra.
—Y un arco y flecha.
—Pero nunca había hecho nada tan violento a tantos al mismo tiempo —terminó
Savy—. Por lo menos, no que yo sepa.
—O le mientas.
—O le traiciones.
Elin tragó una bocanada de ácido. Una vez le corté con un cristal.
Decidió en ese momento y allí que iba a ser una buena empleada, él nunca
tendría ningún motivo para castigarla... o hablar con ella... o notarla de ninguna
manera.
—O armario.
—O la mesa de la cocina.
—O el suelo.
Si él no podía vivir al máximo, ella tampoco viviría al máximo. Lo justo era justo.
Como sea. Una mujer tendría que estar en coma para pasar por alto a Thane y su
erección.
Interesante apodo.
—Él duerme con su personal —le lanzó Chanel a Elin—, pero sólo en muy raras
ocasiones. Y una vez que ocurre, la chica desaparece. Nunca vuelve a trabajar aquí. Ni
siquiera vuelve para tomar una jodida copa… porque siempre tendrá la entrada
prohibida al joder en el local.
Sí. Intenta ser esa chica. La única cuya madre había roto la nariz de una niña por
haberle pegado a su preciosa hija un resfriado.
Renlay podía haber vivido entre humanos, pero nunca había sido completamente
domesticada.
Cuando Elin se había dado cuenta de que las cosas con Baylor Vale eran serias,
había sugerido el matrimonio, a pesar de lo jóvenes que eran. Él la amaba más que a
nada, le había dicho, y felizmente se la llevó a Las Vegas. Tres meses después, él estaba
muerto y ella esclavizada.
Savy y Bellorie se rieron de ella, con total firmeza. Chanel negó con la cabeza y
suspiró, su incredulidad obvia.
—Todas en esta habitación se cuidan de una seria señora metedura de pata por
él.
Bien.
La chica siguió:
—Noche tras noche lo verás entrar en el club, elegir a una mujer para la noche, y
seducirla al interior de su habitación especial. También tú serás seducida, pétalo, te lo
aseguro. No vas a preocuparte de lo que le gusta hacer allí. Sugerencia: Las cadenas
están involucradas. Empezarás a desear una invitación que sabes que nunca te llegará.
Espera.
—Los chismes es otra cosa que Thane aborrece. Así que, tú sólo tendrás que
descubrirlo por ti misma. Y lo harás. Algunas mañanas, tendrás que ir allí a limpiar la
habitación y a la mujer que ha jodido.
—Ninguna ofensa. —Elin no estaba preparada, y no podía negar que era poco
agresiva y predispuesta a dar abrazos.
—¿No? —dijo de nuevo Savy—. Bien. Esta noche simplemente serás nuestra
sombra, vas a aprender a tomar los pedidos y como tratar con los ingobernables
clientes. Por supuesto, eso significa que nosotras conseguiremos todas tus propinas. El
dinero, el oro. —Suspiró con un placer soñador—. Y las joyas.
—Cuéntame más.
—No estoy buscando una relación —les aseguró—, así que no me iré con nadie.
Buen punto.
Chanel se puso las manos en las caderas y estudió a Elin con más atención.
—Si conozco a los hombres, y lo hago, por así decirlo, ¿realmente jodidamente a
la perfección? Tú apelas al tipo protector. No eres una gran belleza, pero hay algo en
ti... una vulnerabilidad, tal vez. Van a querer protegerte.
No se sintió ofendida por el comentario de “no eres una gran belleza”. Había
llegado a enfrentarse con su condición de feíta hacía mucho tiempo y lo compensaba
con una infernal personalidad. O al menos eso era lo que le gustaba pensar.
Cualquier cosa para acabar con el tormento que escondía tan bien, incluso a sí
mismo. Hasta que bajaba la guardia…
Bueno, suficiente. Tomaría una amante hoy, decidió. No lo había hecho desde
que regresó del campamento fénix y sentía los efectos de la abstinencia. Se agotaría tan
completamente, que no tendría fuerzas para moverse cuando llegara la siguiente
pesadilla.
Bjorn resopló.
—Si alguien va a ser el rey en una fiesta de graduación —dijo Thane con voz
severa—, ese voy a ser yo. Mira esta cara. Es una mina de oro.
—Odio decírtelo, chico ángel, pero incluso en las atracciones de circo secundarias
hay caretos lucrativos.
Thane lo sacó de la cama con una patada. Batacazo. Xerxes se echó a reír mientras
Bjorn volvía a subir farfullando.
Bjorn cruzó los brazos sobre el pecho y entrecerró los ojos hacia Thane.
Pero, vale. De acuerdo. Daba igual. Como dice el dicho: Si vas a Roma, haz como
los romanos… o, en su caso, cuando vas a las nubes.
Las nubes. Puf. A pesar de que a Elin ahora le molestaba el sonido ¡plaf!, y caída
era prácticamente una palabra maldita, se había convencido a sí misma para explorar el
patio trasero. Allí, se había encontrado un jardín con la necesidad de un montón de
tiernos cuidados y se había pasado horas arrancando hierbajos, una tarea que solía
hacer con su madre en Harrogate, antes de que su familia se mudara a Arizona.
Había sido agradable, pero... ¿Cuánto tiempo debía quedarse aquí? ¿Unos meses?
¿Un año?
No, unas pocas semanas como mucho. Cuanto más tiempo se quedara, más
posibilidades tenía Thane de descubrir sus orígenes.
Pero había una ventaja en esperar. Si estuviera sola, el rey fénix seguramente la
atraparía, luego la torturaría para obtener información, dispuesto a todo para descubrir
lo que Thane había hecho con su gente.
Suspiró, odiando la idea de una vida en el limbo, con sus objetivos una vez más
aplazados. Pero al menos, de momento, estaba a salvo. No era golpeada por decir la
verdad… o cualquier otra cosa… y no era encerrada en una jaula por algún delito
imaginario, o enterrada en la arena, donde las hormigas de fuego podían morder la
única parte de cuerpo expuesta, que siempre resultaba ser la cara. No era tratada como
un animal debido a su sangre humana.
Era alimentada con regularidad, tenía el acceso a una televisión, una sala de
juegos y un ordenador -con una conexión a Internet sorprendentemente buena,
teniendo en cuenta lo alejado del lugar- y podía pasar el tiempo con cuatro de las
mujeres más entrañables del cielo, cada una de ellas recordándole a su querida madre
de alguna forma.
Elin sonrió cuando recordó una conversación que las chicas habían tenido
anoche.
Bellorie: De todos modos. Él me besó, sólo para retirarse y murmurar una disculpa. Dijo
que creyó que era su esposa, porque me parezco a ella. Yo le di un rodillazo en los huevos y le
llamé mentiroso e hijo de un troll. Entonces él me dijo que sonaba igual que su esposa.
Octavia: Apuesto que le dijiste que trajera a la mujer con él la próxima vez que visitara
el club, porque ella tenía que ser la hembra más inteligente e ingeniosa del mundo.
Pero las chicas eran más que hermosas… y más que conscientes de esa belleza.
Eran amables, adictas al peligro desinhibido, y muy competitivas. Se tomaban muy en
serio su liga de “Esquivar Rocas”, que era exactamente como sonaba. El juego del balón
prisionero pero con rocas.
Practicaban todos los días. Prácticas extremas, por cierto. Corriendo en busca de
resistencia. Lanzando sus cuerpo contra las losas de hormigón para aumentar el
umbral del dolor. Surcando complicadas carreras de obstáculos mientras esquivaban
los proyectiles que las otras chicas les lanzaban. Cosas como cuchillos, estrellas de
metal y martillos.
Elin apenas sobrevivía a las prácticas -aun cuando por el momento, sólo se le
permitía mirar.
Un ruido de platos la sacó de sus cavilaciones.
La mente en el juego. Bien. Esta noche, tocaría una banda en vivo y el grupo de los
cinco Heraldos -Espiral de Vergüenza- estaban montándolo todo. Elin se encontró con
que la mirada se le desviaba constantemente al cantante.
Pronto trabajaría sola en las mesas por primera vez. Y podía hacerlo. Sabía que
podía. Había aprendido mucho. ¿La lección más importante? Descubrir una
especialidad y atenerse a ella. Todas las chicas tenían una.
A las chicas nunca parecía importarles cuando les pellizcaban el trasero o eran
tiradas sobre los regazos, o cuando unas manos masculinas viajaban a algún sitio que
no deberían. Y mientras que Elin ansiaba el contacto, no ansiaba que la vapulearan, y
no sería capaz de fingir lo contrario. Lloraría o se pondría frenética y los clientes se
ofenderían. Perdería su (probablemente sustancial) propina y enfadaría a Thane. Por lo
tanto, sería mejor para todos si detenía todas las posibles tentativas.
Al parecer, Kendra había intentado incendiar todo el edificio antes de que Thane
la devolviera al campamento, pero Adrian, el feroz jefe de seguridad de Thane, había
logrado contener los daños.
Él era inmortal. Irradiaba demasiado poder para ser humano, las oleadas de ello
acariciándola la piel siempre que él se acercaba, asustándola. Pero no estaba
exactamente segura de qué tipo de inmortal era.
—Mucho —contestó finalmente. Tan fuerte como él era, podría despreciarla por
solicitar su ayuda. O, como los fénix, podría volver sus miedos y debilidades contra
ella.
—No tienes por qué estarlo. Thane no permite que las personas bajo su
protección sean heridas sin sufrir graves consecuencias. Lo que quiere decir, que yo
tampoco. Sólo un idiota te atacaría.
—La gente nunca olvida mis consecuencias, borrachas o no —dijo él—. Me han
pedido que cuide bien de ti, y voy a hacerlo.
—Gracias. ¿Pero quién te pidió que cuidaras bien de mí? —¿Había estado el
ausente Thane pensando en ella, y dando órdenes en su favor?
—Xerxes.
Oh. No cederás más ante la decepción. ¡Sobre todo cuando no había ninguna razón
para tal emoción! Xerxes, y ahora Adrian, velaban por ella. Para una antigua esclava,
era un sueño hecho realidad.
—Tengo que advertírtelo —dijo—. Diré algo incorrecto esta noche. Los tipos
asumirán que mi trasero es parte del menú y no seré capaz de contenerme. Las peleas
estallarán, y en el momento que lo hagan, me encogeré en una pelota y me chuparé el
dedo.
Por el rabillo del ojo, descubrió a tres machos fae entrar en el club, cada uno con
el pelo rubio y los ojos azules característicos de su raza, vestidos con tops de plumas de
colores y pantalones ajustados.
Por fin la banda tocó su primera canción. Una canción de amor. En realidad, una
canción sexual, y la dulce imaginación y la carne de gallina le estallaron sobre cada
centímetro de piel. El cantante -¿cuál era su nombre?- tenía la voz de un seductor nato.
—No seas odiosa. Ellos son sólo mierdásticos para ti… y todos los demás. Pero
no hay necesidad de que ninguna de nosotras se encargue de ellos. Tenemos que
lanzar a nuestra pequeña E de cabeza y ésta es la mejor forma. —Su mirada se posó en
Elin—. Los fae son unos asiduos. También son pretenciosos y exasperantes. La mayoría
de nosotras no ha conseguido de ellos más de diez miserables dólares de propina. Si
consigues un centavo más, te daré todas las joyas que gane esta noche.
Elin se frotó mentalmente las manos. ¿Apoderarse de sus joyas? Sí, por favor. Sus
ahorros empezarían con una explosión.
—Si pierdes, tendrás que servir a esos fae durante el tiempo que te quedes. Sin
excepciones.
¡Capullos!
—¿El nuevo rey y reina quieren hacer qué? No, deben ser detenidos.
Por favor. Fingiendo que ni siquiera estoy aquí. Esto va a ser divertido.
Se puso rígido y le apartó el brazo con tanta fuerza que ella se tambaleó hacia
atrás.
—Tomo nota —logró chirriar por encima del creciente nudo en la garganta.
Correr. Ahora.
Ellos miraban fijamente a Adrian con el terror reflejado en sus ojos cristalinos.
El tipo más cercano a ella parecido parpadear mil veces antes de decir:
Ella levantó la mano para apuntarlo, sólo para recordar que el bolígrafo y el
papel no estaban permitidos. Eran “demasiado humanos”. Debía memorizar cada
pedido y anotar en consecuencia sin preguntar.
—¿Y tú?
Se acordó de la única advertencia seria que Bellorie le había dado esta mañana.
“No pruebes la ambrosía. Es un brebaje inmortal y morirás”.
—¿Y tú?
Genial.
—Por supuesto. No se dar malas sorpresas. —Se alejó un paso, esperando toparse
con Adrian… pero él ya no estaba detrás. Frunciendo el ceño, regresó a la barra. ¡Vaya
mierda! Bellorie se había largado.
—Pongas lo que pongas en la tercera copa, decórala con una sombrillita de vivos
colores encima. —Eso era una “buena” sorpresa, ¿no?
El bombón tatuado de pelo rosa la fulminó con la mirada antes de servir las tres
copas. Y no añadió la sombrillita.
—¿Cómo se supone que voy a saber cuál es cada bebida? —Todo el líquido era
negro.
—Supongo que el tal Merrick es el cantante —dijo cuando Bellorie se acercó a ella
para tramitar un pedido.
—Sí, por supuesto. Recoge corazones femeninos sólo para poder romperlos.
—Así es la vida.
—Bueno, esa no tiene porque ser mi vida. —Elin regresó con cuidado junto a los
fae, abriéndose camino entre la muchedumbre sin derramar una sola gota. Los
murmullos se elevaban y mezclaban, añadiéndose al ya caótico calidoscopio de ruido.
¡Cierra tu gran bocaza! casi gritó mientras buscaba a Adrian. ¿Lo había él
escuchado por casualidad? Cuando vio que estaba en el otro lado de la estancia,
distraído, se liberó del agarre del fae con un tirón. Era más fuerte que ella, obviamente,
y podría haberla sujetado sin que hubiera sido capaz de hacer algo al respecto, pero la
dejó ir.
Las risas siguieron a la declaración, y a ella casi le dio un infarto. Estos gilipollas
de grado superior podían arruinarla.
Sin duda, había perdido la apuesta, pero no lo lamentaba. Una chica muerta no
podía vivir sus sueños.
—No, en serio, ¿qué tan bien lo conoces? Porque llevo aquí menos de una
semana y me gustaría aprender más sobre él.
—Si sobrevives otra semana, juraré mi vida a mi nuevo rey y reina sin una sola
objeción.
Crisis evitada.
Era la primera vez que lo veía desde la MDF, la Matanza De Fénix, y le robó por
completo el aliento. Llevaba una larga y prístina túnica blanca que debería haber
ocultado su fuerza, pero que de algún modo, sólo acentuaba cada deliciosa elevación
de músculos que poseía. Unos inocentes rizos rubios enmarcaban la impía belleza de
su cara, un salvaje contraste suficiente para intrigar al más muerto de los corazones.
Sus ojos color azul eléctrico exploraban el mar de clientes, sólo para detenerse
bruscamente sobre Elin. Como si fuera encendido por un fósforo, su expresión se
calentó.
—Thane —susurró, y su mirada regresó a la cara. ¿El calor que había visto antes?
Nada comparado con esto. El fuego quemaba, incluso desde esta distancia.
Una fuerte exhalación le vació los pulmones. Había sido despedida. Y con jodida
facilidad.
No es justo, pensó ella, con un anhelo que no podía negar, ni siquiera ahora.
Y no había razón para tomar nota mental de esto, ya que ya había decidido no
tocar a Thane, o dejar que la tocara, nunca.
Él reanudó su paseo por el club, parando ante una mesa de arpías. Elin no pudo
distinguir las palabras que se dirigieron, pero lo que fuera que él dijera después de las
presentaciones provocó que cada una de las mujeres le mirara con la boca abierta.
¿Había emitido alguna amenaza de muerte? Su expresión era dura, decidida.
No una amenaza de muerte, sino una seducción. Una lanza de algo caliente se
clavó en medio del pecho de Elin. ¿Ira? ¿Celos? ¿Una mezcla de ambos? Sí, justo en el
clavo.
¿A su habitación especial?
Elin agarró la bandeja con tanta fuerza que la placa se rajó por el centro.
Sorprendida, miró hacia abajo a las dos mitades irregulares. ¿Estaba tan celosa?
No, imposible. No conocía al hombre, y ciertamente no lo quería para sí.
Él no le importaba.
Francamente, no era nada más que un medio para un fin. Un escalofriante medio
para un fin, por cierto. El estúpido de Thane era libre de tener a su estúpida arpía, su
estúpida vida amorosa, su estúpida habitación y su estúpido placer.
Lo olvidaría con tanta facilidad como él había escogido a esa asquerosa arpía.
¿Insultos? ¿Quién eres tú? La rubia probablemente era tan dulce como el
caramelo, una ama de casa divorciada que sólo buscaba una noche de diversión para
dar impulso a su autoestima después de que su marido la engañara con la vecina de al
lado.
Ánimo, Vale. Tienes a unos esnobs fae que encandilar y unas joyas que ganar.
Bueno, eso no funcionaría para Elin. Tenía que haber otra forma.
Mientras pensaba en ello, los ojos se le agrandaron. Había otra forma. Esto podía
meterla en serios problemas con Thane, pero en estos momentos, no le importaba.
No es que le importara. No era como si alguna vez fuera a volver a hablar con
ella.
Apretó la mandíbula. Sí, por supuesto. Al menos un poco. Durante años, había
traído a sus mujeres aquí, a la habitación adjunta a la suya. Allí era donde había
mantenido a Kendra.
Fue la primera, la única, la mujer con la que compartió habitación durante unas
pocas horas, y que había permitido sólo porque ella no había experimentado ningún
remordimiento después de que sus deseos depravados hubieran sido saciados. Sin
importar cuán duramente la había asustado… y dañado... Sin importar las cosas
horribles que le había pedido a ella que le hiciera.
Lo mismo que con la arpía. No le había satisfecho, aunque ella poseía un cierto
anhelo oscuro, demostrado cada vez que ella le había deslizado la punta de un cuchillo
por la piel, tal como le exigió, y sonreído mientras brotaba la sangre. Ni cuando la
había encadenado y había luchado para liberarse, irritándose las muñecas y los
tobillos, sus ojos muy abiertos, no sólo por el miedo, también con incierta anticipación.
Ni cuando él le había mostrado una gran variedad de armas y le dijo lentamente y en
silencio lo que iba a hacer con ellas, y sus lágrimas se habían deslizado por sus mejillas
en serio. Ni siquiera cuando había puesto sus palabras en acción, y ella había suplicado
clemencia... y más.
Sus gemidos no habían sido la pacífica y dulce música que él había esperado. Su
miedo no había avivado las llamas de la pasión, y su dolor no había apaciguado a la
bestia salvaje que tenía dentro.
¿Qué necesitaba?
Podría tomarla otra vez, más fuerte, más duro y finalmente, con suerte, agotarse,
pero se negaba a dormir con la misma mujer dos veces. Nunca más volvería a correr el
riesgo de ser esclavizado.
Oh, sabía que sólo había un puñado de mujeres como Kendra, capaz de
esclavizar a través del sexo, y todas eran fénix. Pero ¿y si la arpía tenía algún
antepasado con sangre fénix? ¿Cómo podía saberlo un hombre?
Además, ¿por qué tomar a la arpía por segunda vez cuando el cuerpo le
demandaba a otra mujer?
Había estado vestida provocativamente, sí, pero eso no debería haber afectado a
la situación. Desde la apertura del club, sus empleadas habían usado ese casi
inexistente uniforme. Era como el ruido de fondo que había, casi ni lo notaba. Y, sin
embargo, a la humana, la había notado.
¡No!
Qué extraño.
El pene le palpitó.
—¿No quieres... dormir conmigo? —preguntó ella, su voz pastosa por la fatiga.
Demasiado tarde.
Los pensamientos a los que antes no había hecho caso se alzaron. ¿Por qué había
accedido a estar aquí? Él no había utilizado el encanto, que una vez tuvo. Simplemente
había dicho: “Durante unas horas, te haré cosas que te harán gritar y te exigiré que me hagas
lo mismo a mí. Sólo que yo no voy a llorar. Yo te maldeciré, y te tomaré más duro de lo que crees
poder soportar. ¿Aceptas o no?" Había aceptado más rápidamente que cualquier otra
mujer lo había hecho. No había necesitado ningún otro aliciente. Con sólo el más
mínimo estímulo, sus amigas habían estado de acuerdo, también. Ellas habían gemido:
“Suertuda”, mientras que se ponía de pie.
—Dormir juntos no era parte de nuestro acuerdo. —Jamás había pasado toda una
noche con una mujer, y nunca lo haría. El sueño lo dejaba vulnerable. ¿Y tener a
alguien tan cerca? No. Los sueños que tenía eran demasiado violentos, las reacciones
decían demasiado. Podía matar a su pareja sin darse cuenta.
Volvió a ella y le desabrochó los grilletes de los tobillos, luego las muñecas, con
cuidado de no rozarla. Alargó la mano hacia él, su brazo temblando. Retrocedió antes
de que pudiera tocarle. ¿Cómo podía ofrecer consuelo a otra persona cuando ni
siquiera podía ofrecérselo a sí mismo?
—¿Los pendientes a juego? —preguntó ella, antes de que su cabeza cayera hacia
un lado y el sueño la reclamara una vez más.
—Thane, amigo mío, estás lejos de estar satisfecho —dijo Bjorn—. De hecho, te
pareces a mí.
El hombre sólo toleraba el sexo, para olvidar el pasado, pero jamás con éxito.
—Lo que quiere decir es que te ves como un salvaje —informó Xerxes.
Para Xerxes, el sexo era una búsqueda de la comodidad que nunca había
encontrado realmente. Vomitaba después de cada encuentro, temblando por los efectos
de la intimidad.
—Por una vez, las apariencias no engañan. —Debería tener la cabeza despejada.
El cuerpo debería estar relajado. Una cierta camarera de pelo oscuro y ojos grises
debería haber sido exorcizada de la mente.
—Así que... ¿Alguien más se dio cuenta de la forma en que nuestra nueva
camarera miró a Merrick? —preguntó Xerxes, su tono de voz socarrona.
—No —dijo Bjorn. Con el tono tan ladino como el de Xerxes, agregó—: ¿Por qué?
¿Estaría mal si ella lo hiciera?
Había llegado la hora en que Thane sería castigado por sus pecados más
recientes... o expulsado de los cielos. Con un sudor frío sobre la piel, luchó por
controlar la respiración. No podía ser expulsado.
—Tengo que hablar con Adrian antes de que nos vayamos. —Y decirle al hombre
que jamás invitara de nuevo a Espiral de Vergüenza. Su música había perdido su
atractivo.
—¿Hablarás con Adrian sobre la humana? —Bjorn rió por primera vez en
semanas—. Me di cuenta de la forma en que la mirabas antes.
—Exactamente.
Se dirigió hacia el pasillo privado custodiado por tres vampiros a los que había
salvado de asesinos humanos hace siglos. Todos asintieron en reconocimiento al entrar
en un ascensor construido para hombres grandes con alas aún más grandes.
Las puertas se cerraron, y la caja descendió con una ligera sacudida. Unos
segundos más tarde, atravesó a grandes zancada la planta baja hacia el club, tomó una
esquina y entró en el bar. Todos los clientes se habían ido. Las luces se habían
atenuado, pero alumbraban, iluminando los espejos dorados de todas las paredes, las
sillas de cuero oscuro estaban colocadas sobre las mesas limpias.
Él frunció el ceño. Tal vez si había tal cosa como demasiado feroz. Porque en ese
momento, Thane habría arrancado la cara del hombre con sus propias manos.
—Bellorie y Savy hicieron una apuesta con la humana —dijo Adrian—. Si podía
conseguir más de diez dólares de un trío fae, ella se llevaría sus propinas de la noche.
En sólo una hora, consiguió mucho más.
¿Por qué? ¿Estaban los hombres ya tratando de ganar los favores de la humana?
El dolor se intensificó.
Adrian se alejó.
—¿Sobre qué?
—¿Dónde? ¿Cómo?
Adrian le contó que los tres clientes habituales fae la habían abrazado y olido,
para luego apartarla.
Era algo que las demás camareras soportaban todos los días. Algo que siempre
había pasado por alto y las chicas habían manejado. Pero en este momento, quería
cometer un asesinato.
—Los echaras por el borde de la nube la próxima vez que entren en el bar.
—No creo…
¿Por qué lo atraía de una manera que nadie jamás había hecho?
Diferentes tonos de rosa se difuminaron por sus mejillas, cada uno precioso,
absolutamente cautivadores.
El pánico llameó en sus ojos ensombreciéndolos con una ráfaga más gruesa de
humo antes de que ella bajara la vista a sus pies, bloqueándole sus emociones. Su
cautela y pánico en realidad apagaron el deseo.
—Soy Elin.
¿Por qué la duda? ¿Debido a que ella no quería que hiciera ninguna indagación,
encontrara a su familia y la despidiera?
Excepto, que la furia era como la gasolina vertida sobre él, y el temor era la
cerilla. ¿Ponerla en la línea de peligro? No. Aquí, podría protegerla. Aquí, podría
cuidar de ella del modo en que ella le había cuidado en el campamento fénix.
Se lo debía. Sí, esa era la razón por la que trataba de protegerla, cuando nunca
había hecho lo mismo por otro.
—¿Frost?
—Un nuevo medicamento que combate los efectos del veneno como el de ella.
—No tienes nada que temer de mí. Estoy agradecido, Elin —dijo—. Lo que
hiciste por mí...
Su boca se abrió.
Deseaba que ella le hubiera pedido un favor. Quería darle algo, cualquier cosa.
No. No es mi humana.
La valentía era bienvenida. La actitud, no tanto. Se pasó la lengua por los dientes.
Alguien le habló de sus preferencias sexuales.
El hecho de que ella lo sepa carece de importancia. No vas a seducirla. Su rechazo no tiene
importancia.
—Sé un poco sobre las relaciones, gracias —dijo, con tono remilgado—. Pero
tienes razón. Con quién lo haces no es de mi incumbencia.
Con quién, había dicho. No como. Ella no sabía los detalles. El alivio fue palpable.
Sin embargo, al vivir aquí, ella se enteraría. Y pronto. Cualquier comodidad que
tuviera con él cesaría.
—Bueno... verás... es algo así como esto. Les dije que... bueno, que tenías unas
cuantas estacas de más y que los clientes tacaños del bar recibirían invitación para
unirse a los fénix del jardín.
—¿Mentiste?
—Las chicas hicieron más dinero que nunca —mencionó Adrian. Todavía no se
había movido de su sitio—. Pero no estoy seguro de que tengamos clientes mañana.
—Además de los fae, ¿te ha dado alguien algún problema? —la preguntó Thane.
Quiero hacerle eso yo mismo. También quiero mordisquearle otras partes. ¡No! Cuadro
los hombros, las plumas de las alas se sacudieron.
—¿Elin?
Ella… estaba mirándole las alas, se dio cuenta. ¿Tenía curiosidad sobre ellas? ¿Se
preguntaba cuán suaves eran? Todo el mundo lo hacía. Él frenó el impulso de
desplegarlas con orgullo, para mostrarle cuán largas y fuertes eran. Para atusarlas e
impresionarla. En cambio, sacó una hacia adelante, más cerca de ella.
—Uh, hiciste una pregunta, creo —dijo ella, observando el movimiento con los
ojos muy abiertos—. Sí. Sí, la hiciste. Y era... Oh, sí. Básicamente, todos han sido muy
amables. —Mientras hablaba, alargó la mano hacia un parche dorado. Justo antes del
contacto, echó ambos brazos a la espalda y los mantuvo allí.
Frunció el ceño, sin gustarle tal reacción de ella. Era como si de repente hubiera
encontrado repugnante la idea de tocarle.
—Toca el ala.
—Ningún truco. Tienes mi permiso, el cambiante no. Pero no debes jamás tocar a
otro Heraldo de esta manera. O de cualquier manera. Ni siquiera a Bjorn y a Xerxes.
¿Entiendes?
Porque descubriría que la reacción a ella era la misma que había tenido con la
arpía en la cama, no es que la hubiera permitido que le tocara las alas. Cuando su piel
le había rozado, él había permanecido distanciado. Apático.
Esto era placer, se dio cuenta, aturdido. Placer sin una pizca de dolor.
El primer sentimiento real. Otra imposibilidad. ¿Sí? Y, sin embargo, todo lo que
había sentido antes había sido un débil subterfugio.
El color que tanto había admirado en sus mejillas desapareció, y se alisó varios
mechones de pelo detrás de la oreja con una mano temblorosa.
—¿Por qué?
Las manos eran sensibles, con muchos nervios. Oh, cómo debía haber sufrido.
Tiró de su mano una vez más y deslizó sus brazos detrás de la espalda.
¿Avergonzada?
E intolerable.
—No es como si le debiera algún tipo de lealtad. Esto lo hizo Kendra. Después de
que la trajeras de vuelta al campamento, pero antes de que ella se escabullera y
regresara contigo.
—Por bocazas.
Bien, entonces, después de cortarle las manos a Kendra, le cortaría las orejas.
Quizás el crecimiento de unas nuevas le ayudaría a apreciar el don de escuchar a los
demás.
—¿Hablar de qué?
No estaba acostumbrado a ser interrogado, pero optó por complacerla. Porque sí.
—De ti.
Él frunció el ceño.
—Del tipo que me ayudarán a llegar a conocerte mejor. Después de todo, eres mi
empleada.
¿Él? ¿Cuidar de una mujer? Algo que iba mucho más allá de la mera protección.
Pero lo que más le sorprendió, es que lo sintió tan natural como el respirar.
Dulce. Nena. Cariño. Preciosa. Ninguna de esas cosas. Todas ellas. Elige.
No era extraño que nunca usara la ternura antes. No estaba seguro de por qué la
había utilizado ahora.
Él fue el que retrocedió en esta ocasión. Sólo, que no se detuvo. Mientras salía de
la sala, espetó:
En serio. Ella habría querido comérselo para la cena. Sin dejar ni una sola miga.
No. ¡No! Elin mala. Pero… la había mirado con oscura intención, sólo para
tocarla con la más tierna amabilidad. Le había roto la muñeca a un hombre por rozarle
el ala, sólo para exigirle a Elin que la acariciara.
Era un cúmulo de contradicciones. Pero claro, ella también lo era, tan asustada de
él como atraída. Una atracción que sólo la metería en problemas. Él sostenía su futuro
en sus fuertes manos y le-rompería-el-cuello-con-solo-un-rápido-giro-de-muñeca.
Aun así, no podía controlar las reacciones que tenía en el cuerpo por él. En su
presencia, un licencioso calor le licuaba los huesos. ¡Y el cerebro! Se olvidaba de quién
era ella, de quién era él, mandando a la mierda la gran brecha que existía entre ellos y
el peligro que representaba, concentrándose sólo en las cosas que podrían hacerse el
uno al otro. Besarse, saborearse, lamer, tocar, acariciar…
Devorar.
Se estremeció ante la idea. Entonces, maldijo.
Él y la rubia claramente habían sido una bomba nuclear entre las sábanas. Su
pelo había quedado enredado, los mechones sobresaliendo de punta. Y tenía marcas de
uñas en la mejilla y señales de mordiscos en el cuello.
Así que, adelante. Elin se colocó el resto de las baratijas que había ganado y se
dirigió a su habitación. Necesitaba desesperadamente una siesta.
Sí. Claro. Si “los mejores años por venir” es la respuesta, entonces “cosas estúpidas que
dice la gente” es la pregunta.
—¡Hola! —dijo Elin, notando que las otras chicas aún no habían llegado.
—Hola. Pequeña puta —añadió la arpía con una alegre risa—. Mírala,
alardeando de su premio descaradamente. Estoy impresionada.
—Lo sé. —Realizó un giro, sabiendo que los diamantes, las esmeraldas, los
zafiros y los rubíes brillaban bajo la luz—. ¿Celosa?
Muerte al instante.
Altamente dudoso. Elin no era lo bastante fuerte para levantar rocas, así que no
podía lanzarlas. Y si alguien conseguía golpearla con uno de esos mortales misiles, sus
órganos internos reventarían. Ahora mismo, no estaba segura de en qué posición
jugaría. Aparte de… ¿cebo? De lo que estaba segura era de que… no le gustaba el
deporte. Era demasiado violento y un detonante para la peor de sus emociones.
No es que algo fuera mal, sino que algo era diferente. Pero ¿por qué?
Él debía haberla seguido y sin embargo no lo había oído. Tengo que trabajar en mi
percepción.
Adrian suspiró.
Y lo harían.
¿Cierto?
Elin le echó un vistazo, esperando que ofreciera una respuesta, pero él se dio la
vuelta y salió, obligando a Bellorie y a ella a seguirlo. ¿Preguntarle a Bellorie justo a su
espalda? No estaba bien. Esperaría. Seguramente escucharía a alguien hablar de ello
por casualidad.
¿Escuchar disimuladamente? Muy chic. Todos los chicos lo hacían hoy en día.
El trayecto duró más de lo que esperaba, cada nuevo pasillo más lujoso que el
anterior, cada juego de escaleras más complejas y tortuosas, hasta que llegaron a un
pasillo fuertemente custodiado que conducía a un par de arqueadas puertas dobles. En
el lado izquierdo, el hierro estaba retorcido en forma de árbol. Las ramas se inclinaban
hacia el lado derecho, formando un pabellón.
Incluso así, Elin no pudo evitar rozar con los dedos el suave cojín de un sofá.
¡Error! La piel le hormigueó y se le calentó, desesperada por más. Un rubor le cubrió
las mejillas. No era buena señal que la atracción abarcara a las pertenencias de Thane.
—¿Qué te hizo Thane? —preguntó. Por una ofensa tan pequeña—. ¿Y cómo lo
descubrió? —Así podré ser más cuidadosa con mis propios secretos.
—¿Por el aura, tal vez? Mantiene en secreto cómo lo hace para que así no
podamos eludir sus métodos. Y yo tuve suerte. Sólo me echó un sermón de una hora.
“En algunas culturas, arpía” —dijo la joven haciendo su mejor imitación de Thane—,
“cortan las manos por un delito como el tuyo, blah, blah, blah, Esto no es negociable, blah,
blah”.
Elin se rió y se estremeció al mismo tiempo y estaba segura de que parecía tan
grotesco como sonaba.
El aire olía fuertemente a sexo y Elin arrugó la nariz. El pecho empezó a dolerle.
No había estado preparada para esto. Thane olía tan delicioso como siempre.
Olvídalo. Más lujo la saludó. Del tipo que no había creído posible. Piedras
preciosas brillaban en las paredes y la seda y el terciopelo cubrían la enorme cama.
—¿Le hizo daño…? ¿Por qué él…? ¿Cómo pudo…? —No podía formar una frase
completa. Lo que fuera que hubiera hecho... ¡No era sexy! ¡Ni de delicioso chico-malo!
Simplemente estaba mal.
Tío. Entendía el deseo feroz, la salvaje pasión. ¿Pero esto? Estaba fuera de su
campo de experiencia.
—Les gusta así —dijo Bellorie, cogiendo un tubo de pomada del cajón superior
de la mesita de noche y extendiéndola por las irritadas muñecas y tobillos de la chica
—. No hace nada que ellas no le pidan, te lo prometo.
No, pensó Elin, mientras las pequeñas chispas de celos -no podían ser celos- se
apagaban inmediatamente. Él habría echado a la camarera del club. ¿Verdad?
—Se tan amable de traer una túnica para que nuestra querida invitada se marche.
Pero… éste no podía ser el mismo hombre que tomó las dañadas manos de Elin
entre las suyas y las miró como si de algún modo todavía fueran hermosas. Como si le
hubiera gustado quemar hasta la muerte a la persona responsable.
—Todo listo.
¿Él pagaba a sus amantes? ¿Para hacer lo que hacía más aceptable?
Cuando las puertas se cerraron, dejando a la aturdida arpía fuera, Bellorie miró a
Elin con ojos pesarosos.
—Te lo dije. A ellas les encanta. Cada maldita vez. Es sólo después cuando
empiezan a odiarlo y a arremeter contra él, pero sospecho que es porque todavía lo
quieren.
No yo. Nunca.
Y, sin embargo, una parte de Elin se afligió por la pérdida del Thane que ella
esperaba que fuera, el hombre que había inventado en la mente. El paladín. El
encantador. El… héroe.
Y había un modo seguro de satisfacer lo peor de los anhelos... con otro macho.
Definitivamente sí, dijo una seductora voz, una tentación que se había fraguado
durante días, esperando el momento perfecto para saltar. Todo tu ser está despertando y
recordando lo que se siente al ser besado y tocado. Recordando… y hambriento. Necesitas un
hombre.
Elin se presionó las manos sobre el ahora revuelto estómago. Odiaba esta línea de
pensamiento. Era como perdonarse a sí misma por su papel en la muerte de Bay. Peor
aún, era como decir que ya había sufrido bastante.
Tomar un amante no tiene que significar nada más que aliviar un picor.
No.
Quizás el sexo pueda ser otro tipo de castigo auto infligido. Thane ciertamente parece
creerlo así.
Tragó saliva, imaginando lo que pasaría si seguía sin hacer nada. La tensión en el
cuerpo crecería... crecería… y crecería. Cedería y se arrojaría sobre alguien…
probablemente Thane.
Sería mejor tomar un amante ahora, mientras tenía algún tipo de control… y
pudiera hacerlo odiándose a sí misma.
Sí.
Respiró hondo y luego poco a poco soltó el aire, la fría y tortuosa culpa
envolviéndola, abrazándola como un viejo amigo… o el amante que pronto debería
tomar. ¿A quién podría escoger?
¿A alguien como Bay? Gentil. Alegre. Divertido. Pero entonces le estaría dando a
este tipo sin nombre, sin rostro, lo que fue incapaz de darle a su esposo muerto. Afecto
y atención.
Como... ¿Thane?
¡No! Él no era una opción. Él era la razón por la que estaba en este aprieto, sí,
pero no era una opción. Tendría que escoger a alguien como Thane. Un cliente habitual
del bar, tal vez.
Sí. Él.
Él serviría.
Cerró los ojos para rechazar el aluvión de remordimientos que la inundaban. Iba
a hacerlo. Realmente iba a acostarse con otro hombre.
Lo siento, Bay. Te amo y te echó muchísimo de menos. Una vez que lo haya hecho, una
vez que acabe, jamás querré hacerlo de nuevo. Las cosas volverán a ser cómo eran antes.
—Así es.
Su líder estaba de pie en el borde de su casa en los cielos -una gran nube-, sus
penetrantes ojos verdes escudriñando el mundo humano bajo ellos. El viento azotaba
mechones de pelo negro contra sus mejillas y alrededor de sus hombros. Las alas
gloriosamente doradas se arqueaban con orgullo, testigo de su elevado estatus en su
mundo.
En el cielo, había una jerarquía muy clara. El más alto. Clerici. La Élite de los
Siete, Zacharel entre ellos. Y luego todos los demás.
Desobedecer los edictos de Zacharel era como cortejar la ruina. Thane lo sabía.
Pero lo había hecho de todos modos. ¿E iba a ser... perdonado?
Ahora, contempló a Bjorn y Xerxes. Ambos estaban tan confundidos como él.
Sí. Pero el Altísimo no detendrá a Clerici de hacer lo que Clerici quisiera hacer…
todos tenían libre albedrío. Aún así, todo acto en contra de sus reglas acercaba a un
Heraldo fuera de la sombra de su protección.
—Y a mí se me permite castigarte.
—¿Qué harás?
Zacharel suspiró.
—Koldo fue azotado cuando esclavizó a su madre. ¿Qué tipo de líder sería yo si
permitiera que otro de mis guerreros (incluso si es mi segundo al mando) escapara a lo
mismo? —Él encontró la directa mirada de Thane—. Por lo tanto, recibirás un latigazo
por cada guerrero torturado en tu jardín delantero.
—Muy bien. —No dejaría que Zacharel supiera cuánto disfrutaría de ello.
Controlaría la reacción del cuerpo. De alguna manera.
—No.
Se pasó dos dedos por la mandíbula, tan ferozmente que dejó marca. Ella no es
nadie. No significa nada.
Un mal sabor le cubrió la lengua y esta vez sabía lo que era. El indicio de una
mentira. A pesar del hecho de que no había dicho ni una palabra. Ella. No. Significa.
Nada.
—Muy bien.
«Dejadnos», proyectó a Bjorn y Xerxes. No quería que vieran esto. Habían
presenciado suficiente tortura al uno y al otro.
—No.
«Ya está decidido», dijo Xerxes con una determinada sacudida de sus alas.
«Juntos hasta el final», añadió Bjorn, sus ojos del color del arco iris feroces.
Muy bien.
Odiándose a sí mismo, Thane siguió su ejemplo. Extendió las alas y las envolvió
hacia delante, alrededor de los brazos y sacándolas fuera del camino. Fue azotado el
primero, el cuero mordiendo las alas y luego, cuando estuvieron hechas trizas, en la
piel.
Cualquier placer que sintió fue anulado durante el turno de Xerxes y luego de
Bjorn. Ninguno mostró ningún tipo de reacción, pero Thane no pudo dejar de
estremecerse con cada golpe.
—¿Cómo?
Todos los miembros de un ejército podían comunicarse de esta forma. Eso quería
decir que todos los miembros de un ejército estaban vinculados por autopistas
mentales. A Thane nunca le gustó eso, sólo quería una conexión de este tipo con Bjorn
y Xerxes. Porque si la voz podía viajar por aquellas autopistas, también podrían
hacerlo los pensamientos. Los recuerdos. Nadie tenía derecho a conocer sus secretos.
«¿Y cómo lo hacemos?» replicó Xerxes. «¿Irrumpimos en las casas y empresas al azar,
con la esperanza de tener suerte?»
—Puedo deciros que el mal siempre deja un rastro. Encontrad el inicio del
mismo, seguidlo, y encontrareis el final de ello.
Lo hacía parecer fácil. Thane sabía que no lo sería. Nunca lo era. Pero él y sus
chicos perseverarían. Siempre lo hacían.
—Koldo, Axel, Malcolm, Magnus y Jamilla están ya allí, esperándoos.
—¿Esperando? ¿Los guerreros más impacientes de todos los tiempos? ¿En vez de
cazando?
Inteligente.
—Iros ya. Los otros han sido emboscados y una batalla está en marcha.
CAPÍTULO 7
Axel peleaba como si le trajera sin cuidado su propia vida, sin cubrirse al
contraatacar, simplemente para efectuar un solo golpe mortal.
Los gemelos Magnus y Malcolm estaban espalda contra espalda. Después de que
Magnus lesionara a la presa, Malcolm la remataba.
