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Copia de Villar Posada - 2003 - Cap - 12 - Ciclo Vital PDF
Copia de Villar Posada - 2003 - Cap - 12 - Ciclo Vital PDF
12
ENVEJECIMIENTO DESDE UN
PUNTO DE VISTA
SOCIOCONTEXTUAL
Antes de la formación de las perspectivas del ciclo vital como movimiento dentro
de la Psicología Evolutiva encontramos algunos antecedentes de propuestas
teóricas que comprenden toda la trayectoria evolutiva humana. Entre ellas
destaca la propuesta de Erikson, que repasamos a continuación y vinculamos con
el concepto de tarea evolutiva.
Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 757 –
La teoría de Erikson destaca por ser una de las primeras que afronta el desarrollo
desde una perspectiva que incluye todo el ciclo vital humano. Su contribución,
sin embargo, va más allá de este papel pionero, y numerosos investigadores
evolutivos reconocen la influencia de Erikson en su obra, influencia que es
especialmente importante cuando hablamos de la adolescencia y el concepto de
identidad y, por supuesto, en el terreno del desarrollo adulto y el envejecimiento.
Aunque Erikson tuvo una formación inicial en lo que podríamos denominar
‘psicoanálisis clásico’ (trabajó en la Viena de Freud y fue psicoanalizado por su
hija, Anna Freud), su teoría se aleja bastante de la propuesta originalmente por
el fundador del psicoanálisis. Según Wrightsman (1994) sus diferencias con la
ortodoxia freudiana se centran básicamente en dos puntos:
• Mientras Freud se centra sobre todo en la dinámica del inconsciente, Erikson
lo hace en el ego como entidad unificadora que asegura la coherencia del
comportamiento de la persona. Para él, la función del ego no es tanto la de
evitar ansiedades, sino asegurar el mantenimiento de un comportamiento
efectivo, y su teoría es una propuesta de cómo el ego evoluciona a lo largo
del ciclo vital.
• Erikson rechaza el biologicismo del psicoanálisis clásico y su énfasis en los
impulsos sexuales, manteniendo que, más que la biología, es la sociedad
quien funciona como guía en las elecciones del individuo. Su teoría es
fundamentalmente una teoría de la relación del ego con la sociedad que le
circunda.
Así, podemos decir que mientras el psicoanálisis clásico es una teoría de tipo
psicosexual, que en lo que tiene de evolutivo sólo explica los cambios en la
personalidad hasta la adolescencia, la teoría de Erikson tiene un marcado
carácter psicosocial y los cambios y evolución de la persona se producen a lo
largo de todo el ciclo vital. El carácter fundamentalmente psicosocial del enfoque
eriksoniano se pone de manifiesto cuando habla acerca del papel de lo social en
su teoría. En concreto, Erikson (1950) cree que este papel se centra en al menos
dos aspectos:
• La sociedad tiende a estar constituida de manera que provoca las crisis y
simultáneamente da medios para poder superarlas, a la vez que intenta
favorecer y proteger tanto el ritmo como la secuencia de las etapas.
• La superación de las primeras etapas implica una cada vez mayor apertura
del individuo a la sociedad que le rodea, con lo que podemos deducir que las
últimas etapas (precisamente las directamente vinculadas al proceso de
envejecimiento), supondrán una crisis de un carácter esencialmente social.
Erikson (1982), entiende el desarrollo como una secuencia de etapas normativas
predeterminadas, ocho en concreto. Cada una de esas etapas confronta al
individuo con una crisis de carácter psicosocial. Si el individuo supera con éxito
esa crisis, agrega una nueva cualidad a su ego que le fortalece y le pone en
disposición de afrontar nuevas crisis. Si, por el contrario, la crisis no es bien
resuelta, dejará residuos neuróticos en la persona y, de alguna manera,
– 758 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
todas las culturas lleguen a las etapas más elevadas), en Erikson el tema se
plantea no tanto desde la especificidad en la que el dilema perteneciente a
una etapa se muestra, sino desde la afirmación que las cuestiones
fundamentales de cada etapa (autonomía, voluntad, identidad,
generatividad, etc.) han de ser abordadas necesariamente por todas las
culturas si quieren preservarse en el tiempo.
Sin embargo, y a pesar de estas similitudes, la naturaleza del concepto de etapa
desde ambas propuestas también presenta diferencias notables. Entre ellas,
destacan las siguientes:
• La implicación entre las etapas de Piaget es de carácter lógico: cada etapa
subsume la etapa anterior, de manera que existe una integración jerárquica
entre etapas. En Erikson esta noción de integración jerárquica no está
presente. Cada etapa, en principio, añade un nuevo valor al yo, valor
independiente de los que ya tenía hasta ese comento y de los que podrá
obtener en el futuro. Mientras las etapas de Piaget son estructuras de
carácter lógico (de ahí la posibilidad de integrar unas estructuras en otras de
mayor nivel), las de Erikson son simplemente temas a resolver asociados a
momentos evolutivos.
• Como hemos comentado, las etapas de Erikson implican enfrentarse a
dilemas o desafíos de los que, si se superan, el yo sale reforzado. Esto no
implica, sin embargo, que para poder acceder a una nueva etapa se deban
haber superado con éxito los conflictos subyacentes en las etapas anteriores.
Esta condición si era necesaria, sin embargo, en la propuesta de Piaget.
Las etapas Erikson están provocadas por fuerzas (la maduración biológica y,
sobre todo, las expectativas sociales) que se ajustan a cierto calendario que
va más allá de su resolución o no. Estas fuerzas enfrentarán a la persona
ante los retos de cada nueva etapa, se hayan resuelto los anteriores de la
manera que sea. Para Piaget, en cambio, las fuerzas que mueven la
evolución no son sociales, sino básicamente individuales: se trata de la
acción del sujeto con los objetos del mundo y de un esfuerzo por lograr la
adaptación y coordinación entre ambos.
Esta tradición Eriksoniana de valoración de lo social a la hora de considerar una
teoría del ciclo vital se mostrará también en un concepto importante en la
consideración del desarrollo a lo largo de la vida: el concepto de teoría evolutiva.
Una manera alternativa de entender el ciclo vital humano, esta vez sin las
reminiscencias psicoanalíticas de la teoría de Erikson, es la a partir de la noción
de tarea evolutiva, propuesta por Havighurst (1972). Las tareas evolutivas se
entienden como un reto, objetivo o meta que la sociedad espera que la persona
cumpla en determinados intervalos de edad. Su ejecución satisfactoria por una
parte aumenta el sentido de competencia y la estima de la persona dentro de su
comunidad y, por otra, el cumplimiento de una determinada tarea sirve como
preparación para a afrontar futuras nuevas tareas.
Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 763 –
Identificaciones de género
Iniciativa frente a culpa
3-6 años Desarrollo moral temprano
Cualidad: Propósito Juego en grupo
Desarrollo de una autoestima primitiva
Desarrollar relaciones de amistad con
coetáneos
Diligencia frente a Lograr una imagen de sí mismo más
6-12 años inferioridad compleja y estructurada
Lograr pensamiento operatorio concreto
Cualidad: Competencia
Aprendizaje de habilidades académicas
básicas
Juego en equipo
– 764 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
De esta manera, las tareas evolutivas implican una estructuración a priori del
ciclo vital que explica el parecido en el desarrollo evolutivo de las personas
Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 765 –
La psicología lifespan
Una vez establecidos los principios fundamentales que definen ‘el campo de
juego’ con el que tenemos que trabajar al estudiar el envejecimiento, los
psicólogos del lifespan se encuentran incómodos con el concepto de desarrollo
que se ha mantenido tradicionalmente desde la Psicología Evolutiva, un concepto
de desarrollo vinculado esencialmente al desarrollo infantil y que contempla sólo
ganancias hasta llegar a una meta final (la madurez) que se alcanza de manera
relativamente temprana desde una perspectiva del ciclo vital.
Obviamente, si queremos definir la Psicología Evolutiva como una psicología que
abarque toda la vida, y como una psicología en la que entran en juego no sólo
dinámicas de cambio, sino también dinámicas de mantenimiento y regulación de
pérdidas, este concepto de desarrollo resulta de poca utilidad (ver el comentario
que hicimos al respecto en el capítulo 2).
Al definir un nuevo concepto de desarrollo que permita estudiar desde una
perspectiva evolutiva todo el ciclo vital, los psicólogos del lifespan definen
también, como veremos, sus opciones epistemológicas. Estos principios
representan una capa intermedia entre las asunciones fundamentales que ya
– 772 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
hemos visto y los modelos y teorías concretas que permiten explican procesos
evolutivos específicos, más cercanos a lo empírico.
¿Cuáles son los principios que definen el nuevo concepto de desarrollo de
acuerdo con los psicólogos del lifespan? Vamos a destacar cuatro de ellos
Importancia de la plasticidad
Selección
trayectorias (en el mundo del trabajo, en la esfera afectiva) que tendrán unas
grandes consecuencias para nuestro desarrollo posterior. En la vejez, cuando la
capacidad plástica disminuye, existe también una necesidad de seleccionar
dominios evolutivos ante un escenario de disponibilidad menguante de recursos.
En suma, la selección es el elemento del modelo más relacionado con (Marsiske y
cols. 1995; p. 47):
• La creación y la elección del rumbo que va a tener nuestro desarrollo
• La gestión de los recursos, por naturaleza limitados, de los que todos los
seres vivos disponemos.
La selección centra el desarrollo en ciertas áreas y hace más manejable el
número de desafíos, amenazas y demandas potenciales con los que se va a
encontrar la persona.
Optimización
Compensación
En la Figura 12.1 tenemos una de las últimas especificaciones del modelo, que ha
sufrido diversos retoques (más ampliarlo y concretarlo, más que para
reformularlo o rectificarlo) en los últimos 10 años.
En esta figura se especifican los mecanismos de selección, optimización y
compensación descritos y algunos de los fenómenos asociados a ellos.
– 780 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
Condiciones
Procesos Resultados
antecedentes
objeto proporcionar un marco lo más óptimo posible para que la persona pueda
conseguir su máximo potenciar en una tarea determinada.
Así, el rendimiento obtenido en estas condiciones óptimas de apoyo se supone
que estima las potencialidades evolutivas de la persona, el grado de plasticidad
que presenta. Por medio de este paradigma, se pretende saber hasta donde
puede llegar la persona si se proporcionan unas condiciones óptimas y, también,
los límites del desarrollo, aquello que está fuera de nuestro alcance evolutivo aún
cuando las condiciones sean las mejores. Además, nos permitirá saber si este
potencial evolutivo, si esta plasticidad, cambia con el paso de los años o se
relaciona sistemáticamente con la presencia de ciertas variables o recursos
ambientales o personales. Esta estrategia se puede vincular (y el propio Baltes lo
hace) al concepto vigotskiano de zona de desarrollo potencial, compartiendo un
mismo interés por la potencialidad del desarrollo y la influencia de medios
optimizadores que nos dicen hasta donde puede llegar.
En la práctica, esta estrategia ‘testing-the-limits’ ha sido especialmente
empleada en investigaciones de tipo experimental para explorar el declive
cognitivo asociado al envejecimiento y hasta qué punto puede compensarse
gracias a la plasticidad o afectar precisamente a esta capacidad plástica. Por
ejemplo, Kiegl, Smith y Baltes (1990) pidieron a sus sujetos que memorizaran una
serie de palabras. Dispusieron tres tipos de condiciones: con una tasa de
presentación lenta, una tasa de presentación rápida y una tercera en la que el
propio sujeto podía autoadministrarse las palabras con la tasa que el deseara. En
esta situación, mientras se encontraron pocas o ninguna diferencia entre el
rendimiento medio de grupos de diferentes edades en tasas decididas por el sujeto
o lentas, cuando la tasa de presentación fue rápida sí se encontraron grandes
diferencias a favor de los jóvenes. En otra serie de experimentos (Kiegl, Smith y
Baltes, 1989) se encontró que tanto jóvenes como mayores se beneficiaban de
programas de entrenamiento mnemónico (es decir, encontramos plasticidad en
ambos grupos), pero la cantidad de beneficio que extraía los jóvenes tras esta
intervención ‘optimizadora’ fue mucho mayor.
Estos resultados, desde la perspectiva lifespan se interpretan a que lo que
realmente declina con la edad no es tanto el rendimiento base, sino el rendimiento
en condiciones extremas, en situaciones donde al sujeto se le pedía dar todo su
potencial y la capacidad de plasticidad. Las diferencias entre jóvenes y mayores no
están tanto en el funcionamiento cotidiano, sino en condiciones donde tienen que
poner en juego la reserva potencial de desarrollo, en el grado de plasticidad
(aunque siempre existe en alguna medida en todas las edades).
Una segunda razón que según Brandtstädter da cuenta del olvido al que ha
estado sometida la acción intencional y su influencia en el desarrollo desde las
teorías clásicas del desarrollo es la aparente poca compatibilidad entre una
perspectiva de a la acción que concibe el desarrollo como un proceso que está
configurado y canalizado por acciones personales (y también colectivas) con la
búsqueda de leyes deterministas y principios universales de desarrollo.
