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Sinopsis

Créditos
Aclaración
Agradecimientos
Playlist
1. King
2. Gabriella
3. Gabriella
4. Gabriella
5. Theodore
6. Gabriella
7. Gabriella
8. Gabriella
9. Theodore
10. Gabriella
11. Gabriella
12. Gabriella
13. King
14. Gabriella
15. Gabriella
16. Theodore
17. Theodore
18. Gabriella
19. Theodore
20. King
21. Gabriella
22. Gabriella
23. Theodore
24. Gabriella
25. Gabriella
26. King
27. Gabriella
28. Theodore
29. Gabriella
30. Gabriella
31. King
32. Gabriella
33. Gabriella
34. Theodore Astor
35. Gabriella
36. Theodore Astor
37. Gabriella
38. Theodore Astor
39. Theodore Astor
40. Gabriella
41. Epílogo
42. Escena Eliminada
Próximo Libro
Sobre la Autora
YO SOY LA OSCURIDAD.
SOY EL PECADO.
SOY TÚYO.

Una verdad impresa en mi piel: sus afiladas lianas se clavan en mi carne mientras
nuestro vínculo se fortalece con cada inhalación superficial de mi amor. Su vida
está entrelazada con el diablo, un hombre que ansía la depravación y la muerte, y
aun así, doblo la rodilla por ella.

Sólo por ella. Siempre ella.

Ella es mía, y mataré para protegerla. Mataré para poseerla.

Gabriella Moore nunca me dejará. Ni por elección ni por circunstancias.


Este trabajo es de fans para fans, ningún participante de ese proyecto ha recibido
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Papercut - Linkin Park
Given Up - Linkin Park
Broken - Seether, Amy Lee
Killing Strangers - Marilyn Manson
Sex On Fire - Kings of Leon
It’s Been Awhile - Staind
Hail to the King - Avenged Sevenfold
Angel of Small Death and the Codeine Scene - Hozier
Demons - Imagine Dragons
Otherside - Red Hot Chili Peppers
18th Floor Balcony - Blue October
Iris - The Goo Goo Dolls
Heathens - Twenty One Pilots
Gasoline - Halsey
Valentine’s Day - Linkin Park
The Scientist - Coldplay
Don’t Cry - Guns N’ Roses
Here’s To The Heartache - Nothing More
Still In Love - Nothing More
Through Glass - Stone Sour
Wicked Games - Stone Sour
A Beautiful Mess - Jason Mraz
Earned It - The Weekend
Can I Be Him - James Arthur
Better Love - Hozier
Machu Picchu - Camilo, Evaluna
l acto de dormir siempre ha sido especial para mí. La ingenuidad con la
que incluso las criaturas más viles se adaptan mientras sus cuerpos
sucumben al agotamiento es algo intrigante.
No tienes elección. No eres consciente de lo que te rodea ni del peligro que
acecha a la vuelta de cada esquina, y es en ese momento del día cuando hasta los
más fuertes se convierten en presas. Débil. Donde la vulnerabilidad y el miedo
reinan como reyes mientras aquellos sin brújula moral, que tienen más sed de
sangre que de respirar, vagan libremente y sin remordimientos.
Porque en la noche no hay reglas ni exigencias sociales que complacer. No hay
máscaras tras las que esconderse mientras corto una garganta de lado a lado y veo a
mis víctimas sangrar. Además, en ese momento, me ven. Todo mi ser, el mal que la
mayoría ignora mientras camina por una acera y se cruza en mi camino, se les hace
evidente entonces, y sus expresiones siempre me hacen sonreír.
Confusión.
Terror.
Aceptación.
Anhelo esos momentos. Oír ese último gorgoteo de sangre cuando sube y se
escapa de la herida, tentándome a cortar más profundamente, a prolongar el
destino inevitable de aquellos lo suficientemente tontos como para creer que la
buena apariencia y un estatus influyente en una ciudad tan grande como Seattle
sólo pertenecen a aquellos que son honestos y trabajadores.
No soy un buen hombre. Nunca pretenderé serlo.
Observo. Cazo. Tomo.
Y ahora mismo, me deleito con las sacudidas de la visión que tengo ante mí. Ella
es mi obsesión.
Siempre ha sido mía.
Las gotas de sudor recorren las sienes de Gabriella y bajan por su cuello,
acumulándose en la base, mientras un gemido pasa por los labios carnosos del
color de las bayas. Es la más dulce de todas. Tan tentadora. Tan pura por ahora.
—Sangre. Tanta sangre —susurra, la pequeña belleza en sueños, con sus
diminutos dedos agarrando la sábana tirada descuidadamente sobre su abdomen y
caderas, dejando al descubierto el precioso par de bragas de bikini moradas que
cubren su montículo.
Muestra lo justo para provocar y burlarse mientras la tela ajustada se amolda a
su clítoris y labios. Encajará perfectamente en mi palma. Su calor calmará a la bestia
que vive dentro y necesita una reina.
Me alejo de mi posición contra el cuadro que ella ha pintado hábilmente de mi
casa hasta el más mínimo detalle y me detengo junto a su cama. Con cada paso que
doy, mi polla palpita. Está dura para ella. Estoy a punto de arrodillarme para
probarla, pero aún no.
Hoy se trata de ella. Sobre celebrar lo que me atrajo el día que se cruzó en mi
oscuro camino.
Con la punta de dos dedos, acaricio su pierna izquierda con suaves caricias hacia
arriba y hacia abajo hasta llegar a su rodilla. Es suave, y su carne es tan flexible bajo
mi tacto. Es una sensación embriagadora saber que podría romperla sin ejercer
mucha fuerza, pero es igual de humilde saber que nunca la dañaré físicamente.
Mentalmente, sin embargo, me deleitaré mientras ella se desmorona en la locura.
Una muñeca rota.
Porque esta bonita chica me conoce. Nuestros caminos se han cruzado más de
una vez, pero donde ella falla en recordarme, olvidarla es imposible. Nunca
sucederá, no importa en qué vida reencarnemos.
El día que Gabriella Moore puso un pie en mi casa, pidiendo ayuda, encontré a
mi ángel. Mi presa perfecta.
Rastreo su rótula y luego más arriba, deteniéndome donde el calor entre sus
muslos besa mi carne. Incluso sin tocar su coño, con las puntas de mis dedos a
pocos centímetros a la izquierda, me quema. Esta necesidad es casi enloquecedora y
también lo es el aumento de la piel de gallina en su carne, que me muestra sin
palabras cuánto disfrutará siempre de mi contacto.
Un fuerte escalofrío recorre su cuerpo, y bajo la cara para que nuestros labios se
ciernan, sin tocarse, mientras la aspiro. Saboreo su dulzura en el aire que nos rodea.
Me empuja más allá de la razón, mi voluntad es más fuerte porque sé que la
recompensa vale la breve negación.
—Siempre cerezas con un toque de vainilla.
Su nariz se estremece ante mis palabras, pero no se despierta. En todo caso, se
acomoda y suspira. Un sonido tan bonito.
Durante unos minutos permanecemos así, con mi mano sobre su piel y su
respiración uniforme debajo de mí, mientras observo y rememoro cada peca y cada
delicioso rizo rojo de su cabeza. Una verdadera pelirroja, el tono es luminoso y una
de las primeras cosas en las que me fijé en ella, la segunda es su delicada estatura
de sólo 1,65 metros; es bajita con una cantidad indecente de curvas para alguien tan
menuda.
Pronto, con mi boca desciendo, deteniéndome en la zona justo por encima de su
clítoris. Allí, inhalo profundamente, y se me hace agua la boca ante el embriagador
aroma que se desprende de entre sus muslos.
Sería tan fácil probarla. Forzar su voluntad para que se convierta en una con la
mía.
—Todavía no, joder —siseo, entre dientes y me bajo de la cama, volviendo sobre
mis pasos hasta estar de nuevo junto al cuadro. He tentado el destino lo suficiente
por una noche y tengo que irme antes que la frágil cuerda que sujeta mis deseos se
rompa y maldiga su cama.
Observo la habitación por última vez antes de detenerme en su puerta, donde un
suave sonido de arañazos llama mi atención. Es bajo y el gemido que lo acompaña
me arranca una risita.
Ese perro me odia, mientras que yo encuentro su lealtad admirable. Es útil para
mí. Conozco su debilidad, y se someterá.
Mirándola por última vez, me muerdo el labio.
—Adiós por ahora, hermosa. —Y cuando me dirijo a la puerta y la abro
lentamente, descubriendo a su mascota, la forma en que baja la cabeza y desvía la
mirada recibe un gesto de aprobación por mi parte. Salgo y él se estremece. Cierro
la puerta y él sabe cuál es su lugar, siguiéndome sin hacer ruido mientras me dirijo
a su estudio.
Mi pequeña artista.
Un lienzo tras otro llenan cada centímetro de espacio en la pared, cuadros llenos
de color y que celebran la vida, mientras que otros representan la muerte y una
curiosidad morbosa. Estos últimos son mis favoritos.
Los negros, los rojos y la emoción del dolor se extienden por las piezas
terminadas, y señalo una en particular de un hombre en la sombra. No se le ve la
cara y es alto, su complexión es musculosa y su torso expuesto es el punto central.
No la sangre que gotea de su mano.
Ni el pequeño cuerpo en el suelo ni los otros tres esparcidos en diferentes tramos
de la ruinosa carretera en la que se encuentra contemplando la destrucción dejada
atrás.
Quiero este.
Sé cómo conseguirlo.
—Te veré pronto.
diós por ahora, hermosa.
Me despierto con un sobresalto.
Con el pecho agitado. Las palmas de las manos sudadas. Con este
sentimiento que todo lo consume, el miedo, que me atrapa con sus lazos punzantes
mientras se niega a soltarme.
Porque todo lo que veo es rojo. Rojo por todas partes.
Todo.
Todo es de una sola tonalidad y, sin embargo, dependiendo de la iluminación, el
tono cambia a una espeluznante reminiscencia de sangre. Ese tinte blasfemo y
perturbador que se desliza por cada rincón y objeto que veo, destruyendo cualquier
atisbo de pureza entre las cuatro paredes en las que está atrapada mi mente, donde
respirar es una lucha y me duele el pecho por el aterrador recuerdo que se siente
tan real.
—Chica guapa.
Dentro de esa habitación «la misma habitación maldita» y la voz con la que he
soñado cada noche durante el último año, como si mi mente se negara a escapar de
su monotonía mientras me exigía recordar cada detalle vívidamente. Para catalogar
la representación de la muerte. Para abrazar su burla a mi cordura.
Y lo hago. Incluso estando en la cama, completamente despierta, estoy atrapada
dentro de mi mente en una trampa ineludible.
Con cada inhalación temblorosa, sigo viendo los muebles antiguos con
intrincadas tallas en una madera de caoba negra que no debería verse si no es bajo
la luz directa del sol, y sin embargo, en la oscuridad de la noche cuando visito esta
habitación, los símbolos me miran. Me retan a ignorar las tallas circulares con un
significado oculto que aún no he descubierto.
Estás despierta. Concéntrate, Gabriella. Y, sin embargo, no puedo.
No importa qué libros consulte mientras esté despierta. No importa las
búsquedas en Internet que realice, que se remontan a una época en la que cada casa
tenía un escudo que simbolizaba su estatus, fracaso.
Ninguna búsqueda o indagación proporciona respuestas a las preguntas que
destruyen mi mente como un carrete de película de terror. No importan los días
perdidos detrás de una pantalla o sentada con las piernas cruzadas entre los
estantes del rincón trasero de una biblioteca, con pilas de libros que me sepultan
entre su información; lo he hecho todo, pero sigo en blanco.
—Chica hermosa.
Vuelvo a respirar profundamente y me concentro en el ascenso y descenso de mi
pecho mientras ignoro la voz masculina. Le ruego a mis pulmones que cooperen y a
mi mente que luche contra el asfixiante control que ejercen sobre mí esas palabras
pronunciadas con un tono rico y grave. Inhala y exhala. Despacio, Gabriella. Sin
embargo, mi cuerpo se siente como si un fuerte peso se asentara sobre mi pecho,
asfixiándome lentamente.
Tengo miedo, pero curiosidad. Estúpidamente.
—Estoy a salvo. —Dios, esas tres palabras son difíciles de pronunciar. Cada una
sabe a mentira, y es una sensación que no puedo quitarme de encima.
Miro el despertador junto a la cama y hago una mueca al ver los números que
aparecen en la pantalla: 3:15 a.m. Esta noche he dormido más que los últimos cinco
días, pero no hay alivio para mi cansancio.
Meses reviviendo este mismo sueño.
Meses luchando por deshacerme de este desasosiego que no tiene sentido y, sin
embargo, sé que mi respuesta es correcta. Algo está mal.
Otra respiración profunda. Otro movimiento de mis dedos mientras una suave
brisa se filtra en la habitación, y casi agradezco la distracción. Casi. Porque junto a
las fluidas cortinas blancas que se mueven sobre mi ventana entreabierta hay un
cuadro que he llegado a aborrecer a pesar de ser su autora.
Sin embargo, hoy me devuelve al presente con un chasquido invisible tan fuerte
que jadeo.
Está al otro lado de la cama. Lo primero que veo cada día al abrir los ojos.
Con cada pincelada, añadí hasta el último detalle hasta el tono de rojo dividido
por la mitad con un contraste que retrata el día y la noche. Además, la opulenta
decoración está llena de burlas que me atraen.
Lo estudio cada día después de levantarme. Aferrarse a esta obsesión. Porque eso
es lo que es.
Una obsesión. Una necesidad. Una compulsión que no puedo controlar.
—¿Por qué me persigues? —No hay respuesta, aunque no la espero. En su lugar,
dejo que mis ojos recorran el cuadro y hago mi habitual ingesta de objetos,
colocaciones y, por último, la inquietante sombra. Sin embargo, esta vez no termino,
ya que me detengo en un trozo de papel blanco pegado en la esquina inferior
derecha.
Es pequeño y está doblado, y mi ansiedad aumenta con su presencia. Las
respiraciones entrecortadas que he luchado por calmar se convierten ahora en un
sonido ahogado cuando el aire no entra en mis vías respiratorias y un seductor
aroma hace acto de presencia.
Es varonil. Terroso. Nada de lo mío huele así, y vuelvo a estar confundida.
—¿Sigo soñando?
Luego está la nota, y nunca ha aparecido en mis visitas nocturnas. Lo que me
lleva a preguntarme cómo; no estaba allí cuando me dormí después de tomar un
somnífero de venta libre. Además, hace que mi corazón palpite con una velocidad
que me asusta.
Estoy temblando ligeramente, y el aire de la habitación parece haber descendido
hasta casi el punto de congelación.
La sangre en mis venas se convierte en hielo.
La vista que tengo delante se desenfoca y sólo volviendo a la atención cuando se
rompe un cristal en el pasillo frente a la puerta de mi habitación.
De un extremo a otro, de repente me veo empujada a una lucha o huida maníaca.
Me convierto en una espectadora, observando, mientras, estoy en un estado mental
desconectado, me levanto de la cama y abro el cajón de la mesilla de noche a mi
izquierda. Mi pistola está allí, cargada, y no dudo en cogerla y quitarle el seguro.
El chasquido audible parece fuerte dentro de la habitación, pero las duras
respiraciones que escapan de mi pecho lo ahogan.
—No es nada. Probablemente el Mr. Pickles andando por ahí.
Como si se tratara de una señal, mi perro ladra, pero no está fuera de mi puerta.
No, su pequeño gruñido de guerrero viene del pasillo dentro de mi estudio en casa,
donde le gusta esconderse en una silla de gran tamaño que conservo de mi único
año de la universidad antes de abandonarla.
Él gime y salgo corriendo por la puerta, ignorando los fragmentos rotos que piso.
Algunos me cortan las plantas de los pies, dejando un pequeño rastro de sangre en
el suelo de madera mientras corro hacia el sonido de su miedo.
Tardo unos segundos en entrar en la ecléctica habitación, mis ojos recorren cada
centímetro del espacio, y no encuentro nada. Ningún intruso. Ningún monstruo.
En cambio, veo a Mr. Pickles acurrucado debajo de mi caballete y mi taburete,
con las patas cubriéndole la cara mientras se le escapan sonidos lastimeros de su
hocico. Está temblando, asustado, y mi corazón se oprime al verlo.
Atravieso la habitación y me detengo junto a él, inclinándome para recoger a mi
Frenchie negro después de dejar la pistola. Su pequeño cuerpo busca mi
comodidad una vez entre mis brazos, frotando su cara contra mi pecho mientras le
doy un pequeño beso entre las orejas.
—¿Estás bien, amigo? —Su respuesta a mi arrullo es un resoplido/gruñido que
cualquier otro día me haría sonreír. Pero hoy no. Estoy asustada; los restos de mi
sueño, los cristales rotos y esa nota...—. Señor, ¿qué me está pasando?
Unos pequeños ojos oscuros me observan con preocupación. Mr. Pickles intenta
transmitir algo, pero lo único que puedo hacer es abrazarlo un poco más fuerte y
calmarlo con ligeras caricias en la nuca de su peludo cuello. Tarda unos minutos en
calmarse, en dejar de temblar, pero finalmente lo hace y mi respiración ahora
coincide con la suya.
El silencio nos rodea, una quietud que alivia y crea una falsa sensación de
seguridad en la que no confío. Sin embargo, me doy la vuelta y salgo de la
habitación, ignorando mis plantas de los pies sangrantes mientras me dirijo a mi
habitación.
El vestíbulo está oscuro, la única fuente de luz proviene de una lámpara de
noche junto a una mesa auxiliar cerca del centro. Antes de irme a la cama, había
una preciosa lámpara que había comprado en una tienda de segunda mano y un
marco sin imagen sobre la mesa. Ambos estaban hechos en la India; colores
vibrantes, maderas y cristales que destacaban sobre el fondo blanco de mis paredes.
Dos hermosas piezas que ahora yacen rotas, destrozadas sin remedio en el suelo de
madera.
—¿Has hecho esto? —pregunto a Mr. Pickles, pero los ojos de la monada están
cerrados—. Debió chocar con ella y se asustó.
Es la única explicación plausible que estoy dispuesta a aceptar. Entonces, ¿por
qué no le oí golpear? ¿Por qué no gimió cerca de mi puerta?
Ignorando el escozor de los cristales que crujen bajo mis pies cuando otro trozo
corta mi carne, me detengo ante la puerta de mi habitación. La habitación está más
iluminada ahora, ya no es esa luz baja y tenue que mantengo encendida durante
mis horas de sueño porque la idea de la oscuridad total me da escalofríos.
No. Ahora, está iluminada, y el golpeteo de la lluvia contra el cristal de la
ventana es fuerte.
Espeluznante.
—Tranquilízate y lee la nota. —Probablemente le di al interruptor con las
prisas—. Tal vez también me olvidé y la puse yo misma. ¿Quizá he empezado a ser
sonámbula, un posible efecto secundario? —Tiene que ser eso, debido a mis
patrones irregulares de sueño y a la nueva medicación que necesito.
Mis murmullos no despiertan al Frenchie, ahora desmayado, en mis brazos, y lo
dejo en la cama antes de dirigirme al gran cuadro. No puedo apartar la vista de la
nota perfectamente doblada. Casi tropiezo en mi empeño por alcanzarla, y cuando
lo hago, una sensación que casi me hace doblar las rodillas me invade los sentidos
cuando leo el mensaje que contiene, escrito con una caligrafía perfecta que me
resulta familiar y a la vez extraña.
Todo a mi alrededor tiembla. O tal vez soy yo.
Y en este momento, no lo sé.
Todo lo que sé, más allá del fuerte latido dentro de mi pecho y el repentino
ataque de miedo, son esas cuatro palabras...

Feliz cumpleaños, chica bonita.


i respiración se vuelve errática mientras me cuesta ver algo más allá de
esas palabras: chica bonita. Porque enseguida es su voz la que oigo en
mi cabeza canturreando, ese timbre rasposo que me acompaña todas
las noches. Se arremolina a mi alrededor, me ahoga, y trago con fuerza,
reprimiendo los gritos que quieren escapar pero no lo hacen.
En su lugar, resoplo. Es el único sonido que sale cuando la realidad se funde con
mi sueño. Durante unos segundos, vuelvo a estar allí y observo la quietud, cómo
los objetos brillan en la oscuridad, invitándome a quedarme.
La sangre canta. También me llama a mí.
Y más que nada, eso me asusta. Esas dos palabras hacen que mi corazón se
oprima mientras mi cuerpo me traiciona, y me balanceo mientras mis dedos
aprietan el trozo de papel. Donde aprieto, se desmorona, lo que hace que mi dedo
se mueva y deje al descubierto las dos letras de más que se me habían pasado por
alto en mi enloquecimiento.
L. Y.
Chica bonita.
Feliz cumpleaños, bonita.
Dios, soy un desastre. Y un poco loca.
Una mierda.
Al darle la vuelta al papel, veo la papelería familiar y una pequeña risa se desliza
por mis labios separados. No es de diversión, sino de preocupación. ¿Cómo no me
di cuenta de que estaba aquí? Pero lo más importante, ¿cómo ha entrado?
—Sólo era Elise. —Esto hace que otro caso de malestar se instale en la boca del
estómago. Eso no es lo normal en ella. No para alguien que necesita reconocimiento
sobre cada uno de sus actos. Además, a pesar de lo mucho que me molesta su
necesidad de micro gestión y su mentalidad de «yo sé más», porque soy mayor que
ella por ocho años, intentando hacer suya mi carrera, es la única persona de Seattle
a la que considero una amiga—. ¡Mierda! La llave. Le di una llave para situaciones
de emergencia, y debió usarla para sorprenderme.
No sé cómo sentirme al respecto, pero la respiración se hace más fácil. Todo lo
hace en unos minutos y, tras dejar de lado sus deseos de cumpleaños, me arrastro
por la cama para tumbarme al lado del Mr. Pickles mientras ignoro los cortes de
mis pies. Ignoro la sangre que seguramente mancha mis sábanas mientras su
pequeño cuerpo se acurruca más cerca, su fría nariz rozando mi brazo.
—Mamá está siendo paranoica otra vez, amigo. —No responde, pero me lame el
antebrazo—. Lo sé. Lo sé —Un pequeño cabezazo viene a continuación—. Una
buena noche de sueño me vendría de maravilla. —Esto me hace ganar un
gruñido—. ¿Doblar mi dosis, dices?
Su silencio es suficiente respuesta, y me doy media vuelta, abriendo a ciegas el
cajón de la mesilla de noche donde se encuentra un frasco de melatonina y las
medicinas que me recetó el médico.
Ambas son para dormir. Ambas me dejarán inconsciente, pero la que me haga
saltar la tapa me dejará temblando mañana. Me provocará náuseas, pero me trago
dos en seco e ignoro las consecuencias.
Me ocuparé de ello cuando me despierte.
—Calma tu respiración y vacía tus pensamientos —susurro, a la silenciosa
habitación y cierro los ojos, obligándome a ignorar el cuadro y el sueño en el que
muy probablemente volveré a caer—. Una oveja. Dos ovejas. Tres...
Cuanto más cuento, más empiezo a acomodarme en mis sábanas, agradeciendo
el calor mientras los minutos pasan y mi mente consciente empieza por fin a
descansar. Un minuto estoy despierta y al siguiente estoy sentada dentro de un
abismo sin sentido en el que no pasa nada.
Sin sueños. Sin voces. Solo descanso.

n sonido desagradable me saca de mi sueño. Es cercano y chirriante y se


detiene al cabo de unos minutos, dejándome en ese estado media despierta, media
dormida en el que puede pasar de todo. Pero entonces la maldita cosa empieza de
nuevo, y yo gimo, sabiendo que la dueña del tono de llamada que se he puesto no
dejará de molestarme.
—¿Qué? —digo, con los ojos cerrados después de contestar a ciegas. Hay mucho
ruido de fondo, gente manteniendo múltiples conversaciones y todas centradas en
una cosa: el café. No es que me sorprenda en Seattle, donde todos somos esclavos
adictos al grano tostado.
—Llegas tarde. —La voz de Elise se escucha molesta y no comprendo el
porqué—. En serio, Gabriella. ¿Cómo has podido olvidar la reunión que he
concertado con el galerista de Pioneer Square?
—Fácil. No lo aprobé. —Su tono sarcástico me molesta, sobre todo después de
que entrara en mi casa sin permiso. Esa llave era sólo para emergencias, no para
entrar a su antojo—. Ahora, voy a volver a dormir, y espero una disculpa la
próxima vez que nos veamos. Deja de presionarme.
—Lo siento. —Dice en tono bajo y manso, algo que mi amiga no es—. Cabrearte
no era mi intención, pero sé que te gusta su espacio y querías presentarte allí.
Tienen una inauguración próximamente, Gabby, y quiero ayudarte a reservarla
antes de que empecemos las celebraciones de cumpleaños.
Se me escapa una respiración áspera y me froto una mano por la cara,
incorporándome ahora que los últimos restos de sueño se han evaporado.
—De acuerdo.
—¿Está bien? —La esperanza en su tono me hace sentir un poco culpable. —
Porque lo entretendré para ganar algo de tiempo si...
—¿El lugar de siempre? —La corto antes de apartar rápidamente mi teléfono
para ver la hora. Son poco más de las diez de la mañana. No he tenido seis horas de
sueño continuo en mucho tiempo—. ¿O el lugar del brunch, Tilikum?
—Tilikum. —Está mareada. Demasiado burbujeante esta mañana, y me pregunto
cuántas mimosas se habrá tomado—. Tengo antojo de huevos benedictinos.
—Lo tengo. —Sin pensarlo conscientemente, mis ojos se dirigen al cuadro y lo
recorren; estoy tranquila mientras lo hago. Hoy, en este momento, no hay
respiración acelerada ni palmas sudorosas. No hay escalofríos en todo el cuerpo.
¿Todo ha sido por la falta de sueño?
—Gabby, ¿estás ahí?
—Sí, estaré allí en treinta minutos. Mantén a quien venga de la galería ocupado
hasta que yo llegue.
—¡Eres la mejor! —chilla, y yo no puedo evitar que la risa estalle en mi lado. La
suya es de emoción, mientras que la mía es de alivio—. Gracias, nena. Sé que
aguantas mis hábitos molestos y me sigues la corriente con todos los programas,
pero realmente eres mi mejor amiga. Estoy así porque te quiero y creo en ti.
—Lo sé. Por eso aún no te he despedido de este falso puesto. —Mr. Pickles elige
ese momento para estirarse, un gruñido molesto se escapa de su pequeño cuerpo
antes de saltar de la cama e ir a tumbarse en una cama de felpa para perros que
tengo aquí para él—. Lo que me recuerda... que tenemos que hablar.
—Uh, oh.
—Se podría decir eso. —Coloco el móvil en la mesita de noche, pulso la opción
del altavoz y me estiro. Siento los músculos tensos, seguramente por haber
permanecido en una misma posición durante las últimas horas, pero al cabo de un
rato dan paso a un delicioso ardor—. Pero puede esperar hasta después de la
reunión. Nos vemos pronto.
—Vale, pero... —A Elise se le corta la llamada al final.
—Y ahora, ¿qué ponerte cuando no te apetece engatusar a alguien y no quieres
que se note? —Reflexiono en voz alta, me dirijo a mi vestidor y me detengo porque
en la silla que tengo cerca de la puerta hay una bolsa de regalo. Esto también me
impide revisar los cortes en mis pies que se sienten secos, arden un poco por el
estiramiento de la piel, pero ya no sangran, gracias a Dios. Hay bastante que
necesito limpiar antes de salir. Pero en lugar de hacer eso, mi atención se centra en
el bolso de lunares negros y dorados con un gran lazo en un material parecido al
terciopelo.
—¿Qué demonios? —Elise. Esa pequeña molestia en mi trasero.
Mi enfado con ella sigue ahí, pero no puedo negar que sonrío ante el gesto. No
tengo familia viva. Ningún hermano que yo conozca. Nadie para celebrar los
pequeños y grandes momentos.
Nadie más que ella, y en este momento estoy disfrutando demasiado de la
sensación de ser cuidada.
A la luz del día y tras unas horas de sueño reparador, empiezo a ver el gesto
como lo que es: mi amiga está celebrando algo que yo siempre he ignorado en mi
propia soledad.
—Soy una imbécil. —La culpa también me golpea ahora. Su prepotencia y su
personalidad sin límites no provienen de un lugar malicioso, y necesito recordarlo.
Agradecerlo—. Me pregunto qué me habrá comprado...
Mis piernas me llevan hasta la bolsa y arranco el lazo con cuidado, queriendo
conservarlo. Es bonito, delicado, y el tono negro brilla en la suave luz blanca.
Luego, separo la cinta y saco lo que parece ser ropa envuelta en papel de seda de
los mismos colores que la bolsa. Son finas y muy ligeras. Parece algo que
normalmente no me pondría, pero hoy me apetece.
Se siente bien. Esta prenda me hace reír, y todavía no la he visto. ¿Desde cuándo
me río?
Arranco el pañuelo y me quedo boquiabierta ante el bonito número que tengo en
las manos. Es de color rojo sangre, más bien de color vino, y es de encaje con
tirantes, un vestido que cae fácilmente hasta la mitad del muslo. Este tipo de
atuendo está tan alejado de mi look cotidiano -casi asusta-, pero siento con los
dedos al detalle del borde inferior, donde el material está cortado para seguir el
patrón y no una línea recta alrededor.
Esto le da dimensión. Lo hace destacar como coqueto y divertido. Además, no
encuentro ninguna razón para echarlo al fondo de mi armario. Quiero ponérmelo.
Y cuando lo coloco encima de la cama y me dirijo al baño, me imagino un
aspecto acabado y arreglado. Veo un lado diferente de mí que nunca antes había
abrazado. Las palabras también se cuelan en mi conciencia sin un segundo
pensamiento o una pizca de miedo.
Voy a ser una chica guapa entre la multitud

omo un Uber hasta el Café Tilikum, no queriendo caminar o conducir después


de limpiar mis cortes, que eran más pequeños de lo que pensé en un principio. De
alguna manera no había ningún daño real, y después de colocar un vendaje en el
más grande y barrer los fragmentos rotos, le doy de comer a Mr. Pickles y salgo por
la puerta. No estoy muy lejos de la cafetería, pero me siento igual y contemplo el
paisaje de la calle Prospect, cerca del edificio de Facebook, y reconozco lo mucho
que ha cambiado mi vida en los últimos dos años.
Esta zona es pintoresca; es un hermoso pedacito de Seattle que está lo
suficientemente cerca del centro de la ciudad como para que no eche de menos el
ajetreo de la vida urbana, ya que el agua está cerca y ver la Space Needle1 no es más
que un corto paseo hasta el Volunteer Park2. Estoy a un paseo en auto de los bares,
de las tiendas y de la comida más deliciosa, una gran diferencia con respecto a la
forma en que crecí estando bajo la tutela del Estado.
Gracias, tío Moore, por dejarme tu casa y suficiente dinero para perseguir mis
sueños.
Nunca conocí al hombre, pero le agradezco su generosa donación. Podría haberla
regalado e ignorarme como hizo toda su vida, pero el regalo se agradece de todos
modos. No podría permitirme vivir aquí ni perseguir el sueño de artista sin él.
—Ya hemos llegado, señorita —dice, el conductor de repente, sacándome de mis
pensamientos—. ¿Está bien?
¿Lo estoy? Ahora mismo, siento que lo estoy.
—Lo siento —Me encuentro con sus ojos a través del espejo retrovisor y le sonrío
tímidamente—. Sólo me perdí en mis pensamientos por un minuto.
—No se preocupe.
—Gracias. —El teléfono que tengo en la mano vibra entonces con la cuenta total
y la opción de propina en la pantalla; acepto después de redondear la tarifa a veinte
desde una tarifa fija de doce dólares, y abro la puerta—. Que tenga un buen día.
—De nada, y que tenga usted un buen día, señorita.
—Lo haré, después de tomar un café. —Su risita saluda mis oídos antes de que la
puerta se cierre y se aleje, lo que me hace sonreír. Desde que abrí aquel regalo de
cumpleaños, me siento más ligera que desde la primera noche que soñé con aquella
habitación. No pienses en eso. Disfruta del día y no de las rarezas.
Una ligera brisa de verano me saluda, me acerca al edificio mientras se

1 Torre emblemática de 184 m de altura en Seattle, con una plataforma de observación y un restaurante giratorio.
2 Volunteer Park es un parque de 48.3 acres en el vecindario Capitol Hill de Seattle, Washington, Estados Unidos.
arremolina a mi alrededor, coqueteando con el borde de encaje de mi vestido
mientras se balancea por mis muslos. Cada paso hacia la puerta me produce un
nerviosismo al que no estoy acostumbrada. Tengo la sensación de que dentro hay
algo importante, y tiene que ser la galería de arte que me ofrece una exposición.
No es mi primera exposición anónima ni será la última, pero este edificio en
particular me atrae con sus tres grandes salas de exposición y sus ventanas de suelo
al techo con vigas a la vista. Es un lugar que combina lo industrial con lo gótico y
tiene una clientela de culto que podría darme el impulso que necesito para
expandirme a otras ciudades.
¿Tal vez debería contratar oficialmente a Elise como mi representante? El
pensamiento desaparece tan pronto como llega cuando una mano sale disparada y
agarra el pomo de la puerta que tengo delante. Esa mano pertenece a un hombre,
bien vestido, con un reloj Piguet en la muñeca y el decadente aroma de la madera
de cedro con un toque de cítricos que emana de su corpulento cuerpo.
Me eclipsa. Sus dedos rozan mis nudillos justo antes de que mire hacia atrás, y
un grito ahogado se escapa de mis labios.
Este hombre es la encarnación andante de problemas.
as damas primero, señorita… —Su voz está cerca de mi oído
segundos después de que me gire hacia la puerta. Pero lo más
importante es que intento evitar hacer el ridículo tras el ruido de
sorpresa que se me escapa con solo verlo.
Alto, moreno y guapo a un nivel que nunca había encontrado antes, con el pelo
negro azabache y los ojos ámbar. También hay algo en la forma en que se eleva por
encima de mí, haciéndome sentir delicada cuando mi metro y medio nunca ha
estado tan a la vista. Este hombre, que tiene una cálida sonrisa y que lleva un traje a
medida -cuya piel rozó la mía durante un segundo y dejó pequeñas chispas tras de
sí-, se sitúa fácilmente a un metro por encima de mi cabeza mientras me observa
con interés.
Siento que esos ojos se clavan en mi nuca.
Tampoco me he perdido la pesca por mi nombre, pero me pierdo en la
concentración a propósito. Es una distracción elegida -la necesidad de tomarme un
momento y componerme-, pero estoy hechizada por su mano.
En sus nudillos, para ser precisos.
En el apretado agarre que tiene en la empuñadura.
Cómo están de blancos por el esfuerzo, y me llama la atención la elegancia de su
agarre. Parecen fuertes, pero su piel no es áspera como la de alguien que trabaja con
las manos. Sin embargo, hay un aura de poder dominante que me estremece al
verlo.
De su cercanía. De un olor que me resulta familiar por alguna razón.
Su mano se flexiona, se abre y se cierra suavemente mientras exhala bruscamente
detrás de mí. El cálido aliento me acaricia la concha de la oreja, y la curiosidad es
algo peligroso, porque durante un breve segundo, cierro los ojos e imagino un solo
dedo recorriendo la columna de mi cuello, deteniéndose cerca del escote de mi
vestido.
—¡Oh! —Otro sonido embarazoso cuando una mano cálida me agarra el codo y
un escalofrío me recorre la columna vertebral. Esta reacción no es sutil, ya que cada
célula de mi cuerpo cobra vida y mi respiración se acelera. Mis pezones palpitan y
se ponen rígidos, empujando la fina tela que me protege de una acusación de
indecencia pública.
¿Qué demonios me pasa?
—Lo siento, ¿has dicho algo?
¿Por qué me afecta tanto? Ningún hombre lo ha hecho antes.
Me encuentro con la curiosidad de esas manos que rozan lugares que nadie más
que yo ha tocado y complacido antes.
—Lo hice. —El toque de diversión en su tono me hace sonrojar, pero no le
devuelvo la mirada. En lugar de eso, le respondo con una inclinación de cabeza y
un gesto de la mano. Ya he alcanzado mi cuota de vergüenza por hoy, sea o no un
desconocido guapo—. ¿Puedes dar un paso atrás, por favor? Si no, te darás con la
puerta.
—Por supuesto. —Mi respuesta es jadeante mientras sigo su petición,
moviéndome ligeramente hacia atrás y contra su fuerte pecho. Se oye un pequeño
estruendo, un gemido bajo que sale de su garganta, y lucho contra otro escalofrío.
Esta repentina necesidad de gemir por un hombre que no conozco es
desconcertante y trago con fuerza, obligándome a crear espacio entre nosotros—.
Lo siento, ¿te he pisado?
No es que sea capaz de decirlo. No puedo pensar más allá de ese sonido. En lo
bien que se siente ese pequeño momento, su cercanía.
Quizá Elise tenga razón y deba empezar a salir con alguien. Mira mi
comportamiento hacia este extraño; grita necesidad. Qué vergüenza.
—En absoluto, preciosa.
—¿Qué? —La sorpresa colorea mi tono y mi cabeza se vuelve, encontrándose con
sus ojos. Cristo, creó a este hombre para tentar y destruir. Es la definición literal de
la lujuria. Una debilidad que estoy demasiado dispuesta a satisfacer.
Unos llamativos ojos ámbar se encuentran con los míos verdes, y mis rodillas se
debilitan.
—¿Estás bien?
—Sí. —Mentira. Tiemblo y mi mano sale disparada, agarrándose a las solapas de
su chaqueta del traje negro para estabilizarme—. Debo haber pisado una grieta.
—Entonces deja que te ayude a entrar. —Su mano me rodea la cintura y me
sostiene contra él durante un segundo antes de acompañarme al interior. Me
sonrojo, la mano que tengo ahora en la espalda hace que se me ponga la piel de
gallina. Estoy atenta a sus movimientos, a la facilidad con la que me toca y me guía
por el abarrotado comedor, donde Elise se sienta al fondo y en el centro de una
mesa redonda.
Por alguna razón, estar aquí en este momento se siente bien, una sensación
contra la que he sido débil para luchar desde que abrí el regalo de Elise, y más aún
después de ponerme el delicado vestido. Además, aunque tengo la tentación de
saludarla con la mano para llamar su atención porque el nerviosismo parece ser la
emoción predominante que hace la guerra contra mí, no lo hago. En cambio, sigo su
pista sin cuestionar el destino final.
Tal vez quiera almorzar conmigo. Tal vez sólo quiere asegurarse de que no
tropezar de nuevo y….
—¡Ahí está, Señor Astor! —Elise se levanta de la mesa y le dedica una amplia
sonrisa que me hace fruncir el ceño. ¿Cómo se conocen? Pero lo más importante es
que no me gusta la tensión de sus ojos cuando ve que está conmigo. Camina hacia
nosotros, moviendo las caderas de un lado a otro mientras se pasa el pelo rubio por
encima del hombro derecho. Pero su sonrisa es para él. Su lenguaje corporal grita
mírame—. Me has hecho esperar lo suficiente, ¿no crees?
—Mis disculpas. —Ante sus palabras, me muevo para apartarme, pero su mano
en mi espalda me agarra el vestido—. He perdido la noción del tiempo rescatando a
una damisela en apuros.
—¿Lo hiciste, ahora? —Su tono es dulce como el azúcar, pero hay esa tensión de
nuevo.
El tic de su ojo derecho.
—¿Qué hizo mi chica?
—Estoy aquí mismo. —Si hay algo que odio es que la gente hable de mí como si
no estuviera en la habitación. Es grosero e irrespetuoso, más cuando no pedí pasar
mi cumpleaños hablando de negocios o que alguien haga planes sin mi permiso—.
Ahora, presentaciones, por favor.
Ambos se vuelven para mirarme; una con diversión y la otra con una expresión
agria. Me encuentro con su dura mirada de frente y enarco una ceja desafiante.
Puede que a veces sea blanda y elija mis batallas, pero la terquedad es un rasgo que
he heredado de alguien, que tuvo que ser un maestro en la materia.
Elise suelta una risita después de unos segundos y me coge de la mano,
atrayéndome a su lado, donde me pasa el brazo despreocupadamente por encima
del hombro.
—Esta pequeña joya de chica a la que has ayudado es la pintora de la que te he
hablado, Theodore. Te presento a Gabriella Moore.
Me entran ganas de poner los ojos en blanco, pero me muerdo el interior de la
mejilla mientras miro hacia otro lado. Dios, esa presentación me ha hecho parecer la
hermana pequeña de alguien y no la artista profesional que soy. Retiro mi interés
por contratarla.
—Sé quién es, señorita Scott. Usted envió su biografía y su foto con algunas
muestras de su trabajo a mi asistente la semana pasada. —Su tono no es tan
amistoso como lo había sido hace unos minutos cuando habíamos estado fuera, y
mis cejas se fruncen. Dirijo la mirada hacia Theodore, aunque encuentro una
expresión de fastidio, en el momento en que nuestras miradas se conectan, sus ojos
se suavizan en las esquinas y los labios se estiran en una pequeña sonrisa—. Ha
sido un absoluto placer encontrarte hoy, Gabriella.
—Igualmente. —Me encuentro devolviendo la sonrisa mientras levanto una
mano con mi dedos extendidos—. Definitivamente un top 5 en mi archivo de
primeras impresiones, Señor Astor.
—Theodore, por favor. —Pero entonces su ceño se arquea, y la acción me parece
sexy. Realmente necesito a Jesús hoy—. ¿Es así? Sólo los cinco primeros.
Asiento despreocupadamente.
—Estás sentado en un sólido tres.
—¿Tal vez al final de hoy pueda deslizarme a la primera posición?
—Una vez que firmemos el contrato, estoy segura de que estará más que
contenta de que haya organizado esto. —Ante las palabras de Elise, frunzo el ceño
y me giro para mirarla—. ¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué? —pregunta, pero su atención se centra en Theodore. Su lenguaje
corporal es coqueto, haciendo girar un mechón de pelo rubio alrededor de su dedo
mientras ladea la cadera. Me recuerda a los pasillos de mi instituto y a cada vez que
una chica aplastante se paraba cerca de su obsesión. Y ella es mayor que yo—. Pero
vamos a sentarnos y a pedir. Tenemos mucho que discutir.
—Guía el camino. —Theodore espera a que se dé la vuelta y me guiña un ojo
antes de inclinar la cabeza en su dirección, pidiendo en silencio que me adelante. El
simple acto hace que mis mejillas se calienten y sigo rápidamente a Elise, tratando
de calmar mi rubor antes de tomar asiento a su izquierda. No es que dure mucho
porque el señor Astor ocupa su lugar junto a mí mientras deja dos sillas vacías entre
él y Elise, algo que hace que mi amiga frunza el ceño—. Mi asistente, Tero, también
se unirá a nosotros esta mañana. Llegará en breve.
Su explicación no la apacigua, pero mantiene esa sonrisa brillante.
—Por supuesto. ¿Debemos esperar, o...?
—Estoy aquí. —Todas las miradas se dirigen hacia un hombre más joven, más en
mi rango de edad que en la de ellos, ocupa uno de los asientos vacíos mientras
coloca una cartera sobre la otra a su lado. Es pálido, con el pelo rubio casi blanco,
pero lo que llama la atención son sus ojos, de un tono que recuerda al azul pastel.
Tan claros. Tan expresivos—. Mis disculpas por el retraso. Me quedé atascado tras
un pequeño accidente que obligó a que la carretera de dos carriles se convirtiera en
un estacionamiento total.
—No te preocupes. Nos hemos retrasado un poco —respondo, mientras cojo mi
menú, examinando las opciones, aunque mis ojos no dejan de volver a su fry up3,
que ya he comido más de una vez. Es justo lo que necesito después de la dura
noche y...
Es entonces cuando me doy cuenta que, por una vez, no tengo náuseas después
de tomar el somnífero prescrito. No tengo dolor de estómago ni migraña. No tengo
la boca seca con sensibilidad a la luz.
¿Confundí la melatonina con algo más duro? Normalmente la comida sería lo
último en mi mente después de despertar de un sueño profundo como ese.
—... ¿no es así, Gabriella?
—Repítemelo, por favor.
La nariz de Elise se enardece un poco.
—Que estamos interesados en tomar la noche de apertura de la serie de verano
que la Galería Astor acoge cada año. Va a ser tu primera aparición pública, y qué

3 Un desayuno consistente en carne frita, huevos y verduras.


mejor manera que salir...
La sangre en mis venas late con ira.
—No.
—¿No eras consciente de su petición?
Ignoro la pregunta de Theodore y, en cambio, entrecierro los ojos hacia Elise, que
tiene la audacia de parecer sorprendida.
—Al baño, ahora.
—Gabriella, vamos...
—Elise, no voy a repetirme. Tienes dos minutos. —Volviendo mi atención a
Theodore, le doy una sonrisa forzada—. Me disculpo, pero parece que mi amiga le
ha dado la impresión de que voy a asistir a la exhibición, y eso no es factible. Soy
anónima por una razón y seguiré siéndolo. Si no es algo que te interesa, por favor,
házmelo saber y me disculparé de antemano por hacerte perder el tiempo.
—No es necesario pedir disculpas. He pensado en adelantarme y hoy tengo un
contrato estándar. Pero una vez que acordemos los términos, lo tendré listo para tu
firma en menos de veinticuatro horas.
—Hombre inteligente. —Al oír mis palabras, sus labios se convierten en una
sonrisa diabólica que reconforta y hierve la ira interior. Sin pensarlo, me inclino y le
pongo una mano en el antebrazo, y sus músculos se tensan. Se flexionan y mi pecho
sube y baja rápidamente, su olor me acerca por un hilo invisible que domina mis
sentidos y doblega mi voluntad—. Tu rango acaba de pasar al número dos.
—¿Puedes creer que fui un Boy Scout?
—La verdad es que no. —Theodore no parece el tipo de persona que va a
acampar y trabajar para conseguir insignias mientras sigue las instrucciones. El
aura que rodea a este hombre es confusa: buena y mala. Santo y malvado—. A no
ser que fueras tú quien diera las órdenes.
—Muy astuto por tu parte. —Su largo dedo índice recorre la parte superior de mi
mano y luego la parte inferior de mi muñeca, deteniéndose en el punto del pulso.
—Siempre he sido autoritario, un hombre preparado, pero aún más cuando se trata
de algo que quiero adquirir. Para conservarlo.
—¿Debo tener miedo? —Los ojos ámbar se posan en los míos y me mantienen
cautiva—. ¿De mí? NUNCA.
abriella es simplemente deslumbrante. Impresionante.
Tiene el tipo de belleza natural, con una dulzura oculta, destinada a
atraer, incluso a los que dedican su vida a la santidad. Está presente en
cada mechón de cabello rojo encendido y los ojos color esmeralda que en este
momento están mirando a su representante, o al menos a quien se presentó en mi
despacho como representante de este talento único. La misma mujer que ahora se
niega a hablar con Gabriella y que, en cambio, prefiere estudiar el menú con
profunda concentración.
Todo es falso, y no soy el único que lo ve.
—¿Puede responder a mi pregunta anterior, señor Astor? —Los rasgos de
Gabriella se relajan cuando mira sus uñas pintadas de rojo sangre golpeando dos
veces sobre la mesa—. Dígame qué necesita de mí.
—Por favor, recuérdeme, señorita Moore. —No voy a negar ni disculparme por
encontrarla hermosa. No soy ni ciego ni monje, y más de un hombre dentro de esta
habitación también se ha fijado en ella. Está ahí en las curvas que tuve el placer de
estrechar contra mi cuerpo, su calor abrasando mi piel a través de las capas de ropa,
y sin embargo, la sentí como si fuera piel con piel.
Tan cálido. Tan suave.
Pero además, hace tiempo que me la imaginaba así. Más aún después de que su
foto aterrizara en mi escritorio, conectando los puntos entre ella y el artista
anónimo que rápidamente ganaba seguidores y la posibilidad de trabajar juntos.
Sin embargo, el portafolio enviado no le hacía justicia ni a ella ni a sus obras.
Porque conozco todas sus obras, poseo algunas de las exposiciones que ha hecho en
el último año en galerías pequeñas del centro, y lo que me enviaron no es ella.
No. En realidad no se parecían en nada a lo que sé que es capaz de hacer.
El trabajo de Gabriella es provocador y vanguardista, no básico ni poco
imaginativo. No son flores con la silueta de una mujer forzando la feminidad en
una caja sexual. Es más bien de trazos duros y colores profundos, rojos con negro y
un toque de oro, y los simbolismos abstractos son su especialidad.
Le queda bien. Libre. Salvaje. Oscuro.
—¿Me sigues la corriente? —pregunto justo cuando la camarera se acerca con
una jarra y echa una mirada interrogativa a la mesa. Nadie responde, esperando
que Gabriella se decida, y su asentimiento me hace sonreír. La joven sirve a todos
una taza en silencio y, cuando termina, le hago una señal a mi menú para decir que
sigo mirando. Se aleja y miro primero a Elise, fijándome en su cabello demasiado
decolorado y viendo las intenciones en sus ojos tan claras como el día antes de
devolver mi atención a donde pertenece. He conocido a gente como ella antes, y las
intenciones torcidas nunca permanecen ocultas por mucho tiempo—. Gracias.
—No es necesario. Agradezco la oportunidad de discutir la posibilidad de
trabajar juntos. —Sus mejillas se calientan un poco, y se toca con los dedos el escote
de su vestido, un acto subconsciente que la hace más atractiva—. Pero todavía
necesito un minuto con la señorita Scott, si no le importa. No estaremos mucho
tiempo fuera.
—Por supuesto.
—Gabby, podemos discutir esto más tarde. Nada de malas vibra en tu
cumpleaños. —La interposición de Elise no es de buen tono, y Gabriella se da
cuenta de ello. Después de dar un solo sorbo, deja la taza de café sobre la mesa con
un poco de fuerza, y las personas que están a nuestra izquierda nos miran.
Ahora hay un surco entre sus cejas que quiero alisar con la punta de un dedo,
luego trazar el contorno de su mejilla antes de ahuecar su barbilla y besar los labios
hinchados del color de las bayas que me han estado tentando desde nuestro
encuentro afuera. Sus ojos verdes están ardiendo, su lenguaje corporal está
claramente alterado, pero respira profundamente y hace señas a la camarera que ha
estado rondando cerca.
—¿Están listos para pedir?
—Sí. —Gabriella le da a la joven el menú—. Yo quiero un fry up4, mientras que
ella tomará los huevos benedictinos.
—Perfecto. —La atención de la camarera se dirige a mi ayudante con un rubor—.
¿Y tú?
—Lo mismo. Con un fry up bastará.
—De acuerdo.
—Nada para mí. Ya he comido.
—¿Quieres que te traiga un café fresco en su lugar, o algo más?
El mío no se ha tocado, así que asiento con la cabeza, empujando la taza de
cerámica hacia el centro del mesa.
—Un zumo de naranja será suficiente.
—Iré a ordenar y volveré con tu bebida.
Una vez que la camarera se ha ido, Gabriella se gira para mirarme. Y me encanta.
Su atención.
—¿Podemos esperar si quieres, y revisar el contrato primero?
—Muy considerado, señorita Moore, pero ¿qué clase de hombre sería si te hiciera

4 Una comida consistente en carne frita, huevos y verduras.


pasar hambre en tu cumpleaños?
Ahí está de nuevo ese toque de rubor. Tan bonito. Tan inocente.
—Para ser sincera, no es muy agradable. —Ante su respuesta, me río. Hermosa y
descarada—. Pero también entiendo que eres un hombre ocupado y que esta no es
tu única parada del día.
—No lo es.
—Más razón para...
—Déjame invitarte a desayunar y dar comienzo a las celebraciones de tu
cumpleaños. —Ella asiente y luego toma un sorbo de café—. Sólo se cumplen los
veintiún años una vez.
—Feliz cumpleaños, señorita Moore —dice, Tero a mi lado, levantando su propia
taza en señal de saludo—. Espero que le traiga alegría, amor y paz.
—Gracias.
—Si a eso le añadimos una exposición en una galería tan prestigiosa, Gabby tiene
el tipo de vida por el que la mayoría mataría.
—En efecto. —Se necesita todo lo que hay en mí para no mirar a su amiga. Algo
no va bien con ella, los comentarios ambiguos muestran sus celos, la desesperación
por ser el centro de atención—. Pero Gabriella no está recibiendo una limosna de
mí, Elise. Al contrario; he visto su trabajo y he oído la admiración que sienten por
ella algunos de los más respetados de la comunidad, especialmente su falta de
necesidad de validación constante por parte de sus compañeros o de los entusiastas
del arte. Eso demuestra madurez y confianza en sus obras. La señorita Moore sabe
lo que vale.
—Es muy amable por tu parte... —Elise hace una pausa, pero sacudo la cabeza
antes de que siga cavando un agujero más grande.
—No es así. Sólo estoy constatando un hecho —Extendiendo una mano hacia
Tero, espero a que coloque una carpeta en mi palma, y unos segundos después,
cuando lo hace, la pongo junto a la taza de café de Gabriella—. Mis planes para la
exposición son grandes, señorita Moore, y voy a ser exigente, pero creo que esta
relación comercial puede ser más que beneficiosa para los dos. Puede seguir
adelante y revisar el archivo, o todo lo que pueda mientras esperamos su comida.
—Puedo leer los archivos, pero preferiría escuchar tus ideas y lo que necesitas de
mí. —Con dos delicados dedos, traza la parte superior de la carpeta manila y me
dirige una mirada seria. No es un juego, y su cara de negocios me parece
adorable—. ¿Qué parte de mi alma quieres descubrir?
—Hablas como una verdadera…
—El Señor Astor no tiene tiempo para detallar un plan, Gabriella. Lee los
archivos y firma. —Elise resopla mientras yo aprieto los dientes ante su flagrante
falta de respeto y refreno la réplica que tengo en la punta de la lengua mientras ella
me dedica lo que cree que es una expresión de disculpa y Gabriella nos observa con
incertidumbre. Además, si la pequeña belleza no estuviera sentada a mi lado,
habría puesto a Elise en su lugar mucho antes. No tengo paciencia con la clase de
mujer que sé que es—. No le hagas el juego al síndrome de un artista
temperamental cuando te está haciendo el favor.
—Voy a pedirle que guarde silencio o se vaya, señorita Scott, ya que no tiene
ningún interés en este asunto. Usted no es empleada de mi jefe ni de Gabriella, y
está obstaculizando esta reunión. —La voz de Tero suena como un silbido, su
postura es un poco imponente, y sacudo la cabeza. No es el momento ni el lugar
para perder la calma, aunque Elise se esté volviendo bastante odiosa en su
búsqueda de atención—. Por favor, déjenlos hablar, ya que al final son los dos
nombres que importan en el contrato.
—Cómo te atreves...
—Suficiente. —Sale como un gruñido bajo y los tres en la mesa se detienen, sin
un sonido o movimiento de parte de ellos. Mi mirada se posa en mi asistente y en
Elise, pero no puedo evitar suavizar mi expresión cuando mis ojos se encuentran
con los de ella. Parece un poco asustada y muy avergonzada y, para mí, eso es
inaceptable—. Por favor, acepte mis disculpas, señorita Moore. Parece que el
hambre ha hecho que los de la mesa sean un poco prepotentes.
—Disculpa aceptada. —Su voz es un poco temblorosa, pero me enorgullece la
forma en que cuadra sus hombros y se enfrenta a mi mirada. No se esconde—. Lo
dejaremos en nada más que una extraña reunión matutina.
—Gracias. —Nuestra camarera elige ese momento para dejarme el zumo y yo
sonrío, sacudiendo la cabeza antes de que tenga la oportunidad de preguntar si
necesitamos algo—. Y en cuanto a tu pregunta, lo quiero todo. Lo bonito y lo feo.
Las sonrisas y las lágrimas. Tu sangre en cada lienzo.
—Eso es un poco grandioso a la vez que vago, Señor Astor. Necesitaré más que
eso. —Si está sorprendida por la petición o por mis palabras, Gabriella no deja ver
nada. En lugar de eso, toma un sorbo de café mientras me mira por encima del
borde con un mínimo indicio de diversión bailando en sus ojos.
Tero se ríe a mi lado ante su rápido ingenio, mientras yo lucho contra mi propia
diversión.
—Mi visión para esta temporada es la jungla del pecado, con un tema macabro.
Quiero destacar los siete pecados capitales a través de sus ojos como atracción
principal, señorita Moore. —Está intrigada, su sonrisa se ensancha, y esos blancos
nacarados muerden suavemente el regordete labio inferior. Tan hermosa—. Tendrá
la planta superior con la cúpula de cristal como techo y nuestro departamento de
iluminación a su disposición. La exposición se realizará a oscuras y los que recorran
la exposición seguirán cada pieza por la tenue luz que resalta cada una.
—¿Un laberinto oscuro?
—Más bien un agujero negro. —Casi puedo ver las ruedas girando en su cabeza;
está ahí en el tamborileo de sus dedos y el fruncimiento de esos malditos labios que
me están volviendo loco. Sólo un mordisco. Es todo lo que quiero—. Ahora, dime,
Gabriella. ¿Es algo que te intriga?
—Podría decirse que sí. —Se mueve en su asiento para estar completamente de
cara a mí con sus rodillas tocando mi silla, se ríe y el sonido es encantador.
Distrae—. Tengo la peor obsesión con los documentales de asesinos en serie y las
ejecuciones masivas de sectas. Son morbosos, lo sé, pero mi mente no puede evitar
sacar mis propias conclusiones sobre cada criminal... la naturaleza humana,
supongo, pero es fascinante escuchar las historias de sus bocas o de quienes
estuvieron presentes en ese momento.
Nuestra camarera elige ese momento para entregarles la comida, colocando cada
plato caliente y luego refrescando los cafés que están tibios o vacíos. Sin hablar, se
asegura de que tengan lo que necesitan y se aleja, sonriendo a Gabriella que es la
única que le da las gracias.
Elise resopla una vez que la mujer sale de su alcance, clavando el tenedor
mientras desliza el cuchillo por la yema de su huevo escalfado.
—Eso es enfermizo. No sé cómo puedes ver...
—De la misma manera que puedes pasar horas en el centro comercial mientras
compras basura que no necesitas. —La sonrisa de Gabriella es dulce como la
sacarina mientras sostiene el tenedor hacia su amiga—. Tú sólo haces y disfrutas
del tiempo sin que yo te juzgue, así que haz lo mismo.
—Hablas como una verdadera artista. —Tero asiente con la cabeza ante su
respuesta, antes de comer. Y mientras comen en silencio, abro la carpeta y coloco la
primera página en su línea de visión directa, impidiendo la vista de Elise detrás de
la jarra de agua que dejó la camarera.
Nuestro contrato no necesitaría interminables páginas de información con
cláusulas ocultas para protegerme a mí o a mi negocio, el de muchos. No. No con
ella. Lo dejo abierto para ella sin un solo lazo que la ate a mi galería a menos que
ella quiera, pero el dinero es detallado y justo con un plazo que exijo como no
negociable.
Siete cuadros.
Dos meses.
Todo el verano a mi disposición.
iete cuadros.
Dos meses.
Todo un verano a mi disposición.
Mientras mis ojos recorren las pocas y detalladas líneas del contrato, no puedo
evitar preguntarme por qué. ¿Por qué me ofrece un adelanto de cinco cifras y otra
suma considerable después de la noche de la inauguración?
Además, está el plazo y el número limitado de horas que tendré. No soy una
persona a la que le vayan bien los plazos; me gusta volar a mi aire y pintar según la
creatividad. Nunca he hecho una exposición de esta manera, con un tiempo tan
limitado entre la firma del contrato y la entrega de cada obra.
¿Puedo hacerlo? Mis ojos se dirigen al anticipo y es tentador -demasiado
lucrativo para negarme cuando la mayoría de los que están en mi posición no
tienen la oportunidad de exponer para las galerías Astor, y mucho menos que el
propietario ofrezca personalmente la exclusividad del último piso con su techo de
cristal y su clientela privada que asiste a estas funciones.
Sólo la notoriedad me pone la piel de gallina. Anónima o no, el nombre de Astor
es sinónimo de riqueza e influencia: abre el tipo de puertas con las que he soñado
en el pasado pero que nunca he tenido la oportunidad de atravesar. Es dueño y
supervisor de cada una de sus galerías en todo el mundo y es conocido por
intermediar en tratos para políticos y aquellos con cantidades obscenas de dinero
que buscan añadir una pieza original de algunas de las mentes más grandes que
han cogido un pincel.
—¿En qué estás pensando? —La voz de Theodore atraviesa mi vértigo mental y
me devuelve al presente, donde todos los ojos están puestos en mí. El calor sube a
mis mejillas justo cuando las palmas de mis manos empiezan a sudar—. ¿Qué
necesitas para que esto ocurra? Di tu precio.
—Tres meses —suelto, y él se limita a levantar una ceja divertida. Me aclaro la
garganta, me esfuerzo por mantener la calma y vuelvo a mirar el papel—. Lo que
intento decir es que para la cantidad de piezas que necesitas y siendo todas ellas
nuevas, necesitaré los treinta días extra. Ya hay un concepto que se está formando
en mi cabeza, pero también soy realista, y aunque la emoción es un motivador
embriagador, necesitaré más tiempo.
—Hecho. —Ante la rápida respuesta de Theodore, dirijo mis ojos a los suyos y
los encuentro observándome atentamente—. No tenemos que mostrar esta
exposición hasta mediados de agosto, así que no nos afectará realmente, pero
necesitaremos tu ayuda con el montaje de la iluminación. Utilizaremos piezas de
imitación hasta que lleguen las tuyas... ¿estás de acuerdo? —Mi asentimiento es su
respuesta, y esos ardientes ojos ámbar miran hacia Tero, que ha cogido la carpeta y
se dedica a modificarla a mano—. ¿Algo más?
—Entiendes que asistiré a la noche del estreno, pero no como artista. Mi nombre,
mi nombre legal, no debe filtrarse en ningún momento, o lo demandaré.
—¡Gabriella! —Elise sisea, su tono es bajo pero lleno de una furia que ignoro—.
No puedes...
La mirada de Theodore es suficiente para acallar su perorata antes de que
comience.
—Si vuelve a interrumpirnos, le pediré que se vaya, señorita Scott. ¿Entendido?
—Sí. —Bajo. Suave. Sin embargo, el agarre que tiene en su tenedor muestra la
furia que hierve a fuego lento bajo la superficie—. No volverá a ocurrir.
—Bien. —Cogiendo los papeles de Tero, que ha terminado, Theodore coloca la
hoja de nuevo en mi línea de visión. Y maldita sea, casi me río a carcajadas de lo
que leo porque en letras grandes y en negrita dice:

Gabriella Moore permanecerá en el anonimato y así se mantendrá o el


propietario se penalizará a sí mismo. La estipulación no es negociable.