Thane dio un paso adelante con la intención de ayudar. La espalda le ardía, las
heridas no habían tenido tiempo para sanar.
Aunque era una extraña petición, Thane aceptó sin dudarlo. Confiaba en su
amigo con su vida, cada aliento, independientemente de las circunstancias.
—¡Basta!
La última vez, las criaturas no habían temido al guerrero. ¿Qué había cambiado?
¿Por qué había cambiado?
«Volveré», le dijo Bjorn, su tono apretado con... algo. «No te preocupes». Y entonces
él también se había ido.
Curvando los labios en un gesto hosco, Thane se acercó al guerrero con amenaza
en cada paso.
Thane plantó los pies y se obligó a permanecer en el sitio. Los dos habían sido
compañeros en algunas misiones, e incluso Axel había salvado la vida de Koldo, pero
eso no significa que ahora fueran como hermanos. ¿Por qué haría Koldo eso?
Con una sonrisa Axel se asomó alrededor del gran hombre y le sacó el dedo a
Thane.
Koldo suspiró.
Tal vez eran como hermanos. Un emparejamiento poco probable, el por lo general
silencioso y siempre distante Koldo y el irritante e irreverente Axel, pero era tan
improbable como, digamos, un Heraldo y una frágil humana.
—Ahora dirijo esta misión —dijo Thane. Como segundo al mando de Zacharel,
simplemente era lo correcto—. Contadme todo lo que me he perdido.
—Lo haré —dijo Jamilla. Después de haber sido torturada por demonios hacía
sólo unos meses, disfrutaba de cualquier posibilidad de devolver el golpe—. Necesitaré
por lo menos veinticuatro horas para examinar nuestras crónicas y confeccionar la lista.
Las crónicas registraban cada movimiento hecho por cada ser humano, cada
palabra alguna vez pronunciada. Pero debido a que el libre albedrío siempre entraba
en juego, la influencia demoníaca no era mencionada en relación con las decisiones
tomadas.
—Koldo, ponte en contacto con el resto del ejército de Zacharel. Envía guerreros
a vigilar y proteger a tantos ciudadanos de Nueva York como sea posible. Axel, habla
con Clerici. Tal vez él pueda hablar con el Altísimo y envíe también a los ángeles.
Esperó hasta que recibió algún tipo de acuerdo por parte de cada guerrero antes
de desplegar las alas y lanzarse al aire.
«Sé que estás preocupado a pesar de las palabras de Bjorn, como lo estoy yo, pero esto le
ha ocurrido varias veces antes. Estará de vuelta en el club antes del anochecer».
Thane lanzó un suspiro que no sabía que había estado conteniendo. Como de
costumbre, su amigo era consciente del quid de su problema.
«¿Sufre?»
«Así es», contestó Xerxes honestamente. «Desde su regreso, reacciona como lo hace
después del sexo».
Bjorn odiaba que lo tocasen. Lo que rara vez le impedía tomar a una amante
-Thane a menudo pensaba que su amigo esperaba demostrarse algo a sí mismo-, pero
después siempre terminaba retirándose a la oscuridad mental durante días.
Thane se tragó una maldición mientras aterrizaba en la azotea del club, a una
planta diáfana de vidrio ahumado –como los ojos de Elin- que conducía a su ala
privada. Desearía desesperadamente poder estar en el lugar de Bjorn.
Bjorn ya había sufrido mucho, y estaba cada vez más al borde de la ruptura. La
familiar impotencia aporreaba la compostura de Thane, la culpa una soga alrededor
del cuello, ahogándolo.
Thane buscó y encontró a la muchacha que escalaba por el lateral del edificio, en
un intento de colarse a través de una de las ventanas.
Hacía unas semanas que llegó al club. Una mujer de orígenes cuestionables,
como William el Siempre Calenturiento y claramente poderoso, con la capacidad de
leer los pensamientos de los demás. Thane le hizo una proposición. Ella le había dicho
que no, pero se ofreció a Xerxes. Antes de que los dos pudieran retirarse al dormitorio,
ella cometió el error de revelar lo que les había extraído de sus pensamientos.
Thane la había echado y le prohibió regresar. Al salir, ella había mirado a Xerxes
y dijo: “Recuérdame”.
Pobre chica. Cuando pusiera sus manos sobre ella la interrogaría hasta la muerte.
Seguía volviendo, y él quería saber el porqué.
Puff. Convocada por el Gran Queso para su “llegar a conocer a Elin” charla.
Ella acababa de terminar la práctica con Múltiple Abrasorgasmos. Tres horas
atrapadas dentro del gimnasio junto al club de Thane. Hoy no sólo le habían enseñado
el arte de lanzar rocas demasiado pesadas para que las levantara y lanzarlas a objetivos
que se movían demasiado rápido para que pudiera verlos, también le pusieron un
apodo. Donk1 Golpeadora.
Savy era Pene Negro. Que nadie pregunte por qué. Las chicas se reían
disimuladamente cada vez que decían el nombre, y Elin tenía miedo de hacerlo
también. Chanel era Alcojuerguista. Bellorie era La Pequeña Cohete Roja, Cohete para
abreviar. Octavia era Cobra Kai.
Adrian abrió las puertas dobles, su expresión en blanco. Genial. ¿Le estaría
dando una pista del mortal estado de ánimo de Thane? Elin entró de mala gana en la
sala de estar. Ahora estoy totalmente acostumbrada al lujo. No voy a mirar boquiabierta. No lo
haré.
Thane estaba sentado en el borde de un sofá sin respaldo, sus rizos rubios
sorprendentemente domesticados. No quiero pasar los dedos por esos rizos. La túnica que
llevaba era de un blanco reluciente, casi cegador, y sin una mota de polvo. No quiero
apartarla de su cuerpo y darme un banquete con esos músculos que mostró en el campamento.
Irradiaba tensión, haciéndole parecer más grande, más fuerte. Más agresivo.
No me intriga eso.
No me atrae.
1 En el póker, se le dice despectivamente a un pobre jugador que comete errores. (N.T.).
Me da miedo. Ciertamente.
—Bueno, sí. Tuve que pasar para llegar a tu... —Hizo un gesto con la mano hacia
su dormitorio—. Delicioso nidito. ¡Pero no toqué nada! Casi.
—Eso también.
—Pero no lo hizo.
Vale. Pero ¿por qué había merecido ser cortado? ¿Y las heridas le dolían?
Actuando impulsivamente, se besó la punta del dedo índice y lo presionó ligeramente
sobre la herida más inflamada, ya que su madre solía hacerlo con ella.
Entonces eso la golpeó. Lo que había hecho, y a quién se lo había hecho. Casi
estalló en llamas por la vergüenza.
—Uh, quiero decir... Guau, mira que tarde. ¿Tal vez debería irme?
Pasó un momento en silencio, aunque el corazón le hacía eco en los oídos. Luego,
estudiándole atentamente el rostro, le dijo:
—¿Cómo tú, una plena humana, llega a vivir con los fénix?
Plena humana.
Ella tenía razón. No tenía la menor idea de que era una mestiza. Y así tenía que
seguir siendo.
—¿Esto?
Vale. No esperaba que ese pedacito de información cosechara esa reacción. ¿Qué
importancia tenía su estado civil?
—¿Por qué?
—Porque nos amábamos. —¿Por qué más?—. Era compasivo, cariñoso, dulce y
amable, y lo mejor que podía haberme pasado.
—Veintiuno.
—Un año.
—Un año. Doce meses. Cincuenta y dos semanas. Trescientos sesenta y cinco
días. Bastante tiempo para alguien de tu especie. —Su tono se suavizó, pasando a algo
parecido a la tristeza—. ¿Cuántos horrores has sufrido durante ese tiempo?
La humedad en la boca se secó. Quería contárselo. Tal vez sería un consuelo para
ella.
El consuelo, había aprendido, era un bien mucho más valioso que el sexo.
—Entiendo.
¿No iba a presionarla? Otra sorpresa. Eso la hizo querer abrirse, aunque sólo
fuera un poco, acerca de algo.
Uh-oh. ¿Había cometido un error crítico, repitiendo uno de sus momentos más
humillantes?
—Trabajos —espetó.
—Explícate.
“No hay baño para ti esta semana. Las perras se limpian lamiéndose”.
—El dinero de nuevo. ¿Por qué estás tan obsesionada con él?
¿Decirlo o no decirlo?
Bueno, sí. Era frío y duro, pero no era cruel. No con ella, de todos modos.
—Mañana, antes de tu turno, hornearas uno de esos increíbles postres para mí.
—¿Cuánto?
—¿Indicando?
Se tapó la boca con la mano, con los ojos brillantes. ¡La sonrisa había asomado!
—Muy bien. Cien dólares. —Su expresión se aclaró—. ¿Qué es lo que más
extrañabas mientras estuviste cautiva?
Una bandeja grande con ruedas fue colocada en la sala. Los olores más divinos
flotaban de ella, y la boca se le hizo agua.
—¿En serio? ¿De verdad de la buena? Porque si es así, tienes que mirar hacia otro
lado. Las cosas se van a poner raras. —Esperando que le llevara demasiado tiempo
para responder. Ella atacó la comida, una completa salvaje, hasta que no quedó nada.
—Créeme, el placer fue mío. —La ronquera de su voz hizo que se le ruborizaran
las mejillas.
—Casi más que el respirar. —Una vez que se sentó, él reclamó su sitio en la mesa
de café. Y se inclinó más cerca. Ella tragó saliva, ¿insegura con él... o insegura de sí
misma?
Ella sabía lo que estaba preguntando. ¿Había un hombre por ahí entre la
multitud del patio al que trataría de liberar?
—Sí.
Era gracioso, de una manera espantosa. Había estado pensando en eso mismo
durante la última hora. Ella se escapó. Pero en lugar de en Cario, su tormento estaba
centrado en torno a Elin. No se había movido de la mesa de café. Se había quedado allí
sentado y dolorido.
Sabía que le temía. Pero sospechaba –esperaba- que una parte de ella le deseara.
Cuando la había tocado, se quedó sin aliento y sus mejillas se habían sonrojado. Pero al
final, el miedo había ganado, y había salido huyendo.
Era lo mejor. Se miró fijamente las costras sobre las manos. Hoy, había usado bien
su talento para causar dolor y castigó a Kendra por castigar a Elin. La princesa se había
defendido, especialmente cuando había ido a para sus orejas. Si Elin lo hubiera visto
entonces...
Elin, quien había usado su dedo para darle un beso y hacerlo sentir mejor. Su
miedo jamás se desvanecería.
¿Planificas tomarla ahora? Sí. No. Si consiguiera meterla en su cama, acabaría con
su dulzura, y la idea le inquietaba más ahora que nunca.
No tiene por qué ser así. En su presencia, el deseo de dolor se atenuaba por su
deseo de placer.
¿Por qué?
Ya sabes por qué. Ella sufrió a manos de los fénix. Sufrió terriblemente… y
bastante.
—¿Recordar el qué?
—La miro y tengo que esforzarme para apartar la mirada —dijo el guerrero,
frotándose el centro del pecho—. Pero realmente me tengo que forzar, porque mirarla
conlleva dolor. En mi cabeza y en mi corazón.
Los odio.
—¿Te has preguntado alguna vez lo que te habría pasado si no hubieras sido
capturado por los demonios?
Llegaron al lugar donde Kendra estaba estaqueada al suelo. Pero por primera
vez, Thane no estaba satisfecho de verla tan derrumbada. La trataba exactamente como
los demonios habían tratado a sus amigos.
Pensamiento idiota.
Frunció el ceño, extendió las alas y lentamente se agachó sobre una rodilla, para
encontrar la mirada de Kendra. Estaba más delgada de lo que había estado en el
campamento. Sus pómulos estaban descarnados. Su lacio pelo rubio rojizo enredado
alrededor de su cabeza. La sangre le goteaba de los agujeros donde deberían estar sus
orejas. Los cortes estropeaban sus labios, y la suciedad y la sangre rayaban su piel
desnuda. Cada pedacito de carne expuesta estaba ampollada, algunas partes tan
quemadas que se habían ennegrecido.
Sus ojos estaban muy abiertos, rogándole. Podía imaginar las palabras que ella
estaba tratando de proyectarle, con la garganta demasiado seca para pronunciarlas.
“Thane, por favor. Nunca fue mi intención esclavizarte, no comprendí lo que te estaba haciendo.
Fue un accidente. Un malentendido”.
—¿Crees que el nuevo rey vendrá a por ti? —preguntó, pasando los nudillos a lo
largo de su mandíbula—. ¿Crees que luchará por ti, la hija de su amada Malta? ¿Qué te
querrá ilesa? —Hizo una pausa para dar efecto—. Piénsalo otra vez. Ardeo luchará por
los demás, pero no por ti. Tú eres la sobrina de la asesina de Malta.
—Un día —le dijo a Kendra—, me cansaré de disfrutar de ésta vista. Un día,
incluso puede que te libere. Pero ese día no es hoy.
Tomando una esquina, Elin se topó con Thane. Literalmente se topó con él, y
casi dejó caer el pastel que había pasado la última hora y media preparando. Después
de salir de su suite, había necesitado una distracción, y la jardinería no le había servido,
por lo que optó por no esperar para sorprenderlo con su genio culinario.
Mezcló los ingredientes, como solía ver hacer a Bay, había sido tan frustrante
como gratificante.
—Creo que dejaré a Thane que haga de cabeza de turco con esa bomb… Quiero
decir, que os lo dejo todo a vosotros. —Era evidente que luchaba contra una sonrisa,
dio un paso alrededor de ella y se alejó por el pasillo.
Tenía líneas negras en la cara y las manos. ¿Quemaduras? ¿Y que era el brillo
triste en sus ojos y la tensión sobre sus rasgos?
—No. —La última vez que Bay hizo uno, la había alimentado con su mano. El
corazón no podía aguantar más viajes por el carril de la memoria—. Tú serás el
primero —dijo, ansiosa por conocer su opinión—. Por favor.
—Por supuesto. —Equilibró el pastel en una mano y apretó el borde con la otra.
Sus ojos se agrandaron mientras masticaba.
—¿Y bien?
—Es... Umm. —Tragó saliva con un esfuerzo evidente—. ¿Esto es lo que vas a
vender en tu pastelería?
—Lo siento, Elin, pero esto es… —Se detuvo, meditó durante un momento y
suspiró—. Los he tenido peores.
—Muy bien. —Un destello de puro cálculo iluminó sus ojos—. Tenemos un
acuerdo.
—Así que, uh, sí. Bellorie mencionó que tenías una biblioteca aquí. —Sabio
cambiar de tema antes de que cambiara de opinión. Y prudente alejarse, como, ahora
—. ¿Me puedes indicar la dirección correcta? Quiero revisar algunos libros.
—Mucho —contestó.
—Romances.
—No tengo nada de eso.
Ella se animó.
—Eso sería increíble. Gracias. Está bien. Bueno. Supongo que esto es buenas
noches. —Dio un paso para rodearle, sólo para notar la desolación que había lucido
antes regresar a su expresión. Un anhelo de aliviar su estado de ánimo... Su carga... o lo
que fuera que le molestara ensombreció el deseo de huir—. Señor Perdición, tenemos
que relajarte.
—¿Y cómo sugieres que lo hagamos? —Su voz había cambiado, pasando a ser
baja y ronca.
Adiós, a Thane.
—Te lo mostraré. —Le entregó el pastel al guardia apostado al fondo del pasillo
—. Hazme un favor y tira esto a la basura. Hazte un favor a ti mismo y no se te ocurra
probarlo. —Entonces, delante de Thane de nuevo, le tendió la mano. Cuando él vaciló
(¿por qué había cambiado su estado de ánimo tan de repente?), añadió—: Adelante.
Cógela. Ésta pequeña y dulce humana no te está conduciendo a una emboscada, lo
prometo.
Nunca habría imaginado un jardín creciendo en una nube, pero cosas más raras
habían pasado.
—No me refería sobre el banco —dijo con una sonrisa—, sino delante del banco.
—Bien, ¿ves esto? —Cogió una mala hierba de la tierra—. Esto y todos como esto
son hierbajos. Los hierbajos son malos. Pero estos —dijo, señalando el tallo de una flor
—, son buenos. En éste momento, los malos están asesinando a los buenos, así que
tenemos que ir a la guerra y ayudar.
—¿Una forma elegante de decir que haré de... jardinero? —Se estremeció.
La estudió.
—Es muy importante. Y no sólo para mí. —¿Haciendo una analogía contigo mismo,
Thane? Ya que deberías. Mis insinuaciones no son nada sutiles.
Una mejor pregunta: ¿Haciendo una analogía contigo misma, Vale? La culpa del
superviviente es un gran hierbajo de espinas afiladas.
Daba igual.
Lo deseamos, gritaban.
Pero... pero... estaba tan cerca... tan hermoso... tan obviamente experto con sus
manos. Cuan fácil sería apoyarse en él y ofrecerle la boca para que la poseyera con la
suya. Ella conduciría al principio, porque estaría sorprendido, pero entonces el deseo
lo dominaría y él tomaría el mando. La saborearía y la tumbaría de espalda. Él haría…
Caray. ¡Detente!
Se aclaró la garganta.
—Mientras estás trabajando, es difícil de decir que has logrado algo, ¿verdad?
Todo lo que puedes ver son las cosas que te quedan por hacer. Pero entonces, de
repente, tachan. Está terminado. —El producto final. Y era mejor de lo que se podría
haber esperado. Las vistosas plantas prosperaban por fin.
—La próxima vez, ¿prefieres que te enseñe cómo hacer un pastel para relajarte?
—¿Para que así haya dos de nosotros capaces de provocar arcadas a mis clientes
habituales? No.
—¿Bruja?
—No.
—¿Muchacha traviesa?
—¿Cereales de miel?
—¿Los tengo?
Espera. ¿No lo sabía?
Demasiado.
—Claro. —Se puso de pie para poner un poco de distancia entre ellos—. Bueno,
creo que será mejor que me vaya a dormir un poco. Ya sabes lo importante que puede
ser roncar para la belleza.
—Entonces, ve.
Vale. Cambio total de estado de ánimo. Una vez más. ¡Sin ningún motivo!
—Por si no te has dado cuenta, el punto de todo éste ejercicio era hacer entender
que todo el mundo tiene malas hierbas en su vida. Incluido tú. Es necesario arrancarlas
antes de que sea demasiado tarde.
¡Qué va!
Avanzó a zancadas por la suite hacia el cuarto de baño, y se metió bajo el chorro
de la ducha.
Cerró el grifo con más dureza de la necesaria, luego se puso una túnica nueva. El
golpe de una puerta le llamó la atención. Materializó la espada de fuego mientras salía
del baño.
Bjorn, quien había estado ausente más tiempo que nunca, según Xerxes, estaba
tan sólo a unos metros de distancia de la entrada de rodillas y con la cabeza inclinada.
Thane guardó la espada y corrió. Xerxes estuvo allí un segundo más tarde, y juntos,
ayudaron a poner de pie a su amigo.
Silencio. Expectante.
Apartó los oscuros mechones de pelo de la cara del hombre, y miró por encima
de las alas blancas y doradas. No había ninguna señal de…
Acto criminal. Ahí. Una herida sobre los tendones de cada grueso arco, con costra
negra, rezumando un ligero hilo de sangre. Como si unas abrazaderas, o garras
metálicas, le hubieran aprisionado por ahí.
La rabia regresó en un instante. Adonde quiera que Bjorn fuera, sufría. Algo
había que hacer, y pronto.
—¿Te acuerdas de la vez que tuviste que ocultar las alas en una bolsa de aire y
caminaste por las calles de Nueva York, ante la vista de todos, mientras rastreabas a
una heredera poseída por un demonio? —dijo Xerxes a Bjorn—. Fuiste abordado por
tres cazatalentos con la esperanza de convertirte en el próximo supermodelo. Si
hubiera sido yo, habría tenido cinco cazatalentos acercándose a mí. Las cicatrices están
de moda ésta temporada.
—Tal vez —dijo Thane—. Pero los rizos de querubín de niña pequeña y mal
comportamiento desbancan a las cicatrices en cualquier momento, lo que significa que
habría tenido diez cazatalentos detrás de mí.
Mientras discutían amigablemente sobre quién era más atractivo, Bjorn se relajó
lo suficiente para quedarse dormido.
—Yo también.
—No. —El pelo claro bailoteó sobre los anchos hombres del hombre mientras
negaba con la cabeza—. Los otros Heraldos deben estar al llegar. Te necesitan abajo.
—Por supuesto.
Se obligó a alejarse.
A pesar de la amenaza de Elin hacia los pobres clientes, el bar estaba lleno de
nuevo esta noche. La cacofonía de voces rápidamente destrozándole los nervios ya de
por si deshilachados, las mujeres que competían por llamar su atención lo peor de
todo.
—Thane, cariño. Hey, Thane, mírame. Mira lo que puedo hacer. Soy muy flexible.
—¡Thane! ¡Thane! Tengo cinco palabras para ti. Te. Dejaré. Hacerme. Cualquier.
Cosa.
Estaba junto a una mesa de brujos, de perfil a él. Seductora y pequeña humana.
Llevaba el pelo recogido en un moño sobre la cabeza, y tenía harina en las mejillas.
Pero su uniforme parecía más pequeño que antes, y eso no estaba bien.
Ella levantó un pastel tan desastroso como el último, haciendo todo lo posible
para tentar a los hombres a que lo saborearan.
Uno de los brujos estaba más interesado en su cuerpo. El cual le pasó una mano
por el trasero.
Thane había recorrido la mitad de la estancia, listo para empujar al brujo sobre la
mesa y hacerle picadillo, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo y de mala
gana dio marcha atrás. Si Elin quería llamar la atención del brujo, que así fuera.
Vio como ella apartaba la mano del hombre de un golpe y movía su dedo delante
de su cara. El brujo hizo un mohín, pero no intentó nada más.
—Sí —contestó Adrian—. Y todos ellos han exigido el reembolso, además de algo
extra por daños y perjuicios.
No era de extrañar.
—Oh —añadió Thane, casi como una ocurrencia tardía. Casi—. Córtale la mano
al joven brujo.
—Pero, señor…
—Sin discusión. ¿Te estás volviendo demasiado blando, Ad? Los dos sabemos
que le crecerá otra.
Adrian asintió.
Elin entró en la sala aislada situada al fondo del bar, tratando de no proyectar
nerviosismo. Ocultar sus orígenes a Thane, Bjorn, Xerxes y a todos los clientes del bar
era una cosa. Tratar de ocultar sus orígenes a una sala llena de asesinos entrenados era
otra muy distinta.
Por iniciativa propia sus ojos buscaron a Thane. Fuerte, hermoso, con los
hoyuelos irresistibles. Deseaba con desesperación creer que a él no le importaría su
herencia mixta, que pasara lo que pasara la protegería. Y que tal vez no fuera una
esperanza vana como temía. El chico le había enviado varias cajas de chocolates.
¿Quién hacía eso? Un hombre romántico y dulce, actuaba así.
Por supuesto, había fingido que ella no existía desde entonces, así que...
Compórtate bien, Vale. Nadie lo sabrá. Tienes esto. Se enfocó en sus mejores y sexys
amigos. Y, guau. Simplemente guau. No era de extrañar que Bellorie prácticamente
echara espuma por la boca por los celos.
Había un gran –enorme… más enormísimo que Adrian, si es que enormísimo era
una palabra- vikingo con largo cabello oscuro y una espesa barba negra recogida en el
centro con tres pequeñas perlas.
Había unos gemelos, con una clara herencia asiática. Un roquero con una cresta
verde, tatuajes y piercings, y el otro un completo hombre de negocios, con el pelo
alisado hacia atrás y una mandíbula bien afeitada.
De pronto, allí estaba El Hombre Votado Más Hermoso Que Jamás Haya
Existido, si él no lo había sido, debería serlo… y sólo si el sexy marchante del chocolate
conocido como Thane estuviera fuera de juego. Tenía el pelo negro y unos penetrantes
ojos azules.
¿Había encontrado un candidato mejor que “las ama y las abandona” Merrick?
Thane dio un rígido asentimiento antes de coger una cucharada de una porción
de sus más recientes productos de confiterías repartidos en varios platos. ¿Le gustaría?
¿O lo odiaría?
“Mis felicitaciones al chef. No pensé que algo fuera peor que las cazuelas de estiércol de
escarabajo de mi suegra”.
Él lo odiaría.
¡Aj! La frustración amenazaba con superarla, pero se resistió. Pronto iba a coger
el ritmo y todo el mundo se comería sus palabras, ¡junto a los postres! Sólo tenía que
mantenerse firme.
La mujer sentada junto a Thane sonrió con frío placer antes de entregarle una pila
de papeles. Tenía un cabello rizado de un negro azabache, perfecta piel oscura, y los
ojos del ocre más sorprendente.
¿La lista? ¿Qué lista? ¿Todas las maneras en que quería hacer el amor con Thane?
Elin experimentó una repentina urgencia de lanzarse como una gata sobre la
chica. Siseando, arañando y mordiendo.
Mi señal.
—Uh, bien, atención todo el mundo. Estoy aquí para servir, así que vamos a
escuchar esas peticiones.
Bueno. Eso era bueno. Podía respirar de nuevo. La única diferencia era que tenía
la piel más sensible… con hormigueo, dolorida, como si Thane y ella estuvieran de
vuelta en el jardín, arrodillados uno junto al otro, dentro de alcance.
Se dio cuenta de que las conversaciones que deseaba haber escuchado en vez de
volar por el espacio como una adolescente enamorada habían cesado. Todos los ojos
estaban pegados a ella.
Vale. Sabía que Adrian había tratado de imponerle una antes de entrar.
—Está metida en un tiesto, donde me gustaría que siga estando. —Una túnica
significaba propinas escasas—. Así que. ¿Qué os puedo servir para beber, chicos?
—Algo como una agradable y gran copa de ti, preciosa muchacha —dijo Más
Hermoso.
Las amenazas de muerte que más gustaban eran con alcohol. Comprendido.
—Elin, envía a Savy aquí, y luego haz que Adrian te acompañe a mi suite.
Espera. ¿Qué?
—Ah, bueno…
—¿Quién dijo que iba a discutir? —Lo hago. Sí lo hago. ¿Por qué quería que fuera a
su habitación? ¿Para castigarla en privado? Miró a los seis ocupantes de la pequeña
sala aislada al final del bar, esperando respuestas concretas. Ya no tenía a nadie
prestándole atención. Todo el mundo miraba con descarado interés a Thane.
—Está bien. Lo haré. —¡Pensé que éramos medio amigos, imbécil!—. ¿Pero estaría
bien si yo diera la orden a Bellorie en cambio?
Eso era posiblemente uno del millón de tipos erróneos de sugerir un cambio.
¿Posiblemente? Ja. Con el señor No Discutas, lo era. Más que eso, a los guerreros no les
gustaba ser cuestionado a posteriori. ¡Y Thane era más guerrero que la mayoría!
Pero entre el personal, Bellorie, era la favorita de Elin, y la chica quería estar aquí
con muchas ganas. Y, la verdad, Elin ya estaba en problemas. ¿Qué daño podría hacer
un poco más?
Oh, mierda. Un poco más de problemas podría ser igual a mucho más dolor.
Como la vez que Kendra la azotó y luego la lanzó en un baño de sal.
Por fin Thane se enfrentó a ella. Esos ojos azul eléctrico prácticamente vibraron
con el interés que la ponía nerviosa. Haciéndola sentir desnuda en lugar de
parcialmente vestida.
Un brillo ilegible entró en sus ojos, algo duro y caliente. Carnal y peligroso.
Prefería la orden de inclinase sobre su regazo y le pidiera perdón mientras la azotaba,
que ese tipo de expectación, él asintió con la cabeza.
—Envía a Bellorie.
Sin esperar para escuchar su respuesta, Elin salió corriendo y buscó a su mejor
chica. La burbujeante arpía estaba en la barra, cargando la bandeja con bebidas.
—Estás en alza, Cohete —dijo Elin—. Thane quiere que tú sirvas en su mesa ésta
noche.
—Por favor. —Bellorie sacó una barra de labios rojo brillante de su bolsillo—. No
tengo cincuenta años recién cumplidos. Jamás haría nada tan infantil como amenazar a
un Heraldo.
Caray.
¿Qué edad tenía Thane? ¿Ya había vivido toda una vida, como Bellorie? ¿O toda
la eternidad?
De cualquier manera, él viviría una eternidad más. Quizás Elin envejecería más
lentamente que el ser humano promedio. Tal vez no. No tenía signos externos de ser
fénix, ni colmillos ni garras. Ni capacidad de producir llamas. Ni marcas de
nacimiento. Así que, ¿por qué iba a tener algún signo interno, como el de la juventud
eterna?
—Así que, ¿dónde estarás mientras que los machos más sexys de los cielos están
cayendo loca y apasionadamente en la lujuria conmigo? —preguntó Bellorie,
ahuecándose el pelo y comprobando su aspecto en el espejo encima de la barra.
—Encargándome de algo para el señor Thane. —La verdad, sin más detalles.
Amistad preservada. Dio un pequeño empujón a la chica hacia la sala privada—. Será
mejor que vayas antes de hacer tu lista de mierda.
—Se supone que tienes que acompañarme hasta la estúpida suite de Thane a la
espera de cada estúpido capricho de su estúpida majestad.
Pasó un momento. Luego otro. Ninguna respuesta llegó. Al principio, creyó que
no la había oído. Luego se alejó de ella y entró en la sala privada. Salió unos minutos
después, su granítica expresión dura y áspera como el papel de lija. Pasó por alto a
Elin, aún sin decir una palabra. Daba igual. Lo siguió.
—¿Y?
—Y, amenazó con estaquearme.
Ouch.
—Siento lo que está por ocurrir, humana —dijo, cuando por fin llegaron a la suite
—. Te llevaría de regreso a la Tierra si pensara que serviría para algo. Pero te seguiría,
y a ninguno de nosotros nos gustaría lo que pasaría cuando te encontrara.
Traspasó las puertas. Él se giró hacia el pasillo y le cerró las puertas en las
narices, dejándola en el interior, antes de que pudiera exigirle detalles.
CAPÍTULO 9
Thane estaba de pie al borde del sofá, observando detenidamente a una dormida
Elin. Nunca se cansaría de mirarla. El pelo oscuro caía sobre sus delicados hombros.
Largas pestañas proyectaban sombras sobre la dulce elevación de sus pómulos. Sus
suaves labios se separaron cuando ella soltó un suspiro entrecortado. ¿Con qué
soñaba?
¿Y por qué seguía afectándolo más y más fuerte cada día? Hoy el corazón le
había latido salvajemente al verla. Peor aún, alejarla fue una tortura.
Los Señores del Inframundo eran guerreros inmortales poseídos por los
demonios una vez encerrados en la caja de Pandora, y que, sorprendentemente, ahora
estaban del lado de los Heraldos, sus supuestos asesinos. Ellos luchaban contra el mal
que acogían, en vez de animarlo, por lo que los hacía dignos aliados a los ojos de los
guerreros divinos.
Thane había preguntado por las criaturas de la sombra ahora conectados a Bjorn.
“Yo los conozco”, había dicho el hombre. “Ellos nacieron en un reino diferente a
cualquier otro, oscuro y sin ningún atisbo de luz. Poseen una mente de colmena. Tienen una
reina y la obedecen sin rechistar. Ella es…” Se estremeció. “Si le tienen miedo a tu guerrero,
entonces es que él está protegido por ella… o unido a ella. De una u otra forma, mejor estaría
muerto. O castrado”.
Thane estuvo echando humo todo el camino a casa. Había esperado encontrar a
una mujer en el bar y tranquilizarse de la única forma que sabía -un plan que en
realidad había despreciado. Pero entonces se acordó de la orden que le dio a Elin y casi
había derribado a todo el personal en un esfuerzo por llegar a ella.
Elin estaba en posición vertical, con la cabeza apoyada en el respaldo del sofá.
¿Había luchado contra la necesidad de su cuerpo de descansar, sólo para sucumbir allí
donde se sentó?
Caminó hasta el dormitorio -el suyo, no el que usaba para sus mujeres-, y cogió la
manta más suave que poseía. Risueñas voces masculinas se filtraron por la rendija de la
puerta de Bjorn mientras regresaba a la sala de estar.
Se endureció en un instante.
Resistirse a ella. Sí, se resistiría. A pesar de que el cuerpo le temblaba con las
innegables vibraciones de la excitación. La calentaría, la despertaría y luego la
escoltaría de vuelta a su cuarto. Entonces encontraría a una mujer apropiada para saciar
los deseos.
Lámeme. Saboréame.
Apretó los brazos a su alrededor. No quería una mujer apropiada. Quería a ésta.
Pero…
Se imaginó a Elin de pie detrás de él, usando uno de sus muchos instrumentos
para infringirle dolor, con el placer en sus ojos.
Había experimentado este tipo de reacción antes. Con ella. Sólo con ella. Pero
estaba empezando a extenderse a otras áreas. Como en cada vez que pensaba en las
mujeres con las que se había acostado, y en como jamás las conoció realmente. El tipo
de vida que ellas habían llevado… despreocupadas o tan atormentadas como la suya
propia.
La culpa...
Tómala, entonces. Con suavidad. Tal vez te guste, o tal vez no. De una u otra
forma…
Aquí estaba todo lo que había ansiado durante el pasado año. Comodidad.
Contacto. Conexión. Las tres C de la seducción.
De mala gana lo miró… y luego lamentó haberlo hecho. De tan cerca, podía ver
la tensión ramificándose de sus ojos en un chisporroteo de electricidad, y su boca
apretada en una dura línea. Parecía furioso, salvaje, capaz de cualquier oscuro acto… y
sin embargo, deseó hundirse más cerca de él, recorrer con las manos todo su cuerpo y
sentir sus manos por todo el suyo.
—¿Cómo puedo ser tan tonta? La regla de oro número uno es nunca recordarle a
tu jefe tus errores. Si él no los recuerda, tú tampoco deberías hacerlo.
—Me gustó que lo amenazaras. Se lo merecía. —Su mirada se dejó caer a los
labios. Sus párpados parecieron volverse más pesados por segundos, la falta de
emoción ya no un problema. Él chisporroteaba—. Pero no es eso de lo que quiero
hablar.
Oh.
Le dirigió una mirada tan intensa, tan caliente, que se le quedaría marcado para
siempre en la mente.
Detenerla. La atracción.
La necesidad.
Ah, no. No, no, no. Uno de los dos debía mantenerse cuerdo.
Matándome...
—No tienes que hacerlo. Decidí acostarme con alguien —susurró ella.
Se puso rígido, y las llamas empezaron a arder en sus ojos. Llamas tan salvajes,
que ciertamente eran aterradoras.
—¿Quién?
Debería haber mantenido la boca cerrada. No había forma de suavizar esto. ¿Pero
era lo que querías, no?
—Eso no va a pasar, Elin. Estarás conmigo. —La levantó por la cintura y la obligó
a sentarse a horcajadas sobre él—. Con ningún otro.
Él contuvo el aliento.
—¿El qué? —jadeó ella. Pero ya lo sabía, porque también pensaba lo mismo.
—Sostenerte así.
Sí, sí, mil veces sí. Tócame. Por favor. Pero el instinto de conservación demostró ser
más fuerte que el instinto primario.
—A mí. A nosotros. Quiero estar contigo, Elin. Quiero hacerte cosas. Cosas que
nunca habrías imaginado posibles.
—No lo sientas. —Le besó el cuello, al mismo tiempo que presionaba su larga y
dura longitud más fuerte contra el centro. A pesar de la afirmación, inclinó las caderas
hacia él, profundizando el contacto, haciéndolo durar más tiempo—. Respóndeme a
una pregunta.
—¿Te entregarás a otro, pero no a mí? —Sus palmas le rozaron la punta de los
senos—. ¿Por qué? ¿Para castigarme por la arpía?
—No. —Tal vez—. Yo... —Tómate un tiempo muerto. Sopesa los pros y los contras—.
Quiero entregarme a ti. Lo quiero. —Olvidados los pros y los contras. No había tiempo
para enunciarlos. El deseo los incineró. Incinerándola a ella.
Él se quedó inmóvil.
—Es lo que siempre quise —admitió ella, jugando con la punta de su pelo—. No
voy a luchar más contra ello.
El triunfo brilló en sus ojos. Le mordisqueó el lóbulo de la oreja y bajó la mano
para ahuecarla la entrepierna. Ella jadeó cuando una caliente lanza de placer la
atravesó.
—A nadie más —graznó ella. Pero una vez más el instinto de conservación alzó
la cabeza, obligándola a añadir—: Voy a morrearme contigo salvajemente. Pero eso es
todo.
Y luego me sentiré tan culpable, que no tendré que acostarme con nadie. Nunca.
Finalmente. Ganar/ganar.
Thane podría haber embozado una sonrisa. Podría no haberlo hecho. De una u
otra forma, terminó con la cháchara.
La agarró por la nuca y la atrajo hacia sí, obligando a los labios a encontrarse con
los suyos. Duro e inflexible, le empujó la lengua dentro de la boca. Saboreando,
exigiendo.
Él dominó.
Subyugó.
Poseyó.
Ella se sentía asombrada. Encontró su lengua una segunda vez y fue como tirar
troncos empapados de gasolina a un fuego ya furioso, el beso tornándose al instante
fuera de control. La urgencia ensombreció el deseo de saborear. Empezaron a
mordisquearse y a lamerse el uno al otro, su sabor intoxicándola -mareándola de
necesidad- drogándola con su estilo de tierna agresión.
No quiero dejarle ir nunca. Tengo que tocarlo. Por todas partes a la vez. Los dedos en
su pelo. Pasándolos a través de sus alas. Las uñas arañando su pecho. Oh, dulce fuego,
las manos envueltas alrededor de su miembro duro como el acero.
Chica avariciosa. Poco a poco. Empezó por el pelo, pasando los dedos por los
sedosos mechones. Él gruñó su aprobación cuando la pasión la obligó a darle un
pequeño tirón. Animada, se dirigió a las orejas, luego bajó a los tensos músculos del
cuello, antes de seguir por las suaves plumas de sus alas. Tantas sensaciones, cada una
añadiendo combustible al ya hirviente deseo.
Más rápido...
—¡Ahora!
—Con mucho gusto, kulta. —La alejó unos centímetros, poniendo fin a las
dulcísimas ondulaciones.
¡Sí!
Él tragó con fuerza mientras la observaba. Sus pulgares le rodearon los pezones,
haciéndolos fruncir, a la vez que masajeaba los desnudos pechos.
—Hazlo —ordenó.
Se quedó quieto.
—¿Qué quieres, Elin? ¿Qué te empuje hacia abajo? ¿Qué me hunda en tu interior?
—Porque no creo que realmente quieras lo que creo que intentas decirme que
quieres —terminó él.
—Por favor. Estoy tan cerca. Sólo necesito… tengo que… Ha pasado tanto
tiempo.
Su expresión se suavizó.
—Te tomaré con mucho cuidado, kulta. —Le agarró del trasero y la atrajo a su
erección con una mano, mientras con la otra le presionaba el estómago y la impulsaba
hacia atrás, hasta que ella se sentó con cierta inclinación sobre sus muslos. Él se dobló
hacia delante y se metió un pezón en la boca, aspirando con fuerza, más fuerte, antes
de chasquear la lengua hacia delante y atrás para aliviar el leve escozor.
Un leve, y sin embargo agudo placer, cortó a través de ella. Gritó. Más. Por favor,
más. Él giró su atención al otro pezón, dándole el mismo tratamiento.
Él levantó su cabeza, sus labios rojos, húmedos e hinchados por el beso. Sus ojos
se encontraron con los de ella, su iris ardiendo con una lujuria que era un espejo de los
suyos.
De repente, él se puso de pie con ella aferrada a su pecho, las piernas envueltas
alrededor de sus caderas, y se volvió hacia el dormitorio. La Sala de los Dulces, Dulces,
Horrores.
La realidad la abofeteó. Justo. Así. No hacía mucho que este hombre había
golpeado a otra mujer y la había dejado en un montón deshuesado sobre la cama. Un
montón deshuesado y magullado. Las cosas que él debió haberle hecho… todas las cosas
que Elin pensaba que quería. Y sin embargo, el pánico apagó la lasciva desesperación y
arruinó el placer, los recuerdos del cautiverio alcanzándola. Se sintió como si hubiera
sido empapada con helada agua sucia.
—No —Elin luchó contra su asimiento. La miró con el ceño fruncido, pero le
permitió poner los pies en el suelo y alejarse—. No. No podemos.
—Thane…
—Te gustó lo que te hacía —siguió él—. Pude oler tu excitación… todavía puedo.
Si te tocara entre las piernas, sé que te encontraría mojada. Lista para mí.
Hazlo. Confirma.
—No te gusta.
—No quise decirlo de esa manera —dijo ella. Sólo di lo que piensas. Déjalo salir—.
Thane, cuando te acuestas con las mujeres, terminas con ellas. Total y completamente.
Me despedirás para deshacerte de mí. Ya me lo han advertido.
¿Y si se acostaba con ella y más tarde averiguaba qué era ella? Se sentiría
traicionado y la castigaría peor que a los fénix del patio.
Él apretó la mandíbula, pero no estaba segura si estaba irritado con ella o consigo
mismo.
Incluso hablar de ello casi era más de lo que podía soportar. Las palabras lo
hacían real, en lugar de una acción impulsada sólo por la pasión. Y la estupidez.
—Nunca he tenido una aventura de una sola noche, y aunque en todo lo que
pienso es en que debería permitírmela contigo, y probablemente es todo lo que tú
quieres, no sé cómo reaccionaré después. ¿Qué pasa si yo… —se estremeció y añadió—
… me aferro a ti?
Él hizo rodar los hombros, pequeñas ondulación que se extendieron por las
plumas de sus alas, hipnotizándola.
¡No! ¡Nunca!
—Sí —se encontró diciendo—. Quiero decir, no. —¡Decídete estúpida!—. No lo sé.
Me prometí que jamás me comprometería de nuevo.
—¿Del tipo mi corazón siempre permanecerá fiel a Bay pero mi cuerpo estará
disponible? —Noticia de última hora. Ya tuve una reunión con mi junta directiva y voté lo
primero, grandullón.
Ella suspiró.
—No —admitió.
—No.
¿Y por qué le importaba nada de esto? No era un camino por el que ella se
adentraría. ¿Lo era?
—Yo… Sí —admitió en voz baja—. Sí, Thane, te deseo. —¿Por qué no podía estar
tan segura sobre todo lo demás?—. Creo que ya te lo demostré.