La psicología del desarrollo ha vivido (al menos desde los paradigmas
dominantes) obsesionada por esta búsqueda nomotética de leyes y trayectorias
evolutivas ‘normativas’, que reflejaran un cambio ordenado (ya sea en forma de
etapas, ya sea en forma de procesos que cambian siguiendo tendencias). Sus
estudios han buscado explicar los cambios evolutivos en función de ciertas
causas.
Esta confianza en la explicación universal del desarrollo ha sido puesta en duda
durante las últimas décadas tanto desde un punto de vista conceptual como
empírico.
Por ejemplo, las perspectivas culturales del desarrollo (cuyas implicaciones para
la Psicología Evolutiva y corrientes hemos comentado en el capítulo 9) son, por
definición, una fuerza que aboga por la importancia de las condiciones simbólicas
e institucionales como elemento intrínseco a las características que presenta el
desarrollo dentro de una determinada cultura, lo que potencia el estudio de la
diversidad, más que de la regularidad y la universalidad.
Empíricamente, ciertos estudios longitudinales (llevados a cabo, especialmente,
dentro del marco de la psicología lifespan) ponen de manifiesto como el
desarrollo, si por algo se caracteriza, es por la heterogeneidad, las diferencias
inter e intraindividuales, la discontinuidad y la gran influencia del contexto,
observándose múltiples patrones de desarrollo más que una única secuencia o
proceso de cambio evolutivo general, susceptible de ser universal (por ejemplo,
ver en Schaie 1996 una ilustración de este fenómeno desde el estudio de la
inteligencia).
No es extraño, por ello, que estas líneas conceptuales y empíricas favorezcan a
una teoría que se fundamenta en la capacidad intencional de las personas para
contribuir a su propio desarrollo. En una disciplina que estuviese dominada
únicamente por la noción de causalidad como el establecimiento de cadenas y
secuencias de antecedentes y consecuencias, unidos por vínculos deterministas y
universales, una teoría de la acción intencional tendría poco futuro.
Sin embargo, afirmar la capacidad de la persona para contribuir a su desarrollo
no implica necesariamente negar que en este desarrollo se evidencien
regularidades. No todo es posible dentro del desarrollo e, incluso cuando se
enfatiza la plasticidad, esta se da dentro de ciertos límites (como hemos visto en
la psicología lifespan, y su estrategia de investigación ‘testing the limits’, Kiegl,
Smith y Baltes, 1989)
Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 787 –
El papel de la biología
El self autorregulador
Condiciones Condiciones
evolutivas iniciales evolutivas modificadas
El sentido de control
Una tercera teoría que podemos calificar como ‘del ciclo vital’ es la propuesta por
Elder y que denomina teoría del curso de la vida (life course theory).
Elder (1998a; p. 942) comenta como la propuesta en los años 60 de la teoría del
curso de la vida fue impulsada por la existencia carencias en la Psicología
Evolutiva de aquel momento. Superar estas carencias constituye así el objetivo
de esta propuesta. Elder diferencia tres de estos objetivos:
• Superar concepciones del desarrollo basadas sólo en el crecimiento y en el
estudio de la infancia por modelos que puedan aplicarse durante todo el
curso de la vida.
• Pensar cómo las vidas humanas están organizadas y evolucionan en el
tiempo.
• Relacionar las vidas con una sociedad siempre cambiante, enfatizando los
efectos evolutivos de esas circunstancias cambiantes.
Como vemos, estos tres objetivos emparentan la teoría de Elder claramente con
las otras dos grandes teorías del ciclo vital que hemos examinado hasta el
momento, y especialmente con la psicología del lifespan de Baltes. Hemos visto
como Baltes situó en el primer lugar de su agenda teórica precisamente la
redefinición del concepto de desarrollo, siendo para él también importante el
tener en cuenta los factores históricos y sociales (la ‘sociedad cambiante’) en el
desarrollo.
Sin embargo, a pesar de que el propio Elder reconoce estas similitudes e incluso
menciona a Baltes y sus propuestas como una de sus mayores influencias a la
hora de delinear su propia teoría, algunos aspectos separan la psicología lifespan
(y, por ende, también la teoría de la acción de Brandtstädter) de la teoría del
curso de la vida. Estas separaciones son, pese a todo y a nuestro juicio,
cuestiones de énfasis que cuestiones sustanciales.
La mayor de ellas la importancia que en la propuesta de Elder adquiere la
estructura social y, en concreto, los cambios en esa estructura social, para la
configuración de las trayectorias evolutivas. Aunque Baltes reconocía este factor
de influencia, a la hora de la verdad su teoría es una teoría (como la de
Brandtstädter) del individuo en desarrollo, tratando la estructura social y sus
cambios como un mero ‘contexto’ en el que se da el desarrollo y que facilita
cierto despliegue de ganancias y pérdidas (Elder, 1998a; p. 944). En contraste,
los factores sociohistóricos y su influencia en el desarrollo son la parte más
Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 799 –
Tiempo
en la
familia
G1 - P
G2 – P/H Tiempo
Tiempo histórico de vida
(año de nacimiento y cohorte) en años
1900 1920 1940 1960 1980 2000
G3 – P/H 100
80
60
G4 - H
40
20
Las transiciones son una mirada mucho más concreta y se refieren a ciertos
cambios en la vida de las personas que podemos identificar dentro de las
trayectorias personales. Cuando este cambio concreto es suficientemente
importante, podemos hablar de un giro en la trayectoria. Así, dejar el hogar
materno, entrar en la escuela, retirarse, etc. son ejemplos de transiciones que se
enmarcan dentro de trayectorias evolutivas particulares. Las transiciones tienen,
de acuerdo con Elder (1998a; pp. 959-960) cinco propiedades importantes:
• Una misma transición puede influir de manera diferente a personas de
diferentes edades o que ocupan diferentes roles. Así, por ejemplo, el divorcio
puede afectar más o menos a los padres y a los hijos o a hijos que están en
etapas diferentes.
• Las nuevas situaciones a las que conduce una transición implican
generalmente unas nuevas expectativas y demandas comportamentales para
la persona, que tendrá que adaptarse y esforzarse por cumplir.
• Las transiciones pueden suponer que la persona pierda, al menos
momentáneamente, el control de la situación vital que experimenta, pérdida
que es seguida por un esfuerzo por recuperar ese control.