—¿Le parece bien? Si dices que sí, haré que el contrato se reescriba y se envíe por
mensajería a tu casa o al lugar que elijas para que lo firmes mañana por la mañana.
—Así es. —Mi cara de póquer es fuerte, pero por dentro estoy chillando como
una preadolescente en un concierto de una banda de chicos. Esto está sucediendo
de verdad—. Y ya tienes una artista para la exhibición.
—Nunca pensé lo contrario. —Retira la carpeta de la mesa y se la devuelve a un
Tero que le espera mientras señala con la cabeza mi plato—. Ahora come. Todo lo
demás puede esperar hasta mañana.
—Gracias. —Y entonces se hace el silencio en la mesa mientras comemos, los ojos
se quedan en los platos aunque sé que Elise está enfadada. Su postura es rígida, la
piel alrededor de los ojos y la boca tensa.
—Bueno, esto sí que ha dado en el clavo esta mañana —dice Tero cuando alejo
mi plato, habiendo comido hasta el último bocado, lo que no es habitual en mí. Para
ser sincera, esta es la mejor comida que he tenido en meses, y me siento muy bien.
No hay náuseas ni molestias de ningún tipo. ¿Existe la suerte de los cumpleaños?—
. Gracias por permitirnos comer con usted esta mañana, Señorita Moore.
—Por favor, no. Debería agradecerle a usted.
—Deberías —dice Elise, en voz baja, y por la forma en que el hombre a mi lado
se tensa, Theodore la ha oído—. Ahora, si esto es el final de esta reunión, me
gustaría robar a la chica afortunada para una manicura/pedicura y algunas
compras muy necesarias.
—Entonces no te retendremos. —Theodore se levanta primero y extiende una
mano hacia Elise, que la estrecha con entusiasmo y se inclina hacia él mientras se
ajusta disimuladamente el top, dejando al descubierto un poco más de piel. No
mira, pero Tero sí lo hace y su expresión es de asco hasta que se da cuenta de que lo
estoy observando y escudriña sus rasgos. Los únicos dos hombres que he conocido
que son inmunes a sus encantos. El señor Astor retira la mano y me la tiende,
esperando que la coja y lo hago al cabo de un segundo, dejando que me ponga en
pie con suavidad.
Estamos cerca. Tan cerca que su cálido aliento me roza la frente y doy un paso
atrás, creando el espacio necesario para no avergonzarme. Porque este hombre
huele bien. Se siente bien así de cerca, y eso me pone nerviosa. Más que eso.
Respiro profundamente, retengo la respiración un segundo y le ofrezco una
sonrisa. Una sincera.
—Muchas gracias por todo lo de hoy. Esta oportunidad significa el mundo para
mí, y prometo no decepcionar ni ser difícil. Si tiene alguna pregunta o duda o
simplemente necesita ver el progreso, no dude en llamarme.
—El placer es todo mío, señorita Moore. —Theodore se lleva mi mano a los
labios y besa el nudillo del medio, quedándose ahí un segundo mientras su pecho
se expande una vez rápidamente. Luego, me suelta y siento que una frialdad
recorre cada miembro y se posa en mi pecho. ¿Qué demonios es eso? Además,
estoy tan perdida en ese pensamiento que casi me pierdo lo que dice.
—...necesito ese número de teléfono para ponerme en contacto contigo más tarde
con respecto al contrato.
—Siempre puedes llamarme.
Una vez más ignora a Elise, esta vez extendiendo la mano.
—Su teléfono, por favor.
— Por supuesto —digo, en lugar de decirle que una tarjeta de visita estaría bien,
entregándole el aparato que casi siempre está en silencio. Sobre todo cuando
trabajo. Luego está la pequeña chispa que siento cuando nuestros dedos se tocan,
esa sensación que me sube por los brazos hasta el pecho y se convierte en un cálido
zumbido. ¿Qué es eso? Una pregunta que me trago, volviendo mi atención a Tero
por un segundo, que tiene una mirada de suficiencia en su rostro. Esto es cada vez
más extraño.
El dispositivo suena en su mano antes de pasármelo.
—Espera una llamada sobre las nueve de mañana, Gabriella. Nos reuniremos
donde te convenga.
—No hace falta que te desvíes de tu camino. Puedo encontrarme contigo mañana
en la galería...
—No se habla más de negocios en tu cumpleaños. Mañana, nos pondremos de
acuerdo y firmaremos... ¿suena bien?
Asiento con la cabeza antes de que termine de hablar.
—Gracias por la oportunidad.
—Recuerde lo que dije, Señorita Moore. El placer es siempre mío. —Con eso, da
un paso atrás y de inmediato, extraño la sensación de tenerlo cerca. Y más
embarazoso es la sonrisa en su apuesto rostro, como si de alguna manera conociera
mis pensamientos que son inapropiados y confusos y peligrosos para mi psique. Es
un peligro para mi tranquilidad—. Por favor, disfruta de tu día con ese bonito
vestido. El color te sienta perfectamente.
Theodore asiente a Tero, que deja caer unos cuantos billetes sobre la mesa que
cubren con creces el brunch5, y se aleja sin volver a mirar mientras yo me quedo
sonrojada. Toco con el dedo el borde del encaje y me entran ganas de dar las gracias

5 También conocido como desayuno tardío, es una combinación de la dos comidas, almuerzo y desayuno. Se suele servir, por regla
general, en un período de tiempo que va desde las 11:00 h hasta las 13:00 h, que es también intermedio entre las dos comidas, desayuno
y almuerzo.
a Elise por el vestido, pero no lo hago.
Algo me dice que me quede callada. Que espere.
Ninguno de los dos hombres se dirige a Elise antes de marcharse ni la han
incluido en ningún plan futuro, algo de lo que estoy segura que se quejará muy
pronto.
Es más, lo hace en el momento en que atraviesan la puerta de la cafetería
después de llegar a mi lado, con su agarre en mi brazo.
—¿Cómo has podido arruinarme esto? Después de todo lo que he hecho por ti.
—¿Qué has hecho por mí? —pregunto, porque mi mente se tambalea y sus
reacciones de hoy no tienen sentido. Sí, es mi amiga, pero nunca le he pedido nada.
Nunca la he utilizado. En cambio, Elise ha utilizado mi nombre y se ha metido en
mi carrera sin preguntar.
Presionándome. Juzgando. Sin embargo, la he aceptado como es y nunca la he
hecho sentir menos que mi mejor amiga.
—¿Quién organizó esta reunión? —Su tono es acerbo, su cara apretada—.
¿Quién hizo los deberes y coqueteó con su personal para obtener información
privilegiada?
Mi cabeza se vuelve hacia ella mientras me quito el brazo de encima.
—¿Te lo he pedido?
—Nunca entrarías en un lugar así sin mi ayuda.
—Esa no es la respuesta a la pregunta que he hecho, Elise. —La mesa que está
cerca de nosotros nos mira, pero ignoro las miradas curiosas y mantengo una
expresión neutra—. Porque ambas sabemos que no lo hice. Las dos sabemos que no
soy una persona que haga ostentación o que le guste llamar la atención…
—Podrías haberme engañado con lo que llevas puesto. —Esas siete palabras
hacen que me congele mientras la sangre de mis venas se vuelve helada—. ¿Desde
cuándo llevas vestidos de encaje y muestras piel? Sabías quién venía y trataste de
exhibirte. ¿Cómo pudiste...?
La alegría se desvanece tan pronto como llegó, y me quedo repitiendo sus
palabras una y otra vez. No porque esté disgustada por su acusación o por el
comportamiento vergonzoso del que me ocuparé más tarde, sino porque la prenda
que llevo puesta, el regalo de encaje que me han dejado dentro de mi casa, en mi
habitación, no procede de ella.
¿Entonces quién? ¿Quién estaba en mi habitación?
—Tengo que irme —digo y salgo corriendo, dejándola con su berrinche mientras
mis pies me llevan por la puerta de la cafetería y por la cuadra antes de registrar lo
que está pasando. Camino sin rumbo, sin dirección, pero siento las lágrimas que se
precipitan por mis mejillas. El temblor de mis extremidades lo hace real.
—Nadie más tiene una llave. Es imposible...
—Señorita Moore, ¿qué ocurre? —grita, una voz masculina antes de que una
mano me agarre el codo, deteniéndome en seco. El agarre no es fuerte ni doloroso,
pero no puedo evitar el grito de terror que sale de mi garganta mientras mi
respiración se acelera. Toda la calma que tuve en la reunión ha desaparecido. Todas
las horas de descanso no han servido de nada cuando mi cuerpo se balancea y mis
rodillas se tambalean.
—Oye. Oye. Por favor, mírame, Gabriella. —Mis ojos se cierran en su lugar, la
cabeza temblando mientras este miedo no adulterado se instala profundamente—.
Soy yo, Tero. El asistente de Theodore.
—¿Theodore? —Consigo atragantarme, tropezando y cayendo un poco sobre él.
Por alguna razón que no puedo explicar ni tengo la capacidad de cuestionar en este
momento, confío en Theodore Astor y respiro profundamente. Me he vuelto loca—.
¿Dónde está?
Tero me ayuda a ponerme de pie, pero se queda lo suficientemente cerca como
para atraparme si vuelvo a perder el equilibrio.
—¿Puedes mirarme, por favor? Necesito asegurarme de que estás bien. —Me
cuesta un minuto, pero consigo encontrar su mirada y forzar una sonrisa que no se
cree. Los ojos de Tero, casi azul pastel, me observan con preocupación. Espera a que
asienta con la cabeza para responder a mi pregunta anterior—. Se fue a una reunión
al otro lado de la ciudad mientras yo me quedaba a recoger pasteles de una
panadería que hay unas cuantas tiendas más abajo.
—Siento haberte entretenido. Por favor...
—Ahora. Silencio. —Saca su teléfono de la mochila, desliza un dedo por la
pantalla y escribe un mensaje rápido. El dispositivo suena unos segundos después
y, por un breve momento, capto una repentina inclinación de su cabeza y el aleteo
de su nariz mientras esos ojos únicos se deslizan por la calle y luego hacia el
extremo opuesto—. Estás a salvo. ¿Entendido?
Si hubiera sido en cualquier otro momento, la acción me habría parecido dulce,
pero mi preocupación está siempre presente. Alguien había estado dentro de mi
habitación. Alguien podría haberme hecho daño.
—Estaré bien en un minuto.
—Los mentirosos nunca entran en el reino de los cielos. —Levanta una ceja, con
una expresión un poco burlona, pero no de forma irrespetuosa; más bien intenta
hacerme reír, y lo consigue, ya que se le escapa una risita por lo absurdo de la
situación—. Eso está mejor. No te asustes conmigo.
—Lo siento.
—¿Qué te ha asustado, Gabriella? ¿Necesitas ayuda con algo?
—Creo que Dios me perdonará esta vez —es mi respuesta en su lugar. Estoy
desviando la atención, y ambos lo sabemos.
—¿Prefieres que llame a Theodore?
—No.
—¿Entonces? —Otro ping, y esta vez me muestra el mensaje.
Consigue un extra y llévala contigo. ~Astor
—¿Qué se supone que significa eso? Yo no...
—Significa que vas a venir conmigo a elegir una cantidad obscena de golosinas
de la pastelería y luego darás un paseo conmigo por la ciudad. Tenemos mucho que
discutir, señorita Moore. Su miedo es uno de ellos.
—¿Y si digo que no? —Esto es una locura. Estoy aún más loca por considerar
acompañarlo, sobre todo por las mariposas que se han disparado por el mensaje de
texto que ha enviado su jefe—. ¿Entonces qué?
—Entonces le diré a tu amiga rubia que estás conmigo. Acaba de salir del
restaurante y está mirando...
—Trato hecho.
ómo se elige? —Murmuro en voz baja, mis ojos se alejan de un
borde del expositor de cristal que contiene mi única y verdadera
debilidad: el chocolate. En todos los estilos y grados de dulzura,
este lugar es como la meca de los adoradores del cacao, y me quedo con los labios
separados. Para algunos, puede parecer un poco obsceno. Estoy a punto de jadear,
pero si te gusta esta comida decadente como a mí, lo entiendes—. Hay demasiados.
Yo...
—No lo haces, Gabriella. —Tero está de pie junto a otra vitrina a mi derecha, que
sólo contiene tartas de frutas y macarrones. Mira cada uno de ellos y se limita a
señalar los que quiere mientras una señora mayor empaqueta la compra con una
sonrisa. Hasta ahora ha preparado tres cajas con las golosinas elegidas por él, con el
relieve brillando en oro después de cerrarlas—. Compra lo que quieras. No te
arrepientas.
—¿Sin remordimientos?
—Sin remordimientos. Vuélvete loca.
—Si el Señor Astor se enoja, esto es por tu cuenta. —Frente a mí hay otra mujer,
un poco más joven e igual de emocionada por ayudar—. Quiero uno de cada uno
en todo caso, y todo el Millionaire’s Cake6 que tienes en el otro exhibidor.
—Voy a empaquetarlas, y tengo algo extra para ti. Es nuevo y no está en el
estante, pero creo que te gustará mucho —dice, y vuelve al trabajo, llenando
diligentemente mi pedido mientras los clientes esperan detrás de nosotros. El local
está bastante lleno, con todas las mesas ocupadas excepto el reservado del fondo,
con gente comiendo y sorbiendo sus cafés, mientras nosotros entramos y salimos en
cuestión de minutos.
También me encuentro siguiendo a Tero hasta un Audi negro aparcado no muy
lejos de las “Delicias de Hortencia”.
—Dame un segundo —dice, caminando hacia la puerta trasera del conductor,
tras pulsar una llave en su mando, la abre y coloca nuestros paquetes en el asiento.
Mis seis por sus tres, y no pestañea en el precio, ni me permite pagar mis compras.
Una vez que ha terminado, como un caballero se acerca a la puerta ante la que
estoy y me abre, haciéndome pasar al interior—. Tenemos un largo camino, y el
Señor Astor nos está esperando.
—¿No puedo opinar sobre esto?
—Convénzame una vez que esté al volante. —Me guiña un ojo antes de acercarse
al lado del conductor y deslizarse tras el volante, y no resulta espeluznante ni
lascivo. Por el contrario, hay algo en él que me hace sentir completamente
cómoda—. Ahora, tienes hasta que lleguemos al final de esta calle antes de que
tenga que hacer un giro para cambiar de opinión sobre arrastrarte a un lugar que
mi jefe está buscando para comprar.

6Un pastel de tres capas de bizcocho de caramelo con glaseado de crema de mantequilla de chocolate, caramelo pegajoso y mini
bocaditos de pan de molde.
—Uno, eso suena increíblemente aburrido. —Bromeo y prosigo antes de que
pueda rebatir mi sincera respuesta—. Y dos, es mi cumpleaños y prefiero ser
perezosa y comerme el chocolate de allá atrás. Sinceramente, Tero. Deja que una
chica viva a través de la dieta de los granos de cacao mientras ve Netflix y se relaja.
—Vale —se atraganta con una carcajada, cubriéndola rápidamente tras una tos—,
eso ha sido convincente e incluso algo a nivel de conmoción del alma. Argumentos
muy sólidos.
—¿Y? —Agito la mano en el aire, sin paciencia alguna después de la extraña
mañana que he tenido. Por no mencionar que también necesito cambiar mis
cerraduras antes de que acabe el día—. ¿Yo gano?
—Sí lo haces, pero no te acostumbres a meterme en problemas.
—Nunca lo haría. —La mirada de reojo que me dirige me hace saber que no se
cree la indignación fingida, pero es la repentina expresión seria la que me hace
sentir aprensión—. ¿Qué?
—¿Qué te ha asustado ahí atrás? —Su voz es baja y, sin embargo, para mis oídos
es como si alguien hubiera disparado un cañón. Mi reacción es automática y me
encojo, apoyándome en la puerta del lado del pasajero mientras evito su mirada.
Los edificios que tengo a la vista empiezan a desdibujarse un poco tras un minuto
de silencio y el auto avanza velozmente; Tero ha pisado el acelerador con más
fuerza de la necesaria—. Dime. Podemos ayudarte si tienes problemas.
—¿Nosotros? —pregunto, aún sin girarme para mirar. Lo último que quiero es
que Theodore sepa que está trabajando con alguien inestable—. ¿Quién es ese
nosotros?
—El Señor Astor...
Mi cabeza se inclina hacia la suya, con los ojos entrecerrados.
—No hablarás de esto con él.
Esos ojos azul pastel se estrechan, su cabeza se inclina de la misma manera que lo
hizo fuera del edificio donde me encontró.
—¿Qué es esto de lo que no hablaré?
—Sólo un desacuerdo entre amigas.
—¿Sólo un desacuerdo? —repite como un loro, con una expresión incrédula—.
Parecías asustada, no enfadada, Gabriella.
—Estaba enfadada y dijo algo hiriente. —Me encojo de hombros, pareciendo
despreocupada, sobre todo porque quiero irme a casa. El día de hoy ha sido
bastante agitado para mí—. Probablemente estoy exagerando y estaremos bien para
esta noche.
—Si tú lo dices. —Su tono dice que no me cree.
—Lo hago. —Volviéndome hacia él de nuevo, esbozo una pequeña sonrisa en mi
cara—. Ahora que conoces el funcionamiento interno de la locura de los vínculos
femeninos, ¿qué tal si me llevas a casa? Estoy deseando empezar la fase de
planificación de mi exposición.
—¿En tu cumpleaños?
—¿Qué mejor día para elegir cómo lo paso?
—Touché. —Tero se ríe; el sonido es fuerte y bullicioso y un poco extraño. Se
convierte en un resoplido y me uno a él, sin parar hasta que las lágrimas afloran a
mis ojos y resoplo. Entonces se ríe de mí, lo que crea una extraña cacofonía dentro
del espacio cerrado, y no puedo respirar para cuando se detiene—. Usted es algo
más, señorita Moore. Nunca cambie.
—Prometo que si...
—Te llevaré a casa —termina diciendo, mientras se detiene al final de la calle y
estaciona el auto. El teléfono, que había colocado en uno de los portavasos, está
ahora en sus manos y su pulgar vuela por la pantalla mientras escribe un mensaje,
pulsa enviar y luego envía otro. Durante dos minutos, nos sentamos en silencio
hasta que el dispositivo emite un ping y me muestra la respuesta.
Como quiera. Por favor, disfrute de su día y de los chocolates. ~Astor
Una segunda llega antes de que pueda cerrar su teléfono.
Tampoco se le permite trabajar. ~Astor
A esto último le doy un giro de ojos interno y en su lugar sonrío.
—Gracias.
—No hace falta, cumpleañera. —Al salir de la acera, toma una ruta conocida
hacia mi casa después de que le doy la dirección, y cierro los ojos. Hay cosas que no
tienen sentido, pero las descifraré aunque me mate. Las acciones de Elise, el vestido
y mis sueños tienen que significar algo, y pienso poner fin a este misterio. No
puedo seguir así. No puedo seguir teniendo miedo o dudando de todo por una
pesadilla recurrente—. Ahora vamos a llevarte a casa.
—Una vez más, gracias por todo.
—Aceptaré un bonito cuadro como pago en el futuro.
Al oír eso, me río a carcajadas.
—Hecho. Sin embargo, elijo el tema.
—Parece un intercambio justo. —Otra vuelta y mi cuerpo se balancea con el
movimiento, acercándose a la puerta, y abro los ojos. Estamos cerca de mi casa y,
después de entrar en la calzada, Tero deja el auto al ralentí mientras se apresura a
coger mis cajas y luego hacia mi puerta. No me da la oportunidad de abrirla, y me
hace un gesto con la cabeza hacia la puerta cuando me quedo sentada viéndolo
correr de un lado a otro—. ¿O has cambiado de opinión?}
—No. —Sacudiendo la cabeza, me río—. Es que no estoy acostumbrada a ver a la
gente moverse como eso.
—¿Moverme como qué? —Me sigue por los tres escalones hasta mi puerta, con
curiosidad en su tono.
—Preciso y controlado.
—¿Debería estar más suelto y ser un payaso?
—Ni un poco… —Al girar la llave, entramos y nos dirigimos a la sala de estar
más pequeña a la derecha de la entrada. Es el más formal de las dos, ya que mi sala
de televisión está al fondo, cerca de la cocina. Sus ojos observan el espacio,
asintiendo un poco para sí mismo, y casi puedo ver una pregunta en la punta de la
lengua—. Adelante. Pregunta.
—No es una pregunta, por...
—¿Entonces?
—Sólo pensé que sería más contemporáneo y menos florido, es todo.
—Y nunca sabrías por mi apariencia que me fascinan los documentales de
crímenes reales. Vivo para esa locura y me doy un atracón de ver todos los que
encuentro.
—¿De verdad?
—Los de Netflix son los mejores. Cuanto más sangrientos, mejor.
—Te tomo la palabra. —Tero coloca mis cajas sobre la mesa de café de madera—.
Soy más partidario de los documentales de animales, de serpientes para ser
exactos.
—¡Oh! ¿De qué tipo? —Porque a mí también me gustan. Eso, y la Semana del
Tiburón.
—Pitones. Los constrictores en general, en realidad.
—Son criaturas fascinantes.
Su sonrisa se amplía y esos ojos claros se iluminan.
—Por fin, alguien más que lo entiende.
—Me encantan esos espectáculos, pero probablemente me asustaría si viera uno
de cerca. Soy un completa gallina, entonces. —Agarrando la caja superior, saco un
macaron de ganache de chocolate y le doy un mordisco—. Dios, están muy buenos.
Esa pastelería está a punto de hacer una matanza conmigo si el resto se acerca a esta
obra maestra.
—¿Qué tan profundo es tu gusto por los dulces?
—No tiene fin —consigo decir, antes de meterme el resto en la boca—. Tampoco
me da vergüenza.
Levanta una ceja justo cuando su teléfono emite un mensaje de texto.
—Sin embargo, ¿elegiste lo salado en el desayuno?
—El desayuno, la comida y la cena nunca deben ser dulces. Esos bocados se
guardan para el después.
—Tomo nota. —Su móvil vuelve a sonar y lo saca del bolsillo sin mirarlo. Este es
un aparato más pequeño que el del auto. ¿Cuántos teléfonos tiene?—. Tres, pero
este es para cuando no contesto al que has visto antes, y no, no lo has dicho en voz
alta. Tus expresiones faciales son muy reveladoras.
—Tiene sentido. —La verdad es que no—. ¿Y el tercero?
—El tercero es sólo para la familia. —Antes de que pueda responder, mira la
pequeña pantalla y asiente—. Bueno, aquí es donde te dejo. El jefe está llamando.
—De acuerdo. —¿Por qué me siento tan cómoda con él?—. Nos vemos mañana.
—Sí, señora. —Tero se dirige hacia la puerta, extendiendo la mano hacia el pomo,
pero se detiene cuando su mano toca el metal—. ¿Quieres que te lleve a la galería
mañana? No me importa si...
—Sí. —No hay dudas por mi parte.
—Bien. —No dice nada más y sale al sol de la tarde mientras yo permanezco en
mi sitio. Ignoro el timbre del teléfono de la cocina y luego el del contestador con un
mensaje.
Sin embargo, al final la curiosidad me gana y me dirijo al aparato que vino con la
casa y que me he resistido a tirar. También conservo el número de mi tío y sigo
pagando la factura.
¿Puedes responderme de una vez, Gabby? Siento haberme portado como una
idiota hoy, y el vestido te quedaba muy bien. Por favor, no te enfades y vuelve a
llamarme a mí, tu mejor amiga, que soy malísima para pedir disculpas.
—¿A qué estás jugando, Elise? —Hizo un escándalo con mi vestido mi
comportamiento y yo «arruinando» su momento, pero todo fue preparado por ella
sin mi participación. Sin mi permiso y relacionado con mi negocio, no con el de ella.
¿Por qué ser demasiado dramática?
¿Por qué empezar una pelea a propósito y herirme?
¿Por qué pensar automáticamente que alguien entró en mi casa cuando no tengo
pruebas?
Esas preguntas no dejan de rondar por mi cabeza, lo que consolida aún más mi
necesidad de refugiarme durante el día con comida basura y algún reality show.
Algo ligero y divertido y tan alejado de cualquier tipo de drama que me permita
relajarme y hacerme olvidar.
El collar de Mr. Pickles tintinea, su cuerpo regordete entra trotando en la
habitación, con los ojos buscando en todos los rincones. No es él mismo, tiembla un
poco, y no dudo en cogerlo en brazos mientras compruebo sus platos de agua y
comida.
Su desayuno se ha acabado y el agua está un poco baja, así que le relleno ambos
mientras se acurruca más en mi cuello. Esa pequeña nariz fría me hace reír y le doy
unas cuantas caricias extra en la espalda por el amor inocente que da sin pedir nada
a cambio.
Porque eso es lo que hacen los perros. Dan y son leales y aportan felicidad
incluso en los momentos en los que dudas de ti mismo. Cuando más lo necesitas.
—Gracias, amigo.— Otro beso a su cabeza, y entonces digo las dos palabras que
le dan vértigo—. Hora del paseo.
ay alguien sentado en los escalones del porche, apoyado en la barandilla
y mirando su teléfono cuando volvemos de nuestro paseo. Todavía no
nos ha visto, y estoy medio tentada en dar la vuelta y volver más tarde,
pero Mr. Pickles me quita esa decisión cuando gruñe. El sonido es un estruendo
bajo que llama la atención de Elise y sus ojos se dirigen a los míos.
Me mira con expresión triste mientras se levanta y se quita el polvo de la parte
trasera de sus vaqueros rotos de la rodilla.
—¿Podemos hablar, por favor? Las cosas se me han ido de las manos y...
—Podemos.
Un suspiro de alivio la abandona.
—Gracias. Sé que...
Detengo su divagación levantando mi mano desocupada.
—Primero un café y luego hablamos.
—Trato. —No es que le dé opción. Recojo a mi cachorro malhumorado y paso
junto a ella, abriendo la puerta de mi casa. Elise no ha hecho ningún intento de
seguirme, así que miro por encima del hombro y le ofrezco una pequeña sonrisa—.
Puedes entrar, chica. Nadie te va a morder.
Al oír mis palabras, ella resopla, pero capto la mirada dudosa que le dirige a mi
perro, un perro que, aunque no es demasiado amistoso con ella, nunca ha enseñado
sus pequeños dientes ni ha ladrado. A lo sumo, la evita, y cuando se queda sin
opción, deja que ella lo acaricie con una mirada molesta que encuentro adorable.
Mr. Pickles es un poco cascarrabias, pero es mi cascarrabias.
No hablamos mientras nos dirigimos a la cocina, ni después de que suelto a Mr.
Pickles para que busque algo que hacer. En su lugar, observa cómo guardo todo lo
que nos hemos comprado, siendo el último mi móvil, que coloco en la encimera. El
silencio en la habitación es pesado, pero ella vino a mí y yo no estaba de humor
para hacérselo fácil.
Así que juego a ignorarla hasta que esté lista. Me ocupo de lavarme las manos y
luego saco de los armarios nuestras tazas preferidas. La suya es una taza de
princesa de color rosa chicle que me parece atroz, mientras que la mía es negra y
dice La sangre de mis enemigos en rojo intenso.
Mientras el café se cuece, me quedo con la espalda apoyada en la encimera y la
observo. En este momento, me parece que la estoy viendo por primera vez. Veo un
lado que no me gusta, y la mueca de su cara me dice que es consciente.
—¿Por qué? —Soy la primera en romper el silencio, cansada de este silencio
indirecto que no nos lleva a ninguna parte. Mis ojos se clavan en los suyos,
retándola a mentir. A que, por favor, me ayude a entender este sentimiento de
traición que me consume.
—¿La verdad? —Mi respuesta es el arqueo de ceja, que arranca un profundo
suspiro de ella. Casi como si se viera obligada a admitir su culpa, pero el caso es
que yo no estoy haciendo nada aquí. Elise vino a mí—. Bien. Estaba celosa de la
atención que estabas recibiendo, está bien?
No puedo evitar resoplar.
—¿Eso es todo? ¿Eso es lo mejor que puedes hacer?
—Es la verdad.
—Inténtalo de nuevo.
—Gabby, hablo en serio. —Su cara se arruga al oír esto, casi como si estuviera
oliendo algo sucio—. No estoy tratando de ser mala, pero mírate, y mírame.
—No a todo el mundo le gustan las rubias, Elise. ¿Alguna vez pensaste en eso?
—Hay otras cosas que puedo señalar: su actitud, su falta de profesionalidad y la
forma en que prácticamente se lanzó sobre Theodore. A él no le gustan las mujeres
así. Como ella. Mi subconsciente se burla de las palabras, pero mantengo una
expresión neutra, sin importar lo mucho que me molesta todo esto, lo mucho que
mi cuerpo casi retrocede ante la idea de que estén juntos—. Y aunque esa sea la
excusa que eliges, la forma en que me has tratado, avergonzándome, es inaceptable
y, francamente, un poco triste por tu parte.
Ante mis palabras, sus ojos se entrecierran.
—No en este caso. He hecho mi investigación y...
—¿Lo estás acosando?
—No. —Responde demasiado rápido, su cuerpo se mueve un poco desde su
lugar frente a mí. Elise está en un taburete del mostrador, con las manos apoyadas
en la tabla de picar—. Es estúpido que pienses eso. Soy mejor que...
—¿Yo? —concluyo, su frase interrumpida, con mis propios cabellos en punta—.
¿Es eso lo que realmente piensas? ¿Que eres mejor que yo?
—No te lo tomes como algo personal, Gabby.
—Demasiado tarde. —Apartándome de la encimera, me dirijo a la nevera, saco la
crema y vuelvo. El café está hecho y nos sirvo una taza a cada una, preparando el
mío como lo tomo, mientras el suyo se queda negro—. Ya sabes dónde está todo.
—No seas así. Dejemos atrás esta mañana y salgamos. —No me voy a molestar
en contestarle y remuevo mi café, añadiendo un poco más de azúcar al final porque
necesito algo dulce para combatir la amargura que desprenden sus palabras—.
Vamos. Las amigas no discuten por los chicos. Respetamos las reglas y como yo lo
vi primero, tienes que retirarte. Hazlo y todo volverá a la normalidad.
Llevando la taza a mis labios, doy dos sorbos.
—Eso parece una amenaza.
—No quiero pelearme contigo.
—¿Y aun así me adviertes que me aleje? —Una vez más, un pesado silencio llena
la habitación y me siento más que incómoda con ella aquí. Dios sabe que estoy
tratando de entenderla, pero mi paciencia ha llegado a su fin. Sus palabras han
tocado más que un nervio, pero entonces un pensamiento me golpea y empiezo a
ver otro ángulo. ¿A qué ángulo está jugando?—. Tengo una pregunta.
—Dispara.
—¿Cuándo fue la primera vez que viste a Theodore Astor? ¿Mostró interés en ti?
—Esas últimas palabras tienen un sabor amargo. Voy a vomitar si él la ha tocado.
Es un pensamiento que no debería tener, pero no puedo negar que es cierto.
Algo pasó entre nosotros en el café. La química aún persiste en mi piel donde me
tocó inocentemente antes de irse.
—¿En persona?
—En general. —Ante mi pregunta, Elise aparta la mirada y elige ese momento
para preparar su propia bebida. Añade un poco de azúcar y leche, y luego da unos
sorbos para probarla. Pero lo que es obvio es su repentina evasión y el movimiento
de sus manos—. Contéstame.
—¿Cómo puede ser eso de tu incumbencia?
—Contéstame.
—Hoy fue la primera vez físicamente, sin embargo lo he seguido durante años.
Su rostro se mantiene fuera de los medios de comunicación en su mayor parte y es
difícil seguirle la pista, pero lo hice.
—Eso suena a acosador. —Elise se echa el cabello por encima del hombro,
haciendo girar la punta de un rizo—. Como puedes imaginar, es un hombre muy
ocupado, y tu trabajo era la oportunidad que necesitaba, así que la aproveché. Y es
tan guapo como las pocas fotos que he descargado.
—¿Estás aquí diciéndome que me aleje de alguien que acabas de ver con tus
propios ojos por primera vez hoy? ¿Dónde me avergonzaste a mí, a ti misma y a él?
—¡Eso no fue mi culpa! Arruinaste todo usando ese vestido de mala calidad...
—Hablando del vestido...
—¿Qué pasa con él?
—¿Entraste en mi casa y lo dejaste aquí como un regalo, o no?
Algo cruza su rostro, una expresión de miedo, pero desaparece antes de que
pueda descifrarlo del todo. ¿Qué está ocultando?
—¿Y qué si lo hice?
—Entonces, ¿por qué tienes problemas con que lo lleve? —Nada. Ni una
palabra—. Un regalo de cumpleaños usado en mi cumpleaños. Qué idea más loca.
—Fue poco profesional llevarlo y tú...
—¿A una reunión que no pedí ni organicé, y de la que sólo me enteré una hora
antes de que tuviera que estar allí? ¿Esa reunión? —Mi sarcasmo es enérgico, mi
mirada es tan gélida como la suya. Ya está bien de que me mangoneen—. ¿La
misma reunión en la que Theodore Astor te ignoró, te pidió que te callaras e
intercambió números conmigo?
—Él te vio como algo fácil.
—Nunca me confundas contigo, Elise.
—Dime, Gabriella. ¿En qué estabas pensando cuando te ofreciste a él? —Y ahí
está la mujer que he conocido hoy en el café: la verdadera cara de mi amiga. Su cara
se sonroja y su pecho se agita, la taza cae sobre el mostrador con la suficiente fuerza
como para romperse, y lo único que queda es el asa en su mano—. ¿Tan
desesperada estás por perder la virginidad? ¿No es patético por tu parte lanzarte al
primer hombre que consienta tus caprichos y es agradable?
Y sin embargo, no me conmueve ni me intimida. En cambio, una parte de mí está
enfadada.
Muy enfadada.
Insultada.
Dolida.
—¿En qué estaba pensando? —Es retórico, pero cuando abre la boca, la fulmino
con la mirada. Esto la sorprende; la hostilidad que hay en mí es nueva, pero esa
niña que creció sola y con una piel gruesa forzada cada vez que la vida la derribaba
no la tiene. He luchado siempre contra este sentimiento, pero hoy lo estoy
aceptando. Está burbujeando dentro de mis venas y mi corazón se acelera, me
siento sonrojada y una profunda vibración se instala en cada miembro—. ¿Me estás
preguntando en qué estaba pensando? —Mi risa es sardónica, muy seca—. Estaba
pensando que mi amiga se desvivió por hacer realidad un sueño para mí por la
bondad de su corazón, porque me quiere, y no porque hubiera una agenda
personal adjunta. Pensaba que era una reunión de negocios, no la pasarela personal
de un proxeneta en la que se me utiliza para atraer a un gran derrochador y luego
se me dice que me agache y lo tome como quiera.
Elise se burla, tirando el asa de la taza al suelo. No el mostrador, sino el suelo,
como si tuviera una criada que se pasea majestuosamente detrás de ella para
limpiar cada desorden. ¿Cómo es que somos amigas?
—Estás siendo melodramática, Gabriella. Esas no fueron mis palabras.
—Pero está implícito. ¿No? —Dejando el café, me froto una mano cansada por la
cara. Me tomo un momento para elegir mis próximas palabras con cuidado, porque
aunque sus acciones hoy corten, me sigue importando. Uno no deja de hacerlo de la
noche a la mañana, aunque esto lo haga difícil—. ¿Por qué estás aquí realmente,
Elise? ¿Qué es lo que quieres, porque puedes irte a la mierda si insultarme hasta la
sumisión es tu juego? Yo no soy la desesperada aquí.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres agotadora? Mucho trabajo ser tu
amiga.
—Es gracioso, pero hoy entiendo ese sentimiento como ningún otro.
—Gabriella, necesito que me escuches. —Elise me señala con una uña
manicurada, con cara de haber probado algo agrio. La misma que tuvo durante el
brunch—. Necesito que te alejes de Astor, y las cosas irán bien para ti. Él es mío. No
me fuerces, Gabby. Por favor, presta atención a mi advertencia y sigue mi ejemplo
en este trato. Ya me has hecho las cosas lo suficientemente difíciles.
—¿Difícil qué? Mis pinturas. Mi trabajo. Es mi asunto, no el tuyo. —Es difícil,
pero me las arreglo para mantener mi tono tranquilo. Sin que me afecte—. Te
agradezco tu aportación y tu ayuda no solicitada en el pasado, pero te has excedido
con creces una vez más. Tu lugar en mi vida era el de una amiga, no el de una
representante. No te pertenezco, y no soy ni una marioneta ni un peldaño para
llegar a cualquier cima que desees alcanzar.
—No voy a repetirme. Retrocede.
—Y tú tienes que irte. Ahora.
—Como quieras. —Pasando junto a ella, me dirijo a la puerta principal y la abro
de par en par. Ella no me deja parada mucho tiempo, el golpe de sus chanclas es
fuerte en mi piso. No la miro cuando se detiene a mi lado y no reacciono cuando
me coge la mano y me la aprieta antes de pasar—. Voy a darte unos días para que te
calmes y veas las cosas a mi manera. Lo necesito, Gabby. Por favor, no arruines
nuestra amistad obligándome a hacer cosas que no se pueden deshacer. Confía en
mí en esto.
—Lo hice una vez, y aquí es donde me ha llevado. Decepcionada y herida.
—La vida no es fácil —dice ella, mientras mi mano agarra el pomo de la puerta,
con fuerza—. Sobrevivirás muy bien, cariño. Confía en mí, hay muchas otras pollas
en el mar.
—Eso es lo único en lo que estoy de acuerdo contigo, Elise. Hay muchas y la vida
seguirá, pero lo que no cambiará es que Theodore no te dio la hora entonces, y no lo
hará mañana hagas lo que hagas. —Mis palabras la sobresaltan y da un paso atrás,
lo suficiente para que yo dé un portazo, y lo hago. No me interesa su respuesta ni
verla en este momento. Sus palabras han calado hondo y, tras la fachada estoica,
estoy herida. Sus palabras me hicieron su daño, y ninguna cantidad de disculpas
por el momento o amenazas o cualquier otra cosa que tenga bajo la manga hará la
diferencia.
Que se joda. Que se joda todo.
Cae la primera lágrima y luego otra cuando su mano se posa en la puerta, una
bofetada, una bofetada, una bofetada que hace ruido dentro de mi casa. Ya estoy
sollozando cuando Elise intenta abrir la puerta con su llave, y siento que mi pecho
se derrumba cuando deslizo el cerrojo lateral en su lugar.
Otra cosa que añadir a mí ya apretada agenda.
Nueva cerradura. Nuevas pinturas...
—Ahora no puedo firmar con la Galería Astor. —Otro llanto lleno de dolor me
deja al pensar en ello. He puesto tanto de mí en cada obra terminada, renunciando
a una vida fuera de mi estudio, y esto es el pago. Elise hizo el contacto por mí y si
acepto, la estoy utilizando. Sería tan patético como ella decía. Agarrando mi móvil
de la encimera, envió un mensaje rápido y lo apago—. Esto va a perjudicar mi
carrera.
oy a tener que rechazar educadamente su oferta. Me disculpo por
haberte hecho perder el tiempo. ~Gabriella
Su cortés rechazo me indigna, pero más aún porque las palabras parecen
sin vida. Casi amargas, y tengo una idea del por qué, y del culpable. Porque
Gabriella pensó que Tero se fue y se dirigió hacia mi ubicación, pero la verdad es
que no lo hizo.
Bajo mis instrucciones, se quedó. Vigiló su casa, y yo tenía razón al hacerlo.
La Señorita Scott no entiende el significado de la palabra no interesado. No por el
sutil desplante, y mucho menos por mi franca hostilidad durante el brunch.
Pero, de nuevo, las mujeres como ella viven en una falsa realidad en la que todo
es atendido, y la palabra no, no está en su vocabulario. He conocido a las de su tipo
en el pasado. He visto muchas versiones a lo largo de los años, pero la más
consistente es la que pisa a los más cercanos mientras sube las escaleras sociales.
—¿Qué hago, jefe? —pregunta Tero, con un tono cortante. Es muy anticuado en
ese sentido, cree que un hombre persigue y la mujer tiene derecho a negarse o
aceptar, mientras que yo estoy en el medio un tanto seductor. Nunca forzaré a
Gabriella, pero sí la seduciré y luego la acariciaré—. Porque por la pequeña
discusión, la señorita Scott estaba aquí para advertirla y amenazar el trato.
—¿Es así? Interesante.
—¿Ella cree que tiene influencia?
—Ella mostró su mano tan temprano. —Hay más en su reacción. A su
persecución de mí el coqueteo no deseado cuando sé de sus problemas de
comportamiento en el pasado. No soy el primer galerista u hombre rico con el que
coquetea; sin embargo, soy el primero que no muestra interés ni la folla—. ¿Cuándo
estará listo el informe? Necesito estar seguro antes de hacer mi próximo
movimiento.
—Mañana por la mañana.
—Entonces vete a casa. Hemos terminado por hoy. —Sentado en mi silla, miro
por los ventanales de mi despacho y capto los últimos rayos de sol. Con cada
momento que pasa, los colores brillantes se vuelven oscuros y mientras el mundo
comienza su rutina nocturna, dejo que las fichas caigan donde puedan ahora
mismo—. No podemos hacer nada hasta que hablemos con ella cara a cara, y me
gustaría tener alguna prueba de mis sospechas antes de eso. Gabriella es muy dulce
y nunca pensaría mal de su amiga, por muy herida que esté, pero necesita a alguien
que la cuide.
—¿Y ese eres tú?
—Sí.
—Como quieras. Buenas noches, jefe. —La línea se desconecta y tiro el móvil a
un lado, pensando en mis opciones, la primera es cómo toparme accidentalmente
con ella e iniciar la conversación de una manera orgánica en la que no esté a la
defensiva.
Además, sólo se me ocurre una opción en la que esto podría ser plausible...
La pastelería a la que fue con Tero es la favorita de él, y me han dicho que su
afición por los dulces es una debilidad, algo en lo que apuesto por ella. Las
emociones pueden ser una cosa dominante y después del día tan duro que ha
tenido, mi mejor apuesta es pensar que ella pasaría por los postres y querría más.
Esta es mi entrada:
Toparse con ella en la panadería.
O comprarle una cantidad obscena y entregarlos más tarde esa noche.
No voy a acosarla, pero el poder de la persuasión es una cosa hermosa cuando se
utiliza en el momento adecuado. Y eso no es ahora. Tal vez mañana o al día
siguiente y si no una semana después, pero una cosa es segura: no voy a renunciar
a ella. Es demasiado talentosa y hermosa, y admiro su terquedad que cree que
aceptando mi oferta está en deuda con su amiga.
La dejaré que lo consulte con la almohada.
Mañana será otro día.

levo dos horas sentado en el interior de la panadería, tomando mi bebida. El


local está abarrotado, las mesas llenas y, sin embargo, tengo una vista perfecta de la
puerta principal.
También tengo una suerte increíble cuando, a las nueve y cincuenta, Gabriella
entra por la puerta con un AirPod en cada oreja y una expresión ligeramente
malhumorada en la cara. Veo que no es una persona madrugadora.
Lleva un crop top de los Ramones que deja a la vista la suficiente piel como para
tentar y unos pantalones militares que han visto días mejores en sus caderas. Están
manchados de pintura y tienen un agujero en la rodilla, pero con la forma en que
camina hacia el mostrador y hace el pedido, la forma en que las cabezas se giran
hacia ella y la cajera sonríe, uno juraría que está en una pasarela.
Tan bella. Tan inconsciente.
—¿Me quedo o me voy? —Tero, además de ser mi ayudante, es uno de mis más
antiguos amigos. Demasiado observador también—. No hay problema por mi
parte.
—Quédate. Estará más cómoda así.
—Por supuesto, aunque diría que verte ahora mismo sería muy bien recibido. —
Su cabeza se inclina en su dirección y miro, con los ojos entrecerrados ante lo que
encuentro. Hay un hombre a su lado ahora, tratando de acercarse, y la mirada tensa
en su cara grita incomodidad. Sin embargo, él no lo ve, está demasiado ocupado
dejando que sus ojos recorran la cara de ella y un poco más abajo...
No contesto a Tero. No reconoce su risa baja, y antes de que el idiota pueda
enviar otra sonrisa coqueta en su dirección, estoy a su lado.
—Hola, extraña.
—Theodore —es un susurro tembloroso teñido de gratitud y alivio antes de que
nuestros ojos se encuentren. Su sonrisa es genuina y suave, y el imbécil que está al
otro lado lo nota. Él también tose, pero su atención se centra exclusivamente en
mí—. ¿Qué haces aquí?
—Lo mismo que tú. —Por un segundo, mis ojos se dirigen al hombre que lleva
uniforme, pantalones caqui y polo rojo con el nombre de alguna tienda que no me
molesto en leer, y retrocede a trompicones. Casi deja caer su café y sale, por una vez
usando su sentido común—. Necesitaba cantidades copiosas de azúcar después de
estar despierto toda la noche reexaminando la propuesta que rechazaste.
Sus mejillas se vuelven rosas mientras esos orbes verdes me dirigen una mirada
de disculpa.
—Siento mucho todo eso. Si necesitas que pague...
—Nunca aceptaría tu dinero.
—Pero te hice perder el tiempo.
—En realidad no. —Eso despierta su interés, sus cejas se fruncen mientras mi
sonrisa se amplía—. ¿Me darás unos minutos de tu tiempo para explicarte? Te juro
que valdrá la pena.
—No sé...
—¿No tienes curiosidad por saber con quién te voy a sustituir? —La reacción de
Gabriella a mis palabras es instantánea. Sus ojos se estrechan y los labios se afinan,
la mano se aprieta un poco alrededor de su taza. Esto hace que la tapa salte un poco
y que unas gotas caigan por sus dedos—. Quiero decir, ella no es nuestra primera
opción...
—Claro. Vamos a hablar de mi reemplazo. —La última mitad la murmura en voz
baja, y joder, su expresión agria es adorable. Me dan ganas de morderla. Enrollar
esos mechones rojos alrededor de mi puño—. Dónde está tu... no importa.
Sigo esas gruesas caderas hacia la mesa en la que está sentado Tero, con sus ojos
azul claro llenos de una alegría que no quiere mostrar. Su aroma se arremolina en
torno a mí, me acerca, y sólo me satisface cuando mi mano se encuentra con la parte
baja de su espalda.
Dejo que se quede ahí y ella no se queja, regalándome la pequeña sensación de
piel caliente en las yemas de mis dedos.
—Señorita Moore.
—Eh, sí. —Gabriella espera junto a una silla y se la acerco antes de sentarme. Sus
uñas tamborilean sobre la mesa de madera, los ojos buscando los dos contratos a la
vista—. Entonces, ¿es ella?
—Sí.
—Ya veo.
—¿Qué se supone que significa eso? ¿Hay algo que desconozco? — No le estoy
mintiendo. Este es mi plan de respaldo, pero no voy a negar el juego sucio para
hacerla cambiar de opinión. Porque a nadie le gusta ser reemplazado y ella no es
diferente, leyendo los logros de Cecily Marie y las cifras de ventas hasta su última
exhibición en los Estados Unidos—. Por favor, habla si hay. Lo que diga se queda
aquí.
—Ella es brillante, no se puede negar eso.
—¿Pero?
—Su reputación es de diva y problemática tanto con el personal como con la
clientela. Eso es cosa tuya si quieres tener ese dolor de cabeza en tus manos.
Una sonrisa amenaza con escapárseme pero la contengo, asintiendo en su lugar
como si entendiera.
—He oído algunas cosas pero no me han dejado otra opción. El artista y las
fechas se anunciarán esta semana. No tengo tiempo de buscar en el país en busca
de la próxima joya emergente.
—Todavía puedes hacerlo mejor.
—Cecily Marie no es mi primera opción, pero...
Ante mi interrupción, sus brazos se cruzan sobre el pecho y sus labios se fruncen.
—Oh, eres bueno.
—¿Cómo es eso? —pregunto, lanzándole una mirada perpleja. Alimentándola
con una mentira inocente.
—Tero, ¿cómo...?
—Sólo soy un observador aquí—. El hombre levanta ambas manos, casi volcando
su taza de café en su apuro—. Eso, y sí firma mi cheque.
—Ambos apestan. —El comportamiento petulante nunca ha sido un rasgo que
encuentre atractivo, pero con ella es entrañable. Pero de nuevo, no hay nada que no
me guste. No hay parte de ella que no quiera o anhele.
—Eso es malo.
—No me has dado opción, Gabriella. Necesito llenar el lugar y...
—No lo hagas.
—¿No qué?
—Sólo dame una buena razón. Sólo una.
—Porque te lo has ganado, Gabriella. Así de simple. —Al oír mis palabras, las
lágrimas brotan de sus ojos, pero ella las rechaza, sin dejarlas caer. También está
callada, sus emociones son ilegibles, pero el pequeño nudo en su garganta es una
señal de que estoy llegando a ella. La forma en que me permite agarrar su mano,
entrelazando nuestros dedos, es un paso en la dirección correcta—. Tu trabajo habla
por sí mismo, y tu reputación es de profesionalidad y fiabilidad. Elise no te ha dado
esto... al diablo con eso. La única razón por la que acepté ese almuerzo fuiste tú. Sin
Gabriella Moore no hay trato, y esa es una verdad que no se puede negar ni
cambiar.
—Sólo lo dices para que yo...
—Gabriella, te quiero a ti. A nadie más.
Hay muchas maneras en que ella puede tomar eso, y el hecho es que todas son
correctas. Ella es lo que quiero. Toda ella.
En cualquier forma. De cualquier manera.
—Vale —dice, tras un minuto de silencio. Es bajo, casi demasiado bajo, pero la
oigo como si lo hubiera gritado desde un tejado. Gabriella respira profundamente
antes de soltarlo lentamente. Sus hombros se enderezan y su cabeza se levanta un
poco, y una pequeña sonrisa se dibuja por fin en esos dulces labios—. De acuerdo,
lo haré.
—¿Estás segura? —pregunto mientras por el rabillo del ojo, Tero saca un
bolígrafo para que ella firme. El contrato de Cecily está al lado del suyo y las sumas
de dinero son descaradamente injustas, siendo la señorita Moore la clara
vencedora, una prueba más de que mi elección siempre es ella.
—Dame el contrato.
—No has respondido a mi pregunta.
—Va a ser degradado al número seis en la tabla de primeras impresiones si no
me deja firmar, Señor Astor. —La pequeña burla, inocente o no, hace que mi polla
se sacuda detrás de los límites de mis pantalones. Pequeña y atrevida cosa—. ¿Qué
va a ser?
Mi respuesta es romper el otro contrato por la mitad después de colocar el de
Gabriella delante de ella. Mi pequeña y hermosa artista tampoco decepciona,
sonriendo ante mi acción antes de firmar con su nombre en las tres zonas
designadas.
Tarda menos de sesenta segundos.
El acuerdo vinculante está grabado en piedra.
Eres mía, preciosa.
upe lo que estaba haciendo en el momento en que me senté en su mesa, y
no me avergüenza admitir que estoy agradecida. Aliviada. Muy
agradecida, porque perder esta oportunidad me habría hecho daño.
Emocionalmente. En cuanto a la carrera.
Algo que Theodore vio y rectificó cuando se aprovechó de mi humanidad.
Porque los celos forman parte de la vida, y los sentimientos que me invadieron, los
que me hicieron firmar tras argumentar el mérito de otra persona, no son de los que
me siento orgullosa. Tampoco los niego, porque sé que soy mejor aunque ella tenga
más nombre que yo.
Sin embargo, hay dos preguntas que siguen rondando por mi cabeza. ¿Por qué
ella? ¿Por qué estaba allí?
Había ido a la pastelería esa mañana porque, sencillamente, devoré la sorpresa
extra que el dueño de la tienda había colocado en una caja. Estos pequeños y
escamosos croissants de chocolate con un toque de especias en la pasta de avellana
que había horneado dentro estaban deliciosos, y después de no poder dormir, volví
por más.
Tampoco mentía sobre la actitud y la personalidad de diva de su pintora elegida.
He visto ambas cosas de primera mano. He estado en la misma sala y he lidiado
con sus críticas mientras coqueteaba con el comisario de una galería para que le
dieran los derechos de exponer en su local.
—Lo hecho, hecho está, y no me arrepiento —digo, en voz alta, subiendo las
escaleras hacia mi estudio con Mr. Pickles cerca, a última hora de la tarde siguiente.
Ha estado conmigo todo el día, mi pequeña sombra desde que volví a casa de mi
improvisado encuentro con Theodore, y ha sido agradable. Cenamos juntos
temprano, vimos la película Ventana secreta y nos fuimos a la cama. No ha sido
nada del otro mundo, pero ha sido un día tranquilo que necesitaba
desesperadamente—. Tampoco hay rastro de Elise.
El día de hoy también ha sido muy parecido hasta ahora. Excepto por la emoción
que me recorre.
Estoy pensando. Planificando. Ya formando cada pieza en mi mente.
Y aunque estoy dividida entre dos temas, mi musa original y la privada, ambos
giran en torno a los depredadores.
Humanos. Animales. Ambas bestias guiadas por diferentes impulsos.
Al entrar en mi estudio, enciendo las luces y me dirijo a la ventana, apartando las
cortinas. De inmediato, la habitación se ilumina, los pequeños rayos bailan sobre
cada cuadro terminado, así como sobre el lienzo que aún está en el caballete del
centro.
Al igual que todos los demás en esta habitación.
Mi inspiración desde que comenzaron las pesadillas ha sido un hombre sin rostro
y el caos que le rodea. Sus escenarios son siempre oscuros, como la habitación que
veo en mis sueños, algunos con sangre y otros negros como la noche, y las
emociones persistentes de miedo se manifiestan en cada trazo mientras la muerte
yace a sus pies en diferentes formas. Sus armas también varían.
Un cuchillo.
Una pistola.
Sus manos ensangrentadas.
Pero la que siempre me ha preocupado, la que me ha hecho cuestionar mi propia
cordura, es la cara de perfil en la que gotas rojas salen de su boca y manchan su
camisa blanca. Esa se queda en el armario de la habitación; nunca debe ser vista por
nadie más que por mí.
Mirando a Mr. Pickles, arqueo la cabeza hacia la inacabada en la que el hombre al
que llamo «Guardián de la Puerta» se encuentra en la cima de una montaña de
cuerpos, sin rostros en ninguno de ellos.
—¿Crees que esto asustaría a Theodore si lo viera? ¿Demasiado para una
exhibición? —Su respuesta es un ladrido, uno profundo que sacude su pequeño
cuerpo—. Estoy de acuerdo. Esto es morboso.
Entonces, ¿por qué sigo volviendo? ¿Por qué iba a considerar esto?
Preguntas para las que no tengo respuesta. Tampoco estoy preparada para parar.
Algo me atrae. Algo me controla.
Otro aullido y miro hacia abajo, agachándome un poco para rascarle la cabeza.
—Sera seguir con el pensamiento original. —Levantándome, cojo el cuadro a
medio hacer y lo coloco en la pared más alejada con los demás antes de empezar a
hacer el inventario. La Galería Astor quiere siete, y yo tengo todo lo que necesito,
excepto algunos materiales de pintura de los que tengo que abastecerme—. ¿Te
apetece ir a dar una vuelta o hacer el vago en el sofá?
Cuando la última palabra sale de mi boca, mi estómago ruge. Ya son un poco
más de las cinco cuando he terminado con la misión de hoy, y cuando me giro para
dirigirme a la puerta, mi perro sale disparado como un murciélago del infierno.
Sus gruñidos me llevan a la cocina, donde está de pie frente a la puerta trasera,
arañándola.
—¿Qué demonios te pasa? —Me apresuro a acercarme a él cuando el pomo de la
puerta se sacude y mis instintos se activan—. ¿Quién demonios está ahí? —grito, y
los movimientos cesan y unos segundos después Mr. Pickles se relaja, sentándose
de espaldas a mí. Una posición protectora—. Está bien, chico. Deja que lo
compruebe.
Hay una pequeña ventana en la puerta con una persiana romana que me da
intimidad, y la subo, dándome amplia vista al patio trasero. No hay nadie, pero
encuentro una nota en el suelo. Está hecha para mí con la misma papelería que usa
Elise y me parece un poco hortera.
¿Por qué estaba ella aquí?
Al abrir la puerta, encuentro las llaves que le había dado medio rotas en la
cerradura. Ha intentado entrar. Me pregunto cuántas veces habrá hecho esto
también en el pasado.
Recojo la nota y la abro, leyendo las dos líneas que hacen que mi sangre pase del
hielo al fuego puro.
Enhorabuena por haber firmado ayer, Gabriella.
Un movimiento inteligente por tu parte.
Me pondré en contacto tanto para el pago como para tu ayuda con Theodore.
Mejores amigas de por vida
XOXO
Estoy en piloto automático cuando vuelvo a entrar mientras saco el móvil. Su
número es el que pincho, y es su voz la que descuelga tras el segundo timbre.
—No creía que fuera a saber de ti hoy, Gabriella. —La voz de Theodore llega a
través de la línea, su timbre siempre suave como el whisky—. Es una agradable
sorpresa.
—Ojalá fuera en mejores circunstancias, pero no es una llamada amistosa.
—¿No? —Se escuchan crujidos en su extremo, una puerta que se abre y se
cierra—. ¿Estás bien?
Se me escapa un profundo suspiro, y la nota se desmorona en mi agarre.
—Sí y no.
—Explícate.
—¿Tienes alguna empresa de confianza para cambiar algunas cerraduras por mí?
Sé que es tarde, pero ¿quizá tengas fichado a un cerrajero que atienda llamadas de
urgencia?
—¿Qué ha pasado, Gabriella? ¿Qué es lo que no me dices? —Suena como si las
llaves del auto se movieran en su extremo, y el viento también se ha levantado.
—Elise tiene las llaves y quiero que se cambie todo.
—Entonces estaré allí en cuarenta y con las cerraduras en la mano.
—¿Estarás aquí?
—Creo que debería saber que soy bastante hábil, Señorita Moore.
Sólo él podría hacerme reír en este momento, y lo hago. Una risita se desliza sin
mi aprobación.
—¿Es eso cierto? ¿Un viejo Handy Manny7?
—Más bien, un gato de todos los oficios y maestro de todos.
—Eso ya lo veremos. —Mi perro gime entonces, su cuerpo mira entre yo y el
exterior. Necesita salir y ver por sí mismo que es seguro—. Te veré cuando llegues.
Ven por la parte de atrás. Estaré allí con el Mr. Pickles viendo si ha dejado algo más
—¿Algo más? —Esto lo deja en un gruñido bajo, y mis cejas se fruncen. ¿Por qué
le molesta eso? No está al tanto de nuestra pelea de hace unos días, sólo de mis
reservas después del desastroso brunch.
—Elise dejó una nota. —Tengo una sensación incómoda en el pecho, esa presión
que va y viene a su antojo, y ninguna prueba médica a lo largo de los años ha
encontrado nada malo en mí. Y sin embargo, cuando estoy estresada, hace acto de
presencia como ahora.
—¿Sobre qué?
—Un asunto personal. Por favor, déjalo así.

7 Personaje de caricatura conocido como Bob El Constructor o Manni Manitas.


—Como desee, señorita Moore. Estaré allí pronto. —El tono de colgar saluda mis
oídos un minuto después, y la culpa crece justo después. No debería sentirme así,
pero lo hago, y me quedo revolcándome en mis emociones mientras mi perro
corretea por el patio.
Y a medida que pasan los segundos en el reloj y crece mi inquietud, una cosa se
vuelve cierta mientras me confunde aún más: No me gusta que se altere.

odavía tienes dudas? —Su expresión de suficiencia me hace poner los


ojos en blanco unas horas después—. ¿Estás preparada para admitir que te
equivocaste?
—Nunca. —Nunca le diría que encuentro sexy la forma en que sus grandes y
musculosas manos agarran el taladro. Ni la forma en que se lame el labio,
mordiéndose el inferior mientras concentra una debilidad. En cambio, me encojo de
hombros mientras finjo criticar su trabajo. Como si secretamente no estuviera
impresionada y mis muslos no se apretaran un par de veces—. Esto es mediocre en
el mejor de los casos.
—Mentirosa. —Theodore se apresura a llamarme la atención, poniéndose de pie
a toda altura desde su posición encorvada donde había estado taladrando los dos
últimos tornillos de mi puerta delantera. Ya ha hecho lo mismo en la parte de atrás,
ha comprobado las cerraduras de las ventanas del piso inferior y ahora soy dueña
de unas cerraduras de alta tecnología que funcionan con mi teléfono y un código
personal. Sus orbes de color ámbar recorren mi corta figura lentamente de la cabeza
a los pies mientras me señala con el taladro en la mano—. Di la verdad o te cobraré
el doble.
—Sólo pago con golosinas —es mi descarada respuesta, y por un segundo algo
brilla en sus ojos. Se vuelven más oscuros. Encubiertos. Pero luego desaparece
cuando parpadea, y me pregunto si mi mente me está jugando una mala pasada. Vi
el hambre allí. Sé que la vi.
—¿Qué tipo de golosinas horneas? —Su voz, sin embargo, es un poco más grave.
Más áspera, y trago con fuerza, fingiendo que no me afecta, y me arreglo el moño
desordenado por tercera vez en quince minutos. Fingir que la maldita cosa no se
mantiene en su sitio cuando lo que necesito es una ducha fría y un cura para aclarar
mis pensamientos.
Porque verlo trabajar ha sido una tortura. Sin piedad.
—No es por salvar mi vida, pero mi despensa siempre está llena de dulces. —
Inclinando la cabeza hacia un lado, me golpeo los labios. Un movimiento que él
sigue—. ¿Prefieres Snickers o Twix como parte de nuestro trato?
La risa se acumula en su fuerte pecho y retumba, el sonido es fuerte y bullicioso.
Y me doy cuenta de que me gusta el sonido. Me gusta más de lo que debería.
—Eres demasiado preciosa, Gabriella.
—Voy a tomarlo como un cumplido.
—Por favor, hazlo. No tienes ni idea de lo entrañable que me parece todo lo que
haces. —Al instante se me calienta la cara, sus palabras me hacen sonreír, pero
antes de que pueda responder da un paso atrás. Hay una baja vibración procedente
de su muñeca, su reloj señala una alarma mientras mi diversión muere. ¿Qué acaba
de pasar?—. ¿Dejamos este tema interesante y extraño para más tarde?
—Supongo. —Porque no tengo nada más.
—Bien. —Se inclina un poco, coloca el taladro en el suelo y luego se levanta,
llevando ambas manos a mi cara. La piel es un poco áspera, varonil, y se sienten
celestiales cuando sus pulgares frotan de un lado a otro mis mejillas—. ¿Ha salido
Pickles por la noche? —No puedo responder verbalmente, demasiado concentrada
en el contacto casi reverencial, pero asiento con la cabeza. Mi mente no puede estar
jugándome una mala pasada. Esto es real—. Entonces quiero que entres y cierres la
puerta por mí. Quiero oír cómo se activa el mecanismo antes de salir. ¿Puedes
hacerlo por mí?
—Sí.
—Gracias. —Ninguno de los dos se mueve después, nuestras miradas están
conectadas—. Dios, eres hermosa. —Todo lo que podría haber dicho después se me
queda en la boca porque su siguiente acción me deja sin aliento mientras esos labios
que he estado mirando, memorizando la forma en que pronuncian cada palabra, se
presionan contra mi frente. Su carnosidad permanece allí, pero es su profunda
inhalación la que me produce un escalofrío. Theodore Astor está tomando mi
aroma en sus pulmones, su boca me está besando, y justo antes de que tenga que
agarrarme a su camisa para apoyarme, el hombre engreído se retira y me sonríe—.
Buenas noches, Gabriella.
—Buenas noches.
—Por favor, entra, cariño. Necesito asegurarme de que estás a salvo.
—De acuerdo. —Y fiel a su palabra, no abandona el porche de mi casa hasta que
estoy encerrada y todo funciona, dejando atrás un lío totalmente diferente. Estoy un
poco temblorosa mientras apago las luces y subo las escaleras hacia mi habitación.
No reconozco al Mr. Pickles, que elige dormir en mi estudio.
No me molesto en ponerme un pijama después de desnudarme sólo con las
bragas.
No me molesto en tomar ninguno de mis medicamentos para dormir.
Lo único que sé es que la sensación de sus labios me siguió todo el tiempo hasta
que el sueño me reclamó.
as yemas de los dedos del brazo se deslizan por mis muslos y caderas,
deteniéndose lo suficiente para clavar sus uñas más profundamente,
ganándose un siseo de mi parte. Estoy sensible -estoy desesperada-
mientras el hombre que está detrás de mí continúa con su tortura.
Su pecho desnudo está contra mi espalda desnuda. Mi pecho está expuesto al
aire libre dentro de una habitación que hoy promete placer, no dolor ni miedo.
Las paredes siguen goteando en rojo.
El mobiliario sigue siendo negro y gótico.
El aire es dulce, pero la muerte está en su puerta.
Y sin embargo, estoy en casa. Estoy en paz mientras echo la cabeza hacia atrás y
gimo mi aprobación, mis caderas girando contra un fuerte torso sin que nada cubra
su hombría o mis resbaladizos agujeritos.
Estoy lista para él. Lo necesito de una forma que roza lo psicótico, pero me hago
esperar mientras los labios suben por mi cuello y se detienen en mis venas, que
palpitan al ritmo de mi clítoris.
—Siempre, mi chica hermosa. —Otra pasada, otro beso con la boca abierta, pero
esta vez su mano derecha recorre el centro de mi pecho, dejando un rastro ardiente
tras de sí que me hace temblar. Siento la piel enrojecida y tengo el labio inferior
atrapado entre los dientes, y justo cuando decido girar la cabeza, para ver a mi
amante, sus dientes me pican—. No lo hagas, Gabriella. Vuelve a hacer eso y me
detengo.
—Lo necesito.
—Pronto, pero todavía no. —La habitación está fría y mis pezones se tensan aún
más, los pequeños picos ansían la atención que no reciben. Esta es la tercera pasada
de sus dedos justo sobre mis caderas, casi como una pluma...
—Oh, Dios —grito, y todo mi cuerpo se retuerce cuando su gran mano me toca el
corazón y sus gruesos dedos separan mis labios. Se deslizan desde mi entrada hasta
mi sensible nódulo, creando la más deliciosa fricción—. Por favor.
—¿Por favor qué? —Es un profundo estruendo en su pecho, la vibración viaja a
través de mí—. Dime.
—Te necesito. —Mi confesión es recibida con un zumbido antes de que la yema
de un dedo se deslice dentro, mi entrada se aprieta, tratando de meterlo más
adentro, pero me lo niega una y otra vez, y la frustración se apodera de mí—. O tal
vez no. Tal vez todo lo que necesito es... ¡oh, mierda!
Otro dedo entra en mí, y su ritmo no es suave como hace un segundo. Ahora, él
golpea entrando y saliendo a un ritmo de castigo, la palma de su mano golpeando
mi clítoris con cada golpe.
Mis muslos tiemblan, las paredes palpitan cuando él golpea un punto interior del
que he oído hablar pero nunca experimento.
Algo ininteligible sale de mí, un gemido o un gruñido, no lo sé, porque todas las
células de mi cuerpo se tensan. Se aprieta más, casi con violencia, y luego nada, ni
una maldita cosa, mientras él los saca justo cuando mi orgasmo se estaba
acercando.
—¿Decías? —gruñe el hombre mientras coloca esos dedos húmedos, mi olor,
alrededor de mi garganta. Intento girar la cabeza, para verlo, pero me aprietan un
poco y lo noto por todas partes. La piel me hormiguea, la piel de gallina baila a lo
largo de mi carne resbaladiza por el sudor mientras se me niega una vez más.
—Yo… te pertenezco.
»»Por favor. —Estoy suplicando. Necesitando la liberación más que mi próximo
aliento.
—Dilo, Gabriella. Di que me perteneces. —Su polla se desliza entre mis húmedos
muslos, rozando la longitud de mis resbaladizos labios mientras otro torrente de
humedad me abandona. Dios, se siente bien. Demasiado bien, y mis ojos se ponen
en blanco cuando la cabeza roma acaricia mi entrada—. Dime que eres mía.
—Soy tuya.
—Siempre, hermosa. —Entonces me penetra de golpe, y me deja en el precipicio
del placer y el dolor. En esta delgada cornisa donde todo a mi alrededor se detiene
y mis gritos resuenan en el vasto espacio.
Estoy flotando. Mi cuerpo se siente sensible y húmedo, y hay una sensación de
ardor en mi pecho que contrasta con la dicha entre mis muslos. Los dos se funden y
abruman mis sentidos mientras este hombre al que aún no he visto cara a cara me
toma como una bestia salvaje.
Cada golpe es un castigo, su polla entra y sale mientras yo apenas puedo
mantenerme en pie. No hay ningún tipo de anticipación. No hay forma de describir
la repentina oleada de euforia que experimento cuando su pecho sudoroso vibra
con sus gemidos, el sonido de su placer me rompe en mil pedazos.
Me folla con más fuerza. No tiene piedad y me corro, empujando mis caderas
hacia atrás y respondiendo a sus embestidas.
—Buena chica. Déjame sentirte.
—Me tienes. —La respuesta me abandona antes de que pueda entender lo que
estoy prometiendo. A quién. Porque todo lo que sé en esa singular instancia es que
no quiero que esto termine. Que lo pierda.
—Todavía no.
Mis cejas se fruncen mientras mis paredes se contraen alrededor de él,
atrayéndolo más profundamente.
—¿Todavía no?
—No hasta que veas lo que yo veo. —Me agarra por el cuello y su boca me
aprieta la oreja, su exhalación es áspera. Su polla me estira un poco más y me
levanto sobre la punta de los pies—. Te tendré, Gabriella. Pero primero, necesito
que te concentres... mira hacia abajo, preciosa. Siente cómo me corro, cómo te cubro
con mi semilla, mientras la realidad golpea.
Sigo sus instrucciones y grito.
Rojo. Todo lo que veo es rojo. Todo viene de mí.
De un corte profundo en mi pecho que baña la habitación con la esencia de mi
vida.
Me estoy desangrando. Mi piel está desollada, y una frialdad ardiente me
invade: de repente me estoy congelando y apenas puedo respirar. Cada respiración
ahogada me duele y, sin embargo, soy consciente de que su semen gotea por mis
labios y mis muslos.
Consciente de su ternura, me da un beso justo debajo de la oreja.
Es lo único a lo que puedo aferrarme mientras mis rodillas se debilitan.
Mientras mi visión empieza a desvanecerse y justo antes de que la oscuridad me
reclame, le oigo por última vez.
—Ellos nos hicieron esto.
Abro los ojos de golpe y un grito sale de mi garganta. Estoy temblando,
agarrando mi pecho con mi mano izquierda mientras la derecha está atrapada entre
mis muslos que aprietan.
Todavía lo siento. Era tan real.
Pequeñas réplicas recorren mi cuerpo sin mi permiso mientras mi mente no
puede escapar a la imagen de mi desangramiento. El corte, la sensación de ardor
acompañada de un dolor constante- mientras su polla se flexiona contra mis
paredes.
Esto es demasiado. No es normal.
¿Sufro de pesadillas?
Porque, ¿qué clase de persona tiene un sueño húmedo en el que la matan?
Porque si eso ocurriera en la vida real, estaría muerta. Me estoy asustando.
—Necesito ayuda. —Lentamente, saco mi mano de mis bragas, ignorando lo
resbaladizo de la punta de mis dedos. La compresión duele, pero no puedo seguir
ignorando que tal vez los sueños y el estrés me están afectando más de lo que
pensaba—. Tiene que haber una razón científica para que esto este sucediendo.
Alguien que pueda ayudarme.
Nos hicieron esto.
Nos hicieron esto.
Nos hicieron esto.
Lo oigo en mi cabeza. Se repite y la piel se me calienta, el corazón me da un
vuelco mientras las gotas de sudor me caen por la sien. Se mezclan con mis
lágrimas, ese sollozo incontrolable que se me escapa del pecho, y me enrosco en mí
misma.
Tardo en calmarme, en respirar con normalidad, y cuando lo hago, no dudo en
coger el teléfono y llamar a la consulta de mi terapeuta.
Hoy tienen una vacante para las dos. La tomo.
Alguien tiene que ceder.

l doctor la verá ahora, Srta. Moore —dice la enfermera de unos treinta


años que se encuentra en la puerta que da acceso a su despacho y que se dirige a la
sala de espera, prácticamente vacía, esa misma tarde. Estamos solos un hombre y
yo. Mayor. Nervioso. Y con el que he evitado hacer contacto visual cada vez que
mira hacia mí.
He estado aquí unas cuantas veces en los últimos doce meses para tratar mi
insomnio por sugerencia de mi médico de cabecera. Ha habido pequeñas ventanas
de tiempo en las que me he negado a ir a dormir para evitar entrar en ese sueño y
me he sentido mal. Eso es, hasta que mi médico me dijo lo perjudicial que es para el
cuerpo, prometió que la medicación contra la ansiedad prescrita para ayudarme a
dormir/relajarme limitaría mi recuerdo de cada episodio.
Cómo había una posibilidad, mínima pero existente, de que un estado de sueño
suficientemente profundo y relajado me dejara sin sueños.
Mentiras. Toda ella. Sueño. Vivamente.
Y sin embargo, aquí estoy, asintiendo con la cabeza mientras camino hacia ella.
Está sonriendo, tan feliz y despreocupada, y en este momento la estoy odiando por
ello.
—Gracias.
—Por supuesto. Por aquí, señorita Moore. —No hablamos después, y una vez
cerca de la puerta abierta donde espera mi médico, se detiene y me hace un gesto
para que avance—. Siga adelante. Te veré a la salida.
—Claro. —Otra sonrisa falsa y la suya se amplía, asintiendo con la cabeza como
si le hubiera enviado bendiciones de salud y más dinero del que podría gastar en
diez vidas. La interacción dura menos de diez segundos a lo sumo y luego se va,
caminando a toda velocidad de vuelta hacia el frente mientras odio cada momento
de estar aquí—. Vamos, Gabriella. Contrólate.
No es la mejor charla de ánimo, pero me doy la vuelta y entro en el despacho del
Dr. Silva, mientras el propio hombre está detrás de su escritorio. Está recostado con
sus ojos marrones oscuros en la puerta, y la ligera capa de pelo plateado que
adorna sus sienes se ha extendido en el último año. Con cada visita, se ha vuelto un
poco más prominente hasta abarcar toda su cabeza.
—Me alegro de verla, señorita Moore. Por favor, tome asiento.
—¿Contento por estar aquí?
Mi psiquiatra se ríe de mi pregunta y asiente con la cabeza, escribiendo ya algo
en su omnipresente bloc de notas.
—¿Y cómo has estado desde tu última cita... —sus ojos se dirigen a la pantalla de
su ordenador portátil donde entrecierra los ojos—...hace cuatro meses? También
dice aquí que me debes un trabajo de laboratorio y un informe de progreso sobre
esos sueños y su frecuencia, si es que han ocurrido.
—He estado ocupada y acabo de firmar el contrato para mi próximo espectáculo.
—Felicidades. —El cuadro que tiene a su derecha es el mío, un encargo de su
lugar favorito en el mundo: un faro en Carolina del Norte—. Es una gran noticia, y
volveremos a ello; me encantaría asistir.
—Cuando tenga las fechas, te lo haré saber.
—Perfecto. —Luego, el silencio. Uno largo e incómodo, hasta que toso y él
levanta una ceja tupida—. Responde a la pregunta, Gabriella. ¿Sigues teniendo ese
sueño recurrente?
—Lo hago.
—¿Con qué frecuencia?
—Lo suficiente como para que esté aquí cuestionando mi cordura.
—¿Cómo es eso? Por favor, explíquese. —El Dr. Silva se sube un poco las gafas,
su cara es muy neutral. Ni siquiera un tic o una sonrisa, falsa o no—. ¿Ha estado
tomando sus medicamentos según lo prescrito?
—Lo he hecho. —Una mentira, y él asiente como si supiera que estoy
mintiendo—. Una pastilla cada noche una hora antes de acostarme, y sin embargo,
los sueños son cada vez peores. He pasado de deambular por una habitación
extraña y pasillos vacíos a ser rebanada y desangrada. Esto no es normal, doctor.
Realmente creo que estoy sufriendo pesadillas.
—Volvamos un poco atrás, Gabriella —dice, la mano deslizándose por la página
de su cuaderno, la tinta llenando línea tras línea—. Cuando empezaste atenderte
conmigo, estos sueños tenían una frecuencia de dos veces a la semana, a veces con
episodios de insomnio auto inducido entre ellos. ¿No?
—Sí.
—Hace seis meses, se habían convertido en una ocurrencia de tres a cuatro por
semana. ¿No?
—Sí.
—¿Y ahora?
—Casi todas las noches.
—¿Casi? —Su ceja se levanta, y sé lo que viene a continuación—. ¿Llevas días sin
dormir? La verdad, por favor.
—Las últimas tres semanas, he tenido problemas para conciliar el sueño.
—Explícate, por favor.
Pasando una mano cansada por mi cara, dejé escapar un duro suspiro.
—A veces, los medicamentos no funcionan. A veces la melatonina no me hace ni
siquiera bostezar. —Va a abrir la boca, pero levanto una mano—. Y luego están esas
noches en las que las pruebo juntas y me duermo sólo para despertarme con el
corazón saliéndose del pecho dos horas después de haberme estrellado.
—¿Por qué no has llamado a la oficina? Necesitamos saber estas cosas. —Sus
labios se fruncen y empieza a teclear algo en su portátil, sus labios se mueven pero
no puedo distinguir lo que está murmurando—. Voy a enviar una nueva receta
para un medicamento diferente a su farmacia en el archivo, y usted va a suspender
el otro. Este es sólo para dormir y debería mantenerte durante toda la noche.
También te irás de aquí con una para los análisis de sangre.
Refunfuño.
—Odio las agujas.
—Y yo odio el olor de la lavanda, pero mi mujer insiste en que la usemos en
todas las habitaciones de nuestra casa. —Ante eso, me río y él se ríe un poco, pero
su diversión muere tan rápido como llegó—. ¿Y tus niveles de estrés? ¿Cómo lo
llevas? ¿Haces ejercicio o caminas?
—¿Cuáles son los posibles efectos secundarios? —Cortarle el rollo es grosero,
pero prefiero que responda a mi pregunta. Esta es importante—. Porque la última
siempre me hizo enfermar al día siguiente.
—Eso es algo que varía de un medicamento a otro. No lo sabremos hasta que lo
pruebes, pero por favor llama a mi oficina de inmediato si experimentas algún
dolor de cabeza repentino o sangrado por la nariz y la boca.
—Jesús —murmuro en voz baja, pero él lo ha oído, su triste asentimiento me lo
dice—. ¿Y la posibilidad de que sean pesadillas? ¿No tienen algún tipo de prueba
que se pueda hacer para descartarlo?
—Prefiero que empieces con la nueva medicación y ver cómo va. Si no hay
cambios, pasaremos al siguiente paso.
—¿Siguiente paso?
—Otra medicación, y si no funciona, haremos una resonancia magnética para
descartar una causa física. Si ninguna de las dos nos lleva a ninguna parte, entonces
comenzaremos una serie de pruebas de polisomnografía8 para determinar si
efectivamente padece de pesadillas.
—¿Cuánto tiempo falta para llegar a esa etapa?
—Me gustaría volver a verte en un mes. Es decir, a menos que tengas un
problema con esta nueva prescripción.
—¿Treinta días? —Mi risa es sardónica, mi pecho se aprieta y me froto la zona.
Estoy segura de que puede sentir la ira que empieza a acumularse en su interior—.
¿Me está tomando el pelo?
—Lo siento si no es la respuesta que buscaba, pero hay un procedimiento para
cada tratamiento que debe seguirse. —El Dr. Silva se quita las gafas y las coloca
encima de su escritorio junto con su bolígrafo. Ambos están encima de ese estúpido
cuaderno con el que quiero golpearlo y luego quemarlo—. Por favor, confía en
nosotros, Gabriella. Confía en que haré lo mejor para ti y tu salud mental y física.
—Claro. —Porque, ¿qué otra cosa puedo decir? No me escucha.
Mi primario tampoco.