—Viste su condición.
—S-sí.
—¿Siempre?
Él soltó un suspiro.
—Hasta ti.
—Pero cuando te tuve en mis brazos —añadió él—, parecía como si en realidad
desearas un poco de dolor y esclavitud.
Ella bajó la vista a los pies, avergonzada. ¿Tenía él que ser tan franco?
—No.
¿Y si se queda?
Él frunció el ceño.
—Explícate.
—Sí. Pero también pensé... pensé que si el sexo era una experiencia que odiara,
jamás querría traicionar de nuevo a Bay.
—Pero…
—¡Ahora! —rugió él.
Su lagrima... una lágrima solitaria... Me ha destripado. Eso llevó a Thane sobre las
rodillas.
Supo en ese momento, mientras Elin abandonaba la suite, que el llanto de una
mujer nunca más le excitaría. Siempre asociaría la acción con la angustia aplastante del
alma de su pequeña humana.
¿Sus otras mujeres habían sentido lo mismo? Antes se lo había preguntado, pero
la verdad le eludía. O quizás no había querido afrontarla. Ahora, la respuesta era clara
e innegable. Ellas lo habían sentido. No había escogido a las mujeres por su exterior
-altas, fuertes y robustas. Había elegido a aquellas con sombras en los ojos, porque en
el fondo había sabido que ellas esperaban exorcizar demonios figurados, como había
hecho él.
Entonces Elin había enumerado el segundo motivo para desear el dolor. A pesar
de que ella había hablado de compromiso y unión, lo que deseaba era odiar el estar con
él, para que nunca más volviera a tener la tentación de traicionar a su marido.
Su marido muerto.
Cerró las manos en puños. Si Thane le hiciera daño, incluso a petición suya, la
cambiaría. Su brillante sonrisa se volvería opaca. Nunca más se sentiría lo
suficientemente cómoda como para burlarse de él. Nunca más le haría un pastel o
quitaría las malas hierbas del huerto con él. Nunca más le hablaría de un modo tan
libre. Ella temblaría ante él.
Tengo que demostrarle que merece cosas buenas. Tengo que hacer que anhele
cosas buenas.
Espiral de Vergüenza estaba actuando en otro bar esa noche. Cuerpos bailando y
luces estroboscópicas destellaban con los colores del arco iris en todas direcciones.
Thane no se molestó en abrirse paso entre la multitud. Voló por encima de ella y
se posó en el escenario.
La confusión se intensifico.
Como si no hubiera notado a Elin. Sólo un ciego podría pasar de ella... pero
hubiera retrocedido cuando atrapó un atisbo de su perfume.
—Voy a dejar que tengas a esa —dijo Merrick, frotándose la mandíbula— porque
hay una buena posibilidad de que ya me haya acostado con ella y la haya olvidado.
—No lo hiciste.
En La Sala de los Caídos, arrancó las rosas más grandes y brillantes del jardín y
las colocó en un florero de diamante; la acción lo tranquilizó.
Esta vez, incluyó una nota. Decía: "Nunca he creído que todo lo que sucede estaba
destinado a ser. Los padres y maridos no están destinados a ser asesinados y las madres no están
destinadas a morir delante de sus hijos. Pero sí creo que algo bueno puede salir de algo malo.
Tú, Elin. Tú eres mi algo bueno. Dame una oportunidad, y te lo demostraré".
Más tarde esa noche Thane y sus chicos volaron hasta Industrias Rathbone en
Nueva York. Estaban revisando sistemáticamente los nombres de la lista de Jamilla.
Hasta el momento estaban con las manos vacías.
El número siete era Ty Rathbone. Una vez había sido elogiado por mantener la
calma bajo la peor clase de presión, ahora era conocido por su temperamento violento.
El cambio había sido en cuestión de un instante según habían declarado sus amigos
más cercanos.
«Tu tiempo con la humana no ha ido muy bien, por lo que veo», le dijo Bjorn
mentalmente. «A juzgar por los sonidos que escuche (no, no he escuchado a escondidas pero,
sí, deberías ser más silencioso) esperaba que estuvieras de un mejor humor».
Al menos, el hombre se había recuperado del tiempo que había estado con los
demonios sombra.
Debería haber sido relevado, suponía. Elin era tanto fuego como calma, y él
despreciaba ambas cosas. Uno le empujaba más allá de los límites del control. El otro le
hacía desear cosas que nunca antes había querido: Conexión. Comunión. Un futuro.
Habría culpado al veneno de Kendra, hubiera afirmado que aún lo tenía dentro,
empujándolo hacía la humana, pero había consumido más Frost, y el fuego que le
provocaba Elin no estaba ni siquiera cerca de extinguirse.
«No».
Conmoción registrada.
«¿Puedes?»
¿La había encendido de una manera tan espectacular como su marido lo habría
hecho?
Los celos le golpearon, tan viciosos como un demonio. Cada herida abierta que se
escondía en el interior de Thane picaba de repente como si las hubieran rociado con
ácido.
Ojalá fuera así de simple. Ahora que había probado la dulzura de Elin, la idea de
otras mujeres realmente le asqueaba.
«Una mujer es una mujer. Cierra los ojos, y todas serán iguales».
Una afirmación cruel, una con la que hubiera estado de acuerdo en el pasado.
¿Pero ahora? Ahora sabía la diferencia.
«Mi confianza».
Doce demonios en total de distintos tamaños y formas. Dos de ellos tenían más
de uno ochenta y cinco de alto, pero la mayoría estaban encorvados, como los gorilas,
utilizando las dos manos y pies para avanzar. Unos pocos tenían cuernos -torres de
marfil, los calificaban a veces- que sobresalían de su cuero cabelludo. Otros tenían
negras y retorcidas alas que se extendían desde su espalda. Algunos estaban
recubiertos por una mezcla de piel y escamas. Otros más tenían cornamentas que les
crecían en los hombros y la columna vertebral.
Una batalla sangrienta era exactamente lo que necesitaba Thane para mejorar el
humor. Sonriendo con frialdad, tendió la mano y convocó la espada de fuego. Bjorn y
Xerxes hicieron lo mismo.
Uno de los demonios notó la intrusión de los Heraldos y se rió. No era la reacción
típica. Los demás dejaron lo que estaban haciendo y buscaron en el vestíbulo la razón
de su diversión. Más risas tintinearon antes de que unos arañados pasos resonaran, las
criaturas alejándose corriendo.
—Risas —dijo Xerxes con los dientes apretados, tan aturdido como Thane.
—No hay tiempo para cazarles e interrogarles. Vamos a tener que atraparlos
cuando salgamos. —Thane agitó las alas y alzó el vuelo, subiendo, subiendo a través
de muchos pisos, tomando nota de las clases de demonios que iba adelantando. Paura
y grzech allá. Miedo y enfermedad. Slecht aquí. Malicia. Más viha, envexa y pică.
Cuanto más subía por el edificio, más poderosos eran los demonios que
encontraba, hasta que Thane estuvo seguro de estar viendo a una de las criaturas de la
oscuridad a las que siempre se referían como “Altos Señores”. Estos supuestos señores
estaban sólo un lugar por debajo de los príncipes, los más poderosos de todos.
Thane nunca había peleado con uno. Él y sus chicos eran el equivalente de un
Alto Señor y sin embargo, sólo había luchado contra un puñado de ellos.
Aterrizó ante los ascensores y barrió con la mirada el vestíbulo del señor
Rathbone. Espacioso, gritaba riqueza. Varios hermosos Monet colgaban de las paredes.
Jarrones de cristal se alzaban sobre mesas metálicas. Un sofá de cuero blanco con forma
de C en la segunda esquina. Una alfombra rojo oscuro cubría el suelo de palisandro.
Aquí no había demonios merodeando. ¿Por qué?
—Tengo que ver al señor Rathbone ahora. —El tono no dejaba lugar a discusión.
Era una pérdida de tiempo. Se alejó de ella sin decir nada más.
Abrió la puerta.
—Te he estado esperando —dijo con un gesto elegante indicando las sillas—. Por
favor, siéntate.
Aunque Thane nunca había visto a una criatura así, sabía lo que era.
«Zacharel», proyectó a su líder. «Creo que hemos encontrado a uno de los demonios
responsables de la muerte de nuestro rey. Pero hay un problema. Es un príncipe».
El demonio acarició con dedos largos y delgados a través del pelo oscuro del
humano y el humano sonrió despacio, fríamente.
La boca del demonio no se había movido, pero habían sido sus palabras. Así que.
El humano no estaba simplemente influenciado, sino controlado. ¿Cómo? ¿Cuándo el
demonio permanecía fuera de su cuerpo?
—No finjas que querías ser encontrado —dijo Bjorn, sin necesidad de entrar en el
reino natural para ser visto por el demonio—. El hecho de esconderse es una forma de
derrota, ¿no te parece?
A veces, sin embargo, añadían un poco de verdad a sus mentiras, para que fuera
más difícil encontrar la luz en la oscuridad.
—¿Entonces por qué no te dejas de rollos y nos dices por qué estás aquí? —dijo
Bjorn.
Un guiño fácil.
—Has vigilado demasiado tiempo los cielos y la tierra como si los poseyeras. Eso
se acabó. Mi especie está tomando vuestro mundo de nuevo y a su gente.
—¿Es por eso que mataste a Germanus? —exigió Thane—. ¿Para iniciar una
nueva guerra? ¿Para tomar lo que crees que es tuyo?
La voz era pura maldad. Oscura y retorcida, con mil gritos escondidos en las
palabras, en la mentira. Con los demonios, siempre había un propósito.
Fue el único aviso que tuvieron antes de que toda la estructura se derrumbara a
su alrededor.
CAPÍTULO 11
De todos modos, quería que se detuviera... nunca parará... pero, ¡oh! cada vez que
hacía algo bueno por ella, caía un poco más profundamente bajo su hechizo... y su
miedo a ser descubierta se intensificaba.
—Noticia de última hora. Supuse que esto era una reunión. Pero estamos en las
nubes y es como Rodeo Drive encontrándose en la Edad Media. Estoy un poco
abrumada.
El sol brillaba con fuerza, pero no calentaba demasiado. El cielo era de un azul
celeste claro, ¡un tono tan tranquilo! Hombres, mujeres y otras criaturas aladas volaban
de un sitio a otro. A lo largo de las calles empedradas, los inmortales de todas las razas
tripulaban cabinas, pregonando sus mercancías, mientras que muchos compradores
potenciales paseaban ante ellos.
—Alta Clase Inmortal 101, por el Profesor Hotcakes —dijo Bellorie—. Hay tres
niveles diferentes en los cielos. El club de Thane se levanta en el límite del tercero, el
más bajo, que es conocido por su hedonismo. Nosotras ahora nos encontramos a un
kilometro y medio de la Sala de los Caídos, en un centro comercial al aire libre con
vendedores que ofrecen desde gofres en un palo hasta paseos sobre la espalda de los
esclavos... cualquier cosa, tú eliges. Ropa opcional. Puedes tener cualquier cosa si el
precio es justo.
Las otras chicas habían ido de compras ayer, como habían planeado, pero la arpía
había esperado a que Elin volviera de la “misión” de Thane.
A pesar de que habían terminado las cosas -¿Lo habían hecho? Esa nota... Lo
anhelaba más que nunca.
—Ropa. Ahí es donde quiero empezar y terminar. —No había ningún motivo
para que gastara su precioso dinero en otra cosa. Salvo quizás un picaporte para la
puerta. Tenían la forma y color de una mano humana. Très magnífico. El dormitorio
que compartía con las chicas podría tener un poco de su personalidad.
¿Pero qué pasaba si realmente era una mano humana? ¡Evita el tirador!
El aire se espesó con perfumes, postres y... ¿pasteles de carne? La boca se le hizo
agua.
Después de vender uno de los collares, consumió tres pasteles de carne, que eran
lo mejor que hubiera probado jamás, excepto Thane; después dos pastelitos de
chocolate y cuatro bollos de crema de cacahuete, mejores incluso que Thane. Quizás.
—Por cierto. ¿Lo que estás degustando ahora? Eso es comida de verdad. Lo que
estás haciendo en el club... no.
¡Hey!
—Estoy mejorando.
Elin suspiró. Hornear no era tan divertido como recordaba. Quizás era el
momento de volver a evaluar las metas en la vida.
¿Qué locura es esa? Bay había soñado con abrir una pastelería, ¿y ahora ella iba a
matarlo del modo en que los fénix le habían matado? ¡No! Tenía que hacerlo, en su
memoria. En su honor.
Con Bellorie a su lado, hablando y riendo mientras gastaba el resto del dinero “a
lo salvaje” en un nuevo guardarropa. Compró un par de pantalones vaqueros, un par
de pantalones de cuero -¿qué?- una docena de tops bonitos, unos vestidos veraniegos,
camisetas de entrenamiento y pantalones cortos, lencería, pijamas, botas, zapatillas de
tenis, zapatos de tacón y una bata.
—Todo será entregado en el club al final del día —le había dicho Bellorie antes.
Pero odiaba la idea de permitir que sus hermosas compras salieran de su vista,
incluso durante unas horas. Mío, todo mío.
—Vamos —dijo Bellorie ahora, tirando de ella desde Vladmir’s Closet—. Axel
tiene un puesto hoy, y no quiero perdérmelo.
—¿Axel?
—Lo conociste ayer noche, en la casa de Thane. Pelo oscuro, penetrantes ojos
azules.
Sonrió cuando las vio, toda su cara se iluminó y, de algún modo, esto lo hizo más
hermoso.
La sonrisa de él se amplió.
—Lo que quiere decir, es que está dispuesto a dejar que las mujeres se la chupen
si le pagan con nuevas y emocionantes armas.
El brillo malicioso de sus ojos... Sí, había tenido razón al ver en él a un candidato.
—No, gracias.
Perfecto. Era un luchador. Podría ser un nuevo candidato, ya que Thane parecía
haber pasado de caliente-y-frío a permanentemente frío.
¿Olvidando la nota?
—Uh. Correcto. —Él olía bien. Realmente bien. Oscuro, romántico y excitante,
como si acabara de salir de Las Mil y Una Noches. Pero por algún motivo no le decía
nada a sus hormonas.
—¿De qué?
—De ti.
—¿De mí? —Se golpeó en el pecho para asegurarse de que estaban hablando del
mismo “ti”.
El gemido de ella lo paró. Ella lo hizo. Ella lo sabía. Ella le había mencionado el
nombre de Merrick a Thane.
—Sí y lo siento. ¿Qué te hizo? —¿Y por qué me excita pensar que Thane lanzara sus
puños de trueno sobre otro tío?
—Merrick —una voz femenina lloriqueó llamándole antes de que Elin pudiera
terminar su pregunta—. Te extraño ya.
Merrick tomó la mano de Elin, sus ojos brillantes de diversión mientras le besaba
los nudillos.
—Haz que Thane ruegue por ello. Las batallas más duras tienen las victorias más
dulces. —Y él estaba fuera.
Puf. No vayas allí, tampoco. Cogió la más hermosa, una con un fascinante patrón en
blanco y negro, y una incrustación brillante. Suave. Caliente, como si fuera una manta
eléctrica. La tarjeta adjunta decía que estaba hecho de pelo de híbrido de unicornio y
grifo.
Allí estaban Ardeo, el rey de los fénix. Aunque parecía muy diferente de lo que
recordaba, el pelo oscuro de punta, sus ojos de color avellana estaban inyectados en
sangre y sus mejillas, una vez llenas, ahora demacradas. A su lado estaba Orson, el
segundo al mando del ejército Firebird.
Los dos hombres acechaban por la hilera de tiendas con determinación, con la
amenaza en cada paso. Exploraron todos los puestos, obviamente buscando algo o
alguien.
¿Thane?
¿O Elin?
La angustia dio a luz al pánico, ambos quemándole el pecho. Parte de ella quería
empuñar un trozo de cristal e ir directa contra el rostro de Orson, algo, cualquier cosa
para castigarlo por su participación en las muertes de su padre y de Bay. Otra parte
sabía que sólo crearía más problemas.
“Lo que resulte necesario, cariño, hazlo. Sobrevive. No permitas que mi sacrificio sea en
vano”.
—Me quedo con la manta. Si eso no es suficiente, acuda a Thane en la Sala de los
Caídos y le pagará. —Espero.
Por ti, mamá. Pero en el fondo, Elin estaba avergonzada por su comportamiento.
Tenía que haber una mejor manera de salvarse a sí misma. Una manera que no
pisoteara su dignidad.
—... invitar a los Señores, sin problemas —estaba diciendo Bellorie—. Uh, ¿qué
estás haciendo, Donk Golpeadora?
Elin se dejó caer junto al Heraldo, como si fuera su esclava e inclinó la cabeza.
Justo a tiempo. Dos juegos de botas de cuero desgastadas aparecieron a la vista. El
corazón le martilleaba contra las costillas, entrando en contacto con el calor del pánico
–una rápida deflagración de luz a antorcha.
Era de conocimiento público que a los Heraldos se les permitía matar a los
demonios y a nadie más. A menos, claro, que estuvieran siendo retenidos contra su
voluntad. En este momento, Axel no estaba siendo retenido contra su voluntad. Estaba
en una gran desventaja.
—Trato.
Un segundo más tarde, antes de que Elin incluso pudiera seguir los movimientos
de la chica desde debajo de la manta, Bellorie golpeó el pecho de Orson, agarrando su
corazón, y tiró hacía fuera. El órgano latió dos veces más antes de detenerse.
Intentó obedecerle, realmente lo hizo, pero los gritos seguían llegando. Sangre...
un charco rojo... el olor de ella en el aire... a peniques viejos. Familiar. Llevándose a los
dos hombre a los que más había querido en la vida. Después a su madre y a su único
hermano... su precioso hermanito.
Fuertes brazos se cerraron alrededor de ella y la levantaron del suelo. Elin luchó
con cada pedacito de fuerza que tenía, moviendo los brazos, pateando con las piernas.
Mordiendo. Arañando. Actuaría como un guerrero y lucharía a muerte. ¡Aférrate a la
supervivencia a cualquier precio!
Los brazos la soltaron y cayó, debía haber estado más alto de lo que se había
dado cuenta, porque perdió el aliento al aterrizar, un intenso dolor le desgarraba el
costado. Y todavía los gritos salían, a pesar de que ahora eran más suaves, meras
escofinas de jadeos.
—Elin, mírame.
Se dio cuenta de que estaba tumbada boca arriba en medio de la calle y Thane
estaba agachado a su lado, envolviéndola con las alas, protegiéndola de la curiosidad
de los demás.
—Está ahí. Sé que está ahí. Y la necesito fuera. Por favor. —Se quedó sin aliento.
La sangre incluso se había extendido sobre él. Sus alas... eran de color rojo. ¡Todo era
rojo!
—Kulta.
—Por favor.
—Por favor.
—Odio fastidiar la fiesta —dijo Axel— pero dos guerreros fénix estuvieron aquí
buscándote, tío. Eran muy molestos.
El pánico golpeó a Elin. Si Thane capturaba a Ardeo y Orson... los tres podían
tener una pequeña charla...
Su secreto ya no sería un secreto.
—Lleva a Bellorie con Xerxes y cuéntale al guerrero lo de los fénix. —Cogió a Elin
en sus brazos, acariciándola cerca de su pecho y se disparó directamente al aire.
CAPÍTULO 12
Thane no podía creer el día que había tenido. Él y sus muchachos casi habían
muerto en el derrumbe de un edificio. Si no fuera por el Agua de Vida, lo estarían.
Unos segundos después de tomar un sorbo del agente sanador, los huesos rotos se
habían reparado, los músculos desgarrados se habían tejido de nuevo y rellenado las
venas secas.
Una vez curados, habían sacado a los humanos de los escombros, y también les
habían dado a cada uno una gota del Agua, asegurándose así que no se perderían sus
vidas. Por desgracia, ahora los canales de noticias estaban explotando la historia de los
tres hombres de aspecto extraño que habían "realizado uno de los milagros más
grandes del mundo".
Elin, que odiaba la sangre y no se daba cuenta de que él tenía el alma empapada
de ella.
«¿Te has acostado con ella?» preguntó Xerxes con evidente sorpresa.
«Muy bien».
Moviéndose tan rápidamente como le fue posible, cerró las puertas y preparó un
baño de vapor. Ella no ofreció ninguna protesta cuando la desnudó y la revisó en busca
de lesiones. Su piel estaba pálida en algunos lugares y enrojecida en otros, marcada con
pecas. Sin embargo sus hermosos pechos estaban rematados por pequeños pezones
rosados, su estómago plano y suave, y sus piernas largas y ágiles, todo estaba intacto.
Apretó los puños cuando algo dentro de él se rompió. O, por último arrancó
algunas de las malas hierbas. Recordó los gritos de Elin, su voz mezclada con el miedo
y rota en los bordes. El sonido no lo había excitado; no fue ninguna sorpresa, tampoco
lo hizo en el campamento. Pero lo había atormentado. Habría hecho cualquier cosa para
que se detuviera.
Recordó la forma en que algunas de sus amantes lo habían mirado durante los
años, como una vez él había mirado a sus captores demonio. ¿Qué iba a hacer si Elin
alguna vez lo miraba así?
Morir, se dio cuenta. Una parte de él moriría. Quizás su última pizca de decencia.
No sería mejor que los monstruos contra los que luchaba.
Se puso en cuclillas frente a Elin y trazó con los nudillos la decoloración en sus
costillas.
—No lo sé. Quiero decir, luché con Axel cuando trató a recogerme y me caí, y me
dolió. ¿Tal vez entonces?
Las palabras eran suaves, apenas audibles. Aun así, causaron que su mundo
cambiara.
—No, kulta. —Él haría el baño sexual más que reconfortante, y ella estaba
demasiado vulnerable en este momento—. No estás en buenas condiciones en este
momento. Tus decisiones no…
—Te voy a limpiar ahora. —Mantente distante. La enjabonó desde el cuello hasta
la cintura. Al principio se las arregló para mantener la mente en otras cosas. La reunión
del día siguiente con Zacharel, concerniente a sus acciones en Industrias Rathbone.
Pon fin a esto. Vertió el líquido caliente sobre su estómago, aclarando la espuma.
—¿Por qué odias la sangre, kulta? —en un esfuerzo por purgar el pasado.
Tan trágico.
—Lo soy —dijo, dejando caer un puño en el agua—. Hoy, cuando vi a Ardeo y a
Orson, me escondí junto a Axel en vez de atacar.
—Y fuiste prudente al hacerlo, no cobarde. Eres una humana sin formación. Tú…
Una humana que aprende a defenderse contra otros humanos apenas esta
entrenada para defenderse contra los seres que poblaban su mundo.
—No. ¡Atacaría!
—Eso es... correcto. —Los nudos en los músculos de Elin se suavizaron y se relajó
contra él, mientras que él se ponía más tenso por segundos.
Y tal vez por eso, a pesar del horror de la conversación, el pene le permaneció tan
duro como un tubo de acero, palpitante, instándolo a arquearse en ella por fin y
golpear contra su hendidura.
«Tu humana no para de gritar. ¿Qué quieres que haga con ella?»
Entonces ella se movió otra vez... y otra vez, parecía estar provocándole
deliberadamente el deseo. Pronto, ella se frotaba contra él.
—Thane.
La necesidad en su voz...
Acarició con el meñique el vértice de sus muslos, acercándose cada vez más a su
dulce punto, dejando que pulso tras pulso el deseo sofocante lo dejara y se filtrarse en
ella. Ella gimió.
—No sólo te ansió kulta, estoy literalmente hambriento de ti. —Se empujó contra
ella para que no tuviera ningún motivo para dudar de las palabras—. Preferiría morir
que parar.
—¿Vas a utilizar látigos y cadenas en mí? —Alzó la mano y la echó hacia atrás
para introducirle los dedos en el pelo.
—No. —Nunca—. Todo lo que necesito es a ti. —Le lamió la concha de la oreja.
—Pero…
—No hay peros. —Le pellizcó la barbilla y forzó su cabeza en un ángulo hacia la
suya. Sus ojos estaban a media asta, con los labios entreabiertos y ya listos para ser
poseídos. El triunfo se apoderó de él—. Cuando estemos juntos, seremos tú y yo. Nadie
más. Nada más. Acéptalo.
—Thane…
—Acéptalo, kulta.
Él le daría todo. Haría todo con ella, cosas que nunca había hecho con otra.
Tocaría y probaría cada centímetro de ella, luego la dejaría tocar y probar cada
centímetro de él.
Movió las manos resbaladizas por el agua a sus hermosos senos y los ahuecó,
amasándolos. El agua había acalorado su piel. O tal vez el intenso calor que él irradiaba
lo había hecho. Las palmas le quemaban con tanto ardor que temía que se le
chamuscaran, pero mientras rodaba sus pezones entre los dedos, ella gimió y arqueó
sus caderas, excitándose sin restricciones.
—No puedo tener suficiente de ti, kulta, y creo que, tal vez, tampoco puedas
obtener suficiente de mí. —Besó y lamió un camino por su cuello—. ¿Estoy en lo cierto?
—Dime lo que necesitas. —La voz no era más que un gruñido—. Yo lo haré. Haré
cualquier cosa.
—Buena chica. —Cerró los dedos en torno a su montículo y gimió. Ella estaba lo
suficientemente caliente como para quemarlo.
El agua lamía sobre el borde de la bañera sólo para regresar y acariciarle la piel
sensibilizada. El agua que no se había enfriado en lo más mínimo. Agua que sólo se
había calentado.
Era demasiado... no era suficiente. Debería cerrar los ojos y permitirse calmarse,
simplemente disfrutar de la sensación de sus paredes internas alrededor del dedo que
empujaba. Pero la vista de ella... tan erótica... No podía apartar la mirada, y la
necesidad de satisfacción seguía aumentando.
—Mucho.
Regocijándose la alimentó con un segundo dedo y comenzó a trabajar dentro y
fuera de ella.
Jadeando, ella se arqueó para tomarlo más profundo. La palma de la mano estaba
apretada contra el corazón de su necesidad y ella gritó, aquellas paredes húmedas y
mojadas lo apretaban casi tan fuerte como un puño.
La visión de ella, los sonidos que hacía, ambas cosas lo empujaron más allá de la
razón. No podía esperar ni un minuto más. Tenía que hacerla llegar. Él. Ahora. Justo
como esto. Con los dedos todavía clavados en su interior, estrelló las caderas hacia
delante frotando la larga y dura longitud del pene contra ella. Luego lo hizo de nuevo.
Y otra vez. Duro y rápido. Y otra vez. Una vez más. Durante todo el tiempo la trabajó
con los dedos y la palma.
Nene. Una palabra cariñosa. De una mujer. Para él. Era tan nuevo como el placer,
y tan embriagador.
—Vamos —le ordenó—. Córrete ahora. Déjame sentirte. Verte. —Empujó más
fuerte, más alto, presionando la palma de la mano contra ella.
—¡Thane! —gritó, sus paredes interiores se apretaron contra él, todo su cuerpo se
arqueó. Una oleada de calor líquido le inundó los dedos.
A la luz, esos dedos brillaban. La boca se le hizo agua, con ganas de saborearlo.
Se lamió los labios... y luego los dedos. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Tan
deliciosamente dulce. ¿Cómo había vivido sin esto? ¿Sin ella?
—Tal vez deberíamos lavar mi cerebro mientras estamos aquí —dijo ella, su voz
sin aliento—. Mis pensamientos son todavía muy, muy sucios.
—¿Quieres más, kulta? Te daré más. —Con mucho gusto. La besó en la base del
cuello y sonrió—. Tu piel es tan caliente, tus pecas pequeños infiernos.
—¿Caliente? —Se puso rígida. Se enderezó, cortando el contacto—. Um, creo que
ya he tenido suficiente por un día. Voy a salir, bien, y voy a tomar prestada tu túnica.
—Antes de que él pudiera responder, se levantó y salió de la bañera. Mientras tiraba
del material blanco sobre su cabeza, dijo—: Todo el mundo me va a ver y lo sabrá,
¿verdad? Será mi primer paseo de vergüenza.
Vergüenza.
El hielo llovió sobre él. Había amado cada momento juntos, y también a ella. Y,
sin embargo, en el momento en que su deseo se apagó, ella lo lamentó.
—Lo siento. —Elin corrió hacia la puerta, sólo para hacer una pausa con la mano
en el pomo—. Yo, eh, me divertí. Gracias.
¿Gracias?
—No quiero que vuelvas a alejarte de los terrenos del club, Elin.
Sus mejillas todavía estaban sonrojadas por el clímax. Un clímax que él le había
proporcionado. El pelo mojado estaba pegado a sus mejillas. Quería odiarla.
No podía odiarla.
Un músculo le palpitó debajo del ojo. Él no podía mentir. Pero había tenido siglos
para aprender cómo eludir una mentira.
—Todos los humanos lo son. —Lo que ella no sabía: Era la primera y última
humana que nunca honraría su club—. Mis enemigos están ahí fuera, cazando, y
podrías ser utilizada en mi contra.
Apartó la mirada de él, retorciendo los dedos sobre el centro de la túnica,
levantando el dobladillo, dejando al descubierto sus pantorrillas... y las gotas de agua
que todavía se aferran a su piel.
—Suficiente. —No quería hablar sobre estrategias de guerra con ella. Eso sólo la
asustaría.
Elin entró en el pasillo con los hombros caídos y la cabeza gacha. No estaba
avergonzada de su relación con Thane, y no quería actuar como si lo estuviera, pero
parte de ella esperaba que Thane gritara una orden a sus guardias para que la mataran.
Al girar en una esquina, al mismo tiempo aliviada por haber escapado sin ser
detectada y entristecida por el abrupto final de un encuentro tan dulce, Adrian salió de
las sombras para seguirla.
Quiso interrogarle sobre Thane. ¿Que sabía él sobre el hombre y sus antiguas
amantes? ¿Cuánto tiempo hacía que trabajaban juntos? Pero se mordió la lengua. No
merecía las respuestas. El dolor en los ojos de Thane mientras ella se vestía... La había
mirado como si lo hubiera apuñalado.
Mejor amigo. Las palabras le resonaban en la mente. Sí. Lo era, se dio cuenta.
Siempre acudía a su rescate. Siempre escuchaba sus historias sobre el pasado y quería
saber más. Se preocupaba por su bienestar. Al igual que ella se preocupaba por él. Ella
confiaba en él.
Pero ahora, sin la bruma del placer conduciéndola, la culpa era peor.
No había esperado al amor esta vez. No había hecho que Thane esperara hasta el
matrimonio del modo en que había hecho esperar a Bay, y Bay la había adorado. Para
Thane, no era más que un capricho pasajero. Si eso. Y entonces, añadiendo insulto a la
injuria, Bay ni siquiera había sido su primer pensamiento cuando había bajado de ese
alucinante orgasmo. Había sido el tercero.
El segundo, la llegada del miedo. Cuanto más la había excitado el Heraldo, mas
había crecido el calor. Literalmente. Nada de eso le había pasado antes, pero conocía la
razón para ello. Su lado fénix.
¿Qué pasaría cuando Thane supiera la verdad sobre ella? ¿La odiaría? Sí. ¿La
estacaría? Probablemente. ¿La echaría? Sin dudas.
Las necesidades cambian, había dicho él, y quizás las suyas lo hicieran... por el
momento. ¿Pero qué pasaría después? ¿Querría haberle daño por placer?
Lo mire como lo mire, él no es bueno para mí. Debería mantenerme alejada de él.
Bueno, estaba convencida que eso no iba a ser un problema. Llegados a este
punto, seguro que él no quería tener nada que ver con ella. Después de que le hubiera
dado las gracias por el gozoso final, el dolor había desaparecido de sus ojos, dejándolos
fríos e inexpresivos. Sus labios se habían afinado, y los músculos de su mandíbula se
habían endurecido.
Era una expresión que le había mostrado a Kendra... justo antes de que la hubiera
matado. ¿Le he hecho sentir como una puta descartada?
La última vez, las chicas habían intentado taladrarle en la cabeza el hecho de que
tenía que apuntar bajo cada vez que lanzara una piedra. Si alguna vez lanzaba una. No
tan baja como para que la victima pudiera saltar y evitar ser golpeada, sino lo
suficientemente baja como para que el misil no pudiera ser capturado.
—¡Joder! Mientes —contestó Chanel, inclinándose para tocarse los dedos del pie.
—Sí. Pero...
—Acudió sólo porque allí apareció el rey fénix. —añadió Elin con los dientes
apretados—. Ya sabéis lo mucho que odia a los fénix.
—Oh, ¿es por eso? —dijo Chanel con tono ladino—. ¿Así que, cuando llegó allí,
no fue directamente a por ti? ¿Capturó al rey fénix y puso una estaca en su jodido
corazón?
—Bien, no, pero yo estaba gritando y atrayendo todo tipo de atención no deseada
y él...
—Lo llamaste para hacerle salir —dijo Savy, igual de ladina—. Como él habría
hecho por otros. Cómo le he visto hacer por otros.
Sí, y tú le has lanzado una bomba y te has largado, corriendo para alejarte de él en el
momento en que conseguiste lo bueno de lo bueno.
Las alas de Thane se deslizaron arriba y abajo con una tranquilidad que no sentía.
Cuanto más lejos volaba del club -de Elin- más tenso se ponía. Pronto tendría que
dejarla ir, y lo sabía. Cuanto más tiempo pasara con ella, más la querría, la necesitaría,
tendría que tenerla. Pero no podía tenerla. Incluso si ella se desnudaba y se metía en su
regazo, él nunca olvidaría su vergüenza. ¿Y sobre qué? ¿Por unos pocos besos? ¿Una
caricia sin sentido? Un clímax que había... ¿qué? ¿Encantado a cada célula de su
cuerpo? ¿Traicionado a su marido?
«¿Puedo sugerirte hacer punto?» El tono de Xerxes era taimado, burlón. «Es muy
relajante».
«No hay motivo para sugerirlo. Ya estoy tejiendo una camisa de dormir... para tu madre».
A pesar de ser una broma, saboreó el vil sabor de la mentira, pero no le importó.
«¿Bromas con madres?» Bjorn chasqueó la lengua. «Cuan bajo ha caído el sofisticado
Thane».
«Creo que necesita caer un poco más». Xerxes rodó por encima de Thane, recortando
sus alas y enviándolo a una caída de varios cientos de metros antes de que se
detuviera.
Se lanzó como una flecha hacia la nube de humo que flotaba en el centro de los
bosques a las afueras de la Ciudad Aμαρτία, donde Elin había hecho sus compras y
Bellorie había matado a uno de los fénix. Habían pasado aproximadamente dos horas
desde ese momento, y el guerrero estaba claramente en proceso de regenerarse.
Muy bien.
2 Tiene sus orígenes en el juego en el que dos conductores conducen el uno hacia el otro, hasta que uno de ellos se desvía o ambos mueren en la colisión. (N. de T.).
Ardeo, el rey, estaba arrodillado delante del fuego, con la cabeza inclinada
mientras se tiraba de los cabellos. Gritando “Malta” a todo pulmón, una y otra vez. Su
dolor era tan fresco hoy como había sido el día de su muerte hacía unas semanas.
—Vivos si es posible.
Thane plegó las alas a la espalda y metió la mano en la bolsa de aire para extraer
un par de espadas cortas. Cuando los guerreros llegaron hasta él, saltó en el aire, se
retorció y golpeó a los dos por detrás mientras pasaban corrieron por el sitio que
acababa de abandonar. Los hombres cayeron sobre la hierba de bruces... faltándole a
cada uno un brazo. Aullidos gemelos de dolor estallaron.
Dos de los hombres más grandes hirieron a Thane por detrás, cortándole las alas.
Silbando, Thane se giró y balanceó las armas en un amplio arco. Las puntas
traspasaron piel y músculo, pero no hueso. Los hombres habían saltado hacía atrás,
evitando lesiones más graves. Y cuando Thane giró por segunda vez, ambos estaban
preparados y le bloquearon. El metal sonó contra el metal.
—¿A pesar de que ella me prefiere a mi? —preguntó Thane, realmente curioso.
Mostrando los dientes, Ricker se abalanzó sobre él. Thane se disparó al aire,
después se dejó caer detrás del hombre y balanceó la espada. Pero la War Ender sabía
lo que él iba a hacer y se giró, encontrando la espada de Thane. Clang.
Apretando los dientes, Thane acuchilló con una de las espadas hacia la izquierda
de Ricker y mientras el guerrero lo bloqueaba, desarmándole, Thane le apuñaló el lado
derecho con la otra. El metal finalmente encontró carne.
—Como yo. —Ricker desenvainó una daga de su cintura y apoyó el frío acero
contra la garganta de Thane.
—Pero, mi rey...
El odio ardía en los ojos oscuros de Ricker mientras señalaba con la espada el
hombro de Thane. Retrocedió, el arma ensangrentada de Thane saliendo de su
estomago. Finalmente libre, se inclinó ante Ardeo, diciendo:
—Mis hombres quieren a sus preciosas mujeres —dijo el rey, su voz un insulto y
burla al mismo tiempo.
Thane pensó un momento. Por mucho que deseara venganza eterna contra todo
el clan Firebird -¿lo hacía? ¿Aún?- tenía un nuevo enemigo al que hacer frente, y el
príncipe requería de toda su habilidad y atención.
—Mi rey —dijo Ricker, ofendido—. Kendra es más que mi esposa. Es la sobrina
de vuestra consorte. Seguramente eso significa algo para...
—Mi concubina está muerta, asesinada por su propia familia. El resto de ellos
pueden pudrirse —escupió Ardeo—. Además, tu esposa te estaba envenenando. Te
hubieras convertido en su esclavo si yo no te hubiera obligado a abandonar el
campamento conmigo. Harías bien en enviarle a Thane una cesta de fruta como
agradecimiento por su implicación en tu liberación.
Ricker asintió con rigidez, pero sus ojos lanzaron nuevos puñales de odio a
Thane.
Elin. La Elin de Thane. La rabia lo arañó. El guerrero la quiere. Quiere lo que es mío.
Muere.
Thane tendió una mano para convocar una espada de fuego. Entonces las
palabras del guerrero penetraron la bruma de los celos, y el brazo le cayó al costado.
¿Elin era una mestiza? Medio humana, medio... ¿qué? ¿Fénix? Capturada por ser
considerada una abominación, nunca se le permitiría procrear -una práctica por la que
los fénix eran conocidos.
No. ¡No! Ella no era una tramposa y conspirativa fénix, capaz de esclavizar a
todos los varones con los que se acostara -capaz de esclavizarlo a él.
Pero si lo era...
Una emoción le brotó por dentro. Más que rabia. Asco, tristeza, y lo peor de todo,
miedo aplastante. Si era fénix, jamás sería capaz de volver a tocarla. Nunca más la vería.
Ya no sería bienvenida en el club.
Elin podría ser una mestiza, pero sin dudas no era fénix. Probablemente su gente
estaba en guerra con los fénix. Si. Eso encajaba. Por lo que sabía, era parte banshee. Ese
grito...
Quería lanzar varias preguntas diferentes sobre Elin, pero no lo hizo. Revelar
vulnerabilidad era una tontería.
—Confía en mí. No quieres viajar por ese camino —le dijo Bjorn.
Thane alzó una vez más la mano, y esta vez, materializó una espada de fuego.
Las llamas crepitaban amenazadoramente.
—Con tus palabras, niegas nuestro trato. Por lo tanto, voy a ofrecerte uno nuevo.
Después de que descubra lo que cada uno de tu pueblo le hizo a mi humana… —mi
mestiza—… impartiré los castigos adecuados. Entonces podrás tener a tu gente de
nuevo. Si se regeneran.
—Que se sepa —dijo Thane con absolutamente cero inflexión. Sólo fría, dura
verdad—. Daña lo que es mío, toca lo que es mío, incluso desea lo que es mío, y
sufrirás.
Por un momento, la niebla en los ojos de Ardeo se aclaró. Miró a Thane con un
nuevo respeto. Y envidia.
—Muy bien —dijo, el rey de los fénix, renunciando a la batalla por permanecer
de pie y dejándose caer al suelo—. Tu humana fue amable conmigo. Respetuosa con mi
preciosa Malta. Es tuya para hacer lo que quieras. —Sus hombros se hundieron—.
Como Malta fue una vez mía.
El licor no le estaba arruinando, notó Thane -no era más que un síntoma. El
verdadero culpable era el dolor. El hombre por fin había llevado a Malta a su cama
-pero había sido asesinada a los pocos días. Había probado el cielo, y entonces lo había
perdido.
—Hasta que nos volvamos a encontrar. —Con una última mirada de advertencia
al furioso Orson, Thane extendió las alas y volvió al cielo.
«Libera a los presos de las estacas, y enciérralos en las celdas», proyectó. Le hubiera
gustado hacerlo él mismo, pero era el momento de hacer frente a Zacharel por su
implicación en la destrucción del edificio Rathbone. «Tengo una diligencia. No debería
estar ausente mucho tiempo».
«No tienes que preocuparte…» Bjorn se detuvo, flotando en medio de una nube
bañada por el sol. Thane y Xerxes tuvieron que retroceder. El rostro del guerrero era de
dolor. «Tengo que irme». Echó un vistazo por encima de su hombro. «Ella...» Apretó los
labios.
¿Ella? Thane miró pero no vio ninguna evidencia de... ¿qué? ¿Los demonios
sombra? ¿O es que su amigo había sido convocado por su reina?
«Lo siento, pero no puedo decir nada más sin romper mi promesa». Bjorn, con sus
rasgos atormentados, desapareció.
«El Señor del Inframundo, Lucien, tiene la capacidad de seguir el rastro espiritual de una
persona», le dijo a Xerxes. «Después de mi diligencia, le contrataré para rastrear a Bjorn».
«Buen plan».
—¿Y la chica?
—Debe ser protegida a toda costa. —Cuando volviera, iba hablar con ella. Ella le
confirmaría su linaje.
Más latigazos, sí. Eso era lo que Thane esperaba. O, finalmente, el fin de su
inmortalidad. Habría suplicado por otra novedad. En cambio, cuando aterrizó en el
borde de la nube de Zacharel, el líder del ejército de la Desgracia lo estaba esperando.
Agarró por la nuca a Thane y presionó sus frentes juntas, el viento bramando alrededor
de ellos.
La sorpresa brilló fugazmente en sus ojos, tan verdes que podrían haber sido
confundidos por esmeraldas.
—¿Lo haces?
—Sí. —La arrogancia le había costado una victoria muy deseada. Quizás más.
—Eso espero. Porque cada decisión que tomas no sólo afecta a tu propia vida —
dijo Zacharel, el negro pelo rozándole la mejilla—. Afecta a la vida de aquellos que
amas y dependen de ti.