• Debido a que nuestra vida está vinculada inherentemente a la vida de las
personas que nos rodean, transiciones que experimentan estas personas
pueden afectarnos indirectamente a nosotros mismos. Así, por ejemplo, la
decisión de nuestros hijos de ser padres no convierte automáticamente en
abuelos, lo que a su vez puede implicar ciertas expectativas y demandas que
tenemos que afrontar (por ejemplo, el cuidado de los nietos en ciertas
ocasiones).
• Por último, algunas transiciones (especialmente las elegidas o seleccionadas
por nosotros mismos, más que las impuestas) tienden a acentuar
características o rasgos que ya poseíamos con anterioridad y aumentan la
probabilidad de experimentar ciertas otras transiciones en el futuro, de
manera que entramos en una dinámica de acentuación de ciertos aspectos
de nuestra vida que contribuye a que nuestra trayectoria se diferencie de la
de los demás.
Por ello, podemos mencionar como una de las contribuciones más importantes de
la teoría de Elder es que intenta coordinar los niveles individuales del desarrollo
con los niveles sociales e históricos en los que cada trayectoria evolutiva está
inmersa, niveles que no solamente sirven de contexto de desarrollo, sino que son
las fuerzas que ayudan a constituir determinada trayectoria evolutiva tal y como
se expresa. Mientras que para Baltes y Brandtstädter el centro es el desarrollo
individual y su mérito es contemplar como ciertos aspectos sociales y
contextuales pueden influir en este desarrollo, Elder aborda la misma cuestión
enfatizando justo lo contrario: para él el centro está en los la estructura social y
en los cambios históricos y sociales de más largo alcance, y a partir de ellos
intenta descender hasta su influencia en las vidas individuales. La teoría de
Elder, por ello, tiene un sentido más sociológico que el resto de teorías del ciclo
vital comentadas, aún sin olvidar las trayectorias evolutivas individuales, lo en
principio podría favorecer la multidisciplinariedad de los estudios elaborados
desde este punto de vista.
En este sentido, es importante reseñar, y el propio Elder lo reconoce (Elder,
1998; p. 968) la gran cercanía de la teoría del curso de la vida y la teoría
ecológica de Bronfrenbrenner. De hecho, la primera podría ser contemplada
como una especie de aplicación al ciclo vital de las ideas de Bronfrenbrenner.
Ambas son teorías que intentan articular los niveles de análisis más cercanos a la
persona en desarrollo con los sistemas más amplios que forman su entorno
evolutivo (los sistemas sociales y culturales), ambas destacan los efectos
interactivos entre las fuerzas madurativas y la relación que la persona en
desarrollo establece con las personas que le rodean, ambas reconocen
(especialmente en las últimas versiones de la teoría de Bronfrenbrenner y la
inclusión del concepto de cronosistema, como vimos en el capítulo 7) los cambios
Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 805 –
históricos (ya sean a corto, medio o largo plazo) como fuerzas constituyentes del
desarrollo.
A nuestro juicio, en ocasiones este énfasis en la estructura social y en la historia
hace que los análisis de Elder tiendan más a una ‘sociología evolutiva’ que a una
verdadera Psicología Evolutiva’orientada social e históricamente.
Por otra parte, Bengtson, Burgess y Parrott (1997; p. S80) comentan como en
tanto marco explicativo, la teoría del curso de la vida es quizá demasiado amplio
y global, lo que hace muy difícil incorporar en un único análisis todo el conjunto
de influencias históricas, sociales, etc. que el modelo identifica conceptualmente
como relevante para una comprensión completa del curso de la vida.
Quizá por todo ello su impacto ha sido más importante en las ciencias sociales
que en la Psicología Evolutiva, al menos en comparación con el que las otras
teorías del ciclo vital (y especialmente, como veremos, la propuesta de Baltes)
han tenido en el estudio del desarrollo, especialmente el desarrollo más allá de la
adolescencia.
Esta sección tiene por objeto exponer algunas líneas de investigación que han
generado las teorías del ciclo vital que hemos comentado en secciones
anteriores. Nuestra intención es exponer cómo se aplican esas teorías a
problemas específicos y como se interpretan los datos empíricos obtenidos
dentro del marco de referencia de esas teorías y utilizando los conceptos que
proponen. Veremos como la psicología lifespan o la teoría de la acción actúan
como marco general, marco que necesita concretarse en propuestas más
específicas para acercarse a los datos empíricos.
Expondremos tres líneas de investigación diferentes, ambas en relación con el
proceso de envejecimiento: la evolución de las habilidades intelectuales en la
segunda mitad de la vida, la evolución del self en este mismo periodo y, por
último, el desarrollo socioemocional vinculado al envejecimiento.
Como veremos, la primera y la tercera de estas líneas se han trabajado
especialmente desde la perspectiva lifespan encabezada por Baltes, mientras
para la segunda utilizaremos el marco interpretativo de Brandtstädter. Para la
teoría del curso de la vida de Elder (quizá la que menos investigación ha
generado de las tres) ya comentamos algunos ejemplos empíricos en la sección
anterior.
Somos conscientes que nuestro comentario de estas tres líneas de investigación
no va a agotar ni mucho menos ni el trabajo que se está llevando a cabo sobre
ellas ni los enfoques diferentes desde los que se aborda, y más teniendo en
cuenta que son dominios de plena actualidad en el estudio del envejecimiento
psicológico. Una revisión exhaustiva excedería los límites de este proyecto. Así,
– 806 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
Mecánica de la inteligencia
45
40
35
20
15
10
0
10'' 4'' Sin Tiempo 10'' 4''
Pre-Test Post-Test
Entrenamiento
Pragmática de la inteligencia
FACTORES INDIVIDUALES
GLOBALES
Mecanismos cognitivos
Salud mental
Estilos cognitivos y creatividad Resultados asociados a la
Apertura a la experiencia PROCESOS SABIDURÍA
ORGANIZADORES
CRITERIOS BÁSICOS
FACTORES INDIVIDUALES Planificación vital
GLOBALES
Conocimiento declarativo
Gestión vital
Experiencia en cuestiones vitales Conocimiento procedimiental
Práctica en manejar problemas vitales Revisión vital
Tutelaje organizado
Ser mentor
Disposiciones motivacionales METACRITERIOS
(generatividad, afán de excelencia)
Contextualismo
Relativismo
Incerteza
FACTORES DE LA
EXPERIENCIA QUE FACILITAN
Edad
Educación
Ofrecer consejos y ayuda
Profesión
Periodo histórico
• Una segunda línea de estudio se interesa por el self como proceso. En este
caso se pretende examinar los mecanismos de autorregulación y de
afrontamiento que permiten al self mantenerse estable en ciertos aspectos
y/o cambiar en otros. Desde este punto de vista, el self no se entiende como
una estructura a describir (de igual manera que podemos describir estructuras
cognitivas), sino más bien como un metaproceso encargado de gestionar los
recursos con los que cuenta la persona (sociales, cognitivos, físicos,
características de personalidad) con el fin de optimizar la adaptación de la
persona a un medio siempre cambiante. En este sentido, el self es una
función ejecutiva encargada de ‘orquestar’ y dirigir el desarrollo personal.