8Es un estudio del sueño. Este examen registra ciertas funciones corporales a medida que uno duerme o trata de dormir. Se utiliza para
diagnosticar trastornos del sueño.
Creen que está relacionado con el estrés. Que se manifiesta en sueños vívidos.
—Genial. —Se levanta y yo también, siguiéndole hasta la puerta que me
mantiene abierta—. Te veré en un mes, y creo que tendrás buenas noticias para mí.
Y por favor, recuerda: mantén los niveles de estrés bajos y toma siempre tus
medicamentos.
egro voy a necesitar mucho negro —me susurro a mí misma, de pie
en medio de la sección de pintura acrílica de una tienda de arte
especializada mientras debato sobre las marcas cuatro días después.
Después de mi paseo por la manzana con el Mr. Pickles hoy, me he sentido con
energía y a la vez inquieta. Además, no me queda más remedio que tomar café,
determinación, y la siesta de hora y media que me permito una vez al día. No
dormir por la noche. No hay medicamentos; ni los nuevos o los viejos.
Ni una maldita cosa. Esta es la etapa de euforia justo antes de estrellarme, pero
estoy dispuesta a correr el riesgo. Después de llegar a casa ese día, busqué los
efectos secundarios de mi nuevo suplemento ‘nocturno’ y es prácticamente lo
mismo que el anterior, pero con la posibilidad añadida de sangrado oral y dolores
de cabeza infernales. Es en casos raros, lo entiendo, pero simplemente no estoy de
humor para añadir a mi ya pesado plato de mierda.
Así que, en lugar de eso, me evado mientras me ciño al objetivo principal de mis
piezas. Porque hay una llamada incontrolable que se inclina hacia un escenario
oscuro y depravado en el que pocos se han aventurado de verdad: la selva. Ya sea el
Amazonas o Sri Lanka o cualquier otra gran selva tropical, hay leyendas de tribus y
animales que viven en estos terrenos sagrados donde el dinero no significa nada y
se caza para sobrevivir. Es un equilibrio delicado, perfeccionado desde el principio
de la existencia, y estoy cediendo a esta tentación.
Más aún después de recordar mi conversación con Tero sobre las serpientes.
Porque son majestuosos. Animales que sólo sobreviven por instinto y no tienen
necesidad de codicia. Matan para mantenerse, no por gula o poder.
Eso es algo que ejercen de forma natural sin más que existir.
—Cazador contra presa. Vida y muerte. —En mi mente, veo árboles y vides en
diferentes tonos de verde y contraste con un único depredador destacado en cada
pieza. Tanto el humano como el animal—. Ahora, ¿qué tono encaja mejor para la
base?
Hay dos que me encantan y que uso, pero uno nuevo en el mercado tiene un
toque metálico que atrae mis ojos. Sería perfecto para el cielo nocturno, y destacará,
se volverá reflectante con la iluminación que se utilice.
—Muchos clientes están eligiendo ese tono esta semana —dice una voz
masculina justo detrás de mí y yo grito, dejando caer las botellas que tengo en la
mano. No se rompen, sino que ruedan por debajo de la góndola, probablemente
para no volver a ser encontradas a menos que alguien se arrodille, y con el hombre
que lleva el uniforme de la tienda de pie cerca, esa persona no seré yo—. Mis
disculpas.
—Me has quitado tres años de vida. —Ante mi gruñido, levanta las manos pero
no hace ningún movimiento para retroceder. Está demasiado cerca, y no me gusta.
Tampoco dice nada después, y me confunde que se quede ahí parado. Como en el
café de hace unos días. Lo incómodo que me hizo sentir entonces también—.
¿Puedo ayudarte?
—Puedes...
Dando un paso atrás, tropiezo con la estantería y luego agito la mano en una
acción de prisa.
—¿Cómo?
—Eres muy bonita. —No es lo que esperaba, y además aumenta mi malestar. No
estoy vestida para impresionar en este momento con una sudadera vieja manchada
de pintura y unos pantalones cortos de mezclilla con un moño desordenado para
rematar. Tampoco me apetece entablar una conversación cortés, pero esa opción se
me escapa cuando él se apoya en otra estantería.
El hombre tiene fácilmente unos veinticinco años y es más alto que yo, con pelo
castaño oscuro, ojos azules y una complexión delgada con una ligera bolsa en la
cintura. Ordinario. Nada que me atraiga físicamente, y aunque puedo pasar por
alto eso y dejarle caer de forma amable, la forma lujuriosa en que me observa
aumenta mi ansiedad.
—Gracias —digo para ser cortés y muevo el carrito a mi lado para crear una
separación. Estamos solos en esta fila, no hay nadie cerca por lo que parece, lo cual
es extraño. Cuando entré, había muchos clientes paseando por los pasillos—. Y
estoy bien. No necesito ayuda ya que sé lo que vengo a comprar.
—¿Estás segura? Pasar mi turno contigo no sería para nada una tarea. —En la
etiqueta con su nombre se lee Tim, y debajo está impreso el título de jefe de turno—
. Sabes, te he visto aquí antes, siempre en la sección de pintura. Siempre sin saber
las miradas que recibes al igual que en la ciudad.
—De acuerdo. —Eso no es para nada espeluznante.
—¿Puedo alejar a los demás si quieres? —Tim mira los artículos de mi carrito con
interés—. ¿Un artista en apuros?
—No. —Mi respuesta de una sola palabra no se registra en absoluto. Ni mi ceño
fruncido ni la forma en que agarro la herramienta metálica para proteger al gatito
en caso de necesidad que llevo en mi llavero; las orejas son puntiagudas y lo
suficientemente afiladas como para penetrar en la carne.
—¿Qué tal si te hago un trato, cariño? Te dejaré usar... —Tim levanta una mano
hacia mi cara y yo me encojo —...mi descuento de empleado y tú cocinas…
—Tienes dos segundos para marcharte —retumba, una voz a mi izquierda, y
suelto un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. Sin girar la cabeza, sé que es
Theodore y nunca he estado más agradecida de ver a otro ser humano. Mi
inquietud se evapora, y cuando su mano toca el pliegue de mi codo, acercándome,
casi me derrito en él. No me cuestiono cómo me afecta cuando el espeluznante
empleado que tengo enfrente ha arruinado lo que se suponía que iba a ser un viaje
divertido.
—Sólo estoy haciendo mi trabajo, señor...
—Último aviso. —Esta vez sale de su pecho en un gruñido, sus músculos se
enroscan a mi lado. Su ira es palpable. Su fuerza es visible en las cuerdas de los
músculos que se flexionan—. Aléjate antes de que seas incapaz. —La amenaza está
ahí. Persiste con fuerza entre los tres, y Tim es lo suficientemente inteligente como
para hacer caso a la advertencia, agachando la cola y alejándose a toda prisa como
si alguien le hubiera pedido ayuda. Esta es la segunda vez; habría sido un
espectáculo divertido si no hubiera arruinado mis compras—. ¿Estás bien?
Al girar la cabeza y encontrarme con la mirada del Sr. Astor, encuentro su
expresión tan suave como el tono que utilizó conmigo. No quedan rastros de su ira.
—No sé qué haces aquí ni cómo me has encontrado, pero gracias. Eso fue muy
incómodo para mí.
¿Me estás siguiendo? Y lo que es más importante, ¿por qué no me importa si lo
hace? En todo caso, me siento un poco más segura pensando que tengo mi propio
caballero de brillante armadura.
—Me alegro de haber escuchado tu voz cuando lo hice. Me dirigía a la zona de
los vinilos especiales.
Se me escapa un bufido. Tampoco me lo creo.
—¿Tienes una máquina Cricut?
—No. —Me sonríe, esos ojos ámbar se arrugan un poco en la esquina, y eso sólo
sirve para hacerlo más guapo. Es entonces cuando me doy cuenta de su cambio de
ropa, y mi cuerpo da un pequeño escalofrío que él confunde con la inquietud por lo
que ha pasado. Jesús, este hombre es peligroso, y dejo que mis ojos lo recorran
sutilmente. Y si pensaba que Theodore Astor con un traje negro era guapo, este
simple par de vaqueros negros ligeramente desteñidos y una camiseta gris lisa
podrían matarme. Es de músculos abultados y masculinidad cruda, con un aroma
que invade mis poros y domina todos y cada uno de mis sentidos—...pero la mujer
de Tero sí, y mañana es su cumpleaños.
—Es muy amable por tu parte —murmuro, aún apreciando su perfecta forma
masculina. Sin embargo, en el momento en que su respuesta hace clic, me quedo
sonrojada por la vergüenza. Por haberlo asumido.
—Puedo serlo, dependiendo de la persona o del momento. —La última palabra
no ha pasado por sus labios cuando sus cejas se fruncen y los labios se afinan en
una línea. Incluso eso es sexy—. ¿Te ha tocado?
—¿Qué? —Estoy nerviosa, y esto parece agravarlo por alguna razón—. ¿Te ha
tocado Tim? —vuelve a preguntar, y esta vez lo hace en un siseo bajo.
—No. —Tomo aire y lo suelto lentamente. Sin embargo, mi cara se aprieta, y por
un segundo el recuerdo de su mano acercándose a mi cara pasa por mi mente—. Lo
detuviste antes de que pudiera hacerlo.
Theodore asiente, pero no dice nada más y dirige su atención a mi carro.
—¿Has encontrado todo lo que necesitabas? O todavía estás...
—Negro... —Cristo, lo solté como un idiota, a lo que él sólo levantó una ceja—.
Quiero decir, necesito pintura negra y estaba en medio de la elección de un tono,
cuando él interrumpió.
—¿Sombra?
—Sí, sombra. —Dándole la espalda, me vuelvo hacia la estantería en la que había
estado seleccionando mis opciones—. Cada uno tiene una ligera variación y serviría
para un propósito diferente dependiendo del tema de cada cuadro y de los colores
principales utilizados. Como éste. Tiene un ligero toque de púrpura.
—Ya veo. —Nada más, pero oigo un toque de diversión. También está su calor
corporal que penetra en mi ropa y abrasa mi carne, una caricia que me hace
enrojecer desde la punta del pelo hasta mis pequeños y duros pezones que se
presionan contra el algodón de mi sudadera.
—¿Ves este? —Su mano está ahora en mi espalda mientras mira por encima de
mi hombro. Dios, me afecta como nadie lo ha hecho nunca. He visto a este hombre
un puñado de veces en mi vida, y sin embargo, esta atracción parece crecer.
También me hace cuestionar lo relajada que estoy con él, lo que acaba de pasar con
Tim ya no es una preocupación. ¿Por qué?—. Este es el que había estado debatiendo
antes de ser interrumpida. Me gusta el toque metálico, pero necesito encontrar el
lugar adecuado para usarlo.
—¿Y lo has encontrado? — Theodore se acerca un poco más, pero con él
agradezco el movimiento: sonrío. Su mano en mi espalda recorre mi columna
vertebral y luego toca el borde de mi capucha, dándole un pequeño tirón—.¿Has
encontrado lo que has estado buscando todo este tiempo?
—Sí. —No me muevo, pero le permito que me quite los frascos de la mano y los
coloque dentro del carro semi-lleno. Ya tengo los lienzos en mi estudio, mis pinceles
proceden de una tienda online especializada, pero los paquetes de pintura acrílica y
pan de oro se me estaban agotando peligrosamente: esta tienda es un regalo del
cielo, excluyendo al odioso empleado de hoy—. Estoy lista para salir.
Exhala bruscamente, con su aliento abanicando la coronilla de mi cabeza.
—Bien.
—¿Bien? —Me deja en un tembloroso susurro justo antes de que su calor
desaparezca.
—Mírame —me ordena, Theodore, y mi cuerpo obedece antes de que tenga la
oportunidad de negárselo. En lugar de eso, me doy la vuelta y me enfrento
completamente al apuesto hombre y me encuentro con esos ojos que siempre
parecen atraerme y mantenerme cautiva—. ¿Por qué pareces tan agotada? ¿Estás
durmiendo bien, Gabriella?
—Sólo he tenido unas cuantas noches difíciles. No es gran cosa.
Theodore lleva su mano a mi cara y pasa la yema de sus pulgares bajo cada ojo.
—Necesitas unos días de descanso. Nada de trabajo y, por favor, intenta dormir
un poco.
—Lo creas o no, esto me relaja.
—También lo es descansar en el sofá mientras se comes chocolates y se ven
varios Documentales de Netflix.
Doy un paso atrás y miro de reojo, cruzando los brazos sobre el pecho mientras
me encuentro con su dura mirada.
—¿Alguien te lo ha, contado o has estado preguntando?
—No voy a confirmar ni negar esto, pero voy a rebatir la pregunta con una de
mía propia.
—Así no funciona nada de esto.
—Sin embargo, ocurrirá de todos modos. —Se toma mi silencio como una
victoria y ladea la cabeza hacia el final del pasillo donde se encuentra el centro de la
tienda de camino a las cajas registradoras. Llegamos a la cola para pagar cuando
vuelve a mirar, riéndose de mi molestia por haberme dejado esperando—. ¿Has
cenado ya?
—No, pero aquí hay uno de los míos...
—Continúa.
—¿Vas a comprar lo que has venido a buscar?
—Lo pediré por internet. Entonces, sus ojos ambarinos me escrutan—.¿Has
comido algo?
—De nuevo, no.
—¿Qué te apetece? Yo...
—Ya he hecho un pedido para recoger a las siete y me pasaré por el local después
de pagar esto.
—¿Dónde?
—¿Por qué? —pregunto, estudiando su perfil y memorizando cada detalle.
Cuanto más me acerco a él, mayor es la compulsión por dibujarlo. Recrear cada
línea -su mandíbula angulosa y sus labios carnosos- y añadirlo a mi línea para la
Astor Gallery. ¿Se enfadará?—. ¿Qué te importa?
Resopla, y el sonido parece tan fuera de lugar. Lo hace lindo para mí.
—No vas a pagar nada en tu cumpleaños.
—Amigo, ese día llegó y se fue como un huracán. Ya ha pasado algo más de una
semana.
—Bueno, lo estoy compensando. —La chica de la caja registradora le sonríe, sin
decir ni una sola vez nada a modo de saludo ni preguntar el habitual ¿te ha
parecido todo bien porque está demasiado ocupada haciendo lo mismo que yo.
Escuchando. Mirando. Teniendo un momento de desvanecimiento interior que,
aunque me hace querer mirarla con desprecio, entiendo—. Ahora, dime dónde y
haré que Tero lo recoja.
—Eso es abuso de poder. ¿No debería estar ya fuera?
—No lo está.
—Pero...
—Dime, Gabriella. —Me recorre un escalofrío en todo el cuerpo cuando dice mi
nombre. Hay un matiz de reverencia que no tiene sentido para mí y sus ojos me
miran con hambre. Todo está ahí durante una fracción de segundo, pero en mi
siguiente parpadeo, es como si lo hubiera imaginado todo. Su apuesto rostro está
en blanco y su expresión facial es expectante—. ¿Qué has pedido, y de dónde?
Parece que se me traba la lengua por alguna razón, pero le entrego mi teléfono
antes de que vuelva a preguntar, dejando abierta la pantalla de recogida de Uber
Eats con mi pedido pendiente.
—Este lugar hindú no está lejos en absoluto. Estará en tu puerta antes de que
llegues.
—¿Por qué?
Theodore entrega su tarjeta a ciegas al cajero mientras yo espero. Coge mis cosas
y me lleva hasta el auto sin responder a mi pregunta. No es hasta que todo está
dentro del maletero de mi auto y me pongo al volante que se me regala otra sonrisa
encantadora.
Es alarmante la facilidad con que esa acción me desarma.
—Todo lo que hago, señorita Moore, es porque quiero. Tan simple como eso. —
Golpea la parte superior de mi auto dos veces y se retira—. Conduce con cuidado, y
me gustaría verte en la galería mañana alrededor de las diez.
—¿Por qué?
—Es una sorpresa.
—¿Me gustará esa sorpresa? Esa es la pregunta importante.
Sacude la cabeza, con una sonrisa de satisfacción en los labios.
—Tendrás que aparecer y ver.
—Eso no es divertido.
—Es para mí, dulce Gabriella. —Y luego se aleja sin dejarme responder. No es
que pudiera, porque una vez más me quedo mirándolo. Demasiada ocupada con su
musculosa espalda, al igual que el resto de él, los músculos que se marcan bajo la
fina camisa gris son una distracción de la que no puedo escapar.
Esto también me deja con dos observaciones muy importantes... Lo fácilmente
que me distraigo en su presencia.
Con qué facilidad olvido todos mis problemas en el momento en que él está
cerca.
levo algo más de una semana observando a mi niña bonita desde las
sombras. He estado escuchando al mundo que nos rodea apreciar y tomar
nota-descubrir lo que he sabido todo el tiempo-que Gabriella Moore es
una joya caminando entre la mugre.
Las Galerías Astor lo saben.
Su mejor amiga siempre ha estado celosa de ella.
Los hombres que la rodean codician lo que me pertenece, y mi paciencia empieza
a agotarse. He estado aceptando sus burlas y permitiendo que participen los actores
principales. Me encanta la emoción de que los que la rodean se burlen de mí para
que me acerque un poco más y me exponga, aunque no lo haga. Todavía no.
En su lugar, juego al juego en el que ella inocentemente no es consciente de
participar y me anticipo a cada giro.
Ella se mueve. Yo me muevo.
Gabriella no es consciente del demonio cuyo golpe supera su gentil brújula
moral. Una lección que aprenderá pronto, ya que siempre devoro a mi presa entera.
Sin empatía. Sin alma.
Pero, de nuevo, ha sido así desde la primera vez que nuestros caminos se
cruzaron. Su respiración superficial es coqueta.
Su andar es sensual sin pretenderlo.
Mi chica hermosa es la definición de ‘sin esfuerzo’ y yo sólo soy pero que muy
fuerte para resistirme a semejante regalo. Incluso con los ojos llenos de lágrimas no
derramadas y la tez pálida de hace unos días -resultado del shock de su pesadilla y
del estrés provocado por quienes la rodean, la pequeña artista es exquisita y
demasiado confiada. Es inocente en su búsqueda de aceptación, y yo le enseñaré lo
inútil que es esa forma de pensar.
Mi chica está por encima de todas las demás, nunca es una igual.
Es una reina. Mi reina.
Esta noche suena una música suave desde la ventana de su habitación, poco
iluminada, y sonrío. ¿Estás cediendo al sueño, pequeña? Conozco sus hábitos -la
rutina- y éste siempre la lleva a desmayarse. Así es como se descomprime después
de un día estresante y, ahora mismo, está en su cama dibujando en un cuaderno
privado comparable a un diario mientras nuestro invitado en el suelo gime a mis
pies.
Está asustado. Un tembloroso y patético pretexto para un macho, y mi labio se
curva con disgusto.
¿Cómo pudo pensar que sería lo suficientemente bueno? ¿Cómo puede un
hombre que se orina al verme terminar de otra manera que no sea como está ahora?
Atado y amordazado. Asustado y temblando.
—Esta es la única oportunidad que tiene de explicarse, Sr. Roy. —Se le escapa un
ruido indiscernible, su garganta se balancea con dureza—. ¿Qué es eso, Tim? No te
oigo.
—Por favor. —Es la única palabra que puedo distinguir, y sirve para que la
sangre de mis venas palpite de ira. La ira que ha estado creciendo lentamente desde
que acosa a Gabriella se eleva y mis ojos se entrecierran, el labio se curva sobre mis
dientes mientras un gruñido retumba en mi pecho—. He aprendido mi...
La suela de goma de mi bota se clava en su boca y le rompe algunos dientes. Al
instante, su cabeza se echa hacia atrás y su cuerpo se arquea, casi cayendo, pero la
posición en la que está atado lo mantiene sobre sus patas. Los ojos de Tim se abren
de par en par, las lágrimas caen por sus sucias mejillas mientras se ahoga, y yo le
acaricio la cabeza como se haría con un niño intratable. Y espero pacientemente,
como un padre, a que su respiración se calme. Le doy un momento digno para
recomponerse antes de ponerme en cuclillas a la altura de sus ojos.
—Vamos a intentarlo de nuevo. ¿Entendido? —Cuando asiente, doy un pequeño
tirón y la tela que cubre su boca sangrante cae, dejando al descubierto los daños.
Los cuatro dientes de la parte delantera están rotos y en el labio inferior tiene un
corte grande y profundo que hace que la barbilla y el cuello estén bañados en rojo.
—Habla.
Sus labios tiemblan, el rostro se vuelve más pálido cuanto más me acerco.
—No sabía que tenía un novio.
—Continúa. —Una bonita voz proviene de la habitación de Gabriella, y capto un
pequeño vistazo de ella caminando frente a la ventana hacia su armario. Es por eso
por lo que elegí esta posición cerca de la línea de árboles en su patio trasero. Me da
el punto de vista suficiente para verla aquí y allá si cruza de un lado a otro. Y ahora
mismo se dirige hacia el mismo armario en el que dejé un segundo regalo para que
lo encontrara a su debido tiempo, pero por el momento, mantengo un solo dedo
sobre mis labios mientras me coloco a mi altura.
Esos desagradables gritos suyos se apagan mientras nuestras dos cabezas se
giran y observan las sombras bailar por la pared, y entonces obtenemos un glorioso
vistazo de su espalda acolchada hacia la cama. Es breve, pero ese singular segundo
es un acto de misericordia de mi parte hacia el Sr. Roy. Un regalo, porque su final
está cerca.
Las luces se apagan, pero la música se mantiene, el volumen sube un poco más.
Está escuchando una composición clásica, la melodía es ligeramente inquietante y
el piano se convierte en el centro de atención cuando alcanza su crescendo.
—Ella no aprobaría esto —Tim gime, tan bajo que casi me lo pierdo, pero no lo
hago.
—¿Es así? —No presta atención a mi silbido ni al modo en que aprieto los dientes
mientras asiente. No se fija en el par de guantes especiales que me he puesto con
puntas metálicas en los extremos de los dedos índice y corazón, tan afiladas como
para filetear carne—. Por favor, comparte lo bien que la conoces. Lo íntimo que eres
con ella día a día.
—Yo...
Mi mano sale disparada, agarra un puñado de pelo y le arranca un trozo. Le
fuerzo la cabeza hacia atrás, el ángulo es doloroso, y no hablo hasta que nuestros
ojos se encuentran.
—No mientas.
—No lo estoy. —Otro grito grave, el sonido de un animal herido que encuentra
su fin—. Última oportunidad. —Mis uñas se clavan, cortando su cuero cabelludo.
La sangre sale a la superficie, cubriendo su pelo y goteando por su cuello, y mis
fosas nasales se agitan al verlo. Tan fácil de dominar—. ¿Qué tan bien conoces a
Gabriella Moore?
—Soy un fanático desde hace tiempo. —Su voz no es más alta que un susurro, la
verdad finalmente pasó por su boca herida—. Sigo todas sus redes sociales.
—Prosigue. —Le suelto y Tim cae hacia delante, escupiendo en el suelo, y los
restos de sus dientes aterrizan en la hierba con bastante saliva ensangrentada. Tose
entre sollozos decepcionantes, intentando despejar sus vías respiratorias, y mi nariz
se arruga de asco cuando lo único que consigue es vomitar por la acción—. ¿Puedo
tomar un poco de agua?
Lamentable. Simplemente lamentable.
—Noventa segundos.
Eso detiene su pirateo, todo su cuerpo se congela.
—Fue un error honesto. Pensé que era soltera y...
—Acosarla se convirtió en una afición —termino por él; el demonio que lleva
dentro ocupa el lugar que le corresponde. Estoy aquí como juez y verdugo, ya que
no creo en el sistema de jurados. Sólo hay un conjunto de leyes en el mundo, y es
el mío. Sus pecados cardinales van en contra de cada mandamiento: su lujuria por
la carne de ella y su cuenta bancaria son libertades que se tomó mientras me faltaba
el respeto—. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que necesites más?
—Siempre viene sola e ignora a cualquiera que intente iniciar una conversación.
—Sus ojos evitan los míos, su cuerpo tiembla desde su posición en la hierba. Se
arrodilla—. Hoy ha sido la primera vez, lo juro. No volverá a ocurrir.
—Lo sé. —Antes de que pueda pestañear, le he dado otra patada, esta vez en la
cintura, obligándolo a inclinarse hacia atrás en una posición incómoda. Sus brazos
están atados detrás de él mientras sus piernas están en cuclillas forzadas, dejándolo
de espaldas con las rodillas dobladas. Entonces le doy un pisotón y la primera
costilla se rompe bajo la presión. Oigo claramente cómo se rompe, siento cómo el
hueso cede bajo mi zapato y froto la suela contra la zona herida—. Ahora, termina
tu historia. Ilumíname.
—Me iré. —Su voz se quiebra, un susurro roto mientras rastros de lágrimas
adornan su rostro.
—Lo harás. —Presionando un poco más, una segunda costilla se rompe y él es lo
suficientemente inteligente como para no gritar. Se le escapan pequeños gemidos y
yo sonrío, el pecho retumbando en una risa baja—. Pero tendrás la oportunidad de
despedirte. Esta es mi promesa.
—Prefiero desaparecer. Nunca me verás vivo de nuevo.
—Nadie lo hará. —Antes de su siguiente respiración dolorosa, me subo a su
pecho y extiendo los cinco dedos. El metal brilla en la oscuridad, la luz de la luna
resplandece en las puntas ensangrentadas.
—Discúlpate.
—No me mates.
—Discúlpate.
Tim traga con fuerza, los ojos pasan de mi mano a mi cara.
—Lo siento.
—Que nunca encuentres la paz. —No llega a pronunciar ni una sola sílaba, su
grito gorgotéate sólo dura un segundo mientras le corto el cuello. Es una línea recta
que derrama su esencia vital sobre mi cara y mi cuello, manchando mi ropa. El
tacto en mi cara es cálido y la fresca brisa nocturna convierte rápidamente la
sustancia en una llamada pegajosa que lamento.
Esos ojos vacíos me devuelven la mirada con puro horror que se extiende a
través de su expresión mientras lo hago, una visión inquietante de la comprensión
con la que me deleito antes de levantarme, deshacer sus ataduras y arrastrar su
frágil cadáver hacia la puerta trasera de ella.
La recibirá por la mañana. Le prometí una última despedida.
Se hace un silencio espeluznante cuando dos ojos brillantes se deslizan por el
patio trasero y pasan junto a mí cuando salgo por la parte de atrás de su jardín. Hay
una puerta secreta detrás de una gran cantidad de altos cedros que hace que la
parte trasera parezca más bien una granja de árboles y no una zona residencial. Y
sin embargo, están bien cuidados, cubriendo la salida de metal en el centro de la
valla de ladrillo con adornos de hierro que conduce a un callejón trasero y a una
calle lateral.
—Ni rastro. —A mi orden, la nueva invitada del patio trasero asiente con la
cabeza, su piel blanca brilla a la luz de la luna mientras yo estoy envuelto en la
oscuridad. Y aunque esta noche renuncie a mi beso de buenas noches, pronto la
tomaré y saborearé su dulzura.
Mi chica bonita merece la espera.
e echo de menos, hermosa.
Mis ojos se abren de golpe al oír esas palabras procedentes de una voz
que esta noche no me produce miedo, sino familiaridad. No estoy
temblando ni sudando, y la habitación que me rodea no es la de mis sueños en la
que la sangre toca cada rincón como si acariciara un cariño memoria.
En cambio, me quedo jadeando dentro de mi casa y en mi cama mientras
recuerdo la pesada sensación de ojos sobre mí, observándome, mientras me atrevía
a tocar el borde de una cama que me resultaba familiar, aunque sé que nunca la
había visto y mucho menos tocado antes. También estaba el calor de los secretos
compartidos entre esas paredes y la versión soñada de mí misma, porque esta
noche no era un visitante que miraba asustada, sino un participante dispuesta a
recordar a un viejo amigo.
¿Quizás me caí y me golpeé la cabeza hace meses, y esto es el sueño insano de
alguien atrapado en un coma? Pienso justo antes de que un gruñido familiar me
saque de mis pensamientos y miro a mi compañero de viaje. Mr. Pickles me mira
desde mi derecha, y es una expresión que me resulta demasiado familiar en su
pequeña y regordeta cara arrugada: hambre y necesidad de orinar.
—¿Quieres salir? —Su respuesta no viene de una señal verbal, sino de un boop a
mi brazo con su fría nariz—. Tomaré eso como un sí. Vamos, gordito.
Otro ruido de queja antes de que pueda lanzar las piernas sobre el borde de la
cama, él salta y se sienta frente a la puerta. Mr. Pickles me mira mientras me levanto
y me estiro, con pequeños gruñidos de fastidio que pasan por sus labios mientras
me quito los pantalones cortos de dormir y los tiro a un lado antes de coger un
cómodo par de sudaderas.
Dejo la sencilla ropa gris y me pongo la camiseta de tirantes con el sujetador
incorporado y me apresuro a ir al baño después de coger el móvil, lavándome los
dientes a toda prisa mientras el impaciente cachorro refunfuña al otro lado de la
puerta.
Me mira desde el umbral todo el tiempo hasta que bajamos las escaleras. Ahora,
se contonea a mi lado con un trote extra hasta que llegamos al último escalón y lo
pierdo mientras sale corriendo delante de mí.
La parte trasera de mi casa se encuentra en una parcela de tamaño decente, sin
vecinos a mi izquierda y con dos grandes patios abiertos en la parte lateral y trasera
de la propiedad. Está invadido de árboles plantados por mi tío, y no me he
animado a quitarlos porque también me protegen de los ocasionales vecinos o
transeúntes que pasean por la acera.
Sin embargo, cuanto más nos acercamos a la puerta, mi perro empieza a temblar.
También hay un poco de advertencia en su ladrido. El gruñido bajo sale, y él ignora
la correa que recogí del gancho en la pared para nuestro posible paseo por la
cuadra. No me mira a mí, sino que se queda mirando la puerta de madera como si
esperara que aparezca algo.
—Deja de hacer el tonto y siéntate. —Mr. Pickles mira hacia atrás pero no
escucha—. Siéntate, amigo —De nuevo ladra y esta vez enseña los dientes, una
acción muy poco habitual en él, lo que me pone de los nervios. No oigo nada ni veo
más allá de la pequeña persiana del cristal de la ventana, así que la subo, y todo
parece como todos los días: verde y más verde con un toque de marrón de la
cubierta de madera. Como no me escucha, me cuesta abrir la puerta, así que lo cojo,
retorciéndose y peleándose en mi poder, y nos acompañamos al lavadero, donde
guardo la jaula de viaje del perro—. Lo siento, pequeño. Deja que compruebe todo
y volveré para liberarte.
Como respuesta, sus labios se curvan sobre los dientes y sus ojos se desvían.
¿Qué demonios?
Cierro la puerta de su jaula, vuelvo a entrar en la cocina y me dirijo directamente
a la puerta trasera sin pausa. Pongo la mano en el pomo y la giro, tirando de ella
para abrirla, y entonces suelto un fuerte grito.
Algo cae hacia atrás con un fuerte golpe. Su cabello me roza la espinilla y cuando
miro hacia abajo, cada célula de mi cuerpo vibra y un grito se aloja en mi garganta,
aunque esta vez no sale ningún sonido. El miedo y la conmoción se apoderan de
mis sentidos y mi ansiedad se dispara cuando unos ojos anchos y muertos me
miran desde el suelo.
Sus ojos están vacíos. Su cara es un desastre hinchado y ensangrentado. Su única
identificación es una pequeña etiqueta de plástico con su nombre en la camisa del
uniforme.
Doy un paso atrás y luego otro.
Me tiemblan las piernas. Mi pecho sube y baja rápidamente, sin que entre
suficiente aire en sus conductos, mientras el reconocimiento me golpea.
Tim está muerto. El mismo vendedor que ayer mismo me abordó dentro de la
tienda de suministros de arte y del que Theodore me salvó.
¿Cómo? ¿Por qué demonios está aquí?
Su garganta está cortada y la piel que la rodea tiene lo que parecen pequeñas
marcas de dientes incrustadas en la carne estropeada. Varios mordiscos. No son
humanas. Está pálido y atado, con una expresión de horror en su rostro mientras el
dolor se registra antes de su último aliento.
—Llama a la policía —digo, ordenándome con una voz firme que carece del
verdadero pánico que se está formando en mi interior. Cada inhalación se hace más
difícil. Cada parpadeo no consigue despejar la repentina confusión de mi visión,
pero es el deslizamiento de algo grande y blanco que hace acto de presencia lo que
me rompe.
Mis pasos hacia atrás son torpes. Como un potro recién nacido sin control de sus
extremidades, tropiezo y un grito de impotencia sale de mi garganta cuando caigo
al suelo de culo. El repentino impacto me duele, el dolor que me sube por el coxis
me deja helada mientras asimilo su aspecto.
Los ojos del animal se fijan en los míos y su lengua bífida entra y sale,
percibiendo el aire que nos rodea. Su postura no es amenazante, pero se acerca
mientras se arrastra sobre el cadáver que yace a medias en mi casa y en el porche
trasero.
Nunca he visto una serpiente así, pero puedo decir automáticamente que es una
constrictora albina, aunque si es una pitón o una boa se me escapa. Además, por
mucho que mi corazón lata dentro de mi pecho, aprieto los labios con fuerza y
permanezco inmóvil. Sus movimientos son majestuosos, un depredador que sabe
que no tiene ninguna amenaza aquí, y he visto suficientes programas de animales
para saber que las serpientes sienten el movimiento y la presa a través de sus
lenguas.
Y lo último que quiero es que se golpee.
Quiero parecer más grande y sin miedo. Quiero levantarme y correr. Dios sabe
que quiero hacerlo, pero soy incapaz de siquiera estremecerme mientras estoy
atrapado en su mirada. El gran cuerpo se desprende del cadáver a unos pocos
centímetros de mí, enroscándose en sí mismo mientras la cabeza y unos pocos pies
de su cuerpo se mantienen erguidos. Con los ojos de un azul lechoso, la serpiente
levanta la cabeza y la inclina hacia un lado, y luego espera. Y espera.
No hay movimiento. No hay golpes.
Los únicos signos de su poder amenazador son el cadáver y la piel albina que
lleva salpicaduras de sangre a lo largo del cuerpo y que se seca en la boca. ¿Cómo
llegó Tim aquí? ¿Cómo acabó esta serpiente aquí, matándolo?
Mi mente racional no mira el corte que atraviesa el cuello del hombre, sino que se
centra en las marcas de mordiscos y la piel desgarrada que lo atraviesa. ¿Fue la
presión de una constrictora la que obligó a abrir la piel, que luego desgarró aún
más con sus dentelladas?
¿Una posibilidad? Sí. He visto suficientes documentales de animales salvajes
para saber que son poderosos y una vez que los dientes se hunden, desgarrar la
carne es la única manera de extraerlos.
Mientras mi mente conjura escenarios, la serpiente sigue observándome,
juzgando mis reacciones mientras mueve su lengua perezosamente hacia dentro y
hacia fuera. Nos quedamos así un rato, sin que se mueva ni un músculo. Unas
gotas de sudor salpican mi labio superior y mi frente, sin embargo, el animal no
muestra ningún signo de agresividad. Su cuerpo está inmóvil, observando.
Espero el momento adecuado, mentalizándome para correr hacia el lavadero,
cuando suena mi teléfono móvil. El sonido es fuerte y la reacción del animal es
rápida: se aleja de mí, se desliza por la zona del porche trasero y desaparece entre
los árboles. Esto me pilla desprevenida, un segundo me está mirando y al siguiente
ya no está, completamente perdida entre el verdor y las ramas de los árboles y las
hojas del suelo.
Soy incapaz de moverme. No tengo ni idea de cuánto tiempo permanezco con los
ojos puestos en la zona la constrictor desapareció.
De nuevo suena mi teléfono y lo ignoro hasta que un fuerte golpe en la puerta de
mi casa lo acompaña. Entonces, la alerta del timbre me indica que hay alguien en
mi puerta, y sólo entonces me pongo en pie, notando el calor de la mañana. Mis
movimientos están en piloto automático mientras mi reacción es fría, los ojos
recorren el cadáver antes de caminar en dirección al ruido.
No sé cómo actuar. Ni siquiera puedo comprender que esto es real.
Pero ¿es así? ¿Podría estar todavía dormida?
—Esta pesadilla ha dado un giro esta noche —murmuro en voz baja, mirando a
la puerta de mi casa cuando la veo. Alguien está presionando incesantemente el
timbre, golpeando con el puño, y estoy tentada de darle un puñetazo por hacer más
molesto un sueño aún más extraño. Sin pausa, abro la puerta y miro fijamente—. ¿Y
ahora qué?
Ante mi arrebato, Tero detiene todos sus movimientos, con los ojos muy abiertos.
—¿Estás bien?
—No. —Una burbuja de risa se me escapa; el sonido es estridente y un poco
maniático—. Hay un cadáver en la parte de atrás, una serpiente ha intentado
hechizarme y he aceptado completamente que la locura me ha invadido. Todo esto
es probablemente una alucinación, y tú ni siquiera estás aquí.
—¿Puedo entrar? —Me habla como si fuera un animal asustado. Imprevisible.
—Claro, adelante. —Agito la mano en un gesto para proceder, y luego frunzo el
ceño cuando pillo a Theodore de pie junto al todoterreno negro frente a mí puerta.
—¿Por qué estás aquí?
—No has aparecido y no has contestado a tus mensajes. El Sr. Astor ha estado
tratando de conseguir desde hace una hora; ya es mediodía. —Se adentra en mi
casa, casi siguiendo los gruñidos de mi perro, y yo voy detrás de él. Sus pasos no
hacen ni un solo ruido, algo que me parece extraño y reafirma mi creencia de que
todo es un sueño, pero la presencia que hay ahora detrás de mí refuta el
pensamiento.
Theodore no tiene que pronunciar una sola palabra, pero lo siento. Su tacto me
cala hasta los huesos, haciendo que mi corazón se acelere. Su olor hace que se me
haga la boca agua, la tentación es casi demasiado grande, y me detengo antes de
darme la vuelta y ponerme en evidencia.
Hay algo en su presencia que se apodera de mis sentidos, que me acerca, y
cuando su mano cálida y grande me agarra del brazo y me hace retroceder un paso,
la realidad me golpea con la fuerza de un tren de mercancías.
Todo esto es real.
Esto. No. Es. Un sueño.
Estoy despierta.
Hay un cadáver...
—Oh, Dios. —Un sollozo se desliza entre mis labios temblorosos mientras mis
piernas amenazan con ceder. Tiemblo, me castañetean los dientes mientras trato de
explicarle, decirle cualquier cosa a Theodore, que me estrecha contra su pecho, pero
no puedo.
Los sonidos que salen de mí están llenos de miedo y tristeza, y estoy luchando
contra mi lucha o huida que exige que haga algo.
Cualquier cosa. Para salvarme.
—Respira, Gabriella. —El profundo tono de su voz atraviesa mi niebla mental,
pero no rompe las ataduras invisibles que me aprietan el cuello al recordar el
tiempo que pasé esta mañana observando una serpiente mientras un cadáver yacía
a mis pies—. Vamos, preciosa. Necesito que respires y...
—Serpiente. —De alguna manera me las arreglo para pronunciar la única
palabra más allá de mis duras respiraciones y la fuerte maldición que proviene de
Tero. No es que Theodore nos mueva más allá o le pregunte a su asistente qué ha
pasado. En su lugar, coloca su gran palma en el centro de mi pecho mientras me
acerca.
—Respira. —Una palabra, y siento la forma en que su amplio pecho se expande
contra mi espalda, reteniendo el aire atrapado en sus pulmones hasta que lo sigo, y
sólo entonces lo suelta. Me mantiene así, empujándome a seguir la cadencia de sus
cálidas respiraciones, y lo hago sin dudar, como si me lo ordenara—. Buena chica.
Así de fácil... —sus labios están en la coronilla de mi cabeza y me estremezco
cuando deja un pequeño beso allí—...lo estás haciendo muy bien.
A lo lejos, oigo las sirenas. Se acercan cada vez más hasta que las puertas se
cierran de golpe y las pisadas pesadas les siguen. Hay gritos. Puedo distinguir el
chasquido de las armas y las instrucciones que se siguen, y sin embargo, no me
muevo de su abrazo y sigo acompasando mi respiración a la suya.
Estoy atrapada por el miedo, y él es mi salvavidas.
Necesito que me ancle porque estoy a punto de desmoronarme.
—¡Policía! —una voz masculina llama a mi casa, sus duros golpes contra la
puerta me hacen gemir.
—Entra. —Theodore no detiene sus cuidos que me calman. En cambio, siento
que gira la cabeza en dirección al oficial—. Mi asistente está en la parte de atrás y le
informará. Aquí no hay nadie armado.
—¿Está bien? ¿Necesita atención médica? —Theodore le responde con un
movimiento de cabeza, pero el hombre parece necesitar más y de mí. Siento que se
acerca. Siento que su mano se cierne sobre mi hombro, y mi pánico aumenta una
vez más—. Señorita, ¿se ha hecho daño? ¿Puede decirnos qué ha pasado esta
mañana?
—Muerto. —Otro sollozo. El pequeño alivio en mi pecho se vuelve a tensar y
toso, rascándome el cuello—. Está muerto. Está muerto y es una serpiente... —Algo
en mí se rompe en ese momento, la cuerda de la conciencia que me ataba se
convierte en nada, y cuando me encuentro con los ojos del hombre por primera vez,
todo se vuelve negro.
a música suena de fondo, la cacofonía de los instrumentos crea una
cadencia melódica a la que la mayoría de los presentes se contonean. Por
parejas, giran en forma circular mientras los espectadores hablan en voz
baja entre ellos, vestidos con sus mejores galas, para evaluar a sus homólogos.
Algunos con codicia.
Algunos con lujuria.
Algunos con una mirada calculadora mientras observo desde mi asiento en el
centro de todo.
La coreografía sigue el tono ligero de una pequeña banda de músicos que
entretiene a la multitud, manteniendo a los que están dentro del círculo girando y
contando pasos, cambiando de pareja entre maniobras de manos bien practicadas
antes de pasar a un vals más sofisticado.
Cada pareja se pone en fila y sus formas, la postura sofisticada en la postura, se
vuelven aplomadas y llenas de delicadeza. Cada paso es refinado, sus pivotes son
majestuosos mientras los espectadores dan un pequeño aplauso que no dura más
de tres latidos antes de que se haga el silencio y todos los ojos permanezcan en la
multitud de bailarines.
Hacen todo lo posible por ignorar mi presencia sobre una pequeña plataforma
elevada en la que dos intrincadas sillas negras ocupan la mayor parte de su espacio.
Uno de los tronos está vacío. En uno de ellos estoy sentada, vestida con un
extravagante vestido de un tono rojo intenso que recuerda al color de la sangre, con
una capa de encaje dorado. No tiene tirantes, y el corpiño se ciñe desde el pecho
hasta las rodillas, donde se ensancha un poco. La seda se siente suave contra mi
piel, mientras que el encaje es ligero y llamativo, provocativo, y nada parecido a los
vestidos que llevan las mujeres presentes.
Soy moderna para su modestia victoriana.
Mientras mis ojos recorren la sala, mantengo la cabeza alta y los hombros
ligeramente echados hacia atrás. Distingo muchas caras, todas desconocidas, y sin
embargo, no me siento fuera de lugar. En todo caso, esto me divierte, y me
encuentro haciendo un juego de llamar la atención de alguien lo suficientemente
atrevido como para mirar hacia mí.
—No eres muy amable, guapa —dice, una voz ronca desde detrás de mi silla, con
su dedo acariciando la piel desde mi hombro derecho hasta el izquierdo. Se me
pone la piel de gallina y un pequeño escalofrío ilícito recorre cada uno de mis
miembros—. ¿Quieres que pinte las paredes de rojo?
—Bueno, esta noche no eres divertido. —Hay un mohín en mis labios, lo que
hace que el hombre que aún no he visto se ría. Estoy siendo coqueta. Me siento tan
cómoda con él, más de lo que he estado con nadie en mi vida, y está tan fuera de mi
comportamiento normal—. ¿Pensé que complacerme era lo mejor de tu vida?
—Lo es. —Las afiladas uñas dejan un pequeño rastro de piel de gallina, que se
sumerge ligeramente bajo la fina tela de mi vestido sobre las crestas de mi columna
vertebral. —Pero debes volver ahora.
—¿Atrás dónde? No estás...
Los gritos rasgan el aire y cuatro cuerpos masculinos caen de rodillas, cada uno
ahuecando simultáneamente su cuello. La sangre brota de una fina línea, sus ropas
se empapan rápidamente del tono carmesí mientras los que les rodean se ríen.
Cuántas risas. Tanto regocijo morboso ante la vista, y lo que es peor, no estoy
afectada. No como debería ser.
—¿Estás lista? —pregunta, su aliento abanica mi mejilla—. ¿Preparada para
qué?
—A despertar, bonita.
Me despierto con un fuerte sobresalto. El ruido en el interior de la habitación es
fuerte y coincide con mi pecho que se eleva rápidamente; un palpito, palpito,
palpito, que me despierta por completo, enfocando las paredes blancas y la única
ventana con las cortinas parcialmente abiertas. La vista muestra que estoy en un
piso alto y ya no en un salón de baile donde la belleza de la alta sociedad, la
opulencia, llena cada rincón. En su lugar, hay máquinas a mi alrededor, la manta
que cubre mis piernas desnudas es un poco rasposa, y jadeo cuando mis ojos se
posan en la figura solitaria sentada en una silla de aspecto incómodo a mi
izquierda.
Theodore se inclina torpemente con la cabeza inclinada hacia un lado. Su
respiración es profunda y el pelo un absoluto desastre, pero de una manera que es
atractiva mientras está vestido con ropa casual como ayer cuando. El cuerpo de
Tim. La maldita serpiente. Oh, Dios.
—Mierda —susurro, frotándome la zona del pecho, mi voz es casi indiscernible,
y sin embargo, los ojos del señor Astor se abren de golpe. Se encuentran con los
míos; ámbar sobre verde, y en ellos encuentro preocupación y comprensión, dos
cosas que me hacen llorar. No es que las deje caer. Ya me he avergonzado lo
suficiente al desmayarme y quién sabe qué pasó después—. No es nada, de verdad.
Todo esto es una de esas cosas bizarras que pasan y se convierten en alguna
anécdota que comparto como anciana.
—¿No debería hacer la pregunta antes de mentir?
En lugar de desmentir su afirmación, vuelvo la cara y finjo que tomo el
habitación del hospital.
—¿Cómo he llegado aquí?
—Tuviste un ataque de pánico y te desmayaste —dice, con la voz baja, aunque
hay un regaño oculto allí por mirar hacia otro lado—. Los oficiales en la escena
llamaron a los paramédicos que te trajeron aquí. Eso fue hace cinco horas.
Me encojo mis mejillas se vuelven rosas.
—¿Cinco?
—Estás a salvo.
—¿Lo estoy? —La pregunta se me escapa antes de que pueda detenerla,
mostrando a un hombre que apenas conozco (un extraño) lo vulnerable que me
siento.
—Nadie te tocará nunca. Por favor, confía en mí. —No se me escapa el énfasis en
la palabra nunca.
—Nadie está completamente a salvo, Señor Astor, y el mañana nunca está
garantizado.
—Mírame.
El sol ha empezado a ponerse, el cielo azul se ha convertido en un precioso tono
naranja con toques rosas y morados. Me recuerda el tema de mi exposición, cómo el
peligro siempre acecha y sale a jugar en la oscuridad.
La oscuridad. ¡Por qué no pensé en las cámaras con sensor de movimiento!
—¿Dónde está mi teléfono? —Sigo sin encontrar su mirada. En su lugar, catalogo
los cambios de tonalidad—. ¿Cuánto tiempo tendré que estar aquí, o puedo...
—Mírame. —Esta vez es una orden y le sigo, mi cara se acerca a la suya sin
pensarlo. Y maldita sea, una vez más me golpea la ternura y la preocupación. Con
comprensión, sin que él pronuncie una sola palabra de aliento. Durante unos
minutos nos quedamos así, inclinándonos lentamente el uno hacia el otro, y suelto
un pequeño grito cuando su gran mano me acaricia la mejilla—. No has hecho nada
malo. Estás a salvo.
—Pero...
—Me encargaré de ello. Lo prometo.
Esas palabras me tranquilizan sin razón alguna, pero tal vez sea que alguien se
preocupe por mí lo que ayuda a mi mente a cesar su lúgubre carrete de película.
Crecí sin que nadie me defendiera, y mucho menos me diera consuelo, porque en
un hogar de grupo donde otros nueve niños están en tu misma situación, los más
jóvenes siempre son mostrados a potenciales adoptantes mientras que el resto es
dejado a su suerte.
Durante años, lo único que hice fue arreglármelas. Trabajé en pequeños empleos
y me alimenté a mí misma, e incluso con el dinero y la casa que dejó mi tío, he sido
frugal y de bajo mantenimiento porque el futuro puede ser volátil e impredecible.
La propia Elise nunca se ha involucrado en mi vida fuera de mi trabajo o de los
entornos sociales a los que me invitan. Y yo lo he aceptado. Le he permitido ir en
mi lugar muchas veces porque era la alternativa más fácil.
Porque su lloriqueo es algo con lo que prefiero no lidiar.
Pero nunca más. Sus acciones últimamente muestran un lado que no me gusta ni
necesito a mi alrededor.
Diablos, no creo que se siente aquí conmigo mientras duermo después de un
ataque de pánico.
Respirando hondo, lo suelto lentamente y asiento con la cabeza. Elijo creerle.
Elijo respirar profundamente y ordenar mis pensamientos y pensar racionalmente,
y no como la chica agotada en la que me he convertido últimamente.
—Gracias, Señor Astor...
—Theodore para ti. Siempre Theodore. —Sus pulgares acarician mis mejillas dos
veces antes de sentarse de nuevo en su asiento, la acción abrupta mientras crea un
poco de espacio entre nosotros. Mis labios se separan, con la pregunta en la punta
de la lengua—. Después. Pregúntame después.
Asiento con la cabeza, aunque no tiene sentido.
—Señorita Moore —dice, una voz masculina antes de golpear dos veces la puerta
de mi habitación, y mi mirada se dirige a él. Entra sin avisar, sin explicar por qué
está aquí, y cuando nota que mis dedos están a punto de pulsar el botón rojo de la
enfermera, el desconocido saca una placa—. Estoy aquí para hablar de lo que ha
pasado...
Le corté levantando una mano.
—Primero, me gustaría saber su nombre, el de su comisaría y bajo qué apariencia
está aquí. Si está aquí para pedirme cuentas, es más que bienvenido a quedarse,
pero si soy sospechoso de alguna fechoría, entonces puede esperar hasta que esté
dado de alta y en mejor forma para soportar su línea de interrogatorio.
No sé de dónde viene mi repentino ataque de confianza ni lo cuestiono. Y
mientras me guío por las series policíacas que veo con un poco de sentido común
después de haber tenido un ataque de pánico hace años, el médico me exigió
entonces que evitara las situaciones estresantes, espero su respuesta. Dudo que se
tome bien mis exigencias, su cara pellizcada me lo dice, pero no me echaré atrás.
Algo tiene que ceder después de la mierda infernal que acabo de vivir.
—Eso no depende de ti. —El tono no es de cálida consideración mientras su
postura es un poco amenazante—. Usted es la última persona que vio al Señor Roy
con vida y...
—Eso es mentira y ambos lo sabemos. —Theodore coloca una mano en la cama
justo al lado de la mía, sin tocarme pero inclinándose hacia delante. Su expresión es
dura, los ojos entrecerrados en el detective que aún no se ha presentado—. Ahora,
responda a sus preguntas y exponga sus asuntos. Será ella quien decida cómo
proceder, y si quiere probar esa teoría, adelante. La doctora puede hacer que le
acompañen a la salida, citando coacciones innecesarias a su paciente y tendrás
acatar el código.
—¿Quién eres tú para interferir con un...?
—Theodore Astor.
El hombre traga con fuerza, su cara pierde un poco de color mientras da un paso
atrás.
—No he venido aquí para crearle un problema. Sólo hago mi trabajo, nada más.
—Entonces responde a sus preguntas.
Mis dedos tamborilean contra su mano para llamar su atención.
—Gracias.
El enfado de hace unos segundos se desvanece en el momento en que nuestras
miradas se cruzan. Su rostro se suaviza, y una pequeña sonrisa curva sus labios.
—Nunca me des las gracias por cuidar de ti.
—Puedo, y lo haré.
—¿Es así?
—Sí. —En ese momento, todo desaparece y todos los ruidos se detienen. Estoy
atrapada en su mirada, en el pequeño revoloteo de mariposas en mi estómago y en
el cosquilleo de las puntas de mis dedos en el lugar donde toqué su mano. ¿Por qué
me afecta tanto? Nunca he sido una mojigata, pero ningún hombre me ha hecho
desear las cosas que hace Theodore.
Nunca he querido que un hombre reclame mi virginidad. Que me toque.
Entonces se aclara la garganta y siento que se me calientan las mejillas al ver
cómo se amplía la sonrisa de Theodore. Es consciente del efecto que produce en mí.
—Señorita Moore, soy el detective Ricardo Consuelos y me han asignado este
caso. El señor Tim Roy fue encontrado en su propiedad esta mañana por usted, ¿es
correcto?
—Eso es correcto.
—De acuerdo. —Se acerca dos pasos y se detiene, sacando un pequeño cuaderno.
La acción me recuerda a mi terapeuta, y frunzo un poco el ceño, algo que Theodore
capta pero antes de que pueda preguntar, estoy negando con la cabeza—. Señorita
Moore, quiero que sepa que aunque no sospecho de juego sucio, necesito investigar
y eliminar cualquier posible duda. ¿Entiende y está de acuerdo con esto?
—Sí.
—¿Tengo su permiso para interrogarle ahora?
—Sí, pero tengo algo que debería simplificar esto. —Ambos hombres me miran,
uno con sorpresa y el otro con conocimiento en esos cálidos ojos de miel.
—¿Cómo es eso? Mejor aún, empecemos con por qué no llamaste al 911
inmediatamente después de encontrar el cuerpo. —Eso viene del detective. Su
curiosidad se mezcla con el reproche mientras miro a Theodore.
—¿Sabes dónde está mi teléfono? ¿O puedes prestarme el tuyo?
—Puedes usar el mío. —Saca de su bolsillo, un pequeño aparato que me
recuerda al segundo móvil de Tero, que según él era para la familia, y me lo
entrega. No es nada del otro mundo. Es básico—. El código es 1982.
Asintiendo, introduzco el código y abro la aplicación de Internet una vez que la
interfaz aparece en la pantalla. La búsqueda es rápida y aún más rápido es iniciar la
sesión y buscar el vídeo en cuestión. Mientras lo hago, ninguno de los dos hombres
habla, sino que me observan, y sólo cuando giro el teléfono hacia el detective
Consuelos, entiende mi prisa.
La tarjeta de tiempo comenzó a grabar alrededor de las dos de la madrugada y
continúa en intervalos a medida que las cámaras con sensor de movimiento captan
el movimiento. Sólo hay una pausa entre los vídeos que dura diez minutos, pero lo
dejaré para que lo investiguen.
No quiero verlo morir.
No quiero ver esa imagen nunca más.
—¿Tenías cámaras funcionando?
—Eso deberían haberlo recogido los agentes que estaban en la escena, detective.
—Theodore me quita el teléfono y se lo entrega al hombre desprevenido—. Esto
debería aclararle todo; siga adelante y revise las grabaciones. Estoy seguro de que la
señorita Moore estará más que dispuesta a darle su información de acceso cuando
haya terminado.
—Por supuesto. Gracias. —Consuelos lo hace, y durante unos minutos observo
desde mi cama de hospital cómo repasa un vídeo tras otro desde distintos ángulos
de cámara, sin molestarse en silenciar el sonido o sus reacciones al grito lleno de
horror que se capta en cada uno. ¿Cómo no he oído esto? ¿Ser sordo durante horas
es un efecto secundario de mi medicación?
Para ser sincera, ni siquiera recuerdo haber tomado nada anoche.
Sin embargo, esto ha ocurrido, y sólo puedo imaginar lo que el detective está
viendo, diciéndome a mí misma que es una película y no la vida real, pero el
inquietante sonido llena cada centímetro cuadrado de esta habitación y me
estremezco. Se me contrae un poco la garganta y no puedo evitar llevar una mano a
la zona, que Theodore atrapa.
—Lleva el aparato fuera —sisea entre dientes apretados, haciendo que el
detective casi deje caer el teléfono—. ¿No ves lo que le está haciendo?
El detective Consuelos me mira entonces con cara de horror, y estoy seguro de
que la mía imita la suya.
—Mis disculpas, señorita. Ha sido una falta de profesionalidad y un descuido
por mi parte. No era mi intención causarle estrés. Tenemos pruebas más que
suficientes para exculparla de cualquier delito, no es que la estén investigando
directamente, y comenzaremos un tipo de búsqueda diferente. ¿Tenemos permiso
para traer a alguien de control de animales para atrapar a la serpiente? Se colocarán
trampas para su protección y para retirar y reubicar al animal, que probablemente
fue liberado por el dueño de una mascota exótica.
—Sí —logro balbucear, tomando el vaso de agua de Theodore y luego tomando
unos sorbos—. Por favor, hazlo.
—Tiene mi palabra de que lo atraparemos, Señorita Moore. Estará a salvo de
nuevo. —Con eso, se va y sólo quedamos yo y el apuesto hombre que me observa
atentamente. Y mientras tengo tantas preguntas que necesitan respuesta, el
cansancio me golpea con fuerza y cierro mis ojos. La necesidad de descansar es casi
abrumadora, y lo último que oigo es tan bajo que temo que todo sea fruto de mi
imaginación.
Te quedaras en mi casa esta noche.
e ve tan indefensa y pequeña en esa cama, pero más aún cuando el
detective que supervisa el caso de asesinato la interrogó un poco después
de despertarse. Quería salvaguardarla de esto, romperle la mandíbula
cuando insinuó que había hecho algo malo por no avisar enseguida, pero Gabriella
se manejó perfectamente. De forma tan bonita.
Ella conocía sus límites y sus derechos y lo hizo saber, especialmente al entregar
la contraseña de seguridad donde dos cámaras con sensor de movimiento captaron
el suceso. También miraré las grabaciones más tarde mientras ella descansa en mi
casa, porque es donde dormirá esta noche.
Bajo mi techo. A mi cuidado.
No la perderé de vista. No hoy. Ni mañana.
Soy un firme creyente en el destino, y éste me ha llevado hasta ella. Este es un
camino predestinado que todos debemos seguir, y mi admiración por su trabajo ha
llevado a un enamoramiento de la pequeña belleza que ha estado construyendo
durante años. Sus cuadros son una prolongación de esa boca inherente que la hace
aún más atractiva.
Me gusta su tendencia a ruborizarse.
Me gustan sus respuestas atrevidas.
Es naturalmente impresionante y sin pretensiones; lo que ves es lo que tienes.
Está en sus ojos expresivos y en su lenguaje corporal. No hay necesidad de adivinar
con ella, y eso es más que refrescante. Es jodidamente sexy.
—¿Estoy loca? —susurra, mientras duerme y yo me río, observando el lento
subir y bajar de su pecho. Cómo revolotean sus párpados y se le pone la piel de
gallina en los brazos. ¿Así que la pequeña Gabriella habla naturalmente mientras
duerme? Es adorable—. Se siente así. Todo está fuera de mi control.
—No lo estás —respondo, aunque la pregunta no era para mí; quién sabe lo que
está pasando en su estado onírico, pero si puede oírme, espero reconfortarla.
Agarro su mano, me la llevo lentamente a los labios y le doy un beso en cada
nudillo—. Te lo prometo.
—Pero estos sueños y la voz...
—Los sueños son sólo sueños, cariño. No te pasa nada. —Mis labios están contra
su piel, amando la suavidad de su mano. Lo delicada y pequeña que es en la mía—.
Eres perfecta tal y como eres. Siempre lo has sido.
Las suaves pisadas hacen un ruido estridente cuanto más se acercan a la
habitación, y me giro para mirar la puerta un segundo antes de que el adjunto de
guardia asome la cabeza. Es más joven y sus ojos vagabundos recorren su rostro un
poco más de lo debido, y él lo sabe.
El imbécil sonríe para sí mismo y entra, pero se detiene cuando se fija en mí. Los
ojos azules se abren de par en par y la tez morena se vuelve un poco pálida;
retrocede más rápido de lo que parpadea.
—Lo siento. No sabía que había alguien...
—¿Cuándo le darán el alta? —Interrumpo su disculpa sin sentido. No soy un
hombre de palabras inútiles ni de lugares comunes; sólo digo lo que quiero decir, y
nada menos. Todo lo demás es una pérdida de tiempo. Me mira fijamente pero no
habla durante unos minutos y mi paciencia se agota, demasiado para jugar a este
juego—. Contéstame. —El hombre traga con fuerza, asintiendo rápidamente.
—Tan pronto como se despierte.
—Sus signos vitales son estables y, aparte del agotamiento, la señorita Moore está
bien. —El Dr. Frausu, como reza su etiqueta, no se ha molestado en mirar las
máquinas que la monitorizan ni las notas que dejó la enfermera hace una hora. Mi
mandíbula hace un tic y la mano que no sostiene la suya se aprieta, las uñas se
clavan en mi palma—. Tendré el papeleo listo para cuando se despierte. ¿Te parece
bien?
—Hazlo tú. —Hay una ligera sacudida en su mano y su respiración ha cambiado.
Mis ojos se dirigen a ella y noto que su pecho sube y baja más rápido. Está alerta. Y
sin embargo, Gabriella se hace la dormida para escuchar. Mala chica.
—Por supuesto, señor. Sólo necesito comprobar...
—Fuera. —Las palabras salen en un gruñido bajo, y noto que se estremece por el
rabillo del ojo. También mira al suelo—. Envíe a la enfermera para que la revise, ya
que su incompetencia no es bienvenida en esta habitación. ¿Entendido?
—Soy su doc...
Mi cabeza gira en su dirección, con los ojos entrecerrados.
—No me gusta repetirme. ¿Entendido?
—Sí. —Asiente con la cabeza antes de que termine y se escapa antes de que
pueda reconocer su respuesta. Patético.
—Eso fue malo. —Una risa baja saluda mis oídos, e inclino la cabeza en su
dirección mientras miraba cómo se cerraba la puerta—. Y yo que pensaba que eras
inofensivo.
—También lo es hacerse la dormida para espiar la conversación, señorita Moore.
—¿Qué pecado es peor? —pregunta, mientras me vuelvo hacia ella, con mi
cuerpo inclinado más cerca.
—La que duda de mis capacidades para protegerte a toda costa. —Mis palabras
hacen que se sonroje, pero también noto que he erizado algunas plumas. Me mira
con desprecio mientras se muerde ese maldito labio inferior que anhelo lamer—.
¿Tienes algo en mente, Gabriella?
Se burla, levantando una ceja desafiante.
—¿Cómo puede ser grosero si la conversación es sobre mí?
No me extraña su evasión e imito la acción.
—Tranquilo.
—Estoy esperando.
—Lo sé. —Manteniendo mis ojos en los suyos, me acerco lo suficiente para
hacerla jadear. Para que se le ponga la piel de gallina mientras contengo una
sonrisa—. Es grosero porque está por debajo de ti. Es grosero porque nunca te
ocultaré nada, Gabriella. Pregúntame y siempre te responderé.
—La confianza no la doy libremente. Esto tampoco tiene sentido. —Un rizo rojo
se ha soltado de su desordenado peinado y se lo empujo detrás de la oreja con un
solo dedo. Se estremece. Tiembla un poco—. No nos conocemos, y esto no tiene
sentido.
Asiento con la cabeza ante su baja respuesta.
—No lo hacemos, y lo hace.
—¿Cómo es eso?
—Porque a veces la vida pone en tu camino un regalo que serías un idiota si lo
ignoraras. Porque hay algo entre nosotros, más que esta atracción repentina, que no
voy a ignorar.
—¿Y yo soy ese regalo?
—Eres más que eso.

