Está en la página 1de 5

Análisis De: Critica De La Modernidad

De Alain Touraine
Por Arturo Isaac González Palazuelos
Lic. En Sociología

LA MODERNIDAD hace presencia planteando la idea del hombre como

consecuencia directa (o mas bien un producto resultante) de sus acciones,


vinculando así la condición humana con las desiciones que cada uno toma. Esto
daría la entrada, para después comenzar a vislumbrar el modo de originar el
cambio social.

Nos encontramos entonces con una ruptura de la concepción del mundo


conocido. La modernidad en este sentido advierte al hombre de su destino, ya no
manifiesto; sino que el destino de los hombres esta a merced de sus propias manos.
Hablamos de ruptura, pues los nuevos esquemas emergentes de la modernidad
contradicen –y retan- los paradigmas de carácter religioso impuestos a la sociedad.
La concepción universal, hasta las primeras luces de la modernidad, estaba basada
mera y puramente en los estamentos religiosos impuestos por la Iglesia. El centro
del universo y de la existencia humana era Dios, y el era el origen y la causa de
todo curso que la humanidad tomara; en consecuencia, toda obra del hombre seria
en función de cumplir con el propósito divino; sin embargo no cualquier
conocimiento era considerado como tal, toda idea o estamento que fuese
considerado como contradictorio a las Leyes dadas por Dios, y otras tantas
agregadas, exageradas y deizadas, después instituidas por la Iglesia, eran
catalogadas y declaradas herejías abiertas (lógica que seguiría el mundo occidental
durante la Santa Inquisición, que mantendría una etapa de oscurantismo,
prohibición y letargo epistémico durante casi ochocientos años).

Si nos remontamos a los primeros atisbos del conocimiento racional y


científico por encima del religioso, encontraremos, ya entrados en el siglo XVI, los
casos de Galileo Galilei, quien terminara sus días acosado por el Santo Oficio por
proponer en sus escritos, basado en sus observaciones, que la Tierra gira en torno
al sol y no al revés; o el de Nicolás Copernico, condenado a morir en la hoguera –a
la usanza de su época- por afirmar que la Tierra es esférica y no plana, como se
concebía universalmente. Estos dan testimonio de cómo la Iglesia, evidentemente,
tenía un papel predominante; puesto que no solo determinaba la fe y la creencia en
Dios; sino que regulaba las formas de conocimiento, así como los modos en que
este se producía; determinaba y regulaba también las formas de vida en la
sociedad civil, además de las leyes y la forma de aplicarlas, cumpliendo así la
función del Estado, noción que durante toda la Edad Media es de dudosa existencia
o aplicación. Es así, pues, que nos encontramos frente a una ruptura de
paradigmas.

La modernidad desafía a una concepción con una carga histórica enorme y


bien constituida, hecha a ley de sangre, con un sistema autoritario y casi terrorista
que representó todo el medioevo. Los primeros asomos de esta ruptura de
paradigmas surgen, quizás, con Martín Lutero; al desatar la Reforma Protestante y
evidenciar que, al parecer, la Iglesia no es invulnerable, y que Dios tiene distintas
opiniones. Después, vendría la revelación descartesiana, que daría sentido al
movimiento de la llamada Ilustración o Renacimiento, donde el cogito ergo sum
efectivamente se vuelve su predica. Enseguida nos encontramos con el
afloramiento de los grandes pensadores ilustrados Rosseau, Montesquieu, Bacon,
etcétera; quienes en efecto, comienzan a dar las pautas para lo que evolucionaría
en el pensamiento moderno y tomando como bandera el pensamiento de
Descartes. Todo este proceso de cambios desemboca en el pensamiento de que el
hombre es lo que hace y es solamente el mismo quien puede cambiar su condición
y determinar su destino. Este mismo pensamiento desataría después la Revolución
Francesa, que para muchos es el primer intento de materializar lo que la
modernidad predica.

La modernidad se constituye -como vimos- como una contestación a la


condición humana, e incluye la condición del Estado. Mas allá de concebir a los
hombres dentro de una nación con el propósito de organizarse a partir de una
revelación divina y encontrar una esencia nacional, como nos comenta Touraine, la
modernidad da sus nociones de Estado como el esfuerzo conjunto, un todo
instaurado para lograr el bienestar colectivo.

La modernidad no es meramente una sucesión histórica de hechos y


cambios; se trata también de una difusión continua de la producción racional:
científica, política, economiota, religiosa, artística, en fin, en cada ámbito de la vida
social. Y la modernidad misma significa la diferenciación e individualización de cada
uno de estos. La racionalidad instrumental -por la cual la modernidad camina-, se
ejerce dentro de un tipo de actividad excluye la posibilidad de que alguno de estos
tipos este organizado desde el exterior, esto es, en función de su integración a una
visión general.