Las palabras tocaron una fibra sensible en el interior de Thane. Sabía que sus
acciones afectaban las vidas de sus seres queridos. Había decidido quedarse en el
edificio, y Bjorn y Xerxes casi murieron. Elin casi perdió a su protector. Su club casi
cayó bajo una nueva dirección. Inmortales de todo el mundo habían hecho una oferta
por él.
—Tengo una nueva misión para ti —dijo Zacharel, y Thane comprendió con
sorprendente claridad que no recibiría un castigo.
—No. Pusiste en peligro vidas, pero también las salvaste. Ahora escucha.
Se sintió humilde.
—Maleah.
Una vez, Thane la había deseado. Ahora, colocó mentalmente a la gótica belleza
rubia al lado de la delicada y morena Elin, y no había comparación.
—Llévate a los soldados que necesites y mata a los demonios —instruyó Zacharel
—. Mátalos a todos. No permitas que ningún esbirro quede en pie.
Muy bien. Sin piedad. Una política en la que todavía destacaba. Thane asintió, la
anticipación deslizándose ya por él.
—Convócame.
Zacharel le dio las coordenadas que necesitaba cuando aterrizó. Thane plegó las
alas a la espalda y observó detenidamente el vistoso mundo humano. Las calles
estaban atestadas. Las luces de neón destellaban. La atmósfera estaba cargada con
olores de comida, perfumes y gases de combustión. Voces hablando, coches pitando.
Algunos pasos craqueando. Otros taconeando con fuerza.
Oyó a los guerreros llegar detrás de él. Se dio la vuelta, les contó lo que Zacharel
le había dicho y a dónde iban. La misma anticipación que sentía se reflejó en sus
expresiones.
Al unísono, el grupo saltó del edificio y cayeron como flechas hacia el suelo.
Como los guerreros estaban en el reino espiritual, sus cuerpos eran como niebla
mientras atravesaban la carretera, el sistema de metro y entraban en un laberinto de
túneles oscuros, húmedos y olvidados.
Thane alzó la mano libre y señaló en la dirección que quería que cada guerrero
fuera. El grupo se dispersó, cada uno deslizándose por su recodo asignado.
Alerta, en guardia, corrió hacia delante, usando las alas para propulsarse más y
más rápido a pesar del estrecho y apretado espacio. Las voces se volvieron más fuertes.
Escuchó a humanos ahora. Gimiendo. Suplicando por una piedad que nunca llegaría.
Renunció a seguir por los artificiales túneles y atravesó como un fantasma las paredes,
la vibración de los sonidos dirigiendo los pies. Pero tomó un giro equivocado y acabó
en un cuarto vacío.
Y otra.
Y otra.
El infierno sobre la tierra. Una escena sacada de sus más profundas pesadillas.
Al menos treinta demonios de todo tipo se congregaban en una gran estancia con
desmoronadas paredes de piedra, columna de madera en mal estado y un suelo
cubierto de oscura sangre coagulada.
Había seis humanos encadenados por toda la estancia. Dos mujeres, tres hombres
y un niño. A Thane se le revolvió el estómago mientras enviaba a sus guerreros un
mapa mental de su posición. No lo entendía. Se suponía que los demonios del príncipe
hacían todo lo posible para poseer a ciertos humanos. Esto estaba más allá de la
posesión… estaba mucho más allá de la depravación. Algunas criaturas holgazaneaban
sobre la sangre, lamiéndola. Otros todavía atormentaban a los humanos, arañando
trozos de carne expuesta y riendo.
La espada de Thane iluminó cada malvado acto, y uno por uno, los demonios lo
notaron y se enfrentaron a él. El maníaco regocijo dio paso al temor en cada brillante
ojo rojo mientras Los Heraldos entraban y bloqueaban cualquier salida posible.
Y el caos estalló.
Los Heraldos se lanzaron a la acción, balanceando las espadas con una finalidad
mortal. Los demonios con alas intentaron volar, pero Thane y Axel no tenían intención
de permitírselo y cortaron los apéndices antes de que una sola criatura pudiera
abandonar la guarida de los horrores.
Thane pasó junto a él y apoyó al demonio en una esquina. Era uno de los más
grandes, con retorcidos cuernos que se extendían de una cabeza deforme. La piel roja
hacía juego con sus ojos… ojos casi ocultos por los sobresalientes huesos de la frente.
No tenía nariz, simplemente agujeros para respirar. Los delgados labios revelaban
unos dientes grandes y los bastante afilados para competir con los de un tiburón
blanco.
Thane sonrió con su sonrisa más fría y luego le dijo a sus guerreros.
Bien.
Ella poseía más energía que los demás y siseó como un gato enfadado.
—Presta atención, Kendra, porque podrías ser la siguiente. —Sacó una daga de la
bolsa de aire, el metal ya manchado de sangre, y afrontó al demonio—. No sé si ya te
habrás enterado, pero soy muy bueno con los cuchillos... y mis interrogatorios nunca
paran hasta que obtengo lo que quiero.
El anuncio fue recibido con abucheos de parte de las tres mujeres. Y más gritos.
No importa.
—¿Saber qué?
—Thane la echó.
—¿Qué? —jadeó.
—Es cierto, pétalo. Axel la trajo al club. Xerxes le dijo que ella había dejado ver
sus mamude y tenía que irse. La observó mientras hacía las maletas y luego la escoltó
fuera del edificio. Es el rutinario he sido exiliada.
¿Así de fácil?
Pero... Thane mostraba su mamude cada puto día. ¿Por qué culpar a Bellorie por
una sola indiscreción?
Elin seguía sin ser fan de la violencia y tenía problemas para asimilar a la Bellorie
que adoraba con la Bellorie que insensiblemente había metido la mano dentro del
pecho de un hombre para arrancarle el corazón, pero eso no significaba que fuera a
dejar pasar ésta cosa del exilio sin luchar.
Hace años, su padre le dio un sabio consejo. “El terreno emocional a veces es
demasiado pedregoso para correr, Linnie, mi niña. A veces sólo tienes que caminar por él”.
Paso uno. Dejaría de evitar a Thane. Paso dos. Empezaría una nueva ronda de
interacción con él. Paso tres. Le daría la lata hasta que trajera de vuelta a Bellorie al
club.
Una camiseta rosa chillón y un vaquero de tiro bajo. No se molestó con los
zapatos.
—No sé cómo sucedió, la historia del león y el cordero, pero creo que ella es más
que eso. —Inclinó la cabeza a un lado mientras reflexionaba—. Y creo que él hará una
excepción a todo lo que ella le pida. ¡Joder, si corrió a su lado cuando a ella no le pasaba
nada!
—Tal vez corrió a su lado porque la necesitaba para algún tipo de rescate —
señaló Savy por encima de ella, tamborileando las uñas sobre la mesa—. O algún tipo
de venganza contra los fénix. O quizás experimentó un momento de locura. ¿Alguna
vez pensasteis en eso? Sin ánimo de ofender —le dijo a Elin—. Simplemente no es el
tipo de hombre que persigue a una mujer. No importa lo increíblemente deliciosa que
ésta sea.
¿Cómo podría Elin ofenderse cuando de repente sospechaba lo mismo? ¿Por qué
la quería? Espera. Tenía que reformular la pregunta ¿Por qué solía quererla?
Por supuesto, ahí fue cuando el demonio emitió otro espeluznante grito.
—Sé cuándo guardar mis cartas y cuándo soltarlas. —Elin salió de la habitación.
—Los dos sabemos que en realidad no quiso decir que podías ir a cualquier parte.
—No, los dos no lo sabemos. No me parece que el tipo sea de los que dicen algo
que no piense.
Su mirada se oscureció.
—Quizás te haga bien ver la naturaleza del macho al que provocas. —La condujo
hasta un ascensor y presionó una serie de botones.
Luces azules brillaron sobre una pequeña parte de la pared. Las puertas se
cerraron y la cabina se sacudió, llevándolos abajo... abajo... abajo, antes de abrirse a una
caverna subterránea con paredes grises y un agrietado suelo de piedra.
La inquietud hormigueó en la nuca de Elin. Los gritos eran mucho más fuertes
aquí, y hacían eco. Peor aún, un olor familiar a peniques viejos se le adhirió a la nariz y
le revolvió el estómago.
—Espera aquí —le dijo Adrian antes de ponerse en movimiento, rodeando a los
guardias.
Sólo un idiota no se habría dado cuenta que era para más torturas.
Escuchó el placer en la voz de Thane. ¿Por ella… o la tarea que llevaba a cabo? De
una u otra forma, la baja cadencia de su tono la hizo estremecer.
—Muy bien —dijo Adrian y sus pasos resonaron.
Ah, no. La última vez que la habían obligado a esperar a Thane, nada había sido
resuelto.
—¿Ella está aquí? ¿Realmente la trajiste aquí? —exigió Thane, mientras Kendra
gritaba:
No era que ella fuera a estar al cargo. Aun así, la verdad era la verdad.
—Deberías haber sido más sensato —gruñó Thane, y se imaginó que hablaba con
Adrian.
¿Iba Thane a castigarlo también? Trató de dar un paso hacia delante, con la
intención de entrar, pero los vampiros se interpusieron en su camino.
—Él no hizo nada malo —dijo por encima de los hombros de los vampiros, que
ahora la miraban con imperturbable admiración—. Xerxes, tu más querido amigo, le
dijo que me llevara a donde yo quisiera. Así que aquí estamos. Ahora escucha. Quiero
que Bellorie vuelva de inmediato. La necesitamos para Múltiple Abrasorgasmos. —Y
diablos, ya que estaba exigiendo cosas…—. Y quiero que los gritos cesen. Me están
poniendo de los nervios.
—Por favor —añadió, y juntó las manos a la altura del pecho en la clásica postura
de súplica, aun cuando él no pudiera verla—. ¡Por favor, por favor, por favor!
Otra pausa.
—Bellorie volverá antes del siguiente turno —dijo Thane con firmeza—, y los
gritos no se escucharán de nuevo.
Adrian pasó junto a los guardias. Sus rasgos faciales eran inexpresivos y fríos. No
echó ni un vistazo en su dirección mientras escupía una sola palabra a los vampiros.
Una palabra que ella no entendió.
Cuando los Heraldos caían, perdían todo poder. Lo mismo podía decirse de los
ángeles, pero podían ganar poderío a través de actos de maldad y pillaje espiritual,
básicamente extrayéndolo de otros.
Como cualquier criatura viva, el príncipe tenía debilidades. Sin embargo, Thane
todavía tenía que averiguar cuáles eran.
¿Orgullo?
¿El odio?
—Estoy dispuesto a pasar por alto las razones, y aceptar totalmente mi parte de
culpa por los horrores de nuestra relación, pero no toleraré el mal comportamiento.
Su mirada entrecerrada crepitó sobre él, aun cuando la sangre se le escapaba por
las comisuras de su boca.
Después de enviar Adrian a buscar a Bellorie, Thane salió para ver a Elin. Sólo
para ver a un guardia agarrar su delicada muñeca.
Cerró la distancia. Tal vez debería despedirla durante unas horas. Él siempre
bullía con intensidad después de la batalla o la tortura, y acababa de venir de ambos. Si
fuera a este encuentro por el camino equivocado, la asustaría. Pero ella levantó su
barbilla con una decidida intrepidez, sorprendiéndolo, y una profunda conciencia
sexual cortó a través de la furia y el miedo.
No podía despedirla.
Por un momento, la vio como había estado en la bañera. Desnuda. Enrojecida por
el calor y la excitación, con los pezones erectos, con estremecimientos en el vientre, las
piernas separadas para introducirle los dedos. Incluso ahora el pene se preparó para
ella, cada vez más largo, grueso y duro.
Todavía no.
—¿Tienes frío? —le preguntó, por si acaso—. Haré traer una túnica para ti…
—No tengo frío.
¿Deseaba que la tocara? ¿Qué la saboreara? Daría cualquier cosa por saberlo.
Apretó la mandíbula.
Sus ojos se abrieron, algo del humo sustituido por crujientes llamas.
—Oh.
—Sí. Bueno. —Ella se aclaró la garganta—. ¿Tienes que torturar a los fénix? ¿No
puedes soltarlos?
—No estaba torturando a los fénix —contestó—. Pero lo haré. Pronto. Ojo por
ojo…
—¿En serio?
Él asintió con la cabeza. Luego, con los ojos aún fijos en Elin, espetó a los
vampiros:
—¡Dejadnos!
La pareja se apresuró sin demora hacia el ascensor, desapareciendo detrás de las
puertas. No llevaría a Elin a la suite hasta que se sintiera segura con él. Porque, cuando
la consiguiera tener a solas -en cualquier lugar que no fuera aquí- iba a abalanzarse
sobre ella. Lo sabía.
Jamás nadie le había hecho tal pregunta, y no estaba muy seguro de cómo
responder. Había sido un chaval de tres años cuando las betas doradas le aparecieron
en las alas, informándole a él y a todos los que las vieran de su condición de guerrero.
A la edad de cinco años, había abandonado el único hogar que había conocido para
comenzar el entrenamiento.
Elin extendió la mano y entrelazó sus dedos con los suyos. Su piel era cálida y
suave, aunque callosa. El contacto libremente ofrecido –el bienestar- lo atontó.
—Los demonios son malos, sin nada de bondad. Por ellos, y por los siglos de
nuestras batallas, no me arrepiento de nada.
—Un montón.
—¿Más de doscientos?
—Sí.
Un jadeo.
—¿Más de trescientos?
—Lo que sea que estés pensando —dijo ella, sin aliento—, cambia el rumbo.
—Pero me gustan estos pensamientos. —Se inclinó para deslizar las manos por la
parte de atrás de sus muslos, le ahuecó las nalgas y apretó, haciéndola jadear. Entonces
la inmovilizó contra la barandilla y apoyó las palmas de las manos al lado de sus
sienes. Deseaba con ansia frotar la parte más dura contra la parte más suave de ella y
apenas lograba controlarse—. Dime. ¿Te avergüenzas de lo que hicimos en la bañera?
—Bay.
—Sí.
—Ah, vale. Veo por dónde vas con esto. Debo vivir mi vida de la manera que a él
le gustaría. Sin preocupaciones.
—Malas hierbas.
—¿Qué hay de ti? —Agitó la mano para indicar el club detrás de las puertas del
ascensor—. Sé que eres algún magnate multimillonario, un pez gordo en el cielo, pero
¿qué haces para divertirte?
—No lo hago. Como uno de los guerreros más fuerte de mi especie, lucho.
Siempre he luchado.
Sus dedos abandonaron la túnica para retorcerle los rizos de la nuca. Mejor aun.
—Muy bien —dijo finalmente con la voz baja y ronca—. Vamos a jugar.
Asintió de nuevo, sus ojos muy abiertos, y él bajó la cabeza. Pero no presionó la
boca contra la de ella. Todavía no. Se cernía sobre ella, respirando, bebiendo de su
creciente excitación y dejando que ella bebiera de la suya.
—¿Quieres que te ruegue por ello? —Sabía cómo funcionaba la tentación. Sabía
que era mejor socavar la resistencia poco a poco. Un gusto aquí. Un mordisco allí.
Hasta que el primer verdadero deseo golpeaba… y ya era demasiado tarde para
detenerse—. Porque lo haré.
Un temblor la meció.
—¿Puedo abrir tus piernas y acariciarme contra ti? —Su mente puede ser que
deseara permanecer fiel a su marido muerto, pero su cuerpo no—. ¿Puedo conducirte
al clímax?
—Por favor.
Una capitulación tan dulce. Pero aún así no se apresuró a la acción. Le rozó la
punta de la nariz con la suya, y le dio el más ligero de los besos.
—Sí. —Por fin trazó el contorno de la costura de sus labios con la lengua—. ¿Te
gusta mi juego?
Ella le empuñó el pelo con tanta fuerza, que varios mechones se liberaron.
Él le hociqueó la mejilla.
—¿Y quieres que yo tome?
—¡Sí!
—¡Sí!
—¿Cuándo?
—¡Ahora!
Thane pateó sus piernas para abrirlas. Mientras apretaba los labios contra los de
ella, empujando la lengua profundamente, le ahuecó los senos, sus pezones ya
pequeños brotes duros. Apretó la erección contra su centro, dándole todo lo que había
prometido en un solo golpe.
Pronto...
Empuñó su pelo y le pateó las piernas para separarlas más, y cuando su cuerpo
cayó, estuvo allí para cogerla con otro empuje, golpeando su dulce punto con más
fervor.
Cuando llegó su clímax, fue rápido y brutal, de la manera que él quería que
fuera, y ella gritó. A pesar de que estaba jadeando, prácticamente ardiendo por ella, se
alejó, cortando todo contacto. Las rodillas casi colapsando, y tuvo que contenerse para
no alcanzarla.
Cuanta más hambre, más lo buscaría. Y era menos probable que ella lo
abandonara cuando todo terminara.
Su sonrisa era lenta, pero derritió el hielo que había logrado adherírsele al
corazón.
—Sí. Vamos a culparte. Pero ¿qué pasa con tus necesidades? —Su mirada bajó
hacia el pene—. ¿Qué pasa con eso?
Ella recorrió con sus dedos toda la longitud, la suave y ligera caricia haciéndola
sacudirse en respuesta, y haciéndole sudar.
Él encontró su mirada.
Algo dentro de Thane se alivió al ver a su amigo... sólo para tensarse cuando notó
las condiciones del hombre, la palidez de su piel, los ojos atormentados, el pelo que
sobresalía de punta, y los labios agrietados de mordérselos.
—Veo que nos has traído entretenimiento esta noche —dijo en voz alta Xerxes.
Junto al bar, se estaba sirviendo un líquido ambarino en un vaso.
Los instintos más primarios de Thane se opusieron. Habían compartido a
mujeres en el pasado, pero no compartiría ésta.
—En realidad —dijo ella, alzando la barbilla—.Yo soy de mí misma. Soy así de
rara.
Xerxes ocultó una sonrisa detrás del whisky mezclado con ambrosia.
Una bandeja con alimentos reposaba sobre la mesa de café y Thane la vio. Las
frutas, quesos y panes siempre a mano, ahora se mezclaban con los bombones que
había añadido a la orden. Se sentó en el sillón, la comida a su alcance, y arrastró a Elin
al regazo.
—Si sólo ese fuera siempre el caso —murmuró Bjorn, rompiéndole el corazón.
—Lo será hoy —dijo Thane—. Elin nos va a contar todo lo que le hicieron en el
campamento fénix, y castigaremos a los responsables.
—No es suficiente.
—En este caso, tus deseos no tienen importancia. Serás vengada te guste o no.
—Pasito a pasito. —Luego, con más volumen, añadió—: Créeme, lo he sido. Esas
estacas se han encargado del asunto.
—Creo que es muy dulce que quieras castigar a la gente en mi nombre, realmente
lo creo, pero voy a declinar y es definitivo.
—No lo harías.
—Yo rehúso eso y ofrezco otra. Dime que eres medio humana, medio fénix, y te
dejaré marcha con todos los guerreros ahora.
CAPÍTULO 16
Elin hizo su mejor imitación de un helado y se congeló. Alerta roja, alerta roja. Lo
peor ha ocurrido.
Thane no había sonado enojado. Había sonado desesperado. Nada que ver con el
hombre que la había besado tan apasionadamente en el ascensor. En el fondo, sabía
que era mucho, mucho peor. Un guerrero tan fuerte como era él, no sería feliz con la
persona que lo hacía vulnerable.
El pánico la asfixió. Si admitía la verdad, sería realmente enviada lejos con los
fénix, de vuelta a Orson. Una vez más, se vería obligada a servir a las personas
responsables de la muerte de sus seres queridos. Una vez más, sus metas en la vida se
pondrían en espera. Aunque ya no sabía cuáles eran esas metas. Esto -toda la dulzura,
romanticismo y toques lascivos- se terminaría. Pero no podía mentir. Él lo sabría.
Además, no iba a hacer el papel de cobarde por más tiempo.
—Nunca te hice daño —dijo, con tono suave. Le había dado todo. Dado… no
engatusando, como había sugerido Merrick. Porque, el cantante estaba equivocado. No
todas las victorias eran más dulce después de una batalla. Algunas victorias eran
mejores como regalos.
Nada de acobardarse. No esta vez. Se puso de pie, el fragmento de cristal que nunca
había sacado ahora empuñado y extendido. Preparado.
—Sí. Lo soy.
Más que eso, no quería perder al Thane Juguetón del Ascensor. O incluso al
Thane Protector Letal. Había tratado de resistirse a él. No con mucho empeño, pero
aun así. Lo había intentado. Y había fallado. No acababa de añadir una enmienda a su
voto, lo había roto, completamente destrozado, y no había vuelta atrás. Ahora, quería
una oportunidad para disfrutar de los resultados.
—¡No! —Su mirada eléctrica era tan afilada como navajas, mentalmente
rajándola en tiras. Aun así, Elin se mantuvo firme—. Y si pudiera, jamás lo haría. Sus
acciones me repugnaban.
Su ceño se ensombreció.
—En primer lugar, ¿qué tiene eso que ver con los fénix? En segundo lugar, eres
tan idiota. Te deseo. Deseaba. Tiempo pasado. Tu dinero era sólo un bono. Dinero que
gané, por cierto. Puedo recordarte que me negué al pago por salir contigo. Y ya que
estamos, ¿puedo recordarte que hui de ti antes de que ocurriera el coito y que no volví
pidiendo más? Fuiste tú.
—Volveré dentro de una hora —dijo a sus amigos—. Quiero que se vaya.
Elin se mantuvo en el sitio, tratando de no llorar mientras jadeaba con... alivio. Sí.
Alivio. No la había estaqueado u ordenado que lo hicieran. Además, no la había
golpeado, pero definitivamente la había tirado a la cuneta. Y, bueno, dolía tanto como
había sabido siempre que lo haría. En realidad, le dolía más. Quería acurrucarse en una
bola y llorar.
—Yo… iré a empacar mis cosas —le dijo a nadie en particular. Y luego me escaparé
antes de que pueda ser escoltada hasta los fénix. Seguramente podría pagar a alguien en la
ciudad para que la llevara volando a casa.
—Compré cada artículo con el dinero de las propinas —añadió, por si acaso
pensaban negárselo—. Propinas que gané de buena lid. No voy a empacar nada de lo
que no sea mío.
Eh. ¿Qué?
—No, gracias.
—No al principio.
—Alguien me puede iluminar antes de que tenga un infarto —exigió ella—. ¿Qué
tipo de vínculo mental? ¿Por qué quieres hacerlo? ¿Qué me ocurrirá? No es que
importe. Mi respuesta no va a cambiar.
—Por desgracia, no te estoy dando una opción. —Él le apoyó las manos contra
las sienes, pasándole los dedos por el pelo—. Seré capaz de enviar mis pensamientos a
tu mente, y tú serás capaz de enviar los tuyos a la mía. Podemos comunicarnos sin
tener que decir una palabra, sin importar la distancia entre nosotros.
Demasiado para procesar.
—No.
—Sí. La creación de este vínculo con los que no son Heraldos es una capacidad
que solo Thane, Bjorn y yo poseemos. Un regalo que recibimos del Altísimo después de
nuestro tiempo en el... Bien, después. De esta manera, puedes llamarme si alguna vez
te metes en problemas.
—No —insistió.
—Considera que es un honor. Nunca hemos hecho esto por nadie más.
—No quiero estar vinculada contigo. —Una vez que dejara el club, desaparecería
para siempre. No habría vuelta atrás. Nada de desear lo que podría haber sido.
—Suéltame, monstruo alado, antes de que haga algo… —El resto de la frase
murió en la boca.
Una luz le atravesó la mente, entonces escenas del pasado desfilaron a todo color.
Su madre, aferraba a su bebé muerto contra el pecho, jadeando, su nombre... Amil,
significa esperanza... Ella le había dado un nombre cuando él ni siquiera había tomado
un aliento.
—Eres tan vulnerable... tan abierta —rechinó el guerrero—. Por lo menos trata de
bloquearme tus recuerdos.
¿Tratar? ¿Cómo?
«Elin. Elin, dulzura, no te estás muriendo. Necesito que abras los ojos».
«No, el dolor…»
—No vuelvas a hacer eso nunca —le espetó, apenas reprimiendo las ganas de
darle una bofetada.
Suspiró.
—Te doy mi palabra. Nunca volveré a invadir tus pensamientos sin una
invitación.
Recorrió con la mirada la suite, echando una última mirada al lujo que Thane
disfrutaba. Lujo que podría haber compartido con él, si su odio no se hubiera
interpuesto en el camino. Se le endureció el corazón.
Muy pocas criaturas poseen la capacidad, y mucho menos los que están debilitados por la
sangre humana. Lo sabes.
¡Suficiente! Quería arrancarse la parte racional del cerebro y verlo salpicar sobre
la superficie de la tierra. No le gustaba lo descontrolado que Elin le hacía sentir –y
odiaba que realmente anhelara descontrolarse otra vez. Con ella. Sólo con ella. No
quería recordar que había sentido celos ante su punzante mención de haber dormido
con otro hombre, seguido estrechamente por la humillación de haber sido una vez la
víctima de Kendra.
Elin sabía lo que sentía acerca de su raza, y sin embargo, aun así dejó que la
besara. Dejó que la tocara. Llevarla al clímax dos veces… e incluso experimentarlo él
mismo.
¿Qué, ella simplemente, se suponía, debía confesar y aceptar tu rabia debido al error?
Por favor.
¿Por qué si no iba a negarse a dar los nombres de los que le habían hecho daño?
¡Porque en realidad no había sido herida!
Thane giró hacia la izquierda para evitar chocar con una bandada de pájaros.
¿Qué sabía él de la chica, más allá de cualquier sombra de duda?
Olía a cerezas. Ella los conocía, también. Era suave al tacto y se derretía cuando él
se acercaba. A veces, lo miraba tanto con asombro como con aprehensión. A veces, le
había mirado con un hambre insaciable.
Ella era una combinación sorprendente de actitud, amabilidad e ingenio. Ah, era
divertida. ¿Quién más querría abrir una pastelería cuando sus platos culinarios sabían
a cartón en el mejor de los casos? ¿Quién más se ofrecería a ir a la primera base con
tanta fuerza? ¿O burlarse de él por los juegos que jugaba?
Ella echaba de menos a Bellorie, una mujer que le había causado un horror
indecible. Había animado a un demonio que lloraba demasiado para soportar. Era
misericordiosa.
Recordó el dolor en sus ojos después de que él la hubiera empujado fuera del
regazo. Recordó la forma en que había resistido valientemente los gritos de acusación,
negándose a retroceder a pesar de que podría haber terminado con su vida con un
movimiento de muñeca. Ella era sensible y valiente.
No sobreviviría con los fénix. No esta vez. El guerrero Orson -el que había tenido
ese brillo retorcido en sus ojos cuando él había insistido en que le devolviera a la
mestiza- la quería para fines siniestros. Él la rompería.
Elin no era una mala hierba. Ella era una rosa. Y un día, cuando él estuviera al
final de su vida y mirara hacia atrás, lamentaría el comportamiento de este día. Más
que cualquier otra cosa que jamás hubiera hecho. Sintió el conocimiento con cada
célula del cuerpo.
Culpa de Thane. Todo por su culpa. Estaba sola, sin ningún medio de protección.
Pero al menos no estaba con los fénix. Estaba contento de que su amigo tuviera más
sentido común que él.
«¿Dónde?»
¿Más?
«Dime».
«No te va a gustar».
No gemiría.
«Muy bien. Yo… me vinculé a ella. Puedo hablar en su mente, y ella puede hablar en la
mía».
Una ola violenta de posesividad emergió, y tuvo que tragar una bocanada de
amenazas. Sólo Thane debería tener ese privilegio. Incluso si él no se lo merecía.
«¿Por qué?»
«Sabía que la querrías de vuelta, y quise mantener abierta una línea de comunicación».
«Gracias, amigo».
Caminó seis kilómetros por la carretera y empeñó una de las pulseras. Aunque el
brazalete de diamantes valía miles, sólo consiguió quinientos. Una jodienda, pero daba
igual. Ya que no tenía ningún tipo de identificación, era incapaz de alquilar un coche.
O alquilar una habitación. No iba a utilizar la vieja excusa de “el perro se comió los
deberes”. Pero gracias al periódico que compró en la tienda de ultramarinos cruzando
la carretera, había sido capaz de localizar a gente que vendía su coche. El problema era
que la mayoría de los vendedores, o bien no habían respondido o ya habían vendido
sus vehículos.
Sin un abrigo, tenía frío. Le dolían los hombros de tener que cargar con una bolsa
de cuatro mil kilos llena de ropa y joyas. Necesitando un descanso rápido, se apoyó
contra una pared a la sombra de un callejón entre dos edificios que pedía a gritos una
reparación urgente, y tomó un sorbo de chocolate caliente que había comprado con el
periódico.
Tal vez era una suerte que no tuviera ninguna identificación. Todo el mundo
podría pensar que había matado a su padre y a Bay, y secuestrado a su madre. Su
nombre podría atraer una atención mediática que no podía permitirse. Uf. A partir de
ahora, estaba fuera de circulación. Cualquier cosa para dificultar a los fénix el
encontrarla. Infiernos, cualquier cosa para evitar que Thane la localizara.
Por el rabillo del ojo, vio movimiento de ciertas sombras. Con el corazón
desbocado, se volvió para mirar con más atención. Pasó un momento. Luego otro.
Todo permanecía en calma.
No. No es cierto. Una criatura con forma de serpiente se asomó por detrás de un
contenedor de basura. Ella lo comparó con la forma de serpiente, porque la cosa tenía
cuernos retorcidos sobresaliendo de su cabeza, y sus colmillos eran tan largos que casi
raspaban el suelo. Cuando abrió la boca para desplegar su lengua bífida, vio que tenía
otro grupo de dientes en la parte trasera.
Otra criatura con forma de serpiente salió de las sombras. Luego otra. Y otra.
Todas centradas en ella, deslizándose más cerca.
¿Qué diablos eran estas cosas?
—Al príncipe le gussstaría hablar contigo —le dijo el más cercano a ella—
Preferiblemente viva.
Echar mano de alguien. ¿De quién? ¿Xerxes? No. Tú has cortado los lazos,
¿recuerdas? Y no había manera de que ella lanzara a inocentes en el camino de estas…
cosas.
«Xerxes, ella no está aquí». Frenético, Thane comprobó toda la casa, atravesando
en forma de niebla las paredes. Dentro había dos humanos adultos y dos niños, pero
Elin no estaba.
«Prueba con este otro sitio». El guerrero recitó a toda prisa otra dirección.
Incluso aún más frenético, Thane se lanzó a través del cielo nocturno. El
apartamento estaba cerca de la universidad y jóvenes amantes de la fiesta estaban
repartidos por el edificio. Realizó el mismo barrido visual, explorando cada rostro en
cada una de las habitaciones. Todavía sin rastro de Elin.
«Aquí tampoco».
¿Dónde estaba? A esta hora tardía, la actividad demoníaca siempre era intensa.
Pero aquí, era más intensa que de costumbre. Al menos treinta viha, diez envexa,
quince pică y cuarenta slecht se deslizaban por las paredes, buscando presas
potenciales. Los susurros pretendían provocar cualquier emoción que las criaturas
alimentarían para hacerlas crecer con rapidez. Cualquier humano que respondiera
atraería la atención de otros demonios.
«He intentado iniciar contacto», dijo Xerxes, «pero no puedo traspasar su escudo
mental».
«Hay posibilidades de que ella ya esté sufriendo». Y él no podía hacer que parara si no
la encontraba.
Entonces Thane tendría que hacerlo solo. Mientras se lanzaba por la ciudad, lo
bastante bajo como para ver cada rostro que pasaba, pero lo bastante alto como para
cubrir suficiente terreno al mismo tiempo, intentó apaciguar las furiosas emociones.
Notó un grupo grande de demonios que se dirigían a una misma dirección. Corriendo,
en realidad. Riendo excitados.
El miedo lo inundó. Los demonios podían oler a los Heraldos, una sola bocanada
hacía que los demonios huyeran presas del miedo. Pero había una excepción. Cuando
los demonios se daban cuenta de que el olor se mezclaba con el de un humano.
Después de lo sucedido en el ascensor, el olor de Thane definitivamente estaba por
todo el cuerpo de Elin.
Thane soltó un atronador grito de guerra y se lanzó hacia el suelo. Los demonios
estaban demasiado enardecidos para notarlo. Convocó una espada de fuego en el
momento en que aterrizó y empezó a cortar a través de la maraña de atacantes. La
carne chisporroteó. Las cabezas rodaron.
Un peso le cayó sobre la espalda. Garras con fuego en las puntas se le clavaron en
el cuello.
Thane levantó la espada y luego la inclinó hacia atrás, haciendo que las llamas
contactaran con la columna vertebral de cualquier demonio que hubiera pensado que
sería buena idea saltar sobre él. El peso desapareció y Thane balanceó la espada hacia
delante, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, los movimientos no cesando
nunca.
Extendió las alas y se elevó hasta la misma altura que la fortaleza, colocando el
gran cuerpo frente a Elin.
—Rodéame el cuello con los brazos —ordenó, matando a los cuatro demonios
que se atrevieron a acercarse demasiado.
Esperaba resistencia. Pero ella debía tener más miedo a los demonios que a él,
porque obedeció sin dudar. Salió disparado hacia el cielo. Más alto. Más alto todavía.
La quería a salvo y bien más de lo que quería matar al enemigo.
Sus manos resbalaron y ella cayó a plomo, gritando. Thane cambió de dirección,
el corazón subiéndole a la garganta. La cogió justo antes de que golpeara el suelo y la
apretó contra el pecho, nivelándose y luego girando hacia arriba, alejándose de nuevo
de los avariciosos demonios. Los temblores sacudían su pequeño cuerpo.
—Te lo compensaré…
Muy bien. Cuando llegó al club, la llevó directamente a su suite privada. Pero en
el momento que comprendió que se dirigía hacia el cuarto donde una vez retuvo a
Kendra, la habitación donde había tenido sexo con la arpía, hizo una pausa.
La puso en su cama.
—El dolor pasará, kulta, te lo prometo —dijo, acariciando con los dedos su febril
frente—. El Agua lucha contra la toxina dentro de ti, ayudándote a sanar. A veces
duele más que al recibir las heridas. Sólo unos segundos más y… ¿Ya está, ves? El
dolor ya se desvanece.
Ella se hundió sobre el colchón, con la piel brillante de sudor. Mirándolo con
recelo, alzó la temblorosa mano y se apartó un húmedo mechón de la frente.
—¡Basta!
Otro beso.
Las palabras podían ser armas, tan poderosas como las acciones, y las suyas eran
un golpe directo. Me merezco esto y más.
—Es una pena. —Gentil, gentil—. Estás aquí y me gustaría que te quedaras.
—De ninguna manera. Me marcho. Pero no me iré con los fénix y si intentas
hacer que vaya con ellos, gritaré hasta que tu cabeza explote.
—Te quedas —dijo él—. Y los fénix ya se han ido. —La sujetó por los hombros,
mirándola fijamente—. Cierra los ojos.
—No. Yo…
—No quiero que veas… —La sangre—. Sólo hazlo. Por favor.
—Bueno, puedes coger tu orgullo y metértelo por donde te quepa. —Se rió
amargamente, pero la risa rápidamente se convirtió en un sollozo. Cuando se calmó,
suspiró y quedó claro que ella pasaba de una emoción extrema a otra—. Incluso un
perro lucha cuando es arrinconado.
—¿Por qué? —Él odió la punzada. Aborreció haberla empujado a tal violencia—.
Es cierto.
—¡No lo es! No soy valiosa para ti. Soy desechable. Estoy corrompida.
—No. —¡Qué idiota era! Una vez había disfrutado del dolor y consideró que los
látigos y cadenas eran el más exquisito castigo. Pero esto… esto era dolor. Y el
contundente instrumento que lo infligía era el pesar. Había perdido un premio más
valioso que el oro. Había perdido la confianza de Elin—. Eres valiosa —insistió.
—Vale, pues yo creo que tú eres una mierda —bufó— y las palabras amables no
me van a hacer cambiar de opinión.
—Tienes razón. No, no hace falta que me acuses de mentir. Nunca te he mentido
y no voy a empezar ahora. —Usó una voz suave, como si esperara calmar a un
asustado gatito subido a un árbol—. Soy una mierda. Lo que pasó muestra mi falta de
valor, no el tuyo.
Él intentó ignorar el dolor. Seguramente, estoy sangrando por dentro. Caminó hasta
el cuarto de baño y mojó una toalla con agua caliente. Limpió la sangre de su piel. Su
expresión se suavizó, y al notarlo él se animó. También observó con satisfacción que la
peor de sus heridas ya había empezado a cerrarse. Las únicas heridas duraderas a las
que tendría que hacer frente eran las que quedaban en su mente. Esas, sin embargo, no
podía curarlas por ella.
—¿Por qué vinieron los demonios tras de mí? Quiero decir, ellos mencionaron
algún tipo de príncipe, pero…
—¿Príncipe? —El demonio claramente había hecho su primer movimiento.
Y el demonio pagaría.
—Sí. Y aun cuando, según tú, soy una especie de avariciosa cazafortunas, en
realidad no tengo ningún deseo de convertirme en princesa.
—No eres una cazafortunas. Y los demonios te atacaron sólo para atacarme a mí
—le dijo. Le cubrió el cuerpo con una de las túnicas, sabiendo que ésta limpiaría su
ropa—. Ya puedes mirar.
Sus pestañas aletearon hasta abrirse. Mirando a todas partes menos a él, dijo:
—Nada ha cambiado. Sigo siendo el temido enemigo. Así que, ¿por qué me
ayudaste?
—Y nunca seré capaz de expresar cuanto lo siento. Fue un error por mi parte
culparte por los pecados de otra mujer.
Ella abrió la boca y luego la cerró. Sus ojos se posaron sobre la túnica que la
cubría y suspiró. Se movió a una posición sentada, con la cabeza gacha y las rodillas
dobladas.
Una que conocía bien. Una en la que había jurado no volver a estar, y aún así,
una que era culpable de haber conducido a otra persona a tomar.
—Está bien. Disculpas aceptadas. Estás perdonado. Y no eres alguien sin valor —
añadió de mala gana—. Puedo ser razonable y dejar ir el resentimiento.
Ella quiso decir cada palabra. Él lo sabía. Pero todavía no las sentía del todo.
—¿Tienes frío? ¿Hambre? ¿Necesitas alguna cosa? ¿Hay algo que pueda hacer
por ti?
¿Volver?
—Te lo dije. Quiero que te quedes aquí, en el club. Donde podremos ser…
amigos. Necesito ayuda con el resto de mis malas hierbas.
—Te conseguiré un nuevo carnet —le dijo—. Sin embargo, podría tardar varias
semanas. Tal vez incluso meses. —Porque no tengo intención de iniciar el proceso a corto
plazo. Mientras tanto, haría todo lo que estuviera en su poder para recuperar su
confianza. Al cabo de un tiempo, ella querría quedarse. Sin duda—. Podrías ganar más
dinero mientras esperas.
—No. Ningún trato especial. Las chicas no deben ser pasadas por alto sólo para
calmar tu culpa. —De un tirón, apartó el pelo del agarre y lanzó las piernas por el otro
lado de la cama, levantándose frente a él y poniendo tanta distancia entre ellos como le
fue posible.
—Me voy a mi habitación —dijo, una vez más poco dispuesta a encontrarse con
su mirada.
Ella observó las paredes sin decorar y la escasez de mobiliario. El dolor inundó
su expresión.
¿Dolor? ¿Por esto? ¿Por un ofrecimiento que jamás había hecho a otra mujer?
—No, gracias —contestó, alzando la barbilla—. Me gusta estar con las chicas.
Otro rechazo. Uno que debería haber esperado. Aun así, el apretón en el pecho se
volvió más agudo, más fuerte que antes.
—Bellorie debería llegar en una hora, justo a tiempo para el turno de noche, tal y
como prometí.
Thane la observaba.
¿Qué iba a hacer con este hombre?
Habían pasado dos semanas desde el ataque de los demonios. En cada una de
ellas, Thane le había enviado una cesta de bombones, un jarrón de rosas y una caja de
libros. Cada regalo había venido con una tarjeta de "lo siento”, a pesar de que él ya
había rogado por su perdón. Lo que había sido agradable, ahora podía admitirlo, y
completamente contrario a su carácter de rey del hielo.
Estaba sentado en una mesa junto a un hombre horriblemente marcado con
cicatrices pero con aspecto de formidable guerrero, al que había oído llamar "Lucien",
los dos enfrascados en una acalorada discusión sobre un ausente guerrero llamado
Torin, una chica llamada Cameo atrapada en algún tipo de vara, retrasos de tiempo,
Bjorn y sombras.
Pese a todo, la atención del Heraldo volvía a ella una y otra vez. Y parecía estar
más enfadado a cada segundo.
Ella, sin embargo, tenía todo el derecho a estar enfadada con él. Mantenía
hombres siguiéndola a dondequiera que fuera. Por no olvidarse del "podemos ser
amigos” que le había ofrecido, pero sin embargo, la "humilde y repugnante fénix", no
era digna de quedarse en su preciosa habitación sexual. En cambio, le había ofrecido
alojarla en lo que equivalía a la celda de una presión. Completamente vacía y
desprovista de los lujos que estaba más que dispuesto a apilar sobre sus otras amantes.
Y aún así…
Había luchado contra los demonios por ella y la había cuidado, dándole de beber
algún tipo de líquido curativo. Luego le había limpiado tiernamente cada gota de
sangre para que ella no revelara su lado histérico. Le había pedido perdón por tratarla
cruelmente y estaba segura de que lo había pensado de verdad. La había invitado a
quedarse en su casa durante el resto de su vida.
Dejarlo sobre aquella cama sin lanzarse a sus brazos había sido lo más difícil que
había hecho nunca. Pero no caería bajo su “sexy-sexy-explosivo-explosivo” hechizo por
segunda vez.
Nuevos objetivos en su vida: Resistirse a Thane, ahorrar, abrir un refugio para los
mestizos inmortales y contratar a un chef para alimentarlos.
Nada bueno para su primer objetivo. El sonido de su voz todavía tenía el poder
de hacerla temblar.
—¿Qué?
El hombre con cicatrices le sonrió antes de levantarse y salir del club. Thane
permaneció en su silla, mirándola detenidamente; creyó ver anhelo en las
conmovedoras profundidades de sus ojos azul océano. El deseo en el cuerpo
respondió, se le endurecieron los pezones… y el vientre le vibró.