sta es mi casa —digo, tras entrar en mi ático del barrio de Belltown unas
horas después. Ha sido dada de alta a mi cuidado, por la petición de la enfermera
de ser vigilada y un poco de negociación por mi parte. Todavía no me conoce lo
suficiente, y he sido más que complaciente al enviar un mensaje al detective que
trabaja en el caso a través de su teléfono y del mío explicando dónde está Gabriella
y el porqué.
Elise también lo sabe, pero no por nuestra culpa. Nos encontró saliendo del
hospital, casi estaban dentro de mi auto, cuando surgieron sus falsos instintos de
mejor amiga y trató de llevarse a Gabriella con ella. No es que a la rubia idiota le
importara o quisiera ayudar, algo que la bella a mi lado sabe, sino más bien para
evitar esto.
La señorita Moore en mi casa. Cerca de mí.
—Vamos, Gabby —dice, Elise con la sonrisa más falsa en su cara, su mano
extendida hacia la mujer rígida a mi lado—. Déjame llevarte a casa e instalarte para
que Theodore pueda volver a su ajetreado día. Estoy segura de que no tiene tiempo
para cuidarte.
—¿Cómo sabía que estábamos aquí, señorita Scott?
Sus ojos parpadean hacia los míos, pestañeando antes de intentar parecer
preocupada. Mentiras. Una maldita mentira.
—¿No te dijo Gabriella que me llamó? Dijo que necesitaba que la llevaran a casa
y bajé enseguida.
—¿Es así?
—Pregúntale tú mismo, Theodore. ¿Verdad, Gabby? — Ambas miradas se
vuelven hacia la tranquila mujer que está a mi lado, que enseguida pone los ojos en
blanco hacia Elise mientras extiende la mano en silencio para coger las llaves de mi
auto. Estamos a pocos pasos de ella, casi al alcance si se inclina lo suficiente, y se las
entrego sin pensarlo dos veces—. ¡Gabriella! Hemos hablado de esto y tenemos un
acuerdo.
Hay un significado oculto detrás de esas palabras, un tinte de amenaza, pero la
respuesta de mi chica es abrir la puerta y entrar, cerrándola con un poco más de
fuerza de la necesaria, pero la respuesta está en sus acciones. No iba a ir a ninguna
parte con ella. Tampoco es que yo lo hubiera permitido.
Gabriella podría haberse ido, podría haber dejado que Elise la manipulara, pero
me sentí orgulloso de ella por no decir ni una sola palabra. Además, estoy
esperando la llamada de su supuesta amiga. Porque después de nuestro fiasco en el
brunch, he investigado un poco y sé más de lo que ella quiere, lo que es beneficioso
para ella.
—¿Y vives aquí solo? —pregunta Gabriella de la nada y yo me muerdo una
sonrisa.
Lo que no pregunta directamente es si estoy saliendo con alguien.
—Yo sí. No ha habido nadie en mi vida durante mucho tiempo.
—¿Y ahora?
—Y ahora te daré un tour. —Esta es la unidad más grande de esta zona y de las
que la rodean, con más de quinientos metros cuadrados de espacio habitable, una
terraza envolvente y un ostentoso baño principal que puedo ver cómo disfruta. Es
el lugar donde me relajo cuando estoy en la ciudad, y el interior lo refleja con líneas
limpias, mínimos acentos dorados y todo en negro sobre negro.
Todos los tonos. Todos los estilos.
Moderno. De mitad de siglo. Incluso hay un toque rústico en las suaves mantas
de chenilla que la mujer de Tero insistió en que guardara en una cesta de cuero del
mismo color cuando decoró el lugar.
—Confía en mí, Theodore —dijo, con una sonrisa de complicidad.—. Me lo
agradecerás después.
Siempre me ha gustado este color, y ella lo ve mientras nos adentramos con una
mano en la parte baja de su espalda. Nos detenemos en la entrada del salón, donde
el Space Needle la saluda y el lago Union también se pueden ver dependiendo de
hacia dónde se mire.
—Guau —es todo lo que dice, asimilando todo. El horizonte de Seattle es el telón
de fondo y sus luces el único toque de color que baila por mis paredes—. Y tú has
hecho que parezca que no entiendes la diferencia de tonos.
Es difícil mantener una cara seria ante su broma; sé exactamente de qué está
hablando, y también estoy orgulloso de que bromee después de todo lo que ha
pasado. Ha visto a Tim vivo y muerto con apenas unas horas de diferencia, pero
mantiene la compostura y trata de superarlo. Pero eso también puede tener que ver
con los medicamentos que le dieron antes de salir, que deberían durar toda la
noche; mañana será otro día, y yo la ayudaré a superarlo.
Nada de lo que ocurrió fue culpa suya.
—¿Cuándo hice eso? —Me tira del brazo para que la mire y, cuando lo hago, esa
pequeña mano se dirige a su cadera. Gabriella se inclina, observándome con una
mirada fingida, y esta vez mis labios se crispan. La mujer es refrescante. Tan
adorable.
—¿Hay una pregunta oculta en esa pose?
—En la tienda de suministros...
—¿Y qué? —Sé lo que insinúa, pero es mucho más divertido molestarla un poco.
Y es por la dura noche que presiono un poco más, para evitar que vuelva al horrible
recuerdo—. Todo lo que hice fue oírte seguir y seguir sin interrumpir. Los artistas
temperamentales odian eso.
—¡Idiota! —Pero entonces sus cejas se fruncen, los labios se afinan en una línea—
. No puedo creer que haya dicho eso durante una reunión, y que tristemente,
todavía la consideraba una amiga hasta hace poco. Estoy más que avergonzada por
el comportamiento de Elise.
—Eso se refleja en ella, no en ti. —Nos adentramos en mi casa y la llevo a la
cocina mientras me guardo mis opiniones sobre la mujer. Ahora no. Pronto lo verá
por sí misma. Lo sabrá todo—. ¿Tienes hambre? ¿Tienes sed?
—Gracias por decir eso, y no. Sólo estoy cansada y probablemente debería... —
Gabriella se interrumpe, con los ojos muy abiertos mientras se da una palmada en
la frente. El sonido es fuerte, y me muerdo mi desaprobación—. No puedo creer
que acabe de...
Dando los pocos pasos que nos separan, le meto la cara entre las manos y la
levanto. Se estremece un poco, pero también se acerca, lo que me parece muy bien.
—¿Qué pasa? ¿Es por tu perro?
—Por favor, llévame a casa. —Las lágrimas no derramadas en sus ojos me
golpean en las entrañas. No me gusta verla así, aunque a veces no se pueda
evitar—. Estaré bien, y necesito cuidar de él.
—No —digo, la palabra en voz baja, suavemente—. Necesitas descansar, y él está
a salvo. —Gabriella intenta interrumpirme, pero se detiene al ver que sacudo la
cabeza—. Tero lo tiene y lo traerá por la mañana.
—¿Lo tiene?
—Sí.
—¿Y no me lo dijiste antes porque? —Y que me jodan si su resoplido y molestia
no me resultan simpáticos—. Además, ¿por qué te empeñas en que me quede aquí?
Estoy bien, lo juro, y...
—Te quiero aquí porque estoy preocupado por ti. Te quiero aquí porque me
importa y no puedo sacarte de mi cabeza, Gabriella. —Esos deliciosos labios se
separan y se les escapa un pequeño jadeo—. Y te quiero aquí porque esta
inexplicable atracción no permite que sea de otra manera.
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? —Me río, ganándome un giro de ojos—. ¿Así de fácil?
—Estoy demasiado cansada para discutir sobre quién tiene razón y quién se ha
vuelto loco. —Ante su respuesta, le rozo las mejillas con el pulgar. Me encanta lo
suave que es y la forma en que reacciona con otro pequeño escalofrío—. Además,
tengo tanta curiosidad por ti como tú por mí y esta extraña atracción que no voy a
negar. Eso, y que el detective y Elise... —la molestia en su tono al mencionar a la ex
amiga casi me hace reír—...saben dónde estoy. Si intentas algo raro, serás tú a quien
busquen.
—¿Es una amenaza?
Un pequeño encogimiento de hombros.
—Más bien una observación honesta.
—Una muy inteligente —asiento y luego suelto mis manos de su cara—. Por eso
insisto en que comas y luego descanses un poco. Es tarde y has tenido un largo día.
—No tengo mucha hambre —dice entre un pequeño y repentino bostezo.
—¿Pero puedo tentarte con algo? — Al instante, su piel se enrojece y me hace
falta todo el autocontrol de mi cuerpo para no morderle el labio inferior. Para
saborearla—. Dímelo y lo haré realidad.
—Estoy bien.
—Bien es la palabra clave para decir 'no estoy bien', así que habla.
Sus ojos se apartan de los míos y se dirigen al reloj de mi izquierda, y la única
razón por la que no me quejo es la rapidez con la que vuelven. Siempre soy tan
diferente a mí mismo cuando estoy cerca de ella—. Lo que me gustaría es casi
imposible de conseguir a esta hora. No sirve de nada discutir, pero ¿puedo hacer
FaceTime con mi perro en su lugar?
—Dime.
—No.
—Pruébame.
—¿Te han dicho antes lo prepotente que eres? —Mi respuesta es un encogimiento
de hombros indiferente—. Ughh, bien. Pay.
—¿Pay?
—Sí, pay. —Se me hace la boca agua ante la respuesta, y mi mente se dirige
directamente al dulce trozo de cielo que hay entre sus muslos y que aún no he
devorado. Porque lo haré. Hoy no, pero lo haré, y es difícil apartarme de esos
peligrosos pensamientos cuando estoy duro y hambriento. Su gracia salvadora es el
duro día que ha tenido y la visita al hospital—. Quiero un trozo de la obra maestra
de PB&J del Pie Bar.
Hay una nostalgia en sus ojos mientras me lo cuenta, casi como si estuviera
saboreando el regalo, y yo me sacudió con fuerza detrás de los confines de mi
cremallera. Una burla sin conocimiento. Tan dulce.
—¿Algo más? —Sale un poco brusco, pero Gabriella no le da importancia,
también perdida en sus pensamientos sobre el postre—. ¿Puedo hacer que comas
algo más fuerte primero?
—No. Sólo pay.
—Hecho.
abriella se está duchando cuando salgo del ático y me dirijo al garaje; el
gemido que emite el agua al contacto con su piel es casi insoportable. No
se dio cuenta de mi presencia en la habitación de invitados mientras le
dejaba un pantalón de chándal y una camisa de algodón suave para que se la
pusiera.
También dejé una nota encima de la cama diciéndole que volvería enseguida.
Que mi casa es suya para usarla como quiera mientras ignoraba lo cerca que estaba.
Desnuda.
Mojada.
Maldita sea, mía.
Quería darle algo que la hiciera sentir cómoda y, en cambio, recibí el regalo de
sus suspiros de satisfacción. Ese dichoso sonido hizo que mi ya dura polla
palpitara, latiendo de dolor por la liberación que le negaba una vez más.
Pronto, susurro en la cabina vacía de mi coche mientras conduzco hacia el Pie
Bar como el hombre fácilmente manipulable en el que ella me ha convertido; algo
que la hermosa mujer ignora. Ignorante de las muchas maneras en que la admiro y
de las que lo he hecho durante más tiempo del que ella sabe, la he deseado desde
que vi el primer trazo de su pincel sobre un lienzo en blanco.
Cada nuevo color movía algo dentro de mí. Veía el mundo a través de sus ojos.
Al girar a la derecha en la calle donde se encuentra el restaurante, pulso el
número dos en la pantalla del vehículo y espero. Suena una vez, y luego hay un clic
seguido de una fuerte respiración.
—Tero.
—Buenas noches, señor. —Se oye un pequeño «yip» desde su extremo, y el
propietario no parece divertido—. Como puede oír, no tengo un admirador como
invitado, sino un enemigo esperando a abalanzarse.
—Puede abalanzarse todo lo que quiera.
—Ya soy consciente de ser su juguete personal.
Se me escapa un ladrido de risa mientras entro en una plaza de aparcamiento,
poniendo el coche en marcha.
—Querrá una video llamada dentro de un rato para asegurarse de que está bien.
Necesitaré que te mantengas despierto todo el tiempo que sea necesario, amigo.
Aunque no puedo verlo, casi puedo imaginar a Tero asintiendo con la cabeza.
—Lo llevaré a la oficina conmigo o...
—No. Tráelo al ático a las diez.
—Entendido. —Hay un pesado silencio después y luego el sonido de una puerta
cerrándose. Durante unos instantes, espero que recapacite, pero nada. En cambio,
mi paciencia se agota y justo antes de pedirle que diga lo que tiene en mente, deja
escapar un suspiro frustrado—. Elise llamó a la oficina, tal como habías previsto,
unos minutos antes de que cerrara, exigiendo saber dónde vives y por qué la
señorita Moore está en tu casa. Se mostró francamente hostil con Meera.
Cierro los ojos e inclino la cabeza hacia atrás, rascándome la mandíbula.
—¿Debo suponer que no preguntó cómo estaba Gabriella?
—Esa era la menor de sus preocupaciones —sisea, con un tono cargado de
disgusto—. Esa mujer es una rata de campo sin honor. La mayoría de las plagas
cazan para sobrevivir, mientras que ella se aprovecha de los amigos para ganar
estatus social.
—¿Es una observación personal? —pregunto, sabiendo ya la respuesta. Me fío de
su criterio—. ¿O has hecho tu propio análisis?
—Ambas cosas.
—Habla como mi amigo, no como un empleado.
—No se encontraron por casualidad o por accidente, Theodore. Algo más está en
juego aquí, y estoy preocupado por su seguridad.
—Lo sé. —Se oye un pitido en el salpicadero que me avisa de que el coche se
apagará en treinta segundos si no pulso el botón de aprobación, pero lo ignoro. No
es importante—. Alguien quería que Elise se hiciera amiga de ella por una razón
que aún no he descubierto, pero lo haré. Nadie tocará un cabello de la cabeza de
Gabriella.
—Y yo haré lo que deba hacerse, Theodore.
—Tienes mi bendición.

is ojos siguen el suave deslizamiento de su tenedor por esos labios del color
de las bayas y luego el lento tic de su mandíbula mientras mastica el bocado de
tarta, emitiendo un sonido bajo de gatita de aprobación ante el sabor. Y, joder, me
siento un poco celoso del objeto inanimado.
Estoy duro en mi asiento. Maldita sea, palpitando.
Y, sin embargo, no emito ningún sonido ni me muevo mientras imagino esos
labios carnosos rodeando mi polla, la cabeza moviéndose hacia arriba y hacia abajo
mientras esa suave lengua recorre la parte inferior.
—Dios, esto está dando en el clavo después del espectáculo de mierda de hoy. —
Otro gemido, su cuerpo cansado se menea un poco en la silla en la que la he
colocado. Cada ruido es una tentación. Cada sonrisa es una caricia en la cabeza de
mi polla, la punta bulbosa goteando para ella—. ¿Hay más?
Me sirvo un segundo vaso de vino tinto.
—Una tarta entera, si te comportas.
—¿Qué implica comportarse? —El tono de su voz es seductor, pero me contengo
y me concentro en los ojos enrojecidos que parecen tan cansados. En el pequeño
suspiro que intenta ocultar y en la forma tensa en que sostiene el tenedor.
—Implica tu promesa de dormir justo después o, al menos, de relajarse mientras
ve una película en el dormitorio de invitados de abajo.
—¿Eso es todo?
—Si lo es. —Su aguda ceja se levanta, pero es la expresión de agradecimiento que
me cautiva.
¿Qué te han hecho, dulce chica?
—Esto es todo lo que te pido.
—Gracias. —La tensión en su cuerpo se drena, y una sonrisa tímida tiene lugar—
. Has conseguido un trato, y quiero otro trozo, por favor.
—Soy un hombre de palabra. —Levantándome de la mesa, me dirijo a la cocina y
recojo la tarta que ha elegido y la llevo conmigo, poniéndola delante de ella para
que tome otro trozo. Y ella lo hace sin pedirlo, optando por el corte más grande
mientras yo me quedo tragando con dificultad y recordándome a mí mismo que
tengo que ir despacio por ella.
Soy un hombre obsesionado con esta hermosa chica.
Voy a enamorarla hasta que sea lo único en lo que se pueda concentrar y permitir
como distracción.
—En serio, este lugar es una joya. Hace que todo sea temporalmente mejor.
—¿Cómo puedo hacer que esa sensación sea eterna? —Recogiendo mi copa de
vino, tomo un sorbo del dulce líquido rojo—. Podemos hacer esto a tu ritmo,
Gabriella, pero por favor, sabe que estoy aquí para ti. Te escucharé y te ayudaré a
superar esto lo mejor que pueda.
Ella traga su bocado, asintiendo con la cabeza.
—Lo sé.
—¿Lo sabes?
—Sí.
—¿Y estás lista para hablar?
—No. —Aunque esa palabra cierra el tema, su tono es de disculpa y lo último
que quiero es que sienta algún tipo de remordimiento. Extiendo una mano hacia
ella, muevo los dedos hasta que sonríe y coloca su cálida mano en la mía—. ¿Y
ahora qué?
—Ahora, respira y come y luego acuéstate. En ese orden. —Sus dedos aprietan
los míos ante eso—. No te presionaré para que hables esta noche, pero mañana será
otro día. En algún momento lo necesitarás, y espero que confíes en mí lo suficiente
como para aceptar mi ayuda.
—Gracias.
—No hace falta, pero si no te das prisa con eso, voy a robar... —Me corta ella
fingiendo apuñalar mi mano con el tenedor.
—Tócalo y muere.
—Atrévete.
—No te atreverías a dañar mi mente sensible esta noche, ¿verdad? ¿Alguien bajo
estrés traumático? —Me sorprende su humor, pero no lo dejo pasar y, en cambio,
agarro su plato con la tarta y lo atraigo hacia mí. Gabriella no lo aprueba y me
gruñe, el sonido tan condenadamente lindo, y yo sonrío—. Devuélvelo.
—Discúlpate.
—Lo siento —murmura, en voz baja, con la cara pellizcada—. Ahora dale.
—Sólo porque eres igual de dulce.
—Das asco. —Una carcajada retumba en mi pecho mientras ella se ríe. La cosa
sigue así durante un rato; cuanto más me río, más se ríe ella. Las lágrimas brotan de
sus ojos y Gabriella se limpia las pocas que caen, sacudiendo la cabeza mientras su
diversión persiste—. Lo necesitaba, sabes.
—¿Necesitas qué?
—Para reír, porque todo lo que he hecho hoy es fingir. —Gabriella quita su mano
de la mía y la pasa por su cara, la acción me muestra un atisbo de sus verdaderas
emociones. Hay frustración, pero también miedo—. Me repito a mí misma que no
es real. Que esto es un sueño, pero no lo es, y el hecho es que un hombre fue
asesinado en mi patio trasero y yo me quedé mirando a una gran serpiente
mientras descubría el cuerpo. No hay forma de deshacerse de esa imagen mental.
No hay palabras para calmar el pánico que siento ante la sola idea de volver a casa,
pero mañana lo haré porque afrontar mis problemas de frente es lo que siempre he
hecho. Esto no es más que otro bache perturbador en mi camino.
—No tienes que hacerlo solo esta vez.
—En eso te equivocas, Theodore. Lamentablemente, sí.
ay algo tan reconfortante en encontrar a alguien con la misma afinidad
que tú. Tropezar con las mismas similitudes mientras te abres a la
posibilidad de más incluso en medio del caos. Te da un ancla. Una
razón para ignorar la realidad, aunque sea por unos minutos.
Qué es eso más, no lo sé. Tal vez nunca lo descubra del todo, pero hoy me ha
traído paz dentro de un torbellino de miedo que me ha hecho agradecida-
susceptible a todos sus encantos.
Está en la sencillez de una mirada o una conversación sobre la preferencia que
tiene por el color negro, una que coincide con la mía. Porque los colores y las
tonalidades son cosas que entiendo, y dentro de su casa y nuestra conversación
encontré un poco de normalidad, un punto medio tranquilo para mi mente que está
luchando contra el pánico mientras está drogada con cualquier brebaje que me
haya dado el departamento de urgencias.
Y aunque agradezco el respiro que me han dado estos medicamentos, no son
duraderos ni borran los daños causados.
Mis ojos se desplazan y miro de derecha a izquierda y de nuevo a derecha.
Observo el elegante papel pintado de una de las paredes con lo que parece ser un
diseño de celosía negra y luego los apliques dorados que dan al salón una
sensación de calidez. Hay opulencia aquí y, por mi rápida mirada, puedo decir que
estos artículos están hechos de oro real y no de metal pintado. Al menos, hasta
cierto punto, ya que los quilates, el grosor y otros materiales utilizados entran en
juego.
Cada centímetro cuadrado de su casa está decorado con diferentes tonos de este
color brillante, que contrastan maravillosamente entre sí, al tiempo que ponen de
relieve su singularidad. Los objetos dan a su casa un aura gótica victoriana, una
sensación de oscuridad y de vanguardia, pero a la vez me parece hogareña. Me
hace sentir cómoda.
¿Es inteligente que esté aquí? No.
¿Me parece que me importa? No. Por el momento, no.
En cambio, le sigo por un pasillo oscuro hacia una gran puerta donde se detiene
y se gira para mirarme. Su expresión es suave y sus ojos contienen mucha
comprensión. No es compasión. Theodore no me considera débil y me lo demuestra
dándome tiempo para elaborar mis pensamientos antes de que pueda expresarlos.
—Está habitación es tuya por el tiempo que necesites.
—Gracias.
—No me des las gracias por cuidarte. —Me roza en su camino de vuelta hacia la
sala de estar principal, pero antes de que pueda dar más de tres pasos, mi mano en
su brazo le hace detenerse. Durante un minuto, ninguno de los dos dice nada, pero
ahora la pelota está en mi campo y camino alrededor de su alto cuerpo y me
detengo donde puedo encontrar sus cálidos ojos.
—Tengo que darte las gracias, Theodore. —Hay un tic automático en sus labios,
la necesidad de negar su acto de caballerosidad, sin embargo, la verdad sigue
siendo la misma. No me debe nada, y sin embargo se quedó a mi lado. Me trajo a su
casa sin conocerme y sin pedir nada a cambio—. Por primera vez, tuve a alguien a
mi lado en mis momentos de necesidad, y eso es algo que nunca podré pagarte. Y
aunque te parezca una tontería, que estés aquí lo hace mejor. No estaba sola.
Theodore se queda de pie, sorprendido por mis palabras, y yo aprovecho,
poniéndome de puntillas para alcanzar su barbilla. El hombre es alto, muy alto, y
apenas soy capaz de apretar un ligero beso en su piel mientras tomo su aroma en
mis pulmones. Sucede muy rápido y estoy dentro de la habitación antes de que
pueda pronunciar una sola palabra, con la espalda pegada a la puerta mientras mi
pecho sube, y baja rápidamente.
No se puede negar la descarga de electricidad que fluye a través de mí por el
simple contacto. La forma en que me hormiguean los labios y los pezones se erigen
en pequeños picos duros cuando me desprendo de la estructura y observo la
habitación con detenimiento esta vez, no el paso semipresencial que hice antes y
después de ducharme. Distráete. No pienses en él.
Es más fácil decirlo que hacerlo. Sobre todo cuando parece que su olor, de
hombre y tierra con un toque de especias de madera, se infiltra en mis sentidos y
me debilita las rodillas.
—Es un dios en forma humana —susurro a la habitación antes de obligarme a
concentrarme, a no buscarlo y pedirle un abrazo de buenas noches. En su lugar,
miro la habitación en la que voy a dormir. En el centro del gran espacio hay una
cama de cuatro postes de madera que parece haber sido quemada para conseguir
ese tratamiento de Shou Sugi Ban, llevándola al punto de ser un paso antes de la
carbonización para que los granos se vuelvan más pronunciados. Luego están las
mesitas de noche a juego y la ropa de cama negra con plumas, el grueso tejido de
aspecto acogedor, mientras que los colgantes góticos y la lámpara de araña dan un
ambiente romántico—. Esto es precioso.
Al fondo de la habitación está el baño y el armario, ambos impresionantes y
siguiendo el mismo esquema de la casa con más madera y piedra oscura y una
iluminación cara. Definitivamente hacer uso de esa bañera antes de irme. Es
perfecta para un mayor desestres. Mis ojos continúan su barrido entrometido y se
posan en un cuadro en la pared a la izquierda de la cama, admirando la
simplicidad, aunque la emoción detrás de la pieza que está ahí.
Es la única fuente de color dentro de esta habitación que no es el negro habitual
en toda la casa. El telón de fondo es de color rojo sangre, mientras que la silueta de
una mujer desnuda con el pelo largo, de espaldas al artista, destaca en blanco.
Y me siento atraída por ella.
Habla del artista que hay en mí y señala el erotismo dentro de la pureza. Libertad
y amor.
Me pregunto quién será el artista. No hay ninguna firma que pueda ver, y
aunque la curiosidad me mata, me quedo donde estoy y no investigo más. Lo
último que necesito es que se me escape de las manos y caiga al suelo si busco un
nombre en el reverso.
—La cama es, entonces... —asintiendo para mí, vuelvo a acercarme—, antes de
meterme en problemas. —El edredón ya está abajo, y no dudo en deslizarme entre
las frescas sábanas, cogiendo el mando a mi izquierda que está al alcance y
pulsando el botón de encendido.
Al instante, una sonrisa se dibuja en mis labios cuando se despeja la pantalla y
suena un especial de Nat Geo sobre el Amazonas. Es entonces cuando me relajo. Me
dejo llevar por el cansancio. Dios, esta cama es el paraíso. Cómoda, me encuentro
hundida en la felpa mientras algún pájaro salvaje grazna desde lo que parece una
gran distancia.
Se vuelve más bajo con cada inhalación y exhalación.
Tan bajo que casi no lo oigo.
Y cuando las palabras desordenadas del narrador comienzan de nuevo, tarareo
antes de que todo se vuelva negro.

a próxima vez que tomo conciencia, se oye un silbido bajo cerca de mí, luego
el de unas hojas que crujen, y un chirrido en la distancia que hace que abra los ojos
de golpe. Inmediatamente, me temo lo peor, y casi me tapo la cara con ambas
manos cuando me viene a la mente el encuentro de ayer por la mañana y mi cuerpo
me traiciona.
Y sin embargo, mi realidad es diferente. No es más que otro documental de
animales en la televisión, y esta vez, en las serpientes venenosas.
En cobras, para ser precisos.
El narrador se ocupa de explicar sus tendencias ofiofágicas 9 mientras mi corazón
se acelera y las palmas de las manos sudan. Su voz zumba de fondo, emitiendo
algún que otro dato que no computa en mi cabeza mientras veo a este depredador
comerse a los de su especie tras luchar hasta la muerte.
Su razón evade a los responsables del espectáculo de la naturaleza, ya que hace
unos instantes se ha acostado con el macho. Pero, de nuevo, tal vez esto no sea más
que una muestra de instinto de supervivencia: atacar primero sin cuestionar sus
motivos.
Este momento en la cámara es el canibalismo en su máxima expresión, y sin
embargo, su aplomo es sin disculpas y majestuoso. Hay belleza en su fuerza, un
dominio de su presencia que entiendo en un nivel que es confuso, y más aún es la
aparición repentina de estas bestias en cada momento.
—¿Tal vez debería ver programas de cocina en su lugar? Hornear parece bastante
inocente —digo, en voz alta un segundo antes de que llamen a la puerta. Es suave,
tres golpes rápidos que van seguidos de una llamada baja de mi nombre—. ¡Ya voy!
—Esperaré —dice, y luego murmura algo más que no capto mientras estoy
demasiado ocupada levantándome de la cama y corriendo hacia ella sin
importarme mi aspecto. Además, me muevo demasiado deprisa y me golpeo contra
la esquina de madera maciza, y el dedo del pie paga el precio: un dolor punzante
que casi me deja sin aliento.

9 Costumbres alimentarias de las serpientes.


—¡Mierda! —grito, dando un salto hacia atrás y casi cayendo del borde del
colchón cuando la puerta se abre de golpe y un preocupado Theodore encuentra
mis ojos.
Está a mi lado en cuatro largas zancadas y me levanta, acunándome contra su
pecho desnudo mientras sale sin decir una sola palabra.
Su cuerpo es tan cálido contra el mío. Se siente tan bien, y es más fácil fingir que
mi gemido es de dolor y no esta atracción incontrolable.
Estar en sus brazos anula mis sentidos y rápidamente olvido por qué me lleva en
brazos. Me olvido de que me duele el dedo del pie y de que sólo llevo su camiseta,
ya que me he quitado los pantalones a mitad de la noche cuando hacía demasiado
calor.
Sólo puedo concentrarme en la sensación de sus músculos rodeando mi carne y
en las febriles sensaciones que recorren cada uno de mis miembros.
Entramos en su salón y pasamos por alto el sofá mientras él se dirige a la cocina,
colocándome encima de la encimera de granito. Hay un ligero frío que me hace
jadear, pero rápidamente me calienta la mano que me masajea el muslo, apretando
de una manera que pretende ser reconfortante cuando lo único que hace es
aumentar la temperatura de la habitación.
Estoy en sintonía con sus movimientos. Con la forma en que sus ojos recorren mi
pequeña figura, desde la coronilla hasta la punta de los dedos de los pies y
viceversa.
Y lo que me parece más desconcertante es la ausencia de mi timidez.
¿Adónde ha ido a parar? ¿Por qué me siento tan a gusto con un hombre que a
todos los efectos es un extraño para mí, sin más ropa que la camisa de gran tamaño
que me ha prestado? Sin bragas. Sin bragas. Nada más que la amenaza de la
humedad de mis muslos, que deja una mancha para que él la encuentre después de
que me baje.
Es peligroso. Muy peligroso para mí.
—Déjame ver tu pie. —No es una pregunta, sino una orden. Con sus ojos ámbar
sobre los míos, desliza las puntas de dos dedos por mi pierna herida hasta llegar al
pie. Se me pone la piel de gallina; su tacto se extiende por todas las extremidades y
luego se instala en mi centro.
Cristo, aprieto. Con fuerza. Casi me duele y me muerdo el labio inferior, algo que
él toma por dolor y no por el placer inconsciente que siento.
—Es sólo un golpe. Estará bien en un día o dos.
Ignora la respiración en mi tono, y en su lugar opta por dejarse caer sobre sus
rodillas e inspeccionar la zona. Theodore está muy cerca. Un sutil movimiento de
mis caderas y no sería más que una ofrenda virgen, pero en lugar de eso aprieto los
muslos y contengo la respiración.
—Está muy rosa y ya está hinchado —Con un tono grave, su nariz se acentúa un
poco cuando pasa un dedo por el punto sensible, arrancando un siseo de mí. Yo
también me muevo un poco sin pensar, no vaya a ser que vea algo. Al menos,
espero no estar mostrándole nada—. ¿Te sentirías mejor si te besara?
Alrededor de él, mi mente vive en los espacios más traviesos y casi le ruego que
lo haga. Casi. Pero estoy segura de que lo que estoy pensando y lo que él dijo tienen
dos connotaciones muy diferentes.
—Está bien.
—¿Estás segura? —Me mira a través de unas gruesas pestañas negras y, que Dios
me ayude, me muerdo la mejilla para contener el sonido embarazoso que casi se me
escapa. Incluso encuentro tan sexy la forma en que su garganta se balancea con
dureza—. Un beso y hielo te arreglarían enseguida.
Definitivamente necesitaría el hielo para refrescarme. Me estás matando.
—Sí.
—Como quieras—. Pero entonces hace algo que es mucho peor. Es una
destrucción total de mis sentidos. Un pequeño y tierno movimiento de su lengua
me hace olvidar el mundo que me rodea y mi coño desnudo; no puedo evitar que
mi espalda se arquee y mis caderas se desplacen un poco hacia delante, lo
suficiente como para que le muestre un segundo antes de que se levante y se sitúe
sobre mí.
Justo contra mí. Atrapándome.
Las manos apretadas de Theodore están sobre la encimera de piedra y su cara a
pocos centímetros de la mía. Su exhalación se convierte en mi inhalación, y la
mirada entrecerrada de sus ojos me hace temblar. Siento un hormigueo desde la
cabeza hasta los dedos del pie, y el hombre apenas me ha tocado.
Tengo que parar esto. Pero no lo haré. No puedo.
—¿Mejor? —pregunta, acercándose un poco más, con la mirada fija entre mis
ojos verdes y mis labios. Algo ininteligible sale de mí como respuesta, y él asiente
como si fuera lo más elocuente que ha oído nunca. También hay una pequeña
sonrisa, la mirada cómplice de un hombre que sabe que es una tentación andante—.
Entonces deberías vestirte y reunirte conmigo en el salón en diez minutos. Tero
debería estar en camino con tu cachorro pronto.
—De acuerdo.
—También he pedido el desayuno para ti.
—De acuerdo.
—Cuando se vaya, yo mismo te llevaré a casa... —su mejilla roza la mía, los
labios en mi oreja— y me aseguraré de que todo esté bien para que vuelvas.
¿Confías en mí para hacerlo, Gabriella? ¿Para cuidar de ti de la manera que crea
conveniente?
—Vale —vuelvo a decir, demasiado distraída por su cercanía.
—Buena chica.
stá sentada a mi lado con su siempre fiel compañero en el regazo; él me
observa mientras ella se queda mirando por la ventana, perdida en sus
pensamientos. De vez en cuando sus labios se mueven, pero no sale
ningún sonido, su nariz se contrae, pero no sé por qué y me está volviendo loco.
Porque con ella -cuando se trata de ella- siempre existe esa necesidad innata de
saberlo todo. Hasta el último pensamiento. Cada razón detrás de sus acciones. Para
ser el que esté ahí mientras la ayuda cuando llegue el momento.
—¿Estás bien? —pregunto, con la voz baja dentro del coche para no sobresaltarla.
—¿Qué? —Su cabeza se gira en mi dirección y su expresión es tranquila. Parece
estar en paz. Tan jodidamente hermosa, y al mismo tiempo inconsciente. Todavía
con mi ropa, que claramente es varias tallas más grande, Gabriella es el epítome de
la belleza natural. No necesita ni maquillaje ni perfume ni ropa reveladora para
mostrar su belleza etérea—. ¿Preguntaste algo?
—Sí, lo hice. —Tomando la siguiente a la izquierda, giro por la calle de su casa.
Está situada al final y en la esquina con el camino de entrada a la izquierda de su
puerta principal, donde un garaje permanece cerrado. Al entrar, estaciono el coche
y me giro para mirarla—. ¿Qué pasa? Pareces perdida en tu mente.
—Pensando.
—¿En qué?
—En que necesito un café desesperadamente. —Gabriella está mintiendo, pero
no se lo digo. Todavía no. En cambio, salgo del coche y me acerco a su lado. Le abro
y le tiendo una mano—. Vamos. Prepara ese café mientras yo reviso el patio trasero
y la propiedad en busca de cualquier cosa que haya quedado atrás y que deba ser
tirada a la basura.
—¿Basura?
—Cinta policial o basura del día. —Su expresión es de confusión, y después de
ayudarla a ella y al perro que lleva en brazos a bajar del coche, subo los escalones
de la entrada con su bolsa del hospital en la mano. Por el rabillo del ojo, me mira
con los ojos entrecerrados esperando—. ¿Sí?
—Se más específico, por favor.
—Lo haré después de que respondas a mi pregunta primero —digo, a lo que ella
frunce las cejas, pero entonces se da cuenta enseguida y me da una palmada en el
brazo—. La violencia no resuelve nada, señorita Moore.
—Deja de ser tan bueno para darle la vuelta a las cosas.
—Entonces sé un poco más abierta y no me hagas usar el poder del truco mental
Jedi contigo.
—¿En serio? —La risa brota de Gabriella, con la cabeza echada hacia atrás y los
hombros temblando—. ¿Truco mental Jedi?
—¿Te estás burlando de mí, mujer?
—¡No puedo respirar! —Otra bofetada en mi brazo y luego está poniendo al
perro en el suelo mientras se inclina hacia adelante, con las manos en las rodillas. Se
ríe a carcajadas, completamente superada por algo que no es tan divertido, pero si
es lo que necesita, le proporcionaré la diversión con mucho gusto.
Verla así me calienta el pecho. Tan despreocupada. Tan a gusto.
—¿Has terminado?
—Casi. Lo juro. —Otra carcajada. Se limpia los ojos mientras se endereza, su
expresión es un poco tímida—. No tengo ni idea de por qué me hace tanta gracia
viniendo de ti.
—¿Por qué?
—Es que no te veo como una fan de Star Wars... eso es todo. —Gabriella abre su
puerta y Mr. Pickles es el primero en entrar, sin ahorrarnos una segunda mirada
mientras sube las escaleras—. Normalmente, está lloriqueando por una golosina
ahora mismo.
—¿Un regalo? —Caminamos directamente a través de las áreas principales de la
sala de estar y hacia la cocina donde coloco su bolsa con las pocas pertenencias que
tenía en el hospital—. ¿Qué tipo de aperitivos comen los perros?
Le sigo el juego, aprovechando la oportunidad que se me presenta. Y este es uno
de esos casos porque, aunque no tenga un perro, entiendo el sistema de
recompensas para un compañero de confianza. Humano o animal, es todo lo
mismo, y se da a aquellos que son sinceros y merecen tu tiempo y afecto.
—¿No eres una persona de mascotas?
—Lo soy, pero no del tipo convencional. —Mi respuesta despierta su interés, y
casi puedo ver las preguntas que se forman en su mente, pero sacudo la cabeza—.
Todavía estoy esperando una respuesta, señorita Moore. El ojo por ojo es la única
forma en que juego.
—Diablo astuto. —Sale con un poco de desprecio, pero sonrío ante su insulto
velado. Qué bonito—. Bien. Pero te juro que tú lo has pedido, y antes necesito un
café. ¿Quieres una taza?
—No, gracias.
Los ojos verdes me dirigen una mirada interrogativa.
—Hoy no te he visto comer ni beber nada.
—Eso es porque me he levantado a las siete y tú has dormido hasta tarde. Mi
horario puede ser bastante rígido, y eso incluye comer.
—Oh. —Eso es todo lo que dice, pero me doy cuenta de que hay más cosas que
quiere preguntar.
—Adelante, cariño. —Mis palabras hacen que un pequeño matiz de rosa florezca
en sus mejillas, y el color es precioso en su piel. Me gustaría verlo en otros lugares,
como su culo respingón—. Responderé a cualquier pregunta que pueda tener.
—¿Estás haciendo algún tipo de dieta especial?
—Se puede decir que sí, pero es más bien un cambio de estilo de vida. Cuanto
más organizado soy en todos los aspectos de mi vida, más logro.
—¿Un estilo de vida?
—Levantarse temprano, comer sólo durante ciertas horas y dormir ocho horas
cada noche, sin excusas.
—¡Oh! ¿Quieres decir como el ayuno?
—Sí.
—Qué bien, granos. ¿Funciona? —Gabriella se dirige a la máquina de café y la
prepara, cogiendo una taza grande del armario con algún diseño en el frente—. Lo
del ayuno, quiero decir. Fue tendencia en todas las redes sociales hace unos meses y
sentí bastante curiosidad, pero cuando se trata de comida, soy demasiado débil
para abstenerme si se me presentara una magdalena de chocolate.
Sacudo la cabeza, una risita se desliza por mis labios.
—Es como todo en la vida. Al principio te cuesta, y luego se convierte en algo
natural.
—Es cierto, pero...
Se detiene cuando me acerco a ella, y sólo cuando estamos frente a frente. Casi
pecho con pecho.
—Gabriella, responde a mis preguntas. ¿En qué pensabas en el coche que te tenía
tan perdida dentro de tu cabeza? —Le acaricio la cara con la mano derecha y le
acaricio la mandíbula con el pulgar—. ¿Tienes problemas? ¿Necesitas ayuda?
—No es nada de eso... —traga con fuerza, los ojos se vuelven de un tono
ligeramente más oscuro de verde— es una tontería, lo juro.
—Cuéntame.
—¿No puede una chica tener secretos?
—Puede cuando sé que no implica su seguridad, Gabriella. Eso es algo que
nunca apostaré.
—Tengo pesadillas Theodore.
—¿Pesadillas?
—Sí. —De nuevo, se sonroja mientras intenta agachar la cabeza, pero no se lo
permito.
No hay nada de lo que avergonzarse conmigo. Nunca conmigo.
—Continúa, preciosa. Estoy aquí para escuchar y nunca te juzgaré.
Gabriella respira profundamente y asiente con la cabeza, dejándola salir
lentamente después. Sus ojos se fijan en los míos.
—Llevo un año teniendo los sueños más locos y siempre es lo mismo, o
últimamente, una variación de ello. —Cuando no digo nada, lo toma como una
señal para continuar—. La misma habitación. La misma casa. La misma voz
haciéndome preguntas o hablándome como si nos conociéramos íntimamente, y sin
embargo, anoche, nada. Sin tomar mi medicación para dormir, literalmente me
desmayé y sólo dormí, y Theodore, por primera vez en mucho tiempo, me siento
descansada. Realmente descansada.
—Eso es algo bueno.
—Eso es algo increíble, y en lo que estaba pensando en el camino. —Antes de
que pueda responder, se oye un repentino golpe en el piso de arriba y el sonido de
algo pesado que se cae. Esos ojos inocentes se abren de par en par, y me voy antes
de que ella pueda intentar hacer lo mismo. Mr. Pickles ladra, sus pequeños
gruñidos no intimidan en absoluto, pero le reconozco el mérito de la valentía.
Los pasos me siguen hasta las escaleras y el rellano, pero antes de que pueda
intentar pasar por delante de mí, pongo una mano en su estómago.
—Espera aquí.
—Estás loco, ese es mi perro y...
—Gabriella, no estoy preguntando. No sabemos qué hay ahí, así que espera aquí.
—Mi voz sale más dura de lo que pretendo, pero la situación le afecta. No sabemos
qué o quién está aquí, y prefiero que se quede aquí fuera, donde es seguro.
—Volveré.
—Que no le pase nada a mi perro.
—Siempre estará a salvo conmigo. —Cuando me da su asentimiento, sigo el
sonido de los ladridos de sus perros dentro de la última habitación de esta planta.
Su cuerpo está medio dentro de la habitación y medio fuera, sus ladridos son un
poco raros, pero lo entiendo una vez que estoy en la puerta—. Oh, amigo. Ahora
estás en problemas.
El culpable no es otro que su perro y un bote de pintura, este último salpicado
por todo el suelo de lo que parece ser su estudio casero. El tono es azul brillante y
lo ha manchado, dejando pequeñas huellas de patas en la madera y cuando ella se
pone a mi lado, me siento mal por él.
—¡Mr. Pickles! —le grita, haciendo que se detenga y mire con los ojos más
patéticos que he visto en un animal—. ¿Qué te dije sobre tocar mi frasco de
experimentos? Esta es la tercera vez, amigo, y ahora es la hora del baño antes de
tiempo.
Y la hora del baño lo pone en marcha, el mierdecilla sale corriendo y desaparece
por el pasillo y en otra habitación.
Gabriella no está contenta, resopla mientras pasa a mi lado.
—Te juro que, si no es una cosa, es otra. Mi vida nunca fue tan emocionante
antes, y extraño la tranquilidad.
—La alegría de las mascotas.
—¿Es por esto por lo que no tienes nada?—Coge una botella de alguna solución
limpiadora y rocía la zona, casi empapándola antes de coger una toalla vieja del
mismo lugar. Gabriella lo limpia, y el ceño fruncido en su cara mientras murmura
sobre su perro es bastante lindo.
—Mis mascotas no pueden ser alojadas como las domésticas.
Su mano detiene su acción de limpieza y su cabeza se vuelve hacia mí.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Soy el propietario privado de una conservación fuera del país que alberga la
mayor colección de animales exóticos del mundo. Son animales que en su día
fueron mascotas y cuando los dueños no pudieron pagar el mantenimiento o la
ciudad les exigió que se deshicieran de ellos, los acogí.
—Estás bromeando —pregunta ella, con su desorden en el suelo ya olvidado.
—En absoluto.
—De verdad o me estas tomando el pelo.
—Lo digo en serio.
—Vaya. —Su expresión pasa de la sorpresa a la curiosidad y al asombro en cinco
segundos. Gabriella se levanta sobre las puntas de los pies, saltando en su sitio, y
no puedo evitar mirar sus pechos. La forma en que rebotan, lo turgentes que son,
con pequeñas puntas que presionan la tela de mi camisa que aún lleva puesta— ¿lo
visitas?
—Lo siento, ¿qué? —No hay vergüenza en mi expresión, y ella tampoco me pilla
mirando. La mujer está demasiado excitada, divagando un poco, y yo levanto las
dos manos para detenerla—. Más despacio, cariño. ¿Qué estabas diciendo?
—Dije Señor Astor ¿que si esta abierto al público?
—Sí y no.
Sus cejas perfectamente esculpidas se fruncen.
—¿Sí y no?
—No está abierto al público, pero lo sería para ti. Podemos ir después de que...
—Esta vez, me interrumpen y es el tono de llamada de Tero. No es de los que me
interrumpen a menos que sea importante, y no dudo en sacar un teléfono diferente
al que le dejé usar al detective en el hospital. Sólo él y su mujer tienen este
número—. ¿Qué?
—Mis disculpas por la interrupción. Sé que aún estás con la Señorita Moore, pero
ha surgido algo que tienes que ver. —Suena un poco sin aliento. Agitado—.
¿Podemos vernos en la oficina o en el ático en una hora?
—Oficina, y despeja el edificio —digo, mis ojos observan a Gabriella. Está
curiosa, un poco preocupada, pero intenta fingir que no está escuchando mientras
se agacha para recoger la toalla estropeada. La tira a la papelera antes de coger otra,
rociando más solución en el suelo y repitiendo el proceso hasta que esta limpio—.
¿Puedes pasar por el ático y recoger el archivo que hay encima de mi mesa? Hay
algo ahí que tenemos que revisar también.
—Hecho. —El sonido de la puerta de un auto cerrándose llega a través de la
línea antes del comienzo de un motor—. Nos vemos pronto, y de nuevo, mis
disculpas por la interrupción.
—No es necesario. Nos vemos pronto.
—Si necesitas irte, está bien. —Recogiendo su material de limpieza, pone todo en
su sitio y luego se gira para mirarme de nuevo, con las manos retorciéndose delante
de ella—. Llevamos un rato aquí y todo parece estar bien.
—Desgraciadamente, algo relacionado con el trabajo requiere mi atención, pero
no me voy todavía.
—¿No?
—No. —Levantando una mano, dejo que mis ojos se paseen por la habitación y
tomen algunas piezas. Está realmente dotada. Tiene un cierto toque emocional en
cada cuadro que atraviesa el lienzo y se instala en tus huesos—. Primero, te prometí
que echaría un vistazo y me aseguraría de que el equipo de limpieza que contraté
retirara el desorden dejado.
—¿Qué desorden? Todo parece estar bien, y por favor, no llegues tarde por mi
culpa.
—El equipo de forenses estuvo aquí, y tu casa fue registrada de arriba a abajo,
especialmente las puertas de abajo y el patio trasero, en busca de pistas. Buscaron
huellas dactilares mientras otros peinaban el patio en busca de cualquier pista sobre
cómo llegó aquí en primer lugar. Todo el procedimiento, pero no quiero que tengas
que ver o manejar eso.
—Eres muy amable, Theodore. —Hay un toque de alivio mezclado con mucha
gratitud en su tono. Me hace sentir como el santo que no soy. En todo caso, soy
egoísta en mi necesidad de cuidarla, de protegerla lo mejor posible de lo que no se
puede detener—. ¿Te lo han dicho alguna vez?
—Sólo contigo, Gabriella. —Dando los pasos entre nosotros, me inclino y pongo
mis labios en su frente. La respiro. Su dulzura natural con un toque de vainilla y
cerezas aún perdura después de ducharse en mi casa—. Sólo contigo.
i niña hermosa. Mi pobre y confiada niña bonita.
Porque las almas como la suya no están hechas para este mundo.
No. Sólo deberían existir en una realidad en la que estuvieran
protegidas, protegidas, y sin embargo, la mayoría son destruidas antes de tener la
oportunidad de brillar.
Para crecer y amar. Para disfrutar de su libertad.
Para descubrir lo que les hace diferentes de todos los demás, pero también hay
una hermosa lección que aprender sobre las verdaderas emociones. Porque lo
honesto y lo puro no existen, pero la lealtad y la muerte son dos cosas que nunca te
fallarán.
Alguien que es leal nunca se apartará de tu lado en la salud y en la enfermedad.
En la riqueza o en la pobreza.
Y es porque la amo con una enfermedad que hago lo que hago. Lo que debo
hacer.
Mi lealtad romperá a Gabriella y luego la volverá a unir. Ella nunca me dejará.
No de nuevo. Ni por elección ni por circunstancias.
Además, ninguna cantidad de tiempo caminando por esta tierra borrará jamás lo
que siento por la mujer que gime ante mí, retorciéndose en su cama mientras sueña
conmigo. De la oscuridad que controlo, y a la que ella se unirá, pero sólo después
de que la haya reducido a la nada. Cuando la haya despojado de cada gramo de
inocencia y haya liberado al demonio que se arrastra bajo su suave y fragante piel.
—Estoy aquí, Gabriella. —Al oír mis palabras, un gemido pasa por sus labios
gruesos, su pecho se arquea ligeramente fuera de la cama antes de volver a
calmarse. Sus piernas, sin embargo, se desprenden de la sábana y vislumbro el coño
casi desnudo entre sus muslos.
El brillo de su humedad que se funden con su aroma a vainilla de su cereza,
creando la perfecta ambrosía.
—Joder, guapa. Cómo me tientas.
Se me hace la boca agua al verla y mis dientes se clavan en el labio inferior, la
deseo. Anhelo volver a tenerla en mis brazos y el momento se acerca, pero aún no,
y esto es todo lo que puedo soportar por el momento. Revolotear sobre su cama
mientras la observo. Pasar ligeramente la yema de dos dedos por sus muslos hasta
el hueso de la cadera y luego detenerme lo suficiente para respirar profundamente
otra vez.
Está en el aire a mi alrededor, su esencia me acerca.
—¿Dónde estás? ¿Por qué no puedo verte? —murmura en sueños, moviendo la
cabeza de un lado a otro, y yo sonrío. Pronto no tendrá que preguntarse dónde
estoy o qué quiero, ya que mi necesidad estará tatuada en su carne para que todos
los hijos de puta la vean—. Muéstrate, maldita sea.
Su impaciencia me excita.
—Pronto. —Una promesa. Una amenaza. Mi paciencia se agota cada segundo
que no la tengo en mis brazos—. El mundo llorará sangre antes de que lo ponga a
tus pies. Todos pagarán por lo que han hecho.
Pero primero, tengo un juego al que vamos a jugar. Una búsqueda del tesoro.
Dejaré mis pistas, y ella me seguirá.
Y por cada objeto encontrado, le regalaré la venganza que busca sin saberlo.
Lentamente. Metódicamente. Dolorosamente.
Sus enemigos, conocidos o no, son míos, y yo me encargo de lo que me
pertenece.
Porque mi amor por ella nunca será blando o inocente, pero es honesto. Es
apasionado y cruel con cualquiera que se levante contra mi chica hermosa. Así que
por ahora, Theodore Astor es útil y la reconforta, lo cual permitiré, pero eso sólo
durará un tiempo. Dejaré que la cuide hasta que sea el momento. Le dejaré que
revise los rincones de su casa -que recorra su patio en busca de algo que esté fuera
de lugar- mientras yo dejo rastros de mi presencia que sólo ella puede encontrar.
Como la que aún no ha descubierto en su armario.
Como el pequeño amuleto que acabo de añadir a su pulsera.
Como la rosa negra que coloqué sobre su pila de correo con una nota adjunta
mientras ella bañaba a su perro antes. La distracción perfecta para escabullirme
dentro y observar durante unos minutos, para acercarme a la cara la camisa que
dejó encima de una silla de gran tamaño e inhalar profundamente, casi
ahogándome en su enloquecedor aroma. Su travesura me concedió ese momento de
respiro, y se lo agradeceré amablemente en el futuro.
Además, la policía nunca me ha visto en su patio a través de las cámaras
fácilmente burladas por su propia tecnología cuando pirateé el sistema. No se
acuerdan del hombre que siempre está cerca y vigilando, de la forma en que cazo
con movimientos metódicos mientras revelo cada pieza del rompecabezas que mi
linda chica pronto entenderá.
—Larga vida a la reina.
i teléfono suena a mi lado y miro la pantalla, deteniéndome en medio
de la penumbra. Vibra y se detiene, solo para alertarme una vez más
de que no lo he leído en un minuto. El nombre de Theodore parpadea
y mi corazón da un vuelco.
Hay algo en él en lo que no puedo dejar de pensar. Una atracción contra la que
no quiero luchar.
Por primera vez en mi vida, quiero ser egoísta y reclamar algo como mío, sin
importar el precio.
Deslizando mi dedo por la pantalla, introduzco mi pin y hago clic en el nuevo
mensaje, sonriendo cuando lo leo.
Esté preparada a las nueve. Vístete cómoda para caminar. ~Theodore.
Tan mandón.
—No voy a ceder tan fácilmente, Sr. Astor.
Lo siento. Tengo planes. ~Gabriella
Sus respuestas son instantáneas, y mi sonrisa se amplía.
Considera que todo lo que habías planeado se ha cancelado. ~Theodore
Hoy eres mía ~Theodore
Agarro mi café, ahora tibio, doy un sorbo y miro mi boceto. El contorno de mi
jaguar está hecho, estoy imitando una pose de un documental de animales que
mostraba al animal luchando literalmente contra un caimán y arrastrándolo hasta
la orilla. Sin embargo, hay algo en el diseño que me molesta, y creo que pueden ser
los ojos. Creo que hay que agrandarlos.
Otros tres puntos y luego un mensaje.
No me ignores, preciosa. Hoy nos vamos de cacería. ~Theodore
Dejo el cuaderno de dibujo, me pongo de pie y me estiro.
—Dios, qué bien —gimo, mientras mis músculos se aflojan después de estar
tanto tiempo en una misma posición. Son poco más de las ocho y hay tiempo para
ducharse y sentirse humano, pero ¿qué ponerse?
—Primero el armario. —Tomando mi café, me dirijo a mi habitación y me dirijo
directamente al armario. Mi estilo es cómodo y artístico, y las salpicaduras de
pintura no están fuera de la norma para mí. No tengo mucha ropa que no tenga
algún tipo de accidente, y suelto un suspiro prolongado.
—Realmente necesito empezar a usar ropa de trabajo aquí.
¿Falda? No.
Vestido. No.
Tengo un montón de vaqueros y pantalones militares, pero ninguno de los dos
me llama la atención y después de ir de un lado a otro entre los capris y los de
mezclilla, me quedo con estos últimos. Son un estilo de denim10 negro con los

10 Tipo de tela resistente que está hecha principalmente de algodón. Este tejido es muy conocido en el mundo entero porque con él se
fabrican los populares pantalones jeans, así como otros complementos en la vestimenta.
bolsillos cayendo de la pierna y lo combino con una camisa blanca y negra con
estampado de corbata que anudo en la cintura.
—Mis converse negras funcionarán bien. —Arrojando las prendas sobre la cama,
dirijo la mirada hacia mi mesilla de noche y suelto un «joder» por lo bajo. Son las
8:35 de la mañana y ni siquiera me he duchado. Tampoco he respondido a su
último mensaje.
—La próxima vez, tiene que avisarme de sus planes de secuestrarme con un día
de antelación.
En la ducha ahora. No llegues tarde. ~Gabriella
Casi me tropiezo con las prisas, pero me doy cuenta en el último momento. El
teléfono suena mientras me quito el pelo de la cara, agotada y aún no hemos salido.
Ser una chica es difícil.
Otro aviso de texto y los abro una vez que estoy dentro del baño y tengo el agua
de la ducha abierta. El vapor comienza a ondear a mi alrededor mientras mi sonrisa
se amplía. Menudo hombre.
Ya estoy abajo y esperando. ~Theodore
Aunque de repente me siento tentado a quedarme en casa y tomar una copa.
Estoy seco. ~Theodore
Mi respuesta es una imagen de mi mano bajo el agua y luego tiro el aparato a un
lado, tomando la ducha más rápida conocida por la humanidad. Literalmente,
entrar, enjabonar, enjuagar y salir sin disfrutar de la pura felicidad que supone estar
bajo el agua casi hirviendo mientras contemplas la vida.
Estoy dentro menos de diez minutos y tengo otros dos mensajes cuando salgo.
¿Me perdonarías si rompiera y entrara? ~Theodore
Compraré tu perdón en forma de materiales de arte y mis servicios como
personal asistente durante cuarenta y ocho horas. ~Theodore
—Una oferta muy tentadora —pienso, con la toalla enrollada alrededor de mi
cuerpo, mientras salgo del baño y entro en mi habitación. Normalmente, me
tumbaría en la cama y me secaría al aire durante un rato, amando la brisa fresca
sobre mi piel después de una ducha caliente, pero hoy no tengo tiempo y me paso
la toalla por el cuerpo.
Tardo otros quince minutos en vestirme, perfumarme y maquillarme un poco.
Sólo un poco de lápiz de ojos y un poco de brillo de labios de color cereza para dar
un poco de volumen a mis labios. No sé qué hacer con mi pelo, pero me decido en
el último momento por dos trenzas francesas con las puntas a ambos lados del
cuello y hasta la parte superior de los pechos.
—Esto es lo mejor que se puede hacer. —Espero que le guste.