Estas líneas de investigación trabajan con conceptos como la autorregulación,
la acción intencional, el afrontamiento o la capacidad de ‘resilience’ (que
podemos traducir como la capacidad de superar y salir adelante ente
situaciones difíciles). En este enfoque encontramos desde aplicaciones de los
modelos tradicionales de estrés al ciclo vital hasta los más recientes de acción
intencional, comentados en secciones anteriores.
Este tipo de distinción entre estructura y proceso recoge la dinámica entre la
estabilidad y el cambio que caracteriza al self. Por una parte, el self incluye
aquel conjunto de características que mantienen nuestra continuidad personal a
lo largo de la vida. Sin embargo, desde un punto de vista microgenético, esta
continuidad y el mantenimiento de una estabilidad dentro de nuestras
autodefiniciones se consigue, como veremos, a partir de procesos dinámicos que
median las transacciones entre nuestro self y las situaciones cambiantes a las
que nos enfrentamos, de manera que la continuidad implica, hasta cierto punto,
un cambio en el self.
Por otra parte, y desde un punto de vista ontogenético, cuando consideramos el
desarrollo del self, tenemos conciencia de experimentar cambios y de haber
evolucionado a lo largo de los años. Esta evolución, sin embargo, no contradice
el sentimiento de ser la misma persona y de encontrar una lógica de continuidad
a nuestra trayectoria personal.
Por nuestra parte, en esta sección vamos a recoger únicamente la perspectiva
del self como proceso, centrándonos especialmente en las propuestas que en
este sentido ha aportado Brandtstädter y teoría de la acción. Por lo que respecta
al self como estructura, ha sido en parte comentado al tratar las teorías por
etapas del ciclo vital (ver principio del capítulo) y una revisión más en
profundidad, si bien sería sin duda interesante, va más allá de los objetivos que
perseguimos con este capítulo.
Como comentamos en secciones anteriores, Brandtstädter concibe el desarrollo y
la acción intencional como procesos que mantienen unas relaciones recíprocas:
una vez formado un núcleo de identidad personal (un self) que incluye
compromisos con la consecución de una serie de metas, se ponen en marcha
cursos de acción destinados a conseguir esas metas. El desarrollo no sólo
posibilita esta acción intencional, sino que, a medida que avanzamos por el ciclo
vital nuestras metas y expectativas (y, con ello, las acciones intencionales que
implican) también van cambiando.
Obviamente, enfatizar cómo la persona es arquitecto de su propia vida no quiere
decir que seamos omnipotentes. Nuestro control sobre el curso de nuestra vida
Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 821 –
bien como una amenaza potencial a este bienestar, bien como un desafío u
oportunidad para el crecimiento o la ganancia personal. Por lo que respecta a la
evaluación secundaria, el sujeto juzga si los recursos que tiene a su alcance
(físicos, psicológicos, sociales o materiales) son suficientes para hacer frente a la
situación.
En este punto, se introduce el concepto de afrontamiento (coping), definido como
‘los esfuerzos cognitivos y comportamentales para manejar, reducir o tolerar las
demandas internas o externas que crea una determinada transacción estresante’
(Folkman, 1984; p. 839, la traducción es nuestra). Es aquel abanico de
estrategias que tenemos a nuestra disposición para adaptarnos a las situaciones
que percibimos como estresantes, logrando de esta manera mantener intacto
nuestro bienestar, autoconcepto y autoestima. Tal asociación entre
afrontamiento y bienestar psicológico parece además tener apoyo empírico (por
ejemplo, Folkman, Lazarus, Gruen y DeLongis, 1986).
Estas estrategias de afrontamiento podrían ser concebidas como una
actualización del concepto psicodinámico de ‘mecanismo de defensa’ que ayuda
al ego a vencer las tensiones que proceden del ello y/o del superyo (ver capítulo
4). Sin embargo, las diferencias entre el afrontamiento de Lazarus y Folkman (y
también los mecanismos adaptativos de Brandtstädter) y los mecanismos de
defensa psicodinámicos son muchas y profundas. Por ejemplo, McCrae (1984)
remarca algunas de ellas:
• La mayoría de esfuerzos de afrontamiento se ponen en marcha ante
situaciones externas más que como respuesta a conflictos inconscientes
intrapsíquicos, como era el caso de los mecanismos de defensa.
• Mientras que los mecanismos de defensa se conciben como procesos
inconscientes, las estrategias de afrontamiento son, en la mayoría de casos,
conscientes.
• Como consecuencia de lo anterior, se abandona la metodología de tipo
clínico-interpretativo por una metodología abierta, basada en cuestionarios o
entrevistas en los que se pregunta a la persona directamente sobre esas
estrategias.
• Una cuarta diferencia, que pone de manifiesto Folkman (1984), es que
mientras que hay algunos mecanismos de defensa intrínsecamente mejores o
más maduros que otros, eso no ocurre necesariamente con las estrategias de
afrontamiento.
En cuanto al número y naturaleza de las diferentes estrategias de afrontamiento
a las que podemos recurrir ante situaciones que requieran adaptación, se han
propuesto gran número de ellas (por ejemplo, Stone y Neale, 1984; Holahan y
Moos, 1987), pero Lazarus y Folkman las clasifican en dos grandes grupos:
• Estrategias de afrontamiento dirigidas al problema (problem-focused
coping): son estrategias de carácter instrumental, que intentan cambiar la
relación entre la persona y la situación que se percibe como amenazante por
medio de la acción directa sobre esa situación.