—Te ves hermosa —dijo, con un filo ronco en su tono, haciéndola estremecerse
una vez más—. Siempre te ves hermosa.
—Gracias. —Lo que necesitas, Vale, es distancia—. ¿Eso es todo, jefe? Porque estoy
súper liada.
Él frunció el ceño.
—No. No es todo.
—Bueno, es una lástima —dijo y las personas de la mesa de al lado jadearon ante
el atrevimiento. Obviamente, escuchar disimuladamente era la especialidad de moda
—. Porque me iré de todos modos.
—Estoy bien. —No puedo dejar que su preocupación joda mis emociones.
—Sí. —Echó un vistazo por encima del hombro, diciendo—: Lo estoy mirando
ahora mismo. Suéltame.
Pero claro, ya sabía la respuesta. Cuanto más agradable era con ella, más difícil
era mantenerse lejos de él. Tenía que provocar su mal genio.
—Lo siento, ¿vale?, pero ahora tengo que irme —dijo, y se alejó. Las rodillas le
temblaron todo el camino hasta la barra. Uno de sus clientes le hizo una seña y ella se
apresuró a su lado.
—No deberías creerte todo lo que escuchas. —Rescatado no era la palabra que
Elin usaría. Ya no.
—Noticias de última hora. Nadie es más guapa que yo. —Y se sintió bien.
La muchacha le siseó.
—¿Quieres atacarme?
Ponte a la cola.
—Hay una nueva regla de la casa. Derramad sangre en el interior del edificio y
seréis estaqueados inmediatamente. ¿Quién quiere ser el primero?
Los machos se fulminaron con la mirada el uno al otro, pero se volvieron a sentar
en sus sillas.
La chica perdió el ánimo en su asiento, poco dispuesta ahora a discutir con Elin.
Las arpías de la mesa frente a los cambiantes -bueno, bueno, la Rubia había
vuelto para más Thane-y-cadenas-, gimieron con decepción.
Sí. ¿Por qué? Porque… Oh, no. ¿Había puesto Thane la regla debido a ella?
Tal vez incluso era el momento de un pequeño pasito de nuevo. Él no era un mal
tipo. Sólo había hecho una mala elección. Una realmente mala elección. Una por la que
ella había dicho que lo había perdonado. ¿Soy todo palabrería o también soy acción?
Las sirenas empezaron a mostrarse molestas por los “salvados por un pelo”
cambiantes. Él caminó hasta su mesa y les ofreció lo que podían haber sido unas pocas
palabras de consuelo. Las chicas se emocionaron ante su atención.
De algún modo, Elin consiguió mantener una expresión neutra. ¿Él estaba
besuqueándose justo frente a ella? Olvidados los pequeños pasitos. Iba a darle una
patada gigantesca.
Él le ofreció la mano; Preciosa entrelazó sus dedos con los suyos y se puso en pie.
—Estoy bien. En serio, estoy bien. Y soy yo la que siente que fueras despedida.
—Tú sigues diciendo eso y yo sigo diciéndote que no fue culpa tuya. Axel me
dijo que Thane está luchando contra sus sentimientos hacia ti y eso lo vuelve volátil e
inestable. Axel también me dijo que tenemos que tratarlo como a un animal herido si
queremos tener alguna esperanza de sobrevivir.
—Está claro que Axel es un idiota. Thane no tiene sentimientos hacia mí. Es
evidente. —Elin señaló a la demostración de puro macho ligando que tenía lugar frente
a sus ojos—. Ahora cállate. Intento escuchar su conversación.
Thane y la chica estaban lo bastante cerca como para escuchar… las insinuaciones
de ella en todo momento… No puedo atacar. Realmente no puedo atacar. Además, después
de la paliza en Arizona, Elin no tenía deseos de luchar nunca más.
—Esto, eh… —La chica vaciló en su respuesta, sospechando que no escaparía con
una mentira—. ¡Ummm! ¿Le dije algo?
—Dijo que era más bonita que yo y que no tendría ningún problema en clavar
sus uñas en ti. Parece que tenía razón. Pero claro, tú no eres un hombre de gustos
exigentes, ¿verdad?
—No, yo…
Gracioso. Thane había estado a punto de marcharse y tener sexo con una sirena,
faltándole mucho más al respeto a Elin de lo que unas meras palabras podrían.
—No te dirigirás a ella así —siguió—. ¿Lo entiendes? —Se dio la vuelta y gritó—:
y eso va para todos vosotros. Olvidadlo y moriréis.
Hacía dos semanas, Lucien había accedido a hacer un seguimiento del rastro
espiritual de Bjorn, con la esperanza de descubrir todos los lugares que el Heraldo
había visitado últimamente, pero el camino era tan retorcido, tan enredado, que
cuando se habían reunido hoy, le había dicho que había hecho poco progreso.
Malice se ocultaba en algún sitio, pero Thane no había encontrado rastro de él.
Había pensado que tomando a otra amante apagaría sus ansias por la medio
humana. Pero cuando había elegido a la sirena y ésta había hablado con Elin con tanta
burla petulante, le había abrumado la irritación. La sirena era afortunada de haber
abandonado el club viva.
Ahora, días más tarde, no sabía qué hacer. Sólo quería dejar de sufrir.
Envió a Adrian a comprar nuevos uniformes para todas las chicas. De manga
larga. Con el vientre cubierto por pliegues adicionales de material. Pantalón. Tal vez
eso ayudaría. Cuanto menos viera de ella, menos la desearía. ¿No?
—¡Thane Perdición!
Frunció el ceño por la sorpresa, al mismo tiempo que la sangre se le calentaba con
reconocimiento. Sonaba como la voz de Elin, sólo que amortiguada. Y sólo ella lo
llamaba por ese nombre tonto.
—Sí —dijo ella—, hay algo mal, y me gustaría hablar contigo de ello. En privado.
Si la guardia imperial de su majestad fuera tan amable de dejarme pasar...
No, no tenía miedo. Estaba furibunda. Con eso, él podría tratar. Le hizo un gesto
para que entrara. A medida que pasaba por delante de los vampiros y de él, se
encontró inclinándose para aspirar su aroma a cerezas.
—Os lo diré sólo una vez. Elin no necesita una invitación. Cuando quiera verme,
dejadla pasar de inmediato. —Una concesión que nunca había hecho por otro.
Cerró la puerta y se enfrentó a Elin, luego cruzó los brazos sobre el pecho. Estaba
sin camisa y ella siguió con la mirada el movimiento, demorándose en los nudos
musculares. Ella podría haberle lamido los pezones, por la fuerte reacción que le
provocó en el cuerpo.
—Pensé que era una invitada en lugar de una prisionera… Hasta que me enteré
de que no se me permite salir sin permiso de su excelsa majestad —dijo, su voz
goteando enojo.
—El día en que viste al rey fénix, te dije que no tenías permitido abandonar el
club.
—Y exactamente por eso, es por lo que no quiero quedarme aquí más tiempo de
lo necesario.
—No me importa. —Otro pisotón del pie—. Necesito un descanso. Tus hombres
me han estado siguiendo por todas partes. Espero que uno de ellos irrumpa en el
cuarto de baño la próxima vez que esté haciendo mis cosas. No puedo soportarlo más.
—No es para tanto. Las chicas han estado trabajando conmigo para que supere el
miedo.
Debería haber sido yo. Debería haber trabajado con ella. En cambio, se dio cuenta de
que había tratado de envolverla en una burbuja protectora. La había evitado, dándole
espacio. Un error, en ambos casos. Era hora de rectificar.
—Curiosamente, me vale.
—Gracias, Thane.
El brillo se apagó.
Él solía hacerle lo mismo a Zacharel. ¿Lo encontraba su líder tan molesto como
él?
El recordatorio lo enojó.
—¿Y? ¿Qué te hace pensar que no seré capaz de dejarte fuera a ti también?
—A diferencia de mi amigo, no te lo permitiré. —Atravesaría sus escudos si lo
intentaba.
¿Mal por su parte? Sí. ¿Eso le detendría? No. Su seguridad era lo primero.
Siempre.
—Esto no es negociable.
—¡Aj! Tú y esa frase. Para que lo sepas, sois los dos más que molestos.
Él colocó las manos sobre sus sienes, la piel tan suave y cálida. Se puso tensa en
el momento del contacto, pero aún así cerró los ojos.
Después un destello del guerrero Orson, las manos callosas agarrándola por los
hombros, sacudiéndola.
—Si tienes algún problema o amenaza —dijo—, sólo piensa en mí. Alcánzame
con la mente como lo harías con la mano. Yo haré el resto.
—Lo sé —refunfuñó—. Xerxes me explicó cómo se hace.
Los celos golpearon y golpearon con fuerza. Inspiró y expiró con deliberada
lentitud, con la esperanza de calmarse. En cambio, alimentó el deseo. El aroma de las
cerezas despertó su ansia más profunda.
—Todavía no. —La cogió por los hombros y la detuvo—. Hay una cosa más que
tienes que hacer.
Él se regocijó.
—¿El qué? —preguntó finalmente, sin aliento—. ¿Qué tengo que hacer?
«Lo quiero. Lo deseo. No puedo luchar contra esto. No quiero luchar más».
Su voz se le deslizó por la mente, acabando con el poco control que le quedaba a
Thane. Devoró su boca, chupó, mordió y empujó. Disfrutando con todo lo que era Elin.
Pequeños maullidos escapaban de lo profundo de su garganta.
Ella se quedó sin aliento, como si hubiera escuchado las palabras que él no había
pronunciado. Tal vez las había oído. Estaba más allá del punto de preocuparse. Lo
único que le importaba era lo que venía a continuación. Las necesidades de ella y la
capacidad de él para satisfacerlas.
Después de un momento, dejó de besarlo. Él apretó los dientes. Ella se movió
para liberarse del agarre, se enderezó y se alejó de él. Apretó los dientes con más
fuerza. Cuando la parte de atrás de sus rodillas golpeó la mesa de café, ella se encontró
con su mirada penetrante. No era arrepentimiento lo que vio, sino pasión. Se lamió los
labios… y él comenzó a esperar. Poco a poco, dichosamente lento, ella se desnudó de
cintura para abajo.
Una lujuria como jamás había conocido le golpeó, y dolió. Pero era el más
maravilloso de los dolores. Ella no le iba a dejar.
Con los ojos entrecerrados, ella rodeó la mesa, se sentó en el sofá y lentamente
abrió las piernas. Le hizo un gesto con el dedo.
—Ven aquí.
Nunca había probado a una mujer -no de la manera que estaba pensando en este
momento. Sabía que algunos hombres odiaban el acto, y a otros les encantaba. Conocía
algunos que lo toleraban de la misma manera que algunas mujeres toleraban el sexo,
dispuestos a hacerlo para complacer a su pareja, pero no necesariamente disfrutándolo.
Ahora, aturdido, casi con desesperación, impulsado por el deseo, bajó la cabeza.
Acechando, todavía esperando.
—¿Elin?
—Sí —gimió, retorciendo las caderas, buscando más de él—. No te detengas. Por
favor, no te detengas.
Preferiría morir.
Alzó la mano para amasarle los senos, pero ella se la cogió y metió un dedo en su
dulce y caliente boca. Sintió la succión recorrerle hasta los testículos, y sacudirle,
frotando la erección contra el sofá. Cuando volvió a lamerla, estaba frenético, agitando
la punta de la lengua por el pequeño manojo de nervios en su vértice, una y otra vez, y
ella gritó:
—Thane. —Ancló sus pies en el borde del sofá y se onduló contra su boca. Volvió
al manojo de nervios, chasqueando, embaucando y deslizó dos dedos en su interior.
Estaba tan caliente y húmeda que el deslizamiento fue fácil—. ¡Sí!
A mi mujer le gusta esto. Chupó, utilizando el mismo ritmo de los dedos, y ella
comenzó a contonearse. Cada vez más rápido. Los sonidos que hacía se volvieron
incomprensibles. Eran balbuceos exquisitos… hasta que lo agarró del pelo y gritó su
nombre, sus paredes interiores apresándole.
—Más duro.
Castigo. Dolor.
Pero del mejor tipo...
Era... perfecto.
—No lo tocaré.
Elin estaba de pie fuera del terreno de juego y tratando de no temblar. Las
Colmillos Explosivos esperaban al otro lado de la cancha, listas para el pistoletazo que
señalara el comienzo del partido. El equipo estaba formado por seis mujeres y dos
suplentes en las líneas laterales. Todas vampiras.
—Adelante y que empiece la música, la señora gorda canta. Este juego ya está
terminado.
Entre los dos equipos había seis enormes rocas que Elin jamás sería capaz de
levantar. Thane tenía razón. No había mejorado.
Respuesta: Porque las chicas se lo pidieron y ella no pudo decir que no.
¡Boom!
Por un momento, Elin creyó sentir la mirada de Thane sobre ella. Sólo él podía
con una mirada calentarle la piel, derretirle los huesos y hacerla temblar. Pero de
ningún modo habría venido aquí para verla jugar. No después de que ella hubiera
conseguido placer y lo dejara a él a dos velas, duro y desesperado. Sólo había
pensado... Esperaba... Bueno, eso no importaba ahora. Probablemente estaba cabreado.
La sensación de ser acariciada visualmente debió surgir de su nueva vinculación. ¡Una
conexión que no había querido! Ya era demasiado consciente de su presencia.
Necesitaba distancia, no una cadena que los uniera.
Concéntrate.
Buena idea, y justo a tiempo. Una de las piedras actuó como un misil
termodirigido, dirigiéndose directamente a ella. Elin bailó fuera de su trayectoria en el
último segundo, apenas evitando el encontronazo y la subsiguiente exposición de sus
órganos internos.
Bellorie pasó corriendo junto a ella con una enorme roca de plata aferrada a su
pecho.
Mientras ella veía como sus heridas se cerraban, había comprendido que la
sangre no siempre estaba acompañada de dolor y muerte. La sangre podía ser... vida.
Puedo hacer esto. Elin extendió los brazos para parecer un objetivo más grande y
gritó:
—Hey, vampira. Eres tan fea, que el doctor pegó a tu mamaíta el día que naciste.
—Está bien, no es que fuera la mejor frase para fanfarronear, pero el truco funcionó.
—¡Mi madre es magnífica! —La vampiro le mostró unos colmillos muy largos y
muy agudos antes de lanzarle a toda velocidad una roca. Mientras Elin se agachaba,
Bellorie tiró su propia roca, clavándosela a la chica en el hombro. ¡Fuera!
Cuando se detuvo, trató de concentrarse. Las estrellas le flotaban ante los ojos.
Riendo, sin importarle el dolor en el pecho, agitó los brazos en el aire. Entonces
se encontró buscando la familiar mirada cristalina de un espectador y se volvió a
quedar sin aire. Thane había venido al partido. Y estaba sonriendo, exhibiendo
totalmente esos deliciosos hoyuelos.
CAPÍTULO 19
Elin bebió otro trago de “Extensor de piernas”. Al fin y al cabo, era como había
llamado Bellorie a la bebida. Al principio era dulce, pero después tenía una réplica
amarga, y oh, guau, un compacto y poderoso puñetazo. Como una roca, pensó con una
sonrisa.
La música atronaba a través del aire. Las luces estaban atenuadas, creando una
atmósfera sombría. El humo flotaba, cuerpos abarrotándolo... bailando. Elin se les
hubiera unido, pero estaba demasiado amistosamente mareada, y el suelo de baldosas
negras y blancas no ayudaba.
Quizás tendría que admitir que había visto a junior Thane en el campamento
fénix, y que, al igual que a algunas de las heroínas de las novelas románticas que le
encantaba leer, no creía que pudiera encajar en su interior. Después él estaría decidido
a demostrar que podía, y por fin ella podría tener su momento perverso con él.
¡Genial!
Porque, aquí estaba, a toda máquina. Ellos tenían química. De la clase que
causaba explosiones. No tenía ni idea de por qué un elemento reaccionaba con otro, y
no le importaba. Sólo lo hacían. Estaba luchando una batalla perdida. Lo deseaba. La
deseaba.
Como él había dicho, Bay hubiera querido que siguiera adelante y que fuera feliz.
—¿Plan?
—Gracias.
—De nada —dijo Bellorie con un movimiento de cabeza que la hizo marearse
más.
Thane sería súper fácil de seducir. ¡Ni siquiera estaba enfadado con ella! Tenía
que haber entendido lo que ella esperaba conseguir dejándole excitado -satisfaciendo
cada una de sus necesidades, incluso las más oscuras, sin llegar a hacerle daño, o a sí
misma. Ya fuera que él negara tener esas necesidades o no.
—¡Yu-ju!
Uh-oh.
—¿No tendrá Thane un problema con nosotras porque golpeemos los rostros de
sus compañeras de armas?
Las chicas chillaron de alegría, y ella frunció el ceño. Había hecho la pregunta en
serio. ¿No lo había hecho?
—Infiernos sí, vamos a machacar sus caras —gritó Savy, y bebió otro trago—.
¡Van a estar muy doloridas!
Esta era la apertura perfecta para hablar con Thane, pensó Elin. Exactamente lo
que necesitaba para comenzar una discusión sobre su pene. Cerró los ojos,
concentrándose, y mentalmente se acercó a él.
«¿Vas a estaquear a las Abrasorgasmos cuando machaquemos a las Toc Toc?» preguntó.
Silencio.
¿Había fallado?
«Hola, kulta». Su voz era puro erotismo susurrando a través de ella, tocando cada
célula. Ella aulló. «¿Has estado bebiendo para celebrar tu victoria?»
«Sí».
«Sólo dieciséis. No son grandes. En la universidad, podía beber más que nadie. Así que...
¿dónde estás y qué haces? Una pregunta mejor: ¿que llevas puesto?»
«Estaba luchando con demonios. Ahora estoy en el aire, volando. Y voy vestido con una
túnica».
«Estoy de acuerdo. Debes usar una desde ahora en adelante. Me gusta el fácil acceso que
proporciona a todas mis partes favoritas».
«Ja-ja».
«Habla».
Ella... olvidó lo que había planeado decir. Así que, se decantó por lo que se había
estado preguntado durante semanas:
«Solamente curiosidad».
«Exactamente».
—Ahora.
«Un momento», le dijo a Thane, finalmente recordando sobre lo que había querido
hablar con él. «Pero no te vayas porque tengo que hacerte una revelación muy importante
sobre tu pene».
«Provocadora».
«Me gusta».
—Un segundo.
«Pregunta», le dijo a Thane. «¿Qué tipo de criatura tiene serpientes por pelo?»
«Una gorgona».
«Oh, es verdad. Mamá me lo dijo. ¿Pero no eran todas las gorgonas mujeres?»
«Habitualmente. Pero cada siglo, nace un nuevo macho. Se convierte en rey. ¿Por qué?»
¿Por qué? Su madre le había dicho... ¿Qué? ¿Que los hombres gorgonas ejercían
algún tipo de poder especial? ¡Sí! Eso era todo. ¿Pero qué poder? A saber... ¿hipnosis?
—Hembra. Baile. Ahora —dijo él, su voz era baja, tranquila. Formidable de un
modo que la dejó indefensa.
¿Indefensa? No. Yo no. Nunca más. Pero no podía apartar la mirada de él, no
podía pensar en nada más que en él... y en sus brazos envueltos alrededor de ella. Sus
ojos eran dorados, con vetas esmeraldas. Eran unos ojos preciosos. Extraños ojos. Sus
pupilas no eran más que una fina línea negra que se extendía desde la parte superior
hasta la inferior de sus iris.
Ella...
Bailaría. Sí, pensó, mientras cada músculo del cuerpo se le relajaba. Esa era una
idea increíble.
—No, yo...
No, dijo ella otra vez. O lo intentó. No podía hacer que la negativa traspasara los
labios.
—Te gustará.
Cuando bajó para otro beso, de algún modo encontró la fortaleza para girar
alejándose. No se sentía atraída por este hombre. ¿Lo estaba?
¿Qué. Mierda?
Devorar.
Pero se centró en el gorgona, una furia asesina palpitaba en él. Cuando ambos
hombres estaban a pocos centímetros de distancia, Thane no se molestó con las
palabras. Tiró de Elin detrás de él y tostó a golpes al Gorgotipo.
—Thane —dijo Elin, sorprendida por el tono ronco de la voz. Una voz que de
algún modo penetro a través de su ira—. Olvídalo. Céntrate en mí. Te necesito.
Dulce misericordia. Su expresión era pura agresividad. Él cruzó los brazos sobre
el pecho, un movimiento agresivo. Afianzó las piernas separadas, una postura
agresiva. Pero al menos la sangre en su piel y túnica había desaparecido.
—¿Me necesitas? —Su tono era más que agresivo. Era hedonista. Prácticamente
una invitación. Una que ella aceptaba.
—Eres un bárbaro. Hagámoslo —dijo. Y quizás su nuevo apodo tendría que ser
Pulpigatita, porque puso las manos por todas partes, sus alas, acariciando las plumas,
deslizándose a través del extremadamente suave plumón—. Simplemente quédate ahí
y verás que bien, yo haré la mayor parte del trabajo.
—Uh, Elin —dijo Bellorie, acercándose a su lado—. Puede que quieras echar
cremallera a tus labios. Tu boca está haciendo promesas que tu cuerpo no va a querer
mantener.
—Y mandona. Pero me gusta ese lado de ti. Me gustan todos los lados tuyos.
Mi hombre es dulce.
—Bien, he pensado mucho en eso hoy. —Jugó con las puntas de su cabello—. Lo
vi mientras estábamos juntos en el campamento, y lo sentí mientras estábamos en la
bañera, es tan grande, perforado, y quiero chasquear la lengua por el piercing, y
prácticamente me prometiste que podría y nunca mientes y, oh, lo estoy poniendo
duro de nuevo, ¿verdad?
—Sí. Pero quiero que me mires —le ordenó, y no podía hacer nada salvo
obedecer—. Un humano puede morir después de dieciséis “Extensores de piernas”. No
bebas tanto nunca más.
La miró furioso.
—Buena chica.
Él suspiró.
—Tú misma lo dijiste. Está llena de malas hierbas. No son tantas como antes,
pero aún hay algunas. Después de Kendra...
—Estoy más protegido que nunca, lo que significa que será difícil que alguien me
hipnotice. Pero de algún modo —añadió en voz baja—, tú lo has conseguido.
El corazón se le encogió.
—Hemos llegado. —Un segundo más tarde, se posó en el tejado de la Sala de los
Caídos tan suavemente que apenas había sentido la sacudida.
—¿Por qué sigues trayéndome aquí? ¿Por qué no soy lo bastante buena para la
lujosa habitación sexual?
—Oh. —Él acababa de darle la mejor. Respuesta. De todos los tiempos—. ¿Soy
especial, entonces?
—Más allá. —Se tumbó junto a ella y le colocó un mechón de pelo detrás de la
oreja—. Me excitas, me diviertes, me enfadas, me frustras, me desafías, ¿y he
mencionado que me excitas?
—¿Las golpeaste?
—Excitaba. Tiempo pasado. Creo que suavizaste algo en mí, y eso me excitó.
—Pero podrías haber golpeado a otros hombres en su lugar. Tal como hiciste con
el gorgona.
—Sí. Soy un experto luchador, y me gusta, también, pero aporta una clase
distinta de satisfacción. Una versión silenciada, como probar un pastel (que alguien
que no seas tú ha horneado) en vez de comerlo entero. Más que eso, puede meterme en
problemas. Mis oponentes tienden a... morir.
Oh.
—Sí. Mejor evitar eso. Así que... ¿vas a meterte en problemas por el gorgona?
—No. Él sobrevivirá. Apenas.
—¿Las mutilas?
Así que, sí. Lo hacía. Pero debido a que eran inmortales, habían sanado.
—No estoy de acuerdo. Creo que lo hiciste porque hervías de rabia por algo.
Él frunció el ceño.
—Pero no tenemos que hablar de eso ahora —se apresuró a decir—. Estoy más
interesada en si han cambiado de nuevo tus deseos. ¿Ahora quieres herirme?
Su alivio fue palpable, la determinación tan fuerte que vibraba desde él.
—No.
—¿Quieres encadenarme?
—No.
Pero... ¿Por qué no? ¿Para dejarla hambrienta, del modo en que ella le había
dejado?
—¿Tiempo limitado?
Así que, ¿por qué la sensación depresiva asentándose sobre mis hombros?
Aunque sus ojos azul eléctrico brillaron con una extraña mezcla de rabia y
anhelo, una vez más se resistió.
—Thane.
—No voy a tomarte así. Duerme, Elin —ordenó... y se alejó, dejándola sola.
CAPÍTULO 20
La habitación de Thane. Una que jamás había compartido con otra mujer. Y al
parecer, tampoco realmente con ella. ¿Dónde estaba?
¿Todavía la deseaba?
Y no tenía que devanarse los sesos con sus otros atributos admirables. Fuerza. La
dulzura que parecía estar reservada para ella y sólo para ella. Inteligencia. Ingenio.
Instinto protector. Una vulnerabilidad que intentaba ocultar pero que no podía por
completo. Un salvajismo feroz tanto dentro como fuera del campo de batalla.
Después de una ducha rápida y de cepillarse los dientes, se vistió. Una camiseta
blanca, junto a un vaquero ceñido a las caderas y un conjunto de bragas y sujetador.
Rojo, con un encaje de grandes agujeros. Bueno, ahí tenía la respuesta a la pregunta.
Los había escogido Thane. El brillante color del sujetador se transparentaba por la
camiseta, algo que un hombre no habría considerado. O tal vez lo había escogido a
sabiendas, por esa misma razón.
La ronca voz vino de detrás de ella. Con la sangre ardiendo, se dio la vuelta y el
corazón casi se le detuvo. Thane estaba de pie en la puerta, una torre de belleza y
amenaza… Espera, ¿amenaza? Sí, notó. Un fuego brillaba en sus ojos, evidencia de un
temperamento agitado.
Ella no se asustó.
Sus hermosas alas blancas y doradas estaban plegadas tras la espalda y una
resplandeciente túnica cubría su musculoso cuerpo. Sus rizos rubios sobresalían en
punta, como si se hubiera pasado las manos por ellos una y otra vez.
Al parecer, fue suficiente. Caminó hacia ella, cada centímetro de depredador. Por
una vez, estuvo feliz de ser la presa. Su boca se estrelló contra la suya, metiéndole la
lengua con una salvaje intensidad que la llevó del calentarse a fuego lento al punto de
la ebullición en un solo segundo.
—Te dije que no te haría daño y no lo haré. —Le mordisqueó el cuello, su aliento
cálido y la lengua caliente—. Pero no puedo ser suave, Elin. No esta vez. Estoy
demasiado desesperado. He esperado demasiado tiempo. Durante semanas he
pensado en cómo te tomaría, en cómo te sentirías, verías y sonarías. Y la pasada noche
fue la peor. O la mejor. Necesito estar dentro de ti. —Mientras hablaba, caminaba hacia
delante, llevándola hacia atrás hasta que golpeó la pared del baño.
—No quiero suavidad. —Le envolvió los brazos alrededor del cuello, deslizando
los dedos entre su pelo—. Sólo te quiero a ti.
—Entonces me tendrás. —Le rasgó la cinturilla del vaquero y bajó la tela—. Sal
de ellos.
Ella sospechó que su control pendía de una cuerda muy fina. Nunca la había
dominado tan intensamente, pero se dio cuenta que no le importaba. En realidad,
disfrutaba de ello. Más allá de disfrutar. La tensión se le enroscaba en el fondo del
vientre, lista para saltar en cualquier momento.
Él le ahuecó la mandíbula.
—Mírame, kulta.
Luchando por recuperar el aliento, encontró su mirada. El deseo había agudizado
sus rasgos, entrecerrado sus ojos y enrojecido sus labios hinchados por los besos.
—Contigo. Thane.
—Eso es.
Ella recorrió con los dedos el arco de sus alas. Él inclinó las puntas hacia ella y le
acarició las pantorrillas. Tentándola. Excitándola. La necesidad la abrumó y la piel se le
puso de gallina.
Thane le ahuecó los senos y los amasó. Los pezones se le endurecieron cuando
los golpeó con la yema de sus pulgares.
—Thane. —La perezosa seducción era casi más de lo que podía soportar—.
Quítate la túnica. Tengo que sentirte piel contra piel.
—Mi pobre kulta —susurró, deslizando hacia abajo un dedo por el centro de su
pecho y trazando el gran moretón negro azulado que ya estaba en proceso de
decoloración; se curaba más rápido de lo que un humano debería ser capaz. Jamás
pensó que se alegraría de su herencia fénix, pero eso es exactamente lo que hizo—. Si la
roca te hubiera hecho más daño, la habría reducido a polvo.
—Adulador.
—Cierto.
Thane bajó la cabeza y presionó un ligero beso entre sus pechos y luego en lo alto
de la contusión. El contacto extrajo un ronco gemido de ella. Lamió un camino hasta el
pezón, apartando el sujetador con la barbilla.
—Sí. Tuyos —estuvo de acuerdo ella, extendiendo la mano entre sus cuerpos y
agarrándole el pene—. Pero esto… esto es todo mío.
Y durar.
Y cuando todo acabara, ella sabría que le pertenecía. Que le pertenecía solo a él.
Con un tirón, destrozó el broche central del sujetador, liberando los senos por
completo. Su boca arrastró un sendero de húmedos besos hasta el otro pezón, y cuando
lo alcanzó, chasqueó la lengua, adelante y atrás, adelante y atrás, lanzándole flechas de
placer por todo el cuerpo. Labios suaves, acariciantes; lengua candente, abrasadora.
—¿Es esto lo que anhelas, kulta? —Le quitó la mano de su miembro y le fijó el
brazo por encima de la cabeza. Entonces presionó su erección entre las piernas, las
bragas una odiada barrera.
—Hay miles de cosas que quiero hacerte —dijo, y le separó las piernas con una
patada—. Esto es sólo el comienzo.
—Al sofá —logró decir, recordando el modo en que una vez había esperado
tomarla.
Su gemido la interrumpió.
—Algún día. Pronto. —Le mordisqueó los labios—. Hoy voy a penetrarte lento y
profundo. No puedo hacerlo si me la estás chupando.
Sus labios se aplastaron contra los suyos antes de que pudiera terminar la frase.
La besó profundo y duro -al mismo tiempo que le introducía un segundo dedo y los
movía en forma de tijera. Estirándola, quemándola. Pero, oh, el placer anuló cualquier
dolor. Ella devoró su boca. Un beso de lengua y dientes, tomando, dando, tomando un
poco más.
—¿Cuánto tiempo ha pasado para ti? —gruñó con los dientes apretados. Dentro.
Fuera.
—Más de un año. —Apenas podía hablar. La tensión se contrajo, amenazando
con romperse. La quemazón ya no era una molestia sino placer. Sus manos estaban
calientes, tan maravillosamente calientes. Las idénticas llamas sólo la ponían más
caliente. En cualquier momento, ella estallaría—. El calor… es demasiado.
—No.
¿Dejar suceder qué? Quizás... quizás el calor no venía de sus manos. Tal vez venía
de dentro de ella. El sudor le perló la frente y la nuca.
Dentro. Fuera. Lento. Doloroso. El talón de su palma apretó contra ella donde
más lo necesitaba, creando la agonía más dulce. Dentro. Fuera.
Él lamió el tendón entre el cuello y el hombro, y Elin ladeó la cabeza para darle
mejor acceso. Acceso que él aprovechó, mordisqueando. No lo suficiente para doler
pero lo justo para que los músculos se le tensaran en reacción -y en el momento que
ella se tensó, él empujó un tercer dedo.
Justo así, estalló en un millón de pedazos. Pedazos que se derritieron. Ella gritó,
luego gimió y luego gritó otra vez cuando el cuerpo se le contrajo de nuevo y una vez
más se vio arrastrada por la sensación, cada nervio que poseía actuando como un cable
de alta tensión, vibrando.
—Magnífica —dijo con voz ronca—. Elin, te necesito. Ahora. Dime que estás lista.
Parpadeó hasta abrir los ojos, no sabiendo cuando los había cerrado. Tensión
mezclada con cruda necesidad animal se reflejaba en los rasgos de Thane. Tenía la piel
enrojecida por una fiebre oscura que sólo tenía una cura.
—Sé que puedes tomarlo. —Se introdujo un centímetro. Era más ancho que sus
dedos y ella se estiró al instante, tan mojada que fue capaz de deslizar unos pocos
centímetros más. El corazón le latió a un ritmo salvaje en el pecho—. Te sientes tan
bien, kulta. Tan dulce. —Otro centímetro. El sudor le goteó de la frente—. Pronto estaré
tan dentro de ti, que no serás capaz de respirar sin que yo lo sienta.
—Thane —gimió. Enredó las manos en su pelo y lo atrajo hacia sí por otro beso.
Mientras sus lenguas se batían en duelo, él penetró otro centímetro y la incomodidad
dejó de importar. Lo necesitaba. Necesitaba todo de él. El éxtasis y el dolor—. Hazlo.
Dámelo todo.
Dio un paso atrás y giró, llevándola con él, quedándose dentro de ella. La acción
la empujó, provocando que su longitud rozara contra las ya sensibilizadas paredes
interiores, y ella jadeó. Thane se sentó, con la espalda contra la bañera, de modo que
quedó sentada a horcajadas sobre él. Era una posición de control… para ella. Una
posición que dudaba que él alguna vez se hubiera permitido.
Una sensación de poder la reclamó. Poder y más placer. Siempre más placer. Él
era una fuente de ello y bebió con gula.
—Gracias —dijo, rezando para que la entendiera. Afianzó el peso sobre las
rodillas y se alzó… cerniéndose durante varios segundos, dejando que la dulce, dulce
agonía se construyese… para luego dejarse caer de golpe.
Él siseó, como si la sensación fuera demasiado, y sin embargó, también alzó las
caderas, haciendo que su polla profundizara aun más, intensificando lo que ambos
sentían cuando sus piercings le acariciaron las paredes interiores. Lo que había
empezado como un murmullo de éxtasis de pronto se volvió un rugido, las barras
golpeando a la perfección. Una y otra y otra vez.
—Ven aquí —dijo él con voz áspera—. No he terminado con tu boca. —No
esperó a que obedeciera, sino que extendió la mano y la ahuecó en la nuca, atrayéndola
hacia abajo. Su lengua encontró la suya, y las dos rodaron juntas—. Nunca conseguiré
suficiente de ti.
Le pellizcó los palpitantes pezones, el calor siguiendo una cadena invisible hasta
el centro, provocando que se izara… se izara… para luego bajar todo el camino de
vuelta. Cuando se elevó otra vez, él se curvó hacia ella, cambiando los dedos por la
boca y chasqueando la lengua sobre cada pezón. Era demasiado. Demasiado... pero no
lo suficiente… y ella tembló casi incontrolablemente mientras se deslizaba hacia abajo.
—No puedo permitir eso. —Él alcanzó entre sus cuerpos y manoseó el centro de
nervios.
Echó un vistazo por encima del hombro, su mirada atraída hacia él. De repente,
fue golpeada por la innegable belleza que él irradiaba. Tenía la cabeza echada hacia
atrás, los ojos cerrados y los labios separados. Estaba perdido en ella, en el placer que
creaban juntos.
Él empujó más duro y más rápido, y ella se regocijó en cada punto de contacto.
Esto era... era... Sus pensamientos descarrilaron cuando ella estalló una vez más,
apretándolo.
Aunque jamás había pensado que pudiera ser feliz de nuevo, lo era. Y el hombre
que una vez había creído que no era más que material para follar-y-pirarse, era el
responsable.
Debería ser imposible, pensó Thane. Pero claro, entonces no sabía lo que se
estaba perdiendo. Éxtasis sin el horror de la culpa.
Era maravilloso.
Era terrible.
—¿Cuándo te pusiste los piercings? ¿Y por qué te los pusiste? Parecen tan
contrarios a ti.
¿Esperaba distraerlo?
—¿Te gustó?
Se colocó las manos detrás de la cabeza. Las palmas aún le ardían. Al principio,
pensó que el calor venía directamente de Elin. Y la mayor parte lo hacía. A pesar de
que era una mestiza con latentes habilidades inmortales, su temperatura siempre se
elevaría con la excitación. Cuanto más estimulada estuviera, más caliente se pondría.
Terrible para él, pero le gustó que ella le hubiera dado algo que no le había dado
a su marido.
Pero el calor también había venido de él, comprendió ahora, sorprendido de ver
el suave resplandor azul que la piel de ella poseía. La essentia finalmente había saltado
libre.
Había creído que tendría alguna opción en el asunto cuando finalmente llegara el
día, pero había ocurrido de forma espontánea. Sí, se sentía emocionado por haber
marcado a Elin. Ella era suya. Pero también estaba intranquilo. El momento no era el
oportuno. Ellos no habían decidido su futuro. Ella no había prometido quedarse, aún
estaba decidida a abandonarlo.
¿Dolor? ¿Él?
Él no podía decirle la verdad. Porque, en cierto modo, lo lamentaba. Ella era para
él. Suya. Su única. Lo que habían hecho había reforzado el vínculo entre ellos. Y sin
embargo, todavía podía perderla.
—¿Y qué hay de ti? —dijo con voz ronca—. ¿Te arrepientes?
El silencio lo saludó.
Silencio lleno de una creciente sensación de tormento interior.
—Acabas de responder a mi pregunta con otra pregunta —dijo—. Puedo ser algo
estúpida, pero soy lo bastante lista para saber lo que eso significa. Lo lamentas, pero no
tienes huevos para decírmelo.
—Elin…
—No lo entiendes.
—Claro que sí. —Se puso torpemente en pie y se tambaleó mientras se vestía.
Bajó la mirada hacia él y fuera lo que fuera lo que vio, la trastornó aún más, porque
aspiró por la nariz como si luchara contra las lágrimas—. Vamos a tomarnos un respiro
el uno del otro, vale, y en unos días decidiremos a dónde queremos ir a partir de ahí.
Alargó la mano hacia ella, frenético por atraerla de nuevo entre los brazos, pero
ella lo esquivó. Los pasos resonaron, y entonces se quedó solo en el cuarto de baño.
Se pasó la mano por la cara, recordando el día, no hacía mucho, cuando había
abandonado a la arpía en la cama. La hembra había querido consuelo de su parte y él le
había pagado dejándola. ¿Se había sentido ella de esta forma?
Debería devolverla a su mundo. Así ella podría vivir la vida que había planeado.
Cerró los ojos y sacudió la cabeza. Elin había hecho mucho más que cambiar el
curso de su vida. Lo había cambiado a él. Ya no era adicto al dolor, sino al placer. Ya no
era sólo por el mejor sexo de su vida, sino por ella. Por su misma presencia. No sería
capaz de sobrevivir sin ella.
En primer lugar, Elin sabía que debería estar avergonzada de sí misma. Había
dormido con el hombre que una vez la tiró a la cuneta.
Tal vez fue tan sorprendente para él como lo fue para mí, y necesitaba un momento para
asumir lo que estaba sintiendo.
¿Lo que no había esperado? La forma en que los clientes la trataron durante su
turno de noche.
Los hombres y las mujeres la miraban como si le hubieran crecido cuernos y cola.
Pero cuando ella solicitaba sus órdenes para la bebida, se negaban cortésmente.
“No, no”, había dicho más de un cliente. “Deja que te traiga a ti una bebida”.
—Me rindo —dijo, dejando la bandeja sobre la barra—. No puedo entender lo
que está pasando.
Se giró y miró hacia arriba, arriba, arriba a Xerxes. El pelo blanco alrededor de un
rostro que ella había llegado a considerar como una belleza inquietante. Sus ojos
brillaban con un rojo tan brillante que tenía problemas para sostener su mirada. Pero,
oh, el pobre. Hoy tenía más cicatrices. Su mejilla y su cuello estaban cubiertos con
cortas y rectas líneas abultadas.
Tal vez era por el vínculo entre ellos, pero ahora tenía una debilidad por el tipo.
O, tal vez era el hecho de que él la había cuidado, incluso cuando Thane no quería que
lo hiciera. Un recuerdo en el que ya no pensaba, se dio cuenta. Realmente había
perdonado a Thane.
—¿La e-qué-a?
Se miró a sí misma, con el uniforme matronal que Thane hacía llevar ahora a las
chicas, sin un centímetro de piel expuesta por debajo de sus cuellos.
Espera un segundo. ¿Thane al cien por cien, sin hacer preguntas consideraba a
Elin su mujer? ¿Cómo qué, no era simplemente una divertida amiga a la hora de irse
dormir?
Pero... si eso era cierto, ¿por qué no le dijo cómo se sentía? O, bueno, ¿por qué no
le había preguntado si le parecía bien que usara su piel como una almohadilla para
colorear?
Tal vez debería haberme quedado y hablar con él como una chica grande.
Solamente no había querido tener que lidiar con el dolor del rechazo tan pronto
después de la culminación(es) más asombrosa de su vida -o antes de que la furia
burbujeara.
¿Furia? Sí, se dio cuenta. Si Thane no fuera tan atractivo y seductor, podría
haberse resistido y evitado todo este drama. Pero noooo. Él lo era, y ella había
sucumbido. Ella lo hizo. No. Le. Gustó. Eso.
¿Pero lo que más le hacía hervir? Al igual que un drogadicto, ella sólo quería más
de él.
—Thane —incitó.
—No está aquí, pero dejó órdenes para ti. Sígueme. —Una demanda que Xerxes
claramente esperaba fuera obedecida.
—Sí, bueno. —Se aclaró la garganta—. ¿Pueden los humanos verlo? El brillo,
quiero decir.
—¿En problemas? ¿Tú? —Xerxes rodó los ojos—. Tengo la sensación de que
podrías quemar el lugar, y lo peor que podría suceder sería un azote que tanto tú como
Thane disfrutaríais. En cuanto al lugar, lo descubrirás. —Él asintió y los guardias
apostados en la única entrada se movieron a un lado.
Él entró y ella se pegó a sus talones, sus pies calzados con botas golpeando contra
una clara y brillante piedra que había visto sólo una vez en la habitación de
follar-y-pirarse de Thane.
—Increíble.
—Es de oro puro, que normalmente sólo se encuentra en el nivel superior de los
cielos. Pero esto fue un regalo a Thane del Altísimo —explicó.
Guau. Era más obstinado de lo que ella se había dado cuenta. También, más
feroz.
—Sí. Una.
No dijo más.
Finalmente, llegó a una puerta -como todas las demás- y se detuvo. Él lanzó una
serie de palabras en una lengua que no entendió, y el guardia se hizo a un lado.
—Debes elegir lo que quieras —instruyó Xerxes, y ella se quedó sin aliento de
nuevo.
—Sí. La que está junto a la de Thane. Debes decorarla como mejor te parezca.