e has traído al zoo? —pregunto, con un poco de asombro en mi tono,


cuando llega a mi lado y abre la puerta. Estamos en el zoo de Woodland Park y
estoy tan mareada como un niño en Disney—. ¿De verdad?
—¿Está bien? —Pero él sabe la respuesta. La sonrisa en su cara lo dice todo. Está
satisfecho consigo mismo—. O prefieres ir...
—Puedes irte si quieres, pero yo me quedo.
—Buena chica. —Theodore me ofrece una mano que tomo, dejando que me
saque del lugar reservado cerca de la entrada. No nos ponemos en la cola para
comprar las entradas, sino que atravesamos la puerta principal mientras los
empleados le hacen un gesto con la cabeza. Es un poco extraño, pero no pregunto y
opto por creer que todo esto forma parte de ser rico.
Probablemente donó dinero a una exposición y le dejaron entrar gratis.
—¿Qué área nos dirigimos primero? —pregunto, cogiendo un mapa de uno de
los puestos turísticos—. ¿Vamos a empezar en África y a recorrerla o...?
—No necesitamos esto, cariño. —Ante mi expresión de perplejidad, me da unos
golpecitos en la nariz con la punta del dedo índice—. Conozco bien el lugar,
Gabriella. Además, he dispuesto que tengamos la zona de la selva para nosotros
solos. Tendrás todo el tiempo que necesites para estudiar a los depredadores,
dibujar si quieres, mientras yo te observo en tu elemento.
—De verdad —chillo un poco, más que emocionada—. Es increíble... — pero
luego mi emoción se apaga igual de rápido— ojalá lo hubiera sabido. Habría traído
mi cuaderno de dibujo; de hecho, estaba trabajando en un jaguar esta mañana
cuando enviaste el primer mensaje.
—Ven conmigo. —Theodore entrelaza nuestros dedos, tirando de mí detrás de él
mientras caminamos hacia alguna zona del parque. He estado aquí unas cuantas
veces en el pasado, hace mucho tiempo en excursiones escolares, y todavía no
tengo idea de adónde va. La gente que nos rodea se gira hacia nosotros, algunos
murmuran para sí mismos, pero él no les hace caso y no se detiene hasta que
llegamos a la entrada de la atracción Rainforest—. ¿Confías en mí?
—Lo hago. —No es una mentira. Algo dentro de mí me lo pide, sin dudarlo.
—Entonces deberías saber que soy un hombre que siempre está preparado, y eso
incluye nuestra cita. —Mi corazón se estremece ante esa palabra. Que describa
nuestra pequeña salida con una connotación íntima—. Tengo todo lo que
necesitarás dentro.
—Veo que todavía se te escapa que fuiste un Boy Scout. —Sonrío mucho-
probablemente parezco una loca- pero me emociona que se haya tomado todas
estas molestias por mí—. ¿O esto es parte de ser un CEO?
—Más bien quiero que seas feliz. —Cristo, esa respuesta hace que cada músculo
debajo de mi ombligo se apriete. Hay algo tan atractivo en un hombre atento. Es
más sexy que su aspecto—. ¿Lista para entrar?
—Guíame por el camino. —Si se da cuenta de que mi voz ha salido un poco
entrecortada, no lo menciona. En su lugar, Theodore nos acompaña al recinto
cerrado para una visita privada y se nos pone la piel de gallina al escuchar el
primer gruñido de un animal. Es una especie de playback que sale por los
altavoces, pero tiene el mismo efecto.
Lo primero que veo tras cruzar el umbral es una pequeña mesa y dos sillas
colocadas con material de arte encima. No bromeaba con que tendría de todo:
carboncillo, lápices de colores, lápices normales, pinturas, unos cuantos pinceles e
incluso tres grandes lienzos sentados encima. Mis labios se separan y desvío mis
ojos hacia los suyos.
—Vaya.
—Te lo dije.
Su expresión de suficiencia me da ganas de pellizcarlo, pero no lo hago. En su
lugar, pongo los ojos en blanco mientras agito la mano que no está en la suya,
delante de mí, mientras lucho por contener una risita.
—Definitivamente, ya veo.
—¿Pero estás preparada? —Coge un cuaderno encuadernado en cuero y un
juego de portaminas, los mismos que tengo en casa. Mientras mi mano permanece
en la suya, se niega a soltarla o no se da cuenta. Además, me da igual que se lo
diga—. La anaconda amarilla debería alimentarse pronto.
—¿Hablas en serio? —pregunto, aunque a estas alturas no debería
sorprenderme—. ¿Podemos ver eso?
Asiente con la cabeza su diversión es evidente.
—Dos palabras.
—Visita privada.
—Más bien una cita 101.
—El 101 de esa respuesta no es una palabra.
Incluso su descuidado encogimiento de hombros es atractivo.
—Bueno, lo estoy tratando como tal.
—Entonces dirija el camino, Señor 101. Parece que hoy mandas tú. —Mi descaro
me hace ganar un guiño y luego comenzamos a caminar, con su cuerpo siempre
cerca del mío mientras nos dirigimos a la zona de las serpientes. Es grande y mis
ojos siguen recorriendo las diferentes especies, observando sus colores y
longitudes, los patrones que diferencian a las venenosas de su posible contraparte
inofensiva.
Algunos recintos acristalados son más grandes que otros, pero cuando llegamos
a las anacondas, estoy asombrada.
Completamente cautivada, no me doy cuenta de que estoy avanzando, casi de
pie contra el grueso cristal, hasta que la cabeza del animal se levanta y nuestros ojos
se encuentran. Es curioso. Su gran cuerpo está medio tumbado, perezosamente,
sobre el agua poco profunda que rodea una formación rocosa que pretende imitar
un entorno salvaje.
No se enrosca. Sin sacar la lengua.
En cambio, el animal baja la cabeza mientras Theo me rodea el hombro con un
brazo.
—Estarán aquí en unos minutos. ¿Quieres que te traiga una silla?
—No. —No puedo apartar la mirada de este animal. Tanto poder. Tanta fuerza. Y
sin embargo, ahora mismo parece dócil mientras mantiene esos ojos oscuros fijos en
nosotros. ¿Por qué no tengo miedo—. ¿Sabes con qué lo alimentan?
—Según tengo entendido, son roedores y conejos. Todos previamente muertos
antes de ser puestos en el recinto. —Y justo en ese momento, se abre una pequeña
puerta y aparece un palo metálico en forma de garra que sujeta un conejo inerte. El
animal es rollizo, probablemente engordado para la serpiente, y sin embargo la
anaconda permanece en su sitio.
Dejan caer el conejo cerca del borde del agua, provocando un pequeño chapoteo.
Y eso llama su atención, la gran serpiente golpea antes de que salga el poste
utilizado para alimentarse. Su boca se abre, un movimiento rápido como un
relámpago antes de bloquearse en su lugar y comenzar a enroscarse. Más fuerte.
Más fuerte. Es morboso de ver, pero mi fascinación supera la visión perturbadora y
me encuentro dibujando antes de que empiece a tragar.
Mi dibujo es el de un animal orgulloso, con la cabeza en alto y la mirada al
frente. Es sin miedo. Con hambre.
—Es increíble, Gabriella —la voz, de Theodore llega desde mi lado, con sus
labios cerca de mi sien—. Muy detallado.
Me giro para mirarle, levanto la cabeza y casi jadeo al ver lo cerca que estamos.
Nuestros labios casi se tocan, y el calor se extiende por mis mejillas.
—Gracias.
—¿Será uno de los cuadros?
—Creo que sí. —Mis ojos se dirigen al animal. Me pone un poco nerviosa tenerlo
tan cerca, pero miro hacia otro lado con la misma rapidez. El animal está a medio
morder ahora y es un espectáculo grotesco—. ¿Qué tal otra exhibición?
Su risa llena el espacio.
—¿Más reptiles? O qué tal si nos dirigimos a la zona de los simios. —Me
encantan los gorilas, pero hay otro animal que preferiría ver más.
—¿Qué tal un gran gato en su lugar?
—¿Un jaguar? Por favor.
—Estoy aquí para complacerte, cariño. —El calor relampaguea en sus ojos, y se
oscurecen por un momento -el tiempo que tarda una persona en parpadear, antes
de desaparecer- y me quedo preguntando si alguna vez lo vi—. Todo lo que tienes
que hacer es pedirlo.
—¿No importa la petición? —pregunto, y la habitación pasa de estar helada a
estar caliente. Mi cuerpo reacciona, los pezones se tensan ante el posible
significado, aunque su expresión no delata nada—. Esa podría ser una oferta
peligrosa, Señor Astor.
—Lo es, pero estoy más que dispuesto a pagar. —Entonces me sacan del
encuentro con la serpiente y caminamos hacia una zona al aire libre que alberga al
gato de la selva en cuestión. Él no dice nada y yo tampoco, pero las palabras siguen
flotando en el aire.
Me hacen sonreír. Hacen que aparezcan mariposas en mi estómago.
—¿Preparada para que te vuelvan a volar la cabeza? —dice, sacándome de mis
pensamientos y devolviéndome a un presente en el que estoy frente a un hermoso
animal con este magnífico hombre a mi lado. ¿Cómo no me di cuenta de que nos
habíamos detenido frente al cristal? Pero además, el jaguar en cuestión está cerca
del cristal tumbado y lamiendo su pata sin ninguna preocupación—. Conozca al
verdadero rey de la selva, señorita Moore. Ha estado esperando para saludarla.
vitándome ahora, Gabriella. Qué maduro de tu parte —dice Elise
justo cuando cierro la puerta de mi casa unos días después. Llevo
setenta y dos horas encerrada en mi estudio desde que volví del
equivalente en el diccionario a una cita perfecta. Ese increíble día en el que
Theodore me dejó boquiabierta en todo momento, siempre tan atento,
asegurándose de que tenía todo a mi disposición para idear mi próxima línea de
pinturas para su galería.
Además, también he estado ocupada haciendo la capa base de cada uno de ellos.
Se enmarcarán en el mismo esquema: oscuro con un efecto de degradado que
terminará con el tono más oscuro en la parte inferior y ese nuevo tono que había
encontrado en la tienda de manualidades, creando un efecto de halo.
Hasta ahora, son perfectos después de las pruebas iniciales -algunas piezas que
se veían horriblemente sin vida sin importar la forma en que intentara agregar algo
de vitalidad a través de tonos de azules oscuros y morados. Mi mente no estaba en
el lugar correcto esa primera noche de regreso, todavía lidiando con la locura en la
que se ha convertido mi vida, y fue necesaria una sesión de atracones de dibujos
animados de la vieja escuela para despejar mi cabeza.
Ahora, la insinuación de la luminiscencia que se cuela dentro de la habitación
oscura y la iluminación estratégica que he colocado de forma simulada con ese fin
saltan del lienzo, representando una noche inspirada en la selva con estrellas en el
horizonte con la forma de mis signos astrológicos favoritos. Me han mantenido
ocupado, consumido, y he ignorado el mundo exterior por mi trabajo
No es la primera vez para mí, ni mucho menos, pero Elise parece muy enfadada
por esto. ¿Dónde estaba ella cuando sucedió todo y mi ataque de pánico justo
después? Pero lo más importante, ¿cómo sabía ella dónde encontrarnos cuando me
dieron el alta?
Mi supuesta mejor amiga no estaba en ninguna parte después de nuestra última
conversación, y han pasado casi dos semanas desde entonces. Aquella vez que me
acusó de ser tacaña, un poco patética, y me rebajó por ser todavía virgen. Curioso,
¿cómo es que alguien con su himen intacto es una puta?
—¿Eso viniendo de alguien que no tuvo la decencia de llamar y preguntar cómo
está su amiga? Ni siquiera un mensaje de texto después de avergonzarme una vez
más delante de Theodore. —Guardando las llaves, me acomodo la bolsa de
mensajería y me vuelvo para encarar a alguien que consideré una amiga durante
tanto tiempo. Como mi familia—. ¿O qué me dices de la falta de disculpas después
de insultarme y menospreciarme? ¿O de intentar entrar en mi casa sin permiso?
—¿Qué pasó en Theodore? —pregunta de nuevo, como la última vez, ignorando
mis reclamos mientras inspecciona su uña acrílica rota. Ella no sabe lo de nuestra
cita. Tampoco voy a compartirlo—. ¿Qué hiciste allí?
—¿Por qué estás aquí? —Contesto con la misma frialdad, observando su aspecto
desordenado. Esta no es la mujer que conozco. La misma que se viste de punta en
blanco a cualquier hora del día y que lanza sombras a cualquiera que no siga sus
protocolos de moda—. Y no mientas, ni añadas una falsa preocupación por mí. Ese
barco ha zarpado.
Su mano se aprieta, y la sonrisa en su rostro es sardónica.
—Ir contra mí es un grave error, Gabby.
—No. Eso fue no verte por lo que realmente eres. —Su rostro palidece ante eso,
los ojos se abren un poco al encontrarse con los míos por primera vez. Una reacción
tan extraña a una declaración sobre la hipocresía—. Me has mentido, Elise, una y
otra vez, y he terminado. —Demuéstrame que me equivoco y que no eres la clase
de persona que te comportas.
—Yo te hice quien eres. —Ante esto, me burlo, aburrida de esta conversación. Me
ha costado un poco de reflexión, pero he llegado a comprender sus verdaderos
sentimientos, a entender esas pequeñas manías de las que durante tanto tiempo me
excusé. Además, esas palabras hacen añicos la última esperanza que tenía de que
estuviera preocupada y nada más—. Las Galerías Astor nunca habrían ni siquiera
mirado tu cartera de basura sin mi ayuda. Me necesitabas y yo hice lo que había
que hacer para llegar a la cima.
Esas palabras me muestran sus verdaderos colores.
Codicia. Egoísmo. Envidia.
Me duele. La traición escuece, pero el hecho de que haya sido demasiado
estúpida para ver más allá del síndrome del amigo me avergüenza. Me hace
cuestionar quién soy para permitir esto.
—Has fingido ser mi amiga todo este tiempo. Me has utilizado. —Tragándome
mis emociones, la miro con indiferencia. Puedo ver que esto la molesta. Y también
sonrío ante la facilidad con la que se molesta. ¿Cómo no me di cuenta antes?—.
¿Qué consigues con toda esta mierda?
—Eso no te concierne, Gabby. —Es un siseo a través de los dientes apretados, sus
ojos se estrechan. La postura de Elise está destinada a intimidar, y sin embargo, me
encuentro igualando sus movimientos. No voy a ceder ni a retroceder, y mucho
menos a pedirle perdón. No voy a acobardarme, y cuando me acerca un dedo a la
cara, no dudo en agarrar su muñeca con la mano y apretarla con fuerza—.
Suéltame.
—¿Qué ganas?
—Que sepas que en este juego siempre voy a ganar. Ya lo he hecho muchas veces.
—La mujer parece una loca.
—¿Qué significa eso?
—Déjate llevar. —Se acerca a mi espacio personal, pero no quita su brazo de mi
agarre. En cambio, cuanto más se acerca, más aprieto mi agarre, y no se me escapa
la mirada de sorpresa que aparece en su cara—. Hoy estás tentando a la suerte.
Último aviso.
—Contéstame.
—Significa que estás fuera de tu alcance, pequeña.
—En eso se equivoca, señorita Scott —dice, una voz masculina y los rostros de
ambas se vuelven, encontrando a Tero de pie no muy lejos de nosotras con ambas
manos en los bolsillos. Está vestido para un día en la oficina, pero sin americana, y
la corbata hace tiempo que desapareció, parece—. Ahora, ¿por qué no compartes
con ella la jugada ilegal que intentaste llevar a cabo hace tres días después de ver a
ese patético hombre que trabajaba como abogado de derechos de autor?
—Esto no te concierne.
—Oh, pero sí te concierne, mulher. Você está fodido11.
Una vez más, Elise intenta arrebatar el brazo, y yo cedo tras su segundo intento
fallido, haciéndome a un lado. Tero también se coloca a mi lado, dejándole un
amplio espacio para volver por donde ha venido, y tras otra mirada, lo hace. No
hay ninguna explicación por parte de ella sobre su acusación, y el miedo me llena el
estómago.
—¿Por qué iba a ir a ver a un abogado? ¿Qué es...?
—Tenemos que hablar, Gabriella. Vamos a dar un paseo.
—¿Sólo después de que me cuentes lo que le dijiste en otro idioma? —Ya me
dirijo por el sendero con él cerca, casi como un perro guardián que protege mis

11 …mujer. Estás jodida. En portugués.


pasos—. ¿Y dónde está Theodore? No he tenido noticias de...
—De uno en uno, señorita Moore.
—Déjate de formalidades, Tero. —Poniendo los ojos en blanco, me dirijo hacia el
parque cercano. Esta desviación me va a retrasar, mi tan necesario viaje a la tienda
de suministros va a estar muy apretado, pero por algo tiene que estar aquí—.
Cuéntame.
—Todo lo que he dicho es que está jodida en portugués.
—Y he aprendido algo nuevo. —La risa, fuerte y aguda, estalla y no me disculpo
en ella. Gracias a Dios, él no se ofende y, en cambio, se ríe a mi lado, con los
hombros temblando. Nos quedamos así durante unos minutos en la acera, ambos
encontrando la hilaridad en la cosa más estúpida, pero entonces me viene a la
cabeza otro pensamiento—. ¿Es tu lengua materna?
—Podría decirse que sí, ya que nací en Brasil. —Sonríe, con una mirada de
recuerdo mientras señala la entrada del parque. Le sigo y caminamos hasta llegar a
una zona abierta con bancos a lo largo del camino. No hay nadie y, antes de que
pueda preguntar, choca su hombro con el mío—. Además, seguramente tendrás
algo peor que decir cuando...
—Uno, ¿te estás entreteniendo? Y dos, definitivamente.
—Podrías decirlo, pero...
—Yo me encargo desde aquí, Tero.
Su voz no deja de producirme escalofríos y endurecerme los pezones. Es
relajante, pero se siente como lava fundida fluyendo por mis sentidos, una
presencia dominante que es innegablemente masculina. Sensual. Dominante.
—Theodore.
—Hola, preciosa. —Se pone a mi lado y se inclina lo suficiente como para
depositar un beso en mi mejilla mientras el otro hombre se va; sus labios se quedan
allí un segundo más de lo que se considera normal. La piel también me hormiguea
allí. Mi cuerpo quiere volver a sentirlos—. ¿Cómo has estado estos últimos días?
—Trabajando sin descanso.
—¿En mis piezas?
—Sí. —Theodore intenta preguntarme algo más pero niego con la cabeza,
levantando una mano—. Pero tengo la sensación de que lo que tienes que
compartir es mucho más importante que el hecho de que yo me adentre en el
maravilloso mundo de las bases y los montajes.
—Es cierto. —No se ríe como espero, y se me revuelve el estómago—. Por favor,
toma asiento.
—¿Cómo de malo?
—Echa un vistazo y te diré lo que pienso. —Es entonces cuando me doy cuenta
de que hay una carpeta ya colocada en el banco, y me siento en el borde antes de
cogerla con un poco de duda. Mis ojos pasan de ella a los de Theodore, y él asiente,
animándome a abrirla y leer la primera página. Él opta por permanecer de pie
mientras yo paso a la siguiente página y a la siguiente, sin querer creer realmente lo
que estoy leyendo mientras me golpea una vez más en la cara la traición. ¿Por qué,
Elise?
—Jesús. —Porque, ¿qué otra cosa puedo decir mientras los papeles que tengo
delante muestran cómo Elise ha intentado registrar mi obra de arte como propia? El
archivo está aquí. Es su nombre en la línea punteada—. ¿Cómo demonios ha
podido hacer esto? ¿Significa esto que ella es dueña de mi trabajo actualmente
disponible? ¿Qué pasa con las piezas ya vendidas o encargadas?
¿Es esto parte de su amenaza? ¿Qué es lo que utiliza para advertirme?
Se me llenan los ojos de lágrimas y el corazón se me aprieta tanto que jadeo y los
papeles se me caen de las manos. Todo mi trabajo duro. Todos los sacrificios y las
horas pasadas en mi estudio.
—No. —Su respuesta de una sola palabra hace que le mire con ojos borrosos—.
No se saldrá con la suya, Gabriella. Te lo prometo.
—¿Pero qué puedo hacer? Si la aprueban y...
—Mis abogados ya han presentado la documentación necesaria para demostrar
que ha mentido en la solicitud, junto con una declaración jurada firmada por el
abogado en la que se indica esto.
—¿Cómo? —pregunto, porque qué persona admitiría de buen grado la
presentación de un formulario ilegal con la intención de perjudicar sabiendo que
esto podría hacer que le demandaran o multaran—. ¿Por qué haría eso?
—Soy persuasivo, y lo dejaremos así.
—¿Qué hizo?
—Asustar a una buena veintena de años de su vida —dice, sus ojos se iluminan
con diversión, y no puedo evitar sonreír a pesar de que una parte de mí acaba de
morir. Aunque seguramente parezco un desastre, con los ojos llorosos y las mejillas
manchadas, sus palabras me alivian. Tampoco tengo forma de devolverle su
amabilidad—. Y sea lo que sea lo que estés pensando, déjalo. Estoy seguro de que el
karma se encargará de los dos y con justicia.
—Todavía estoy muy agradecida.
—Y prometí cuidar de ti. ¿No es así? —Ante mi asentimiento, me coge la mano
que no sujeta la carpeta y me pone de pie. Un solo tirón y estoy contra su pecho.
Sus brazos me rodean por la cintura y su mano desocupada me levanta la barbilla.
Esos labios están tan cerca de los míos, su tacto es tan reconfortante cuando debería
ser un desastre llorando—. También es la razón por la que hice que Tero la siguiera
desde ayer y me acerqué cuando me llamó para decirme a dónde se dirigía. Estoy
dispuesto a librar todas tus batallas, Gabriella. A ser lo que necesites en la forma
que necesites que sea, ya sea un amigo o el mismísimo demonio, pero por favor,
que sepas que todo lo que hago es con tu mejor interés en el corazón.
Tres días atrás...

ero me está esperando dentro de mi despacho cuando entro. La galería


está vacía excepto nosotros dos y su mujer, que está sentada en el vestíbulo
mientras lee unos papeles. La mirada interrogante de Meera me sigue, sé
que tiene preguntas pero espera hasta que sea prudente, para hacerlas.
—¿Qué has encontrado? —Tomo asiento detrás de mi escritorio, mi silla cruje
cuando me inclino hacia atrás.
—No a yo, sino a Meera. —Ante el levantamiento de mi ceja, Tero empuja una
carpeta negra sobre mi escritorio—. Quizá quieras echarle un vistazo.
La primera página es una con citas de cinco despachos de abogados diferentes, y
cada uno de ellos se ocupa de temas sobre la ley de derechos de autor. Los números
son altos para todos, pero el último es el único dispuesto a aceptar el caso sin
pruebas de propiedad.
—¿Quién es?
—Pase a la siguiente página.
Y cuando lo hago, me hierve la sangre al tener delante un contrato estándar entre
Elise Scott y un tal David Hall, de Hall y Hall Asociados, de Portland. Algo que de
por sí arroja algunas banderas rojas, ya que ha estado en problemas antes por
fraude, un caso que llegó a los sitios de noticias nacionales. Y dos, ¿por qué no
alguien local y con mejor reputación?
—¿Cuántas leyes incumple este contrato?
—Al menos cinco desde la revisión inicial, pero la mayor es la intención ilegal de
adquirir los derechos de la obra de Gabriella. El gobierno no ve con buenos ojos
mentir en un formulario federal.
—¿Y cómo te encontraste con esto? —pregunto, pasando a la siguiente página y
leyendo los detalles de cada artículo que aparece en las más de cuarenta
presentaciones de derechos de autor. Desde cuadros hasta un puñado de esculturas,
pasando por el derecho de mis piezas por encargo—. La perra confabuladora.
—Elise es peor que eso, pero no actúa sola. —Ante mi asentimiento, deja escapar
una pequeña risa—. Y para responder a tu pregunta anterior, mi esposa estaba
buscando en uno archivado para la galería y al azar hizo una búsqueda bajo
Gabriella Moore. Esto es lo que apareció, ya que la señorita Scott fue lo
suficientemente arrogante como para intentar apropiarse del nombre de Gabriella
como si fuera su seudónimo.
—Imagino que Meera está molesta.
—Usted sabe dónde están sus lealtades, Señor Astor.
—Eso lo sé. —Hojeando un poco más abajo en el documento, encuentro algo que
es un poco extraño—. ¿Y dónde está el abogado ahora?
—Siendo interrogado mientras hablamos por un amigo mío en una comisaría de
Portland.
Asintiendo, saco mi teléfono y compruebo la hora.
—¿Supongo que va a pasar la noche?
—Correcto.
—¿Y la identidad del tercer implicado?
—Es una pareja, y hemos tenido un avistamiento. Están cerca, pero aún no
muestran sus rostros.
—Gracias. —Tero parece que tiene algo más que decir, pero hace caso a la
advertencia en mi tono y sale de mi despacho. En mi mesa hay tres expedientes en
total: dos pecadores y un santo, pero este último parece que siempre paga el precio
desde que nace. Sentado de nuevo, me rasco la mandíbula mientras observo cada
uno de los nombres -hombres y mujeres- que parecen necesitar algo de mi chica—.
¿Por qué te quieren, Gabriella? ¿Qué mano no han mostrado todavía?

Presente...
stá en shock.
La mirada en su rostro es de profunda pérdida, y me enfado por ella, por ella,
por dejar que alguien tan indigno se acerque tanto. Una mujer repugnante que cree
en el autoservicio y en destruir todo lo que se encuentra en su camino. Pero
además, Gabriella es demasiado dulce y confiada, dos cualidades que ya no existen
en el mundo en el que vivimos.
—Habla conmigo. —Mi voz es baja, pero todavía lleva un poco de ira. Es una
sensación tumultuosa, ya que mi deseo está siempre presente, pero ahora mismo
sólo puedo pensar en estrecharla entre mis brazos y protegerla del dolor. Sin
embargo, la angustia en la que se encuentra es necesaria por mucho que desee que
no lo sea. Es su camino. Parte de su crecimiento.
Sus ojos han estado cerrados durante mucho tiempo. Su intuición se ha perdido
al elegir confiar en otros.
—Para ser sincera, Theodore, no sé qué pensar. Su traición me está golpeando en
la cara, y mi mente no puede dejar de cuestionar sus motivos y su actitud. mi
estupidez.
—Ustedes dos son mundos aparte, cariño.
—¿Cómo es eso? —Esos tristes ojos verdes me miran desde debajo de unas largas
pestañas, su postura tan derrotada—. Por favor, ayúdame a entender. Ayúdame a
no derrumbarme.
—Te atraparía al caer, Gabriella. Todas y cada una de las veces. —Una única
lágrima cae de sus ojos y me duele el pecho, algo que no sentiría por ninguna otra.
Ninguna mujer u hombre me ha afectado como ella con una sola mirada, y ha sido
así desde que puse mis ojos en ella por primera vez—. Pero esto es parte de la vida,
cariño. Uno vive y aprende y se vuelve un poco más duro después de cada lección.
Nadie es intrínsecamente bueno. Nadie merece tu confianza ciega hasta que haya
demostrado su valía.
—¿Y cómo se prueba alguien a sí mismo? ¿Cómo puedo...?
—Prestando atención. —Sus labios se fruncen, y si hubiera sido cualquier otro
momento, la habría besado. Le habría quitado el aliento a sus pulmones y
alimentado mi alma con su sabor, pero no lo hago. En lugar de eso, meto su cabeza
bajo mi barbilla y le doy el consuelo que necesita. Y cuando siento que la tensión
abandona su cuerpo, le beso la coronilla y le hablo—. Tu corazón siempre ha sido
hermoso, incluso con aquellos que nunca han merecido tu empatía. Pero ha llegado
el momento, Gabriella, de no dar hasta recibir. De abrir esos preciosos ojos verdes y
ver el mundo tal y como es, y mientras aprendes, yo te llevaré de la mano. Cuando
tropieces, te enseñaré a mantenerte firme. Pero lo que no haré, ni hoy ni en el
futuro, es dejar que lleves una cruz que no es tu carga.
—¿Pero eso no anula el propósito de no confiar fácilmente si cedo ante ti?
—Lo hace. —No lo niega.
—Y créeme, soy el peor de todos.
Su cabeza se mueve, y nuestros ojos se encuentran una vez más.
—¿Qué significa eso?
—Significa que soy la peor bestia de todas porque es tu corazón lo que busco.
Porque te quiero toda, sin dejar una sola molécula de tu ADN sin tocar. Pero que
sepas esto: así como te devoraré, nunca me iré de tu lado. Me poseerás tan
irremediablemente como yo te poseeré a ti.
uieres ver algo? —pregunta Gabriella una hora más tarde, después de
ponerse unos pantalones cortos para dormir y una camiseta de tirantes. Estamos en
su sala de estar y en el sofá, sentados uno al lado del otro mientras compartimos
una manta. Es su elección. No ha hablado mucho después de mi confesión; no de
forma incómoda, sino más bien contemplativa, analizando lo que ha aprendido y
mi admisión, porque la quiero.
Toda ella. Cada centímetro suave.
Cada suspiro. Cada gemido. Cada lágrima.
—Dudo que disfrutes de lo que descompongo.
—Pruébame. —La aplicación de streaming está abierta y su avatar es bastante
bonito con un tono morado y un traje de superhéroe—. Te sorprenderá lo que
disfruto.
Me sorprende más su necesidad de tenerme cerca. La dulzura con la que me pide
que me quede.
Acompañándola a la puerta, me hago a un lado y espero a que la desbloquee.
—¿Estarás bien?
Gabriella no responde al principio, sino que se gira y empuja el pomo de la
puerta antes de volverse para mirarme desde el otro lado del umbral.
—¿Te vas?
—No voy a asumir que me quieres aquí, preciosa. Has tenido un día difícil y te
daré espacio.
Sus cejas se fruncen.
—Pero no quiero que te vayas.
—¿Estás segura? Sólo estoy a una llamada de distancia.
—Esta es mi manera de pedírtelo.
—Necesito oírte decir las palabras, Gabriella. No voy a asumirlo.
—Theodore, entra y cierra la puerta tras de ti... —se aleja, llamando por encima
del hombro mientras sus caderas se balancean de lado a lado—...no estoy de humor
para más visitas sorpresa.
—No te quejes luego.
—Sólo elige algo. Ahora vuelvo. —Gabriella se levanta de su lugar junto a mí y
se dirige hacia su cocina, la apertura de su nevera sigue poco después—. ¿Quieres
algo? Está todo azucarado y es malo para ti.
—No, gracias —respondo, y luego recorro su selección de Watch Again, bastante
impresionado por sus elecciones. Es un poco morbosa, y eso me hace sonreír, ya
que no hay más que animales peligrosos y asesinos en serie con algún que otro
documental cultural. No hay romance ni comedia, ni siquiera un programa de
cocina—. Joder, es perfecta.
Se está abriendo algo de plástico y luego se abre otra puerta; mi suposición es el
microondas, y mi sospecha se confirma unos segundos después cuando el olor a
palomitas impregna el aire.
—¿Has elegido ya? Si no es así, me toca elegir a mí cuando vuelva.
—Ya lo he hecho.
—¿Qué? —Su cabeza asoma por la entrada, con la nariz arrugada de la forma
más bonita.
—Esto. —Un par de clics y la apertura de una serie documental que he visto
varias veces aparece en la pantalla.
—¡Espera! Todavía no estoy lista.
—Tienes sesenta segundos antes de que pulse el botón de inicio.
—Estás en mi casa. Espera a la anfitriona.
—Cincuenta —me río.
—No tiene gracia.
—Cuarenta y tres.
—Das asco —resopla ella, volviendo a toda prisa con un gran bol de palomitas y
un Dr. Pepper en las manos. La insinuación se me queda en la punta de la lengua.
Quiero que sepa que estaría encantado de lamer, morder y chupar cada centímetro
de su cuerpo, pero en lugar de eso le doy al play. Empieza la introducción y ella
levanta la ceja—. ¿De qué va esto?
—Es la historia de un hombre que asciende al poder utilizando la religión como
escudo para los crímenes cometidos —digo, mientras la hermosa mujer que está a
mi lado se acerca un poco más, rozando su brazo con el mío. Mis manos se
aprietan, las uñas se clavan en las palmas mientras ella me pone a prueba. Mi
autocontrol. La necesidad de poseer cada uno de sus besos es enloquecedora, pero
ella ha tenido un día duro y yo sería tan repugnante como los que la rodean y
toman sin cuidado. Así que en lugar de eso, la miro y sonrío—. Miente y roba y
finalmente se folla a todos los miembros adultos de su iglesia antes de masacrar a
las pobres almas que le siguieron a esa isla.
—He oído hablar de éste, pero nunca lo he visto. ¿Un falso profeta?
—Puedes llamarlo así.
—¿Qué tan horripilante es? — Gabriella mastica unos cuantos granos antes de
dar un sorbo a su bebida. Sus piernas están metidas debajo de ella, el cuerpo se
inclina un centímetro más. Una burla inocente—. ¿Escala del uno al diez?
—Un sólido cuatro. Para mí es más informativo que aterrador.
—¿Aburrido, entonces?
—Más bien conocer la mente de un asesino.
—Ahh, uno bueno, entonces. —Luego vuelve su atención a la pantalla mientras
yo la observo. Observa la forma en que sus ojos se abren de par en par y cada
movimiento de su cabeza mientras el comienzo de su ascenso al poder se reproduce
en la pantalla. Hay un par de resoplidos aquí y allá, la mirada de ¿estás
bromeando? que todas las mujeres poseen y han perfeccionado tras décadas de
pruebas, y finalmente se mueve y apoya su cabeza en mi hombro.
El cuenco está a medias y el refresco colocado sobre la mesa. Con el volumen
bajo, nos sentamos en silencio y cuando su cara me acaricia el brazo, me giro un
poco y la atraigo contra mi pecho. Está medio tumbada sobre mí, tan cálida y
suave, y su pequeño cuerpo se arropa perfectamente contra mí.
Se siente bien.
Todo está bien.
Y cuando su respiración se estabiliza y nos pongo en una posición acostados, me
recompensa con unos preciosos ojos verdes que se abren lo suficiente como para
depositar un pequeño beso en mis labios. Es breve, una burla, pero no puedo evitar
la risita que se me escapa cuando, unos segundos después, cuando busco más, un
ronquido bajo llega a mis oídos.
álidos labios recorren mi cuello, dejando pequeños mordiscos a lo largo
de mi piel. Me ruborizo, tan sensible, y me arqueo ante el tacto del
desconocido. Pido más en silencio y casi lloro cuando el calor de su
boca me levanta 0y un sonido de pitido sale del fondo de su garganta.
El sonido es admonitorio, con una pizca de burla, y yo gimoteo patéticamente
como la niña necesitada que él hace de mí. Sigo sin poder ver su cara, su cuerpo
sobre el mío mientras me tumbo boca abajo en una cama enorme y adornada con
ropa de cama de felpa en rojo esta vez. Un cambio. Una burla. Es suave debajo de
mí y cuanto más me hundo, me rindo a su sensación reconfortante, más se burla de
mí con movimientos de su lengua y suaves mordiscos.
Estamos en una habitación oscura, a diferencia de otras que he visitado antes en
mis sueños, pero el borde peligroso persiste. Me rodea. La única fuente de luz
proviene de una chimenea, el fuego rugiente contrasta con un brillo hedonista que
baila por las oscuras paredes en una gama de naranjas y rojos, los tonos encendidos
con burla.
Aquí hace calor. Una reconfortante diferencia con otros tiempos en los que el
miedo consumía cada uno de mis miembros. En cambio, sus labios me sostienen
contra mi voluntad. Por la reverencia con la que rozan mi piel. Me saborean.
—¿Por favor? —Una súplica, una verdad que expone mi desesperada necesidad,
y grito cuando una gran mano me agarra por el culo, apretando hasta el punto de
que me duele. La sensación reverbera en mis sentidos como un tsunami, y le pido
más. Por cualquier cosa que pueda hacer—. Te necesito.
Mis caderas se mueven, buscando lo que se les niega, y suspiro cuando un dedo
solitario abre mis labios, acariciando mi humedad hasta deslizarse en mi pequeño
agujero.
—Me duele cuando no me tocas.
—Siempre estaré aquí, Gabriella. —Las yemas de los dedos bailan por mi cuello,
un ligero toque, y mis ojos se abren de golpe ante el repentino cambio. Theodore
me mira desde nuestra posición en el sofá; estamos tumbados uno contra el otro y
mi cuerpo se aprieta cada vez que él exhala con fuerza. No puedo evitarlo. No
puedo ignorar esta necesidad que me quema por dentro mientras su mirada es
acalorada y hambrienta. Sigo sintiendo fluir los últimos restos de mi sueño, pero
ahora se funden con el deseo que se acumula por este hombre. Es confuso.
Abrumador—. ¿Estás bien?
—Sí. —El calor inunda mis mejillas, mi boca se seca mientras no puedo evitar
mirar de sus ricos orbes ambarinos a sus labios y viceversa—. Lo siento.
—No lo hagas. —Su tono áspero se posa sobre mi piel sensible e, instintivamente,
me arqueo contra su abrazo, esos fuertes brazos que me aprietan. Estamos
completamente tumbados en la habitación a oscuras, la aplicación de la televisión
sigue siendo la única fuente de iluminación y, sin embargo, es como si la habitación
estuviera bañada por una luz blanca y pura. Hay una fuerte corriente que viaja
entre nosotros, tal vez un arrastre de mi sueño, mientras lo miro, mi mirada es
incapaz de ocultar mi deseo.
También soy incapaz de evitar el crudo deseo en el suyo.
Los ojos de Theodore están entrecerrados, su lengua rosada se desliza por el
labio inferior mientras hace lo mismo que yo. Mira. Sin embargo, es la flexión de su
longitud contra mi núcleo lo que me rompe.
Es grande. Grueso. Y sentirlo ahí me hace gemir, mi boca busca inmediatamente
la suya.
—Gabriella. —Es un gruñido fuerte, una advertencia. —Cariño, ¿estás segura?
—Por favor.
—¿Por favor qué? —Las yemas de los dedos se clavan en mis caderas,
manteniéndome en el sitio mientras le picoteo los labios entre palabras
innecesarias—. Dime qué necesitas.
—Tócame.
—Joder. —Es una exhalación brusca, su propia verdad y su necesidad se hacen
patentes en la respuesta de una sola palabra. Con la mano que no está en mi cadera,
Theodore levanta un poco más mi barbilla. Respiro cada una de sus exhalaciones—.
Dilo otra vez. Necesito oírlo.
—Necesito que me toques. —La última palabra no ha pasado por mis labios
cuando su boca se estrella contra la mía. Su beso es casi un castigo, y yo siento lo
mismo. Imprudente. Salvaje. En casa. Me aferro a él, con la lengua entrelazada,
mientras mis uñas recorren su cuero cabelludo y se enredan en las suaves hebras de
la nuca—. Por favor, Theo. Dame lo que necesito.
—Mi hermosa chica. —Entonces estoy bajo él, mi cuerpo inmovilizado bajo su
forma musculosa. Soy la suavidad de sus planos más duros, todo lo contrario, y sin
embargo mis curvas se amoldan a él. Estoy flexible, necesitada y abro mis muslos
para acomodar sus caderas.
Se flexionan contra los míos, su polla rozando la carne sensible que tiembla por
él.
La lujuria es una emoción poderosa y me estoy ahogando, invadida por una
necesidad tan abrumadora que me hace temblar. Sus manos tiemblan mientras me
coge la mejilla con una mano y con la otra me quita los pantalones. El sonido de un
marco de fotos al caer sólo sirve para aumentar mi excitación.
Theodore mira mi cuerpo con adoración.
—Jodidamente perfecto —sisea, sentándose de nuevo sobre sus rodillas para
poder palparse a través de sus vaqueros. La forma en que aprieta es áspera, casi
brutal, mientras yo yazco jadeando en nada más que un conjunto de sujetador y
bragas de malla desnudos. Los pezones están duros. El coño mojado—. Te he
querido así durante mucho tiempo. A mi merced.
—¿Cuánto tiempo?
—Desde el primer momento en que puse mis ojos en ti. —No da más detalles, y
no sé si se refiere a mi foto o al café, pero en este momento no cambia el calor
palpable entre nosotros—. Sólo pienso en ti, Gabriella. —Se inclina hacia delante y
se sostiene por un brazo, con cuidado de no aplastarme, aunque todo lo que quiero
es sentirlo. Todo de él—. Eres todo lo que quiero en esta vida.
—¿No es pronto? —La pregunta se me escapa sin pensarlo y me muerdo el labio,
esperando no haber arruinado el momento.
—Nunca. —Esos orbes ambarinos recorren mi cuerpo, se detienen en mis pechos
y en las puntas de los guijarros antes de desviarse hacia la unión de mis muslos.
Allí, exhala con brusquedad, al tiempo que agarra mis caderas con fuerza. Las uñas
romas se clavan en mí, lo que me produce un ligero dolor, pero me siento atraída
por la sensación.
A la forma en que se instala en mi núcleo, haciendo que me apriete con
necesidad. Y él ve esto. Todo de mí.
Ninguno de los dos habla. Las palabras no son necesarias, pero le hago un gesto
con la cabeza. Mi permiso para tomar y poseer. Es mi rendición, y con un gruñido
de joder, Theodore tira de las dos pequeñas cuerdas que sujetan mis bragas,
arrancando la endeble tela.
Se clavan, marcando mi piel de la forma más deliciosa, y no puedo evitar el
gemido que se me escapa ni la elevación de mis caderas en señal de ofrenda. Una
ofrenda que él acaricia con las puntas de dos dedos, extendiendo mi humedad
mientras baja su cara hacia mi pecho.
No me quita el sujetador, sino que pasa la lengua por el material transparente
que no le oculta nada, lo que me hace soltar un siseo.
—¿Pasa algo, señorita Moore?
—No —gimoteo, con la voz temblorosa—. Sólo me siento muy necesitada.
—No tienes ni idea de lo que es la verdadera necesidad, cariño. —Theodore
sopla aire caliente sobre la piel sensible y se me pone la piel de gallina, mis pechos
se agitan. La punta de su lengua recorre mi pecho derecho y me pellizca el pezón
antes de dar el mismo tratamiento al izquierdo—. Cuánto tiempo me he negado a
mí misma. Cuánto tiempo he sido paciente y he esperado.
—Dime.
—Todavía no —sisea, antes de rasgar el casi inexistente material que cubre mi
pecho, el pequeño triángulo colgando de sus dientes. Theodore coge la tela con la
mano y guarda el trozo en un bolsillo trasero antes de morder la parte inferior de
ambos pechos, arrastrando la lengua por cada uno antes de seguir el camino por el
centro hasta mi montículo.
Allí se detiene con los ojos cerrados y el labio atrapado entre los dientes. Inspira
profundamente y retiene el aire.
Su mejilla roza la piel húmeda y desnuda sobre mi clítoris y se estremece.
Este hombre hermoso, fuerte y a veces exigente tiembla sobre mí como si se
aferrara a un control que se le escapa. Como si se tambaleara en el borde, con la
cara contorsionada en un dolor reverencial, y maldita sea si eso no provoca otro
torrente de humedad que cubre mis labios.
—Theo, yo...
—Dilo otra vez. Llámame así otra vez.
—Theo.
—Joder —gruñe contra mi carne, su boca se desplaza hasta donde se cierne, y
esos ojos mantienen mi mirada. No puedo cerrar los ojos ni apartar la mirada. No
puedo moverme ni suplicar. Lo único que puedo hacer es ver cómo su lengua rosa
me toca el clítoris, una ligera caricia, y gritar cuando el placer se apodera de todas
mis terminaciones nerviosas.
Lo mantiene ahí. Presionando un poco más firmemente con cada tictac del reloj
hasta que sus labios se separan y está chupando mi tierna carne entre sus dientes.
La aguda succión hace que ponga los ojos en blanco, una acción que no le gusta, y
me da un golpe en el muslo. Es fuerte, el escozor aterriza justo donde su lengua
está adorando, lamiéndome desde mi tembloroso manojo de nervios hasta mi
apretada entrada y de nuevo, antes de chupar mis labios y sacarlos.
Theodore está hambriento, se le escapa un profundo gemido retumbante cuando
mete la punta de su lengua dentro de mí. Lamiendo. Mordiendo. Chupando hasta
que la parte inferior de mi cuerpo se levanta del sofá y se mueve contra su boca.
—No te muevas. —El agarre de mis caderas se hace más fuerte,
inmovilizándome, pero sólo lucho con más fuerza. Me enfada que me mantengan
en su sitio cuando lo único que quiero es cabalgar sobre su boca. Hacer lo que mi
cuerpo me pide naturalmente: buscar mi propia liberación con él, pero su negativa
es un arma de doble filo—. Sabes a cielo y me has enviado del infierno. ¿Cuál eres
tú, dulce niña? ¿Mi premio o mi encarcelamiento?
Cómo las palabras y las acciones me excitan y al mismo tiempo me cabrean.
Pero entonces me rodea el clítoris con una presión cada vez mayor, al principio
ligera y luego con dureza, arrastrando la parte plana de su lengua hasta que mi
estómago se aprieta y aprieto los cojines. Todos los pensamientos abandonan mi
mente. Sólo existe su olor y su tacto. Hay un calor que sube por mí. Una sensación
eléctrica cuando suelta una cadera y lleva un solo dedo a mi entrada.
Rodea la abertura, jugueteando conmigo mientras su boca no cesa de atacar mi
clítoris. Me lo chupa, me lo pellizca, me lo chupa entre los labios mientras mueve la
cabeza de un lado a otro. Y yo me agito, mis gemidos se convierten en gritos
mientras mis muslos se aprietan alrededor de su cabeza. Es una acción que él no
aprueba, y cuando se retira y me sacude la cabeza mientras cuatro dedos golpean
mi coño, casi me desmayo.
Entonces lo hace de nuevo.
Un total de cuatro veces, y soy un desastre sudoroso y jadeante. Mojado. Tan
mojado que gotea de mi entrada al capullo de rosa y al sofá.
—Theo, estoy tan cerca. Sólo un poco... ¡joder!
—Esa es mi chica —dice, mientras mi orgasmo me golpea y grito, con los ojos en
blanco mientras pierdo el control de mi cuerpo. Estoy llorando, las lágrimas se
acumulan en las esquinas de mis ojos mientras él continúa su asalto, sin detenerse a
dejarme respirar. Me come a través de cada escalofrío, a través de cada apretón
duro de mis paredes, y justo cuando las olas empiezan a menguar y quedan
pequeñas réplicas, vuelve a deslizar su dedo y me folla con golpes duros y
castigadores mientras inmoviliza mi cuerpo con el suyo—. Dame una más.
—Pero ¿y tú? —El no se ha corrido y sigue con la ropa puesta. ¿No quiere…
—Mi placer consiste en complacerte —dice, con el pecho vibrando por el sonido
gutural—. Y ahora mismo todo gira en torno a ti, Gabriella. Lo que necesito de ti.
—Oh, Dios... yo... ¡Theo!
—Otra vez, Gabriella. —Enrosca el dedo dentro de mí, y me agarra a mitad de la
réplica, mis músculos se tensan mientras una extraña presión aumenta. Aumenta
rápidamente y mis ojos se abren de par en par porque siento que tengo que orinar,
pero cuando intento apartar sus manos, Theo me inmoviliza con una de las suyas
por encima de mi cabeza—. No lo hagas. Sólo dame una más.
—Creo que necesito...
—Suéltate, preciosa. Enséñame cómo chorrea ese bonito coño.
—¡No sé cómo!
—No tienes elección —gruñe, y presiona con más fuerza, la palma de su mano
conecta con mi sensible clítoris. La sensación es nueva y aterradora, pero, maldita
sea, es increíble de la manera más perversa, y cuando añade un segundo dedo, me
pierdo.
Me siento abrumada por este electrizante torrente de placer que se apodera de
cada célula de mi cuerpo y luego la liberación. Es una explosión, una fuerte
sacudida en mi sistema que termina con mis sollozos sacudiéndome, mientras sus
pantalones y su camisa se empapan de mí.
Mis labios se mueven y sé que puedo oírme a mí misma, pero la racionalidad ha
desaparecido y estoy cansada. Ya estoy medio dormida cuando me coge en brazos
y me sube las escaleras hasta mi habitación. Theodore me tumba en la cama y se
inclina para besarme la mejilla como si se fuera a ir, pero antes de que pueda
apartarse, le atraigo hacia mí. Él también me deja, sin protestar, simplemente
reconociendo mi necesidad sin que tenga que pedírselo. Theo se quita los
pantalones y la camisa, y se queda en calzoncillos.
Un espectáculo que admiraré por la mañana, pero ahora mismo lo único que
quiero es abrazarlo. Sentirme segura entre sus brazos y eso es lo que hago, con mi
cabeza sobre su fuerte pecho y su brazo alrededor de mi espalda, dibujando
perezosos círculos por mi columna vertebral, cierro los ojos y me rindo al
cansancio.
starás bien? —me pregunta Theodore al día siguiente, alrededor
de la una de la tarde, después de haberse acostado tarde conmigo.
Es un día nublado, el cielo cubierto me da un ligero dolor de
cabeza, pero mantengo la sonrisa en mi cara. Odio que se vaya. Odio que vaya a
estar en Los Ángeles durante unos días, y más después de lo que pasó anoche.
—Estaré bien. Lo prometo. —Poniéndome de puntillas, le doy un pequeño beso
en la barbilla. Es el único lugar al que puedo llegar, y también me gusta la forma en
la que su nariz se acentúa ante el acto. Cómo toma una fuerte bocanada de aire
mientras ese pecho musculoso se expande con una profunda inhalación—. Ahora,
vete. Tengo cosas que hacer.
—¿Las tienes?
—Las tengo.
—¿Como qué? —pregunta, rodeándome con sus brazos para mantenerme en su
sitio. Theodore es rápido, tirando de mí contra su pecho antes de que yo parpadee,
y me encuentro riendo ante su expresión de orgullo—. ¿Qué podría hacer que me
echaras en lugar de estar molesto porque me vaya?
—Pagar las facturas, concertar una reunión con el abogado que tiene que echar
un vistazo a mi caso de derechos de autor, y tengo que hacer un viaje rápido a la
tienda de suministros de arte al otro lado de la ciudad porque mi lugar habitual no
está disponible.
—Eso es mucho en tu plato. —Sus labios presionan para dar un rápido beso en
mi frente—. ¿Quieres que Tero venga a echarte una mano? No le importar.
—No.
—¿Y su mujer, Meera?
—No la conozco, y de nuevo, no. —Ante mi negativa, sus labios se separan, con
una refutación en la punta de la lengua, y niego con la cabeza, poniendo un solo
dedo sobre su boca—. Créeme, Theo, tengo tanto que hacer que estaré muy
ocupada durante días. Ya estoy atrasada con los cuadros.
—Me encanta que me llames Theo. —Mis mejillas se calientan un poco bajo su
intensa mirada, el oscurecimiento de sus iris es sexy—. Dilo otra vez.
—No. —Ante mi negativa, las yemas de sus dedos se clavan un poco, y el
movimiento juguetón justo sobre una zona con cosquillas me hace reír y su sonrisa
se amplía. Casi como un depredador—. Para.
—Dilo.
—No.
—Última oportunidad. —Esas mismas yemas de los dedos empiezan a dar
golpecitos a lo largo de mi piel lentamente mientras crecen en intensidad antes de
atacar sin piedad y me quedo retorciéndome, intentando apartarme, pero su fuerte
sujeción no permite ni un centímetro de separación entre su cuerpo y el mío—.
Dilo. Dilo y me detendré.
—¡Theo! —grito, con los ojos llorosos.
—Buena chica —dice, riéndose, pero luego la diversión muere, y su rostro se
vuelve sombrío—. Volveré en cuarenta y ocho horas, Gabriella. —Su expresión de
tristeza y malhumor es muy bonita, y de repente me entran ganas de morderle. No
lo hago, pero está ahí. Lo he apodado, y ahora pienso en hincarle el diente. ¿En qué
me está convirtiendo?—. Tu reunión con el abogado está programada para que
coincida con mi regreso. Te llevaré y traeré, así que prepárate a las tres.
—¿Es una orden?
—Más bien es mi forma de invitarte a una cita romántica.
—¿Cómo es eso? —Intento hacerme la desentendida, pero la sonrisa de mi cara
delata las mariposas de mi estómago—. En primer lugar, una reunión con un
abogado no es una cita de etiqueta. Y segundo, nunca se me informó de esto.
—Considera esto como tu invitación formal y sería justo después del abogado.
—¿Y si digo que no?
Pone los ojos en blanco ante mi ceja levantada.
—Entonces es una orden. Prepárate para mí.
—Te tendré... —sus labios sobre los míos matan el resto de mi respuesta. El beso
es rápido y apasionado, y me quedo jadeando cuando se retira demasiado pronto,
arrastrando sus dientes sobre mi labio antes de soltarse.
—¿Qué decías?
—Nos vemos en dos días.
—Dos días, preciosa. —Esos ojos ambarinos abandonan mi cara y recorren mi
cuerpo y suben de nuevo, deteniéndose en mi muñeca—. Por cierto, me encanta tu
nuevo amuleto.
—¿Nuevo amuleto?
—Echa un vistazo.
Theodore baja por el porche mientras yo estoy ocupada mirando la corona de
joyas que llevo en la muñeca. Es de oro blanco con piedras de ónix negro que
rodean la mitad inferior con dos letras grabadas en el interior. Una T y una G
gigantescas con los números 10:04 al lado. Es precioso y me hace sonreír, y me
pregunto cuándo tuvo Theo la oportunidad de colocarlo ahí.
Debe haber sido mientras dormía. ¿Y qué significa el 10:04?
Es demasiado bueno para ser verdad.

ill.
Bill.
Folleto de super ahorro de una tienda de comestibles.
Otra factura.
Una oferta de manicura gratis si reservo una pedicura en el nuevo spa.
¿Qué carajo?
—¿Por qué hay pétalos de rosa negra aquí? —Mi mano empuja a un lado todo el
correo que he recogido en los últimos días, sin mirar para ver lo que había antes ya
que sé que la mayoría es basura, pero esto está fuera de lugar. Nunca he comprado
ni recibido una rosa negra antes, y esta está muerta, completamente seca y
quebradiza, al levantar el tallo del cuenco, el resto de sus pétalos caen.
¿La ha traído Elise? ¿Estoy tan fuera de sí que no me he dado cuenta de la rosa?
Estaba sobre un sobre con mi nombre escrito en la parte delantera con una
caligrafía muy cuidada, el blanco crudo de la carcasa de papel ahora manchado por
las últimas huellas de sus pétalos. Dejando todo lo demás a un lado, abro la solapa
cerrada y saco un pequeño montón de papeles doblados.
El encabezamiento de la empresa es el del orfanato en el que crecí -conocería el
símbolo en cualquier lugar- y esto me llena de inquietud. Se me acelera el corazón y
se me agarrotan las manos, pero al desplegar los documentos, la primera línea me
rompe el corazón.
Renuncia voluntaria a la patria potestad
Voluntaria.
Voluntaria.
No puedo pasar de esa palabra, ya que dice mucho en el confinamiento de nueve
letras. La verdad está golpeando todos mis procesadores, golpeando mis nervios
con afiladas garras, y mi pecho se aprieta. Mis ojos se llenan de lágrimas cuanto
más leo, abriéndome en canal a medida que la verdad grita en cada línea.
No me quieren. Abandonada.
La habitación se me queda pequeña y mis respiraciones son agudas, el dolor se
intensifica, pero más cuando veo sus nombres deletreados sobre un par de firmas
de la pareja que me trajo a este mundo: Richard y Carla Burgess.
—¿Ni siquiera tengo su apellido? —digo en voz alta mientras mentalmente me
pregunto quién me puso el nombre. ¿El apellido de quién fue donado al niño no
deseado arrojado al sistema sin mirar atrás? Al pasar a las dos últimas páginas, me
encuentro con un extracto bancario con una gran suma depositada días después de
que me entregaran al orfanato y una carta de acuerdo.
Mis ojos hojean cada línea con ojos llorosos mientras tropiezo con la pared más
cercana; me deslizo y me siento, sintiendo que las paredes se derrumban. Una
pregunta tras otra se agolpan en mi mente. Sobre quiénes eran o son. Sobre quién
me dio realmente esta casa.
¿Era el hermano de mi madre biológica o de mi padre?
Entonces, me pregunto, ¿por qué ahora?
¿Por qué darme esa suma global junto con esta propiedad?
Con cada tictac del reloj, mi pecho se aprieta. Me duele. Física y emocionalmente,
me duele de una manera que nunca antes había encontrado. No puedo respirar y
dejo que los papeles caigan al suelo.
—Necesito salir de aquí.
Me levanto de un salto del suelo, cojo la cartera y las llaves y salgo corriendo por
la puerta. Tengo tanta prisa que no recuerdo haber subido al coche y haber
conducido hacia Pike's Place. Voy con el piloto automático y vuelvo en mí cuando
me dirijo a mi puesto de artesanía favorito dentro del mercado.
Todo el mundo me mira raro al pasar. Miran a la mujer pelirroja con la piel
manchada, con lágrimas corriendo por sus mejillas, mientras lleva el equivalente a
la ropa de entrenamiento; un sujetador deportivo y leggins. Iba a salir a correr
después de ocuparme de las facturas; había querido despejar la cabeza y trabajar en
la colocación de cada bestia en las piezas de la Galería Astor.
Eso no funcionó. Nada lo hará.
Mi vida es un lío de pesadillas, emociones lunáticas y ahora esto.
—¿Está usted bien, señorita? —me pregunta la dueña de la tienda, una mujer de
unos treinta y tantos años. No hay nadie más cerca de nosotros; miran pero me dan
esquinazo—. ¿Necesita algo o que llame por usted?
—Estoy bien. Sólo he tenido un día duro.
—¿Quieres sentarte? Puedo traerte una silla. —Su mano busca mi brazo y lo
aprieta. La acción pretende ser reconfortante, pero en lugar de eso, me invade una
sensación de añoranza. ¿Cuántos miembros de la familia tengo? ¿Tengo una
hermana o un hermano, tal vez varios de cada uno?
—No. —Sacudiendo la cabeza, me alejo un poco y le doy una sonrisa triste—.
Gracias por el ofrecimiento, pero ahora mismo sólo necesito caminar.
—¿Estás segura?
Me limpio los ojos con el dorso de la mano y le sonrío.
—Estoy segura. Pero gracias. —Hay algunas tiendas especializadas más en esta
sección y me tomo mi tiempo para caminar por cada una de ellas, sin comprar pero
admirando las piezas artesanales hechas por artistas locales mientras me mantengo
alejada de los que compran. Me ayuda a tranquilizarme después de un rato, me
calma estar rodeada de tantas creaciones únicas.
Mi alma creativa se relaja. Acoge las vibraciones tranquilizadoras.
Sin embargo, cuando llego a la sección del mercado de agricultores de Pike's,
siento que alguien me observa. Su mirada es dura y sus pasos no son nada ligeros,
como si quisieran ser vistos, y sin embargo, cuando vuelvo la cabeza nadie hace
contacto visual directo.
Hay demasiada gente a mi alrededor como para poder identificar a alguno de
ellos.
Así que sigo adelante, recorriendo el pasillo y sólo me detengo a comprar unas
peras frescas que parecían demasiado buenas para dejarlas pasar. Y cuando salgo
de la zona, veo por fin a un hombre de unos cuarenta años con una tripa de barril
que camina más cerca de lo que me parece.
Nunca le he visto. No tengo ni idea de quién es.
Pero eso no le impide seguirme durante los siguientes quince minutos y, tras
intentar perderlo en el Starbucks, me dirijo a mi coche. No corro, pero saco mi gato
multiherramienta y deslizo los dedos por la zona de debajo de las orejas, agarrando
el metal con fuerza.
Los pasos se acercan y me detengo, dándome un segundo para recuperar el
aliento antes de girarme y... nada.
Ningún hombre.
No hay más pasos.
Es como si lo hubiera conjurado todo y cuando miro a mi alrededor, observando
a los numerosos compradores y vendedores, me quedo cuestionando mi cordura.
¿Adónde ha ido?
—¿Me lo he imaginado?
us gritos de dolor rasgan el aire, llenando la cálida noche de verano con
una inquietante sinfonía que me hace sonreír. Su pecho está enrojecido, los
riachuelos surgen de cada corte y fluyen por su estómago, desapareciendo
bajo la cintura de sus pantalones.
El hombre está atado de pies y manos al suelo de un edificio vacío no muy lejos
de la casa de Gabriella y del corazón de Seattle. Es un espacio vacío del que soy
propietario y que he insonorizado, dedicando cada una de sus veinte plantas a un
tipo de tortura diferente, que recuerda a mi casa de Italia.
Lo desangraré aquí.
Lo desangraré gota a gota hasta que hable, y aún así no tendré piedad cuando lo
haga.
Esto es su culpa. No mía. No de mi linda chica.
—Hable, Señor Hall. —Su respuesta es más galimatías ininteligible, sus
funciones corporales le fallan cuando la parte delantera de sus pantalones se
mancha de orina. Animal asqueroso—. Me das asco.
—Por favor, no he hecho nada malo. Estaba allí para... —Le corté la mierda con
un revés, la fuerza del golpe en su cara le rompió el pómulo y la nariz.
—Voy a pedírtelo otra vez. —Chasqueo los dedos y dos criaturas especiales se
deslizan por la habitación, observando al hombre con ojos rencorosos. Una se
contrae. Una es venenosa—. ¿Quién te envió?
—Yo... no lo hice. —Es todo lo que consigue decir mientras la albina blanca se
enrosca a una distancia considerable de sus pies. La cobra se levanta con una
posición regia, su capucha expandida y su lengua bífida entrando y saliendo
lánguidamente.
Los mando a los dos.
El macho es mío.
La hembra es mi regalo para la señorita Moore.
—Última oportunidad. —Entonces, silbo y la cobra ataca como sabe hacerlo, dos
pinchazos en el abdomen que le hacen tensarse inmediatamente, un grito cuajado
que escapa de su garganta. Luego, otro mordisco seco, sólo porque me ha cabreado.
Ambas serpientes observan y esperan, mis gestos con la mano son la única
comunicación que necesitamos en este momento—. ¿Estás listo para hablar ahora?
—No me mates.
—Deberías haber pensado en eso antes. ¿No? —Paso una uña metálica afilada
por los dos pequeños pinchazos del centro y rasco la piel, estirándola mientras veo
cómo se ensancha. Porque la elasticidad de la piel cede bajo presión si se ejerce la
cantidad adecuada y, ahora mismo, estoy cortando desde justo debajo de su
ombligo hasta su esternón—. ¿Depredando a una mujer indefensa? ¿Siguiéndola
durante los últimos días?
Sus ojos se abren de par en par, la sangre se escurre rápidamente de su cara. Este
es un nuevo miedo. Nada que ver con el daño ya infligido.
—Ella me obligó a hacerlo.
—¿Ella quién? —pregunto, aunque las piezas no han sido difíciles de encajar. El
pasado tiene una manera de encontrar el presente y mezclarse de maneras que
nadie predice, pero estoy disfrutando de la idiotez de algunos. Mi bestia ha estado
enjaulada durante demasiado tiempo. Mi sed no se ha saciado. Cuando no
responde, con sus miembros temblando, le suelto las ataduras mientras los
animales miran.
No le dejo caer. No le hago daño y, sin esfuerzo, lo llevo a una silla que he
colocado donde se ve el cielo nocturno. Es una silla vieja y ornamentada, digna de
un rey, que ha visto días mejores y cuyas manchas revelan un pasado inquietante.
Cada marca es una gota de sangre de mis enemigos, una señal de muerte.
—Te lo contaré todo —comienza David, en el momento en que lo siento en la
silla, con un tono un poco más cooperativo. Idiota. Pero, de nuevo, esa es la
naturaleza humana, fingir complacencia hasta que puedas arremeter y huir. Es ese
instinto de lucha o huida que le empuja a uno hacia la supervivencia a toda costa;
palabras que pretenden explicar la reacción de una persona ante una determinada
situación y que, sin embargo, lo único que hace es intentar ocultar la verdad a un
depredador débilmente. Porque el miedo es una emoción dominante, casi
paralizante, y con la suficiente coacción, cualquier hombre se desmorona. Me
alimento de su miedo. Le sonrío—. Sólo no me mates.
—Eso depende de ti. —Me acerco a su izquierda, me agacho junto a él y le pongo
una mano en el hombro. Mis uñas se clavan, la piel se rompe donde las afiladas
puntas de metal la atraviesan. No es que las necesite para infligir daño, pero me
divierte ver cómo la confusión y el terror llenan los ojos de mis víctimas cuando las
ven, un accesorio que me dio hace años alguien que perdí como regalo de broma—.
Dígame quién, Señor Hall. Necesito un nombre.
—Se hace llamar Veltross y... — Retiro las garras de su hombro y coloco la punta
ensangrentada sobre su boca, untando la esencia de su vida en sus labios. Hall
traga con fuerza, estremeciéndose con una mordaza que traga mientras, con el filo
de un bisturí, el centro de sus labios se abre. La piel es tan frágil allí, se abre como lo
haría un filete bajo la cuchilla de un carnicero, la piel rosada y tierna.
—Gracias por tú cooperación.
—¿Me dejas ir?
No le respondo, sino que alzo la mano mientras me pongo de pie y ambos
animales se acercan a mi silenciosa orden. Me observan, con las cabezas inclinadas
como si fueran gemelos que comparten un alma. Hay comprensión en cada par de
ojos. Son fieles a su amo y a sus elegidos.
Siempre lo serán.
Hay una reconfortante liberación cuando me entrego a mi naturaleza, al demonio
que forma parte de mí y no tiene remordimientos. Sus gemidos vuelven a llenar la
habitación y el fuerte olor a sangre inunda mis sentidos. La muerte lo rodea, un
hedor putrefacto que proviene de hombres como él. Cerdos. Patéticos.
Un depredador sexual.
—Has cometido un grave error.
—Yo no lo hice...
—Silencio. —Mi voz retumba en el espacio abierto. Reverbera mientras un rayo
atraviesa los grandes ventanales a los que nos enfrentamos, él en una silla mientras
yo me pongo a su lado. Sin mirar. Sin hablar.
El cielo de Seattle se abre entonces mientras descienden las primeras gotas de
lluvia, la noche se vuelve tan negra como mi corazón. Otro relámpago y el cristal de
la ventana es asaltado por afiladas gotas de agua furiosa que golpean el cristal
mientras nadie se mueve.
No tengo ni idea de cuánto tiempo permaneceremos así. El tiempo no tiene
sentido para mí.
A mi lado, sin embargo, el señor Hall parece haberse calmado. Su hemorragia ha
disminuido un poco, las gotas coaguladas sobre la herida hacen de barrera.
Primera regla de la supervivencia: nunca bajar la guardia.
Segunda regla: mantener los ojos abiertos.
En el momento en que esos ojos caídos se cierran, le doy un golpe en un lado del
cráneo que le hace caer, el duro hormigón amortigua su cabeza y su costado. ¿De
verdad creía que le iba a dejar salir por estas puertas?
—¿Por qué? —Patético. Nada me enfurece más que un hombre que no puede
aceptar la muerte con cierta dignidad. Pero peor que eso es uno que intenta tocar a
alguien prohibido y luego miente—. Es por esa mujer. Ve a buscarla.
—¿Ahora me das órdenes? —Al oír el tsk, las serpientes se acercan ligeramente,
un siseo escapa de sus bocas—. Contéstame.
—Nunca, Señor King.
—Así que sabes quién soy. —No es una pregunta, sin embargo, y asiente con la
cabeza—. ¿Sabes de lo que soy capaz?
—Sí.
—Y aún así conspiraste contra mí.
—Lo siento.
—No. No lo sientes. —Más rápido de lo que puede comprender, dos bocas
golpean y muerden, una con veneno y la otra con dientes afilados que se hunden y
no se sueltan. Le inmovilizan mientras yo me pongo a horcajadas sobre su pecho,
tomándome mi tiempo mientras él lucha contra su agarre. Se le escapa más orina de
la vejiga, y arrugo la nariz con asco—. Qué porquería. ¿Y se te ocurrió tocar lo que
es mío? ¿Querías marcar su carne con tus sucias manos?
—Me iré.
—De acuerdo. —Con dos dedos, me deslizo dentro de su cavidad abdominal a
través de una herida anterior. Es lo suficientemente grande como para que quepa la
mitad de mi mano, y después de forzar las puntas de cuatro dedos en el interior
estirando, lo atravieso y dejo un corte de 15 centímetros que llega a su ombligo. La
elasticidad cede bajo presión y los gritos de horror llenan el aire, su sangre mancha
mi pecho desnudo y mis pantalones.
Saco los dedos rojos y encuentro otra herida justo sobre sus costillas e imito mis
acciones.
Luego otra. Tres en total, pero ninguna lo suficientemente profunda como para
matarlo.
Están hechas para herir. Para bañar el suelo con la esencia de su vida.
Veo como se filtra más sangre. Como el charco debajo de nosotros crece.
Los ojos del Sr. Hall se ponen en blanco, pero lo despierto de un manotazo; no he
terminado.
—Mírame. Mantén esos ojos en los míos. —Examino el metal afilado sobre mis
dedos, siguiendo los pequeños goteos que caen de la punta y sobre su cara. Sus
gritos llenan cada centímetro cuadrado del espacio, el sonido de un animal herido
muriendo, pero hay una cosa más que necesito antes de irme—. Has codiciado a
alguien que es mío. Intentaste tocar lo que es sagrado.
Sus labios se abren, pero no sale ningún sonido cuando apuñalo su globo ocular
derecho y tiro, obligando al orbe a desprenderse de los músculos orbitales. Sale,
todavía en mi dedo, con el tejido desgarrado pegado en algunas partes. Luego,
hago lo mismo con el otro tras dejar caer el primero sobre su pecho. Se quedan
acolchados en su esternón, mientras que dos agujeros quedan para recordar a los
que encuentren su cuerpo qué línea no deben cruzar nunca.
Gabriella Moore es intocable.
Nadie podrá dañar un solo cabello de su cabeza.
Sólo yo puedo doblegarla.
Una vez que retrocedo, los animales se mueven y comienzan a morder y arrancar
trozos de carne de su piel. Voy a dejarlo roto, maltrecho y desfigurado para que la
policía lo encuentre detrás de la Galería Astor.
—Ha llegado el momento.
on poco más de las diez de la mañana cuando salgo a trompicones de la
cama al día siguiente. Tengo el cuerpo cansado, la mente un poco confusa y
el estómago hecho un nudo. Las últimas veinticuatro horas me han
aturdido y lo han hecho desde que leí esos papeles, y cometí el error de tomar uno
de los nuevos somníferos para desmayarme.
Y lo hice. Poco después de tomar la pequeña pastilla oblonga, me rendí a los
efectos y dormí sin un solo sueño que atormentara mi descanso, pero en este
momento los efectos posteriores no valen la pena las náuseas y el dolor muscular
en todo mi cuerpo acompañados de la migraña del infierno.
—¿Cómo he sacado el número de la suerte para ganar tres efectos secundarios a
la vez? —refunfuño, un poco descoordinado mientras me dirijo al baño. Dentro,
abro la ducha y me desnudo, casi tropezando con mis pantalones cortos de dormir.
Sin embargo, el agua caliente merece la pena, ya que me alivia inmediatamente, mi
cuerpo cansado recibe un poco de respiro mientras el agua caliente sobre mi cuero
cabelludo me adormece.
Y lo dejo, permaneciendo allí hasta que el agua se vuelve tibia. Sólo entonces me
lavo, enjabonando rápidamente mi cuerpo con mi gel de ducha de vainilla y cereza.
La fragancia inunda la habitación y respiro profundamente, dejando que el olor
calmante me relaje aún más.
Unas diminutas patas arañan mi puerta para llamar mi atención y sonrío; el
mierdecilla no tiene paciencia.
—Casi fuera, Mr. Pickles. —Otro arañazo y luego un golpe con su cuerpo a la
estructura de madera—. Te sacaré ahora. Dos minutos.
No es que lo entienda, pero oigo su gruñido y luego el sonido de la campana que
tintinea en su collar mientras se aleja.
Me enjuago el resto de la espuma, salgo y cojo una toalla que envuelve mi cuerpo
mojado. Estoy un poco más alerta, un poco menos temblorosa, y me tomo un
momento para mirar mi reflejo en el espejo.
El cristal está un poco empañado, pero paso la mano por el cristal frío y miro mi
reflejo. La chica que está allí está triste, pero debajo del dolor hay un corazón fuerte.
Ha superado muchas cosas. Se ha hecho un nombre por sí misma e incluso cuando
estaba en el orfanato, trabajaba por sus sueños sin descanso.
¿Pero quién me dejó esta casa? ¿El dinero para empezar?
—¿Por qué me haría mi tío su heredera si mis padres me abandonaron? —Hay
varias respuestas posibles a esa pregunta, pero la única que tiene un poco de
sentido es la culpa—. Preocuparse por esto no cambia nada —murmuro para mí
misma mientras cierro los ojos y respiro profundamente antes de soltarlo
lentamente. Estar así de tensa y apurar las posibilidades es contraproducente, lo sé,
y hablaré con Theodore sobre lo que he averiguado. Estoy segura de que puede
ayudarme a encontrar un investigador privado para que los busque y obtenga la
verdadera historia—. Por mi propia tranquilidad, necesito averiguarlo.
Enfrentarme a ellos si todavía están vivos y preguntarles de quién es el apellido que
llevo y por qué.
Jurando dejar pasar esto hasta que hable con Theo, me apresuro a salir del baño
después de lavarme los dientes. Hoy no voy a salir, no después del fiasco de ayer, y
pienso pasar el día dentro de mi estudio trabajando en uno de los siete cuadros.
La bestia que elijo hoy es el caimán, una criatura de gran tamaño que no se
esconde de su presa. Este miembro de la familia de los caimanes es agresivo y
puede llegar a medir hasta cuatro metros, lo que le convierte en un cazador
dominante en los numerosos lagos y ríos de la cuenca del Amazonas.
—Espero que a Theo le guste. —No a Theodore, sino a Theo, y tampoco puedo
quitarme de la cabeza su reacción al llamarle así. A él le gustó tanto como a mí la
forma en que rodó por mi lengua como si lo hubiera dicho un millón de veces con
la familiaridad de un amante—. Él es lo único que tiene sentido en mi vida ya, y
también es lo que no debería. Apenas nos conocemos.
Un día me voy a volver loca.
Sacudiéndome todo, me concentro en vestirme con un par de joggers y una
camiseta negra ajustada sin sujetador antes de bajar las escaleras a toda prisa,
recogiéndome el cabello en una coleta alta. Mr. Pickles está sentado en el último
escalón cuando desciendo y sus ojos muestran una leve molestia, una mirada con la
que estoy demasiado familiarizada cuando tiene hambre o necesita hacer sus
necesidades.
—¿Quieres salir? —Unas palabras tan mágicas como éstas lo ponen en marcha, y
tengo a un cachorro excitado en mis manos corriendo hacia la cocina, arañando la
puerta de madera hasta que lo alcanzo. Parece demasiado impaciente hoy, y decido
dejarle vagar por el patio trasero en lugar de dar un paseo por ahora. Podemos
hacerlo más tarde—. Siéntate.
A mi orden, hace lo que se le pide y tras unos segundos de contacto visual, abro
la puerta y le dejo salir. Pero joder, ojalá no lo hiciera. Ojalá mi vida fuera diferente
y la realidad no se fundiera con mis sueños.
Porque en mi puerta hay una foto que nunca olvidaré. No puedo dejar de verla.
Es el cuerpo de un hombre, ensangrentado y sin ojos, que yace en un suelo de
cemento con las palabras, «cuidado» escrito en sharpie rojo. Al menos elegí creerlo
así por mi cordura, porque el color tiene un tono apagado que parece un poco más
oscuro en algunas partes como si fuera sangre.
La bilis que sube por mi garganta se siente como fuego líquido mientras me
agacho, vaciando la sustancia amarillenta en el suelo a unos pasos de donde queda
el cuadro. No lo toco. No puedo volver a verlo, y después de que el último trozo de
bilis me abandone, llega el grito.
Hace mucho ruido y estoy temblando y no tengo ni idea de cómo consigo subir
las escaleras para coger mi teléfono, pero lo hago. Mr. Pickles me sigue,
observándome tras ver mi coacción, y no se aparta de mí mientras cojo la tarjeta del
detective de mi mesita de noche.
Lo había colocado allí después de su visita al hospital, sin pensar que tendría que
usarlo. Con los miembros temblorosos y las lágrimas en los ojos, marco su número
y, tras el tercer timbre, se oye el sonido del tráfico de fondo y una fuerte respiración.
—Habla el detective Consuelos.—Se me hace un nudo en la garganta e intento
hablar, pero no me sale nada. En su lugar, se oye un sollozo mío y un ladrido de mi
perro—. ¿Hola? Hola?
—¿Quién llama?
—Ayuda.
—¿Quién es? —pregunta, el nivel de ruido baja un poco y el sonido de la puerta
de un auto se cierra poco después—. No puedo ayudarte si no...
—Gabriella Moore... —Me ahogo, el pecho arde mientras la sensación de un
millón de hormigas el arrastre bajo mi piel se apodera de—, un asesinato. Por favor.