• Estrategias de afrontamiento dirigidas a las emociones (emotion-focused
coping): son estrategias de carácter paliativo centradas en la
– 826 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
100
90
80
Ganancias esperadas
% de Pérdidas/Ganancias
70
60
50
40
30
20 Pérdidas esperadas
10
0
20 30 40 50 60 70 80 90
Edad
Figura 12.6: Balance entre pérdidas (área oscura) y ganancias (área clara)
esperadas en cada década de la vida (Tomado de Heckhausen, Dixon y Baltes,
1989, p. 117)
60
55
Puntuaciones medias
Estrategia
Asimiladora
50
Acomodadora
45
40
<=25 36-40 51-55 66-70 >=76
Edad
eliminar o ajustar a la baja precisamente las metas que percibimos como fuera
de nuestro rango de acción y control actual. Así, los procesos de acomodación, a
partir del reordenamiento de las metas que son importantes, es un medio para
volver a adquirir control sobre nuestro propio desarrollo (y, de esta manera,
favorecer posteriores esfuerzos de asimilación (Brandtstädter, 1999b, p. 134).
Empíricamente, Brandtstädter y Rothermund (1994, pp. 271-272), mediante un
estudio longitudinal, comprobaron como el control personal global se ve afectado
de manera específica por la percepción de control en aquellos dominios de metas
que consideramos más importantes (y menos por el control en las metas menos
importantes). Así, las bajadas en el sentimiento global de control se produjeron
menos en aquellas personas que habían reajustado la importancia de
determinadas metas, otorgando en cualquier caso mayor control personal a las
más importantes. De esta manera, la flexibilidad en el reajuste de metas puede
ayudar a mantener un sentido global de confianza en nuestras posibilidades
evolutivas, alejando sentimientos de indefensión y depresión en la vejez.
En este mismo sentido, y para acabar, vamos a concretar un poco más los
mecanismos y estrategias de asimilación, acomodación e inmunización que
parecen ser efectivas y especialmente aplicadas a lo largo del envejecimiento,
incorporando dentro de este marco tanto los estudios del propio Brandtstädter
como los de otros equipos de investigación sobre temas similares.
a) Asimilación y envejecimiento
Las actividades de asimilación representan el ejemplo paradigmático del control
del propio desarrollo a partir de acciones intencionales, aspecto que, como
vimos, era el central en la propuesta de Brandtstädter. Esta actividad de
asimilación comprende, de esta manera, las actividades de autoobservación,
autoevaluación y autocorrección que vimos al exponer la propuesta general de
este autor, vinculadas todas ellas a las metas y trayectorias deseadas (y
esperadas) de desarrollo que forman parte de nuestro self.
Brandtstädter (Brandtstädter y Greve, 1994a, p. 59 y siguientes; Brandtstädter y
Rothermund, 2002; pp. 121-122) distinguen entre varios tipos de actividades de
asimilación.
En primer lugar, contamos con las actividades autorrectoras e
instrumentales, que constan de acciones dirigidas a la consecución de una
meta deseada, al mantenimiento de un estado valorado que forma parte de
nuestro self o al alejamiento de estados amenazantes. Gran parte de las
actividades vinculadas al mantenimiento de la salud, a la mejora en nuestras
competencias o, en general, al cambio en nuestros patrones de comportamientos
para maximizar la probabilidad de conseguir o mantener cierto objetivo son de
este tipo.
Como ya hemos comentado, la puesta en marcha y mantenimiento de este tipo
de acciones depende de la percepción de control y confianza que tenemos en la
eficiencia de nuestras acciones para alcanzar la meta deseada.
Un segundo tipo de mecanismos de asimilación, de especial importancia a
medida que nos hacemos mayores y nuestros recursos de acción menguan, son
las actividades compensatorias. En este caso la persona se implica, ante la
Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 833 –
b) Acomodación y envejecimiento
Si bien la asimilación, aunque nunca desaparece (de hecho, el núcleo de la teoría
de la acción es la propuesta de cómo, a través de la asimilación, somos capaces
de dar dirección a nuestra vida), es especialmente relevante en la juventud y
mediana edad, los mecanismos de acomodación tienen una especial importancia
a medida que avanzamos por el ciclo vital.
Como hemos comentado, en esencia la acomodación consiste en una devaluación
de metas antes valoradas y una reevaluación positiva de nuevas metas,
movimiento que se realiza especialmente cuando los mecanismos de asimilación
o no son posibles o la persona no percibe que vayan a ser eficientes. El
envejecimiento, que como hemos visto implica una reducción de los recursos
personales de acción y de las opciones evolutivas disponibles, tiende a dar
protagonismo a la acomodación.
En concreto, esta acomodación se puede llevar a cabo de al menos dos formas
diferentes y no mutuamente excluyentes (Brandtstädter y Greve, 1994a, pp. 61
y siguientes; Brandtstädter y Rothermund, 2002, pp. 122-124).
– 834 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
podrían reflejar también las diferentes tareas evolutivas ante las que se enfrenta
la persona a medida que envejece.
En un estudio transversal con personas de 25 a 105 años citado en Baltes,
Lindenberger y Staudinger (1998, ver Tabla 12.2) se apreció como las
prioridades vitales de las personas cambiaban a medida que avanzaban a lo largo
del ciclo vital. Así, la salud cobraba importancia a medida que las personas
envejecían, para ser la prioridad fundamental en las personas de más edad.
25-34 años 35-54 años 55-65 años 70-84 años 85-105 años
c) Inmunización y envejecimiento
Si bien los procesos de asimilación y acomodación han generado múltiples líneas
de investigación en relación con el envejecimiento (especialmente estos últimos),
el concepto de inmunización está relativamente poco desarrollado dentro del
marco de Brandtstädter.
En parte, creemos que esta falta de desarrollo se debe a la propia naturaleza del
concepto (más confusa y menos susceptible de operacionalizarse) y a un cierto
solapamiento con los mecanismos de acomodación. Recordemos que, según este
autor, inmunización serían aquellos procesos que cambian el significado de
ciertos acontecimientos para que no tengan relevancia personal. Hasta que punto
este cambio se realiza sin que implique un proceso de acomodación (esto es, de
reevaluación de nuestro estado presente o deseado) no queda claro.
Nosotros mismos hemos llevado a cabo algunas investigaciones que pueden
enmarcarse dentro de estos procesos de inmunización. Por ejemplo, hemos
detectado como el propio concepto de salud (ese dominio tan relevante para las
personas mayores, como hemos visto en apartados anteriores) cambia a medida
que envejecemos y experimentamos pérdidas físicas. En concreto, la tendencia
parece ser a reducir los requisitos que hay que cumplir para estar sano. La salud,
que en la juventud está ligada a aspectos como la actividad, especialmente en
los últimos años de la vida parece definirse como ser valerse por sí mismo en
ciertas actividades cotidianas básicas. Esta reducción del concepto de salud
facilita que los ancianos se vean sanos a pesar de las pérdidas, como podemos
observar en estos ejemplos extraídos de Villar (1998):
– 838 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
Para explicar esta tendencia, Carstensen diferencia entre dos tipos de metas
fundamentales a las que puede estar dirigida la actividad y los contactos sociales
(1987; 1998, p. 345).