—Ya veo. —No estaba segura de si debía alegrarse o llorar. Thane aún la
deseaba, pero no quería que ella compartiera su dormitorio. Ellos iban a tener sexo,
pero sin abrazos afectuosos—. Así que esto es como un IKEA real, ¿eh?
—Si supiera lo que eso significa, estoy seguro de que estaría de acuerdo.
Bien, en esta ocasión. Así que, tachado llorar. Sonriendo abiertamente, vagó a
través de la enorme cámara. Deslizó los dedos sobre las piezas que parecían pertenecer
a un museo, deseando saber su historia.
—No.
—¿Te gusta el cine de terror? —le preguntó, dando una vuelta a su alrededor.
El luminoso y cálido día había tentado a más de quince niños y niñas a venir a
jugar. Estaban por todas partes. Los demonios estaban por todas partes, en el reino
espiritual y por lo tanto sin ser visto por los niños y sus padres. El peligro era
desconocido para ellos, pero seguía siendo muy real.
Thane necesitaba ayuda. No podía luchar contra los esbirros y proteger a los
niños y capturar al príncipe -no intentaría hacer lo último sin consultar con su líder.
Lección aprendida. Pero tampoco se atrevía a llamar a sus muchachos. Xerxes estaba
custodiando a Elin, y Bjorn... no estaba aún bien.
«Zacharel», proyectó. «He encontrado al príncipe, pero no puedo dejarlo. Está con una
horda de esbirros y están rodeando un parque lleno de niños humanos». Recitó a toda prisa la
ubicación.
Un silbido a su lado. Se dio la vuelta, con las espadas listas. Reconoció el cabello
oscuro y la mirada verde de Zacharel.
Thane miró al príncipe para calibrar su reacción ante uno de la Élite de los Siete
-pero él se había ido. Y ahora, los demonios huían.
Cobardes.
—Este no era exactamente el final que esperaba, pero supongo que debería
haberlo esperado. ¿Cómo lo encontraste?
—¿Aquí? No más de quince minutos. —Pero hubo otras batallas, cada una
conduciéndole al parque, donde el príncipe había estado esperando, oh, tan
fortuitamente.
Se encogió de hombros.
—Disfruto de mi trabajo.
—Sí, lo sé. Lo has hecho bien. —Zacharel le dio una palmada en el hombro—.
Sólo tienes que saber que un príncipe demonio observará, estudiará, esperará, y el
atacará de pequeñas formas para debilitar y distraer. Luego, cuando piense que tú
estás en lo más bajo, se lanzara en picado y arrasará.
Él frunció el ceño.
—No, no por tu cuenta. Pero vamos a necesitar toda la ayuda que podamos
conseguir cuando llegue el momento.
—Estaré listo. —Thane extendió las alas y se disparó hacia el cielo, la anticipación
zumbando a través de él. Por primera vez, tenía algo –alguien- para ir a casa. No podía
esperar a ver las cosas de Elin en su suite.
Estaba molesta con él, y no podía culparla. Ayer, le había hecho una pregunta:
-¿Ya lamentas lo que ha pasado?- y se había negado a contestar. Un error por su parte.
Tendría que haber hablado con ella. Ella lo habría entendido. Le habría ayudado a ver
la verdad.
Así las cosas, él había tenido que descubrirlo por sí mismo a la luz del nuevo día.
No lamentaba lo que había pasado. ¿Cómo podría? En todos los sentidos, ella le hacía
un hombre mejor. Más bien, el temor había coloreado su percepción. La necesitaba,
ahora y siempre, y no podía hacer frente a la idea de perderla -nunca.
—Yo estoy avergonzado por él —dijo Bjorn—. Thane, mi hombre, prefiero verte
con un vestido rosa y zapatos de tacón que así de abatido.
—Espera hasta que os toque. —Ellos se hundirían como los bizcochos de Elin.
Xerxes apoyó sus pies en la nueva mesa de centro. Una sin patas rotas.
—¿La chica?
—Te dejaré convencerla de eso. Las únicas cosas que ella tomó de la sala del
tesoro fueron unos brazaletes. Cinco. Debido a que, y cito: "Las Múltiple
Abrasorgasmos se verán así realmente increíbles conjuntadas con los brazaletes de
Mujer Maravilla".
Debería haber sabido que lucharía conmigo por esto. Nuevo plan: hacer las paces
primero, luego traerla.
—Sólo que iba a discutir sus razones por rehusar contigo y sólo contigo.
CAPÍTULO 22
—No estás donde perteneces —dijo, y se inclinó para recogerla al estilo bombero,
cubriendo con ella su fuerte hombro—. Sé que he manejado las cosas mal después...
justo después, y lo siento. Pero tienes que admitir que no estaba en mi sano juicio. Sólo
me montaste hasta sacarme la inteligencia.
Él salió de la habitación. Lo último que ella vio fue a Bellorie riéndose tontamente
como si se hubiera bebido todo un barril de cerveza.
—Veo que te gusta la idea —dijo, y, oh, el desgraciado engreído sonaba petulante
—. Tu temperatura ha subido diez grados en menos de un segundo.
—Vamos a discutir mis planes después de que me digas por qué no estás en tu
nueva habitación.
—Dime y lo arreglaré.
—De acuerdo. Pusiste essentia sobre mí sin una palabra de advertencia.
Espera. No te muevas. ¿No había querido marcarla? Bien, bien. Para que te
enteres. Había un nuevo sheriff en la ciudad, y su nombre era Decepción.
Nunca había estado realmente molesta por la essentia, comprendió. Había estado
herida por el posible arrepentimiento de Thane y buscado una salida.
—¿Así que no quieres que todos sepan que actualmente soy tu nuevo sabor de
chica-crema preferido?
Las puertas se abrieron antes de que ella pudiera balbucear una respuesta -¡El
señor Romántico golpea de nuevo! Thane la guió fuera, los guardias asintiendo
mientras él pasaba. Los guardias también evitaban ahora mirar en la dirección de ella.
¿Ahora era algo grandiosamente prohibido? Dentro de la habitación esperaba
encontrar a Xerxes y a Bjorn, pero los hombres estaban ausentes.
—Es por eso que nunca sucumbiré a las artimañas de una mujer por más de una
única noche —había dicho Bjorn después de que ella le hubiera explicado que no
cambiaría de habitación.
—Ella es parte fénix —había contestado Xerxes—. Obviamente le gusta jugar con
fuego.
Ja-Ja.
—Bien —siguió ella. Se sentó en el sofá—. No hay motivo para crear tantos
problemas por mí.
Él se sentó a su lado, la levantó y la puso sobre su regazo, obligándola a estar a
horcajadas sobre él.
De acuerdo, eso había sido un poco (en serio) dulce. Y su nueva posición era una
especie de (fuera de este mundo) ardiente.
—Sí, bien, se supone que somos un polvo asegurado el uno para el otro —dijo
ella, moviéndose perezosamente contra él, haciéndole jadear—, y sí, convertí un verbo
en un sustantivo. Supuestamente no tenemos que vivir el uno con el otro.
Se puso rígido.
—Tú, el rey de los rencorosos, eres el que habla. Pero sí, estás perdonado. Quiero
decirlo con cada fibra de mi ser. —Bajando la voz hasta un seductor susurro, añadió—:
Ya tuve mi venganza, ¿recuerdas?
—Pero, Thane... Sigo pensando que será mejor si, a partir de ahora, somos
amigos en vez de amantes. —Era lo mejor, pero probablemente era imposible.
La interrumpió, diciendo:
—De acuerdo.
Él se puso de pie, y ella deslizó las piernas hasta el suelo. La mirada que la
dirigió... relámpagos desatados, totalmente cargada, le provocó hormigueo, dolor y
calentarse otros diez grados.
No.
—Muy bien —dijo él firmemente—. Pedid y se os dará. —La cogió entre sus
brazos y la llevó a su habitación, donde rápidamente la lanzó sobre la cama. Hubiera
rebotado por el impacto, pero él estaba sobre ella antes de que fuera posible, con sus
labios reclamando los suyos en un beso salvaje. Empujando la lengua. Exigiendo.
Robándole el aliento y llenándole los pulmones con el suyo. Barriéndola en una bruma
de necesidad, hambre... obsesión.
—¿Te gusta esto? —Él alcanzó entre sus cuerpos y le dio a los senos un apretón
superficial, después deslizó la mano más abajo y le acunó la entrepierna... sin acariciar
el centro de su necesidad. Se limitaba a abrazarla, como si fuera de su propiedad—. ¿Es
lo que esperabas?
El dolor la atravesó.
—¿Qué más da? ¿Y por qué te quejas, de todas formas? Esto era lo que querías.
Sabía que la estaba manipulando, y quería estar furiosa. Pero la ira era imposible.
Claramente lo había herido con su insistencia, tratándolo como poco más que un rollo
de una pocas semanas.
—Sé lo que pensabas. —La hizo callar con otro beso. Un lento y frío beso.
—Sí. De acuerdo. Sí. —Tiró de él había abajo para otro beso, y esta vez, ella tomó
el control. Metió la lengua profunda y duramente, y no pasó mucho tiempo antes de
que él respondiera, asumiendo el mando. Dándoselo más profundo. Más duro. La
camiseta de ella recibió el mismo trato que la suya, dejándola en sujetador, pero
también se encargó de ello rápidamente, liberando los senos del confinamiento.
Tiró de ella y se sentó, jadeando mientras la miraba fijamente. A los ojos, pesados
y entornados. A los labios, entreabiertos y húmedos. Deseosos. Quizás hinchados. Al
pecho, agitado por la fuerza de la respiración. Al vientre, tembloroso.
—¡Sí!
Ella arrastró las uñas por la gloriosa y poderosa musculatura que le recubría el
estómago -y el dulce rastro de pelo dorado que conducía a la reluciente punta de su
pene que ahora asomaba muy orgullosamente por la cinturilla de su pantalón.
Él le deslizó los nudillos por el vientre, bajándole el pantalón corto. Su mano tan
grande arrancó el lazo de la cintura. Justo antes de deslizar los dedos por debajo de las
bragas, paró.
Oh, sí. Lo estaban. El calor era absorbido por la piel, propagándose por las
células, y encendiéndola.
—Lo sé.
—Es la essentia.
¡Chica tonta!
—Sí.
En una abrir y cerrar de ojos, su control se rompió. Estaba sobre ella un segundo
más tarde, marcándole la cara, el cuello, los senos y el estómago. Cuando llegó a la
cinturilla abierta del pantalón corto, sus dedos abrieron un túnel por debajo de las
bragas. Ella se tensó, esperando el momento feliz cuando... ¡Ah! ¡Esto! Él masajeó el
centro de su necesidad. El calor de él, sabiendo que ahora tenía su essentia ahí...
Finalmente arderé en llamas. Retorcía las caderas, siguiendo sus movimientos para
prolongar el contacto.
—Por favor —dijo ella, aún persiguiendo la sensación con las caderas.
Otro dedo se unió al juego mientras la palma presionaba donde ella más lo
necesitaba. Él la estiraba, regocijándola. Y sin embargo, aún no caía por el borde.
—Tan caliente. Tan apretada y húmeda —dijo él. Sus ojos estaban
completamente asolados por una desesperación que sólo había visto en algún
momento en animales heridos. Permitiéndole saber que sus sentimientos se
emparejaban con los de ella—. No puedo esperar. Tengo que tenerlo todo de ti.
—Sí.
Esta vez no hubo un avance lento. Tomó. Tomó todo. Ella llegó al clímax con su
tercer poderoso empuje, gritando su nombre, las paredes internas cerrándose sobre su
longitud. Sonidos guturales la abandonaban mientras él se retiraba... volvía... entonces
entraba de nuevo. Después de eso no hubo algo como el control, ni siguiera un control
destrozado. Él empujó rápido y duro, una y otra vez, creando un ritmo castigador que
la alzó en otro mar de placer, casi ahogándola.
—Una vez más, kulta —ordenó.
—Dámelo.
Él estiró los brazos por encima de ella, agarrándose al cabecero. Aferrándose a él,
era capaz de impulsarse más profundamente dentro de ella, con más fuerza. Ella acabó
con las piernas a su alrededor, alzando la cintura para tomar su agresivo martilleo. La
cama se movió con su siguiente empuje... y el siguiente, hasta que estaba golpeando
contra la pared con un bang. Bang. Bang.
Esta vez él la siguió. Rugiendo, se abalanzó con todas sus fuerzas, y se enterró
profundamente, estremeciéndose contra ella, una y otra vez, hasta que se desplomó
encima.
—No hay otro sitio en el que prefiera estar. —Y le daba miedo lo cierto que era.
CAPÍTULO 23
Pero no lo había hecho. Se había negado a él en todos los sentidos… hasta que él
le dio placer hasta aceptar.
Decorarían el otro cuarto mañana. Esta noche, la abrazaría, tal y como quería. No
se permitiría el quedarse dormido.
—Sí. —No mencionó cuanto brillaba… o cuan satisfecho se sentía él por ello.
Deleitándolo.
—Me oigo a mí mismo pero, ¿me escuchas tú? —dijo, y cuando ella intentó
hablar otra vez, añadió—: Tuviste tu turno. Ahora es el mío.
El ritmo cardíaco de ella aumentó y Thane no supo si eso era un buen o mal
presagio.
—Por el placer que experimento contigo vale la pena morir. Nada ni nadie es
comparable. Nunca lo he sentido antes y no voy a renunciar a él. Por ninguna razón.
¿Lo entiendes? —Te mantendré todos los días de tu vida. Nada ni nadie nos separará. Ni
siquiera tú.
—Me gustaría oírte decir que soy algo más que un polvo seguro para ti.
Ella abrió la boca para hacer precisamente eso -estaba seguro de ello- sólo para
fruncir el ceño.
—Buen punto.
—Tienes razón.
—Ja-Ja —dijo secamente—. Veremos si eres tan gracioso el día que yo tenga que
empezar a usar pañales.
¿Reír?
—Mucho. —Él pasó un dedo entre sus pechos. Esta era su primera experiencia en
la vida doméstica y le encantaba. Un hombre… una mujer… unidos. Una familia—. Un
orgasmo por cada risa.
—¿Qué pasa?
Se puso rígido.
Intentó apartarse de él, pero Thane se mantuvo firme. Algo cálido y húmedo le
mojó el pecho. Acarició la zona y se llevó los dedos a la luz que entraba desde el cuarto
de baño. ¿Lágrimas?
—Y cierto.
—No tengo. Hasta ahora, tenemos designaciones. Xerxes el Cruel e Insólito. Bjorn
el Último Temor Verdadero.
—Son un poco espeluznantes, pero, vale. Me toca. Antes de que cortara los lazos
con su clan, mi madre era Renlay la Recolectora de Defunciones, y mis cuentos a la
hora de acostarme eran sobre sus proezas.
—Sí. Por mi padre. Eric Wahlström. Por aquel entonces él vivía en Harrogate y se
volvió loca de lujuria en cuanto lo vio. Lo que debió ser extraño, porque nunca he visto
una pareja más diferente. Ella era salvaje, él formal. Ella era estridente, él tranquilo.
Pero aún así, él se enamoró de ella, y ella lo sedujo. Después, creyó que sería capaz de
olvidarlo.
Él podía escuchar el afecto en su tono y supo que ella había adorado al hombre.
—Pero no lo hizo.
—No. No lo hizo. Siguió viéndole y un día comprendió que tenía que tomar una
decisión. Él o su clan. Las relaciones mixtas no se alientan, pero no son prohibidas
siempre y cuando estés con alguien de una raza igual o más fuerte. Los humanos, como
estoy segura que ya sabes, son algo inadmisible. Está bien tomar a uno como amante,
pero nunca como compañero. Ella lo escogió a él y yo nací un año más tarde. Pasé los
diez primeros años de mi vida en Harrogate.
—Yo no tengo acento. Una vez que nos traslademos a Arizona, y todos los niños
se burlaban de la maldita Británica —continuó, usando el mismo tono burlón que los
niños debían haber usado con ella—, temí que mi madre los matara a todos. Así que
aprendía a ocultarlo.
Él también podría haberlos asesinado a todos.
—Es leve, pero está ahí. —Bajó la voz cuando añadió—: Sólo sale cuando estás
excitada.
—Estás acumulando todo tipo de recompensas. —Le besó el pulso en la base del
cuello—. Por lo tanto, retrocedamos. Eres Thane el… ¿qué?
—¿Decepcionada?
—Más o menos. Lamento decírtelo, pero creo que necesitas uno nuevo.
—La mayoría de la gente asume que los tres está relacionado con Xerxes y Bjorn,
pero ya poseía el nombre antes de conocer a los chicos —añadió—. Los tres, en
realidad, se refiere a las formas en que mato. Muerto. Más muerto. Y purgado para
toda la eternidad.
Ella los adoraba, así que se aseguraría entonces de que los viera. A menudo.
Otra sonrisa… otro destello de los hoyuelos, estaba seguro. La palabra amado le
hizo eco en la mente. Como si él fuera digno de tal emoción.
Mientras lanzaba más maldiciones, se agarró el pecho. Sus uñas rasgaron la piel,
como palas quitando tierra. Sus dedos hurgaron en los surcos abiertos. Como si…
como si…
El estómago se le encogió.
Su brazo salió disparado y sus dedos se cerraron alrededor del cuello, apretando.
Apretando tan fuerte que ella no podía respirar. Ni siquiera podía resollar.
Se aferró a su muñeca y tiró… pero él era tan fuerte que no se movió. Sólo apretó
un poco más.
Debilidad…
Los dedos terminaron en su boca, y por alguna razón, eso le devolvió a sus
sentidos. Él parpadeó y sacudió la cabeza.
La liberó como si acabara de descubrir que ella era residuos nucleares, jadeando
dijo:
Ella se dejó caer contra él y él se aferró a ella mientras Elin aspiraba bocanada
tras bocanada de aire. Incluso apretó su agarre, como si ella fuera su salvavidas en
medio de una tormenta feroz… como si temiera que ella fuera a escaparse en cualquier
momento.
Nada de residuos nucleares, después de todo.
No necesitaba a nadie para nada. Era fuerte, tanto de cuerpo como de mente. Una
prueba: Había combatido contra demonios enloquecidos. Había ido mano a mano con
un equipo de vampiras adictas a la adrenalina y deliberadamente se había interpuesto
en el camino de una lluvia de rocas.
—Me alegro de estar aquí. —La idea de que se enfrentara a esto solo casi le
rompió el corazón—. Cuéntame —dijo—. Háblame del sueño.
—No es un sueño.
Entonces…
—¿Un recuerdo?
La soltó y salió de la cama. Desnudo, caminó hasta el armario y sacó una túnica.
No, dos. Después de vestirse, tiró de ella hasta levantarla y le metió la prenda por la
cabeza, liberando tiernamente el pelo antes de introducirle los brazos por las mangas.
De todos modos, ¿por qué estaba tan molesta? Él sólo le estaba dando más de lo
que ella había pedido originalmente. Sexo sin complicaciones.
Sí, pero eso no era lo que él había insistido en que acordaran en última instancia.
Ellos ya formaban parte de un compromiso completo, y él tendría que vivir con las
consecuencias.
—Thane. —Le agarró las muñecas, manteniendo una conexión física con él—.
Habla conmigo.
—Vamos a la sala del tesoro y escoge los muebles que quieras para tu habitación.
Sé que no quieres quedarte allí, pero lo harás de todas formas.
Strike uno. Pero de acuerdo. Podía abordar esto desde un ángulo diferente y
lanzar un ataque sorpresa a través de la habitación en cuestión. Sin el dolor del rechazo
al creer que él no la quería en su espacio personal porque ella significaba muy poco, se
sintió conmovida porque Thane la quisiera tan cerca de él. Pero tres cosas le
disgustaban. Primero, las pesadillas. Él no debería sufrir solo. Y realmente sufría. El
tormento en sus ojos... Pobre Thane. Segundo, los terribles recuerdos que había creado
en la otra habitación… aunque podría ser el momento de crear nuevos recuerdos allí. Y
tercero, la condición de su dormitorio. Él quería colmarla de lujos a ella y privarse a sí
mismo de ellos. ¿Por qué?
Cualquiera que fuera el problema, cualquier cosa que había hecho o dejado de
hacer, ella sólo quería cosas buenas para él de ahora en adelante.
—Muy bien —dijo—. Podemos ir a la sala del tesoro y elegiré cosas para la otra
habitación.
Entrecerró los ojos. ¿Quiénes eran los Hermanos Property para ella?
Rodeada como estaba por una riqueza incalculable, coloridas joyas de un precio
incalculable y preciosas antigüedades, al mismo tiempo llevando una túnica blanca, era
como una antigua reina.
—Thane —dijo, con la voz ronca de ofrenda, el mismo tono que usaba cuando
estaba dentro de ella.
Dándole la espalda, con el pelo negro fluyendo libremente, ella echó un vistazo
por encima de su hombro y sonrió lentamente... con picardía. La fuerza con la que
reaccionó a ella ya no le sorprendió. Los músculos se le contrajeron. La sangre se le
calentó. El deseo creció. Está hecha para mí. Mía.
—No sabré si esta es la cama de mis sueños hasta que la pruebe. —Mientras
hablaba, ella apartó la túnica de sus hombros... El material cayó al suelo, dejándola
gloriosamente desnuda.
La boca se le secó.
Ella se acomodó sobre el colchón, sentada, con los pies plantados en el suelo… y
abrió las rodillas.
—Ven a mí —suplicó.
—Quédate simplemente... así... —Le dirigió otra sonrisa pícara mientras ella se
dejaba caer de rodillas.
Ya estaba duro como el acero, pero se tensó aún más por la anticipación.
Entonces su boca descendió sobre él. Un calor abrasador. Mareante succión. Estuvo a
punto de derramarse, pero logró contenerse –tengo que tener más de esto. Se inclinó y
apoyó las manos sobre la cama. Una y otra vez ella trabajó sobre él. Arriba y abajo.
Arriba y abajo. Tomándole más profundo, más profundo, tan increíblemente profundo.
Cuando se dio cuenta de que ella se acariciaba con sus dedos, impulsando su
propio deseo, no pudo evitar comenzar a mecerse contra ella. ¿Control? Cedido a ella o
despedazado –no estaba seguro de qué. Aunque trató de ser suave, muy suave, sin
querer atragantarla o hacerla daño. Pero la dulzura no duró mucho. Su lengua le
acarició, y él se meció con más fuerza. Más duramente. Pero incluso eso no fue
suficiente. Tenía que tener más.
—Estaba fuera de práctica, pero bueno, ¿no? —dijo ella con una sonrisa. Sus ojos
brillaban, como estrellas en un oscuro cielo nocturno.
—No tengo palabras —dijo con voz ronca, y sintió su sonrisa ensancharse contra
el pecho—. Espera. Tal vez una. Agradecido.
Elin tenía veintiún años. Todavía era un poco joven. Y el hecho de que su sangre
estuviera diluida con sangre humana...
Se dio cuenta de que daría cualquier cosa para que ella fuera una fénix pura.
Absolutamente todo.
—Lo suficiente. —Movió las cejas hacia él, luego los hombros—. Ahora sé que
tengo que tenerla.
—Sí. Pero quedas advertido. Te vas a quedar completamente atónito cuando veas
las habitaciones terminadas.
—No me hace mucha gracia obligar a Adrian a cumplir mis órdenes. ¿Por qué no
puedes hacerlo tú? ¿A dónde vas?
—¿El Altísimo?
“Mi hombre”.
Ella se echó a reír, y él se echó a reír, y fue un momento sin preocupaciones que
se le quedaría para siempre grabado en el corazón.
Le gustaban las otras chicas, incluso las respetaba, pero no le gustaba pasar
tiempo con ellas. Sin embargo, Elin las quería, y no la alejaría de ellas; así que, por ella,
aprendería a tratar con ello.
—Muy bien.
—Entiendo.
Ahí, al final, su voz había adquirido una fiereza con la que jamás la había oído
hablar. Le gustó y lo que ello implicaba. Si fuera necesario, lucharía por su lugar en la
vida.
Elin trabajó como una loca, decidida a tenerlo todo listo antes de que Thane
regresara. También trabajaron sus amigas hasta la extenuación, incluyendo Adrian. Ya
no se sentía tan mal por obligar a la gente a cumplir sus órdenes.
Salvo que el berserker se piró tan pronto como todo el mobiliario estuvo en su
sitio. Chanel, Octavia y Savy se fugaron poco después, murmurando sobre “noviazilla
sin el novio”. ¡Pero por favor! Elin era la persona más dulce de la tierra, gracias
Pero no en el cielo.
Ahora era sólo una cuestión de poner los jarrones, cuencos y joyas en los lugares
apropiados. Tenía que estar perfecto.
A lo largo del día, Thane la mantuvo informada de su paradero, enviándole
mentalmente susurros privados. Todas las veces, paraba lo que estaba haciendo y
sonreía abiertamente.
Hasta el momento, Thane se había reunido con su líder, Zacharel, y hablado con
Lucien. Ahora, estaba con un grupo de Heraldos, incluidos Bjorn y Xerxes, cazando al
príncipe de los demonios.
—Estoy pensando en encargar unas pinturas —dijo mientras llenaba uno de los
cuencos de cristal con ocho rubíes del tamaño de un puño. ¿Debería añadir unos
zafiros para el efecto? ¿O tal vez una cuentas ensartadas de ébano por los lados?
—Por supuesto. —Y no era una idea terrible, en realidad. Una declaración audaz
de que Thane estaba cogido, y las putonas mejor que tuvieran cuidado. No es que Elin
quisiera ser esa chica. Si no pudiera confiar en Thane, no estaría con él. Pero aun así.
Dejar que la mirada fija de su retrato siguiera a cada mujer del bar era enormemente
tentador—. Por ahora, probablemente debería concentrarme en retratos de Thane,
Bjorn y Xerxes.
—Bueno, tengo una amiga, Anya la Grande y Terrible, también conocida como la
diosa menor de la Anarquía. Está liada con ese tipo lleno de cicatrices, Lucien. ¿Lo
recuerdas? De todas formas, todo lo que tienes que hacer es decirle exactamente qué
(¿Quién?) quieres que pinte y ella lo tendrá en una hora. No sé cómo lo hace, y no voy
a preguntar.
—¿Cuánto cobrará?
—Por lo general le gustan las almas, pero como eres mi mejor amiga, estoy
segura de que te haría un descuento. ¿La llamo?
¿Soy su mejor amiga? Elin sonrió de manera tan amplia que le dolieron las mejillas.
—Se necesita tu talento… Sí, sí, mucho tiempo sin hablar... Escucha, Thane tiene
novia ahora... lo sé, raro, ¿verdad?... Sí, las pinturas, como las que hiciste para los
Señores del Inframundo... Perfecto... Claro, claro, pero quiero que mi Golpeadora tenga
algunos como la reina del castillo... Vale, lo averiguaré. —Puso la mano sobre el
altavoz y dijo a Elin—: Como pago, quiere ser camarera y hacer de anfitriona en el
karaoke esta noche.
—¡Esto va a ser más que increíble! ¿Cuándo creía que podía tener todo listo?
—Cinco minutos.
¡Qué!
—De pronto estoy pensando que esto ha sido un gran error. Si ella te hiere,
Thane la hará picadillo. Si Thane la hace picadillo, Lucien declarará la guerra contra los
Heraldos. Si Lucien declara la guerra contra los Heraldos, Bjorn y Xerxes matarán a los
Señores del Inframundo para proteger a su muchacho. El mundo va a sangrar. Oh,
mira. ¡Bizcochitos! —Saltó hacia la bandeja de comida en la esquina de la habitación.
Pase lo que pase, mostraré mi mejor comportamiento. Elin esperaba hacer la vida de
Thane mejor, no peor.
—Si no puedes soportar el calor, no enciendas el horno. No, en serio. Por favor, no
pongas nunca el horno.
Soltó un bufido.
Sintiéndose más ligera de lo que se había sentido en semanas, Elin dio saltitos
hacia su amiga. La vida era absolutamente perfecta.
CAPÍTULO 25
Una misión como todas las demás. Productiva aun así insatisfactoria. Thane y
los otros Heraldos habían matado a más de dos docenas de demonios, pero el príncipe
se mantenía tras las cuerdas, como siempre, y ahora Thane tenía que preguntarse
dónde estaba el demonio, y lo que estaba haciendo... lo que estaba planeando.
Enviaría a Elandra para investigar la lanza. Ella formaba parte del ejército de
Zacharel a la que Thane generalmente trataba de evitar, pero sabía más sobre las armas
antiguas que cualquier otra persona.
—Prepara otra —gritó alguien—. ¡Sólo, para azotar a Anya aún más duro!
—No puedo —dijo Elin negando con la cabeza—. Prometí la vieja bola y la
cadena a que nunca haría dieciséis tiros en una sola noche nunca más, y nunca rompo
mis promesas.
No había ningún cliente masculino. Tal vez porque había otro anuncio que
proclamaba que todos los hombres que fueran vistos serían castrados. Un grupo de
gorgonas de pie sobre el escenario cantaba... No estaba seguro que masacrada canción
se suponía que era.
Nada de la sala del tesoro se había utilizado. Sólo ropa. Los sujetadores colgaban
de los nuevos carteles y la ropa interior se balanceaba de las lámparas de araña.
—Noticia de última hora, llamita. —Kaia la Rastrilladora de Alas era una belleza
pelirroja con una vena desagradable de un kilometro de largo—. Ya he tocado. Así que,
¿qué vas a hacer al respecto, huh?
—Lo sé, perfectamente. Soy una tipa tan dura que doy miedo.
—Está bien, está bien. —Kaia levantó las manos, con toda inocencia—. Guardaré
mis toques amorosos para nuestro juego de “esquivar rocas”.
—Oh, cariño, ¿te he contado la buena noticia? Las novias, consortes, esposas (¡o
lo que sean!) De los Señores del Inframundo acaban de unirse a la Liga Nacional de
Esquivar Rocas.
—Lo único que nos falta para la dominación total es un nombre muy chulo para
el equipo.
—¡Escuché eso! —Anya estaba preparada para lanzar otro cuchillo, esta vez a
Elin.
—Oh, dulce bondad peluda, nuestra pequeña Donk Golpeadora ya está tumbada
por el golpe.
—¡Tío! ¡Mucho! —Ella le pasó los dedos por el pelo, y tan pronto lo hizo el resto
del mundo le desapareció de la mente—. ¿Y tú?
—Ahora sí. —En su presencia, se sentía más ligero, incluso libre, como si las
cadenas invisibles que le tenían apresado desaparecieran.
—Lo soy. —Lo besó en la barbilla y le sonrió—. Es como si te hubiera pedido por
catálogo. Como te dije, me quedo con esa cara hermosa, y ese cuerpo sexy, ahora añado
un toque de dulzura y una pizca de proteccionismo, y, bueno, sí, simplemente para
terminar, sumergido en furiosa lujuria.
Sonrió.
—Para mí —susurró con un filo irregular en su tono—. Eres perfecto para mí.
Pero, ¿qué hay de ti? ¿Cambiarías algo de mí?
—Tú eres ideal. —Con excepción de tu fecha de caducidad. Frunció el ceño ante el
inoportuno pensamiento.
Debo hacer algo. Pronto.
El problema era que todavía no tenía solución. Todo lo que sabía era que no iba a
matarla en un intento de regeneración inmortal.
Pensó en los dos hombres que estaban en el ejército de la Desgracia con esposas
humanas.
Eso no era factible con Elin. Su alma estaba intacta. La mujer de Koldo estaba
vinculada al Río de la Vida, convirtiéndose en una Heraldo.
Quizás Thane podría suministrar a Elin un vial del Agua cada día. Por lo menos,
ralentizaría su envejecimiento.
Tal vez alguien podría ser sobornado para que dejara un hueco y adelantarse en la fila.
—Tengo una sorpresa para ti —dijo Elin, haciendo que volviera a prestarle
atención—. La más maravillosa e increíble sorpresa en la historia de... nunca.
—No. Es mejor.
Tengo una nueva meta en la vida, pensó Elin. Thane había entrado en el bar, y en
un destello de intuición, supo que ella había nacido para hacerle feliz. No sólo
ayudándole a sanar. No sólo divirtiéndole y deleitándole. Sino marcando el comienzo
de la verdadera felicidad.
—Llévame a la suite —susurró, y mordisqueó el lóbulo de su oreja—. Te lo
mostraré.
Caminó hacia adelante, arrastrándola con él. Las chicas se quejaron al perder "la
mejor peor camarera de todos los tiempos", lo que hizo que los ojos se le aguaran un
poquito. Era aceptada aquí, incluso caía bien, y era totalmente apreciada por sus
increíbles talentos.
—Vosotros venid también —dijo por encima del hombro, fijando en Bjorn y
Xerxes una mirada de “sin discusión”—. Tenéis que ver esto.
Dentro de la suite, el miedo casi se apoderó de ella, pero indicó hacia la pared del
fondo.
—Allí.
—Bien —dijo, mirando por encima a Bjorn y Xerxes. Ellos eran igual de ilegibles
—. ¿Qué pensáis?
Silencio.
Ella miró detenidamente la pintura que Anya había traído, tratando de ver la
obra de arte como los guerreros lo hacían. Era un lienzo casi de tamaño natural, con
Thane en el centro, Bjorn y Xerxes flanqueándole. Una posición que había visto de
primera mano. Las alas de Thane se extendían por detrás de las otras, y era difícil decir
dónde terminaban unas y empezaban las otras, porque las de ellos fulguraban también.
Los tres hombres estaban desarmados, pero claro, no necesitaban armas. Ellos eran las
armas.
Estaban sin camisa, sus feroces músculos expuestos, sus pieles salpicadas de
manchas carmesí. Desafortunadamente, llevaban pantalones. El material era blanco y
suelto, como la parte inferior de un traje. Detrás de ellos existía la destrucción absoluta.
La sangre goteaba. Los cuerpos de los demonios yacían en pedazos.
Oh. Se le hundieron los hombros. Había estado tan segura de que se quedaría
gaga, como le había ocurrido a ella. Incluso apenas había percibido las imágenes
violentas.
—Tu habitación.
—Sé justo lo que necesitas —le había dicho, y mandó a Bellorie a que le buscara
la Canon. Entonces procedió a dirigir a Elin—: "Haz el amor con la cámara…" "Odia a
la cámara…" "Haz un millar de bebés con la cámara”. —Sí. Los veinte minutos más
estrambóticos.
Pero Elin había sonreído abiertamente y había posado, fruncido el ceño y posado,
había reído y posado. Y ahora, las fotos de su rostro y de sus múltiples emociones la
observaban desde todas las direcciones de la habitación.
—Puedo quitarlas.
—¡No! —gruñó. Luego repitió en voz más suave—: No. Éstas son incluso mejores
que la pintura. No quiero salir nunca de la habitación.
—Dime que tienes una hermana, Elin —dijo Bjorn—. Voy a ser motivado. No me
impor… —De repente, se quedó en silencio.
—¿Qué pasa?
Su mirada atormentada encontró la de Thane antes de trasladarse a Xerxes.
—Lucien.
Unos segundos más tarde, como si Lucien estuviera esperando una orden de
comparecencia, el guerrero lleno de cicatrices apareció en el pasillo.
—Bjorn. Ahora —dijo Thane con los dientes apretados, y el guerrero asintió con
gravedad.
—Elin…
—Porque mi preocupación me... alterará. Puede que no sea bueno para ti.
Ignorante conejito.
—No siempre tienes que ser amable por mí. —Tendría que cuidar cada palabra,
cada acción, y eso sonaba a un tipo de tortura—. Sólo tienes que ser tú mismo. Puedo
lidiar con ello.
Pasó una hora. Luego dos. Y Thane se puso de mal humor. Ella le distrajo lo mejor
que pudo contando historias de su infancia. La vergüenza de tener a su madre en la
escuela de primaria hablando el día de la orientación profesional -y enseñando a los
niños como destripar a un pez. El momento en que su mejor amiga de secundaria se
quedó a pasar la noche y sus padres salieron del cuarto de baño cubiertos con toallas.
Obviamente, ellos acababan de ducharse juntos. ¡Qué asco!
Tanto Thane como Xerxes escucharon e incluso esbozaron alguna sonrisa. Pero la
tensión no los dejó.
Un poco antes de que la tercera hora llegara a su fin, el Señor lleno de cicatrices
regresó. Estaba pálido, con los ojos -uno marrón y otro azul- ensombrecidos por
horrores que ningún hombre debería tener que ver.
Sin decir una palabra, el guerrero se tambaleó hasta la zona del bar. No se
molestó en coger una copa, simplemente bebió directamente de la botella de whisky.
Cuando había engullido la mitad del contenido, se giró hacia los hombres, limpiándose
la boca con el dorso de la mano.
—Vuestro amigo está… No, no puedo llevaros hasta él. No sé dónde está. Fui
capaz de seguirle la pista, pero una vez allí, me costó mucho tiempo encontrar la
salida. No podía volver por donde llegué, porque su pista ya se había enfriado y
retorcido, como las otras veces. Pero lo vi. Vi lo que ella le hace.
¿Ella?
Thane se tambaleó.
Después de que Lucien dejara caer la bomba matrimonial, entró en detalle sobre
todo lo que había visto.
Bjorn, atado a una pared rocosa, indefenso mientras una sombra oscura se
acercaba. Obviamente la reina. Y cuando llegó a su lado, el centro de su oscuridad se
abrió como una boca, revelando una penumbra aún más negra. Ella lo envolvió, hasta
que no quedó ni rastro de él.
Sabiendo que Bjorn regresaría pronto y que él no querría que Elin fuera testigo
de su situación, Thane la acompañó a la habitación. Había una cama ahora. Una
hermosa y grande, con dosel y cuatro postes intrincadamente tallados.
—Gracias por lo que hiciste hoy. Todo lo que hiciste. Pero será mejor que Bjorn no
te vea. —Le explicó la esencia de la situación—. No estará… sano cuando regrese.
Ella suspiró.
—Está bien.
A pesar de que Thane la necesitaba con él, su mera presencia lo calmaba, se
obligó a besarla en la frente y a encerrarla dentro.
Pasó las siguientes horas caminando de un lado al otro junto a Xerxes. Aunque,
finalmente, Bjorn volvió, y estaba tan indispuesto como todas las veces anteriores.
Pálido, retraído. Temblando. Con náuseas.
Tenía que haber una manera de salvarlo de una sentencia tan terrible.
Bjorn rodó de costado y se hizo un ovillo, con los brazos bien apretados
alrededor de la cintura.
—Sabemos a donde vas, y podemos adivinar los horrores que te hacen padecer
—dijo Thane—. Averiguaremos como salvarte.
—Ella sabía que Lucien me encontró —dijo, con la voz desprovista de emoción—.
Me liberó del voto de silencio para que yo pudiera deciros que nada se puede hacer.
Ella nunca cortara los lazos que me atan a ella.
—Podemos obligarla —dijo entre dientes Thane—. Todos los demonios tienen su
debilidad.
—No. Las sombras no son demonios, aunque a menudo son confundidos como
tal. Son Sine Lumine. El mal, sí. Depravados. Eso también. Tienen hambre de vida.
—Sólo la reina lo hace, y sólo un poco a la vez. Cuanto más larga mi vida, más
fuerte se vuelve ella.
—Mi... alma.
Está bien. Eso era malo, pero no insuperable. Su alma se podría renovar con el
Agua de la Vida. Tengo que conseguir más. Para Elin y Bjorn.
Eso funcionaría para hoy, pero no para la próxima visita. Lo que podría llegar
antes de lo esperado. La reina parecía estar convocándole cada vez con más frecuencia.
«Acudiré a cada Heraldo que conozco y trataré de comprar sus viales. Después de eso,
sobornaré a quien esté en espera en la fila para acercarme al Río. De momento dale todo lo que
necesite de esto» Le entregó lo que quedaba del vial.
—No pararemos hasta que estés libre de la reina —le dijo a Bjorn—. Éste es mi
voto hacia ti.
—Es una lástima. Ya está hecho. —Él salió de la habitación. Con una sola mirada
hacia atrás a la puerta de Elin, salió disparado del edificio hacia el cielo nocturno.
¿Cómo podría haber sabido que conseguir el Agua sería más difícil una vez que
los azotes se detuvieron?
—Soy Thane de los Tres, y estoy interesado en comprar Agua de la Vida, por
mucho o poco que me puedan vender. Me pueden encontrar en la Sala de los Caídos.
Una vez que dispongan del Agua, vengan a buscarme y la compraré, a cualquier
precio.
Sabiendo que no había nada más que pudiera hacer aquí, se fue a la nube de
Zacharel. Su líder no tenía más. Buscó a Koldo. El guerrero tampoco tenía más. Fue a
Magnus y Malcolm, pero los hermanos afirmaron que la necesitaban para sus propios
fines de “vida o muerte”.
Después lo intentó con las Heraldos contra las que Elin se enfrentaría en el
próximo partido de “esquivar rocas”: Charlotte, Elandra, Malak y Ronen. Las cuatro
eran famosas por sus planes, esquemas y comportamiento rebelde.
Su objetivo: Convertirse en las supremas líderes del mundo y dar una "verdadera
y legítima fiesta de desenfreno y descontrol”.
Volvió al club, llegando desde el nivel del cielo, el sol brillante y resplandeciente.
Dio Bjorn el vial que había obtenido de Jamilla, y tomó el ascensor hasta la planta
principal para reunirse con Adrian. El berserker lo había convocado.
El edificio estaba vacío de clientes, aunque por el camino, había notado que el
patio estaba lleno de cuerpos femeninos dormidos, ronquidos borrachos haciendo eco.
—Tienes una visita. Es Ardeo —dijo, e hizo una seña hacia el rey de los fénix.
El hombre estaba al otro lado de la sala, ya a medio camino de estar como una
cuba.
—¿Recibiste a tu gente?
El rey fénix pateó el asiento frente a él, una orden para que Thane se sentara.
¿Órdenes? ¿En mi propia casa? No. Thane cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Algo más?
Ardeo se encogió de hombros, vació las pocas gotas que quedaban en el vaso y se
levantó. Balanceante.
—Hablé con un amigo común nuestro —dijo, las palabras mal pronunciadas. Le
dio una palmadita en el hombro a Thane—. Te envía saludos.
Frunció el ceño con confusión mientras miraba hacia abajo. Un cuchillo le había
sido empujado hasta la columna vertebral.
—Mis disculpas. Malice dijo que traería de vuelta a Malta si te debilitaba. Sea
cual sea el precio, tengo que tenerla de vuelta. —La daga hizo ruido al caer al suelo.
—Los ángeles caídos mienten —dijo Thane con los dientes apretados al rey.