eñorita Moore, parece que es usted libre de irse. Alguien ha venido a


rescatarla —dice una mujer policía horas más tarde, con una expresión enfadada y
llena de disgusto. Pero, de nuevo, así es como me ha mirado todo el mundo aquí.
Desde los presos hasta los oficiales y cualquier otra persona que esté en este edificio
y haya estado en mi presencia.
Me ven y los ojos se entrecierran. Comienzan los susurros.
Nadie me ha preguntado por la foto.
Nadie ha preguntado el por qué o quién creo que haría algo así.
Nadie ha mirado mis cámaras de vídeo ni me ha preguntado si conocía a la
víctima.
Nada. Me están haciendo culpable sin el debido proceso.
Además, en el momento en que el detective Consuelos se acercó a mi puerta
supe que algo iba muy mal.
El golpeo de mi puerta principal es fuerte, la persona al otro lado es impaciente.
—Este es el Departamento de Policía de Seattle, abra la puerta. —Después de
decir esto, los golpes no cesaron ni me dieron un momento para acercarme desde el
salón delantero. En su lugar, la abrieron de una patada mientras cuatro agentes de
la policía de Seattle irrumpían en el interior con sus armas desenfundadas. Grito y
los cuatro se vuelven hacia mí guiados por el detective que trabaja en mi caso, con
su arma reglamentaria apuntando a mi cabeza—. ¡Manos arriba, Gabriella!
—Detective, ¿qué está pasando? —pregunto, accediendo a su petición. Estoy
sentada en mi sofá con los dos brazos en alto y los dedos estirados, para que vean
que no tengo nada en la mano—. ¿Por qué has derribado mi puerta?
—¿Dónde está el cuerpo? —pregunta una mujer, y vuelvo mi atención hacia ella.
Asimilo el juicio en su gélida mirada al tiempo que me doy cuenta de que no lleva
placa.
—Yo soy la que ha llamado. Yo soy la que está siendo acosada.
—Mentira.
—Déjate de mentiras —dicen al unísono Consuelos y la mujer, esta última
reculando pero no sin antes lanzar una mirada de desprecio en mi dirección. ¿Cuál
es su problema?
—¿Qué demonios está pasando? —Estoy enfadada y asustada y las lágrimas no
han cesado desde que encontré la foto. Mi cuerpo se siente golpeado y utilizado; mi
alma pesada mientras mi corazón está lleno de miedo—. Detective Consuelos, por
favor, respóndame.
—Lo siento, señorita Moore, pero necesito que se ponga de pie y se dé la vuelta.
—¿Qué?
—Por favor, póngase de pie y ponga las manos en la espalda, no me obligue a
usar la fuerza.
—¿Por qué hace esto? Te pedí ayuda. —Mientras pregunto esto, los otros dos
varones que los acompañan salen y empiezan a ir de habitación en habitación,
llamando de nuevo al vacío mientras pisan. Oigo cómo se caen las cosas y cómo
algunos objetos de cristal mueren en mi piso, pero lo que me mata es el aullido de
mi perro cuando uno de ellos lo agarra—. Detective, exijo una respuesta.
Dicho hombre me lanza una mirada que me hace retroceder. Cuánta frialdad.
—Gabriella Moore, queda detenida como cómplice de asesinato.
—¿Quién vino? —Todavía no he usado mi única llamada telefónica. No hay
nadie que venga a ayudarme, y prefiero quedarme aquí un año que hablar con Elise
después de nuestro último encuentro. ¿Theo? Pero no tiene forma de saberlo, sobre
todo porque estará en Los Ángeles un día más—. No hay nadie que yo...
—Date prisa, la persona está esperando delante.
—De acuerdo. —Las otras mujeres de la celda me dan esquinazo, alejándose de
la puerta metálica ahora abierta. Nadie se mueve hasta que paso y me siento como
un monstruo, tan incómoda, que bajo la cabeza y la sigo sin decir nada más. Sin
embargo, puedo sentir los ojos de todos sobre mí. Puedo sentir el juicio y el odio,
pero continúo caminando hasta que salimos y oigo la única voz que mejora esta
pesadilla.
—Oh, dulce niña. ¿Qué te han hecho? —Las palabras de Theodore hacen que mi
cabeza se levante y las lágrimas caigan. Además, no lo dudo y me arrojo a sus
brazos. Él me atrapa, acunándome contra su pecho mientras me suelto.
La mujer que me acompañó a la salida se burla, pero luego se calla. La cabeza de
Theo se inclina hacia un lado y su cuerpo tiembla ligeramente.
—¿Quién coño eres tú? Quiero tu nombre y tu número de placa.
—Señor, tiene que cuidar su tono. Soy un...
—Eres tú quien no comprende la gravedad de tus actos, pero estoy seguro de
que tu jefe vendrá pronto a explicarte.
—Eso es risible. El capitán Bron no se dignaría a... —se interrumpe y la
temperatura de la habitación parece bajar. Intento levantar la cabeza para ver qué
pasa, pero la cálida mano de Theo me rasca ligeramente el cuero cabelludo
mientras me mantiene en su sitio.
Algo está ocurriendo.
Entonces se acercan unos pasos. Pesados y fuertes, se detienen cerca pero no
hablan.
Tengo miedo. Cansada. Enfadada.
Llena de ira por lo injusto que he sido tratada, pero más que eso, no puedo
soportar más.
Mi sistema nervioso ha recibido unos cuantos latigazos duros desde mi
cumpleaños, uno tras otro, y mentalmente me estoy resquebrajando. Puedo sentir
cómo cada herida abierta crece y se transforma en odio. En pensamientos oscuros
que nunca expresaría en voz alta.
Por primera vez en mi vida, quiero retribución. No ser un eslabón débil.
—Como tu abogado, te pido que me dejes manejar esto, Theodore. Te aseguro
que sentirán tu ira.
—Ocúpate de ello —sisea Theodore al cabo de un minuto, un profundo
estruendo que crece en su pecho con cada sílaba. Su voz es más grave. La orden
está llena de ira—. Lo que hicieron fue...
—Señor Astor, ¿podemos hablar, por favor? —Al oír la voz del detective
Consuelos, me acerco más a Theo y él responde estrechando sus brazos a mi
alrededor. No me da miedo el detective, sino el fuego que parece correr por mis
venas con el mero sonido de su voz.
Quiero hacerle daño. Quiero gritar.
Pero en lugar de eso, dejo que Theo sea mi muro en este momento, un escudo
humano contra lo malo, y no podría estar más agradecida por haber conocido a este
hombre. Es la única persona que nunca me ha juzgado. Que se preocupa y
realmente me ve.
—Hablarás con mi abogado, Consuelos. Y recuerda mis palabras, esto es sólo el
principio. —Mis cejas se fruncen ante las palabras de Theodore. ¿Qué significa eso?
—Señor, el departamento quiere pedirles disculpas a ambos. Hemos
malinterpretado la situación y hemos reaccionado en lugar de pensar con lógica,
como estamos entrenados para hacerlo.
—No, no lo hicieron —digo, con la cabeza aún enterrada en el pecho de Theo,
pero él me empuja un poco hacia atrás y luego inclina mi cara para encontrar la
suya. Sus ojos son cálidos y están llenos de mucha comprensión. De cariño.
—Habla, cariño. Tienes todo el derecho a estar molesta.
—Gabriella, entiendo que estés molesta...
—Es la señorita Moore para usted, detective. —Poniéndome de pie, respiro
profundamente y lo suelto despacio. Me doy un minuto para reunir las palabras
adecuadas, porque emocionarme no hará que entienda mi punto de vista—. Lo que
has hecho ha sido crucificarme sin tener la oportunidad de defenderme, sobre todo
de una acusación que nunca debería haber estado unida a mi nombre. Hice lo
correcto, Consuelos. Te llamé a ti, un detective del SPD, para que vinieras en mi
ayuda cuando me dejaron esa foto en la puerta. Nunca me interrogaste, sino que
arrestaste y luego cerraste el expediente. Ninguna llamada telefónica. Ninguna
comparecencia ante el tribunal para ver a un juez por la fianza. Nunca defendiste
mis derechos al debido proceso, y ahora mismo me da asco verlos de la misma
manera que me miraron todos los que estaban allí.
Mis palabras provocan dos reacciones en él: ira y vergüenza. Sus manos se
apretaron, los papeles en su poder se arrugaron.
—Señorita Moore, fue un error honesto. Después de que el cuerpo fuera
encontrado en la Galería Astor, llamamos al Señor Astor y...
—¿El cuerpo fue encontrado dónde? —Así es como se enteró.
—En mi galería, junto con las imágenes de seguridad que mostraban a un
hombre conduciendo un viejo Toyota Corolla tirando el cuerpo.
Un hombre conduciendo un Toyota Corolla.
—No conozco a nadie que tenga ese tipo de coche.
—Lo sabemos —dice Consuelos, sus ojos se desvían hacia las otras personas que
ahora noto en la sala. La mujer sigue aquí, pero mira al suelo y tiene una postura
rígida. Luego están los otros dos hombres que no conozco: uno con traje y otro con
uniforme azul. Ambos me miran con expresiones serias, pero no amenazantes—.
Señorita Moore, creemos que tiene un acosador.
—¿Qué? —Porque no he podido oírlo bien—. Por favor, repita eso.
—Lo que el detective está tratando de decir, señorita Moore... —El hombre mira
con dureza a sus agentes y cada uno da un respetado paso atrás, mientras yo me
entretengo en leer su etiqueta con el nombre. Este hombre es el capitán, y parece
enfadado, pero luego suaviza su comportamiento—. Pedimos disculpas por el atroz
error cometido por este departamento. Nos equivocamos, y en lugar de hacer
nuestro trabajo, arrestamos a alguien inocente y que parece tener a alguien
siguiéndola. —El capitán Bron me da un momento para recomponerse después de
que mis rodillas cedan y Theo me agarre, tirando de mí contra él con un brazo
seguro alrededor de mi cintura—. Lo siento, señorita, pero estos actos de violencia
no son al azar sino para llamar su atención. ¿Tienes algún ex novio o has salido con
alguien recientemente que haya mostrado algún nivel de agresividad o
comportamiento inestable?
—No tengo ningún novio o ex actual. No soy alguien que salga con alguien. —El
temblor de mi voz es inconfundible y cuando Theo me besa la coronilla, se me caen
algunas lágrimas. ¿Por qué se fijan en mí? ¿Por qué a mí—. Soy una reclusa la
mayor parte del tiempo y soy reservada.
a hemos llegado señor —dice Tero, desde la parte delantera,
aparcando en mi plaza de estacionamiento mientras la mujer en mis
brazos sigue descansando. Gabriella se quedó dormida unos
minutos después de que saliéramos, con la cabeza apoyada en mi hombro, y no
dudé en colocarla en mi regazo y acurrucarla cerca. Ha sufrido mucho en las
últimas ocho horas, mi pequeña luchadora, pero sé que estará bien. Se merece algo
mejor de lo que el mundo le ha dado, mi niña perfecta, y yo la ayudaré en todo
momento—. Por cierto, ya me he ocupado de su puerta, y de cualquier otro daño
que se produzca dentro de la casa. Me faltan dos cachivaches pero he localizado los
sustitutos en eBay.
Ya no está sola.
Seré su protector, amante y amigo. Su todo.
—Gracias. ¿Está Meera en camino? —pregunto mientras miro la cara perfecta de
mi chica, desde sus largas pestañas hasta su pequeña nariz con una pizca de pecas
y hasta el perfecto arco de cupido que quiero morder. Es tan hermosa y dulce
<demasiado confiada> y eso le ha costado mucho a lo largo de los años. Algo que
termina ahora que estoy en su vida—. ¿Se ha retrasado la cita de Gabriella con mi
abogado? Me encargaré de eso personalmente ahora.
No más amigos como Elise.
No más hombres acercándose.
Nada de policías demasiado entusiastas que se aprovechen de su indefensión.
—Sí, ambas cosas. —Tero gira la cabeza y sus ojos se dirigen a la belleza que
tengo en mis brazos. Muchas emociones pasan por sus ojos, pero la principal es la
ira. Se culpa por no estar en la ciudad cuando yo le había dado el día libre para
pasar con su mujer su aniversario. Ninguno de los dos podía prever este nivel de
idiotez. Tardé una hora en arreglar todo después de enterarme, y no tengo ni idea
de cuánto tiempo había estado detenida antes. Van a pagar por esto—. Tiene el
perro de la Señorita. Moore y ahora vuelve a pedir una mascota. Ha estado
insinuando/exigiendo que consigamos un pit-bull rescatado.
—¿Y qué piensas tú? —pregunto, moviéndome un poco para poder girar mi
cuerpo y sacarnos sin despertarla. No es que ella se dé cuenta ya que el cansancio la
golpea con fuerza—. ¿Estás preparad para ese tipo de compromiso?
—Lo estoy. Nunca hemos tenido hijos, y esto sería lo siguiente mejor.
—Entonces me alegro por ti.
—Gracias, amigo mío. —Tero abre su puerta y sale, corriendo hacia la mía y
haciendo lo mismo. No hablamos más mientras nos dirigimos al ascensor y
subimos, entrando en mi ático por la entrada privada. No estoy de humor para
hablar, y él lo sabe. Intento controlar mi ira, y ahora mismo lo único que me
calmará es acostarme con ella.
Así que mientras Tero espera a que llegue su mujer con el perro de Gabriella, yo
desaparezco en el dormitorio principal y la acuesto después de cerrar la puerta de
una patada con el dorso del pie. Y mientras ella se acomoda rápidamente,
poniéndose de lado mientras agarra una almohada con sus pequeños dedos, yo
cojo una manta de repuesto y se la echo por encima.
Verla tan indefensa ha renovado mi promesa de liberarla.
Devolverle el poder de no dejar que nadie le haga daño.
Me deslizo a su lado, acuno su cuerpo con el mío y apoyo mi cara en su nuca. Su
aroma me rodea con esa suave fragancia de vainilla y cereza que es tan relajante
como deliciosa. Me envuelve en comodidad y cierro los ojos, dejando que su suave
respiración me arrulle.
—Voy a compensar esto, Gabriella. —Le doy un pequeño beso en la base del
cuello—. Por no haber estado aquí cuando más me necesitabas.

ealmente no estoy de humor para ir a ningún sitio, Theo. Por favor,


llévame de vuelta a casa. —La niña tonta me mira por el rabillo del ojo, mirando un
poco. Lleva así desde que se despertó en mi cama hace dos días después de haber
dormido toda la noche, gritando a pleno pulmón y asustando a todos en la cocina.
Me apresuré a ir a su lado y la encontré acurrucada contra el cabecero de la cama
con los ojos muy abiertos mirándome. Tardó un momento en darse cuenta y en
calmar sus nervios, más aún cuando los ladridos de su perro llamaron su atención.
Entonces, se lanzó fuera de la cama y corrió hacia Meera, cogiendo a su mascota
mientras le daba las gracias.
—Lo conseguiste para mí —dijo ella, con voz baja y agradecida—. Gracias.
Gracias tan mucho.
—Un placer, señorita Moore.
—Es Gabriella... —sus ojos fueron de Meera a Tero y luego a los míos, tantas
preguntas en sus orbes enjoyados—, ¿y cómo lo conseguiste? ¿Dónde estaba?
—Estaba retenido en una veterinaria local que atiende a los perros de la
comisaría.
—Dios. —Gabriella besa la cabeza de la bola de pelo y él le lame la mejilla. La
sonrisa en su rostro es suficiente para hacer revivir un corazón muerto, pero luego
baja y sus cejas surco—. Lo siento, pero ¿quiénes son ustedes? Los conozco, pero
nunca hemos...
—Nunca te disculpes, Gabriella. No has hecho nada malo. —Dando un paso
adelante, tiende una mano hacia mi chica, que Gabriella toma después de cambiar
su agarre sobre el perro—. Me llamo Meera y soy la mujer de Tero. También soy la
coordinadora de eventos de la galería, y teníamos que encontrarnos muy pronto, ya
que necesito tu aportación para la exposición.
—No se puede, cariño. Estás atrapada conmigo por un tiempo. — Hoy. Mañana.
Hasta el fin de los tiempos—. ¿Te molesta eso?
—¿Me creerías si te dijera que sí?
—No cuando estás sonriendo así. No. —Le pongo un mechón de pelo detrás de
la oreja, me inclino sobre la consola central y le doy un pequeño beso en la
comisura de los labios—. Ahora, bajemos. Hay algo que quiero que veas.
—¿Tal vez en otro momento? Tengo que ir a casa y comprobar...
—Sígueme la corriente. —Otro pequeño beso, esta vez en la punta de la nariz.
—Por favor.
—Tienes una hora.
—Claro. —Dejaré que piense eso, pero todavía no se va a ir a casa. Si es que lo
hace. No voy a dejar que se vaya.
—¿Por qué no te creo?
—Ni idea. —Sin darle la oportunidad de seguir preguntando, apago el auto y
salgo, corriendo a su lado. Abro su puerta y levanto una mano, impidiendo su
salida, mientras abro rápidamente la guantera. Me mira divertida, con una pequeña
sonrisa en los labios, pero más que eso, siente curiosidad cuando no le enseño lo
que he cogido.
De momento, me la meto en el bolsillo y la saco, llevándonos hacia la entrada
principal. Ya son un poco más de las cinco y he cerrado el local para nosotros, con
la esperanza de que ella disfrute más del viaje estando los dos solos. Y estoy en lo
cierto cuando ella jadea después de que nos lleve adentro.
—Theo —mi nombre en sus labios es un hermoso suspiro, tan dulce—. ¿Cuándo
exhibiste esto? ¿ha habido algún interés?
—Antes de irme a Los Ángeles, sí. Mucho, de hecho. —Con mi mano en la parte
baja de su espalda, nos adentramos en la zona de recepción donde se ha colocado
un anuncio de la próxima exposición. Su nombre es el más grande de los tres
artistas que exponen durante los próximos seis meses, y estoy orgulloso de ella. Ella
se ganó esto. Todo lo bueno que viene en su camino—. Ya hemos empezado a
construir tu set ya que nadie más va a usar ese piso este año.
—¿Nadie?
—No. Es tuyo. —Acercándome, uso las puntas de dos dedos para girar su cabeza
en mi dirección—. He hecho llegar un accesorio especial para ti, también. Meera lo
ha traído hoy para probar su colocación.
—¿Qué es?
—¿Todo lo que puedo mostrarte es dónde va a ir?
—¿Por qué?
—Es una sorpresa pensada para más adelante.
—De acuerdo. —Y ahí está la chispa que he echado de menos en los últimos días.
Esa genuina emoción que te conmueve cuando sonríe. Una verdadera. Cuando está
contenta y se siente a gusto, no hay nada más bonito para mí.
—Entonces déjame enseñarte. —Deslizo mi mano entre las suyas y la arrastro
suavemente detrás de mí hacia el ascensor, pulsando el número tres una vez que se
cierran las puertas. Sus dedos juegan con los míos mientras esperamos a llegar
arriba, apretando suavemente las puntas. Sin embargo, en el momento en que
llegamos a nuestra planta, tiro de ella hacia atrás antes de que se abran las
puertas—. ¿Confías en mí?
—Sí. —No hay dudas. Sin dudas. Tan perfecto.
—Buena chica. —Con los ojos todavía clavados en los suyos, aprieto el botón de
espera para que el ascensor no abandone nuestra planta y luego le doy la vuelta,
sacando la venda de mi bolsillo—. Recuerda que no te dejaré caer.
—¿Qué estás...? ¡Oh! —Se ríe, sacudiendo la cabeza después de que le ponga la
venda en los ojos y comprobando que no puede asomarse—. Has venido preparado
para todo.
—Podría decirse que sí. —Con mi mano en la parte baja de su espalda, entro en
el gran espacio abierto que acogerá su exposición, asegurándome de que las luces
están apagadas antes de detenerme en el centro de la sala. Desde mi posición, ella
podrá ver toda la sala y la exposición cubierta—. ¿Lista?
—Como lo haré siempre.
—Bienvenidos a una noche en la jungla del pecado.
—Jungla del pecado —repite, mientras le quito la venda. Observo cómo lo
asimila todo: las paredes oscuras y la vegetación que se ha introducido para imitar
la selva amazónica y su follaje. Hemos colocado enredaderas e iluminación sólo en
las zonas destinadas a albergar sus piezas. Incluso las flores que se han traído para
preparar la zona para su aprobación añaden una capa de belleza al desenfreno que
será el resultado final.
—¿Qué te parece?
—Es impresionante. —Sus ojos se iluminan de una manera que no he visto en
mucho tiempo. Mucha felicidad. Emoción—. Esto va a quedar increíble, Theodore.
—Theo.
—¿Perdón? —pregunta, y la forma en que se fruncen sus cejas es bastante
adorable—. Siempre soy sólo Theo para ti, ¿a menos que tengas un apodo sexy para
mí? Esos son siempre aceptables.
Su rubor es instantáneo.
—Todavía no.
—¿Así que podría haber en el futuro? —Me acerco a ella y la agarro por la nuca.
Invadiendo su espacio personal, la agarro mientras me agacho lo suficiente como
para presionar mi frente contra la suya—. ¿Quieres que lo haya?
—Eso no es lo que he dicho—. Su dulce aliento se abanica sobre mis labios, y
toma todo en mí para no besarla. Para saborearla—. Estás poniendo palabras en mi
boca.
—Estoy de acuerdo, tomar tu boca es una oferta tentadora.
—¡Theodore Astor!
—¿Sí?
—Estás haciendo un trabajo fabuloso para animarme —susurra Gabriella, de
repente y luego aprieta esos hermosos labios contra los míos en el beso más dulce.
Es corto y suave y la definición literal de la perfección, pero quiero más. Poseerla.
Devorarla—. Ahora, ¿qué hay debajo de la gran cubierta?
—Otra sorpresa.
—Muéstrame. —El tono exigente que utiliza, cómo enuncia cada palabra, es sexy
y hace que mi polla palpite. El duro hijo de puta presiona contra la cremallera de
mis pantalones, escarbando en los dientes en busca de un alivio que aún no
podemos tener. No está preparada para mí, para la necesidad demoníaca que sólo
ella puede incitar.
—Todavía no. —Mi expresión es neutra, mientras que por dentro soy una bola de
fuego doliente. Necesitando. Con hambre.
—¿Por qué no? —hace un mohín, y yo quiero morderle el labio inferior.
—Uno, porque es mi sorpresa para otro momento. Y dos, porque es la hora de
comer, y alguien vendrá en breve para hacerlo. —Puedo ver las preguntas que se
están gestando ante mis palabras, pero niego con la cabeza—. Confía en mí, cariño.
La conocerás muy pronto.
—¿Ella?
—Sí, ella. —Al darnos la vuelta, capto el momento en que Tero entra con una caja
con la comida del animal dentro. Pasamos el uno al lado del otro, él sonriendo a
Gabriella y mi pequeña pintora curiosa como siempre intenta mirar a mi alrededor,
pero no me detengo hasta que estamos dentro del hueco del ascensor y la puerta se
cierra—. Sé que tienes preguntas y prometo responderlas pronto, pero eso de atrás
es muy importante. Es más que una sorpresa de estreno. Es mi regalo especial para
ti.
—Eso parece una locura.
—A veces un poco de locura es una bendición, Gabriella. Al igual que nunca te
esperé, pero me has derribado y has superado mi mundo. Algo de lo que nunca me
arrepentiré.
o puedo quitarme sus palabras de la cabeza.
Su significado y la fuerte convicción que lleva a una palabra: amor.
Se ha estado gestando, creciendo-consumiendo mi mundo desde que
nos conocimos fuera del café hace unas semanas, y aunque no tiene sentido, soy
incapaz de negarlo. A mí misma.
Por él. Porque hay una atracción innegable que me hace perder la cabeza y me
ayuda a encontrar el equilibrio interior que me faltaba.
Y todo gracias a él. Theodore Astor.
Estar con él, simplemente estar en su presencia, me hace sentir en casa, un calor
que nunca había sentido antes. Ni una sola vez. Ni con nadie. Hay algo en Theo
que me atrae, y no lucho contra él, contra las estrechas ataduras que me atan y me
asustan.
También es la razón por la que estoy discutiendo con el hombre, manteniendo mi
posición. Con los brazos cruzados sobre el pecho, me enfrento a su dura mirada con
una propia mientras su mandíbula se mueve.
—Sí.
—No.
—No está en discusión, Señor Astor.
—Tienes razón. —Se mete en mi espacio personal, apiñándome contra la puerta
de mi casa. Cree que he venido a recoger ropa, mientras que yo estoy aquí para
quedarme. Para volver al trabajo, porque tengo un espectáculo que preparar y una
vida que debe continuar.
No me voy a esconder. No he hecho nada malo.
La propia policía ha estado patrullando la zona cercana las últimas noches, y
nada. No hay serpientes. Ninguna amenaza. Ni cadáveres. Y con los agentes
adicionales que rodean el barrio, dudo que los haya.
No puedo permitirme pensar lo contrario.
—¿Te rindes tan fácilmente? —No se aparta cuando le pongo mi mejor ceño de
perra; en su lugar, me regala una sonrisa de satisfacción. Sus ojos se iluminan con
humor.
—¿Cuál es el trampa?
—Entonces me quedaré a dormir.
—Quieres...
—Voy a hacerlo, cariño. No es una pregunta.
—¿Pero qué pasa con...? —Sus labios contra los míos me silencian, erradican
cualquier pregunta o preocupación. No sería la primera vez que se queda a dormir
o que nos despertamos en la misma cama. Y si soy sincera, la idea de que esté aquí
por si acaso me hace palpitar el corazón.
Theo se preocupa.
Tal vez tanto como yo.
—Bien —digo, justo cuando me mordisquea el labio inferior, arrastrando sus
dientes por la carne hinchada por el beso—. Pero...
—Pero nada, señorita Moore. —Otro mordisco burlón—. Abre la puerta para
nosotros.
—De acuerdo. —Temblorosamente, me giro y me froto contra su pecho y sus
abdominales musculosos. No me pierdo cómo se aprieta la zona que toco, cómo
sisea entre dientes. Tardo más de lo debido en meter la llave en la cerradura y girar
la manilla, pero estoy demasiada ocupada disfrutando de su sensación. Su
respiración agitada. Su aroma varonil. Finalmente, lo hago y entro con Theodore
detrás—. ¿Hay algo que quieras hacer esta noche? ¿Has comido ya?
—No y no.
—¿Tienes hambre? —No conozco los detalles de su dieta, pero estoy segura de
que ajustarla no será difícil. No soy un comensal exigente—. ¿Puedo cocinar para
nosotros?
—Eso estaría bien, pero estoy perfectamente bien con vegetar y pedir en casa,
también.
—Inaceptable, Señor Astor. —Me sigue hasta el primer rellano de la escalera
donde me doy la vuelta para mirarlo, aprovechando la altura añadida para mirarlo
de frente. Estoy casi nariz con nariz. Casi—. Déjame mimarte un poco. ¿Qué te
haría la boca agua esta noche?
—Tú. —No hay dudas. No hay que ocultar la forma en que mis pezones se
tensan y los muslos se aprietan, la forma en que mi pecho sube y baja a un ritmo
más rápido ni la forma en que él asimila cada cambio, sus pupilas se dilatan hasta
que queda muy poco del ámbar. Es un hombre hermoso, y soy susceptible a cada
uno de sus encantos como si Dios lo hubiera creado para mí—. Todo lo que querré
en esta vida eres tú.
—Yo también te quiero —digo la verdad.
—Pero aún no estás preparada. —Theo da un paso más, sus labios se acercan a
escasos centímetros de los míos mientras sus brazos rodean mi espalda. Estoy
abrazada a él, atrapada pecho con pecho, y un fuerte escalofrío recorre mi cuerpo
hasta llegar al suyo—. Sé que eres virgen, cariño, y por mucho que quiera
devorarte, esperaré. Tenemos toda la vida. ¿Qué es un poco más de tiempo?
—¿Quieres esperar? —pregunto incrédula, porque ¿no se supone que debería
aprovechar la oportunidad de romper mi himen? De hacerme suya. Tampoco
puedo negar mi decepción ante esto, porque mientras una parte de mí está de
acuerdo en esperar, en que es lo correcto hasta que nos conozcamos mejor, la otra
quiere abrirse de piernas ofreciéndose como una puta.
—¿Por qué esa cara de sorpresa? —pregunta, trazando mi labio superior con su
lengua antes de rozar el inferior—. No necesito tomar la cereza entre tus piernas
para poseerte, porque ya lo hago. —Theo traga con fuerza y cierra los ojos, con las
fosas nasales encendidas, mientras me acerca de forma imposible. Me abraza un
poco más fuerte—. Nadie, ni siquiera el mismísimo Dios puede separarnos,
Gabriella. Estamos destinados a estar juntos.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Aunque yo también lo siento, tengo que
preguntarle. Porque esto ha sido repentino y mi vida ha sido una locura
últimamente, pero más que eso, no puedo dejar de pensar en él. Queriéndolo cerca
de mí o preguntándome si piensa en mí como yo en él—. ¿Por qué yo?
—Sólo el tiempo puede explicar esas preguntas, pero estaré a tu lado mientras
descubrimos cada respuesta. —Asintiendo con la cabeza, intento explicar mis
puntos de vista cuando él sacude la cabeza y me picotea los labios una vez—. ¿Por
qué no vas a ducharte y yo me encargo de la cena? Se hace tarde y prefiero
relajarme contigo un rato antes de irnos a la cama.
—Realmente quería cocinar para ti.
—Y tendrás mucho tiempo para hacerlo, pero por esta noche sólo quiero
abrazarte cerca.
—De acuerdo.
—Buena chica. —Otro suave barrido de sus labios y luego me acomodo de nuevo
en el primer escalón mientras él retrocede—. Estaré aquí cuando termines.
—Volveré en un rato, entonces. Pide lo que te apetezca. —Me doy la vuelta para
irme, y mi pie derecho está en el segundo escalón, cuando su mano me agarra el
codo. Me sorprende y le devuelvo la mirada, arrugando el rostro en una confusión
que se apaga en el momento en que nuestras miradas se vuelven a encontrar. La
mirada que me dirige es de un hambre dolorosa, pero antes de que pueda
preguntar, me empuja contra su pecho.
El contacto es feliz y más aún la forma en que me levanta con un brazo bajo mi
trasero, forzando mis piernas alrededor de sus caderas. Unas caderas que se abren
paso un segundo después y mis ojos se ponen en blanco, su polla se flexiona contra
mi núcleo. Justo contra mi clítoris y una ráfaga de calor eléctrico se instala en mi
manojo de nervios, palpitando, necesitando más.
—Mis disculpas por dejarte con ganas, cariño. —Su voz es áspera, las yemas de
los dedos se clavan mientras nos baja lentamente a la escalera. La madera está fría
debajo de mí, un fuerte contraste con mi carne caliente. Se siente bien, pero nada
puede compararse con sus labios en mi cuello, que me llenan la tierna zona de
pellizcos agudos y besos con la boca abierta
—Podrías no estar lista para más, no todo de mí, pero eso no significa que no
pueda satisfacerte. Siempre estoy aquí para darte lo que necesitas.
—Theo, yo...
—Deja que me ocupe de ti... por favor. —Sus manos desabrochan los pantalones
que me regaló Meera y me los ponen por encima de las caderas antes de tirarlos en
algún lugar detrás de nosotros. Gracias a Dios que fueron un regalo con la etiqueta
del precio adjunta, porque no llevo bragas, una visión que le hace crecer: esos ojos
ambarinos se vuelven más oscuros. Estoy desnuda, resbaladiza e hinchada—. ¿Has
estado así todo el día? ¿Sin ropa interior?
—Sí.
—Chica mala. —Pasa las puntas de sus dedos desde mis tobillos hasta las
rodillas y de nuevo hacia abajo. Su tacto es ligero como una pluma, tan suave que
creo que lo estoy imaginando, hasta que la sensación viaja hasta el interior de mis
muslos y entonces me arqueo, levantando las caderas en señal de ofrenda—. Y tan
jodidamente hermosa.
—Necesito que me toques.
—No.
—¿No? —pregunto, su respuesta me confunde hasta que me levanta de nuevo
mientras cambia nuestras posiciones. Se levanta lo suficiente como para
desabrocharse los pantalones y bajárselos hasta los tobillos antes de sentarse
mientras yo me pongo encima de él. Estoy esperando, ansiosa, pero cuando el
primer movimiento de su lengua acaricia mi clítoris, gimo. Hay mucho ruido
dentro de mi casa y agradezco que mi perro se haya quedado toda la noche con
Tero y Meera mientras prueban a ser padres de perros por un día.
No quiero que me interrumpan ni me necesiten; este es mi cielo. El nirvana. Un
placer que persigo mientras ondulo mis caderas sobre su boca.
Cada golpe me acerca más y más, mi pequeño orificio se aprieta cada vez que
sumerge la punta de su lengua en el interior, pero entonces vuelvo a moverme,
incapaz de hacer nada más que dejar que me coloque donde quiere y eso es a
horcajadas sobre sus caderas con su polla encajada en mis labios mientras la punta
bulbosa besa mi palpitante manojo de nervios.
—Sólo siénteme, preciosa. Joder, así de fácil. —Theo controla mis movimientos,
sus fuertes manos obligan a mis caderas a frotarse contra su longitud mientras mis
jugos nos cubren a los dos—. Dios, te sientes bien. No puedo esperar a follarte
como te mereces, como mi diosa y puta.
Aprieto esas palabras, sin ofenderme lo más mínimo.
Nada de lo que hace este hombre lo haría, y me encanta la sucia promesa detrás
de cada palabra.
—Tan cerca. Tan bueno —gimoteo, mis dedos encuentran su lugar en su pelo y
tiro de los hilos, necesitando un ancla cuando acelera el ritmo. Más fuerte. Cada
giro de mis caderas envuelve su longitud y estoy goteando, y la sensación de su
grosor donde más lo necesito me hace palpitar, temblar, estar al borde.
Lo único que puedo hacer es cerrar los ojos mientras me muerdo el labio y ceder.
No tengo control. No puedo opinar.
Mi cuerpo se tensa mientras sus gemidos me empujan al límite. En manos de
Theo soy una muñeca de trapo para su placer, y eso me excita. Las maldiciones
siseadas debajo de mí me acercan cada vez más, y justo cuando estoy en el
precipicio, me muerde el cuello.
—¡Oh, Dios mío! —Cada terminación nerviosa de mi cuerpo se bloquea, y es casi
doloroso moverse mientras la primera ola de placer me inunda—, Theo... no
puedo...¡joder!
—Mi preciosa chica —gruñe, empujando con más fuerza, atravesando mis labios
a un ritmo más rápido mientras su semen se mezcla con el mío. Cada chorro se
siente como un beso caliente en mi clítoris, marcándome como suya. Unas manos
fuertes me tiran hacia abajo para que estemos pecho con pecho, sus gemidos
guturales retumban en mí y se extienden, prolongando mi liberación—. Siempre
mía.
—Tuya. —Acurrucándome en él, cierro los ojos y lo inspiro. Los minutos pasan
así y él nunca se queja, dejando que me relaje hasta que la última réplica sacude mi
estructura y puedo encontrar mis fuerzas—. Ahora voy a subir a tomar esa ducha.
Su risa me hace sonreír.
—Mis disculpas por retenerte.
—No te preocupes. Este es el mejor tipo de retraso.

espués de darme una ducha rápida, bajo las escaleras sintiéndome ligera
como una pluma y tranquila. Mi pelo rojo está mojado, los mechones pegados a mi
espalda, y llevo un crop top lila sin sujetador. Estoy vestida para relajarme y luego
acostarme, pero lo que encuentro al pie de las escaleras es un hombre tenso que me
mira con hambre.
—¿Va todo bien? —pregunto, deteniéndome en el mismo escalón en el que me
hizo subir.
Él se da cuenta, y la mirada dura se funde en una sonrisa socarrona.
—Sí y no.
—Eso no tiene sentido.
—Para mí sí lo tiene. —Se interpone entre nosotros y se detiene cuando casi
estamos frente a frente—. Sí, porque estás aquí. Porque todavía puedo olerte a mi
alrededor.
Trago con fuerza.
—¿Y el no?
—Porque, por desgracia, tengo que irme. —La decepción me invade, pero me
deshago de ella, manteniendo una expresión neutra—. Lo siento, amor. Ha habido
una emergencia familiar que requiere mi atención inmediata.
Familia. Claro que tiene una. Sólo que nunca se lo pedí. Él tampoco se ofreció,
pero qué tal si...
—¿Estás casado? —eso sale, mi pecho y se derrumba ante la mera idea. ¿Cómo
podría? ¿Cómo podría—, ¿Soy...?
—Eres la única —dice, y sus manos se acercan a mis mejillas. Su tacto es
reconfortante, suave y cariñoso. Además, hay una chispa excitante que fluye a
través de su tacto. Es agradable y me llena el pecho de calor. Me gusta. Él. Y todo lo
que representa, aunque mi vida no está en ningún lugar donde deba buscar una
relación—. Eso nunca cambiará, Gabriella. Por favor, créeme en esto.
—Te creo. —A ciegas. Estúpidamente. Con él, me encuentro siguiendo mi
intuición con cautela—. Entonces, ¿tu familia? ¿Están bien?
—Sólo un incidente menor que necesita ser limpiado.
—¿Aclarado, quieres decir?
—No. —Con sus ojos en mi cara, me atrae al borde de los escalones y contra sus
labios. Una vez. Dos veces. Los barre de un lado a otro antes de hacer una pausa—.
Limpiar es la terminología correcta en este caso. Alguien ha sido herido, y depende
de mí limpiar su nombre y enmendar este error a la fuerza.
—¿Con fuerza? ¿Vas a pelear con alguien?
—Nunca sería una pelea justa. —Dejando caer sus manos, Theo da un paso atrás
y pone un poco de espacio entre nosotros—. Ahora, estaré fuera de los límites de la
ciudad, pero Tero y Meera están a sólo una llamada de distancia. Saben que deben
estar atentos y venir enseguida si pasa algo.
—Eso no es...
—Es para mi tranquilidad. ¿De acuerdo?
—Está bien.
—Gracias, preciosa. —Sus ojos viajan lentamente desde mi pelo hasta los dedos
de los pies y vuelven a subir dos veces, sin disculparse en sus acciones—. Volveré
pronto. Permanecer lejos no es una opción.
—Entonces, te obligaré a hacerlo. —Es un susurro que respira y sus manos se
aprietan, la nariz se abre una vez antes de darse la vuelta para irse. Theo no mira
hacia atrás, y yo me quedo un poco adolorida, necesitada, y decido ir a dormir en
lugar de ver la televisión.
Cuanto antes me duerma, antes volverá.
ras cerrar la puerta principal y comprobar todas las demás de esta planta,
me preparo una taza de té y subo. La casa está en silencio. Echo de menos
el tintineo del collar de Mr. Pickles y las pequeñas uñas en el suelo. Echo de
menos la calma -la paz- que antes me proporcionaba estar en casa.
Pero ahora que estoy sola, veo las diferencias. Tomo nota del silencio infinito.
Comprendo cómo nadie oiría mi grito si algo sucediera.
Me doy cuenta, ahora que Theo no está como mi protector, de lo mucho que me
han quitado. Mi seguridad. Mi salud mental. La capacidad de caminar por mi casa
sin mirar detrás de mí o fuera de las ventanas.
—Odio esto —digo, en voz alta, con las manos temblando un poco. Cuanto más
tiempo permanezco frente a la puerta de mi habitación, más incómoda me siento.
Mi mente repasa las últimas semanas; un carrete de película enfermo que pasa
por cada momento horrible. Tim. La serpiente. La foto del cadáver y las palabras
adjuntas, y cada una de ellas tiene esta casa como nexo común.
Debería vender. Salir y no mirar atrás.
¿Pero qué resolvería eso?
¿Me están acosando de verdad o es una jodida coincidencia? ¿Por qué la policía
no está haciendo un problema mayor?
Estoy sola.
—Necesito trabajar. Mantenerme ocupada. —Porque no hay manera de que me
vaya a dormir pronto. Los «y si» me impedirán hacerlo—. Trabaja. Prepara y
trabaja.
Me alejo de la puerta, camino hacia mi estudio y enciendo las luces. Todo está
donde lo dejé, con un cuadro todavía en el caballete y cada color que necesitaré en
la pequeña mesa de al lado. Sin embargo, mis vasos de agua para los pinceles
sucios están vacíos, antes de llenarlos, decido abrir la ventana.
Hace calor aquí. Un poco cargado, y no dudo en separar las cortinas y levantar el
cristal. Y al hacerlo, miro al otro lado del patio y encuentro dos ojos brillantes.
Me observan. Sin parpadear.
Y lo último que recuerdo es que me sentí débil y que tropecé en mi prisa por
moverme, golpeándome la cabeza con algo duro.