• Por una parte, el comportamiento social puede estar motivado por un deseo
de buscar información, de aprender. Así, a partir del contacto social la
– 844 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
Los datos obtenidos hasta el momento parece que avalan una conclusión de este
tipo: los pacientes con el virus VIH (y entre ellos, especialmente los
sintomáticos) utilizan en sus elecciones de contactos sociales casi en exclusiva
criterios de tipo afectivo.
Por último, Carstensen también ha explorado en qué sentido la cercanía a ciertos
finales ya no biológicos (como en el caso del SIDA o el envejecimiento) sino de
carácter social pueden también potenciar los contactos sociales fundamentados
en criterios afectivos y no de búsqueda de información. Para ello, Carstensen y
sus colaboradores han aprovechado el cambio político que vivió Hong Kong en
junio de 1997, fecha en la que dejó de ser colonia inglesa para pasar a
incorporarse a la República Popular China. Este cambio despertó en los meses
anteriores una gran incertidumbre en todo el mundo sobre el futuro de Hong
Kong, incertidumbre que, obviamente, fue especialmente acentuada entre los
habitantes de la excolonia. En cierto sentido, este cambio político era vivido
como un ‘final’ por sus habitantes, hasta el punto de plantearse muchos de ellos
la emigración.
En circunstancias como estas, quizá la expectativa acortada de tiempo hacia un
cambio tan incierto potenciaría entre los habitantes de Hong Kong una valoración
en su comportamiento social de los aspectos afectivos por encima de los
relacionados con la búsqueda de información. Exactamente eso sucedió de
acuerdo con la investigación de Fung, Carstensen y Lutz (1999, estudio 3), que
muestra que dos meses antes del cambio incluso los jóvenes escogían sus
contactos sociales en función de los afectos, al igual que los mayores. De hecho,
y para dar más solidez a los datos, comprobaron que unos meses después del
cambio político (y cuando la incertidumbre se desveló, manteniendo Hong Kong
en gran medida su estatus socioeconómico), las tendencias de elección volvieron
a los patrones habituales de mayor importancia del criterio afectivo en las
personas mayores (Fung, Carstensen y Lutz, 1999, estudio 4).
En resumen, la propuesta de Carstensen enfatiza el valor del tiempo percibido
como un motivador esencial que potencia los intentos de conseguir ciertas metas
sociales u otras. Cuando el tiempo se percibe limitado, lo afectivo tiene un valor
especial. Cuando no existen presiones temporales, las personas pueden invertir
su esfuerzo en actividades que puedan tener una mayor rentabilidad a largo
plazo, arriesgándose incluso a tener costes. En tanto el envejecimiento es un
proceso inherentemente temporal marcado por un final, los motivos de las
personas tienden a cambiar en función de su posición en el ciclo vital. Este
cambio en motivaciones y valores determinado por la percepción del tiempo lo
hemos analizado desde el punto de vista del comportamiento social y de la
selección de unas y otras figuras con las que interaccionar, pero sin duda podría
darse también en otras esferas de la vida. Esta ampliación de la teoría más allá
de la actividad y los contactos sociales se vislumbra como el terreno hacia el que
la teoría socioemocional de Carstensen podría evolucionar (ver, por ejemplo,
Lang y Carstensen, 2002).
– 848 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
Concretando más los supuestos de los que parte el estudio construccionista del
desarrollo en la adultez y, sobre todo, del envejecimiento, Gubrium y Holstein
(1999; pp. 288-291) mencionan tres asunciones que se comparten desde esta
perspectiva.
• Una orientación hacia lo subjetivo, en la que el interés reside no en la
elaboración de teorías formales y su puesta a prueba en una supuesta
‘realidad objetiva’, sino sobre todo en la experiencia de las personas, en
cómo las personas conciben e infunden de realidad ciertos objetos y
fenómenos, entre ellos los relacionados con el envejecimiento en general y
con su propio envejecimiento en particular.
En este sentido, los investigadores construccionistas intentan acercarse a la
realidad tal y como la definen los participantes de sus investigaciones,
intentando suspender juicios previos o sus propias creencias de sentido
común sobre como se supone que funciona el mundo.
• El objeto de estudio de la psicología construccionista o postmoderna son los
significados, no las cosas. Esta afirmación ya fue comentada en el capítulo 9
al hablar de los supuestos epistemológicos de esta propuesta. Desde el
construccionismo se descarta que podamos decir algo sobre las cosas en sí o
sobre verdades esenciales: desde su punto de vista, el mundo, las cosas, no
tienen estatus ontológico independiente y separado de los significados que
las personas necesariamente hemos de utilizar para referirnos a ellas: esos
significados son elementos constitutivos de ‘lo objetivo’ y se evocan y
reconstruyen en la vida cotidiana a partir del lenguaje y el discurso.
• Por último, los construccionistas compartir una misma asunción de que el
significado organiza los significados. Los significados no son elementos
idealizados que viven inmutables en una especie de ‘limbo’, sino que son re-
construidos por las personas en contextos y con intenciones concretas, lo que
lleva a veces a que sean reformulados en cada ocasión. Los significados se
entienden más como un flujo variable contextualmente que como un
conjunto de principios estables que se imponen a la persona por el hecho de
vivir en una cultura determinada.
A pesar de este interés hacia la experiencia subjetiva y hacia los significados,
esto no implica una orientación ‘introspeccionista’, sino más bien todo lo
contrario: la perspectiva construccionista es práctica en el sentido en que
estudian como las personas a partir de la práctica (y en especial de las prácticas
discursivas) son capaces de construir el mundo.
De esta manera, podemos contemplar las perspectivas postmodernas como una
alternativa radicalmente cultural a la comprensión del ciclo vital que en cierta
medida se opone al ‘objetivismo’ de las aproximaciones dominantes. Como
comentan Gergen y Gergen,
‘Existe una tendencia dentro de las ciencias sociales y biológicas a buscar
un ciclo vital ‘naturalizado’, es decir, a describir el desarrollo y declive
innato de las capacidades humanas, de sus tendencias y proclividades a
lo largo de la vida. Esta tendencia es incluso mayor en las ciencias del
desarrollo del niño y del envejecimiento, estando las unas dedicadas a
establecer los estándares del crecimiento normal y las otras dedicadas al
– 852 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
tanto, eso es verdad. Saber llevar la vida, llevar una vida buena y limpia,
pues esas personas duran más’; Mujer mayor.