La sangre salió a borbotones desde las arterias abiertas. Los trozos y el torso
golpearon el suelo.
Adrian volvió a su lugar, su fuerte jadeo la única evidencia de que él había sido
el que había golpeado.
Con mano temblorosa, Thane metió la mano en la bolsa de aire en busca del vial
de Agua. Desaparecido. Por Bjorn. Jamás podría lamentar eso. Pero ahora no sanaría tan
rápido.
—Encierra las partes del rey en el calabozo, por si acaso se regenera. Luego
tómate todo el tiempo que necesites para calmarte.
«Thane» le gritó Elin mentalmente. «Él está aquí. Orson está aquí».
Haciendo caso omiso del dolor, de la debilidad, se lanzó al aire, dejando el reino
natural para entrar en el espiritual y atravesar las paredes.
«Resiste, Elin», le ordenó. «Me han retrasado. Haz lo que tengas que hacer para
sobrevivir. ¿Me oyes?»
No hubo respuesta.
Lo primero que había hecho era estirarse en la cama, y leer la copia de “esquivar
rocas”: “El Verdadero Comienzo a Seguir de la Historia” que Bellorie le había prestado.
Pero debió quedarse dormida, porque lo siguiente que supo es que tenía una mano
dura sobre el hombro y la sacudía, agitándole el cerebro contra el cráneo. Abrió los
párpados… y el rostro satisfecho y sonriente de Orson entró en el campo de visión.
Thane esperaba que lo mantuviera a raya, y ella no tiene que preguntarse por
qué. Sonaba como la Tercera Guerra Mundial más allá de la puerta.
Rugiendo, Orson la golpeó. Su puño chocó contra el cráneo, y aunque ella vio las
estrellas, aguantó. Trató de alejarse de ella, pero los movimientos provocaban que las
puas aumentaran la velocidad, clavándose más y más profundo... ¡Puag! Gracias al
Altísimo que había sido inoculada contra la violencia. El ojo de Orson salió disparado
de su cabeza y rodó por el suelo, y lo único que podía hacer era mirar con el otro,
horrorizado.
Elin soltó los dedos de los nudillos de oro, pero de todos modos el arma siguió
pegada a su cara.
¡Oh, el dolor! Hubo otra explosión de estrellas ante la vista mientras el sabor
cobrizo le recubría la lengua e hizo que el estómago se le revolviera.
—¿Es lo mejor que tienes? —Se burló—. Porque de repente me pregunto por qué
te tuve el más mínimo miedo.
Jadeando y resoplando de indignación, avanzó hacia ella. Una vez más, él lanzó
un puñetazo. Esta vez, ella se preparó y se agachó, evitando el impacto. Acercándose,
deslizó los dedos por los nudillos de oro y tiró con todas sus fuerzas. El hueso y el
metal finalmente se separaron.
—Ríndete a mí.
Ni ahora, ni nunca. Elin se arrastró sobre las manos y rodillas y lanzó hacia arriba
el puño, incrustando los nudillos de oro en su entrepierna.
Su chillido agudo resonó. Tropezando hacia atrás, él tiró de los pinchos ahora
incrustados en el escroto. La parte posterior de sus rodillas colisionaron con el colchón
y cayó.
Recogió la daga que él dejó caer, y sin detenerse a considerar las acciones, o lo
que sentiría cuando todo fuera dicho y hecho, lo apuñaló en el estómago, una vez, dos
veces, tres veces. La sangre salpicó. Sangre caliente. Sangre caliente que le cubrió
completamente las manos.
Mostrando los dientes en una mueca, ella agitó la daga ante él.
—Si crees que eres más duro que Thane, eres más tonto de lo que pareces. Y
confía en mí. Te ves más tonto que una caja de piedras. Ahora, dejaré que te mueras. —
Abrió la puerta, con la intención de salir y ayudar a Thane de la manera que pudiera.
Las criaturas se agruparon sobre Orson, como si hubieran olido su sangre y nada
más fuera suficiente. Ellos comenzaron a comer su carne... músculos… huesos. Él luchó
lo mejor que pudo, pero tan débil como estaba, no le sirvió de nada. Él perdió su otro
ojo. Perdió la garganta, el corazón, los intestinos.
Respiró con jadeos por la nariz. Elin sabía que Orson nunca se regeneraría. No
con algo así.
Cuando no quedaba de Orson más que el bazo -¿no muy sabroso?- ojos de un
brillante rojo se alzaron y se centraron en Elin...
Sin duda, este era un ataque planeado, y todo lo estaba haciendo el príncipe.
Ardeo lo había debilitado justo antes de que el ejército de esbirros demoníacos atacara,
todo para beneficio del príncipe. Era un golpe destinado a acabar con él. Y si eso
fallaba, un golpe para él significaría incapacitarlo.
Mientras más luchaba Thane, más sangre y fuerza le eran drenadas. No había ni
tiempo ni oportunidad para que uno de sus chicos le diera el Agua. Un solo momento
de inactividad o distracción era una muerte segura.
«Puedo atraerlos lejos del club», respondió Thane. «Tú consigue que todo el mundo esté
a salvo».
Cierto. Si los números seguían creciendo, dejaría a sus seres queridos para ser
sacrificados.
«La ayuda está en camino», les dijo a Xerxes y Bjorn. Gracias a Dios, ninguno le
preguntó si creía que la ayuda llegaría a tiempo.
Los pequeños detalles lo golpearon como balas. Su única arma era una daga. El
color carmesí teñía sus manos. Sangre. ¿Suya? Los cortes y abrasiones cubrían sus
brazos. Su ropa -una camiseta y pantalón corto- estaba rasgada.
Uno de los demonios la agarró del pelo y la tiró al suelo. Cuando aterrizó, ella le
dio una patada en el estómago, él se impulsó a través del cuarto. Otra criatura se lanzó
sobre ella, pero ella le dio un puñetazo en la cara, lo que impidió que le mordiera.
La rabia devolvió algo de la fuerza que había perdido. Thane se abrió camino
hacia ella con un nuevo ardor, derribando todo a su paso. A pesar de que ella
permanecía sobre su espalda, siguió luchando con sorprendente ferocidad, agarrando a
un demonio por el cuerno y sosteniéndolo inmóvil mientras le daba una paliza a la vez
que los otros demonios le mordían en el estómago y las piernas.
La furia le corría por las venas, convirtiéndolo en un loco con sed de sangre
mientras avanzaba a zancadas. Rápido como un rayo, le arrancó un brazo a uno de los
culpables y se lo metió en la boca de otro. Él…
Una quietud horrible descendió, el aire se hizo más denso, como si agua
hirviendo se estuviera vertiendo en todas partes. Su mirada se encontró con la de Elin.
Vio el dolor. Vio la confusión. Vio la determinación.
«Lo estaré».
Thane pateó a un demonio que estaba encima de ella. La densidad del ambiente
ralentizó el movimiento y atenuó la fuerza, pero logró el objetivo. El resto de las
criaturas se apartó de ella, moviéndose tan lentamente como él lo había hecho,
mientras ella luchaba por incorporarse. Con gran esfuerzo logró agacharse a su lado e
instar a su espalda hacia abajo antes de cubrirla con las alas.
«Nunca he experimentado nada como esto. Hasta que no sepa que es seguro, te quedarás
aquí».
Los demonios se veían como si chillaran mientras corrían fuera de la sala, tal vez
alcanzaron la salida. Tal vez no lo hicieron. Una terrible oscuridad cubrió toda la
estancia. Una oscuridad desprovista incluso de los más pequeños atisbos de luz. Atrajo
la impotencia. Atrajo el vacío. Los sentidos de Thane se apagaron de repente. No había
nada, nadie. Excepto absoluta y completa soledad.
La piel se le erizó, y la mente gritó: Elin, tengo que proteger a Elin. Intentó cubrir el
cuerpo de ella con el suyo, pero no podía moverse ni un centímetro. Los músculos
parecían hierro y la piel piedra.
Justo cuando pensaba que no podría aguantar más, que seguramente también se
volvería loco, la oscuridad se levantó. Parpadeó para enfocar. Lo primero que noto: Los
demonios estaban muertos. Todos ellos. Cuerpos inmóviles mutilados cubrían el suelo
salpicado de sangre.
Se dio cuenta de que jadeaba. Y sudaba. La sangre le goteaba de los ojos y las
orejas.
—¡Elin! —Plegó las alas a la espalda, y allí estaba ella, tal como la había dejado.
No tenía nuevas lesiones, y todavía estaba consciente.
—Oh, nene —dijo ella, incorporándose para limpiar la sangre de su cara, sin
mostrar ninguna reacción, la carnicería de las últimas horas había sido mucho peor—.
¿Estás bien? Traté de hablar contigo, traté de moverte, pero no pude. Fue horrible.
—Yo... —No podía mentir. No estaba bien, ni siquiera estaba seguro de cómo
aguantaba de pie.
—Era ella —dijo Bjorn, aproximándose corriendo—. La reina. Mi esposa... —Él se
encogió cuando la última palabra lo dejó—. Trató de eliminar a uno de mis aliados más
fiables, para dejarme desvalido contra ella. Recibiste un mero sabor de su oscuridad.
—Si esa era tu esposa —dijo Elin, con un estremecimiento—, no creo que la
terapia de pareja vaya a ayudar.
Agachado como estaba, el peso del cuerpo se hizo excesivo. Trató de inclinarse a
un lado y tuvo éxito, pero se inclinó demasiado. Se cayó, un dolor agudo se le disparó
por el costado cuando aterrizó.
—Elin.
—Estoy aquí, nene. Estoy aquí. Deja que Bjorn te ayude, ¿vale?
—Aquí —dijo una voz femenina que reconoció—. La otra mitad de la botella, a
cambio de otro centenar de cabezas. —El agua fría le bajó por la garganta. Los dolores
se agudizaron aún más, atormentándolo cuando las propiedades curativas del Agua
repararon el musculo y la carne desgarrados.
Nunca había querido esa emoción de una amante. La sola idea la había
rechazado. Pero lo quería de ella, se dio cuenta. Más de lo que nunca había deseado
nada. Si lo amaba, nunca lo abandonaría.
—Thane —dijo con voz ronca. Se inclinó sobre él—. No vuelvas a asustarme así
de nuevo.
Miró sus ojos y se dio cuenta de que las lágrimas mojaban sus pestañas. Cuando
alzó la mano hasta ellas para limpiarlas, ella se inclinó para darle un beso.
—Tenemos que sacar a todos del club. No es seguro para ellos estar aquí...
¿Tenemos algún superviviente? —El pecho se le encogió ante la idea de perder a
alguno de sus empleados.
—Adrian acaba de estar aquí —dijo Xerxes, con una expresión sombría—. Los
otros Heraldos llegaron justo antes que la mujer sombra de Bjorn. Están todos bien.
Ricker, el marido de Kendra, debió esconderse en el club cuando Ardeo entró, porque
irrumpió en el calabozo y escapó con ella y el rey.
—¡Qué! —jadeó Elin, tratando de ponerse de pie—. No. Chanel no. Ella es fuerte.
Va a salir adelante.
—No. No esta vez. —Xerxes negó con la cabeza—. Las criaturas devoraron...
Tomaron... No.
Thane apretó el agarre sobre Elin. Al principio, luchó contra él. Entonces un
sollozo la abandonó y se apoyó en él. Las lágrimas le escocían en los ojos mientras se
aferraba a él, derramando su miseria. Las otras chicas también deberían estar vencidas
por el dolor. Las cinco habían sido una unidad tan fuerte como Xerxes, Bjorn y él.
—Lo siento, kulta.
Elin había llorado tanto y con tanta fuerza que tenía los ojos hinchados y los
lagrimales obstruidos. La nariz taponada, y la garganta quemada, los tejidos en carne
viva. Quería consolar a sus amigas, pero todo el mundo había sido dividido. Algo
sobre hacer más difícil que el príncipe los localizara. Lo que sea. No le importaba.
Thane voló con Elin a una casa que tenía en una isla desierta. Un verdadero
paraíso, con palmeras, exuberante vegetación y una playa de arena blanca. Era sin
duda la obra más hermosa del Altísimo. Aguas cristalinas y espumosas lamían la orilla.
El aroma del coco y las orquídeas flotaba en una suave brisa. Los pájaros se elevaban
por encima, el sol brillaba intensamente de color naranja y rosa en el horizonte.
Ella pasó el primer día en la orilla, con los dedos de los pies metidos
profundamente en la arena mientras sollozaba. Thane pasó el día enviando órdenes
mentales a Axel y a Elandra, ayudando a trazar estrategias para los Señores del
Inframundo, así como para los otros Heraldos en un intento por encontrar al príncipe.
Al menos, eso era lo que pensaba que le oyó decir en los pocos momentos que estuvo
tranquila.
Elin pasó el segundo día en la orilla, con los dedos de los pies metidos
profundamente en la arena mientras sollozaba. Thane lo pasó comunicándose con
Zacharel, explicando lo que estaba pasando, los informes que habían llegado, y
obteniendo el permiso para cada movimiento que planeaba hacer. Más tarde, le dijo
que no volvería a correr el riesgo de meterse en problemas y perder sus alas. Sus
hogares.
Su mujer.
Elin pasó el tercer día en la orilla, con los dedos de los pies metidos
profundamente en la arena mientras observaba el mundo continuar, como si nada
hubiera pasado. Como si no hubiera perdido un valioso regalo. Thane la observaba, en
silencio.
—Sí. Has visto mucha en tus cortos años. Y cuanto más vivas, más la verás.
Honestidad brutal. Como siempre. Un rasgo que amaba, incluso cuando dolía.
—¿Quién la mató? —dijo Elin con voz ronca—. ¿Los demonios, los fénix o las
sombras?
Pobre Bellorie. Tendría que vivir con las horribles imágenes de la muerte de su
amiga durante el resto de su larga vida. Y tal vez también tendría que vivir con una
pizca de culpabilidad al sobrevivir. Elin sabía lo que era eso.
—Sé que no hemos hablado sobre el futuro —dijo ella—. Sé que te he dicho una y
otra vez que me iré de nuevo al mundo de los humanos.
Él se puso tenso.
Heraldo taimado.
—Debo estar loca. Más tarde, cuando las cosas se hayan calmado, probablemente
te castigaré.
Él suspiró.
Thane mantuvo a Elin en la isla durante una semana. Su hogar se asentaba justo
en la playa, con paredes de cristal mirando hacía la salida del sol. Había muy pocos
muebles, pero los que había eran lujosos. Su pieza preferida era la enorme cama con un
tenue dosel que caía por los lados. Cuando separaba el material, tenía una visión
directa del océano.
Todos los Heraldos mantenían múltiples hogares por todo el mundo, debido a
que no sabían dónde serían colocados. Él incluso poseía una residencia subterránea,
lugar que utilizaba para volar con las amantes con las que sabía que sería
especialmente duro, para que nadie escuchara sus gritos.
Había permanecido en contacto con sus chicos y sabía que todo el mundo estaba
a salvo. De luto por la muerte de Chanel, pero seguros. Había mimado a Elin con todo
lo que sabía. Había hecho el amor con ella. Suave. Duro. Laaargo. Rápido. Se había
quedado en su cama toda la noche, intentando permanecer despierto, para nada
dispuesto a correr el riesgo de una pesadilla, pero ella se había dado cuenta y lo sedujo
hasta un coma de placer. Ni una pesadilla podía tener.
La había alimentado con su mano. Había intentado tentarla para que nadara con
él, pero ella había afirmado que tenía un acuerdo férreo con los tiburones. Ella se
quedaba fuera del agua, y ellos no la mordían.
Ella gritó y se sacudió. Al impactar, el agua salpicó. Se hundió como una piedra.
Luego, unos segundos más tarde, emergió escupiendo.
—¡Desgraciado!
—La venganza te dolerá, Sr. Nunca Volveré A Echar Un Polvo —rechinó ella,
nadando hacía él—. Ese es tu nuevo apellido, por cierto.
Él se sumergió bajo el agua y hacia la izquierda antes de poderle dar una idea a
ella. Pero ella le siguió, y cuando salió para tomar aire estaba detrás de él, le puso las
manos sobre los hombros y lo empujó hacia abajo.
Cuando él salió a la superficie por segunda vez, la aferró por las muñecas y la
arrastró a su alrededor hasta que tuvo sus senos aplastados contra el torso. Ella exhaló
bruscamente. Y al mismo tiempo, su belleza le golpeó con tanta fuerza como un
puñetazo. El sol le había pagado más que un tributo, volviendo su piel de un dorado
precioso, mostrando toques rojizos en su pelo oscuro.
Una sonrisa levantó las comisuras de sus labios... sólo para caer un segundo más
tarde.
—Chanel está en tu corazón —dijo él—. Al igual que Bay. Seguir adelante no
significa que los ames menos, o que no los amaras lo suficiente y la culpa no es algo
que debería acosarte. Eres más fuerte que tus emociones, kulta. No dejes que te
delimiten.
—El amor es más que una emoción. Es una elección. Sentir amor es una cosa.
Mostrar el amor es otra muy distinta.
Sus pestañas se cerraron durante varios segundos, pero cuando las abrió su
expresión brillaba de una manera que no había visto en toda la semana. Un hermoso
color teñía sus mejillas, y él casi gritó de alivio.
—Creo que hemos tenido esta conversación antes. Yo siempre tengo razón.
Los labios se le curvaron en las esquinas mientras la atraía hacía él. Le envolvió
sus piernas alrededor de la cintura, colocando su cuerpo en la posición perfecta para la
penetración. El deseo le endureció el pene.
Inclinándose, los labios flotando justo por encima de los suyos, ella susurró:
—Muchas.
—Bueno, entonces... muy mal. —Se apartó de él, cortando el contacto.
Él abrió la boca para protestar... hasta que vio su sonrisa. Lo había hecho. La
había hecho sonreír, tal como esperaba. Y era mucho más hermosa de lo que recordaba,
casi quitándole las fuerzas.
—Si me quieres —dijo ella, con voz baja y ronca—, vas a tener que pagar un peaje
descomunal.
—¿Cobrarás ahora?
—Exactamente.
Él fingió decepción, incluso mientras se regocijaba. Cuanto más quería saber ella,
más le importaba.
—Sabes sobre los ángeles, estoy seguro. Bien, los Heraldos y los ángeles son muy
parecidos.
—No. Los demonios vivían en vuestro mundo mucho antes que los humanos.
Mucho antes que los dinosaurios, incluso. Los ángeles caídos vinieron mucho más
tarde. Y dudo que alguna vez hayas encontrado a uno antes. Muchos están
encarcelados ahora en lo más profundo del núcleo de la tierra.
—Y los ángeles...
—Hacen lo mismo, pero son los siervos del Altísimo, lo que significa que nos
ayudan.
—Por qué, señorita Vale —dijo él, y chasqueó la lengua. Ahora era él el que daba
vueltas alrededor de ella—. ¿Te excita el poder?
—Tenía padres.
—Quieres decir...
—Mi madre fue asesinada por los demonios, y después, mi padre se consumió.
—Seis.
—Xerxes dijo que habías ganado todas tus batallas salvo una —lo dijo vacilando,
como si esperara que él evitara el tema—. ¿Se refería a tu tiempo en el calabozo?
Era su mujer. Lo compartiría todo con ella, incluido su pasado. E iba a confiar en
ella como le gustaría que hiciera ella -por favor, ámame- siempre. Se tocó el anillo de
cicatrices en el cuello.
—No. A pesar de que fuimos torturados, creo que la experiencia fue una victoria,
ya que finalmente matamos a nuestros captores. Lo de la batalla que perdí... fue contra
mí mismo. Bjorn, Xerxes y yo acabábamos de escapar de la prisión, y yo quería sentir
algo físico. Yo... rajé mi propio cuello. Xerxes y Bjorn utilizaron el Agua de la Vida para
curarme. Estaba enfadado, de modo que me corté por segunda vez la garganta.
Estaban sin Agua, y tuvimos un médico hasta que sané. Todos los días de mi
recuperación, vi la angustia en sus ojos y eso me afectó. Habían sufrido lo suficiente. Le
pedí al Altísimo que dejara las cicatrices alrededor de mi cuello, como recordatorio de
que no estaba solo, que otros confiaban en mí, y Él me concedió la petición.
—Oh, Thane.
—Me vi obligado a ver, desesperado por ayudar a los hombres, pero no podía.
Deseaba tanto herir a los demonios y, salvarlos, deseaba tanto que los demonios me
hirieran en su lugar.
—¿Cómo escapaste?
—Luché con tanta fuerza contra mis cadenas, que rompí tanto las muñequeras
como las tobilleras. También me rompí las muñecas y tobillos, y me disloqué ambos
hombros, pero de algún modo encontré la fuerza para descolgar a Bjorn del techo y
arrancar a Xerxes de la pared. En el momento en que los demonios regresaron a por
nosotros, nos habíamos curado. Éramos capaces de luchar.
—Ni tristeza o dolor. No por mí. La experiencia me rompió, sí. Pero las piezas
soldaron de nuevo juntas, haciéndome más fuerte de lo que hubiera sido de otra forma.
Y ahora tengo a Xerxes y a Bjorn. Algo hermoso de algo oscuro.
—La belleza de las cenizas —dijo ella, las palabras que había pronunciado
anteriormente. Le empujó en el pecho, salpicándole agua en la boca mientras lo
rodeaba con sus brazos—. ¿Pero, Thane?
—Sí, Elin.
Todas las inseguridades y reservas que tenía sobre esa parte de su vida murieron
en ese momento.
—No lo harán.
—No lo sabes. Así que, como te decía. Si esos impulsos alguna vez regresan, ven
a mí. Hablaremos de ello. Déjame ser la única para satisfacerte. No tengo miedo —
añadió cuando él abrió la boca para protestar—. Ni siquiera un poco.
—No se trata solo de tu miedo. Se trata de que aborrezco la idea de hacer daño a
la única que estoy destinado a proteger... de estropear a la mujer que más valoro.
Sabía que la sonrisa que esbozaba estaba aderezada con todos los sueños y
secretas fantasías que ella había tenido siempre.
—Estoy segura de que hay formas de hacerlo sin que realmente me haga daño.
—Estoy deseando que llegue. Pero en este momento, estoy más interesada en
darte una reprimenda severa...
Thane aferraba a Elin contra el pecho. Ella le había dado una reprimenda
buena... y como el guerrero que era, había encontrado de algún modo la fuerza para
soportarlo.
La sesión de “castigo” había tenido lugar en la cama hacía horas, y aún tenían
que salir.
—Te dije que quiero quedarme contigo, y lo decía en serio. Pero no quiero
quedarme como tu empleada. Quiero quedarme como tu igual. Y, sí, ya sé que eres
más fuerte. No soy tonta. Sé que tienes riquezas, y yo vengo de la nada. Pero quiero ser
tu mujer, y...
—Estoy de acuerdo —se precipitó. Ella le estaba dando las palabras que ansiaba
más que la vida. Le hubiera prometido la luna y las estrellas.
Ella sonrió.
—No lo necesito. Te deseo, ahora y siempre. Voy a hacer lo que sea necesario
para mantenerte.
—Elin...
—No. Dijiste que estarías de acuerdo con cualquier cosa, y esto es lo que estoy
pidiendo. Deja que te ayude con tus pesadillas. He hecho un buen trabajo hasta ahora,
¿verdad?
Si por “mortales” quería que decir “soporte vital”, entonces sí. Su mujer era
delicada, y no había nada de malo en eso -de hecho, todo estaba bien en ella.
—De acuerdo. —Lo que ella quisiera, se lo daría. Incluso eso. Debido a que
estaba en lo cierto... estar con ella estaba ayudando a aplacar las pesadillas. Nunca
hubiera imaginado que algo así fuera posible, pero había muchas cosas que habría
negado... hasta que Elin había hecho posible lo imposible—. Pero voy a necesitar una
concesión por tu parte.
—Te amo, Elin —admitió él, enredando las manos en su cabello—. Te amo más
de lo que cualquier hombre ha amado alguna vez a una mujer.
Jadeando, ella se enderezó con una sacudida. Sus ojos estaban muy abiertos por
la sorpresa.
Rodó con ella, inmovilizándola con el cuerpo, y alejando las gotas saladas con
besos.
—Pero...
—Sin peros. —Él tomo su cara, dándole una pequeña sacudida. Esto era
demasiado importante—. Lo harás. Prefiero morir que perderte. —En los últimos días,
el sentimiento de fatalidad solamente había aumentado. Ahora, cuando finalmente las
cosas estaban correctas entre él y la mujer que sostenía su corazón, le hacía
desesperarse—. ¿Y, Elin? Esto es exactamente lo que sucederá. Si alguna vez me dejas,
cualquiera que sea la razón, no seré capaz de seguir adelante. No me importa lo que te
he dicho sobre superar la perdida de Bay.
—No —dijo él de nuevo—. Sin ti, no tengo nada. Sin ti, no quiero nada.
Vencido por la necesidad de poseerla, aquí, ahora, y siempre, extendió las manos
ardientes sobre cada centímetro de ella. Plantando su reclamación. Dejando su marca.
—Soy tuya. Y tú eres mío. Tampoco te perderé —ella se quedó sin aliento,
instándole a bajar la cabeza para darle un beso—. Por nada.
Ya le entregaba todo lo que Bay había perdido. ¿Cómo iba a darle también esas
preciosas palabras? Sobre todo cuando, en los brazos de Thane, era más feliz de lo que
nunca había sido.
—¿Estás lista, kulta? —Se puso detrás de ella y la envolvió con sus fuertes brazos
la cintura, aplanando sus placenteras manos sobre el vientre, y besándole el hueco del
cuello.
El tiempo para dejar la isla y reunirse con los demás había llegado. La herida de
Thane estaba completamente curada. Una sensación de abatimiento se apoderó de Elin.
Tenían un príncipe demonio al que dar caza, y un rey fénix al que machacar. No
necesariamente en ese orden.
Le contó lo que pensaba, sin dejarse nada. Ella le había exigido confianza, y ella
le entregaría la suya. Era su hombre. Nunca usaría sus vulnerabilidades contra ella.
—Elin, de nosotros dos, tú eres la que posee más poder. Nunca dudes de eso.
Parpadeó asombrada. De todas las cosas que podría haberle dicho, eso no había
estado en la lista de posibilidades. ¡Ya que no podía mentir! Así que... esas impactantes
palabras eran ciertas para él.
—Te lo dije. Tú me tienes. Soy tuyo. Todo lo que he sido. Todo lo que soy. Todo
lo que yo nunca seré. Tu felicidad es la mía. Tu furia es la mía. Y tus necesidades serán
satisfechas antes que las mías. Te amo, y para mí, eso significa colocarte en primer lugar
y darte lo que nunca daré a otro. Poder sobre mí.
—Gracias.
Simplemente… no puedo.
—Lo sé.
—Así que... ¿El estoico Thane simplemente admitió que su mariquita es una
fantástica polluela?
—Lo hizo.
Él soltó una carcajada. Con una sola sacudida de alas, se disparó hacia el cielo, y
Elin apretó su asimiento en él. Cuanto más alto se deslizaban, más frío se volvía el aire,
pero presionada contra Thane no notaba el frío. Cuando se estabilizó, la presión la
mantuvo cerca del cuerpo de él, prácticamente estaban pegados. El viento le agitaba el
pelo y las hebras le azotaban las mejillas.
—Las palabras serían como una burla ante la enormidad de mis sentimientos.
Quiero casarme con eso.
Él rió.
Él se rió entre dientes, y era un sonido tan hermoso. Oxidado, pero hermoso.
—¿Qué? —dijo con furia fingida y un pisotón con el pie—. Olvida lo que dije el
día del ataque demoniaco. Cada niña sueña con ser una princesa en algún momento u
otro.
—Vas a tener que conformarte con ser la reina de mi corazón.
Hombre sensiblero.
Mi hombre.
—Trato hecho.
Pasos resonaron más allá del pasillo, cada vez más cerca.
Entonces Bellorie apareció por una esquina y se abalanzaba sobre ella. Elin soltó
a Thane para encontrarla a medio camino. Se abrazaron y lloraron, y en todo momento
sintió la mirada de su hombre desde atrás cuidándola.
Tenía que armarse de valor y decirle lo que sentía por él, eso era todo lo que tenía
que decirle. Te quiero, Thane. Con cada onza de mi ser. Boom. Hecho. Sencillo. El
sentimiento era intoxicante y desconcertante. Y, sin embargo, de alguna manera
poderoso. Estar con él, no anulaba su relación con Bay. Estar con él le recordaba que los
finales felices eran posibles. Que nunca más iba a estar sola, o ser una paria. Thane la
aceptaba completamente como era. Él la adoraba. Y la necesitaba.
Bay, el dulce muchacho que había sido, nunca la había necesitado. Habían sido
dos mitades que vivieron uno junto al otro más que dos mitades que componían un
todo, cada uno necesario para la supervivencia del otro.
Ella se sonrojó. No porque le diera vergüenza ser la mujer de Thane -estaba más
que orgullosa-, sino porque todo el mundo sabría lo que habían estado haciendo
juntos. Como si no lo supieran ya. Para tu información, tu sonrisa de satisfacción es también
un claro indicio.
—Así que, de todos modos, estamos haciendo un homenaje solo las mujeres. —
Bellorie miró por encima del hombro de Elin—. Thane, todo gallinero necesita un gallo.
¿Quieres ser el nuestro?
—Ve sin mí. Tengo que hablar con los demás hombres.
El patio trasero tenía un gran jardín lleno de flores de olor dulce y exuberantes
enredaderas verdes, todo envuelto por un manto delgado y brillante de niebla -¿y eso
eran hadas revoloteando alrededor?
No, eran adultos fae, como Chanel, pero pequeños, del tamaño del índice, y…
Chanel.
Octavia y Savy cada una sosteniendo una botella de líquido claro. Tenía que ser
el alcohol más potente de todos los tiempos, a juzgar por el olor que desprendía.
Bellorie agarró las dos botellas que esperan a sus pies y le dio una a Elin.
Entonces. Estaba bebiendo alcohol que había sido mezclado en el baño de algún
inmortal. Impresionante.
—Sigo esperando que Chanel aparezca y diga: ¡Os pillé! Todavía estoy viva,
imbéciles —admitió Savy.
—¿No sería típico de la putita? Hacernos gimotear, llorar y hablar de ella, sólo
para destornillarse de risa. —Sonriendo, Bellorie escudriñó el patio—. Sal, sal,
dondequiera que estés.
Esperaron.
—No. No lo será. —Esto era agradable. Elin nunca había tenido esto antes. La
camaradería después de una pérdida. Después de la muerte de su esposo y padre,
había sido esclavizada y los arrebatos emocionales no habían sido tolerados. Sollozar
contra la fina manta por la noche había sido su único consuelo. Con su madre y su
hermano recién nacido, más de lo mismo—. Nunca olvidaré su insolente lengua. Me
gusta pensar que me pudo contagiar un poco de ese descaro.
—Oye, oye —dijo Bellorie, y de nuevo levantó la botella. Apuró la mitad del
contenido—. Sé que ella no querría una persona sobria en su memorial. Ella era así de
dulce.
—Por ti, Alcojuerguista. —Elin bebió. Gracias a Dios, cuanto más bebía, más
suave el líquido bajaba.
Después de una hora, todo el mundo estaba riendo y compartiendo sus historias
favoritas de la chica. Elin casi se meó en el pantalón cuando Savy relató la suya,
contando con indiferencia el tropiezo de Chanel y el aterrizaje de bruces sobre el
regazo de un inmortal que andaba por allí. Él acabó sonriendo, acariciándole la cima de
la cabeza y diciéndole que sus pelotas necesitaban un momento para recuperarse antes
de que ella intentara otra felación.
“Si deseas la atención de un hombre”, le dijo una vez su madre, “averigua lo que más
quiere… y entregáselo. Garantizado, te seguirá como un perrito desde ese momento”.
Ardeo quería a Malta. Sería cruel fingir que la mujer se había regenerado de
alguna manera y que ahora la tenía entre sus garras, pero él había escrito las reglas de
esta guerra cuando apuñaló a Thane, y esas reglas eran bastante simples: Todo vale.
Lo ha hecho. Realmente.
—¿Qué me he perdido?
—¡La mejor historia jamás contada de cómo me voy a marchar al reino de las
hadas y decapitar a todos los que me encuentre! Chanel habría querido a toda su raza
sacrificada por darle la patada. Simplemente lo sé.
Savy gimió.
—Por ser demasiado maravillosa —dijo Bellorie, haciendo caso omiso de ella—.
Pero volviendo a mis planes de guerra. Voy a usar licra negra, por supuesto, como una
verdadera ninja, y…
Elin cubrió una risita con el dorso de la mano, luego se recostó hacia atrás y
escuchó todo el rollo de Bellorie sobre la ropa que usaría, las armas que usaría, y los
libros de historia que habría que escribir acerca de sus hazañas.
Nunca habría imaginado que se encontraría a sí misma en una situación así.
Dolida pero consolada. Triste pero placida. Esta no era la vida que una vez había
previsto para ella, pero demonios si no era mejor.
CAPÍTULO 30
Thane salió del cuarto de baño con una toalla envuelta alrededor de la cintura.
Los chicos y él se habían decidido por un plan de acción, que llevarían a cabo a lo largo
del día. Encontrar a Ardeo. Rastrearlo. Perseguir al príncipe. Tal vez los dos se
reunirían para que el príncipe pudiera recompensar a Ardeo por apuñalar a Thane. Si
no, Ardeo encontraría una manera de llegar al príncipe. El rey fénix creía que el ángel
caído podría devolver la vida a Malta, no descansaría hasta que se demostrara que
estaba equivocado.
Después de eso, el ejército de la Desgracia entraría con la Élite de los Siete, armas
ardientes en mano, y capturarían al príncipe. Interrogar al príncipe. Encontrar a los
otros príncipes responsables de la muerte de Germanus.
Luego iban a ejecutar la última parte del plan. Matar. A. Todos. Ellos.
La única cosa discutible era qué hacer con Elin. ¿Dónde iba a estar más segura?
Ya estaba desnuda.
Ella sonrió cuando sus miradas se encontraron. Una sonrisa realmente maliciosa,
como ninguna otra que jamás le hubiera ofrecido. No estaba seguro de qué pensar.
—¿Qué estás esperando, hermoso? —preguntó ella con voz ronca, deslizándose
un dedo entre los senos—. Estoy lista para ti. Quiero ser encadenada y tomada con
tanta fuerza que pueda sentirte durante semanas.
¿Encadenada?
—¿Kulta? —Hubo un destello de... algo... en sus ojos, pero fue tan rápidamente
enmascarado que no pudo identificarlo—. ¿No me deseas? —preguntó ella con un
mohín—. Porque te deseo, y no quiero esperar.
—Te quiero. —El deseo por ella siempre hervía a fuego lento por debajo de la
piel. Ahora mismo, la preocupación era más fuerte—. ¿Cuál es el problema? ¿Alguien
dijo algo para hacerte daño?
—¿Por qué?
«Que te amo».
«Por supuesto que sí, pero nunca me cansaré de escuchar las palabras». Mientras le
hablaba mentalmente, ella entrecerró los ojos. «Demuéstralo. Demuestra que me amas» le
dijo, plantándole una serie de besos por el cuello.
La caricia de su lengua era más caliente que de costumbre. Sus labios eran más
firmes de lo habitual, y su olor no era para nada el correcto. No olía a alcohol como lo
había hecho antes cuando la había comprobado; pero aún más contundente, su aroma
a cerezas había desaparecido.
Y... se dio cuenta de que la essentia se había desvanecido por completo de su piel.
Cada fibra de su ser anhelaba arremeter y herirla de cualquier modo. Pero esta
vez, no reaccionó de acuerdo a la emoción. Era un hombre diferente, y no iba a cometer
los mismos errores.
¿Qué clase de vida había llevado Kendra? ¿Qué la había conducido a este
momento?
Si la hería hoy, ella sólo querría hacerle daño otro día, y luego él querría hacerle
daño, y así sucesivamente, convirtiéndose en un ciclo interminable de dolor y
remordimiento.
Sin saber qué más hacer, se puso de pie y caminó hacia el aparador.
—¿Tú qué crees? —Se dio la vuelta y levantó cuatro cadenas de eslabones—.
Quieres ser encadenada, ¿no?
—Sí.
Al instante ella obedeció, poniendo sus brazos sobre su cabeza y abriendo las
piernas. La piel de gallina se desató sobre su piel mientras cerraba el metal en sus
muñecas y tobillos. Un maestro en el bondage, no tenía problemas para sujetar los
grilletes a una cama no preparada para este tipo de actividad.
De pie junto a la cama, mirándola, suspiró. Él hablaría y ella escucharía. Con la
esperanza de hacerla entender.
—¿Yo?
—Uh, venía a decirte que conseguí un vial del Agua —dijo, alzando el pequeño y
trasparente frasquito—. Pero podemos hablar de ello más tarde. Me llevaré a Elin…
—No. —La piel de Elin palideció. La traición coloreaba sus ojos—. Te dije que
vinieras a mí con lo que fuera, que yo haría cualquier cosa para garantizar que tus
necesidades fueran satisfechas, y te pareció bien. Incluso dijiste que tus gustos habían
cambiado —dijo irritada, las palabras se precipitaron, como si ella quisiera mantenerlas
en su interior pero no pudiera—. Dijiste que habías terminado con esto.
Elin retrocedió.
—¡Elin!
Thane dio un paso adelante, con la intención de ir tras ella. Un solo pensamiento
le detuvo: Tendría que sujetarla para obligarla a escucharle, y al sujetarla ella
recordaría las cadenas, y haría cualquier cosa para hacerla olvidar lo que acababa de
ver.
—Pobre Thane. Finalmente se enamora de una mujer, pero ella no quiere tener
nada que ver con él.
Apretó los dientes. Había tratado de hacer una buena acción, ¿y así era cómo él
terminaba?
«Elin, te lo prometo. Lo que sucedió no fue sexual. Kendra se hizo pasar por ti, pero me di
cuenta de su juego y la encadené».
—Ve tras ella —le ordenó a Bjorn—. Cuida de ella. Te relevaré tan pronto como
termine aquí.
Calma. Sólo porque comenzarás mal significa que tengas que terminar de esa manera.
—Te va a salir caro. Porque no voy a permitir que te vayas hasta que entiendas
las consecuencias de dañar lo que es mío.
—Yo podría decirte lo mismo —gruñó una voz desde detrás de él.
Thane se giró.
Ricker la War Ender salió de una espesa nube de humo negro –clavó una espada
en el pecho de Thane, la hoja saliendo por el otro lado.
ESPERA.
¡Aguarda! pensó Elin.
La verdad comenzó a filtrarse a través del velo de dolor. Thane no era un
tramposo. No era deshonesto. Y la amaba. Él la amaba, y Elin lo amaba. Confiaba en él.
Confiaba en él a pesar de lo que había visto.
Siempre hizo todo lo que pudo para protegerla. Jamás encadenaría a una mujer a
su cama -sobre todo a una cama que había planeado compartir con Elin- mientras ella
estuviera cerca, capaz de toparse con la escena en cualquier momento... y sin una
buena razón.
Había una explicación para lo ocurrido, tal y como él había tratado de decirle.
El alivio fue un hermoso diluvio y dejó de correr. Se dio cuenta que había
recorrido todo el camino hasta el pórtico delantero. El sol se había puesto y la luna
había tomado su lugar, alta, llena y plateada. Cerró los ojos y respiró, el pulso
calmándose poco a poco.
«Siento haber dudado de ti» le proyectó a Thane. O trató de proyectar. Tenía una
especie de muro en la mente, atrapando las palabras dentro. «¿Thane? ¿Puedes oírme?»
El silencio la saludó.
—No —proclamó una voz profunda y ronca desde... todas partes... ninguna parte
—. Yo te bloquee.
Sus rasgos aparecieron a la vista, y ella sólo pudo boquear. Era magnífico. Como
un rayo de luz radiante, resplandeciendo con una belleza pura y sin diluir.
Y, sin embargo, los dedos fríos del temor se le deslizaron por la espalda.
¿Luchar? ¿O vuelo?
¡Corre!
—¿Por qué estás aquí? —El estómago se le retorció mientras una terrible
sospecha la impactaba—. No importa. Simplemente vete. Ahora.
El príncipe. Este era el príncipe del que Thane, Bjorn y Xerxes habían hablado.
No podía permitirle llegar hasta los Heraldos. Pero ¿qué podía hacer? Estaba
desarmada.
En realidad, no. No lo estaba. Levantó una de las rocas al lado de las escaleras del
porche.
Su sonrisa se ensanchó.
Bjorn pasó junto a ella corriendo, tomándola por sorpresa, y actuando como su
escudo. Sacó dos espadas cortas.
Ni aunque me pagues.
—Pero me gustaría que se quedara —entonó el recién llegado.
De repente, sintió como si los pies le pesaran mil kilos. Trató de levantar uno, no
pudo, y trató de levantar el otro. Tampoco pudo. Los zapatos se habían adherido de
alguna manera al suelo.
El hombre negó con la cabeza, el pelo tan largo que bailaba sobre las flores en el
suelo.
—Puedo. Lo haré. Simplemente tendré que trabajar con rapidez. —Su voz era un
susurro en el viento, y sin embargo, ahora estaba mezclada con gritos de angustia.
Sin ninguna razón aparente, las piernas de Bjorn se derrumbaron, los huesos de
sus pantorrillas rompiéndose y atravesando la piel. Mientras aullaba de dolor, lanzó
una de sus espadas al príncipe.
En lugar de aguantar el golpe, como había hecho con la piedra, Malice se deslizó
con facilidad fuera de la trayectoria...
Él sonrió.
—¿El qué?
Crack.
¿Muerto?
A diferencia de los fénix, no se regeneraría. Sin embargo, un Heraldo no se podía
matar tan fácilmente, ¿no?
—Tan valiente... con tan pocas razones para serlo. Vamos a ver qué podemos
hacer al respecto.
Lo siguiente que Elin supo es que estaba siendo levantada del suelo, flotando
más cerca y más cerca del príncipe. El instinto le exigió que se agitara y tratara de
detener el movimiento. Pero no lo hizo. Apretó los puños, dispuesta a lanzar el primer
golpe al llegar a él.
—¿El guerrero grande y malo tiene miedo de una chica? —se burló.
—Todavía no. Pero lo estarás. —Se deslizó hacia adelante, y justo cuando le tenía
al alcance, se las arregló para inmovilizarle los brazos sin ni siquiera tocarla—. Voy a
hacer a Thane tanto un favor como un perjuicio. Te haré totalmente fénix, otorgándote
una eternidad junto a él… pero tendrá que observar como te mato muchas veces.