s temprano por la mañana cuando vuelvo en mí y sigo en el suelo, con la


cabeza golpeada. Me duele mucho, y la posición en la que estoy me ha dejado el
cuello adolorido. Pero es peor cuando me pongo de pie. Dios, es mucho peor, y mis
extremidades todo mi cuerpo está nervioso y desequilibrado. También tengo un
punto sensible cerca del hueso temporal, cuando lo toco, encuentro sangre seca allí
con un pequeño corte debajo.
—¿Qué demonios ha pasado? —Mis ojos recorren la habitación y no encuentro
nada fuera de lugar, excepto el pequeño taburete de madera que utilizo para llegar
a la parte superior de mi armario de suministros. No está en su lugar habitual y no
recuerdo haberlo dejado aquí, pero es evidente que me he caído y me he
golpeado...—. ¡Oh, mierda!
Girándome, me precipito hacia la ventana aún abierta con el sol apenas
iluminando el cielo de la madrugada y busco en el patio esos dos pares de ojos. En
busca de cualquier cosa que demuestre que no estoy loca. Que no he perdido la
cabeza dentro del espectáculo de feria en que se ha convertido mi vida.
Nada. No hay nada.
Ningún animal dentro del follaje, pero sé lo que vi y no eran ojos humanos.
¿Podría ser la serpiente? ¿Un búho, tal vez?
—Si llamo a esto, podría estallar en mi cara. —Como con la foto. Frotándome la
frente que me duele, hago una mueca, pero ayuda a aliviar un poco la creciente
presión. Esto va a requerir más que unos cuantos ibuprofenos para pasar el día—.
Café. Mucho café y analgésicos.
Mi realidad y mis sueños y todo lo que hay en medio son un borrón de
momentos locos que me están pesando, y echo de menos a Theo. Echo de menos su
sonrisa y su olor y la facilidad con la que me olvido del mundo que me rodea
cuando él está cerca.
Cierro la ventana y vuelvo a inspeccionar la parte trasera, sin encontrar nada, y
exhalo aliviada. Es más fácil atribuir esto a que me golpeé la cabeza y soñé con los
ojos que la alternativa. Es probable, no es descabellado, y me aferraré a ello a
menos que se demuestre lo contrario.
—Me parece bien. —Con mi plan en marcha, me dirijo a mi habitación y al
armario para cambiarme. Si me voy ahora, puedo volver en una hora y retomar lo
que no empecé ayer: pintar. Más que nada porque no quiero llamar la atención y
me pongo un gran mono con un cuello en V de rayas marineras y blancas debajo.
Hay una pequeña cafetería cerca de aquí que visito de vez en cuando, con una
increíble selección de bagels que lleva mi nombre. Eso, y que voy a necesitar un
triplete de todo con una guarnición de más cafeína para superar este dolor de
cabeza.
El corte no es grande cuando me miro en el espejo del baño unos minutos
después, mientras me froto la zona con una toalla húmeda. Es de unos dos
centímetros y no requiere puntos, tan pequeño que una tirita es suficiente después
de acomodar mi masa de pelo de la cama en un moño en la nuca. Apenas se ve, la
zona no está tan hinchada ni magullada como creía al principio, y mi tez clara
ayuda.
—No está nada mal. —Con una última mirada después de cepillarme los dientes,
bajo las escaleras y salgo por la puerta. Es una buena y soleada mañana para dar un
paseo, y me vendría bien un poco de tiempo para despejar la cabeza porque algo
dentro de mí sabe que esos ojos eran reales.
Que no estoy loca.
—Eso será... —No oigo el resto porque estoy prestando atención a la persona que
está a mi lado. Huele a demasiado perfume y tiene mejor aspecto que la última vez
que hablamos, pero sigue apestando a una amargura que me quema las fosas
nasales. ¿Realmente viene de ella? El olor es un poco nauseabundo, pero consigo
entregar mi tarjeta de débito a la empleada con una sonrisa en la cara—. Su pedido
estará listo en unos minutos, señorita. ¿A qué nombre?
—Gabriella —responde Elise por mí, acercando un poco su cuerpo—. Se llama
Gabriella.
—Puedo responder por mí misma —digo, con una sonrisa falsa en la cara.
¿Puedo tener un respiro aquí, por favor? Avanzando hacia la zona de recogida, me
detengo detrás de una pareja mayor que está muy ocupada mirando alguna foto en
el teléfono de la mujer. Los nietos, pienso—. Lárgate.
—Tenemos que hablar. —Hay una urgencia en su tono que me pone de los
nervios. No me mira a mí, sino al frente, mientras sujeta el teléfono con fuerza—.
Ahora.
—No.
—Esto no es una petición, Gabby. Ya he tenido suficiente de tu mierda.
—¿De mi mierda? —Su atrevimiento me hace reír, una sonora carcajada
sarcástica que capta la atención de la pareja y de algunas personas más a nuestro
alrededor—. Sigues siendo la misma perra egoísta de siempre, Elise. Siempre es el
error de otro. Siempre es responsabilidad de otro tu felicidad y tu valía.
—No hables de cosas que no entiendes.
—Es que ya no me importa. —La pareja coge su pedido y, tras echarnos otra
mirada de reojo, se marcha, dejándome al frente—. Nada de lo que digas cambiará
la forma en que te veo. Hemos terminado.
—Me lo has robado —sisea ella, con su mano agarrando mi antebrazo. Las garras
que ella llama uñas se clavan y siento que rompen la piel, pero mantengo la
agradable sonrisa en mi rostro mientras la señora con mi pedido se acerca al
mostrador.
—¿Gabriella?
—Soy yo —digo, mientras me arrebato el brazo de su agarre antes de acercarme
y tomar mi comida y mi bebida. El café está muy caliente y los panecillos huelen de
maravilla; estoy deseando llegar a casa y comer. Elise no se ha movido, me mira,
pero la saludo con la mano al pasar junto a ella—. Que tengas una buena vida.
El sol me sienta bien en la piel cuando salgo de la ajetreada cafetería en dirección
a casa, pero antes de llegar al paso de peatones, una mano me tira del brazo. Casi
tropiezo con la fuerza que emplean, dejando caer mis bagels, pero salvando de
algún modo el café. La comida está en una caja sellada y vuelvo a soltar el brazo,
agachándome para cogerla antes de mirar a Elise.
Su perfume es inconfundible. Realmente apesta.
—Tienes dos minutos antes de...
—Vas a dejar las demandas, Gabby. Déjalo, y desaparece de Seattle, o me veré
obligada a destituirte.
—No. —No estoy segura de a qué demanda se refiere, ya que he dejado que
Theo se encargue del tema de los derechos de autor; no podemos hacer más que
presentar mi legítima propiedad y esperar a que un juez decida. Sin embargo,
negarla me hace sonreír. Ya estoy harta de que me mangonee. No más—. No lo
hagas peor para ti, Elise. Tú hiciste esto... — Mis palabras son cortadas por una
fuerte bofetada en la cara, mi cabeza se desplaza hacia un lado mientras pruebo un
poco de sangre en mi boca. Me ha pillado por sorpresa y el agarre de mi desayuno
es lo suficientemente fuerte como para no dejarlo caer, pero mi café está acabado.
La taza aplastada se ha derramado y mi piel está al rojo vivo.
—Harás lo que se te dice, o eso parecerá una suave mascota comparado con lo
que soy capaz de hacer. —Antes de que pueda detenerla, tiene mi barbilla agarrada
y está inclinando mi cara para inspeccionar el daño—. Arruinar tu bonita cara sería
un placer, un puto afrodisíaco, pero no puedo permitirme tener la atención puesta
en mí ahora mismo. —Su cara se acerca a la mía, sus labios se burlan de los míos—.
Algún día, sin embargo, lo haré.
—¿Promesa o amenaza? —pregunto con los labios apretados.
Elise echa la cabeza hacia atrás y se ríe. Está desquiciada.
—Lo que más voy a echar de menos es tu estupidez.
—Y yo voy a disfrutar de esto. —Antes de que pueda preguntar, lanzo el brazo
hacia atrás y lo echo hacia delante, asestándole un puñetazo en el estómago con el
vaso destrozado para llevar, asegurándome de derramar el resto de mi café sobre
ella. Elise se dobla, soltando mi cara, y se agarra el vientre. Y mientras ella gime, yo
dejo caer al suelo lo que queda de mi comida con una mirada anhelante antes de
levantar la rodilla y asestarle el siguiente golpe en la cara—. Eso parece doloroso —
me burlo, riéndome un poco sólo para molestarla.
—Puta —grita, apartándose antes de que pueda darle otra patada—. Voy a
matarte, Gabriella. Recuerda mis palabras, voy a...
—¿Qué problema hay aquí? —dice una voz femenina detrás de mí, y Elise
palidece y se aleja de mí mientras yo miro rápidamente. Los ojos de Meera se
encuentran con los míos y me guiña un ojo antes de que una expresión estoica se
apodere de sus bonitas facciones—. Le he hecho una pregunta, señorita Scott.
—Nada. —Su respuesta es rápida, demasiado obvia, y yo resoplo. Elise aprieta
las manos al oír eso, y su postura casi se repliega sobre sí misma. Tiene miedo de
Meera—. Me tropecé y mi amiga me estaba ayudando. —Aparta la mirada de la
mujer de Tero y sus ojos se vuelven gélidos—. Me alegro de verte, Gabby, y gracias
por la ayuda.
No la fulmino con la mirada. En cambio, mi sonrisa es dulce como la sacarina.
—De nada, y estaré lista cuando tú lo estés.
Mi ex mejor amiga abre la boca para decir algo, con la réplica desagradable en la
lengua, pero Meera saca su teléfono y hace una foto.
—El Señor Astor se enterará de este encuentro amistoso, Señorita Scott.
—Eso es innecesario. —Elise tose ante eso, un gesto nervioso. Sus ojos también
están muy abiertos y alarmados—. Estoy segura de que tiene mejores cosas que
hacer que preocuparse de que las amigas se pongan al día.
—No las tiene cuando se trata de ella, señorita Scott. —¿Por qué enfatizó su
apellido—. Que tenga un buen día, y no haga un hábito de tropezar con la gente
porque hay guardias leales por ahí dispuestos a devolver cada favor diez veces.
Su intercambio es más extraño que el mío con Elise, y cuando mi antigua amiga
se aleja a toda prisa como si el mismísimo Hades la persiguiera, miro a Meera.
—A estas alturas necesito algo más que unas vacaciones.
—Yo diría que sí —dice ella, mirándome la cara donde Elise me golpeó. Sus ojos
se entrecierran y su expresión se endurece, pero no pregunta—. Pero vienen
tiempos mejores, cariño. Confía en mí.
—Lo intentaré. —Me encojo de hombros. Por el momento, es lo mejor que puedo
hacer—. Pero ahora, voy a duplicar mi pedido de café y panecillos para poder
atiborrarme cuando llegue a casa. ¿Te gustaría acompañarme?
—No puedo. Tero me está esperando con Mr. Pickles en el parque para dar un
paseo.
—Ahhh, al pequeño le debe encantar eso. ¿A qué hora lo vas a dejar?
—Sí y más tarde esta tarde. ¿Está bien?
—Está bien.
Su preocupación está escrita en su cara, pero agradezco que no me cuestione. No
me cabe duda de que su jefe hará bastante de eso en algún momento.
—Sin embargo, mi coche está aquí. ¿Qué tal si te llevó antes de encontrarme con
los chicos?
—No necesitas hacer eso. Esto es un paseo de diez minutos.
—No estaba preguntando, cariño. Ve a por tu comida.
Me río de eso.
—Qué mandona.
—Más bien soy leal.
espiro profundamente y retengo la respiración mientras su olor se infiltra
en mis sentidos. Se adueña de mí.
Me tortura, y estoy aquí para devolver el favor.
Me he cansado de esperar.
Es hora de que mi reina se levante mientras nuestro enemigo cae.
Apartándome de la pared de su habitación, me detengo en el borde de su cama y
pongo una rodilla en el colchón. El colchón se inclina y se acomoda a mi peso
mientras me arrastro un poco más, deteniéndome justo al lado de su cuerpo
inconsciente.
Mi niña bonita se ha desmayado hace una hora, debido al cansancio o quizás al
somnífero que se tomó por desesperación, no lo sé. Tampoco me importa. No
cuando puedo tumbarme a su lado y tocar, deslizando una mano por su muslo
desnudo mientras está descubierta.
Pero eso es cosa de Gabriella. Todas las noches, sin falta, se abriga y luego patea
el edredón de gran tamaño unas horas después. Es un rasgo que encuentro dulce.
Atractivo.
Como su suave piel y su aroma. Como su sonrisa embriagadora y sus ojos
verdes, siempre tan curiosos y fieros, pero conozco el demonio que reside en su
interior, lo veo acechar detrás de esa mirada expresiva, y juro sacarlo a la luz.
Traerla a casa.
Sus pequeñas bragas de bikini son de un precioso tono rosa esta noche, con la
tela justa para cubrir su dulce clítoris mientras sus labios se asoman. Parecen
pétalos suaves cuando le abro las piernas, y se me hace la boca agua al ver una
pequeña mancha húmeda en el centro.
—Hija de puta —siseo, entre dientes apretados, apartando las bragas mientras
disfruto de la lenta separación de esos labios y del agujerito que pienso romper,
adorar y rezar durante el resto de mi existencia—. Mío. —La única palabra retumba
en mi pecho, sacudiendo ligeramente la cama—. Siempre mía.
Mi cara baja hasta su cuello, y le doy un pequeño beso allí y luego sobre la piel
magullada por su altercado con su supuesta amiga. Mi pobre belleza, tanto dolor,
tanta traición te rodea. Sigo mi nariz por su pecho y el plano de su estómago,
manteniendo mi peso fuera de su cuerpo. Apenas la toco, manteniéndola ligera
como una pluma hasta que me detengo justo encima de su montículo, donde
mantengo su ropa interior apartada. Muchos sangrarán en tu nombre; te lo
prometo.
Mi cara está a centímetros de su coño. Mis fosas nasales se abren, arrastrando su
aroma hasta lo más profundo de mis pulmones, mientras todos los músculos de mi
cuerpo se resienten por la necesidad de hundirse en su carne rosada.
Quiero follarla.
Quiero marcarla. Y lo haré.
Pero hay alguien a quien tengo que visitar primero. Alguien que olvidó su lugar.
—Volveré por ti. —Con mi uña, grabo ligeramente la palabra pronto en su
muslo. Los cortes son muy superficiales, apenas una o dos gotas de sangre se
filtran, y los chupo antes de retirarlos. Dios, sabe a ambrosía.
—Mi dulce y bonita chica.
Con una última mirada, dejo un afilado cuchillo de pelar a su lado en la cama
antes de dirigirme a su armario. Mi regalo está justo donde lo dejé y lo cojo,
llevándolo conmigo mientras salgo de la habitación y me dirijo a su estudio.
La habitación está un poco desordenada cuando entro y su perro levanta la vista
bruscamente cuando me ve, observándome, pero mucho menos nervioso que antes.
Tenemos un acuerdo, él y yo.
Se comporta, recompenso.
—Relájate —digo, y su cabeza vuelve inmediatamente a recostarse sobre sus
patas. Sus grandes ojos me observan dirigirse a la vieja cómoda que ella guarda
aquí como almacenamiento secundario, sin que él emita un solo gruñido, mientras
yo rebusco entre sus cosas. El mueble almacena pinturas en su interior y
herramientas utilizadas para conseguir diferentes acabados, pero lo que yo necesito
es el compartimento oculto que se desliza por debajo del estante central.
Aquí es donde guarda un medallón de oro que se supone que es de su madre y
que le regalaron en el hogar de acogida cuando cumplió la edad. Es algo que
guarda con mucho cariño por alguna razón, algo que nunca entenderé, pero sé que
vendrá a buscarlo cuando encuentre el cajón fuera.
—Es hora de recordar, bonita.
He estado sentado en su sala de estar durante la última hora. Pensando.
Planificando. Haciendo los arreglos necesarios, ya que la mujer que he venido a ver
es una idiota. Alguien que se cree de mi nivel social, y sin embargo yo no la veo
mejor que la suciedad bajo mis zapatos.
Sin preparación. Incapaz de hacer un solo movimiento en un mundo en el que
reino el que conoceré unos segundos después. Tengo ojos y oídos en todas partes.
Un ejército a mi disposición que es leal. Entrenado para matar a mi orden.
Pero, de nuevo, esa es su maldita cruz, no la mía, porque la idiotez conduce a
malas decisiones en el camino hacia la muerte. Y yo estoy aquí para dar el aviso
final; mi paciencia se agota.
El apartamento es pequeño y desorganizado; un grupo de diarios, detalles de sus
objetivos, y el que está encima de la mesa de café todavía abierto tiene un detalle
vívido e incorrecto de cada interacción que hemos tenido.
—Maldita delirante. —Me da asco sólo pensar en ella. Son poco más de las
cuatro de la mañana cuando la puerta se abre de golpe, revelando a la mujer
enfadada en cuestión. Entra furiosa con un hombre. Es joven, impresionable, y está
muerto antes de que la puerta se cierre con un tiro en la cabeza.
—¿Qué carajo? —grita ella, limpiándose la cara donde le salpicó la sangre.
—Buenos días, Elise.
Al oír mi voz, se pone rígida y sus ojos se dirigen a los míos.
—Tu...
—Silencio. —Me levanto de la enorme silla rosa chicle, atravieso la habitación a
grandes zancadas y me detengo a unos pasos de ella. Tiembla de miedo, su pecho
se agita mientras su cuerpo la delata y sus muslos se aprietan. La despierto. La
asusto—. Has cometido un error, Elise. Uno muy caro.
—Por favor, hablemos de esto.
—Hemos hablado en el pasado, y sin embargo no escuchas. —Otro paso
adelante, y ella da uno atrás—. Te he dado una oportunidad tras otra para que
aceptes tu destino con dignidad hasta que ella te imponga tu castigo.
—No es una... —Su grito es cortado por mi mano que rodea su garganta,
apretando hasta que empiezan a aparecer moretones y su cara se vuelve de un
bonito rojo cereza—. Por favor. —La palabra es baja, silenciada por mi fuerte
sujeción, pero la oigo alto y claro.
—Mi paciencia con tus actos de grandeza ha llegado a su fin, Elise. —Mis dedos
se tensan, la carne cede bajo la presión—. Te detendrás y te doblarás. ¿Entiendes?
Asiente con la cabeza si lo haces. —Su asentimiento es apenas perceptible, pero
suficiente para mí—. Esperarás su decisión con gracia. De nuevo, asiente. —Lo
hace, frenéticamente, con lágrimas cayendo por sus mejillas—. Vuelve a intentar
algo y será mi ira a la que te enfrentarás. No tengo reparos en llevar a cabo una
ejecución pública, señorita Scott. Tenga miedo, porque la estoy vigilado.
La suelto y se deja caer al suelo, ahogando su cuello mientras intenta regular su
respiración. Sus sonidos de asfixia son patéticos. Demuestra quién es realmente.
Me agacho a su altura y la empujo con delicadeza unos mechones de cabello
detrás de la oreja, acción en la que ella se inclina automáticamente mientras mi
labio se curva con disgusto.
—No tienes vergüenza. Ni orgullo propio. —Con dos dedos, trazo la concha de
su oreja, haciendo que un escalofrío la recorra—, Pero además, eres la hija de un
traidor. Uno al que me alegré de desmembrar mientras estaba vivo, y que luego dio
su último aliento mientras las llamas se elevaban, desintegrando sus miembros.
—Para.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Soy la adecuada, y lo sabes.
—¿Lo sé?
—Sí. —Su voz la delata: su miedo es palpable, y yo me deleito en él. Sonríe a la
patética mujer en el suelo—. Todavía hay tiempo para tomar la decisión correcta.
—Ella siempre será la elección correcta. La única puta opción. —Entonces, antes
de su siguiente inhalación, sostengo el lóbulo de su oreja en mi mano mientras ella
grita. La sangre brota de la herida. El agujero tiene un aspecto desagradable y
doloroso, pero no tengo remordimientos—. Esta es mi última advertencia, Elise. La
próxima vez, será tu garganta la que sostenga en mi mano en lugar de tu oreja.
Dejándola donde yace llorando, salgo por la puerta sin mirar atrás mientras me
guardo el cartílago. Ella atacará. Vendrá por mi niña bonita. Su problema es que
cree que su acto de titiritero seguirá funcionando, sin saber que está colgando de
mis hilos.
La muevo.
Fuerzo la mano.
Y la próxima vez que nos veamos, mi reina habrá resucitado.
levo días despierta, observando las sombras en las paredes.
No estoy bien.
Tengo miedo.
Sigo trazando las letras en mi muslo, luchando contra el instinto de correr
porque ¿a dónde voy? ¿Quién me va a creer cuando todo apunta a que esto es obra
mía?
Alguien tuvo que estar en mi casa. No hay otra explicación plausible.
¿Y el cuchillo a mi lado? ¿Cómo lo explico?
Lo que dijo el capitán de la policía podría ser cierto, y sin embargo, de cualquier
manera no me siento cómoda acudiendo a la policía. No después de la última vez;
me arrestaron por estar asustada. Llama a Theo. Él ayudará... sé que lo hará.
Pero eso trae otra serie de problemas. Mi asociación con él es la causa del
moretón que se desvanece en mi cara y la pérdida de mi mejor amiga. Con o sin
mierda, ella era todo lo que tenía. Durante mucho tiempo, éramos las dos, y ahora
estoy sola. Rompiendo mentalmente cada segundo del día, y tengo miedo de lo que
quedará atrás en el momento en que me rompa en un millón de pedazos.
¿Me reconoceré? ¿Querré recordar algo?
—Inhala. Exhala. —He estado sobreviviendo a base de entregas de comida en la
puerta de mi casa y de café, mucho café. No es saludable y probablemente lo
empeore, pero el terror está forzando mis acciones. La realidad o las posibilidades,
no sé qué es peor—. Lo superaré como siempre. Concéntrate en el trabajo.
Mi móvil suena con un mensaje y miro la pantalla, colocando mi pincel en la taza
de agua. Es él. Como si supiera que le necesito.
¿Por qué me evitas, cariño? ~Theo
Otro mensaje antes de que termine de leer el primero.
¿Qué pasa? ¿Estás enferma? ~Theo
La culpa que me invade ante su muestra de preocupación casi me hace caer.
Siento el pecho apretado y mi cuerpo se estremece mientras las lágrimas rebosan en
mis ojos. La lucha entre mi cabeza y mi corazón me hace dudar de él,
preguntándome si también me abandonaría si me convirtiera en una de esas
mujeres pegajosas que llevan demasiado equipaje.
Tragándome un sollozo, escribo una breve respuesta.
Todo esta bien. Sólo estoy trabajando en el estudio ya que tengo una fecha límite
que se acerca rápidamente, y el dueño de la galería es un verdadero tirano. ¡Los dos
primeros están hechos, BTW!~Gabriella
Aparecen tres pequeños puntos en la pantalla que indican que está escribiendo.
¿Me estás mintiendo?~Theo
No. Por supuesto que no ~Gabriella
Durante un rato no responde, y la molesta sensación de que le estoy traicionando
no disminuye, especialmente cuando llega el siguiente mensaje. En cambio, la
sensación es diez veces peor: el pecho me aprieta dolorosamente y tengo que salir
de la habitación y dirigirme al baño, echándome agua fría en la cara, en la nuca...
cualquier cosa para calmar mi corazón palpitante y mi estómago agitado.
Te esperaré. Ven a hablar conmigo cuando estés lista para ser honesta. ~Theo
—¿Tal vez debería concertar otra cita con mi terapeuta? —Tengo unas cuantas
probabilidades-teorías flotando en mi cabeza desde el incidente del correo con la
información de mis padres biológicos. Podría ser un sonámbula. Podría ser alguien
con personalidades múltiples y no lo sabría, porque nunca se han hecho pruebas.
Podría ser yo. Podría ser alguien que me acecha.
El problema es que no tengo pruebas de ninguna de las dos cosas, y me está
volviendo loca. No puedo dormir, comer o respirar sin preguntarme qué pasaría
si...
Y los cadáveres. No tiene sentido porque la gran serpiente en mi patio trasero era
real. El vídeo de un hombre arrojando el cadáver de quien ahora sé que era el
abogado de Elise en el caso de fraude de derechos de autor es real.
¿Coincidencia? Tal vez.
¿Ellos también le guardaban rencor? Podría ser.
De cualquier manera, la incertidumbre me está comiendo vivo, y no sé cuánto
más puede tomar. Estoy nerviosa, el pánico aumenta a cada paso.
—Que el Señor me ayude. —Entonces suena el timbre de mi puerta y hago una
pausa en mi divagación interna. Hoy no espero nada. La persona vuelve a sonar y
me apresuro a coger mi teléfono, abriendo la aplicación Ring y esperando la
transmisión en directo. Tarda unos segundos, pero un hombre mayor aparece en la
pantalla con un uniforme de correo y un sobre de papel manila en la mano. Pulso el
icono del altavoz.
—¿En qué puedo ayudarlo?
—Hola, buenas tardes. Tengo correo certificado para Gabriella Moore. ¿Está
disponible?
—¿Puede dejarlo allí por mí?
—Lo siento, necesito una firma para esto.
—Dame un minuto. —Colgando el teléfono, me seco la cara con una toalla y
luego envío Theo una respuesta.
Sólo necesito unos días. Podemos hablar entonces. ~Gabriella.
Su respuesta es igual de rápida, y esta vez me hace palpitar el corazón.
Siempre estaré aquí esperando. ~Theo
Gracias. ~Gabriella
Mi teléfono suena con otro mensaje y es el nombre de Elise el que parpadea en la
pantalla. Hago clic para ver lo que quiere, pero no es más que más mierda. Más
exigencias. Más preocupación falsa por una amistad que ella ha pisoteado.
Gabriella, tenemos que hablar. Ya es suficiente. Por favor, piensa en nuestra
amistad... para que me hace daño. ~Elise.
—¿Por qué no me deja en paz? —murmuro, cerrando su mensaje y escribiendo
otro una para Theo. Tal vez si la ignoro, se irá. No es probable, pero espero que así
sea.
Estoy a punto de recibir correo certificado en la puerta de mi casa. No sé de qué
se trata.~Gabriella
Adelante. Es de mi abogado y de la firma Hall. ~Theo
Eso me hace sentir mejor; saber que es consciente trae un poco de paz a mi
caótica mente. El hombre es paciente y amable, nunca insistente ni grosero. Me
gustaría que estuviera aquí.
Gracias. ~Gabriella Y te extraño. ~Gabriella
No espero su respuesta y me apresuro a bajar las escaleras, donde el hombre
sigue esperando. Es paciente. Puedo distinguir su forma tecleando algo en su
teléfono desde las ventanas a ambos lados de la puerta.
A continuación, se embolsa el dispositivo segundos antes de que desbloquee la
puerta y la abra, encontrándose con su ojos.
—Siento el retraso. Estaba en medio de algo importante.
—Está bien, señorita. Firme aquí por mí. —El señor mayor me entrega un
portapapeles y un bolígrafo y, después de firmar mi nombre, nos cambiamos y
recibo mi sobre—. Que tenga un buen día.
—Tú también —digo a su forma de retirarse, pero no creo que me oiga. Vuelvo a
entrar, cierro la puerta con llave y arranco la solapa que sella los documentos. Lo
primero que veo es el membrete de Hall y Asociados. Sólo un Hall, no dos como
antes en los papeles que me mostró Theo. Luego, veo el contenido y me quedo de
piedra. Literalmente me quedo de pie mientras sonrío respiro por primera vez en
mucho tiempo sin ahogarme de dolor.
—Dios, lo ha retirado todo. No va a poseer nada.
Las lágrimas me llenan los ojos mientras ojeo el resto.
Esto es del hermano menor, el Hall restante, y es más de lo que jamás pensé
recibir de vuelta. Hay una disculpa y mucho más, línea tras línea de ayuda
voluntaria.
Presentamos los derechos de autor de forma gratuita. Pagaremos todos los gastos
en los que incurra y lucharemos en su nombre, legalmente, contra los que
intentaron perjudicarlo mediante esta reclamación fraudulenta.
Lamentamos lo que un miembro de nuestra familia le ha hecho a usted, a su
nombre y a su propiedad/negocio. Por favor, permítanos reparar las acciones de mi
hermano fallecido. Se equivocó, se equivocó mucho, y mi familia y yo juramos
reparar a los perjudicados por él a medida que salgan a la luz más actividades
ilícitas suyas.
Puedo sentir su dolor a través de cada línea, y me duele el corazón por ellos.
Nada de esto es culpa suya, y esto va más allá de lo que les corresponde. Porque
una cosa es el dinero, pero querer ayudar de verdad y seguir con su tiempo y
dedicación significa mucho.
También aclara el repentino pánico de Elise. Sus palabras del otro día de que
retire el caso.
Y sin embargo, no puedo evitar sentir que hay algo que me falta. Una parte del
rompecabezas que no se ha revelado.
Entonces se me escapa un bostezo y cierro los ojos, echando la cabeza hacia atrás
mientras me estiro. Los días sin dormir son duros, sobre todo sin la hora de siesta
del gato como ayuda. Mi cuerpo pasa por momentos de letargo y otros de energía
maníaca; el efecto yo, me hace tropezar hacia mi sala de televisión en el fondo de la
casa, donde me espera mi cómodo sofá con mi afgano favorito.
Las noticias y las revelaciones siguen acumulándose y, por alguna razón, me
siento golpeada por un látigo y necesito tomar un respiro. Los periódicos se me
caen de las manos y caen sobre el cojín del sofá a mi lado.
—Sólo un segundo. —Es todo lo que necesito antes de preparar mi cuarta taza de
café de hoy—, diez minutos como mucho...
Su mano está en la parte baja de mi espalda mientras seguimos a la anfitriona
hasta nuestra mesa. La joven que está delante de nosotros mueve las caderas,
intenta atraer la atención de todos los hombres de la sala, pero fracasa
estrepitosamente. Patéticamente.
Me siento avergonzada por ella. Me río a través de nuestro enlace mental -
nuestro vínculo sagrado- y él se ríe, divertido por mi franqueza. Pero, de nuevo,
siempre soy nada más que honesta, ese soplo de aire fresco en sus pulmones
congelados.
Su corazón muerto late por mí. Su oscuridad me rodea de calidez.
Es más, ha sido así desde que irrumpí en el reino vampírico una tarde de otoño
y me senté en la cama del rey a esperarlo. Su cama.
El plan era pedir una tregua. Exigir al patriarca vampiro que se retirara del
territorio de mi familia y pusiera fin a las incursiones de su reino: la búsqueda de
las hijas de la alta sacerdotisa muerta y de su rey brujo.
Mi hermana es clarividente. Controlo la magia de la muerte.
Las princesas gemelas con más poder que nuestros padres, y aunque ver el
futuro puede ser útil, es a mí a quien realmente busca. Isabella ha visto esto, y fue a
hacer una alianza con los hombres lobo por si acaso. Para garantizar la seguridad
de nuestro pueblo porque el rey vampiro tiene planes detallados para mí y el don
que llevo desde la noche de nuestro nacimiento.
Puedo tomar una vida y darla, moviendo las piezas como crea conveniente para
la prosperidad de mi pueblo.
Puedo hablar con los que han fallecido y todo lo respira, sin importar la especie.
Su rey me quiere, para poseer ese tipo de poder a toda costa, y ha matado a
muchos en su búsqueda.
Y sin embargo, en el momento en que nuestras miradas se cruzaron, un agudo
golpe congeló mis venas y me mantuvo cautiva. Cada célula molecular de mi
cuerpo cobró vida con la fuerza de mil soles, abrasando mi propio ser, y pude ver
en sus ojos que él sentía lo mismo. No podíamos negarnos el uno al otro, y sin
embargo, fueron sus rodillas las que cayeron al suelo con su espada a mis pies
mientras me prometía su vida.
A la valiente bruja de pelo rojo y ojos verdes que apenas le llegaba al pecho y que
pesaba menos de ciento veinte libras empapada. Y mientras observaba al apuesto
hombre de pelo oscuro y ojos ardientes desmoronarse ante mí, le entregué mi alma
en bandeja de oro.
Porque los compañeros son sagrados, santos en nuestro mundo, y mi vida
comenzó en el momento en que lo miré.
—Los humanos son irrespetuosos por naturaleza. —Mi voz es baja, pero él
asiente. Su cara contiene un poco de disgusto. Odia estar cerca de los mortales, pero
vino por mí. Para celebrar una fiesta humana, porque la idea de San Valentín me
parece adorable. Eso, y que le encanta su macabro regalo de una cuchilla de acero
que puede sujetar al extremo de su dedo como una garra. Es una tontería,
totalmente innecesaria para un vampiro, pero le inspiró a hacer una reserva para
este cena romántica—. No tienen reparos en intentar acostarse con un hombre o
una mujer tomada, si el amor. Sin honor. Sin código.
—Que sí —digo, mientras me acerca un poco más, rodeando mi cintura con su
brazo. Su necesidad de sentir piel sobre piel rivaliza con la mía, y suspiro cuando
me da un casto beso en la nuca.
La anfitriona nos conduce a una mesa preparada para dos personas cerca del
fondo, con el oscuro cielo nocturno como telón de fondo. Las ventanas están
abiertas y la luna está en lo alto; las estrellas iluminan el oscuro abismo que hay
encima mientras me siento en la silla que me saca. Ignoramos a la anfitriona y su
idiotez. La colocación del menú de mi marido al otro lado de la mesa y lejos de mí
no se nos escapa a ninguno de los dos.
Tampoco su olor. Las diferencias que le permiten encajar entre los de la ciudad.
—¿Esta mesa es de su agrado, señor? —pregunta la mujer, acercándose a su
lado, pero antes de que pueda poner una mano en el brazo de mi compañero, él
tiene su muñeca en su poder. Si estuviéramos en otro lugar, no dudaría en
rompérsela, pero por ahora me basta con el sutil crujido de los huesos y su grito—.
Señor, usted...
—No me toques nunca —sisea mi marido, la orden de un rey, los ojos brillando
en rojo mientras ella empieza a temblar. Sus colmillos descienden por un segundo,
perforando las encías mientras ella mira con miedo—. Vuelve a faltar al respeto a
mi esposa y haré que tu cabeza sea clavada en una pica fuera de los muros del
palacio. Ahora, vuelve al frente y no vuelvas.
—Mis disculpas.
—No aceptadas, híbrido.
—¿Cómo? —pregunta la anfitriona mientras se sujeta la muñeca contra el pecho,
con la voz temblorosa. Ella sabía quiénes éramos—. Aquí nadie...
—Silencio. —Su acatamiento inmediato a mi exigencia es falso, menospreciado
por su comportamiento anterior. Estúpida e idiota; la estudio durante unos
minutos, alargando el silencio mientras ella se mueve nerviosa, escapándosele un
gemido. —Nombre.
—Elise.
—¿Elise qué? —pregunta mi marido, aunque tengo una idea de quién es su
padre. Aunque sea medio humana, su esencia recuerda a la de él. Terrenal, pero
mezclada con rosas para realzar su feminidad.
—Veltross. Mi nombre es Elise Veltross.
—La hija de uno de mis generales. Uno que se avergonzaría de tu
comportamiento y te castigaría con la misma rapidez. —¿Coincidencia o...?
pregunta mi compañero a través de nuestro enlace, ladeando la cabeza mientras la
estudia. ¿Has hablado con Isabella?
—Sí —Con los ojos en el suelo, da un paso atrás—, Lo siento mucho.
Nos reuniremos mañana por la tarde.
—Dejó que su lado humano dominara y deshonrara nuestra propia naturaleza y
leyes, señorita Veltross. —Con los ojos entrecerrados, la observo a través de las
rendijas mientras aferro la servilleta en mi mano. No me creo su repentino acto de
contrición, ni confiamos en su padre. Es un buen general pero piensa demasiado en
sí mismo y en su posición—. Cómo te atreves a intentar tocar a mi pareja y a tu rey.
—Estaba siendo...
—Hablas cuando te hablan. ¿Entendido?
—Sí, mi Reina.
—No pongas un solo pie fuera de la línea, Elise. Esta es mi única advertencia.
—Sí, mi Reina.
—Vete.
—Gracias, mi reina. —Elise se escabulle y no mira atrás, escondiéndose al frente
mientras me sirve la cena un caballero mayor y mi marido me observa comer. Es
algo que le gusta, sentarse y observar en silencio mientras yo le devuelvo el favor
cuando caza. Cuando deja que la naturaleza ocupe el lugar que le corresponde y
sacia momentáneamente la sed interminable.
Mi rey tiene un gran control sobre sus impulsos. Sólo mata para comer, como
haría cualquier cazador.
Su naturaleza es matar y beber. Es sexy verlo dominar a su presa.
Como el hombre de la noche anterior, un imbécil borracho que creyó prudente
agarrarme de la muñeca y tirar de mí hacia atrás, pero antes de que pudiera
golpear el codo en la cara, mi marido lo tenía agarrado por el cuello con los pies
colgando sobre el suelo.
Sin piedad. Sin vacilaciones cuando pasó un clavo de metal -un regalo
humorístico que había hecho para él- por un lado del cuello del hombre como si
fuera un pollo en un matadero. Sus ojos eran de un rojo rubí furioso mientras el
demonio que llevaba dentro tomaba el control. Era absolutamente glorioso verlo,
un verdadero afrodisíaco mientras enterraba sus colmillos en el cuello del hombre y
le drenaba hasta la última gota de sangre de sus venas muertas.
Fue desordenado y furioso, y mis muslos se apretaron entonces como lo hacen
ahora con el recuerdo, una acción que mi marido capta. Sus fosas nasales se abren y
sus ojos se vuelven más oscuros, encapuchados y hambrientos. Un poco
asilvestrados, y lamento el último bocado de mi postre sensualmente de la cuchara.
Un movimiento que sigue con otra hambre desenfrenada.
—Dos minutos, Gabriella.
—¿Dos minutos? —pregunto, fingiendo una ignorancia que hace que me
muestre esos afilados colmillos. Todavía no me ha convertido a petición mía; mi
hermana y yo estamos obligados por la lealtad a nuestro pueblo tras la muerte de
nuestros padres, pero ha llegado el momento de coronar a un nuevo gobernante y
nuestro hermanito ya es mayor de edad. Él será justo. Hará lo correcto por el trono
mientras mi hermana y yo seguimos dos caminos diferentes.
Una con un hombre lobo. Una con un vampiro.
—Corre, niña bonita.
—No te tengo miedo —me burlo, inclinándome para pellizcarle la mandíbula—.
Ahora cierra los ojos y cuenta hasta sesenta. Ven a buscarme si puedes.
—¿Desafías a tu rey?
—Siempre, amor. Siempre.
e despierto aterrada, con un grito atrapado en la garganta y un poco
desorientada. Hay alguien golpeando la puerta principal y la trasera,
múltiples voces gritando, y luego la madera se astilla al ser abierta a
patadas.
—¿Qué coño? —Mientras digo esto, mi casa se llena de agentes que me
apuntan con sus armas a la cabeza, gritando órdenes que no entiendo. Todo parece
un galimatías, como un dibujo animado de Peanuts, hasta que un hombre que me
dobla en peso me tira al suelo y me inmoviliza con las manos en la espalda en un
ángulo incómodo.
Me duele. Tengo la cabeza nebulosa.
Estoy perdida entre ese sueño, lo real que fue comparado con esto, y no puedo
entender nada. ¿Era real y esto es el sueño? ¿Por qué me han detenido?
—Suéltenme —consigo chillar después de un minuto, levantando la cabeza lo
suficiente para ver la escena que me rodea. Están destrozando mi casa. Los cuadros
de las paredes están siendo arrancados mientras los muebles son pateados por un
hombre y una mujer que empiezo a aborrecer.
A ella no la conozco, pero Consuelos se ha convertido en una cara conocida.
—¿Qué está haciendo en mi casa, detective? —Mi voz suena con claridad a
través del caos, y todos los movimientos cesan—. ¿Qué derecho tiene a hacer esto?
Consuelos deja lo que está haciendo y se acerca, deteniéndose a dos pasos de mí.
—Está usted bajo investigación por la desaparición de Elise Scott, señorita
Moore. La estamos poniendo bajo...
—¿Dónde está la orden firmada por un juez? —Interrumpo, conociendo mis
derechos. Este es el tercer intento de pisotearlos—. ¿Por qué no tengo mi derecho?
—La gente como tú no tiene esos privilegios —La mujer se burla, y es entonces
cuando me doy cuenta de que no lleva uniforme, que va vestida de negro y que el
nombre Diana está escrito en el pequeño bolsillo del pecho de su camisa de
algodón—. Te ha dicho que te apartes.
—¿Ella qué?
—¡Tenemos sangre en un árbol cerca de la parte trasera del terreno! —grita
alguien desde la zona de la cocina, lo que hace que otros dos hombres salgan a toda
prisa. Nadie habla durante unos minutos, pero las tensiones aumentan entre los
que quedan dentro. Me quedo con Diana, Consuelos y el hombre que me
inmoviliza—. Necesito que alguien llame al equipo forense.
Sin embargo, nadie saca sus teléfonos. En cambio, los dos que están de pie me
miran con sonrisas condescendientes en sus rostros.
—Entonces, ¿dónde escondiste el cuerpo? —Diana comienza el interrogatorio,
poniéndose en cuclillas hacia donde me tienen, con el cuerpo aplastado contra el
suelo—. ¿Odias tanto a tu mejor amiga como para haberla matado? Le robaste su
marido, ¿y ahora esto?
—¿Qué cuerpo? ¿Qué marido?
—Theodore Astor ha estado casado con ella...
Ahogo el resto. Eso no tiene sentido.
—Eso es mentira.
—¿Lo es? —Diana saca algo de su bolsillo trasero, una nota doblada con una
escritura que parece demasiado nueva para ser real—. Aquí está su certificado de
matrimonio ¿Me crees ahora?
El papel en cuestión cae justo delante de mi cara. Además, es una licencia de
matrimonio, fechada y sellada por los tribunales hace diez años, y sin embargo, la
tinta es de color azul oscuro, algo que no utiliza ningún organismo gubernamental.
Es toda negra. Fin. En segundo lugar, lo que destaca es la firma de Elise, y sin
embargo la de Theo está apagada.
Ese no es el que vi en mi contrato.
—¿Así que están casados? — pregunto, con la voz baja y triste. Le sigo el juego
hasta que consigo poner a Theo al teléfono—. ¿Por qué no me lo dijo? ¿Dónde
está?
—¿Por qué no nos lo dices? ¿Es esa su sangre en el árbol? — Consuelos mira a su
alrededor con nerviosismo, encontrando la mirada de Diana antes de dirigirse al
hombre en el suelo y asentir—. ¡Deja de resistirte, Gabriella! Sólo queremos
ayudarte.
—Manos donde podamos verlas. Manos donde podamos verlas. —Esto viene de
Diana, y el miedo me llena el pecho. Señor, por favor ayúdame. Algo está muy mal
aquí.
—No me estoy resistiendo... —El dolor estalla detrás de mis ojos, el lado de mi
cráneo se siente como si lo hubieran roto, y lo último que recuerdo mientras me
arrojan sobre el hombro de un hombre y me meten en la parte trasera de un auto
verde oscuro es la serpiente blanca.
Se enrosca a lo largo del gran árbol de mi jardín delantero, observando mientras
la puerta se cierra y mis ojos se ponen en blanco. Y sin embargo, consigo abrirlos
una vez más y encontrarme con sus ojos, de un azul lechoso y sin miedo, y justo
antes de que algo me apriete la nariz y la boca, asiente.
e duele el cuerpo cuando vuelvo en mí. Siento la cabeza como si me la
hubiera abierto un martillo neumático, y sin embargo es el menor de mis
problemas. No sé dónde estoy ni por qué, pero estoy dentro de una habitación
totalmente blanca con paredes acolchadas y una única ventana en lo alto. Fuera de
mi alcance.
Está ahí para hacerme saber que el cielo está oscuro, y que es una noche lluviosa.
El agua golpea contra los cristales cerrados y miro hacia arriba, captando una
sombra que mira hacia dentro. Dos ojos brillantes.
—Eso es. Soy una loca de remate. —El animal da un fuerte cabezazo al cristal.
Una vez. Dos veces. Tres veces antes de que se rompa y los pedazos lluevan al
suelo—. Me pregunto qué me hizo? ¿Habré estallado como esa gente en todos los
programas de crímenes que he visto? ¿Harán uno sobre mí? —Murmuro en voz
baja, sentándome con la espalda contra la pared.
Mi colchón está en el suelo con sólo una fina manta y una almohada encima. Doy
las gracias por seguir con la ropa puesta, ya que las salpicaduras de pintura de hoy
están secas y se me han pegado a la piel.
El animal empieza a bajar a la habitación de cabeza, pero se echa atrás cuando se
acerca el clac, clac, clac de los tacones. Se detienen un segundo ante mi puerta, la
voz femenina dice algo a quien la acompaña antes de girar el picaporte.
—Me alegra ver que estás levantada. —Elise entra y se detiene a unos metros de
mí—. No es que vayas a estar por aquí mucho más tiempo.
—¿Qué haces aquí? ¿No habías desaparecido?
—Para el mundo, he desaparecido. —Se acerca un paso más, y en su mano hay
algo que parece una jeringa—. Al igual que tú lo estarás pronto.
Me tambaleo al ponerme de pie, tropezando un poco, pero consigo
incorporarme contra la pared justo debajo de la ventana donde sé que se esconde.
—Aléjate de mí.
No sé quién es peor; la serpiente o ella.
—¿O qué?
—Elise, esto no es divertido. Estás yendo demasiado lejos.
—Nunca sabrá lo que es gobernar contigo a su lado. —Sus ojos contienen tanta
maldad. Tanto odio—. Larga vida a la reina, señorita Moore.
Su mano se mueve rápidamente hacia delante y hacia atrás, y sólo consigo captar
el brillo del metal antes de que venga hacia mí. Me quedo paralizada, asombrada
de que haya hecho esto, pero entonces cae al suelo en algún lugar a mi izquierda.
La pitón se desliza por la pared, su gran cuerpo cae lentamente al suelo antes de
ocupar su lugar frente a mí. Como lo haría un protector. Se enrosca, pero su cabeza
permanece fuera del suelo mientras la mira fijamente. A cada movimiento que ella
hace, la serpiente la sigue.
No grito. No lloro.
Observo y espero.
Me sorprendo cuando Elise intenta volver a salir lentamente, el miedo que sentía
ahora se refleja en sus ojos.
—Ya viene.
La serpiente no se mueve, pero saca la lengua casi con pereza. Casi burlándose.
—¡Mierda! —Los gritos vienen del pasillo entonces, un frenesí masivo de terror,
y me deslizo por la pared detrás del guardia albino. Está aquí para matarme o para
protegerme, y ahora mismo, cualquiera de las dos cosas suena bien—. Esto no ha
terminado. ¡Dile que esto no ha terminado!
Entonces se da la vuelta y corre, gritando a alguien para que la saque antes de
que la atrapen y la maten.
Y a través de todo ello, mientras las puertas se cierran de golpe y los gritos de la
gente comienzan a desvanecerse, permanezco donde estoy.
Podrían ser minutos u horas, quién sabe, pero mi mente racional vuelve en sí
cuando una cabeza fría se posa sobre mi mano en el suelo. Su piel es suave, su
presencia es un poco reconfortante, y sonrío a la criatura.
—Si estás aquí para matarme, adelante. En este momento, podría ser mejor así.
—Un siseo furioso es la respuesta que recibo, y casi me río del sonido. Estoy
colgado con una serpiente. Estoy tocando una serpiente. El animal aparta sus ojos
de mí, asimilando mis reacciones, y después de unos minutos frota su cabeza
contra mi piel de la misma manera que lo hace Mr. Pickles—. ¿Quieres que te
acaricie?
No es que espere una respuesta, pero cuando recibo este pequeño asentimiento,
me río. Fuerte y casi histérica, pero lo hago. Paso los dedos por la cabeza y por el
cuello en pasadas lentas mientras miro hacia la entrada de la habitación. Todavía
puedo oír algo de conmoción fuera de esta habitación -intento ignorar los
estridentes gritos de agonía- hasta que todo se apaga.
Entonces no hay nada.
Una quietud que es espeluznante.
Pero a pesar de todo, mi compañera permanece a mi lado y está preparada para
atacar, si se da el caso.
Eso es, hasta que los pasos se acercan. Más cerca.
Se detienen justo delante de mi puerta y un agudo silbido rasga el aire, un sonido
que mi nuevo amigo sigue. Sin mirar atrás. No hay despedidas.
Quién sabe lo que me depara el destino, y cierro los ojos por un segundo. Lo
acepto.
Es lo que es hasta que una garganta se aclara, y un aroma que reconocería en
cualquier lugar saluda mis sentidos.
No necesito abrir los ojos para saber que es Theo.
—Mírame —me ordena, con una voz más grave. Más áspera de lo que he oído
nunca, y acato la orden sin pausa, casi gritando cuando veo sus ropas
ensangrentadas, sus rasgos endurecidos con los ojos brillando en rojo, y los dos
colmillos blancos que sobresalen de sus encías.
—Hola, hermosa.
ómo me has llamado? —Gabriella está temblando, con la mano
en el pelo y apretando los preciosos mechones rojos que adoro—.
Esto no puede ser. No. No. ¡NOOOOO!
—Relájate, cariño. Respira y te lo explicaré.
—¿Qué demonios hay que explicar? Es sólo una coincidencia y…
—Estás ocupada poniendo excusas cuando ambos sabemos que soy real. —Me
acerco un paso más, pero ella se levanta, empujándose contra la pared como si ésta
se moviera por ella—. Cuando me visitas cada noche en tu sueño, hermosa.
Cuando te burlas de mí cada momento del día mientras estás despierta.
—Es un sueño. Sólo un sueño. —Su cabeza se agita de lado a lado, y su
respiración se vuelve entrecortada. Mi pequeña y hermosa artista está entrando en
pánico, pero no voy a detenerme. He esperado tanto tiempo por ella. Por este
momento—. Esto es sólo un producto de mi imaginación... probablemente estoy
tomando una fuerte medicación y viendo mierda.
—¿Entonces por qué tus piernas siguen apretándose al verme? —Mis fosas
nasales se agitan y su dulce aroma se filtra en mis sentidos. Su respiración me
excita, pero oler su deseo es una debilidad; siempre lo ha sido—. ¿Por qué tu coño
se aprieta por necesidad? ¿Por qué sigues deseándome sin importar cuántos
hombres haya matado fuera de esta habitación?
—No lo hago. —Sin embargo, capto el destello de fuego en sus ojos. Mi novia
está ahí. Atrapada—. Además, esto no es real. Nada de esto lo es.
—¿Estás segura?
—Lo estoy.
—De acuerdo. —Hago un silbido, y un segundo después la pitón albina se
desliza hacia el interior una vez más, deteniéndose a una distancia segura de ella.
Gira la cabeza hacia mí, pidiendo permiso, y yo asiento con la cabeza mientras veo
cómo mi belleza se rompe y se desmorona. Su mente se apaga, mientras su cuerpo
quiere huir y no parar de correr. Chica tonta.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué está...? —se interrumpe, congelada, cuando su
guardia serpiente se convierte en Tero, que la observa con ojos atentos. La conoce
desde hace tanto tiempo como yo, un siglo de echar de menos a su reina, y su
lealtad es inquebrantable. Ella salvó a su hermana, la única familia que le quedaba.
—Mi Reina. —Hace una reverencia, mirando hacia el suelo, pero Gabriella hace
un sonido de tsking, uno que ha hecho miles de veces en nuestro pasado, y una
pequeña sonrisa se curva en mis labios. Puede que su mente humana no procese
como nosotros, pero una parte de ella recuerda.
Ante mi sonrisa, ella inclina la cabeza hacia un lado mientras yo simplemente
enarco una ceja.
—¿Y ahora qué. Necesito un minuto.
—Es comprensible.
—A solas —aclara, mientras me rasco la mandíbula, la sangre seca en mis manos
la hace temblar—. Sólo pido unos minutos, y luego podemos hablar.
Mentirosa.
—Adelante, corre, Gabriella —canturreo el nombre de mi compañera, y me
deleito con el placentero escalofrío que la recorre al oírlo. La forma en que sus
pezones se mueven bajo la fina camisa que lleva, con un sujetador casi inexistente.
Sigue sintiéndose atraída por mí, incluso cuando trata de entender lo que es real y
lo que no.
He jugado sucio con ella.
La he herido.
—¿Me perseguirías?
—Hasta el fin del mundo sin dudarlo.
—¿Me dejarías ir si te lo pidiera?
—Nunca. —Ante mi sincera respuesta cierra los ojos, respirando profundamente
antes de soltarlo lentamente—. Tero, por favor, sal y entrega el paquete.
—Considérelo hecho, Su Majestad.
—Gracias, viejo amigo. —Sale después de hacer una reverencia a Gabriella,
dejándonos solos. Entonces, me adentro en la habitación y la inspecciono con
calma, observando cualquier magulladura que pueda tener, y veo rojo el olor de la
sangre que sale de su cabeza. Perdido en su excitación y descubrimiento, no he
olido la sangre más antigua, pero ahora es una llamada acre que no ignoro. La
tengo en mis brazos antes de su siguiente respiración, con mis labios en el corte—.
¿Quién te ha hecho esto?
—¿Cómo te has movido tan rápido?
—¿Quién te ha hecho daño? —Cada palabra sale de mí con un gruñido, mi ira
palpable, y ella palidece. Su miedo es tan delicioso como su excitación, y me tomo
un momento para inhalar profundamente y retener su esencia en mis pulmones
fríos y muertos. Cada parte de ella es una distracción embriagadora; siempre lo ha
sido—. Estás sangrando, hermosa, y no me gusta.
—Era un policía. Nunca lo había visto antes —dice, con el tono entrecortado
mientras rozo con mis labios la zona. Saboreándola—. Era un poco mayor y de
complexión pesada.
—¿Te han tocado en alguna otra parte? —Lamo la pequeña herida de la cabeza,
limpiándola.
El corte se cierra un segundo después. Tendrá una pequeña cicatriz, pero no le
dolerá.
—No. Estoy bien. —Tampoco falta la forma en que se inclina hacia mí.
Inconscientemente, echa de menos mi tacto, aunque hay una pizca de miedo en
su aroma, esa vainilla con cerezas que me vuelve loco.
—Pero me gustaría tener ese minuto a solas.
—No te detendré, hermosa. —Mis labios bajan hasta su mejilla y luego a su oreja,
acariciándola un poco. —Pero debes saber que no hay nada más placentero para un
vampiro que la persecución. —Su asentimiento es apenas perceptible, la sal de sus
lágrimas es dulce en mis labios—. Tienes cinco minutos. Utilízalos sabiamente.
Entonces me voy, salgo mientras ella se queda de pie en medio de la habitación,
confundida y sin dirección.
¿Es justo que me aproveche de su debilidad? No.
¿Me importa? No en lo más mínimo, cuando el juego final siempre será ella. En
mis brazos. Volver donde siempre ha pertenecido.
Y si esto me convierte en un deplorable hijo de puta, llevaré con orgullo la
insignia porque esta vida tuvo un precio muy alto que levantaré esta noche. Ataron
a mi belleza, sus poderes ocultos y sofocados por la codicia de la familia Veltross
durante más de un siglo. Su alma sobrevivió en el limbo, incapaz de habitar un
cuerpo hasta el día de la luna sagrada, hace veintiún años, esta noche. Su verdadero
cumpleaños.
Algo que Elise sabía y trataba de evitar, pero fallaba. En cada momento. En cada
mentira.
Y aunque el sacrificio realizado para traerla de vuelta me ató las manos, nunca
dejé de observar desde la distancia. Protegiéndola sin ser visto. Gabriella nunca
supo el peligro que corrió su vida desde que nació, y me aseguré de que siguiera
siendo así.
Hasta esta noche.
Se acabó el mentir. No más pretender ser lo que no somos. Ella es mía y yo
siempre seré suyo.
A los dos minutos sale de la habitación, su paso cauteloso sigue siendo ruidoso
dentro de la habitación, pero más lo son los jadeos y los sollozos ahogados que
escapan de su pequeño cuerpo cuando se encuentra cara a cara con la carnicería
que dejé atrás.
Los empleados de esta instalación eran vampiros, todos ellos, y esta noche,
tenían dos habitaciones ocupadas. Una con Gabriella. La segunda es una mujer con
un aspecto similar al de Elise y que lleva horas muerta; con el cuello roto y el
cuerpo drenado hasta el último trozo de sangre por los que trabajaban aquí.
Los cuatro hombres y las dos mujeres son miembros de la familia Veltross: un
hijo bastardo que continuó la línea de sangre hace años con su descendencia.
Culpan a mi chica del fin de su patriarca, me odian por arrancarle miembro a
miembro, mientras que a mí me importa un carajo.
Sus gritos bajos, un ruido de llanto, se infiltran en cada centímetro cuadrado de
este piso mientras arden. Una parte del cuerpo a la vez, los dejé en una pila y
encendí un fósforo para que Elise lo viera. Porque ella está aquí, escondida, y voy a
disfrutar el día que la atrapen.
Pero hoy no. Hoy es para mi novia.
—Mi Rey, tenemos a Consuelos y Diana en el almacén. ¿Debo proceder? —El
capitán Bron pregunta a mi lado. Es un general retirado que coloqué aquí para
proteger a Gabriella tras su nacimiento—. Todos están esperando sus órdenes.
—Todavía no. —Respirando profundamente, dejo que su cautivador aroma
domine mis sentidos. La excitación inunda mi organismo. Está corriendo—.
Primero, tengo que recoger a mi novia.
Asiente en señal de comprensión, con una sonrisa en la cara.
—Todos la hemos echado de menos.
—Lo sé.
stoy corriendo.
Asustada y corriendo hacia Dios sabe dónde sin destino a la vista.
Tampoco puedo detenerme. No cuando las pesadillas son reales y el
hombre del que me he enamorado es el diablo encarnado.
Él nunca me haría daño.
Mi subconsciente lo sabe, pero no puedo controlar este miedo. No puedo dejar
de cuestionar cada interacción y cada toque y la mirada suave en sus ojos cada vez
que me reía. La ira cuando lloraba.
Vi todas esas emociones. No eran fingidas o falsas; Theo se preocupa pero
también es...
Los cadáveres. La serpiente. El sueño.
—¿Por qué me hiciste esto? —pregunto en voz alta, una pequeña parte de mí
espera una respuesta, pero no la hay. Para ser sincera, me sorprende que no me
haya encontrado todavía con todo el ruido que estoy haciendo, pero tampoco dudo
en tirar una silla detrás de mí cuando me estorba después de llegar al vestíbulo.
Hay fuego y humo y este olor acre que es un poco enfermizo—. Necesito salir.
¿Dónde está la salida? El humo es denso, pero tras girar a la derecha, encuentro
la puerta de entrada principal. Está abierta y saca algo de humo que sigo, casi
cayendo de rodillas cuando puedo volver a respirar aire limpio.
La entrada tiene coches bloqueando la zona, algunos apuntando hacia la puerta y
otros tambaleándose, con las puertas a medio abrir. Y encuentro uno que sigue
encendido, con sus luces brillando en el cielo nocturno.
Corro hacia él.
Corro porque el mismísimo diablo está detrás de mí, pero a medida que me
acerco, mi atención se desvía hacia un lado.
—¿Cómo puede ser esto real? —Dos cabezas se levantan y miran. Una negra y
otra blanca. Una cobra y una pitón. Están asfixiando al guardia que casi me rompe
el cráneo durante mi arresto; su cara está casi azul, y la sangre gotea de su boca.
Su expresión es de horror, de impotencia, y no siento ni un ápice de simpatía por
él. No después de lo que me hicieron.
La pitón aprieta el cuello del oficial y algo se rompe, la luz de los ojos del hombre
se desvanece. Sin embargo, no se detienen. En todo caso, se enfurecen aún más,
siseando y mordiendo, y cuando finalmente me encuentro con los ojos de la cobra,
mi mundo se detiene.
—Marcia, tu hermano te va a matar. Baja de ese árbol.
—Pero, Gabriella —se queja, utilizando un tono que me hace estremecer desde
su posición en una rama baja. Es una de las pocas personas a las que he prohibido
usar mi título.
Veo a su familia como la mía.
—No me digas 'Gabriella’. —Mi ceja se arquea y Marcia baja la mirada, un poco
arrepentida—. Tienes una cita esta noche con esas lecciones, y no hay forma de
librarse de ella.
—Pero cambiar de forma es difícil.
—La vida es dura, chica.
En eso se burla, con su pelo negro azabache agitado por el viento.
—Tero no lucha como yo, Gabby. Y por cierto, sólo eres tres años mayor que yo.
Mi respuesta es un giro de ojos y un toque a mi reloj.
—Eso es porque estudia y se toma las clases en serio.
—No me vas a dejar libre de culpa... ¿verdad?
—No en tu vida, mi amiga. No en tu vida.
La realidad vuelve a golpearme cuando el hombre es arrojado a un lado y choca
con otro auto, la alarma se dispara. Lo que vi, lo que sentí mirando a esa chica, fue
amistad. Afecto, y mis manos se aprietan cuando la necesidad de alcanzar y tocar la
cobra se vuelve casi insoportable.
¿Qué carajo?
Doy un paso adelante. Mis pies me llevan sin mi permiso.
—Hermosa, esto no se considera huir. —Mi cabeza se echa hacia atrás, y
encuentro a Theodore de pie contra un pilar cerca de la entrada observándome—.
¿O has terminado de luchar contra algo que tu corazón anhela en secreto? Somos tu
hogar, Gabriella. Somos tu familia.
—Por favor, déjame ir —ruego, sus palabras golpean más fuerte que el recuerdo.
—He esperado un siglo por ti. —Su expresión de tristeza me golpea en el pecho,
y me da un dolor que aparece de vez en cuando y que casi me hace doblar.
—Te quedan sesenta segundos, Gabriella. Hazlos contar, porque una vez que te
tenga mis manos ... nunca te dejaré ir.
—No soy quien crees que soy. —Lo eres. Una voz susurra en mi cabeza. Mis ojos
se dirigen a la cobra y sé que es ella. Me está hablando. Te he echado mucho de
menos, Gabby. Todos te hemos necesitado—. Haz que se detenga. Haz que todo se
detenga.
—Sé específica, cariño.
Mis ojos se dirigen a los suyos, las lágrimas en mis ojos lo hacen un poco borroso.
Intento limpiarlas, pero más caen.
—Las voces. Estos pensamientos.
—No puedo controlar tu subconsciente, Gabriella. Esto es todo tuyo.
Acuérdate de mí. Recuerda a tu familia.
—No soy más que una huérfana que pinta y...
—Eres y siempre serás una reina. Mi reina.
Caminábamos por el pasillo del castillo; Tero estaba a mi izquierda y Marcia a mi
derecha, como han hecho desde que vine a vivir aquí, mis sombras siempre
presentes, y sé que Theodore también se preocupa por ellos. Si no fuera así, no
confiaría en que estuvieran cerca de mí. No los habría traído a vivir aquí bajo su
protección cuando sus padres murieron siendo apenas unos niños.
Llevan todo el día discutiendo, quejándose de un guardia que invitó a su
hermana a pasear por el jardín, cuando varias voces comienzan a gritar.
No puedo entender lo que dicen, pero un segundo después no importa, ya que el
suelo tiembla y un muro a mi izquierda se desmorona. El sonido es fuerte, me hace
daño a los oídos, pero me apartan antes de que una gran roca pueda aplastar mi
lado izquierdo.
—¿Qué demonios? —grita Tero, con voz frenética, mientras me incorporo y trato
de orientarme. Intento hacer un inventario de la situación, con las manos
temblando y el pecho sintiéndose tan pesado por alguna razón. Es como si...—No.
No. ¡No!
El dolor desgarrador de su voz me hace mirar, y la visión que me recibe me
rompe el corazón. Mi hermosa y dulce amiga está en el suelo con gran parte de su
cuerpo enterrado bajo los escombros.
No respira, tiene un gran corte en la frente.
—¡Marcia! Hermana. —El cuerpo de Tero tiembla, su voz se quiebra—. Por favor,
abre los ojos. Por favor.
—Tero, muévete. —No me escucha, tratando de empujar la pared por sí mismo—
. ¡Tero, muévete! —Esos afilados ojos azul claro se dirigen a los míos ante mis
súplicas, tan parecidas a las de su animal, y en ellos encuentro tanta pena. Tanta
necesidad—. No puedo ayudarla si no te apartas de mi camino. —Su cabeza se
inclina. Ya no es él quien está aquí conmigo, sino su serpiente, y agradezco que la
bestia haya tomado la delantera. Necesitaré su fuerza—. Ayúdame a mover los
escombros y luego ve a buscar a Theo. Por favor. ¿Puedes hacer esto por mí, amigo
mío?
Su cabeza se balancea mientras su cuerpo humano comienza a retirar las pesadas
rocas una a una, deteniéndose sólo una vez para mirar a los responsables. Tres
hombres y todos parecen preocupados, asustados. Los interrogaré más tarde. Ahora
mismo, necesito acceder a su cuerpo completo.
Durante unos minutos, nadie habla. Nadie se mueve.
Pero siento la energía a mi alrededor, el cambio de temperatura, y empieza a
bajar mientras me centro. No puedo invocar su espíritu si no tengo el control o me
perderé, algo que nunca permitiré que ocurra. Theo me necesita.
—Hecho. Mi Reina. —Tero sisea y da un paso atrás, con sus músculos enroscados
y listos para atacar si alguien se acerca a mí.
Asintiendo con la cabeza, me pongo de rodillas y coloco las manos sobre su
pecho. Su energía ha desaparecido, pero hay un lazo que aún perdura en la tierra,
luchando por quedarse, y me concentro en él. Mis manos empiezan a temblar
cuando le entrego parte de mi fuerza vital, alimentándola con mi esencia.
Hay otra conmoción cerca de nosotros y el cielo retumba, los relámpagos caen a
unos metros de mí. Conozco la voz, pero decido ignorarla y seguir alimentando la
energía, hacerla parte de mí. Y a medida que lo hago, se hace más fuerte. Se vuelve
estable.
—Resurgemus, Marcia —respiro en su boca, y su pecho se expande pero sus
miembros no se mueven. Está herida, su grito de dolor llena el espacio ahora
silencioso. Si no se mueve, morirá—. Cambia.
Me siento débil, mi nariz sangra, y Theodore se apresura a mi lado. Intenta tirar
de mi para detenerme, pero no he terminado.
—Chica hermosa, necesito que te detengas. Ha vuelto.
Pero niego con la cabeza antes de que termine de hablar.
—Si Marcia no cambia, morirá definitivamente y yo estoy demasiado débil para
ayudarla. No puedo terminar hasta que me recupere. Le he dado demasiado.
—Tero, enséñale a cambiar. Haz que...
Su cuerpo se convulsiona, la sangre le brota de la boca y yo caigo de rodillas,
apartando las manos de mi marido. Arrastrándome hasta quedar encima de ella,
aprieto mi frente contra la suya y exhalo, un aliento que ella inhala y al que se
aferra.
—Cambia ahora, Marcia. Ahora.
Oh, Dios. Oh, Dios.
Estoy temblando mientras retrocedo, y las lágrimas siguen brotando de mis ojos
mientras ellos observan con tristeza. Lo que he visto no puede ser real. Debe ser un
producto de mi jodida imaginación, y salgo corriendo antes de que nadie diga una
sola palabra.
No sé qué estoy haciendo ni a dónde voy a ir, pero me meto en el auto, que sigue
en marcha, y cierro la puerta de golpe.
—Vamos, concéntrate. Pon el auto en marcha y... —Me interrumpe el arranque de
la puerta del auto de sus bisagras. El chirrido del metal es fuerte, y me cubro el
oídos, temblando al ser arrojada a un lado, y una mano agarra el volante. El
plástico se desmorona como si fuera una galleta y yo me abalanzo hacia el otro
lado, luchando con la cerradura hasta que cede y me caigo.
Me escuecen las palmas de las manos bajo el asfalto y me tiemblan las rodillas al
levantarme, quitando en la noche sin mirar atrás. Tengo miedo de lo que voy a
encontrar. De lo que hará si lo hago.
No nos hará daño.
—Lo ha hecho.
Sólo para traernos de vuelta.
—Y ahora estoy hablando sola. —No saber dónde estoy no ayuda, pero sigo
corriendo en dirección recta, dirigiéndome hacia un montón de edificios que hay
más adelante. Rezo para que uno de ellos sea residencial y pueda correr dentro,
llamando a la policía—. No puedo llamarlos. Consuelos también me persigue.
Me arde el pecho por el esfuerzo y siento las punzadas de los ojos que me
observan. La sensación se burla de mí, también me calienta, y las emociones
contradictorias están destrozando mi estado mental.
¿Me detengo y lo escucho? ¿Me escondo para el resto de mi vida?
El sonido de una lata de aluminio al ser pateada me hace tropezar, mi cuerpo se
tambalea hacia delante, pero antes de caer al suelo dos fuertes brazos me atrapan.
Su pecho retumba contra mi espalda, el ruido me tranquiliza, y pierdo toda la lucha
que me queda.
—No te hagas daño, preciosa. No me gusta.
a llevo al estilo nupcial hasta el almacén donde espera nuestra gente.
Están tranquilos, de pie y con sonrisas en sus rostros cuando la ven a ella,
nuestra querida reina. Y mi chica también los mira, fijándose en las caras
conocidas y en las pocas que nunca han tenido el placer de estar en su presencia.
Se arrodillan cuando pasamos.
Su mano derecha late donde antes latía su frío corazón.
—Levántate. —Mi voz suena fuerte y clara dentro del gran espacio cerrado. Los
dos cuerpos encadenados y arrodillados se tensan al oír el sonido: el hombre está
un poco ensangrentado, mientras que la mujer permanece intacta.
Meera y Marcia se ocuparán de ella.
Todos los miembros de nuestro reino presentes se colocan uno al lado del otro,
creando un gran círculo que rodea el centro de la sala. Y al frente, coloco a Gabriella
en una silla que reconoce a su sueño.
—¿Cómo diablos...? —susurra, pero para la sala es como si las palabras se
gritaran.
—Esta siempre ha sido tu silla.
Alguien se burla de eso, y yo dirijo mis ojos a la mujer en cuestión: Diana
Veltross.
Es la hija de Elise Veltross con un humano.
Es la hermana de Tim Roy, con quien comparte padre y que también tenía una
obsesión enfermiza por Gabriella.
Y por último, está casada con el detective Consuelos al que ha arrastrado a una
trampa de depredadores.
—¿Tienes algo en mente, Diana?
—Lo tengo. —Su tono es un poco presumido, y su lenguaje corporal es el de
alguien importante. Que se cree intocable. Muy parecida a su abuelo. Cuando no la
cuestiono, levanta la cabeza y mira a Gabriella—. ¿Cómo pudiste elegir a esta puta
antes que a mi madre? Es tu mujer. Tu... ¡joder!
La cola de Marcia golpea a Diana en la cara, cortándola y arrancándole algunos
dientes delanteros en el proceso.
—¿Responde eso a tu pregunta? —Inclinándome un poco por la cintura, dejo
caer un beso en la cabeza de mi linda chica y me retiro, caminando hacia donde se
arrodilla la hija de Elise. Me pongo en cuclillas, miro a la chica y espero a que
levante la vista. Es joven comparada conmigo y con el resto de los hombres y
mujeres de la sala, y aunque por sus venas corre un poco de sangre vampírica, no
es digna. Una humana con el privilegio de tener un poco de nuestro linaje y nada
más porque nunca será cambiada.
Es un juguete inútil que su madre utilizó, corrompió y ahora será responsable de
su muerte.
—Porque no tocaría a tu madre ni con la polla de otro.
—¡Cómo pudiste!
—Por favor, no me/le pegues —dice Diana, y su marido al unísono. Tiene el
labio abierto, un gran hematoma le adorna la parte superior del pecho y las
ataduras le cortan profundamente la muñeca. El hombre es un desastre, una muerte
demasiado fácil para mí, y me encuentro sintiendo un poco de lástima por él. Él la
ama, mientras que ella se aprovecha de eso.
—Me suplicas, y sin embargo me pregunto si ella haría lo mismo por ti.
—Mi lealtad es hacia mi madre. —Diana responde a mi pregunta, y pude ver su
corazón romper. Él la ama.
—¿Por qué lo has hecho? — pregunto al hombre, con los ojos inyectados en
sangre y la piel un poco pálida. Está asustado, y debería estarlo. No hay forma de
salir vivo de esto—. ¿Por qué has hecho daño a una mujer inocente? ¿Por qué
pagaste a los policías que murieron esta noche y les dijiste que llevaran a Gabriella
a un manicomio con la promesa de utilizarla también a su libre albedrío?
—No lo hice.
—Número uno. —Esa le cuesta la mano mientras se la arranco claramente y la
arrojo a los pies de su esposa—. Por cada mentira que digas, te quitaré algo. Ahora,
di la verdad.
—Elise me lo pidió. —Su voz es temblorosa, la sangre sale a borbotones de la
herida, y se me hace la boca agua. He sido cuidadoso con mi alimentación desde
que Gabriella nació en esta forma humana. Nunca tocaría a alguien inocente, pero
esta noche cederé y ella me verá como siempre he sido.
—¿Con qué fin?
—No respondas —grita Diana, pero su cuerpo se estremece. Sus feromonas
combinadas crean un aroma embriagador en la sala. Muchos empiezan a temblar.
Algunos dejan salir sus colmillos.
—Yo me callaría si fuera tú —canturreo—, hay muchos vampiros hambrientos
aquí listos para su libra de carne. Conspirar contra la reina se castiga con la muerte
en nuestro mundo.
Vuelvo a mirar a su marido y sacudo la cabeza. Patético.
—Continúa. Quiero la historia completa.
—Lo siento.
—Realmente te creo Consuelos. No lo discuto. Pero termina la historia.
—Nos dijeron que Elise es tu pareja y que Gabriella era una bruja que te hechizó.
Que ella te puso en contra de tu esposa, y yo la creí. Esto fue hace más de cien años.
No tenía forma de verificarlo, y elegí confiar en los que llamo familia. —Su pecho
se agita, un sollozo se le atasca en la garganta—. Al principio, se suponía que era
Tim quien se ocupaba de ella después de la reunión del brunch: hacer desaparecer a
Gabriella mientras Elise se afligía a tu lado. Al volver a estar con la Señorita Moore
fuera de juego, y con el enamoramiento de su hijo a su disposición, Elise lo utilizó
en su beneficio tentándole para que la secuestrara y luego la mantuviera como
mascota. Su único objetivo era hacer que la olvidara.
La sala estalla en furiosos silbidos. Muchos gritan maldiciones y exigen que
derrame su sangre.
—Silencio. —Todos los ruidos cesan—. Continúe, detective. Gabriella merece la
verdad.
Al oírlo, emite un pequeño sonido de angustia, como si no quisiera oír más.
Lo siento, mi amor.
—Pero cuando mataste a Tim, los planes cambiaron y me trajeron. Mi esposa
firmó mi certificado de defunción cuando me rogó que la ayudara a inculpar,
secuestrar y luego vender a la señorita Moore al mejor postor en una subasta en el
extranjero. —Dicha esposa no le mira, ni un ápice de vergüenza o afecto en su
rostro. —Sé que moriré por esto, pero por favor, perdónala. Envía a Diana lejos de
la influencia de su madre...
Mi mano alrededor de su garganta le hace callar, apretando lo suficiente como
para cortarle el aire suministrar pero no romper su cuello.
—¡Theo! —Gabriella grita y yo me vuelvo hacia ella, el hombre asfixiado en mi
agarre ahora del suelo y su cuello expuesto a mí—. Tú...
—Iban a violarte, venderte y, finalmente, matarte —gruño, con la voz
retumbando por toda la sala, y todos los vampiros del interior inclinan la cabeza.
Incluso Meera, Tero y Marcia, que provienen de una línea de brujas y cambia
formas, muestran su respeto y se arrodillan. Mi ira no puede ser aplacada. Ni
matándolo a él ni a su puta esposa. Nada puede quitar la rabia más que mi mujer, y
ella es la que ha llevado el peso de la injusticia en todo momento—. Su sentencia es
la muerte.
—¿Hay alguna otra manera? —Su voz tímida y el miedo en sus ojos duelen, pero
en cambio endurezco mis rasgos. Pronto lo recordará.
—No. —Y entonces hundo mis dientes en su cuello, con el labio curvado
mientras mi cuerpo vibra de ira. Cada gota de sangre que baja por mi garganta hace
que mi bestia salga aún más, mi necesidad de venganza anula mis sentidos.
Lo que casi le hicieron...
Le arranco el brazo del cuerpo y se lo arrojo a su mujer. Sus gritos desgarran el
aire, haciendo que los demás en la sala empiecen a pisar fuerte. A continuación, le
envío la pierna derecha y luego la izquierda mientras le arranco los últimos
bocados de sangre, lo que queda de él queda inerte en mis brazos.
Diana está llorando, tratando de alejarse de las partes de su cuerpo que están
cerca de ella, pero lo que hay en sus ojos no es amor ni remordimiento. No. Es asco
y rabia; como su madre, es amargada y astuta.
Cuando termino con él, tiro lo que queda con las otras partes del cuerpo.
—Adelante, vuelve a armar tu juguete. O mejor aún, veamos si tu madre viene a
salvarte.
or qué? —es lo único que se me ocurre preguntar, mi mente tratada de dar
sentido a lo incomprensible: una pesadilla que cobra vida. Diana
encadenada frente a mí y con la sangre de su marido tras una confesión
que me estremece. ¿Qué le he hecho a esta gente? Sus ropas están hechas jirones
mientras la multitud empieza a corear a nuestro alrededor, con sus pies pisoteando
el suelo de cemento.
Luego están Tero, su mujer, y la cobra que se encuentra más cerca de mí en su
forma enroscada, creando una barrera entre la multitud y yo. Está atenta a todos
mis movimientos. Su cabeza está pegada al suelo de forma no amenazante, y me
recuerda a Mr. Pickles.
—Mi perro —digo, de repente, y la sala se queda en silencio. Todos me miran con
afecto. Con la necesidad de ayudarme, pero no saben cómo.
—Lo tenemos —dice Meera, acercándose a mí con las dos manos en alto—. Tero
me llamó cuando te llevaron y lo traje a casa; está dormido junto a nuestro cachorro
rescatado. ¿Ves? —Sostiene su teléfono, y en la pantalla hay una transmisión en
vivo de ambos perros dormidos y acurrucados uno al lado del otro—. No dejaría
que le pasara nada, Gabriella. Está a salvo.
—Gracias. —Hay un audible suspiro de alivio por parte de los demás en la sala,
pero Theo aún no ha dicho una palabra, aunque es mejor así porque verle manejar a
Consuelos como si fuera un muñeco de trapo me produjo una reacción adversa a lo
que debería considerar normal. Era una bestia, y aunque me asustaba, a una
pequeña parte oculta de mí le gustaba. Disfrutaba viendo cómo un hombre, el
asesino, bajo la fachada de un hombre apuesto, se entregaba a su necesidad más
baja.
De venganza.
Por la muerte.
Para protegerme.
Esto último lo sigo prefiriendo ignorar porque cualquier otra cosa significa que
estoy cediendo. Que creo que todo esto es real y no parte de las alucinaciones de
una mente rota.
Y sin embargo, he visto los colmillos ensangrentados de Theo. Lo vi drenar el
cuerpo ahora destrozado del detective Consuelos, arrojándolo a un lado como si
fuera basura. Esto es real. Acéptalo.
—...termine la historia que empezó su marido, señorita Veltross —gruñe, Theo de
repente a mi lado y yo grito, sus labios ensangrentados se curvan sobre sus
colmillos. Sin embargo, mis cejas se fruncen por una razón diferente. Me detengo
por ese nombre.
¿Por qué me resulta familiar? ¿Por qué la sangre de mis venas canta con una ira
ardiente cada vez que lo menciona?
—Dile a Gabriella por qué murió en mis brazos hace más de un siglo después de
que tu abuelo le acuchillara el pecho.
Mi mano se dirige instintivamente a mi pecho mientras mi mente repasa ese
sueño. Recuerdo con claridad cómo el hombre del sueño me tomaba, hacía cantar
mi cuerpo de placer, y luego las palabras que seguían.
—Ellos nos hicieron esto —susurro y su cabeza se acerca a la mía, la mirada más
suave se apodera de sus rasgos—. Eras realmente tú en mi sueño, ¿no? ¿Eras tú a
quien visitaba?
—Sí.
—¿Cómo? —¿Cómo diablos es posible todo esto?—, Cómo te veía... cómo...
—Con la ayuda de Meera y tu hermana, fui capaz de pasear en sueños.
—¿Paseo de los sueños? ¿Mi hermana? —Espeté, sin saber cuál analizar
primero—. Por favor, ayúdame a entender, Theodore. Siento que estoy perdiendo la
cabeza.
—Una vez que la verdad sale a la luz, no se puede deshacer. No vuelvas a dar la
espalda a mi madre —suplica Diana, con gotas de saliva ensangrentada que
manchan la ropa sucia que lleva puesta. Tiene el pelo pegado a la frente y su hedor
llega hasta mí, que estoy sentado en un trono hecho para un rey, de oro macizo y
con un escudo incrustado en la tela de terciopelo que cubre el asiento—. Gabriella
no es uno de nosotros. Nunca ha pertenecido a nuestro mundo.
Theo sacude la cabeza, con una sonrisa cruel en su rostro.
—¿Por qué no le cuento algunas cosas que no sabía, señorita Veltross?
—Esta mujer no es tu pareja. No puede serlo.
—¿Sabías que tu madre se creía tan inteligente, su plan tan sólido, que ni una
sola vez se cuestionó quién era el benefactor/tío de Gabriella en todo este tiempo?
—Se me escapa un jadeo ante sus palabras, pero Theodore no me mira. En cambio,
me aprieta ligeramente el hombro en señal de consuelo.
—Fuiste tú —digo, con un gemido tembloroso, mi corazón se rompe de nuevo—.
¿Así que realmente no tenía familia, ni una sola persona que me quisiera?
—Lo siento, amor. Pero te he estado protegiendo desde el día de tu renacimiento.
—Su revelación no me sorprende. Siendo honesta, me da un poco de alivio saber
que a alguien le importa—. Pero fue cuando tu pintura de la muerte de un guerrero
se cruzó en mi escritorio, tenías unos ocho años en ese momento, que tuve la
prueba que he estado esperando todo el tiempo.
—¿Cómo? ¿Por qué es... Cristo, esto no tiene sentido.
—Y sin embargo, en el fondo sabes que es verdad. —Lo sé. Cada célula de mi
cuerpo me ruega que lo acepte, mientras mi lucha o huida me exige que huya—. El
original de esa pintura se encuentra en nuestra casa en...
—Italia —respondo por él, y asiente.
—Italia.
—¿Cómo lo sabía?
—Porque es lo que eres. Nuestra vida. —La pequeña sonrisa de su magnífico
rostro cae, y vuelvo a encontrarme con el monstruo que lleva dentro. Su expresión
es dura y sus músculos se enroscan, su ira es palpable cuando se vuelve para mirar
a Diana—. Tienes sesenta segundos antes de que te arranque la cabeza y alimente
con tu sangre a los vampiros que hacen guardia.
—Theodore, por favor —grita Diana, su desesperación va en aumento. Lucha
contra las ataduras, el metal se le clava en las muñecas, y chorros de sangre caen
por cada brazo, creando un charco en el suelo. ¿Es ese su lado humano?—. Ella
nunca será lo suficientemente buena para ti. Para nuestro reino.
—Nunca ha habido un 'nuestro', señorita Veltross.
—No hagas esto.
—¿Hacer qué? —pregunto.
—¿Estás dispuesto a acabar con una línea de sangre pura por ella? ¿Una
sacerdotisa?
—Sí. —Caminando detrás de mí, Theodore agarra mi cola de caballo y envuelve
los largos mechones alrededor de su puño. Da un fuerte tirón hacia un lado y me
deja expuesta, a su merced—. Lo siento, mi amor. Con la punta de su nariz, roza la
longitud de mi cuello antes de depositar un casto beso sobre la coyuntura antes de
exhalar bruscamente—. Te he echado de menos y no puedo vivir otro día así. En un
mundo donde no caminas a mi lado.
—Me estás asustando —digo, cerrando los ojos para no encontrarme con los de
nadie. Demasiados están presenciando mi muerte, y la alegría en sus rostros rompe
mi ya frágil mente—. Por favor, no me mates.
Al oír esas palabras, le sale un gruñido animal, el sonido doloroso y furioso.
—Fuera. —Las personas de la sala no dudan y salen corriendo; también tienen
miedo de su ira. Y cuando la última persona sale, él suelta su agarre y vuelve a mi
frente, acuclillándose para encontrarse con mis ojos llenos de lágrimas.
Miro hacia otro lado.
—Por favor, no. Tú no, Gabriella. —Sus emociones son las mías. Lo siento en ese
momento, y la angustia casi me hace replegarme sobre mí misma. La profundidad
del anhelo me hace temblar y gritar, los dientes me castañetean mientras una
dolorosa frialdad se cuela en mis huesos—. En este mundo, eres la única persona
que está a salvo de mí. La única persona con el poder de matarme, y yo te lo
permitiría. Sin preguntas, esposa mía. Si es mi vida lo que quieres, moriría con
honor sabiendo que te hizo sonreír.
—No lo hagas —digo sin dudar. La mera idea de que no esté delante de mí me
produce un nivel diferente de dolor, de angustia, y aunque no entiendo su
significado, la otra opción me resulta inaceptable—. No digas eso.
—Es mi verdad.
—Pero no una que pueda aceptar. —Las lágrimas caen por mis mejillas mientras
su mano me acaricia la mandíbula. Intenta reconfortarme, calmarme con su tacto,
pero el miedo es una emoción dominante, y ahora mismo choca con su contraparte
directa. Theo es mi consuelo, mientras que King es un asesino.
Es mi Dr. Jekyll y Mr. Hyde, y uno no existe sin el otro.
—Te he amado durante más de un siglo, Gabriella Moore. Siempre has sido y
serás tú para mí.
—¿Qué me va a pasar?
Ante mi preocupación, Diana se burla, su pecho vibra, y la mirada de su rostro es
de disgusto cuando sus oscuros orbes se encuentran con los míos.
—Tú también eras débil entonces, lo sabes. Incluso con todo el poder que tenías,
la maldición que tu especie consideraba un regalo, eras una decepción.
—Y, sin embargo, ¿me siento donde tu y tu madre desea estar? —pregunto, pero
hay un matiz de burla en mi tono. Algo de malicia. No soy débil. Sólo he sido
arrojada a un mundo que no entiendo—. Dime, Diana. ¿Qué te he hecho yo?
—Has existido. —Las cadenas que rodean su muñeca traquetean, el olor a piel
quemada pesa en el aire que nos rodea. Lo que sea que hayan hecho con esas
ataduras está derritiendo lentamente su piel, aprisionándola—. Le quitaste el trono
a mi madre, a mi abuelo y ahora a mí. Y aunque mi madre tarde otros cien años, mi
reina... —escupe la palabra con malicia, con mucho odio—, la familia Veltross te
matara.
—Una nigromante glorificada como novia del rey vampiro. Nunca pensé que
vería el día en que la monarquía cayera tan bajo —dice, una voz masculina que me
resulta familiar, entrando en la biblioteca donde me estoy relajando. He tenido una
mañana muy ajetreada, he tenido que lidiar con un problema en casa, y lo único
que quiero desde que abrí los ojos es un poco de paz y tranquilidad. Nada más.
—¿Qué puedo hacer por usted, general Veltross? —Mi tono es aburrido, y la
expresión facial mantiene la molestia. Le tolero tanto como le gusto a él—. Como
puedes ver, estoy ocupada.
—No debes estar aquí. Tu clase es una abominación que habría erradicado s...
—Nunca te sentarás en ese trono por mucho que te quejes.
—Y nunca te cambiará. Me aseguraré de ello.
—Estoy seguro de que lo intentarás. —Levantándome de mi asiento en el sofá,
doy los pasos que nos separan y me pongo de pie. Nunca me intimidará este
hombre que apesta a narcisismo y codicia—. Pero ten en cuenta que soy un firme
creyente del ojo por ojo. Y mientras tú tienes colmillos y uñas afiladas, yo puedo
quitar una vida con unas simples palabras y el toque de mi mano. No me
amenaces.
—Esas cosas no funcionarán una vez que estés muerta.
—Lo harán cuando vuelva. Y lo haré —digo, con un tono dulce como la
sacarina—. Mi trato con el diablo está sellado con la sangre de mis enemigos, y
cumplo mis promesas. No vuelvas a amenazarme.
—Mi amor —dice Theo, y vuelvo al presente. Cada uno de ellos parece un
recuerdo que lucha por abrirse paso. Como piezas perdidas de una historia que he
olvidado.
—En eso te equivocas. —Girando ligeramente la cabeza, me encuentro con los
ojos de Theo y, aunque no entiendo lo que afirma, estoy dispuesta a aceptar mi
destino. Hay una razón por la que estoy aquí y siento lo que siento en cuanto nos
tocamos: la corriente electrizante que me sube por el brazo y me aprieta el pecho
mientras me hace palpitar el núcleo. Tiene que haber una razón que explique por
qué sé que mi vida perdería todo su sentido si él se alejara—. Muérdeme.
Cada recuerdo descubre un momento robado en el tiempo que muestra la vida
que nos han robado.
Cada vez que me toca, me encuentro deseando estar más cerca.
Necesito saber la verdad.
—¿Estás...?
—Muérdeme, Theo. —Imitando sus acciones, le tomo la barbilla y luego inclino
mi frente hacia la suya. Lo miro fijamente a los ojos y dejo que me vea. Toda yo, con
todo el miedo y el dolor llenando mi corazón, pero con el conocimiento profundo
de que esto es lo correcto. Estamos bien, por mucho que quiera luchar contra ello—.
Necesito esto.
—Gracias. —Entonces sus labios están sobre los míos, un beso reverente que me
roba el aliento de los pulmones mientras alimenta mi alma. Deslizando su boca
sobre la mía, Theo mueve su mano de mi barbilla y la coloca sobre mi cuello, con
los dedos extendidos. Me sujeta con un poco de fuerza mientras controla el beso,
dominando mis sentidos con barridos de su lengua sobre la mía antes de incrustar
sus dientes en mi labio inferior.
Luego los arrastra por mi barbilla y la columna de mi garganta, dejando detrás
de pequeños pellizcos de placer que me hacen mojar. Vergonzosamente.
—Soy la oscuridad. Soy el pecado —dice, contra mi piel, con un tono grave.
Inclino un poco más la cabeza para permitirle un mejor acceso, y me recompensa
con un zumbido de aprobación—. Soy el diablo encarnado y todo lo que no
deberías querer, pero soy tuyo, Gabriella. Hoy. Mañana. Siempre.
—Siempre tuya. —Mi respuesta se escapa de mis labios antes de que pueda
cuestionar las palabras, pero la sonrisa en su cara me dice que he hecho algo bien.
—Siempre tuyo. —Entonces muerde, rompiendo mi piel y cubriendo su boca con
mi esencia. Al instante, un dolor cegador se apodera de mis sentidos y jadeo,
agarrándome a su brazo, pero él solo profundiza más. Sus gruñidos se hacen más
fuertes y, justo cuando mi cuerpo se desmaya mis ojos se ponen en blanco y la
conciencia comienza a evadirse, una sensación de euforia que nunca antes había
experimentado me sacude hasta la médula.
Se abalanza sobre mí con el peso de un tren, robándome cada uno de mis
sentidos mientras el placer pulsa desde cada célula de mi cuerpo. Me corro. Me
pierdo mientras una oleada tras otra de felicidad se derrama en mí antes de que
todo se vuelva negro.
El día que mi mundo se detuvo…