Al hilo de la presencia de estos significados compartidos sobre el envejecimiento,
significados que se centran en la idea de declive y deterioro, una importante
cuestión de interés desde esta perspectiva que estamos analizando es examinar
los procedimientos por los que las personas, discursivamente, pueden manejar
estas imágenes y, de alguna manera, proteger su identidad a salvo de los
significados negativos que implican esas imágenes.
Williams y Nussbaum (2001; p. 139) comentan algunas de estas estrategias. Una
de ellas es lo que denominan el discurso de la auto-excepción, que consistiría
en reconocer los aspectos amenazantes del envejecimiento, pero al mismo
tiempo diferenciar entre personas que envejecen ‘bien’ y que estarían
relativamente a salvo de estos efectos (Williams y Nussbaum, 2001; p. 139).
En nuestro propio estudio (Villar, 1998) aparecían algunos indicios de este
mecanismo discursivo. Veíamos como en muchas ocasiones las personas (y
especialmente las mayores) establecían una separación entre el
envejecimiento sano y el envejecimiento patológico. Primero se establecía
una diferenciación implícita entre dos tipos de envejecimiento cualitativamente
diferentes: el sano y el patológico, generalmente definiendo este último por la
presencia de déficits extremos que acarrean invalidez y dependencia. Luego, la
persona se autoadscribe al envejecimiento sano, con lo que evita las
implicaciones negativas que podría tener para sí mismo. Como afirma Heikkinen
(1993; p. 271) podemos encontrar que, junto a una elaboración del
envejecimiento como un proceso negativo, con deterioro de la salud, de los
sentidos, dolores, memoria frágil o pérdida de relaciones sociales, coexista la
percepción de un envejecimiento ‘sano’ o ‘bueno’ que aparece cuando la persona
es capaz de mantener alejados de sí esos factores de riesgo. La construcción
discursiva de esta oposición de utiliza de manera estratégica para enfatizar el
valor del propio envejecimiento como algo comparativamente positivo.
El mensaje que parece derivarse de este tipo de discurso es algo así como ‘bien,
envejecer en general es malo, pero yo soy capaz de ‘saltarme las reglas’ y
sentirme joven y fuerte’. El efecto es el mismo que describen Harwood, Giles y
Ryan (1995) al analizar interacciones conversacionales del tipo ‘no aparentas
para nada la edad que tienes’ o ‘estoy muy bien de salud para los años que
tengo’. Presentarse a sí mismos como una excepción, como un caso especial de
‘buen envejecer’, no solamente parte de una imagen genérica del envejecimiento
negativa, sino que sirve además para apuntalarla, algo así como ‘yo soy la
excepción (de buen envejecer) que confirma la regla (de envejecimiento
negativo)’.
Una segunda estrategia para evitar las implicaciones del envejecimiento consiste
en la diferenciación entre envejecimiento biológico y envejecimiento
psicológico en los contextos en los que la aplicación del envejecimiento
biológico, con su carga de connotaciones negativas, podría amenazar la imagen
que se tiene de uno mismo.
De esta manera, la persona es capaz de negociar su identidad de manera que
haya una parte de sí mismo, interna, que permanezca inmune más allá de los
cambios que acontecen con la edad. La esencia no ha envejecido, aunque el
– 862 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales
cuerpo sí lo haya hecho, el cuerpo puede ser viejo, pero la persona sigue siendo
joven ‘por dentro’. Se trata de la idea de self sin edad (Kaufman, 1986), que ha
sido una de las estrategias asociadas por la investigación anterior al
mantenimiento del propio autoconcepto y autoestima en términos positivos (por
ejemplo, Thomson, 1993).
Tal y como plantean autores como Öberg (1996; pp. 702-703) o Dittmann-Kohli
(1994; p. 4), esta diferenciación que se establece entre ambos tipos de
envejecimiento remite a una idea profundamente arraigada en la cultura y la
filosofía occidental: la distinción entre cuerpo y alma. Esta diferenciación estaba
ya presente en las ideas de Platón, quien contemplaba el alma como la esencia
de la persona, mientras que el cuerpo era, en el mejor de los casos su modo de
expresión y en el peor, si se sucumbía a los deseos de la carne, una prisión que
impedía al alma abandonar el mundo material para incorporarse, tras la muerte,
al mundo de las ideas. Tal diferenciación entre cuerpo y alma, estando el primero
subordinado a la segunda, fue incorporada por el pensamiento cristiano y
posteriormente aparece también de manera clara en el pensamiento de otros
filósofos, como podría ser Descartes. Así, en relación con el envejecimiento,
mientras el cuerpo (lo que hemos venido denominando dimensión físico-biológica
del ser humano) sería pura materia y por ello víctima de los estragos del tiempo
sobre ella, habría una segunda dimensión, más elevada, el alma o la mente, que
básicamente podría permanecer inmune al paso del tiempo, estable
independientemente de la edad y del declive del cuerpo.
Por su parte, Hepworth (Featherstone y Hepworth, 1990; Hepworth 1991; 1995)
argumenta que esta disociación entre las dimensiones psicológicas y físicas del
envejecimiento se expresaría en lo que denomina metáfora del ‘envejecimiento
como máscara’. Según está metáfora, tenderíamos a contemplar el
envejecimiento como una especie de ‘máscara’, como un disfraz o un maquillaje
que afecta a la dimensión física y observable de la persona, pero que oculta tras
de sí una personalidad y características psicológicas básicamente atemporales.
Bajo la apariencia externa, bajo el declive irreversible y el deterioro del cuerpo
con el paso del tiempo, se escondería una misma persona, con los mismos
sentimientos y pensamientos que cuando se es joven. En el caso de deterioro
extremo (incapacidad para comportarse o comunicarse coherentemente,
incontinencia, ausencia de coordinación física, etc.), el disfraz se convertiría en
una especie de jaula dentro de la que el yo se encuentra prisionero, con un
cuerpo que no es capaz de expresar la verdadera identidad que se encierra
dentro de él.
Es importante remarcar, en cualquier caso, que esta estrategia en ningún
momento contradice ese conocimiento compartido sobre el envejecimiento. La
persona reconoce que está envejeciendo (y por lo tanto asume ciertos
significados negativos implicados en ello), pero relega este envejecimiento al
ámbito de lo biológico, dejando la esfera de lo psicológico como libre de ese
proceso. La autoasignación de una ‘juventud interna’ con independencia del
cambio biológico, permite poder conservar en cierta medida el valor de la
juventud y desactivar la carga simbólica negativa que conlleva el proceso de
envejecimiento.
Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 863 –