Retomando la idea de la racionalidad la modernidad es una introducción


también de nuevos pensamientos, en este sentido podemos decir que es un
movimiento alternativo, o una visión alternativa del mundo. La idea de la
modernidad reemplaza, en el centro de la sociedad a Dios, y toda conciencia
religiosamente tomada de esta, de hecho, al hacer la diferenciación de la cual
hablamos anteriormente, deja la religión en la religión, y a Dios dentro de ella. En el
mejor de los casos, la modernidad deja las creencias religiosas en el ámbito de la
vida privada. En efecto, la modernidad reemplaza a la religión con la ciencia. Esto
implica todo desligamiento posible de la religión, de hecho, la modernidad quisiera
proteger sus producciones de toda forma de contagio religioso. La modernidad
implica, en este sentido, la secularización y desencanto de la que Max Weber habla.

La idea de la modernidad esta ligada a la idea de la racionalidad, negar la


una es negar a la otra; pero ¿Hasta que grado estas dos se unen? Con esto me
refiero a que la modernidad no se conforma solo a regir la producción intelectual,
científica y técnica; sino que esta llegó a tal grado de implicaciones que incluso
alcanzo la esfera de la vida social. En efecto, la modernidad quiso pasar del papel
reconocido puramente como racionalidad, a crear una sociedad racional, en la que
la razón guía no solamente la producción científica; sino que también rige el destino
de los hombres, refiriéndonos a la administración de las cosas y el gobierno de la
sociedad en si.
De esta manera, la modernidad pasa a ser una tabula rasa , en el sentido de
que se instituye como el principio organizacional de la vida individual y de la vida
colectiva, al asociarse con la secularización, es decir, prescindiendo de toda
definición de los “fines últimos”.

El punto más vigoroso de la nacionalización como guía para la modernidad,


implica la destrucción de todo tipo de vínculo social con los sentimientos. En este
afán por romper los paradigmas tradicionales, no fue suficiente solo proponer
nuevos; sino reemplazar los sucedidos y borrar toda conciencia de los mismos. La
racionalidad, pues exigía el sacrificio de costumbres, creencias y tradiciones. El
agente de modernización no es ya una categoría o clase social; sino la misma razón
y la misma necesidad histórica de progreso. Para citar un ejemplo, el punto mas
vigoroso de esta concepción se describe perfectamente en los pasajes de la
Revolución Francesa, en donde las tradiciones socialmente cargadas se erradican
por completo de manera sistemática. Esto implico desde una nueva concepción de
la medición del tiempo, hasta la instauración de un sistema pseudo religioso, en el
que la Razón era el máximo patrón. Ahora bien, la sociedad implica también –como
mencionamos anteriormente- la concepción de la sociedad como un todo, en este
entendido, lo que es valido para la sociedad, lo es también para el individuo.

En este aspecto, la modernidad crea una nueva forma de educación, en la


que el aprendiz o educando será enseñado a liberarse de la visión estrecha que la
vida familiar y el mundo conocido le ha forjado. La educación guiada por la razón lo
desligará del medio irracional que es creado por los impulsos humanos e instintos
inherentes a la condición humana y le enseñará los valores universales del
raciocinio, el pensamiento, la visión objetiva, el desligamiento de lo sentimental y
las formas apreciativas de una nueva estética.

Sin embargo, esta idea genera contradicciones, desde mi punto de vista;


pues la modernidad quisiera, en un primer momento, romper con las ataduras de la
regulación, que le eran impuestas por las antiguas instituciones a la condición
humana. En este sentido, la modernidad apela a regresar a una naturaleza humana,
guiada por un principio de orden y progreso; pero al entrar en colisión con la
materialización de sus principios básicos, advierte que el logro de sus estamentos
requiere de una construcción mas elaborada, de ahí que la idea de la racionalidad
se complejice en mayor grado para crear un sistema absolutamente racional de
concepción universal, así como la instauración de un filtro que a la larga se
constituyera en un paradigma convencional, que no solo regula las formas de
producir el conocimiento, sino también las formas de vida social, y las formas de
aplicar el conocimiento y la razón misma.

Así, pues, nos encontramos con un vuelco histórico, un momento en el que la


modernidad, en su carácter de factor determinante y predominante sobre la vida
del hombre se vuelve su Némesis. La razón por encima de las concepciones
espirituales toma el papel y las funciones que en un momento habían sido
impuestos por instituciones como la Iglesia o el sistema de monarquías feudales.
Toma este lugar, con otros parámetros, claro; pero esencialmente, la modernidad
es el medio regulatorio y el dictador del destino de la humanidad, más allá de la
toma de desiciones del mismo hombre.

Bibliografía

Touraine, Alain. Critica De la Modernidad (Segunda Edición),


Fondo De Cultura Económica. México, 2000.

También podría gustarte