abía estado fuera casi todo el día, reunido con un pequeña colonia de
vampiros que vive en Nuevo México. Habían pedido ayuda para un
pequeño problema con un intruso nómada en su territorio, y yo había
accedido a enviar a tres de mis hombres a explorar la zona y entregar un mensaje.
Controla tu número de cuerpos, o lo tomaré como una falta de respeto personal
hacia mí.
—Esto ha tardado más de lo esperado —dice Tero, a mi lado, siguiendo mi ritmo
mientras anota algunas cosas. Lleva una semana trabajando más horas, tratando de
compensarnos por haber salvado Gabriella la vida de Marcia, algo que no es
necesario. Mi mujer quiere a los dos como si fueran sus hermanos. Siente una
conexión que los une espiritualmente.
—Lo hizo. ¿Sabes dónde...? —No termino porque mi pecho estalla
repentinamente de dolor. Esta presión que casi se desmorona me deja sin aire, y me
apoyo en la pared para sostenerme.
—¡Mi Rey! —grita Tero, agarrando mi brazo para mantenerme erguido. La
palpitación es casi insoportable—. ¿Qué pasa? ¿Por qué te agarras el pecho?
—No lo sé. —Suena entonces la alarma, procedente de la torre sur, y le siguen las
pesadas pisadas de los guardias corriendo. Se oyen gritos, el sonido de mujeres
llorando, y salgo corriendo; soy un borrón por el patio.
Llego hasta donde se han reunido. Muchas voces gritando.
—Asesino.
—Pagarás por esto.
—Te ordeno que me dejes ir. —Es mi general, el jefe de mi ejército, cuya voz se
eleva por encima de las demás. Se agita y puedo ver sus brazos agitándose
mientras un grupo de mujeres y Marcia en su forma de cobra se ciernen en una
postura protectora—. ¡He hecho esto por la corona!
—¿Qué coño está pasando aquí? —digo, el tono retumbante hace que todo el
mundo se tire al suelo y se arrodille. Incluso mi general, al que dos soldados le
sacan los brazos, se ve obligado a arrodillarse.
Las mujeres, sin embargo, permanecen alrededor de un cuerpo que ahora
reconozco como mío. Mi mujer.
Hay sangre en el suelo. Su sangre, y mis piernas se sienten débiles. Mi estómago
se revuelve.
Cada músculo de mi cuerpo se agarrota y el mundo se mueve, temblando bajo
mi forma congelada.
—¿Quién? —esto no viene de mí; ya estoy mirando al culpable. El animal de Tero
está saliendo, empujando contra su dueño, y la piel de su pitón comienza a
levantarse en sus brazos y cara. Camina hacia Veltross—. ¿Qué demonios ha
pasado aquí?
—Detente. —Lo hace a mi orden, cambiando su rumbo hacia Gabriella. Se
arrodilla junto a ella; su cuerpo se estremece y me preparo para lo peor—. Tráiganlo
hacia mí.—Los guardias se levantan y arrastran a un Veltross que patalea y grita
hacia mí. Lo arrojan a mis pies y retroceden.
—Mi Rey, yo…
— Levántate General.
—Por favor, escúchame. —Cuando no respondo, se mueve un poco, buscando
una salida. Para su mala suerte, está bloqueado por los mismos hombres que ha
entrenado y llevado a la batalla. Son un muro impenetrable—. Hice lo que hice por
ustedes. Nuestra gente se merece...
Mi mano lo corta en la garganta, levantándolo del suelo. Se agita, trata de
quitarme la mano, pero nos dirijo hacia donde yace Gabriella, con la espalda
apoyada en Tero. Mi mujer, está pálida y con el pecho rojo, un gran tajo que cruza
de lado a lado. Es profundo. Ha perdido demasiada sangre para que pueda sellar la
herida. La ha desangrado—. Nunca me casaré con tu hija.
—Ella está mejor...
—Tú y tu descendencia morirán por mi mano, sin importar el tiempo que tome.
Aprieto mi mano, y por cada respiración tambaleante que hace mi mujer, yo
aprieto más.
Con mi otra sin embargo, perforo su abdomen con el uso de mis uñas,
arrancando trozos a la vez. Su costado. Sus órganos muertos. Sus huesos.
No me detengo hasta que la mitad inferior de su cuerpo está en el suelo, y su
pecho con la cabeza pegada es todo lo que queda.
—¡Papá! —Elise grita de repente, corriendo hacia donde estamos, pero Meera la
lanza hacia atrás y atraviesa el patio. Aterriza torpemente y queda inconsciente,
pero nadie la revisa. Tampoco me he dado cuenta de que Meera está preparada
para trabajar. Tiene hierbas y cristales rodeando a Gabriella.
¿La llamó Tero?
¿O Gabriella?
—Tenemos que atar su alma, Theo —dice, Meera a mi lado, con su mano en mi
hombro—. No tenemos mucho tiempo. Acaba con él ahora, y haré todo lo que esté
en mi mano para traerla de vuelta.
Sus súplicas me dan aliento, pero el dolor que experimento se intensifica cuando
sus ojos se cierran. El pecho de mi mujer sigue subiendo y bajando, pero esas
gemas que amo ya no tienen energía para encontrarse con las mías.
—Nunca formarás parte de la familia real —gruño, manteniéndolo a la altura de
los ojos.
—Por favor, para. Serás tan...
—Tus hijos nunca llegarán a nada, Veltross. Nada solo serán marginados en mi
reino. —Con eso, le arranco la cabeza y la arrojo a un lado, dejándola para que la
limpien los guardias mientras me apresuro a acercarme a mi esposa. Su cuerpo
tiembla mientras la atraigo suavemente contra mi pecho, las lágrimas corren por los
párpados cerrados, y nunca me he sentido más inútil en mi vida.
Soy el rey, y aún así no puedo salvar a la única persona de este mundo por la que
respiro.
Meera le susurra algo al oído y la única señal de vida es el pequeño apretón de
mi mano, apenas perceptible. Y me aferro a ese momento, cierro los ojos y controlo
mi cuerpo mientras un sollozo me sacude, mi cuerpo cubriendo el suyo mientras el
último aliento abandona su pequeño cuerpo.
Los que me rodean lloran. Los gritos de dolor de todos los vampiros se oyen a
kilómetros de distancia al sentir que su conexión disminuye, y luego nada. Ella se
ha ido. Mi amor no está aquí.
Echando la cabeza hacia atrás, suelto un rugido ensordecedor que hace temblar
el suelo que pisamos. Unas cuantas ventanas se rompen, y los que me rodean
gimen y se encogen de miedo mientras yo me desmorono como su hombre.
—¿Hay algo que podamos hacer? —pregunto a Meera, el sonido de mi voz suena
extraño.
Sin vida.
—Puedo atarla aquí; ella me mostró cómo hacerlo en el pasado.
—Pero...—Tiro de Gabriella un poco más fuerte contra mí, mi cara enterrada
contra mi marca en su cuello. Besándola con reverencia porque ella siempre será mi
regalo. Mía.
—No puedo predecir cuándo volverá. Su alma pertenecerá a este mundo, pero
no su cuerpo hasta que la muerte decida lo contrario. —Puedo oler las lágrimas de
Meera, y si pudiera, yo también estaría llorando como una niña. Mi corazón se
siente roto, aunque no late. Mi alma se siente rota, y existir en un mundo donde ella
ya no existe no es algo que pueda hacer. O caminamos juntos, o nos vamos juntos.
Mi vida ha estado en sus bonitas manos desde el día en que nos conocimos—. Lo
siento mucho, mi Rey. Sólo ella puede tomar y dar la vida.
Mi cara se acerca a la suya, mi pecho se agita con dureza mientras la bestia que
llevo dentro sacude la jaula y tiene sed de venganza. De matar.
—Hazlo. —Levantándome del suelo, deposito mi belleza en el suelo y luego
coloco un pequeño beso en el arco de cupido de sus labios—. Haz lo que tengas que
hacer. Sin importar el costo.
—No sabemos cuándo volverá y en qué forma, Theodore. El pago será alto.
No está tratando de desanimarme, lo sé, pero reacciono y la agarro por el cuello.
—Hazlo, Meera. Al diablo con las consecuencias.
—Sí, mi Rey. —Ella no lucha contra mí, y su marido la observa con calma. Saben
que no le haré daño; si estuviera viva, Gabriella me mataría si lo hiciera. Además,
es a otra persona a la que me dirijo. La puta rubia que se largó como la cucaracha
que es: de tal palo tal astilla—. Esto es lo único que Gabriella me enseñó antes de
traerme aquí como su asistente. Antes de conocer a mi Tero.
—Continúa. —Apenas puedo pronunciar las palabras. Tengo el pecho apretado,
y los miembros se sienten pesados: muerto.
—El precio es algo que ambos codician. Algo personal.
—Pagaré con mi vida si la trae de vuelta. —Puedo vivir sin descendencia, pero
no sin ella—. Ella es todo lo que necesito.
—Todos queremos que vuelva.
—Lo sé. —Con cuidado, suelto a Meera y le beso la frente. Es lo máximo que
puedo ofrecer como disculpa en este momento—. Y no me importa lo que cueste.
Esperaría toda una vida por ella.
us ojos se abren cinco horas después.
Cinco horas agonizantes después de que la reclamara y cayera en un
sueño apacible, su cuerpo congelado, inmóvil, mientras la llevaba a casa. A
la casa que compré para ella cuando envejeció fuera del sistema y no tenía dónde ir.
Esos años la espera de ella fue un infierno. El recuerdo de verla crecer y luchar
todavía me come vivo porque tenía las manos atadas.
Para traerla de vuelta, no podía interferir. Meera no podía adoptarla.
No podía jugar con su destino hasta la noche de su vigésimo primer cumpleaños:
una condición firmada con su sangre y mi nombre para satisfacer al Dios de la
Muerte entre sus otras peticiones. Renuncié a algo que ambos queríamos. Habría
dado todo por estar con ella.
—Abre esos ojos para mí, preciosa.
La última palabra no ha salido de mis labios cuando sus ojos se abren de golpe y
se encuentran con los míos. Son un poco más oscuros que sus ojos verdes naturales,
el exterior del iris es rojo sangre, y nunca he visto algo más hermoso.
Mi chica bonita es ahora un vampiro. Mía.
—Theo. —Mi nombre en sus labios es una suave caricia. Tan encantadora. Tan
dulce—. Mi Rey.
—Feliz cumpleaños de verdad, preciosa. —Esa chispa que he echado de menos
está en sus ojos, la que cada vez que usaba mi nombre para ella. Porque siempre
será eso: mi chica preciosa—. Te he echado de menos.
—Y te amo. —Ella está frente a mí en un instante, un poco sorprendida por su
velocidad, sin embargo soy su foco de atención. Su mano se acerca a mi mejilla,
ahuecando el lado de mi cara.
—Gracias.
—Haría cualquier cosa por ti. Incluso si significa romperte, para traerte de vuelta
a mí.
La despojaron de todo. Sus emociones. Sus recuerdos. Mi chica hermosa quedó
desnuda y vulnerable de lo que otros se aprovecharon, mientras mis manos estaban
atadas por la sangre para no interferir. Porque hacerlo podría significar perderla de
nuevo.
Este era su viaje, su lucha por volver a mí, y tenía que herirla para que esos
sentimientos reprimidos a la superficie. Las emociones y los poderes de Gabriella
van de la mano.
—Lo sé. —Sus fosas nasales se agudizan un poco, al olerme. A ella le huelo un
poco diferente. Mi olor es más fuerte de lo que sus sentidos de bruja recuerdan—.
Nunca me enfadaría por lo que hiciste para traerme de vuelta. Nunca te juzgaría,
porque haría cosas peores si eso significara volver a estar en tus brazos. —Los ojos
de Gabriella abandonan los míos por un segundo para observar la habitación. Sigue
siendo tan adorable y curiosa como siempre—. ¿Pero por qué estamos aquí?
—Porque he escondido dos regalos en esta casa.
—¿Dos regalos? —Sus labios se curvan en una sonrisa, su mano izquierda, el
dedo anular, se mueve—. ¿Es uno de ellos el latido del corazón, he oído?
—Posiblemente, pero no hasta después.
—¿Después...?
En ese momento, todo me golpea. Me golpea en ella. Los años de separación. La
soledad.
Nuestras necesidades explotan. Es violento, una descarga volcánica palpable que
consume y rompe, y cuando mis brazos rodean su espalda, respiro por primera vez
en cien años.
Mis pulmones se expanden, y ella es todo lo que veo. Todo lo que oigo. Todo lo
que siento.
Estoy en casa.
Nuestras bocas chocan, el sabor de sus labios me hace gruñir mientras la atraigo
hacia mí. Mi hambre es endemoniada, y no me contengo, golpeándola contra la
pared donde cuelga el cuadro de nuestro dormitorio en Italia, con su dulce lengua
acariciando la mía. Ella está igual de desesperada.
Igual de necesitada, aferrándose a mí como si temiera que desapareciera.
—Joder, te he echado de menos. Tengo hambre de ti. —Mis palabras la incitan,
esos muslos ágiles rodean mi cintura y ella rechina, desesperada por sentirme. Su
cuerpo está hecho para mí. Es un regalo que siempre atesoraré—. Dime lo que
quieres, chica necesitada, y será tuyo.
—Tú. Siempre tú.
—Entonces tómame —canturreo contra sus labios, saboreando la dulzura natural
que siempre ha sido una debilidad. Incrustando mis dedos en su cabello, inclino su
cabeza hacia atrás y rasguño con mi dientes que bajan por sus labios y su barbilla,
sin detenerse hasta que llego al hueco de su garganta. Mi marca está a la derecha; la
huella de mis dientes la marca para siempre como mía.
Los trozos de su camisa caen al suelo; el encaje de su sujetador es el siguiente, y
su pecho agitado me ilumina. Para saborear. Para adorar.
—Joder, tan hermoso.
Un intrincado tatuaje similar al de mi espalda, pero a menor escala, adorna ahora
su carne. Es la marca de la familia real y aparece sola; un par de alas oscuras
extendidas ,abiertas, con cuentas de cristales y perlas. Sin embargo, hay una hebra
más larga que no puedo ver porque desaparece bajo sus pantalones.
—Déjame verte a ti también —suplica. Pone los ojos en blanco cuando le cojo una
teta y le aprieto la punta entre dos dedos—. Por favor, Theo. Necesito a mi Rey.
—¿Me quieres, Mia Regina?
—Para adorar cada centímetro sólido. —Dios, he echado de menos su boca. La
forma en que ella siempre decía lo que pensaba, sin contener sus emociones.
Su amor. Su enojo. Su ira.
Deslizando mi boca sobre la suya, la tomo en un beso rápido pero brutal. Vuelvo
a familiarizarme con su boca regordeta y su lengua ávida, y la oigo gemir de placer
mientras la mordisqueo y lamo sus labios. Y es como la primera vez de nuevo.
—Te amo mucho, Gabriella. —Mi lengua se entrelaza con la suya, luchando por
un dominio al que ella sucumbe y luego me deja tomar. Para poseerla como ella me
posee a mí—. Te he necesitado tanto todos estos años.
—Yo también te amo —dice, bajando sus colmillos. Y que me jodan si la visión de
ella así no es deliciosa. Mi pequeña y hermosa demonio. También hago algo con lo
que he soñado durante más de cien años, lamiendo cada uno de los duros
mordiscos de su labio inferior—. Fóllame.
—Lo haré. —Otro mordisco, esta vez a su mandíbula—. Tienes diez minutos
para hacer lo peor, guapa. Lo que quieras.
—¿Sólo diez?
—Diez. Ni un segundo más. —Colocándola de nuevo en el suelo, le arranco las
bragas y los calzoncillos con una mano mientras trazo un dedo desde su pezón
derecho al izquierdo, dejando el escozor de una bofetada en cada punta dura—.
Estoy contando.
Está desnuda ante mí, de pie como una diosa con una figura curvilínea y pechos
turgentes. Sus gruesas caderas y la húmeda unión de sus muslos me hacen la boca
agua, pero me mantengo firme.
Le daré esto. Sólo estos próximos minutos, porque cuando la coja de nuevo,
follar a mi mujer, no tendrá ni un segundo para pensar o hacer o sentir nada que no
sea mi polla estirándola a tope.
Gabriella da los dos pasos que nos separan, y se detiene cuando nuestros pechos
desnudos se vuelven a encontrar; se levanta sobre las puntas de sus pequeños
dedos de los pies. Es sexy cómo no puede alcanzarme ni siquiera así.
Tan pequeña. Tan delicada. Tan mía.
—Lo siento —susurra, contra mi garganta, moviendo sus labios de un lado a otro
mientras sus manos recorren mi pecho. Su tacto es suave, con reverencia, y yo siseo
de dolor. Mi polla palpita mientras mi pecho se expande con una respiración
agitada.
No he sentido el toque de una mujer desde su muerte. Nunca la engañaría.
Nunca ni siquiera mirar, porque no hay comparación y bajar mis estándares era un
crimen contra su memoria.
Nuestra unión.
—Nunca te he culpado, hermosa. Ni una sola vez.
Su cabeza se agita, y un tierno beso se deposita donde antes latía mi corazón.
—Por favor, perdóname por tardar tanto en volver. Por dejarte solo. —Otro beso,
este en mi estómago, justo encima del ombligo—. Por olvidar quién soy. —Sus
rodillas se juntan con el suelo y su afilada uña rasga los vaqueros que llevo desde la
cintura hasta el tobillo a cada lado, cayendo el material vaquero al suelo—. Pero
sobre todo, olvidé quiénes somos el uno para el otro, y nunca podré perdonarme
por ello.
Trago con fuerza, con la polla palpitando.
—En el momento en que respiraste por primera vez, nada más me importó. —
Una gota de semen perla esta en la punta, y la pequeña diablesa la observa. Se lame
los labios mientras se desliza por la cabeza hinchada hacia la parte inferior.
Ella detiene la caída con su mano, agarrándome con fuerza.
—Me has cuidado. —Ella me bombea una vez, retorciendo su mano en el
movimiento ascendente—. Has matado por mí.
—Nadie volverá a hacerte daño —gimoteo. Sus labios rodean la cabeza, la lengua
roza la hendidura—. Ni siquiera yo.
—Lo sé, y te perdono. Rompiste mi mente pero me liberaste. —Entonces me
toma en su boca, sin parar hasta que sus labios besan la base. Entonces traga,
ahuecando esas mejillas mientras su lengua lame la parte inferior.
—Hija de puta —gruño, casi enfadado por la facilidad con la que me lleva al
límite con un par de movimientos de su lengua. Mis manos acarician su cabeza
antes de agarrar los largos mechones, sujetándola allí mientras esos ojos
hambrientos me observan. —Voy a follar esa bonita boquita antes de destrozar tu
coño, Gabriella. Y soy un afortunado hijo de puta porque me lo vas a permitir.
¿Verdad, guapa?
Sus labios se estiran en una sonrisa alrededor de mi circunferencia; la visión es
obscena. Asqueroso. Tan hermoso.
—No son diez minutos.
—Lo sé—. Entonces me retiro lo suficiente para dejar la cabeza sobre su lengua,
frotándola, antes de volver a clavarla. Su garganta se expande con cada empuje, y si
mi esposa aún fuera humana, habría muerto.
Mis caricias son castigadoras, casi un borrón, pero le acaricio el pelo con
reverencia. Y con cada trago a mi alrededor, me dice que te quiero a cambio.
Me doy placer con ella y ella me lo permite, chupando un poco más fuerte
mientras echo la cabeza hacia atrás y me deleito con la calidez de su boca. Con la
forma en que sus ágiles dedos tiran en mis pelotas, provocando un profundo
estruendo en mi pecho y haciendo temblar las ventanas a nuestro alrededor.
No me importa quién me escuche.
Con gusto expondría a los míos por el honor de follar su boca.
El placer me lame la espina dorsal; un rastro ardiente se extiende por todas las
terminaciones nerviosas. Estoy temblando, mis pelotas pesan tanto, pero antes de
correrme, me retiro. Un hilo de su saliva nos une, sus labios carnosos brillan con
ella y odio romper la conexión, pero lo hago.
—No me voy a correr en tu boca.
Su lengua recorre su labio inferior, atrapando la gota de saliva y mi pre semen
combinado.
—Lo quiero.
—Tendrás una eternidad para probarme... —La pongo de pie y la atraigo hacia
mi pecho, con mis manos rodeando su cintura— pero necesito sentirte envuelta en
mí. Necesito sentir cómo tus paredes me aprietan hasta que te bañe con mi semen.
—Por favor. —Es un gemido. Una súplica desesperada.
Antes de que pueda volver a suplicar, nos tengo sobre su cama con sus muslos
acunando mis caderas. Mi polla, aún húmeda por su boca, está en su entrada
mientras su pequeño agujero se agita contra la cabeza. Intenta introducirme más
profundamente; la sensación me vuelve loco.
—Te amo —digo, contra su boca, mi cuerpo cubriendo el suyo, piel con piel—.
Siempre y para siempre.
—Siempre y para siempre. —Nuestros votos. Las mismas palabras que dijimos el
día que nos casamos delante de su gente y de la mía, uniendo dos especies a través
de nuestro vínculo—. Gracias por devolverme la vida. Por volver por mí.
Mi respuesta a esas perfectas palabras es echar las caderas hacia delante,
enterrándome hasta el fondo. Y entonces, estoy en casa. El único lugar del universo
que es únicamente mío. Mi lugar de descanso.
No me detengo para que se adapte. Ya le robé la inocencia una vez, pero esto es
más. Mi pecho retumba, la bestia que llevo dentro se ha saciado por primera vez en
cien años, y me la follo como el animal que soy. Mis manos rozan sus costados
desde la cadera hasta el pecho y luego encuentran su anclaje en sus hombros,
usándolos para mantenerla en su sitio mientras entro y salgo, cabalgándola con
fuerza.
—¡Theo! —grita, clavando sus uñas en mi espalda. Me escuece un poco, pero esa
pizca de dolor aumenta el placer. Sus caderas se encuentran con las mías en cada
embestida, queriendo más, rogándome con cada descarga de humedad y el
ronroneo de su pecho que la rompa. Le daré eso y mucho más.
—¿Qué necesitas, amor? Dime y es tuyo.
—Móntame. —Sin titubeos. Sin timidez.
—Tan perfecta —susurro, lamiendo mi marca en su cuello antes de voltearla
sobre su frente. Ella quiere mi bestia; él es suyo—. Levántate y saca los brazos.
Muéstrame lo que es mío.
Y lo hace, poniéndose a cuatro patas con la cabeza baja y los dos agujeros a la
vista.
En un movimiento fluido, vuelvo a estar dentro y ella aprieta con fuerza. Sus
paredes se estrechan ante la intrusión mientras sus jugos corren por mi polla y mis
pelotas. Y se arquea, arqueando la espalda, mientras un grito rasga el aire y sus
uñas destrozan las sábanas.
—Mi Rey. Mi amor —gime, empujando contra mí. Sus nalgas rebotan, la carne
flexible y redonda. Golpe. El sonido es fuerte en la habitación, pero su grito se oye
en la calle. Otro. Y otro más. Puede soportarlo, y por la forma en que lo aprieta, sé
que le encanta.
—Te sientes tan bien, preciosa. Tu coño está hecho para mí—. Otro golpe de
castigo y su cuerpo se estremece, las paredes se agitan alrededor de mí—. Otra vez.
Aprieta así otra vez.
—Por favor. —Su gemido me hace sonreír, me recuerda todas las veces que me la
cogí mientras la gente caminaba por los pasillos fuera de mi oficina allá en Italia, el
personal del castillo tratando de hacer el menor ruido posible para no
avergonzarla—. Estoy tan cerca. Necesito...
—A mí. —Golpeo tres veces en rápida sucesión y hago una pausa, ignorando su
grito desesperado—. Dime que me necesitas.
—Tú eres todo lo que necesito. Sólo a ti.
Esas palabras me golpean en el pecho, mi corazón muerto cobra vida y late por
ella. Por el tesoro que me han dado, por el que he matado, y lo volvería a hacer si
siempre acabáramos aquí. En los brazos del otro. Respirando la exhalación del otro
porque es lo que nos da la vida.
—Nunca amaré a otra. Tú eres el principio de la vida y donde termina. —
Entonces, me la follo como me pidió, dándonos a los dos el alivio que necesitamos.
Mi ritmo es casi animal, cada empuje es más fuerte que el anterior, y sus gritos son
música para mí.
Además, soy el hombre que tiene la suerte de pasar el resto de su vida
adorándola.
Escuchando esos gritos una y otra vez.
Deslizando una mano hacia su frente, rozo su cuello con mis dedos, tocando su
marca. El simple contacto la hace temblar, su cuerpo se estremece debajo de mí, y
cuando sus paredes se cierran sobre mí mientras se corre, no puedo evitar soltarme.
Mi semen y sus jugos se mezclan, el aroma embriagador impregna el aire
mientras yo sigo follándola, amando cómo ella sigue recibiendo cada empujón.
Cómo se aprieta y se aferra a la cama, perdiéndose en el placer que sólo yo puedo
darle.
Pero tan pronto como se sacia una necesidad, surge otra, y estoy preparado para
ello. No puedo esperar a ver su alimentación.
engo una sensación de ardor en la garganta, esta incómoda llama que
parece crecer más y más caliente con cada segundo que pasa. He pasado de
recordar mi vida a amar a Theo y ahora a esta necesidad, hambre, con la
que nunca me había encontrado.
Que no sé cómo abordar ni responder.
Mi mano se rasca la parte delantera del cuello, frotando la zona, pero es en los
ojos de Theodore en los que lucho por concentrarme. Hay un poco de diversión en
ellos, pero también mucha comprensión. Tanto amor.
—La sed siempre es lo peor en el primer mes —dice con calma, tumbándose a mi
lado en toda su gloria desnuda, con su liberación y la mía aún secándose en su
polla—. Tienes que alimentarte, guapa. Una vez que lo hagas, disminuirá. No
desaparecerá, pero será manejable.
—¿Siempre es así? —pregunto, asimilando los sutiles cambios del último siglo.
Parece cansado. Como alguien que ha llevado el peso del mundo sobre sus
hombros y que ahora se toma un respiro. Mi pobre amor.
—Lo es. —Durante unos segundos no dice nada, como si estuviera esperando
algo, y entonces sé por qué. Hay dos cosas en esta casa que me llaman la atención;
una está al final del pasillo, mientras que la otra está abajo y asustada, sus
murmullos me ponen de los nervios —. ¿Estás lista para cazar?
—Ya me has traído comida.
—Eso es sólo el aperitivo. Su madre es el plato principal. —Mis ojos se
convierten en rendijas y me siento, lanzando las piernas sobre la cama—.Lo tomaré
como un sí.
—Lo tomarás como una señal para limpiarte y reunirte conmigo abajo. Primero
tengo que pasar por mi estudio.
—¿Por qué primero?
—Porque no voy a pasar ni un segundo más sin tu anillo en mi dedo.
—Buena chica.
—Siempre —digo, y luego me inclino sobre la cama para besar sus labios antes
de retirarme—. Me imagino que tienes ropa aquí.
—Una maleta llena.
—Claro que sí. —Se me escapa una risita y pongo los ojos en blanco—. ¿Cuántas
veces has hecho guardia fuera de esta casa?
—Nunca.
—¿Nunca? —Eso es chocante—.Tan fuera del carácter del hombre que conozco.
—No debería sorprenderte que nunca saliera, preciosa. Mi puesto era esa pared
junto a la ventana cada noche.
Lo dejo en la habitación después de vestirme y me dirijo directamente a mi
estudio. Me llama, su olor se mezcla con el del metal, y me arrastran hacia un
armario semiabierto. El mismo armario que una vez usé para guardar la que creía
que era mi madre, un relicario de mierda que no tiene ningún valor real.
Ya no.
Mis verdaderos padres murieron hace mucho tiempo, dejándonos a mi hermana
y a mí para enfrentarnos a la caza de mi especie y a las necesidades de nuestro
pueblo. Porque los que tienen magia y poderes son codiciados como premios y se
busca controlarlos.
Isabella no tanto como yo.
Nuestro hermano menor no es tan fuerte, pero se mantiene con la misma moral
que nuestro padre.
Los echo de menos.
Sacudiéndome esas emociones, me comprometo a buscarlas después. Mucho
después.
—Elise y su familia deben morir primero.
Me dirijo a los muebles y sonrío cuando encuentro el cajón entreabierto con una
pequeña bolsa de cuero en su interior. Me resulta familiar. La misma que usé para
llevar los pendientes que me regaló mi verdadera madre unos meses antes de su
muerte.
Lo cojo con una mano temblorosa y lo abro antes de verter el contenido en mi
mano.
Mi anillo está dentro. El mismo de cuando nos dimos el sí quiero con la gran
piedra de rubí en medio de una banda de oro rodeada de diamantes negros.
El corazón que ya no late dentro de mi pecho da un fuerte golpe, casi reiniciando
de nuevo mientras lo deslizo en mi dedo anular, de donde no saldrá nunca más.
También capto la luz de el amuleto que colocó allí, y la fecha grabada con un
significado especial: el día en que nos casamos. Siempre intentaba hacerme
recordar. Realmente nunca se dio por vencido. Las lágrimas rebosan en mis ojos
pero no caen, mi pecho se expande en una respiración temblorosa que no suelto al
ver que tantas emociones me golpean a la vez.
He muerto. He sufrido.
Pero él me trajo de vuelta. Siempre ha estado ahí. Aquí. Y nunca me he sentido
más querida en mi vida como ahora.
Bajando las escaleras a toda prisa, me detengo junto a Diana y le rompo el cuello,
sin importarme un carajo ella. Sus deseos o lo que tenga que decir no me importan.
Es tan insignificante como su madre, más aún como una humana a la que han
alimentado de mierda toda su vida y que se ha creído una realidad que nunca
formó parte de su destino.
Su odio hacia mí estaba claro en el almacén de Theo. Nada había cambiado desde
de ahora a entonces.
Su plan fracasó, y yo estoy aquí con mi Rey y eso es lo único que me importa.
—Esa era tu comida.
—Lo sé. —Colocando mi mano que lleva su regalo sobre su pecho, agarro su
camisa y tiro de él hacia abajo. Esos ojos ambarinos que me encantan se oscurecen
al ver su anillo allí—. Pero primero, necesito un beso.
—Sólo uno.
—Tienes que comer.
—No.
—¿No?
—Tengo tiempo para vaciarla, pero nada se antepondrá a mi necesidad de ti. —Y
entonces me besa, gimiendo en mi boca mientras destroza mi ropa que yace hecha
jirones en el suelo mientras mis piernas se enroscan en su cintura.

uestros pies cruzan el desierto de Alaska veinticuatro horas después de mi


primera alimentación. Su hija no se sentía satisfecha en lo más mínimo, y Theo se
procuró una donación del hospital para saciar su sed y la mía.
Pero ahora estamos en el territorio donde mi cuñado reina como Alfa de los Alfas
con Tero, Meera y Marcia, que ha vuelto a la normalidad. Durante años sufrió
porque yo no podía terminar las palabras necesarias para unir su espíritu a su
forma humana, dejando al animal como única opción de supervivencia. Un
susurro, mi mano sobre su pecho, y Marcia volvió a caminar sobre dos piernas.
—¿Lista? —pregunto a Marcia, con las rodillas en el suelo junto a su cuerpo.
Estamos en mi patio trasero y todo el mundo está listo para irse, pero me niego a
hacerlo sin hacer algo un siglo más tarde—. Hazme un gesto con la cabeza y diré
las palabras. —El movimiento es sutil, una pequeña lágrima se derrama de sus ojos
mientras coloco mi mano sobre su cuerpo y mi boca contra la suya—. Siento haber
tardado tanto, dulce amiga. Ligatus ad vescendum carnes.
De inmediato, su forma tiembla ligeramente al retomar su forma humana. Suena
un silbido que se convierte en un grito, sus brillantes escamas se convierten en
carne humana mientras se entrega al dolor. Sé que duele. Atropellarla y luego
liberar su alma también me costó mucho, pero sigo alimentándola con mi energía
hasta que miro a unos ojos que no había visto desde mi muerte.
—Gabby —susurra, con la voz áspera por el desuso, mientras yo simplemente la
abrazo. Cubro su delgado cuerpo con una manta que había traído conmigo—. Por
favor, dime que mis lecciones han terminado.
Al oír eso, me río, echando la cabeza hacia atrás mientras mi cuerpo tiembla. He
echado de menos su descaro.
—En mi opinión, te has graduado y has superado a Tero, Marcia. Estoy orgullosa
de ti.
—Y yo te he echado de menos, mi reina.
Acariciando su mejilla con mi mano, pongo mi frente sobre la suya.
—No reina, Marcia. Somos hermanas.
—¿Estás lista? —pregunta Theo a mi lado.
—Lo estoy. —Sabe que estoy un poco triste, pero también lo entiendo. No están
aquí, mi hermana y su compañero, porque se fueron a solucionar un problema en la
Costa Este con una manada, pero dejó a su Beta, Caín, para ayudarnos.
En una época, los hombres lobo y los vampiros no se mezclaban; herir a tu pareja
es un pecado, algo que no se hace a cualquier precio, y ambas razas lo entienden.
Soy una Reina. Mi hermana es la Luna Suprema.
Dos mujeres cuyo destino cambió el mundo sobrenatural.
—Beta Cain —digo, extendiendo una mano a modo de saludo, que él toma. Se
queda un poco embobado mirándome, no con lujuria sino con sorpresa, y a mi lado
Theo gruñe—. Basta ya.
—Está mirando fijamente.
—Te pareces tanto. No son idénticas, pero el parecido es impactante cuando...
—Lo sé. —Y lo hago. Mi muerte dolió más que la de Theodore y los de nuestro
reino, pero mi hermana y mi hermano, las razas que supervisan—. Pero se te pasará
cuanto más me veas. Echo de menos a mi hermana.
—Y ha vivido un infierno sin ti —dice, una voz suave desde detrás del Beta, y los
guerreros que están detrás de él se apartan, dejando pasar a su dueño. Al verla por
primera vez, un sollozo queda atrapado en mi garganta, las lágrimas que no caen se
acumulan en mis ojos antes de que su cálido cuerpo se estrelle contra el mío.
Isabella es más fuerte que antes, la marca en su cuello la altera ligeramente.
—Hermana—es todo lo que consigo ahogar, abrazándola a mí mientras ella
llora en mi cuello, abrazándome con la misma fuerza—. ¿Cómo? Pensé...
Al retirarse, su rostro manchado me sonríe.
—Si pensabas que no estaría aquí para este momento, te has vuelto estúpida en
los últimos cien años. Nada podría alejarme de ti.
—Las cosas cambian.
—Yo no. —Levantando mi mano, entrelazó nuestros dedos de la misma manera
que lo hemos hecho desde que conocimos nuestros poderes. Ella se alimentaba de
mí y yo de ella, intercambiando nuestros sentimientos y energías a través del tacto.
Y ahora mismo, su aura brilla de amor y emoción, un espejo exacto de la mía—. Por
sangre y por pacto.
—Somos una.
—Somos una —repite y luego pone una mirada taimada en sus ojos que me ha
metido en problemas muchas veces en el pasado—. Ahora tenemos que matar a
alguien. ¿Alguna preferencia, o vamos a entrar ahí, con las armas en ristre como los
gemelos maravillosos que somos?
—Dios, había olvidado lo cursi que puedes ser. —Resoplo, lo que provoca su
risa—. Eso era malo.
—Oh, silencio, sólo porque soy mayor no significa que estoy fuera de contacto
con la juventud aquí.
Otra presencia se hace notar un momento después, y no me sorprende, ya que
una nunca se había movido sin la otra.
—Alfa Xadiel, ¿cómo has estado?
—Su alegría coincide con la mía, Gabriella. Todos estamos felices de tenerte de
vuelta—. La sinceridad en sus ojos hace que se me salten las lágrimas que nunca
caerán.
—Gracias, hermano.
—Bien... —Isabella aplaude, guiñando un ojo a su compañero y pronunciando
las palabras te quiero—. Primero, ¿retrasaste la reunión?
—Lo hice —responde el marido de mi hermana sin pausa—. Dios, te quiero.
Mis ojos se dirigen a Theo, que sacude la cabeza. No somos tan malos, guapa. Es
la parte de los perros la que los hace cursis. No voy a responder a su enlace mental,
eligiendo en su lugar volver a la conversación que está llevando mi hermana.
—¿Y dos? —pregunto.
—Dos, sé dónde está. Nadie pisa nuestra tierra sin que lo sepamos.

a pequeña cabaña a la que corrió Elise se encuentra en lo más profundo de la


selva de Alaska y justo cerca del frontera de la tierra de Xadiel. Está lo
suficientemente lejos como para no llamar demasiado la atención, sin dejar de ser
dentro del territorio. Se funde con el paisaje, un poco deteriorado, pero lo suficiente
para que una persona se esconda.
Puedo oír los latidos de su corazón desde mi posición. Ella también sabe que
estamos aquí.
En el momento en que sintió nuestra presencia, entró en pánico, la cadencia de
cada latido del corazón aumentó, y su respiración siguió. Es curioso. Para alguien
que es la hija de un orgulloso general, seguro que metió la cola y huyó. Nunca hizo
el trabajo sucio, sino que involucró a su propia descendencia, mintiendo a cada uno
para manipular su narrativa.
Tampoco me sorprendería que hubiera procreado con un humano, sabiendo que
serían más débil y fácil de manipular que la de una unión vampiro/híbrida en toda
regla.
—Y ella dice que yo soy la débil —digo lo suficientemente alto para que ella lo
oiga y los que nos rodean se rían—. Sal, Elise. No me hagas ir detrás de ti.
Nada. Ni una pizca.
Sin embargo, me fijo en el pequeño desplazamiento de la cortina de la ventana
delantera y en los dos ojos que se asoman. Tan tristes. Tan patéticos.
—No te lo volveré a pedir. —Me sitúo frente a la puerta, la única entrada y salida
que tiene el lugar, excepto por una ventana en la parte trasera que Caín está
vigilando en este momento. Para salir, tiene que hacerlo desde aquí—. Tienes un
minuto antes de que entre.
—Has ganado —grita Elise desde detrás de la puerta, y eso me cabrea. ¿Esta es la
clase de ira que siente Theodore cuando se me hace daño? ¿Cuando se le falta el
respeto?—. Me has quitado todo y has ganado... enhorabuena.
—Treinta.
—¿Qué más puedes soportar? ¡Déjame vivir mi vida en paz aquí!
—Diecinueve. —Mis pies me llevan más cerca, cada paso hacia la entrada de la
casa de campo me hace temblar. De rabia. De asco—. Diez.
—No quiero pelear más.
—Uno. —Sus pasos retroceden hacia el interior de la casa, recordándome a un
roedor asustado sin salida. Y yo soy el gato en este escenario, derribando la puerta
de una patada con la suficiente fuerza como para que la madera se haga añicos: las
astillas vuelan por la habitación y un trozo en particular se incrusta en su espalda.
No se va a morir, pero duele.
—No... por favor. Desapareceré.
—Lo harás —digo, cruzando el umbral mientras los demás se quedan fuera. Ni
siquiera Theo puede estar en la habitación, como habíamos acordado. A él no le
gustó, pero entendió que necesitaba desatar mi ira sin distracciones, y él es muy
potente. También sabe que no debe interferir, sea cual sea la circunstancia—. Quiero
que te arrepientas de tu nacimiento. Que odies a tu padre.
La ira brilla en sus ojos al mencionarlo.
—No lo hagas.
—¿No qué? ¿Llamarlo por ser un pedazo de mierda que trataba a las mujeres
como mercancías, trofeos para poseer y usar a su discreción? —Sus rasgos se
endurecen, el labio se curva sobre sus colmillos mucho más pequeños—. ¿Duele
eso? ¿Que te echen en cara que no te amaba, o que te utilizaba como una forma de
promover su propia agenda?
—Cállate. Cállate —se queja, extendiendo sus garras—. Él nos quería. Se ocupó
de nosotros.
Mi risa tintineante llena la pequeña casa de campo.
—Quería venderte al mejor postor. El problema era que quien quería no tenía
ningún interés en ti. Theo siempre te vio como débil y superficial, Elise. Sólo otra
puta trepadora social que intentó y fracasó en tomar lo que es mío.
—Voy a matarte.
—¿Como cuando le rompí el cuello a tu hija o cómo Theo asesinó a tu hijo?
—¡Puta! —arremete contra mi cabeza, pero la esquivo. Soy más rápida. Más
fuerte.
Su cuerpo pasa volando por delante de mí y golpea la pared donde está la
chimenea, destrozando el manto.
—¿Es lo mejor que tienes?
—Estás muerta.
No me molesto en contestar, porque técnicamente ya lo estoy haciendo. En su
lugar, me agacho y me fijo en la posición de sus pies. Elise se apoya fuertemente en
la derecha, y cuando salta para atajarme, le doy una patada en la pierna, forzándola
a caer en un split. Luego, me pongo sobre ella y uso un truco que aprendí viendo a
Theodore desmembrar al detective Consuelos.
Clavando mis nuevas garras, atravieso su carne y me retuerzo, rompiendo el
hueso y lanzando su pierna detrás de mí.
—Ouch. Eso sí que parece doloroso. —Su gemido es una dulce melodía de la que
quiero más, y desgarro la otra de la misma manera—. ¿Recuerdas aquel día fuera
de la cafetería cuando me diste un revés, amenazando con hacer algo más que eso?
—Por favor, para. Has ganado.
—Voy a devolverle el favor. —Ante mis palabras, intenta alejarse arrastrándose,
pero reafirmo mi posición, esquivando sus manos cuando vienen a por mi cara. Sin
embargo, ella no es tan rápida y tengo un trozo de su cara en mi mano antes de que
pueda gritar.
Su mejilla derecha y la mitad de sus labios han desaparecido y la sangre brota de
las heridas: la misma zona en la que me golpeó cuando estaba indefensa.
Luego, otra vez en su pecho, dejando al descubierto los músculos y ligamentos
que hay debajo.
Puede que sea un híbrido, pero su lado humano es más fuerte en este caso que el
vampírico.
Morirá como tal.
Elise yace flácida debajo de mí, sin luchar mientras el charco debajo de ella crece.
—Una vez me dijiste que era débil. Que no valía la pena. —Mis dedos se
arrastran por su carne expuesta hacia su cuello. Lentamente. Meticulosamente,
mientras espero que se resista. Pero Elise no lo hace. En su lugar, me muestra a la
chica asustada que siempre ha sido—. Podrías haber tuvo una hermosa vida junto a
tu familia. Los has visto crecer, tener sus propios hijos, y ahora no quedará ningún
legado. Tu nombre será borrado, y el apellido Veltross muere contigo.
Con eso, hundo mis uñas y le arranco la garganta, viendo como lo último de su
esencia vital mancha el suelo y su respiración se vuelve superficial. Su corazón deja
de latir. Sus ojos ya no tienen vida, y finalmente exhalo con la paz que se instala en
mis huesos.
Su muerte significa un nuevo comienzo. No más peleas. No más amenazas.
—Mortem —susurro, en voz baja, mis manos ensangrentadas tocan el suelo
mientras empujo los últimos zarcillos de su energía hacia la muerte. Ya no será de
este mundo. Ya no podrá volver.
No tengo ni idea de cuánto tiempo estoy aquí sentada, perdida en mis
pensamientos, cuando dos fuertes manos me levantan en un cálido abrazo. Siempre
tendrá la temperatura adecuada para mí.
—¿Estás bien, hermosa?
Sus ojos son tan cálidos. Contienen tanto amor, que le acaricio la mejilla con mi
mano empapada de sangre y atraigo su boca hacia la mía, besándole con todo el
amor que siento por este maravilloso hombre.
—Lo estoy. —Y es la verdad. Tengo a mi familia de vuelta. Puede que sea un
asesino, pero yo también lo soy.
Puede que esté obsesionado conmigo, pero mi necesidad de poseer podría
superar la suya.
—¿Y ahora?
—Y ahora... —otro picotazo, un pequeño mordisco a su labio inferior— ahora lo
celebramos. Tengo más de cien años para ponerse al día, pero esta noche... esta
noche es para nosotros.
—¿Para nosotros?
—Sí. —Sus ojos se encapuchan, la punta de su colmillo asoma por su labio
superior—. Tengo un rey que mimar y una polla que montar.
—Buena chica.
Seis meses después...

odas las personas de la sala se detienen en el momento en que atravesamos


las puertas de la galería. Están mirando. Murmuran entre ellos sobre mi
salida del armario, y es difícil mantener la sonrisa en mis labios rojos como
la sangre.
La mano de Theodore en la parte baja de mi espalda se tensa un poco, sus
músculos se enroscan cuando un hombre en particular me mira de arriba abajo,
deteniéndose en el escote de mi vestido de estilo veneciano con una hendidura en
la parte delantera que se detiene en mi ombligo.
Es sexy a la vez que elegante. Es blanco para simbolizar la inocencia que adoraba
de mi humanidad en esta vida.
También muestra mi tatuaje; una pieza similar a la de mi rey que abarca desde el
esternón hasta justo por encima de mi montículo. Las oscuras alas de un ángel se
abren en todo su esplendor mientras se adornan con cuentas de cristales y perlas.
Sin embargo, el punto central es un gran rubí rojo que cuelga del collar más largo y
se detiene a unos centímetros de mi clítoris.
El único color en mi pálida piel.
Al igual que el tatuaje de Theo apareció cuando tomó el trono, el mío llegó el día
que me mordió. El día en que mi compañero me devolvió la vida.
—Abajo, amor. El espectáculo primero —Me quedo sin palabras mientras me
vuelvo hacia él, con la mano rozando la parte delantera de su camisa de vestir
negra con los dos primeros botones desabrochados. Toco cada tachuela de ónix en
mi camino hacia la cintura de sus pantalones, y luego toco su cinturón Cartier con
la hebilla de oro—, Pero después, puedes hacer lo que quieras mientras ayudo a
Tero y Marcia tras la visita de mis padres.
—Qué pareja tan encantadora —comenta, sabiendo que mi castigo será mayor
que el suyo. Una muerte pública en nombre del arte. Se enfrentaron a mí en esto,
lloraron y suplicaron por sus vidas, pero mi corazón no sentía empatía por dos
personas que utilizaron a un niño indefenso para obtener un beneficio monetario—.
¿No te alegras de que haya manipulado tu partida de nacimiento cuando te
entregaron? Podrías haber sido Hilary Burgess.
—Así es, y sí. Ese nombre no me pega nada. —La atrevida alfombra roja que
atravesamos tiene seguridad a ambos lados, impidiendo que la prensa se acerque.
Cada uno de ellos lleva el emblema de la monarquía vampírica, un pin dorado en la
solapa derecha de sus esmóquines negros. Tanto el hombre como la mujer se
mantienen erguidos mientras miran al frente con posturas serias y un poco de
hambre en sus rostros.
Sin embargo, no atacarán.
No esta noche. Nunca en un acto público.
El camino despejado conduce a una amplia escalera de mármol blanco que lleva
a los pisos superiores, y nadie se mueve hasta que llegamos al último escalón y
entramos en mi exposición. Cada centímetro cuadrado está bañado en negro, las
pocas fuentes de luz provienen de los techos de cúpula de cristal y la suave
iluminación blanca estratégicamente colocada sobre cada pieza.
La mezcla perfecta de inocencia y pecado.
La luz y la oscuridad.
Los dos casan de una manera que produce escalofríos a los que han visto el
producto final. Porque ya no escondo quién soy.
Él me abraza tal como es, y yo hago lo mismo.
Cada pieza, las pinturas que hice mientras era humano de un hombre
desconocido, llena las diferentes áreas al lado de su contraparte pecadora en forma
de animal.
El reinado de mi rey.
El aplomo mortal de Tero.
El golpe de Marcia.
El conocimiento de Meera.
La codicia de Elise.
La vista de Isabella.
Mi toque.
Somos los siete pecados capitales, y he abrazado mi verdad. La mantengo cerca
de mi corazón porque es una parte de mí. No lo negaré. Nosotros.
Lo que siempre significará el hogar.
Una ronda de aplausos suena en toda la sala mientras los que tienen acceso V.I.P.
nos ven caminar hacia el escenario principal. Me miran a mí y luego a Theo,
intuyendo que algo no va bien, pero no pueden precisarlo. En su lugar, celebran
mis interpretaciones mientras detrás de dos recintos de cristal les espera un
conjunto familiar de depredadores.
Marcia, mi preciosa chica, ha recibido un regalo junto con su hermano. Una
comida. Su tipo favorito.
Sus tamaños individuales varían, siendo Tero el más grande, lo que facilita la
elección.
Theodore se acerca al micrófono y la sala se queda en silencio; si cayera un alfiler,
se oiría.
—Gracias a todos por venir esta noche a apoyar a mi talentosa esposa. —Los
aplausos se hacen más fuertes, la confirmación de nuestra relación estoy seguro de
que será noticia de primera plana en alguna revista en las próximas horas, pero a
mí me importa poco—. Por favor, disfruten del espectáculo con la mente abierta.
Sus interpretaciones de los siete pecados capitales son increíbles, y espero que se
empapen de un poco de lo macabro con nosotros esta noche.
Se retiran las tapas de los vasos y el público jadea ante la brutal escena.
Dos bestias.
Mis serpientes favoritas están en rara forma, soltándose y alimentándose. Me
recuerda a la exhibición de anacondas amarillas a la que me llevó Theo, donde vi
cómo se alimentaba el hermoso animal. Ya han destrozado a sus víctimas.
A Marcia le dieron mi madre humana.
A Tero, mi padre.
Ya han matado a cada uno, a uno por asfixia y al otro por envenenamiento antes
de que la multitud pudiera ver completamente lo que iban a digerir. Puede que
tenga una mente perturbadora, pero no expondré a los de mi clase a la idiotez de la
humanidad.
Una parte de mí los admira después de vivir entre ellos.
Las mandíbulas de Tero se desencajan, su jaula ensangrentada es un desastre
mientras se traga a mi padre de cabeza, la carnicería dejada por la matanza hace
que su cuerpo sea irreconocible. Demasiada sangre mezclada con la baja
iluminación sólo permiten al público ver lo que queremos que vean.
La jaula de Marcia es muy parecida. Mi madre ya fue engullida, dejando atrás la
gigantesca hinchazón en el estómago de mi chica especial donde está su comida.
Los aplausos que retumban en la sala son ensordecedores, el suelo tiembla, y yo
sonrío hacia el público. Les encanta lo que ven. No tienen ni idea de que acaban de
presenciar el asesinato de dos de los suyos y, sin embargo, apostaría dinero a que a
algunos les da igual.
Al cabo de un rato, cuando ambas serpientes yacen satisfechas, la multitud se
dispersa para recorrer el resto de la sala. El murmullo de la gente preguntando por
la compra de algunas no me sorprende, pero la visión de Xadiel de pie en medio de
la sala, con el rostro marcado por la preocupación, me congela en el sitio.
—Xadiel —grito, con la voz demasiado baja para los humanos, pero todos los
demás oyen y se ponen en alerta—. ¿No nos habías avisado de que venías? —Sus
rasgos se tensan al oír la palabra ellos. Él y mi hermana—. ¿Dónde está ella? No la
huelo.
—Gabriella, ella... no...
—¿Dónde. Está. Ella? —El pavor llena mis venas y Theo a mi lado se tensa.
—Se ha ido.
—¿Se ha ido? —Theo me arrastra por el escenario, sin detenerse hasta que estoy
frente a un hombre cuyo sufrimiento es palpable—. Xadiel, qué está pasando. Sea lo
que sea, ayudaremos…
—Se ha ido, Gabby. Isabella ha desaparecido y no la encuentro.
El día que se conocieron...

l momento en que entro en el castillo se produce un cambio en mí, un


hambre abrumadora que me hace retumbar el pecho mientras un aroma
embriagador se infiltra en mis sentidos. Es dulce tan jodidamente seductor
y lo sigo hasta mi ala privada.
Todos los vampiros del palacio se han esfumado; aún puedo oír los gemidos de
muchos al huir de mí, y los gruñidos de advertencia que se escapan del fondo de
mi garganta. Y tienen toda la razón al hacerlo, porque las volátiles emociones que
me atraviesan me ciegan.
Mi compañera está aquí, y los celos son una emoción impredecible. Mataré sin
remordimientos si alguien se acerca a ella.
Cada músculo de mi cuerpo, cada molécula de mi ADN vampírico la acepta, y
no me detengo hasta que estoy fuera de la puerta de mi habitación.
Es entonces cuando percibo los latidos de su corazón. Ese golpe, golpe, golpe que
me adormece en un estado de serenidad que nunca antes había experimentado. Que
no sé cómo sentir. Es confuso y a la vez intrigante, y tengo ganas de probar a la
mujer responsable.
—Joder —siseo, frotando una mano sobre mi gruesa polla, presionando lo
suficiente para aliviar la incontrolable necesidad de montarla, pero solo sirve para
empeorarla. Mucho peor, joder, cuando la oigo respirar profundamente,
metiéndome en sus pequeños pulmones y soltando un suspiro.
Un sonido tan dulce. Tan perfecto.
Entonces, se oye el movimiento del colchón, el pequeño crujido de las sábanas
que oigo claramente, y entro sin pensarlo dos veces. La puerta se golpea contra la
pared, su boca regordeta deja escapar un chillido y su cabeza se gira hacia mí.
En el momento en que veo su cara estoy acabado. Nada importa, carajo.
Viviré y respiraré por mi chica preciosa.

mbécil pomposo y arrogante —refunfuño, caminando sigilosamente por


el pasillo hacia el dormitorio del rey vampiro—. Como si no tuviera
mejores cosas que hacer que venir a patearle el culo.
El palacio parece vacío hoy, y me pregunto qué pobre reino está sintiendo la ira
de su búsqueda. Me ha estado buscando. Atravesando pequeños aquelarres en
busca del mío, aunque estamos a la vista.
Sólo eso me permite saber que está tratando de atraparme con la guardia baja.
Que si me atrapa, me llevaría contra mi voluntad, y no dejaré que otros sufran por
su codicia.
Su habitación está cerrada cuando llego a ella y no dudo en entrar, cerrando la
gran puerta de madera tras de mí. Lo primero que noto es su olor; impregna la
habitación y me calma los nervios, instalándose en mi interior, y descubro que me
gusta.
Luego, es el tamaño de la habitación y la decoración sosa. Ni un solo rastro de
feminidad en ninguna parte.
—¿Qué te mueve, Theodore Astor? —pregunto, tomando asiento en su cama
mientras casi me hundo en las lujosas sábanas—. ¿Qué haría falta para que...?
La puerta de la habitación se abre de golpe y un hombre corpulento entra, con un
fuerte gruñido de advertencia. Las paredes tiemblan y yo suelto un gemido. No de
miedo, pero por alguna razón, se me eriza la piel de emoción.
—¿Quién es usted? —pregunta Theodore, con la voz baja y el tono un poco
ronco. Me lame la piel, una caricia ilícita, mientras la hoja de su espada brilla en la
poca luz—. ¿Por qué estás en mi habitación?
—Me has estado buscando —digo simplemente, mi mano se mueve lentamente
hacia el pequeña funda a mi lado donde se esconde mi cuchillo—. Así que aquí
estoy.
—¿Lo he hecho? —pregunta, sin salir del todo a la luz. Está en la sombra, pero
esos ojos ámbar brillan y su fuerte complexión es apetecible—. ¿Cómo te llamas
hermosa?
—Acércate un poco más y te lo diré. —No hay que confundir mi tono jadeante ni
la forma en que cruzo las piernas, la falda de mi vestido abriéndose en la raya que
deja ver el costado de mi muslo y la parte inferior. Además, él sigue el movimiento
con hambre, su pecho se expande mientras respira profundamente—. Esta
conversación tiene que ser cara a cara.
En un instante, está arrodillado a mis pies, con las manos en la cama
atrapándome mientras mi cuchillo está en su garganta. Si está sorprendido, no lo
demuestra ni intenta desarmarme.
—¿Puedes decírmelo ahora, mi reina? Necesito saber el nombre de mi
compañera.
—¿Compañera? —pregunto, la hoja cavando un poco más profundo, una acción
que me duele—. ¿Eres mío?
¿Es por eso por lo que mi corazón late rápido? ¿Por eso me sudan las palmas de
las manos?
¿Será por eso por lo que su cabello negro y oscuro y sus ojos ámbar me resultan
tan sexy y la idea de hacerle daño me hace sentir mal?
Las parejas son algo especial, un regalo, y no se puede negar la necesidad que
sientes. Es algo que te consume, repentino e implacable, ya que te entregas sin
pausa ni consecuencia. Unas pocas palabras y tu mundo cambia, un amor
instantáneo que da un verdadero sentido a tu vida.
—Soy tuyo. —Su sonrisa es hermosa y la mirada de sus ojos tan suave, una
completa contradicción con el hombre que ha estado saqueando en su búsqueda de
mí. Amenazando a los aquelarres bajo la protección de mi familia, aterrorizándolos
para que le digan dónde estoy mientras fracasa en cada momento.
Son leales a nosotros. Nunca me venderían.
¿Pero cómo puede él, este vampiro, ser mi compañero?
—Y tú me has estado buscando. —Al oír mis palabras, pronunciadas en voz baja
y un poco sensual, su los ojos pasan de mis labios a mis ojos, ensanchándose al
asimilarlos—. ¿Gabriella?
—Theodore.
Los minutos pasan y ninguno de los dos habla, perdidos en nuestros
pensamientos. Sin embargo, es su mano en mi mejilla la que me calma justo cuando
pienso que es mejor que huya. Es la sensación de sus labios en mi cuello y los
brazos alrededor de mi cintura lo que me ancla mientras el cuchillo se me escapa de
las yemas de los dedos, tintineando en el suelo.
Tan simple cada toque, pero de tu pareja, la única persona hecha para ti le da un
propósito a tu alma.
—Lo siento —lo dice en voz tan baja que casi no lo oigo, pero lo hago, y se me
escapa un suspiro estremecedor. Es lo último que espero del orgulloso rey, pero
ahora mismo se está humillando mientras la espada que sostenía hace unos
momentos está ahora a horcajadas en mi regazo. Una ofrenda—. Tú eres la lección
que necesitaba aprender, Gabriella Moore. Mi vida es tuya.
—Theo, yo...
—Dilo otra vez. —Su ronroneo me hace cosquillas, crea una vibración a través de
mí que me hace reír—. Por favor.
—¿Desde cuándo un rey ruega? —pregunto, y este lado coqueto de mí es nuevo.
Y también lo es la forma en que me aprieto al ver su duro trago, la deliciosa forma
en que su garganta se balancea con la acción.
Se aparta para que pueda ver sus ojos. Ver la sinceridad en ellos.
—Desde el momento en que puse mis ojos en ti.
Un rubor se extiende por mis mejillas y me muerdo el labio inferior.
—¿Significa esto que dejar de herir a gente inocente?
—Esto significa que mi vida es tuya para comandar, chica preciosa.
—Es una oferta difícil de negar, Señor Astor...
—Entonces no lo hagas. —Me levanta con facilidad, arropándome contra su
pecho mientras me sienta en su regazo. Estamos en el suelo, con su cuerpo
acunando el mío, mientras esos labios me besan desde la coronilla hasta la sien—.
Deja que te ame. Deja que sea yo en quien te apoyes.
—Has hecho daño a mi gente.
—Y haré las reparaciones necesarias. —Con la punta de dos dedos, me empuja la
cabeza para que estemos ojo a ojo. Sus labios se ciernen sobre mí y puedo
saborearlos. Su dulzura natural es una burla para mis sentidos—. Déjame pasar una
eternidad haciéndote feliz.
—¿Cuánto me va a costar?
—Tu corazón, y a cambio, te daré todo de mí.
Este mundo está lejos de terminar, y estoy en medio de la planificación del
próximo libro de la serie (fates bite). Entonces ¿qué significa esto?
Significa que... Theodore y Gabriella tendrán una precuela. ¡¡¡sí, has leído bien!!!
Theo ha estado gritando en mi cabeza, exigiendo que se comparta su comienzo, y
estoy tan dispuesta a ello. Estos personajes se apoderaron de mi mundo, me
llevaron a un viaje indescriptible.
ELENA M. REYES ES LA PERSONIFICACIÓN DE UNA FLORIDANA Y SI
PUDIERA VIVIR EN SUS QUERIDAS CHANCLAS, LO HARÍA.

De pequeña, siempre le intrigaron todas las formas de arte: ya fuera bailando al


ritmo de las islas o pintando con cualquier medio que tuviera a mano. Su pasión
por la lectura a lo largo de los años la ha llenado de horas de placer, pero no fue
hasta que se topó con el fanfiction que su sed de escribir se apoderó de su mundo.
Es una latina bajita y descarada, con un cachorro adorable, un hijo que la
mantiene en vilo y un marido que asegura que le provocará una calvicie prematura.
Lol

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