Totalmente fénix equivalía a totalmente inmortal. Era lo que Thane desea para
ella más que nada. Una vez, podría haberse preocupado de que él desatara al monstruo
ante la fisonomía de fénix. Ahora, ella lo conocía mejor. Él la quería, sin importar su
raza.
Él se rió entre dientes mientras extendía su mano vacía. Una jeringa apareció en
el centro de su palma, un líquido carmesí se arremolinaba en el interior.
—Tuve que negociar algunos favores por esto. Sé que el Heraldo ha llegado a
aceptar tu herencia... pero dudo que sea tan indulgente con la capacidad de Kendra
para esclavizar. A diferencia de la princesa, tú no serás capaz de anularla a voluntad.
¡Qué!
—¡No! —gritó, retorciéndose y girando, contorsionando el cuerpo para evitar la
aguja. No el veneno. Cualquier cosa menos el veneno. Porque él estaba en lo cierto. Thane
podía superar cualquier cosa -menos eso.
—La sangre fénix más fuerte, como la de Kendra, con un poca de la mía de extra
para ayudar a acelerar el proceso. —Él le deslizó un dedo a lo largo de la mandíbula, lo
que hizo que el dolor empeorara diez mil veces—. Vendrás a buscarme cuando revivas.
—No.
Estaba demasiado satisfecho para estar mintiendo. Ella anhelaba responder -cada
fibra de su ser estaba gritando: "¡Nunca!-, pero no tenía la fuerza.
Tendió la mano, ahora vacía, y la espada de Bjorn se alzó hasta su agarre. A ella
se le desorbitaron los ojos. Lo qué él hizo…
Él la apuñaló en el estómago, una vez, dos veces, una tercera vez. Agonía. Tal
agonía. La sangre abrió un camino ardiente hasta la garganta y gorjeó en la boca. En el
momento en que sacó el metal, ella cayó al suelo, incapaz de enderezarse.
Por el rabillo del ojo, vio, horrorizada, como apuñalaba a Bjorn en el corazón. Si
el guerrero había logrado sobrevivir a la medula espinal rota, estaba perdido ahora.
No, no, no. Era un Heraldo. Más fuerte que la mayoría. Podía sobrevivir incluso a
esto.
Por favor.
Bastardo. Mientras ella se retorcía en una ardiente agonía, tenía la mente centrada
sobre un solo hecho. Si él no era detenido, haría daño y mataría a todos los que amaba.
No lo puedo permitir.
Para hacer frente al príncipe, tenía que ser más fuerte. Y ella tendría que
enfrentarlo, no sólo porque la obligara –ya podía sentir la compulsión de encontrarlo
agitándose en el pecho-, sino para ayudar a Thane.
No. No, no lo era. Voy a volver, incluso si no soy totalmente fénix. Sin importar qué,
estaba totalmente decidida. Nada podría separar su espíritu del agarre kung-fu al
cuerpo. Nada.
Thane luchó por permanecer consciente. Ricker había liberado a Kendra, y los
dos lo había encadenado a la cama. Kendra había querido matarlo, y Ricker, que estaba
claramente bajo los efectos de su veneno, quiso complacerla, pero aparte de
encadenarle y apuñalarle una segunda vez, ninguno había hecho un movimiento para
acabar con él.
—¿Tan increíble? —respondió ella, echándose el pelo por encima del hombro.
—Tan... retorcida.
Tendría que haberlo visto. Debería haberse dado cuenta. Ella tenía un pasado
más terrible que el suyo y él solo había añadido más problemas.
—¿Lo sientes? ¡Lo sientes! —Al final, su voz era un chillido—. Él te hará daño de
tan mala manera, que disfrutaré cada minuto de ello.
—¿Quién es él?
Thane se tensó.
El príncipe.
«Bjorn. Xerxes». Desde que fue apuñalado, había tratado de contactar con ellos
por lo menos diez veces, pero ninguno había respondido. También había intentado
llamar a Zacharel. «El príncipe está aquí. Coged a las mujeres y marcharos. Ahora». Una vez
más, no hubo respuesta.
No. ¡No!
—Mira lo que hicimos —dijo Kendra, sonriendo mientras hacía un gesto hacia
Thane—. Tal y como nos dijiste.
—No es demasiado tarde —le dijo Thane—. Puedes ayudarme y yo puedo
ayudarte.
—Yo no necesito ayuda. —Pero los inicios de la indecisión se removía en sus ojos.
—Lo has hecho bien —dijo el príncipe a la princesa—. Sin embargo, tienes un
problema. Ya no me sirves para nada. —Él puso una mano en la frente de Kendra y la
otra en la de Ricker. Estrías negras aparecieron en sus mejillas... en el cuello... Sus ojos
rodaron hacia atrás, revelando los globos blancos. Sus cuerpos comenzaron a
estremecerse y temblar... y cuando las sacudidas se detuvieron, sus pieles eran...
¿piedra? El negro se había extendido, cubriéndoles a los dos de pies a cabeza, creando
una apariencia de esmalte brillante.
El príncipe abrió las manos, y la pareja cayó al suelo, no eran más que un montón
de polvo.
El poder del mal que requería tal acto... más del que Thane alguna vez hubiera
atestiguado. Y completamente innecesario. Con un poco de tiempo, podría haber hecho
mella en ella. Ahora, ya era demasiado tarde.
Malice sonrió.
—Mientes.
—Y tienes tanto miedo de enfrentarte a mí, que tenías que rebajarte a esto.
—No lo creo. Estoy seguro de que puedes saborear la verdad de mis palabras.
Me encontré con Bjorn en el exterior, y con Xerxes en el pasillo. Ambos tenían una
estructura ósea muy frágil... y cuando los dejé, ambos tenían agujeros en el pecho.
—¡No! —La palabra fue un rugido de Thane, una negación que surgió de lo más
profundo, en el fondo, donde la supervivencia se encontró con el centro de su ser. La
idea de perder a sus amigos... No.
—Oh, sí.
—No saboreo ninguna mentira, tienes razón en eso. Los dejaste con los huesos
rotos y agujeros en sus pechos. Pero eso no significa que estén muertos. Se han
recuperado de cosas peores.
Thane renovó la lucha, la carne desgarrándose por las esposas de metal. La poca
fuerza que le quedaba rápidamente drenada.
—Oh, la toqué. Y más. Casi no puedo esperar para mostrarte el resultado final de
mis acciones.
Una vez más, no saboreó la mentira. Se dejó caer contra el colchón. Podía hacer
frente a cualquier cosa excepto a su muerte.
—Tu ejército está en camino. ¿Lo sabías? ¿Los has llamado tú? Tus amigos lo
hicieron. Pero mis esbirros retendrán a los guerreros fuera hasta que yo termine aquí.
Tan engreído.
Esos guerreros lucharían por él y sus seres queridos con el mismo fervor que
Bjorn y Xerxes. Al igual que Elin, se habían convertido en su familia.
—Me habré ido antes de que tus amigos sean capaces incluso de entrar en el
castillo. —Su oreja se agitó, y asintió con satisfacción—. Excelente. Creo que tu Elin está
de camino.
«¡Elin!»
Ella se quedó. Con la cabeza gacha. Hombros encorvados. Una pose de sumisión.
Algo dentro del pecho de Thane se apretó. Su cabello parecía más brillante, se dio
cuenta que era porque estaba enhebrado con llamas. Y sus ojos de cristal ahumado
ahora ardían y crepitaban con fuego naranja.
¿Cómo podría? Era una vista hermosa e imponente. Y seguía siendo su kulta.
Ahora y siempre.
—Te amo, Elin. Con todo lo que soy. No importa lo que pase.
—No creo que lo haga, pero te doy las gracias por la sugerencia. —Malice se frotó
las manos y mirando fijamente a Thane dijo—: Me pregunto si tu amor se convertirá en
odio cuando sepas que tu mujer está bendecida con la misma capacidad que tu Kendra
poseía.
Malice se giró hacia Elin, quien había estado de pie completamente inmóvil
durante su discurso.
Las palabras que había deseado escuchar, palabras que aliviaron algo dentro de
él, incluso a medida que arrasaban lo peor de sus instintos protectores.
Gruñendo, Thane tiró con tanta fuerza de las cadenas que la cama entera tembló.
Elin cayó, impactando contra el suelo. Se quedó inmóvil.
Saber que ella era ahora completamente fénix no hizo nada por moderar la
reacción. Su mujer era un montón deshuesado, la sangre se acumulaba a su alrededor,
y eso lo destruyó. La furia era una incontrolable y salvaje tormenta, que le inundó de
adrenalina, y al final, de la fuerza necesaria. Mientras Elin se incendiaba y ardía hasta
las cenizas en cuestión de segundos –la regeneración más rápida que había visto jamás-
partió la cabecera y el pie de la cama con la potencia del forcejeo. Las cadenas cedieron
al fin, liberándolo.
El fuego se apagó, y una vez más se estrelló contra el suelo. Jadeando, ella luchó
por ponerse sobre las manos y las rodillas, y luego inestablemente en cuclillas.
Elin gritó con furia. Se puso trabajosamente de pie y se lanzó hacia el príncipe,
pero él la cogió en el aire, capaz de hacerla levitar con su mente y bloquearla en el sitio.
Entonces... la apuñaló en el vientre.
—¡Oh! —dijo el príncipe mientras ella caía al suelo—. Espero que no llevara a tu
bebé.
Thane apenas tuvo tiempo de atragantarse con un aullido de rabia, pues cuando
ella se regeneró, el hombre rápidamente la decapitó. Esta vez, revivió casi al instante,
en un segundo inmóvil sobre un charco de sangre y el fuego, al siguiente en cuclillas y
rodeada de humo. Thane casi no podía procesar las profundidades de la furia e
impotencia.
—Por favor —dijo con voz ronca. Rogaba. El orgullo no significaba nada cuando
se trataba de la seguridad y bienestar de su mujer.
—Así es como va a funcionar esto —continuó el príncipe—. Daré una orden, y tú,
Thane, vas a obedecerla. Si no, mataré a tu mujer de una manera nueva y creativa.
—Lo que quieras, lo haré. —Thane se puso de pie, se tambaleó. Le traía sin
cuidado la perdida de las manos, o los agujeros en el pecho—. Esto es entre tú y yo.
—Exactamente.
—¿Lo ha hecho?
Observó, sin poder hacer nada como Elin flotaba más y más cerca del príncipe...
deteniéndose justo frente a él. Miró a Thane y le ofreció una dulce sonrisa, que lo
deshizo.
Él frunció el ceño.
Antes de que el príncipe pudiera procesar lo que estaba pasando, ella giró,
golpeándole el cuello con esas alas.
El horror heló a Thane. Pero se obligó a superarlo. Descartar todas las emociones
y centrarse en el instinto. Todos los demonios, sin importar su rango, eran susceptibles
a una cosa.
Ella lo escuchó y reaccionó al instante, balanceando sus alas hacia el príncipe una
segunda vez antes de que él pensara en golpearla.
Ella sabía lo que quería, y agarró la túnica que le había cogido a Bjorn, la que el
príncipe le había arrancado, hurgando en su interior y extrayendo el vial del Agua.
La cabeza del príncipe cayó una vez más y el príncipe volvió a cogerla. Pero
antes de que pudiera anclarla de nuevo en su lugar, Elin utiliza sus alas para
impulsarse a sí misma sobre su pecho y derribarlo.
Aun así, el príncipe se giró hacia ella, aunque estaba claro que no podía verla,
porque falló por un metro. Eso le valió el segundo que necesitaba. Dejó caer la poca
Agua que el frasco contenía sobre la herida del cuello.
El tejido chisporroteó. El humo con aroma a azufre se elevó.
El cuerpo se sacudió.
La cabeza gritó.
Elin tosió, el vapor tan espeso que saturaba el aire. Thane no tenía fuerzas para
reaccionar.
Entonces el humo se disipó –de un segundo para el otro-, y no había ni rastro del
príncipe.
Él se había ido.
Thane había leído acerca de esto. Él sabía que el príncipe acababa de perder su
cuerpo, y su espíritu había sido succionado hacia el infierno, donde ahora estaría
encadenado.
Lo que significaba...
Nunca había odiado más el dolor. Porque eso significaba que iba a ser separado
de Elin.
—Lo has hecho todo bien. —Su mirada se encontró con la dulce belleza de ella. El
tiempo que había tenido con ella... valía cualquier cosa. Todo—. Quédate con... ellos.
Ellos se encargarán de ti...
Sus lágrimas quedaron atrapadas en sus pestañas antes de caer en cascada por
sus mejillas.
—No te atrevas a hablar así. Vas a estar bien. Eres inmortal. Te vas a recuperar.
Si bebiese el Agua en los próximos minutos, sí. Quizá. Si no... no. Estas lesiones
eran demasiado graves. Los órganos vitales habían sido perforados y no podían
regenerarse suficientemente rápido. Había perdido mucha sangre. Pero él no quería
decírselo. Empezaría a sentirse culpable de nuevo.
Mientras Xerxes bloqueó a Elin de la vista de todo el mundo, Bjorn cogió una
túnica del armario y le puso el material por la cabeza, cubriendo su desnudez.
Malcolm, que se había negado a todas las demandas y súplicas de Thane antes,
metió la mano en una bolsa de aire sin dudarlo.
No.
Ella no tenía ni idea de lo que estaba hablando. Pero no importaba, ella haría
cualquier cosa.
—Encontraremos un camino.
Con los rasgos tensos por la preocupación, Bjorn tiró de ella contra su pecho, algo
que no podía ser muy agradable para él. Pero sus mentes estaban de acuerdo. Hacer lo
que fuera necesario para salvar la vida de Thane.
Para su horror, había una enorme fila de gente esperando ante una puerta de
hierro altísima, y las palabras de Xerxes comenzaron a tener sentido. Todas estas
personas... ¿y simplemente se suponía que tenía que esperar?
—Entonces, unos minutos más no te hará daño, pero a mí sí —espetó Elin, las
llamas le brotaron del cabello.
—No podemos usar la fuerza —le recordó Xerxes—. Cualquiera sea el método
que utilicemos nos será devuelto para toda la eternidad.
Una orden mental causó que las alas se disiparan –el control que poseía seguía
impresionándola e intimidándola.
Yyyyyy... ninguna respuesta. Todo el mundo miró hacia otro lado. Todo lo que
faltaba a este momento eran los grillos cantando al fondo.
Vamos, vamos, vamos ábrete monstruo. Por último, la puerta de hierro se abrió, y
mientras una Heraldo salía, sonriendo, Xerxes pasó junto a ella, Thane quieto e inmóvil
en sus brazos. Bjorn y Elin le siguieron de cerca.
Xerxes no se detuvo en la orilla del río, sino que se metió dentro. Bjorn y Elin,
también. Sin embargo, en el momento del contacto, un terrible dolor la consumió y ella
saltó hacia atrás. ¿Qué fue eso?
—Sí.
—Y ahora te duele.
Bjorn inclinó la cabeza hacia un lado, como si estuviera escuchando una voz que
ella no podía oír.
—¿Qué pasa con mi inmortalidad? —Tenía que mantenerla. Por Thane. Porque
iba a sobrevivir a esto. Nada más era aceptable.
Ella continuó.
Por fin -¡por fin!- él tosió, la sangre gorgoteó por las comisuras de su boca.
—Más. Dale más —soltó Xerxes precipitadamente, y ella comenzó a verter más y
más agua en la boca de Thane, prácticamente ahogándolo.
—¡Funciona!
—¿Elin?
Tranquila. No saltes sobre él. Todavía no. Pero ella apenas podía contenerse, brinco,
el agua salpicando a su alrededor.
Thane levantó los brazos para limpiarse la cara, se percató de que sus manos se
habían regenerado completamente. Miró a su alrededor, vio que estaba siendo acunado
en los brazos de Xerxes como un bebé, y frunció el ceño.
—¿Dónde estoy?
Tranquila.
Xerxes lo soltó.
—Te amo. Te amo tanto, y he sido limpiada del veneno de Kendra. No tienes que
preocuparte.
—No estaba preocupado. Estabas viva, y eso era todo lo que me importaba. —
Sus brazos se apretaron alrededor de ella—. Te quiero de cualquiera manera que pueda
tenerte.
—Te amo. —Le salpicó la cara de besos—. Siento mucho haber dudado de ti
cuando te vi con la chica. Yo…
—Kendra —dijo, ahuecándole las mejillas—. Era Kendra, haciéndose pasar por ti.
Pero me di cuenta de las diferencias, y sólo quería hablar con ella antes de que llegaras.
Pero Ricker entró y me incapacitó. Entonces el príncipe apareció y mató tanto a Kendra
como a Ricker, y no se regeneraron.
—No. —Él le enterró la cara en el hueco del cuello e inspiró—. Lo que él hizo, lo
hizo por el dolor. Al perderte… Lo entiendo, y lo perdono. Ya he terminado con esa
guerra. Mis malas hierbas se han ido.
Elin le salpicó con más besos, y luego clavó la mirada, ojos llorosos, en Bjorn y
Xerxes.
—No os quedéis ahí, chicos. Entrad en esto. ¡Es momento de un abrazo de grupo!
Estos hombres eran un regalo. Thane le había dicho que era la luz de su
oscuridad, pero eso no era cierto. Estos hombres no eran oscuros. Bueno, eran
amablemente oscuros. Pero. Por una vez, le gustó la palabra. Y ellos se estaban
curando. Con un poco de ayuda de ella, lo conseguirían.
—Sólo que te amo —respondió—. Y haré que tú y nuestros dos chicos seáis
felices. Lo sé.
—Hey, Berzas —dijo—. ¿Te he hablado alguna vez de la chica que conocí en uno
de los partidos de “esquivar rocas”? Ella…
Elin aplaudió.
—Lo averiguaré y la llamaré —gritó tras ellos—. Tal vez podamos tener una cita
doble. ¿Vale? Genial. Tomaré tu silencio como un sí.
—¿Por qué?
—Oh. Bueno, no todas las relaciones pueden ser tan saludables como la nuestra.
—Es cierto. Tendremos que ser un ejemplo para los demás para el resto de la
eternidad.
—Un pequeño problema, señor Tres. No estoy segura de que ese sea tiempo
suficiente.
EPÍLOGO
Thane le había puesto el nuevo apodo -asegurando que ella se había colado
dentro de él y le había robado el corazón-, y éste se le había pegado.
Tal vez porque Múltiple Abrasorgasmos había llegado a la final. Y esto, esto era
el partido por el campeonato, y todas sus jugadoras todavía estaban en juego. Ninguna
había sido eliminada.
Thane, Bjorn y Xerxes observaban desde las gradas, animando igual que todos
los demás. Bueno, excepto aquellos lo bastantes estúpidos para ser admiradores de las
Erecciones. Vale, eso no había sonado como había querido. En cualquier caso, aquella
gente estaba abucheando.
No debían haberse enterado de lo que Thane, Bjorn y Xerxes les hicieron a los
últimos que las abuchearon. En esencia, las estacas habían visto otra ronda. Una ronda
corta, por supuesto -ellos no habían querido enfadar a Zacharel- pero lo suficiente para
darse a entender.
Quizás haya algo que yo pueda hacer. Ahora soy una especie de asombroso extra.
Cuándo Bellorie lanzó una roca con todas sus fuerzas, la jugadora que quedaba,
Kaia, la cogió -¡mierda, hablé demasiado pronto!- eliminando a Bellorie e introduciendo
otra jugadora de las Erecciones. Luego Kaia se lanzó en el aire, las pequeñas alas en su
espalda permitiéndole flotar mientras elegía su nuevo objetivo. Elin. Por supuesto.
Kaia lanzó la que sostenía en un ángulo demasiado bajo para cogerla… a no ser
que se zambullera de cabeza, arriesgándose a una herida seria. Pero si no lo hacía, sería
eliminada. El juego acabaría y su equipo perdería.
Da igual. Me curaré.
Elin se zambulló.
—¡Eliminadas! —gritó con alegría y le sacó la lengua a ambas mujeres—. Las dos
estáis eliminadas.
—¡Somos imparables!
—¡Invencibles!
—Y un poco horrible —dijo Bellorie, ya no saltaba arriba y abajo, sino que miraba
a Elin con preocupación—. Lamento decírtelo, pero tu cara ha sido tomada por una
fuerza de vida extraterrestre.
—Thane me besará y me hará sentir mejor. —Elin se liberó de la pandilla y corrió
hacia la muchedumbre.
Su hombre ya se abría paso entre las masas. Se encontró con ella en mitad de la
cancha y la abrazó.
—¿A pesar de que la semana pasada hice papilla a tus amigas para llegar hasta
aquí?
—Sobre todo porque hiciste papilla a mis amigas. —Le ahuecó tiernamente la
cara—. Vamos a conseguirte algo de Agua.
—No. —Habían llenado sus frascos mientras nadaban por el Río, pero Bjorn
necesitaría cada gota que poseían. Su reina lo convocaba con más frecuencia ahora.
Buscaban la forma de romper el vínculo entre los dos, pero hasta ahora no habían
encontrado nada—. Puede tardar unos días, pero me curaré sola. —Era una de las
ventajas de ser totalmente inmortal.
Todavía intentaban descubrir todo lo que ella era capaz de hacer. Sus puntos
fuertes… los debilidades. Pero Thane se lo tomaba todo con calma, ayudándola en todo
momento.
Él le sonrió.
Adelanto de “Belleza despertada”
2º de Ángeles de la Oscuridad
(Continuación de la saga Señores del Inframundo).
PRÓLOGO
Un Koldo de siete años estaba situado tan silencioso como le era posible en la
esquina del dormitorio. Su madre se cepillaba el pelo, los encantadores rizos oscuros
tejidos con hilos del oro más puro. Estaba sentada frente al tocador, tarareando
suavemente pero con emoción, su sonriente y pecosa imagen reflejada en el espejo
oval.
Todo el mundo lo decía. Sus ojos eran del más pálido violeta, bordeados por
pestañas de la misma mezcla de castaño y dorado que su pelo. Sus labios tenían forma
de corazón y su pálida piel brillaba tan intensamente como el sol.
Con el pelo negro, los ojos oscuros y la piel profundamente bronceada, Koldo no
se parecía en nada a ella. Lo único que tenían en común eran las alas, y quizás por eso
estaba tan orgulloso de las brillantes plumas blancas, suaves, afelpadas y con ámbar
abajo. Ellas eran su único rasgo redentor.
—Me estás mirando —le espetó ella, todo atisbo de sonrisa desaparecida.
Koldo nunca había conocido a su padre, sólo alguna vez había escuchado hablar
del hombre.
Malvado.
Asqueroso.
Repulsivo.
—Tengo amigos en casa —dijo, lanzando el pelo por encima del hombro—.
Debes quedarte aquí, ¿entendido?
Quizás… quizás ella no podía. Aún no. La esperanza se le desplegó por el pecho
y alzó la barbilla. Quizás no había hecho lo suficiente para demostrar su valía. Tal vez
si hacía algo especial por ella, por fin se daría cuenta que no era como su padre. Tal vez
si limpiaba su habitación… y tenía un ramo de flores frescas esperándola… y le
cantaba una canción mientras se dormía… ¡Sí! Ella lo abrazaría y besaría en
agradecimiento, de la forma que a menudo abrazaba y besaba a los niños de los
sirvientes.
Excitado, Koldo dobló las mantas que usaba para su jergón en el suelo y se
levantó de un salto. Se lanzó por la estancia, recogiendo las túnicas y las sandalias
descartadas, después ahueco los cojines esparcidos por la alfombra central, donde a
Cornelia le guastaba relajarse y leer.
Hizo caso omiso de la pared de las armas -la fusta, las dagas y las espadas- y
enderezó los artículos sobre la cómoda: El cepillo, las botellas de perfume, las cremas
para la piel de su madre y el líquido de olor acre que le gustaba beber.
Se acercó al balcón y abrió las batientes puertas dobles. El aire fresco de la noche
flotó sobre él. El palacio estaba situado en un lejano reino de los cielos inferiores, junto
a miles de estrellas centellantes desde una infinita extensión de terciopelo negro. La
luna brillaba y estaba alta, una mera franja curvada con los dos extremos ascendentes.
La luna le sonreía.
Animado, Koldo dio un paso hacia el borde del balcón. No había barandilla,
dejando que los dedos de los pies se curvaran en el borde. Desplegó las alas en toda su
longitud, la acción trayéndole un torrente de alegría. Le gustaba volar por el cielo,
elevándose y dejándose caer en picado, rodar a través de las nubes y perseguir a los
pájaros.
“Nunca debes usar tus alas”, le había anunciado el día que empezaron a brotarle en
la espalda.
Había planeado hacer caso de lo orden, en serio, pero entonces un día ella le
estaba gritando lo mucho que lo odiaba y él subió a la azotea para que ella no tuviera
que contemplar su fea cara. Su desdicha lo distrajo y cayó, abajo, abaaaaajo.
Justo antes de aterrizar, extendió los apéndices nunca antes utilizados y logró
amortiguar el impacto. Se arrastró lejos con un brazo y una pierna destrozada, las
costillas rotas, un pulmón perforado y un tobillo fracturado. Con el tiempo, se curó… y
la siguiente vez saltó a propósito. Se hizo adicto a la sensación de la brisa en la piel, en
el pelo, y ansió más.
Un paso, dos, tres, yyyy estaba a un kilómetro y medio dentro del bosque. No
porque fuera rápido -que lo era- sino porque podía hacer algo que su madre y los otros
Heraldos que había visto no podían. Podía moverse de un lugar a otro con sólo un
pensamiento.
Había descubierto esta capacidad hacia unos meses. Al principio, sólo había sido
capaz de moverse un metro, luego dos, pero cada día conseguía ir un poco más lejos
que el anterior. Todo lo que tenía que hacer era calmar las emociones y concentrarse.
Por fin llego a la extensión de flores silvestres que había encontrado la última vez
que había transgredido las reglas y había abandonado el palacio. Arrancó la más bonita
del suelo, los pétalos un tono perfecto de lavanda, recordándole los ojos de su madre.
Con las manos llenas de húmedos tallos verdes, salió corriendo del bosque y
saltó hacia la atmósfera, elevándose más y más, las plumas ondulándose con el viento,
los músculos de la espalda tensándose de la forma más encantadora. Arriba y abajo las
alas se deslizaron y el corazón le tronó en el pecho cuando aterrizó en el balcón y se
asomó por la puerta. No había señales de su madre.
Cuando los goznes chirriaron en señal de que la puerta estaba siendo abierta,
tenía los párpados pesados y los ojos tan secos y ásperos como el papel de lija, pero
había logrado mantenerse despierto y ahora se espabiló con una ilusión expectante.
Una nítida inhalación de aire antes de que ella pisara fuerte, se parara frente a él
y lo fulminara con la mirada con un odio ardiente.
—Lo siento.
—Sí.
—Créeme, lo harás. —Lo agarró del brazo y lo puso en pie de un tirón. No luchó,
permitiendo que lo arrojara a la cama, boca abajo para atarle las muñecas y tobillos a
los postes.
Más latigazos, pensó, sin permitirse rogar por una misericordia que ella no
mostraría. Le dolería, pero se curaría. Lo sabía a ciencia cierta. Se había ganado otros
mil castigos igual a éste, pero siempre se recuperaba. Físicamente, al menos.
Iba a… ¿matarlo?
Finalmente Koldo tiró y se retorció, pero no era lo bastante fuerte para liberarse.
—¿Crees que ese es el problema? Oh, niño tonto. La verdad es que no puedo
dejarte suelto. Estás corrompido por la vil sangre de tu padre. —El fuego en sus ojos se
había extendido al resto de sus facciones, creando una expresión salvaje y enloquecida
—. Le haré un favor al mundo limitando tu capacidad de viajar.
No. ¡No!
—No lo hagas, Mamá. Por favor, no lo hagas. —No podía perder las alas.
Simplemente no podía. Prefería morir—. Por favor.
—Nunca lo haré de nuevo, te lo prometo. Sólo… por favor, no hagas esto. Por
favor.
—Debo hacerlo.
—Puedes quitarme las piernas. ¡Quítame las piernas!
—¿Y hacer que dependas de mí el resto de tu vida? No. —Una lenta sonrisa
curvó las comisuras de sus labios—. Debería haber hecho esto hace mucho tiempo.
Koldo gritó y gritó y gritó… hasta que la voz se le quebró y la fuerza se le agotó.
Hasta que vio sus hermosas alas en el suelo, las plumas ahora empapadas con sangre.
Hasta que sólo pudo cerrar los ojos y rezar por la muerte.
—Ya está. Silencio. Está hecho —dijo ella casi amablemente—. Perdiste lo que no
te merecías.
Esto era un sueño, sin duda. Su madre no era tan cruel. Nadie podía ser tan cruel.
—Te odiaré siempre, Koldo —le susurró junto a la oreja—. No hay nada que
puedas hacer para cambiar eso.
Su nueva realidad.
—¿Es ira lo que oigo? Bueno, bueno. Te pareces más a tu padre de lo que
pensaba. Quizás sea hora de que lo conozcas. —Después de una momentánea pausa,
añadió—: Sí, por la mañana, te llevaré con la gente de tu padre. Te darás cuenta de lo
buena que he sido contigo… si sobrevives.
CAPÍTULO 1
Día presente.
Un día, esta gente iba descubrir cómo de exacta resultaría ser realmente esa
declaración. Sus cuerpos morirían, sus espíritus se elevarían -o descenderían- y
comenzarían a entender que el mundo natural era breve, el espiritual, eterno.
Eterno. Justo como parecía ser la irritación de Koldo. No quería estar aquí entre
la gente, en otra tonta misión, y realmente no le gustaba su compañero, Axel. Pero su
nuevo líder, Zacharel, le quería ocupado, distraído, ya que sospechaba que Koldo se
encontraba al borde de romper una ley divina.
Así que, sí. Koldo se tambaleaba en el precipicio. Pero jamás causaría un daño
irrevocable a la mujer. No iba a caer tan bajo. Por el momento, simplemente esperaba
enseñarle el horror de verse atrapado por las circunstancias, como a él le habían
enseñado. Como todavía seguían enseñándole.
Por varios motivos, los veinte soldados, habían ignorado, las apreciadas leyes
divinas. Se suponía que debían amar, pero adiaban. Debían ayudar a otros, pero en
realidad sólo causaban dolor. Debían salvar, pero sólo destruían.
Hacía ya tres meses, a los miembros les habían concedido un año para reparar
sus malas acciones, o les despojarían de sus capacidades y les mandarían de un
puntapié al infierno.
Koldo haría lo que fuera necesario para impedir que eso sucediera, incluso
negarse su verdadera venganza. Se negaba a perder el único hogar que había conocido.
—¡Tío! ¿Has visto las bolsas de carne que tiene esa nena?
Y ahí estaba la razón número uno por la que Koldo tenía problemas trabajando
con Axel.
—¿Podrías ser más asqueroso? —Se sacudió del agarre del guerrero, entrar en
contacto con otro no era algo de lo que disfrutara.
—Sí —dijo Axel con una sonrisa irreverente—. Podría. Pero alguien, y no diré
que su nombre empieza por K, colega, tiene que abrir su mente. No hablaba de sus
tetas.
—Demasiado tarde.
—Sólo será demasiado tarde cuando estés muerto. ¡Venga! vamos. Tienes que ver
esto. —Axel anduvo a zancadas hacia delante y atravesó como un fantasma la puerta.
Así como los humanos, los Heraldos combatían los deseos de la carne.
Experimentaban lujuria, avaricia, envidia, rabia, orgullo, odio, y desesperación. Los
ángeles realmente eran vasallos y mensajeros del Altísimo. No experimentaban
ninguna de esas cosas.
Céntrate en la misión.
—Encargo —dijo Koldo para nadie en particular, sino para él mismo. La cólera se
intensificó.
Contrólate.
La pelirroja no tenía ni idea de que detrás tenía a dos demonios de pie, fingiendo
no ver a los Heraldos en la habitación.
—Dos de los chicos de mi oficina se pusieron a discutir sobre quien podría correr
más rápido —dijo—, y al momento las apuestas volaban.
La risa burbujeó a través ella, una risa hermosa, pura, sin restricciones. Del tipo
que él nunca había experimentado.
—Habrías votado por Blaine, estoy segura. Él sólo mide uno setenta y nueve, así
que no te saca demasiado, y tiene los ojos azules más monos que he visto. No es que su
mirada tenga algo que ver con su velocidad, pero te conozco, y sé que habrías querido
que él ganara de todas maneras. Siempre has sido una tonta en lo que al azul claro se
refiere.
Entre los tipos de demonios, había rangos. El de la derecha era un paura de alta
categoría y más que nada influían sobre el miedo. El de la izquierda era grzech de alto
nivel y éstos lo hacían sobre la enfermedad.
—Te machaco, te machaco, ¿qué vas a hacer al respecto, ¡eh!, ¡eh!? —con un
acento pueblerino que a veces les gustaba usar.
Koldo despreciaba a los demonios con cada onza de su ser. No importaba su raza
o rango, eran ladrones y asesinos, al igual que el pueblo de su padre. Dejando caos y
confusión a su estela. Arruinando. Y este par no abandonaría a la muchacha a menos
que fueran forzados a ello, pero entonces ella daría la bienvenida a otros.
Para él, la rubia ahora era tan transparente como el cristal, permitiéndole ver al
demonio que se había deslizado dentro de su cuerpo. Un grzech, diferente del que
molestaba a la pelirroja. Éste, tenía tentáculos que se estiraban a través de la mente de
la rubia y en su corazón, drenándole la vida.
Las palabras eran una de las más poderosas fuerzas conocidas -o desconocidas-
para el hombre. El Altísimo había creado este mundo con sus palabras. Y los seres
humanos, que se habían formado a su imagen, podían dirigir el curso de su vida
mediante sus palabras, sus bocas como las del timón de un barco, como las bridas en
un caballo. Promovían con sus palabras. Destruían con sus palabras.
Finalmente la rubia había llegado a creer que el más leve incremento en sus
emociones le causaría otro doloroso ataque cardíaco, y con su creencia, el miedo había
brotado a la vida.
Miedo… el comienzo de la fatalidad, ya que la ley divina declaraba que lo que
una persona temía, encontraba. En el caso de la rubia, el miedo la había encontrado en
forma del grzech. Ella le había prestado atención, y había sido un blanco fácil.
Los demonios sabían que los ojos y las orejas de los humanos eran una entrada a
la mente, y la mente era una entrada al espíritu. De esa manera, cuando la rubia había
prestado atención a la terrible sugestión, haciendo que rodara por su mente, el miedo
se había multiplicado y se había hecho una verdad envenenada, derrumbando sus
defensas, permitiendo que el demonio se introdujera en ella, creando una fortaleza y
destruyéndola desde dentro.
En efecto había tenido otro ataque cardíaco, y el órgano se había debilitado más
allá de lo que la medicina humana podría enmendar.
¿Quería el Altísimo que Koldo la ayudara, aunque ella no fuera su misión actual?
¿Era por eso por lo que tenía esta revelación?
—Es hora de que me marche —dijo, masajeándose detrás del cuello como si
tuviera los músculos agarrotados—. Te haré saber cómo acabó la carrera, La La.
¿Tenía alguna idea del mal que la sobrecargaba y acechaba en cada movimiento?
¿Sabía que estaba llena de la toxina del demonio, como su hermana? ¿Qué si no
luchaba, terminaría de la misma manera, que los demonios se deslizarían dentro de su
cuerpo?
—Un nivel es simplemente irritante —dijo, echando humo por dentro porque ya
sabía que iba a escoger la misión. La supervivencia siempre era lo primero.
—Tú, vamos —le dijo a Axel—. ¡Ahora! —Antes de que cambiara de opinión.
—Claro, claro. —Axel se colocó detrás de los demonios y pateó a uno detrás de la
rodilla. El otro se giró rápidamente para golpear a un lado de la cabeza de Axel con un
puñetazo, enviando al guerrero volando a la pared del fondo.
—Tócale otra vez y vas a descubrir mi talento con la espada de fuego —dijo a los
demonios.
—Vosotros sois los intrusos aquí —dijo el demonio que había fingido que la
cabeza de Axel era una pelota de béisbol. Su voz sonaba como a cristales rotos—. La
muchacha es nuestra.
Luchó contra el impulso de hacer daño y mutilar a los demonios, prefirió agarrar
a Axel del cuello de su túnica y empujarle a través de la única puerta hacia el pasillo.
Axel se quedó de pie en medio del pasillo, su pelo negro enmarcando una cara
que estaba seguro que las mujeres amarían, y verían en ella sus fantasías, porque lo
había vivido en su propio pellejo. Sus ojos azul eléctrico le fulminaron con la mirada
taladrando a Koldo.
—¡Eh! Un tío tiene que lucir lo mejor posible, no importa la ocasión. —Una
auxiliar andando que giró un carro alto repleto con bandejas de comida, atrapó la
atención de Axel. La siguió, sosteniendo una encantadora sonrisa—. ¡Huelo a pudín!
Qué sublime. Estoy atrapado con el único guerrero alado con trastorno por déficit de
atención.
Un slecht flotaba en el aire a su derecha, susurrando una vil tras vil maldición.
—A…Aléjate —logró gorgojar el hombre. Podía ver al demonio, pero no a Axel o
Koldo—. ¡Déjame en paz! —Cuanto más hablaba, más fuerte se hacía..., pero aún no lo
bastante fuerte.
Axel sorprendió a Koldo posicionándose delante sin una palabra, sus alas se
desplegaron de su espalda. El demonio sólo tuvo tiempo para mirar hacia él y lanzar
un jadeo antes de que el guerrero convocase dos espadas cortas de doble filo y le
golpeara.
Las espadas eran un regalo del Altísimo y algo que se otorgaba a cada Heraldo.
Las muñecas de Axel se entrecruzaron para formar un corte eficaz, separando la cabeza
del demonio de su cuerpo en un latido del corazón. Los trozos cayeron con un sordo
ruido al suelo antes de transformarse en cenizas.
En el fondo, Koldo había esperado llevar el peso de la batalla. Esto era... Esto
era...
No era justo.
—Se ha ido —suspiró con alivio—. Ido. —Cerró sus ojos y se hundió en lo que
era probablemente su primer sueño pacífico en meses.
¿Otra vez?
—Bueno, sí. Siempre. Pero por una vez, sólo por una vez, me gustaría
simplemente herir a mi oponente y añadir algo de chispa antes de realizar el golpe
mortal. Bueno, ya veremos. —Axel voló a través del techo, desapareciendo de la vista.
El hombre estaba tan desquiciado como Koldo. No era de extrañar que Axel fuera
asignado a Zacharel.
Vete a casa.
Había tratado de ser más. Había tratado de ser mejor. Y cada ocasión, había
fallado miserablemente. La oscuridad constantemente le inundaba, golpeando contra
una presa ya inestable hecha de recuerdos corrompidos y emociones corrosivas. Una
presa que sólo era capaz de reconstruir después de arrebatos como éste.
Los golpes continuaron hasta que jadeó y el sudor le goteó. Hasta que la piel y
los músculos estuvieron triturados, y los huesos rotos quedaron expuestos. Incluso
entonces, él podría haber tomado otro rumbo, pero no lo hizo. Se obligó a exhalar con
precisión e imaginar una cascada de oscuridad abandonándole.
El dolor y el sufrimiento eran buenos conocidos, pero eso estaba bien. El estallido
había pasado. Por el momento, y eso era todo lo que importaba.
Atravesó el salón. A lo largo del camino tiró del cuello de la túnica y se la sacó
por la cabeza. Dejó caer la tela al suelo, el viento y el rocío comenzaron a azotarle por
todas partes. No tenía puertas para bloquear los vendavales, ni ninguna ventana para
hacer callar la canción de la naturaleza; la casa entera estaba abierta a los elementos.
Incluso mejor, el techo, las paredes y el suelo habían sido formados por los elementos,
presentando una muestra de reluciente roca oscura.
Venía aquí cuando deseaba privacidad y paz. La turbulencia que le rodeaba tenía
un modo de hacer que la mente pareciera estar más tranquila de lo que estaba. El
viento se levantó, agitándole las cuentas que se había trenzado en la barba.
Una vez, había poseído una cabellera haciendo juego. Larga, gruesa y negra, con
intrincados abalorios trenzados a través de los preciados mechones. Ahora... Se pasó
una mano sobre la suavidad del cuero cabelludo. Ahora era calvo, su precioso pelo
había sido sacrificado en favor de la venganza.
Antes de poder evitarlo, la mente le devolvió a una de las muchas veces en que
había estado de pie en el fondo de un profundo y oscuro hoyo, con miles de demonios
Serps siseando, que se le deslizaban sobre los pies que le habían desollado como al
pescado... alrededor del cuello que le habían cortado como a un jamón de Navidad.
En aquel entonces no había alcanzado aún la plena madurez -de ahí la razón de
que no le hubieran vuelto a crecer las alas- y habría sido incapaz de regenerar los
miembros. Habría sufrido toda su vida, y él…
Sin embargo, en un ataque de ira como el que acababa de mostrar, Koldo había
perdido la oportunidad, superando a Ivar delante de sus hombres.
La pena todavía le atormentaba. Tal falta de respeto a un hombre admirable...
Koldo había dado un puntapié al ejército y se había ido solo, durante un tiempo.
Había aprovechado el descanso para regresar al pueblo de su padre y aniquilar a todos
y cada uno de ellos.
Alcanzó y agarró la roca encima de él. Ahora era parte de un nuevo ejército,
conducido por un hombre una vez conocido simplemente como, Hielo. Mañana, Zacharel
tendría otra misión para él, una por debajo de las habilidades que poseía. Koldo lo
sabía, porque su líder le había enviado a una misión cada día de las últimas tres
semanas, no permitiéndole ningún tiempo para romper alguna ley divina y traer un
juicio sobre su cabeza. Al menos, supuestamente.
Podía hacer cualquier cosa que los de su raza no deberían hacer. Pero no lo haría.
Por suerte, no se tendría que preocupar del emparejamiento con Axel. A Zacharel
le gustaba asignarle un nuevo compañero en cada nueva misión, probablemente para
mantenerle descentrado.
Sin embargo, se dio cuenta de que había una luz brillante. La muchacha del
hospital en Wichita, Kansas. La pelirroja. Todavía quería verla.
Seguramente no era tan diminuta como parecía y recordaba. Sabía, que poseía
unas piernas largas y ágiles como las de una bailarina. Seguramente su pelo no era del
dulce color de las fresas. Tenía que ser como el rojo del coche de bomberos o un rubio
oscuro ordinario. Seguramente había imaginado la pureza de su tono. Sin duda.